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Formación social mexicana

Jesús Paulino Morales Pérez

Charros, indias, tequila y arte indígena… La imagen de mexicano a nivel nacional e


internacional.

El nacionalismo ya formaba parte del enorme bagaje cultural que el México


revolucionario heredaba del conflictivo siglo XIX; aun así, un fuerte impulso
introspectivo, con aires renovadores, permeó tanto al periodo de la Revolución
armada como a los años que la siguieron, al grado de que dicho impulso pudo
bautizarse con el nombre de "nacionalismo revolucionario". Ya para los años
cincuenta el discurso emanado de este nacionalismo se encontraba gastado, era
poco convincente y, más aún, se había convertido en lugar común de una élite
en el poder que para entonces poco se identificaba con los planteamientos
revolucionarios (Pérez Montfort, 1999).

Los treinta años que comprendieron el tránsito del movimiento revolucionario de la


segunda década del siglo XX hasta los inicios de los años cincuenta fueron testigos de
un paulatino proceso de despolitización del discurso y los contenidos programáticos en
la refuncionalización del estado mexicano. Aunque fueron años particularmente ricos
en discusiones de índole nacionalista. una corriente ideológica unificadora y
homogeneizadora tendió a replantear la diversidad de la sociedad mexicana, sus usos
y costumbres, su historia e identidad.

Para mediados del siglo XX, la manipulación, la demagogia y la consolidación


de los estereotipos nacionales, habían minado la base popular de esa
introspección, convirtiéndola en un discurso político hueco y con fuertes visos de
agotamiento. La dimensión filosófica, histórica y antropológica de esa
'mexicanidad', en cambio, siguió preocupando a una facción importante de la
intelectualidad mexicana hasta bien entrados los años setenta, y podríamos
afirmar que sigue preocupando sobre todo a algunos académicos y a uno que
otro político (Blanco, 1950).

En este ensayo se revisarán las distintas estrategias utilizadas para la construcción de


la imagen e identidad de toda la población mexicana, la idealización de lo que era “lo
verdaderamente mexicano”. Esta construcción cultural se realizó a todos los sectores
de la población como: estudiantes, campesinos, obreros, etc. Y se realizo por todos los
medios posibles, como: campañas políticas, medios de comunicación y arte, por lo que
se revisara de forma general y breve estos aspectos. Un aspecto sobresaliente a
destacar en esta construcción del nacionalismo es la importancia del llamado “cine de
oro mexicano”, por lo que también se hará un análisis a una película elaborada en
aquella época.

La creación del nacionalismo y la búsqueda de “el pueblo mexicano”

El país se transformó radicalmente en esos treinta años, es posible observar que el


discurso nacionalista en la política, económica, cultura y en los espacios populares.
Como justificación de proyectos y posiciones políticas o culturales el nacionalismo
permitió tal cantidad de matices que en no pocas ocasiones sirvió para intereses
contrarios, e incluso dio pie a confrontaciones. Ligado a sus propósitos políticos o
culturales, el discurso nacionalista por lo general tuvo como eje central lo que la
mayoría se refería como "pueblo mexicano".

La inmensa carga popular que trajo consigo el movimiento revolucionario


replanteó el papel que "el pueblo" desempeñaría en los proyectos de nación,
surgidos durante la contienda de 1910-1920 y en los años subsiguientes. El
discurso político identificó al "pueblo" como el protagonista esencial de la
Revolución, y destinatario de los principales beneficios de dicho movimiento. En
claro contraste con lo que durante el porfiriato se pretendió fuera "el pueblo"
(Sierra, 1977).

El "pueblo" se concibió como el territorio de "los humildes", de "los pobres", de las


mayorías, mucho más ligadas éstas a los espacios rurales que a los urbanos. Definir
con cierta exactitud aquel sustantivo: "pueblo", planteaba un problema bastante severo.
Lo mismo sucedía con el adjetivo: "mexicano". Al hablar del "pueblo mexicano" el
llamado "nacionalismo revolucionario", empujaba hacia una nueva identificación de lo
propio, se buscaba ser único a comparación de lo extranjero. Teniendo en cuenta todos
estos factores es evidente que la institucionalización representaba una labor titánica.
“Constituido por prácticas sociales contradictorias tanto al interior de los grupos
humanos como en su correlación con otros grupos sociales. Es decir, la identidad no es
una esencia sino un proceso relacional..." (Portal Airosa, 1989).

Estos nacionalismos que caracterizaron esta primera relación entre élites y sectores
populares. Una descripción bastante concisa de estos nacionalismos la da Henríquez
Ureña.

"Existe hoy el deseo de preferir los materiales nativos y los temas nacionales en
las artes y en las ciencias..." , y ponía varios ejemplos: "...el dibujo mexicano que
desde las altas creaciones del genio indígena en su civilización antigua ha
seguido viviendo hasta nuestros días a través de las preciosas artes del
pueblo..." quedó representado en los murales de Diego Rivera y compañía; "...
los cantos populares [que] todo el mundo canta, así como se deleita con la
alfarería y los tejidos populares... "fueron utilizados por Manuel M. Ponce y
Carlos Chávez Ramírez ("...compositor joven que ha sabido plantear el problema
de la música mexicana desde su base..."); y los dramas sintéticos con asunto
rural de Eduardo Villaseñor y de Rafael Saavedra, quienes habían"...realizado la
innovación de escribir para indios y hacerlos actores...", pretendían revivir las
tradiciones literarias de aquel "pueblo mexicano" "...realizado la innovación de
escribir para indios y hacerlos actores...", pretendían revivir las tradiciones
literarias de aquel "pueblo mexicano” (1925).

Básicamente el arte creado por estas élites educadas en los centros de estudios
superiores era orgullosamente “representantes” de la cultura indígena mexicana, y
afirmaba su condición "nacionalista". Esto implicaba un reconocimiento de los aportes
reales de dicho "pueblo mexicano" en materia cultural, y por lo tanto también sentaba
las bases para realizar un intento de repensar la historia y la cultura nacional. “Sin
embargo, Este reconocimiento quedaba ligado de manera prácticamente implícita a los
proyectos de unificación y justificación del grupo en el poder, cuyo fin radicaba en los
afanes modernizadores e industrializadores del país. El reconocimiento de lo popular
traía consigo la necesidad de identificar claramente al pueblo, que serviría de
legitimación discursiva en los programas de gobierno” (Colina, 1995).

La intención de estos nacionalismos era interpretarlos, rehacerlos, inventarlos con


fines más ligados a los intereses políticos, en un segundo plano estaba el
conocimiento, el arte o la reflexión. “La consolidación del Estado como prioridad política
provoca el enfrentamiento entre las concepciones de una cultura humanística y una
cultura política, no obstante que ambas persiguen la misma meta: crear una Cultura
Nacional y promover el desarrollo del país, como se aprecia en la revaloración del
pasado y en la recuperación de los usos y costumbres populares, dirigido todo a
fortalecer la tradición y a mejorar la producción de bienes..." (Pérez Montfort, 1994).
A pesar que los nacionalismos guiados por la política chocaban en los intereses de los
nacionalismos guiados por la creación de una identidad nacional, al final perseguían un
mismo fin, la “unidad nacional” y el desarrollo del país. Al final la producción cultural
promovida por el gobierno servía por un lado para la generación de una unidad
nacional basada en un discurso nacionalista y, por el otro, que le proporcionaba bienes
que permitieran un desarrollo capaz de explotar las variedades culturales populares del
país.

La creación del “mexicano”

El resultado de la creación de todas estas enseñanzas nacionalistas fue un impulso


excesivo a estereotipos nacionales como el charro y la india con el fin de reducir la
dimensión de esa multiplicidad folclórica que resaltaba al momento de enunciar
cualquier asunto relacionado con ese indefinible "pueblo mexicano".

A pesar del variadísimo mosaico que presentaban las manifestaciones culturales


regionales tanto indígenas como mestizas, la tendencia de las políticas oficiales
así como de las corrientes artísticas más relevantes consistía en la aplicación de
estos estereotipos, como reconocimiento que desde el centro político, cultural y
económico se hacía de las diversas regiones del país. La asociación entre
México y los charros, entre México y sus chinas poblanas, y entre México y su
'jarabe tapatío' y, peor aún, entre México y "sus inditos" terminó triunfando a la
larga, y convirtió estas representaciones en elementos muy arraigados en el
discurso nacionalista (…)

Un factor que también contribuyó enormemente a la creación de esos


estereotipos nacionales fue el vertiginoso crecimiento de los medios de
comunicación masiva. El auge del teatro de revista en los años diez y veinte,
seguido por el despegue de la radio y la industria cinematográfica mexicanas en
los treinta y cuarenta. En estos medios, los intereses comerciales y de
justificación política estuvieron muy por encima de los culturales. Referirse al
gusto y al sentir del "pueblo mexicano" fue un lugar común, cuyo afán se
acercaba más a un pretexto para incrementar poderes económicos que a una
preocupación por la 'cultura nacional'. La invención de lo "típico mexicano" o de
todo aquello que interesaba a "la gran familia mexicana" entraba en una de sus
etapas más intensas (Pérez Montfort, 1994).

Durante los años veinte se convocaron a las diversas regiones para presentarse con
sus atuendos locales en la capital -los jarochos, los huastecos, los yucatecos, los de
tierra caliente, los norteños, etc.— con el fin de comprender y promover la variedad de
lo "típico mexicano". Pero esa multiplicidad fue, hasta cierto punto, negada por el afán
de simplificar y teatralizar esas dimensiones simbólicas de la mexicanidad' (Sánchez
Lira, 1956). Todos estos estereotipos que se vendían a nivel internacional y en los
medios de comunicación se iban acercando a los espacios populares urbanos. El
charro, la india y el jarabe tapatío se convirtieron cuadro clásico de lo "típicamente
mexicano" en las celebraciones oficiales, sobre todo en las llamadas "campañas
nacionalistas" que tuvieron su apogeo entre 1931 y 1933.

México dejaba de ser una posible nación con todas sus complicaciones para
convertirse en cuadro un folclórico simplificado, capaz de satisfacer los afanes
comerciales del naciente turismo tanto intelectual como el común y corriente. Para
muchos autores extranjeros, la “mexicanidad” resultaba un asunto de tan difícil
interpretación, que sólo lograban manifestar su admiración o incomprensión. Por lo
tanto, también contribuyeron a la creación de una representación simplificada o
estereotípica del mexicano.
El cine de oro

La última pieza del rompecabezas que impulsaría el implantar estas imágenes del
“mexicano” fue el cine. En una época donde, debido tanto al auge e impulso del
nacionalismo dentro del país así como el contexto histórico de aquel tiempo a nivel
internacional. Entre 1936 y 1956 la industria cinematográfica en México alcanzó uno de
sus mejores momentos, considerado como la Época de Oro del cine mexicano.

A principios de la década de los treinta la presencia del cineasta soviético Sergei


Eisenstein en México impulsó un profundo interés por los asuntos “mexicanos”,
promovido por figuras como Diego Rivera, Adolfo Best Maugard, Roberto Montenegro y
Gabriel Fernández Ledesma el cual marcó un hito en la cinematografía mexicana.

Las imágenes de Eisenstein eran muy cuidadas, y sobre todo, traslucían el


punto de vista de un creador sensible, capaz de darles una fuerza dramática,
que no tardarían en aparecer en el cine mexicano, pero que tampoco estaban
exentas de la versión estereotípica del mexicano. Sus magueyes, sus 'inditos',
sus charros, sus tehuanas, etcétera, todos eran temas que formarían parte del
imaginario nacional. Su mirada de extranjero daba a sus imágenes indígenas
algunas características muy particulares, las cuales los cineastas nacionales no
tardarían en reinterpretar para ahondar en la construcción de las versiones de
indios mucho más estereotípicas. son notables las apelaciones a los valores
estereotípicos, tales como la manera de hablar, de vestir, las actitudes humildes,
la sumisión, etcétera (Pérez Montfort, 1999).
Los tres García

La película que es escogí para analizar fue la de “Los tres García” (1946). Escrita,
producida y dirigida por Ismael Rodríguez Ruelas (siendo el guion coescrito por otras
personas como: Rogelio A. González, Pedro de Urdimalas, Jesús Camacho, Ismael
Rodríguez, etc.). Ismael Rodríguez Ruelas fue un cineasta que se caracterizaba por
contar historias románticas típicas, siempre teniendo en cuenta la herencia del
“mexicano”. Debuto con la película: ¡Que lindo es Michoacán! (1942) y se consagro
como un gran cineasta de la época de Oro en 1947 con la película: Nosotros los pobres
(1947). En cuanto a los tres García, es una película que nos cuenta la historia de la
familia García, en específico de la abuela “Doña Luisa García viuda de García”, los
primos “Luís Antonio García”, “José Luís García”, “Luís Manuel García” y su rivalidad
con los López, suscitándose una trama romántica en segundo plano.

La película transcurre en San Luis de la Paz, presentan a Doña Luisa como una mujer
mayor, sabia y amorosa, aunque violenta y autoritaria. Es la mandamás de la casa, la
que violenta y trae en friega a los empleados de la casa. Luego introducen a José como
un típico ranchero, con la vestimenta típica, es alguien muy pobre, pero muy orgulloso.
Incluso llegando a rechazar la ayuda que le ofrece su abuela (Doña Luisa). En sus
propias palabras “no por orgullo sino por su dignidad de hombre”. Después presentan a
Manuel como un poeta con mucho dinero, vestido de traje, bien hablado, pero como un
mentiroso y un embustero. Por último, presentan a Antonio (Interpretado por Pedro
Infante). Como un mujeriego, un borracho y un peleonero… La película lo trata como
todo un macho, un alfa, un ejemplo a seguir.

Tan solo el los primeros minutos de película se presentan varios aspectos sobre el
como comportarse como un “verdero/a mexicano/a”. En el caso de las mujeres, debe
de ser la ama de la casa, alguien maternal y cariñosa, pero al mismo tiempo debe
imponer respeto a los que están “por debajo” de ella en la jerarquía familiar. Mientras
que los hombres deben de ser proveedores, alcohólicos y actuar como verdaderos
machos. Creo que aquí, según mi criterio es importante resaltar que Antonio, el que
representa mayormente esta figura es interpretado por pedro Infante. Un ídolo y, valla
la redundancia, alguien de admiración y ejemplo a seguir, al igual que su personaje
Antonio. Poe el otro lado, los hombres como Manuel, bien portados, que no visten
como charros y son respetuosos, son tratados como cobardes y poco hombres.

Incluso en una escena posterior los tres García arman una pelea en un bar tan solo
porque unos hombres dijeron la frase “Aquí huele a puras gardenias blancas”, mientras
miraban a José, las autoridades le hacen saber esto a Doña Luisa, ella se llena de
júbilo y dice “no podían salir de otra forma, salieron a sus padres”, aunque después los
regaña en privado. En la escena del regaño se pueden apreciar dos cosas, que es
considerado una falta de respeto que, en este caso, los tres García llamen a la abuela
por su nombre y que los tres García únicamente respetan a su abuela y al sacerdote.

Hablando en el ámbito religioso, aquí el sacerdote se muestra como una figura sabia,
amable, como la voz de la razón y francamente, como el único que tiene “sentido
común” al momento de resolver dilemas y conflictos. También a pesar de que los
García son “temidos” por todo el pueblo por su fama de violentos y que tienen una
rivalidad de muerte con los López, ellos se llaman así mismos “buenos cristianos” y
“que viven según las normas de Dios”.

En una escena posterior, los tres García interactúan con una supuesta “pareja gringa”,
la “pareja gringa” es ayudada por José y como muestra de gratitud le ofrecen una
propina, aunque esto es tomado como una ofensa por José, dice “que solo por ser
güeros creen que lo pueden humillar” y que “el será pobre, pero tiene la frente en alto”.
Mientras tanto Antonio aprovecha para decirle a la “gringa” unos cuantos “piropos” los
cuales termina con la frase “me gustas para madre de mis hijos”. La escena termina
enfocando Antonio mientras grita, “¡Que viva el Panamericanismo y el acercamiento de
las americanas!”.

Más adelante en la película se revela que la “pareja de gringos” en realidad eran el tío y
la prima de los tres García, ellos junto con su tío, su abuela y su prima “Lupita” van a
misa debido a que es el cumpleaños de Doña García. Terminando la misa quedan de
reunirse para comer todos juntos. En la escena de la comida ocurren varias cosas
interesantes.

Primero Manuel llega temprano y vestido de charro en vez de traje, a esto Doña García
comenta “hasta que te vistes como hombre”. Después cuando llega Antonio se disculpa
con su prima Lupita por haber dicho “esos comentarios tan desagradables”
anteriormente, aunque le sigue gustando para madre de sus hijos. En un momento la
abuela comenta que los tres García no quisieron ir a conocer a su prima antes por
nacer en U.S.A. Luego José comenta que “llamarse Lupita mientras tiene el pelo rubio
es antipatriótico y absurdo” También, mientras el mariachi toca para acompañar la
comida, Lupita comenta que “la vida es más bella con música”, que la “música
mexicana es la más bella y la que más alma tiene” y que “Debe de ser bonito que le
canten a una mientras le hacen el amor”.

Si bien me salte muchas escenas donde se destaca el folclore mexicano como: una
ensena de charrería o de serenata con cielito lindo o incluso el final de la película, para
fines de este ensayo con esto es suficiente. Si bien en esta película se exageraron
varias escenas y acciones con fin de crear comedia, se puede observar claramente la
imagen típica del mexicano y del país en general, o al menos la versión comprimida y
estereotipada que se quería vender en aquella época a nivel nacional e internacional.
La creación del “pueblo mexicano” era irremediablemente necesaria.

Magnificar la cultura de las clases subalternas es olvidar que ésta casi ya no


existe: está siendo transformada por la televisión, la radio, las historietas...pero
sobre todo es olvidar que estamos alimentando la eficacia de una ideología muy
concreta que sanciona la sobreexplotación del obrero, la extremación de la
miseria campesina, la mediatización de los sectores pequeñoburgueses e
intelectuales; que sancionan la compartimentalización de la cultura como
procedimiento manipulatorio, que sanciona la despolitización de la sociedad
entera...".

Hasta la fecha, aquellas imágenes posrevolucionarias del nacionalismo y de lo


“verdaderamente mexicano” sigue pesando en la población del país. Al final el
mexicano moderno combina al “pueblo mexicano” y la pluriculturalidad que ha tenido el
país en los últimos años para forjar su identidad.

Pero, en primera instancia debemos recordar que la imagen del pueblo mexicano era al
final de cuentas necesaria, aun con todos los aspectos negativos que acarreaba y el
interés político que había de por medio, ya que no nos podíamos identificar con los
españoles ya que rompimos todo lazo con ellos después de la independencia y
“juramos” nunca ser como ellos. Al mismo tiempo que no podíamos tomar las culturas
originarias y reclamarlas como nuestra identidad, ya que su esencia e historia había
sido borrada de la memoria colectiva.

Incluso aun hoy en día sabiendo un poco más como eran estos pueblos originarios y
contando con varias piezas históricas de estos pueblos, los sentimos lejanos, los
percibimos como extraños… Aunque al mismo tiempo nos sentimos identificados y
cómodos con ellos. El mexicano actual junta a los aztecas, toltecas, mayas, al “pueblo
mexicano” y el fenómeno de la globalización para intentar formar una identidad, es un
todo y un nada a la vez. Supongo que es el don y la maldición de ser un país con una
mescolanza de culturas tan diversas y tener el plus de tener una historia tan
“interesante”, por así decirlo.

Referencias

Portal Airosa, A. (1989). "El mito como síntesis de la identidad cultural". Alteridades.
Anuario de Antropología. UAM, p. 123.

Blanco, J. (1950). Desde El laberinto de la soledad

Colina, M. (1995). "¿Hay un espíritu en la cultura nacional?". Nuevas Ideas: Viejas


Creencias. UAM.

Del Palacio, J. (1976). "Historia, folklore y poesía folklórica mexicana". Cambio. vol. 5,
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Henríquez Ureña, P. (1925). "La revolución y la cultura en México". Revista de


Revistas, núm. 17

Pérez Montfort, R. (1994). Estampas de nacionalismo popular mexicano. Ciesas.

Pérez Montfort, R. (1999). Un nacionalismo sin nación aparente: La fabricación de lo


"típico" mexicano 1920-1950). Universidad Autónoma Metropolitana Unidad
Xochimilco. Política y Cultura. núm. 12, pp. 177-193.

Rodríguez Ruelas, I. (director). (1946). Los tres García [Película]. Rodríguez


Hermanos. https://www.facebook.com/watch/?v=2089741464625243

Sánchez Lira, R. (1956). Iluminación nacionalista. Luz.

Sierra, J. (1977). "México: su evolución social 1900-1902". Obras Completas, vol. XII:
UNAM. pp. 201 y 362

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