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11/6/22, 12:21 Firmes en las tormentas

Firmes en las tormentas


Por el presidente Henry B. Eyring
Segundo Consejero de la Primera Presidencia

Cuando las tormentas de la vida lleguen, ustedes pueden permanecer


firmes porque se encuentran sobre la roca de su fe en Jesucristo.

Mis queridos hermanos y hermanas, hemos sido bendecidos hoy al


escuchar a siervos inspirados de Dios que nos han aconsejado y
alentado. Cada uno de nosotros, allí donde nos encontremos, sabe que
vivimos en tiempos cada vez más peligrosos. Ruego que yo pueda
ayudarlos a permanecer firmes en las tormentas que enfrentamos, con
un corazón en paz 1.

Para comenzar, debemos recordar que cada uno de nosotros es un hijo


amado de Dios y que Él tiene siervos inspirados. Esos siervos de Dios
han previsto los tiempos en los que vivimos. El apóstol Pablo escribió a
Timoteo: “Esto también debes saber: que en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos” 2.

Todo el que tenga ojos para ver las señales de los tiempos y oídos para
oír las palabras de los profetas sabe que eso es verdad. Los peligros que
representan los mayores riesgos provienen de las fuerzas del mal, las
cuales están en aumento y, por eso, se va a volver más difícil, y no más
fácil, honrar los convenios que debemos hacer y guardar para vivir el
evangelio de Jesucristo.

Para quienes estamos preocupados tanto por nosotros mismos como


por nuestros seres queridos, hay esperanza en la promesa que nos ha
hecho Dios de contar con un lugar seguro en medio de las tormentas
futuras.

Esta es una descripción de ese lugar, descrito reiteradamente por los


profetas vivientes. Por ejemplo, en el Libro de Mormón leemos acerca
de un padre inspirado y amoroso que enseñó a sus hijos a fortalecerse y
permanecer firmes en las tormentas que se avecinaban: “Y ahora bien,
recordad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro
Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer
vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos
vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y
furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al
abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual
estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el
cual, si los hombres edifican, no caerán” 3.

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La miseria y la angustia sin fin de las que él hablaba son los espantosos
efectos de los pecados si no nos arrepentimos completamente de ellos.
Las tormentas que se intensifican son las tentaciones y los ataques
crecientes de Satanás. Nunca ha sido tan importante como ahora
comprender la forma de edificar sobre ese fundamento seguro. Para mí
no hay mejor lugar donde buscar esa forma que en el último sermón del
rey Benjamín, que también se encuentra registrado en el Libro de
Mormón.

Las palabras proféticas del rey Benjamín se aplican a nosotros en la


actualidad. Él conocía por experiencia propia el terror de la guerra,
puesto que había defendido a su pueblo en combate, confiando en el
poder de Dios, y vio con claridad los espantosos poderes de Lucifer
para tentar y tratar de vencer y desalentar a los hijos de Dios.

Él invitó a su pueblo, y nos invitó a nosotros, a edificar sobre la única


roca infalible y segura: el Salvador. Explicó claramente que somos libres
de escoger entre el bien y el mal, y que no podemos evitar las
consecuencias de nuestras decisiones. Habló de forma directa y sin
rodeos, porque sabía de la desdicha que sobrevendría a quienes no
oyeran ni hicieran caso de sus advertencias.

Veamos cómo describió las consecuencias que resultarían de nuestra


decisión de seguir la inspiración del Espíritu o seguir los mensajes
malignos que provienen de Satanás, cuya intención es tentarnos y
destruirnos:

“Porque he aquí, se ha decretado un ¡ay! para aquel que quiera


obedecer ese espíritu [malvado]; pues si opta por obedecerlo, y
permanece y muere en sus pecados, bebe condenación para su propia
alma; porque recibe como salario un castigo eterno, por haber violado
la ley de Dios contra su propio conocimiento […].

“De manera que si ese hombre no se arrepiente, y permanece y muere


enemigo de Dios, las demandas de la divina justicia despiertan en su
alma inmortal un vivo sentimiento de su propia culpa que lo hace
retroceder de la presencia del Señor, y le llena el pecho de culpa, dolor
y angustia, que es como un fuego inextinguible, cuya llama asciende
para siempre jamás”.

El rey Benjamín continuó diciendo: “¡Oh todos vosotros, ancianos, y


también vosotros, jóvenes, y vosotros, niños, que podéis entender mis
palabras, porque os he hablado claramente para que podáis entender,
os ruego que despertéis el recuerdo de la terrible situación de aquellos
que han caído en transgresión!” 4.

Para mí, el poder de esa exhortación a arrepentirse hace que me


imagine la ocasión que ciertamente acontecerá en la que ustedes y yo
compareceremos ante el Salvador después de esta vida. Deseamos de
todo corazón no retroceder, sino elevar la mirada hacia Él, verlo sonreír
y escucharlo decir: “Bien, buen siervo y fiel […]; entra” 5.

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El rey Benjamín deja claro cómo podemos obtener la esperanza de


escuchar esas palabras si hallamos la forma en esta vida de cambiar
nuestro estado natural mediante la expiación de Jesucristo. Esa es la
única forma de edificar sobre el fundamento seguro y de permanecer
firmes durante las tormentas de las tentaciones y las pruebas que
sobrevendrán. El rey Benjamín describe ese cambio en nuestro estado
natural con una hermosa metáfora que siempre me ha conmovido, de la
que se han valido los profetas desde hace miles de años y el Señor
mismo: que debemos volvernos como un niño, como un niño
pequeñito.

Para algunas personas, eso no será fácil de aceptar. La mayoría de


nosotros deseamos ser fuertes y quizás consideremos que ser como un
niño significa ser débiles. Muchos padres esperan el día en que sus hijos
actúen de forma menos infantil, pero el rey Benjamín, que comprendía
tan bien como cualquier ser mortal lo que significaba ser un hombre
fuerte y valiente, deja claro que ser como un niño no es ser infantil, sino
que es ser como el Salvador, quien en oración pidió a Su Padre fortaleza
para poder hacer la voluntad de Él y expiar los pecados de todos los
hijos de Su Padre, y así lo hizo. Nuestro estado natural tiene que
cambiar para volvernos como un niño y adquirir la fortaleza que
debemos tener para permanecer firmes y en paz en tiempos peligrosos.

Esta es la conmovedora descripción que hizo el rey Benjamín de cómo


llega ese cambio: “Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo
ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos
que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre
natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva
como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y
dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente infligir
sobre él, tal como un niño se somete a su padre” 6.

Obtenemos ese cambio al hacer convenios con Dios y renovarlos, lo


cual trae el poder de la expiación de Cristo para permitir una
transformación en nuestro corazón. Podemos sentirlo cada vez que
participamos de la Santa Cena, efectuamos una ordenanza en el templo
por un antepasado que ha fallecido, testificamos como testigos del
Salvador o cuidamos de alguna persona necesitada como discípulos de
Cristo.

Por medio de esas experiencias, con el tiempo nos volvemos como un


niño en nuestra capacidad de amar y obedecer y llegamos a
encontrarnos sobre el fundamento seguro. Nuestra fe en Jesucristo nos
lleva al arrepentimiento y a guardar Sus mandamientos. Obedecemos y
obtenemos poder para resistir la tentación, y obtenemos la compañía
prometida del Espíritu Santo.

Nuestro estado natural cambia para volvernos como un niño pequeñito,


obedientes a Dios y más llenos de amor. Ese cambio nos hará
merecedores de disfrutar de los dones que se reciben por medio del

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Espíritu Santo. Tener la compañía del Espíritu nos consolará, guiará y


fortalecerá.

He llegado a comprender algo de lo que quiso decir el rey Benjamín


cuando afirmó que podíamos volvernos como un niño pequeñito ante
Dios. Por muchas experiencias, he aprendido que el Espíritu Santo
habla muy a menudo con una voz apacible, que se percibe con mayor
facilidad cuando el corazón de la persona es manso y sumiso, como el
de un niño. De hecho, la oración que funciona es: “Solo quiero lo que
Tú quieres. Solo dime qué es y lo haré”.

Cuando las tormentas de la vida lleguen, ustedes pueden permanecer


firmes porque se encuentran sobre la roca de su fe en Jesucristo. Esa fe
los conducirá al arrepentimiento diario y a guardar los convenios
constantemente. Entonces, siempre se acordarán de Él y, en medio de
las tormentas de odio e iniquidad, se sentirán firmes y esperanzados.

Y aún más, se encontrarán extendiendo la mano para llevar a otras


personas a la seguridad de esa roca con ustedes. La fe en Jesucristo
siempre conduce a una mayor esperanza y a sentir caridad por los
demás, lo cual es el amor puro de Cristo.

Les testifico solemnemente que el Señor Jesucristo les ha hecho esta


invitación: “Venid a mí” 7. Él los invita, por amor a ustedes y a sus seres
queridos, a venir a Él para obtener paz en esta vida y vida eterna en el
mundo venidero. Él conoce perfectamente las tormentas que ustedes
enfrentarán en su probación como parte del plan de felicidad.

Les suplico que acepten la invitación del Salvador. Acepten Su ayuda


como un niño manso y amoroso. Hagan y guarden los convenios que Él
ofrece en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Esos convenios los fortalecerán. El Salvador conoce las tormentas y los
lugares seguros en el camino que conduce a casa, a Él y a nuestro Padre
Celestial. Él conoce el camino, Él es el Camino. Testifico de ello, en el
sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

Notas
1. Me he sentido inspirado a reconsiderar un discurso que di
hace varios años. Como referencia, véase “Como un niño”,
Liahona, mayo de 2006, págs. 14–17.

2. 2 Timoteo 3:1.

3. Helamán 5:12.

4. Mosíah 2:33, 38, 40.

5. Mateo 25:21.

6. Mosíah 3:19.

7. Mateo 11:28.

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