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LA CULTURA DEL DESCARTE EN EL SIGLO XXI: LOS INVISIBLES

¿Qué significa esta gran brecha en la sociedad? En este texto les explicaré en
qué consiste la cultivación de esta ideología que busca separar a la población
en categorías. Esta cultura consiste en cultivar una ideología que conduce a
separar a los seres humanos en categorías, y aquellos que no cumplan con
estos requisitos culturales son discriminados, maltratados y descartados por los
otros, siendo así marginados de nuestra sociedad.
Primeramente cabe resaltar que cada persona tiene su valor individual solo por
el hecho de ser una persona. Este argumento es muy defendido sobre todo por
el papa Francisco, el cual apoya que; “Los ciudadanos y los gobernantes
deben respetar nuestro derecho básico a la vida, la libertad y la propiedad.
Descartar a un ser humano ya sea por su poder adquisitivo, por su color de
piel, por su condición social, religiosa o económica o, simplemente, por sus
creencias o ideas, es sucumbir a la cultura del descarte”.
Normalmente la sociedad piensa que las personas de bajos recursos son
víctimas de aquellos que gozan de mejores condiciones de vida. A partir de
este error, se procede a reclamar el uso del poder gubernamental para
controlar, reprimir o expropiar a quienes son tachados de opresores o “ricos”.
El fin justifica los medios. El pisoteo de la libertad, la vida y la propiedad de
unos, los supuestos malhechores, se excusa de fabricar una sociedad más
equitativa.
El papa nos invita a luchar por detener este proceso y a cambiar de ruta. Al
decir que el hombre está “descartando” no solo cosas, sino personas que
comparten este hermoso planeta con nosotros, nuestra tarea es urgente e
establecida: se trata de salvar vidas, de hacer que se mejore la situación de
muchas personas y restaurar su dignidad humana.
También en los tiempos de Jesús había una cultura del descarte: seres
humanos excluidos, considerados intocables, condenados, rechazados: los
leprosos, los intocables que vivían en las periferias de la ciudad, los cobradores
de impuestos que eran considerados una fuente de impureza, la mujer
prostituta que había perdido su derecho a vivir; las viudas y los niños
abandonados, los pobres y los mendigos que vagaban por la ciudad. Jesús los
amó a todos y les devolvió la dignidad. Para Jesús no existían personas
“descartables” o “desechables”. En Jesús no había una “cultura del descarte”.
Como discípulos y seguidores de Jesús nosotros estamos llamados a hacer lo
mismo: a valorar a las personas por su dignidad de hijos de Dios, conscientes
de que luchamos al interno de una cultura del descarte. Así que como nuevos
protagonistas de este siglo debemos podernos como objetivo ayudar y aceptar
a todas las personas, no solo discriminarlas por su físico, intelecto o situación.
Es nuestra misión, como cristianos y humanos, hacer que los derechos
fundamentales de todos sean respetados y valorados, y nuestra dignidad no
sea desvalorada.
Hoy en día, se alzan muchas voces exigiendo a los gobiernos que corrijan la
desigualdad económica producto de mercados supuestamente
desbalanceados. Los gobiernos desbocados pueden quebrar y perseguir a los
ricos. Pero no pueden hacernos iguales ni eliminar la pobreza. No pueden
abolir la propensión humana al intercambio económico sin practicar el descarte
y la exclusión. La pobreza se cura creando riqueza, y sólo los mercados libres
hacen eso.
Para concluir, es muy importante optar por distintas técnicas para contraatacar
esta ideología y disminuir sus daños. Se debe de buscar una dirección de
nuestro país más nacionalista, que siga menos los intereses del capital
transnacional. Finalmente, nosotros, los devotos a Dios deberemos hacer un
esfuerzo por defender a aquellos marginados o invisibles para la sociedad,
desde la práctica, dando testimonio de vidas renovadas y apoyando los
albergues que ayudan a muchos de estos afectados.

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