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Personalizar el aspecto

La batalla de Lepanto: dos armadas frente a


frente

Juan Carlos Losada


Actualizado a 06 de octubre de 2021 · 10:53 · Lectura: 8 min

Hacía años que las naves turcas se habían lanzado al control del
Mediterráneo occidental. Las costas italianas y españolas estaban
cada vez más amenazadas y Malta estuvo a punto de ser tomada en
1565. Ante el creciente peligro, España, Venecia y los Estados
Ponti cios formaron una alianza para enfrentarse a la armada turca y
detener su avance. Así se constituyó la Liga Santa, que se puso bajo
el mando de don Juan de Austria, el hijo natural de Carlos V, pues no
en vano España sufragaba la mitad de los costes de la alianza. Tras
concentrarse en Mesina, la armada cristiana zarpó hacia aguas
griegas a mediados de septiembre de 1571. Chipre, tras la
capitulación de Famagusta, acababa de caer en manos otomanas,
pero quedaba la posibilidad de derrotar a la ota turca atracada en el
golfo de Lepanto, al este de Grecia.

Cánticos de guerra

A las nueve de la mañana, ambas escuadras se divisan con claridad y


mientras avanzan una contra otra van desplegando las banderas y los
estandartes, sacan las imágenes y los cruci jos, suenan trompetas y
tambores, se reza, bendice, canta, baila, grita y arenga, tratando de
provocar el paroxismo y motivar al máximo a los combatientes. A los
remeros se les da vino y comida para que afronten el embate con
energía. Al mismo tiempo se despejan las cubiertas, se amontonan
las municiones y se preparan las armas y las herramientas de
abordaje. Poco a poco los cristianos consiguen situar en vanguardia
a las seis galeazas, galeras más altas, grandes, muy pesadas y lentas,
pero fuertemente armadas, cuya misión es hendir y romper la
formación enemiga. Han pasado cinco horas desde que las dos otas
se han avistado. Poco a poco se van acercando. Las galeras navegan
en paralelo sin apenas poder maniobrar; sólo marchan hacia adelante
al ritmo de la boga, hacia el choque. Son las doce del mediodía y el
in erno está a punto de desatarse.

A esa hora, cinco de las seis galeazas cristianas, que marchan a la


vanguardia de la ota, se aproximan a los turcos. Semejantes a
castillos, cuentan con 44 piezas de gran calibre cada una. Los
otomanos les disparan, con escasos resultados; en cambio, los
cañones de las galeazas arrasan las cubiertas de los buques
próximos y envían a pique a varias galeras turcas. La armada del
comandante turco, Alí Pachá, les deja atravesar sus las para sufrir
menos daños, esperando el choque con el grueso de la ota de la
Liga.

La artillería abre fuego

La tensión crece en las dos armadas, que están sólo a unos


centenares de metros. Ambas saben que han de disparar sus
cañones lo más tarde posible para causar más estragos, pues luego,
en el fragor del combate, será muy difícil la recarga. La mayor parte
de las gruesas piezas de artillería sólo podrá disparar una vez. En
esta guerra de nervios son los otomanos los que disparan primero,
pero casi todos sus proyectiles van a parar al mar. Cuando ya les
separan menos de cien metros, los cañones de las galeras de la Liga
empiezan a vomitar su carga, barriendo las cubiertas otomanas. A
esa distancia no hace falta apuntar: se dispara a bulto, sabiendo que
las balas y la metralla impactarán en los cuerpos y buques enemigos.

Lo normal es que cada barco escoja a su oponente y se enzarce en


una lucha furiosa.

Cuando se produce el choque, muchos de los espolones de las


galeras consiguen clavarse en los costados del enemigo, rompiendo
remos y cubiertas. Ahora, borda con borda, comienza otra batalla. Ya
no es una batalla naval, es un abordaje en el que las infanterías se
lanzan a luchar sobre una aglomeración de barcos trabados entre sí
por gar os, tablones y pasarelas. El azar y los choques de las
embarcaciones hacen que los hombres de una galera tengan a veces
que luchar contra dos, tres y hasta cuatro navíos enemigos que la
rodean. Sin embargo, lo normal es que cada barco escoja a su
oponente y se enzarce en una lucha furiosa. Los soldados cristianos
disparan una y otra vez sus arcabuces, a lo que los otomanos
responden mayoritariamente con echas. El objetivo de cada fuerza
embarcada es conseguir abordar al contrario y combatir en su puente
a golpe de espada hasta matar o echar por la borda a todos los
contrincantes.

En 1580, el pintor veneciano Andrea Vicentino realizó un gran óleo sobre la


batalla de Lepanto para el palacio Ducal de Venecia, en sustitución de una obra
anterior de Tintoretto que resultó destruida en un incendio. Basado en el
testimonio de los participantes, recrea con gran realismo el choque entre los dos
ejércitos en el momento culminante de la batalla. Foto: Palacio de los Dogos,
Venecia. AKG / Álbum.

La hora de la infantería

El golfo de Lepanto se convierte en un gran campo de batalla que, a


su vez, se fragmenta en cientos de pequeños escenarios en los que la
suerte puede ser diversa. Ambos bandos cruzan fuego de arcabuz y
de pistolas, echazos, lanzadas y hasta fuego griego, la famosa
bomba incendiaria inventada por los bizantinos. No se hacen
prisioneros, salvo aquellos capitanes distinguidos por los que se
pueda pedir un suculento rescate. El ala izquierda cristiana, que está
junto a la costa, es la primera en entrar en combate. Ahí están los
venecianos comandados por el almirante Barbarigo, quien morirá de
un echazo en un ojo. En los primeros momentos se ven
parcialmente desbordados por los turcos, pero, habiendo sido
reforzados por alguna nave del centro y de la reserva de Álvaro de
Bazán, logran imponerse y obligan al enemigo a huir a tierra tras
matar a su comandante Sirocco. El centro de don Juan de Austria
entra en lucha a continuación, entablando combate frontal con las
naves de Alí Pachá e imponiendo su potencia de fuego y su infantería,
superior a los jenízaros enemigos.

El balance de la carnicería

Sólo el ala derecha, comandada por Andrea Doria, que se ha alejado a


mar abierto, es desbordada y envuelta por el grupo de Uluch Alí, quien
logra hundir y arrasar unas cuantas galeras cristianas. Entre ellas
está la nave capitana de la Orden de Malta, cuya tripulación es
exterminada. Pero la llegada de refuerzos del centro y la reserva hace
huir a los turcos con lo que queda de sus barcos, llevándose una
galera veneciana como botín.

Alegoría de la batalla. Felipe II encargó a Tiziano este óleo en el que se


conmemora la victoria de Lepanto y el nacimiento de su hijo Fernando, que
moriría poco después. Museo del Prado. Foto: Erich Lessing / Álbum.

A las cuatro de la tarde, la batalla parece llegar a su n.


Es la hora del saqueo, y las tripulaciones porfían y discuten por ver
cuántas galeras enemigas logran remolcar. El balance de bajas en la
Liga es aterrador: 15 galeras perdidas (una de ellas capturada), 7.650
muertos y 7.784 heridos. En el bando otomano se han hundido
también 15 galeras y otras 160 han sido capturadas (las cifras
exactas di eren según los distintos comandantes), aunque algunas
de éstas quedan en tan mal estado que pronto se irán a pique. El
número preciso de muertos se desconoce, pero se evalúa en unos
30.000. Más exacta es la cifra de prisioneros, unos 8.000, que serán
convertidos en esclavos. Son liberados asimismo unos 12.000
galeotes cristianos, entre los que hay numerosas mujeres.

Cuando el almirante veneciano, Venier, volvió a Venecia, tras abrirse


camino entre la multitud informó al dogo de forma solemne: «Llevo,
Serenísimo Príncipe, la más noble y admirable Victoria. La Armada
turca, toda vencida y derrotada por los nuestros. Poquísimos se
salvaron. Sed contentos y gloria a vos».

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