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Pablo Javier Valle Bañuelos

Textos filosóficos VI - Extraordinario


21.09.2020

La filosofía moral del Marqués de


Sade y su repercusión en la cultura
Donatien Alphonse François marqués de Sade, nacido en 1740 en París, fue un filósofo y escritor
reconocido por sus relatos pornográficos en los que retrata las ideas y valores del libertinismo que
practicó en vida al amparo de su privilegiada posición social la cual, sin embargo, no lo salvó de ocupar
prolongados periodos en prisiones y asilos para locos antes de su muerte en 1814 a la edad de 74 años.
Si bien el contenido violento, explícitamente sexual, militantemente ateo e imaginativamente
depravado de su obra, junto a las llamativas anécdotas de su vida, lo han hecho extremadamente
popular entre el público, diversos académicos han señalado la manera en que sus escritos se encuentran
en diálogo directo con las tradiciones filosóficas, específicamente de filosofía moral, desarrolladas en
su tiempo. En este trabajo intentaré retratar algunas de las facetas de su pensamiento con tal de
comprender el lugar que ocupa en la historia y desarrollo de la disciplina, así como ofrecer una
interpretación desde la filosofía de la cultura sobre la influencia tácita del marqués en el espacio
político contemporáneo.

Sade en el camino hacia la autonomía


J. B. Schneewind comienza su obra La invención de la autonomía señalando que a lo largo de los siglos
XVII y XVIII ocurrió un complejo debate en el ámbito de la filosofía moral que obligó a los filósofos
modernos a replantear la noción tradicional de la moralidad como “[…] un aspecto de la obediencia
que le debemos a Dios” que, debido a la irracionalidad de la mayoría de las personas, nos obliga a
“[…] amenazar con castigos lo mismo que ofrecer recompensas con el fin de garantizar un acatamiento
suficiente de la ley que genere el orden moral” (Schneewind, p. 24). Lentamente, y hasta que Immanuel
Kant explicitara finalmente la nueva idea de moralidad como autonomía, las opiniones de los filósofos
fueron tropezando con una serie de problemáticas a las cuales se vieron obligados a responder con tal
de formular una teoría moral que diera cuenta en su utilidad para regir y modelar las relaciones

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humanas. La importancia de este giro hacia una idea moral que “[…] ofrece un marco contextual para
un espacio social en el que cada uno de nosotros puede pretender controlar debidamente nuestras
propias acciones sin interferencia del Estado, la Iglesia, los vecinos o aquellos que pretenden ser
mejores o más sabios” (Schneewind, p. 25) no es puramente teórica, pues como propone Schneewind,
este cambio en la conciencia estuvo acompañado de, e hizo posible las transformaciones políticas y
sociales que desembocaron en el régimen de derecho liberal que sigue vigente en nuestras sociedades
occidentales.
Nada de esto quiere decir que la influencia ejercida hacia la construcción de la autonomía en términos
reales se diera únicamente desde la filosofía en dirección a la sociedad. En el caso de las disputas
religiosas que hacían imposible la cohesión necesaria para mantener un orden social,

[…] la lucha política llevó siempre a más gente a reclamar que se le reconociera total competencia para tomar parte activa
en la cosa pública. Una moralidad de autogobierno constituía una opinión más ventajosa desde la cual defender tales
reivindicaciones que las teorías existentes desde mucho antes. La necesidad de justificaciones nuevas y generalmente
aceptables de la autoridad y la distribución del poder hicieron que el replanteamiento de la moralidad fuera algo ineludible.
Al parecer, el concurso de la filosofía, que invoca a la razón y no a autoridad alguna, fue una fuente apropiada de ayuda
(Schneewind, p. 28).

A su vez, de acuerdo a Schneewind, fueron justo estas luchas políticas las que definieron un nuevo
ámbito de libertad para la reflexión moral, filosófica y científica. De esta forma, el complejo de
relación filosofía/moral-política/sociedad dibuja un proceso de coimbricación que nos sugiere un
diálogo constante (aunque heterogéneo y accidentado) entre las necesidades y luchas concretas de las
sociedades europeas durante este crucial periodo de su historia y las sutiles formas del pensamiento
adoptadas como expresión de los tiempos cambiantes y los diversos acontecimientos que sucedían en el
seno de un antiguo régimen monárquico que vivía plenamente la transición de un modo de producción
feudal, con su típico conservadurismo tradicionalista arraigado en la regularidad de los ciclos agrarios y
la autoridad eclesiástica, hacia una nueva vida más urbana, cosmopolita y abierta encarnada en los
ideales liberales y republicanos de la naciente burguesía ilustrada que tenía por interés la conformación
de un espacio de libertad que fuera propicio a sus intereses materiales tanto como a sus empresas
intelectuales.

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Sin embargo, cabe señalar que, como Schneewind nos recuerda, “[…] pretender que el principal intento
de la filosofía moral del siglo XVIII fue secularizar la moralidad es algo que simple y sencillamente no
resiste ni siquiera el examen más superficial […] La ética del autogobierno fue creada tanto por los
filósofos religiosos como por los antirreligiosos” (Schneewind, pp. 29-30). La tensión entre la
autonomía radical y el teísmo fue una constante entre los filósofos de este periodo, formando bandos y
facciones que protagonizaron las disputas que componen el tapiz de la historia que Schneewind relata.
Uno de estos debates fue protagonizado por aquellos que defendían el egoísmo en el sentido en que
Diderot lo retrataba en su artículo de la Enciclopedia sobre el “interés”, es decir como “[…] el origen
de todas las virtudes” (Schneewind, p. 481), contra aquellos que proponían el desinterés como virtud
capital. Así, aquellos que defendían los nobles efectos del egoísmo “[…] consideraban que una
psicología y una moralidad del egoísmo eran la única teoría capaz de entender nuestros motivos y
nuestras acciones y encaminarlas inteligentemente” (Schneewind, p. 481).
Paul Helvetius, por ejemplo, sostenía en su De l’Esprit la tesis de que todos nuestros pensamientos
tienen su origen en la sensación y que “no es necesaria un alma activa para explicar los contenidos de
la mente” (Schneewind, p. 493). De esta forma, pasión e ignorancia se convierten en los motores que
llevan al hombre al error motivados por un egoísmo que, por otro lado, mediante la educación
formativa, puede verse dirigido hacia la virtud en lugar del vicio. Este factor decisivo del
encaminamiento de los hombres se traduce a su vez en una impronta política pues para Helvetius,
Schneewind explica, “[…] de nosotros depende que transformemos nuestro mundo social en un mundo
en que el egoísmo nos lleve a preocuparnos por la felicidad de los demás” (Schneewind, p. 494). Esto
se lleva a cabo al unificar el interés personal egoísta con el interés social general y se traduce en una
forma de gobierno donde los legisladores, instruidos por el filósofo moral, aprueban las leyes que sean
necesarias para colocar a los impulsos egoístas de los hombres en el curso correcto hacia el bien
común, colocando al gobernante en la posición de un sujeto moralizador que realiza en los hombres la
bondad innata que la desigualdad y el privilegio sociales han evitado florecer.
El barón D’Holbach, por su lado, propone un materialismo sensualista que reemplaza el tradicional
dualismo cuerpo-alma, lo cual le valió ver sus libros condenados a la hoguera por parte del parlamento
francés en 1770. Para él, la actuación virtuosa de los individuos está exigida por su propio interés
personal en el orden y la armonía como medios para su felicidad. “La felicidad para D’Holbach está

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esencialmente constituida de placer. Pero dice que sólo los placeres que se ajustan al orden son
moralmente aceptables; aunque lo que él quiere decir es simplemente que no hay que procurar placeres
si son a costa de un exceso de dolor, ya sea para nosotros o para los demás” ( Schneewind, pp. 496-
497). Por tanto, estamos obligados a actuar de tal modo que el bienestar social se convierta en nuestro
fin, y a dejar de actuar ahí donde estamos en detrimento para el conjunto de los hombres tanto como
para algún hombre en particular. La ignorancia de qué es este bien general es el origen de la
degradación moral, y la religión es a su vez causa de esta ignorancia gracias a su injustificada creencia
en una voluntad divina que gobierna la naturaleza y con ello estable los ámbitos de lo admisible y lo
inadmisible, lo cual sólo es comunicable a los hombres mediante la autoridad de las figuras
sacerdotales, constituyendo así una falacia de autoridad como base de la moralidad eclesial que se
presta a un relativismo de acuerdo al dios que se reconozca.
Dentro de la misma esfera, pero ocupando el sitio opuesto, encontramos al marqués de Sade, quien
“[…] se desvivió por revelar algunos de los problemas con opiniones similares a las de Helvetius y
D’Holbach” (Schneewind, p. 504). Lo que busco rescatar de Sade para este ensayo es, justamente, la
manera en que asumiendo los presupuestos elementales de sus contemporáneos en el debate por la
autonomía en la filosofía moral, se puede sin embargo arribar a conclusiones del todo opuestas, pues tal
parece que el marqués se tomó en serio aquella afirmación con la que el barón concluyó que “en
sociedades corruptas hay que corromperse para llegar a ser felices” (apud. Schneewind, 498). Pasemos,
pues, al repaso de sus ideas y a los ecos que han dejado.

El sadismo en la moral y la cultura


En su obra Kill all normies1, la crítica cultural Angela Nagle nos ofrece una interpretación de los
fenómenos acontecidos durante la segunda década del siglo XXI que culminaron con la victoria de
Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016. En su búsqueda por darle sentido a este hecho,
la autora intenta ligar la tradición de los valores políticos de la transgresión hasta la figura del marqués
de Sade y su desdén por la autoridad moral:

1 Las traducciones de la obra de Nagle son todas de mi autoría.

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Aquellos que afirman que la sensibilidad de la nueva derecha en línea actualmente es más de la misma vieja derecha, que no
merece atención o diferenciación, están equivocados. Aunque se encuentra en un estado de constante cambio, en esta
importante etapa temprana de su atractivo, su habilidad para asumir la estética de la contracultura, transgresión e
inconformidad nos dice mucho acerca de la naturaleza de su atractivo y acerca del establecimiento liberal contra el que se
define. Tiene más en común con el eslogan de la izquierda sesentayochera “¡está prohibido prohibir!” que con cualquier
cosa que la mayoría pueda reconocer como parte de cualquier derecha tradicionalista. En lugar de interpretarla como parte
de otros movimientos de derecha, conservadurismo o libertarismo, yo propongo que el estilo canalizado por los trolles
posteros de memes de Pepe2 y transgresores en línea sigue una tradición que puede rastrearse desde los escritos
dieciochescos del marqués de Sade, sobreviviendo durante el avant-garde parisino del siglo diecinueve, los surrealistas, el
rechazo rebelde de la conformidad feminizada de la América de la Posguerra y hasta lo que los críticos de cine han llamado
“los filmes de violencia desenfrenada” de los 1990 como American Psycho y Fight Club (Nagle).

Para Nagle, la transgresión, la contracultura, la actitud contestataria y los valores asociados a estas
formas de expresión fueron contingentemente ligados a la sensibilidad democrática y liberal de la
izquierda a partir de las manifestaciones masivas que irrumpieron en la escena política internacional
durante la década de los sesentas, pero en los últimos años ha sido esta misma estética de la
irreverencia la que ha dotado a la derecha radical angloparlante de una incomparable fuerza creativa.
En los permisivos foros de la internet, donde una generación de jóvenes fue a verter sus sentimientos de
alienación y frustración, comenzó a gestarse una dinámica social impulsada por las lógicas del
anonimato en línea que dio paso a la adopción como nodos identitarios de referentes culturales como el
libro American Psycho de Bret Easton Ellis, del cual el crítico literario Daniel Fuchs afirmó que “fue
parte de un estilo literario, en la línea de Henry Miller y Norman Mailer, que usó las nociones de
transgresión y soberanía sexual de de Sade, y las aplicó como una forma de rebelión y liberación a
través de la agresión y violencia sexuales” (Nagle). De esta manera, la masa anónima que conformaba
estas comunidades en línea encontró en aquellos elementos sadistas la manera de ganar para sí un coto
de libertad que los apartara de la monotonía de sus vidas cotidianas para evitarles lidiar con las
realidades materiales de la explotación laboral y la frustración sexual a través de la comisión de actos

2 Los memes de Pepe, un personaje representado usualmente como una rana antropomórfica, se conviertieron durante
2016 en uno de los elementos identitarios más recurrentes entre la base de votantes de Trump con presencia en línea. Su
apariencia inicua fue utilizada zagazmente por todo el espectro de la nueva derecha americana para inmiscuir de manera
subrepticia mensajes de odio, intolerancia y toda clase de llamados a la violencia física y política enmascarándolos bajo
un halo de humor mordaz y disruptivo comúnmente conocido como “trolleo”. Rápidamente, emojis de rana se
convirtieron en una forma para supremacistas blancos y neonazis para señalizar su adhesión a los ideales reaccionarios
y antidemocráticos que han caracterizado a ese sector de la derecha radical.

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colectivos de cyber-acoso masivo sobre todo aquello que relacionaran con el orden cultural
hegemónico. Activistas feministas, personas sexodisidentes, mujeres periodistas y todo aquel que
buscara introducir el menor grado de civilidad en las discusiones en línea se convirtieron en el blanco
de su agresión.
Es fácil ver cómo, para una generación envuelta en los resultados de las luchas sociales por la
emancipación sexual de las mujeres, de los derechos civiles de las personas racializadas negras y en la
victoria académica de la teoría posestructuralista con su énfasis en la diferencia y la alteridad, para una
generación para la cual todas las fuerzas culturales se presentan como una condena de lo que perciben
como una extensión de su naturaleza masculina o de sus impulsos más básicos, resulta atractiva una
propuesta como la sadeana que se enuncia en las primeras líneas de La filosofía en el tocador:

Voluptuosos de todas las edades y de todos los sexos, a vosotros solos ofrezco esta obra: nutríos de sus principios, que
favorecen vuestras pasiones; esas pasiones, de las que fríos e insulsos moralistas os hacen asustaros, no son sino los medíos
que la naturaleza emplea para hacer alcanzar al hombre los designios que sobre él tiene; escuchad sólo esas pasiones
deliciosas, su órgano es el único que debe conduciros a la felicidad (marqués de Sade, La filosofía en el tocador, p. 3).

Vale notar, como nos dice Nagle, que “el culto del transgresor moral como un individuo heroico está
enraizado en el romanticismo” (Nagle). Después de todo, el escape de la normalidad pasa
necesariamente por la proposición de una mitología donde la persona individual debe colocarse en una
posición de superioridad respecto de la masa indiferenciada de los comunes, otorgando una importancia
capital al personaje fabricado en esa narrativa ideológica que le asigna un particular significado. Es, en
todo momento, el escape de una cotidianidad donde uno carece de importancia para arribar a un relato
donde nos convertimos en el personaje principal. “Para Sade, los surrealistas, y luego para las políticas
culturales anti-represión de los 60 más directamente asociadas con R. D. Laing, la locura fue
considerada una fuente creativa, un rechazo de las normas establecidas y un acto de rebelión política”
(Nagle), y no debemos cometer el error de pensar esa locura en términos medicalizados, sino que desde
la óptica de estas comunidades en línea la locura es simplemente el hecho mismo de alejarse de la
norma para destacar mediante estos valores de la transgresión.
Este primer elemento negativo, el del rechazo de lo establecido como una fuerza apaciguadora de los
impulsos personales o egóicos, se ve complementado por el aspecto positivo que Schneewind describe

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diciendo que “para el héroe de Sade, el grado del placer se incrementa con su violecia y enormidad”
(Schneewind, p. 505). Es un requerimiento, para el impulso sadista, por tanto, el rechazar el recato o la
preocupación por los otros en la medida que ésta representa una desviación respecto a los impulsos
egoístas y, en última instancia, un producto de la educación o cultura establecidas que busca colocar al
individuo en la posición servir de la abnegación:

Los primeros principios de mi filosofía, Juliette [dice Sade en boca del personaje de Madame Delbène] consisten en desafiar
la opinión pública; no puedes imaginarte, querida mía, hasta qué punto me burlo de todo lo que puedan decir de mí ¿Y, por
favor, cómo puede influir en la felicidad esta opinión del vulgo imbécil? Sólo nos afecta en razón de nuestra sensibilidad;
pero si, a fuerza de sabiduría y de reflexión, llegamos a embotar esta sensibilidad hasta el punto de no sentir sus efectos,
incluso en las cosas que nos afectan más directamente, será totalmente imposible que la opinión buena o mala de los otros
pueda influir en nuestra felicidad (marqués de Sade, Juliette).

Esta idea es llevada a su extremo necesario en el desinterés respecto al sufrimiento ajeno en servicio de
nuestro placer: “La naturaleza destruye tanto como crea; es claro que lo mismo necesita uno como lo
otro; sólo hacemos lo que ésta nos manda cuando mutilamos o matamos a alguien, pues así es como
obtenemos nuestro máximo placer” (Schneewind, p. 505). Esto recuerda a varias anécdotas recabadas
por Nagle, como la de la adolescente americana Chelsea King quien fue violada y asesinada, tras lo
cual las páginas de Facebook dedicadas a organizar su búsqueda se convirtieron en memoriales para
recordarla, sólo para convertirse a su vez en el blanco de una forma de trolleo desde entonces conocida
como “RIP trolling” cuyo objetivo es la burla y la parodia con el fin de adquirir un pequeño y
mezquino disfrute para los involucrados en estas bandas de cyberacoso donde el sufrimiento de los
familiares y amigos de las víctimas es nada más que otra razón de orgullo.
Con todo, uno podría preguntarse dónde queda la consciencia moral tanto para los héroes sadeanos
tanto como para los involucrados en estas bandas de acoso, y la respuesta para ellos sería que “no
deberíamos dejarnos engañar y pensar que los que actúan por impulsos benevolentes son mejores que
los que demuestran un abierto interés […] Si es cierto, como lo enseñan Helvetius y D’Holbach, que
todos los actos voluntarios surgen del interés personal, entonces […] No puede haber tal cosa como la
virtud desinteresada cuyo propósito sea hacer el bien sin ningún motivo” (Schneewind, p. 506). De
nuevo en boca de Madame Delbène, Sade afirma que

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[…] el remordimiento, es decir, el órgano de esta voz interior que acabamos de llamar conciencia, es una debilidad
totalmente inútil, y cuya influencia debemos ahogar con toda la fuerza de que seamos capaces; porque el remordimiento,
una vez más, sólo es obra del prejuicio engendrado por el temor de lo que puede sucedernos después de haber hecho algo
prohibido, sea de la naturaleza que sea, sin examinar si está bien o mal. Eliminad el castigo, cambiad la opinión, aniquilad la
ley, eliminad la influencia del clima en el sujeto, él crimen seguirá existiendo, pero el individuo no tendrá ya
remordimientos. Así pues, el remordimiento no es más que una reminiscencia fastidiosa, resultado de las leyes y de las
costumbres adoptadas, pero que de ninguna manera depende de la especie del delito (marqués de Sade, Juliette).

Esta permisividad de la moral está fundada en la concepción de que nuestros impulsos tienen un origen
natural, y por tanto no existe razón alguna, más allá de los designios culturales o la tradición para
rechazar incluso a los más deplorables: “alejad de vos ese sentimiento pusilánime; de todas nuestras
acciones, sobre todo de las del libertinaje por sernos inspiradas por la naturaleza, no hay ninguna, sea
cual fuere la especie de que podáis suponerla, por la que debamos sentir vergüenza” (marqués de Sade,
La filosofía en el tocador, p. 51). Es esta naturalización de los deseos, tanto en la obra sadiana como en
los fenómenos descritos por Nagle la que otorga la justificación perfecta para el rechazo de las normas
morales desde una perspectiva de egoísmo radical, un impulso que puede resultar aparentemente
antisocial, pero que tiene en ambos casos una traducción política. Para Sade, el triunfo de la
Revolución sobre la monarquía representó la posibilidad de fundar una república donde todos fuéramos
tan libres como sea posible, aunque “como es previsible, la protección de la persona de los demás es
algo que se desecha de plano” (Schneewind, p. 507), mientras que para los reaccionarios de internet la
propuesta trumpista de un velado regreso al supremacismo blanco y la sumisión femenina
representaron la refundación de una América donde la violencia pudiera ejercerse discriminando a
través de líneas de genero, raza, clase y nacionalidad con el fin del engrandecimiento personal y
nacional.

Conclusiones
Me parece acertada la caracterización que Schneewind hace de la filosofía moral sadeana en términos
de una “caricatura brillante de la moral y de las teorías políticas de su tiempo” (Schneewind, p. 507), y
sin duda otorga valiosísimos elementos para la crítica de esa familia de teorías al llevarlas al extremo y

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el absurdo a partir de nada más que sus presupuestos y las condiciones reales de su aplicación. Sin
embargo, la visión de Nagle de un sadismo cultural también representa un punto de partida para
repensar la historia de la moralidad de Schneewind a la luz de las configuraciones materiales que dan
como resultado fenómenos sociales donde, de manera consciente o no, los postulados del marqués
encuentran realidad. Nagle pudo no tener en mente este fin para su historia, y sin duda su narración
adolece por la ausencia de un estudio material que ligue los fenómenos culturales a las condiciones
reales de su acontecer, pero la conclusión de que

El hecho de que los valores transgresivos de Sade pudieran ser adoptados por una cultura de misogínia y llegar a
caracterizar un movimiento anti-feminista en línea que rechazó el tradicional conservadurismo religioso tampoco debería
ser una sorpresa […] Justo como Nietzsche atrajo a los Nazis como una forma de formular un anti-moralismo de derecha, es
precisamente la sensibilidad transgresora la que es usada para excusar y racionalizar la completa deshumanización de las
mujeres y minorías étnicas en la esfera de la alt-right en línea […] El elemento sadeano de transgresión de los 60,
condenado por los conservadores por décadas como el mismo origen de la destrucción de la civilización, la degeneración y
el nihilismo, no está siendo desafiado por la emergencia de esta nueva derecha en línea. En su lugar, el surgimiento de esta
nueva derecha en línea es la completa realización del estilo anti-moral de la transgresión, su final separación de toda
filosofía igualitaria de la izquierda o moralidad cristiana de la derecha (Nagle).

Resuena con una importancia capital tanto para el estudio de la moralidad como para el de la filosofía
de la cultura actuales, y las relaciones existentes entre ambas dibujan un espacio de reflexión listo para
el análisis cuyos particulares problemas disciplinares siguen esperando ser delimitados de tal manera
que se dispongan adecuadamente para el estudio.

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Bibliografía
marqués de Sade, Donatien Alphonse François. Juliette, o Las Prosperidades Del Vicio. 1796. traducido
por Pilar Calvo, Digital ed., TaliZorah, drive.google.com/file/d/1XP-RJBjqsmBVO7eiZiFK_ebE-
0__QvIs/view?usp=sharing. Accesado 21 Sept. 2020.

---. La Filosofía En El Tocador. 1795. Digital ed., Librodot, 2002, b-ok.lat/dl/1196717/54aef3.


Accessed 21 Sept. 2020.

Nagle, Angela. Kill All Normies. Online Culture Wars from 4Chan and Tumblr to Trump and the Alt-
Right. 1st ed., UK, Zero Books, 2017,
drive.google.com/file/d/1cACPGTEyq78eBefYeQvOJqG5HZVo1EnH/view?usp=sharing. Accesado 21
Sept. 2020.

Schneewind, Jerome B. La Invencion de La Autonomia. Una Historia de La Filosofia Moral Moderna.


1st ed., México, Fondo de Cultura Económica, 2009.

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