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del interior del cuerpo de la madre, podemos empezar por el compartimento cabeza
pecho
En el compartimento rectal. Para mi paciente, este compartimento del objeto interno no era el
lugar donde la madre recogía los desechos del bebé, sino un espacio idealizado lleno de cosas
bonitas, como una natural continuación de los bellos pechos. Una vez argumentaba que “lo
que realmente excita son las nalgas, ya que es algo atávico, y por eso las mujeres muestran sus
pechos muy juntos para que parezcan nalgas...” En sus sueños solían aparecer lugares secretos
en “la parte de atrás” donde se guardaban en piscinas oscuros peces muy valiosos, o el aceite
de su pueblo. Durante una sesión, en las puertas de las vacaciones estivales produjo sueños
delante mío -en el diván-, mientras yo -detrás suyo- (con mi oreja-boca junto a su ano-pecho)
los recogía. Uno de ellos era el siguiente: “Desde una bóveda oscura y fresca salían primitivos
negros con taparrabos; el analista, que estaba dormido y de vacaciones no se enteraba de que
los negros salían. Una señora mayor y gorda iba con camiseta y bragas, llevaba un pezón en
cada nalga...” Entonces agregó: “Estoy produciendo sueños por un tubo”. En esta sesión se
defendía de la próxima separación sustituyéndome en mi función materna fecunda,
produciendo por su tubo rectal-uterino abundantes heces-bebés-negritos a los que alimentaba
con sus nalgas-pechos. En la transferencia me “alimentaba” con soporíferas asociaciones pre-
cocinadas, que no respetaban la regla básica, y que inundaban la sesión de flatulentas palabras
para encandilarme con su productividad grandiosa: ¡tantos sueños, tantas palabras! Coherente
con esta fantasía, solía pagarme con un cilindro de apretados billetes que extraía
ostensiblemente delante mío de alguno de sus bolsillos, como de glúteas bóvedas; él creía que
el analista no se enteraba de su fantasía de alimentarlo con cilindros fecales.
Compartimento genital del objeto interno. Este compartimento no era el lugar donde, en la
intimidad, el pene del padre revitalizaba a la madre y alimentaba a los bebés internos. Para el
intruso, la habitación de los padres es el escenario donde el pene ha de ser ensalzado y
admirado, ya que merece todos los parabienes; por eso, para mi paciente, el pene sólo ha de
ser contemplado si está “hinchado”; y para destacar su gran poderío consiguió una pareja que
lo seducía lamentándose y expresándole: “Tu pene es demasiado grande para mi garaje tan
pequeño”. A medida que el análisis metabolizaba su narcisismo se lanzó a una compulsiva
actividad gimnástica para mantener su cuerpo en un estado tan atlético como los modelados
cuerpos adolescentes. En un momento donde el dolor lo lastimaba soñó con “un pene muy
largo, erecto, hacia arriba, que se metía en mujeres; un pene soltero que no se vinculaba con
nadie pero que entraba y salía en una mujer y en otra, muy potente, como si nunca estuviera
abatido”. Desde esa identificación, maníaca y grandiosa con el pene del padre en el interior de
la madre interna, se dirigía al mundo seduciendo pero no amando, o deslumbrando a niñas
púberes, o manteniendo relaciones sexuales sin responsabilizarse por las consecuencias y
disimulando sus episodios de impotencia. Su pene no era vehículo de comunicación sino
secreto recurso para la autosatisfacción, según aparecía en el sueño donde él chupaba el slip.
Los estados mentales grandiosos de este paciente se basaban en la idealización del contenido
(lengua, heces y pene) sobre el continente, obteniendo la triunfal satisfacción de separar al
objeto combinado o escena primaria.
Los desplazamientos maníacos por los distintos comportamientos del objeto se realizan para
negar la separación, la envidia y la dependencia del mismo a través de la apropiación de las
cualidades idealizadas de los objetos invadidos; esto le otorgaba un excitado sentimiento de
grandiosidad, que no era otra cosa que un magro consuelo de una vida solitaria, temerosa, sin
verdaderos intereses y que transcurría sobre el inestable filo de la navaja.