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Estimar la población del 1500 y sus características tiene gran dificultad por la
falta de fuentes. Contamos con fuentes susceptibles de una elaboración estadística para
el análisis de la población, pero son insuficientes en número y calidad, esto se debe a
que el siglo XVI aunque tiene fuentes demográficas, forma parte del periodo
protoestadístico. Aparte de las fuentes cualitativas, dos son las que han merecido
atención de historiadores:
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Hay áreas densamente ocupadas en Europa, llegando incluso a los 40
habitantes por km2, como las cuencas de Paris y Londres y otras zonas muy
localizadas, como los Países Bajos, donde a finales del siglo XV Holanda tenía más de
60 habitantes por km2 y Flandes superaba los 70. Pero tampoco era la tónica general,
pues existían otras regiones donde la ocupación del espacio era todavía insuficiente.
En el siglo XVI se ocuparon o reocuparon algunos de dichos vacíos. En
algunos casos se trata de volver a dar vida a pueblos antes abandonados. En otros, son
fundaciones que siguen a los procesos de expansión de la superficie cultivada a los que
después nos referimos.
También, y sobre todo a finales de siglo, encontramos nuevos despoblados por
dos razones:
Nupcialidad
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de dos modelos de matrimonio, el del norte de Europa y Europa central, surgido en
Inglaterra y el tipo mediterráneo.
En las zonas en las que se daba el modelo mediterráneo se veían casos en los
que las edades eran ligeramente inferiores que en el resto de Europa, entre los 20 y 22
años, mientras que con el otro modelo de matrimonio la edad normal con la que se
contraía eran los 25 años, 26 en el caso de Inglaterra, en el que el control de la
población y su aplicación propiciaría más tarde la aparición más temprana de la
revolución industrial.
Natalidad
A principios del siglo nacían entre 35 y 45 niños por cada mil habitantes,
elevándose esta franja a entre 350 y 500 hijos al año por cada mil mujeres casadas entre
20 y 24 años a finales del siglo XVI, aunque estas cifras no son generales para todas las
regiones y podían variar enormemente de una región a otra.
Éstas serían sociedades en las que no había un control directo de la natalidad
por parte de los habitantes, ya que no existían métodos anticonceptivos de uso
generalizado, y los que había se restringían únicamente a la prostitución y a relaciones
no permitidas o irregulares.
Sin embargo se podía mantener un control indirecto de la natalidad con factores
culturales o biológicos como la abstinencia sexual en determinados periodos
estipulados por la iglesia, o el estrés provocado pos motivos de crisis (subalimentación,
enfermedades, etc.…), momentos en el que una boca más que alimentar podía suponer
la perdición de una familia entera.
Mortalidad
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sanitarios que impedían la entrada o salida de las ciudades, agravando enormemente la
situación.
Debemos entender por peste cualquier enfermedad de tipo infeccioso de alcance
masivo, aunque no sean las que clásicamente se han identificado con “la peste”
medieval, como por ejemplo el tifus. La peste era la mayor causa de defunciones de la
época, siendo prácticamente incurable y también la más temida, llegándose incluso a
temer el pronunciar su nombre. Este miedo hace que nos cueste conocer el número de
personas que podían llegarse a contagiar por la enfermedad, ya que solían producirse
huidas masivas desde los núcleos de población infectados.
Se pueden destacar momentos en el que las enfermedades fueron especialmente
dañinas: 1522, 1564, 1580, 1586 y 1599, llegándose a controlar a finales del siglo XVII,
dándose la última en Marsella en 1719. Las poblaciones sufrían un gran número de
defunciones, pero era en las pequeñas donde casi se llegaba a perder la totalidad la
población.
Habría que destacar también las muertes producidas por los conflictos bélicos o
las tropas. En los conflictos bélicos se podrían registrar grandes cifras de bajas, como en
el caso de la batalla de Lepanto en la que perecieron 170.000 de los participantes; sin
embargo los ejércitos o las tropas en si podían causar daño incluso sin la guerra, ya que
sus campamentos solían ser lugares en los que surgían graves enfermedades, siendo un
peligroso foco infeccioso si se encontraba cerca de la ciudad.
Movimientos migratorios
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LOS RECURSOS ECONÓMICOS
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que empieza a cultivarse en Europa con más éxito es el maíz, que se expande desde la
Península Ibérica a toda Europa.
Dentro de la diversidad de situaciones que se pueden documentar respecto a la
propiedad de la tierra y regímenes de tenencia, hay algunos elementos que son bastante
comunes. El primero es la importancia de la propiedad de la Iglesia, la cual, junto
con las posesiones de las órdenes militares era la mayor propietaria de tierras. La Iglesia
poseía en Florencia entre el 25 y el 35% de la tierra; en Suecia en 1500 la Iglesia era
propietaria de la quinta parte de las tierras y las rentas de los monasterios ingleses
doblaban las de la Corona. La evolución de las propiedades de la Iglesia dependió de las
zonas. En los países católicos se produjo un incremento, mientras que en los países que
adoptaron una posición protestante fueron expropiados los bienes de la Iglesia.
Otro grupo que poseía grandes propiedades de tierras fue la nobleza. Comarcas
enteras podían formar un señorío, que no significaba que el señor tuviera la plena
propiedad sobre todas las tierras, ya que en ocasiones debía respetar derechos de
propiedad anteriores a la constitución del señorío. En el este de Europa aumentó la
extensión de las tierras gestionadas directamente por el señor a costa de las de los
pequeños propietarios, en unas tierras explotadas en buena medida aprovechando las
corveas (trabajo forzoso). En Europa occidental en los señoríos se distribuía la tierra
entre las tenencias campesinas y la reserva señorial solía tener una importancia
decreciente.
Las manufacturas
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XV. Más tarde se desarrollaría el galeón, el cual era todo un avance en maniobrabilidad,
capacidad de carga y potencia de fuego. Son las naves que aseguraron a los europeos la
hegemonía en los mares del mundo.
Los mercados
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- Europa Occidental disponía tan sólo de la plata americana y de la extraída en las
minas centroeuropeas para ofrecer a otros mercados, por ejemplo al Báltico, de donde
llegaban durante el siglo XVI brea, hierro, madera, lino, trigo y arenques. A cambio, la
Europa Occidental le ofrecía vino, sal, algunas manufacturas y mucha plata.
- Eran muchos los productos que Europa demandaba de Extremo Oriente, pero
sólo la plata de Europa Occidental era lo que interesaba a Extremo Oriente.
Durante el siglo XVI se produjo un aumento considerable de los precios, esto
preocupó mucho a sus contemporáneos, hasta el punto de que la Escuela de Salamanca
formuló una teoría cuantitativa de la moneda: la moneda era una mercancía más y la
escasez o abundancia de la misma definía su valor relativo respecto a las otras
mercancías. Por eso debido al creciente aporte de tesoros americanos la abundancia de
moneda hacía que ésta valiese menos.
El auge del comercio y las finanzas provocó la necesidad de mover con más
agilidad el dinero y al menor coste posible, por lo que se utilizaron diversas fórmulas,
como el contrato de comandita y la letra de cambio. También se perfeccionaron los
sistemas contables, con el libro mayor, el diario, la contabilidad por partida doble y la
utilización de nuevos sistemas de contabilidad (cambio de numeración romana por
árabe).
En estos momentos la usura era una actividad castigada por la Iglesia Católica,
por lo que los usureros estaban prohibidos y se les identificaba con la minoría judaica y
sus descendientes. La creciente circulación del dinero necesitaba de especialistas, entre
los que se encuentran los cambistas y los banqueros, que cambiaban moneda, giraban
cantidades entre distintos centros financieros, recibían dinero en depósito y que podían
quebrar.
Existían varios tipos de establecimientos financieros, alcanzando cierta
importancia algunos bancos municipales, que eran cajas de depósito volcadas en la
atención de las necesidades financieras del municipio donde estaban ubicadas.
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La nobleza
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En los países germánicos y eslavos estaba vigente el sistema de reparto de los bienes
entre los hijos varones por igual.
La base de la riqueza nobiliaria era la propiedad privilegiada de la tierra por
medio del régimen señorial. En sus señoríos, el noble no era únicamente propietario.
Desde el punto de vista económico y como consecuencia de la crisis de los últimos
siglos medievales, los señores solían ceder la explotación de la mayor parte de sus
tierras a los campesinos, sea a cambio de rentas fijas, sea a cambio de una parte de la
cosecha, quedaba una reserva señorial que solía explotarse por medio de mano de obra
campesina, muchas veces forzada.
Los señores disponían de muchos medios de coerción económica sobre los
campesinos, tenían monopolios de medios técnicos como molinos y herrerías, cobraban
impuestos sobre vías de comunicación, gozaban de derechos preferentes de venta de su
propia producción en mejores condiciones y tiempo que los campesinos, disfrutaban de
derechos exclusivos de caza y de pesca, cobraban derechos sobre las ventas o
transmisiones hereditarias de las propiedades de aquellos, en suma disfrutaban de una
situación privilegiada que les permitía vivir del trabajo de sus súbditos y al mismo
tiempo dictar las normas que regulaban este trabajo.
Un gran señor debía mantener un elevado número de criados y llevar una vida
suntuosa, sin reparar en gastos; a esto se llamaba ser liberal. Debía dotar
económicamente a las hijas y desarrollar una política matrimonial adecuada, buscando
nueras bien dotadas pasa sus hijos, en realidad un señorío funcionaba gracias al
arrendamiento de derechos asegurado por comerciantes o campesinos ricos.
A fines del siglo XVI muchas casas nobiliarias tenían serios problemas
económicos y se hallaban endeudadas. Aquí intervenía nuevamente la condición
privilegiada de la nobleza y su dependencia del poder real, uno de los privilegios de los
nobles consistía en que no podían ser encarcelados por deudas. Los monarcas concedían
todo tipo de ventajas económicas para que los aristócratas no se vieran obligados a
pagar a sus acreedores. La ruina de muchas familias se veía compensada por el ascenso
de otras.
La iglesia
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Las mismas desigualdades se daban entre el clero catedralicio y el parroquial.
Una parte importante de estas rentas se dedicaba al socorro de los sectores más pobres
de la sociedad y a mantener un complejo sistema de instituciones asistenciales que
cumplirían durante siglos una inapreciable labor.
Sea cual fuere el nivel económico que cada individuo tuviese, el estamento
eclesiástico constituía algo muy apetecible para una parte importante de la sociedad, y
no demasiado difícil de alcanzar, ya que permanecía abierto a todos los medios sociales.
El número de clérigos aumentó de forma espectacular convirtiéndose en motivo de
preocupación y de denuncia para las autoridades, en vista de los inconvenientes que
acarreaba: merma en las actividades productivas, aumento del celibato, falsas
vocaciones…
Los motivos que inducían a ingresar en el estado eclesiástico eran el fervor
religioso, pero también otras razones menos espirituales: a los segundones de las
familias nobles, privados por los mayorazgos de una buena parte de la herencia
familiar, la Iglesia les ofrecía una salida honorable, a las mujeres solteras o viudas, el
claustro les proporcionaba el único lugar digno al que podían aspirar; y para otros
constituía el único medio de asegurarse el sustento.
Este respaldo social y económico que la Iglesia ofrecía favoreció muchas veces
el bajo nivel moral y espiritual de los eclesiásticos y con frecuencia una relajación en
sus costumbres. Las fronteras entre el mundo laico y el eclesiástico eran enormemente
difusas y, en la práctica, nada impedía al clero llevar una vida “asegurada”.
Los obispos y arzobispos eran elegidos por el uso del llamado patronato regio,
personalmente por el monarca de turno. El estilo de vida de estos altos dignatarios era
plenamente aristocrático. En el extremo opuesto se encontraban los curas párrocos y los
capellanes que conformaban el bajo clero en el que apreciamos tres rasgos comunes:
extracción social humilde, ingresos modestos y baja cota de instrucción, que favorecía
comportamientos poco ejemplares.
La vida en el claustro experimentó un crecimiento durante la primera mitad del
siglo XVII. Muchas órdenes percibieron un vigor renovado gracias al movimiento
reformador de los llamados descalzos. Pero la orden más numerosa y popular siguió
siendo la de los franciscanos. Quienes más crecieron fueron los jesuitas, avalados por el
apoyo de las clases media y alta. Su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos, su
actividad en la enseñanza, su excelente reputación en el púlpito y su escaso rigorismo en
el confesionario fueron algunas de las claves de su éxito.
Las rivalidades entre las diferentes órdenes eran repetidas y constantes,
llegándose a veces a suscitar tales escándalos que forzaban la intervención del monarca
o del papa. Como en el resto del cuerpo social, se extendieron entre las comunidades
religiosas las exigencias de limpieza de sangre y de oficios en la selección de sus
miembros. A partir de 1640, el descenso en el proceso fundacional es patente, ante todo
porque la prolongada crisis económica que vivía Castilla ponía de relieve las
dificultades de mantener con limosnas, dádivas y ofrendas tantos conventos, cuando ya
el campesinado entregaba una parte muy importante del producto de su trabajo al clero
secular en forma de diezmo.
Los niveles más agudos de miseria material solían darse con mayor frecuencia
en los conventos femeninos, a las monjas, retiradas en clausura, les resultaba más difícil
adquirir una base económica sólida, lo que explicaría también su inferioridad numérica
frente a los religiosos. De ahí que se exigiera a las aspirantes una dote para entrar en
los conventos, aunque fuese más reducida que la del casamiento. Esto facilitaba el que
las familias que no disponían de capital suficiente para casar a todas las hijas, enviasen a
una o varias de ellas a profesar en un monasterio.
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Los conventos femeninos cumplían funciones variadas: centros de vida
religiosa, obligado destino para muchas mujeres que no habían podido contraer
matrimonio, refugio de viudas y ancianas, internado para niñas y doncellas, y retiro
temporal para alguna dama que se hospedaba en ellos, rodeada de sus objetos
personales, amigas y sirvientes. Los grandes conventos destinados a acoger a las hijas
de la más alta nobleza fueron exponentes de un estilo de vida relajada y mundana. No
era raro que los locutorios fueran frecuentados por visitantes de ambos sexos, que se
organizasen tertulias, reuniones y representaciones teatrales o que en ellos fueran
acogidos los llamados devotos o galanes de monjas, encarnación del ideal del amor
cortés vivido por un caballero y una religiosa.
Todas estas costumbres trataron de frenarse desde el Concilio de Trento,
partiendo de las concepciones más rigurosas de la vida monástica. La mayoría de los
esfuerzos se concentraron en reforzar la clausura. El comportamiento de aquellos
hombres y mujeres pertenecientes al clero fue, en términos generales, equiparable al del
resto de la sociedad de su época.
Los ataques contra los eclesiásticos fueron corrientes en la literatura de la época,
pero las bases sobre las cuales descansaban los cimientos de la Iglesia eran mucho más
sólidas que toda la tradición anticlerical junta; eran demasiados los intereses creados y
los pactos sellados en torno a aquel “tinglado”; por ello, el poder social de la Iglesia era
tan inmenso.
La población urbana
En las ciudades encontramos tres grandes grupos sociales. Existía una minoría
de burgueses, una mayoría de artesanos y también un amplio número de criados y de
trabajadores no cualificados, por no hablar de los sectores marginados.
Dentro de la minoría de burgueses encontramos a las familias que gobernaban
las ciudades, también se suele asimilar a la burguesía del antiguo régimen con los
comerciantes, pero también eran importantes por su proyección social y cultural, los
graduados universitarios que vivían del ejercicio de su profesión: medicina y leyes. Los
comerciantes se enorgullecían de su experiencia práctica. Los financieros eran grandes
comerciantes al por mayor, que entre otros muchos productos valiosos, negociaban con
dinero por medio de la especulación y el giro de las letras de cambio. Por lo general los
grandes financieros del siglo XVI eran comerciantes banqueros.
Los Médicis dejaron de ser una entidad significativa desde el punto de vista de
la actividad económica en 1492 dos años antes de perder el poder político. Entre las
múltiples actividades de los Médicis y también de los Fugger se había encontrado la
industria, en primer lugar la industria textil. Pero la burguesía del siglo XVI era
básicamente comercial o incluso financiera y sus inversiones industriales eran
limitadas.
La mayor parte de la producción industrial estaba en manos de artesanos
especializados, los gremios o corporaciones de artesanos recibían distintos nombres.
Los gremios reglamentaban la formación profesional, por medio del sistema de
aprendizaje y organizaban las condiciones de trabajo, fabricación y venta de los
productos. En las ciudades medias, donde el número de artesanos era más reducido, las
distintas especialidades se encontraban reunidas en cofradías de diversos oficios.
A partir del siglo XV, el acceso a la condición de maestro agremiado se
realizaba a través de un examen de maestría, había discriminaciones de distinto tipo que
restringían el ingreso en los gremios. En general, no se admitía a los hijos ilegítimos.
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Había discriminaciones de índole religiosa o étnica. Los artesanos participaban en los
gobiernos municipales por detrás de ciudadanos y comerciantes.
La evolución no era siempre lineal. Los gremios habían ganado posiciones en
los gobiernos municipales en muchas ciudades alemanas durante los siglos XIV y XV,
pero, en cambio, durante el XVI se produjo una disminución del papel de los artesanos
y una aristocratización de los consejos. Los artesanos, e incluso los comerciantes,
fueron marginados de los consejos de muchas ciudades italianas, que constituyeron un
gobierno estrecho en vez del gobierno largo o ancho, anterior.
Muchos jóvenes mancebos, oficiales o jornaleros de los gremios, nunca
conseguían aprobar el examen de maestría y quedaban siempre en una condición
intermedia. Son especialmente conocidas las organizaciones semiclandestinas de
oficiales.
Los miembros de los gremios eran trabajadores especializados, pero en las
ciudades existía una amplia masa de trabajadores no cualificados que trabajaban
normalmente por un sueldo diario en trabajos eventuales, se les denominaba, un poco
despectivamente, como ganapanes u otros similares, como peones, e incluso bergante y
estaban menos considerados que los mancebos agremiados.
Los campesinos
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articulaba la sociedad campesina. Finalmente entre el 60 y el 70% de los campesinos
eran pequeños propietarios o arrendatarios que dependían del señor o no tenían
suficientes tierras. Se veían obligados a trabajar tierras vecinas para sobrevivir y
cualquier dificultad, tal como una hambruna, una peste o una mala cosecha podían
dejarles en la calle (como comenzó a ocurrir con la crisis de finales del XVI), también
eran factores decisivos, la perdida del cabeza de familia (motor de la economía).
Este último párrafo nos deja lugar para hablar de otro grupo: todas aquellas
familias que, por los motivos que antes citamos, se quedaban sin su medio de
subsistencia, pasaban a engrosar las filas del más del 10% de la población que era
pobre. A partir de la segunda mitad del siglo, esta situación comenzó a empeorar ya que
los precios aumentaron de manera exponencial, pese a las protestas del pueblo que
reclamaba no por su bajo salario, sino por lo alto de los precios.
Viudas, enfermos y ancianos estaban casi inevitablemente reducidos a la
pobreza. El cristianismo, a partir del primer tercio del XVI y haciéndose valer de la
premisa de que la limosna era algo positivo (según las enseñanzas de Cristo y teniendo
en cuenta que había ordenes que incluso se definían como mendicantes) comenzó a
crear instituciones religiosas que atendían a los más necesitados.
Paralelamente a la caridad tradicional ofrecida por la iglesia se creó en los
Países Bajos un nuevo tipo de organización para este grupo, basado en un ordenamiento
de los pobres de manera que se les pudiera asociar de manera inexorable a un trabajo.
Este sistema se extendió rápidamente por España Italia y Francia, donde se crearon
oficinas para pobres, albergues etc. En Inglaterra las parroquias fueron obligadas a
encargarse del sustento de sus pobres, estando al margen de la ley y considerados
vagabundos todos aquellos que no estuvieran adscritos a ninguna parroquia, Leyes de
pobres. La mayoría de estos vagabundos eran pobladores rurales que carecían de las
estructuras caritativas de la ciudad.
Lo que debe quedar claro es, que en la Edad Moderna, el trabajo era algo que
debía realizarse independientemente de la voluntariedad, así que el parado debía
trabajar de cualquier modo y el que no pudiera debía estar controlado por las
instituciones (por ejemplo Las Casas de Misericordia españolas) ya que los
vagabundos libres y no controlados podían provocar graves percances, entregándose
por ejemplo al bandidaje o al delito, siendo éstos muy difíciles de detener por las
estructuras estatales. La legislación que se les aplicaba a estos individuos al margen, era
dura, normalmente recurría al castigo físico o incluso a la obligación de ser remero
(según las condiciones de la flota). También se castigaba a las personas que daban
cobijo o integraban a los delincuentes.
Diferente es el bandolerismo, que implica en si mismo cierta voluntad de
realizar ese acto violento. Normalmente y sobre todo en el Mediterráneo se llevaba a
cabo para guerras entre familias, incluidas las de la nobleza. Esto se puede intuir ya que
sin la ayuda de las familias privilegiadas y con la dura legislación existente los
bandidos no hubieran sobrevivido. Por tanto se actuó poco contra ellos ya que esto
hubiese significado luchar contra los propios intereses de la nobleza, algo totalmente
contraproducente en la época. Ciertos historiadores (como Fernand Braudel) ven en el
bandolerismo una forma latente de alzamiento campesino.
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Las revueltas populares
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