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1

2
Traducción
3

MONA

Corrección

NANIS

Diseño

ILENNA
CRÉDITOS................................................................................................................................ 3
SINOPSIS ................................................................................................................................... 5
UNO.............................................................................................................................................. 6
DOS .............................................................................................................................................. 8
TRES .......................................................................................................................................... 19
CUATRO .................................................................................................................................. 21
4
CINCO ...................................................................................................................................... 27
SEIS ............................................................................................................................................ 31
SIETE ......................................................................................................................................... 42
OCHO ....................................................................................................................................... 46
NUEVE ...................................................................................................................................... 50
DIEZ ........................................................................................................................................... 56
ONCE......................................................................................................................................... 63
DOCE ........................................................................................................................................ 72
TRECE ...................................................................................................................................... 82
CATORCE ............................................................................................................................... 95
QUINCE ................................................................................................................................. 104
DIECISÉIS............................................................................................................................. 108
ACERCA DE LA AUTORA............................................................................................. 111
Elin nunca ha creído en lo sobrenatural hasta que un día desafía las
reglas de su madre para ver la puesta de sol desde fuera y no desde
dentro. Ya es adulta y, en realidad, ¿qué daño puede hacer?
Sólo que ese error demuestra que todo lo que su madre le ha enseñado es cierto.
Los dones que ella no comprende del todo son deseados y se ve obligada a buscar
al único hombre que puede protegerla de aquellos que la utilizarían para sus
propios fines.
Duncan McAllister, un hermoso ángel caído, con un castillo protegido,
5
puede mantenerla oculta. Sólo que cuando ella llega, él le deja muy
claro que no la quiere allí.
Elin, que no está dispuesta a permanecer con el obstinado hombre que no quiere
ayudarla, retrocede inexplicablemente en el tiempo más de cuatrocientos años al
pasado, al día en que Duncan va a casarse con otra. Aunque finalmente ella aprende
de lo que son capaces sus dones, en una época en la que el señor lo gobierna todo,
debe encontrar una forma de sobrevivir o, mejor, una forma de volver al presente.
Sólo los sirvientes del castillo creen que ella es la prometida de Duncan. Para salvar
su cuello, debe ir al altar y casarse con un hombre que la desprecia a primera vista.
La pregunta sigue siendo qué hará él cuando levante su velo y descubra
que no es la mujer con la que se supone que debe casarse.
DUNCAN - ESCOCIA

E
l peso de la corona en mis manos era mucho menor que el precio que me
costaría llevarla. Debería haber sido forjada con espinas por la carga que
supondría en mi vida si la llevaba. Sin embargo, podría ser el trato que
debía hacer por los acontecimientos que se producirían.
Las olas que rompían bajo los muros del castillo de mi santuario escocés no
calmaron mis pensamientos de permanencia, mientras la sensación de molestia que
me había causado toda la mañana ganaba fuerza. Se acercaba a pesar de los
6 obstáculos que había creado en las horas de espera para que diera la vuelta. La
espesa niebla que cubría mis tierras no la había detenido. Y no había venido por el
camino. La malvada muchacha había encontrado el camino tallado en el acantilado
que conducía a la playa, libre de la niebla.
Su acercamiento me atormentaba con todo lo que debía soportar para estar en
su presencia y el peligro que supondría. Pronto se daría cuenta de su error. Había
venido a buscar una gracia que yo ya no poseía. La había perdido hace muchos años
cuando la oscuridad me consumía.
Buscaba la absolución y las respuestas a las preguntas que yo no podía dar. Si
suponía que yo la mantendría a salvo, se equivocaba. Yo era el monstruo del que
debía huir.
Aun así, volví a colocar la corona en su caja. La caja de cristal que no mantenía
oculta mi agobio y me obligaba a no olvidar nunca la elección que tenía que hacer
cada vez que ponía los ojos en ella. Como la que hice ahora.
En lugar de quedarme quieto, salí por la parte trasera del castillo hacia la playa.
Atravesé los jardines que ya no se mantenían como la obra maestra que habían sido
y el laberinto de setos para poder verla de cerca. Sólo una mirada sin mancha antes
de obligarme a enviarla de nuevo.
Allí, a lo lejos, la encontré. No era difícil de ver, ya que era la única persona en
la playa. Como un producto de su tiempo, se paseaba con una camiseta y unos
vaqueros que abrazaban sus curvas, dejándome demasiado a la imaginación.
Su paso tranquilo no indicaba que hubiera un depredador cerca. Con los zapatos
en la mano, sus tobillos quedaban al descubierto. Recordé una época que habría sido
considerada escandalosa mientras disfrutaba de su visión.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que pudiera ver sus ojos, encontré
en ellos una inocencia que quería corromper. Sería tan fácil como tenerla desnuda y
retorciéndose debajo de mí. Me endurecí al pensarlo.
Por un segundo, cualquier idea de dejarla ir se olvidó. Había esperado
demasiados años para contar su llegada. Aunque debería rechazarla, maldita sea el
alma que aún poseía, no había forma de hacerlo.
Salí, seguro de mi elección, cuando de repente no estábamos solos. No era yo
en quien se habían posado sus ojos, sino otro.

7
ELIN- CAROLINA DEL NORTE, ESTADOS UNIDOS

E
l sol se puso como una ola de oscuridad que cubrió el cielo. Observé el
cambio de colores con total fascinación desde mi posición en lo alto de la
barandilla del malecón. Estaba a sólo unos pasos de la casa de mi familia
en el centro de Charleston. Sin embargo, sentí el peso de la regla que estaba
rompiendo al estar aquí.
Había crecido protegida, sin salir apenas de mi casa solariega. Había reglas
estrictas para no salir nunca de la casa por la noche y, durante el día, nunca sin estar
8 acompañada por mi madre. Era un riesgo que había decidido correr para celebrar mi
cumpleaños con un poco de rebeldía. Además, podía llegar a la puerta de mi casa en
cuestión de segundos. Si los turistas podían pasear por nuestras calles, ¿por qué yo
no?
Antes de que el cielo cambiara de azul noche a negro sólido, finalmente me
moví. Salté desde lo alto del muro hasta el nivel de la calle y esperé a que los coches
dejaran de pasar antes de cruzar a toda velocidad la calle East Battery hacia mi casa.
Cuando abrí la puerta, sobresalté a mamá, que iba en mi dirección. Durante un
segundo, ninguna de las dos se movió hasta que ella corrió en mi dirección. Abrí la
boca para explicarme, pero ella me alcanzó primero. Me metió dentro y cerró la
puerta de golpe.
—¿Qué está pasando? —pregunté, alarmada por su reacción. Su mirada era tan
desalentadora que supe que la había asustado.
—Te dije que nunca, nunca salieras. Pero es demasiado tarde para eso. Ahora
sabrán dónde encontrarte.
—¿Quiénes son “ellos”?
—Elin, hemos hablado de esto.
Levanté las manos.
—¿Sobre los demonios? En serio, mamá, no hay demonios. Eso sólo sale en la
televisión.
Las agarró y me miró ominosamente a los ojos.
—No lo es. No hay tiempo para explicar. Estarán aquí por ti. Y no querrás que te
atrape un demonio. Usarán tus dones hasta que no quede nada para ganar la guerra
que comenzó con el origen del hombre.
—¿El origen del hombre? ¿Guerra? ¿Dones? ¿Qué dones, mi chispeante
personalidad? —Cada una de mis palabras goteaba de sarcasmo.
—Elin, no puedes seguir viviendo en este mundo de fantasía que has creado. La
noche es su momento. El velo entre los reinos es el más delgado entonces. Te habrían
percibido en la luz menguante, como he explicado cien veces. Ahora debes irte antes
de que te encuentren.
Está bien, mamá había dicho algunas cosas locas cuando crecía sobre un mundo
sobrenatural. De niña, me parecía mágico. De adolescente, pensé que mamá era algo
más que excéntrica y aprendí a ignorar sus desvaríos sobre cosas que no podían
existir. Era más fácil asentir y estar de acuerdo que decirle que estaba perdiendo la
cabeza.
Un fuerte golpe en la puerta sonó detrás de mí. Los ojos de mamá casi se
9 duplicaron, levantando mis nervios.
—Están aquí —dijo.
La llamada a la puerta fue más fuerte. Para demostrarle que estaba equivocada,
me giré y abrí, a pesar de su creciente protesta detrás de mí.
Había caído la oscuridad total y quienquiera que fuese se escondía detrás de un
enorme ramo de flores.
—Feliz cumpleaños —dijo el hombre mientras desplazaba las flores a un lado.
Era un hombre atractivo con una sonrisa siniestra que me hizo sentir un escalofrío. Se
echó el cabello rubio hacia atrás—. Es un placer...
Antes de que pudiera terminar, la puerta se fue de mi mano y se cerró de golpe.
No había sido yo quien lo hizo. Mamá dijo:
—¡Están aquí! —Giró la cabeza como si viera a alguien detrás de ella que yo no
podía ver—. Fabián —llamó.
El espacio detrás de mamá se onduló, como lo hace el agua cuando arrojas una
piedra en ella. Entonces apareció una pierna de la nada. Respiré con fuerza. Esto no
podía estar ocurriendo. Sin embargo, el resto del hombre atravesó lo que sólo podía
describirse como una especie de puerta.
Era más o menos de mi estatura, de complexión media y de piel color chocolate.
Llevaba una sonrisa agradable completamente opuesta a la del hombre de la puerta
y, a pesar de su extraña vestimenta de color verde manzana, no parecía ser un
producto de mi imaginación.
—Has llamado —dijo con una enorme sonrisa.
Antes de que pudiera asustarme del todo, mamá me acercó una bolsa.
—Todo lo que necesitas está ahí —me dijo y señaló con la cabeza al hombre que
no había sido producto de mi imaginación—. Fabián te llevará a un lugar seguro.
—¿Por qué no puedo quedarme aquí? —Le habíamos cerrado la puerta al rubio
y no había intentado derribarla.
—No pueden entrar, pero entonces nunca podrás salir. Vendrán más de ellos a
derribar nuestras guardas.
—¿Guardas?
Me agarró de los brazos.
—Debes confiar en Fabián. Él te ayudará a llegar a donde tienes que ir. Y lo más
importante, debes recordar todo lo que te he dicho.
Abrí la boca para pedirle que me aclarara. Me había contado tantas cosas
mientras crecía que no sabía qué quería que recordara en particular.
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Mamá me soltó mientras Fabián me agarraba del brazo justo cuando sonó otro
golpe en la puerta. Se movió para colocarse frente a mí mientras la abría. Pero el chico
de las flores que sabía que era mi cumpleaños incluso cuando no tenía ni idea de
quién era, no estaba allí. De hecho, la calle frente a mi casa no estaba.
En su lugar, una terminal aeroportuaria muy abierta se encontraba frente a mí,
con grandes ventanas que dejaban entrar toneladas de luz solar mientras la gente se
arremolinaba. Me quedé de pie durante un segundo, conmocionada. No sólo me
costaba creer lo que veían mis ojos, sino que además nunca había estado en un
aeropuerto en mi vida. Sólo había visto algunos en la televisión. Fue Fabián quien me
dio un suave empujón hacia adelante. Aunque mis pies le siguieron, me giré para ver
a mi madre. Estaba de pie con la mano tapándose la boca y con los ojos llenos de
lágrimas.
—Mamá —grité.
Pero un paso más y habíamos terminado. Lo peor de todo es que había
desaparecido junto con cualquier indicio de mi hogar.
—Llamada final para el vuelo 2-1-6 a... —Sonó en mis oídos desde arriba.
El agujero que nos había dejado pasar se cerró con la misma rapidez y me perdí
lo que la persona dijo a través de los altavoces superiores.
Fabian se puso delante de mí.
—Deja el aeropuerto y ve al castillo. Está protegido.
Me acerqué a él como si fuera mi salvavidas, aunque acabáramos de
conocernos.
—Espera. ¿Me dejas?
Su sonrisa no era tan grande como la de bienvenida.
—Lo siento, querido corazón. Pero mi parte en este rompecabezas está
completo. He hecho mi tarea y me enfrentaré a muchas consecuencias.
Como algo sacado de una pesadilla, muchos brazos surgieron del aire con
manos fantasmales y lo agarraron.
Parecía tan alarmado como yo.
—Debes irte. Ve al castillo antes de que anochezca. Sigue las señales —dijo,
antes de ser arrastrado a través de lo que decidí que era una especie de portal. No
me había reconciliado con mi mente si estaba soñando o no. La gente seguía
caminando con sus maletas como si yo no acabara de aparecer en un aeropuerto.
—Disculpe, señorita —me dice un hombre que se ha topado conmigo antes de
11 seguir su camino.
Lo que lo hacía más confuso era el acento con el que había hablado. Nunca había
viajado fuera de Charleston y no sabía dónde estaba. La persona que había hablado
por el interfono tampoco había sonado americana. Me arriesgué y paré a una mujer
mayor que pasaba por delante de mí. Por muy estúpido que le pareciera, le pregunté:
—¿Dónde estamos?
—¿Estás bien? —preguntó la mujer con ese extraño acento que me resultaba
algo familiar, aunque estaban ocurriendo demasiadas cosas a la vez como para poder
ubicarlo.
—Sí. Lo siento. Pero creo que mi vuelo se ha confundido. Creo que no estoy en
el lugar correcto —dije, inventando de alguna manera una excusa plausible.
—Estás en Edimburgo, querida.
Me arriesgué de nuevo.
—¿Y eso dónde es?
Aunque me miró con extrañeza, dijo:
—Escocia.
Eso fue todo. Asentí.
—Gracias —dije, y me apresuré a salir sin rumbo fijo mientras me hacía a la idea
de que había dado un paso fuera de Carolina del Sur, en Estados Unidos, y me había
metido en Escocia sin apenas esfuerzo.
La bolsa que mamá me había empujado pesaba sobre mi hombro, más que su
peso físico. No sabía qué hacer. Miré a mi alrededor, preguntándome qué dirección
debía tomar mientras intentaba no considerar el error que había cometido al querer
ver una vista sin obstáculos de la puesta de sol sólo una vez en mi vida. Era mi
cumpleaños.
Mi mirada rebotó de arriba a abajo y de un lado a otro mientras me devanaba
los sesos en busca de las pistas que mamá me había taladrado en la cabeza a lo largo
de los años. Fue entonces cuando lo vi. De todos los carteles que había en el
aeropuerto, me fijé en uno.
Había un gran cartel sobre mí que mostraba una exuberante hierba verde y
fértiles jardines que conducían a un impresionante castillo encaramado en lo alto de
una colina. Era todo blanco, con torretas en forma de cono invertido, como si estuviera
sacado de un cuento de hadas.
Visite el Castillo de Alasdair Hoy, decía.
Desde un lugar de conocimiento, en lo más profundo de mi ser, supe que era allí
12 donde tenía que ir. Y no sólo porque una flecha en la que no me había fijado antes en
la esquina inferior derecha señalaba las palabras: Paseos turísticos por aquí.
Además, Fabián había mencionado un castillo y mamá había dicho que confiara
en él. Si hubiera confiado en ella, no estaría en este lío.
Una parte de mí estaba convencida de que estaba atrapada en un elaborado
sueño mientras seguía ciegamente el camino que señalaba la flecha. Me detuve en
seco y una familia de cinco personas se desplazó a mi alrededor para seguir su
camino. Murmuré una disculpa. Por instinto, me volví. El cartel que había visto, con
castillo, palabras y todo, había desaparecido. En su lugar había un cartel sobre el
servicio de coches del aeropuerto y fruncí el ceño.
¿Qué había dicho Fabián? Sigue las señales. Avancé, esperando despertar
pronto.
Antes de llegar a la puerta de salida, un hombre que llevaba un cartel con mi
nombre llamó mi atención. Se dio cuenta de mi interés y se adelantó.
—¿Es usted Elin Michaels?
Incapaz de hablar, asentí.
—Debe venir conmigo, señorita. No hay mucho tiempo.
El peligro de los extraños era algo muy importante en nuestra casa. Era una de
las muchas cosas que mamá me inculcaba. Así que, ¿por qué, cuando el hombre con
el cartel con mi nombre dijo: “Acompáñame” di un paso para seguirlo? Me detuve lo
suficiente para recordar una vez más las palabras de Fabián sobre seguir las señales.
¿Qué podía perder? No tenía dinero, ni teléfono, ni idea de qué hacer a
continuación. Además, todo debía ser un sueño, y en mis entrañas no sentía ningún
miedo.
El hombre se movió con cautela entre el tráfico peatonal mientras yo
zigzagueaba entre la gente para seguirle el ritmo. En el exterior, el aire era fresco,
como si fuera el final del otoño. Definitivamente no era el calor veraniego de
Charleston que acababa de dejar.
El hombre se detuvo frente al coche más extraño que había visto nunca. Era
negro y parecía viejo y nuevo al mismo tiempo. Me reí un poco, ya que parecía un
burdo dibujo infantil de una nube con ruedas con todos sus bordes redondeados.
—Es un taxi negro —dijo, como si eso debiera significar algo para mí—. ¿Nos
vamos?
En mi cabeza no sonó ninguna campana de alarma inmediata. Así que me encogí
de hombros, teniendo pocas opciones. Abrió la puerta y me deslicé en el asiento
trasero. Apreté mi bolso contra el pecho como si pudiera alejar cualquier cosa mala
13 que pudiera ocurrir.
Cuando entró en el lado del conductor, que estaba a la derecha y no a la
izquierda, me recordó que ya no estaba en Charleston. En algún lugar recordé haber
leído que no todos los países conducen por el lado derecho de la carretera. Apartó el
morro del coche del bordillo con una confianza que yo no sentía. Bajé la mirada a la
bolsa que tenía agarrada y decidí inspeccionar su contenido.
Lentamente, abrí la cremallera y revelé una nota justo encima. Decía:
Aunque sabía que este día llegaría, siempre esperaba tener más tiempo.
Pero el destino no se puede detener.
Debes encontrar a Duncan. Él puede protegerte de la tormenta.
Fabian me aseguró que el castillo está protegido, y que estarás escondida allí.
A causa de las guardas, tú y sólo tú podrás encontrar a Duncan en el castillo de
Alasdair, en Escocia.
Esperemos que Fabian te haya llevado hasta allí e Ivor te acerque al castillo todo
lo que pueda.
—Disculpe —le dije a mi conductor—. ¿Cuál es su nombre?
—Es Ivor, señorita.
Aunque debería haberlo hecho, no me sorprendió. Asentí y seguí leyendo.
Recuerda todo lo que te he enseñado. Debes seguir las reglas, o todo es inútil.
Siento no poder estar contigo.
Con amor, mamá
Todo lo que estaba pasando era por mi culpa. No había seguido las reglas. Había
salido a ver una puesta de sol y mi vida había dado un vuelco.
Mientras intentaba recordar todas las “reglas” como ella las llamaba, una cosa
se me quedó grabada. Confía en tu instinto, decía siempre mamá. Nunca te llevará por
el mal camino. En cuanto al resto de las reglas, tal y como ella las definía, parecían
aplicarse a casa. Mantén tu habitación limpia; haz tus estudios; come tu comida y no la
desperdicies. La única advertencia que se me ocurría era no salir nunca de casa, sobre
todo por la noche. ¿Se aplicaba lo mismo aquí en Escocia o en el castillo?
Debajo de la nota había un pequeño libro azul. Al inspeccionarla, resultó ser un
pasaporte, algo que no sabía que tenía. El resto parecía ser ropa. Tendría que mirar
una vez acomodada, ya que no quería sacar las cosas y colocarlas en el asiento. En
cambio, me concentré en el viaje. No es que supiera a dónde iba, pero podía recordar
puntos de referencia si alguna vez necesitaba orientarme.
14 No había nada más que campos verdes.
—¿En qué carretera estamos? —pregunté, sin haber visto ninguna señal
evidente con el nombre.
—Nos dirigimos al norte, a la A9, señorita. Un poco de trivia: es la carretera más
larga de Escocia y hay unos ciento sesenta kilómetros hasta nuestro destino. Ahora
mismo estamos en la M9, que te llevará por los Kelpies.
—¿Kelpies?
—Espíritus del agua que cambian de forma. Una leyenda por aquí.
—¿Hay kelpies? —No añadí “en la vida real” pero lo entendió.
Entre risas, dijo:
—Nunca he conocido a ninguno. Pero estas esculturas de cabezas de caballo de
treinta metros de altura sí que son un espectáculo.
—Lo son. —Las esculturas de plata eran más grandes que la vida e igual de
impresionantes. Entonces pregunté—: ¿No tenemos prisa? —Ya que él lo había
sugerido.
—Sí, pero está en el camino. El tráfico no debería ser malo. Inverness habría sido
más rápido, pero que su camino comience aquí era mejor.
Todavía no estaba segura de lo que podía hacer con esa información. Pero tomé
nota de ello. Luego hice otra pregunta.
—¿Sabes por qué estoy aquí o de quién me estoy escondiendo?
Miró por el espejo retrovisor.
—No puedo decirlo, y las reglas son las reglas.
No debería haberme consolado con eso, pero la frase “las reglas son las reglas”
era otra cosa que decía mamá. Recosté la cabeza y me obligué a mantener los ojos
abiertos. La nota que había dejado mamá y mi instinto me decían que estaba en el
camino correcto; no quería cometer otro error.
Al poco tiempo, Ivor señaló.
—Ahí están.
Sí, era un espectáculo. Dos magníficas esculturas con cabeza de caballo. Una
parecía estar mirándome. La otra tenía la cabeza hacia el cielo. Fue una pena que no
tuviera un teléfono o una cámara para capturarlo.
Después de pasar, repetí en mi cabeza conversaciones de hace tiempo con mi
madre. Una de ellas fue: “Hay cosas en este mundo que parecen buenas, pero no lo son.
Te engañarán con sonrisas y cumplidos. Sé consciente y confía en tu instinto”.
15 Y luego estaba: “Elin, no debes salir nunca. Hay criaturas que quieren hacerte
daño”. Eso había sonado como un cuento contado a los niños para mantenerlos a raya.
Sin embargo, el hombre con flores y una bonita sonrisa había querido hacerme daño.
Lo había sentido en lo más profundo del alma.
No importaba mi determinación de permanecer despierta, el largo viaje era una
receta para que me quedara dormida. No me había dado cuenta de que lo había
hecho hasta que Ivor dijo:
—Señorita, hemos llegado.
Abrí los ojos alarmada, enfadada conmigo misma por otro error de juicio.
Especialmente cuando todo lo que podía ver ante mí era niebla.
Ivor se volvió hacia mí.
—Es sólo haar. —Cuando seguí mirándolo sin comprender, añadió—: Es un
trasto de mar. —Sacudí la cabeza. Se pasó un dedo por los labios—. ¿Cuál es la
palabra americana...? Niebla. Eso es, niebla marina. Nada de que preocuparse.
Ocurre en estas partes cerca de la costa.
No podía ver la costa, ni nada, en realidad. De hecho, mientras el coche estaba
al ralentí, la niebla antinatural nos envolvía.
—Hay que ir a pie desde aquí. La costa está allí. —Señaló a la derecha—. Confía
en mí. Tus ojos se abrirán, más que la mayoría —murmuró la última parte—. Debes
apresurarte, o yo también me perderé.
La palabra “también” también implicaba que estaría perdido.
—Tienes un don. Te abrirá la vista. Verás la senda y el camino. Síguelo hasta la
playa y dirígete hacia el sur, más o menos kilómetro y medio. Encontrarás el castillo
un poco más allá, a la derecha. Pero debes irte ahora. Tengo que irme.
No esperó y saltó del coche. Por un segundo, pensé que se alejaba a pie hasta
que me abrió la puerta.
—Ve —me instó de nuevo, dándome un empujón en el brazo—. Pronto
oscurecerá.
No podía descifrar la diferencia horaria. Algo no parecía correcto. Había salido
de Charleston al anochecer y había llegado a Escocia un segundo después. ¿Y aquí
iba a anochecer tan pronto? Algo en lo que pensar, pero me obligué a salir del coche.
No podía permitir que nadie más se perdiera en la pesadilla en la que me había
metido.
Una vez que salí del coche, cerró la puerta y volvió a subir al lado del conductor.
Mientras lo observaba, dio la vuelta al coche, dirigiéndose a lo que supuse que era el
camino por el que habíamos venido. Pronto su coche fue tragado por la niebla marina.
16 Una vez que el ruido del motor desapareció, escuché el sonido de las olas
rompiendo. Lentamente, di un paso adelante. La niebla tenía vida propia. Con cada
uno de mis pasos, se abría como una cortina, dejándome ver sólo unos metros más
allá.
La bolsa seguía siendo un escudo en mi pecho mientras me acercaba a la playa.
Me detuve en seco cuando la niebla que se separaba reveló el borde de un acantilado.
Ivor había mencionado un camino hacia la playa y al principio no pude
encontrarlo. Al acercarme a la bajada, giré primero a la izquierda y luego a la derecha
antes de divisar el camino. Era estrecho y aterrador. Un paso en falso y estaría
perdida. Aunque era desalentador, también lo era todo lo que había hecho hasta
entonces.
Me centré y forcé mis pies hacia adelante. No tenía nada que perder, salvo mi
vida. Si me quedaba aquí, acabaría muriendo. No tenía comida ni agua, por no
mencionar que mi transporte había desaparecido. Necesitaba llegar al castillo si
quería sobrevivir.
Aunque quería cerrar los ojos, tenía que vigilar cada uno de mis pasos, ya que
los guijarros se desprendían con cada pisada en el camino.
Es sólo un sueño, canté en el largo camino de bajada, tomándome mi tiempo a
pesar de la luz que se filtraba a través de la niebla.
Cuando llegué al fondo, estaba tan agradecida que casi caí de rodillas y besé el
suelo. En cambio, me quedé hipnotizada por la vista. La niebla había desaparecido y
ante mí se extendía una playa vacía de arena inmaculada. La arena dorada
contrastaba con las oscuras piedras del acantilado.
Otra mirada al cielo me recordó que no tenía tiempo para hacer turismo. Ivor
había mencionado ir hacia el sur. Sin una brújula que me dijera en qué dirección
estaba, rebusqué entre las cosas que había aprendido en la educación en casa.
Recordé algo sobre el uso de la dirección del sol como guía, pero no pude recordar
las reglas. ¿El sol se ponía en el este o en el oeste? Sí recordaba que Ivor me había
dicho que nos habíamos dirigido al norte. Había dado la vuelta en la misma dirección
que llevaba el camino. Me arriesgué y supuse que si seguía adelante, estaría yendo
hacia el sur. Había dicho que un kilómetro y medio más o menos. Si me equivocaba,
volvería por el otro camino.
Mis zapatos se convirtieron rápidamente en un estorbo. Me quité los Chucks y
caminé descalza por la fresca arena. Consideré la posibilidad de caminar más cerca
de la marea mientras ésta subía y bajaba, pero el aire era fresco. Supuse que el agua
estaría más fría. En lugar de eso, seguí adelante. Después de un tiempo, miré hacia
atrás para medir mi progreso.
17
Para mi sorpresa, ya no podía ver el camino en el acantilado. No creí que hubiera
caminado tanto. Más curioso aún, mis huellas se habían borrado, aunque la marea no
había subido tanto.
Tenía que ser un sueño. ¿Cómo podría ser posible de otro modo? Parpadeé
rápidamente y esperé volver a despertar. Por ahora, seguí adelante en mi búsqueda
del castillo. Tal vez tenía que completar todas mis tareas antes de que mi cerebro
consciente me permitiera despertar.
El estruendo de un pájaro me sacó de mis pensamientos internos. Lo observé
mientras bajaba en picado y penetraba en el agua con su largo pico. Un pez que se
agitaba hizo todo lo posible por luchar contra el destino y perdió cuando el pájaro se
levantó y se lo tragó de un solo bocado.
Otro de los cuentos de mamá era sobre el círculo de la vida. Cómo los fuertes se
aprovechan de los débiles. Cómo tenía que ser fuerte si no quería ser presa. ¿Tenía
eso algo que ver con lo que ella quería que recordara? Toda la historia del círculo de
la vida había sido una transición hacia su explicación de la reproducción y de lo
importante que era para la continuidad de la vida. ¿Qué significaba todo eso para mí
ahora?
Me esforcé por encontrar una respuesta mientras avanzaba. Justo antes de
considerar la posibilidad de dar la vuelta, vi un caballo pisando el agua. Era una
criatura preciosa. El pelaje y las crines eran negros como la noche. Desvió su mirada
hacia mí y pensé en la estatua del kelpie. Ambos eran perfectos.
Una de las cosas que anhelaba de niña era un caballo. Aceleré mis pasos y
esperé no asustar a la magnífica criatura.
—Hola —grité cuando otra parte de mí advirtió que debía ser precavida. Se
acercó a la playa y a mí.
Aflojé el agarre de mi bolsa y la desplacé sobre un hombro. Eso liberó mis
manos para que pudiera extender una. El deseo de tener una sola caricia, aunque
fuera rápida, se convirtió en mi propósito absoluto en la vida. Aunque sabía que no
debía hacerlo, pues acababa de recordar que debía hacer caso a mi instinto, había
una atracción contra la que no podía luchar.
—¿Eres un niño bonito? —canturreé cuando ya estaba a unos metros de mi
camino. No sabía si era macho o hembra, pero el instinto había dictado mis palabras.
El caballo apartó la mirada, pero se detuvo frente a mí. Ese fue todo el permiso
que necesité para deslizar mi mano sobre su pelaje. Estuve a un centímetro de tocarlo
cuando un hombre gritó:
—Alto.
18
Me giré y al mismo tiempo el caballo se encabritó sobre sus patas traseras. Me
incliné hacia atrás para no ser pisoteada y perdí el equilibrio. En mi camino hacia
abajo, vi al hombre más impresionante que había visto en mi vida. Lástima que, en
cuanto mi cabeza tocó la arena, la oscuridad se apoderó de mí.
M
e desperté mirando el cielo, que se estaba oscureciendo desde un
hermoso azul primaveral hasta el crepúsculo. Al parecer, seguía
atrapada en el sueño.
—No lo hagas —dijo el hombre, pero no a mí. Su acento era marcado, incluso en
esa única palabra de advertencia.
Parpadeé e intenté mover la cabeza, pero el dolor me lo impidió.
—Ella es mía. Ella vino a mí —dijo otro, sonando petulante.
—No debes ceder —dijo el otro, que sonaba más razonable.
—¿Qué sabrás tú? Tal vez esto es lo que necesito para liberarme. Su muerte
19
podría traerme la vida.
—También podría reforzar la maldición.
La palabra “muerte” me obligó a mover mis extremidades sin tener en cuenta
cualquier dolor persistente. Rodé hacia un lado y divisé una amplia abertura en un
seto esculpido. Los acantilados ya no estaban a la vista. En lo alto de una colina estaba
el castillo de la foto que había visto en el aeropuerto.
—Se despierta.
Al principio, no estaba segura de quién había hablado. Me concentré en
ponerme de manos y rodillas.
—Cináed. —Estaba segura de que ése era el hombre más razonable. Me aparté
de la pareja y no podía estar segura si el hombre apuesto que había adornado mi
visión antes de caer era el que deseaba mi muerte o trataba de evitarla.
—Duncan —se burló el otro.
Ese era el nombre del hombre que buscaba, pero no podía arriesgarme a
quedarme. Me puse en pie, agradeciendo que mi bolsa siguiera colgada del brazo.
Cuando me enfrenté a ellos, el caballo había desaparecido y había dos magníficos
hombres de pie. Si no fuera porque uno de ellos tenía unos ojos antinaturales y
brillantes, como los de un demonio, me habría quedado.
—No corras —dijo, sus Rs rodando como un trueno sobre su lengua.
Pero corrí porque tenía que ser un monstruo. Los ojos humanos no brillaban. Y
lo que es peor, el sol se estaba poniendo rápidamente. Necesitaba llegar al castillo
antes de que cayera la noche. Corrí hacia los setos frente a la playa. Me permitirían
cubrirme, ya que eran más altos que yo y que los imponentes hombres.
—Sí, una persecución. —Estaba bastante segura de que era Cináed.
—No, Cin.
Entonces el sonido del metal rompió el momento de silencio. De nuevo, no había
visto una hoja, pero me pareció que era el sonido apenas superior a un susurro que
había escuchado por encima de mi acelerado corazón.
—¿Me matarás por ella? ¿Una extraña? —dijo el petulante.
—No tengo intención de matarte. Pero te detendré para salvarte de un destino
peor que la muerte.
Fue entonces cuando atravesé la abertura del seto. No escuché lo que se dijo a
continuación, ya que estaba ocupada tratando de decidir entre la izquierda y la
derecha.
20
Sí, es cierto. No era como si fuera una mejor opción por el aspecto de las cosas.
Fue mi instinto. Corrí por un camino estrecho. Se cortaba a la izquierda y, aunque
frené lo mejor que pude, mi impulso me lanzó contra la espinosa pared. Los tallos
rasgaron mi ropa y arañaron la piel expuesta de mis manos. Seguí adelante hasta que
se abrió otra brecha. Mientras tomaba la decisión de ir a la izquierda o a la derecha,
oí la persecución detrás de mí.
Sigue las señales, dijo una voz en mi cabeza. En un abrir y cerrar de ojos, vi una
flecha fantasma a la izquierda y fui en esa dirección. En el siguiente cruce no frené.
Seguí adelante, confiando en que la siguiente señal aparecería a tiempo. Y así fue.
Otra vez a la izquierda.
Al no estar acostumbrada a un ejercicio vigoroso, sentí que mi energía
disminuía. Avancé y sentí alivio al divisar una abertura que no conducía a la playa.
Sólo el hombre de los ojos brillantes entró en la abertura y bloqueó mi camino.
Giré demasiado tarde. Unas manos me agarraron por la cintura y me lanzaron
por los aires. Aterricé sobre los hombros de la bestia -o de lo que fuera- mientras un
grito de algo más que de dolor provenía de no muy lejos detrás de mí.
—Debemos darnos prisa —dijo, con una voz más gutural que antes.
Utilicé mi puño para golpear su espalda. Pero como el pez había sido para el
pájaro que había visto antes, yo era una presa indefensa que se tragaba de un bocado.
L
a conciencia me llegó de golpe ante mi visión. Estaba tumbada en una
cama más cómoda que ninguna otra que hubiera conocido.
Al no oír movimiento cerca, abrí los ojos de golpe. Era como si
parpadeara para despejar de mi cabeza las imágenes de una habitación que no era
la mía. Tuve cuidado de no hacer demasiado ruido mientras observaba mi entorno
inmediato. La cama, con sus cuatro postes, sostenía un gran dosel del color del nogal.
Había pocas dudas de que no estaba en casa. Por mucho que quisiera que los
acontecimientos del pasado reciente fueran un sueño, las pistas que me habían dado
sugerían lo contrario.
¿Estaba la bestia que me había llevado en la habitación conmigo?
21
—¿Señorita?
Podría haberme asustado de no haber visto a la chica antes de que hablara. Iba
vestida con un traje de sirvienta de hace siglos: un vestido color saco cubierto por un
delantal blanco con una cofia blanca a juego sobre la cabeza.
—Está despierta —dijo, en un intento de ganar mi atención—. Le he traído té.
En la bandeja que sostenía había una taza humeante. Se acercó a una mesa
auxiliar y dejó la bandeja.
—¿Hay algo más que necesite?
—No —dije, con mi voz croando por el desuso.
—Si tiene hambre, la cena se sirve en el comedor.
Asentí antes de cerrar los ojos. Los acontecimientos del día se me antojaban
pesados. Cómo había estropeado las cosas. Sólo quería estar en casa. A pesar de sus
cualidades carcelarias, me parecía más seguro que lo desconocido.
Por más que lo intenté, el seductor hombre de ojos dorados se aglutinó en mi
cabeza, aunque no me había centrado en él. Había estado tratando de alejarme. Ahora
no tenía más que tiempo para recordar su brillante cabello negro que se extendía
sobre los anchos hombros y el pecho desgarrado, al menos lo que podía ver de la
holgada túnica que llevaba. Era un hombre atractivo de una manera que agradaría a
la mayoría de los que lo contemplaban.
Incluso yo, que no habría dicho que un hombre con el cabello tan largo como el
mío era atractivo, me sentí atraída por él como una mosca a una trampa. La única
palabra para describirlo era hermoso.
Fue la amenaza en su mirada lo que me heló los huesos. Aunque podía engalanar
el cielo con su belleza, era el infierno lo que veía en sus ojos.
Molesta conmigo misma por adular a un hombre, finalmente me levanté de la
cama. La habitación era digna de una princesa, desde la cama de aspecto regio hasta
el delicado banco que se encontraba frente a ella, de estilo elegante con el clásico
mechón de botones que descansaba sobre unas patas de madera torneada que
parecían talladas a mano. El resto de los muebles de la habitación hacían juego con
su estilo.
Seguro que era una antigüedad. Con todo el tiempo que tenía en casa, había
soñado con una habitación así. Cada pieza parecía hecha a medida específicamente
para esta habitación.
Incluso las pesadas cortinas que cubrían la mayor parte de una pared debían de
22 costar más de lo que podía imaginar. Cuando llegué a ellas, las finas sedas se
deslizaron sobre las yemas de mis dedos cuando las aparté para asomarme a la
ventana.
Mi posición me permitía ver desde lo alto. Abajo, muy lejos, estaba la playa. La
luna iluminaba el cielo lo suficiente para que pudiera ver desde el agua hasta el seto
por el que había huido. Más adentro había un jardín cuidado para deslumbrar a los
que lo contemplaran, incluso con poca luz.
Sin embargo, fue la figura al borde del agua, un semental, la que me había
cautivado al girar en mi dirección. Aunque no podía estar segura, me pareció que me
estaba mirando directamente. Fue lo suficientemente desconcertante como para que
me apartara, permitiendo que la cortina volviera a su sitio, ocultándome de su mirada.
La necesidad de respuestas me impulsó a actuar. Me dirigí a la puerta y recé
para encontrarla abierta. Lo estaba, y la criada que me había recibido antes estaba al
otro lado.
—¿Puedo ayudarla, señorita? —preguntó. Su acento difería un poco del de los
hombres de la playa e incluso del de Ivor, mi taxista.
—¿Puedes llevarme con Duncan?
—¿El laird? —preguntó con los ojos muy abiertos.
No sabía qué significaba eso, pero dije “sí” de todos modos.
Me miró fijamente como si me diera la oportunidad de cambiar de opinión.
—¿Estás segura?
Por mucho que temiera al hombre, o a lo que fuera, no podía esconderme para
siempre.
—Sí. Estoy segura.
Extendió la mano, sosteniendo un candelabro de varios tallos en el que yo no
había reparado, para indicarnos el camino. Los candelabros que se alineaban en la
pared no estaban encendidos, pero en el vestíbulo no había nadie más que nosotras
dos. No podía culpar a la extrañeza de mi entorno por la forma en que había llegado
al castillo. O tal vez me había distraído con cierto hombre de ojos penetrantes.
Atravesamos pasillos y pasillos en espiral que no habría visto de no ser por mi
guía. Bajamos tres pisos antes de que me llevara a una gran puerta doble.
Dentro, un hombre estaba sentado en el extremo de una mesa muy larga con una
copa en la mano. La habitación parecía que debía albergar bolas, no una sola mesa
en la que cabrían dos docenas por lo menos. Hasta ahora no se había fijado en mí. Su
mirada estaba concentrada en algún punto situado más adelante, donde un escenario
a unos metros del suelo formaba toda la pared lateral. Allí no había nada.
23 Me adelanté a la habitación con pies tambaleantes y con toda la fanfarronería
que pude reunir.
—Ah, ella se despierta —dijo, sin siquiera una mirada en mi dirección—. Ahora
puedes irte.
—¿Qué? —tartamudeé.
Finalmente se volvió en mi dirección. Sus ojos ya no eran dorados, sino de un
azul penetrante.
—Permíteme ser claro. Esto no es una posada. Debes irte ahora y llevarte el
peligro que has traído.
—Pero mi madre me envió aquí para mantenerme a salvo —logré decir mientras
cada palabra se tropezaba al salir de mi boca.
—Sé lo que eres y los problemas que traes.
¿Qué? ¿Quién no?, pensé, aunque demasiado tarde para preguntar mientras él
continuaba.
—¿Qué soy? ¿Por qué soy tan importante para una guerra?
Ignoró mis preguntas.
—No soy un asesino a sueldo, ni soy tu héroe. —Sus ojos bajaron por todo mi
cuerpo y contuve un escalofrío—. Lo único que puedes hacer por mí, aparte de irte,
es la compañía. Sin embargo, apestas a inocencia.
El descaro del hombre, pero me mordí la lengua. Aquí era donde debía estar.
Podía sentirlo en mis huesos.
—Mamá dijo que estaría a salvo aquí porque tu castillo está protegido, signifique
lo que signifique. No tengo a dónde ir —supliqué, soltando mi orgullo mientras mi voz
temblaba y contenía un sollozo.
—No es mi problema.
Endurecí mi columna vertebral y levanté la barbilla.
—Bien. Te pediré prestado tu caballo en la playa para que me lleve al próximo
pueblo.
Los platos traquetearon cuando se levantó con una rapidez que me robó el
aliento.
—Aléjate de él.
Dirigí mi mirada directamente a la suya, encontrando mi determinación.
—Entonces, ¿qué esperas que haga? No tengo coche ni transporte para irme.
24
Acechó hacia delante y tuve que luchar contra el miedo para no retroceder.
Cuando estaba a un suspiro, me miró con ojos llenos de odio.
—Bien. Te vas al amanecer.
Luego salió por la puerta con pies silenciosos.
Me giré y no encontré a la criada, aunque no debería sorprenderme.
Probablemente tenía práctica en no ser vista ni oída. No tuve que esperar mucho a
que volviera. Di un paso antes de que ella estuviera frente a mí.
—¿Tiene hambre, señorita? —Hizo un gesto con la mano hacia la mesa. Me giré
y me encontré con un buffet de comida listo para ser consumido.
Aunque mi hambre se había intensificado con cada paso en el camino, ahora me
sentía mal del estómago. ¿A dónde iba a ir?
—¿Puedes llevarme a mi habitación, por favor? —le pregunté.
Era posible que pudiera encontrar el camino de vuelta, pero ¿para qué perder
el tiempo? El comedor había estado en el otro lado del castillo, en un piso inferior.
Adiviné los giros en el camino de vuelta para poner a prueba mi conocimiento del
camino y sólo me perdí un giro. Aunque si hubiera seguido ese camino, quién sabía
cuánto tiempo habría pasado antes de llegar a la habitación que me habían dado
temporalmente.
En mi puerta, murmuré un agradecimiento como forma de hacerle saber que
quería privacidad. No me siguió.
Dentro, recogí mi bolsa del suelo y volqué su contenido sobre la cama. Mamá
había metido tres pares de pantalones, dos de ellos vaqueros. También había un
jersey, mi sudadera favorita, una camiseta de manga larga y un pijama, además de la
ropa interior necesaria. Además, había un fajo de billetes, no de color verde. Supuse
que era la moneda local. Lo puse junto a mi pasaporte antes de llegar al último
artículo. Parecía que no me faltaban recursos. Era un teléfono móvil.
Era mío, por supuesto, pero sólo había sido para emergencias. No era como si
necesitara llamar a alguien. Lo encendí y descubrí que no tenía señal, lo que
significaba que no había llamadas ni acceso a Internet.
Volví a dejarlo en la cama y me pasé una mano por el cabello. ¿A dónde iba a ir?
La respuesta obvia era a casa. Pero mamá no me habría enviado aquí si mi casa fuera
segura.
Tras girar la cabeza, tratando de averiguar mi próximo movimiento, divisé un
baño a la derecha de un hogar que carecía de fuego. Casi fuera de la vista, capté el
indicio de una bañera independiente.
25 —¿Quiere un baño? —preguntó la criada.
Casi me sobresalto y jadeo rápidamente mientras recupero el aliento.
—Lo siento, señorita. No quise asustarla.
Sacudí la cabeza como si no fuera una molestia.
—Un baño sería encantador —dije.
Flotó en esa dirección, y me tomé el tiempo para reorganizar mi bolsa, teniendo
en cuenta que se esperaba que saliera con prisa por la mañana.
Acababa de meter mi pasaporte en el único bolsillo interior con cremallera que
aún no había inspeccionado cuando la camarera regresó.
—Su baño está listo, señorita.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
Miró a su alrededor como si no debiera estar hablando con ella hasta que
finalmente volvió a encontrar mi mirada.
—Fiona, señorita.
—Gracias, Fiona. Soy Elin.
Ella inclinó la cabeza.
—Sí, señorita.
Suspiré, sin querer luchar contra ella por llamarme por mi nombre de pila. Si no
podía averiguar algo, no estaría aquí el tiempo suficiente para que importara.
Cansada y con necesidad de pensar, me dirigí al baño. Una rápida vuelta reveló
que Fiona había desaparecido de nuevo. Eso me dio la libertad de quitarme la ropa.
Me metí en el agua caliente con alivio. Me hundí hasta que sólo mi cabeza quedó por
encima del agua mientras elaboraba un plan.
Para una chica que no había salido de los confines de mi casa, y mucho menos
de mi ciudad, estaba tranquila. Por otra parte, había vivido las historias de otros. Ya
sea viendo a la gente en la calle o en la televisión, en versión realidad o ficción, había
vivido mil vidas, y ésta era una más.
Una parte de mí todavía quería creer que esto era sólo un mal sueño del que
despertaría en algún momento. Un pellizco en el brazo me recordó que estaba muy
presente en una tierra extraña en un castillo aún más extraño.
En un castillo y en una habitación digna de una princesa. Eso calentó mi corazón
de niña. Había soñado con que un príncipe me conquistara. En cambio, tenía un
hombre -o una bestia- gruñón que quería que me fuera cuanto antes. Gemí y me dejé
hundir bajo el agua.
26 Para cuando terminé, agarré la toalla que estaba convenientemente colgada en
un gancho cercano. Me quedé en el agua fría un segundo antes de salir a la alfombra
de pieles. Una alfombra de pieles de verdad, de pieles de animales. No me permití
hacer juicios de valor. Había muchas otras cosas que considerar, como el peligro que
corría realmente teniendo en cuenta que el hombre que mamá creía que sería mi
salvador no quería ocuparse de mí.
Cuando entré en la habitación, estuve a punto de ir por mi bolso. En lugar de
eso, me puse el camisón anticuado de color crema que estaba colgado en una silla
cercana. No era de seda, pero me pareció la elección correcta. Su forma me cubriría
del cuello a los pies, más que el pijama de mi bolso.
Tenía horas antes de verme obligada a marcharme. Con pocas opciones y muy
poco que ofrecerle a Duncan para que me dejara quedarme, como él había dicho tan
rotundamente, no significaba que no debiera intentarlo.
Mamá me quería aquí. De alguna manera, ella sabía a qué me iba a enfrentar y
las fichas de negociación que tenía para ofrecer. No podía irme sin darlo todo para
permanecer aquí por el momento.
Cerré los ojos y exhalé antes de volver a salir por la puerta sin nada que perder
y todo que ganar.
F
iona estaba esperando en la puerta.
—¿Puedes llevarme hasta Duncan? —No quería perder el poco
tiempo que tenía para buscarlo.
Aunque dudó, asintió.
Bajamos hasta el otro extremo del pasillo antes de tomar un pasillo sinuoso hacia
arriba. Su mirada se posó en la puerta más cercana antes de que se escondiera y
desapareciera.
Miré hacia esa puerta y di pasos medidos en esa dirección. Después de unos
cuantos, me paré y escuché. No podía oír lo que ocurría al otro lado, pero confiaba en
27 que Fiona supiera dónde estaba Duncan.
Antes de que pudiera mentalizarme más, levanté el puño y golpeé.
Sus pasos eran lentos y probablemente deliberados, dado que se había
marchado en silencio cuando me había despedido antes en el comedor. Para cuando
llegó a la puerta, yo ya estaba totalmente molesta, tuviera o no derecho a estarlo.
—¿Quién es? —preguntó desde el otro lado.
—Ya sabes quién es —dije, asegurándome de que oyera mi petulancia.
La puerta se abrió con tanta fuerza que la brisa me echó el cabello hacia atrás.
—¿Por qué estás aquí? Pensé que había dejado claro que no te quería aquí.
Le devolví la mirada.
—Puedo adivinar lo que significa “din-nae” aunque nunca lo haya oído antes. El
caso es que no tengo otro sitio al que ir. Tengo dinero en efectivo.
Sonrió.
—¿Parece que necesito tu dinero?
—No —dije rápidamente y me empujé el cabello antes de cruzar los brazos—.
Puedo...
—¿Qué? —preguntó mientras sus ojos bajaban a mi pecho.
Seguí su línea de visión para ver las puntas de mis pechos, como cuentas y
haciéndose notar a pesar de la tela suelta. Moví los brazos para tapar la vista.
—Si has venido a ofrecer tu virginidad, no la quiero.
No pude evitar el rubor que calentaba mis mejillas. Eso no significaba que no
tuviera otra emoción igual de fuerte.
—Tienes razón. Estaba dispuesta a rebajarme para quedarme e incluso
ofrecerme a cocinar y limpiar para obtener respuestas, que seguro que las tiene. Pero
olvídalo. Eres un imbécil egocéntrico. —Me di la vuelta y sólo me encontré con que
me volvía a enfrentar a él—. ¿Sabes qué? —Lo señalé con el dedo—. Sé exactamente
quién eres, Duncan McAllister. Mi madre me habló de ti. Los libros de historia lo
tienen todo mal. Pero, de nuevo, la historia la escriben los vencedores. Y ellos te
escribieron fuera de esa historia, ¿no es así, héroe?
No le di la oportunidad de responder. Me lancé de inmediato.
—Apareciste en Kintyre unos meses antes de que la guerra civil de 1644 o 1645,
más o menos, llegara hasta allí. Los McAllister, una parte del clan MacDonald, fueron
asediados. Y tú, el hombre que había aparecido de la nada meses antes y que había
sido acogido por los McAllister como un primo lejano, salvaste a algunos de ellos. No
28 se sabía que participaras en ninguna de las disputas del pueblo. Pero estabas allí para
salvar al hijo mayor de los McAllister y enviarlo a él y a otros pocos a las Américas.
Sólo que cuando estabas haciendo una huida limpia, mientras cientos de personas
eran masacradas, de alguna manera oíste los gritos de un niño pequeño claramente
en el otro lado de la batalla en medio de la plaza del pueblo.
»Ninguno de los niños cercanos te preocupaba. Enviaste a los McAllister al
encuentro de un barco que los llevara al otro lado del océano mientras tú regresabas
a través del tumulto para salvar a un niño que estaba llorando a los pies de su madre
muerta. Mataste a docenas de personas para llegar a él. Una vez que estuvo en tus
brazos, algunos dicen que el cielo se abrió. Otros lo llamaron trueno. Y luego te fuiste.
Nada de esto llegó a los libros de historia. De hecho, dijeron que sólo cuatro del clan
MacDonald sobrevivieron ese sangriento día, pero no es cierto, ¿verdad?
No parecía sorprendido, pero dijo:
—No sabes lo que dices, lass 1.
—Lo que no sé es cómo puedes ser tú. Eso fue hace más de tres siglos. Deberías
ser el tataranieto del legendario Duncan McAllister. Sin embargo, eres el mismo
hombre. ¿Cómo puede ser eso? ¿Eres un vampiro? —No sabía cómo lo sabía, pero lo
sabía. Él era el Duncan original de los años 1600.
Su cabeza se echó hacia atrás y soltó una carcajada antes de volver a centrarse
en mí, riéndose en voz baja.

1 Lass: Muchacha.
—Sólo podrías desear que fuera algo tan mundano como un vampiro.
Esa no era la respuesta que esperaba.
—¿Hay vampiros? —El comentario que había hecho había sido una broma.
Volvió a mirarme como si no fuera nada.
—¿Es realmente la pregunta que quieres hacer?
Sin dudarlo, pregunté:
—¿Qué soy? —Según mamá, yo poseía ciertas habilidades o dones, como ella
los llamaba, que no me parecían comunes a la gente corriente y que otros querían
explotar.
—Eres el premio entre dos mundos en una guerra a la que no pienso unirme.
—¿Premio? —escupí. Mi mirada de asco no surtió efecto en él.
—¿No te lo dijo tu madre? Te contó todo sobre mí y nada sobre ti. O tal vez no
eres quien creo que eres, Elin.
29 Estupefacta, me quedé parada durante un minuto. ¿Cómo podía saber mi
nombre? Como en un trance, extendí la mano y ésta se posó en el lugar donde debía
estar su corazón. Bajó la mirada cuando sentí su fuerte latido bajo mi palma.
—Tu toque no me tienta, lass.
Mortificada, aparté la mano. No lo había hecho para influir en él. De hecho,
esperaba tocar el aire y no un músculo sólido. Pero él era tan real como yo.
—Realmente no vas a dejar que me quede aquí, ¿verdad? —Como no contestó,
le dije—: Entonces no hace falta que posponga lo inevitable.
Me giré tan rápido que mi cabello y mi camisón seguían dando vueltas mientras
avanzaba.
—Feliz cumpleaños para mí —murmuré para mí mientras atravesaba el pasillo y
bajaba las escaleras en espiral, de dos en dos. Cuando llegué al final, ignoré los
retratos de personas muertas hace tiempo y miré primero a mi izquierda, divisando
unas puertas dobles situadas en un gran arco. No importaba a dónde llevara la puerta,
siempre que fuera afuera del castillo.
Mis pasos descalzos golpearon el suelo de piedra, recordándome que no
llevaba zapatos. No había pensado que los necesitaría. De todos modos, no
importaba. Estaba fuera de aquí, malditas sean las consecuencias.
Las pesadas puertas de madera parecían estar hechas de metal desde lejos. Más
cerca, había muchos detalles que no pude explorar. Me acerqué y agarré la pesada
manilla de una de ellas, que era de metal. Tardé un momento en averiguar cómo
abrirlas. Finalmente, con un heroico empujón, la puerta de la derecha se abrió.
Un viento aullante me liberó de la puerta y ésta se abrió completamente mientras
yo observaba fascinada. El aire se sentía cargado mientras apariciones transparentes
sin forma real flotaban sobre un camino de grava. Tenía que ser la fachada del castillo.
A pesar de la forma de alguien o algo que caminaba hacia mí, no tuve ningún miedo
mientras daba un paso adelante.
No llegué muy lejos porque una mano fuerte me agarró del brazo y me hizo
retroceder. Luego otra mano se extendió hacia adelante, haciendo que la puerta se
cerrara de golpe. Giré y mi pecho aterrizó contra otro más fuerte.
—¿Estás loca? —tronó Duncan.

30
G
irando el cuello hacia el techo para poder dirigir mi mirada hacia el
imbécil, dije:
—Loca, tal vez. Pero creo que querías que me fuera.
—No quise decir en este momento, lass. Dije “al amanecer”.
Podría haberle recordado que seguía firmemente abrazada a él, pero discutir
con el exasperante hombre parecía más importante.
—¿Qué importa? No me quieres aquí. Me estaba yendo.
Si no le hubiera mirado directamente, podría haber pensado que había lobos
cerca cuando un gruñido retumbó en su pecho.
31
—No puedes irte.
Entrecerré los ojos.
—Dijiste que no podía quedarme —dije, tratando de burlarme de su acento, lo
que podría haber sido gracioso en cualquier otra situación.
—Tampoco puedes quedarte aquí.
Como nunca había estado tan cerca de un hombre, me quedé en silencio al sentir
su polla endureciéndose contra mi vientre. Era algo sobre lo que había leído pero
que no había experimentado yo misma.
En un movimiento demasiado rápido para mi comprensión, de repente estaba
fuera de sus brazos y había un metro entre nosotros.
—Tú cocinas, tú limpias, tú te alejas de mí.
Cualquier comentario sarcástico que pudiera haber hecho se vio frustrado
cuando la puerta principal se abrió de golpe y el otro hombre de la playa con el que
Duncan había estado peleando entró por la puerta.
—Cin —siseó Duncan.
Los ojos tormentosos de Cin se posaron en mí mientras hablaba.
—Ah, ahí estás. Una linda lassie, ¿no es así? Es una luna muy brillante, no la
noche. ¿Quieres dar un paseo?
Duncan se interpuso entre nosotros antes de que pudiera preguntarle a qué se
refería. Me habían fascinado las hojas en el cabello oscuro de Cin que él no parecía
notar. Duncan me señaló con un dedo.
—Vete a tu habitación. Ahora. —Se giró, y tuve que cambiarme para poder ver
a Cin mientras Duncan le hablaba—. Te lo advertí. Aléjate de ella.
Cin sonrió y luego me apuntó.
Aunque los hombres parecían tener más o menos la misma edad, había algo en
Duncan que hacía pensar que era mucho mayor.
Duncan giró y me tomó del brazo. Me hizo volver bajo el arco del vestíbulo que
ocultaba la escalera por la que había bajado.
—Vete. A menos que tengas ganas de morir. —Me dio un pequeño empujón. La
risa maníaca de Cin me sacó de mi curiosidad. Eso y la mirada de muerte que Duncan
me dirigió me pusieron en movimiento.
—Su muerte sería la salvación para ambos. Es mejor que yo acabe con su vida
mientras el Oscuro la busca —dijo Cin, con los ojos llenos de fuego infernal.
32
Fiona apareció convenientemente como si fuera convocada por el amo del
castillo, o laird, como ella lo había llamado.
—Vamos a llevarla a su habitación, señorita.
Su tirón del brazo me ayudó a apartar la mirada. Subimos las escaleras a toda
prisa. Mi corazón se aceleró como un millar de caballos salvajes cuando subimos los
tres pisos. Entré en mi habitación como si fuera un refugio seguro. Cuando me giré,
Fiona estaba de pie justo al lado de la puerta con una expresión hosca.
Extendí la mano para evitar que la puerta se cerrara mientras el presentimiento
me golpeaba. Era demasiado tarde. La puerta se cerró con un chasquido, y un
resplandor brilló en los bordes de la puerta. No tuve que probar el pomo para saber
que estaba encerrada, pero lo intenté de todos modos.
—Desbloquea esta puerta —grité, en vano. Golpear la puerta no cambió el
resultado.
Retrocedí para patear la puerta y en su lugar la atravesé.
El vestíbulo de más allá era el mismo, pero diferente. Antes, el castillo parecía
estar vacío de cualquier persona aparte de Duncan y yo. Ahora bullía de actividad. El
signo revelador era que los que pasaban no llevaban ropa moderna, y los apliques
estaban iluminados con velas.
—Señorita. Ha llegado.
La mujer que habló llevaba un vestido tubo cubierto por un delantal y el cabello
igualmente cubierto por una cofia blanca. No la reconocí. A la mujer que estaba a su
lado la reconocí como Fiona. Ambas miraron mi camisón y me empujaron de nuevo a
la habitación. Esta vez, no pasé. La mayor de las dos mujeres utilizó el pomo y abrió
la puerta. Me empujaron al interior con su ayuda.
Los muebles de la habitación eran muy parecidos, excepto que no parecían
antigüedades. Parecían recién construidos. Una mirada a mi derecha encontró una
diferencia. El baño adjunto no estaba allí.
—No podemos dejar que mi lord la vea así. Fiona, dile a mi lord que ha llegado.
Entonces calienta el agua. —Su nariz se arrugó—. Necesita un baño por el largo viaje.
Me olfateé el brazo y no olí nada raro. Pero tampoco llevaba perfume, que creía
que era una cosa de esta época.
—¿Dónde están sus criadas, milady?
Temía que si abría la boca, me delataría. Claramente, ellas pensaban que era
otra persona.
33
Y como esperaba, ella llenó el silencio.
—¿Están en la ciudad? —Me encogí de hombros—. Tal vez recibieron el mensaje
de mi lord y se regresaron. —Entonces murmuró para sí misma.
Fiona regresó, pero extendió una mano para impedir que alguien entrara.
—Mi lord, ella no está lista para ser vista.
Entonces oí su voz. Aunque sólo la había escuchado un par de veces, y su acento
era mucho más grueso, reconocería su voz en cualquier lugar.
—¿No se me permite ver a mi novia? —bramó.
¿Novia? ¿Qué? No me atreví a girarme para mirarlo ni a hablar. No podían
descubrir que no era quien creían que era. Si de alguna manera había aterrizado en
el pasado, este tiempo no era nada amable con las mujeres. Podía ser asesinada por
el capricho de cualquier hombre antes de encontrar el camino de vuelta. Así que no
vi la cara del siguiente hombre que habló.
—Has visto una foto. Ahora deja trabajar a las mujeres, Duncan.
¿Qué haría cuando no me pareciera a la mujer con la que había pensado casarse?
—La envié lejos —dijo Duncan—. No sé por qué está aquí.
—Es bueno que ella no escuche —dijo el otro hombre—. Nuestro rey ha hecho
un trato que estás obligados a cumplir. El prior está en camino. Ven. Tienes que
prepararte.
—Fiona, date prisa, niña, tenemos trabajo que hacer —dijeron las mujeres
mayores.
Mientras se afanaban en bañarme con aceites perfumados de flores y en
peinarme, cerré los ojos y me propuse volver a mi tiempo. Nada de eso funcionó.
Nunca me había desnudado delante de nadie. Sin embargo, me vi obligada a
permanecer de pie mientras las dos mujeres me vestían. Primero vino algo entre un
blusón y una funda de color blanco. Luego vino el corsé que rompía las costillas.
Podría haber gemido cuando me apretaron los cordones lo suficiente como para
asfixiarme.
Cuando Fiona se acercó con el vestido, me quedé boquiabierta, y no era por el
corsé. El vestido tenía que ser la cosa más glamurosa que había visto nunca. Era de
color azul real con bordados de hilo de oro que tenían todas las cualidades de una
princesa que había deseado de niña. El corpiño se estrechaba en forma de V junto
con una falda completa. No era del tamaño de Cenicienta, pero estaba hecho para una
futura reina.
34 Sobre mi pecho, me adornaron con un plaid rojo apagado con rayas verde y
rayas más finas del mismo azul de mi vestido.
Me recogieron el cabello y lo trenzaron en una larga trenza adornada con
pasadores rematados con cuentas doradas. Encima de mi cabeza, me colocaron un
velo, y colocaron el encaje atado para cubrir completamente mi cara. Fue lo único
que agradecí mientras me sacaban de la habitación.
Subimos las escaleras de la torreta hasta llegar al segundo piso. Allí caminamos
hasta el final del pasillo, donde nos esperaban dos hombres. Uno extendió su brazo y
yo enhebré el mío a través del suyo.
—No se preocupe, lass. El ladrido de Duncan es más aterrador que su mordida.
Es un buen hombre y hará lo correcto por usted.
Su voz me resultaba familiar, y lo situé como el mismo hombre que había
hablado antes con Duncan fuera de mi habitación. Debían de ser amigos o familiares
cercanos. Bajamos por una amplia escalera, con intrincados detalles de madera
donde deberían estar los husos, hasta llegar a una multitud de personas. El hombre
que aún me sostenía del brazo me guió hacia la derecha, lejos de la multitud.
El pasillo no era grande, y podía oír a la gente charlando detrás de nosotros.
—¿Qué es lo que lleva puesto? —preguntó una mujer en voz baja.
—He oído que su padre le ha ordenado que se cubra completamente. —Otra
mujer se rio.
—Debe ser fea entonces. —Un hombre se rio.
—Su padre quiere que Duncan diga “sí, quiero” antes de que la vea bien —dijo
otro hombre ante una ronda de risas, antes de que finalmente me obligara a no
escuchar.
Me preocupaba lo que pasaría cuando Duncan me viera, pero no por las razones
que ellos suponían. Cuando se enterara de que era una impostora, ¿me colgarían, o
tal vez me enviarían a la guillotina? ¿O eso ya se había inventado?
Seguimos el pasillo hasta un cruce en T y nos dirigimos a la derecha.
Continuamos hasta el final, donde se abrían unas puertas dobles con cruces doradas
incrustadas. Dentro había una versión en miniatura de una capilla, desde una gran
pero sencilla cruz de madera en la pared del fondo hasta la fila de bancos que eran
más bien bancas. Los asientos ya estaban llenos, pero lo que me llamó la atención fue
el hombre que estaba de pie junto a un sacerdote completamente vestido, incluyendo
un gorro elaborado y adornado.
Los ojos de Duncan se centraron en mí como si pudiera ver a través del encaje.
Mi pulso se aceleró a medida que me acercaba, dejándome adivinar si era el miedo
35 a ser descubierta o lo guapo que era lo que me dejaba sin aliento.
Llevaba un abrigo de terciopelo azul que hacía juego con el color de mi vestido.
También llevaba un plaid sobre el pecho del mismo color que el mío. Llevaba el
cabello oscuro atado hacia atrás, dejando su rostro angelical para que todos fueran
testigos de lo guapo que era en realidad.
Era realmente injusto lo atractivo que era y, por primera vez, sentí una punzada
de inseguridad que eclipsó mi preocupación por no ser la mujer que él creía que era.
¿Me encontraría agradable? Su yo moderno no parecía hacer más caso que reconocer
que yo era una mujer. Aparté esos estúpidos pensamientos, ya que no eran
importantes. Sin embargo, las palabras de los chismosos habían calado.
Mis pensamientos se desviaron cuando me encontré en la parte delantera de la
sala, de pie junto al enigmático hombre mientras se movía para mirar al sacerdote.
—Mi lord, ¿la versión corta o la larga? —preguntó el sacerdote a Duncan.
—Corto. —Su palabra fue cortada, y probablemente era obvio para todos que
no quería estar aquí.
No me consideraría demasiado religiosa. Aunque mi madre me había llevado a
misa y a confesarme con regularidad, no me había sentido tan atada a la práctica como
ella. Me había tomado esos momentos como un puro disfrute de estar fuera de casa.
La iglesia o el mercado eran los únicos momentos en los que me liberaba de los
confines de mi casa, y siempre acompañada por mi madre. La mayoría de las veces,
había estado demasiado ocupada observando a la gente como para prestar atención
a las enseñanzas de nuestro sacerdote.
Sin embargo, sabía lo suficiente para seguir el ritual y me arrodillé ante el
sacerdote cuando me lo indicó. Hablaba en latín, lo que suponía una diferencia
respecto a mi época y a la iglesia, pero no me sentí fuera de lugar. Excepto por
casarme con un hombre que no conocía.
Eché un vistazo a mi periferia y observé a Duncan. Sus ojos estaban cerrados
bajo el barrido de unas pestañas imposiblemente largas. Si hubiera sido una mujer
vanidosa, estaría celosa. Seguí su perfil hasta su nariz alpina y su generosa boca. De
repente, las ganas de besarlo me golpearon con tanta fuerza que me habría
persignado por lo perversa que me sentía en este lugar de culto. Por suerte, me
detuve ya que no creí que eso fuera a salir bien. Desvié rápidamente la mirada.
—Milady —instó el sacerdote.
—¿Eh? —dije, que no era un ruido que una mujer con el título de “lady” debería
pronunciar. Menos mal que apenas había sido un susurro. Sin embargo, sentí el ardor
de los ojos de Duncan sobre mí.
El sacerdote se inclinó un poco.
36 —Lo siento. Estoy sustituyendo al prior Caton, que se ha puesto enfermo. ¿Cuál
es su nombre?
Sin pensarlo, dije:
—Elin. —En el momento en que salió de mis labios, contuve la respiración por
miedo a que Duncan se levantara y me llamara como la impostora que era.
—Extiende tu mano derecha —dijo el sacerdote.
Levanté la mía, al igual que Duncan, y esperaba que me pusiera un anillo
mientras decía sus votos. En lugar de eso, su mano cubrió la mía y una carga eléctrica
subió por mi brazo. Él también debió de sentirlo, ya que sus ojos se agrandaron con
sorpresa ¿o era alarma? No estaba segura, mientras me miraba fijamente. Sus ojos se
desviaron rápidamente hacia nuestras manos cuando el sacerdote las envolvió en
seda azul. Un cosquilleo se posó en mi muñeca, pero no pude ver. Incluso cuando se
retiró la tela, la manga de mi vestido se extendió hasta cubrir una parte de mi mano.
Hasta que no me desnudara, no podría investigar el origen del dolor.
—Repite conmigo. “Yo, Elin, tomo a Duncan como mi esposo y te prometo mi
fidelidad”.
Al menos, su elección de palabras me confirmó que no estaba en mi época. Hice
lo que me pidió y hablé despacio y en voz baja. Esperaba que Duncan no captara mi
acento americano, algo improbable en esta época. Tampoco podía fingir lo que no
sabía. No tenía ni idea de la procedencia de su futura esposa, aunque supuse que sería
en algún lugar de Escocia.
Entonces fue el turno de Duncan.
—Yo, Duncan, tomo a Elin como mi esposa y le prometo mi fidelidad.
El sacerdote se dirigió entonces a la multitud y no a nosotros.
—Tengo entendido que los regalos ya han sido intercambiados.
¿Se refería a los regalos de esponsales? No pude preguntar.
—Aye 2 —dijo alguien por detrás de nosotros.
—Bien, entonces —comenzó el sacerdote—, que este compromiso se mantenga.
—Quitó el paño que ataba nuestras manos, aunque Duncan no la soltó. Entonces el
sacerdote añadió—: Los declaro marido y mujer. —La multitud rugió detrás de
nosotros. Cuando se calmaron lo suficiente como para que Duncan pudiera escuchar,
el sacerdote dijo—: Ya puedes besar a la novia.
Duncan utilizó su asidero para ayudarme a ponerme de pie. Luego se enfrentó a
mí. Para que las cosas no se pusieran incómodas, yo también me enfrenté a él. Tomó
sus dos manos y levantó lentamente mi velo.
37 Quería cerrar los ojos, temiendo su juicio y su decepción. Ambos serían un
golpe. Pero no mostró ninguna de las dos cosas mientras dejaba caer el velo detrás
de mi cabeza. Su mirada estaba fija en la mía.
—Vamos. Es una lassie bonita —gritó alguien.
Se inclinó y el tiempo pareció detenerse hasta que sus labios se encontraron con
los míos. Fui yo la que se quedó con las ganas cuando depositó en mis labios lo que
sólo podía llamarse un beso casto.
Entonces se dio la vuelta, deslizó su mano derecha en la mía izquierda y me
condujo fuera de la capilla.
El temor me llenaba a cada paso. Este Duncan no me gustaba mucho más que el
Duncan de mi época. Me consideraba sin ego, pero la decepción me dolía en el alma.
No podía comprender por qué. Apenas conocía al hombre. Había un dicho que decía
que el corazón quiere lo que el corazón quiere. Sin embargo, ¿no había que conocer
a una persona para eso? No creía en el amor a primera vista. ¿Por qué iba a creer?
Nunca había besado a un hombre hasta hoy y mi primer beso sería para siempre el
recuerdo de un hombre que odiaba verme. ¿Era por eso que me dolía tanto?
Había estado tan metida en mi cabeza que no había prestado mucha atención a
dónde íbamos. Cuando llegamos, reconocí el gran salón donde Duncan comía en mi
época actual. Estaba transformado. Las paredes estaban adornadas con estandartes

2 Aye: Sí.
con los colores de la tela escocesa que yo llevaba e incluían un escudo familiar. Había
varias mesas largas paralelas a la que había visto a Duncan sentado.
No me llevó a una de esas. Me hizo desfilar entre la multitud hasta una mesa
perpendicular al resto en la cabecera de la sala, en el moderno escenario que Duncan
había contemplado hace apenas unas horas desde mi perspectiva.
A pesar de no querer casarse conmigo, Duncan retiró mi silla y me ayudó a
sentarme. Recordé las palabras de su amigo de antes, diciendo que era un buen
hombre. ¿Lo era? El jurado aún no lo sabía.
Dos sirvientas vinieron y pusieron los platos delante de nosotros junto con dos
tazas llenas. Aproveché para echar un vistazo a ambos lados. El hombre que me había
acompañado por los pasillos y por el pasillo hasta un Duncan que me esperaba estaba
sentado a su lado. Captó mi mirada y sonrió.
—Deberías estar contento, hermano —le dijo a Duncan con una sonrisa traviesa.
—Bi sàmhach, Eaon —dijo Duncan. No tenía ni idea de lo que significaba eso,
pero el hombre al que Duncan llamaba Eon, o al menos así sonaba si tenía el nombre
38 correcto, se reía bulliciosamente—. Ya puedes comer, lass —me dijo Duncan.
Por la orden en su voz, no estaba segura si era una orden o un permiso.
Cualquiera de las dos cosas me irritaba a pesar de que mi estómago retumbaba. No
sabía cuándo había sido la última vez que había comido. Tuve que recordarme que
en esta época se me consideraba una propiedad, y eso no me gustaba.
Su mirada se volvió gélida.
—¿Necesitas uno de esos tenedores?
Le devolví la mirada y agarré con los dedos lo que parecía ser un tipo de ave y
me lo metí en la boca. Dada nuestra proximidad al mar, probablemente era una
muestra de riqueza comer esto y no el abundante pescado. El sabor era agradable,
pero enseguida busqué mi vaso para quitarle el gusto. Cuando lo levanté, el líquido
oscuro chapoteaba. Nunca había tomado alcohol y supuse que se trataba de la
cerveza de la época. Sorbí tímidamente. Era agria y dulce y no estaba nada bien. La
dejé.
Un hombre en el que no había reparado a mi derecha dijo:
—¿Vas a escribir a tu padre para que sepa que estás bien atendido?
—No me importa lo que piense su padre. Ahora es mía —dijo Duncan con una
firmeza que hizo callar al hombre de la calle.
Cuando la conversación se agotó mientras todos los que estaban a mi lado
comían, me fijé en la música que sonaba de fondo. Localicé al pequeño trío en la
esquina del fondo. Tenían un arpa, lo que parecía una flauta, pero no del tipo plateado
de mi época, y algo que era como una guitarra pero no. Tenía cuerdas, pero era más
pequeño que una guitarra, pero quizá un poco más grande y con una forma diferente
a la de un ukelele. Nadie usaba gaitas, aunque vi algunas en el suelo cerca y eché de
menos no oírlas. Aunque la música era bastante agradable.
—Pa, pa. —Un niño pequeño salió corriendo de la nada, ya que no había visto
de qué dirección venía. Subió las escaleras y apenas pudo ver por encima de la mesa
mientras estaba de pie junto a ella.
—¿Qué es? —preguntó Duncan.
El niño sacó un anillo de flores de su espalda.
—¿Es mi nueva madre? —preguntó.
Mis ojos volvieron a mirar a Duncan. Tenía curiosidad por saber cómo
respondería.
—Te dije que lo hablaríamos mañana —dijo Duncan—. Tendrás la oportunidad
de conocerla entonces.
39 Probablemente porque las reglas de este tiempo lo dictaban, el hijo de Duncan
no me miró cuando hizo su siguiente pregunta.
—¿Puedo darle esto ahora?
—Puedes —respondió Duncan.
Finalmente, el pequeño me miró directamente en lugar de las rápidas miradas
de momentos antes.
—Su corona, lady.
—Es “milady” —corrigió Duncan.
—Milady—dijo el niño e inclinó la cabeza. Tomé la corona floral de su mano con
sus flores en forma de campana de un color entre azul y púrpura—. Son las
campanillas escocesas. —Sus ojos bajaron.
—Es precioso —dije, esperando devolver la luz a sus ojos.
Ahora que estaba segura de que no estaba en mi tiempo, ver que Fiona pasaba
por delante solidificó ciertas verdades duras para mí, como lo que significaba para la
Fiona de mi tiempo si estaba aquí en este. La detuve.
—Fiona.
Se puso en marcha como si le sorprendiera que alguien de la mesa alta en la que
estábamos sentados la llamara por su nombre. Sonreí, y ella se apresuró a acercarse.
—¿En qué puedo ayudarla, milady?
Esta “milady” iba a tardar en acostumbrarse.
—¿Puedes quitarme el velo? Me gustaría llevar mi nueva corona. —La levanté
para que todos los que estaban prestando atención la vieran.
Ella sonrió antes de inclinar la cabeza.
—Sí, milady. —Luego se apresuró a rodear la mesa y me despojó del velo. No
me di cuenta de lo pesado que había sido, en sentido figurado y físico, hasta que
desapareció. Entonces me coronó con la corona de flores.
—¿Cómo me veo? —le pregunté al hijo de Duncan.
—Hermosa —dijo. Captó una mirada de su padre que yo no vi y, con un gesto
de la mano de Duncan, se marchó antes de que pudiera preguntar su nombre.
Un hombre al final de la mesa anunció con alegría:
—Y ya tenemos a nuestra reina.
La multitud lanzó un coro de “A nuestra reina” que reverberó en la sala.
Mi mandíbula se abrió un poco y tuve que detenerla antes de que cayera al
suelo. No era historiadora, pero no recordaba a ningún rey de Inglaterra o de Escocia
40 llamado Duncan.
El hombre del otro lado se inclinó hacia mí.
—Apuesto a que tu padre no se dio cuenta del partido tan favorable que había
hecho. Se casó con el rey de Escocia.
Como no había sabido de un Duncan como rey de Escocia, tuve que suponer que
los lugareños lo aceptaban como tal, pero aún no había sido coronado en verdad.
Algo había sucedido después de que Duncan salvara a algunos del clan McAllister
mientras estaba en Kintrye. Había desaparecido de allí y había acabado aquí. Ivor
había dicho que nos dirigíamos al norte cuando me condujo a este castillo. Supuse
que estábamos en algún lugar de las tierras altas sobre las que había leído y que
Kintrye estaba en las tierras bajas. El motivo por el que este grupo quería a Duncan
como rey era una incógnita, ya que no estaba escrito en los libros de historia.
Duncan protestó de inmediato.
—No soy el rey de Escocia. El maldito Carlos lo es.
—Es el rey de Inglaterra —gritó alguien desde lejos.
—Claro que sí. Es lo que el pueblo quiere. Te ven como su rey —protestó Eaon.
El puño de Duncan golpeó la mesa.
—Entonces esta boda es para nocht. Incluso dijiste que debía hacerla por mi rey.
—Su ira silenció nuestra mesa, pero los susurros pasaron por la multitud en general.
Su conversación murió con la marea de la curiosidad.
—Bueno, creo que es hora de la ceremonia de la cama —llegó una voz desde el
extremo de nuestra mesa.

41
L
os estruendosos vítores ocultaron mi desconcierto. No era posible que
quisieran decir lo que parecía. ¿Una ceremonia de cama?
—¿Esto es necesario? —preguntó Duncan—. Es una vieja tradición.
—Sí, mi lord. El rey lo ordenó así. Quiere asegurarse de su cumplimiento. —Fue
el sacerdote quien habló, aunque sus palabras habían sido mesuradas, dada la charla
anterior sobre que Duncan era el rey legítimo—. Harás lo que tu rey te ordena,
¿correcto?
La habitación se había vuelto lo suficientemente silenciosa como para que el
sonido de los pies de la silla rozando el suelo cuando Duncan se levantó bruscamente
42 fuera atronador.
—Acabemos con esto —gruñó Duncan.
Una nueva ronda de aplausos recorrió la multitud ebria mientras golpeaban las
jarras de cerveza en apoyo de este decreto.
Yo, por el contrario, miré fijamente la mano que Duncan me tendía. Durante un
breve instante, estuve a punto de mandarlo a la mierda, un término que había
escuchado muchas veces en los programas que veía para entretenerme.
Probablemente, no lo entendería y sólo me metería en problemas. Él era el lord, o el
rey, según a quién se le preguntara. Mi destino estaba en sus manos. Así que tomé la
suya.
No me levantó de un tirón, a pesar de su estado de ánimo. Fue suave pero firme,
ayudándome a ponerme de pie. Por un segundo, su mano se posó en la parte baja de
mi espalda, provocando escalofríos en todo mi cuerpo. Pero ambos desaparecieron
tan rápido como habían llegado. En lugar de eso, pasó mi brazo por el suyo mientras
volvíamos a desfilar por el castillo.
Arriba, arriba, arriba, fuimos al tercer piso donde, para mi sorpresa, terminamos
frente a mi puerta. Qué rápido había reclamado la habitación a pesar de que aún no
había pasado un día completo allí, ¿o sí? Los cambios de tiempo tenían mi cerebro
confundido.
Mi estómago protestó, recordándome que había comido poco. Al mismo tiempo,
se me hacía un nudo ante la perspectiva de lo que vendría después.
¿Cómo podía seguir con esta farsa? Sí, mi vida estaba en juego, pero dar mi
virginidad a un hombre que había dejado muy claro que no me quería ni en esta
época ni en la mía era una píldora difícil de tragar. Que arruinara mi primer beso era
un juego de niños comparado con esto.
Sin embargo, la lady -yo- no protestó o algo así. Abrió la puerta y pasamos. Una
docena o más de personas nos siguieron dentro.
La cama, a la que antes había dado poca importancia, resultaba ahora
desalentadora. La tela transparente que colgaba del dosel y que había sido atada a
cada poste como decoración se extendía como una endeble cortina entre nosotros y
los espectadores.
—Estará bien —me susurró Duncan.
No me había dado cuenta de que mi respiración se había vuelto agitada. Estaba
a punto de hiperventilar.
—Tranquila ahora. Sigue mis indicaciones y todo irá bien —dijo.
Miré por encima de su hombro a la galería de cacahuetes, salivando ante la
43
perspectiva de que perdiera mi virginidad.
Su mano se levantó, pero se detuvo.
—Fiona —gritó.
Debía de estar justo al lado de la puerta porque entró corriendo.
—Sí, mi lord. —La pobre chica parecía asustada.
—Quítale este vestido —ordenó.
Mis ojos no podían ser más grandes. Iba a desvestirme allí mismo, delante de
todos. Sentí que una fina capa de sudor cubría mi piel mientras me preguntaba en qué
momento, si es que había alguno, podría poner fin a esta locura y sobrevivir.
Sus palabras se repitieron en mi cabeza. Tranquila ahora. Sigue mis indicaciones
y todo irá bien. Era como si las hubiera repetido sólo para mis oídos. Me encontré con
sus ojos y me sostuvo la mirada. Por alguna extraña razón, me invadió una sensación
de paz. Mi mirada no se apartó de la suya durante todo el tiempo que Fiona trabajó.
Cuando liberó los botones de mi espalda, el vestido se acumuló a mis pies. Pero
aún faltaba más. Había que quitar el corsé. Una vez que lo quitó, exhalé y aspiré una
bocanada de aire. No sólo porque tenía más espacio para respirar. Sino también
porque Duncan asintió y Fiona se alejó.
Sólo entonces se rompió el hechizo. Se giró y retiró la sábana de la cama.
Agradecí no estar desnuda. Me quedé en una fina camisola, que era mejor que nada.
Me metí en la cama y arrastré la colcha hasta el cuello mientras Duncan recorría la
cama antes de deslizarse por el otro lado.
Fue entonces cuando me di cuenta del pequeño hueco en la cortina transparente
a los pies de la cama. Un segundo después, Duncan se revolvió y estaba encima de
mí.
Todo esto estaba sucediendo demasiado rápido. El pánico me subió a la
garganta. Podía admitir que me sentía muy atraída por el hombre, pero no estaba
preparada para esto.
Todavía no había asentado su peso sobre mí y me sentía preparada para gritar
hasta la saciedad. Aunque estaba casi cien por ciento segura de que eso no detendría
lo que vino después.
Su cabeza bajó y el aire se congeló en mis pulmones. Estaba lo bastante cerca
como para besarme cuando dijo: “Confía en mí” no mucho más que un susurro.
Entonces su pierna se encajó entre las mías y dio un pequeño empujón, para
separar las mías. Cerré los ojos con fuerza y sentí que las lágrimas no derramadas me
44 quemaban el fondo de los ojos. Quiero ir a casa, quiero ir a casa, canté en mi cabeza.
Habría golpeado mis talones tres veces como en El Mago de Oz si él no se hubiera
instalado en el lugar abierto entre mis muslos. Cada centímetro musculoso de su
cuerpo tocaba alguna parte del mío.
Se levantó de repente y agarró la tela de mi camisola. Tiró hacia arriba, y yo
mantuve los ojos cerrados, ya que era la última capa antes de quedar completamente
desnuda. No llevaban ropa interior en esta época. Al menos a mí no me habían dado
ninguna.
—Esto puede doler un poco —dijo.
Una lágrima se derramó de mis ojos. Temía el dolor agudo que se suponía que
iba a producirse después de que su endurecida polla, situada en mi entrada,
avanzara. En lugar de eso, sentí el agudo escozor de un pellizco en el interior de mi
muslo.
Mis ojos se abrieron de golpe y jadeé de la impresión. Era el espectáculo que
querían mientras él bombeaba hacia adelante. Su vara se deslizó sobre mi montículo
sin perforar el santuario interior de mi feminidad. Tres empujones más para el
espectáculo antes de que ladrara a los espectadores:
—Ya está hecho. Pueden irse.
Su orden no dejaba lugar a la desobediencia. Los pies se arrastraron por el suelo
hasta que nos quedamos solos. Cuando la puerta se cerró, se puso de espaldas.
Ninguno de los dos habló durante unos minutos. Le estaba esperando.
Posiblemente estaba dando tiempo a que todos se fueran.
Cuando finalmente habló, lo hizo con la misma voz dominante, pero con menos
volumen.
—Ahora dime, ¿quién demonios eres?

45
C
laramente, no estaba en mis cabales. Una audacia que no había sentido
hace un segundo me reforzó.
—¿Soy tu mujer, o no soy lo suficientemente buena para que te la
folles?
No me preguntes por qué, ya que se me habían saltado las lágrimas ante la idea
de que me quitara la virginidad, pero ahora estaba enfadada porque no lo había
hecho.
—¿Follar? —repitió.
Podría haberme reído de cómo sonaba la palabra saliendo de su boca, pero
46 todavía estaba en la fase de locura.
—Retozar, en la cama, lo que sea. —Me encogí de hombros.
—¿Cogerse, en celo? ¿Es eso lo que quieres decir? —preguntó. Le hice un gesto
brusco con la cabeza—. Eres una mujer extraña con un acento extraño. No eres
Rebecca. ¿Quién demonios eres tú?
—No parecía importarte cuando te casaste conmigo. Pero ahora no puedes
rebajarte a acostarte conmigo.
—No eres mi esposa.
—Lo soy. Todo el mundo lo ha oído. Dije mi nombre. Podrías haber dicho que
no, pero no lo hiciste —dije.
Nos miramos fijamente, yo con la sábana en la mano justo debajo del cuello,
como si eso me protegiera de alguna manera.
—El prior dinnae no me hizo una pregunta para que yo dijera que no.
Supuse que “prior” era lo mismo que “sacerdote” y negué con la cabeza.
—Lo que sea. Dijiste las palabras: “Tomo a Elin como mi esposa”.
—Eres una bruja —se burló.
Eso me detuvo porque esas eran palabras candentes en estos tiempos. Prefería
que me colgaran o me decapitaran antes que sufrir la quema en la hoguera.
—No soy una bruja —dije, con toda mi valentía perdida.
—Entonces, ¿qué significa esto? —Se levantó la manga de la camisa y reveló lo
que parecía ser la mitad de un tatuaje de una mariposa delineada en rojo y azul con
intrincados detalles en su muñeca.
Quise mirar el mío, pero me agarró el brazo izquierdo y me levantó la manga. Y
allí, donde había sentido el cosquilleo durante la ceremonia, había un tatuaje idéntico
de media mariposa. Colocó mi muñeca junto a la suya y juntas formaron el dibujo de
una mariposa completa que pareció brillar durante un segundo.
—Esto es brujería. —Se levantó de la cama y se puso de pie—. No me acostaré
contigo. No te daré hijos.
La luz había desaparecido, y no podía estar segura de que hubiera estado allí en
primer lugar. Levanté la vista hacia él.
—¿Por qué? ¿Qué significa? —Mientras esperaba su respuesta, me centré de
nuevo en el tatuaje que no había puesto allí.
—No importa lo que signifique. Está prohibido. Dejarás este lugar de inmediato.
Eso me sonaba. Casi me burlo: “¿A primera hora o ahora?” cuando llamaron a mi
47
puerta con fuerza.
—Mi lord —alguien llamó desde el vestíbulo.
Duncan me dirigió una mirada helada más antes de ponerse los pantalones y
meterse la camisa antes de dirigirse a la puerta. La abrió de un tirón y la cerró con
fuerza al salir. No pude oír la conversación amortiguada al otro lado.
Las lágrimas de frustración se agolparon en mis ojos. Por un lado, le odiaba y,
por otro, me sentía inexplicablemente atraída por él.
—Viene alguien. —Oí gritar. No venía del pasillo. Me levanté y fui a la ventana.
Corrí las cortinas lo suficiente para poder ver.
Unos hombres alados parecían descender del cielo. Parpadeé varias veces.
Evidentemente, había estado viendo cosas, ya que en su lugar divisé a tres jinetes
montados en caballos que se acercaban. Porque sí, los hombres voladores eran
obviamente lo más extraño que me había pasado. Iban vestidos como los Caballeros
de la Mesa Redonda. Coincidían tanto, al igual que sus caballos, que no podía
distinguirlos.
Mi mente acelerada se cortó cuando Duncan salió disparado del castillo hacia
ellos. Estaba a tres pisos de altura y no podía verlos bien, pero a Duncan lo conocía.
Su forma de caminar y todo lo relacionado con él se había grabado en mi mente.
Lo que no debería haber sido posible es que yo oyera la conversación de abajo.
Pero fue como si la brisa marina llevara sus palabras hasta mí.
—El caminante del tiempo está aquí —dijo uno de los tres, sin el acento escocés
que estaba acostumbrada a escuchar.
—Uriel —reconoció Duncan.
—Esta es tu oportunidad —dijo otro—. No la desperdicies.
Por la postura de Duncan, no estaba contento con lo que decían.
—Deberían irse —dijo rotundamente.
—No lo hagas —dijo Uriel—. Todo será perdonado si dejas el caminante del
tiempo. Te necesitamos. Eres nuestro legítimo rey.
Ahí estaba esa palabra de nuevo. Duncan era un rey, aunque no quisiera
aceptarlo.
—Tienes a Michael —dijo Duncan.
En la fiesta, había mencionado que Carlos era el rey. ¿Era rey de otra tierra o...?
Duncan no era humano, teniendo en cuenta que los humanos no vivían cuatrocientos
años o más y no envejecían ni un día. Si no lo era, ¿en qué me convertía a mí?
48
—El ego de Michael nos llevará por el camino equivocado. Te necesitamos a ti.
Y sabes tan bien como nosotros que el caminante del tiempo está mejor en nuestras
manos que en las suyas. —Hubo una pausa—. Usaremos la fuerza si es necesario.
Duncan extendió una mano como si quisiera alcanzarme. Una luz brillante
recorrió las paredes y pasó por encima de mí.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Uriel—. Esto es una locura.
—¿No lo ves? —dijo el otro. El tercero aún no había dicho nada, pero su mirada
se posó en mí. Casi tropiezo al retroceder, la cortina cayó en su sitio. Pero aún podía
oír—. Está marcada.
Volví a arrastrarme hacia la ventana, preguntándome si se referían a nuestros
tatuajes a juego.
—¿Cómo puede ser eso? —preguntó Uriel.
—El caminante del tiempo debe ser su compañera —dijo el segundo hombre sin
nombre.
—Eso no es posible. No tenemos compañeros —dijo Uriel.
—Ya no es uno de nosotros. —La voz era diferente. Tenía que ser la tercera—.
Esa marca significa que una dentro de esos muros es su pareja predestinada. Él daría
su vida por su pareja. Si no, ¿por qué protegería así al caminante del tiempo? Sí, el
caminante del tiempo es suyo —dijo el tercer hombre al grupo. Se enfrentó a
Duncan—. Hermano, debes luchar contra la necesidad de unirte a ella. Si la entregas,
serás recompensado y te liberarás de la compulsión que sientes. Podrás recuperar lo
que has perdido. —Duncan no dijo nada mientras yo guardaba silencio—. Te daremos
tiempo para pensar en esto. La entregas y te liberarás de esa marca. Serás restaurado
y volverás a estar a su favor. Encuentra la fuerza, hermano, para alejarte de ella.
Estaba claro que no había querido decir hermano de sangre. Parecía más bien
una hermandad entre ellos. Fuera lo que fuera, y no me atrevía a adivinarlo porque la
idea desconcertaba mi mente. Pero lo peor es que me querían a mí.
Me puse en pie y miré a mi alrededor. No había ninguna salida en esta
habitación. Me dirigí a la puerta y la abrí. Estaba a mitad del pasillo cuando oí la voz
de Duncan acercándose. Maldita sea, era rápido.
Teniendo en cuenta la oferta que le habían hecho, tuve que suponer que había
venido por mí. Corrí a mi habitación justo cuando le oí llegar a este piso.
Tenía que salir de aquí. Ese fue mi único pensamiento cuando me olvidé de usar
el pomo de la puerta, y sin embargo la atravesé con facilidad. Sorprendida, me
encontré tropezando al otro lado para recuperar el equilibrio. Fue entonces cuando
49 me fijé en la puerta del baño y en la bañera que había más allá. Estaba de vuelta en
el futuro... o en el presente. Y ya no era de noche, sino de día.
L
o que necesitaba eran respuestas. Me volví hacia la puerta y giré el pomo.
La puerta ya no estaba cerrada y se abrió fácilmente. Subí las escaleras
hasta la habitación de Duncan y no me molesté en llamar, simplemente
entré. Sólo que él no estaba allí.
Me giré y llamé a Fiona. Tal y como esperaba, apareció detrás de mí en un
segundo. Tenía preguntas para ella, pero podían esperar.
—Llévame con Duncan —exigí.
Asintió, pero no bajamos a la gran sala que albergaba esa única y larga mesa en
la que se sentaba y comía Duncan. En su lugar, subimos las escaleras de caracol hasta
50 la cima de una de las torretas. Había una habitación más allá, y Fiona no hizo ningún
movimiento para entrar. Yo me adelanté.
—Ahí estás —dije a modo de saludo.
Estaba de espaldas a mí, lo que me permitía ver su culo perfecto. ¿Y por qué era
yo un lío ardiente de hormonas cada vez que estaba cerca del hombre?
Como no contestó, me dirigí hacia él.
—Sé que me has oído. ¿Qué es esto? —Levanté el brazo, mostrando la muñeca,
y continué—. No estaba aquí cuando llegué. Entonces retrocedí en el tiempo y nos
casamos. Ahora está aquí.
Me estudió como si fuera un proyecto científico.
—¿Qué quieres decir con que no estaba allí?
Alcancé su muñeca derecha, la que tenía la otra mitad de mi mariposa y la
sostuve mientras su manga se deslizaba para revelar la imagen antes de soltarla.
—Esto. Me encerraste en una habitación. De algún modo, atravesé la puerta
cerrada y acabé en el siglo XVI dispuesta a casarme contigo. Entonces, de alguna
manera de culto, te acostaste conmigo pero no. No hubo penetración por tu parte en
una habitación llena de gente. Saliste furioso y tuviste una extraña conversación con
hombres alados. Dicen que soy un viajero del tiempo…
—Caminante del tiempo —corrigió.
Le señalé y acorté la distancia que nos separaba para clavarle dicho dedo en su
pecho duro como una roca.
—¿Ves? Te acuerdas de esto, y sin embargo me odiaste al verme en esta vida y
en la pasada. ¿Por qué?
Me agarró la mano para detenerme. Mientras se cernía sobre mí, podía sentir la
repugnancia que se desprendía de él en oleadas.
—¿Quieres saber por qué me siento así? —Asentí enérgicamente, intentando
que no viera lo afectada que estaba por su contacto—. Tú. —Esta vez, usó la palabra
adecuada—. Me dejas con ganas de ti durante siglos. Cualquier otra mujer con la que
me acueste no hace nada para calmar el dolor de estar entre tus muslos. Odio
desearte. —Me soltó la mano como quien tira algo a la basura—. ¿Eso responde a tu
pregunta?
—No. No respondiste a mi pregunta —me burlé—. ¿Por qué? ¿Qué significa esto?
¿Compañeros predestinados? Estamos casados...
Aunque había escuchado la explicación de los hombres, necesitaba que él lo
51 confirmara. No había aceptado ni negado al hablar con ellos. Pero me había protegido
desde mi llegada, lo admitiera o no. Evitó que Cin me matara y que los hombres me
llevaran. Al menos al principio, hasta que le ofrecieron algo que yo no podía.
—No estamos casados.
Entrecerré los ojos y di un paso atrás para no tener que alargar tanto el cuello
para verle.
—Estamos casados. —Levanté la mano y toqué la corona de azulejos que aún
tenía en la cabeza—. El cura lo ha dicho.
—Prior —dijo.
Le hice un gesto desestimándolo.
—Su hijo me dio esto. Y ya tuvimos esta discusión en 1645.
—Es 1646 —afirmó, pero sus ojos volvieron a dirigirse a la corona floral de mi
cabeza.
—Ves, eso es lo que estoy hablando. Yo estaba en 1646. ¿Por qué no estoy más
asustada por eso? En cambio, estoy más preocupada por el hecho de que de alguna
manera estamos unidos, y me odias por ello. Quiero saber por qué.
Nuestras miradas se cruzaron de nuevo.
—He respondido a eso, lass.
—No es “las”. Es Elin. Y has contestado por qué estás enojado ahora. ¿Pero por
qué me odiabas entonces?
Algo brillante en una vitrina me llamó la atención. Me moví para verlo mejor y
lo alcancé.
Me agarró del brazo.
—No lo hagas. —Podría haber dicho más, pero nos quedamos mirando nuestros
tatuajes que se iluminaban esta vez al entrar en contacto nuestra piel con la del otro.
Sus ojos se fijaron en mí.
—Esta es la razón. El deseo de tirarte al suelo y enterrar mi pene tan
profundamente dentro de ti que lo sientas al día siguiente es más fuerte que los votos
que hice. Los votos que me atan a la corona que no pedí. Estar en una habitación
contigo desde este momento —muestra su brazo—, es insoportable. Quiero montarte
con fuerza y enterrar mi semilla en tu vientre hasta que estés con un pequeño niño
creciendo dentro de ti.
Mis siguientes palabras las cuestionaría durante los días venideros. Eso no
impidió que salieran de mi boca mientras dirigía mi mirada deseosa hacia él.
—¿Por qué no lo haces? —Yo también sentía la atracción, especialmente cuando
52
estábamos cerca. Se había vuelto más fuerte desde que apareció el extraño tatuaje.
Aunque había estado al borde de las lágrimas cuando casi nos acostamos, eso
había sido más bien porque me habían quitado la posibilidad de elegir. Lo que
explicaba por qué me enfadé cuando no se había acostado conmigo, y la elección
volvió a ser mía.
—No puedes decir esas cosas. Apenas puedo mantener el control. He esperado
cientos de años. Y aquí estás en ese pequeño vestido. La tela no resistiría mis manos
de tanto querer probarte.
—Bésame —le supliqué. Sus pupilas parecieron oscurecerse con un tenue brillo.
Continué, casi sin aliento por el deseo—. Arruinaste el primero. Haz un mejor trabajo
esta vez.
—¿Arruinado?
Agité una mano.
—Besa a la novia y todo eso.
Mientras hablaba, se adelantó, y yo retrocedí, paso a paso, hasta que mis palmas
y luego mi espalda se encontraron con la pared.
—Te quería entonces, y no habría podido dejar de tenerte si te hubiera besado
—dijo, apretando contra mí mientras su frente se encontraba con la mía—. Te quiero
ahora.
—Yo también te deseo —admití.
—Todavía eres inocente. No puedo arriesgarme a atarnos a una eternidad
juntos. Pero necesito tenerte. —Su boca cubrió la mía en un beso abrasador. Su lengua
penetró en mis labios como un hombre en una misión. No sabía qué hacer pero le
seguí la corriente, dejando que mi lengua se deslizara sobre la suya, saboreándola—
. Más. —Sus palabras estaban acompañadas de un gruñido. Entonces se puso de
rodillas y apretó su cara contra mi centro—. Necesito probarte, lass.
Podría haberme llamado cualquier cosa en ese momento mientras me retorcía
por mi propio deseo.
—Hazlo —dije, sintiendo que me iba a quemar si no saciaba mi necesidad.
Sus dedos se clavaron en mis caderas mientras recogía la tela. Se levantó con
demasiada lentitud mientras un deseo que nunca había conocido me llenaba hasta el
borde de la locura.
La respiración de ambos era agitada. Tanto, que sentí su aliento en mi montículo
cuando se le reveló. Me miró como si pidiera permiso. No pude hablar y tomé su
cabeza y la atraje hacia mi centro de placer.
53 Me besó el montículo como lo hizo con mi boca, su lengua se sumergió lo
suficiente dentro de mí, que pensé que iba a estallar. Desplazó mis piernas por
encima de sus hombros como si supiera que me había debilitado. Clavé mis dedos
en su cuero cabelludo y me apoyé en su cara. No tardé en explotar con sensaciones
tan grandes que me robaron el aliento. Grité mi liberación y él no paró de deleitarse
conmigo hasta que jadeé de la pura fuerza de ello.
Demasiado pronto, me dejó en el suelo como si fuera de porcelana. Luego, sin
mirarme, se puso de pie. Un impresionante bulto llenaba sus pantalones, y yo era muy
consciente de que me había saciado, pero él no.
Su retirada fue tan rápida que sentí la brisa.
—Espera —llamé tras él.
No se detuvo y corrí a perseguirlo. Sólo que no estaba en el hueco de la escalera
cuando llegué allí. Bajé a toda prisa y me bajé en el primer rellano. Este era su nivel,
uno más alto que el mío. No estaba en el pasillo. El hombre se movía rápido. Llegué
a la puerta de su habitación y entré. Tampoco estaba allí.
—Fiona —grité, pero no vino.
Me tiré en su cama, segura de que volvería en algún momento. Entonces no
había nada más que hacer que resolver todos mis sentimientos. No estaba enamorada
del hombre. Apenas nos conocíamos. Pero me preocupaba por él. Me importaba que
me hubiera dado mucho y tomado poco. Lo que decía mucho de él y confirmaba lo
que su amigo había dicho. Duncan era un buen hombre, incluso cuando no actuaba
como tal. Y definitivamente había una conexión entre nosotros.
Habían pasado muchas cosas. ¿Cuántas horas habían pasado para mí? El viaje a
través del tiempo no contaba, ya que me había parecido un milisegundo cada vez.
Estaba cansada y hambrienta, pero el sueño ganó mientras esperaba.
Me desperté con una mano que subía y pasaba por mi cadera para agarrarme el
pecho. Me cubrí y dije:
—Espera. Primero debemos hablar. —Era importante para mí entender lo que
estaba pasando. ¿Era la magia que creó la marca en mi brazo la que nos utilizaba en
contra de nuestra voluntad? Necesitaba saber si el deseo era algo que estaría ahí sin
él.
—¿Por qué demonios estás aquí? —gritó Duncan en respuesta, apartando su
mano.
Me giré para mirarlo, Duncan del pasado. Aunque era el mismo hombre, había
diferencias. Sobre todo, lo espeso que era su acento. En mi sueño, de alguna manera
54 había viajado al pasado una vez más. Con toda la autoestima que sentía, pregunté:
—¿Quién demonios creías que era, esposo? ¿A quién esperabas en mi cama que
no fuera yo? —El malestar se me revolvió en las entrañas—. ¿Fiona? —pregunté,
odiando pensar que se estaba acostando con ella. Se había convertido en una especie
de aliada.
—No.
Bien, pensé.
—Quienquiera que sea, debería ser despedida. Eres un hombre casado. —
Sonreí con un poco de maldad—. Un hombre marcado. Eso te hace mío.
—Bruja —declaró.
—Insultarme no detendrá tus sentimientos.
Nos enzarzamos en un duelo de voluntades sin palabras mientras nos miramos
fijamente.
—No debes estar aquí. Si quiero verte, iré a verte. —El maldito hombre me
sonrió.
Entrecerré los ojos.
—Oh, ¿una criada puede venir a tu cama, pero no tu mujer?
—No eres mi esposa.
Puse los ojos en blanco.
—Ya estamos otra vez. Estamos casados. Estamos marcados. Tal vez si explicaras
qué voto hiciste, podríamos resolver esto juntos.
—¿Cómo lo sabes?
—Bueno, me lo has dicho, y no preguntes cuándo. Dime qué es un caminante del
tiempo. ¿Quiénes eran esos tipos, como ángeles? Vi sus alas y luego no. ¿Qué soy?
¿Por qué me quieren?
Eso podría haber sido mucho, pero tenía miedo de que si no sacaba todas mis
preguntas, volviera a desaparecer en mí.
Como el destino me odiaba, una versión en miniatura del hombre entró en la
habitación.
—Pa, pa, ven a jugar conmigo.
Duncan me dirigió una sonrisa irónica.
—El deber me llama.
Sólo su hijo estaba concentrado en mí. Me toqué las campanillas que aún
55 coronaban mi cabeza.
—Siento haberlo estropeado.
Sonrió.
—Todavía lo llevas puesto.
—Por supuesto que sí. Soy Elin. —Me senté y le tendí la mano.
Se subió a la cama como si lo hubiera hecho mil veces.
—Soy Cináed.
Antes de que pudiera seguir hablando con él, su padre metió la mano y levantó
al niño, saliendo de la habitación con risitas de niño pequeño a su paso.
Parecía que mis respuestas tendrían que esperar. Pero la próxima vez que viera
a Duncan, no dejaría que esquivara tan fácilmente mis preguntas.
Sólo que la próxima vez que mirara a los ojos del hombre, estaría de espaldas.
F
iona entró revoloteando y anunció tímidamente con la cabeza agachada,
como si no pudiera mirarme, que debía prepararme para el día. Llevaba
una especie de bata en el brazo y se aseguró de que yo estuviera
suficientemente cubierta antes de salir de la habitación de Duncan.
Todavía resultaba chocante todo el ajetreo del pasado que contrastaba
fuertemente con el presente, donde el castillo estaba casi vacío. Otra pregunta para
el futuro Duncan cuando nos encontremos de nuevo.
Aunque ahora tenía tiempo, la Fiona del pasado no podía contarme lo que le
ocurría en el futuro. Así que mis preguntas sobre por qué estaba atada al castillo en
el futuro tendrían que esperar.
56
De vuelta a mi habitación, me sentía como un poni de feria preparándose para
un concurso con la forma en que me acicalaban de pies a cabeza entre Fiona y su jefa,
que no me había dado su nombre. No había hecho preguntas, esperando ocultar mi
identidad para que los rumores sobre quién era yo en realidad no se extendieran por
el castillo. Duncan sabía que yo no era su prometida. No creía que nadie más lo
supiera.
—¿Está preparada para romper el ayuno, milady? —dijo la criada mayor. Asentí
porque era de esperar—. La comida se servirá en el gran salón. —La mujer mayor se
marchó, dejándome sola con Fiona.
Me arriesgué y le pregunté a Fiona en voz baja:
—¿Puedes mostrarme el camino? —El instinto me decía que era de fiar y que no
chismearía si le parecía extraño mi acento.
—Sí, milady.
La seguí fuera de la habitación y evalué mi nivel de hambre mientras caminaba.
Debería estar hambriento, ya que hacía tiempo que no comía nada. Pero no lo estaba.
Quizá fueran los nervios y me obligaría a comer algo.
Había un buen buffet de comida en la única mesa del gran salón. Dónde
guardaban las otras mesas era algo que podría haber preguntado si no fuera por todas
las razones que había callado hasta ahora.
Probé un poco de todo, pero no comí una comida completa. Pensé que mi apetito
llegaría más tarde. Las risas llegaban desde el exterior. La curiosidad me llevó allí a
tiempo para ver a Duncan y a su pequeño hijo en una batalla de espadas de madera.
Observé y me encontré aplaudiendo cuando Duncan dejó que Cin fingiera apuñalarle
en el corazón.
—Señor.
Todos nos giramos para encontrar a Eaon de pie. Llevaba una expresión
solemne en el rostro. Era la primera vez que lo veía.
Duncan le dijo algo demasiado rápido a su hijo para que yo lo entendiera. Por
otra parte, las partes que había oído no parecían inglesas. Se dirigieron a un lado sin
mirar hacia mí. Oí a Eaon decir:
—Encontramos su carruaje... —Antes de que estuvieran demasiado lejos para
oírlo.
Me volví hacia Cin, y parecía decepcionado porque su padre había sido
llamado. Recogí la espada que Duncan había dejado en el suelo y me volví hacia Cin.
57
—¿Me enseñarías a luchar? —pregunté.
—Eres una chica —dijo como si eso lo explicara todo.
—¿Y no debería saber cómo protegerme?
Pareció animarse y movió la cabeza con furia. Luego se puso en posición con las
piernas un poco abiertas, dobló un poco la rodilla con la mano de la espada hacia
adelante.
—Deberías sostener tu espada así. —La levantó como había visto en suficientes
películas para reconocerla. Y así comenzó.
Al cabo de un tiempo, ya había terminado de enseñar y estaba listo para seguir
luchando.
—En garde —dije, dándome cuenta después de que era un término más bien
francés.
Cin hizo una pausa con una sonrisa.
—Suenas raro —dijo. Lo distraje cargando hacia delante. Entonces, estábamos
blandiendo espadas el uno al otro. Aunque él era muy superior a mí en habilidad, me
contuve de los golpes fuertes. La verdad es que fue bastante divertido hasta que mi
pie se enganchó con el dobladillo trasero de mi vestido, y caí al suelo.
Me quedé un segundo con los ojos cerrados mientras Cin preguntaba por mi
bienestar. Como dice el refrán, el viento me había golpeado y me tomé un segundo
para recuperar el aliento.
Cuando abrí los ojos, los azules brillantes estaban demasiado cerca, y mi pulso
se aceleró.
—Está bien —anunció Duncan, tendiendo una mano, que tomé.
La chispa que se creó entre nosotros no fue tan impactante como la primera vez.
Aun así, Duncan me soltó rápidamente. Oculté mi decepción.
Cin le preguntó a su padre:
—¿Podemos seguir jugando?
—Tendrá que esperar. Debo partir desde ahora.
Como cualquier niño petulante que no se sale con la suya, Cin asomó un labio y
le dio la espalda a su padre. Duncan suspiró antes de volver su atención hacia mí.
—Necesito que mantengas a Cin dentro, especialmente cuando se ponga el sol,
hasta mi regreso. Sospecho que sabes por qué.
Aunque no sabía muy bien el por qué, pregunté:
—¿Y obtendré respuestas?
58
—Puede que sea tarde cuando regrese, pero iré a tu alcoba.
Eso me hizo sentir una gran emoción.
—¿Lo prometes?
—Siempre y cuando lo mantengas a salvo, y a ti misma.
—Lo prometo.
Antes de marcharse, susurró:
—No desaparezcas. —Luego se fue.
Algo había cambiado en él. Ya no era tan brusco como antes. Un entusiasmo
revoloteó en mi vientre al saber que iba a venir a mi habitación esta noche.
—Cin —dije, y el chico se volvió con una expresión de esperanza—. ¿Has jugado
alguna vez al escondite?
Cuando negó con la cabeza, le expliqué cómo funcionaba el juego.
—Ahora, cuando me oigas decir: “Listo o no, allá voy”, voy por ti. La única regla
es que tienes que esconderte en algún lugar del castillo, no fuera de él. ¿Estás listo?
—Asintió—. Voy a contar hasta diez. —Se rio y se fue.
Los niños eran resistentes. Cin había mencionado mi acento, pero todo eso se
olvidó por un juego.
—Diez —empecé y conté hacia atrás hasta el uno—. Listos o no, allá voy —grité
y recordé por qué no había hablado.
Oh, bueno, no podía ser muda para siempre. Además, Duncan lo sabía, y le
parecía bien. Era su criterio el que mandaba aquí. Entré corriendo en el castillo con
una enorme sonrisa en la cara. No había jugado antes a este juego con otro niño, sólo
con mi madre. Y aunque era una figura materna para Cin, tenía tantas ganas de jugar
como él.
Mi ritmo se ralentizó mientras revisaba habitación por habitación. Había una
ventaja añadida por haber elegido este juego. Estaba viendo partes del castillo que
no había explorado, como una vasta biblioteca en la que me adentré y en la que
podría perderme con el tiempo suficiente. Las estanterías de más de tres metros de
altura estaban repletas de volúmenes por los que moriría un historiador. En otra
ocasión, pensé mientras me dirigía a la siguiente habitación, llamando a Cin en el
camino.
Por suerte, los sirvientes no me hacían mucho caso a menos que tuviera que
cruzarme con ellos en los pasillos. Decir el nombre de Cin no me delataba, al menos
no todavía.

59 El personal de la cocina no se alegró cuando irrumpí en la sala y me agaché para


mirar debajo de las mesas de preparación. Pero no me detuvieron.
Entonces encontré el lavadero. Eso era diferente. Aquí no hay aparatos de GE,
sino grandes cubos y mujeres que sostienen los dobladillos de sus vestidos mientras
bailan en ellos. El espectáculo era tan extraño que podría haber preguntado qué
estaban haciendo si otras mujeres no estuvieran colgando la ropa limpia en los
tendederos. Una gran puerta que daba al exterior estaba abierta, dejando entrar el
aire fresco. Me di la vuelta y las dejé a su aire.
Al no encontrar a Cin en el nivel inferior, me dirigí a una de las muchas escaleras
de la torre. Me detuve al oír los lamentos. Redoblé mis esfuerzos, levantando mis
faldas mientras corría hacia la parte superior. En el rellano superior, intenté abrir la
puerta, pero estaba cerrada. El llanto se hizo más fuerte y temí que Cin se hubiera
encerrado accidentalmente en el interior.
—Espera —grité y fui por el pomo una vez más antes de usar mis pies para patear
la puerta.
Esta vez, el pomo giró. Me apresuré a entrar para ver una figura agachada de
espaldas a mí que se sujetaba los brazos alrededor de las piernas, se balanceaba
hacia adelante y hacia atrás y lanzaba gritos desgarradores mientras lo hacía.
—¿Cin? —pregunté tímidamente, mientras miraba a mi alrededor.
La persona parecía ser un poco más grande que el niño, pero no estaba segura
por su posición. Además, con toda la tela de las mesas que rodeaban la figura, era
difícil de ver.
—No. Es Margaret —dijo la persona en voz baja—. ¿Está Jamie aquí?
Antes de que pudiera obtener una respuesta, se puso de pie y habló con alguien
detrás de mí.
—Jamie, eres tú.
Lentamente, miré detrás de mí, pero no había nadie.
—Sí, me iré con ustedes esta misma noche. —Sus manos se levantaron como si
aceptaran algo. Luego se dirigió hacia una ventana y sostuvo algo mientras miraba
con ojos de estrella un espacio vacío.
Ver a Margaret interpretar el pasado no me sobresaltó, ya que había visto
fantasmas toda mi vida. Era algo natural, y no le di importancia hasta ahora. A
diferencia de la Jamie de sus sueños, Margaret estaba atrapada en un bucle vicioso
de su pasado porque no quería dejarlo ir. Había llamado a este tipo de fantasma un
remanente y no interactuaban conmigo como lo hacía Fiona en el futuro. Además, por
los programas que había visto en la televisión, la mayoría de los humanos aceptaban
que los fantasmas eran reales y no estaban fuera de lo común.
60
Tendió una mano cuando se subió a algo que no podía ver con ayuda de la
persona invisible y salió por la ventana. Sabiendo que no sobreviviría, no fui a mirar
por la ventana. No quería que esas imágenes se grabaran en mi memoria.
—Padre, no. No iré. Quiero a Jamie. No puedo vivir sin él —gritó Margaret antes
del inevitable grito.
Me di la vuelta y salí de la habitación antes de que toda la escena se repitiera.
Porque eso era lo que hacía un remanente. Vivir lo horrible que los tenía atascados
entre su antigua vida y seguir adelante.
El castillo era enorme, y empecé a creer que tal vez jugar a este juego era una
mala idea hasta que encontré a Cin en la siguiente habitación que miré. El dormitorio
de Duncan.
—Sal, sal, dondequiera que estés —dije, notando que un niño se retorcía sin
poder contener sus risas bajo las mantas de la cama. Corrí hacia delante y aparté las
mantas de un tirón—. Te he encontrado —grité y procedí a hacerle cosquillas.
—Milady. —Me giré para ver a una mujer de rostro severo de pie en la puerta—
. Es hora de la lección del pequeño lord.
—¿Tengo que hacerlo? —Cin hizo un mohín.
—Volveremos a jugar más tarde —prometí.
Cin se tomó su tiempo para llegar a la puerta. Cuando la alcanzó, ella no se fue.
Su ceño se levantó, y lo interpreté como que no le parecía apropiado que yo estuviera
en los aposentos de mi lord. Los seguí a la salida, ya que parecía una mujer que me
crearía problemas si no cumplía sus órdenes.
Me dirigí al gran salón y encontré comida fresca esperando a ser consumida.
Mordisqueé un poco cuando oí que unos hombres entraban en la sala. Siguiendo un
instinto visceral, corrí hacia la otra puerta y me quedé justo fuera de la sala mientras
ellos entraban por la otra entrada.
—Si no quiere ser rey, no se le puede permitir que ostente la corona —dijo un
hombre calvo y rotundo mientras recogía carne de un plato de pescado con los dedos
desnudos. Lo reconocí como el hombre que se había sentado a mi derecha. Había
hecho algún comentario sobre que Duncan era el rey entonces.
—Debe ser pariente de Wallace. No es un Bruce como mis antepasados —dijo
un hombre corpulento con el pelo ralo que le cubría el cuello.
—¿Cómo nos deshacemos de él? —preguntó el calvo.
El otro hombre miró a su alrededor antes de decir:
—Pagaremos a una de las sirvientas que se prostituye para que lo mantenga
61
ocupado. Entonces, justo cuando encuentre la liberación, nuestro cuchillo encontrará
su corazón.
Se rieron y desaparecieron de la habitación. Volví a entrar para que no me
vieran en el pasillo.
Habiendo perdido el apetito, necesitaba encontrar una forma de pasar el
tiempo, ya que estaba desesperada por decirle a Duncan que era un objetivo de estos
desagradables hombrecillos. Aunque Duncan estaba vivo en el futuro, no podía saber
con certeza si eso se debía a que le había revelado el horrible complot. Hasta
entonces, ¿qué hacer? Volví a la biblioteca para buscar un libro, porque estar sentada
en mi habitación mirando la pared era poco atractivo.
La biblioteca era tan agradable como mi primera visita. El olor de las páginas
me dio un consuelo que no sabía que necesitaba. Los libros eran la única constante
en nuestros dos mundos. Saqué un libro encuadernado en cuero marrón al azar y abrí
las páginas. Cada palabra estaba escrita a mano, y la tinta descolorida hacía que las
páginas fueran difíciles de leer. Lo devolví a la estantería y tomé otro. Las páginas de
este libro eran frágiles. Como no quería destruirlo, lo devolví. Me costó varias veces
más encontrar uno que no estuviera escrito en latín, descolorido o a punto de
desintegrarse, hasta que encontré un volumen más pequeño. Se titulaba Doomes-Day,
de William Alexander.
Aunque no estaba escrito con palabras modernas de mi época, era bastante fácil
de seguir mientras me sentaba en una de las sillas de felpa que parecían dignas de
un rey. Ojalá pudiera leer en el jardín o junto al mar, pero esto tendría que bastar.
Contenía un poema sobre el fin del mundo con fuertes temas religiosos. Uno de
los versos era “A los ángeles por todas partes como ellos vuelan, Por la virtud secreta,
espiritualmente preparado”.
¿Sabía este William Alexander que los ángeles caminaban entre nosotros?
Duncan no había confirmado que fuera eso, pero apostaría mi vida por ello. Los
hombres que juraba que tenían alas habían afirmado que él era uno de ellos en algún
momento.
A medida que continuaba leyendo, encontré varias menciones más a los ángeles
que provocaron más preguntas que respuestas. ¿Por qué estaban los ángeles aquí? Si
había que creer a William Alexander, tenían un propósito que conducía al apocalipsis,
si mi interpretación era correcta. ¿Era ese el motivo? ¿O tenían otro propósito? Por la
forma en que mi madre me había contado la historia sobre el pasado de Duncan, lo
habían plantado aquí para asegurarse de que los miembros del clan McAllister
terminaran en América. Ella parecía creer que su perdición era su hijo. Y Duncan
había dejado claro que tenía votos.

62 Era tarde cuando finalmente cerré el libro y lo volví a colocar en el espacio que
había ocupado en la estantería mientras reflexionaba sobre las muchas preguntas que
tenía. Encendí una vela y me dirigí tranquilamente a mi habitación, evitando el gran
salón. Duncan se había ido y yo era una mujer sola. Por mucho que me gustara pensar
que podía manejarme por mí misma, estos eran tiempos diferentes. Cuando caí en la
cuenta de que podían utilizarme como peón para llegar a Duncan, aceleré mis pasos,
encontrando fácilmente mi habitación. Me estaba acostumbrando al lugar. Mañana
exploraría las otras partes del castillo con una escolta, Fiona tal vez.
Con la luna en lo alto y sin que nada malo se arremolinara en el aire, me quedé
en la ventana antes de ceder finalmente al cansancio. Me tumbé en la cama y esperé
que Duncan fuera fiel a su palabra y me buscara a su regreso. Encontré fácilmente el
sueño y soñé con un hombre de magnéticos ojos azules.
Despertada de golpe, me incorporé cuando unos pasos clamorosos se acercaron
a la cama.
—Haz sitio —dijo Duncan, con un acento más grueso de lo que era.
Alcancé la vela aún encendida de mi cabecera y la acerqué para poder ver.
Duncan tenía algo o alguien en sus brazos. Me bajé de la cama mientras Duncan
se movía y bajaba a la mujer dormida.
—¿Quién es? —pregunté, sintiendo el mordisco de los celos en mi lengua.
—Rebecca —dijo—. Mi prometida.
L
as palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía. Mi mirada saltó
entre él y ella.
—¿Por qué la has traído aquí?
En concreto, en una habitación que había sido designada como mía. No lo dije
mientras mi mente llegaba a la conclusión de que había terminado conmigo. Tal vez
me descartaría en favor de ella o, peor aún, me entregaría a los que me cazaban.
—Su carruaje fue atacado por asaltantes. Todos los que la acompañaban habían
muerto y ella había desaparecido. No tuve más remedio que encontrarla y garantizar
su seguridad.
63 —Oh —dije, sintiéndome mal por haberme preocupado por mí cuando ella no
había hecho nada para merecer lo que estaba pasando—. ¿Cómo la encontraste?
—Eaon es un rastreador experimentado. Alcanzamos a los asaltantes. —Se
desplomó en el asiento frente a mi cama, con la cabeza inclinada hacia delante y las
manos ensangrentadas juntas.
Fue entonces cuando me di cuenta de que su camisa estaba rota en algunas
partes y manchada de sangre.
—¿A tiempo? —pregunté, luchando contra el deseo de ir hacia él y limpiar sus
heridas. No tenía nada de lo moderno para hacerlo. Ni siquiera agua corriente. Así
que me quedé quieta.
Se encontró con mi mirada con una angustia que hablaba de la culpa que sentía.
—¿A tiempo para salvar su virtud? —Asentí con fuerza—. Me temo que ella es la
única que puede responder a eso. Debería haber enviado guardias para escoltarla de
vuelta a su padre junto con la carta de que no podía casarme con ella. Ella era mi
responsabilidad.
Recordé que había mencionado a mi llegada que había mandado a decir que la
enviaran de vuelta a casa. Cediendo a la necesidad de suavizar su dolor, me senté a
su lado y tomé sus manos entre las mías. Unas chispas eléctricas me lamieron la piel
y le dirigí una mirada de disculpa por más de un motivo.
—No es tu culpa —lo tranquilicé.
Bruscamente, se puso de pie.
—¿No es así? —Libre de mi agarre, caminó hacia la pared donde en algún
momento del futuro se construiría un baño. En su lugar, se paró frente a la chimenea,
donde ardía un fuego como el que había debajo de mi piel.
—No. Es mía. —Sentí con todo mi ser lo que había provocado al poner un pie
más allá de mi tiempo.
Se giró para mirarme.
—No sabías de la mujer con la que estaba destinado a casarme.
—Tal vez no. Pero yo fui la distracción que te alejó del deber.
—El deber —escupió—. Sería un pobre rey si dejara que una linda lass se
interpusiera entre el deber y yo.
Ya había oído el término “bonnie lass 3” y no pude evitar preguntar:
—¿Crees que soy bonita?
—¿No es obvio?
Me puse de pie.
64
—Nada contigo es...
Nuestra conversación se cortó cuando Rebecca gimió, recordándonos que
estaba allí.
—Duncan —dijo, mientras sus ojos se abrían.
—Sí, lass.
Los estúpidos celos ardían en mis entrañas cuando la llamaba así, a pesar de que
una vez le había dicho que no me llamara con ese mismo término.
Sus ojos se desviaron hacia donde yo estaba. Se incorporó con dificultad.
—¿Quién es ella?
Duncan cerró los ojos mientras se pasaba una mano por la cara.
—Mi esposa.
Sus ojos se agrandaron.
—¿Tu esposa? Yo voy a ser tu esposa.
No se me escapó que había dicho “tu” y no “vuestra”.
Ella apartó las piernas del lado de la cama, ignoró a Duncan y vino directamente
hacia mí con los brazos extendidos. Instintivamente hice lo mismo para protegerme.

3
Bonnie lass: Una mujer joven y bonita podría ser descrita como “una hermosa muchacha”.
Entonces ocurrió lo más extraño. La habitación empezó a iluminarse con un
extraño resplandor que emanaba de mi piel. Su impulso hacia delante se detuvo
demasiado tarde cuando sus ojos se ampliaron con horror. En lugar de la inevitable
colisión, pasó a través de mí.
Me giré, pero ya no estaba. Duncan estaba allí un segundo después.
—¿A dónde fue? —Levanté los hombros encogiéndome de hombros—. ¿A dónde
la has enviado? —bramó mientras colocaba sus manos a los lados de mis brazos para
sujetarme.
—¿Cómo voy a saberlo? Ni siquiera sabía que podía hacerlo.
Dirigió su mirada hacia mí y habló con determinación.
—¡Piensa! ¿Qué pasaba por tu cabeza cuando ocurrió?
—Sentí pena por los dos y deseé que estuviera donde debía estar.
Dejó caer sus manos y la intensidad que solía haber cuando estábamos tan cerca
se apagó. Fue entonces cuando me di cuenta de que sus manos solo habían tocado la
65 tela de mi camisón.
Sus ojos desenfocados se movieron antes de apartarse y volver a ocupar su lugar
en el banco frente a la cama.
—Lo siento —dije porque le había causado más problemas.
—No hay nada que lamentar. No debería haber aceptado la propuesta de
matrimonio en primer lugar.
—¿Por qué? —pregunté.
Cuando levantó la vista, la rabia estropeó sus bonitas facciones.
—Porque no debería estar aquí —rugió. La madera crujió y noté que sus manos
se agarraban al borde del banco. Lo soltó—. ¿Querías verdades? Aquí hay una. Mi
trabajo estaba hecho. La historia que contó tu madre. Caminé por esta tierra para
asegurarme de que el hijo mayor de Jack McAllister llegara en el barco a América.
Pero antes de que pudiera partir y regresar a casa, escuché algo muy extraño.
—Tu hijo —terminé por él.
Asintió.
—Era un sonido inhumano, tan claro por encima del ruido de la batalla, y que no
pude ignorar.
—Sabías que era tuyo —dije. Volvió a mover la cabeza—. ¿Quién era su madre?
—Sabía que en la historia el niño estaba junto a su madre muerta.
Se pasó una mano por la cara como si quisiera borrar su expresión atormentada.
—Tenía mis votos.
No quise preguntar demasiado porque no quería que dejara de hablar, pero
pregunté de todos modos.
—¿Qué votos eran esos?
Su cabeza cayó sobre sus hombros como si le pesara el peso de lo que estaba a
punto de revelar.
—Estaba aquí para servir a un propósito, no para sucumbir a los deseos
humanos. Para eso me enviaron. Cuanto más tiempo estamos aquí, más susceptibles
somos a los deseos de la carne. Se me consideraba uno de los más fuertes de mi
orden, si no el más fuerte. Si alguien podía estar aquí tanto tiempo y no ser víctima de
la lujuria, era yo.
Extendí la mano, queriendo tocarlo con una necesidad profunda del alma, pero
me retiré.
—¿Qué ha pasado? —insistí cuando no parecía que fuera a continuar.
66 —La bruja pasó. Llevaba meses en Kintyre, contento de pasar gran parte de ese
tiempo solo. Me habían dicho que alguien tenía un mensaje para mí sobre un barco
con destino a América. Debía encontrarme con ellos en la taberna del pueblo. Me
senté en el fondo con vista a la puerta, esperando. Lo que no sabía en ese momento
era que una bruja se había disfrazado de moza de bar y seguía ofreciéndome cerveza.
Era demasiado tarde cuando me di cuenta de que no venía nadie y de que estaba
borracho. —Hizo una pausa antes de continuar—. No nos emborrachamos como los
humanos. Lo único que puede emborracharnos sería una poción demoníaca. —Gruñó
en lo que supuse que era frustración, ya que le dolía revivir el pasado—. Entonces vi
a alguien. La atracción era fuerte, como la que sentimos el uno por el otro. Salí a
trompicones por la puerta con la camarera pisándome los talones. Ella me instó a
seguir adelante con pequeños susurros sobre cómo se sentiría satisfacer ese impulso
que sentía con la mujer que había visto.
Suspiró antes de continuar.
—Estaba demasiado ido para detenerme. Vi a la joven entrar en una de las
casitas. Quise preguntarle qué diablos le habían pagado para que me dejara en
trance. Pero cuando la agarré del brazo, el poco control que tenía se esfumó. Me
desperté a la mañana siguiente con la pobre chica encogida en un rincón. Su padre
vino furioso porque le había robado su honor. Le di todas las monedas que tenía y le
hice prometer que la dejaría casarse con el hombre que ella eligiera.
Aunque no lo había dicho, podía sentir su culpabilidad.
—¿No estaba dispuesta?
Se encogió de hombros.
—Creo que no, pero no lo recuerdo. No es que haya cambiado nada. Había roto
un voto y me había acostado con una mujer con la que no podía casarme. —Se frotó
los ojos, aquellos que contenían tanta angustia. Su voz se quebró—. No sabía que la
había dejado embarazada. No volví a la ciudad, prefiriendo quedarme en el castillo y
hacer penitencia hasta el día de la batalla.
Volví al principio de su historia.
—Entonces, ¿cómo escuchaste al niño y supiste que era tuyo?
—Hay un lenguaje que habla nuestra orden. No se enseña. Lo conocemos desde
nuestra creación. No puede ser escuchado por los oídos humanos. —Por eso nadie
más había reaccionado a los gritos del niño, pensé—. No nacemos, no como los
humanos. Oír a un niño hablar la lengua confirmaba quién era, especialmente cuando
estaba a los pies de su madre muerta. Incluso en la muerte, ese sentimiento, la
brujería que sentimos ahora, estaba ahí.
Este trozo de historia le perseguía, como el fantasma de este castillo. Apuesto a
67 que había revivido ese recuerdo cientos de veces desde entonces.
Di un paso adelante.
—Si tuvieras la oportunidad de hacerlo todo de nuevo, ¿lo harías?
Sin dudarlo, dijo:
—No.
Sorprendida por eso, pregunté:
—¿Y perder a tu hijo?
—Estaría mejor. Está prohibido estar con un humano. Si un niño resulta de tales
actos, son cazados y asesinados.
Horrorizada, pregunté:
—¿Por qué?
Finalmente levantó la vista hacia mí.
—Hay votos que no puedo romper. Ya te he dicho demasiado.
No me anduve con rodeos con mi siguiente pregunta.
—¿Eres un ángel?
No me dio una respuesta y se puso de pie.
—Deberías ir a la cama.
—Duncan —dije, agarrando su brazo.
Ambos lo sentíamos. Cuanto más tiempo estábamos allí en la habitación, más el
fuego entre nosotros estaba a punto de explotar, aunque mis manos estuvieran
tocando tela.
—Suéltame, Elin. —Era la primera vez que decía mi nombre y las mariposas
volaron en mi vientre al escucharlo—. Cuanto más tiempo estoy en tu presencia, más
difícil es mantener el control. No quiero perder el control así nunca más. No importa
si ningún hombre en esta tierra, incluyendo al propio rey, me culparía por ceder a mi
deseo, no es lo que soy.
Por desgracia para él, mi control se rompió en el momento en que lo toqué. Me
puse de puntillas y apreté mis labios contra los suyos.
—Maldita seas —dijo justo antes de levantarme y llevarme directamente a la
pared. Su vara, dura como una roca, estaba presionada justo en el punto adecuado
para hacerme gemir. Me penetró mientras deslizaba su lengua entre mis labios
separados.
Luego, igual de repentinamente, me puso de nuevo en pie y puso un metro de
68 distancia entre nosotros. Se pasó una mano por la boca.
—Esto no es una fantasía. Esto es obra del diablo. —Levantó el brazo—. Mi clase
no puede ser marcada. No me dejaré engañar de nuevo. Aléjate de mí.
Salió de la habitación dando un portazo. Me quedé allí deseando, necesitada y
sintiéndome estúpida por todo ello. Me lancé a la cama y sollocé mi rabia sobre la
almohada. Yo no había hecho esta brujería, como él la llamaba. Pero no me había
dado tiempo para exponer mi caso. Tampoco había pedido nada de esto. Sin
embargo, lo necesitaba como el aire que respiraba. Sus reacciones a todo esto me
hicieron caer un poco más. No creía que fuera amor, pero definitivamente más que
gusto.
Me puse de espaldas y pensé en la pobre Rebecca. La culpa que sentía por la
madre de Cin era la misma que yo sentía por Rebecca. Ninguno de los dos se había
propuesto intencionadamente hacer daño a otra persona.
Entonces surgió un pensamiento. Tal vez podría ayudarnos a los dos. Si pudiera
encontrar a la bruja que había hechizado a Duncan, tal vez ella tendría respuestas a
lo que nos estaba pasando. Ella podría confirmar si nuestros sentimientos eran reales
o fabricados. Y tal vez si la encontraba la misma noche que Duncan lamentaba, podría
mantenerla distraída. Y lo que sea que el destino le tenía reservado a Duncan se
desarrollaría sin su interferencia.
Con algo de plan, me levanté de la cama para pensar en cómo activar mi poder.
Hasta que recordé que no le había contado lo del complot contra él.
Salí corriendo de mi habitación pero no lo encontré en la suya. Si no fuera tan
tarde, podría haber ido en su busca. Pero tuve que recordarme que las mujeres no
estaban necesariamente a salvo en estos tiempos. No era a Duncan a quien temía, sino
a los otros hombres que caminaban por los pasillos.
De vuelta a mi habitación, esperé. Intenté moverme en el tiempo para estar
preparada y nada. En algún momento, me quedé dormida, sin saber cómo
transportarme. Me desperté cuando la criada llegó a la mañana siguiente y me dijo
que era hora de prepararme para el día.
Iba vestida de verde con toques de oro. Las sirvientas me habían hecho un
elaborado peinado. Me guardé mis preguntas, esperando ver a Fiona más tarde.
Aquella mañana no estaba allí; había otra persona con la criada mayor que me
atendía.
Luego me acompañaron al gran salón donde a Duncan le gustaba tomar sus
comidas. Estaba allí, al igual que su hijo. Estaban charlando cuando entré. Me llevaron
al extremo opuesto, que bien podría haber estado en otro país por lo cerca que
69 estábamos.
Justo cuando me senté, Duncan se levantó.
—¿Podemos hablar? —dije, antes de que pudiera salir.
Apenas miró hacia mí.
—Luego.
—Es importante.
—Más tarde —dijo y se fue.
Cin se acercó.
—¿Quieres jugar a las espadas conmigo?
—Por supuesto.
De todos modos, había perdido el apetito. Duncan y yo habíamos parecido
cruzar una barrera la noche anterior con su disposición a compartir cosas tan
personales, sólo para que las cosas terminaran con nosotros sin apenas hablar para
cuando terminó. No quería culparlo, ya que no podía negar las conclusiones que
había sacado. Sólo deseaba que viera que estábamos juntos en este lío.
Cin me agarró de la mano mientras salíamos del vestíbulo. Vi a Fiona de pie
junto a Eaon en el pasillo. Ella tenía una sonrisa en la cara, y él llevaba una igual. Me
llenó de calidez ver el romance en ciernes hasta que recordé a Fiona, un fantasma
atado a este castillo en el futuro. Su destino podría no haber sido horrible, ya que no
era un remanente, sino un fantasma con el que podía interactuar como si aún
estuvieran vivos.
El hijo de Duncan me empujó hacia la puerta trasera, que daba a los jardines.
Luego fue a buscar las espadas. Estaba admirando la vista cuando la mujer de rostro
severo que había venido a buscar a Cin para las lecciones del día anterior salió.
—Ahí está —dijo ella.
Miré a mi alrededor. Cin no había vuelto. Me señalé a mí misma.
—Sí, milady. Alguien escuchó que planeabas jugar a las espadas con el joven
maestro Cináed.
—Sí, lo haré.
Sus ojos se entrecerraron un poco, y recordé mi maldito acento americano.
—Bueno, no sé cómo le educaron, pero las damas correctas no tocan la espada
con sus galas.
Odiaba lo pequeña que intentaba hacerme sentir.
70
—¿Eres escocesa? —pregunté porque no lo parecía.
—Lo soy. Pero trabajé en la casa del rey aquí en Escocia desde niña hasta ahora.
Me enseñaron a llevar una casa inglesa adecuada.
Por rey no se refería a Duncan. Se refería a un rey inglés que también había
reclamado el trono escocés.
—Bueno, esta no es una casa inglesa. Mi lord es escocés y yo soy su esposa. Tal
vez debas recordar eso. —Mi atrevimiento probablemente no me favoreciera
teniendo en cuenta el ceño fruncido de su cara.
—Señorita Dougal, ¿es hora de las lecciones? —Cin hizo un mohín.
—No. Todavía no —dijo secamente y se marchó.
—¿Qué tal si damos un paseo por la playa? —ofrecí.
—¿No hay espadas?
Sacudí la cabeza.
—Aparentemente, hoy debo ser una dama apropiada. Pero, ¿tal vez un juego de
escondite? —Entusiasmado con la idea, movió la cabeza con entusiasmo—. Corre
delante, pero quédate en el jardín. —Me detuve y conté hasta diez.
Desde donde estaba, pude ver al joven Cin corriendo hacia el laberinto cuando
volví a abrir los ojos.
—Preparado o no, allá voy —llamé, justo antes de oír que alguien se acercaba.
—¿Querías hablar conmigo? —preguntó Duncan.

71
S
obresaltada, podría haber agarrado mis perlas si hubiera llevado alguna.
—Sí —le dije a Duncan, que no había estado allí ni un segundo antes.
Lo habría sentido. Entonces solté lo que había que decir antes de que nos
despistáramos—. Dos de tus cortesanos, o como sea que los llames,
quieren matarte si no te coronas como rey.
—¿Quién?
Describí a los hombres y, al hacerlo, su ceño se frunció. Cuando terminé, no
habló, pero se movió como si fuera a marcharse.
—¿Por qué no quieres ser rey? —pregunté—. Tienes la corona. —Recordé la que
72 estaba guardada en una vitrina.
—¿Por qué habría de hacerlo? Acabas de hablarme de un complot para
matarme. Es así para todos los reyes. Alguien con ambición siempre querrá matarte
para quitarte la corona. Debería estar hecha de espinas, por la carga que es.
—¿Entonces por qué la guardas? —Me había impedido tocarlo, para que supiera
de qué estaba hablando.
—Dos coronas. Una es una elección. La otra es mi responsabilidad.
Se alejó mientras me preguntaba a qué se refería. Dos coronas. Una de
fabricación escocesa y la otra probablemente de su orden. ¿Qué corona estaba en
esa habitación? Entonces recordé a Cin y aparté esos pensamientos.
A paso ligero, atravesé el jardín principal para alcanzar al niño precoz. Me
gustaba estar al aire libre, ya que no pasaba mucho tiempo al sol.
—Voy por ti —le dije, para que no pensara que me había olvidado de él mientras
avanzaba hacia el laberinto. El día era cálido, no caluroso, y las flores estaban
floreciendo.
Acababa de entrar en el laberinto de setos cuando oí la risa de Cin.
—Puedo oírte —advertí.
Se rio un poco más y pensé en que yo no había tenido una gran infancia. Por
primera vez, me imaginé como madre y todos los momentos maravillosos que pasaría
jugando con mis hijos.
—Cin, ¿dónde estás? —llamé cuando ya no escuché sus risitas.
Unos minutos más tarde, mi modo de pánico se activó cuando todavía no había
oído ni un solo ruido. Me levanté las faldas para moverme más rápidamente. De
alguna manera, acabé en el otro lado del laberinto, cerca de la playa. Cin no estaba
a la vista. Cuando lo llamé, escuché un sonido de resoplido. Allí, justo a mi izquierda,
había un poni—. Vaya —me dije, alargando una mano para tocarlo—. Cin, ven —
llamé por encima de mi hombro, pensando que un poni seguramente haría que se
revelara.
Antes de que pudiera hacer contacto con el poni, me atraparon por la cintura.
—No lo toques. —Las palabras de Duncan pasaron por mi cuello mientras me
izaba de nuevo en el laberinto con un brazo sujeto alrededor de mi pecho y mis pies
colgando del suelo. Por si eso no fuera suficiente, era muy consciente de cómo la
parte inferior de mis pechos estaba sobre su antebrazo.
Él también debió darse cuenta, porque me soltó rápidamente.
—Vete ahora —exigió.
73
—Pero Cin... —dije.
Me cortó.
—Yo me encargaré de él.
—¿Y si...?
—Vete —tronó. Había tanta fuerza detrás de la palabra, que giré sobre mis
talones y corrí, queriendo estar en cualquier lugar menos allí.
Había una oscuridad en él que no había visto antes, y me encontré pensando en
el Duncan de mi época. Y cuando perdí mi siguiente vuelta, levanté las manos para
protegerme de las agujas de los setos que raspaban la piel. Sólo que no tuve que
hacerlo. Esta vez noté el resplandor que me rodeaba antes de viajar por el tiempo y
el espacio.
En el proverbial otro lado, yo seguía en el laberinto de setos. Sólo que había
viajado en el tiempo no sólo en años, sino de la mañana al atardecer, mientras el sol
proyectaba largas sombras. Aceleré el paso para llegar al castillo antes de que
oscureciera.
Ya no necesitaba señales para atravesar el laberinto. Había estado en él las
suficientes veces como para conocer mi camino. Al doblar la última esquina, pude ver
delante la apertura del camino que llevaba al castillo. Me detuve al oír voces.
—¿Dónde está ahora, Gabriel? —preguntó alguien.
—Se ha ido. —Fue Duncan quien contestó, dejándome asumir que Duncan era el
nombre que Gabriel había tomado cuando vino a vivir entre nosotros.
—¿Crees que está en el pasado?
Hubo una ligera vacilación.
—No lo sé.
—Si sabes algo, hermano, dímelo ahora. Todo esto podría terminar. Podrías
volver a casa. Serás restaurado. ¿Nos la entregarás o dejarás que los demonios la
tengan? No se rendirán. Enviarán más de los secuaces humanos que poseen, que
serán más que las plagas que han sido hasta ahora.
Se produjo una larga pausa antes de que Duncan dijera:
—Tal vez.
La traición se sintió como una bofetada. Me puse la mano en la mejilla y giré
hacia el otro lado. Pero no tuve cuidado y la manga de mi vestido se enganchó en el
seto, haciendo sonar las ramas.
74 —¿Quién está ahí? —ordenó Duncan.
Corrí, pero sabía que me atraparían. Pero la respuesta a cómo acceder a mis
poderes me llegó cuando recordé exactamente lo que había pasado por mi cabeza
cuando había viajado hasta mi presente. Sólo tenía que concentrarme en un destino y
desearlo con todo mi corazón.
Duncan me alcanzaría en cualquier momento. Giré a la izquierda y deseé con
todas mis fuerzas. Las lágrimas me nublaron la vista, así que me perdí el resplandor
y tropecé con otro tiempo, otro lugar. Un lugar en el que no había estado y del que
sólo había oído hablar. No estaba segura de cómo sabía que estaba donde quería
estar, pero lo sabía.
Los truenos rodaron por encima de la cabeza. El cielo estaba cubierto de nubes
espesas y oscuras. Todavía no conocía todas las reglas sobre si tenía que ser
realmente de noche o sólo parecerlo para que el velo entre los mundos se diluyera.
A falta de una guía, supuse que tenía que ser realmente de noche. No creía que ese
fuera el caso ahora. La tormenta oscurecía el cielo, no la hora real.
A continuación, todo lo que tenía que hacer era encontrar a la bruja que había
dicho Duncan, como si eso fuera a ser fácil sin una descripción o un nombre. La única
pista que tenía era que había estado en una taberna. Me mantuve alerta mientras
caminaba por el pueblo. No mucho después, me di cuenta de que se fijaban en mí,
probablemente porque llevaba un vestido en tono verde joya digno de una princesa.
Todos los demás llevaban ropas de color marrón sin tintes.
Me metí por un pasillo más pequeño y vi la ropa colgada en un tendedero. Una
capa oscura colgaba allí. Me disculpé en silencio con la invisible dueña y me
comprometí a devolver la prenda cuando terminara. Me metí en la capa y agradecí
que fuera lo suficientemente grande como para cubrir el vestido. Me levanté la
capucha sobre la cabeza, sabiendo que con la tormenta que se acercaba no parecería
sospechosa. Luego volví a la calle principal, bordeada de mercaderes que recogían
sus mercancías, dada la lluvia que probablemente nos empaparía a todos.
Mientras caminaba, pensé en la voluntad de Duncan de entregarme. Lo que
pretendía hacer tenía que ser el compromiso. Si arreglaba su pasado, nuestros
caminos podrían no cruzarse nunca. Podría no acabar en el castillo de cuento de
hadas cerca de los acantilados cuando fui, ya que sólo había dejado a los McAllister
que había salvado para encontrar a su hijo. Me dolía el corazón de pensarlo, pero su
felicidad se había vuelto muy importante para mí en algún momento de este loco
viaje. Si estábamos realmente hechizados, arreglar esto acabaría con el dolor de mi
corazón que tenía por él.
Justo al final del camino, la puerta de un edificio más grande estaba abierta y la
75
música salía a raudales. Desde mi posición ventajosa, a un edificio de distancia, pude
ver a la gente sentada en las mesas del interior. Tenía que ser la taberna.
Por la historia que había contado Duncan, la bruja era camarera allí, a menos que
hubiera otra taberna. Sin embargo, no creía que hubiera competencia para esas cosas
en pueblos pequeños como éste.
Con precaución, me acerqué al edificio y me asomé a la primera ventana que
encontré. Busqué a una mujer que tomara pedidos o sirviera comida y en su lugar
encontré a Duncan. Estaba sentado en la parte de atrás, como en la historia que había
contado. Cuando su cabeza se dirigió hacia mí, me aparté de su línea de visión.
Había retrocedido en el tiempo desde el día en que nos casamos. Este Duncan
no me conocería. Sin embargo, la atracción era más fuerte que nunca. Mi corazón se
aceleró en mi pecho mientras el cielo retumbaba con truenos. Hui, sabiendo que mi
plan no podía funcionar con él ahí dentro.
—Espera. —La voz de Duncan se grabó en mi cerebro y aceleré mis pasos. Hice
un giro brusco cuando volvió a llamarme, probablemente sintiendo la misma fuerza
magnética entre nosotros que yo.
Una mujer me agarró del brazo.
—Ven conmigo —me ofreció.
Nos deslizamos por la puerta junto a la que ella estaba.
—Gracias —dije cuando se cerró la puerta.
Se llevó un dedo a los labios cuando oímos a Duncan llamarme. Estaba cerca. Un
minuto después, cuando me llamó, estaba más lejos. Dejé salir el aliento que había
estado conteniendo.
—Gracias —dije de nuevo.
—No me des las gracias. He estado en la misma situación una o dos veces. Las
chicas deberíamos permanecer juntas. —Odié pensar que había sido acosada.
Parecía joven pero en sus ojos encontré un alma mucho más sabia—. Tengo que ir a
trabajar. Puedes quedarte aquí. Mi padre no volverá hasta el amanecer. Puedo
ofrecerte pan y cerveza.
El sonido de la lluvia torrencial le hizo recoger una capa mientras yo murmuraba
otro gracias.
Asintió y abrió la puerta con cautela antes de salir. El lugar era pequeño, no
mucho más que una habitación en la que había una mesa en el centro, una cama con
trozos de paja que asomaban por la colcha en un lado, y un catre que no podía ver
bien en el otro. En la pared del fondo estaba el hogar con un pequeño fuego. No había
76 mucho más.
Sobre la mesa, una vela encendida iluminaba un cuenco que contenía pan y una
jarra que probablemente contenía la cerveza que ella mencionó. Si hubiera tenido
dinero, le habría dejado algo. No lo tenía, así que no acepté nada de lo que me ofreció.
Me concentré en mis próximos pasos. Tendría que retroceder un poco en el
tiempo si quería atrapar a la bruja. Pero primero tenía que devolver la capa. Tal y
como estaba, estaba raída. Quienquiera que la tuviera la cuidaba muy bien porque
probablemente no podía ser reemplazada. Tenía que devolverla a toda costa.
Era una tontería acercarse a la puerta de puntillas, dada la fuerte lluvia, pero lo
hice de todos modos. Abrí la puerta un poco y no vi nada. Cuando la abrí, Duncan
estaba allí, empapado.
—Eres tú. —Sus ojos inyectados en sangre me tomaron en cuenta—. He soñado
con nadie más que tú durante días.
Era demasiado tarde para esconderse y no podía dejarlo parado bajo la lluvia
torrencial. Di un paso atrás, permitiéndole entrar. Al principio no se movió, sólo me
miró fijamente. Asentí como si necesitara permiso y funcionó. Entró.
—Es como si te conociera de toda la vida por el hecho de quererlo.
Le quité el abrigo mojado y lo dejé sobre la silla más cercana al fuego. Su acento
era más grueso ahora que cuando nos conocimos. Cerró los ojos y empecé a alejarme,
pero me agarró la muñeca.
—El dolor de mi brazo... —Guardó silencio cuando la luz pasó de mi tatuaje al
suyo, los colores siguieron el contorno de mi muñeca hasta la suya. Cuando terminó,
añadió—: Brujería. Pero no lo sé. Te deseo tanto que me duele.
No hizo ningún movimiento para tomarme por la fuerza. Se quedó allí con mi
muñeca en la mano, esperando.
—Di algo —dijo, ligeramente arrastrando las palabras.
Quería llorar por el hombre que sufría la culpa por algo que ahora comprendía
que no había sucedido. Duncan no se movió hacia la cama, aunque podía sentir la
guerra dentro de él como si sus sentimientos fueran los míos. Se alejaría si se lo
pidiera.
Pero no quería hacerlo. En cuanto a la parte de mí que necesitaba ser
convencida, racionalicé que era mejor que fuera yo que una chica cualquiera. Él era
mío y yo era suya, como había decidido el destino. La otra mitad de mí no necesitaba
una charla de ánimo. Estaba dispuesta a todo.
—Tómame —dije.
77
Entonces mi cara estaba entre sus grandes manos. Su boca hambrienta se dio un
festín con la mía mientras yo daba lo mejor de mí. Entonces, alcancé el dobladillo de
su camisa y tiré de ella hacia arriba. Se liberó, sólo para deshacerse de la prenda. Sus
dedos encontraron la cinta de mi capa y la aflojaron. Me encogí de hombros y fui por
sus pantalones.
No había un botón que desabrochar ni una cremallera que soltar, sólo una cinta.
Con un movimiento de muñeca, sus pantalones cayeron al suelo y se quedó de pie
ante mí, un deslumbrante espécimen de perfección masculina.
Cada músculo de su pecho estaba tonificado como si lo hubiera esculpido el
mismísimo Miguel Ángel, hasta la definida V de sus caderas. Pero lo que me fascinaba
era su pene, que sobresalía largo, grueso y duro. Entonces se movió y se colocó
detrás de mí.
—Perdóname, lass. —Fue entonces cuando oí cómo se rasgaba la tela y vi cómo
se soltaban pequeños botones de tela en el aire. Tiró con fuerza de las cintas y
también me liberé del corsé.
Dejé que mis brazos colgaran y la tela se deslizó hacia abajo hasta acumularse a
mis pies, dejándome en la camisola que contenía mi virtud.
Dio un paso atrás frente a mí y tomó su polla en la mano y esperó. De nuevo me
llamó la atención su control porque el mío había huido del edificio hacía rato. Pero
entendí que necesitaba que me quitara ese último trozo de tela por mi cuenta.
Nunca había pensado en novios y en perder la virginidad. Ahora, de pie, no
podía pensar en ningún otro hombre al que quisiera concederle ese honor.
Mientras recogía la tela y la agrupaba en mis manos para levantarla desde las
pantorrillas hasta las rodillas, el recuerdo del futuro Duncan de rodillas ante mí me
hizo sentir una punzada de placer.
Cuando el dobladillo llegó a la mitad de mis muslos, no perdí más tiempo. Sus
ojos hambrientos, llenos de deseo, reflejaban mi propia necesidad. Me pasé la
prenda por la cabeza y esperé.
Avanzó, lentamente al principio, y me rodeó. Se detuvo detrás de mí y me rodeó
la cintura con un brazo para acercarme a su pecho. Me apartó el cabello y me besó la
mandíbula y el cuello. Luego, su mano libre se deslizó hacia abajo para acariciar mi
pecho, acariciando mi pezón con el pulgar.
Me retorcí en su abrazo y me encontré frotando mi culo contra su polla. Su mano
abandonó mi pecho y se deslizó por mi vientre hasta encontrar mi nódulo apretado
por la necesidad. Pasó la yema del pulgar por él una y otra vez, hasta que me retorcí
78 bajo él.
Me hizo girar, me levantó por el culo y me instó a rodear su espalda con las
piernas. Cuando lo hice, su eje rozó mi centro dolorido mientras nos acompañaba a
la cama. Me tumbó y me agarró la muñeca, con la marca encendida de nuevo.
—Eres mía, ¿verdad? —preguntó, y yo asentí—. Di las palabras. Necesito
escucharte decirlo.
¿Cómo pudo creerse capaz de aprovecharse de una mujer?
—Soy tuya.
Entonces, con su brazo izquierdo metido debajo de mi pierna derecha, empujó
hacia delante. Donde yo sentí la punzada del dolor, su cara estaba llena de asombro.
Por un momento, mientras se quedaba quieto, recordé que también era su primera
vez. Había roto su voto de celibato esta noche.
Todo pensamiento racional abandonó el edificio después de eso. Se movía
dentro de mí con un vigor que aumentaba las intensas sensaciones. Cada vez, mi
placer alcanzaba una nueva nota excitante. Él también estaba cautivado por nuestra
maraña de miembros mientras nos movíamos juntos hacia un propósito que no
comprendíamos del todo.
Le arañé el culo, necesitando más. Agarré su hombro, queriendo su boca en la
mía. Agarré un final inexplicable que me robó el aliento cuando llegó. Él también
gritó, con los músculos del cuello tensos mientras avanzaba un par de veces más,
llenándome con su semilla.
Se desplomó sobre mí, pero no me importó. Ansiaba su peso. Era un consuelo
tenerlo tan cerca. Entonces sentí que nuestro lazo se deslizaba en su lugar. El espacio
vacío de mi corazón se llenó. Podía sentir todo lo que él sentía en colores vivos. Estaba
cansado y todavía un poco borracho.
—Eres real, ¿verdad? —preguntó.
Creía que estaba soñando. Extendí la mano y dibujé una línea alrededor de un
lado de su cara.
—Soy real.
Su sonrisa era de asombro antes de hacernos rodar hacia nuestro lado.
—Me alegro de que seas real —dijo. Llevó mi muñeca marcada hacia su boca y
rozó un beso allí—. Mía —dijo, antes de cerrar los ojos y quedarse dormido.
Rodé sobre mi espalda; mi corazón se llenó hasta reventar. Si esto fuera brujería,
lo recomendaría al mundo. Creo que nunca me había sentido tan bien en mi vida.
Cuando él se corrió, yo lo sentí, lo que no hizo más que aumentar mi propia liberación.
Había sido mucho más increíble de lo que me había permitido imaginar.
79
Mi felicidad duró poco, ya que sentí una aceleración en mi vientre. Fue como si
se levantara un velo de mis ojos. Todo tenía sentido. Me levanté de la cama y sacudí
la cabeza al ver mi vestido arruinado. No había forma de salvarlo. El corsé era una
pérdida, ya que no sería capaz de atarlo por mí misma. Acababa de recoger la capa
cuando se abrió la puerta.
Era la chica que había creído que me había salvado. Sus ojos se duplicaron
cuando vio al hombre en su cama.
—Os ha encontrado. —Su mirada se dirigió al suelo y vio los restos de mi ropa.
—Está bien. No hizo nada malo. Te lo prometo. Siento pedirte un favor. Por favor,
deja que se quede. No te hará daño. Lo juro. —Me di cuenta de que mi súplica caía en
saco roto—. Puedes quedarte con el vestido aunque esté estropeado, seguro que vale
algo y el corsé también como pago. Úsalo o véndelo si quieres, siempre y cuando se
quede hasta que despierte.
Miró el vestido durante un rato.
—¿Estás a salvo?
—Sí. Lo juro. Lo invité a entrar —le supliqué.
Ella asintió.
—Una vez que se despierta, se va. Papá estará en casa pronto.
—Gracias —dije, cubriendo mi ropa interior o como se llame con la capa.
Eché una última mirada a Duncan antes de salir, odiando todo lo que vendría
después. Me mantuve atenta a la bruja mientras salía y el evento del pasado se
reproducía en mi presente. Cuando vi a una mujer encapuchada que se dirigía hacia
mí, tuve la fuerte sensación de que era la bruja. Rápidamente, doblé la esquina hacia
el lado de la pequeña casa en la que había estado. Ese lado daba a la carretera
principal, pero la entrada a la misma estaba en la calle lateral de la que había huido.
Un hombre tropezó conmigo.
—Lo siento, lass —dijo, sonando borracho. Siguió adelante, por suerte, pero no
fue muy lejos. Dobló la esquina de la que yo había salido y entró en la casa en la que
yo había estado.
—¿Ahora quién es? —bramó, el sonido penetró fácilmente las paredes hechas
de palos y ramas y no selladas.
Me incliné hacia delante para mirar por uno de los pequeños huecos. El hombre
era el padre de la chica, supuse. Miré al cielo, que todavía estaba oscuro. Había
llegado pronto a casa, según la hora en que ella había dicho que su padre llegaría.
80 La voz de Duncan, lenta, fue la siguiente.
—Lo siento. Lo siento mucho. Toma... —Había echado mano a sus pantalones y
sacó una pequeña bolsa de cuero. Se la tendió al hombre. Estaba segura de que
estaba llena de monedas.
Por mucho que quisiera quedarme, no podía. La parte de la historia de Duncan
sobre este día que debería haberme dado una pista de que el pasado no podía
cambiarse fue cuando mencionó haber sentido lo mismo con la chica que sintió
cuando yo estaba cerca.
No era brujería, al menos no de la manera que él pensaba. Me había sentido.
Había estado aquí en su pasado, mi presente. Habíamos experimentado los mismos
eventos en un orden diferente.
Tenía que irme antes de que me sintiera ahora y su recuerdo de lo que había
pasado cambiara. Algo en mis entrañas me decía que por mucho que quisiera quitarle
su tormento, él era el hombre que era debido a estos acontecimientos. Así que corrí.
El cielo gritaba, y no era por la tormenta. Había caído la noche y me perdí. Podría
haber atravesado el tiempo y haberme salvado. Pero tomar este manto de alguien
podría ser la onda que cambiara la historia.
—Elin. —Fue un susurro malvado en mi oído. Corrí más rápido y finalmente
encontré el tendedero. La ropa seguía allí, así que la capa no se había perdido. Me la
quité de encima y la arrojé sobre el tendedero cuando un hombre, o una cosa,
apareció ante mí—. Pajarito, pajarito, déjame entrar.
Di un paso atrás y alguien o algo me atrapó. En lugar de gritar, me concentré y
dejé que mi cuerpo se convirtiera en un peso muerto. Mi captor no se lo esperaba y
aflojó el agarre sobre mí lo suficiente para que me deslizara en el tiempo como si me
fundiera con el suelo.
Cuando llegué a mi destino, no era la misma que había sido desde que me enteré
de mi don. No era Elin, la adulta, sino Elin la niña. A través de los listones, pude ver
un pasillo que recordaba, pero era diferente igualmente. La mesa que había cerca de
la puerta no era un objeto fabricado en serie que se encontrara en alguna página web
de mi presente. La mesa que estaba allí había sido fabricada a mano con madera
maciza. No era tan fina como los muebles del castillo de Duncan, pero parecía robusta
y resistente para soportar el desgaste del tiempo pasado.
La pared contra la que se encontraba estaba libre de pintura y tenía el color
natural de la madera que las creó. Aunque fue una sorpresa, me di cuenta de que mi
joven yo no estaba en lo que creía que era cerca de mi presente, sino más cerca del
pasado de Duncan.

81 Estaba escondida en un cubículo no muy lejos del pasillo, experimentando mi


pasado como si lo estuviera reviviendo como mi yo más joven.
Mamá yacía de espaldas en ese pasillo. Estaba encogida del hombre que se
cernía sobre ella.
—¿Dónde está el niño? —ladró. El hombre iba vestido con una armadura
cubierta por una túnica azul claro.
Peor aún, podía sentir que no era un hombre agradable, pensó mi yo de nueve
años. Mamá me había dicho que me mantuviera oculta pasara lo que pasara. Pero no
me gustaba la espada brillante en su mano.
—¿Dónde está mi hijo? —volvió a preguntar.
L
os recuerdos se desvanecen con el tiempo y no se puede esperar que uno
recuerde los acontecimientos del pasado con el mismo vigor que los del
presente. Pero al retroceder en el tiempo como mi antiguo yo, me encontré
con todas las cosas que había decidido olvidar.
—Michael, por favor —suplicó mamá.
Michael era mi padre. Me habían dado su nombre como apellido.
—Eres un recipiente, no una madre. Sólo una puta con hábito de monja. Has
hecho tu papel. Ahora entrega al niño.
Mamá cerró los ojos y pensé que me diría que saliera. En cambio, dijo con la voz
82 temblorosa por el miedo o la ira:
—No está aquí.
Como niña, fruncí el ceño por un segundo. Las madres no mentían, así que tardé
una fracción de segundo en darme cuenta de que le mentía para protegerme.
—¿Cuándo volverá? —preguntó el hombre malo.
—No lo sé.
A pesar de todos sus insultos, él también la creyó porque dijo:
—Pero volverá con ese pecador que cree que es su padre.
Mi padre, el hombre que me había criado hasta ese momento, no estaba en casa.
Él y mi madre se habían casado para ayudarse mutuamente. Mamá había estado
embarazada y soltera. Él estaba soltero y con novio. Se habían necesitado
mutuamente para sobrevivir a la vida en Charleston a finales del siglo XVII, cuando
se creó la ciudad.
Una noche, mucho antes de este momento, había descubierto al novio de papá
en su cama. A la mañana siguiente mis padres me explicaron todo. Y sin amigos a los
que contárselo, su secreto estaba a salvo conmigo.
—Sí. —Oí decir a mamá en respuesta a la pregunta de Michael.
Este fue el momento en que debí haberme dado cuenta de que era diferente. Y
probablemente lo hice. Ante el trauma que se avecinaba, había elegido olvidar la
verdad de lo que seguía. La mentira que había vivido era porque la verdad era
insoportable. Sospechaba que mi reciente aceptación de lo que era había
desbloqueado la memoria que ahora estaba dispuesta a recordar.
No pasó ni un segundo entre el “sí” que salió de la boca de mi madre y el
momento en que Michael blandió su espada. El instinto me hizo salir de mi escondite
y acercarme a mamá. Pero no fui lo suficientemente rápida. La espada del hombre
malo se clavó en su pecho como un cuchillo en la mantequilla. Y aunque la agarré de
la mano mientras me deslizaba hacia ella como un jugador de béisbol hacia el
bateador, no fue su forma física la que capté. Pero yo era sólo una niña, y no me di
cuenta de lo que había hecho mientras nos lanzaba hacia adelante en el tiempo.
Los años 1600 no fueron amables con gente como mi madre y mi padre. Una
monja que se encontró embarazada. Un hombre que amaba a otros hombres. Aterricé
a mamá y a mí en los años 2000. La casa seguía en pie y tenía casi la misma estructura.
El pasillo tenía ahora las paredes pintadas y la mesa hecha a mano había
desaparecido y se había sustituido por algo agradable de ver pero que no estaba
hecho con los mismos materiales y la misma mano de obra del pasado.

83 De vuelta al cuerpo de mi presente, me senté meciéndome en medio del pasillo


con lágrimas derramándose de mis ojos. No sabía entonces que había sido una niña
que no tenía a nadie en el mundo, al menos no vivo.
En ese momento, no me había dado cuenta de que podía interactuar con los
fantasmas de una manera que les daba forma física. El espíritu de mamá tampoco
quería dejarme. Ella había sabido lo que era pero me quería lo suficiente como para
seguirle el juego como si todo estuviera bien.
Había creado reglas como la de no salir de casa porque un niño de nueve años
por sí solo se haría notar. Como no era completamente humano, no necesitaba comer
y beber de la misma manera que los humanos lo necesitaban para sobrevivir. Eso
explicaba por qué no había necesitado comer mucho en mi pasado reciente.
Sin necesidad de dormir, mamá utilizó su capacidad de viajar a través de las
paredes y no ser vista para conocer nuestro nuevo punto en el tiempo. Descubrió las
reglas del siglo XXI escuchando a nuestros vecinos y encontrando papeles legales en
la casa que le dejaban un fideicomiso que me pertenecía. Ya habría más tiempo para
averiguar cómo llegaron esos papeles. Era probable que en algún momento de mi
futuro actual, viajara en el tiempo y dejara lo necesario, sabiendo lo que pasaría. No
podía asegurarlo porque aún no lo había experimentado.
Cuando me recosté contra la pared, de nuevo en mi cuerpo actual, ya no una
niña, y sollozaba, mamá se acercó flotando a mí.
—Lo siento —dije, lo cual parecía estar diciendo mucho últimamente—. Te
atrapé aquí. No era mi intención.
—Lo sé —susurró—. Nos has salvado a las dos.
No estaba segura de creerlo, pero la había necesitado entonces tanto como
ahora. Sin embargo, era el momento de ser desinteresada por ella.
—Creo que sé cómo enviarte a donde necesitas estar.
Había alguien más que necesitaba encontrar. Rebecca. Necesitaba arreglar ese
problema, también.
La aceleración en mi vientre se produjo de nuevo, y me cubrí la mano sobre el
lugar.
—Elin —jadeó mamá—. ¿Estás embarazada?
No había juicio en su pregunta, pero sí un poco de emoción. Asentí.
—De mi marido —dije, respondiendo a sus preguntas no formuladas.
La palabra se me había escapado de la lengua, y no estaba segura de que fuera
cierto. Mi lado humano racionalizaba que había tenido sexo con Duncan un par de
años antes de que estuviéramos técnicamente casados. Pero mi lado caminante del
84 tiempo teorizaba que, independientemente de la línea de tiempo humana, el orden
en el que experimenté los eventos era mi verdad. Lo que significaba que había tenido
sexo con Duncan después de casarme con él, aunque él no lo supiera. Nunca vería a
nuestro hijo como un bastardo, lo que aquellos en el 1600 etiquetarían.
Lo que sabía con certeza era que no podría ver a Duncan hasta después de que
Cin naciera. Porque en esa pequeña cabaña, yo había entendido que Cin era mío.
Levanté la muñeca y le mostré la marca.
—¿Sabes qué es esto? —Ella negó con la cabeza—. Es la mitad de una marca de
destino. La otra mitad está en Duncan, y nos une como almas gemelas. Yo soy suya y
él es mío. Aunque nos casamos en el 1600, no puedo asegurar que sea legalmente
vinculante ahora. —Me reí, pero con amargura.
—¿Lo amas? —preguntó.
—Puedo decir que sí y sentirme segura de ello. Pero cómo puedo saberlo con
seguridad, ya que él parece pensar que los sentimientos que tenemos el uno por el
otro son sólo por la marca. —Me encogí de hombros. No mencioné que le había dado
mi virginidad, porque ella misma podía averiguar eso—. ¿Cómo supiste enviarme a
él? Duncan, eso es. ¿Sabes lo que es?
—Fabian. Te hablé de él. Era un creyente en lo sobrenatural y me vio, a
diferencia del resto. Compartí con él mis preocupaciones sobre ti. Me habló de un
ángel caído, uno que fue expulsado no porque fuera malo, sino porque eligió
proteger a un niño humano. Por eso te conté la historia de Duncan. —Sonrió—. Incluso
cuando eras más joven, te encantaba oírla una y otra vez. Me preocupaba por Michael,
pero Fabian me aseguró que donde tenías que estar era con Duncan. Ahora me
pregunto si Fabian sabía más de lo que me dijo. Dijo que su madre tenía el don de la
vista mientras estaba viva. Cuando murió hace tantos años, y se quedó en este plano,
me pregunto en qué se metió.
—Me llevó a Escocia. Pero luego fue como si algo lo hiciera retroceder. Hizo una
vaga mención a un ajuste de cuentas que tendría por todo lo que había hecho. Eso fue
todo. Creo que tenía un buen corazón.
Mamá asintió.
—Por mucho que te quiera conmigo, no creo que sea justo. Te he mantenido aquí
todos estos años. Ahora sé cómo hacerte pasar —repetí, con las lágrimas cayendo por
mi cara.
—No te dejaré. Necesitarás ayuda cuando el bebé vaya a nacer.
Eso era cierto. No podía ir a un hospital. Cin no podía exponerse a este tiempo.
No estaba segura de cuánto recordarían los bebés sobrenaturales. Duncan mencionó
85 que el lenguaje no se aprendía; desde su misma existencia, lo sabían. Sabía que
Michael era de la misma orden que Duncan. No confirmó que fueran ángeles, pero
eso era lo que sospechaba. Así que Cin era más sobrenatural que humano, más
sobrenatural que incluso yo. Tendría que mantenerlo en esta casa durante un par de
años después de su nacimiento antes de volver a su tiempo.
Me dolió el corazón al saber que sólo tendría unos pocos años con mi hijo antes
de tener que entregarlo a su padre. Entonces, cuando nos reuniéramos, no lo
reconocería.
Hubo muchas lágrimas durante los primeros días mientras reconciliaba mi
pasado con el presente. No poder ir a ver a Duncan y contarle la verdad me estaba
matando. No poder verle en absoluto era lo peor. Una noche, varios días después, me
senté en la habitación de atrás mientras ardía un fuego en la chimenea. A papá le
encantaba estar aquí. Se sentaba en su silla, yo en su regazo, y me contaba historias
de cuando era niño.
Ahora, con esos recuerdos más claros en mi cabeza, podía recordar cómo los
muebles eran diferentes. Más sencillos y construidos para durar. Más tarde me
preguntaría a dónde fueron a parar. Y luego estaban los sonidos. Qué diferentes eran
entonces los exteriores, llenos de carruajes tirados por caballos sobre calles
empedradas y no con los sonidos de los coches como hoy.
Esta noche, me encontré echando de menos a mi padre más que nunca.
Finalmente, le hice a mamá la pregunta que ahora era lo suficientemente fuerte para
escuchar.
—¿Cómo conociste a Michael? —No podía llamarlo padre. Había un hombre
maravilloso que nos había mostrado a mi madre y a mí tanta bondad al que llamaba
padre.
Mamá frunció los labios, pero se acomodó en la silla junto a la mía como si aún
estuviera viva.
—Vino a la iglesia. Era 1670 y la ciudad era nueva. Cuando se construyó la
iglesia, me enviaron allí para ayudar con las cosas. La gente de entonces creía con
una franqueza que no se encuentra hoy. Cuando anunciaba quién era, la gente lo
trataba como un dios. Yo había crecido en la iglesia, como sabes. —Los padres de
mamá habían sido asesinados, y ella había sido entregada al convento para ser
criada—. Dios había sido bueno conmigo, y Michael encontró en mí una verdadera
creyente. Cuando me dijo que Dios me había dado un propósito para traer al mundo
su próximo salvador, lo creí. Me creí la próxima María elegida.
—¿Y qué? ¿Fui concebida inmaculadamente?
Se rio amargamente.
86 —No. Y ahí es donde debería haber visto su engaño. Me convenció de que esta
vez tenía que ser a la antigua. —Miró hacia otro lado—. No fue una experiencia
agradable. Probablemente por eso fue el único hombre que tuvo conocimiento carnal
de mí. Sabes que tu padre quería un hijo. Pero yo no podía y sabía que él tampoco
podía, a decir verdad. Pero te quería como si fueras suya.
Sonreí ante eso.
—No debería haberle dejado así. —Me refería a mi padre, el hombre que había
conocido durante nueve años de mi vida, no a la criatura que había matado a mi
madre.
—No lo hiciste. Llevaste un mensaje de vuelta, uno que escribí. Fue una maravilla
encontrar pluma y tinta de esa época para que no sospechara.
Me pregunté si debería habérmelo dicho, pero consideré que ya había ocurrido.
El tiempo se repetiría para mí.
Tras una larga pausa, pregunté:
—¿Qué dijo Michael que era? —No lo había mencionado en su relato de los
hechos.
Mamá puso los ojos en blanco.
—Se llamó a sí mismo arcángel. —Me dio unas palmaditas en las manos.
Un rato después, volví a mi habitación, la que había abandonado lo que era
técnicamente hace unos días porque había querido ver la puesta de sol. Qué tonta
había sido y cuántos problemas había ocasionado.
Miré a mi alrededor y eché de menos la comodidad de mi habitación del castillo.
Aquí tenía cuatro paredes cubiertas de fotos que había recortado de unas revistas.
Una pequeña cama blanca se apoyaba en la pared junto a la ventana para poder
contemplar todo lo que me faltaba. Me dirigí a mi escritorio, que hacía juego con los
demás muebles, y me senté. Abrí el portátil para comprobar la fecha, ya que mi
teléfono seguía en el castillo. Como sospechaba, me había adelantado un año y medio
desde que Fabián me había empujado a Escocia.
Inconscientemente, había estado pensando muy por delante de mi cerebro
consciente. Si hubiera llegado antes, los demonios habrían estado rondando la casa.
Parecía que habían perdido la esperanza de esperarme en ese tiempo.
Probablemente, estaban esperando a que me revelara de nuevo. Esta vez tendría más
cuidado y seguiría todas las reglas.

87 Mientras esperaba el día en que pudiera volver con Duncan, le escribía cartas
por cada día que pasaba. Guardé cada una en una memoria USB, ya que no podía
arriesgarme a que su yo del pasado leyera mis pensamientos actuales. Aunque no
sabía si Duncan tenía un ordenador. No había visto ninguno.
Sería muchos meses después cuando llegaron los primeros dolores del parto.
Mamá fue un regalo del cielo. Aunque es cierto que las mujeres habían dado a luz
mucho antes que la medicina moderna, necesité su fuerza y su formación de
comadrona por sus años en un convento para ayudarme.
El sudor me corría por la cara mientras mamá me animaba a empujar de nuevo.
Ansiaba a Duncan para poder retorcerle el cuello por haberme hecho esto. Pero
apreté los dientes y empujé durante lo que me parecieron horas. Cuando llegó el
alivio, mi hijo se deslizó en los brazos de mamá. Le tendí la mano porque, aunque yo
podía verla y tocarla, los de fuera no podían. Sin embargo, estaba acunándolo en sus
brazos. Parecía que mi hijo tenía la misma capacidad que yo al estar acurrucado en
sus brazos.
Todavía no había terminado. Me guió durante el parto con mi hijo apoyado en
mi pecho. Cuando terminó, cortó el cordón umbilical y lo limpió, miré a mi hijo y
todos sus pequeños rasgos. Lo recordé desde su futuro, mi pasado, nosotros jugando
a las espadas y al escondite mientras dejaba que las lágrimas de todo lo que echaría
de menos se derramaran por mi cara.
—Te amaré hasta el fin de los tiempos —dije.
Unos días después, mamá seguía negándose a dejarme. Dijo que podía esperar
hasta que me fuera de viaje. Sólo entonces sabría que no volvería. No sabía qué haría
cuando llegara el momento de estar sin ella.
El primer año pasó demasiado rápido. Me esforcé por memorizar cada momento
y aprendí más sobre mí misma en el proceso. Al principio del segundo año, ya
perseguía a Cin por toda la casa mientras él corría con sus piernas regordetas. Me
hice de un teléfono y tomé fotos de nosotros, una adjunta a cada letra de su vida. Salía
de vez en cuando a comprar comida, pero Cin y yo no necesitábamos mucho.
Cuando Cin empezó a hablar, me preocupó el acento americano que estaba
desarrollando. Dejé programas escoceses en su habitación mientras dormía, rezando
para que lo captara. Pero no fue suficiente.
No tenía otra opción que volver a Escocia. De lo contrario, cambiaría el pasado.
El anciano Cin en el futuro se parecía mucho a su padre. El problema era encontrar
un punto en el tiempo cercano al que acabaría creciendo, pero en el que no me
cruzara con Duncan.
88 Fue mamá quien me dio la idea. Necesitaba un lugar donde no dejara una huella
en la historia. Un lugar en el que las mujeres de mi edad estuvieran razonablemente
seguras y se les perdonara que aparecieran con un hijo sin marido.
Un convento. Hice todas las búsquedas que pude en Google sobre el pasado
antes de elegir un lugar. Elegí un convento que existía entonces en Perth, Escocia, lo
suficientemente al sur como para no pensar que me encontraría con Duncan. Elegí un
año antes de la concepción de Cin como punto en el tiempo. Quería que mi hijo se
pareciera lo suficiente a la época en la que crecería como para no levantar sospechas.
Antes de irme, abracé a mamá.
—Te quiero con todo mi corazón y estoy muy orgullosa —dijo. Besó la frente de
Cin antes de devolvérmelo.
Esta fue la parte más difícil. Decir adiós para siempre.
—Te quiero. Gracias por todo lo que hiciste por mí —le dije a cambio.
Antes de poder cambiar de opinión, me abrí a la luz. Esto lo había
experimentado durante un año y medio. Había un montón de fantasmas dispuestos, o
haints como los llamaban, en Charleston para que yo perfeccionara mi arte. Sabía lo
que tenía que hacer.
Llamé a la luz, pero no con palabras, y vino. Y así, sin más, se fue. Eché un último
vistazo a la casa antes de dejar que la luz me llevara a Perth, que sería mi hogar
durante los próximos meses.
Mi llegada no fue exactamente como estaba previsto. Salí a un campo vacío y
agradecí que no hubiera nadie cerca para presenciarlo. Luego emprendí el breve
viaje por un valle y una subida antes de llamar a las puertas de lo que esperaba que
fuera un convento.
Las lágrimas que derramé no eran falsas. Sólo tenía que pensar en no volver a
ver a mi madre para que aparecieran. Hice un cuento sobre un hombre bruto que se
había aprovechado y me había dejado embarazada. Fue la mentira que conté para
poder entrar porque si admitía que tenía un marido, me habrían mandado de vuelta
con él como eran los tiempos.
La vida de la monja no era tan mala. Lo peor fue cuando llegué. Se llevaron a mi
hijo y lo pusieron con el resto de los huérfanos. No se me permitía pasar los días con
él, pero nuestros caminos se cruzaban de vez en cuando. Otras veces lo observaba
desde lejos, razonando que probablemente era lo mejor. De lo contrario, podría
acordarse de mí cuando llegara y me casara con su padre dentro de un año o así.
Eso no lo hizo fácil. Tenía demasiado tiempo para reflexionar y recordar las
89 pequeñas conversaciones que había tenido con Duncan. No había ordenador ni papel
que se diera a las monjas, o que no se usara libremente. Me vi obligada a marcar el
tiempo con pequeños arañazos en la pata de la cama como cuenta atrás para el día en
que me iría. Aunque era una caminante del tiempo, como me llamaban, no podía
envejecer ni yo ni mi hijo. Así que Cin tenía que convertirse en el niño que debía ser
antes de que yo pudiera escapar. Por la noche, cuando el dolor de la separación de
Duncan se hacía insoportable, recitaba de memoria todas las charlas que habíamos
tenido para calmar el fuego que aún ardía por él.
Hubo más ocasiones en las que esperé a ser competente en la marcha del
tiempo. Algunos de los peores hombres que han existido prosperaron en esta época.
Algunos monjes y visitantes del convento tenían manos errantes. No fueron pocas las
veces que tuve que desaparecer literalmente a la vuelta de una esquina para no ser
asaltada.
Todo había valido la pena. Había tenido acceso a muchos libros que hablaban
de los ángeles y su propósito. Había aprendido a utilizar mis dones para ocultarme a
la vista. Así que cuando llegó el momento, me había escabullido de mi habitación,
había recogido a mi hijo de su cama y había utilizado un don que me permitía ocultar
mi rostro en las sombras. Un truco ingenioso.
—¿A dónde vamos? —preguntó Cin inocentemente mientras lo levantaba de la
cama. No le permití ver mi cara por completo. Pensó que era otra monja.
Susurré: “Te voy a llevar con tu padre”, esperando no despertar a los otros niños.
Irse nunca podría ser tan fácil.
—Oye, ¿a dónde vas? —llamó un hombre.
Por mucho que quisiera, no podía desaparecer delante de él. Aquello sería
recordado, grabado, y mi huella no podría dejar huella en este tiempo. Así que corrí,
como un ladrón, hasta llegar a un túnel oscuro y dar ese paso hacia otro tiempo.
Mi aterrizaje después de cruzar el tiempo no había mejorado. El cambio de suelo
a tierra o viceversa me hacía tropezar inevitablemente. Alrededor se libraba una
batalla con el agudo y metálico tintineo de las espadas al chocar entre sí, que
reverberaba en el aire. Las mujeres gritaban y los niños lloraban, y yo tenía que
ignorarlo todo. Rodeé lo peor mientras mi hijo se retorcía en mis brazos. Me alejé del
bloque del castillo de Kintyre, donde supuse que Duncan estaba escapando. Entonces
la vi. La mujer que había intentado ayudarme yacía muerta cerca de la entrada de la
calle principal de su pueblo. Su vestido estaba desgarrado, y no quise imaginar lo
que había sufrido.
Dejé a mi hijo en el suelo y le quité la manta.
—Quédate aquí y llama a tu padre —le dije. Sus ojos, llenos de confianza, no me
90 reconocieron. Ya habría tiempo para llorar por eso, pero no ahora—. Usa tu otra
lengua —le ordené. No entendió mi significado, no al principio.
Duncan dijo que el lenguaje de su orden era instintivo, no aprendido. Me
merecía un premio por la actuación de toda la vida. Me agarré el costado como si me
hubieran derribado y aterricé en el suelo. Busqué las palabras y dije en otra lengua:
”Llama a tu padre”, recordando la última vez que me había hecho la muerta por mi
hijo. Cin se acercó y me tocó la cara. No reaccioné. Eso lo hizo. Gritó:
—¡Pa! —Primero en inglés y luego en la otra lengua, la que yo oía, pero nadie
más.
Como no podía dejar que Duncan me viera, me giré hacia mi otro lado, de
espaldas a Cin. Duncan sentiría nuestro vínculo, pero yo no podía dejar a mi hijo.
Tenía que saber que Duncan lo tenía. Y por lo que Duncan recordaba de los eventos,
nunca había sospechado de mí. Con suerte, Cin, a su edad, no notaría que había
cambiado de posición.
Cuando Duncan se acercó, sentí su rabia y confusión al atravesar a los
combatientes que yo había esquivado. Cuando se puso delante de mi hijo, Cin habló
en angelical, o así lo llamé.
—Ella murió. Ella murió.
Cuando Duncan reconoció a la chica muerta, pude sentir su angustia. Luego su
miedo. Temía por nuestro hijo. Recogió al niño en brazos, pero no llegó muy lejos
cuando el cielo se abrió y descendieron tres jinetes.
Antes de que lo alcanzaran, juré que oí a Duncan decir otro nombre. Recé para
que me equivocara.
No había tiempo para procesar eso. Su orden había sentido mi presencia en el
castillo hace lo que parecía una vida. No podía estar a menos de un metro de donde
estaba Duncan. Rodé y me puse en pie, corriendo. Una vez que no estaba lo
suficientemente a la vista de nadie, retrocedí en el tiempo hasta el convento.
Esta parte ya la había planeado cuidadosamente. Había cronometrado mi
llegada segundos después de que mi yo del pasado saliera de mi habitación para que
Cin se fuera. Volver a esta hora me permitió estar en la cama donde debía estar
cuando sonó la alarma de que se habían llevado a un niño.
Si no hubiera vuelto, dejaría una huella en una época en la que no debería haber
estado. Relacionarían mi desaparición con el niño desaparecido, el hijo con el que
había llegado. No podía arriesgarme a eso.
En cambio, estaba en la cama cuando vinieron a decirme que se habían llevado
a mi hijo. Mis lágrimas eran verdaderas porque me habían quitado a mi hijo y cuando
91 lo volviera a ver, me habría perdido mucho de su crecimiento.
No podía volver a visitarlo mientras crecía. Duncan sentiría el cambio en mí.
Había comentado mi inocencia lo suficiente como para saber que se daría cuenta de
que había desaparecido. Además, tenía que ser la bastarda santurrona que había
conocido la primera vez.
Para mantener mi tapadera y no levantar sospechas sobre mi relación con la
desaparición de mi hijo, me quedé en el convento durante un mes más antes de
adelantarme en el tiempo.
Llegué unos días después de mi llegada inicial al castillo de Duncan. Había sido
tan ingenua entonces. Había crecido mucho y me sentía más sabia por ello.
Habiendo tenido años para perfeccionar mi oficio, salí a la puerta donde estaba
Duncan. Sabía que él podía sentirme, porque yo lo había sentido, incluso a través del
tiempo. Dejé que nuestra conexión me guiara hasta el lugar en el que me encontraba
frente a su puerta.
Había estado paseando por el otro lado y se detuvo en el momento en que crucé
esta vez. Ninguno de los dos se movió ni habló hasta que lo hicimos. Llegué a la puerta
justo cuando él la abrió.
—Quería decirte... —comencé a decir.
—Lo sé —dijo y me levantó para aplastar sus labios contra los míos.
Estaba contra la puerta antes de que me dejara deslizarme hasta mis pies. Estaba
duro y listo para mí.
Entonces se detuvo.
—¿Qué demonios es esto? —Hizo un gesto con la mano hacia mi vestido.
—Oh, eso. —Me reí. El hábito que llevaba era el habitual para la época en la que
había estado. La camiseta que llevaba debajo era la que había usado cuando dejé el
presente para ir al convento. Era todo lo que tenía de Duncan, y lo había cuidado
mucho.
—No estaba en tus cartas. —Levantó el USB.
—¿Has encontrado eso? —Había retrocedido en el tiempo y lo había metido en
el bolsillo de la bolsa que mi madre había preparado para casos de emergencia y que
había enviado conmigo aquella vez con Fabián.
—He leído todas y cada una de las palabras —dijo.
—¿Así que lo sabes? —Que era la madre de Cináed, no lo dije.
Olvidado pronto mi hábito, Duncan dijo:
—Siempre fuiste tú.
92
Asentí, agradecida de que las sombras bajo sus ojos hubieran desaparecido en
su mayor parte, de que el peso de la culpa se hubiera quitado del corazón.
—Es nuestro hijo —dije.
—Tú estabas allí. —Me agarró la mejilla, y yo me acurruqué en su palma.
Sabía lo que significaba su declaración.
—Le dije que te llamara. Yo era la chica “muerta” junto a la que recordabas. Fui
yo quien le dijo que se quedara. No podía cambiar eso, por mucho que quisiera.
—Porque no estamos destinados a cambiar el pasado.
Asentí.
—Exactamente. No podemos. Si eso es lo que quieren de mí... —Me interrumpí,
recordando su casi traición.
Le tocó a él sacudir con fuerza la cabeza.
—Ya sabes quién eres ahora.
—Lo hago. Puedo viajar en el tiempo, pero eso es un beneficio secundario para
mi verdadero trabajo. Se supone que debo ayudar a las almas a cruzar.
Asintió.
—También eres el portal entre mundos. Algunos te ven como el final de una
guerra interminable.
—¿Entre el cielo y el infierno?
Negó la cabeza.
—Es más complicado que eso. Cuando Dios dio a los humanos el libre albedrío,
dejó de luchar contra los demonios. Una facción de nosotros no podía rendirse.
Nuestro propósito siempre ha sido superar el mal. No podíamos dejar de hacerlo.
Le acaricié la cara, pero no le pregunté nada en concreto. Duncan vivía según
un código, y yo lo respetaba por ello. Me diría todo lo que pudiera.
—Te nombraron rey.
—En el vacío de poder, se necesitaba uno. No tenía ningún deseo del trabajo.
Lo resumí.
—Pero la tomaste de todos modos. Es la corona en la habitación de la torre.
Suspiró.
—Mi forma de salir de esto fue venir aquí. Los McAllister eran parte de un plan
mayor.
—Los nombres significan poder. —Me vino a la cabeza por los libros que había
93
leído en el convento—. Allister, Allistar, Allisdar son todas formas de Alexander.
Significan “defensor del hombre”.
—Los nombres tienen poder —dijo, sin confirmar ni negar lo que yo insinuaba.
—Como Duncan. Significa “guerrero”. De hecho, en la obra de Shakespeare
Macbeth, Duncan es el rey de Escocia. ¿Has conocido a Shakespeare?
No contestó a eso.
—Elin significa “luz”. U otro significado en galés es “la mujer más bella”.
Puede que me haya derretido un poco y haya perdido el interés por las palabras.
Luchó por quitarme el hábito que me cubría de pies a cabeza, lo que no debería haber
sido complicado, pero en nuestro frenesí lo fue.
Cuando por fin estuve desnuda, me tumbó en la cama y me dio besos en el
vientre antes de chuparme el pecho.
—Todavía llevas ropa —me quejé hasta que me dio numerosas razones para no
hacerlo.
Me quedé jadeando con mi placer aún bañando sus labios antes de que se
quitara la ropa.
—He esperado cuatrocientos años para esto —dijo, metiéndose entre mis
muslos. Cuando empujó hacia delante, se hundió tanto que mi espalda se arqueó para
recibir más de él—. Eres mía —declaró con un gemido gutural.
—Soy tuya —acepté.
Esta vez no hubo nada de lentitud en nuestra forma de hacer el amor. Era tan
goloso como yo. Nos dio la vuelta, dejándome a horcajadas sobre él, un movimiento
que habría sacado mi lado tímido hace tiempo. Ahora fui por lo que quería, moviendo
mis caderas para que su polla se deslizara por un punto en mi interior que hizo que
se me encresparan los dedos de los pies.
Para ser dos personas sin experiencia, sabíamos mucho. Yo de ver demasiada
televisión. Tenía la sensación de que él también había visto mucho en sus años.
Aunque había hecho referencia a acostarse con otras mujeres, no me permití pensar
demasiado en eso.
Se levantó conmigo todavía en su regazo. Me besó ferozmente, y no fue difícil
darse cuenta de lo mucho que me echaba de menos.
Cuando nos corrimos en una ráfaga nuclear de placer, se echó hacia atrás,
todavía abrazándome contra su pecho.
—Volvería a romper mis votos por esto —dijo, cuando hubiéramos recuperado
el aliento.
94 Mi sonrisa desapareció cuando nos interrumpieron.
—Bueno, mira a los dos tortolitos.
L
a mujer que entró era impresionante, sin duda la más bella que había visto
nunca. Su cabello rojo intenso caía en rizos sin esfuerzo por su espalda. Sus
labios carnosos, de color rojo rubí, se abrieron en una sonrisa perversa.
—Bruja —llamó Duncan mientras se sentaba en la cama.
Los dos estábamos todavía muy desnudos y vi que sus ojos se dirigían a su
entrepierna. Me senté rápidamente y tiré de la sábana sobre el regazo de ambos. Por
mi parte, subí mi lado para cubrir mis pechos.
—Bueno, ahora, no hay necesidad de insultos y de cubrir las pollas. Debo decir,
Gabriel, ¿o es Duncan quien se llama a sí mismo estos días?, que con gusto montaré
95 esa fina polla tuya cuando ella se vaya. Incluso llevaré su cara mientras lo hago.
La cabeza se me puso borrosa y parpadeé varias veces, pensando que mi visión
era incorrecta. Pero cuando volvió a estar enfocada, fue como si me mirara en un
espejo.
Duncan no estaba impresionado, sólo muy enfadado.
—Si alguna vez pensaste que me acostaría contigo, te equivocas. Puedes llevar
su cara, pero no eres ella, bruja —escupió en su dirección para enfatizar.
Su rostro se desdibujó de nuevo, y volvió a llevar la cara con la que había
entrado.
—Mencioné que no había insultos, ya que sabes exactamente quién soy. —
Puntos para Duncan, ya que la había hecho enojar. Cuando él no respondió, ella
suspiró—. Lilith, hija de Adán y el dolor en el culo de Eva —le recordó.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó. A mí me dijo entre dientes—: No
debería poder cruzar aquí.
—Ah, bueno, debo agradecer a Elin y a su madre por eso. Fabián, el querido,
me dejó entrar a cuestas. Bueno, “dejar” no es la palabra correcta. No tuvo elección.
Y como la pobre Elin bloqueó sus poderes en su mente, su madre buscó ayuda. Fabián
es capaz de usar otros poderes siempre que los toque. Usó el de Elin para llevarla a
Escocia. Y yo estaba allí para acompañarla. —Sonrió—. He estado aquí observando y
esperando durante los últimos días. Ustedes dos son terriblemente entretenidos.
Recordé las manos que habían arañado a Fabián después de que cruzáramos.
Todavía había algo que me molestaba en su historia.
—Pero tú estabas allí en la taberna —dije.
Ella había sido la camarera que había echado a la bebida de Duncan una poción
demoníaca para emborracharlo.
—Oh, eso. La pobre chica de la taberna se sintió perdida tras la muerte de su
madre y cuando su feo padre se aprovechó, buscó mi ayuda. No te aburriré con lo
que hizo. Digamos sólo que es asqueroso, lo que significa que me necesitaba.
Hablando de eso, ¿dónde está mi hijo?
—No es tu hijo —dije con más vehemencia de la que había hablado hasta ahora.
Duncan me tomó la mano y pude sentir que me enviaba vibraciones
tranquilizadoras, junto con la sensación de que no quería que siguiera hablando. De
ello deduje que no quería que la malvada mujer supiera más de lo que sabía.
—¿No es así? Yo orquesté los eventos que llevaron a su concepción. Gabriel ha
sido bloqueado desde su creación. La manada vive como eunucos, siguiendo
96
ciegamente las órdenes de lo alto. —Tamborileó con las puntas de los dedos. Sus uñas
puntiagudas repiquetearon, haciendo el ruido más molesto—. ¿Sabías que Gabriel y
los demás fueron el ensayo de la mayor creación de Dios: el hombre? Mi padre, Adán,
era el ser más hipócrita de toda la creación. Culpa a mi madre de su caída, como si
no hubiera hecho ninguna elección. Y Eva asumió toda la culpa. Y como no aceptó
bien las órdenes, no hay hembras de su especie. —Apuntó con un dedo en dirección
a Duncan—. Es una pena que especímenes como Gabriel no usen todo ese músculo
duro para dar placer. —Volvió toda su atención hacia él—. Te di la libertad con mi
elixir. Liberé tu mente, tu cuerpo y tu alma para que pudieras tener lo que querías.
Una vez que das polla, nunca dices nocht, ¿tengo razón? —Habló entre risas como si
pensara que ese era un momento ta-da.
Sólo que ella había usado los términos mal. No me molesté en dar una
explicación. En cambio, la respuesta me llegó como si siempre la hubiera sabido.
—Pero tú no estabas allí. No podías poseer a la chica si querías que concibiera.
El libre albedrío y todo eso.
Por supuesto, había excepciones. A lo largo de la historia se habían
aprovechado de las mujeres y las habían dejado embarazadas. Pero la coacción no
podía venir de fuera de este ámbito. Esta verdad no había venido de algo que había
leído. El conocimiento vino de la parte de mí hecha por Michael.
—Eso no lo hace menos mío, sobre todo teniendo en cuenta... —comenzó.
Su pensamiento fue cortado por una espada que sobresalía del centro de su
pecho. Se movió sobre sus pies como si fuera una marioneta hasta que el titiritero se
reveló como mi hijo.
Una cascada de emociones me recorrió desde la conmoción hasta el regocijo
por ver a mi hijo, pasando por la tristeza de que nuestro reencuentro se arruinara, la
satisfacción de que la malvada mujer estuviera jodida, y de nuevo el orgullo por el
hombre en que se había convertido mi hijo.
—Ma. Pa —dijo con una pequeña reverencia.
Miré a mi marido y le dije:
—Se lo has dicho tú.
—Hay mucho que explicar. Pero él encontró el USB, no yo.
Había sido protegido con una contraseña. No había escogido una contraseña
difícil, sino una que la mayoría en esta época no conocería. La contraseña para
desbloquear el disco había sido “Gabriel”.
97 —Debes darte prisa. Los jinetes se acercan —dijo Cin.
No hubo tiempo suficiente para vestirse.
—Cin —dijo Duncan.
—Pa, la tengo. Sólo sal por detrás. —Hizo marchar al demonio como un cerdo en
un asador fuera de la habitación. Una vez que se fueron, nos levantamos. Mientras
Duncan se ponía la camisa y los pantalones, yo miraba mi hábito de monja. No podía
ir a mis habitaciones y encontrar algo más adecuado que ponerme. Mientras me ponía
de nuevo el hábito, me reí.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó Duncan, con un movimiento de sus labios.
Podía sentir mis emociones y saber que no era cierto.
—Me parece curioso que vaya a conocer a los ángeles como monja, sobre todo
teniendo en cuenta todos los votos que rompí en esta misma sala no hace mucho.
Duncan intentó, sin éxito, no reírse. Luego se puso sobrio.
—Deberías quedarte aquí.
Negué con la cabeza y tomé su mano entre las mías.
—Yo me encargo. —Me encantó que no argumentara que yo era una mujer débil
o algo así. Podía sentir su confianza, y eso llenaba mi corazón de alegría.
Sonrió, y así fue como salimos a saludar a los hombres de su orden. Fuimos y nos
pusimos al lado de Cin, que sostenía a una antiestética anciana por su espada
atravesada en el pecho. Durante un segundo, mi cerebro trató de conciliar la belleza
de la mujer de dentro con la decrépita de fuera a la luz del día.
Ahora que mi lado angelical estaba abierto para mí, la respuesta llegó tan
fácilmente como sacar un libro de una estantería. Los demonios caminaban en la
oscuridad. Su verdadera naturaleza se revelaba en la luz.
Mi atención volvió a centrarse en los hombres que montaban las grandes bestias
aladas. No había tenido una buena vista la primera vez que los vi. Ahora, de pie ante
ellos, podía poner caras, voces y nombres.
—Uriel —dijo Duncan, con mi mano aún en la suya.
—Hermano —dijo Uriel. Uriel era un hombre apuesto con mechones castaños
dorados que enmarcaban su bonito rostro. No era Duncan, en mi opinión, que era el
más guapo de todos.
—Zadkiel —dijo Duncan al segundo. Había sido el otro hombre que había
hablado cuando los había visto la primera vez.
—Gabriel —dijo Zadkiel a Duncan. Zadkiel tenía unos ojos bondadosos
98
colocados en un rostro solemne que podía hacer girar tantas cabezas como los otros
dos. Su cabello oscuro era del color del chocolate y rozaba el cuello de su túnica en
ondas.
Entonces Duncan se volvió hacia el tercero. El que había observado más que
hablado. Estaba bastante segura de saber su nombre. Cuando Duncan habló,
confirmó mis sospechas.
—Raphael —dijo Duncan.
—Hermano Gabriel —dijo Raphael, pero su mirada se desvió hacia mí—. Es
hora, hermano, de que ocupes el lugar que te corresponde.
Raphael también era precioso. Sus ojos eran fascinantes, no el azul brillante de
Duncan, sino casi incoloros, en marcado contraste con su cabello castaño claro que le
caía por la espalda.
—¿Qué lugar es ese? —la pregunta vino de otra persona.
Mi cabeza se desvió hacia nuestra izquierda cuando un quinto se acercó. Su
cabello liso, que era un espejo del mío, me trajo un recuerdo que quería olvidar.
—Michael —casi gruñó Duncan.
El hombre que había robado la virginidad de mi madre no respondió a Duncan.
Sus ojos eran sólo para mí.
—Hija —dijo, y no parecía ni un día mayor que el hombre que había matado a
mi madre hace tantos años.
No había tenido la oportunidad de explicárselo a Duncan. No había estado en
mis cartas, ya que había necesitado ver la reacción de Duncan. Quería saber si se
había enterado de los planes de Michael.
La mano de Duncan se apretó alrededor de la mía. Levanté la vista hacia él para
ver la pregunta que había en ella. No lo había sabido, y sentí un alivio cien veces
mayor.
—Gabriel —ordenó Miguel—. Suelta a mi hija.
Duncan no se apresuró a apartar la mirada de mí. Cuando volvió lentamente su
atención hacia Michael, no soltó mi mano ni habló.
Michael, con la necesidad de llenar el silencio, divagó.
—No entiendes el dolor que pasé por su creación.
—Sí. Estoy segura de que mentir a una monja y tomar su virtud fue una dificultad
—solté.
—No le mentí. Ella me mintió y dijo que tenía un hijo. Debería agradecerme mi
99 tenacidad. Las veces que tuve que acostarme con ella hasta sentir esa chispa de vida
en su vientre. —Parecía asqueado, pero yo también lo estaba.
—Tú me creaste. ¿Por qué? —pregunté.
—Sabes por qué... —comenzó Michael, pero interrumpí su monólogo.
—Para sus propias ambiciones. Tal vez con un poco de ayuda de un demonio.
Conseguir que Gabriel rompa su voto. Dejando el puesto de arriba bien abierto.
Eso me había estado molestando desde el principio. ¿Qué ganaría Lilith si
Duncan rompiera su voto? No se me ocurrió nada. Sí, de alguna manera ella pensó
que sacaría a nuestro hijo del trato. Todavía no lo había descubierto. Pero el mayor
premio era que Duncan fuera expulsado de la orden.
Michael estrechó sus ojos hacia mí.
—Para terminar la guerra de las guerras, por supuesto.
Podía sentir la rabia de Duncan mientras él también unía las piezas.
—¿Cuánto vale para ti que me vaya por voluntad propia? —le pregunté a
Michael.
Su orden estaba sujeto a leyes. El libre albedrío humano era la principal de ellas,
y mi madre había sido humana. Eso me hacía parte humana y tenía ese derecho de
libre albedrío que él no podía quitar. Podía sacarme físicamente de este lugar si
Duncan no estaba aquí, pero no podía obligarme a cumplir con sus planes.
—¿Cuál es tu trato, hija?
Me dieron ganas de reír. Este hombre se preocupaba tan poco por mí que no se
había molestado en averiguar mi nombre. No dudaba de que no tenía ni idea de que
yo era una chica hasta que se presentó aquí. No había ángeles femeninos, así que
cuando mamá dijo que yo era un chico le resultó fácil aceptarlo.
En mis lecturas en el convento, me encontré con menciones de mitad ángeles,
mitad humanos. A veces se les llamaba Nefilim. Pero los Nefilim no eran ángeles
completos. La mitad humana no tenía esas reglas sobre el sexo que éramos.
A través de nuestro vínculo, Duncan adivinó lo que iba a hacer.
—No lo hagas, mo ghràidh 4.
No sabía qué había dicho exactamente, pero sentía lo mucho que le importaba.
Me puse frente a él y tomé su otra mano entre las mías. Luego me puse de puntillas y
le susurré las palabras “Confía en mí” en los labios, como me había dicho no hacía
mucho, antes de darle un beso que le retorcía el alma.
No quería hacerlo. Una oleada de emociones se agitó en su interior. Levanté
nuestras manos unidas, la llamarada de nuestra marca estallando de colores.
100
—La has marcado —tronó Michael. Hasta ese momento no me había dado cuenta
de que Michael sonaba inglés. Su tono cortante transmitía perfectamente su
desprecio.
Le pedí perdón a Duncan con la mirada antes de soltar nuestras manos. Había
dejado que Michael viera la marca a propósito, esperando que fuera el empujón para
que cediera a mi demanda.
Nunca podrás entender realmente lo que sientes por otra persona hasta que
determines lo que estás dispuesto a sacrificar por ella.
Me giré y le dediqué una triste sonrisa a Cin. Me prometí a mí misma que habría
tiempo para conocerle y todo lo que me había perdido, pero el tiempo se había
acabado.
Mirando a Michael, le dije: “Iré contigo si lo restableces” mientras señalaba a
Duncan.
Los ángeles podían percibir a los demás. Los Nefilim también podían, hasta
cierto punto, si un ángel superior no tenía la capacidad de disfrazar su naturaleza. No
podía sentir el lado angelical de Cin. Esperaba preguntarle qué había hecho Duncan
para proteger a mi hijo porque, además de la interminable guerra entre el bien y el
mal, los arcángeles tenían la tarea de eliminar el problema de los Nefilim creado por
los ángeles a los que, a falta de un término mejor, les gustaba la fiesta en la tierra.

4 Mi amor.
Uriel, Zadkiel, Raphael y Michael eran conscientes de que Duncan había roto su
voto y había sido despojado de sus poderes celestiales hasta cierto punto. Pero no
sabían que Cin era su hijo. Supongo que pensaban que se sentía obligado con la mujer
que creían que era la madre de Cin porque había roto su voto con ella. O eso
supusieron. Cuando no percibieron nada angelical en la naturaleza de Cin, eso
justificó sus conclusiones.
Esa fue la razón por la que no pedí que se restaurara a Cin. Los otros podrían
querer destruirlo. También era cierto que cuando Duncan volviera a ser Gabriel,
podría no seguir protegiendo a nuestro hijo. Pero tenía que confiar en que algo dentro
de él mantendría en secreto la identidad de Cin, ya que no le costaría más que su
silencio. Era un riesgo, en cualquier caso. Éste sólo dejaba que un inmortal decidiera
su destino, no toda la orden de los ángeles.
Observé cómo una sonrisa no muy agradable se extendía por la cara de Michael
en respuesta a mi demanda.
—Al restaurarlo, la marca de ambos será eliminada. Gabriel ya no sentirá
101 ninguna conexión contigo. Será como antes, con un propósito que no te incluye a ti ni
al bastardo que ha acogido.
Duncan se adelantó, pero me giré para mirarle por encima del hombro. Una
lágrima se derramó de mi ojo.
—Está bien —le dije antes de encarar al hombre que había contribuido a mi
concepción—. Lo sé —dije con la convicción que sentía. Mi corazón se rompía por
dentro, pero había que hacerlo. Malditas sean las consecuencias.
Había que detener a Michael. Y como había estado sin control durante tanto
tiempo, sus ideas estaban deformadas. No podía ver más allá de la crueldad que había
causado a mi madre por lo que suponía era un propósito mayor. No podía prever
todos sus planes. Pero sabía que el ángel Gabriel, no el hombre Duncan, sería el único
que podría detenerlo.
Uriel, Zadkiel y Raphael no tenían el poder o la voluntad de restaurar el lado
inhumano de Duncan. Eso dejó al hombre que nunca llamaría padre como el único
que lo haría.
—Ven —dijo Michael, tendiéndome una mano.
No confiaba en mí más de lo que yo confiaba en él.
—¿Tengo tu palabra? —le pregunté.
Michael asintió mientras los demás permanecían en silencio. La rabia de Duncan
estaba en el filo de la navaja, pero estaba optando por creer en mí. No miré hacia
atrás por miedo a no ser capaz de seguir adelante.
No sabía qué pasaría cuando Gabriel se liberara de la carne humana que era
Duncan, aparte de que la marca desaparecería. Incluso Lilith había insinuado que los
ángeles eran criaturas sin amor, obligadas por el deber y nada más.
Aun así, tomé la mano de Michael y dejé que me izara en su caballo frente a él.
Me sujetó con una mano como si esperara que intentara liberarme. No lo hice.
Pero en esta posición, me vi obligada a ver el dolor en la cara de Duncan. Por
suerte, no duraría. Una vez que terminara, sus sentimientos fabricados por mí,
inducidos por la marca, desaparecerían.
Una bola de luz se formó en la mano de Michael. Luego, como un experto
lanzador, la arrojó hacia Duncan. La luz encapsuló a Duncan hasta que unas magníficas
alas negras iridiscentes estallaron en su espalda. Bajé la mirada a mi muñeca y vi
cómo la marca se deshacía mientras la luz desaparecía de lo que ahora era Gabriel.
Nuestra conexión rota me hizo sentir vacío y dejé caer mis lágrimas. Mi hijo
parecía confundido mientras sus ojos rebotaban entre su padre y yo.
—Bienvenido, hermano —dijo Michael.
102
Duncan… no, ya no es mi Duncan, sino Gabriel. Tenía que pensar en él como
Gabriel ahora. Así sería más fácil cuando nuestros caminos se cruzaran en el futuro y
me considerara una extraña.
Gabriel inclinó la cabeza hacia Miguel.
—Creo que Jofiel disfrutará de su nueva esposa ya que ha pasado mucho tiempo
con los humanos. Sus apetitos han cambiado mucho como los tuyos, Gabriel. —
Cuando Gabriel no dijo nada, Michael continuó—. No podemos renunciar a esta
oportunidad de crear más portales, ¿verdad?
Todos los ojos estaban puestos en Gabriel, especialmente los míos. Y como yo
había estado mirando desde el principio mientras el resto había estado observando
a Michael mientras hablaba, juré que vi cómo los ojos de Gabriel se movían y un
músculo de su mejilla se tensaba antes de desaparecer, un segundo antes de que la
atención de todos volviera a estar en él. Pero tal vez lo había soñado. Su mirada estaba
vacía ahora. Parecía aburrido para los estándares de cualquier persona mientras yo
seguía muriéndome un poco por dentro.
La marca desapareció, pero mis sentimientos permanecieron mientras Michael
dirigía su caballo hacia el cielo.
Lo único que lamento, aparte de la pérdida de Duncan, es no haber podido
despedirme de mi hijo. No podía darle a Michael ninguna razón para sospechar que
ya tenía un nieto. Recé para que Cin me perdonara cuando encontrara el camino de
vuelta a él.
La otra parte de que Miguel me entregaría a un ángel llamado Jofiel era risible.
Si Jofiel me pusiera una mano encima, se arrepentiría. Ese fue mi voto.
Sólo había un hombre para mí. Duncan. Mi segundo voto fue que un día nos
encontraríamos de nuevo como marido y mujer. O moriría en el intento.

103
GABRIEL

H
acía cientos de años que no sentía mi propia piel. El humano había
desaparecido y yo estaba totalmente restaurado. El escocés en el que
me había convertido había desaparecido, aunque quedaba un ligero
acento.
—Pa.
Miré a Cináed.
—Quédate quieto —ordené, utilizando una legión de poder de voz para obligar
104
al niño-hombre a guardar silencio.
Luego me volví hacia mis hermanos. Antes de hablar, levanté una mano,
extendiendo mi telequinesis. En segundos, mi armadura celestial me cubrió como si
estuviera imantada. Luego dirigí una mano hacia la torre de la derecha, donde la
corona que había guardado durante tanto tiempo abandonó su prisión de cristal y
apareció en mi mano. La puse sobre mi cabeza.
En el momento en que estaba allí, el metal vivo se formó alrededor de mi cabeza
y se apretó con púas como espinas que se clavaron en mi piel, haciendo imposible
que nadie más que yo se la quitara. Si hubiera sido humano, la sangre se habría
derramado.
Hablé en una lengua que había perdido la capacidad de hablar todos esos años,
aunque nunca había perdido la capacidad de entenderla. No sabían que Cináed
entendería lo que yo decía.
—Vayan, hermanos. Me reuniré con ustedes en el gran salón.
Se inclinaron. Esto era lo que querían desde el día en que me desnudaron,
metafóricamente hablando, y me dejaron vivir como un hombre. El conocimiento de
que Michael, a quien habría dado gustosamente la corona si hubiera podido elegir,
me había tendido una trampa para que cayera, quemó el fuego del cielo en mis
entrañas.
Se marcharon y esperé un minuto más antes de dirigir mi atención al chico y a la
bruja a sus pies.
—¿Vas a dejar que se lleven a mi madre para casarla con otro? ¿Es eso lo que
eres ahora? Ya no la quieres.
—Silencio —exigí, pero era demasiado tarde. Lilith lo había oído todo.
—Espera a que los demás se enteren de que el niño demonio nacido del
arcángel Gabriel es el hijo del caminante del tiempo.
—¿Qué otros? —dije mientras ponía una mano en su frente. Ensartada como
estaba, no podía escaparse.
—No hagas esto. Lucifer nunca te perdonará.
Ella podría haber sido su novia, pero no la única. Me ocuparía de Lucifer más
tarde mientras la veía convertirse en polvo. Él y yo teníamos una cuenta pendiente.
Especialmente después de su engaño con Cin. Había hecho un trato que tontamente
pensé que no podría ser torcido y él me había superado. Uno que no tuve más
remedio que hacer a menos que Cin fuera cazado y asesinado porque era Nefilim.
También había necesitado poder para protegerlo. Algo que no tenía lo suficiente
cuando fui hecho humano. Lucifer había suministrado ambas cosas pero no de la
105 manera que esperaba. Que Cin se convirtiera en lo que era no había estado en mi
trato. Acabar con Lilith no era más que una pequeña parte del pago en especie que le
debía a Lucifer.
—¿Puedes hacer eso? ¿Puedo? —preguntó Cináed como si aún fuera un niño,
emocionado por conocer todas las nuevas maravillas.
—No hay tiempo.
—¿Pero mamá?
—Tu madre y yo nos volveremos a encontrar. Nuestra historia es de muchas
vidas. Ella está bien.
Los ojos de Cináed se enfriaron.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Puedo sentirla. No es feliz, pero no está en peligro en este momento. —Incluso
yo había asumido que nuestra conexión se rompería para siempre. Al menos por
ahora, todavía podía sentirla.
—Pero...
—Escucha, muchacho. Hay cosas que debes saber, la primera es sobre el
tiempo. No sé si tienes su don, pero es importante que no lo uses para cambiar el
pasado.
—¿Por qué no? Ella lo hizo.
—No ha cambiado nada. El tiempo no es algo lineal como lo perciben la mayoría
de los humanos. El pasado, el presente y el futuro suceden al mismo tiempo. Aunque
tú, yo y la mayor parte del mundo experimentamos el tiempo como esa línea recta
que parte de algún punto del pasado y se dirige al futuro, tu madre no. Mi pasado
podría ser su presente o su futuro.
—Pero estaban enfadados cuando llegó. Querías que se fuera.
—Porque no podía arriesgarme a revelar algo que ya sabía. Tenía que atravesar
el tiempo por su propio camino.
—Así que siempre supiste que era mi madre.
Negué con la cabeza.
—No. Realmente la creí un sueño. Cuando me desperté y ella no estaba allí,
pensé que había forzado mis sueños con otra mujer. Lilith es responsable de eso.
—No hay viajes en el tiempo para mí. Si puedo, claro —resumió Cin.
—Nunca. El tiempo no perdona. Las mentes humanas no pueden soportar un
106 cambio en él. Si quitaras una piedra de su camino, no podrían conciliar el recuerdo
de que estaba allí y el nuevo recuerdo de que ya no está. No terminaría ahí. La
eliminación de ese guijarro podría cambiar algo más que afecta a otro humano.
—Un efecto dominó.
Asentí.
—El tiempo se corregiría con el acto más simple. Eliminar al que hizo el cambio
para salvar a los muchos que saldrían perjudicados.
—¿Así que el tiempo es un ser?
—No. Es una construcción. De nuevo, no tenemos el lujo del tiempo. No puedo
arriesgarme a que nos escuchen. Hay otra cosa que debes saber.
—¿Qué es eso? —El niño petulante había vuelto.
—Hasta que pueda levantar la maldición, mantente alejado del agua. No mates
a un humano en tu forma kelpie o estarás condenado por la eternidad. No habrá nada
que pueda hacer para quitar la marca.
El trato que había hecho había dado como resultado la transformación de mi hijo
en un caballo de agua que cambia de forma. Cualquier humano que lo tocara quedaría
atrapado mientras él lo llevaba al agua para ahogarse.
—Michael te quitó la marca después de que rompieras tu voto. Ni siquiera hablas
igual.
Puse mi mano en su hombro.
—Mi marca es un símbolo. Es una forma de asegurar que has adivinado
correctamente quién es tu pareja predestinada. Puede que un día te ocurra lo mismo
que a mí. Su eliminación no significa nada. Elin es mía. Siempre lo ha sido. Siempre
lo será. La recuperaré.
—¿Y cuando lo descubra?
Se refería a lo que había hecho para ocultarlo a la vista. Los Nefilim eran vistos
como una amenaza para nosotros. Tenían nuestro poder y podían caminar entre los
humanos favorecidos sin consecuencias. Una manada de ángeles renegados había
decidido que su misión era cazarlos como a perros mientras yo estaba en la Tierra
con la tarea de ver al clan McAllister llegar a América. Era una práctica que pensaba
detener. Aun así, Cin sería un objetivo por el simple hecho de ser mi hijo.
—Pediré su perdón —respondí.
Lo que no dije fue que la tendría de nuevo como esposa o que moriría en el
intento.

107
BONUS-CINÁED

S
iempre había habido confianza entre mi padre y yo. No podía decir lo
mismo ahora mientras lo veía salir volando. Había dicho todas las palabras
correctas, pero había sido diferente. No se había resistido cuando le
habían quitado el amor de su vida.
Por lo que sé, podría estar hablándome dulcemente, diciéndome todo lo que
quería oír.
Encontraría a mi madre, pensé mientras entraba en el castillo. Un coche que se
108 acercaba captó mi atención. Uno de mis dones era el de un oído sobrehumano. El
coche estaba un poco alejado pero se dirigía directamente hacia aquí.
Pa había protegido el castillo. La mayoría de las personas se verían disuadidas
por la espesa niebla de dirigirse hacia aquí.
—Hola.
Mi atención se alejó del coche que se acercaba y volvió a la voz. No había nadie
en el castillo. Todos se habían ido hace muchos años.
—¿Hola? —volvió a llamar la mujer.
El coche seguía acercándose, así que aproveché un poco de velocidad para
subir dos pisos, donde encontré a la mujer revisando cada habitación al pasar.
—¿Quién eres? —pregunté.
Era impresionante, sin duda. Aunque estaba vestida con un vestido digno de los
tiempos en que yo era un niño.
Su mano cubrió su escote, para mi consternación.
—Oh, gracias a Dios. ¿Dónde están todos? ¿Dónde está Duncan? No sabía que
tenía un hermano. Pero no importa eso. Debo aclarar esto. No puede estar casado con
esa horrible mujer.
Había escuchado las historias. Había días en los que pa no paraba de hablar del
pasado.
—¿Rebecca? —pregunté, justo cuando el coche se detuvo frente al castillo.
No tuvo que estar de acuerdo para que yo supiera que tenía razón. Eso explicaba
a dónde había enviado ma a su rival. Ahora la pregunta más apremiante era quién
estaba en mi puerta.

FIN... sólo por ahora.


Este es sólo el comienzo para Elin...

109
Me gustaría agradecerle que se hayan tomado el tiempo de leer mi novela.
Sobre todo, espero que le haya gustado. Si lo ha hecho, me encantaría que dedicara
unos minutos a dejar una reseña, aunque sólo sean unas pocas palabras. Te lo
agradecería mucho. ¡Muchas gracias!

110
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Terri E. Laine, autora éxito en ventas del USA Today, dejó una lucrativa carrera
como contadora pública para dedicarse a su amor por la escritura. Aparte de sus
funciones como esposa y madre de tres hijos, siempre ha sido una soñadora y, como
tal, se convirtió en una ávida lectora a una edad temprana.
Muchos años después, se le ocurrió la loca idea de escribir una novela y se lanzó
a intentar publicarla. Con más de dos docenas de títulos publicados bajo distintos
seudónimos, el resto es historia. Su viaje ha sido una bendición y un sueño realizado.
Espera tener muchos más recuerdos en el futuro.
112

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