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EL SUEÑO DE LAS DOS COLUMNAS EN MEDIO DEL MAR


(MBe, Vol. VII, Cap. 18, pp. 153-155)

DON Bosco había prometido a los muchachos el 26 de mayo contarles algo bonito el último
o el penúltimo día del mes. Y el 30 de mayo por la noche les refirió una parábola, como él
quiso llamarla.
«Os quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo yo que os
contaría a vosotros hasta mis pecados si no temiese que salieseis huyendo asustados, o que
se cayese la casa, os lo voy a contar para vuestro bien espiritual. Este sueño lo tuve hace
algunos días.
Figuraos que estáis conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde
el cual no divisáis más tierra que la que tenéis debajo de los pies. En toda aquella superficie
líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas
terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello
contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y
de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra
otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla
o al menos hacerle el mayor daño posible.
A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella
reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota 1
enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.
En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas,
muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen
Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum.
(Auxilio de los cristianos).
Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño
proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium.
(Salvación de los que creen).
El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor
de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar
a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la
conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitana y se congregan alrededor del
Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la
tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus
naves respectivas.
Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne por segunda vez a los pilotos,
mientras la nave capitana continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente
espantosa.
El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave
hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior penden
numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas.
Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su
marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales incendiarios
de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los
cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se torna cada vez más encarnizado.
Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu
resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca
nave prosigue segura y serena su camino.
A veces sucede que, por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus
flancos una larga y profunda hendidura; pero, apenas producido el daño, sopla un viento
suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen.
Disparan entre tanto los cañones de los asaltantes, y, al hacerlo, revientan, se rompen los
fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en
el mar. Entonces, los enemigos, llenos de furor, comienzan a luchar empleando el arma
corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el
combate.
Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le
acompañan acuden a ayudarle y le sujetan. El Pontífice es herido por segunda vez, cae
nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las
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cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa
el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido inmediatamente de suerte que la
noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos
comienzan a desanimarse.
El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos
columnas, y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, las amarra con una cadena que
pende de la proa a una áncora de la columna de la Hostia; y con otra cadena que pende de la
popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal
a la Virgen Inmaculada.
Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento
habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la fuga, se
dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a
las demás. Otras navecillas, que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son
las primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas.
Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y se encuentran muy distantes,
continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los
abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos
columnas, y allí permanecen tranquilas y serenas, en compañía de la nave capitana ocupada
por el Papa. En el mar reina una calma absoluta.
Al llegar a este punto del relato, don Bosco preguntó a don Miguel Rúa:
—¿Qué piensas de esta narración?
Don Miguel Rúa contestó:
—-Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es cabeza: las otras naves
representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del
Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de
armas intentan aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a
María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Don Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y don Bosco nada dijo tampoco
sobre este particular. Solamente añadió:
—Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los
enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora
ha sucedido es casi nada en comparación de lo que tiene que suceder. Los enemigos de la
Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla
si pudiesen. ¡Sólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto!
Devoción a María. Frecuencia de sacramentos: comunión frecuente, empleando todos los
recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo
momento. ¡Buenas noches!».

ANTES DE COMENZAR
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Antes de que comiences a leer, quisiera decirte que lo que aquí vas a leer es mi propia mirada
hacia este sueño que, hace ya más de un siglo, Don Bosco nos dejó. Es una mirada que nace
de la vida, desde la fe y la oración, y desde la mirada pastoral con la que intento acercarme
a la vida, a los jóvenes y la Familia Salesiana. No pretende ser un tratado, ni una nueva
interpretación del sueño. Solo quiere ser una ayuda para tu formación, para que nuestra
mirada de familia, sea una mirada más centrada en lo fundamental. Espero que te sirva.
Ojalá puedas enriquecer estas palabras, con tu propia mirada creyente y salesiana. El texto
que encontrarás al inicio de cada apartado, son unas líneas del sueño de Don Bosco.

DESDE EL SUELO QUE PISA DON BOSCO


Figuraos que estáis conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde
el cual no divisáis más tierra que la que tenéis debajo de los pies.

El sueño comienza con la invitación de Don Bosco a permanecer a su lado para contemplar
lo que nos va a narrar. De esta manera, la narración no es solo algo que vamos a escuchar,
sino que es una invitación a “meternos dentro”, a formar parte de lo que Don Bosco nos va
a contar. Ese “suelo que tenemos bajo los pies” es una llamada a leer el sueño que Don
Bosco nos narra, desde el suelo que hoy pisamos, es decir, desde el contexto existencial que
vivimos en este momento como Iglesia y comunidad cristiana, como Familia Salesiana,
como Asociación de Salesianos Cooperadores, incluso como personas individuales. Y es
importante también saber, que lo hacemos al lado de Don Bosco, alguien entrañable, que
ilumina lo que vamos a contemplar, que acompaña lo que vivimos y lo explica con palabras
sencillas, como Jesús hace con las parábolas. Un padre que nos ama tanto que incluso “os
contaría a vosotros hasta mis pecados si no temiese que salieseis huyendo asustados”.
Mirando nuestro “suelo”, nuestra realidad, también nos cautiva poderosamente la figura
del Papa que tenemos, lo mismo que llama la atención la figura del Papa del sueño.
Resolutivo, decidido a llevar el timón de la Iglesia, secundado por otras embarcaciones que
le siguen.
Francisco está empeñado, desde el inicio de su papado, en dar a la Iglesia un rostro más
auténtico de Iglesia. Nos sorprendió a todos haciendo su primera visita como Papa a
Lampedusa para agarrarse a la columna de la misericordia y la compasión rezando por los
que pierden su vida en el mar buscando un futuro mejor. Sueña una Iglesia más pobre y con
los pobres, enamorada del Evangelio, que descubre en la creación la mejor obra de Dios, la
casa común de la humanidad, llamada a velar por ella y, sobre todo, por el ser humano a
quien Dios se la confió. Que nos anima mantenernos lejos del clericalismo y que también
encuentra sus detractores, como también ocurre en el sueño. Que esta pascua proponía al
mundo un Plan para Resucitar 1 de tanta muerte y tanta tristeza que amenazan a la
humanidad.
También, desde el mes de febrero, estamos pisando el suelo del miedo pues estamos
amenazados por un virus que nos hace zozobrar en el mar del dolor y la muerte, el 4
aislamiento y las distancias, la soledad en los duelos y despedidas, que nos tira por tierra
nuestras certezas y seguridades, que hace que se nos tambalee todo. Y, además, estamos
viendo venir un tsunami con forma de crisis que afecta a tantas dimensiones de la existencia
humana, que nos estamos viendo obligados a tener que aprender a vivir de otra manera si
queremos salir adelante.
Un tiempo en el que seguimos empeñados en hacer realidad eso del “Somos Uno” que ya
desde el curso pasado, marca nuestros objetivos comunes como Inspectoría y al que
todavía nos queda “mucho jugo que sacar” si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo.
Es un tiempo, por consiguiente, que no deja de ser un desafío para todos los cristianos y
especialmente para la Familia Salesiana, pues en medio de todo esto, no tengamos ninguna
duda de que los jóvenes van a necesitar –y necesitan ya- alguien que esté a su lado para
acompañar, escuchar, estar con ellos, como Don Bosco está al lado de sus chicos cuando les
explica el sueño. Percibimos también aquí los ecos del CG 28 “¿Qué salesianos para los
jóvenes de hoy?” Este es el suelo que pisa Don Bosco, en nosotros, hoy.

1 https://www.vidanuevadigital.com/wp-content/uploads/2020/04/UN-PLAN-PARA-RESUCITAR-PAPA-
FRANCISCO-VIDA-NUEVA.pdf
DESDE EL SUELO QUE DON BOSCO PISÓ
Y también acogemos este sueño o parábola (así lo llaman también en las Memorias
Biográficas en español –Mbe) que Don Bosco contó a los muchachos y salesianos del
oratorio en 1862, en unas buenas noches con el mismo corazón abierto y atento a las
palabras de un padre que sabemos nos quiere, y que, lo que nos dice, sigue haciendo latir
nuestros corazones de Familia Salesiana.
El marco de referencia eclesial, social y político, en el que este sueño es narrado por Don
Bosco, es el “suelo existencial” que se vivía en aquella época. De manera muy resumida y
concisa, podemos decir que la Iglesia italiana, en el momento en el que Don Bosco narra
este sueño, vivía momentos muy complicados. Por una parte, había grupos de apóstatas
que encabezaban tensiones y protestas contra la Iglesia. Y por otra parte también había
tensiones internas sobre algunos aspectos relativos a la autoridad del Papa, y dentro de la
propia Iglesia había algunas corrientes de pensamiento que defendían con fuerza que los
ideales de la revolución que en Italia se vivía, se podían conciliar con los ideales de la Iglesia.
Incluso algunos sacerdotes y laicos, y también algún obispo, se contaban entre las filas de
estas corrientes de pensamiento.
Ante toda esta situación, lo que Don Bosco pretendía al contar este sueño era “introducir a
los jóvenes a rezar por la Iglesia y por el Sumo Pontífice y atraerles a la devoción del
Santísimo Sacramento y de María Inmaculada (…) Había necesidad de estas plegarias y
devociones eficacísimas, porque crecía sin tregua la guerra contra la Santa Sede; y era
preciso que el clero fiel continuase sosteniendo los derechos del Papa, contestados y 5
combatidos por cierto número de sacerdotes indignos.” 2
La mirada de Don Bosco sobre esta situación, es la de alguien que ama profundamente a la
Iglesia, al Papa. Quedémonos con una clave fundamental para acoger e interpretar este
sueño: el amor a la Iglesia, y en particular al Papa, que Don Bosco vivía.
Con esto podríamos concluir este primer apartado. Estamos contemplando un sueño que
nos habla de una realidad de la época de Don Bosco, pero que también nos invita hoy a mirar
al Papa y a la Iglesia, con un amor profundo. El que nace de quienes pertenecemos a ella, de
todos los bautizados, de todos los que hemos descubierto nuestra vocación de entrega y
servicio a los demás, especialmente a los jóvenes más pobres, y queremos acoger nuestra
misión y vivirla en comunidad.

2 MBe, Vol VII, Cap. 18, p. 156.


UNA BARCA AMENAZADA, PERO QUE NO SE HUNDE
Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia.
Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación de lo que tiene que suceder.

Curiosamente, cuando escribo estas líneas, no han pasado muchos días de un par de
acontecimientos en los que dos catedrales católicas, han sido pasto de las llamas: Nantes y
Managua. A diferencia del incendio de Notre Dame, estos dos templos, parece que han sido
incendiados a conciencia. Alguien ha querido quemarlos, y con eso causar un daño a la
Iglesia. También se suma a esta realidad la apertura de la catedral de Sofía como mezquita,
dejando de ser considerada como catedral cristiana. E incluso podemos añadir aquí la
cantidad, cada vez mayor, de personas que se acercan a las parroquias diciendo que quieren
apostatar, que preguntan qué hay que hacer para “borrarse de la Iglesia”.
Sin lanzarnos en plan “Nostradamus” a interpretar estos acontecimientos y otros de esta
índole que seguramente podríamos añadir a poco que buscáramos en Google “cristianos
perseguidos”, hay algo que sí podemos afirmar. Igual que Don Bosco vivió y contempló una
Iglesia con problemas, amenazada, cuestionada, con rupturas profundas en su interior,
también nosotros estamos asistiendo a unos momentos en los que la Iglesia, con el Papa a
la cabeza, vive momentos difíciles.
Una cosa curiosa del sueño, al menos a mí me llama mucho la atención, es que Don Bosco
narra los acontecimientos de este sueño sin catalogar a nadie de bueno o malo. Más allá de
que Don Rúa califica a los agresores como “enemigos de la Iglesia”, no aparecen 6
fundamentalismos de ningún tipo para defender a la Iglesia ante las amenazas y los
peligros que le rodean. Estas palabras, del propio Don Bosco dirigidas a sus chicos y
recogidas en el capítulo de las MBe que explica el contexto del sueño, nos hacen
preguntarnos algo en esta clave de cómo actuar ante las amenazas que la Iglesia vive. “No
debéis sorprenderos de nada; donde hay hombres, hay miserias. La Iglesia no tiene nada que
temer y, si se diera el caso de que todos se conjurasen contra ella para echarla abajo, siempre
está el Espíritu Santo para sostenerla.” 3
Genial, una vez más, Don Bosco. Personalmente, después de leerlas y pensarlas mucho, a
mí me hacen preguntarme que, si en este momento de la historia, en el que la Iglesia vive
también momentos complicados, ¿no será que tendremos que confiar más en el Espíritu
Santo, descubrir su presencia en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia sosteniéndolo todo
y capacitándonos con sus dones para mirar y afrontar las cosas de otra manera? Y esa
manera, ¿no será más al estilo de Dios, desde la fe, la caridad, la esperanza, el servicio y no
tanto desde nuestras fuerzas y estrategias, muchas veces echando mano de la condena al
otro y muy lejos de su aceptación como personas con sus miserias y limitaciones?
El propio Don Bosco, también en esto, es una fuente de inspiración para todos. Él intentaba
acercarse, cuando tenía ocasión, a los sacerdotes y laicos que, en su época, se muestran
distantes y disconformes con la Iglesia. Dialoga con ellos, con extrema prudencia para no

3 Ibid., p. 158.
irritarles, reza por ellos, les saludaba por la calle. Establece una relación con ellos más allá
de los diferentes puntos de vista políticos o civiles. Algunos que habían apostatado,
regresan al catolicismo o se retractarán antes de morir, después de las conversaciones y
encuentros con Don Bosco. Encontramos en Don Bosco pues, un creyente que mantiene el
contacto y la relación con las personas, a pesar de ideales o formas de pensar. 4 Para
nosotros, la centralidad de la persona, debería estar más allá de los principios políticos,
religiosos o de cualquier tipo. Podemos aprenderlo de Don Bosco.
Otra expresión que me llama la atención en el sueño, es esta: Otras naves, que por miedo al
combate se habían retirado y se encuentran muy distantes, continúan observando
prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los
restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, y allí
permanecen tranquilas y serenas, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa.
Aquí descubro otra lección genial que Don Bosco nos deja en este sueño. A pesar de que,
como muchos quizá hayan pensado al leer las líneas del párrafo anterior, algunos “escurran
el bulto” y no hayan estado peleando en esta batalla, y ahora acudan junto a la nave del
Papa cuando todo está en calma, sin embargo, no son rechazados por el Papa, ni increpados
por nadie, por tal motivo.
Y esto me hace pensar que en la Iglesia todos somos necesarios, nadie sobra, nadie está de
más, hay lugar para cada uno. Y esto me suena a aquello de que, lo más importante es hacer
fructificar los dones que uno ha recibido, sin importar el resultado que se obtenga, pero con
el objetivo de dar fruto. O al abrazo lleno de ternura con el que el padre recibe al hijo que se 7
ha ido lejos y ha malvivido, perdiéndose el don de vivir junto al padre. O la oveja perdida, o
a la dracma extraviada. No hay rencor, hay alegría por recuperar lo perdido.

LAS DOS COLUMNAS


En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas,
muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen
Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum.
(Auxilio de los cristianos).
Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño
proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium.
(Salvación de los que creen).

Nos disponemos ahora a dejar hablar a lo que ocurre en esta parte del sueño. Entre la
Familia Salesiana, este sueño se conoce como “El sueño de las dos columnas”. Quizá
también podríamos ponerle otros títulos. Se me ocurren estos: “El sueño de la nave que
hace frente a las tempestades”, “El sueño de la confianza en el Papa”. A veces, poner un
título a las cosas, hace que nuestra mirada solo se fije en eso, en las dos columnas. Pero,
aunque las dos columnas como habrás podido comprobar, en este sueño hay también
4 Ibid., Cfr. p. 158-159.
muchos aprendizajes, las dos columnas aparecen como si fueran lo que trae la “salvación”
a la situación que se narra y quizá por eso sí que merece la pena centrar la atención en estas
“columnas de salvación”, este sueño aporta muchas más cosas a esta mirada hacia la
salvación.
Ambas columnas son altas y robustas, como buenos pilares para cualquier construcción que
sobre ellas se quiera edificar, o buenos soportes que ofrecen seguridad para amarrarse a
ellos ante las dificultades.
Ambas columnas, nos presentan los mismos personajes que encontramos en el sueño de
los nueve años: el Señor Jesús y su madre María. Dicen los psicólogos que lo que vivimos en
los primeros años, de una forma u otra, marca toda nuestra vida. Imagino que también a
Don Bosco, aunque fuera santo, se le podría aplicar esta intuición. De una manera u otra, el
Señor Jesús y su madre María, estuvieron presentes a lo largo de su vida. La intimidad con
ellos, con los años, se iría haciendo más profunda, más medular para una vida entregada en
el servicio.
En este sueño, también nos encontramos con ambos: el Señor y su santísima Madre. Si para
Don Bosco fueron dos pilares fundamentales en su existencia como persona y como
sacerdote y estuvieron presentes desde el principio en su vida y sobre todo en momentos
cruciales, ¿por qué no pueden a ser dos pilares fundamentales en la existencia y en el
crecimiento de la Iglesia, a la que Don Bosco amaba tanto? ¿por qué no buscar en ellos
“salvación” para la Iglesia en los momentos de amenaza?
La primera columna que se nombra en el sueño representa a María Inmaculada y con ese
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cartel que aparece en la columna, se nos presenta como Auxiliadora de los cristianos. La
madre a la que Don Bosco aprendió a saludar cada día, y la madre que Jesús en la cruz nos
da a todos los cristianos. La madre que es auxilio y la madre que es ternura. La madre que
encarna la sencillez y la humildad, y la madre que es una creyente profunda, modelo de fe
para nosotros. La madre que, desde lo alto de la columna, no pierde de vista a ninguno de
sus hijos que andan por este mundo queriendo vivir desde el amor, descubriendo su camino
y creciendo en autonomía.
Esta imagen, me recuerda entrañablemente esas escenas que con frecuencia podemos ver
y que, seguramente, también las habremos vivido nosotros siendo pequeños. Me refiero a
cuando un niño o niña empieza a gatear o a caminar y hace sus “excursiones” alejándose
del entorno de la madre para explorar el mundo. La mirada de la madre, aunque sea a
distancia, está pendiente de los pasos del hijo/a de sus entrañas. Y también, de vez en
cuando, es el niño/a el que se vuelve y con la mirada busca a su madre. Y si la encuentra,
sigue contento y confiado, con una seguridad que le anima a seguir adelante. Pero si sus
ojos no la encuentran… se para, la busca, se altera, se vuelve hacia atrás, se le cambia la
sonrisa… le falta esa “mirada auxiliadora” que le sostiene y le anima, que le ayuda a confiar.
No nos falta razón cuando rezamos en la Salve “vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos”. Cuando somos mirados con misericordia, con ternura, con esa mirada de
una madre que no pierde vista a sus hijos, aunque estén cerca o lejos, aunque les vaya bien
o estén atravesando “valles de lágrimas”, la vida se sostiene y la fe empieza a crecer,
reflejándose en María, la primera creyente.
María también es la que, siguiendo con la Salve, nos “muestra a Jesús fruto bendito de su
vientre”. Y en Jesús el Señor, encontramos la otra columna del sueño. Una columna que,
como el propio Don Bosco dice, es mucho más alta y más gruesa. Y es que lo más grande, lo
más alto, lo más “recio” que Jesús el Señor hace, es darse por nosotros, salvarnos con su
pasión, muerte y resurrección. Y esto lo actualizamos, lo celebramos y lo hacemos vida en
la eucaristía.
En el sueño aparece una hostia sagrada de gran tamaño. Quizá el tamaño sea un detalle sin
importancia, pero si lo contextualizamos en la escena que vemos en el sueño, bien podemos
pensar que, al ser grande, puede ser vista por quien se encuentra alejado. No es algo “que
se esconde debajo del celemín, sino que se pone bien alto para que alumbre toda la casa”.
En este caso, para que sea vista en medio de esta mar embravecida del sueño, y en medio
de esa mar embravecida que a veces es la vida que vivimos. Jesús, el Señor, es buen puerto
y buen amarre en medio de la tempestad, en medio de las cosas que nos quitan la paz y nos
hacen sucumbir ante las dificultades o ante las estrecheces y amenazas que la vida nos trae
cada día.
En esta columna, otro cartel: “Salvación de los creen”. Creer. Tener fe. Confiar. Confiar más
allá de las propias seguridades. Confiar-se en las manos de Otro, en las manos del Señor.
No es algo mágico o extraordinario. Es vivir de fe. Cuando la fe va siendo la columna
vertebral de la vida, la mirada se va haciendo nueva. 9
Me impactan profundamente en el evangelio las escenas en las que Jesús se pone ante
Pedro y le lanza a bocajarro algunas preguntas. ¿Quién dice la gente que soy yo?; ¿y tú quién
dices que soy yo?; Pedro ¿me amas?; ¿me amas?; ¿me amas más que a nada? Imagino la
mirada de Jesús. Una mezcla de amistad, cariño, ternura, confianza… A esto nos lleva la fe,
a amar a Jesús el Señor, a creer, esperar y amar, porque además es lo que él está esperando
de nosotros, es lo que más desea. Ser todo para nosotros, que le amemos, que
descansemos en él.
Esta historia de amor que los creyentes estamos llamados a vivir con Jesús, el Señor, de
manera personal y única, se expresa de forma magistral en la eucaristía. Más allá de los
textos que van guiando cada parte de la liturgia eucarística, que en ocasiones son un poco
complicados de entender, cada uno de los gestos y símbolos que la componen son de una
riqueza increíble. Sobre todo, cuando quien participa en ella, es capaz de dejar que su
existencia se refleje en lo que se celebra, en cada una de las partes del ritual, en cada gesto
y en cada oración.
Quizá, unido a ese deseo de confiar más en el Espíritu Santo, del que hablábamos al inicio
del artículo, podríamos añadir el deseo de celebrar la eucaristía sin prisas. Gustando lo que
en cada momento ocurre. Descubriendo el vínculo que existe con la propia vida, con la
propia existencia. En algunas parroquias de España, se van haciendo ofertas de este tipo.
“Misa sin prisa” la llaman, y ofrecen dinámicas diversas pensadas para gustar cada
momento de la misma.

LA ESPERANZA QUE NOS VINCULA


El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos
columnas, y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, las amarra con una cadena que
pende de la proa a una áncora de la columna de la Hostia; y con otra cadena que pende de la
popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal
a la Virgen Inmaculada.

Cuando la nave de la Iglesia, con el Papa al timón, se sitúa entre las dos columnas, y se
amarra a las anclas que hay en ellas, desaparece todo peligro, llega la calma que trae la paz.
La simbología del ancla es rica y abundante: firmeza, estabilidad, esperanza, salvación…
Todas ellas representan lo que, en aquel momento y también ahora, la Iglesia necesita y
representa. Pero de todas ellas, en este momento que vivimos, en este suelo que pisamos,
creo que la que más necesitamos es la esperanza.
Por eso, este sueño creo que nos invita a ser constructores y soñadores de esperanza desde
dentro de la Iglesia, pero para toda la humanidad. Permanecer unidos a Jesús, el Señor,
caminar bajo la mirada, el auxilio y el amparo de María, formando parte de la comunidad
cristiana universal, local, salesiana… es motivo de esperanza.
Derivado de la lectura del sueño, podemos interpretar que el reto del Papa, es mantener la
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Iglesia anclada a la esperanza, con mirada confiada al Señor, haciendo de la fe una de
nuestras columnas fuertes y de la devoción mariana, la otra columna. Nuestro reto, como
creyentes, es permanecer también ahí, mantener el timón de la vida en sintonía con la
Iglesia y sobre todo atentos al Espíritu Santo que es el viento que sopla las velas e impulsa
esta nave de la Iglesia/de la vida, en la que vamos todos.
Personalmente, descubro una preciosa alegoría al Espíritu en este pasaje del sueño: A veces
sucede que, por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, (la nave) muestra en sus
flancos una larga y profunda hendidura; pero, apenas producido el daño, sopla un viento
suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen. Un viento
suave, que calma, que repara, que sana las heridas.
Seguiremos teniendo alrededor tempestades, personas que buscarán desacreditarnos,
hacernos daño, causarnos dolor, ideologías que buscarán dejarnos en evidencia… Nosotros
seguimos en el mar de la vida, bien anclados a esas columnas que hemos de aprender a
llevar “puestas” cada día para aprender a aferrarnos a ellas, pero sin querer dar la espalda
a lo que vivimos, sino con los pies en la vida, en la realidad que nos toca vivir.
Por último, me gustaría que este sueño también nos ayudara a mirar con esperanza a los
jóvenes. Don Bosco encontró en ellos la semilla que daría origen a la Congregación y a la
Familia Salesiana. A ellos les cuenta esos sueños, en ellos confía, en ellos encontró su vida
y a ellos se entregó. Pero la verdad es que, aquí le dejo la palabra al Rector Mayor, puesto
que pocos días antes de terminar de escribir estas páginas, anunciaba el título del Aguinaldo
2021 y adelantaba una breve presentación del mismo que te invito a leer para ir “abriendo
boca”, desplegando las velas de tu barco para dejarte llevar por el Espíritu. Su título: “Nos
mueve la esperanza. Quiero hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). 5

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5
https://www.sdb.org/es/Rector_Mayor/Aguinaldo/Aguinaldo_2021
FICHA DE TRABAJO

Textos de apoyo y profundización:


1. Plan para Resucitar, del Papa Francisco.
2. Presentación del título del Aguinaldo 2021.
A ambos textos se puede acceder desde los enlaces que aparecen en el desarrollo del
sueño.

Para trabajar personalmente


1. Lectura personal del sueño y del comentario.
2. Puedes añadir tu propio “suelo personal” al comentario, es decir, ¿cómo está tu vida
en este momento en el que Don Bosco te invita contemplar este sueño a su lado? ¿cómo
está tu familia, tu entorno, tu fe, tu trabajo? Y ante ese “suelo personal” ¿qué te dice este
texto?
3. ¿Cómo es en este momento tu vivencia personal de pertenencia a la Iglesia? No tanto
en clave de “qué haces en tu misión” sino tu vivencia personal profunda, como Hij@ amad@
de Dios. ¿Hasta qué punto te sientes parte de la situación que la Iglesia vive en el mundo?
¿Te interesas por saber cómo viven los cristianos perseguidos? ¿De qué forma están
presentes en tu oración?
4. Piensa en cómo es tu participación en la eucaristía. ¿Por costumbre o “porque toca”?
¿Para vivir un encuentro personal con Jesús el Señor? ¿Hay alguna parte o momento que
especialmente te guste o valores más personalmente por alguna razón? ¿Hay algo en lo
que te gustaría profundizar?
5. En el sueño aparecen dos columnas que ofrecen estabilidad, calma, paz a la nave de la
Iglesia. ¿Cuáles son las columnas que en este momento de tu vida a ti te ofrecen esto? 12
Para trabajar en grupo
1. Lectura personal del sueño y del comentario.
2. Intuiciones o luces que te aporta la lectura y que quieras comentar con el resto del
grupo.
3. Imagínate que tu grupo de cooperadores es una de esas otras naves del sueño que
navegan cerca del barco del Papa. ¿Qué podríais hacer vosotros para que la Iglesia no fuera
atacada o agredida por esos “enemigos” de los que habla Don Rúa?
4. Después de leer y comentar el material, podéis leer el “Plan para resucitar” y la
“Presentación del título del Aguinaldo 2021” y comentar qué imagen de Iglesia se adivina
detrás de ambos textos. ¿Qué podemos aportar nosotros como grupo, como asociación de
cooperadores, para seguir construyendo una Iglesia así? ¿Cómo reaccionar –y cómo no
reaccionar- ante esos “enemigos” de la Iglesia que siguen existiendo hoy?
5. ¿Dónde descubres que el Espíritu Santo sigue vivo y alentando la Iglesia hoy por
caminos de esperanza?
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