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Civilizaciones orientales

omo sucedió en la antigüedad con Egipto y Mesopotamia, las primeras civilizaciones neolíticas de


Asia oriental se forjaron en torno a las fuentes hídricas, siendo los ríos Indo, Hoang-Ho (Amarillo)
y Yangtsé (Azul) una especie de mitos fundacionales de los más antiguos núcleos urbanos de la
especie humana.

Este proceso tardó miles de años, pues comprendió desde el descubrimiento de los territorios indio
y chino hasta su transformación en asentamientos en donde la cerámica, la producción artesanal
textil y los primeros rudimentos hidráulicos con fines agrícolas fueron transversales para la
adaptación y la evolución de las nacientes culturas.

Mientras Harappa y Mohenjo-Daro impusieron un alto estándar urbano en el valle del Indo
(la primera ocupaba una extensión de 1,5 kilómetros y reunía a unas 23.000 personas; la
segunda cubría un área de 4,5 kilómetros cuadrados y tenía una estructura arquitectónica
cuadrangular bien definida, con construcciones de adobe y ladrillo cocido y un sistema de
manejo de aguas mediante canales, pozos y baños).

En China, las aldeas del margen medio y superior del río Amarillo le dieron forma a la
cultura Yang Shao, se caracterizaron por su trabajo rural, siendo el cultivo de mijo, el
almacenaje en graneros y la alfarería sin la ayuda de la rueda alfarera de sus mayores
aportes.

(Lea también: Los doscientos años finales de la Edad Moderna en Grandes Temas de la


Historia).

No obstante su evolución técnica, el poder ideológico y filosófico de ambas civilizaciones


del Asia oriental adquirió aun mayor relevancia.

En India estaba bien definido el rol supremo de la clase sacerdotal, y en China fue el
sistema dinástico el catalizador de la transformación de las aldeas en grandes centros
urbanos fortificados y defendidos por la clase militar.
Con el ocaso del segundo milenio a. de C. se avistaba un horizonte social, político y económico
diferente en las culturas orientales. Las invasiones arias en el valle del Indo desembocaron en un
nuevo orden social que, si bien conservaba el poder en la religión, hizo del hinduismo el nuevo
credo.

Por su parte, el legado dinástico fue el músculo chino; de este modo, la población estaba
completamente sometida al poder del rey, como esclavo o subordinado ante su carácter divino.

De ahí que entre los años 1500 y 500 a. de C., tanto en el valle del Indo como en el del Amarillo,
estas primeras civilizaciones sufrieron un proceso de cambio político mediante la dinámica de la
guerra y la conquista que derivó en el surgimiento de Estados autocráticos y de sociedades
estamentales.

(Le puede interesar: Renacimiento y Barroco: la modernidad leva anclas).

Ello fue evidente a partir del año 700 a. de C., cuando en India los invasores arios impusieron un
sistema de castas con nuevos códigos legales, sistemas ejemplares de castigos y, nuevamente, otra
religión, la védica.

Y en China, a pesar de ser una imagen de dios en la tierra, el rey empezó a perder su poder de
mando ante el fortalecimiento económico y militar de la nobleza que sometió a la familia real y a
todo el territorio, en una guerra civil constante.

Sin embargo, estos conflictos llegaron a su fin con el establecimiento de nuevos sistemas
sociopolíticos, como fueron los imperios Ts’in (en China) y Maurya (en India), como producto del
contacto con persas y griegos.

Así lo relata el libro 'Antiguas civilizaciones del Asia oriental. El nacimiento de China, Japón y la
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