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FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES - UNIVERSIDAD NACIONAL DE TUCUMÁN

CÁTEDRA DE NOCIONES DE ECONOMÍA / TEORÍAS ECONÓMICAS

Texto 29 – Consenso de Washington (Unidad 6 punto 1)

Texto de Cátedra (elaborado por: Héctor Atonur)

Aclaración preliminar: el presente trabajo toma los textos de Bruna Barlaro Rovati (UADE)
“Consenso de Washington en Argentina: implicaciones e inserción internacional a través del
realismo periférico”; el de Eduardo Bidaurratzaga “Consenso de Washington” . A partir de ello se
presentan algunas conclusiones referidas a la temática que estudiamos en este punto.

Consenso de Washington en Argentina: implicaciones e inserción internacional a través del


realismo periférico. (Texto de Bruna Barlaro Rovat)1

Resumen

El Consenso de Washington se planteó como una posible solución a la crisis latinoamericana


de la década de 1980, pero, sin embargo, la aplicación de tal modelo no impactó de igual manera
en todos los países que decidieron imple mentarlo, y en el caso específico de Argentina, implicó
un proceso de profundas transformaciones estructurales que llevó finalmente al colapso del
modelo en el año 2001.

El presente trabajo pretende analizar la aplicación del modelo del Consenso de Washington
en Argentina y cuáles fueron sus resultados, particularmente haciendo hincapié en los efectos
de las privatizaciones en los precios y tarifas, en las cuentas fiscales, en la configuración de los
mercados y en el empleo. Además, busca vincular a tal modelo con la configuración de la política
exterior emprendida durante ambas presidencias de Menem, sobre todo considerando al
realismo periférico como eje.

Palabras clave: neoliberalismo, desarrollo económico, realismo periférico, Argentina

1. Introducción

Durante la década de 1990 se llevó a cabo un proceso de profundas transformaciones en América


Latina en el marco de lo que fue el denominado “Consenso de Washington”. Sustentado en la

1
Disponible en:
https://www.researchgate.net/publication/332974272_Consenso_de_Washington_en_Argentina_implicacione
s_e_insercion_internacional_a_traves_del_realismo_periferico

1
ideología neoliberal, tal modelo pretendía palear la crisis de la región intensificada desde la
década de 1980, abriendo las economías al capital extranjero y reduciendo el papel del Estado, el
cual era percibido como un agente que, por su papel excesivo, retrasaba la modernización y
desarrollo (Gantman, 2012).

La aplicación se dio de forma desigual en los países que implementaron el modelo, y la realidad
muestra que ningún país de la región pudo llevar a cabo todas las reformas en un lapso tan corto
de tiempo. Algunos críticos explican que, en un principio, quienes formaron el “consenso” (FMI,
Banco Mundial, la Reserva Federal, entre otros) no tuvieron en consideración las
circunstancias históricas y culturales de los países latinoamericanos que contaban con una
tradición completamente distinta a la anglosajona. Particularmente en el caso argentino, se
muestra un alcance de cierto crecimiento económico por medio de un modelo de desarrollo
que autores como Conesa (2000) denominan “crecimiento liderado por la deuda”, crecimiento
que, sin embargo, contrasta con consecuencias desfavorables en el ámbito social.

En la sección próxima, se describen los lineamientos del Consenso de Washington a nivel general,
considerando los diez puntos que plantea Williamson y cómo se estructura el modelo bajo la
aprobación de diferentes organismos financieros internacionales. Luego, se explican las
reformas fundamentales llevadas a cabo en el caso particular de la Argentina, seguido de sus
resultados. En la tercera sección se analizan las bases de la política exterior durante las
presidencias de Menem y cómo se acopló el concepto de realismo periférico de Escudé a la
misma, entendiendo que existe una homogeneidad entre la política interna y la política externa.
Por último, se reflexiona acerca del colapso del modelo aplicado en Argentina con la crisis de
diciembre de 2001 y las implicaciones que tiene la adopción de un modelo “traído de afuera”.

2. Aplicación del Consenso de Washington en Argentina

Durante la década de 1980 se dio una dicotomía: por un lado, la ilusión generada con el retorno
de la democracia; por otro, la desilusión causada por el default y la hiperinflación como
producto de las políticas económicas fallidas durante la gestión de Alfonsín. Tanto el Plan Austral
como el Plan Primavera buscaron apaciguar los efectos de la crisis aguda en la Argentina, sin
embargo, fueron intentos fracasados que no lograron evitar la hiperinflación de 1989. Con el
inicio de lo que algunos autores llaman “desarme de la democracia” (Bonnet y Glavich, 1994) se
dio el traspaso anticipado del mando de Alfonsín a Menem.

En el contexto de la nueva gestión, Menem propone una reestructuración profunda basada en la


concepción del Estado mínimo y la aplicación de medidas de corte neoliberal y neoconservador,
siguiendo las recomendaciones del llamado “Consenso de Washington”.

2.1 Lineamientos generales del Consenso de Washington

El “Consenso de Washington” encuentra sus bases en un informe titulado “Lo que Washington
quiere decir por reforma de la política [económica]” elaborado por el economista John

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Williamson, donde se plantea un paquete de reformas de políticas económicas estándar para
aplicar en los países latinoamericanos que estaban adentrados en la llamada “década perdida de
América Latina”. Dicho informe contó con el respaldo tanto del gobierno de Estados Unidos, como
la Reserva Federal y organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial. El paquete constaba de diez puntos a seguir que, en teoría,
aplicados, darían fin a la crisis de la deuda: primero, asegurar la disciplina fiscal, con un déficit
operativo que no supere el 2% del Producto Bruto Interno; segundo, establecer un
reordenamiento de las prioridades del gasto público; tercero, implementar una reforma
impositiva que garantice un incremento del ingreso fiscal; cuarto, liberalizar las tasas de interés;
quinto, establecer una tasa de cambio competitiva con un régimen flexible de tipo de cambio;
sexto, liberalizar el comercio exterior; séptimo, liberalizar la entrada de Inversión Extranjera
Directa; octavo, llevar a cabo privatizaciones de empresas paraestatales con el fin de
“conseguir más eficiencia”; noveno, desregular para promover la competencia; y por último,
garantizar los derechos de propiedad en una manera similar a la de Estados Unidos (Williamson,
1990).

Dentro de la lógica neoliberal en la que estaba encuadrado este modelo, América Latina era visto
como un bloque homogéneo con economías similares y problemáticas congruentes, causadas
principalmente por dos factores: primero, por el excesivo crecimiento del Estado, y segundo,
por el populismo económico; dando como resultado una distorsionada asignación de recursos. En
este sentido, el neoliberalismo buscaba dar solución al Estado benefactor ineficiente, además de
respaldarse como promotor de la cooperación internacional (Sterling-Folker, 2010), condición
necesaria para insertarse en el nuevo sistema mundial configurado a partir del capitalismo.

Vilas (2003) asegura que el modelo del “Consenso de Washington” no sólo implicaba una serie de
medidas para llevar a cabo una reforma económica profunda, sino también formaba parte de un
capítulo de la democracia, afirmando: “la descentralización como instrumento de ordenamiento
de cuentas públicas y la descentralización fiscal de decisiones y políticas públicas a
destinatarios contribuye a la democracia y a la responsabilidad ciudadana”. Otros autores
como Skaggs (2011), aseveran que la promoción del modelo se da como una “solución
económica democrática” frente al peligro que implicaba la amenaza socialista/comunista en la
región. En esta instancia, el principal promotor, Estados Unidos, cumplía un rol fundamental
al influir en el posicionamiento de los otros Estados que debían, desde su perspectiva,
subordinarse a él (y considerar tal subordinación como una victoria de la democracia) o aislarse y
caer en la anarquía.

2.2 Aplicación en Argentina

La victoria del Partido Justicialista con el 47,5% de los votos y la asunción anticipada de Menem
a la presidencia demostró la necesidad de realizar un giro estructural particularmente en
las políticas económicas. En tal contexto, Menem dentro de sus promesas de campaña expresó
la idea de llevar a cabo una “revolución productiva” donde la recuperación del trabajo y la cultura

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del trabajo sería una prioridad. Además, atacó al modelo de sustitución por importaciones
viéndolo como el causante del estancamiento económico por el que estaba transitando el país.

El presidente pudo llevar a cabo su plan de reformas neoliberales, adoptando algunos puntos del
Consenso de Washington, a partir de diferentes factores: en una primera instancia, gracias al
apoyo institucional que tenía por parte del Congreso y la oposición, donde la aprobación de leyes
fundamentales de la reforma se dio en plazos sumamente cortos; en una segunda, fue el tener a
la Corte Suprema a su favor, especialmente cuando se dio la mayoría automática, fallando
siempre a favor del presidente; y tercero fue el decretismo presidencial como forma de saltear
procesos institucionales que harían al proceso más arduo y a los cambios más lentos. Sin
embargo, en relación con este último punto, el uso particular de Decretos de Necesidad y
Urgencia no fue indiscriminado, sino más bien moderado teniendo en consideración que en
algunas circunstancias era necesaria la aprobación de determinadas leyes para dar una imagen
de seguridad jurídica al exterior.

Siguiendo los diez puntos de Williamson, la gestión de Menem abarcó siete (Duarte, 2002): en
relación al déficit fiscal, se suspendieron subsidios y subvenciones a la vez que los ingresos
mejoraría a partir de la privatización de empresas estatales y venta de inmuebles del Estado;
considerando el punto de gastos públicos, se suspendieron subsidios, subvenciones y
cualquier tipo de compromiso que afecte los recursos del Tesoro Nacional; en cuanto a la
reforma impositiva, se dio la suspensión de incentivos vía reducción o exención de impuestos y
posteriormente se expandió la base impositiva con el aumento y ampliación de impuestos al
consumo; siguiendo el punto de la política comercial, se liberalizó el comercio exterior al eliminar
a todos los entes de regulación; en lo que respecta a la Inversión Extranjera Directa, se
garantizó la igualdad de tratamiento para tanto capital nacional como extranjero; en lo referido
a la privatización, se le dio facultades al Poder Ejecutivo Nacional para proceder a la privatización
total o parcial o a la liquidación de empresas, sociedades, establecimientos o haciendas
productivas cuya propiedad sea total o parcialmente del Estado; y por último, en cuanto a la
desregulación, se liberalizó el comercio eliminando a los entes contralores como eran la Junta
Nacional de Granos o la Junta Nacional de Carnes.

Durante la presidencia de Menem existieron tres leyes clave que posibilitaron la reforma: la
ley N°23.697 de Emergencia Económica, la ley de Reforma del Estado y Reestructuración de
empresas públicas (N°23.696) y la ley de Convertibilidad (N°23.928). La primera hacía
referencia a la reestructuración del gasto estatal, al igual tratamiento de capitales nacional y
extranjero y a la autorización al Poder Ejecutivo para declarar prescindibilidad de empleados
designados sin concurso previo; la segunda estableció que las empresas públicas podrían ser
privatizadas mediante decretos, dando posibilidad a acreedores del Estado y/o sus empresas de
capitalizar sus créditos; y la tercera dada bajo la iniciativa del ministro de Economía Cavallo,
decretaba la relación cambiaria fija entre la moneda nacional y la estadounidense (1 dólar
estadounidense por cada 10.000 australes o posteriormente un peso). Sin embargo, ésta última
fue criticada por los diferentes organismos financieros internacionales al ir en contra de lo
que proponía el modelo del “Consenso de Washington”, el cual establecía la disposición de un
tipo de cambio flexible.

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La ley de Emergencia Económica supuso una descentralización de políticas sociales, al tener que
cumplir con la reducción del gasto estatal, dejando de ser una estrategia de promoción social
(propia del Estado benefactor) y pasando a un instrumento de asistencia y compensación de los
efectos negativos del ajuste en la calidad de vida de los sectores más vulnerables (Vilas, 2003). En
lo que respecta a la ley de Reforma del Estado y Reestructuración de empresas públicas, se vio
en las privatizaciones la solución al problema de las empresas públicas que “(…) habían
abandonado progresivamente el propósito social que había guiado su creación; por el contrario,
la calidad de sus servicios era cada vez más pobre, su productividad declinaba, el rendimiento de
sus inversiones era muy bajo, el precio de sus servicios se había deteriorado y su endeudamiento
había crecido notablemente” (Gerchunoff, 1995:45), también teniendo en cuenta que “una vez
que el gobierno fuese apartado del camino se asumía que los mercados privados distribuirían
eficientemente los recursos y generarían un fuerte crecimiento” (Stiglitz, 1998:22).

El caso particular de las privatizaciones sin dudas constituyó el pilar más importante del nuevo
plan de reformas. Los sectores privatizados fueron esencialmente de servicios: ferrocarriles
(Ferrocarriles Belgrano S.A, Ferrocarriles Argentinos S.A y Ferrocarriles Metropolitanos S.A),
correo (Correo Argentino y ENCOTEL), gas (Gas del Estado), energía eléctrica (SEGBA), agua
(HIDRONOR), telecomunicaciones (ENTEL), aerolíneas (Aerolíneas Argentinas) y petróleo (YPF y
YCFRT). Lo particular del proceso de privatizaciones fue la velocidad con la que se dio: en 1994,
131 de 200 de las mayores empresas argentinas que concentraban el 57% del total de ventas
estaba dominadas por capital nacional; para 1998, 131 de las 200 empresas que representaban el
70% total de ventas estaban en manos de capital extranjero (Guadagni, 2000). La justificación de
lo veloz del proceso fue, por un lado, para palear el endeudamiento crítico de las empresas
estatales que pasarían a ser administradas por acreedores extranjeros; y por otro, para obtener el
visto bueno tanto de grupos económicos locales como extranjeros: se pensaba que las
privatizaciones llevarían hacia una conciliación entre actores internos y externos y entre éstos y el
nuevo gobierno.

2.3 Resultados

Con el alza en la Inversión Extranjera Directa se dio una baja en la inflación y un aumento en el
Producto Bruto Interno per cápita. No obstante, el crecimiento no fue continuo: ya para 1995 tuvo
índices negativos con leves recuperaciones hasta que se dio el mayor pico de -11,74% con la crisis
de diciembre del 2001.

Con respecto al consumo, gracias a la ley de convertibilidad se produjo un boom del consumo que,
sumado a la estabilidad macroeconómica a corto plazo, dio la legitimación necesaria al plan
económico para que Menem gane la reelección. Siguiendo las reflexiones de Berger (1986),
esta cuestión resulta consistente con lo que él entiende como la última fuerza legitimadora del
sistema: el consumismo.

En relación con los precios y tarifas, las empresas públicas necesitaban una inyección de capital
que sólo podía proveer el sector privado, y así aumentar la productividad y eficiencia de estas

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empresas. En este sentido, si bien el objetivo se cumplió, no fue el conjunto de la sociedad sino
un grupo reducido de empresas (propietarias o concesionarias de las empresas de servicios
públicos) las que fueron beneficiadas con un incremento en la tasa de retorno de su capital al
abaratar costos. Se dio una evolución asimétrica entre las tarifas de las distintas categorías de cada
sector de servicios donde se presentaron dos tendencias: una transferencia de recursos desde
sectores asalariados y bajos ingresos a sectores empresarios; y una transferencia de pequeñas
y medianas empresas hacia las grandes (Duarte, 2012).

En cuanto a las cuentas fiscales, hubo una disminución de la deuda en el corto plazo, pero en el
mediano/largo plazo el endeudamiento se vio agravado: “(…) en los años de la convertibilidad
(1991 a 1997) los pagos de intereses más las amortizaciones de capital de la deuda ascendieron a
59.700 millones de dólares. Pero en el mismo lapso se contrajeron nuevas deudas por 63.500
millones” (Verbitsky, 1999). Para 1998 el total de la deuda alcanzaba los 140.000 millones de
dólares, mientras que en 1991 era de 61.000 millones (Basualdo, 1999).

Considerando la configuración de los mercados, como consecuencia del proceso privatizador se


dio un conjunto reducido de grandes conglomerados empresariales, quienes pasaron a
controlar firmas que operan en sectores de actividad estratégicamente importantes.

3. Política exterior menemista y vinculaciones con realismo periférico

La política exterior durante los dos períodos de Menem implicó cambios y continuidades
con respecto a la presidencia predecesora de Alfonsín. Miranda (1994) explica las principales
diferencias entre las políticas de Menem y Alfonsín, considerando el contexto: la política planteada
durante la presidencia de Alfonsín era congruente con la culminación de la Guerra Fría, mientras
que Menem se ubica en una nueva etapa de la historia con la adopción de un nuevo sistema
internacional donde Estados Unidos consolida su hegemonía; en relación a esto, puede
entenderse la relación de la Argentina alfonsinista con Estados Unidos, siendo de confrontación,
frente a la Argentina de Menem que decidió la aceptación realista de Estados Unidos como
líder en el hemisferio occidental (Escudé, 1992). Frente a este contexto, la política de Menem
descartó el no alineamiento porque percibió la escasa funcionalidad a los cambios y exigencias
del nuevo sistema mundial donde Estados Unidos era fundamental. Por último, cabe destacar el
momento histórico de Argentina en ambas presidencias: Menem no tuvo que partir desde cero
en una transición democrática que implicó un cambio rotundo del diseño de la política exterior
del gobierno militar como lo tuvo que hacer Alfonsín.

A grandes rasgos, la posición de Argentina en el mundo involucró: un abandono de la posición de


autonomía con respecto a Estados Unidos, entendiendo en palabras del Canciller Di Tella que la
Argentina buscaba tener “relaciones carnales” con el país del norte; en relación con Brasil, se
propuso incentivar una búsqueda de mayores entendimientos en el marco del incipiente
MERCOSUR; en Naciones Unidas se apoyó/defendió al nuevo ordenamiento del sistema
mundial; y a nivel regional, se buscó una política de seguridad y defensa orientada a una “Zona de
Paz en el Cono Sur”. Bernal Meza (2002), por su parte, resume a la política exterior menemista en

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la adopción de tres posiciones básicas: alianza con potencias vencedoras de la Guerra Fría y
alineamiento con hegemón, aceptación de nuevas reglas de juego en el sistema económico
mundial, y profundización de vínculos transnacionales y adhesión a estrategias de capitalismo
trasnacional.

Dentro de los objetivos de la política exterior, se buscaba favorecer la reinserción de la Argentina


en el “primer mundo”, por ello, se procuró establecer una alianza de largo plazo con Estados
Unidos, se recompusieron las relaciones con Europa, se profundizaron las relaciones con países
como Japón, y se formó una alianza económica con el Brasil. Es así como se abandona la
confrontación política con países desarrollados, aunque se consideraba que la Argentina no
debía pretender un alto perfil o una posición protagónica a nivel internacional (Escudé, 1997).

En relación con las posiciones que toma Bernal Meza (2002), la Argentina comienza un proceso
de adopción de “valores hegemónicos universalmente aceptados” (Bernal Meza, 2000:91) para
generar prestigio, credibilidad y confiabilidad en el exterior. Estos valores como la democracia, el
libre mercado o la seguridad cooperativa fueron las bases para la formulación de políticas tanto
internas como externas. En el ámbito doméstico, la aplicación del “Consenso de Washington” y la
reforma estructural del Estado fueron fieles estos principios: consolidar la democracia a partir
de una economía de libre mercado como solución a la crisis regional.

Una personalidad destacada dentro del Ejecutivo de Política Exterior durante la gestión de
Menem fue Carlos Escudé, quien cumplió el rol de asesor del ministro de Relaciones Exteriores Di
Tella. Una cuestión que aconteció hacia dentro del Ejecutivo de Política Exterior en los años ’90
fue que no existía una posición consensuada o congruente entre los diferentes agentes que
conformaban la toma de decisiones de la política exterior argentina: por un lado, se ubicaban
Menem, Cavallo, Di Tella y Cisneros quienes opinaban que había una necesidad de cambiar la
política exterior frente a los cambios en el sistema mundial; por otro, se encontraba Escudé, quien
defendía la atemporalidad de la necesidad de cambio, basándose en su teoría de realismo
periférico.

El realismo periférico se presenta como una teoría opuesta a la teoría de la interdependencia


compleja de Keohane y Nye, entendiendo que existe una lógica de desinterés por parte de los
Estados centrales o grandes potencias con respecto a los Estados periféricos, los cuales son
pobres, vulnerables y poco estratégicos. De tal forma, haciendo énfasis en su componente
ciudadano-céntrico, las decisiones que se tomen deben implicar un análisis costo-beneficio en
donde los costos para la población sean los menores posibles (Escudé, 2009). En este sentido, el
alineamiento de Menem con Estados Unidos implicó una lógica de realismo periférico, donde se
buscó evitar a toda costa cualquier tipo de confrontamiento con el gran hegemón, ya que se
suponía que un potencial conflicto implicaría altos costos para la población.

Escudé, analizando la política exterior durante la década de 1990, distingue entre dos etapas de
las relaciones exteriores menemistas: una primera de “crudo pragmatismo”, y una segunda de
“nuevo Principismo de giro marcadamente occidental”, lo cual implicaba “aceptar
pragmáticamente que la Argentina necesita más de Estados Unidos que éstos de la Argentina”
(Miranda, 1994:5). Otros autores como Busso y Bologna (1994), sin embargo, explican que

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la política exterior argentina durante este período fue puro pragmatismo más que realismo,
entendiendo que la política externa formó parte del proceso de reformas del Estado y de la
economía, cuestiones que estaban directamente vinculadas a las relaciones de Argentina con
Estados Unidos.

4. Conclusiones

En América Latina los procesos de democratización tuvieron desarrollos desiguales, especialmente


en lo que implica toma de decisiones. En algunos casos la transferencia de recursos y decisiones
pueden estar influenciados por el clientelismo y el autoritarismo, sin recibir ningún tipo de
cuestionamiento.

La experiencia latinoamericana en relación con el “Consenso de Washington”, sin embargo,


muestra que no existió una relación lineal entre aplicación de los principios y crecimiento
económico.

En el caso particular argentino, el acelerado proceso de privatizaciones trajo logros a corto plazo,
como la reducción de inflación, PBI per cápita e IED; pero también tuvo consecuencias negativas
como el incremento del desempleo, el deterioro de las condiciones laborales, la imposibilidad
de mejorar la competitividad de las industrias argentinas y el detrimento en los gastos de salud y
educación como producto del ajuste de cuentas del Estado.

Algunos críticos del modelo del “Consenso de Washington” explican que su fracaso se debe a un
planeamiento y aplicación incompletos de políticas (Williamson, 2002), a la insatisfacción por
parte de la población como consecuencia de la implementación de medidas (Ffrench-Davis, 2000)
o a no haber considerado las particularidades históricas, culturales y sociales de América Latina
al momento de diseñar las políticas (Skaggs, 2011).

Es importante, entonces, reflexionar acerca de las implicaciones que trae implementar un modelo
“exportado”: la falta de entendimiento cultural puede parecer una cuestión que pasa
desapercibida, pero la realidad muestra que es imposible implementar un modelo que funcione a
nivel ecuánime en todo el mundo, especialmente considerando a América Latina como una región
que en sí presenta diferencias abismales.

La complejidad de cada país, en especial la complejidad argentina, demuestra que existen


problemas coyunturales, históricos, que no pueden solucionarse al largo plazo sin implicar un alto
costo político. La polarización entre un Estado benefactor y un completo liberalismo sin
intervención estatal es lo que en última instancia socaba los intentos de llegar a “un país mejor”,
un claro ejemplo de ello fue la crisis del 2001. Frente a este paradigma, coincido con lo que expresa
Bresser Pereira (1991) siguiendo al enfoque de la crisis fiscal, al afirmar que quizás la solución
radique en la coordinación entre Estado y mercado donde exista una potestad estatal para definir
políticas económicas, al igual que voluntad para direccionarse hacia el mercado externo.

Este paper constituye un trabajo meramente explicativo, por ello sería apropiado profundizar
en nuevos estudios sobre las posibles alternativas para combatir los problemas coyunturales

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expuestos. Quedarían dos cuestiones claves alrededor de las posibles soluciones a desarrollar:
cuáles serían los beneficios para la población, por un lado, y cuál sería el costo político en el
proceso de toma de decisiones, por el otro.

Consenso de Washington (texto de Eduardo Bidaurratzaga)2

El denominado Consenso de Washington se refiere al conjunto de medidas de política


económica de corte neoliberal aplicadas a partir de los años ochenta para, por un lado, hacer
frente a la reducción de la tasa de beneficio en los países del Norte tras la crisis económica de
los setenta, y por otro, como salida impuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el
Banco Mundial (BM) a los países del Sur ante el estallido de la crisis de la deuda externa. Todo
ello por medio de la condicionalidad macroeconómica vinculada a la financiación concedida por
estos organismos.

El concepto como tal fue acuñado por el economista británico John Williamson en un artículo
publicado en 1989, donde enunciaba una serie de medidas de estabilización y ajuste de las
economías respecto a las cuales determinadas instituciones con sede en Washington —
mayormente el FMI y el BM, así como el gobierno y la Reserva Federal de EE.UU.— parecían tener
un consenso sobre su necesidad. En términos generales, el entonces nuevo ideario apostaba por
un paquete conjunto de políticas económicas como: la lucha contra el déficit público por la vía de
reducción del gasto, las reformas para reducir la progresividad impositiva, la PRIVATIZACIÓN de
empresas públicas, la liberalización del comercio y de los MERCADOS de capitales a nivel
internacional, la minimización de las condiciones a la entrada de INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA
y la desregulación de los mercados laborales internos, entre otras.

Influencia sobre la teoría y práctica económica

En la evolución del pensamiento sobre el desarrollo y la consiguiente aplicación de medidas


acordes con este, el Consenso de Washington marca un punto de inflexión determinante en la
orientación de las políticas económicas para las décadas posteriores, y contribuye
significativamente a la creación y consolidación del patrón de globalización neoliberal
actualmente dominante. Si bien durante los años setenta el pensamiento sobre el desarrollo logra
superar la obsesión previa por el crecimiento económico, las inversiones en infraestructuras y la
industrialización como objetivos en sí mismos, pasando a hacer más hincapié en la lógica de la
satisfacción de necesidades básicas y la lucha contra la pobreza, las desigualdades o el desempleo,

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Disponible para consulta en: https://omal.info/spip.php?article4820

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la década de los ochenta establece un giro radical en estos planteamientos, retomando una visión
reduccionista del desarrollo como meta a alcanzar y del camino para acceder a este.

Tal y como se desprende de las medidas mencionadas, las principales características de este
enfoque han sido: el restablecimiento del mercado como mecanismo central para la asignación
de recursos en la economía; la priorización del SECTOR PRIVADO como motor de la economía y la
minimización del peso del sector público; la liberalización de mercados y la apertura como
estrategia fundamental de inserción en la economía mundial; y la negación de una economía del
desarrollo, mediante la utilización de un único análisis y aplicación de recetas universalistas para
todas las economías con independencia de su nivel de desarrollo y su contexto particular.

En los países del Norte, este cambio de tendencia se produjo como respuesta a la crisis de los años
setenta, mediante políticas restrictivas centradas en la lucha contra la inflación y el déficit público,
enfrentándose a las políticas de corte keynesiano aplicadas en la mayor parte de esos países en
las décadas anteriores. A este respecto, la llegada al poder de los partidos conservadores en
Estados Unidos y Gran Bretaña, de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, entre otros
factores, fue determinante para la puesta en marcha del proceso de liberalización de las
economías y de desestructuración del Estado de bienestar emprendido a partir de entonces.

Más allá del giro radical que ello supuso en las políticas económicas de los países del Norte, la
influencia de estos en organismos internacionales como el FMI y el BM trasladó directamente
estos análisis y políticas a los países del Sur tras el estallido de la crisis de la deuda externa a
primeros de la década de los ochenta. La intervención por parte de estos dos organismos trataba
de minimizar el riesgo de colapso del sistema financiero internacional por medio de la oferta de
financiación a los países deudores del Sur que encontraban grandes dificultades para poder hacer
frente a los pagos correspondientes. No obstante, el acceso a financiación por parte de las
INSTITUCIONES FINANCIERAS INTERNACIONALES venía condicionada a la aplicación del ya
mencionado conjunto de medidas de política económica, comúnmente conocidas con el nombre
de programas de ajuste estructural. La mayor parte de los países del Sur, primeramente
latinoamericanos y posteriormente africanos y asiáticos, se vieron obligados a recurrir a la
financiación externa de las INSTITUCIONES FINANCIERAS INTERNACIONALES, lo que se tradujo en
la imposición generalizada de dichas severas reformas estructurales y duras políticas de austeridad
en estos países sobre todo durante las décadas de los ochenta y noventa. La inclusión durante los
años noventa de las economías en transición de la Europa del Este y de las antiguas repúblicas
soviéticas acabó ampliando el ámbito de actuación de esta agenda neoliberal a la gran mayoría de
las economías del mundo.

Críticas y tendencias recientes

Estos paquetes de políticas y sus instituciones promotoras recibieron fuertes críticas como
consecuencia de sus graves efectos sociales sobre los sectores de la población más vulnerables,
así como por los escasos resultados de sus reformas a la hora de alcanzar uno de sus pretendidos

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objetivos, esto es, estimular la actividad económica. Todo ello además, en un contexto en el que
otros países que no han seguido fielmente las propuestas del Consenso de Washington han
obtenido mejores resultados económicos, como Corea del Sur o China, entre otros.

Dichas críticas, lanzadas desde diversos ámbitos de la academia, agencias de NACIONES UNIDAS y
amplios sectores de la sociedad civil en los países afectados, llevaron desde mediados de los
noventa a una amplia demanda de superar la fase anterior y caminar hacia el que se vino a
denominar el post-Consenso de Washington. Desde esta perspectiva, se criticaba la fe ciega en el
ideario neoliberal y en sus recetas universalistas, acuñándose conceptos como “fundamentalismo
de mercado” para explicar esta tendencia que tanto se ha extendido por todo el mundo en los
últimos treinta años. A este respecto, la influencia de académicos como Joseph Stiglitz,
economista jefe del BM entre 1997 y 2000 y premio Nobel de Economía en 2001, ha sido muy
destacada. Sus críticas a la forma en que se gestionó la transición de Rusia hacia el capitalismo
neoliberal o la crisis financiera del sudeste asiático en 1997 por parte del FMI, y en general al
malestar causado por el actual formato de globalización, han contribuido significativamente a
alimentar el cuerpo teórico del post-Consenso de Washington.

Todo ello ayudó a provocar también diversos cambios en el discurso del BM desde finales de los
años noventa a partir de planteamientos neoinstitucionalistas, como en el caso de su propuesta
de Marco Integral de Desarrollo. La confluencia del FMI y del BM entre las muchas instituciones
que trabajan en el marco del logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) podría verse
también como un cambio en esa dirección. Pese al cambio de discurso en la lógica de priorización
de la lucha contra la pobreza, la práctica de la condicionalidad macroeconómica, el ajuste y las
políticas de austeridad sigue aún muy vigente en los países del Sur y del Este que reciben
financiación de estas instituciones.

En este mismo sentido, la crisis financiera de 2008 y la respuesta a la misma por parte de gobiernos
e INSTITUCIONES FINANCIERAS INTERNACIONALES ha puesto de manifiesto que la presencia de
los principios del Consenso de Washington y sus políticas neoliberales desgraciadamente sigue
siendo todavía muy amplia. Si bien la reacción inicial por parte de muchos gobiernos, de la mano
de la intervención pública y las operaciones de rescate a la banca y otros sectores privados,
evidenciaban lo inapropiadas que habían sido las políticas previas de desregulación y liberalización
de MERCADOS a ultranza, el resultado final de todo ello, sin embargo, dista de alejarnos de dicho
ideario y de la práctica neoliberal. Es decir, como consecuencia de esto, la aplicación del principio
de «PRIVATIZACIÓN de las ganancias y socialización de las pérdidas» ha hecho que la crisis
financiera, y la consiguiente recesión económica, se acabe convirtiendo en una crisis fiscal para
muchos de esos gobiernos, como hemos visto en el caso de diversos países de la periferia europea.
Paradójicamente, todo ello ha hecho resurgir con gran fuerza el discurso y la práctica más
neoliberal del Consenso de Washington. La apuesta de nuevo por fuertes ajustes presupuestarios
por la vía del gasto y la mayor desregulación de los mercados laborales internos, entre otras
medidas, se está traduciendo en un drástico deterioro de los sistemas de protección social, con
graves consecuencias sobre las condiciones de vida de los sectores sociales más vulnerables, así
como en amplio descontento y rechazo popular.

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