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Una Declaración con luces y sombras

El Vaticano ha publicado una Declaración sobre la situación que se vive en la Iglesia en


Alemania. No va dirigida a nadie en concreto, ni siquiera al pueblo de Dios que peregrina en
Alemania -como en la carta que escribió el Papa a principio del Sínodo alemán en 2019- o a los
obispos, lo cual es muy extraño. Va firmada por “La Santa Sede” y no por un Dicasterio
concreto o por la Secretaría de Estado, lo cual sólo puede ser interpretado como algo que
procede del Papa, porque nadie salvo él puede arrogarse esa autoridad, sin embargo, no lleva
ni su firma ni la de nadie. Es una intervención directa y explícita, por parte de la Santa Sede, en
el Camino Sinodal alemán. Una intervención así es algo que se venía reclamando desde hace
ya mucho tiempo. Por eso, la existencia de esta Declaración es, por sí misma, positiva. Lo más
valioso del documento es su existencia. Una existencia que viene a romper el silencio oficial
que se mantenía y que estaba produciendo mucho malestar.

La Declaración dice dos cosas, una con más claridad que la otra. La primera es que el Sínodo
alemán no tiene la facultad de obligar ni a los obispos ni a los fieles a asumir nuevos modos de
gobierno o nuevas enseñanzas, tanto en doctrina como en moral. Por lo tanto, lo que apruebe
el Sínodo, a efectos legales no tiene valor alguno. Otra cosa será el caso que muchos obispos
hagan de ello y la aplicación que le quieran dar, pero sus acuerdos no obligan a nadie.

En segundo lugar, la Declaración dice que no se puede aplicar en las diócesis alemanas lo que
se decida en ese Sínodo antes de llegar a un acuerdo sobre esos temas en la Iglesia universal,
porque eso sería una amenaza a la unidad de la Iglesia (es una forma de decir que eso
significaría un cisma). Esta afirmación está refrendada por una cita de la Carta que el Papa
Francisco escribió a la Iglesia en Alemania en junio de hace ya tres años. Como consecuencia
la Declaración pide que las propuestas que los alemanes tengan que hacer las presenten en la
Secretaría del Sínodo sobre la Sinodalidad, que se está desarrollando a nivel de la Iglesia
universal. Alguno podría pensar, incluso, que este Sínodo se ha creado para englobar en él al
Sínodo alemán y así rebajar su capacidad de crear ruptura, concediéndoles algo de lo que
piden para que se contenten.

El punto débil de la Declaración, además de que no va firmada ni dirigida a alguien en concreto,


está precisamente en esta segunda parte. En ella se afirma que no se puede aplicar en
Alemania lo que se apruebe en su Sínodo, sin que sobre eso se haya llegado a un consenso a
nivel de la Iglesia universal. Da por supuesto, por lo tanto, que teóricamente es posible llegar a
un acuerdo que modifique las “estructuras oficiales” y la “doctrina”. Como lo que en el Sínodo
alemán se está proponiendo es que se acepte el comportamiento homosexual y por lo tanto el
sacramento del matrimonio impartido a parejas homosexuales, que se acepte el sacerdocio
femenino, que se acepten los curas casados y que se acepten los sacerdotes y sacerdotisas
homosexuales que viven en pareja y que pasarían a estar casados sacramentalmente, aunque
en la Declaración no se mencione nada de eso en concreto, parecería que se deja la puerta
abierta a que se podría aceptar. Como lo que se pide a los que dirigen el Sínodo alemán es
que no tomen decisiones por su cuenta, sino que las propongan en el Sínodo sobre la
Sinodalidad, se podría pensar que, si en éste esas peticiones fueran aceptadas, se modificaría
lo que hubiera que modificar. Es verdad que el Papa ha dicho varias veces que el Sínodo de la
Sinodalidad no es un Parlamento en el que se deciden las cosas por mayoría, pero no deja de
ser inquietante y peligroso que se abra la puerta a ese tipo de cambios, sin precisar que
ocurriría si una minoría de católicos no estuviera de acuerdo en aceptar lo que hasta ahora
oficialmente piden sólo en Alemania.

La respuesta alemana ha sido inmediata. El presidente del Episcopado y la co-presidenta del


Sínodo se han mostrado sorprendidos e irritados con la Declaración y han puesto de manifiesto
las debilidades de ésta: No está firmada por nadie y dice que no es obligatorio que se aplique
en las Diócesis, a lo que los alemanes contestan que nunca se ha pensado que sea obligatorio,
pero sí que se pueda aplicar por parte de los obispos que lo deseen.

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