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Así pues, el infeliz a diferencia de muchos de nosotros que como Víctor Frankenstein, su
creador, apenados y acobardados por nuestras creaciones buscamos refugio a nuestras penas
y dolores en la muerte, en la nada: “¡oh estrellas, nubes y vientos! ¿No se compadecen, acaso,
de mis sufrimientos? Si se apiadan de mí, libérenme, entonces, de mis recuerdos, de mis
sensaciones, dejando que me hunda en la nada” (184).
Por su parte, Víctor, al igual que el hombre moderno, es vanidoso, vicioso y se afana por
obtener conocimiento y jactarse de él; no mide las consecuencias que pueden surgir de este
conocimiento al combinarse con su prepotencia; consecuencias que pueden causar daños en
las personas menos esperadas. Frankenstein, a pesar de que conoce la naturaleza y los
secretos de la vida y la muerte, ha perdido su humanidad, ansía la muerte, sucumbe ante el
miedo y la soledad; es incapaz de atesorar la vida y refugiarse en aquellos pequeños
momentos que nos recuerdan que estamos vivos; ha perdido toda esperanza, el único fin que
espera y busca, incluso en el lecho de su muerte, es la venganza.
Sabemos que este alquimista ha “desaprovechado” su vida en busca de fama y
reconocimiento, y es esto lo que lo ha llevado a hundirse en la más amarga de las penas; al
darse cuenta que el fruto de su afán y su vanidad le ha hecho perderlo todo. La creatura ha
sido culpable de las penurias de su creador, el no-muerto es un criminal y él mismo acepta
sus crímenes; sin embargo, a diferencia de su creador, vivirá, sin importar las penas que lo
afligen: “[…] los zarpazos del remordimiento no dejarán de lastimarme y mis heridas
supurarán hasta que las cierre la muerte” (284). Así pues, señala que vivirá a pesar de todo lo
que ello implique; esto es lo que hace a la creatura un monstruo humano.
Si volvemos sobre los pasos de este monstruo infeliz, podemos sentir aquello que sintió él,
porque en los pequeños momentos de soledad y destierro de nuestros afanes diarios es cuando
somos capaces de entender, nuestra humanidad, el misterio de nuestra existencia. En el
aislamiento podemos descubrir este misterio y es allí donde el no-muerto descubrió que su
existencia, das sein, era demasiado importante. También, alcanzó la autenticidad, lo que
Heidegger llama eigentlichkeit. Se dio cuenta de que era diferente a los demás e hizo acopio
de esto, dejando atrás el parloteo, das gerede, las preocupaciones que alguna vez lo
agobiaron; sus deseos de complacer y ser deseado por otros. La creatura llegó a conocerse de
una forma cruel e inhumana, pero eso no quiere decir que debamos ignorar lo que un
desgraciado tiene para enseñarnos; no significa que debamos hacer caso omiso y olvidar
nuestra existencia e ignorar que en el algún momento seremos arrebatados por das nichts.
Entonces, ¿qué sentido tiene alcanzar la autenticidad y dejar atrás das gerede, si todos
quedaremos reducidos a polvo, cenizas y huesos? Es allí cuando debemos volver sobre los
pasos del nuevo fuego de dioses modernos y considerar lo que este desgraciado dejó a un
lado a pesar de su dolor y su angustia, retomar a aquellos valores románticos, indispensables
en estos días de inautenticidad, días de uneigentlichkeit. Hemos olvidado a das sein, vivimos
agobiados por el parloteo y el bullicio de nuestro día a día, y eso es lo que un desafortunado
puede ayudarnos a dilucidar, mostrarnos nuestra existencia y las implicaciones que tiene el
estar vivo, enseñarnos que debemos aferrarnos a la vida, que debemos alcanzar también
nosotros la autenticidad, y vivir de verdad. Pero, ¿hemos vivido alguna vez?