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Córdoba

Fernando José de Laguno Oviedo - Málaga, a 24 de Abril de 1995


Granada, a 18 de Abril de 1995

Estimado Abdul ibn Muntasir ibn Abdelaziz,

desde la Torre del Homenaje de la Alhambra, contemplando a un lado la Sierra Nevada -este año
escasa de nieve, hágase la voluntad de Alá- y al otro la blanca mancha que es el hermoso barrio que
es el Albaicín, te escribo estas líneas para narrarte el viaje que junto a mi mujer realizamos a la
capital del añorado y para siempre perdido Califato cordobés, a Córdoba la Sultana, como la llaman
por aquí.

Lo preparamos a primeros del mes de Enero y lo realizamos durante las solemnes celebraciones
cristianas de la Semana Santa, en los días por ellos denominados Jueves Santo, Viernes Santo,
Sábado Santo y Domingo de Resurrección.

Al principio nos parecía que faltaba mucho tiempo para partir, tal era nuestra emoción por
emprender tan hermoso viaje, pero como Alá es grande, mantiene nuestras mentes ocupadas en los
quehaceres diarios y cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos en las tan deseadas fechas, de
modo que el Jueves Santo partíamos a las ocho y veinte de la mañana rumbo a Córdoba.

El viaje lo realizamos muy tranquilamente, contemplando el paisaje, hablando, escuchando


música y parando una vez en Aguilar de la Frontera para tomar un café y donde Rosa compró una
cinta de casete y cogió unos folletos con motivos taurinos para su hermano, tras lo cual retomamos
el camino, ya sin paradas.

Para llegar al hostal en el que teníamos reservada la habitación no tuvimos ningún problema,
pues entre que estábamos en el camino adecuado y un par de preguntas, nos plantamos la mar de
bien en la misma puerta del hostal, llamado Larrea, aparcando el coche justo delantito mismo,
como suele ser mi costumbre, entrar, coger la llave de la habitación, dejar las cosas, distribuir el
equipaje y salir corriendo a tomar posesión de la ciudad plano en mano, claro está, con lo que
enfilamos nuestros pasos por la plaza del Corazón de María, en donde hay un convento trinitario y
cuya iglesia entramos a verla el día siguiente.

Tarjeta del hostal donde paramos

Seguimos por la calle de María Auxiliadora hasta que llegamos a la plaza de San Lorenzo, donde
está la iglesia del mismo nombre, de estilo gótico y la entrada una especie de soportal con cuatro
columnas que forman tres arcos en el frente y uno en cada lado, tras lo cual se haya la puerta ojival
de piedra. A cada lado un ventanuco.

Por dentro es pequeña, de tres cuerpos separados por columnas y al fondo el ábside con una
ventana en lo alto. La fachada principal tiene un rosetón muy floreado y dos ventanuquillos debajo
de él, además de otro más pequeño que a la derecha se ve, a modo de ventana. La torre es de tres
cuerpos, el primero de cuando hicieron la iglesia; el segundo y el tercero, que son donde están las
campanas, son posteriores y de estilo arquitectónico diferente.

Como estábamos en la Semana Santa y de esta iglesia parece ser que salían varias cofradías o
varios tronos, estos estaban armados allí dentro, por entre los cuales deambulaba la gente que los
contemplaba, molestando a los fieles que allí se encontraban orando, de modo que Rosa y yo
decidimos salir para no importunar a estos, ya podríamos volver en otro momento.

Delante del templo hay un jardincito con bancos para sentarse y una fuente.

Bueno, tras la visita continuamos nuestro deambular por calles blancas llenas de tiendas,
tabernas, estancos, casas particulares, entradas a garajes, bocacalles, etc. Pasamos por Santa María
de Gracia, plaza del Realejo, Realejo, plaza de San Andrés, con la iglesia del mismo nombre y en la
que también había gente en cantidad, bien orando bien contemplando imágenes y el altar mayor,
que creo recordar era de estilo barroco.

Seguimos nuestro camino por la calle de San Pablo, viendo a nuestra izquierda primero la
fachada de la casa de los Villalón, con un bonito balcón esquinero y con una columna en medio, y
después la iglesia de San Pablo. Continuamos por la calle de Alfonso XIII, pasando junto al Círculo
de la Amistad -el Casino-, de estilo sobrio, y meternos por la calle de Capuchinas, rodear la plaza de
San Miguel, con la iglesia de su mismo nombre y al salir por la calleja de Barqueros nos paramos a
tomarnos un medio o copa de fino en un barecito de los muchos que hay.

Rosa junto a la iglesia de San Lorenzo

Sí, ya sé, los musulmanes no tomamos alcohol, pero es público y notorio que mi mujer y yo no
somos muy dados a respetar ciertas restricciones de nuestra religión.

Por fin, llegamos a la plaza de Las Tendillas, que viene a ser como nuestra plaza de la
Constitución, y en la que hay una estatua ecuestre del Gran Capitán, haciéndome Rosa una foto allí.
Yo, en la plaza de las Tendillas junto al Gran Capitán

En esta plaza hay unos cuantos edificios elegantes que me imagino deben ser de finales del s. XIX
o principios de XX, mas alguno de la época franquista. Aquí hay muchas tiendas, cafeterías con
terraza, quioscos y nueve calles que de ella parten o a ella confluyen, de las cuales una se llama
Málaga y otra Jesús y María, que fue por donde bajamos hacia la Judería, pasando cabe el
Conservatorio de Música, siguiendo por las calles de Ángel Saavedra y de Belmonte hasta llegar a la
Judería.

Ya todo son casas blancas con las puertas entreabiertas, dejando ver o entrever los patios,
famosos en toda Europa: patios grandes y pequeños, con columnas y arcos o sin ellos, con bustos o
pedestales, fuentes o surtidores, con azulejos o sin ellos, enlosados o con partes de tierra
apelmazada, y como común denominador a todos ellos, las flores: flores en las paredes, sobre el
brocal del pozo, en el suelo, junto a la puerta, en los pretiles de las ventanas o colgando de un
cañizo junto a la enredadera o saliendo de entre ella, flores en el pelo de la niña bonita que juega
con su perrito a la luz del sol,… flores, flores, flores, rojas, blancas, rosas, violetas, celestes o añil
oliendo a primavera en la mañana cordobesa.

Algunos patios son majestuosos, con bustos de antiguos próceres o filósofos; escudos heráldicos
labrados en la piedra de la fachada de las casas; alguna columna partida en degradación, de
mármol, piedra o alabastro, sabe Alá de que villa romana procedente; alguna hornacina votiva con
María, Jesucristo o el arcángel San Rafael o puede que con los tres juntos, flanqueada, quizás, por
un par de farolillos; alguna risueña fuente amenizando con su murmullo la paz del lugar. Hermosa
cancela de hierro forjado y una puerta de madera separan este ámbito de la corriente humana que
deambula rápida por las callejas estrechas, no sabiendo donde pararse, para pararse en todas
partes y hacerse la foto, mientras que Rosa y yo, quietos, admirábamos un patio digamos que pobre
si lo comparamos con el anterior: aquí ni columnas, ni hornacinas votivas, ni fuentes, ni cancelas,
solo cuatro paredes con macetas, o sea, la antítesis de lo anterior.
Continuamos nuestro deambular sereno y llegamos a la calle Judería, junto a la torre de la
Mezquita, que estaba en obras de restauración y por tanto parcialmente cubierta con andamios y
una malla.
Entramos en una taberna-restaurante llamada El Churrasco, donde pedimos unas cervezas, una
tortilla con salsa picante y unos boquerones en vinagre, todo muy rico, tras lo cual seguimos
nuestro deambular junto a la Mezquita, pero en vista de la cantidad de gente que había decidimos
ir por otro…. ¡Vana ilusión!, había la misma cantidad de gente, de modo que nos dejamos ir y
perder durante un rato mediante el vagabundeo, parándonos aquí y allí, ora en una tienda de
recuerdo ora en un patio, hasta que fuimos a Guzmán, una taberna en la que había estado Rosa una
vez que vino con unas amigas -extraña costumbre la de estos cristianos dejando a la mujer vivir a
su antojo-, pero cuando llegamos estaba cerrada y hasta el sábado no abría, de modo que como ya
eran las dos y media buscamos un sitio donde comer, metiéndonos en un restaurante llamado
Mihura o algo por el estilo, pero se quisieron pasar de listos diciéndonos que de los menús que
había el carta no había tal y tal, o sea los más asequibles, y que solo había el caro. Hombre, si se
dijera que el restaurante estaba a tope y gente de pié esperando mesa, pues sería admisible esa
situación, pero no era el caso, sonándonos más bien a tomadura de pelo, de modo que Rosa
propuso que nos fuéramos y engañaran a otro incauto.

En este restaurante fue donde nos tomamos la tortilla con salsa picante.

Así lo hicimos, recalando en un sitio muy bonito llamado Federación de Peñas, con mesas en un
patio, rápidamente atendidos, buena comida, gente amable y mejor precio. Comimos gazpacho,
ensalada y cordero con patatas. Postre, pan y cerveza. Allí fotografié a Rosa.

Bueno, tras el yantar pusimos proa hacia el hostal dando un tranquilo paseo, relajado y
comtemplativo, por el mismo camino que vinimos, bajo un sol de justicia, hasta que llegamos,
subimos y nos tumbamos a dormir un rato, hasta las siete y media o así. Después de charlar un
poco y cortarme Rosa las uñas, preparamos los bocadillos que serían la cena de esa noche, hechos a
base de queso y fiambre, mas dos manzanas y unas latas de cerveza y una vez preparados los
metimos en la mochila que para el efecto llevábamos, junto con dos jerséis por si las moscas. A eso
de las diez nos fuimos de nuevo por el mismo camino a conocer algo de la Semana Santa cordobesa.
Primero hicimos un alto en una Sociedad de Plateros, que viene a ser como La Campana en
Málaga, una cadena de tabernas repartidas por la ciudad, habiendo otra llamada El 6. Aquí
tomamos dos medios, preguntamos por el vino y los cacharros con que lo sirven, yéndonos luego a
la plaza de Capuchinas, en donde hay un convento y cuya capilla estaba abierta al público,
realmente bonita, muy adornada y llena de flores blancas y de luz, la cual hacía resaltar el color
dorado del retablo; pasamos por el patio y nos fuimos a La casa del abuelo, una taberna muy
interesante adornada con fotos antiguas, toneles, cacharros de campo, etc. y donde nos tomamos
unas cañas y un plato de salmorejo.

Cuando salimos estaba pasando una procesión, de modo que nos esperamos un poco, entablando
Rosa conversación con un par de matrimonios, tras lo cual nos fuimos a la Judería, donde
deambulamos un rato y donde curiosamente había poca gente, de modo que aprovechamos un
banco en un lateral de la Mezquita, frente al Triunfo de San Rafael y la Puerta del Puente, y nos
pusimos a comernos los bocadillos junto con la cerveza y las manzanas, tras lo cual nos retiramos
alegremente a la habitación y a dormir satisfechos de la jornada.

Al día siguiente nos levantamos tarde, pues remoloneamos en la cama hablando, tras lo cual nos
duchamos, preparamos unos bocadillos para el almuerzo metiéndolos en la mochila y nos fuimos al
centro pero por un camino distinto al de ayer, pues bajamos la Avenida de Barcelona, nos metimos
por la Ronda de Andújar y volver sobre nuestros pasos y tirar por Alfonso XII, plaza del Vizconde
de Miranda, calle de San Pedro, donde vimos la iglesia del mismo nombre, seguimos por la calle de
Lineros, no, por ahí no, por la calle de Don Rodrigo, parando en un bar-restaurante muy peripuesto
pero muy lentos en el servir, donde nos tomamos una caña y un medio, tras lo cual, ahora sí,
tomamos por la calle de Lineros hasta la plaza del Potro, en la que hay una columna con un potro
en lo alto, en un lado el museo de Julio Romero de Torres -cerrado- y en el otro lado la famosa
Posada del Potro, que data de la época de Cervantes y que sale en algunas de sus novelas y teatros.

Bajamos luego por las calles de Lucano, y de Cruz Rastro hasta el paseo de Isasa, junto al río, el
Guadalquivir o río Grande, hasta llegar al puente romano, que creo que tiene dieciséis ojos y que se
construyó tras la victoria de César sobre Pompeyo. Aquí nos hicimos dos fotos: una yo a Rosa con la
Mezquita detrás y otra ella a mí con la Torre de la Calahorra detrás, la cual es una pequeña
fortaleza almenada y con foso que está a la entrada del puente y que lo defiende y que es donde está
ubicado el Museo de las Tres Culturas. No entramos a verlo, porque a mí las demagogias no me
llaman la atención, pero si le dimos un rodeo mirándola de arriba abajo y nos fuimos.

Continuamos nuestro paseo junto al río, viendo los restos de las ruinas de los molinos árabes, de
los cuales uno tiene una gran noria con sus canjilones, pero el edificio que la sostiene está en ruina
siendo una pena, pues arreglado y con la noria en movimiento quedaría muy bonito junto a los
árboles que allí se encuentran, siendo como es uno de los puntos más visto de esa parte de la
ciudad seguramente.

Luego subimos por Santa Teresa Jornet, una de cuyas aceras es la muralla del Alcázar de los
Reyes Cristianos, que está en restauración, y de ahí al parque que hay delante, llamado Campo
Santo de los Mártires, siendo allí donde bajo la sombra de los árboles nos sentamos a comer lo que
en el zurrón llevábamos, contemplando a la gente pasar, hablando o simplemente comiendo. Junto
a nosotros había un monumento a algo, no sé qué, y que era un pedestal con un par de manos
encima y una grabación ilegible en el frontal del pedestal y todo ello cubierto por una cupulilla.

Después de comer y reposar la comida durante un buen rato, nos fuimos a continuar nuestro
paseo por la ciudad, empezando por las calles de Manrique, Deanes, Luque, Blanco Belmonte y
Ángel Saavedra, meternos por Juan Valera y terminar en la Plaza de la Compañía, habiendo pasado
primero por delante de la iglesia de Santa Victoria, que al igual que la de los Jesuitas estaba
cerrada.

Continuamos por callejas estrechas, donde destacaban las fachadas cuajadas de flores, geranios
en su mayoría, pasamos por las calles del Reloj, Eulogio Ambrosio de Morales, Luján, Córdoba,
Tundidores, Rodríguez Marín y salimos a la plaza de la Corredera, una Plaza Mayor típica pero con
un aspecto lamentable, deprimente, sucio y todo lo que digas es poco, de modo que con las mismas
nos marchamos no sin antes observar una parte en donde destacaba un gran escudo heráldico
sobre una fachada, encima de una puerta y aunque no nos acercamos a verlo supusimos que la casa
debía ser algún organismo oficial.

De aquí nos fuimos a la calle de Claudio Marcelo, en donde se hallan las ruinas de un templo
romano y donde destacan seis ó siete columnas, cosa que a Rosa le gustó. Bien, continuamos por
las calles de Alfaros y Capitulares torciendo luego por la de Capuchinos, a la cual se accede por
unas escaleritas junto a una fuente, desembocando a la plaza del Cristo de los Faroles, donde Rosa
me fotografió, entre un gran gentío que esperaba la salida de un paso procesional.

Después seguimos nuestro recorrido por la plaza de Doblas y la calle de Cabrera, la cual
desemboca a una hermosa plaza llamada de Colón, un parque con varias puertas, muchos árboles,
palomas, niños, gente mayor y nosotros que, al cruzarla, salimos a la calle de Molinos Alta y desde
donde se ve la Torre de la Malmuerta, del s. XV, buen ejemplo de arquitectura militar de fines del
Medievo, con leyenda incluida, y como enfrente había un bar pues entramos a tomar un café, tras el
cual nos hicimos una foto con la torre de fondo y nos fuimos vía calle Mayor de Santa Marina hasta
la plaza del mismo nombre, donde está la iglesia gótica de su nombre; en mitad de la plaza se
encuentra el monumento a Manolete, empezando en ese momento a llover, refugiándonos en un
portal de la calle de Santa Isabel hasta que escampó.

Bajamos por la plaza de Don Gome, torcimos por la calle de Rojas y seguimos por la de Don
Gome, en donde se halla el palacio de Viana, con trece bellísimos patios y que no tuvimos la
oportunidad de ver. Bueno, otro día será.

En fin, continuamos por la plaza de Beatillas, de San Agustín, en donde vimos la iglesia de su
nombre y de la que no recuerdo su estilo arquitectónico, seguimos por la calle de Montero, plaza de
San Juan de Letrán, calle de Frailes y salimos a la plaza del Corazón de María, en donde entramos a
ver la iglesia que allí hay y que es del convento de las Trinitarias. Luego torcimos por la avenida de
Rabanales, donde paramos en un puesto callejero que sirven copitas y caracoles, tomándome yo un
medio y en el puesto de al lado donde ponían chocolate y churros compró Rosa un cartucho de
estos y seguimos paseando por junto al lienzo de muralla que en la Roda de Marrubial hay,
pasando a través de un portillo a un parque, paramos en un bar para cenar un flamenquín y un par
de tapas con cerveza y nos fuimos a dormir tan ricamente.

Durante ese día pudimos apreciar la arquitectura de la ciudad en su conjunto, observando que
apenas hay edificios altos, las casas muy blancas y la mayoría con patio, calles estrechas, muchas
plazuelas y muchas flores. La encontramos algo dejadilla, pero su misma belleza ayuda a anular
cualquier mala impresión, aunque hay que hacer notar que edificios importantes presentaban un
aspecto bastante cochambroso.
Responde al concepto de ciudad andaluza, pues el blancor de sus calles contrastando con el
verdor de las plantas gracias a la luminosidad del sol hacen de ella una perla con esmeraldas
abrazada por el Guadalquivir. Además, hay Triunfos de San Rafael por todas partes.

Al día siguiente, que estos cristianos llaman Santo, nos levantamos pronto, nos duchamos, nos
vestimos, nos desayunamos y nos fuimos al centro, pero en coche, el cual dejamos en un
aparcamiento, llamada Alcázar, que hay en la calle de Cacín, junto a la muralla, yéndonos derechos
al museo al museo Julio Romero de Torres, que como dijimos antes se halla en la popular plaza
del Potro, frente a la Posada del Potro, famosa por las razones antes mencionadas.

Bien; a este museo, que comparte edificio con el de Bellas Artes y al que no entramos, se accede
desde el aparcamiento en que dejamos el coche, a través de las calles de Amador de los Ríos,
Corregidor, Luis de la Cerda, Amparo y Lucano. Entramos y disfrutamos de cincuenta cuadros de
mujeres y solo de mujeres, resultando cierto que este hombre pintó a la mujer cordobesa,
pintándola, además, muy bien, caracterizándolas con muchísimo arte, tanto en los tipos populares
como en las alegorías, los sentimientos y las clases sociales.

Rosa junto a la Chiquita piconera

De entre todos los cuadros encontré algunos que me llamaron la atención más que otros, que me
gustaron más y de entre estos destacaré Cante Hondo, El Pecado, Poema de Córdoba y alguno más
que no recuerdo el nombre.

Independientemente de la pintura, estaba el marco espacial en la que esta está dispuesta, que es
la casa que donó la familia del artista al Ayuntamiento de Córdoba, la cual es un palacete elegante,
sobrio, en donde además de los cuadros hay dos bustos del pintor. Está bien iluminada y una voz se
escucha regularmente por el altavoz recordando que está prohibido hacer uso del flash. Le hice una
foto a Rosa junto al cuadro La Chiquita piconera, que le gustó mucho, siendo a la vez un
testimonio gráfico de nuestro paso por aquel bello sitio.

Bueno, una vez contemplados y admirados los cincuenta cuadros que componen esta singular
colección, encaminamos nuestros pasos a la Mezquita y realizar una visita contemplativa de este
excelente templo de los fieles creyentes, ahora en manos de estos cristianos, los cuales han
encastrado en su interior una catedral, un templo cristiano dentro de uno musulmán. Caso curioso
y no sé si único en todo el orbe, pero bueno, como a fin de cuentas Dios solo hay uno, el único, el
verdadero, el más grande, pues no empezaremos a crear polémica de tipo teológico por una mera
obra humana, microscópica mota de polvo en el infinito universo creado por Dios. Además,
tuvieron el buen gusto y el acierto de preservar este templo construido por los fieles creyentes a la
mayor gloria de Alá, bendito sea su santo nombre.

Una vez allí nos introducimos en el patio de los naranjos, sobre el cual se alza con su imponente
verticalidad la majestuosa torre, deteniéndome a hacerle una foto y conservarla entre los recuerdos
de esta ciudad. Tras la foto intentamos pasar al interior, pasando antes, claro está, por taquilla,
pero como la fila de gente para entrar no era larga, si no larguísima, decidimos dejarlo para la hora
de la comida, momento en el cual no habría tanta gente y dedicarnos mientras a callejear, de modo
que dicho y hecho, nos fuimos a la calle de Judíos, donde había una taberna llamada Guzmán y a la
cual se accede a través de una rampita.

Es un lugar que podríamos denominar típico, presentando elementos rústicos relacionados con el
vino fino, mesas y sillas de madera, motivos taurinos decorando las paredes blancas, algunos
faroles graciosos y una barra no muy grande y que fue donde nos pusimos a tomarnos unos medios
y unas tapas de boquerones y de almejas. El fino estaba bastante rico y como vendían para llevar
con garrafa incluida, pensó Rosa que podíamos llevarnos una de cuatro litros y repartírnoslos con
su hermano, como así hicimos.

Continuamos después con nuestro deambular callejeril, entrando en la sinagoga, que es


pequeñita y muy simple, donde estuvimos un rato observándola en su conjunto, así como algunas
citas de la Torá que hallábanse grabadas en yesería en algunas partes de la pared, continuando
después con nuestro paseo por las calles del barrio, tales como Cariuán, junto a la muralla y
deteniéndonos a mirar un estanque que a sus pies se halla y saludando al insigne prócer Averroes,
junto al que me fotografió Rosa, y llegando después a la puerta que aún se conserva en el lienzo de
la muralla.

Paramos en algún bar, más por comistrajear que por trasegar fino y comimos callos, calamares y
boquerones y así hasta que decidimos volver a la Mezquita, siendo las cuatro de la tarde y,
efectivamente, había muy poca gente en la cola, solo tres o cuatro personas, de modo que
compramos las entradas y nos sumergimos en ese maravilloso edificio con dos ojos, uno
musulmán, que es la Mezquita, y otro cristiano, la Catedral que en su interior hay.

Describir las sensaciones e impresiones que pueden llegar a despertarse durante un paseo por las
entrañas de la Historia y el Arte puede llegar a ser un importante reto para cualquiera que lo
intente y un imposible para mí, que soy un ignorante.

En momentos como en el que entramos -vacaciones de Semana Santa- lo primero es hacer


abstracción del Tiempo y del Espacio: del Tiempo porque estábamos paseando por un sitio con más
de mil años y del Espacio porque conviven dos espacios arquitectónicos e ideológicos. También del
Tiempo porque en muy poca porción de él teníamos que verlo y del Espacio porque nos veíamos
distraídos y limitados por la gente que nos rodeaba, gente que normalmente es incapaz de estar en
un sitio contemplándolo en silencio y respetando a los que queremos penetrarnos del lugar.

Necesitas abstracción para caminar por el Espacio saltando en el Tiempo, y abstracción para
eliminar a los agentes externos que distorsionan nuestra inmersión en el goce del disfrute de este
maravilloso edificio erigido a la mayor gloria de Alá y de Dios… y de los que lo mandaron construir
y ampliar.

No obstante tuvimos dos cosas claras al entrar: la sensación de frescor y que allí íbamos a estar
hasta que nos echaran.
Empezamos a pasear contemplando los altares que a nuestra izquierda se habían erigido en
honor de Santos y Vírgenes -¡estos cristianos!-, de mártires que murieron por su fe, de almas que
aspiran a gozar de la visión eterna de la Gloria Divina, triunfando de la Muerte y del Pecado,
mostrando al Mundo su Corazón puro, amplio y generoso. Donde está, Muerte, tu victoria parece
decirnos el Hijo del Hombre desde la diestra del Padre.

Uno, dos, diez,… bastantes altares, algunos medio iluminados, otros sumidos en las penumbras.

Vamos peinando el espacio volviendo sobre nuestros pasos una y otra vez, pero por líneas
distintas, paralelas entre sí, alejándonos del ámbito cristiano y emergiendo en el musulmán, por
entre columnas, unas blancas, otras verdosas; de tonos verdosos estas, rosadas aquellas y ocres
esotras, pasando por entre las de alabastro y deteniéndonos a palpar las veteadas, mientras
alzamos los ojos para ver si los arcos son simples o lobulados, si los capiteles sobre los que se
asientan estas son parecidos a los que se asientan aquellos o si los que se superponen tienen tanta
policromía como los que quedan cerca del fabuloso mirab, enclavado en la zona ampliada por
Alhakén II y que deslumbra por el resplandor de sus dorados, de sus matices cromáticos, la
armonía de las líneas, la disposición de los elementos, la primorosidad de la cúpula de la kibla, de
mosaico bizantino.

Rosa junto al Mirab

Deambulando, vemos lápidas grabadas, bajo los cuales reposan los restos de los ricoshombres,
militares, nobles y clérigos que creyeron alcanzar fama eterna, todo ello junto a elementos
arquitectónicos de origen romano o visigodo.

Nuevos altares vuelven a asomar tras los arcos camino de la Catedral, la cual vive y bulle entre el
mar de las columnas, mostrando su impresionante retablo, su muy labrado techo y paredes, sus
columnas separadas por arcos, …

Penetra la luz exterior a través de unas celosías, derramándose en el interior y perdiéndose en la


magnitud del templo y en su antigüedad, en el rápido movimiento de las columnas, pues aquí lo
realmente importante son ellas, ellas y los arcos, que a veces juegan a despistar al visitante que se
sumerge en el monumento en uso más antiguo del mundo occidental.
Allí se nos pasaron las horas, contemplativas y de asombro, de reconocimiento al Tiempo y al
Espacio, de alegría y cultura, tras lo cual no esperamos a que nos echaran y retornamos al mundo
exterior, emergiendo entre el tráfago de la calle y a la luz del sol.

Una de las cosas que llamó nuestra atención allí dentro y que se me olvidaba comentarte, es el
tesoro de la Catedral, el cual guarda en su interior piezas de incalculable valor artístico, entre las
que destacan la custodia de Enrique de Arfe, la cual mide más de dos metros y medio y pesa más de
doscientos quilos, todos de plata convertida en filigrana, pieza preciosa, auténtica obra de arte
llena de detalles y primorosamente acabada. Además de la custodia, tienen expuesto un genial
Cristo de marfil finamente tallado y realizado por Alonso Cano; realmente hermoso.

Bueno, una vez en la calle lo primero que hicimos fue retirar el coche del parquing y nos lo
llevamos a la plaza de las Tendillas, donde conseguimos aparcamiento a la primera, aparcándolo y
yéndonos a pasear por la zona comercial, pasando por la calle de Gondomar, donde Rosa me hizo
una foto con la torre de la iglesia de San Nicolás de la Villa detrás; continuamos por la avenida del
Gran Capitán, donde paramos en una cafetería a tomar un cafelito y llamar a la familia.

Yo, delante de la iglesia de San Nicolás de la Villa.

Continuamos por la Ronda de los Tejares, calle de Cruz Conde y nuevamente a la plaza de las
Tendillas, donde antes de coger el coche nos entretuvimos mirando un quiosco y acercarnos a ver si
estaba abierta la iglesia de los Jesuitas, sita en la cercana plaza de la Compañía, pero estaba
cerrada, de modo que decidimos dar por terminado nuestro paseo por la ciudad y pusimos proa
rumbo al hostal, despacio y reposadamente.

Una vez en el nos relajamos un poco, preparando después una suculenta cena a base de raviolis.
tortellinis, chorizo, salchichón, queso, pan, cerveza y manzanas. Las pastas las calentamos en un
cacharro que trajo Rosa en el camping gas, de modo que comimos caliente una suculenta comida.
Al acostarnos a Rosa le dio un tic en el ojo izquierdo, que se pasó rápido afortunadamente, de
modo que a dormir, que mañana nos vamos a Priego de Córdoba.
Escudo de Priego de Córdoba

Hola, ya es mañana, Domingo de Resurrección para estos cristianos. Nos levantamos temprano,
nos duchamos, desayunamos fuerte, nos vestimos, recogimos todo, pagamos y nos fuimos
tranquilamente por un camino lleno de curvas a Priego, a donde llegamos a la hora o así, justo
cuando pasaba la procesión del Cristo Resucitado.

Aparcamos donde pudimos y nos pusimos a pasear, contemplando el Ayuntamiento, la Fuente


del Rey, que es una sugerente y romántica fuente de ciento doce caños, con estatuas de Neptuno,
una especie de dragón y como sumidero una boca enorme perteneciente a una especie como de
monstruito.

Rosa junto a la Fuente del Rey

Junto a esta hay otra fuente, pero no recuerdo su nombre y en la cual hay una hornacina con una
imagen de la Virgen, copia de otra que robaron hace cosa de ocho años -¡estos cristianos! -. Esta
fuente es mas de tipo clásico, más austera. Después nos metimos en un bar, la Sociedad de
Cazadores, muy visitado por los del pueblo y allí comimos chivo, flamenquines, pescado en adobo y
unas cervezas.
Tras eso continuamos nuestro paseo, sorprendiéndonos a cada paso con cada casa, cada iglesia,
cada parque y cada calle.

Así, tenemos iglesias como la de la Asunción, con una bellísima capilla del Sagrario y en donde
nos dieron un clavel a cada uno; la de las Angustias y las Mercedes, la de San Francisco, la de San
Juan de Dios, la de la Aurora y la de San Pedro.

Además de las iglesias tenemos el castillo medieval, el hermosísimo barrio de la Villa,


deslumbrante por lo blanco, muy florido y sugerente. Claro ejemplo de la arquitectura e
idiosincrasia popular andaluza, de calles estrechas y muy limpias.

Yo, junto a la Fuente del Rey

También hay en el pueblo un coqueto parque, llamado de Colombia, con una pérgola metálica,
bajo la cual hállanse un conjunto escultórico formado por un muchacho y un águila, ambos de
bronce, tomados por los hombros y delante el extenso olivar.

Bueno, tras vueltas y revueltas, algún café y una visita al cementerio a visitar la tumba de mi
abuela Carmen, nos despedimos del pueblo y con un fuerte ¡volveremos! nos pusimos en camino a
Málaga, charlando tranquilamente y satisfechos de los días pasados en la serena capital del
añorado Califato, en sus tierras provinciales, con el cuerpo y el espíritu henchidos de gozo por la
experiencia vivida. Tras esto vendrán los días de trabajo, los de la monótona cotidianeidad que
serán felizmente rotos por los recuerdos felices de estos días.

Alá es grande y solo El dispone de nuestras almas.

A Él le debemos los buenos momentos que pasamos junto a los seres queridos y a El debemos
mostrar agradecimiento.

¡Solo Alá es Grande!

Así, amigo Abdul ibn Muntasir ibn Abdelaziz, termina la narración breve de nuestra estancia en la
capital siempre añorada y para siempre perdida del Califato Independiente, de Córdoba la Serena.
Que Alá te guarde.

Granada, a 24 de Abril de 1995


Rosa en el Parque de Colombia, junto a la pérgola metálica y el conjunto escultórico
del niño y el águila

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