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El testimonio y la confesión de Juan el

Bautista y el significado espiritual de su


testimonio
Martín Lutero
Si prefieren leerlo en inglés, vean la liga al final del documento.

I. EL TESTIMONIO Y LA CONFESIÓN DE JUAN EL BAUTISTA

1. Con muchas palabras el Evangelista describe y magnifica el testimonio de Juan. Aunque hubiera sido
suficiente si hubiera escrito de él, “Confesó”, lo repite y dice, “Él confesó y no lo negó”. Seguramente lo
hizo para exaltar la constancia hermosa de Juan ante esta severa prueba, donde fue tentado a negar
flagrantemente la verdad. Y ahora considere las circunstancias particulares.

2. Primero, le habían sido enviados no siervos ni ciudadanos ordinarios, sino sacerdotes y levitas de las
clases más altas y nobles, quienes eran fariseos, o sea, los líderes del pueblo. Seguramente una
embajada de tal distinción para un hombre común, quien justamente pudiera haberse sentido orgulloso
de tal honor, pues el favor de los señores y de los príncipes es altamente estimado en este mundo.

3. Segundo, no le enviaron gente común sino ciudadanos de Jerusalén, la capital, del Sanedrín, y de los
líderes de la nación judía. Entonces, era como si todo el pueblo viniera para honrarle. ¡Y qué viento fue!
¡Y cómo se pudiera haber inflado, si hubiera poseído un corazón vano y mundano!

4. Tercero, ellos no le ofrecieron un regalo, ni una gloria ordinaria, sino la gloria más alta de todas: el
reino y toda autoridad, preparados para aceptarle como Cristo. ¡Seguramente una poderosa y dulce
tentación! Pues, si él no había percibido que deseaban considerarle como el Cristo, no les hubiera dicho:
“Yo no soy el Cristo”. Y Lucas 3:15-16 también escribe que, cuando todos pensaban que él era el Cristo,
Juan afirmó: “Yo no soy quién piensan que soy, pero soy enviado delante de él”.

5. Cuarto, cuando él no quiso aceptar esta honra, le probaron con otra, y estaban por tomarle como
Elías. Pues tenían una profecía en el último capítulo del profeta Malaquías, donde Dios dice: “He aquí, os
enviaré a Elías el profeta, antes del gran y terrible día del Señor; y él volverá el corazón de los padres a
los hijos, y el corazón de los hijos a los padres, no sea que venga y hiera la tierra con una maldición”.

6. Quinto, viendo que no aceptaba ser Elías, continuaron tentándole y le ofrecieron la reverencia debida
a un profeta ordinario, pues desde Malaquías no habían tenido profeta. Sin embargo, Juan permanece
fiel e inamovible, aunque le probaron ofreciéndole tanta honra.
7. En sexto y último lugar, al no conocer más honores, le permitieron escoger quién o cómo quisiera que
le consideraran, pues querían hacerle reverencia. Pero Juan no quería tal honra, y solamente da esto
como respuesta, que él es una voz llamándoles a ellos y a todos. A esto no le prestan atención. –El
significado de todo esto lo veremos más adelante. Estudiemos ahora el texto.

“Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él desde Jerusalén sacerdotes y levitas
para preguntarle: ¿Quién eres?”.

8. Enviaron a él. ¿Por qué no fueron ellos mismos? Juan vino para predicar arrepentimiento a todo el
pueblo judío. A esta predicación de Juan ellos no prestaron atención; es claro, entonces, que ellos no
enviaron a él con intenciones puras y buenas, ofreciéndole tal honra. Ni creían verdaderamente que él
era el Cristo o Elías o el profeta; de lo contrario, hubieran ellos mismos venido para ser bautizados,
como los demás. Entonces, ¿qué buscaban de él? Cristo lo explica en Juan 5:33-35, “Habéis enviado a
Juan, y él dio testimonio de la verdad. Él era la lámpara que alumbra y reluce, y ustedes estaban
dispuestos a regocijarse por un tiempo en su luz”. De estas palabras es obvio que buscaban su propia
honra en Juan, deseando aprovecharse de su luz, su ilustre y famoso nombre, para adornarse ellos
mismos delante del pueblo. Pues si Juan se hubiera unido a ellos y aceptado la honra que le ofrecieron,
ellos también se hubieran hecho grandes y gloriosos delante de todo el pueblo, como siendo dignos de
la amistad y reverencia de un tan santo y grande hombre. Pero ¿no hubiera sido confirmada y declarada
justa y digna toda su avaricia, tiranía, y canallería? Por consiguiente, Juan, en toda su santidad, hubiera
sido patrocinador del vicio; y la venida de Cristo hubiera sido justamente considerada con suspicacia,
pues se opondría a los hechos de los sacerdotes y tiranos, con quienes Juan, este gran y santo hombre,
se hubiera aliado.

9. De esta forma vemos la canallería que practican y cómo tientan a Juan a traicionar a Cristo y ser un
Judas Iscariote, para que pueda confirmar su injusticia y que ellos puedan compartir en su honra y
popularidad. ¡Qué personajes tan astutos son, para pescar la honra de Juan! Le ofrecen una manzana
por un reino y cambiarían peniques por dólares. Pero él permanece firme como una roca, como
demuestra la siguiente afirmación:

“Y él confesó y no negó; sino que confesó: Yo no soy el Cristo”.

10. La confesión de Juan abarca dos elementos: Primero, su confesar, y, segundo, el no negar. Su
confesión es su declaración acerca de Cristo, cuando dice, “Yo no soy el Cristo”. Aquí entra también el
que confiese no ser ni Elías ni el profeta. El no negar es la declaración de lo que él es en verdad, cuando
se describe como una voz en el desierto, preparando el camino del Señor. Como tal, su confesión es
libre y abierta, no solo declarando lo que es sino también lo que no es. Pues si uno declara lo que no es,
su confesión sigue siendo obscura e incompleta, pues uno no puede saber lo que realmente debe pensar
de él. Pero aquí Juan abiertamente dice lo que se debería pensar de él, y lo que no, dando así al pueblo
cierta seguridad al confesar que no es el Cristo y no negando que es la voz que prepara su venida.

11. Pero alguien pudiera decir, “El Evangelista se contradice al llamarlo una confesión cuando Juan
afirma no ser el Cristo, porque es más una negación, pues niega que él sea el Cristo. Decir ‘no’ es negar,
y los judíos quieren que él confiese que es el Cristo, lo cual niega; pero el Evangelista dice que él
confesó. Y de nuevo, es una confesión cuando dice, ‘Soy la voz que clama en el desierto’”. Pero el
Evangelista toma en cuenta este tema y lo describe como es delante de Dios, y no como los hombres
suenan y parecen a los hombres. Pues los judíos desean que niegue a Cristo, y que no confiese lo que
verdaderamente es. Pero como confiesa lo que es y firmemente insiste en lo que no es, su acto es una
confesión preciosa delante de Dios y no una negación.

“Y le preguntaron: ‘Entonces, ¿qué? ¿Eres Elías?’ Y él dijo: ‘No lo soy’”.

12. Los judíos, como comentamos arriba, tenían la profecía acerca de Elías, que él vendría antes del día
del Señor (Mal. 4:5). Por esto, hay entre los cristianos la creencia de que Elías ha de venir antes del
último día. Algunos añaden a Enoc, y otros a San Juan el Evangelista. De esto tenemos algo que decir.

13. En primer lugar, todo depende sobre si el profeta Malaquías está hablando de la segunda venida del
Señor en el día final, o de su primera venida en la carne y por medio del Evangelio. Si habla del día final,
entonces tenemos la certeza de esperar todavía a Elías, pues Dios no puede mentir. La venida de Enoc y
de San Juan, empero, no tiene fundamento en las Escrituras, y lo consideramos, entonces, una fábula. Si,
por el otro lado, el profeta habla de la venida de Cristo en la carne y por la Palabra, entonces, con toda
seguridad, no esperamos más a Elías, pues Juan es el mismo Elías anunciado por Malaquías.

14. Yo soy de la opinión que Malaquías no hablaba de otro Elías más que Juan, y que a Elías el Tisbita,
quien subió al cielo en el carro de fuego, no debemos esperar. A esta opinión me veo obligado, primero
por las palabras del ángel Gabriel (Lucas 1:17), que dice Zacarías, padre de Juan: “Y él irá delante de su
rostro en el espíritu y poder de Elías, para volver el corazón de los padres a los hijos y de los
desobedientes a caminar en la sabiduría del justo”. Con estas palabras el ángel patentemente se refiere
a la profecía de Malaquías, citando las mismas palabras del profeta, quien también dice que Elías
volvería el corazón de los padres a los hijos, como citamos arriba. Ahora, pues, si Malaquías describía
otro Elías, el ángel indudablemente no hubiera aplicado estas palabras a Juan.

15. En segundo lugar, los mismos judíos en la antigüedad entendían que Malaquías hablaba de la venida
de Cristo en la carne. Por ello, aquí le preguntan a Juan si era Elías, quien vendría antes del Cristo. Pero
yerran al pensar en el Elías original y corporal. Pues la intención del texto es ciertamente que Elías
vendría de antemano, pero no el mismo Elías. No leemos que Elías el Tisbita vendría, como la Biblia lo
describe en 1 Reyes 17:1 y 2 Reyes 1:3, 8, sino simplemente menciona Elías, un profeta. Esto, explica
Gabriel (Lucas 1:17), significa “en el poder y el espíritu de Elías”, afirmando de cierta manera que sería el
verdadero Elías. Igual que nosotros decimos ahora de uno que tiene los modos y el porte de otro: “Es un
verdadero X”, como yo pudiera decir, por ejemplo, que el Papa es un verdadero Caifás; que Juan es un
verdadero San Pablo. De esta forma, Dios, a través de Malaquías, nos promete uno que sería un
verdadero Elías, o sea, Juan el Bautista.

16. Pero no pondría mi confianza en la interpretación de judíos solamente, si no fuera confirmada por
Cristo (Mt. 10:10 en adelante). Cuando, en el Monte Tabor, los discípulos vieron a Elías y a Moisés, le
dijeron al Señor, “¿Por qué dicen los escribas que Elías tiene que venir primero?” Con lo que querían
decir: “Ya has venido; pero Elías no vino primero, pero solamente hasta ahora, después de ti: y ¿no se ha
dicho que vendría antes que tú?” Esta interpretación no fue rechazada sino confirmada por Cristo, quien
dijo: “Ciertamente, Elías vendrá primero y restaurará todas las cosas. Pero yo os digo que Elías ya vino; y
que ellos no le conocieron, pero le hicieron cuanto quisieron”. Entonces los discípulos entendieron, dice
San Mateo, que hablaba de Juan el Bautista. San Marcos, igualmente, dice en el 9:13: “Pero yo os digo
que Elías ha venido, y le hicieron cuanto quisieron, como está escrito de él”.
17. Ahora, no hay otra profecía acerca de la venida de Elías más que la de Malaquías, y Cristo mismo la
aplica a Juan. Por ende, no tiene fuerza si alguien objeta que Cristo dice que Elías debía venir primero y
restaurar todas las cosas, pues Cristo mismo interpreta sus propias palabras al decir: “Pero yo os digo
que Elías ya ha venido”, etc. Quería afirmar “Es justo y correcto lo que han escuchado acerca de Elías,
que él debe venir primero y restaurar todas las cosas; así está escrito y así tiene que suceder”. Pero ellos
no entienden de cuál Elías hablaba, pues ya ha venido. Con estas palabras, pues, Cristo confirma las
Escrituras y la interpretación acerca de la venida de Elías, pero rechaza la falsa interpretación acerca de
un Elías que no fuera Juan.

18. Pero, con mayor fuerza, Cristo afirma (Mt. 11:13 en adelante) que ningún otro Elías vendría. Dice,
“Todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si lo podéis recibir, este es Elías, el que había de
venir. El que tenga oídos para oír, oiga”. Aquí queda en claro que un Elías ya vino. Si existiera otro, no
hubiera dicho: “Juan es Elías que había de venir”, sino que hubiera dicho: “Juan es uno de los Elías” o
simplemente: “Es Elías”. Pero al llamar a Juan aquel Elías a quien todos esperaban, quien
indudablemente había sido anunciado, lo deja muy en claro que la profecía de Malaquías se cumple en
Juan, y que no se debe esperar otro Elías más que este.

19. Por ello, insistimos que el Evangelio, por el cual Cristo ha venido a todo el mundo, es el último
mensaje antes del día del juicio; antes de este mensaje y del avenimiento de Cristo, Juan vino y preparó
el camino. Y aunque todos los profetas y la ley profetizan hasta Juan, no se nos permite aplicarlos,
descuidando a Juan, a otro Elías que no ha venido aún. Por ende, también la profecía de Malaquías tiene
que entrar en los tiempos de Juan. Él continúa la línea de los profetas hasta el tiempo de Juan y no
permite que pase alguno más. Y de esta manera concluimos con seguridad que ningún otro Elías ha de
venir y que el Evangelio permanecerá hasta el fin del mundo.

“¿Eres el profeta?” Y él contesto, “no”.

20. Algunos piensan que los judíos aquí le preguntan acerca del profeta de quien escribió Moisés en Dt.
18:15: “El Señor vuestro Dios os levantará un profeta de en medio de vosotros, de vuestros hermanos,
semejante a mí, etc.” Pero San Pedro en Hechos 3:22 y San Esteban en Hechos 7:37 aplican este pasaje a
Cristo mismo, que es la correcta interpretación. Los judíos también seguramente consideraban que este
profeta era igual en estima con Moisés, por encima de Elías, y, por tanto, lo consideraban como el
Cristo. Ellos preguntaban a Juan si él era un profeta ordinario, como los demás, porque no era ni Cristo
ni Elías. Pues ellos no habían tenido profeta desde los días de Malaquías, quien fue el último y concluyó
el Antiguo Testamento mencionando la profecía, que ya comentamos, acerca de la venida de Elías.
Entonces, Juan es el más cercano a, y el primero después de, Malaquías, quien, al concluir su libro,
apunta a él. Los judíos, pues, le preguntaron si era uno de los profetas. Cristo mismo dice de él (Mt.
11:9): “¿A qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, y yo os digo, a mucho más que un profeta”. Y Mateo
dice en 21:26, “Todos tienen a Juan por profeta”.

21. Entonces surge la pregunta: ¿Juan confesó la verdad cuando negó que él era Elías o el profeta,
cuando Cristo mismo le llamó Elías y más que un profeta? Él mismo sabía que había venido en el poder y
el espíritu de Elías, y que las Escrituras lo llamaban Elías. Entonces, al decir que él no se consideraba a sí
mismo un profeta porque era más que un profeta, es deshonroso y le convierte en un vano jactancioso.
La verdad del asunto es que él de manera simple y llana confesó la verdad, principalmente, que él no era
el Elías que ellos buscaban ni un profeta. Pues los profetas comúnmente guiaban y enseñaban al pueblo,
quien buscaba su ayuda y consejo. Tal profeta no era ni sería Juan, pues el Señor estaba presente, a
quien ellos debían seguir y adherirse. Él no deseaba atraer la atención de las personas a sí mismo, sino
guiarlos a Cristo, algo necesario antes de que viniera Cristo mismo. Un profeta anuncia la venida de
Cristo. Jesús, empero, demuestra que está presente, lo que no es tarea de profeta. Como un sacerdote,
en presencia de un obispo, dirigiría la atención del pueblo al obispo, diciendo: “Yo no soy sacerdote; allá
está vuestro sacerdote”; pero en ausencia del obispo gobernaría al pueblo en lugar del obispo.

22. De la misma manera, Juan dirige al pueblo a Cristo. Y aunque este es un oficio más alto y mayor que
el oficio de un profeta, no lo es por mérito propio sino por la presencia de su Maestro. Y al alabar a Juan
por ser más que un profeta, es la dignidad de su Maestro, que está presente, que es alabada. Pues es
costumbre que el siervo reciba honra y reverencia en la ausencia de su maestro y no en su presencia.

23. Aun así, el rango del profeta es más alto que el de Juan, aunque su oficio es mayor y más inmediato.
Pues el profeta gobierna y dirige al pueblo, y ellos se adhieren a él; pero Juan no hace más que dirigirles
de él a Cristo, el Maestro presente. Entonces, en la manera más simple y llana, él niega ser un profeta,
aunque abunda en todas las cualidades de un profeta. Esto hizo por el bien del pueblo, para que ellos no
aceptaran su testimonio como la predicción de un profeta y esperaran a Cristo en otros tiempos futuros,
sino que lo reconocieran como el precursor y guía y siguieran su guía al Señor, que estaba presente.
Atestigüen las siguientes palabras del texto:

“Ellos le dijeron: ‘¿Quién eres? Para que podamos dar respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti
mismo?’ Él dijo, ‘Yo soy la voz de uno que clama en el desierto. Preparad el camino del Señor, como dijo
el profeta Isaías’”.

24. Esta es la segunda parte de su confesión, en la que declara lo que es, después de haber negado que
era el Cristo, o Elías o un profeta. Como si fuera a decirles: Vuestra salvación está demasiado cerca como
para necesitar un profeta. No cansen sus ojos mirando al futuro lejano, pues el Señor de todos los
profetas está aquí, por lo que ya no hace falta profeta. El Señor viene por este camino, de quien yo soy
precursor. El me pisa los talones. Yo no profetizo de él como vidente, sino clamo como mensajero,
preparen lugar para él porque viene caminando. Yo digo, como los demás profetas, “He aquí, vendrá”;
sino digo: “He aquí, viene, está aquí. No traigo palabra acerca de Él sino le apunto con mi dedo. ¿No dijo
Isaías hace muchos años que tal clamor, de preparar lugar al Señor, vendría antes que Él? Tal soy, y no
un profeta. Por ende, háganse a un lado y preparen lugar, permitan que el Señor mismo camine
corporalmente entre ustedes, y no busquen más profecías acerca de Él”.

25. Ahora, esta no es la respuesta que los hombres sabios, eruditos y santos puedan soportar; por ello
Juan seguramente es un hereje y está poseído por el diablo. Solo pecadores y necios lo consideran un
hombre santo y piadoso, escuchan su clamor y preparan camino para el Señor, removiendo cualquier
obstáculo. Los demás, sin embargo, tiran troncos, piedras y tierra en su camino, e incluso buscan matar
tanto al Señor como a su precursor por presumir que pueden decir tales cosas. ¿Y por qué? Juan les dice
que preparen el camino del Señor. Con ello dice que no tienen al Señor y ni su camino en ellos. ¿Qué
tienen, entonces? Donde no está el Señor ni su camino, tiene que estar el camino del hombre, del
diablo, y todo lo malvado. ¡Juzguen, pues, si estas personas santas y sabias no se enojan justamente
contra Juan, condenando su palabra y finalmente matándole a él y a su maestro! ¿Tiene la presunción
de entregar tales personas santas al diablo y denunciar todos sus actos como falsos, malvados y
condenables, afirmando que sus caminos no son los caminos del Señor y que primero deben preparar el
camino del Señor y que han vivido toda su santa vida en vano?
26. Pero, si calladamente escribiera en una tableta, quizás todavía le escucharían con paciencia. Pero él
da palabra, incluso clama en voz alta, y no en un rincón sino abiertamente debajo del cielo, en el
desierto, ante todo el mundo, deshonrando completamente delante de todos a estos santos y todos sus
actos y desacreditándoles delante de todo el pueblo. Así pierden toda la honra y el provecho que su vida
santa antes les traía. Esto es algo que hombres piadosos no pueden tolerar, pero por el amor a Dios y a
la justicia no pueden condenar la falsa doctrina, para que el pueblo no sea dirigido mal y que el servicio
de Dios no sea corrompido; sí, finalmente tendrán que matar a Juan y a su Maestro, para servir y
obedecer a Dios el Padre.

27. Esto, pues, es la preparación del camino de Cristo y el oficio correcto de Juan. Él debe humillar al
mundo y proclamar que ellos son pecadores, --pueblo perdido, condenado, pobre, miserable y digno de
conmiseración; que no hay vida ni trabajo ni rango, aunque aparezca santo, hermoso y bueno, que no
sea maldito si Cristo nuestro Dios no more ahí, si Él no vive, obra, camina, está y hace todo por la fe en
Él; en breve, que todos necesitan a Cristo y deben luchar ansiosamente por compartir su gracia.

Observen, donde esto se practica, principalmente que toda la vida y el trabajo del hombre es nada, ahí
tienes el verdadero clamor de Juan en el desierto y la pura y clara verdad del cristianismo, como
demuestra San Pablo (Ro. 3:23): “Todos han pecado y se han quedado cortos de la gloria de Dios”. Esto
verdaderamente humilla al hombre, extirpa y aniquila su presunción. Sí, esto es verdaderamente
preparar el camino del Señor, hacerle lugar y abrirle camino.

28. Ahora, aquí encontramos dos tipos de personas: algunos creen en el clamor de Juan y confiesan que
es como él dice. Estas son las personas a quien viene el Señor, en ellos se prepara y se allana su camino,
como dice San Pedro en 1 Pedro 5:5: “Dios da gracia al humilde”; y el Señor mismo dice en Lucas 18:14;
“El que se humilla será exaltado”. Aquí debes diligentemente aprender y entender espiritualmente cuál
es el camino del Señor, cómo se prepara y qué evita que Él encuentre lugar en nosotros. El camino del
Señor, como han oído, es que Él hace todas las cosas en ti, con el resultado de que todas nuestras obras
no son nuestras sino suyas, que vienen por fe.

29. Pero esto no es posible si deseas dignamente prepararte a ti mismo por la oración, el ayuno y la
auto-mortificación y por tus propias obras, como ahora es general y neciamente enseñado durante el
tiempo de Adviento. Hablamos de una preparación espiritual, que consiste en un profundo
conocimiento y confesión de tu condición indigna, pecadora, condenada y miserable, aun con todas las
obras que pudieras realizar. Cuanto más piense así un corazón, mejor prepara el camino del Señor,
aunque esté bebiendo vinos finos, caminando sobre rosas y no rezando palabra alguna.

30. Sin embargo, el impedimento que obstruye el camino del Señor se forma no solamente por los
pecados palpables y groseros del adulterio, enojo, soberbia, avaricia, etc., sino por la arrogancia
espiritual y el orgullo farisaico que estima altamente su propia vida y buenas obras, se siente seguro, no
se condena a sí mismo, y que no quisiera ser condenado por otros.

Este es el otro tipo de hombre, principalmente, los que no creen en el clamor de Juan, pero lo llaman del
diablo, porque prohíbe las buenas obras y condena el servicio a Dios, dicen. Estas son las personas a
quien de manera más urgente se les dice: “Preparen el camino del Señor”, y son los que menos lo
aceptan.
31. Entonces, Juan les habla sin pelos en la lengua en Lucas 3:7-8: “Hijos de víboras, ¿quién les advirtió
de huir de la ira venidera? Produzcan frutos dignos de arrepentimiento”. Pero, como ya mencionamos,
cuanto más se urge a personas justas que preparen el camino del Señor, más lo obstruyen y se hacen
más irrazonables. A ellos no les dirán que sus obras no son las del Señor y finalmente en la gloria y honor
de Dios aniquilan la verdad y la palabra de Juan, a él mismo y, para colmo, a su Maestro.

32. Juzguen, pues, si no fue una poderosa confesión de parte de Juan, cuando se atrevió a abrir su boca
y proclamar que no era el Cristo, sino una voz a la cual no les gustaba escuchar, redarguyendo a los
grandes maestros y líderes del pueblo por no haber hecho lo justo y el agrado del Señor. Y como sucedió
con Juan, así sucede desde el comienzo del mundo hasta su final. Porque esa piedad arrogante no
aceptará que primero debe preparar el camino del Señor, suponiendo que ya se sienta en el regazo de
Dios y deseando que la acaricien y la halaguen por haber terminado el camino hace mucho tiempo,
incluso antes de que Dios pensara en abrir camino para ellos—¡esos preciosos santos! El papa y sus
seguidores asimismo han condenado el clamor de Juan de preparar el camino del Señor. Sí, es un clamor
intolerable—excepto para los pobres penitentes pecadores con conciencias agraviadas, para ellos es el
mejor de los licores.

33. ¿Pero no es una forma perversa y extraña de hablar, el decir: “Soy una voz que clama”? ¿Cómo
puede un hombre ser una voz? Debería haber dicho: ¡Soy uno que clama en el desierto con una voz!
Pero está hablando conforme a las Escrituras. En Éxodo 4:16, Dios le dijo a Moisés: “Aarón será para ti
una boca”. Y en Job 29:15, leemos: “Fui ojos para los ciegos, y pies para los cojos”. Igualmente decimos
que oro es su corazón y dinero su vida.

Igual aquí, “Yo soy la voz de uno que clama” significa: Yo soy uno que clama y que ha recibido mi
nombre de mi oficio, como Aaron es llamado una boca por su hablar, yo soy una voz por mi clamar. Y lo
que en hebreo lee vox clamantis, la voz de uno que clama, debería traducirse al Latín vox clamans, una
voz clamando. Por ende, San Pablo en Romanos 15:26 dice pauperes sanctorum, la pobreza de los
santos, en vez de pauperes sancti, los pobres santos; y 1 Timoteo 3:16: mysterium pietatis (el misterio
de la piedad) en vez de mysterium pium (el misterio piadoso). En vez de decir: el idioma de los
germanos, mejor digo, el idioma germano. Así, “la voz de uno que clama” significa “una voz clamando”.
En hebreo, hay muchas frases similares.

Y ellos han sido enviados de los fariseos. Y le preguntan y le dicen: “Entonces ¿Por qué bautizas si no
eres ni el Cristo, ni Elías ni el profeta?” Juan les contesta, diciendo: “Yo bautizo con agua; en medio de
ustedes hay otro que no conocen, que viene después de mí y es preferido antes que yo, el cordón de su
sandalia no soy digno de soltar”.

34. Me parece que el Evangelista ha omitido algo de estas palabras, como si la respuesta completa de
Juan debería ser: “Yo bautizo con agua, pero el que ha venido entre ustedes bautiza con fuego”. Por ello,
Lucas (3:16) dice: “Yo bautizo con agua, pero él bautizará con fuego”. Y en Hechos 1:5, leemos: “Juan
bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”. Pero aquí no dice nada sobre
este otro bautismo, indica con suficiencia que existirá otro bautismo, porque habla de otro que viene
después de él y que, sin duda, no bautizará con agua.

35. Ahora empieza el segundo envite, donde Juan fue probado por el lado opuesto. Puesto que no
pudieron moverle por seducciones, le atacaron con amenazas. Y aquí se descubre su falsa humildad,
manifestándose en orgullo y engreimiento. Lo mismo hubieran hecho si Juan les hubiera seguido,
después de que se hubieran cansado de él. Aprendan, entonces, a estar en guardia contra hombres,
especialmente que simulen ser gentiles y amables; como Cristo dice (Mt 10:16-17): “Guardaos de los
hombres. Sean sabios como serpientes y sencillos como palomas”. O sea, no confíen en los que dicen
palabras suaves y no hagan mal a sus enemigos.

36. He aquí, estos fariseos, que profesan su disposición de aceptar a Juan como Cristo, se voltean
cuando las cosas salen como ellos deseaban y censuran el bautismo de Juan. Es como si dijeran: “Puesto
que no eres Cristo, ni Elías, ni el profeta, debes saber que somos superiores a ti según la ley de Moisés y
debes conducirte como nuestro subordinado. No debes actuar independientemente, sin nuestra
instrucción, nuestro conocimiento ni nuestro permiso. ¿Quién te ha dado el poder de introducir algo
nuevo entre nuestro pueblo con tu bautismo? Te estás trayendo problemas con tu desobediencia
criminal”.

37. Sin embargo, Juan, tal como despreció su hipocresía, igualmente escarnece sus amenazas,
permaneciendo firme y confesando a Cristo como antes. Además, valientemente les ataca y les culpa de
su ignorancia, diciendo: “Yo no recibo autoridad de parte de ustedes para bautizar con agua. ¿Y qué?
Hay otro de quién recibo poder; uno a quién no conocen, pero Él es suficiente para mí. Si le conocierais,
o quisierais conocerle, no preguntaríais de dónde tengo poder para bautizar, pero vendríais para ser
bautizados. Pues Él es mucho más grande que yo, tanto que no soy digno de soltar la correa de su
zapato”.

38. Las palabras de Juan, “Aquel que, viniendo después de mí, es preferido antes que yo”, tres veces
citadas por el Evangelista en este capítulo, han sido malinterpretados y confundidos por aquellos que
piensan que se refieren al nacimiento divino y eterno de Cristo, como si Juan quisiera decir que Cristo
había nacido antes que él en la eternidad. Pero ¿es sorprendente el hecho de que naciera antes que
Juan en eternidad, puesto que nació antes que el mundo y de todas las cosas? Entonces debía venir no
solo después de él sino de todas las cosas, puesto que es el primero y el último (Ap. 1:11). Por tanto, su
pasado y su futuro están de acuerdo. Las palabras de Juan con claras y simples, hablando de Cristo
cuando ya era hombre. Sus palabras “el que viene después de mí” no pueden referirse a que nació
después de él; Juan, como Cristo, tenía 30 años en ese momento.

39. Estas palabras claramente se aplican a su predicación. Quiere decir: “Yo he venido, o sea, he
comenzado a predicar, pero pronto me detendré, y vendrá otro y predicará después de mí”. Así, dice
Lucas (Hc. 1:22) que Cristo empezó desde el bautismo de Juan; y Lucas 3:23 que Jesús tenía treinta años
cuando comenzó. Y Mateo 11:3: “¿Eres el que había de venir?”, o sea, aquel que comenzaría a predicar;
pues el oficio de Cristo no comienza hasta después de su bautismo, cuando su Padre lo reconoció y
glorificó. Entonces también comienza el Nuevo Testamento y la era de gracia, no en el nacimiento de
Jesús, como Él mismo dice, Marcos 1:15: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado”.
Si no hubiera comenzado a predicar, su nacimiento no hubiera servido de nada; pero cuando comenzó a
actuar y a enseñar, entonces se cumplieron las profecías, todas las Escrituras, entonces vino luz nueva y
un nuevo mundo.

40. Entonces, vemos lo que significa cuando dice: “El que viene después de mí”. Pero el significado de las
palabras, “Es preferido antes que yo; pues es antes que yo”, no es aún claro. Algunos creen que habla
del nacimiento eterno de Cristo. Nosotros afirmamos con toda simpleza que estas palabras también
conciernen su predicación. Entonces, el significado es: “Aunque todavía no está predicando, sino que
viene después de mí y yo estoy predicando antes que Él; aun así, Él está a la mano y tan cerca está que,
antes que comencé a predicar, ya estaba aquí y ha sido designado para predicar”. Las palabras ‘antes
que yo’, entonces, apuntan al oficio de Juan, y no a su persona. Por lo tanto, “él ha estado antes de mi
predicación y bautismo por unos treinta años; pero todavía no ha venido y no ha comenzado”. Juan aquí
indica su oficio, principalmente que él no es un profeta anunciando la venida de Jesús, sino uno que
precede a otro que ya está presente, que ya ha estado en existencia muchos años antes de su comienzo
y venida.

41. Por lo tanto, también dice: “En medio de ustedes está uno que no conocen”. Quiere decir: “No
permitan que sus ojos miren a las edades futuras. Aquel de quien hablan los profetas ha estado entre
ustedes en la nación judía por casi treinta años. Cuiden de no perdérselo. Ustedes no lo conocen, por
eso he venido para señalarlo”. Estas palabras, “Entre ustedes está uno”, siguen el patrón de las
Escrituras, que dice, “un profeta levantaré”. De esta forma Mateo 24:24, “Se levantarán profetas falsos”.
Dt. 18:15, Dios dice: “El Señor tu Dios levantará un profeta”. Juan ahora desea mostrar que este
“levantar, parar”, etc., se había cumplido en Cristo, quien ya estaba parado entre ellos, como Dios había
profetizado; pero el pueblo no lo conocía.

42. Entonces, esto es el otro oficio de Juan y de todo predicador del Evangelio, no solo hacer pecadores
a todo el mundo, como hemos visto más arriba (§24 en adelante); sino también dar consuelo y mostrar
cómo podemos librarnos de nuestros pecados; esto hace al apuntar a Aquel que ha de venir. De esta
manera nos dirige a Cristo, quien ha de redimirnos de nuestros pecados, si le aceptamos en fe
verdadera. El primer oficio dice: “Todos son pecadores y están faltos del camino del Señor”. Cuando
creemos esto, el otro oficio sigue y dice: “Oigan y acepten a Cristo, crean en Él, y les librará de sus
pecados”. Si creemos esto, lo tenemos. De esto hablaremos más adelante.

“Estas cosas sucedieron en Betania más allá del Jordán donde bautizaba Juan”.

43. Tan diligentemente el Evangelista registra el testimonio de Juan, que también menciona el lugar
donde sucedió. La confesión de Cristo depende grandemente del testimonio, y existen muchas
dificultades en el camino. Sin duda, deseaba aludir a un misterio espiritual del que ahora hablaremos.

II. El SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE LA HISTORIA EVANGÉLICA

44. Esta es la suma y sustancia de él: En este Evangelio se retrata el oficio del pastor del Nuevo
Testamento, lo que es, lo que hace, y lo que le sucede.

45. Primero, es la voz de uno que clama, no un pedazo de escrito. La Ley y el Antiguo Testamento son
escritos muertos, puestos en libros, y el Evangelio debe ser una voz viva. Por lo tanto, Juan es una
imagen y un tipo y un pionero, el primero de los predicadores del Evangelio. Escribe nada, pero llama a
todos con su voz viva.

46. Segundo, el Antiguo Testamento o la Ley fue predicada entre las tiendas del Monte Sinaí, solamente
a los judíos. Pero la voz de Juan se oye en el desierto, libre y abiertamente, debajo de los cielos, ante
todo el mundo.

47. Tercero, es una voz clara, fuerte y llamativa; o sea, una voz que habla con osadía e impávidamente,
sin temerle a nadie, ni a la muerte, al infierno, a la vida, ni al mundo, ni al diablo, hombre, honra,
deshonra ni a cualquier criatura. Por lo cual, Isaías dice (40:6 en adelante): “La voz de uno diciendo
clama. Y uno dice: ¿Qué clamaré? Que toda carne es hierba y toda su hermosura es como flor del
campo. La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.
Y después, “Tú que anuncias buenas nuevas a Sion, súbete a un monte alto; levanta la voz con fuerza;
levántala y no temas”. El mundo no soporta el Evangelio, y por ello tiene que proclamarse con fuerza,
que lo escarnece y clama contra él sin temor.

48. Cuarto, el vestuario de Juan es de pelo de camello y un cinto de cuero (Mt. 3:4). Esto representa la
vida casta y estricta de los predicadores, pero sobre todo apunta a la manera del predicador del
Evangelio. Es una voz no dada a frases suaves, ni trata con hipocresía ni lisonja. Es el sermón de la cruz,
un hablar duro, áspero y punzante para el hombre natural, que ciñe los lomos para una castidad
espiritual y corporal. Tomamos esto de la vida y las palabras de aquellos patriarcas de la antigüedad, que
como camellos cargaron con la carga de la Ley y de la cruz. “Comía langostas y miel silvestre”. Esto se
refiere a aquellos que aceptan el Evangelio, principalmente, los pecadores humildes que toman el
Evangelio a y en sí mismos.

49. Quinto, Juan está del otro lado del Jordán. “Jordán” realmente significa las Sagradas Escrituras, que
tienen dos lados. Uno, el lado izquierdo, es el significado externo que los judíos buscaban en el Escrito
Sagrado; aquí, Juan lo busca. Pues esta interpretación no produce pecadores, sino santos orgullosos de
sus palabras. El lado derecho es la comprensión verdaderamente espiritual, que descarta y mata todas
las obras, para que la fe sola pueda permanecer en toda humildad. Este significado destaca en los
Evangelios, como San Pablo en Romanos 3:32, diciendo: “Todos han pecado”.

50. Sexto, aquí comienza la disputa entre los verdaderos y los falsos predicadores. Los fariseos no
pueden aguantar escuchar la voz de Juan. Odian sus enseñanzas y su bautismo, y permanecen
obstinados en su hacer y enseñanza. Pero por el pueblo, pretenden pensar bien de él. Pero porque se
opone a su voluntad, debe estar poseído por el diablo, dicen, y finalmente debe ser decapitado por
Herodes. Así es ahora y siempre lo ha sido. Ningún maestro falso desea que se diga de él que predica sin
o contra el Evangelio, sino todo lo contrario, que piensen bien de él y creen en él. Sin embargo, le hace
violencia, conformando su significado. Esto el Evangelio no puede permitir, pues permanece firme sin
mentir. Entonces es injuriado como herejía y error, sí, como una doctrina diabólica. Y finalmente hacen
uso de la violencia, prohibiéndola y cortándole la cabeza para que en ningún lugar sea predicado u oído.
Esto fue hecho por el papa en el caso de Juan Huss.

51. Entonces, es un verdadero predicador cristiano que no predica nada sino lo que Juan proclamó e
insiste firmemente en ello.

Primero, debe predicar la Ley para que las personas puedan aprender las grandes cosas que Dios exige
de nosotros; de estas no podemos realizar alguna por la impotencia de nuestra naturaleza que ha sido
corrompida por la caída de Adán. Después viene el bautismo en el Jordán. Estas aguas frías representan
la enseñanza de la Ley, que no enciende amor, sino que lo apaga. Pues por la Ley el hombre aprende
cuán difícil e imposible es el cumplimiento de la Ley. Entonces se vuelve hostil contra ella y su amor se
apaga, siente que la odia de todo corazón. Eso es, por supuesto, un grave pecado, el ser enemigo de los
mandamientos de Dios. Por esto, el hombre debe humillarse y confesar que está perdido y que todas
sus obras son pecado, sí, que toda su vida es pecado. Entonces se ha realizado el bautismo de Juan, y
que ha sido no solamente rociado, sino correctamente bautizado. Entonces ve por qué Juan dice:
“Arrepentíos”. Entiende que Juan tiene razón y que todos deben hacerse mejores hombres y
arrepentirse. Pero los fariseos y los que son santos en sus obras no llegan a este conocimiento ni se
dejan ser bautizados. Se imaginan que no necesitan el arrepentimiento y que, por tanto, las palabras y el
bautismo de Juan son necedad ante sus ojos.

52. Es más, cuando la primera enseñanza, la de la Ley y el bautismo ya se ha dado, y el hombre,


humillado por su conocimiento de sí mismo, es obligado a perder la esperanza en sí mismo y sus
posibilidades; entonces comienza la segunda parte de la enseñanza de Juan, en la que dirige a las
personas de sí mismo a Cristo y les dice: “He aquí el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del
mundo”. Con esto quiere decir: “Primero, por mis enseñanzas, les he hecho pecadores a todos,
condenados por sus obras y les he dicho que pierdan la esperanza en sí mismos. Pero para que no
pierdan la esperanza en Dios, he aquí, les muestro cómo pueden librarse de sus pecados y obtener la
salvación. No que puedan quitarse sus pecados o hacerse piadosos por sus obras; otro hombre tiene que
hacerlo; ni yo puedo hacerlo, pero sí puedo señalarlo. Es Jesucristo, el Cordero de Dios. Él, él y nadie
más que él en el cielo o en la tierra puede tomar nuestros pecados sobre sí mismo. Tú mismo no puedes
pagar por el pecado más pequeño. Solamente Él puede tomar sobre sí mismo no solamente tus pecados
sino los pecados del mundo, y no solo algunos pecados sino los pecados del mundo, sean grandes o
pequeños, muchos o pocos”. Esto es el predicar y el oír del puro Evangelio, y el reconocer el dedo de
Juan que te apunta a Cristo, el Cordero de Dios.

53. Ahora, si puedes creer que esta voz de Juan habla la verdad, y si puedes seguir su dedo y reconocer
al Cordero de Dios cargando tus pecados, entonces has ganado la victoria, eres un cristiano, un maestro
del pecado, la muerte, el infierno y de todas las cosas. Entonces tu conciencia se regocijará y tu corazón
tendrá afecto de este gentil Cordero de Dios. Entonces amarás, alabarás y darás gracias a tu Padre
celestial por esta riqueza infinita de su misericordia, predicada por Juan y dada por Cristo. Y finalmente
te volverás alegre y dispuesto a hacer su voluntad, lo mejor que puedas, con todas tus fuerzas. Pues
¿qué mensaje más hermoso y confortante pudieras escuchar que nuestros pecados ya no son nuestros,
y que ya no están sobre nosotros sino sobre el Cordero de Dios? ¿Cómo puede el pecado condenar a un
Cordero inocente? Puesto sobre él, es vencido y se convierte en nada, y también así la muerte y el
infierno, siendo la recompensa del pecado deben ser vencidos. ¡He aquí lo que Dios nuestro Padre nos
ha dado en Cristo!

54. Cuiden, pues, cuiden, les digo, no sea que presuman de haberse librado del más pequeño de sus
pecados por mérito propio ante Dios y robarle así el crédito a Cristo, el Cordero de Dios. Juan en efecto
exige que nos hagamos mejores y nos arrepintamos; pero no por ello indica que podemos mejorarnos a
nosotros mismos y que podamos desvestirnos de nuestros pecados por nuestro propio mérito. Esto lo
declara poderosamente al añadir: “He aquí, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Como
hemos dicho anteriormente (§29), indica que cada uno ha de conocerse a sí mismo y su necesidad de
ser mejor hombre; pero no ha de buscarlo en sí mismo, sino solo en Jesús. ¡Que Dios nuestro Padre,
según su infinita misericordia, nos otorgue este conocimiento de Cristo y que nos envíe al mundo la voz
de Juan, con gran número de evangelistas! Amén.

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Fuente: http://www.trinitylutheranms.org/MartinLuther/MLSermons/John1_19_28.html

Traducido por Mateo Bixby


Universidad Cristiana de Las Américas
www.ucla-mexico.org

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