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Aprender a tragar el enojo

Lammoglia, E. 1995 El Triángulo del dolor. México. Grijalbo. p.p. 123 – 1337

Coro de viejos

¿Puede haber mayor ultraje? La cosa va de mal en peor. Todo hombre


que se tenga como tal tiene la obligación de oponérsele; pero
quitémonos la túnica. El hombre debe, ante todo, oler a hombre y no
estar envuelto en sus vestidos. En, todos los que en nuestros buenos
tiempos nos reunimos en Lipsidrión, hombres de pies desnudos, hoy es
preciso rejuvenecerse, enderezar el cuerpo, despojarse de la vejez.

Si se deja a la mujer el menor asidero, no cejará ni un punto en sus


esfuerzos, y se les verá construir naves, pretender dar batallas navales y
atacar a ejemplo de Artemisa. Si les place dedicarse a la equitación, se
licenciará a nuestros caballeros. A la mujer le gusta mucho el caballo;
sobre él ataca vigorosamente y no cae por mucho que galope; testigos
las Amazonas que Micón pintó combatiendo a los hombres. Por ello, es
preciso apoderarse de ellas y meterles a todas el cuello en el cepo.

Coro de mujeres

¡Por las diosas! Si me irritas, suelto las riendas de mi cólera y te doy una
tunda que te obligo a pedir socorro a tus vecinos. Amigas mías,
quitémonos también los vestidos; que perciban esos carcamanes el olor
a mujer enfurecida.
Si alguno se acerca a mí, le aseguro que no habrá de comer más ajos ni
habas negras.
¡Di una sola palabra!
Estoy furiosa y te trataré como el escarabajo al nido del águila... Aunque
des siete decretos, no podrás con nosotras, ¡miserable, detestado por
tus vecinos y por todo el mundo!

Lisístrata, de Aristófanes

Cuando se maltrata a un niño, éste siente una tremenda rabia. El enojo es


una emoción humana normal y todos lo experimentan en grado distinto, sin
embargo, a muchos padres les resulta difícil tolerarlo. Con frecuencia se considera
erróneamente que el enojo de los hijos es indicación del fracaso paterno. Cuando un
niño hace una pataleta, la mayoría de los padres siente que ya no lo controla y se ve
impotente.

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El niño necesita dar expresión a sus sentimientos de enfado, pero dentro
de límites razonables. Es necesario enseñarle que estos sentimientos de
coraje son normales, pero ello no significa que pueda emprenderla a
patadas contra un perro, golpear a alguien o ponerse a romper cosas.

A la niña se le permiten muchas menos vías de escape; de ella se espera amabilidad y


carácter dulce. No se considera "femenino" que exprese su enojo con gritos, pleitos o
deportes agresivos. Aunque algunas niñas se conviertan en "marimachos", la mayoría
de ellas aprende a ventilar su enojo mediante la agresión verbal, cuyas formas
tradicionales
son el chisme, el insulto y el sarcasmo. Otras maneras menos directas
incluyen malhumor, gestos o llanto. Cuando la agresión verbal no es suficiente para
canalizar el enojo, los sentimientos de cólera quedan enterrados vivos.
Lamentablemente, cuando una emoción fuerte (como el enojo) se ve bloqueada en su
expresión normal, no se limita a desaparecer, sino que encuentra otra salida. Para
muchas mujeres, como para muchas personas maltratadas, la salida llega a ser contra
ellas mismas.

Entonces la niña, para lograr el perdón de sus sentimientos de enojo, elabora una serie
de comportamientos que le permita demostrar a todos, empezando por ella misma,
que en realidad es buena y digna de afecto y, sobre todo, que no es colérica.

Se ha vuelto en extremo obediente, dócil y sumisa. Este


comportamiento lo mantiene durante su vida adulta.

El problema con ese tipo de actitudes defensivas ante el enojo es que se establece un
círculo vicioso. Cuanto más dócil es una niña, más ignorados son sus sentimientos y

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sus necesidades, con lo cual su enojo aumenta y ella se ve obligada a ser cada vez
más sumisa para poder defenderse de él. Este círculo vicioso es el camino que
recorren todos los niños maltratados.

Locura para Dos

La relación con un misógino no es satisfactoria para él ni para su compañera; sin


embargo, como se ha visto, quien más sufre es la mujer. El tremendo desequilibrio de
fuerzas que hay entre ambos los mantiene encerrados en lo que Susan
Forward llama "locura para dos".

Si desde niña la mujer se ha sentido incómoda con su cólera y le ha tenido miedo a


ese sentimiento, verá en el misógino a alguien capaz de expresar por ella algunos de
sus sentimientos. A su vez, él vive profundamente avergonzado de sus carencias y su
desamparo.

Si desde niña la mujer se ha sentido incómoda con su cólera y le ha tenido miedo a


ese sentimiento, verá en el misógino a alguien capaz de expresar por ella algunos de
sus sentimientos. A su vez, él vive profundamente avergonzado de sus carencias y su
desamparo.

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Tales atracciones, al igual que los intercambios furtivos de sentimientos ocultos,
no tienen lugar en el ámbito de lo consciente; sin embargo, el intercambio que impulsa
al misógino y a su pareja a conducirse en la forma como lo hacen cuando están juntos,
es una poderosa fuerza subyacente en su relación.

Intercambio de dependencia

El misógino se siente muy incómodo con los sentimientos de tristeza y


desvalimiento, porque esas emociones lo avergüenzan. La vulnerabilidad no
armoniza con la visión que él tiene de sí mismo como hombre; no obstante, tales
sentimientos permanecen y, como todas las emociones fuertes, deben encontrar algún
canal que les permita expresarse.

Tal intercambio insatisfactorio tiene dos desventajas inherentes:


Primera:

Segunda:

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Intercambio de cólera

Así como el misógino canaliza parcialmente sus sentimientos de dependencia, por


mediación del comportamiento de su pareja, también ella descarga parte de su enojo
mediante los estallidos de cólera de él.

Como muchas mujeres, esta paciente tenía pocas salidas socialmente aceptables para
su enojo. Debía reprimir no sólo su resentimiento del pasado, sino también el que
sentía contra su pareja. La presión de toda aquella rabia inesperada la tenía
aterrorizada y creía que, si en alguna ocasión se permitía el más mínimo enfado,
perdería todo dominio de sí misma. Sentía que su enojo era como un pozo sin fondo y
que, si alguna vez le daba cauce, la cólera jamás terminaría de aflorar.

Enojo y sufrimiento

Todos necesitamos decir lo que pensamos y lo que sentimos. Cuando cerramos


los canales de expresión normales a las emociones, éstas encuentran otras maneras
de manifestarse, muchas veces de forma muy destructiva. Cuando una mujer
mantiene una relación con un misógino y reconoce sus sentimientos de enojo, es
frecuente que estos aparezcan disfrazados de enfermedades.

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He oído a mujeres enumerar largas listas de problemas físicos y emocionales; sin
embargo, es raro que establezcan una relación entre lo mal que se sienten y su vida
de pareja.

La siguiente conversación sobre este tema ha sido tomada de uno de los programas de
radio que conduce Susan Forward:

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Esta mujer había conseguido separar su sufrimiento de la relación disfuncional con su
marido. Mientras permaneciera atenta a su depresión y a todo lo que ella "hacía mal",
evitaba tener que enfrentarse a la destructividad de su relación con él. Dicha mujer no
es un caso atípico: muchas mujeres convierten sus sentimientos coléricos en dolencias
emocionales y físicas.

Estrés y adicciones

Las adicciones sirven para un doble propósito: amortiguan el dolor y, al mismo


tiempo, intensifican la actitud tendiente a evitar todo enfrentamiento con la causa que
lo provoca. Pueden hacer que una relación caótica parezca tolerable, y por tanto
disminuyen la incomodidad que motivaría el cambio.

Sea cual fuere la forma que tome la adicción, representa un intento desesperado de
supervivencia psicológica, sin embargo, una mujer que vive una relación destructiva
disminuye las probabilidades de mejorar su situación cuando agrega una adicción física
al estrés y a los conflictos que ya enfrenta, de suyo abrumadores.

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Cuando empiezo a escuchar a un paciente que tiene una adicción física, le advierto que
aceptaré proporcionarle el tratamiento sólo si inicia algún tipo de programa
terapéutico o se incorpora a algún grupo de autoayuda con el fin de atender su
dependencia.

Las compensaciones ocultas del sufrimiento

"¿No te da vergüenza lo mal que me haces sentir?", "eres una mala


persona por estar haciéndome semejante cosa...", "de ti depende
que yo mejore..." y "¿ves cómo sufro? Tienes que atenderme y ser
bueno conmigo...".

Una mujer puede creer que, como sufre, tiene derecho a que la cuiden y se
compadezcan de ella; lo más importante: puede considerarlo una justificación para no
emprender una acción encaminada a mejorar su vida; sin embargo, el sufrimiento no
cambia nada.

Los intentos furtivos e indirectos de comunicarse nunca son eficaces porque no


enfrentan los problemas; además, es rarísimo que elmisógino se muestre sensible
a los sufrimientos de su compañera; si los reconoce, su actitud probablemente
será declarar que eso no tiene nada que ver con él.

El sufrimiento de la mujer no pasa de ser una prueba más de sus "deficiencias". Si ella
tiene un colapso físico o emocional, incluso tal vez sirva para alimentar el desprecio de
él por su debilidad. A sus ojos, se pone patética y "exagera las cosas", además de ser
una inútil.

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Desquitarse sin enojarse

Hostilidad directa

La mujer enganchada en una relación con un misógino puede recurrir


a agresiones verbales encubiertas y a alfilerazos repetidos, en un intento de
vengarse y canalizar parcialmente su enojo.

El siguiente caso es el de una mujer que estaba furiosa por la forma como la trataba
su pareja, pero tenía muy pocas maneras de expresarlo:

Como cabía esperar, los comentarios hostiles de la mujer sólo servían para dar a su
misógino nuevas justificaciones para ser cruel.

Muchas se aíslan y se desconectan con frecuencia, lo que es una manera muy


poderosa de expresar el enojo. Otras, se muestran frías y distantes, retrayéndose en
un silencio hosco y poniendo mal gesto.

Ya sean directas o indirectas, todas esas expresiones de enojo son relativamente


débiles, comparadas con los continuos estallidos de los misóginos. En el
intercambio dependencia-enojo la mujer vuelve a ser la estafada. Pese a todos los
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conflictos y temores que su desamparo genera en el misógino, éste sigue sintiéndose
en libertad de dar rienda suelta a la cólera. Creo que por esa razón principal, este
hombre sufre aparentemente muy poco.

La mujer, por su parte, ya sea por miedo a la venganza, por la antigua programación
familiar o por temor a separarse o perder el amor de su compañero, no disfruta de tan
esencial libertad emocional: reprime su cólera y, en última instancia, la vuelve
sobre sí misma.

Una relación en la cual uno de los miembros de la pareja puede expresar sentimientos
hostiles, pero el otro no, se basa en un grave desequilibrio de fuerzas; la mujer que se
considera impotente en una relación así no ve las cosas como son.

En contraste, una vez que aprende a evaluar con precisión dónde reside su verdadera
fuerza, la mujer está mucho mejor situada que su compañero para cambiar de
comportamiento y, por ende, de vida.

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