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‘El almohadón de plumas’, un relato de terror para adolescentes y adultos

Alicia solo llevaba tres meses casada, pero su feliz luna de miel no duraría mucho… La
pareja de recién casados se trasladó a una casa heredada por su marido, Jordán. Era una fría
vivienda de suelos blancos marmolados y esculturas pétreas de rostros desfigurados.

A Alicia, aquel lugar le provocaba escalofríos, pero no quiso decirle nada a Jordán. Él
tampoco era excesivamente efusivo. Más bien serio y retraído. Aún así, Alicia le esperaba
con impaciencia, para poder calmar su miedo y refugiarse en sus fuertes brazos. Sin
embargo, su angustia se acrecentó, y sin saber por qué, cada día le costaba más levantarse.

Alicia sentía que cada día que pasaba, el cuerpo le pesaba más y más. Era como si una
enorme losa cayera sobre su frágil cuerpo cada mañana.

– Será este lugar… – se decía así misma- Este lugar tan lúgubre, que me provoca tanta
tristeza…

El caso es que, inexplicablemente, con cada amanecer, Alicia se despertaba sin


fuerzas. Durante la tarde mejoraba su ánimo, y terminaba con algo más de alegría. Pero al
despertarse, sentía que no podía con su cuerpo. Y un buen día, enfermó.

Los médicos dijeron que era gripe. Tenía algo de fiebre y ella sentía que no tenía energía ni
siquiera para andar. Se desplazaba arrastrando los pies por los pasillos. Agotada, en un
momento dado, se tumbó en la cama. No podía moverse. Y en un intento por salir de ella,
una mañana, se desmayó.

Su marido, preocupado, volvió a llamar al médico.

– Es un caso muy extraño- le dijo el doctor- Tiene anemia severa y no nos explicamos por
qué… Su mujer se agota, se le va la vida. Pero no puedo hacer nada porque no conozco el
motivo…

El almohadón de plumas: La inexplicable enfermedad de


Alicia
Jordán se quedó mudo de terror. ¿Qué le pasaba a su joven esposa? ¿Cómo que se le
escapaba la vida?

El caso es que ella empeoraba cada día. Y eso, sin salir de la cama, postrada como estaba,
sobre el colchón, sobre el almohadón de plumas y con la mirada fija en el techo.

Pronto empezó a tener alucinaciones. Un día, Jordán la encontró arrodillada frente a la


alfombra extendida en la pared del cabecero. Miraba fijamente y con los ojos desorbitados.
Al ver a su marido, pegó un grito de terror.

– ¡Soy yo, Jordán!- le dijo mientras le abrazaba.


Alicia miró una vez más a aquella alfombra y volvió a observar a su marido. Al fin
contempló la realidad, lejos de aquella monstruosa imagen que le amenazaba en su
imaginación. Y así es cómo Alicia se fue extinguiendo.

Su vida se fue agotando en su agónico silencio. Y su anemia consumiéndola.

– Poco hay que hacer ya- le dijo a Jordán el doctor una mañana.

Ese mismo día, ella murió. A la mañana siguiente, una criada fue a hacer la cama y algo le
llamó la atención.

– Señor Jordán, ¡venga!- gritó asustada.

En el almohadón de plumas había pequeñas manchas carmesí.

– ¿Qué es?- preguntó la mujer- ¡Parece sangre!

Jordán cogió el almohadón y lo miró bien a la luz de la ventana.

– Sí… es sangre- asintió él.

Entonces, buscó unas tijeras y comenzó a rajar el almohadón. Empezaron a salir plumas y
entre ellas, asomó de pronto un ser espeluznante. La criada dio un grito de terror. Era un
horrible insecto. Tenía el vientre hinchado de sangre, y unas patas largas y peludas
asomaban entre las plumas.

Había sido él, sin duda, quien sorbió la vida de Alicia. El que le chupó toda la sangre a base
de pequeñas picaduras. El que, cada noche, y después durante todo el día, fue llevándose
poco a poco la energía de su mujer sin apenas dejar huella. Y él, Jordán, no se había dado
cuenta de que el causante de la muerte de su esposa estaba tan cerca.
Un relato sobre la muerte de la autora de Harry
Potter: La fábula de los tres hermanos

Fotograma de la película ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte’

Cuentan que hace mucho tiempo, tres hermanos caminaban juntos por un sinuoso
camino. El sol estaba a punto de ponerse y el camino de repente se vio interrumpido por un
profundo y caudaloso río. Los hermanos, que eran magos, decidieron, guiados por el
sentido de la prudencia, levantar un puente, y unir así las dos orillas. Sacaron sus varitas
mágicas y tras agitarlas en el aire, apareció ante ellos un fantástico puente.

Cuando ya se encontraban a mitad de camino, en medio del puente, salió a su encuentro una
figura oscura, tenebrosa y cubierta por una capucha: era la muerte, quien se sentía algo
confusa, ya que ningún humano había conseguido cruzar hasta esa orilla. De hecho, todos
terminaban ahogados en el río.

Pero la muerte, que era muy astuta, en lugar de mostrar enfado, aparentó sentir admiración
por la inteligencia y habilidad de los tres hermanos, y les ofreció un regalo, el que ellos
quisieran.

Fábula de los tres hermanos: qué pidieron a la muerte


Así, el hermano mayor, muy vanidoso y ambicioso, pidió la varita mágica más poderosa
que tuviera. Y la muerte, le ofreció al instante una varita elaborada con la madera de un
sauco cercano; el segundo hermano, quien sentía celos y quería ser aún más poderoso que
su hermano, le pidió a la muerte la capacidad de devolver la vida a los muertos. Y la
muerte le entregó una piedra muy poderosa.

El hermano pequeño, que era el más humilde y mucho más sensato, pidió a la muerte algo
que le permitiera salir de allí sin que nadie pudiera verle y seguirle. La muerte, de muy
mala gana, le entregó su capa de invisibilidad.

El destino de los tres hermanos


Los tres hermanos siguieron entonces su camino.

El hermano mayor llegó hasta una aldea en donde usó su varita de sauco para matar a un
mago con el que tenía una cuenta pendiente. Al comprobar el inmenso poder de la varita,
la usó más adelante en otra aldea para provocar el terror entre la gente. Pero esa misma
noche, otro mago que lo vio todo, aprovechó que dormía, le robó la varita y le mató. Y así
fue cómo la muerte se llevó al primer hermano.

El hermano mediano por su parte, regresó a su hogar: allí es donde había perdido a la que
hubiera sido su esposa de no haber muerto tan pronto. Con ayuda de la piedra que le
entregó la muerte, le devolvió la vida, pero ella ya no era la misma. Se paseaba errante por
la casa, sin hablar, sin mostrar ninguna ilusión por nada. Y el hermano mediano,
desesperado, se suicidó. Y así fue cómo la muerte se llevó al segundo hermano.

El hermano pequeño no se quitó la capa de invisibilidad, y la muerte, aunque le buscó por


todas partes durante años, no pudo encontrarle. Solo cuando ya fue anciano, y decidió que
había vivido suficiente, se quitó al fin la capa para entregarse él mismo a la muerte, quien le
recibió como una amiga.

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