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Catalina Uriarte Castro

Análisis de película: Argo (2012)

El 4 de noviembre de 1979, la embajada estadounidense en Teherán, Irán, fue


invadida por un grupo de manifestantes iraníes que exigían la extradición inmediata del sah
Mohammad Reza Pahleví, quien se encontraba en Estados Unidos tras haber sido derrocado
el 11 de febrero del mismo año en medio de la Revolución Iraní. Durante el hecho, 52
diplomáticos y ciudadanos estadounidenses fueron tomados como rehenes, mientras que
otros 6 lograron escapar y esconderse en la casa del embajador de Canadá en Teherán.
Estos eventos sientan las bases en las que se desarrolla Argo, un largometraje de 2012
basado en hechos reales que al año siguiente ganó el Óscar a mejor película. El drama
estadounidense dirigido y protagonizado por Ben Affleck relata la misión de rescate de
Tony Mendez, un agente de la CIA especializado en exfiltraciones con la misión de
devolver a los 6 refugiados de la embajada canadiense a Estados Unidos.

Primero que todo, para entender el contexto histórico en el que está inserto el relato,
es importante observar el clima político y social durante el reinado de Mohammad Reza
Pahleví previo a su derrocamiento en 1979. Su largo mandato (desde 1941) se vio marcado
por el descontento general de la sociedad iraní, que se enfrentaba a una profunda crisis
económica reflejada en el importante porcentaje de población sin hogar y las altas tasas de
mortalidad infantil, mientras el sah, por su parte, realizaba ostentaciones desmedidas de sus
lujos en este panorama de fuerte pobreza. Además, la cercana relación con Estados Unidos,
la conformación de la SAVAK en colaboración con la CIA y el intento de occidentalización
de Irán mediante la Revolución Blanca sumaban motivos para aumentar la tensión en los
grupos opositores, por lo general de la rama chiita más tradicionalista. Así, cuando la
revolución estalló y el ayatolá Jomeini tomó el poder como líder supremo de la ahora
República Islámica de Irán, se exigió la extradición del antiguo sah Pahleví, quien se
resguardaba en ese entonces en Estados Unidos.

Argo, además de ser el nombre de esta película, es también el título del filme
ficticio que la CIA y el gobierno canadiense acordaron crear para llevar a cabo el plan de
rescate que exfiltrase a los 6 diplomáticos atrapados en Irán, quienes finalmente lograron
llegar sanos y salvos de vuelta a su país junto con el agente especial Tony Mendez. Es
evidente que el largometraje narra la historia desde la perspectiva estadounidense, que en
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este caso coincide con el papel de la víctima, la que luego se consolida como victoriosa al
lograr satisfactoriamente rescatar a sus rehenes secretos sin ser descubiertos. Al ser este el
punto de vista principal, podemos ver caricaturas de la sociedad islámica sutilmente
diseminadas en las imágenes, como en la agresividad constante de sus ciudadanos y su
fanatismo exacerbado por la religión. Existe un afán por retratar la postura estadounidense
como una dócil, civilizada y colaborativa, luchando pacíficamente contra la aparente tiranía
iraní en un ambiente hostil que los repudiaba sin aparente motivo de peso, como si las
manifestaciones y la revolución se tratasen de un mero capricho por parte de los fieles más
fervientes. Más allá de la breve mención al contexto en que surgió la revuelta que se hace
en los primeros dos minutos de la cinta, no existe momento en que los personajes retratados
admitan las injerencias que su nación ha tenido en la compleja situación socioeconómica en
territorio iraní, las que se ven reflejadas en el involucramiento de la CIA en el golpe de
estado de 1953, que culminó con el derrocamiento del primer ministro Mohammad
Mossadegh y contó con el apoyo del sah Reza Pahleví y la inteligencia británica.

Sin ir más lejos, la dirección de la película toma la decisión de no traducir las voces
iraníes presentes dentro del filme: cuando un personaje hablaba farsi no existían subtítulos
ni doblaje de sus dichos, excepto por una única vez cuando uno de los 6 refugiados (quien
habla la lengua) tiene una conversación con un guardia en el aeropuerto, y es sólo cuando él
comienza a responderle que podemos ver qué dice el ciudadano iraní. También, desde sus
primeras escenas hasta el final de la cinta presenta imágenes de los iraníes como constantes
de masas furiosas invadiendo calles, grupos de personas violentas a quienes no se puede
entender porque no sabemos lo que dicen ni reclaman dado el poco contexto que se entrega.
Estas son dos formas sutiles en que Argo consigue que el espectador sienta una particular
compasión por la parte estadounidense de la riña, convirtiéndolo en la única posible fuerza
por la que apostar al eliminar su responsabilidad y presentar como un ente hostil e
incomprensible a sus contendores.

Sin embargo, el afán por eliminar cualquier sesgo de su responsabilidad en la


tensión política en Irán no hace más que confirmar la postura que Estados Unidos ha
tomado a lo largo de la historia frente a los conflictos extranjeros en los que ha tenido
incidencia, generalmente motivado por fines económicos, como lo es con el petróleo en el
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caso de Irán. La inteligencia del país norteamericano lleva a cabo acciones encubiertas en
territorios extranjeros de las que, posteriormente, no se hace cargo, asume
responsabilidades ni cumple con las reparaciones o exigencias posteriores necesarias para
conseguir un equilibrio. Es bien sabido que las milicias estadounidenses toman posición en
los territorios de Medio Oriente con fines económicos y políticos, muchas veces con el
objetivo de consolidad su hegemonía geopolítica frente a los posibles levantamientos
organizados que vienen a amenazar su estabilidad.

Pese a la evidente preferencia cinematográfica de retratar estratégicamente una parte


del altercado (algo que se explica, de todas formas, puesto que se trata de una producción
estadounidense), el largometraje consigue captar la atención y dar cuenta de un contexto
histórico complejo tanto para Estados Unidos como en Irán, además de representar de
forma muy cercana los verdaderos rostros tras las personas involucradas mediante el
proceso de selección de actrices y actores, exceptuando el caso de Tony Mendez, el
protagonista representado por Ben Affleck. También entrega un acercamiento a la realidad
de la burocracia internacional y de las diferentes relaciones ocultas que existen entre países
a la hora de maniobrar o manipular a nivel global, o bien más allá de los límites de sus
fronteras. En conclusión, la película Argo, sin dejar de ser una excelente obra de dirección
y producción, no cubre las circunstancias reales de los eventos que relata, y más aún, limpia
la imagen de Estados Unidos ante sus responsabilidades reales con otras naciones pasadas a
llevar por sus maquinaciones.

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