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Estudiante:
Roma A. Espinal Espinal
Matrícula:
2019-1508
Facilitador:
Elvira bello
Asignatura:
Fecha de entrega:
14-07-2022
Desde una perspectiva psicológica, factores como la inteligencia, la habilidad
emocional, la percepción de los acontecimientos negativos como irreversibles son
factores que modulan dicha vulnerabilidad. Existen otros factores psicosociales tales
como el apoyo percibido, las relaciones sociales y familiares que unidos a los
psicológicos explicarían la resiliencia de las personas frente a hecho traumáticos
vividos.
Esos sucesos que se viven de una forma brusca, generan terror e indefensión y ponen en
peligro la salud física y psicológica de la víctima, y sabemos que, una víctima es una
persona que sufre por el daño provocado por otro. En esta definición de víctima hay dos
componentes, por un lado, está el componente objetivo, que es la lesión sufrida en sí; y.
por otro lado, está el componente subjetivo, que consiste en la interferencia negativa en
la vida cotidiana de la víctima. Cabe destacar que el daño psicológico generado es
mayor si el hecho delictivo tiene múltiples consecuencias sobre la víctima.
Los delitos violentos suponen un gran impacto para la víctima y desbordan sus
estrategias de afrontamiento. La vivencia traumática, en la mayoría de los casos,
desestabiliza el estado psicológico del sujeto. Las situaciones de victimización violenta
provocan sentimientos de indefensión y dañan la confianza en la sociedad.
Tradicionalmente, solo se prestaba atención a las lesiones físicas que presentaban las
víctimas, obviando el trauma o daño a nivel psicológico (Echeburúa, Corral y Amor,
2002). Eran los síntomas y signos físicos los que tenían importancia en las decisiones
judiciales, mientras que las consecuencias psicológicas no se recogían, aun pudiendo
estas ser de más gravedad y más permanentes que las físicas.
Así, sufrir una agresión sexual un hecho altamente estresante, vivido por la víctima con
miedo a sufrir daño físico, o incluso la muerte; y que causa en la víctima sensación de
impotencia, ya que no es capaz de movilizarse para escapar o considera que intentar
evitar la agresión la llevará a sufrir más daño aún, por ello, lo más común es que la
vivencia de la agresión conlleve secuelas emocionales en la víctima.
Una de las secuelas emocionales y psíquicas más frecuentes en las víctimas de agresión
sexual es el Trastorno de Estrés Postraumático, constituyendo la huella primaria del
mismo delito, estando su prevalencia de un cuadro clínico alrededor del 65% al 70%, es
decir, casi dos tercios de las víctimas, incluso aquellas que fueron expuestas al trauma
hace años, padecen este trastorno.