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La ópera, la guerra y la resurrección

rusa
José Luis Fiori 25/05/2008

Recuerdo, porque me causó una profunda impresión, un montaje ruso de la ópera Guerra y Paz, de
Serguei Prokofiev, en la Bastilla. Era el año 1998, la Unión Soviética había desaparecido, y Rusia
estaba humillada y destruida. La ópera Guerra y Paz se estrenó en el Teatro Maly, en Leningrado, el
día 12 de junio de 1946, poco después de la invasión y expulsión de las tropas alemanas y de la
victoria rusa en la Segunda Guerra Mundial, y cuenta la historia de la invasión y expulsión de las
tropas francesas, y de la correspondiente victoria rusa, en la guerra con Napoleón Bonaparte, en
1812.

En la última escena, el pueblo y los soldados rusos cantan juntos, en un final apoteósico, que
proclama la eternidad del “espíritu ruso”. Con fuerza, emoción, convicción, inolvidable. Y de hecho,
después de la destrucción de 1812, Rusia se reconstruyó y se transformó en una de las principales
potencias europeas del siglo XIX; y ya 1945, la Unión Soviética se volvió a levantar y se transformó
en la segunda potencia militar y económica del mundo, en la última mitad del siglo XX.

Como ya había ocurrido antes, en 1709, tras la invasión y la expulsión de las tropas suecas de
Carlos XII, por Pedro el Grande, cuando Rusia comienza su fantástica modernización del siglo XVIII.
Sin embargo, en 1998, parecía imposible que esto pudiese ocurrir nuevamente, después de la
derrota soviética y de la destrucción liberal de la economía rusa.

Diez años más tarde, en el momento de la asunción de su tercer presidente republicano, Dmitri
Medvedev, Rusia está nuevamente en pié, y el “espíritu ruso” vuelve a asustar a los europeos y
preocupar al mundo. El diario Financial Times publicó recientemente un cuaderno especial sobre
Rusia, donde afirma que “ni Bruselas, ni Washington saben cómo tratar con Rusia, luego de Vladimir
Putin, porque Rusia está cada vez más dispuesta a retomar su posición en el mundo, en particular
en relación a los países de la antigua Unión Soviética” (1).

En 1991, inmediatamente después de la disolución de la Unión Soviética, los Estados Unidos y la


Unión Europea, se plantearon el problema y se atribuyeron la tarea de “administrar” el desmontaje
del “imperio ruso”. Por motivos de sus consecuencia económicas y del problema geopolítico de
Europa Central. Para los Estados Unidos, el objetivo fundamental era impedir el surgimiento de una
“tierra de nadie” en el Este europeo, y dirigir la expansión inmediata de las fronteras de la OTAN, y la
ocupación de las posiciones militares que habían sido abandonadas por los soviéticos en Europa
Central. Esta ofensiva estratégica de la OTAN y de la Unión Europea, y su posterior intervención
militar en los Balcanes, fue una humillación para los rusos y provocó una reacción inmediata
defensiva, que comenzó exactamente con la victoria electoral de Vladimir Putin, en 2000, y el
rescate por su gobierno, de una estrategia militar agresiva, después de 2001.

Durante sus dos administraciones, el presidente Putin, mantuvo la opción por la economía de
mercado, aunque recentralizó el poder y reconstruyó el Estado y la economía rusa, recuperando su
complejo militar-industrial y nacionalizando sus recursos energéticos. Rusia todavía detenta el
segundo mayor arsenal atómico del mundo, y el gobierno de Putin aprobó una nueva doctrina militar
que autoriza el uso de armamento nuclear, aún en el caso de un ataque convencional a Rusia, en
tanto fracasaren otros medios para repeler al agresor. Además de esto, el nuevo gobierno ruso alertó
a los Estados Unidos – ya en el año 2000 – frente a la posibilidad de una carrera nuclear, en el caso
de que insistieran en el proyecto de creación de un “escudo anti-misiles” en la Europa Central. Lo
interesante, desde el punto de vista de la historia rusa, es que ahora nuevamente, como en el
pasado, después de 2001, también la economía rusa se recuperó y volvió a crecer a una tasa media
anual del 7 por ciento, empujada por los precios del petróleo y de las materias primas, y sustentada
en un boom de consumo y de inversión interna. Este crecimiento – liderado por las grandes
empresas estatales del sector de la energía y de los armamentos – multiplicó seis veces el Producto
Interno de Rusia que ya superó al PIB de Italia y superará al PIB de Francia en los próximos dos
años.

Diez años después de su moratoria, Rusia posee la tercera mayor reserva en moneda extranjera del
mundo, después de China y de Japón, y sus salarios subieron una media de 80 dólares por mes,
durante el año 2000, a 640 dólares, en el año 2007, cuando la economía rusa alcanzó su nivel de
actividad anterior a la gran crisis. Y en este clima de bonanza económica, el nuevo presidente Dmitri
Medvedev convocó recientemente a los empresarios rusos a copiar el modelo chino y adherir a la
onda global de adquisición de empresas extranjeras, para acelerar aún más la economía rusa y
reducir su dependencia tecnológica.

O sea, quince años después de la derrota y del colapso de la Unión Soviética, el Estado ruso retomó
el comando de su economía y de su inserción internacional. Y todo indica, en este inicio del siglo
XXI, que está recuperando su importancia estratégica, como mayor estado territorial del mundo, el
único con capacidad de intervención por tierra a través de sus propias fronteras, en todo el
continente Eurasiático. Por esto es una rematada tontera hablar de Rusia como una potencia o una
economía emergente, cuando en verdad se trata de una vieja y gran potencia que está recuperando
su posición tradicional, en Europa, en Asia Central y en Oriente Medio. Sin embargo, ningún analista
internacional consigue prever los caminos futuros de esta nueva resurrección del “espíritu ruso”,
incluso porque Rusia siempre fue más misteriosa e imprevisible de lo que fue la Unión Soviética.

Hace unas semanas, André Klimov, líder liberal de la Duma, afirmó que sería un error grave, en este
momento, que “alguien pensara que se puede hacer con Rusia, lo que quiera” (2). Palabras que
suenan como una advertencia suave, como quien quisiese recordar a las demás potencias el
mensaje final de Serguei Prokofiev, en su grandiosa ópera Guerra y Paz: “el espíritu ruso es eterno”,
y resurgirá siempre de nuevo, y con más fuerza, toda vez que su sagrado territorio sea invadido, o
que el pueblo ruso fuera humillado, como ocurrió varias veces en la historia y volvió a pasar al final
del siglo XX.

NOTAS: (1) Financial Times, Rusia, Special Report, 18 de abril de 1998, pag. 3. (2) Idem.

José Luis Fiori, profesor de economía y ciencia política en la Universidad pública de Río de Janeiro,
es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.

Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez

Fuente: www.sinpermiso.inf, 25 mayo 2008


URL de origen (modified on 21/09/2015 - 16:47): https://www.sinpermiso.info/textos/la-pera-la-
guerra-y-la-resurreccin-rusa

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