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El medioevo se dedicó a argumentar teológicamente la noción de que cada ser humano, lejos de
ser un individuo, era integrante de un universo. Esta sociedad generaba personas a las que jamás
se les ocurrió alegar derechos individuales. El mundo medieval es por naturaleza un mundo
donde prima el sentido de comunidad. No existían cosas individuales sino comunitarias.
¿Quién organiza este sistema? Dos grandes estructuras significantes en términos
comunitarios: Iglesia y Estado. La Iglesia como institución señala el camino y determina el
rumbo a seguir, el Estado acompaña a la Iglesia en este proceso. El trabajo era colectivo y por
ello no podemos distinguir o separar economía de sociedad. Todo posee una lógica regional y
comunitaria.
¿Qué ha pasado en estos últimos 5 siglos para que la lógica comunitaria deje de primar y
tenga preponderancia un individualismo fuerte? Se modifica el estado y la iglesia.
Hacia 1560 podemos empezar a observar que algo se está modificando. Desde la monarquía
inglesa se empieza a defender la idea de propiedad privada, que reconoce que las personas en
tanto individuos, sujetos portadores de derechos.
Entre la segunda mitad del siglo XV y todo el XVI se produjo una reformulación de esta
lógica comunitaria liderada por la secularización del Estado y la desacralización de la sociedad
(crisis de valores cristianos, no cree en lo que le dicen). Es decir, a medida que los Estados se
separan de la Iglesia y eligen su credo, la sociedad se desacraliza. La ruptura moderna del
Estado y la Iglesia da por resultado el moderno individualismo. No estamos hablando de
una sociedad laica, todos ellos creían en Dios. No está tensionada la idea de la existencia de
Dios, no se cuestiona su veracidad. Con la secularización hacemos referencia a que el Estado
está por sobre la Iglesia, y no viceversa.
El proceso del individualismo moderno esta potenciado e impulsado por la Ilustración. La
Ilustración es “hija” directa de la reforma protestante.
El estado, en la medida que se seculariza, necesita un cuerpo legal que la valide. Que a cada
gran modificación de la estructura le ha correspondido adecuaciones del cuerpo legal jurídico.
El estado prima sobre la iglesia (cristianismo fragmentado y con varios dogmas)
Para el siglo XVII se puede observar con claridad al nivel político, social y a nivel de la retórica
jurídica en boga, tanto en Francia (París) como en Inglaterra (Londres), que ningún teórico
habría argumentado que el Estado era producto de Dios. Nadie sostendría que era algo divino,
que Dios habría inventado ningún tipo de monarquía, absolutista, parlamentaria o la que fuera.
Pero si argumentaban que el estado garantizaba el bien común, este existe para superar el caos
social (postura de Locke y Hobbes). ¿Cómo puede el Estado estar sometido a la fuerza de la
Iglesia (supuestamente universal) si ésta se encuentra dividida?
Hobbes: El Estado sigue relacionado al bien común, pero dice que es el producto de pactos
contractuales. El Estado es producto del sometimiento voluntario de los ciudadanos para que
prime el bien por sobre las partes, pone fin a la lucha social. El Estado como contrato entre
hombres libres. Existe un contrato entonces con el Leviatán (Rey) para que éste controle el
conflicto. Imagen del rey como justiciero y pacificador. Queda claro también que el rey y el
Estado existen gracias a que los hombres así lo quieren. Si el rey cumple estas funciones merece
su puesto. Comienza el proceso de desacralización.
El escrito de Hobbes no es antimonárquico, sino que legitima la posición del rey. Aunque saca
uno de los ladrillos que sostienen la razón de ser del absolutismo: la monarquía no tiene un
origen divino. Leviatán es el garante de la paz y de la justicia y por eso merece obediencia.
Antes del siglo XVIII la matriz de organización política de la sociedad; en vez de ser monopolio
de un centro único, el poder político aparecía disperso en una constelación de polos
relativamente autónomos (polos periféricos del poder político), cuya unidad era mantenida,
más en el plano simbólico que en el efectivo, por la referencia a una «cabeza» única.
En el medioevo, el gobierno debía reposar en la autonomía político-jurídica de los cuerpos
sociales. Su función no es la de destruir la autonomía de cada cuerpo social, sino la de
garantizar a cada cual su estatuto. Ejercer justicia (fin del poder político para los juristas
medievales) se confundía con el mantenimiento del orden social. La concepción corporativa y
organicista de la sociedad subrayaba la diversidad e irreductibilidad de las diversas funciones
sociales. El conjunto de personas con un mismo estatuto se considerado por la teoría social y
jurídica del antiguo régimen un «estado» o un «orden”. La base de esta distinción en ordenes,
estaba basada en la antigua división de los tres estados y sus respectivas funciones (belladores,
oradores y labradores) En la edad moderna, esta distinción se mantenía, aunque las funciones
sociales se habían modificado, diversificado y especializado. Así, la función es idealizada,
teniendo poco que ver con la realidad social. Esto gracias a la modificación de las fuentes de la
riqueza, ésta se va a separar progresivamente de la propiedad territorial, agraria y señorial y
asentarse en la riqueza mobiliaria y metálica de origen comercial de los estratos urbanos.
Pese a esta “crisis” de las categorías tradicionales de estratificación social, se asiste a una
acentuación de los fenómenos de discriminación político-jurídica.
Los estados en la edad moderna (el autor analiza el caso portugués) representan la diversidad de
los estatutos jurídicos y políticos de las personas. La diversificación social (es decir, la
diversificación de funciones sociales) había dado origen a una multiplicidad de estatutos
(fiscales, criminales, civiles, político-administrativos, procesales) distintos, que la teoría, venida
después, cubre con la designación o concepto de «estado».
El autor se pregunta en que medida el estatuto de los diferentes estados comporta poderes de
dirección política o exenciones ante la dirección política de otros. Para concluir, con el análisis
de algunos de estos “estados”, que el fenómeno de reserva político-jurisdiccional, como el
privilegio de fuero (sustracción del control de la justicia regia) para algunos estados, creará
creando para ellos un espacio político relativamente autónomo.
Más allá de los privilegios cuyo significado dominante se encuentra en el plano económico
(exención fiscal); existe otro tipo de privilegios, en el plano jurisdiccional, que crean espacios
de autonomía (por lo menos relativa) en el plano jurídico-político y que interesan al autor por su
aporte al estudio de los equilibrios del sistema del poder político.
Por último, el autor analiza la dinámica del sistema concejil en Portugal para demostrar su
hipótesis central. A través del análisis de las fuentes comprueba que el mundo local es un
mundo donde la corona sólo pretende dominar desde afuera. Así, el dominio de la periferia por
parte del centro, solo podía darse con un sistema político que, sin tocar las estructuras políticas,
jurídicas y culturales locales, se contentase con su integración parcial en el sistema político
global, pero que bastase para la consecución de sus objetivos, especialmente los fiscales y los
simbólicos del poder central.