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A. Edmundo Cervantes Espino.

202451-1.

Ensayo.

Hacia una crítica del concepto de deber: Kant, Hegel, Arendt, Onfray y Levi.

…el imperativo categórico huele a crueldad…

Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral.

El objetivo del presente ensayo es mostrar las críticas al formalismo del imperativo
categórico kantiano realizados por Hegel y Onfray. Para realizar esto, se mostrará
previamente la formulación realizada por Kant del imperativo categórico, entendido como
Ley fundamental de la razón pura práctica, a partir de sus obras tituladas La Fundamentación
de la Metafísica de las Costumbres y la Crítica de la Razón Práctica. Posteriormente, se
expondrá la crítica de Hegel a Kant por medio de un caso concreto que presenta Hannah
Arendt en su obra intitulada Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal
y, el cual es retomado por Michel Onfray, en un ensayo llamado Un kantiano entre los nazis,
incluido en su libro El sueño de Eichmann. Finalmente, se completará esta reflexión sobre el
concepto de deber a partir del testimonio de Primo Levi mostrado en su libro Los hundidos y
los salvados.

La Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres y la Crítica de la Razón


Práctica: el imperativo categórico kantiano entendido como Ley fundamental de la razón
pura práctica.

En la Segunda Sección titulada Tránsito de la Filosofía Moral Popular a la Metafísica


de las Costumbres de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Kant afirma
que los imperativos son sentencias o mandamientos que indican cómo debe ser la actuación,
es decir, son órdenes que se imponen como una ley por medio de la razón y que constriñen
la voluntad del individuo: “La representación de un principio objetivo en tanto que es

1
constrictivo para una voluntad se llama mandato (de la razón), y la fórmula del mandato se
llama imperativo.”1

De esta manera, Kant estipula la existencia de dos tipos de imperativos, los


imperativos hipotéticos y los imperativos categóricos, aquellos son fórmulas en las que la
actuación se encauza como medio para conseguir un fin, por consiguiente, estas acciones no
importan por sí mismas sino exclusivamente como medios para la obtención de algo; éstos,
en cambio, son fórmulas incondicionales que no se encuentran motivadas por inclinación
alguna y que se realizan por deber, esto es, desinteresadamente, puesto que su cumplimiento
se acata por el deber puro e incondicionado, en vista de que implican una actuación correcta
por sí misma: “Pues bien, todos los imperativos mandan o hipotética o categóricamente.
Aquéllos representan la necesidad práctica de una acción posible como medio para llegar a
otra cosa que se quiere (o es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que
representase una acción como objetivamente necesaria por sí misma, sin referencia a otro
fin.”2

En este sentido, Kant explica que el imperativo categórico es único y lo enuncia de la


siguiente forma:

El imperativo categórico es así pues único, y, por cierto, este: obra sólo según la máxima
a través de la cual puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal.
Pues bien, si de este único imperativo pueden derivarse todos los imperativos del deber
como de su principio, podremos al menos, aunque dejemos sin decidir si lo que en
general se denomina deber no es un concepto vacío, mostrar qué pensamos con él y qué
quiere decir este concepto. Dado que la universalidad de la ley según la cual suceden
efectos constituye lo que se llama propiamente naturaleza en el sentido más general
(según la forma), esto es, la existencia de las cosas en tanto que están determinadas
según leyes universales, tenemos que el imperativo universal del deber también podría
rezar así: obra como si la máxima de tu acción fuese a convertirse por tu voluntad en
una ley universal de la naturaleza.”3

1
GMS 413, 9-11.
2
GMS 414, 13-17.
3
GMS 421, 5-21.
2
El imperativo categórico expresa, pues, la actuación por deber en la que el sujeto moral
se cuestiona a sí mismo, si la máxima, sentencia, mandato, principio o mandamiento que lo
lleva a la actuación, debe transformarse, por su propia voluntad, libremente, en una ley
universal de la naturaleza que sea llevada a cabo por todos los seres racionales de su
comunidad, de su continente, de su planeta, del universo entero, puesto que este principio
moral, que implica la coacción que la ley moral aplica constrictivamente a la voluntad y que
conduce a la actuación, tiene que, necesariamente, ser un principio válidamente universal:

Se tiene que poder querer que una máxima de nuestra acción se convierta en ley
universal: este es el canon del enjuiciamiento moral de la misma en general. Algunas
acciones están constituidas de tal modo que su máxima ni siquiera puede ser pensada
sin contradicción como ley universal de la naturaleza, y mucho menos se puede querer
además que se convirtiese en ella. En otras no podemos encontrar, ciertamente, esa
imposibilidad interna, pero es sin embargo imposible querer que su máxima sea elevada
a la universalidad de una ley de la naturaleza, porque una voluntad semejante sería
contradictoria a sí misma.”4

Esta misma formulación es expuesta en el Capítulo I. De los principios fundamentales


de la razón pura práctica, del Libro Primero. Analítica de la Razón Pura Práctica de la
Crítica de la Razón Práctica, en la que Kant estipula la Ley fundamental de la razón pura
práctica como una regla incondicionada y categórica que establece la manera sobre cómo
debe proceder moralmente un ser racional finito: “Actúa de modo que la máxima de tu
voluntad pueda, al mismo tiempo, valer siempre como principio de una legislación
universal.”5 Así, con esta proposición práctica categórica a priori, la voluntad del sujeto
moral queda sometida de manera objetiva y formal, puesto que no se fundamenta en
absolutamente nada empírico que provenga de la experiencia, lo cual le otorga valor
universal, y es de valor necesario, pues debe cumplirse por sí misma.

Asimismo, la formulación del imperativo categórico enuncia que la voluntad del sujeto
moral es autolegisladora, por lo que está sometida sólo a aquella ley de la que ella misma es

4
GMS 424, 1-10.
5
Kant, Immanuel, Crítica de la razón práctica, Traducción de Dulce María Granja Castro, Fondo de Cultura
Económica, México, 2005, p. 35.
3
artífice, siendo el compromiso de su cumplimiento incondicionado: “La autonomía de la
voluntad es el único principio de todas las leyes morales y de los deberes que les
corresponden; por el contrario, toda heteronomía del arbitrio no sólo no funda obligación
alguna, sino que es contraria a este principio y a la moralidad de la voluntad.”6 Se observa
entonces que, para Kant, la autonomía es condición ineludible de la Ley fundamental de la
razón pura práctica, pues el concepto de autonomía está directamente asociado con la
autolegislación, id. est., el sujeto moral es legislador de sí mismo y de la humanidad entera 7,
comprendiendo autonomía como el hecho de no depender moralmente de un factor externo,
sino únicamente de las leyes que el propio individuo se autoimpone libremente.

Ahora bien, como ha quedado explicado, el imperativo categórico requiere, en vista de


su formulación, la abstracción de todo contenido, puesto que éste es variable, contingente y
cambiante, y lo que Kant pretende estipular con el imperativo categórico es una Ley
fundamental de la razón pura práctica, fundada en la necesidad y la universalidad para la
actuación moral por parte del propio sujeto moral. Efectivamente, los sujetos finitos, en tanto
individuos libres, tienen la capacidad, por medio de la razón, de ofrecerse a sí mismos,
principios, máximas, sentencias o mandamientos de actuación que, necesariamente, tienen
que subsumirse al imperativo categórico, es decir, mandatos que eliminan lo singular y lo
particular por medio de la exigencia de que dichos mandatos sean, siempre y en todos los
casos, incondicionados y universalizables, id. est., leyes fundamentales de la razón pura
práctica: “Esta analítica muestra que la razón pura puede ser práctica, i.e., puede determinar
por sí misma la voluntad, independientemente de todo elemento empírico y lo demuestra por
un hecho en el cual la razón pura realmente se revela nosotros en la práctica, a saber, la
autonomía en el principio de la moral mediante el cual la voluntad determina la acción”. 8

La Fenomenología del Espíritu: la crítica de Hegel a Kant.

6
Ibíd., p. 38.
7
“…la idea de la voluntad humana de todo ser racional como una voluntad universalmente legisladora.” (GMS
432, 12-13.)
8
Ibíd., p. 49.
4
Hegel, en la sección C titulada El espíritu cierto de sí mismo. La moralidad, del
apartado de El espíritu, de su obra intitulada la Fenomenología del espíritu, expone su crítica
a la propuesta moral de Kant:

Esta filosofía moral va a ser considerada menos como una filosofía especulativa que
como una manera de vivir; y las contradicciones que encierra —la inmediatez y la
mediación— serán tomadas en su forma concreta como contradicciones vividas por la
propia conciencia en el transcurso de su experiencia moral. [...] Así, pues, la moral
kantiana va a ser considerada aquí como una «concepción moral del mundo». Por
consiguiente, no se trata del análisis puramente especulativo de una cierta filosofía, sino
la experiencia del «moralismo». La moral kantiana se toma como la expresión de un
momento del espíritu del mundo.9

Para Hegel, el imperativo categórico, en vista de su propia formulación, se encuentra


condenado a un excesivo formalismo que imposibilita su concreción en el acto moral, puesto
que la Ley fundamental de la razón pura práctica, así como toda la propuesta moral kantiana,
no posee un principio de determinación que pueda ofrecerle al sujeto moral, a la
autoconciencia moral hegeliana, deberes concretos y particulares, y en su lugar, sólo es capaz
de mostrar la existencia de un deber en general –un deber puro y abstracto–, quedando, pues,
como una conciencia encerrada en sí misma:

La autoconciencia sabe el deber como la esencia absoluta; sólo está obligada a él, y esta
sustancia es su propia conciencia pura; el deber no puede adquirir para ella la forma de
algo extraño. Pero, así encerrada dentro de ella misma, la autoconciencia moral no está
puesta todavía como conciencia […]. El objeto es saber inmediato, y así, tan puramente
penetrado por el sí-mismo, no es objeto. Pero, siendo esencialmente la mediación y la
negatividad, la autoconciencia tiene en su concepto la referencia a un ser-otro; y es
conciencia. Este ser-otro es, de un lado, puesto que el deber constituye el único y
esencial objeto y fin y objeto de la conciencia, es para ella una realidad efectiva carente
por completo de significado.10

9
Hyppolite, Jean, Génesis y Estructura de la «Fenomenología del Espíritu» de Hegel, Península, Barcelona,
1998, p.p. 427-428.
10
Hegel, G.W.F., Fenomenología del espíritu, Editorial Gredos, Madrid, 2010, p. 387.
5
Se observa entonces que, a causa de la generalidad abstracta y carente de contenido
en la que se presenta la Ley fundamental de la razón pura práctica a la autoconciencia moral
hegeliana, el imperativo categórico kantiano no ofrece un criterio para la concreción en el
acto moral, id. est., la actualización y realización efectiva del concepto de deber. Así, el
equívoco en el que cae la propuesta kantiana, siguiendo lo expuesto por Hegel, es el de
únicamente proporcionar un postulado abstracto como garante de la actuación, un deber
absoluto inefectivo ni real, el cual no puede fundamentar los juicios y los actos morales,
puesto que no puede dar cuenta del deber dentro de las determinaciones empíricas que se le
presentan al sujeto moral en su vida cotidiana.

La propuesta moral de Kant, pues, no tiene relación con la realidad, queda atrapada
sólo en una concepción moral, una idea moral, deviniendo en una ilusión, una simulación,
sin acción –sin realidad efectiva–. En este sentido, en vista de que no existe en la realidad, lo
único que posee son postulados que justifican la moral, siendo sólo universalidad y
abstracción, sin ningún incentivo empírico. El imperativo categórico, siendo una enunciación
carente de contenido y perteneciente solamente al ámbito de la universalidad abstracta, es
incapaz de ofrecer una justificación racional a los contenidos concretos, puesto que,
precisamente, no ofrece un criterio de validez no formal: “Pero, puesto que esta conciencia
está tan perfectamente encerrada dentro de sí, se comporta frente a este ser-otro de manera
plenamente libre e indiferente, y por eso la existencia es, de otro lado, una existencia que la
autoconciencia ha dejado completamente en libertad, y que también se refiere solamente a
sí…”11

De esta forma, Hegel afirma que la Ley fundamental de la razón pura práctica, al
postular la exclusión de todo motivo material en la determinación del deber y su concreción
en la actuación moral, convierte a la razón práctica en una razón moralmente vacía e
inefectiva. La Ley fundamental de la razón pura práctica no puede trascender la simple
forma, siendo incapaz de instaurar un principio que determine al contenido en cuanto tal, por
lo que, el imperativo categórico no cumple el objetivo propuesto por Kant, ya que es incapaz
de determinar los deberes singulares y particulares, al querer prescindir de las condiciones

11
Ibídem.
6
que el mundo real y concreto impone al obrar moral: “En lo que concierne, para empezar, a
la pluralidad de deberes, la conciencia moral como tal sólo le concede vigencia al deber puro
dentro de ellos; los deberes plurales, en cuanto que son muchos, están determinados, y por
eso, como tales, no son nada sagrado para la conciencia moral. A la vez, sin embargo, […]
tales deberes tienen que ser considerados, necesariamente, como siendo en sí y para sí.” 12

Hegel, pues, pretende distanciarse de la formalidad y abstracción kantianas afirmando


que el aspecto universal, el concepto de deber, exista, se actualice y se realice de forma
efectiva a través de la mediación de lo particular y de lo singular, puesto que la
autoconciencia moral hegeliana no sólo conoce su esencia –el concepto de deber–, sino que,
también, desea realizar su esencia, llevarla a cabo por medio del acto moral:

La consciencia moral no quiere más que el deber; la máxima de su conducta es obedecer


la ley por puro respeto a la misma; lo que para ella cuenta en toda acción concreta es el
supuesto del deber. Pero no se limita a saber el deber, sino que quiere realizarlo, puesto
que la consciencia moral, por definición, es una consciencia activa que no puede
contentarse con el saber de lo universal. La acción es independiente y está contenida en
la noción misma de deber. En cualquier caso hay que actuar: no mentir, ayudar al
prójimo, etc. Por lo demás, lo importante no es esta acción concreta, sino el deber que
está vinculado a ella. Sólo hay deber puro porque existen realizaciones en el seno del
mundo, de una naturaleza que se ha definido como plenamente independiente del orden
moral.13

En este sentido, de forma contraria a Kant, Hegel considera la necesidad de la


existencia de principios que examinen el contenido del acto moral, pues, de no ser así, se
estaría tratando de principios abstractos, indeterminados, vacíos y huecos, id. est., de una
conciencia encerrada en sí misma, cuando lo que la autoconciencia moral hegeliana desea es
realizarse, poseer una realidad efectiva y ésta sólo se alcanza cuando se conocen los
contenidos efectivos, es decir, las determinaciones empíricas para la concreción del acto
moral: “…es la necesidad de la acción concreta contenida en la idea de deber. La consciencia
moral no contempla solamente su esencia, sino que la quiere; pero quererla significa querer

12
Ibíd., p. 392.
13
Óp. cit., Hyppolite, Génesis y Estructura de…, p. 433.
7
realizarla, y esta realización contiene el momento de la naturaleza, el momento de la
efectividad, que en un principio era puesto como algo ajeno al momento de la moralidad.”14

Siguiendo lo expuesto por Hegel, toda acción moral real, concreta y viviente, requiere
de un fin determinado y en su vida cotidiana, al individuo moral no se le muestra el deber en
la abstracción universalista pura que presenta Kant, sino que, de forma contraria, se le
presentan una multiplicidad de acciones concretas, de obligaciones reales y de posibilidades
de actuación bajo determinaciones empíricas, de tal manera que el sujeto moral debe decidir
en cada circunstancia singular y particular su obrar moral –la actualización del deber–, en
vista de que lo que desea la autoconciencia moral es, manifiestamente, el goce que conlleva
la realización del deber:

El fin que se enuncia como deber puro conlleva, esencialmente, esto: contener a esta
autoconciencia singular; la convicción individual y el saber acerca de ella constituyen
un momento absoluto de la moralidad. Este momento en el fin que ha llegado a ser
objetual, en el deber cumplido, es la conciencia singular que se contempla a sí como
efectivamente realizada, o el goce, el cual, por tanto, reside en el concepto, si bien no
en el concepto inmediato de moralidad considerada como convicción interior, sino
únicamente en el concepto de la realización efectiva de ésta. Pero, entonces, reside
también en ella como convicción interior; pues ésta busca no quedarse en convicción
interior opuesta a la acción, sino obrar, o realizarse efectivamente.15

Un sumamente interesante estudio de caso: Eichmann en Jerusalén. Un estudio


sobre la banalidad del mal y Un kantiano entre los nazis.

Hannah Arendt, en un libro hondamente sugestivo intitulado Eichmann en Jerusalén.


Un estudio sobre la banalidad del mal, pretende profundizar sobre este concepto, el de la
banalidad del mal precisamente –que consistiría, de forma muy sucinta, en los actos morales
abrumadoramente horrendos que son realizados por seres humanos que aparentan ser
inofensivos, mentalmente estables y moralmente rectos, id. est., individuos que actúan sin
reflexionar en ningún momento sobre las consecuencias, de cualquier índole, de sus actos–,

14
Ibíd., p. 431.
15
Óp. cit., Hegel, Fenomenología del…, p.p. 388-389.
8
por medio de la figura de Adolf Eichmann, un teniente coronel de las SS durante la Alemania
Nazi, el cual estuvo encargado de la logística de las deportaciones de los judíos y de otros
grupos étnicos a los campos de exterminio, siendo cómplice de los alemanes que ratificaron
y realizaron diversas acciones para el cumplimiento de la Solución Final al llamado
Problema Judío. Eichmann es capturado por la policía secreta israelí en Argentina, país
donde se había ocultado postrer a la derrota y rendición alemana, en el año de 1960,
enjuiciado en Jerusalén, declarado criminal de guerra y ahorcado por crímenes contra la
Humanidad el 31 de mayo de 1962.

La cuestión que se pretende rescatar es que, durante el juicio, Adolf Eichmann afirmó
contundentemente que todas y cada una de sus acciones durante la guerra y el genocidio nazi,
se encontraron guiadas por el imperativo categórico kantiano. Siguiendo lo mostrado por
Arendt en el Capítulo 8 llamado Los deberes de un ciudadano cumplidor de la ley, el teniente
alemán establece que el deber moral que lo llevaba a la actuación era acatar, sin cuestionar,
sin dudar, sin titubear, la ley, es decir, las órdenes de sus superiores y de los jerarcas nazis,
que se concretaban en el hecho de arrastrar a millones de seres humanos –judíos, en su
mayoría– a la muerte:

Durante el interrogatorio policial, cuando Eichmann declaró repentinamente, y con gran


énfasis, que siempre había vivido en consonancia con los preceptos morales de Kant, en
especial con la definición kantiana del deber […] El policía que interrogó a Eichmann
no le pidió explicaciones, pero el juez Raveh, impulsado por la curiosidad o bien por la
indignación ante el hecho de que Eichmann se atreviera a invocar a Kant para justificar
sus crímenes, decidió interrogar al acusado sobre este punto. Ante la general sorpresa,
Eichmann dio una definición aproximadamente correcta del imperativo categórico:
«Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser
tal que pueda devenir el principio de las leyes generales» (lo cual no es de aplicar al
robo y al asesinato, por ejemplo, debido a que el ladrón y el asesino no pueden desear
vivir bajo un sistema jurídico que otorgue a los demás el derecho de robarles y
asesinarles a ellos). A otras preguntas, Eichmann contestó añadiendo que había leído la
Crítica de la razón práctica. […] la había modificado de manera que dijera: compórtate
como si el principio de tus actos fuese el mismo que el de los actos del legislador o el
de la ley común. O, según la fórmula del «imperativo categórico del Tercer Reich», […]

9
que quizá Eichmann conociera: «Compórtate de tal manera, que si el Führer te viera
aprobara tus actos»…”16

Arendt, inconforme e indignada con la postura y respuesta de Eichmann, pretende


reivindicar la figura y propuesta de Kant, afirmando que aquel, en aras de justificar sus
atroces actos, malinterpreta e, incluso, pervierte lo estipulado por el filósofo de Königsberg,
en vista de que la filosofía moral kantiana proscribe el sometimiento ciego: “Esta afirmación
resultaba simplemente indignante, y también incomprensible, ya que la filosofía moral de
Kant está tan estrechamente unida a la facultad humana de juzgar que elimina en absoluto la
obediencia ciega.”17 Eichmann, según Arendt, utiliza a Kant únicamente para tratar de
justificar moralmente el hecho de que no sólo permitió, sino también coadyuvó, crímenes de
guerra espantosos.

No obstante, Michel Onfray, en un ensayo llamado Un kantiano entre los nazis,


incluido en su libro El sueño de Eichmann, cuestiona la postura de Arendt afirmando
provocadoramente que, quizá, Eichmann no sólo no tergiversó a Kant, sino que, incluso,
realizó una lectura correcta18 de él: “¿Y si, después del primer momento de denegación,
miráramos más atentamente el asunto? ¿Si Eichmann, que invoca el imperativo categórico,
no estuviera errado y el mecanismo filosófico de Kant se revelara compatible con la vida
cotidiana de un nazi que efectúa su trabajo de monstruo?”19 Desde esta sugestiva perspectiva,

16
Arendt, Hannah, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Penguin Random House,
México, 2017, p.p. 199-200.
17
Ibíd., p. 199.
18
“No esperemos del funcionario de la solución final una lectura filosófica o escrupulosa de la Crítica de la
razón práctica. Podemos suponer ese tipo de lectura por parte de un nazi como Heidegger, o del hitleriano Hans
Heyse, presidente de la Kant-Gesellschaft, nombrado por el régimen nacionalsocialista, por parte de Alfred
Rosenberg, que elogia a Kant en El mito del siglo XX, y de Ernst Jünger, el autor de El trabajador, o hasta de
Oswald Spengler, el signatario de la célebre La decadencia de Occidente, tan frecuentemente citada y tan rara
vez leída. Pues todos esos pensadores nazis, muy amantes de Kant, tenían por profesión escribir libros de
filosofía… Pero ¿Eichmann? No hay ninguna necesidad de ser filósofo de formación ni de profesión, ni de ser
ducho en las leyes de la epigrafía de la disciplina para tener derecho a leer una obra firmada por Platón,
Descartes o Kant. No existe ninguna autorización previa para tener comercio con el pensamiento de un autor
canónico. El profesor de filosofía no es el único en el mundo que dispone de un sésamo perpetuo —una vez
obtenidos sus diplomas— para frecuentar la Academia, el Liceo, el Pórtico, el Jardín, la Estufa cartesiana, la
Universidad de Kónisberg o el anfiteatro de Iena. A priori, Eichmann dispone del derecho a la filosofía, del
derecho a filosofar, lo cual implica un derecho a leer, a impregnarse, a comprender, siempre que no produzca
contrasentidos, errores de interpretación o lecturas caprichosas. Eichmann ¿leyó mal a Kant?” (Onfray, Michel,
El sueño de Eichmann. Precedido de Un kantiano entre los nazis, Gedisa, España, 2009, p.p. 20-21.)
19
Ibíd., p. 18.
10
la interpretación de la propuesta moral kantiana que expone Eichmann durante su juicio no
sólo sería adecuada, sino que, yendo más allá, podría mostrar que el sistema ético de Kant
es compatible con el sistema ideológico del nazismo alemán.

Si el imperativo categórico kantiano consiste en que el sujeto moral imagine un mundo


en el que todos los seres racionales actúen según la máxima o principio que a él lo está
llevando a la acción, efectivamente, se puede imaginar un mundo como deseable, en el que
todos acaten el mandato de debo cumplir, como leyes objetivas, las órdenes de los
superiores, puesto que, si se estipula la contraria, id. est., no debo cumplir, como leyes
objetivas, las órdenes de los superiores, sin duda, se está imaginando un mundo que no es
deseable: “A falta de una literalidad ejemplar, cualquiera puede juzgar la conformidad del
sentido: el criminal de guerra no mutila al filósofo…”20.

Si se afirma, entonces, no sólo como no contradictorio, sino también como deseable


un mundo en el que es una ley universal de la naturaleza obedecer las órdenes del jefe
inmediato, parece evidente que los principios morales kantianos son, a su vez, debido a la
mera formalidad que prescinde de todo contenido empírico, tal y como está expuesto en la
Ley fundamental de la razón pura práctica, principios inmorales que admiten acciones
execrables: “Cumplir con el deber, ése es un valor positivo; la motivación por el deber
mismo, todavía mejor. En su defensa, Eichmann no cesará de clamar que lo único que hizo
fue cumplir su juramento nacionalsocialista ejecutando sin discutir las órdenes emanadas de
sus superiores. Por lo tanto, obedeció la ley porque era la ley, por amor a su forma,
independientemente del contenido y aunque éste fuera enviar al matadero a millones de
personas.”21 Si se acepta el anterior argumento, significa entonces que, Eichmann tiene la
razón con respecto a sus afirmaciones sobre la propuesta moral de Kant:

“…kantiano hasta el final, había efectivamente considerado que, obligado por la


promesa de su juramento, comprometido a obedecer las leyes de su país,
independientemente de cuál haya sido la genealogía del régimen —legal o ilegal y,
quiérase o no, debemos recordar que la soberanía nacionalsocialista procedía del pueblo

20
Ibíd., p. 22.
21
Ibíd., p. 23.
11
y de una elección democrática—, constreñido por su condición de funcionario que sólo
tiene deberes y ningún derecho, había cumplido con su deber. Su deber nazi.” 22

Consecuentemente, en su defensa durante el juicio, Eichmann expone que él no era


más que un engranaje dentro de una complicada maquinaria estatal –con la cual no siempre
concordaba en sus ideas23–, afirmando que cualquier otro burócrata alemán habría hecho
exactamente el mismo trabajo que él, en cumplimiento del concepto de deber, siguiendo lo
que las leyes vigentes de 1933 a 1945 en Alemania exigían y, en este aspecto, quizá el único,
Arendt y Onfray, coinciden, id. est., en el hecho de que Eichmann, simple y sencillamente,
acató, sin inclinación alguna y porque era lo correcto, la ley: “Sea cual sea la importancia
que haya tenido Kant en la formación de la mentalidad del «hombre sin importancia»
alemán, no cabe la menor duda de que, en un aspecto, Eichmann siguió verdaderamente los
preceptos kantianos: una ley era una ley, y no cabían excepciones.”24

Hacia una posible reivindicación de Kant: ¿Qué es la Ilustración?

El himno kantiano a la razón intitulado ¿Qué es la Ilustración?, podría invocarse como


una manera de desvincular al filósofo de Königsberg del nazismo; en éste, se afirma que el
ser humano sólo será capaz de progresar si renuncia a su cobardía intelectual y decide
reflexionar autónomamente, sin la tutela de otro: “La ilustración es la liberación del hombre
de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su
inteligencia sin la guía de otro. […] ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia
razón!: he aquí el lema de la ilustración.”25 Eichmann, puede apelarse, se encontraba en un
estado de minoría de edad intelectual, bajo la tutela de un líder trastornado y un Estado
desquiciado, incapaz de poder servirse de su propio entendimiento, siguiendo
heterónomamente preceptos que se le imponían y que era incapaz –precisamente por su
minoría de edad intelectual– de comprender.

22
Ibíd., p. 25.
23
“Kantiano, dice sentirse asqueado, repugnado, estupefacto, excluido, pero todo eso en su conciencia, pues, a
pesar de todo, obedece.” (Ibíd., p. 36.)
24
Óp. cit., Arendt, Eichmann en…, p. 201.
25
Kant, Immanuel, Filosofía de la historia, Fondo de Cultura Económica, México, 2006, p. 25.
12
Kant, continuando con lo expuesto en este opúsculo a la razón, distingue entre el «uso
público» y el «uso privado» de la razón26; aquel se refiere al uso de la razón para opinar,
discutir y publicar abiertamente y conlleva la expresión libre y abierta de las ideas, y éste se
refiere al uso de la razón dentro de un trabajo particular o una función estatal, por lo que es
un uso restringido de la razón, en el que es necesario obedecer y no razonar:

…existen muchas empresas de interés público en las que es necesario cierto


automatismo, por cuya virtud algunos miembros de la comunidad tienen que
comportarse pasivamente para, mediante una unanimidad artificial, poder ser dirigidos
por el Gobierno hacia los fines públicos […] En este caso no cabe razonar, sino que hay
que obedecer. […] Por eso, sería muy perturbador que un oficial que recibe una orden
de sus superiores se pusiera a argumentar en el cuartel sobre la pertinencia o utilidad de
la orden: tiene que obedecer. 27

Eichmann, dentro de los límites del uso privado de la razón, los cuales el propio Kant
establece28, obedeció. Eichmann, como teniente coronel, y en tanto oficial de un Estado
democráticamente elegido y, por ende, legítimo, no poseía el derecho ni tenía la libertad de
cuestionar las ordenes de sus superiores o las leyes del Gobierno alemán, sino que, como se
estipula claramente en el uso privado de la razón, la obediencia absoluta es la máxima que
debe regir la actuación:

…el funcionario no tiene derecho a desobedecer una orden; tiene el poder de pensar lo
que quiera, es verdad, pero siempre en el marco de su fuero interno, hasta dentro de los
límites de una publicidad limitada de sus observaciones dirigidas a un público ilustrado.
En ningún caso el ejercicio libre de su razón lo dispensa de su deber de obedecer las
órdenes; en caso de «abuso» —aun de abuso «insoportable», lo cual abarca la
persecución de los judíos, su deportación y su exterminio—, no tiene derecho a rebelarse

26
Óp. cit., Onfray, El sueño de…, p. 30.
27
Óp. cit., Kant, Filosofía de…, p. 30.
28
“Si hemos de creer en el simple buen sentido, privado significa reservado para uno mismo, mientras que lo
público es aquello destinado al prójimo. Pero el buen sentido y Kant no son la misma cosa. El uso público
kantiano cubre únicamente el uso restringido a la comunidad de los lectores y, por lo tanto, el uso semiprivado,
a juzgar por la abundancia de lectores con que cuentan los filósofos… El uso privado, por su parte, definía, no
el círculo restringido, sino el campo de lo que —en términos contemporáneos— se llama el funcionario: el
titular de un «cargo civil». Y, sobre este punto, Kant no admite ninguna tergiversación: un funcionario «en su
condición de tal, no tiene derecho a razonar».” (Óp. cit., Onfray, El sueño de…, p.p. 30-31.)
13
sino que debe esperar que el deseado cambio de rumbo se produzca mediante una
reforma propuesta por el soberano, en aquel caso Adolf Hitler. 29

Los hundidos y los salvados: un apéndice con respecto al testimonio de Primo Levi.

Los hundidos y los salvados es el tercer libro incluido en la obra bautizada como
Trilogía de Auschwitz por Primo Levi, un italiano sefardí deportado al campo de
concentración en 1944 por haberse unido a la resistencia antifascista italiana, en el que, a
partir de una serie de lúcidos ensayos, busca comprender –en ausencia de odio, de rencor,
de victimismo, de recriminación incluso–, desde su atroz e impresionante experiencia, los
factores que permitieron que la civilización que ofreció al mundo a grandes pensadores como
Lutero, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche y Heidegger, tolerase, consintiese y
aplaudiese los actos y decisiones degradantes de Hitler, Himmler, Heydrich, Goebbels y
Göring. Es, precisamente, en el Capítulo I titulado El recuerdo de los ultrajes, en el que
reflexiona sobre las motivaciones de los perpetradores del genocidio nazi:

Disponemos ya de numerosas confesiones, declaraciones, admisiones de parte de los


opresores […] Pero mucho más importantes son los motivos y las justificaciones: ¿Por
qué lo hacías? ¿Te dabas cuenta de que estabas cometiendo un delito? Las respuestas a
estas dos preguntas, o bien a otras similares son muy semejantes entre sí,
independientemente de la personalidad del interrogado, sea éste un profesional
ambicioso e inteligente como Speer, un fanático glacial como Eichmann, funcionarios
miopes como Stangl de Treblinka y Höss de Auschwitz o animales obtusos como Boger
y Kaduk, inventores de torturas. Expresadas de distinta manera, y con mayor o menor
soberbia de acuerdo con el nivel mental y cultural del hablante, todas vienen a decir
esencialmente lo mismo: lo hice porque me lo mandaron; otros (mis superiores) han
cometido actos peores que los míos; dada la educación que he recibido y el ambiente en
que he vivido no podía hacer otra cosa; si no lo hubiera hecho yo, lo habría hecho otro
en mi lugar, con más brutalidad. Para quien lee estas justificaciones, la primera reacción
es de espanto: éstos mienten, no pueden pensar que se les vaya a creer, no pueden dejar

29
Ibíd., p. 33.
14
de ver la distancia que hay entre sus excusas y la magnitud de dolor y muerte que han
causado. Mienten a sabiendas: obran de mala fe. 30

Encontramos, pues, en los secuaces y esbirros nazis la apelación al uso privado de la


razón –no se afirma, por supuesto, que todos los ejecutores del nazismo hayan leído a Kant
y pretendan invocarlo en su defensa, como en el caso de Eichmann–, en el que las decisiones
no habían sido tomadas por ellos, sino por el régimen al que pertenecían y, por tanto, lo que
se esperaba de ellos, en tanto funcionarios y soldados, era obediencia absoluta, que se
materializaba en ausencia de decisiones autónomas y la incapacidad de decidir o cuestionar
las órdenes de los superiores: “¿Qué queríais que hiciésemos? ¿Cómo podíais pretender de
nosotros un comportamiento distinto del que hemos tenido y del de todos aquellos que eran
como nosotros? Hemos sido ejecutores diligentes, y por nuestra diligencia hemos sido
elogiados y ascendidos. […] No sólo teníamos prohibido decidir sino que habíamos llegado
a estar imposibilitados para hacerlo.”31 Empero, para Levi, esta respuesta es sumamente
cínica y deshonesta, como la desvergüenza más descarada 32 por parte de los ejecutores de
la ideología nazi, del Holocausto y de la Solución Final al Problema Judío, los cuales
únicamente, afirman en sus respectivos juicios, cumplían formalmente con su deber, sin
cuestionar, en ningún momento, la ley. He aquí donde se puede retomar la crítica hegeliana
al imperativo categórico kantiano expuesto en el apartado La Fenomenología del Espíritu:
la crítica de Hegel a Kant de este mismo ensayo.

El mayor motivo de crítica a Kant por parte de Hegel es, precisamente, el aspecto
formal y abstracto de la Ley fundamental de la razón pura práctica, pues ésta se encuentra
enteramente vacía de contenidos reales, dejando huérfanos a los sujetos morales de una
justificación racional a los contenidos concretos, a los deberes singulares y particulares de
la vida común, por lo que, la actuación moral no sólo debe realizarse a la luz de lo universal,
el mandato puro, sino también contando como referencia lo particular, aceptando el
fundamento empírico de los deberes singulares, es decir, existiendo una relación entre la ley
moral, el deber en general, y el sujeto moral, la autoconciencia moral hegeliana: “…hablar

30
Levi, Primo, Los hundidos y los salvados, Austral, España, 2019, p.p. 23-24.
31
Ibíd., p. 26.
32
Ibídem.
15
de una moralidad pura sin relación alguna con la efectividad es hablar de una atracción
inconsistente en la cual la moralidad, la voluntad y la operación perderían todo sentido. […]
En la dialéctica hegeliana, […] la separación entre esencia infinita y existencia finita queda
superada. La esencia infinita se realiza en la existencia finita y la existencia finita se eleva a
esencialidad.”33

Ésta es, pues, la aparente falencia a la que Eichmann –y los demás secuaces del
nazismo, incluso sin saberlo– se aferra para justificar su actuación, id. est., la pura formalidad
del deber –actuar como si fuese deseable un mundo en el que la máxima no contradictoria
debo cumplir, como leyes objetivas, las órdenes de los superiores sea llevada a cabo por
todos los seres racionales, incluyéndole, por supuesto– prescindiendo de las singularidades
y particularidades empíricas que le habrían mostrado que su actuación guiada por una
máxima abstracta, pura y universalizable, lo conducía a actos deleznables e inmorales: “Tal
como dijo una y otra vez a la policía y al tribunal, él cumplía con su deber; no solo obedecía
órdenes, sino que también obedecía la ley.”34 La ley, por el contrario, debe corresponder no
sólo a un concepto abstracto de universalidad, al deber puro, sino también debe encontrarse
en los seres humanos singulares y particulares y, por ende, adecuarse a la acción individual,
a las determinaciones empíricas, como afirma Onfray: “Kant es culpable —y con él también
lo es el kantismo— de razonar alejado de la realidad del mundo, de la gente, de los hombres,
como el habitante cándido del cielo de las ideas que tanto hacía reír —ya— a Aristófanes
con la camarilla platónica. […] ¿Qué le falta a Kant? Puertas de emergencia para salir de su
mundo de ideas puras que evita la realidad de los hombres, su fenomenalidad.”35

Hacia un último intento de reivindicación de Kant: La Fundamentación de la


Metafísica de las Costumbres.

Kant explica que el imperativo categórico es único, empero, en la Segunda Sección


titulada Tránsito de la Filosofía Moral Popular a la Metafísica de las Costumbres de la
Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, expone cuatro formulaciones del
mismo, la primera como ley universal, la segunda como ley de la naturaleza, la tercera como

33
Óp. cit., Hyppolite, Génesis y Estructura de…, p. 444.
34
Óp. cit., Arendt, Eichmann en…, p. 198.
35
Óp. cit., Onfray, El sueño de…, p.p. 42-43.
16
fin en sí mismo y la cuarta como autonomía; en el presente ensayo, se ha hecho referencia a
tres de las formulaciones, por lo que en este apartado se busca desarrollar la formulación del
imperativo categórico como fin en sí mismo, a modo de una postrera tentativa de reivindicar
al filósofo de Königsberg –formulación que, por cierto, ni Arendt ni Onfray recuperan en
sus respectivos textos–: “…obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona
como en la persona de cualquier otro siempre a la vez como fin, nunca meramente como
medio.”36

Ahora bien, lo que se expresa en esta formulación del imperativo categórico es la idea
de que el ser humano, en tanto ser racional, es un fin en sí mismo y no simplemente un
medio, un instrumento para otra cosa, lo que significa que, absolutamente todos los seres
racionales del universo poseen un valor absoluto, incondicionado, por lo que jamás deben
ser tratados únicamente como instrumentos, id. est., bajo ninguna circunstancia deben ser
instrumentalizados como medios para la obtención de ciertos fines, sino siempre como fines
en sí mismos, como seres que poseen una dignidad intrínseca, incondicionada e insustituible:
“…el ser humano no es una cosa, y por tanto no es algo que pueda ser usado meramente
como medio, sino que tiene que ser considerado siempre en todas nuestras acciones como
fin en sí mismo. Así pues, no puedo disponer del hombre en mi persona para mutilarlo,
corromperlo o matarlo.”37

Reiteremos esa última afirmación kantiana prescindiendo de la expresión en mi


persona, con lo que ésta queda Así pues, no puedo disponer del hombre […] para mutilarlo,
corromperlo o matarlo. Eichmann dispuso instrumentalmente de la vida de cinco millones
de seres humanos para asesinarlos –cifra de la que se jactaba hacia el final de la guerra 38–,
no considerándolos fines en sí mismos, sino sólo como medios, despojándolos de su

36
GMS 429, 10-13.
37
GMS 429, 21-24.
38
“La jactancia era el vicio que perdía a Eichmann. Eran pura fanfarronada las palabras que dijo a sus hombres
en los últimos días de la guerra: «Saltaré dentro de mi tumba alegremente, porque el hecho de que tenga sobre
mi conciencia la muerte de cinco millones de judíos [o «enemigos del Reich», como siempre aseguró haber
dicho] me produce una extraordinaria satisfacción». [...] Pretender atribuirse la muerte de cinco millones de
judíos, aproximadamente el total de pérdidas sufridas a causa de los esfuerzos combinados de todas las oficinas
y autoridades nazis, era absurdo, y él lo sabía perfectamente, pero siguió repitiendo la horrible frase ad nauseam
a cualquiera que quisiera oírla, incluso doce años más tarde en Argentina, porque le causaba «una extraordinaria
sensación de júbilo el pensar que hacía mutis de la escena en esta forma».” (Óp. cit., Arendt, Eichmann en…,
p.p. 75-76.)
17
dignidad, consintiendo la industrialización de asesinatos en campos de concentración, la
construcción de cámaras de gas y perpetrando una atroz liquidación. Ahora bien, bajo esta
formulación del imperativo categórico –¡nunca debo pretender cosificar al otro!–, parece que
es posible, finalmente, la desvinculación, al menos en parte, del sistema ético de Kant con
respecto a la defensa hecha por Eichmann y, por tanto, del sistema ideológico del nazismo
alemán.

Bibliografía.

1. Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal.


Penguin Random House. México. 2017.
2. Hegel, G.W.F. Fenomenología del espíritu. Editorial Gredos. Madrid. 2010.
3. Hyppolite, Jean. Génesis y Estructura de la «Fenomenología del Espíritu» de Hegel.
Península. Barcelona. 1998.
4. Kant, Immanuel. Crítica de la Razón Práctica. Fondo de Cultura Económica.
México. 2005.
5. Kant, Immanuel. Filosofía de la historia. Fondo de Cultura Económica. México.
2006.
6. Kant, Immanuel. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Ariel.
Barcelona. 1999.
7. Levi, Primo. Los hundidos y los salvados. Austral. España. 2019.
8. Onfray, Michel. El Sueño de Eichmann. Precedido de Un Kantiano entre los Nazis.
Gedisa. España. 2009.

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