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INSTITUCIÓN EDUCATIVA TÉCNICA EMPRESARIAL LLANO LINDO ITELL.

GUÍA DE: Ética y Ed. Religiosa – TERCER PERIODO – GRADO: 10

DOCENTE: NEPTALÍ DÍAZ VILLÁN TELEFONO: 3195046725 - WhatsApp 3126341134

ACTIVIDAD 1
Narrativas de vida humana

a. Presaber

Responde las siguientes preguntas sin usar diccionarios o fuentes en internet.


1. ¿Qué es una narración?
2. ¿Qué significa para ti “La Palabra”?
3. ¿Qué es una voz?
4. ¿Qué diferencia hay entre oír y escuchar?

b. Lee el siguiente texto con tus compañeros: “En el principio ya existía la Palabra; y la Palabra
estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ya en el principio estaba junto a Dios. Todo fue hecho por
medio de ella y nada se hizo sin contar con ella. Cuanto fue hecho era ya vida en ella, y esa vida era luz
para la humanidad; luz que resplandece en las tinieblas y que las tinieblas no han podido ocultar”. (Jn
1,1-5)
Piensa, siente, reflexiona, conéctate con el texto y responde
1. ¿Qué poder tiene la palabra?
2. ¿Quién podría ser esa palabra – luz que las tinieblas no pudieron ocultar y qué podría
representar en tu vida actual?
3. Escribe en una hoja aquellas palabras destructoras que te han dicho o que han salido de tus
labios sobre ti mism@. Cuando termines, esas palabras van a ser quemadas como un símbolo
de dejar atrás todo eso que representaron.
4. En tu cuaderno haz un dibujo que te represente y escribe las palabras que quieras que se hagan
realidad en tu vida. Eje. Persona exitosa, gran ser humano, ejemplo a seguir, ganador del premio
XX, hijo genial, empresario del año, mujer influyente. Eres bella, eres generoso… etc.

b. Lee los fragmentos del informe de la Comisión de la vedad y responde las preguntas
formuladas al final.
Cuando los pájaros no cantaban:
historias del conflicto armado en Colombia
informe de la comisión de la verdad: hay futuro, si hay verdad
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¿Qué es una voz?

«Si las víctimas nos hubiéramos quedado calladas,


seguramente no estaríamos hablando de paz».

Narrar la violencia
Decimos que tenemos una voz al hablar, y la describimos como gruesa, dulce, ronca, aguda. Otros
dicen que oyen su voz en la cabeza y hay quienes la escuchan en sus prácticas espirituales. Pero ¿se tiene
una voz o se adquiere? ¿Cuál es la relación entre escuchar y aprehender una voz? ¿El acto de testimoniar
demuestra que se tiene una voz?
La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad de Colombia fue un gran aparato diseñado para
escuchar a quienes vivieron el conflicto armado de manera directa. Su método fundamental, de hecho,
fue escuchar; en esa medida, puede decirse que el Informe final representa su voz. Precisamente, la
escucha de un testimonio de guerra es un proceso social y, a la vez, un acto que va desde lo personal: un
individuo escucha a otro. Esto puede tener un requerimiento técnico, pues durante una entrevista quien
investiga usa determinados protocolos para recolectar información y así clasifica lo que se dice. La
escucha de un testimonio de guerra también alcanza una dimensión social cuando una comunidad
reconoce en lo relatado el dolor sentido o infligido por otro.
Cuando los pájaros no cantaban: historias del conflicto armado en Colombia –que en diversos
momentos de la investigación fue llamado el «Capítulo Voces» del Informe final– amplificó aquel acto
de escucha que edificó a la Comisión. Luego de navegar por el Sistema de Información Misional –base de
datos en la que se alojaron y clasificaron las entrevistas y los diferentes productos de la CEV–, este
volumen intentó componer una polifonía sobre la guerra desde las experiencias más íntimas de las
personas que la vivieron. Por eso concentró sus esfuerzos en indagar en las memorias de la violencia a
partir de una narrativa que vinculara un pasado que en términos tangibles no ha quedado atrás –pues la
violencia continúa en Colombia–, un presente incierto y un «porvenir» que es imaginado desde esa
incertidumbre y desde algunos esfuerzos que construyen «una paz en pequeña escala»: aquellos
esfuerzos que en cierta medida pueden pasar inadvertidos.
En esa medida, este Volumen Testimonial se divide en tres libros; muy a la manera de algunos textos
sagrados a los que las personas o las sociedades, de forma ritual, regresan cada tanto para recalar en la
profundidad en sus palabras: «El libro de las anticipaciones», «El libro de las devastaciones y la vida» y
«El libro del porvenir».
En este volumen, testimonio se define como una «articulación de la experiencia» en la que procesos
sociales y personales se intersecan. Las historias que se relatan en el libro están situadas en un tiempo y
en un lugar concretos, y también hacen referencia a lo que las personas sentían en el momento de
compartir su experiencia, durante ese «encuentro testimonial». Se habla de articulación porque los seres
humanos narran o conectan los momentos de su vida a través de distintos lenguajes. En este volumen,
por ejemplo, las imágenes del «fotógrafo testimoniante» o las del «poeta testimoniante» se entienden
como testimonios. No es arte testimonial, en el cual el valor se le atribuye a la forma, sino testimonios
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articulados con lenguajes visuales o poéticos. En este sentido, este volumen es un entramado de
«texturas de la experiencia». Aquí las personas no solo testimonian con palabras, sino con su cuerpo en
general.
El problema no es que la gente no tenga una voz –aunque algunos recurran a una supuesta
autoridad para dársela–; el problema, más bien, es que esta sociedad no ha aprendido a escuchar en
profundidad, a pesar de sus casi dos décadas de políticas de la memoria. El propio título del volumen, sin
embargo, nos puede dar algunas claves para unas «éticas de la escucha», por lo menos en un sentido
amplio del término. «Cuando los pájaros no cantaban» –frase prestada por José durante una larga
conversación informal en Sucre– nos remite a un pasado que solo es entendible si se compara con un
presente en el que los pájaros ya cantan, pero hubo otra época, otro momento en el que no lo hacían.
Entonces había un instante de silencio, un «vacío del sonido» luego de un bombazo, una explosión o un
grito. El Gran Silencio, como se amplía en la introducción al «Libro de las devastaciones», es una de las
figuras asociadas a la catástrofe. No en vano en muchas sociedades el origen del cosmos o el orden del
mundo se da mediante un «evento sonoro»: un soplo, una gran explosión, un suspiro divino. Aprender
a escuchar requiere una disposición para entender la «densidad» de las palabras, la cantidad de
relaciones que hay implícitas en ellas, tanto en lo que dicen como en lo que no. Para José, la violencia
tenía algo que ver con el vacío, con la transformación de los paisajes, es decir, con la ausencia de sus
ruidos, con la extrañeza de sus olores. Las historias de este libro están llenas de ese tipo de ausencias.
Así, este volumen no gira únicamente en torno al «pasado violento». Es una interpelación, un
reclamo a la realidad actual del país. Las historias del conflicto armado son, también –y sin proponérselo–
, historias del presente, en la medida en que se adentran en los dilemas humanos que trascienden el
tiempo, algo que también las vuelve comunes a las personas que escuchan o que quizás estuvieron en
un lugar alejado de la guerra. «El libro del porvenir», por ejemplo, es precisamente una reflexión sobre
el presente, en un país en el que la violencia se conjuga con lo cotidiano. Por esto, el Volumen Testimonial
está pensado para un público amplio, aunque su material y estructura serán motivo de debates
académicos y políticos que revitalizarán las discusiones nacionales sobre la memoria y la verdad.
Además, está editado para ser el cierre del ejercicio de escucha de la Comisión, si se entiende que una
comisión de la verdad es, ante todo, un gran dispositivo ritual que reúne y conecta voces.
Decíamos al comienzo que la escucha es un proceso social. Se inicia con una intención – la de
escuchar– y termina cuando la palabra circula para que otros la reciban, bien sea en forma de libro, en
una plataforma sonora o en un ejercicio peripatético de compartir historias al que se ha llamado
«Lecturas Rituales», porque caminar y leer en voz alta fueron parte del proceso de producción de este
texto, y constituyen su legado. Las historias que escuchamos nos ofrecieron aprendizajes de la vida y la
existencia que debían ser tenidos en cuenta a la hora de componer el libro. Esto implicó una pedagogía
cuyos objetivos fueron interconectar a la sociedad y alejarse del horror que ha cifrado nuestras narrativas
de la guerra, el sentido de futuro y de pasado; los dilemas mundanos y morales; los recursos sociales y
culturales que comunidades concretas tuvieron a la mano para «construir un prospecto de porvenir» y,
de esa manera, significar y convivir con una realidad en guerra. Las Lecturas Rituales son una posibilidad,
el mecanismo con el que se espera acercar el Volumen Testimonial a las comunidades. Finalmente, ese
es el aporte del volumen al legado de la Comisión: la inmaterialidad y la sacralidad de la palabra, una
parte del tejido conectivo de la polifónica sociedad colombiana.

Escuchar el dolor y la vida


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Es importante resaltar algunos de los elementos con los que comenzamos el trabajo. Además de
tener una noción clara de lo que se entendía como testimonio dentro del volumen, nos dispusimos a
escuchar a la gente en sus «propios términos». Esto, para entender las historias desde los mundos donde
se relataban, desde sus puntos de vista, abismos y lenguajes propios; desde sus cadenas de significados.
Toda voz es expresión de una vida interior y de una comunidad. Aprendimos eso con los mayores
arhuacos en la Sierra Nevada de Santa Marta, en los encuentros que tuvimos con sus pensadores para
recibir el «testimonio de la naturaleza». La idea no era poner en voz de otros los argumentos de un
investigador. Respetar ese acuerdo era fundamental para el volumen. Pero, claro, teníamos la tarea y la
responsabilidad de entender la complejidad, los silencios y los vacíos de las voces que nos narraron su
experiencia. Y este fue un ejercicio complejo, porque la Comisión había escuchado interesadamente, por
medio de sus protocolos, una serie de hechos violentos. La palabra esclarecimiento estaba asociada a
esa indagación, y lo que se aloja en el Sistema de Información Misional fue recolectado con ese propósito
explicativo. Entonces se decidió que el volumen estaría hecho de «historias dentro de historias», es decir,
de aquellos fragmentos dentro de los relatos en los que se narraban la vida y la cotidianidad de las
personas.
Pero, como decíamos, planearlo de esa forma fragmentaria requirió muchas consideraciones
compositivas y, en particular, aprender a «calibrar» nuestro oído. Había que rescatar lo cotidiano como
uno de los «lugares preponderantes de la guerra» y no como un mero destello entre miles de datos sobre
la violencia, y luego tuvimos que pulir esos tesoros narrativos. A esa práctica de búsqueda la llamamos
«escucha multidimensional», y fue complementada con el trabajo posterior de edición. Esto sirvió para
construir el artificio que convirtió las transcripciones en bruto de las entrevistas en relatos. Y con esto no
queremos decir que se haya faltado a la verdad en ellas o que las hayamos manipulado a nuestro antojo;
por el contrario, la edición fue un trabajo de filigrana que sirvió para traducir el registro oral al escrito,
de forma que no perdiera su naturaleza y que ganara en claridad enunciativa. En otras palabras, fue útil
para que aquellas particularidades que habíamos encontrado en los testimonios pudieran brillar y ser
notadas por un lector que no contaría con el contexto que tuvimos nosotros: lo que sucedió durante el
«encuentro testimonial» en el que se recogió la entrevista y la transcripción, el diálogo que sostuvimos
después con quienes investigaron, la voz y, en algunos casos, los gestos y silencios de quien narraba.
La edición, entonces, permitió que los testimonios fueran independientes, hasta el punto de que
no necesitaran un texto que los introdujera o explicara. El Volumen Testimonial incluye mecanismos
literarios con el propósito de desarticular las prevenciones de los lectores y así crear un tejido que los
conecte con las experiencias de otros.
Afinar la escucha, además, requirió «escuchar en perspectiva de futuro». La Comisión había sido
desarrollada, como suele hacerse con este tipo de instituciones, en función de una «escucha en gesto de
pasado o retrospectiva» que se concentraba en momentos específicos de la catástrofe, las
victimizaciones y el sufrimiento. Nuestra escucha, en cambio, se concentró en los ecos que la violencia
dejó en la vida cotidiana de las personas y las comunidades. Esa «recalibración de la escucha» nos
permitió entender cómo la violencia y sus rastros se hicieron constitutivos de la vida diaria.
Otra decisión fundamental fue que las historias debían ser relativamente cortas para que fueran
leídas por cualquiera en cualquier espacio y momento, y con propósitos muy variados: por curiosidad,
como recurso para una clase de secundaria o de posgrado, para compartirla con alguien... En este
sentido, se repite en el volumen otra característica de libro sagrado, pues puede ser navegado desde y
hacia cualquier dirección. Cada historia es un microcosmos y, por ello, no se exige una lectura lineal, sino
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que se requiere del lector un espíritu de exploración. De hecho, el Volumen Testimonial también está
concebido para ser abandonado en ocasiones: dejarlo respirar y volver a él en otro tiempo.
El equipo del volumen construyó una estrategia de trabajo basada en la identificación de
testimonios a partir de criterios integrativos en cuanto al contenido, y criterios representativos en lo que
se refiere a variables de territorio, etnia, género, entre otros. Por criterios integrativos, como se ampliará
más adelante, se entendió la escucha de todas las experiencias de violencia –según el sistema de
clasificación de la Comisión–. Esto, con la intención de buscar intersecciones o puntos en común entre
ellas. Paralelamente, el volumen se nutrió de una revisión a fondo de la lógica investigativa de la
Comisión. Estudiamos los protocolos de recolección de información para visualizar, desde ese punto de
vista, lo que había sido o no «recolectable». De esa manera y luego de revisar el árbol de conceptos
diseñado por la investigación, pudimos entender los puntos de ruptura de esos estándares. Ahí aparecía
la vida cotidiana, como pequeñas historias dentro de historias, y en el gesto de futuro del que
hablábamos líneas atrás. Solo había que sintonizar, escuchar el susurro de lo que se filtraba entre el ruido
del dolor y el sufrimiento.
Repartimos entre el equipo de trabajo las doce clasificaciones de violencia que tenía el Sistema, y
durante más de un año nos dedicamos a escuchar en profundidad. Así descubrimos una estructura
narrativa en la que emergía lo cotidiano, que nos permitía rescatar fragmentos. Esta se componía de las
vivencias en común que había entre experiencias de violencia, y que solo se hacía aprehensible cuando
se escuchaban de forma sistémica. Por ejemplo, la búsqueda de un desaparecido venía acompañada de
un proceso burocrático. En ambas experiencias eran comunes sentimientos de nostalgia, ausencia, y
culpa, así como el complejo vínculo con el Estado y sus lenguajes técnicos y jurídicos. También hicimos
aproximaciones indirectas a los testimonios, producto de conversaciones con «agentes de la escucha»:
investigadores, etiquetadores, transcriptores, entrevistadores, la dirección de Diálogo Social –encargada
de producir encuentros con comunidades–, las direcciones de Conocimiento y de Pueblos Étnicos y los
equipos regionales de la Comisión. Esto nos permitió ampliar la búsqueda y aventurarnos a recoger
historias por nuestra cuenta. Este ejercicio estuvo anclado a los proyectos especiales del volumen:
«Territorios de la escucha», con presencia en el Caribe; «Diálogos sobre la naturaleza», en el Amazonas
y el Pacífico, y «Narrativas de vida en la guerra», en el que conversamos con firmantes del Acuerdo de
Paz y participantes de la guerra de todos los grupos. Entonces tuvimos que realizar extensos trabajos de
campo y concertaciones comunitarias a lo largo de un año y medio, durante el periodo de pandemia y
en los meses posteriores. Todo esto, además, nos ayudó a poner a prueba lo que en esos momentos
teníamos del volumen, pues en esos y en otros viajes aprovechábamos para leer con las comunidades
en voz alta y así recibir sus consideraciones.
El relato del derrumbe
El sentido de la vida o la muerte, del pasado o del futuro, de lo que se considera moral o inmoral,
se gesta en encuentros cara a cara entre personas que establecen un conjunto de relaciones sociales. La
violencia fractura la continuidad de esas relaciones. Los lugares de las personas se rompen; el cuerpo se
daña en sus dimensiones materiales y simbólicas; el sentido del tiempo social se trastoca y el lenguaje
se convierte en un arma. Desde esta perspectiva y con base en la escucha integrativa y multidimensional
que se explicó, emerge una forma de narrar la guerra en que las relaciones de familiaridad y cercanía
con otras personas y con otros seres cambian radicalmente. El mundo se pone boca abajo y es atravesado
por una sensación de extrañeza. Los ciclos vitales con los que crecimos se pierden: el padre no puede
enterrar al hijo, se desconfía de los amigos, se evitan los encuentros culturales. Cuando una persona es
desplazada o desterrada, por ejemplo, llega a un lugar desconocido en el que quizás se habla una lengua
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diferente, hay otros olores y otras temperaturas. Hay hombres que entran en conflicto porque el
desplazamiento forzado cambia su rol de proveedor y desplaza hacia la mujer esa centralidad. El
secuestro reduce a la persona a un lugar y un tiempo congelados. La tortura, de hecho, está diseñada
para «deshacer el mundo» y convertir al torturado en el responsable de su sufrimiento.
Cuando los pájaros no cantaban es el relato de ese derrumbamiento y de los elementos que lo
anticiparon; de aquellos momentos en los que la vida se bifurcó; de los silencios y las ausencias que
atravesaron esa experiencia; de las «ruinas de lo social» y los rastros que se dejan, las marcas, las huellas
y las cicatrices. Pero en medio de todo eso también está la vida y lo que las personas hacen para imaginar,
desde ese presente, un «futuro como posibilidad» que parece esquivo en Colombia. No en vano fue tan
difícil escucharlo en el Sistema de Información Misional, más allá de una afirmación o de destellos cuando
a la gente se le preguntaba directamente por cómo veía el mañana. El gesto retrospectivo de cualquier
comisión –que pone su oído en el pasado traumático– le baja el volumen a ese tipo de imaginarios. La
esperanza y las promesas de transformación se vuelven abstractas o un vacío desenraizado de lo
cotidiano.
Por otro lado, si bien la inmensa mayoría de las historias que aparecen en el volumen son relatos
de víctimas, hay algunas de quienes participaron directamente en la confrontación armada. Bien fuera
empuñando las armas contra el Estado o defendiéndolo, sus vidas también se bifurcaron. La guerra está
llena de cotidianidades que se hacen invisibles cuando su relato se centra en una documentación de
hechos. Ahí hay unas voces tenues, y es necesario aprender a escucharlas críticamente. Para ello tuvimos
que salir del océano de datos que era el Sistema de Información Misional y volver al trabajo de campo
intensivo, a las entrevistas largas. Una gran paradoja emergió de todo este ejercicio: las guerras en
Colombia –si hablamos de los soldados y combatientes de a pie– han sido peleadas por jóvenes que
provienen de contextos sociales similares. Conocimos familias cuyos miembros hicieron parte de bandos
opuestos durante el conflicto armado. «Solo bajaban las armas –nos dijeron– cuando visitaban a la
abuela para el cumpleaños». Y sí, pudieron haber estado en lados distintos de una guerra, pero tienen
en común miedos, arrogancias, afectos, descalabros... y su humanidad. Por eso caben sus fragmentos,
sus experiencias en un proyecto especial de este Volumen Testimonial al que llamamos «Narrativas de
vida en la guerra».
Hubo otro proyecto especial que reviste importancia capital para el país, ya que se pregunta por la
«naturaleza como sujeto de dolor». Una pregunta que abarca dimensiones morales por sus
interpelaciones políticas y por la deuda histórica con los pueblos étnicos y campesinos, que de alguna
manera han sido protectores de ese sujeto. Si admitimos esta posibilidad, caben en el volumen los
testimonios de aquellos seres sintientes de esa experiencia. Pero ¿quién puede testimoniarla? ¿Lo hacen
los árboles, los mares o los pájaros, o todos en una especie de coro? ¿Podemos hablar con esos «espíritus
testimoniantes»? Cuando se habla de reparación integral, ¿no tendríamos que reparar también el lazo
profundo con ellos?
A veces las palabras medio ambiente, naturaleza y ecosistema evocan un espacio, un contenedor
pasivo de las acciones de los seres humanos: un escenario más de la guerra. Esto no hace más que
confirmar una distancia panorámica entre el sujeto que observaba el conflicto y los seres que lo vivieron.
Sin embargo, en algunas visiones más sistémicas de la violencia –que la entienden como una apropiación
histórica de lo natural– no se interpretaban como un lugar, sino como el principal motivo de la
confrontación armada. Desde esa mirada, la naturaleza es otra víctima que debe ser escuchada, lujo que
nos dimos con pueblos del Amazonas, el Caribe y el Pacífico. El producto es un tejido conectivo de
historias que nos interpelan con unas experiencias que en principio pueden parecer lejanas, pero que
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luego confirman que la naturaleza hace parte de nuestra vida cotidiana y de nuestros afectos, aunque se
nos olvide, aunque pretendamos negarla. En ellas, lo íntimo se hace político, y desde ahí se resignifica el
mundo y se resiste con las «armas de los débiles». Es de los pequeños gestos de la vida de donde se
desprende su universalidad. Lo humano, que en realidad es lo que tenemos en común con todos los
seres, solo se escucha desde las voces de los nadies.
La palabra legada
¿Qué clase de objeto pedagógico es el Volumen Testimonial? ¿Qué podemos enseñarnos los unos
a los otros con sus páginas? ¿De qué manera podemos «sacar el libro del libro» para que tenga su vida
propia? Parte del proceso fue concebirlo desde el comienzo como un conjunto de relatos que pudiera
ser leído en voz alta por públicos amplios. En otras palabras, que circulara entre las personas era
fundamental, su razón de ser. Este propósito inspiró la creación de lo que luego llamamos Lecturas
Rituales. Nos dimos cuenta de que por sí mismas las palabras no garantizarían su tránsito entre los
lectores. Era necesario problematizar la materialidad de las palabras, que no necesariamente se anclaba
al libro como medio. Al ser hecho de voces, el Volumen Testimonial nos dio la oportunidad de explorar
otros medios de transmisión, entre ellos, la palabra leída en voz alta y en comunidad; conjurar
«atmósferas afectivas» y «disposiciones para la escucha».
Las Lecturas Rituales constituyeron un circuito por el país con el que se pretendía sembrar la palabra
en los lugares de la violencia. Fueron, de alguna manera, el cierre de la escucha de la Comisión y un acto
de reciprocidad con la sociedad colombiana que nos compartió su experiencia. Investigadores,
testimoniantes o personas del común se encontraban en un espacio con un montaje sonoro que permitía
imaginar una red de resonancias, una «vibración colectiva», que favorecía la apropiación de lo que se
narraba en las voces de otros. Era ahí, en ese espacio, donde verdaderamente circulaba la palabra, pues,
luego de escuchar, las personas podían compartir sus propias experiencias o simplemente comentar algo
sobre lo que habían recibido.
De esta forma, las Lecturas Rituales nos permiten el acto de legar. En su origen, la palabra lectura
proviene del latín lĕgĕre, palabra a su vez emparentada con lĭgare, que significa ligar. Y las Lecturas
Rituales ligan con el porvenir, ya que, al compartirlos los testimonios los vuelven parte del patrimonio
inmaterial de la nación. Entonces, la herida que hay en ellos se va incorporando a la piel colectiva y con
los años se convierte en arruga. El relato es una urdimbre.
Tomado de: Comisión de la verdad. (28 de junio del 2022). Cuando los pájaros no cantaban: historias
del conflicto armado en Colombia.
Responder las siguientes preguntas:
1. ¿Qué es la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad?
2. ¿Consideras que tienes voz ante las demás personas, o debes recurrir a una autoridad?
3. ¿En qué espacios consideras que tiene voz?
4. En el texto se menciona la importancia de aprender a escuchar, ¿para ti que implica
escuchar?
5. Menciona las personas que tienen voz en tu entorno.
6. A través de un organizador gráfico, un dibujo o un párrafo, representa lo que significa para
ti la Comisión de la Verdad.
7. ¿Qué sentido tiene narrar la violencia?
8. Escribe 3 frases de los textos leídos que te digan algo especial y justifica porqué te dicen
algo.
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9. ¿Qué sentido tiene escuchar el dolor y la vida?


10. ¿Qué se derrumba con la violencia, el desplazamiento, la muerte, con los cambios?
11. ¿Qué sientes cuando te piden hablar de ti?
12. Imagina que necesitas que una persona te cuente algo muy importante para alguna faceta
de tu vida. Escribe unas palabras que le podrías decir a esa persona. Palabras que le
brinden confianza.
13. Lee el siguiente de Eduardo Galeano
LOS NADIES,
de Eduardo Galeano
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que
algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del
cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano
izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la Liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

¿Quiénes son esos “nadies” de los que habla el informe, de los que habla el texto de
Galeano y de los que se habló en la pasada campaña política? ¿Es posible otra “suerte”
para esos nadies?

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