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DON QUIJOTE Y LA MÁQUINA ENCANTADORA

a Antonio Alatone

L a R e p ú b l i c a del L i b r o ha sufrido siempre constantes transfor-


maciones. L a imprenta misma introdujo una revolución que sólo
varios siglos después de operada empieza a asimilarse. Quevedo,
en el soneto «Desde la torre» advierte en la imprenta una m á q u i -
na de la inmortalidad gracias a la cual es posible vivir " e n con-
versación con los difuntos"; la imprenta salva a las grandes al-
1
mas de la venganza de la muerte y de la " i n j u r i a de los a ñ o s " .

Retirado en la paz de estos desiertos,


con pocos, pero doctos, libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,


o enmiendan o fecundan mis asuntos,
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,


de injuria de los años, vengadora,
libra, oh, gran Iosef, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora,


pero aquélla en mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Pero este heterodoxo cielo de la cultura que ofrece salvación esté-


1
S T E V E N M . B E L L , " Q u e v e d o y la i m p r e n t a " , Boletín Editorial de El C o -
legio de M é x i c o , 1990, n ú m . 34.

NRFH, X L (1992), núm. 1, 323-330


324 ADOLFO CASTAÑÓN NRFH, X I

tica e intelectual no es plenamente puro. Algunos años antes, ai


visitar Don Quijote la ciudad de Barcelona, en la Segunda parte
de su novela, topa con una imprenta y pregunta a su dueño: "Pere
d í g a m e , vuestra merced, ¿imprímese por su cuenta o tiene ya ven-
dido el privilegio de algún librero?"
El editor responde tajante: " Y o no i m p r i m o mis libros para
alcanzar fama en el mundo; que ya en él soy conocido; provechc
2
quiero, que sin él no vale u n c u a t r í n la buena f a m a " . Aunque
sustancial al oficio, esa voluntad de lucro no deja de e m p a ñ a r d
resplandor que irradia " l a m á q u i n a de la i n m o r t a l i d a d " . De ahi
que el mismo Cervantes, por boca del lúcido V i d r i e r a , suelte es-
tas claridosas cautelas:

Este oficio me contentaría mucho, si no fuese por una falta que tie-
ne. Preguntóle el librero que se la dijese. Respondióle: Los melin-
dres que hacen cuando compran el privilegio de un libro y la burh
que hace a su autor si acaso la imprime a su costo, pues en lugai
de mil y quinientos, imprimen tres mil libros, y cuando el autor pien-
3
sa que se venden los suyos, se despachan los ajenos .

Por desgracia, los ejemplares que se editan no siempre son frute


de acciones ejemplares, pues suelen ser materia de la estafa que
el imprentero comete contra el autor. No son m á s ejemplares aque-
llos otros producidos en forma gratuita o negociada porque el editoi
que desprecia la fama y sólo puede ver en " l a m á q u i n a de la in-
m o r t a l i d a d " u n aparato para generar lucro tiende en realidad a
burlarse del escritor y a reírse de sus sueños. E l editor se ríe del
escritor porque sabe que ese sueño es m á s promiscuo y democrá-
tico de lo que el autor (que para el editor sólo es u n personaje
más) puede imaginar. E l editor no sólo imprime varios l i b í o T a
mismo tiempo; u n mismo libro puede ser impreso por varios edi-
tores en una misma ciudad en u n mismo a ñ o . T a l es el caso de
esa Segunda parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha: ¿a
cuál de los tres libreros — M i g u e l G r a c i á n , Rafael Vives o J u a r
4
S i m ó n — que imprimieron efectivamente en Barcelona la prime-
ra edición de la Segunda parte estaría visitando D o n Quijote er

2
M I G U E L DE C E R V A N T E S , Don Quijote de la Mancha, I I , 6 2 (ed. de M . R i -
quer, J u v e n t u d , Barcelona, 1 9 6 8 , p . 9 9 9 ) .
3
M I G U E L DE C E R V A N T E S , " E l licenciado V i d r i e r a " , en Obras completas.
Aguilar, M a d r i d , 1973, t. 2 , p. 1 3 5 .
4
J A I M E M O L L , "Problemas bibliográficos del Siglo de O r o " , BRAE, 5S
( 1 9 7 9 ) , p. 1 0 5 .
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su paseo por la capital catalana? N i Cervantes es el único autor


ni D o n Quijote el único personaje. E n la imprenta que describe
Cervantes en Barcelona encontramos una t r a d u c c i ó n barata de
una obrilla popular titulada Juguetes, originalmente Bagatelles, una
obra piadosa, Luz del alma, y la Segunda parte del Quijote que puede
ser la del propio Cervantes, pero t a m b i é n ¿por q u é no? la urdida
por el falso Avellaneda, lo cual explicaría la airada reacción de
Don Quijote contra esos papeles, como se verá después. D o n Q u i -
jote se pasea por la imprenta con cierta parsimonia. Cervantes
mismo sabe que algo hay en algunos editores e impresores que
los llevan a entretenerse a costa del vecino y a bailar al ignorante.
¿ N o lo sugiere así el hecho de que aquella "cabeza encantada"
—falso oráculo, burdo busto de madera puesto sobre una mesa
y conectado a un tubo donde " a modo de cerbatana iba la voz
de arriba abajo y de abajo arriba en palabras articuladas y cla-
5
ras" que tiene en su hogar el anfitrión barcelonense de D o n Qui-
jote, ese mismo Antonio Moreno que lo llevará de visita a la i m -
prenta—, haya sido hecha " a imitación de otra cabeza que vio
en M a d r i d fabricada por u n estampero", es decir por u n impre-
sor? ¿ N o parece sugerir Cervantes que los editores, no contentos
con la comedia de vender inmortalidad que juegan en sus horas
hábiles, son dados a buscar esparcimiento en simulacros y falsas
profecías como ese jocoso aparato de la "cabeza encantada"? Re-
cordemos que los impresores, a d e m á s de a libros y papeles, esta-
ban ligados profesionalmente al juego, pues i m p r i m í a n barajas
6
y eran t a m b i é n conocidos como " n a i p e r o s " . E n todo caso, so-
lían ser hombres poco ilustrados, por m á s que quisiesen hacerse
caballeros de la cultura y montarse sobre tas libros publicados.
A l menos, así lo entiende Quevedo en su Perinola donde des-
pacha sin demasiados miramientos las pretensiones espirituales
del editor: " e l librero es meramente m e c á n i c o porque no es for-
zoso que el librero sepa nada de los libros que vende, n i de las
ciencias necesita, sino de coser bien y engrudar y estirar las pieles
7
y cabecear y regatear" . H a b í a , claro, excepciones, los verdade-
ros editores, como aquel Juan Berrillo que, al calor del éxito co-
mercial del Guzmán de Alfarache de Mateo A l e m á n , resucita al La-
zarillo, lo lanza de nuevo al mercado y contribuye así a " l a fija-
5
M . D E C E R V A N T E S , Don Quijote, p. 9 9 6 .
6
A G U S T Í N M I L L A R E S G A R L O , " D O S datos nuevos para la historia de la i m -
prenta en M é x i c o en el siglo x v i " , NRFH, 7 ( 1 9 5 3 ) , p. 7 0 5 .
7
FRANCISCO DE Q U E V E D O , Perinola, en Obras completas, A g u i l a r , M a d r i d ,
1 9 6 9 , t. 1 , p . 4 5 1 .
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ción del concepto de novela picaresca" . Sea como sea, queda
una duda, ¿ c ó m o h a b í a llegado a esta imprenta visitada por D o n
Quijote el privilegio que le permite a su d u e ñ o beneficiarse legal-
mente con la historia del mismo personaje, si, como dice el pro-
pio Cervantes, " a ú n no estaba enjuta en la cuchilla de su espada
9
la sangre de los enemigos que ( D o n Quijote) h a b í a m u e r t o " ? ,
¿ c ó m o es posible que ya "anduviesen en estampa sus altas caba-
l l e r í a s " si todavía faltaban varios capítulos para que D o n Quijote
hiciese su testamento? ¿ N o sugiere esto que M i g u e l de Cervantes
recibió algún anticipo por parte de su editor mucho antes de con-
cluir la Segunda parte?
Cualquiera que sea la respuesta, parece oportuno detenerse
unos momentos en la palabra privilegio. Jaime M o l í , u n estudio-
so de los "Problemas bibliográficos del Siglo de O r o " nos explica
el significado de esta palabra en la p r o d u c c i ó n del libro:

El autor o editor, en una época en que aún no se había desarrollado


el derecho de la propiedad intelectual ni mucho menos los acuerdos
internacionales de Derechos de Autor, quedaba expuesto a que la
obra fuese editada inmediatamente por otro editor. Para impedir-
lo, existía el camino de solicitar del rey un privilegio para que, du-
rante cierto número de años y en un ámbito geográfico determina-
10
do, nadie más pudiese, legalmente, editar esa obra .

Para comprender esto, es preciso tener en cuenta la realidad polí-


tica y administrativa de la E s p a ñ a de los Austrias, ya que si " t o -
do privilegio es una concesión real, al no existir u n rey de Espa-
ñ a , no puede haber u n privilegio para E s p a ñ a " . " E l comercio
y circulación del libro están sometidos a la legislación y jurisdic-
11
ciones de los distintos r e i n o s " .
Aunque incipiente, el oficio editorial no es despreciable: " e n
otras cosas peores —dice Cervantes— se p o d r í a ocupar el hom-
b r e " . Precisamente este trabajo de ocupación, tarea y trabajo i n -
cesante l l a m a r á la atención de D o n Quijote en su viaje al fondo
de la letra impresa: " y vio tirar en una parte, corregir en otra,
componer en ésta, enmendar en aquélla y, finalmente, aquella

8
J A I M E M O L L , art. cit., p. 1 0 0 .
9
M . D E C E R V A N T E S , Don Quijote, p. 5 5 7 .
1 0
J . M O L L , a r t . c i t . , citado a su vez p o r A N T O N I O A L A T O R R E en " E l c o n -
trato entre autor y editor: u n texto de J u a n V e l á z q u e z M á r m o l " , en La Gaceta
del F. CE., 1 9 8 4 , n ú m . 1 6 5 , p . 3 1 .
1 1
J A I M E M O L L , a r t . c i t . , p p . 5 5 y 5 1 respectivamente.
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m á q u i n a que en las imprentas grandes se m u e s t r a " . Trabajo,
sí, pero trabajo a menudo fácil y sin m é r i t o , como por ejemplo
el de la t r a d u c c i ó n sosa y simplona de una lengua romance a otra
que, con toda justicia, le parece a D o n Quijote (quien, como sa-
bemos, a d e m á s de caballero andante, era crítico literario) ejerci-
cio m e c á n i c o , trabajo indigno, m á s p r ó x i m o de la faena indus-
trial y la p r o d u c c i ó n en serie que de la creación artística:

pero con todo, me parece que el traducir de una lengua a otra, co-
mo no sea de las reinas de las lenguas griega y latina, es como quien
mira los tapices flamencos por el revés: que aunque se ven las figu-
ras, son llenas de hilos que las oscurecen, y no se ven con la hsuVa
y te, de la haz; y el traducir lenguas fáciles ni arguye ingenio ni
elocución como no le arguye el que traslada ni el que copia un pa-
13
pel de otro papel .

Trabajo t a m b i é n , pero trabajo de hechizo y magia le p a r e c e r í a n


las versiones del á r a b e al romance, como ésa que le da vida per-
petrada por el "sabio encantador" Cide Hamete Benengeli.
En resumidas cuentas, ese " s u e ñ o de la vida'' que aduce Que-
vedo no siempre se v e r á cortado por la despierta conversación de
los libros, va que en ellos t a m b i é n se da, como recuerda Cervan-
tes, u n contrapunto oscuro y discordante: el sueño de la cultura
es m á s pesado, m á s soso y m e c á n i c o porque es industrial. Es el
s u e ñ o que, desde la invención de la imprenta por Gutenberg, p r i -
mero en Estrasburgo y luego en Maguncia, trae loco al m u n d o
s e m b r á n d o l o de señores intoxicados de tinta, de holgazanes y pe-
rezosos que lucran y divorcian " l a teoría de la práctica de las ar-
14
m a s " , de historiadores que e n g a ñ a n y se e n g a ñ a n , de impre-
15
sores torpes que ponen caballos donde h a b í a burros desfiguran-
do la realidad, de inquisidores andantes que han leído demasiadas
obras piadosas y que sacan los ojos a sus deudos para devolverles
la " l u z del a l m a " , de príncipes y aprendices de príncipes que jue-
gan a la masacre y al Lepanto i n s p i r á n d o s e irresponsablemente
Zn Bagatelas y Juguetes.
Así se explica que, entre los vapores de ese sueño de la cultu-
ra, los ojos de los editores confundan autores y personajes —como
le sucede al impresor de Barcelona con el Q u i j o t e - ya que, para

1 2
M. DE C E R V A N T E S , Don Quijote, p. 997.
1 3
Ibid., p. 9 9 8 .
1 4
Ibid., p. 5 9 8 .
1 5
Ibid., p. 5 6 6 .
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ellos, mientras se traduzca en oro, la distinción es superflua. Los


autores, y m á s a ú n los personajes, no dejan de barruntar estas
realidades que infectan el cielo de la cultura y que contaminan
la mentada m á q u i n a de la inmortalidad con una sombra poco me-
nos que infernal. Acaso por ello D o n Quijote se apresura a salir
sin siquiera despedirse, él habitualmente tan cortés y comedido,
de aquel taller al que e n t r ó unos minutos antes movido por una
ingenua, genuina curiosidad. U n a vez conocido el mezquino mis-
terio que encierra la imprenta, se aparta de ahí con "muestras
16
de algún despecho" . ¿Y c ó m o no h a b í a de sentir herida su al-
ma de papel después de encarar las pruebas de su misma novela,
luego de asomarse a ese espejo de tinta y ver, por fin, reflejando
en él, su rostro de personaje, la sospechosa figura de la que ya
le habló su amigo el bachiller Carrasco, luego de tener entre sus
manos su propio final? L a bilis negra de la tinta lo hace atrabilia-
rio, lo hiere la certeza de que su frágil cuerpo manuscrito m u y
pronto se t r a n s f o r m a r á en miles de cuerpos, de libros. É s a es acaso
la dolorida verdad que le hace advertir al autor y traductor que
se ha encontrado en la imprenta: " Y o le prometo que cuando se
vea cargado de dos m i l libros, vea tan molido su cuerpo que se
17
espante" . L a amenaza la dicta la experiencia. D o n Quijote tie-
ne el cuerpo molido de tantas ediciones, aunque t o d a v í a está v i -
viendo su Segunda parte. Él mismo nos hace saber que " t r e i n t a
m i l v o l ú m e n e s se han impreso de m i historia y lleva camino de
imprimirse treinta m i l veces de millares si el cielo no lo reme-
1 8
d i a " . Por supuesto no lo r e m e d i a r á , y no sólo está molido sino
desperdigado " s i no dígalo Portugal, Barcelona y Valencia don-
de se han impreso y aun hay fama que están imprimiendo en A m -
bares' '. Aunque pudiese ser halagadora por aquello de "verse v i -
viendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes",
la cosa tiene mucho de inquietante, porque si la honra "anda ba-
19
rriendo las calles" , esa lesión del buen nombre a " n i n g u n a
20
muerte se le i g u a l a r a " . L a m á q u i n a de la inmortalidad no de-
j a de producir sentimientos encontrados, sus sentencias son éter-
ñ a s , irrevocables y, para bien o para m a l , no dejan mucho lugar
a la esperanza pues lo impreso, impreso está.
Desde otro ángulo, Quevedo nos a y u d a r á a profundizar en
1 6
Ibid., p. 1000.
1 7
Ibid., p. 999.
1 8
Ibid., p. 559.
1 9
Ibid., pp. 591-592.
2 0
Ibid., p . 559.
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las razones de la desazón que invade a D o n Quijote en la impren-


ta. ¿ Q u é le d a r í a m á s escalofríos al hidalgo de L a Mancha: verse
encarando a su alma de papel y descubrir que sólo es u n persona-
je o advertir que esa férrea cuna que representa para él la imprenta
es el vivero de una nueva y oscura orden de caballeros —la buro-
cracia— ya no andantes sino sedentes, de guerreros apoltronados
que g o b e r n a r í a n al mundo desde el escritorio, con tinta y papel,
y serían los verdaderos señores, los amos de u n orbe regido ex-
clusivamente por oficios escritos y dictados y en el que la caballe-
ría misma sería novela, es decir papel?: " E m p e r o luego se inven-
tó la imprenta contra la artillería, plomo contra plomo tinta con-
tra pólvora, c a ñ o n e s contra c a ñ o n e s . L a pólvora no hace efecto
mojada: ¿quién duda que la moja la tinta por d ó n d e pasan las
órdenes que la aprestan y previenen? ¿ Q u i é n duda que falta el
plomo para balas después que se gasta en moldes fundiendo le¬
2
tras y el metal en l á m i n a s ? " ' . T a l vez es ésa la r a z ó n que desa-
zona a D o n Quijote y que lo lleva a exclamar que ese libro al que
pertenece y que le pertenece será algún d í a "quemado y hecho
polvo por impertinente; pero su San M a r t í n se le llegará como
a cada puerco''. C o n ese anhelo incendiario, da por sentado que
Cide Hamete Benengeli no es m á s que otro de esos historiadores
fraudulentos que se valen de mentiras y que merecen "ser que-
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mados como los que hacen moneda falsa" . Así es y así debe ser,
y así este paso de D o n Quijote por la imprenta cabe ser leído co-
mo una puerta secreta de la novela, una clave que nos p e r m i t i r í a
acceder a una c o m p r e n s i ó n o r g á n i c a de las relaciones que sostie-
ne D o n Quijote con la Verdad, su otra Dulcinea.
Cervantes sabe que "para componer historias y libros de cual-
quier suerte que sean, es menester u n gran juicio y u n maduro
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e n t e n d i m i e n t o " ; tampoco ignora que el oficio del editor y del
librero tienen algo de admirable y heroico pues no se le escapa
que "es g r a n d í s i m o el riesgo a que se pone el que i m p r i m e u n
libro, siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal que
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satisfaga y contente a todos los que lo l e y e r e n " . C o n todo, el
sentir desazonado de D o n Quijote al salir de la imprenta parece
m á s bien hacer eco a aquel parecer expresado por Cervantes pre-
cisamente en el " P r ó l o g o " de la Segunda parte en el sentido de
2 1
FRANCISCO DE Q U E V E D O , La fortuna con seso y la hora de todos, en Obras com-
pletas, t. 1 , p. 2 5 9 .
2 2
M . DE C E R V A N T E S , Don Quijote, p. 5 6 2 .
2 3
Ibid., p. 5 6 3 .
2 4
Ibid., p. 5 6 4 .
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que hacer libros es cosa de locos, pero no m á s difícil que inflar


25
con u n tubo perros por la cola .

ADOLFO CASTAÑÓM

2 5
Ibid., p . 5 3 7 .

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