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Ápeiron. Estudios de filosofía — N.

º 15 - Octubre 2021
Monográfico «Lecturas de Derrida»

Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake


de James Joyce1

Deconstruction, Translation and Finnegans Wake

Fabio Vélez
UNAM
fabio.velez@fa.unam.mx

Resumen: Este artículo intenta desentrañar la presunta ilegibilidad y la apa-


rentemente intraducibilidad del Finnegans Wake de James Joyce, desde las
reflexiones que Derrida le dedicó a esta novela, en concreto, y a la traducción,
en general.
Palabras clave: ilegibilidad, intraducibilidad, babelismo, Joyce, Derrida

Abstract: This article tries to figure out the illegible and apparently untrans-
latable nature of James Joyce’s Finnegans Wake, based on Derrida’s reflec-
tions about Joyce and translation.
Keywords: illegibleness, untranslatability, babelism, Joyce, Derrida

Copyright © 2021 Fabio Vélez


Ápeiron. Estudios de filosofía, monográfico «Lecturas de Derrida», n.º 15, 2021, pp. 325–341,
Madrid-España (ISSN 2386 – 5326)
http://www.apeironestudiosdefilosofia.com/

Recibido: 03/05/2021 Aceptado: 29/06/2021

1
Una primera versión de este texto, revisado y ampliado para la presente ocasión,
apareció en Tonos digital: Revista de estudios filológicos, n.º 25, 2013.

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

Para Cris,
que me enseñó a traducir

S e preguntaba Derrida, en Deux mots pour Joyce, si era posible


leer a Joyce y declarar enunciados del tipo: «Yo he leído a Joyce», «leed
a Joyce», «¿Ha leído usted a Joyce?», etc. para de inmediato respon-
der: «[éstos] siempre me han parecido cómicos, de manera irresistible.
Joyce es aquel que ha querido hacer reír, estallar de risa ante semejan-
tes frases. ¿Qué queréis decir en realidad con “leer a Joyce”? ¿Quién
puede vanagloriarse de haber “leído” a Joyce?». Y concluía: «uno –con
Joyce– se mantiene siempre al borde de la lectura (au bord de la lec-
ture)» (Derrida, 1987: 24).
Porque, ¿se puede leer un equívoco? ¿Un equívoco de seiscientas
páginas? Joyce, en el Wake, habría movilizado y explotado hasta lími-
tes inconcebibles semejante resistencia. En efecto, habría hecho de él
su tema y su operación. Habría logrado de este modo, en una búsque-
da continuada de recursos aberrantes como palíndromos, anagramas,
metátesis, homofonías, aliteraciones, calambures, hápax… conectar la
mayor sincronía y potencia de significaciones inimaginables. En efecto:
«poner en fisión cada átomo de escritura para sobrecargar el incons-
ciente de la memoria colectiva de la humanidad: mitologías, religiones,
filosofía, ciencias, psicoanálisis, literaturas» (28). Pero, ¿cómo leerlo,
entonces? ¿Se puede leer así?
Henos aquí ante el desafío. El propio Joyce dedicó algunas notas al
respecto. Escuchemos, entonces, qué dejó escrito, por si pudiera resul-
tar de utilidad.

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

The Augusta Angustissimost for Old Seabeastius’ Salvation, Rockabill


Booby in the Wave Trough, Here’s to the Relicts of All Decencies, Anna
Stessa’s Rise to Notice, Knickle Down Duddy Gunne and Arishe Sir
Cannon, My Golden One my Selver Wedding, Amoury Treestam and Icy
Siseule, Saith a Sawyer til a Strame (Joyce, 2000: 104).

Este pasaje corresponde a los posibles títulos de una misteriosa carta


hallada entre los desperdicios de un basurero. Y, aunque no lo parezca,
hemos tropezado con un escrito de una trascendencia capital en la no-
vela. Nos las habemos con lo que parece ser una prueba exculpatoria, es
decir, un testimonio que podría deslegitimar la plétora de habladurías y
murmuraciones que estarían determinando la presunción de acusación
del protagonista (dejemos de lado los actores: quién la concibe, quién
la redacta, quién la encuentra o a quién va dirigida). El fantasma de esta
carta venía ya asediando, asomándose en momentos estratégicos, desde
el primer capítulo, pero es ahora, llegados al quinto, cuando podemos
leerla al completo y de primera mano. Si interesa esta en concreto se
debe no tanto a su literalidad, que también, cuanto al texto restante que
la sigue y acompaña. Se podría aventurar entonces que ese otro tex-
to, a modo de glosa, expondría de alguna manera las claves necesarias
para su lectura. Y ser capaces de interpretar la carta podría significar en
cierto sentido poder leer el resto del libro. Sigamos, pues, este extraño
pliegue metarreflexivo.
Bastarían las primeras líneas del pasaje citado para atisbar de in-
mediato la peculiaridad y el alcance de esta compleja escritura. «The
Augusta Angustissimost for Old Seabeastius’ Salvation» que, traduci-
da, podría quedar más o menos así: «La Augusta angustiadísima por la
salvación del viejo Augusto». Léase: Augusta, la tercera esposa del em-
perador Augusto, de nombre Livia, pero asimismo –por homonimia– la
esposa del inculpado, Anna Livia Plurabelle, siente la mayor de las an-
gustias y angosturas, porque peligra la salvación de su marido: Augus-
to (Sebastos (grieg.)). En sintonía, se alude entonces a «Anna Stessa’s
Rise to notice» «the Relicts of All Decencies», en suma, a la ascensión
de la propia Anna para testimoniar, y acaso así exonerar, el recuerdo de
mejores tiempos. Como, por ejemplo, aquellos dorados por la pátina del
amor (y casualmente aparecía entonces uno de los epítetos concedidos
a Hathor, diosa egipcia del amor, «the golden one»), en comparación

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

agraviosa para con estos, más recientes, que tal vez le despertaban otras
figuras, como las de Tristán e Isolda («Amoury Treestam and Icy Si
seule»).
Las referencias cruzadas se multiplican, bullen, y comienza el des-
file de irradiaciones incontrolables (La Biblia, los Brahma Sütra, pero
igualmente Shakespeare, Dickens...). No sólo se ha presentido la ex-
culpación, sino que toda la literatura, reverberando, ha salido a escena.
Prescindamos empero de este iceberg (es decir, de tener que darlo la
vuelta para revelarlo), y escuchemos las «lecciones» que sobrevienen
tras la carta2.
Tal vez todo estuviera ya cifrado en esa primera sentencia: «The
proteiform graph itself is a polyhedron of scripture» (Joyce, 2000: 107).
Se anunciaba entonces la grafía proteiforme de una escritura que, por
las mismas, generaba una inestable e inquietante, por inabarcable, ana-
morfosis poliédrica. La escritura pasaba a ser cuerpo, de las dos a las
tres dimensiones, y ello requería una nueva y correcta manipulación. El
volumen incorporaba a la pretendida superficie plana inauditos recove-
cos y sombras. Había más de lo que comparecía a primera vista. Se tor-
naba por ello necesario emplear tantos sentidos como fueran posibles.
Era menester el previo desarreglo de los mismos para recomponerlos y
que pudieran complementarse sin subordinaciones y jerarquías enquis-
tadas. Así, por ejemplo, se esperaba afinar nuevamente el oído hasta que
el sonido del sentido y el sentido del sonido pudieran volverse afines
(here keen again and begin again to make soundsense and sensesound
kin again). Aunque no sólo. Ya lo había preguntado antes, apremiando
a la búsqueda de un mejor punto de vista, con cierta retórica: «Habes
aures et num videbis? Habes oculos ac mannepalpabuat?». Apoyado en
los Salmos de una Vulgata algo retocada, interrogaba al lector idólatra:
«¿Tienes orejas y no ves? ¿Tienes ojos y no palpas?». Y aún había más3.

2
A este respecto, es de interés, por ejemplo, el volumen de James S. Atherton
(2009).
3
S. Beckett, en un precoz ensayo titulado «Dante… Bruno. Vico… Joyce», ya
divisó con una lucidez que deja pasmado a cualquiera, qué se estaba jugando en esta
obra: «Ustedes se lamentan de que esto no esté escrito en inglés. No está escrito en
absoluto. No es para que se lea –o más bien no sólo para que se lea‒. Es para que se
mire y se escuche. No es una escritura acerca de algo; es ese algo […]. Esta escritura

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

Con la tercera, agregándose, venía la cuarta: el tiempo. Una nueva di-


mensión, esta, que solicitaba otras pericias. Pues el discurrir del tiem-
po, en virtud de su diversa declinación, pronunciación, deletreo o dise-
minación, demandaba un nuevo tratamiento de los signos escritos (the
as time went on as it will variously inflected, differently pronounced,
otherwise spelled, changeably meaning vocable scriptsigns). Así que
paciencia ante todo –se alentaba al lector– (and above all things else
we must avoid anything like being or becoming out of patience), una
vez que se ha comprendido que la relectura es eterno retorno (we must
ceaselessly return).
¿Cómo proceder entonces? Para empezar desterrando toda racionali-
zación por sincopación en la elucidación de las complicaciones, (ratioci-
nation by sincopation in the elucidation of complications). Todo es (o pue-
de ser) significativo con la serenidad adecuada (ever looked sufficiently
longly): tanto lo externo (enveloping facts themselves circumstantiating),
como lo literal o psicológico (the literal sense or even the psychological
content). Siempre podremos albergar, en este «caosmos» generalizado
(chaosmos of Alle), serias dudas sobre el sentido de la totalidad, o la in-
terpretación de una frase o una palabra en su contexto (doubts as to the
whole sense of the lot, the interpretation of any phrase in the whole, the
meaning of every word of a phrase so far deciphered out of it)4. Y nunca,
por ello, se puede concluir de manera negativa, por la falta de comillas,

que encuentran ustedes tan oscura es la quintaesencia de lenguaje, pintura y gesto,


con toda la inevitable claridad de la vieja articulación. Aquí está la salvaje economía
de los jeroglíficos. Aquí las palabras no son las cultas contorsiones de la tinta de los
impresores del siglo XX. Están vivas. Se abren paso sobre la página, y brillan y arden
y se apagan y desaparecen», (2001: 129 y 132). Sorprende, más si cabe, pensar que
fue precisamente este joven quien empujó a lengua a un estilo totalmente opuesto; así,
frente al hiperbarroquismo de Joyce, el hiperminimalismo de Beckett.
4
Escribe Eco, temprano y certero intérprete del Wake, lo siguiente: «A parte il
fatto che molte saranno sfuggite allo stesso autore (che approntava una macchina per
suggerire, capace, come ogni macchina complessa, di operare al di là delle intenzioni
originarie del costruttore), non è affatto necesario evidentemente che il lettore capisca
il significato esatto di ogni frase e di ogni parola, neppure quando, tra i tanti intravisti,
si ritaglia il senso piú congeniale; la forza del detato sta nell’ambiguità permanente
en el risuonare continuo di tanti sensi che si prestano a un’opera di selezione ma non
vengono domati né eliminati da alcuna selezione» (2002: 130).

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

que el autor de este ininteligible texto fuera incapaz de desapropiarse de


lo dicho por los demás (that its author was always constitutionally inca-
pable of misappropriating the spoken word of others).
¿Y si aún así se siente uno perdido (feeling like (…) lost in the bush)?
¿Dónde buscar la sabiduría en este espacio baldío (where in the waste
is the wisdom), en el que sólo se mascullan reminiscencias de rastros
incompletos o finales abruptos (the touching reminiscence of an incom-
pletet trail or dropped final)? Keep calm! La babélica confusión es,
en este caso, excusable (pardonable confusion). Como en el caso de
la palabra «funferal» –mezcla irreductible de «fun fair» y «funeral»–.
Una palabra que guarda en su interior, sutilmente escondida, otra pala-
bra o palabras extraviadas en su confusa vestimenta. Como si estuviera
grabada y retocada, adecentada y henchida, tan semejante a un huevo
de ballena relleno de conservas, y sentenciada acaso a ser hocicada un
trillón de veces por los siglos de los siglos, hasta que una noche el coco
de un lector ideal que había venido padeciendo un ideal insomnio se
hunde o flota (engraved and retouched and edgewiped and puddenpad-
ded, very like a whale’s egg farced with pemmican, as were it sentenced
to be nuzzled over a full trillion times for ever and a night till his noddle
sink or swim by that ideal reader suffering from an ideal insomnia). El
catálogo de disimulaciones, no obstante, continuaba pasando revista:

all those red raddled obeli cayennepeppercast over the text, calling un-
necessary attention to errors, omissions, repetitions and misalignments:
that (probably local or personal) variant maggers for the more gener-
ally accepted majesty which is but a trifle ant yet may quietly amuse:
thoseuperciliouslooking crisscrossed Greek ees awkwardlike perched
thereand here out of date like sick owls hawked back to Athens: an
the geegees too, jesuistically formed at first but afterwards genuflected
aggrily toewards the occident: the Ostrogothic kakography affected for
certain phrases of Etruscan stabletalk and, in short, the learning be-
trayed at almost every lines’s end (Joyce, 2000: 120).

En suma, «the learning betrayed at almos every line’s end». Y, ¿cómo


leer cuando el saber es traicionado a cada instante5? ¿Cuando no hay se-

5
Attridge escribe: «narrativity abounds in Finnegans Wake, the book’s very tex-
ture is tightly woven web of stories. Through his extraordinary development of the

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guridad ni en el punto final de cada enunciado, palabra o letra? ¿Cuándo


no hay ni certidumbre en el idioma?

Joyce no se quedó ahí. Todavía se podía transgredir algún límite.


Una vuelta de tuerca más. El equívoco podría ser aún multiplicado.
¿Cómo? Babelizándolo. En efecto, haciéndolo hablar varias lenguas a
la vez. La responsabilidad ya no pasaba únicamente –como si esto fuera
ya poco– por traducir las complejas potencialidades semánticas y for-
males del equívoco, sino por respetar en dicha tarea la multiplicidad de
lenguas. Si el concepto corriente de traducción seguía estando regulado
por el «dos veces uno», es decir, por la garantía de una pasaje estable,
completo y seguro entre lenguas –asumiendo con ello el supuesto de
la integridad rigurosa del sistema, como si la lengua constituyera un
cuerpo propio–, la pregunta radical que abría el Wake era la siguiente:
¿Cómo «traducir el babelismo» (Derrida, 1987: 45)? Derrida se pregun-
taba en la última página del ensayo, en una nota a pie de página, sobre
la necesidad y la pertinencia de tener que traducir el Wake y señalaba,
también interrogativamente: «¿no llega [esta pregunta] siempre tarde?»
(52). Es decir, ¿no es una cuestión tardía, après-coup, desde el momen-
to en que la traducción ha comenzado «desde la primera lectura»? O
dicho de otro modo: ¿Qué ocurre con un libro que no está escrito en una
lengua, que no tiene lengua de escritura, que nunca está en casa, que
aborrece lo doméstico, porque mora y se demora de manera cosmopoli-
ta? El Wake vino al mundo huérfano, sin posibilidad de reconocimiento:
¿quién habría de reclamarlo sin lengua materna, ni patria?
Pero –retomemos la pregunta–, ¿es posible leer el Wake sin (intentar)
traducirlo? ¿No es traducirlo, también, dejar de leerlo? ¿No reside en
ese doble y contradictorio mandamiento la condena de Babel: en la im-
posición y la prohibición, a un mismo tiempo, de la traducción?

portmanteau technique, Joyce found a way of interweaving narrative possibilities at


several levels simultaneously: a paragraph, a sentence, a phrase, or even a word can
offer a mini-narrative to the reader. Linearity –a crucial feature of narrative– goes out
the window» (2001: 129).

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

Siendo así, y a pesar de la loca e hiperbólica tarea, «hay que (il faut)
traducir», es preciso intentarlo. Y nada más pertinente, al caso, que
acercarse al episodio más literalmente babélico del Wake.

Ubiquémonos: parte II, capítulo noveno. Hacia el final: tras el lam-


preazo del sexto trueno.

Lukkedoerendunandurraskewdylooshoofermoyportertooryzooysphal-
nabortansporthaokansakroidverjkapakkapuk (Joyce, 2000: 257)6
 
Acaba de cerrarse una puerta. Eso es lo que se lee y se oye, lo que
relampaguea y truena a la vez. Poco antes unos niños jugaban a mimos
y adivinanzas hasta el atardecer (no será esto fortuito, como ya se verá).
Pero, ¿es posible? ¿Cómo que se ha cerrado una puerta? Efectivamente
y, además, en varios idiomas; lo advertimos gracias al golpe onoma-
topéyico que acaba de producir el estruendo: luk døren (dan.), dun an
doras (gael.), chiudi l’uscio (it.), fermez la porte (fr.), sphalna portan
(grieg. mod.), sport one’s oak (ing.), zakroi dver’ (rus.), kapiyi kapal
(turc.). Todas ellas expresiones para designar lo mismo, el cierre. La
posterior constatación, por su parte, lo confirma:

Byfall.
Upploud! 
The play thou schouwburgst, Game, here endeth. The curtain drops by
deep request.
Uplouderamain!

6
Las citas que siguen corresponden a las tres últimas páginas del mentado capítulo
noveno del Wake (2000: 257-9). Hay deudas obvias por lo que respecta al desentraña-
miento de pasajes. Así, de obligada referencia, es tanto la minuciosa glosa crítica de
R. McHugh (2006), como la anónima y virtual en http://finwake.com/. Cabe destacar
también la lectura de capítulos de algunas monografías: W. Y. Tindall, (1969: 99-110)
y Ph. Kitcher, (2007: 130-45).

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

Ha caído el telón –the curtain drops, by fall– y se suceden los vítores


y aplausos –Beifall (alem.), applaud (ing.), applaudir a main (fr.)– de
manera entusiasta –up, loud–.
La obra ha finalizado –the play, the show (schouwburgst, holand.),
here ended– y algo se ha perdido tras el telón, tal vez incluso de mane-
ra irrecuperable: «Gonn the gawds», «Rendningrocks roguesreckning
reigns», «Gwds… are gttrdmmrng». Los dioses marchan, han partido
–gods are gone–, cumpliendo así con su reino y destino: Ragnarök –o
«destino de los dioses», la batalla del fin del mundo en la mitología
nórdica–, Götterdämmerung –el «ocaso de los dioses». Esta impronta
nórdica venía precedida ya por unas señales que estimulaban y orienta-
ban la mira: «Fionia is fed up…», «Sealand snorres». Así es, no es sólo
que Fionia y Zealand sean dos islas de Dinamarca, sino que, además,
Snorri Sturluson, poeta e historiador del S. XII, debía su fama a la com-
posición de la Edda prosaica, una suerte de poética nórdica.
Y junto a una tradición, otra. Con los dioses idos, sólo cabe encomen-
darse a los «gustspells» –a actuaciones invitadas de actores, Gastspiel
(alem.), pero también, a buenas nuevas, gospel (ing.). Comprometida
toda la descendencia humana por el pecado, la salvación por expiación
sería anunciada por medio de un inesperado actor y un nuevo guión,
Jesús y los Evangelios. En el capítulo en cuestión (estamos en el nove-
no), se habían podido ya entrever ciertas reverberaciones pentateúticas:
«when Adam Leftus and the devil took our hindmost, gegifting her with
his painapple» –tentación y caída–, «O!Amune! Ark? Noh?!» –arca de
Noé–, «We’ve heard it aye since songdom was gemurrmal» –Sodoma
y Gomorra–. Volvamos, sin embargo, a los «Gwds» y al «Götterdäm-
merung» ya que junto a los mismos, flanqueándolos, nos encontramos
ahora con un inquietante «Hlls vlls» –¿hills and valleys?, ¿se está pre-
parando, al rellenar de valles y aplanar de colinas, el camino del Señor?
(Isaías 40:4)–. En todo caso parece claro que de manera acuciante, des-
de el trueno, «the timid hearts of words all exeomnosunt». Ciertamente,
las palabras comparecen descorazonadas a causa de su timidez, y ello
porque las vocales que las ligaban han desaparecido de la escena –exe-
unt omnes (lat.)–. Con los dioses parecen haber partido también, en
cierta medida, el corazón de las palabras. ¿Y no era el hebreo, lengua de
exilio y, por ende, cuasi-divina, una escritura sin vocales?

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

«Go to, let us extol Azrael with our harks, by our brews, on our
jambses, in his gaits». Es aquí donde empieza a insinuarse el episodio
de Babel. La referencia inmediata es Génesis 11. Go to –ea!–, ensalce-
mos al arcángel Azrael, alcemos una torre y una ciudad, con nuestros
oídos y entendimiento común, gracias al ladrillo cocido y al alquitrán–.
«Immi ammi Semmi» podrían ser las palabras de un hipotético y es-
pecial Nemrod: mi madre –immi (heb.)–, mi nación –ammi (heb.)–,
mi nombre –shmi (heb.). «And shall not Babel be with Lebab? And he
war». Y aquél, el que fue –war (alem.)–, fue declarando la guerra –war
(ing.). Poco antes, un exclamativo «Yip! Yip! Yarrah!» ya preconizaba
el fragor de otros acontecimientos bélicos (¿mención encubierta a las si-
glas HEP, esto es, al mensaje cifrado que se transmitían los soldados ro-
manos cuando quedó destruido por segunda vez el Templo de Jerusalén
bajo el mando de Tito –Hierosolyma Est Perdita: Jerusalén ha caído?)
Y es que la confusión ya estaba en la pregunta (pero, ¿quién hizo la pre-
gunta?). ¿Y no estará Babel con Lebab? O también: ¿No permanecerá
Babel con corazón –Lebahb (heb.)–? ¿No lo salvaguardará –war (alem.
ant.)–? O mejor: ¿No estará Babel junto a su contrario, conviviendo
con él? Todo se juega en la lectura de la traducción. ¿No acarrea Babel
de manera inherente un doble bind constructivo y destructivo, es decir,
tanto la lectura de Babel como la de su anagrama Lebab? ¿No consiste
acaso en eso su confusión, una escritura borrada pero productiva? ¿No
remarcaba el relato bíblico que con Babel se imponía la confusión y la
dispersión de lo propio y uno? Era el contexto inmediato: «And he shall
open his mouth and answer: I hear, O Ismael, how they laud is only as
my loud is one», en aparente conjuración al dios monoteísta (Deutero-
nomio 6:4).

«Uplouderamainagain!». Otro –again– nuevo aplauso.

«For the Clearer of the Air from on high has spoken in tumbuldum
tambaldam to his tembledim tombaldoom worrild and, moguphonoised
by that phonemanon, the unhappitents of the earth have terrerumbled
from fimament unto fundament and from tweeleddedumms down to
twiddledeedees». De lo alto, abriendo un claro, un Yahveh preocupa-
do se había decidido por sembrar la confusión. Todo está ya en ruinas

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

–tumbledown aliterado– y sólo resta la megafonía del ruido –mega-


phonoise. Ha retumbado todo, los habitantes, infelices –unhappy, inha-
bitants–, han sentido el temblar de la Tierra entera –terre (fr.), tremble
(ing.)–, desde el firmamento hasta el fundamento, indistintamente.

Loud, hear us! 


Loud, graciously hear us! 

Se implora entonces clemencia. Y, acto seguido, se retoma un hilo del


Wake, el principio del capítulo: aquel juego entre hermanos y amigos,
poco inocente y algo cruel, que, tras una pelea, concluía al atardecer
(Dämmerung) con la vuelta a casa para la cena. «Now have thy children
entered into their habitations». Señor –Loud, Lord–, escúchanos. «O
Loud, hear the wee beseech of thees of each of these thy unlitten ones!
Grant sleep in hour’s time, O Loud!». Se rogaba al señor entonces por
cada uno de esos pequeños, se le suplicaba para que cuidase de sus
sueños. Pues si bien en el juego las chiquilladas podrían haber incurrido
en pecado (en la adoración a Chuff por parte de las niñas, en el adulterio
implícito de Issy a Glugg o en la violencia homicida que desató la pelea
entre hermanos), se intercede para que no sean interpretadas como un
incumplimiento de los mandamientos divinos. «That they take no chill.
That they do ming no merder. That they shall not gomeet madhowiatrees.
Loud, heap miseries upon us yet entwine our arts with laughters low!».
No han matado, tampoco han cometido adulterio –thou shall no kill
nor murder, thou shall no comeet adultery– no en vano, solo se han
orinado en la cama –mingere (lat.), ni merder (fr.) ni murder (ing.). Así
pues, apelando a la templanza divina –lofter law–, que sus miserias
sean mensuradas a la luz también de sus riquezas.

Ha he hi ho hu.
Mummum.

Pocos pasajes dan tanto que pensar como éste –recordemos que así
se clausura el capítulo–, y pocos han producido un mutismo similar en
la crítica. Ensayemos una hipótesis. Es de sobra conocida la influencia
de Vico y la Scienza nuouva en el Finnegans Wake. Y no se trata tam-
poco ahora de recordar, por ejemplo, la huella de los corsi e ricorsi en

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

la división de los capítulos o la escansión por truenos en el modelado


de la acción7.
En Vico, el trueno, aunque asociado a la idolatría del mundo gentil,
tiene la importancia de dar inicio, cual pistoletazo de salida, a la Histo-
ria del hombre. Es Júpiter, ese proto-universal fantástico, el responsable
y capaz de reunir en un mismo crisol el terror y el deber, a la naturaleza
y a la divinidad. Este, según Vico, encarnaría el primero de todos los
sentimientos humanos («porque cada nación gentil tuvo el suyo») y,
consecuentemente, el nacimiento de lo divino, del derecho y del len-
guaje. La lengua, articulada en el origen con la onomatopeya («con la
que todavía observamos que se explican felizmente los niños»), nacería
como respuesta a esa manifestación pirotécnica, mezcla de luz, ruido
y estupor. Vico añadía a este propósito: «Las palabras humanas siguie-
ron formándose con las interjecciones, que son voces articuladas por el
ímpetu de las pasiones violentas, que en todas las lenguas son monosí-
labos. De donde no está fuera de lo verosímil que, a partir del asombro
producido por los primeros rayos en los hombres, naciese la primera
interjección con referencia a Júpiter, formada con la voz “¡pa!”, y que
después quedó redoblada en “¡pape!”» (Vico, 2006: 281). De ahí a la fi-
gura paterno-totémica en todas sus dimensiones, como reconocerá más
adelante Vico, no hay más que espera.
La cosmogonía del Wake es una cosmogonía de la noche y el sueño8.
En el capítulo en cuestión, enriquecida además por el prisma de la ni-
ñez. Entre los gigantes bestiales de Vico y los niños de H. C. Earwicker,
entre el trueno y el portazo, entre el padre de los dioses (Júpiter) y la
madre de los vástagos (A. L. P.), en definitiva, entre el día y la noche,
parece jugarse, en este particular pasaje, la confluencia de ambas obras.
Pues, ¿acaso no son las vocales (a, e, i, o, u) la primera enseñanza que
reciben los niños, ese primer trueno en forma de ley? ¿No comienza

7
No es baladí que se haya decidido emprender esta lectura desde uno de ellos
(según parece –pues con el Wake nunca hay nada en firme– se pueden escuchar y leer
hasta diez truenos en la obra). Richard Ellmann, en su pantagruélica biografía sobre
Joyce, relata la anécdota de que Joyce solía recomendar a modo de proemio la lectura
de la Scienza nuova ante el extravío y la perplejidad de sus lectores (2002: 774 y ss).
8
Para un desarrollo más pormenorizado de esta hipótesis, es recomendable de J.
Bishop (1986).

336
Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

efectivamente la lengua por esas unidades elementales? Y, por otro lado,


¿no es igualmente, «mum-mum» (ma-má), la primera interjección, la
primera respuesta, a esa figura divina que es en la niñez la madre?

Post scriptum

Si j’avais à risquer, Dieu m’en garde, une seule défini-


tion de la déconstruction, brève, elliptique, économique
comme un mot d’ordre, je dirais sans phrase : «plus
d’une langue» (Derrida, 1988: 18)

Tras el Wake, desarticular una suerte de «armonía pre-establecida»


en la traducción debiera resultar tarea necesaria pero sin duda insufi-
ciente. En efecto, restaría todavía por examinar la «monadología» que
todavía ahí −en el tertium comparationis, el metalenguaje− se presume
incuestionable. Nos referimos, en efecto, a la entereza de la lengua.
Impulsémonos desde esta cita de Derrida:

Sueño de una traducción sin resto, de un metalenguaje que asegure la cir-


culación reglada entre eso que denominamos lengua de partida y lengua
de llegada (en una máquina de traducción, por ejemplo), entre dos radica-
les semánticos convenientemente delimitados… (Derrida, 1986: 153-4)

El reto residiría, por tanto, en someter a crítica la lógica del «dos ve-
ces uno», es decir, aquella economía –…invisible y silenciosa…– que
dicta y avala la inter-traducibilidad sin resto entre las lenguas y, por ello,
oblitera el ser de los miembros en dicha ecuación, a saber, el sobren-
tendido previo de que puedan darse las lenguas como tales. Digámoslo
de otro modo: la traducción, tal y como es asumida por el discurso
tradicional, suele dar por supuesto la siguiente premisa contractual: que
existen varias lenguas y que es posible, no obstante, conseguir enajenar
y transportar el significado entre ellas. Lo que interesase tal vez ahora
sería cuestionar este supuesto, el supuesto de la propiedad de la lengua.
O en palabras de Derrida –y nos situamos de lleno en Le monolinguisme
de l’autre–: «Es imposible contar las lenguas: eso es justamente lo que
quería sugerir. No hay posibilidad de cálculo, desde el momento en que

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el Uno de una lengua, al escapar a toda contabilidad aritmética, nunca


es determinado» (Derrida, 1996: 55). Pues bien, va a ser justamente el
prejuicio económico de esta unidad lo que haría replantear, hasta poner
patas arriba, todo el edificio teórico y el sentido común de la traducción.
He aquí, en palabras de Derrida, el double bind a comprender: «no
tengo más que una lengua; ahora bien, esa lengua no es mía» (15). O
traído de otra manera: ¿es posible ser monolingüe −como lo somos, en
principio, todos− y hablar una lengua que no es la propia? Pero, en este
sentido, y atisbando ya la posible contradicción performativa, ¿cómo se
podría tener una lengua que no fuera al mismo tiempo la de uno? ¿No
contradice la propia enunciación la antinomia? Las cuestiones se agol-
pan: ¿de qué tipo de posesión estamos hablando? ¿de un bien en propie-
dad, una propiedad privada? ¿quién posee y quién es poseído? Y Derrida
descarta el posible malentendido inicial: «al decir que la única lengua
que hablo no es la mía, no dije que me fuera extranjera. Matiz. No es
exactamente lo mismo» (18). Resultaría interesante, entonces, repasar
y detenerse en el léxico que acompaña a la lengua, es decir, aquel rela-
cionado con la naturalidad de su propiedad y tenencia. A fin de cuentas,
la tarea acaso consista en tener que distinguir con precisión la singular
posesión de una lengua que no termina de ser del todo propia.
Pero, ¿cómo puede ser que la lengua no sea del todo propia? Ello
se debe a una palabra que se encuentra informada por «una estructura
de promesa o deseo», «una espera sin horizonte de espera» (42). Nos
hemos acercado a lo impensado: nunca hay –porque no puede haber–
apropiación o reapropiación absoluta en y con la lengua. Esta imposibi-
lidad cifra en cierta manera una «suerte de «alienación» originaria que
instituye a toda lengua como lengua del otro: la imposible propiedad
de una lengua» (121). Es lo que Derrida, en este y otros contextos, ha
denominado la «exapropiación» de la lengua, a saber, la necesidad de
que la lengua sea siempre susceptible de apropiarse y expropiarse para
tener sentido y porvenir. Expliquémoslo una vez más. Por un lado es
necesario, para que algo tenga sentido, que uno sea capaz, aunque vir-
tualmente, de apropiárselo y reapropiárselo por medio de repeticiones
y redobles, esto es, que pueda a este respecto comenzar a reconocer,
identificar, etc. Pero, por otro, y en razón de lo anterior, solo hay senti-
do, igualmente, si este proceso de apropiación no puede sino fracasar de

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antemano. Este doble vínculo entre algo que intento vanamente apro-
piarme pero que escapa siempre a la apropiación, a la identificación
absoluta, es lo que puede denominarse «exapropiación». Es decir, el
doble gesto de apropiación y expropiación en el que el sentido se busca
y se sustrae, dándose.
La fuga incontenible de esta performatividad, proscribiendo todo
solipsismo, toda ipseidad e identidad consigo, comporta, por la misma
razón, otra imposibilidad: la oportunidad de un metalenguaje. Ahora
bien, que no haya metalenguaje –económica equivalencia– no implica,
advierte lúcidamente Derrida, que no se den unos «efectos de metalen-
guajes», humanos muy humanos, introduciendo en la lengua «la traduc-
ción, la objetivación en curso» (44). Dicho de otro modo, dado que no
hay propiedad natural de la lengua, «esta no da lugar más que a la furia
apropiadora, a los celos sin apropiación» (46). Y con tales fines, surgido
de un profundo deseo genealógico y restaurador, nada mejor que im-
postar, inventando, una plenitud inexistente: «una primera lengua que
sería más bien una pre-primera lengua (avant-première langue)» (118).
El monolingüismo, por la puerta de atrás, volvía a resurgir de sus ceni-
zas, a pesar incluso del rastro de marcas negativas (huellas, fantasmas,
etc.), en suma, de su «hacer historia» (118).
Sea como fuere, lo cierto en todo caso es que el traductor se ve arro-
jado a la «traducción absoluta, una traducción sin polos de referencia»
(117), esto es, sin lenguas enteras y, por ende, sin «lenguas de partida»
ni «lenguas de llegada». Bien pudiera ser, por el contrario, que él estu-
viera mediando con algo distinto: una «lengua del porvenir» («las pala-
bras escritas nunca terminan su maduración», (Benjamin, 2014: 519)).
Pues no se trata de una lengua dada –una, completa, para siempre…–
como, antes bien, de una lengua que da y que se promete, y que por
ello no es. Sin este desbordamiento constitutivo retornaría rebajada a la
pobre transparencia del mesianismo. He aquí este feliz exceso. De esta
manera, lengua quiere decir promesa y donación de lengua, y por así
decir, que esta siempre quede por estar dada y, en virtud de ello, abierta
al porvenir y al acontecimiento. La lengua da, y la lengua promete, más
allá de lo posible y de lo calculable, de la devolución y el contrato.
¿Qué es, pues, traducir un texto? Por lo pronto, leerlo en otro idio-
ma. Heredarlo. Que la promesa nunca pueda llegar a cumplirse, hacerse

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presente; esta es precisamente su condición necesaria y singular. Esta


es la promesa imposible que se debe heredar del y de lo otro, haciéndo-
nos cargo de ella y asumiendo la responsabilidad, esto es, portándola
(tragen) y transportándola (übertragen). Y en este gesto, aventuraba
Derrida, se confirma la imposibilidad del cumplimiento: la promesa he-
redada se confirma renovándola y, a pesar de lo cual, sigue siendo en su
misma estructura imposible.
Recapitulemos: si para traducir –enajenar, alienar…– es preciso que
aquello que se desea traducir sea, si se da el caso, como en las lenguas,
en donde esto es de suyo imposible, ¿cómo traducir? ¿Qué significa
traducir?
Ahora bien, ¿y si lo que se transporta no son bienes –contenidos, sig-
nificados, equivalencias…–, ni lo que se cruzan son espacios y geogra-
fías idiomáticas? ¿Y si traducir, transportar la lengua, es por el contrario
prometerla en el tiempo, darle tiempo?
De ser el caso, ¿no tiene el Wake garantizado el porvenir9?

Bibliografía

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Bishop, J. (1986), Joyce’s Book of the Dark: «Finnegans Wake», The
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Derrida, J. (1986), Parages, Galilée, Paris.

9
Tal vez resulte revelador recordar unas palabras que Derrida profirió, poco antes
de fallecer, a su gran amigo Jean-Luc Nancy: «Je rêve d’une écriture qui ne serait pas
une mort» (2007: 97).

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Fabio Vélez • Deconstrucción y traducción en el Finnegans Wake de James Joyce

─ (1987) Ulysse gramophone. Deux mots pour Joyce, Galilée, Paris.


─ (1988) Mémoires pour Paul de Man, Galilée, Paris.
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