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La Reacción Pagana: Juliano el Apóstata

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Este muy humano príncipe [Constancio], aunque éramos parientes cercanos, nos trató del
siguiente modo. Sin juicio alguno mató a seis primos comunes, a mi padre, que era su tío, a otro
tío nuestro por parte de padre, y a mi hermano mayor.

Juliano el Apóstata
Juliano tenía sobradas razones para no sentir simpatías hacia Constancio, o hacia la fe
cristiana que éste profesaba. En efecto, a la muerte de Constantino había ocurrido una matanza
de todos los parientes del gran emperador, excepto sus tres hijos. Las circunstancias en que esto
ocurrió no están del todo claras, y por tanto quizá sea injusto culpar a Constancio por el hecho. A
la muerte de Constantino la sucesión resultó dudosa por un breve período, y fue entonces que los
soldados de Constantinopla mataron a casi toda la parentela del difunto emperador. Pero esto no
lo hicieron para que otra dinastía ocupara el trono, sino todo lo contrario, para asegurarse de que
nadie reclamara el poder, que les correspondía exclusivamente a los tres hijos de Constantino. De
ellos, sólo Constancio estaba a la sazón en Constantinopla, y por tanto la opinión común fue
siempre que Constancio había ordenado la muerte de sus parientes.
En todo caso, haya o no mandado Constancio a matar a la familia de Juliano, el hecho es
que éste último estaba convencido de que su primo era el culpable. El padre de Juliano,
Constancio, era medio hermano de Constantino, y por tanto Juliano y el emperador Constancio
eran primos hermanos (véase el cuadro genealógico en la página siguiente). Lo que Juliano
sospechaba —y lo que se decía en voz baja por todo el Imperio— era que, temiendo que alguno
de estos parientes cercanos del gran emperador pretendiera el trono, Constancio había ordenado
que todos fueran muertos.

La larga ruta hacia el poder


De toda aquella familia, sólo sobrevivieron Juliano y su medio hermano Galo, varios años
mayor que él. Juliano después pensó que se les había perdonado la vida porque los soldados
tuvieron misericordia de su tierna edad —seis años— y de la enfermedad al parecer mortal de su
hermano. Pero lo más probable parece ser que fue Constancio quien dispuso que no fueran
muertos estos dos últimos vástagos de la casa de Constancio Cloro, pues eran demasiado jóvenes
para dirigir una rebelión, y si llegaba el momento en que ni Constancio ni sus dos hermanos
dejaban descendencia, siempre sería posible acudir a Galo o a Juliano, que para esa época serían
ya mayores.
En el entretanto, Galo y Juliano fueron apartados de la corte, y mientras el mayor de los
dos hermanos se dedicaba al ejercicio físico, el menor se interesaba cada vez más en los estudios
filosóficos. Ambos habían sido bautizados e instruidos en las doctrinas cristianas, y durante su
exilio de la corte fueron ordenados como lectores de la iglesia.
A la postre, Constancio tuvo que acudir a Galo, pues en el año 350 había quedado como
dueño único del Imperio, y no tenía hijos que le ayudaran a gobernar o que pudieran asegurar la
sucesión al trono. Por tanto, en el año 351, Constancio llamó a Galo y le dio el título de César,
confiándole el gobierno de la porción oriental del Imperio. Pero Galo no resultó buen
gobernante, y además se le acusó de conspirar contra Constancio para apoderarse del trono. En el
año 354 Constancio lo hizo arrestar y decapitar.
Mientras tanto, Juliano había continuado sus estudios de filosofía, especialmente en la
ciudad de Atenas, donde estaba la escuela más famosa en estas materias, y donde lo conoció
Basilio de Cesarea, cuya vida y obra discutiremos más adelante.
Fue en Atenas que Juliano se inició en las antiguas religiones de misterio.
Definitivamente había abandonado el cristianismo, y buscaba la verdad y la belleza en la
literatura y la religión de la época clásica.
Por fin, tras vencer los temores que infundía en él la experiencia que había tenido en el
caso de Galo, Constancio decidió llamar a Juliano al poder, dándole el título de César y
confiándole el gobierno de las Galias. Nadie esperaba que Juliano fuese un gran gobernante, pues
se había pasado la vida entre libros y filósofos, y en todo caso los recursos que Constancio le dio
eran harto escasos. Pero Juliano sorprendió a quienes no esperaban gran cosa de él. Su
administración de las Galias fue sabia, y en sus campañas contra los bárbaros se mostró hábil
general y se hizo popular entre sus soldados.
Todo esto no era completamente del agrado de su primo el emperador Constancio, quien
pronto empezó a temer que Juliano conspirase contra él y tratara de arrebatarle el trono. Luego,
la tensión fue aumentando entre ambos parientes. Cuando Constancio, en preparación para una
campaña contra los persas, ordenó que buena parte de las tropas que estaban en las Galias se
dirigieran hacia el Oriente, esas tropas se sublevaron y proclamaron a Juliano “Augusto” —es
decir, emperador supremo—. Constancio no pudo hacer nada por el momento, pues la amenaza
persa le parecía seria. Pero tan pronto como ese peligro se disipó, marchó a enfrentarse con
Juliano y sus soldados rebeldes. Cuando la guerra parecía inevitable, y ambos bandos se
preparaban para una lucha sin cuartel, Constancio murió, y Juliano no tuvo mayores dificulatades
en marchar a Constantinopla y adueñarse de todo el Imperio. Era el año 361
La primera acción de Juliano fue tomar venganza contra los principales responsables de
sus infortunios, y contra quienes habían tratado de mantenerlo alejado del poder durante su
exilio. Con este propósito se nombró un tribunal que supuestamente debía ser independiente,
pero que de hecho respondía a los deseos del nuevo emperador, y que condenó a muerte a varios
de sus peores enemigos.
Aparte de esto, Juliano fue un gobernante hábil, que supo poner en orden la
administración del Imperio. Pero no es por ello que más se le recuerda, sino por su política
religiosa, que le ha ganado el epíteto de “el Apóstata”.

La política religiosa de Juliano


Esa política consistió, por una parte, en restaurar la perdida gloria del paganismo y, por
otra, en impedir el progreso del cristianismo.
Tras el advenimiento de Constantino, el paganismo había ido perdiendo su antiguo lustre.
El propio Constantino, aunque no persiguió a los paganos, sí saqueó varios de sus templos a fin
de obtener obras de arte para Constantinopla. Esta política continuó bajo el régimen de los hijos
de Constantino, que al tiempo que legislaban en pro del cristianismo iban colocando cada vez
más trabas para el culto. Cuando Juliano llegó al trono, los templos se encontraban casi
completamente abandonados, y había sacerdotes paganos que andaban harapientos, buscando su
sustento de diversos modos, y apenas ocupándose del culto.
Juliano trató de instaurar una reforma total del paganismo. Con ese propósito ordenó que
todos los objetos y propiedades que hubieran sido tomados de los templos debían ser devueltos.
Pero además empezó a organizar el sacerdocio pagano en una jerarquía semejante a la de la
iglesia cristiana. Por encima de los sacerdotes de cada región había archisacerdotes, que a su vez
estaban bajo el pontífice máximo de la provincia, mientras que por encima de todos estaba el
sumo pontífice, que era el propio Juliano. En esta jerarquía, los sacerdotes debían llevar una vida
ejemplar, ocupándose, no sólo del culto, sino también de las obras de caridad. Resulta claro que,
a pesar de sus sentimientos anticristianos, buena parte de la reforma pagana de Juliano se
inspiraba en el ejemplo de la iglesia cristiana.
Al tiempo que promulgaba estas leyes, Juliano se ocupaba de restaurar el culto pagano de
modo más directo. El se consideraba elegido de los dioses para esta obra, y por tanto mientras
esperaba a que todo el Imperio regresara a su antigua fe se sentía obligado a rendirles a los dioses
el culto que otros no les rendían. Por orden de Juliano hubo sacrificios masivos, en los que se
ofrecieron a los dioses cientos de toros y otros animales. Pero Juliano se percataba de que su
reforma no era tan popular como él hubiera deseado. Las gentes se burlaban de los sacrificios, a
veces al mismo tiempo que participaban en ellos. Por esta razón era necesario, no sólo promover
el paganismo, sino también atacar al cristianismo, que era su rival más poderoso.
Con este propósito en mente Juliano tomó una serie de medidas, aunque con toda justicia
hay que decir que nunca decretó la persecución contra la iglesia. Si en algunos lugares hubo
cristianos que perdieron la vida, esto se debió a motines populares o al excesivo celo de las
autoridades locales, pues Juliano estaba convencido de que su causa no progresaría mediante la
persecución.
Más bien que perseguir a los cristianos, Juliano siguió una política doble de dificultar su
propaganda y ridiculizarlos. En el primer sentido, prohibió que los cristianos enseñaran las letras
clásicas. De este modo, al tiempo que evitaba lo que para él era un sacrilegio, se aseguraba de
que los cristianos no pudieran utilizar las grandes obras de la antigüedad pagana para difundir su
propia doctrina, como habían venido haciéndolo desde tiempos de Justino en el siglo segundo.
Para ridiculizar a los cristianos, Juliano empezó por darles el nombre de “galileos”, por el que
siempre se refería a ellos. Además compuso una obra Contra los galileos, en la que mostraba su
conocimiento de las Escrituras cristianas, y ridiculizaba su contenido así como las enseñanzas de
Jesús. Por último se dispuso a reconstruir el Templo de Jerusalén, no porque sintiera simpatías
hacia los judíos, sino porque pensaba que de ese modo podría contradecir a los cristianos que
pretendían que la destrucción del Templo había sido cumplimiento de las profecías del Antiguo
Testamento. En todos estos proyectos se ocupaba Juliano cuando le sorprendió la muerte.

Muerte de Juliano
Basilio de Cesarea, el obispo cristiano que había sido condiscípulo de Juliano en Atenas,
había tenido una visión en la que San Mercurio, uno de los viejos mártires de Cesarea, descendía
del cielo y atarvesaba el corazón de Juliano con una lanza. La visión de Basilio no se cumplió,
pero poco después, cuando Julliano dirigía sus tropas en una campaña contra los persas, fue
alcanzado por una lanza enemiga, y murió. Se cuenta que sus últimas palabras fueron “¡Venciste,
Galileo!”, pero esto no es sino una leyenda poco digna de crédito.
En todo caso, aunque Juliano no haya pronunciado esas palabras, el hecho es que, aún en
vida de Juliano, el Galileo había vencido. Las reformas religiosa vencida. Las reformas religiosas
del emperador apóstata nunca lograron arraigo entre el pueblo, que se burlaba de ellas, pues el
paganismo había perdido su fuerza vital y no podía ser resucitado mediante decretos imperiales.

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