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No se lo digas
a nadie

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Jaime Bayly (Lima, 1965), tras ejercer el periodis-
mo desde muy joven, inició su carrera de escritor
en 1994, con No se lo digas a nadie. Otros libros
suyos son Fue ayer y no me acuerdo (1995), Los
últimos días de La Prensa (1996), La noche es vir-
gen (1997), Yo amo a mi mami (1998), Los amigos
que perdí (2000), La mujer de mi hermano (2002),
El huracán lleva tu nombre (2004), Y de repente,
un ángel (2005), El canalla sentimental (2008) y El
cojo y el loco (2009). Sus libros han sido traduci-
dos al francés, italiano, alemán, danés, mandarín,
griego, portugués, hebreo, coreano, holandés,
polaco, rumano, serbio y húngaro. Ha ganado el
Premio a la Mejor Novela Extranjera Publicada
en España otorgado por la Comunidad de Galicia
con Los últimos de La Prensa en 1996 y el Premio
Herralde con La noche es virgen en 1997. Además
ha sido finalista del Premio Planeta con Y de re-
pente, un ángel en 2005. Roberto Bolaño escribió
en la revista española Lateral de mayo de 1999:
“El oído más portentoso de la nueva narrativa en
español. Qué alivio leer a alguien que tiene la vo-
luntad narrativa de no esquivar casi nada. No du-
daría en calificar la prosa de Bayly de luminosa”.

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a nadie

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NO SE LO DIGAS A NADIE
D.R. © Jaime Bayly, 1994

De esta edición:

D.R. © Santillana Ediciones Generales, sa de cv


Universidad 767, colonia del Valle
cp 03100, México, D.F.
Teléfono: 54-20-75-30
www.puntodelectura.com.mx

Primera edición en Punto de Lectura (formato maxi): marzo de 2010

isbn: 978-607-11-0459-5

Ilustración de cubierta: Joven desnudo de Hippolyte Flandrin


Diseño de cubierta: Juan José Kanashiro
Diseño de colección: Punto de Lectura, S.L.

Impreso en México

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser re-


producida total ni parcialmente, ni registrada o transmitida por un
sistema de recuperación de información o cualquier otro medio,
sea éste electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético, electróp-
tico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso por escrito previo
de la editorial y los titulares de los derechos.

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Lo que no le dije a nadie

Comencé a escribir esta novela en Madrid, en enero


de 1991, y la terminé en Washington DC, en diciembre
de 1993.
Quería contar la historia de Joaquín Camino, un jo-
ven bisexual que enfrenta la hostilidad de su familia, de
sus amigos y amantes, y de un país como el Perú, pre-
juicioso y discriminatorio con las minorías sexuales, un
joven díscolo que se niega a rendirse y convertirse en un
farsante o un embustero y por eso se va a vivir a Miami,
tan libremente como le dé la gana, mal que les pese a sus
padres.
En cierto modo, desde luego, quería contar mi his-
toria. En cierto modo, como es obvio, Joaquín Camino
soy yo o yo soy (o fui) Joaquín Camino. Así se entendió la
novela en el Perú y, por consiguiente, publicarla fue, por
una parte, atreverme a ser (o comenzar a ser) un escritor
y, por otra, atreverme a salir del armario y a contar las
historias que yo sentía que el azar o el destino me había
obligado a contar.
Casi con seguridad no hubiera escrito esta novela si
no fuese bisexual y no hubiese pasado por los traumas y
los desgarros de ser tal cosa en un país como el Perú. Tal
vez no sería un escritor si no me hubiese tocado ser bi-

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sexual en una familia del Opus Dei en el Perú. Tal vez
mi condición de marginal o disidente sexual despertó en
mí la vocación de ser un escritor y contar estas historias
marginales y disidentes. Todo tiene que ver con todo, y
ahora creo que esta novela fue, a la vez, una revancha y
un acto de supervivencia: una revancha contra las humi-
llaciones que me infligieron por ser bisexual, y un acto de
supervivencia porque escribirla me permitió creer que era
posible ser bisexual y ser un escritor y vivir fuera del Perú
sin sucumbir a la opresión trasnochada y prepotente de los
intolerantes y los dictadores de la moral.
Toda novela esconde otra novela secreta y esta no
es, por supuesto, una excepción. Mi familia (mis padres,
mis hermanos) me pidió no publicarla sin haberla leído.
Mi esposa me sugirió lo mismo para evitar el previsible
escándalo y la vergüenza subsiguiente de verse casada con
un bisexual. La familia de mi esposa me lo exigió en tér-
minos crispados. Un tío millonario me mandó una carta
manuscrita recomendándome cordialmente no publicarla.
Ninguna de esas personas, ni siquiera mi esposa, había
leído la novela, pero todas sospechaban, con razón, que
sería una bomba en Lima y que saldrían más o menos cha-
muscadas, como en efecto ocurrió.
Quien sí la leyó y me animó a publicarla fue Mario
Vargas Llosa, que estaba dictando clases en la Universidad
de Princeton en el otoño de 1993. Le envié el mamotre-
to desde Georgetown y Mario tuvo la nobleza de leerlo,
tomar apuntes en el manuscrito y, reunidos una tarde en
el hotel Palace de Madrid, sugerirme algunas enmiendas
y correcciones que ciertamente enriquecieron la novela.
No sólo eso: Mario fue tan generoso como para llamar
por teléfono a su amigo el poeta catalán Pere Gimferrer, y
sugerirle que la editorial Seix Barral, en la que Gimferrer
trabajaba como editor junto con Mario Lacruz, publicase

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la novela. No me cabe duda alguna de que esta novela, mi
primera novela, no hubiera sido publicada en España de
no haber mediado la intervención de Mario Vargas Llosa.
Siempre le estaré agradecido por eso.
Cuando ya había firmado el contrato con Seix Ba-
rral y la novela había entrado a la imprenta, mi familia en
Lima me citó a una reunión de urgencia. Acudí, atemori-
zado. En tono solemne y a ratos amenazador, mis padres y
mis hermanos me amonestaron severamente por escribir
esa novela que no habían leído, y me exigieron o me roga-
ron, según cada quien, que no la publicase porque sería un
bochorno para la familia y el principal damnificado sería
yo mismo. Curiosamente, ninguno había leído la novela,
pero sabía de oídas por mi esposa que era una novela au-
tobiográfica sobre la bisexualidad y por lo tanto presentía
(bien) que los lectores pensarían que la vida de Joaquín
Camino estaba inspirada en la mía y que los padres moji-
gatos de Joaquín se parecían mucho a los míos.
Atormentado por los reproches y amenazas de mi
familia, una mañana me quebré y llamé desde Lima por
teléfono a Barcelona y le pedí a Pere Gimferrer que no
publicase esta novela. No quiero pelearme con toda mi fami-
lia, le dije. No quiero que mi familia se avergüence de mí, le
dije desde una cabina telefónica de Miraflores. Sin perder
el aplomo ni el buen humor, Gimferrer me dijo que ya era
tarde para suspender la publicación de la novela y que las
objeciones morales de mi familia eran erróneas y hasta
pintorescas, y me animó a resistir dichas presiones y a per-
severar en mi determinación de ser un escritor. Es justo
decir entonces que esta novela fue publicada gracias a la
generosidad de Vargas Llosa y a la lucidez de Gimferrer
cuando me quebré en un momento de cobardía o debili-
dad. Mi gratitud con ambos es impagable, no tanto por
la novela en sí misma o por los beneficios que ella pudo

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traerme, sino porque publicarla me afirmó en mi sueño
de ser un escritor. Ahora creo que si hubiera cedido a las
presiones de mi familia y metido la novela en un cajón, no
me habría convertido en un escritor y no habría salido del
armario (o de ese cajón en el que me querían engavetar).
Han pasado más de quince años desde que se publi-
có esta novela en España. La crítica española la elogió (el
diario El País le dedicó una página entera del suplemento
cultural Babelia y la calificó de «brillante y espectacular»)
y la crítica peruana la despedazó sin compasión (un crítico
dijo que lo más escabroso de la novela no era la trama sino
su prosa). Al releerla quince años después, me parece evi-
dente que no es una gran novela, no es siquiera una muy
buena novela. Quizá sea medianamente aceptable para ser
una primera novela y ocasionalmente divertida en cier-
tos diálogos chispeantes. No he sentido nada parecido al
orgullo releyéndola y a ratos he sentido pudor o vergüen-
za, y por eso he suprimido algunos capítulos que ahora
me parecen vulgares, prescindibles, demasiado explícitos
sexualmente.
Hoy no podría escribir esta novela. Pero hace quince
años o más no pude dejar de escribirla. Esta era la novela
que, para bien o para mal, me sentía urgido, desesperado
por escribir. Si algo salva a esta novela, me parece, es que
al menos fui fiel a mis demonios literarios, a mis fantas-
mas y obsesiones, a los temas más o menos sórdidos que
azuzaban mi imaginación y hacían impostergable la tarea
de volcarlos en una ficción. Tengo para mí que yo no elegí
escribir esta novela: me resigné a hacerlo porque sentía
que tal era mi destino y no podía escapar a él.
No seré yo quien juzgue los dudosos méritos litera-
rios de esta novela: que de ello se ocupen, si acaso, los crí-
ticos y los lectores. Sólo puedo decir que al releerla me he
sentido más o menos avergonzado y por eso he suprimido

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las páginas que me han parecido más impresentables. Pero
han pasado quince años y el escritor que soy ahora es al-
guien bien distinto del escritor que era o quería ser cuan-
do, en 1991, 1992 y 1993, en Madrid y en Washington,
me encerré, afiebrado, en una cruzada quijotesca contra
el mundo, a escribir esta novela. Puedo decir entonces,
aunque parezca contradictorio, que ahora, en 2010, leo
la novela y me asalta el pudor o un leve bochorno, pero
al mismo tiempo me enorgullezco de no haber cedido a
las presiones familiares que me exigían no publicarla y,
gracias a la complicidad de Vargas Llosa y Gimferrer, ha-
ber resistido, haberla defendido, haber peleado por esta
novela, mi primera novela, la que me sacó del armario (li-
teraria y personalmente) y me hizo creer que la quimera
de ser un escritor podía convertirse en realidad, algo por
lo que siempre me sentiré en deuda con los lectores y los
críticos de España, que la acogieron con una simpatía in-
versamente proporcional a la hostilidad y el desdén que
despertó en el Perú.
Larga vida a Joaquín Camino. Que no renuncie a los
dictados de su corazón, que no falsee o encubra su iden-
tidad, que se atreva a ser exactamente quien él quiera ser,
digan lo que digan los demás. Que Joaquín Camino re-
sista, sobreviva y perdure en la memoria de los lectores.
Y que Joaquín Camino abra a golpes de machete afila-
do el sendero pedregoso entre la selva enmarañada de los
prejuicios y la intolerancia para que otros jóvenes como
él, discriminados y humillados por su identidad sexual, se
atrevan a creer que es posible librar con éxito la batalla
que Joaquín Camino libró por ellos, por nosotros, por mí
mismo.

Lima, enero de 2010

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