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Múnich. 5 de enero de 1919. Dos meses después de la capitulación alemana.

Aquel día, el periodista deportivo Karl Harrer y el cerrajero ferroviario


Anton Drexler fundaban en Múnich un pequeño partido político bajo el
nombre de Deutsche Arbeiterpartei o Partido Obrero Alemán (DAP), germen
del futuro Partido Nazi. El DAP contaba con una treintena de miembros de la
extrema derecha, entre ellos el capitán del ejército Ernst Röhm, jefe de los
Freikorps, y el futuro editor del Völkischer Beobachter, Hermann Esser. Este
grupo se reunía una vez por semana en los salones de la cervecería bávara
Sternecker.
Hoy sabemos que el DAP surgió de una escisión de la sociedad secreta
Germanenorden, la Sociedad Thule, el más célebre grupo ocultista
relacionado con el nazismo, comandada por el barón Rudolf von
Sebottendorf. Está demostrado que Karl Harrer y más tarde Rudolf Hess
formaron parte de ese grupo ocultista völkisch, racista y de extrema derecha,*
que organizaba reuniones en el selecto hotel Vier Jahreszeiten, con la
intención de derrocar el recién estrenado régimen comunista de Baviera.
Es evidente que la camarilla de los primeros nazis no era un grupo de
nigromantes que se reunían en torno a un grimorio para trazar un siniestro
plan de conquista del mundo (una imagen similar, por cierto, a la de los
judíos en los inefables Protocolos de los sabios de Sión, texto de cabecera del
nacionalsocialismo), pero el peso que en su ideario tuvieron diversos grupos
semisecretos de los que pululaban entonces por el descompuesto Imperio
austrohúngaro ya está también más que demostrado, por mucho que les pese
a los investigadores más ortodoxos.
A su regreso en Múnich, Hitler entró a formar parte del servicio del
comando de Inteligencia del Ejército alemán, en calidad de espía (V-Mann),
con la misión de infiltrarse en algunos de los numerosos grupos políticos
radicales de izquierdas que estaban surgiendo con fuerza debido a las
durísimas condiciones de vida. Al excabo le tocó investigar, precisamente, el
DAP, que, contrariamente a lo que creía el Ejército, era un grupo de exaltados
nacionalistas y antisemitas de derechas que, no obstante, tenían una fuerte
base social, lo que años más tarde provocaría escisiones en el seno del
Partido.
Adolf fue enviado a uno de los mítines de la organización por el capitán
Mayr, miembro del departamento político de asuntos de prensa del Ejército
en un distrito muniqués, quien se hallaba bajo las órdenes de una camarilla de
industriales acaudalados y oficiales, preocupados por el avance de las ideas
de izquierda. Hitler no tardó en caer cautivado por la ideología del DAP,
surgido del Círculo Político de los Trabajadores, organizado por
Sebottendorf.
El 16 de octubre de 1919, el cabo licenciado ofreció su primer discurso
durante un acto público del Partido, celebrado en la cervecería Hofbräukeller.
Su oratoria era visceral, implacable, retórica y cautivadora para un público
entregado y fanatizado por las circunstancias. Con los años, el austríaco se
convirtió en un maestro del arte de la oratoria, capaz de realizar discursos de
horas de duración, que previamente había ensayado frente al espejo con una
enorme paciencia; soflamas que todavía hoy ponen los pelos de punta.
Sus objetivos no cambiaron mucho con el paso de los años, y en sus
actos clamaba contra las medidas abusivas del tratado de Versalles, contra los
Habsburgo, contra la burguesía (que finalmente acabaría siendo una de las
grandes financiadoras de su régimen) y contra los judíos, siguiendo la falsa
teoría de la «puñalada por la espalda» (Dolchstosslegende), según la cual
éstos, los socialistas y los demócratas de Weimar habían sido los
responsables de una derrota que no se había decidido en el frente de batalla
sino en los despachos de los burócratas.
Cada vez eran más los que acudían a inscribirse en el Partido, un
pequeño grupo de exaltados, incómodos con la democracia, que comenzaban
a degustar las mieles de un pequeño poder que más tarde se transformaría en
absoluto. Una vez en las filas del DAP, donde ingresó con el número 555 (a
la primera tarjeta, para dar una impresión de militancia nutrida, se le asignó el
número 501), Hitler tuvo como compañeros de ideología al orondo as de la
aviación Hermann Göring; a los hermanos farmacéuticos de Landshut, Otto y
Gregor Strasser; al arquitecto balticoalemán Alfred Rosenberg, uno de los
ideólogos del Movimiento; al violento paramilitar Ernst Röhm, y poco
después, al fiel y hermético Rudolf Hess, uno de los personajes clave de esta
historia fatídica

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