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Consejo de Formación en Educación Curso de Historia de la Historiografía I

Instituto de Profesores Artigas Prof. Ma. Guadalupe López Filardo

UNIDAD IV

Historiografía en el Renacimiento

Nicolás Maquiavelo
Puede decirse, hablando generalmente, que los hombres son ingratos, volubles,
disimulados, que huyen de los peligros y son ansiosos de ganancias. Mientras que les
haces bien y que no necesitas de ellos, como lo he dicho, te son adictos, te ofrecen su
caudal, vida e hijos, pero se rebelan cuando llega esta necesidad. El Príncipe que se ha
fundado enteramente sobre la palabra de ellos, se halla destituido, entonces, de los
demás apoyos preparatorios, y decae; porque las amistades que se adquieren, no con
la nobleza y grandeza de alma, sino con el dinero, no pueden servir de provecho
ninguno en los tiempos peligrosos, por más bien merecidas que ellas estén; los
hombres temen menos el ofender al que se hace amar que al que se hace temer,
porque el amor no se retiene por el solo vínculo de la gratitud, que en atención a la
perversidad humana, toda ocasión de interés personal llega a romper; en vez de que
el temor del Príncipe se mantiene siempre con el del castigo, que no abandona nunca
a los hombres. (Príncipe XVII, pp. 103-104)
(1469 – 1527)
¡Cuán digno de alabanza es un Príncipe cuando él mantiene la fe que ha jurado, cuando vive de un modo íntegro y no
usa de astucia en su conducta! Todos comprenden esta verdad; sin embargo, la experiencia de nuestros días nos
muestra que haciendo varios príncipes poco caso de la buena fe, y sabiendo con la astucia, volver a su voluntad el
espíritu de los hombres, obraron grandes cosas y acabaron triunfando de los que tenían por base de su conducta la
lealtad. /…/ Cuando un Príncipe dotado de prudencia, ve que su fidelidad en las promesas se convierte en perjuicio
suyo y que las ocasiones que le determinaron a hacerlas no existen ya, no puede y aún no debe guardarlas, a no ser
que él consienta en perderse. (Príncipe XVIII, p. 108)

A. ¿Qué relación establece el autor entre la naturaleza humana y el ejercicio del poder?

El que consigue la soberanía con el auxilio de los grandes, se mantiene con más dificultad que el que la consigue con el
pueblo; porque siendo Príncipe, se halla cercado de muchas gentes que se tienen por iguales con él; y no puede
mandarlas ni manejarlas a discreción. Pero el que llega a la soberanía con el favor popular, se halla solo en su
exaltación; y entre cuantos le rodean, no hay ninguno, o más que poquísimos a lo menos, que no estén prontos a
obedecerle.
Por otra parte, no se puede con decoro, y sin agraviar a los otros, contentar los deseos de los grandes. Pero contenta
uno fácilmente los del pueblo, porque los deseos de éste tienen un fin más honrado que el de los grandes, en atención
a que los últimos quieren oprimir, y que el pueblo limita su deseo a no serlo. /…/ Un ciudadano hecho Príncipe con el
favor del pueblo, debe tirar a conservarse su afecto; lo cual le es fácil, porque el pueblo le pide únicamente el no ser
oprimido. Pero el que llegó a ser Príncipe con la ayuda de los magnates y contra el voto del pueblo, debe, ante todas
cosas, tratar de conciliársele; lo que le es fácil cuando le toma bajo su protección. Cuando los hombres reciben bien de
aquel de quien no esperaban más que mal, se apegan más y más a él. Así pues, el pueblo sometido por un nuevo
Príncipe que se hace bienhechor suyo, le coge más afecto que si él mismo, por benevolencia, le hubiera elevado a la
soberanía. Luego el Príncipe puede conciliarse el pueblo de muchos modos; pero éstos son tan numerosos y dependen
de tantas circunstancias variables, que no puedo dar una regla fija y cierta sobre este particular. Me limito a concluir
que es necesario que el Príncipe tenga el afecto del pueblo, sin lo cual carecerá de recurso en la adversidad. (Príncipe IX,
pp. 64-67)

Las fortalezas son útiles o inútiles, según los tiempos; y si ellas te proporcionan algún beneficio bajo un aspecto te
perjudican bajo otro. Puede reducirse la cuestión a estos términos: el Príncipe que tiene más miedo de sus pueblos que
de los extranjeros debe hacerse fortalezas; pero el que teme más a los extranjeros que a sus pueblos debe pararse sin
esta defensa. /…/ La mejor fortaleza que puede tenerse es no ser aborrecido de sus pueblos. Aún cuando tuvieras
fortalezas, si el pueblo te aborrece, no podrás salvarte ellas; porque si él toma las armas contra ti no te faltarán
extranjeros que vengan a su socorro. (Príncipe XX, pp. 134-135)

B. Lea los fragmentos precedentes y sintetice la posición política de Maquiavelo


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Muchos, y entre ellos Plutarco, escritor de grande autoridad, han creído que al pueblo romano favoreció más la
fortuna que el valor en la conquista de su vasto imperio, y dicen entre otras razones, que se demuestra por confesión
propia de aquel pueblo debe a la fortuna sus victorias, pues a ésta edificó más templos que a ningún otro dios. Parece
que el mismo Tito Livio es de esta opinión, pues rara vez hace hablar a algún romano del valor sin que añada la
fortuna. Ni soy de esta opinión ni creo que pueda sostenerse… (Discursos, Lib. II, Cap. I, p. 16)

Afirmo una vez más ser absolutamente cierto y estar demostrado en toda la historia, que los hombres pueden
secundar a la fortuna y no contrarrestarla; pueden tejer sus hilos, pero no romperlos. No deben abandonarse a ella,
ignorando sus designios…(Discursos Lib. II, Cap. XXIX, p. 17)

Demuestran, pues, las consideraciones expuestas cuán diverso es el modo de proceder entre las repúblicas modernas y
las antiguas, y esto explica las milagrosas pérdidas y las milagrosas conquistas; porque donde los hombres tienen
escaso valor y poca prudencia, muestra la fortuna su poder; y, como ésta es variable, cambian frecuentemente los
estados y las repúblicas sometidos a su influencia, y continuarán variando mientras no aparezca alguno tan amante de
los preceptos de la antigüedad que domine a la fortuna, quitándole los medios de mostrar su extrema
inconstancia.(Discursos Lib. II, Cap. XXX, p.17)

Estas palabras muestran como en los grandes hombres no influyen los cambios de la fortuna; y si ésta varía, unas
veces exaltándolos y otras humillándolos, ellos no varían, sino mantienen siempre la firmeza de ánimo, tan
consustancial a su carácter que todos comprenden que la fortuna no puede dominarlos. De muy distinto modo se
comportan los hombres débiles, que se envanecen y emborrachan con la buena fortuna, atribuyendo sus favores a una
virtú de que carecen /…/ lo que los hace insoportables y odiosos a cuantos los rodean. En cambio, cuando la suerte
cambia /…/ se convierten en viles y abyectos. De aquí surge que los príncipes así hechos piensan, en la adversidad, más
en huir que en defenderse, como quienes, por haber usado mal la buena fortuna, no están preparados para hacer
frente a ninguna contrariedad. (Discursos Lib. III, Cap. XXXI, p. 18)

C. ¿Qué papel juega la voluntad humana y cuál corresponde a la fortuna?

No se me oculta que muchos creyeron y creen que la fortuna, es decir, Dios, gobierna de tal modo las cosas de este
mundo, que los hombres con su prudencia no pueden corregir lo que ellas tienen de adverso, y aún que no hay remedio
ninguno que oponerles. Con arreglo a esto podrían juzgar que es en balde fatigarse mucho en semejantes ocasiones, y
que conviene dejarse gobernar entonces por la suerte Esta opinión no está acreditada en nuestro tiempo, a causa de
las grandes mudanzas que, fuera de toda conjetura humana, se vieron y se ven cada día. Reflexionándolo yo mismo, de
cuando en cuando, me incliné en cierto modo hacia esta opinión; sin embargo, no estando anonadado nuestro libre
albedrío, juzgo que puede ser verdad que la fortuna sea el árbitro de la mitad de nuestras acciones; pero también que
es cierto que ella nos deja gobernar la otra, o al menos siempre algunas partes./…/

Sucede lo mismo con respecto a la fortuna: no ostenta ella su dominio más que cuando encuentra un alma y virtud
preparadas; porque cuando las encuentra tales, vuelve su violencia hacia la parte en que sabe que no hay diques ni
otras defensas capaces de mantenerla. (Príncipe XXV, pp. 153-154)

Concluyo, pues, que si la fortuna varía, y los príncipes permanecen obstinados en su modo natural de obrar, serán
felices, a la verdad, mientras que semejante conducta vaya acorde con la fortuna; pero serán desgraciados desde que
sus habituales procederes se hallan discordantes con ella. Pensándolo todo bien, sin ser impetuoso que circunspecto,
porque la fortuna es mujer, y es necesario por esto mismo, cuando queremos tenerla sumisa, zurrarla y zaherirla. Se
ve, en efecto, que se deja vencer más bien de los que le tratan así, que de los que proceden tibiamente con ella: Por
otra parte, como mujer, es amiga siempre de los jóvenes, porque son menos circunspectos, más iracundos y le mandan
con más atrevimiento. (Príncipe XXV, pp. 157-158)

D. En relación al tema, ¿qué comparación podría establecerse con la historiografía griega?

Meditando en qué consiste que los pueblos antiguos fueran más amantes de la libertad que los actuales, creo procede
del mismo motivo que hace ahora a los hombres menos fuertes, cual es la diferencia de educación, fundada en la
diferencia de religión. Enseñando la nuestra, la verdad y el verdadero camino, hace que se tengan en poco las honras
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de este mundo; pero los gentiles, estimándolas y considerándolas como el verdadero bien, aspiraban a ellas con mayor
vigor y energía./…/

Esta manera de vivir parece que ha hecho débiles a los pueblos y más fácil convertirlos en presa de los malvados, que
con mayor seguridad pueden manejarlos al ver a casi todos los hombres más dispuestos, para alcanzar el paraíso, a
sufrir las injurias que a vengarlas. Pero la culpa de que se haya afeminado el mundo y desarmado el cielo, es, sin duda,
de la cobardía de los hombres que han interpretado la religión cristiana conforme a la pereza y no a la virtud; pues si
consideramos que aquella permite la gloria y la defensa de la patria, deduciremos que quiere que la amemos, que la
honremos y que nos preparemos a ser capaces de defenderla. (Discursos Lib. II, Cap. II, p. 46)

Si los príncipes de las naciones cristianas hubieran mantenido la religión conforme a las doctrinas de su fundador, los
Estados y las repúblicas cristianas estarían mucho más unidas y serían mucho más felices que lo son. El mejor indicio
de su decadencia es ver que los pueblos más próximos a la Iglesia romana, cabeza de nuestra religión, son los menos
religiosos./…/ Y porque algunos opinan que el bienestar de las cosas de Italia depende de la Iglesia de Roma, expondré
contra esta opinión algunas razones que se me ocurren, dos entre ellas poderosísimas, que, en mi sentir, no tienen
réplica. Es la primera, que por los malos ejemplos de aquella corte ha perdido Italia toda devoción religiosa, lo cual
ocasiona infinitos inconvenientes e infinitos desórdenes, porque de igual manera que donde hay religión se presuponen
todos los bienes, donde falta, hay que presuponer lo contrario./…/ …pero aún hay otro mayor que ha ocasionado
nuestra ruina, y consiste en que la Iglesia ha tenido y tiene a Italia dividida.

Jamás hubo ni habrá país algunos unido y próspero si no se somete todo él a la obediencia de un gobierno republicano
o monárquico, como ha sucedido a Francia y a España. /…/

Deben, pues, los encargados de regir una república o un reino mantener los fundamentos de la religión que en él se
profese, y hecho esto, les será fácil conservar religioso el Estado, y, por tanto, bueno y unido; y deben acoger y
acrecentar cuantas cosas contribuyen a favorecer la religión, aún las que consideren falsas, tanto más cuanto mayor
sabiduría y conocimiento de las leyes naturales tengan. (Discursos Lib. I, Cap. XXII, pp. 43-47)

E. ¿Cuál es la posición religiosa de Maquiavelo y qué posición política exhibe frente a la Iglesia?

Los textos precedentes han sido extractados de:

MAQUIAVELO, Nicolás. El Príncipe, Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1939 (Col. Austral)


MAQUIAVELO, Nicolás. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. En: Maquiavelo: su concepción de la historia
(extractos) Traducción de L. Navarro. Selección y correcciones de J. Bentancourt Díaz. Curso de Filosofía de la Historia,
Montevideo: FHCE, 1969

Francesco Guicciardini (1483-1540)


He determinado escribir las cosas sucedidas en Italia en nuestros
tiempos, después que las armas de los franceses, llamadas por
nuestros mismos príncipes, comenzaran con gran movimiento, a
perturbarla; materia por su variedad y grandeza muy memorable y
llena de atrocísimos accidentes; habiendo padecido tantos años
Italia todas las calamidades con que suelen ser trabajados los
míseros mortales, unas veces por la ira justa de Dios, y otras por la
impiedad y maldad de los hombres. Del conocimiento de estos casos
tan varios y graves, podrá cada uno para sí y para el bien público
tomar muy saludables documentos, donde se verá con evidencia, con
innumerables ejemplos, a cuanta inestabilidad (no de otra manera
que un mar concitado de vientos) están sujetas las cosas humanas,
cuán perniciosos son a sí mismo y siempre a los pueblos los consejos mal medidos de aquellos que mandan cuando
solamente se les representa a los ojos o errores varios o codicia presente, no acordándose de las muchas mudanzas de
la fortuna, y convirtiendo en daño de otro el poder que se les ha concedido para el bien común, haciéndose, por su
poca prudencia, o mucha ambición, autores de nuevas perturbaciones.

GUICCIARDINI, Francesco: Storia d’Italia, Libro I, cap. I. [Edición: Guicciardini, Francisco, Historia de Italia.
Madrid, Librería de la Vda. de Hernando, 1889, p.2.]

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