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nciliarnos con la autoexigencia

A muchas personas, les cuesta acoger la vida como un regalo. Sólo cuando la vida se
acoge como un don brota espontáneamente la alegría en el corazón y en el alma. El
agradecimiento es la clave para una vida reconciliada consigo misma y plena; es
decir, llena de alegría. Las personas sencillas son las que, con mayor facilidad,
agradecen. En la Sagrada Escritura, los sencillos son exaltados, precisamente,
porque acogen con bondad lo que sucede en su vida, agradecen y, por esa razón,
disfrutan. La vida que se disfruta es la vida realmente acogida, amada y bendecida.
El mayor obstáculo para el agradecimiento proviene de creer que, todo nos lo
merecemos. Como he dicho en otras ocasiones, con el afán de merecimiento estamos
ocultando no sólo el vacío y el complejo de inferioridad en nuestra vida sino
también nuestra incapacidad para agradecer. Por esta vía, cultivamos más fácilmente
la soberbia o engreimiento.

Con frecuencia, muchos experimentamos cansancio. Parece que lleváramos cargas


muy pesadas sobre nuestros hombros o espaldas. Esto sucede, porque nos metemos
en la dinámica de la autoexigencia. Queremos abarcarlo todo, llenarlo todo,
significarlo todo. Cuando menos pensamos, estamos arrastrados por las corrientes
del orgullo, de la vanidad y de la insuficiencia. Mientras más nos metemos en esas
corrientes, más agotador se vuelve cada esfuerzo que se realiza y cada tarea que se
presenta. Nuestra alma y nuestro corazón pierden la sencillez; es decir, la capacidad
de asombro, de acogida, de agradecimiento y de disfrute. La soberbia, curiosamente,
nos conecta con el afán de sentirnos productivos, reconocidos, capaces.

Jesús dice: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, yo los aliviaré”.
Después de estás palabras, nos da la razón para buscarlo. “Porque mi corazón es
manso y humilde y mi yugo es ligero”. Recordemos que, en la psicología profunda
de Carl Gustav Jung, Cristo es el reflejo del sí mismo, la imagen de la divinidad
presente y actuante en nosotros. También podríamos decir que, Cristo es la
manifestación de nuestra esencia, aquel aspecto de nuestro ser que se manifiesta
cuando estamos en paz con nosotros mismos y con lo que nos rodea. Es decir, el Sí
Mismo se revela cuando estamos perdonados y reconciliados. El camino para que
Cristo habite en nosotros y nosotros en él es el cultivo de un corazón manso y
humilde. La mansedumbre significa docilidad en el carácter; es decir que, nuestras
respuestas y actitudes ante el conflicto son mesuradas, buscan la paz, no la división
y, menos aún, a fomentar el odio. La humildad significa reconocer lo que somos,
nuestra vulnerabilidad y nuestros límites. El Yugo es el símbolo de las exigencias,
de los mandatos. Lo que proviene del Sí Mismo, de Cristo, no genera angustia;
menos aún, intransigencia, desespero y autoexigencia.

Cuando Nasrudín tenía una tintorería, vino un cliente que le dijo: ¿Podrías teñirme
este vestido? ¿De qué color lo quieres? Ah, nada complicado, pero que no sea ni
rojo, ni verde, ni blanco, ni negro, ni amarillo, ni lila. Bien, ya me entiendes, no
querría ningún color conocido, pero fuera de esto, nada especial. ¿Me lo puedes
hacer? ¡Claro que sí, hombre! Pasa a recogerlo cuando quieras, pero que no sea ni
lunes, ni martes, tampoco miércoles, ni jueves y menos viernes. ¡Ah! Y el sábado y
domingo está cerrado. Fuera de esto, ya lo sabes, siempre y cuando quieras.

Rudolf Steiner, filosofo, enseña que, la vida no es nuestra elección, nuestro diseño y,
menos aún, el resultado de nuestro esfuerzo. Al contrario, la vida nos la
encontramos, nos fue dada y nos corresponde recibirla, agradecerla, convertirla en
una bendición. Cuando nacimos fuimos celebrados, acogidos, acunados, besados.
Aún recuerdo ese momento en el que la gineco obstetra permite mi ingreso a la sala
de parto para ver a Luciana que acababa de nacer. La sensación de gratitud por ese
milagro de la vida encarnada en aquel pequeño ser, aún perdura. Los hijos vienen a
través nuestro. Su vida nos es dada, confiada, tiene algo nuestro y algo de Dios.
Abrazar, acunar, cuidar, proteger, formar y acompañar son la expresión de que la
vida fue acogida, sin expectativas, desde la confianza. Donde hay agradecimiento, el
sobreesfuerzo, se vuelve innecesario.

La autoexigencia e intransigencia de nuestra parte, son la carga pesada que ponemos


en nuestra alma, en nuestra voluntad y en nuestro corazón. Se convierten,
inconscientemente, en un reproche hacia nuestros padres. En estos días, alguien
decía que estaba enojado con Dios porque le había dado unos padres pobres. Cuando
mire su vida, vi que está llena de esfuerzos de todo tipo por amasar una fortuna.
Nada le resulta. Cada vez se siente más cansado y frustrado. Al respecto, dice
Steiner: “nada de lo que hay en nuestra vida es buscado, nos ha sido dado
gratuitamente; por eso, hay que agradecerlo de corazón. La acción de gracias, vivir
agradecidos, es el único modo sano de relacionarnos y de crecer ante la Fuente de
todo bien. Sin agradecimiento, comenzamos a creer que hubo un error al nacer, que
estamos en la familia, en el mundo, en la época equivocada. Lo anterior, nos lleva a
vivir desde la culpa, a querer cambiarlo todo, a exigirnos desmesuradamente, a vivir
mal y, sobre todo, a sentir que, no tenemos un buen lugar en la vida.
Cuando agradecemos también nos hacemos conscientes que hay personas, a nuestro
alrededor, que no pidieron nacer y no son acogidas, ni celebradas, ni festejadas. En
esos momentos, puede surgir un sentimiento de culpa o de superioridad, menos mal
que a mí no me pasan esas cosas, suelen decir algunos. Ambos sentimientos son
corrosivos, no ayudan al otro, menos a nosotros. La clave del agradecimiento no está
en mirar a las condiciones de vida que tenemos, ni en los bienes que poseemos,
tampoco en las comodidades que podemos disfrutar. El camino del agradecimiento
pasa por valorar lo que somos, los talentos que nos fueron dados cuando nos
engendraron, reconocer que hay cosas, como la vida misma, que no podemos
retener, apropiárnosla. La auténtica acción de gracias consiste en crecer en libertad,
en compasión, en confianza, en saber que todo lo que recibimos es para entregarlo a
través del servicio a la vida. Todo nos fue dado para cuidar, acompañar y proteger la
vida. Lo demás, es reclamo y autoexigencia.

Yo lo único que sé es que... A mí me tomó de la mano cuando más lo necesitaba.


Me enseñó a sonreír y agradecer por las pequeñas cosas. Me enseñó a llorar con
fuerzas y dejar ir. Me enseñó a despertarme saludando al sol y a acostarme con la
cabeza tranquila. A caminar muy lento y muy descalza. Me enseñó a abrazar a todos
y a abrazarme a mí. Me enseñó mucho, me enseñó todo. Me enseñó a quererme con
ganas. A querer a quien tengo al lado y a darle la mano. Me enseñó que siempre me
está hablando en lo cotidiano, en lo sencillo, a manera de mensajes y que para
escucharlo, tengo que tener abierto el corazón. Me enseñó que un gracias o un
perdón lo pueden cambiar todo. Me enseñó que la fuerza más grande es el amor y
que lo contrario al amor es el miedo. Me enseñó cuánto me ama a través de 1.000
detalles. Me enseñó que los milagros sí existen. Me enseñó que si yo no perdono,
soy yo quien se queda prisionera; y que para perdonar, primero tengo que
perdonarme. Me enseñó que no siempre se recibe bien por bien pero que actúe bien
a pesar de todo. Me enseñó a confiar en mí y a levantar la voz frente a la injusticia.
Me enseñó a buscarlo dentro y no afuera. Me deja que me aleje, sin enojarse. Que
salga a conocer la vida. A equivocarme y aprender. Y me sigue cuidando y
esperando. Hasta me dejó aprender de otros maestros sin ponerse celoso; porque es
de necios no escuchar a todo el que habla de amor. Me enseñó que solo estoy aquí
por un tiempo, y solo ocupo un lugar pequeño. Y me pidió que sea feliz y viva en
paz, que me esfuerce cada día en ser mejor y en compartir su luz conociendo mi
sombra. Que disfrute, que ría, que valore, y que Él siempre va a estar en mí... Que
aunque dude y tenga miedo, confíe, ya que esa es la fe, confiar en Él a pesar de
mí...Mi maestro se llama Jesús…(Gabriela Mistral)Francisco Carmona
Mayo 22, 2022
Reconciliarse con las crisis

En el libro del éxodo, en el capítulo tres, cuando Dios se manifiesta a Moisés en la


zarza ardiendo. Hay una expresión que, nunca deja de conmoverme: “He visto el
sufrimiento y la aflicción de mi pueblo y tomé la decisión de bajar a liberarlo”. En el
libro del profeta Isaías, en el capítulo 40, se muestra la imagen de un pueblo
desorientado, atrapado en el dolor y la desesperanza. En medio de esta situación, se
escucha la voz de Dios que dice: ¿quién esta disponible para ir a consolar a mi
pueblo? El profeta responde: ¡Yo iré! Entonces, Dios dice: “ve y diles que su
sufrimiento termino, que Dios vino a sanar sus corazones destrozados y vendar sus
heridas, a festejar con ellos el fin de su sufrimiento. Todo lo que los agobiaba, el
Señor lo ha transformado”. Esta es la faceta de un Dios que ve los resultados que
vivir desordenadamente, bajo el yugo y la tiranía del desequilibrio producen y,
movido por la compasión que hay en su corazón, decide sanar y reconciliar. Sólo el
que se cree más que Dios mantiene sus conductas autodestructivas y fomenta la
violencia.

Todos, sin excepción, hemos atravesado por un período de crisis. Algunas veces,
hemos sucumbido ante ellas y, como consecuencia, terminamos experimentando que
perdíamos el rumbo de la vida, de nuestros proyectos. En otras ocasiones, hemos
actuado con sabiduría y hemos salido fortalecidos, con nuevas decisiones, posturas y
proyectos. Hoy, en día, la tiranía de la felicidad, hace que evitemos el dolor, el
sufrimiento y qué veamos las crisis como algo que evitar a toda costa, en lugar de
encontrar en ellas nuevas oportunidades y claridades para vivir con mayor
autenticidad nuestra vida y nuestros propósitos. Las crisis son la oportunidad de
gestar algo nuevo en nuestra vida; eso sí, para crecer y sacar buen provecho, hay que
asumir una buena dosis de sufrimiento e incertidumbre. Carlos Alemany, psicólogo,
nos recuerda lo siguiente: “En una palabra, toda crisis, desde la del niño que se
asoma a la vida desde el útero materno gimiendo y llorando hasta la del que no sabe
decir adiós a su existencia de una manera digna y agradecida, es una oportunidad
para crecer.

En la actualidad, hay tres palabras que están de moda: crisis, cambio y felicidad.
Cuando se acompañan, por ejemplo, del adjetivo cuántico, se convierten en un buen
producto comercial. Por ejemplo: el cambio cuántico, alcanza cuánticamente
mejores niveles de felicidad, transforma cuánticamente las relaciones dentro de tu
sistema familiar: con tu pareja, con tus hijos, con tu sexualidad. Supera
cuánticamente tu crisis de empleo, de pareja, de envejecimiento, etc. Al final, todo
expresa un deseo de vivir mejor, darle una dirección diferente a lo que vivimos,
sentimos, atravesamos. Alejandro Rocamora, psicólogo, escribe: “Toda crisis
siempre supone un conflicto que implica tensión en diferentes aspectos, pero que
también lleva la semilla del cambio. Esa nueva opción suele venir habitualmente
detrás de una ruptura. La crisis siempre obliga a optar por la ruptura como el precio
a pagar por un desorden previo, por la nebulosa que rodeo nuestras angustias vitales
y por el sufrimiento en el que no vimos previamente una salida”.

En la psicología que analiza el vínculo y quiere construir relaciones vinculares


sanas, se consideran las crisis como la expresión de una patología vincular. Es decir,
toda crisis representa un desorden en nuestras relaciones, una encrucijada y una
decisión que no fue suficiente para mantener el orden y equilibrio en las relaciones.
La crisis, como el trauma, son esfuerzos del alma por encontrar el equilibrio perdido.
La crisis ante el desorden relacional y el trauma ante el dolor que, destruye la
percepción que tenemos sobre nosotros mismos, sobre nuestra identidad. En la
crisis, hay una llamada al orden, al cambio, al equilibrio. Por eso, cuando se resuelve
adecuadamente, nos sentimos a gusto con nosotros mismos, con lo que amamos y
con quienes nos rodean.

Los deseos de este mundo son como una caldera y los temores de aquí abajo son
como un baño. Los hombres piadosos viven por encima de la caldera en la
indigencia y en la alegría. Los ricos son los que aportan excrementos para alimentar
el fuego de la caldera, de modo que el baño esté bien caliente. Dios les ha dado la
avidez. Pero abandona tú la caldera y entra en el baño. Se reconoce a los del baño
por su cara, que es pura. Pero el polvo, el humo y la suciedad son los signos de los
que prefieren la caldera. Si allí no ves suficientemente bien como para reconocerlos
por su rostro, reconócelos por el olor. Los que trabajan en la caldera se dicen: Hoy,
he traído veinte sacos de boñiga de vaca para alimentar la caldera. Estos
excrementos alimentan un fuego destinado al hombre puro y el oro es como esos
excrementos. El que pasa su vida en la caldera no conoce el olor del almizcle. Y si,
por azar, lo percibe, se pone enfermo.
Muchas personas, ante la crisis, dice Carlos Alemany, invocan la resiliencia: “la
actitud de las personas que, después de un conflicto grave (malos tratos en la
infancia, pérdidas traumáticas o experiencias disfuncionales) logran mantener un
equilibrio mental que les proporciona paz y tranquilidad. Las personas siguen
adelante, a pesar, de la adversidad. Las personas resilientes prosiguen adelante con
su vida productiva. Saben afrontar la crisis. Pero, afrontar no es lo mismo que
resolver. Aquello que no se resuelve, tarde o temprano, se repite y, lo hace una y
otra vez, hasta que se le da una solución adecuada. Esta repetición es lo que
conocemos como la neurosis de destino. Sin un proceso de reconciliación con lo que
vivimos, con el dolor por el que tuvimos que atravesar, sin integrar las pérdidas que
toda experiencia entraña y, sobretodo, sin responsabilizarse de lo que nos
corresponde en el conflicto, es difícil que los cambios se estructuren lo suficiente
como para convertirse en nuevas columnas de nuestra existencia. Como dice el
cuento, no se trata de vivir en la caldera o en el baño, sino en la indigencia, el
corazón puro y alegre, que acalla y modera sus deseos como lo hace el niño cuando
está en los brazos de su madre.

En las cartas de San Pablo, se encuentra un texto muy bello y oportuno para vivir las
crisis de manera creativa, fecunda y con la fuerza del Espíritu. “Yo considero que
los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que
se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta
revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente,
sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque
también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de
la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el
presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que
poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la alegría que
esperamos: llegar a ser plenos hijos de Dios, vivir la redención de nuestro cuerpo.
Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que
se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que ya se ve? En cambio,
si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia (Rm 8, 18-25)

El desequilibrio nos puede llevar a la locura. La crisis es el momento de la


encrucijada, aquel en el que estamos frente a una decisión que restaure el equilibrio,
sane las relaciones y transforme nuestra vida. Para superar una crisis es fundamental
ser conscientes del grado de relación que tenemos con nosotros mismos y de la
capacidad de hacernos responsables de nuestro destino. El primer paso hacia una
crisis se da cuando perdemos la conexión con nosotros mismos, con nuestros deseos,
pero, sobre todo, con el propósito y sentido de nuestra existencia. Toda crisis
desestructura nuestro mundo interior, lo que antes era verdadero, ahora, en la crisis,
parece relativo. Todo se sana cuando volvemos al orden; es decir, a nuestro corazón,
a la conexión con las partes sanas de nuestro ser que son las únicas capaces de
reunificar lo que está traumatizado y sobreviviente en nosotros.

De una crisis salimos victoriosos, transformados, cuando somos capaces de activar


nuestros recursos interiores, nuestra conexión con lo que somos esencialmente,
cuando entendemos que no estamos solos y que todos somos abarcados por la fuerza
de una Fuente que da vida a todos, sin excepción. Las crisis nos invitan a
escucharnos. Moisés, después de su fracaso en Egipto, se retira al desierto durante
cuarenta años, quiere olvidar lo sucedido; sin embargo, Dios lo alcanza en el
momento oportuno y le hace comprender que, sale victorioso si se deja guiar en
lugar de hacerlo desde sus pequeños y pobres esquemas mentales. Crecemos cuando
desarrollamos nuevas habilidades para enfrentar la adversidad. Algo que se logra en
un diálogo sincero y honesto con nosotros mismos y con Dios.

Señor, veo que tú viviste una crisis por ser coherente. Sufriste una cruz que no
merecías pero aceptaste. Un grano de trigo enterrado para fructificar... Ayúdame a
saber contemplarte, descubrir el fondo de tu autenticidad para, como tú, madurar y
salir más fuerte de mis crisis. Porque tú eres Pastor, pero Pastor herido que conoce a
sus ovejas porque ha sufrido por ellas y ha recorrido las mismas quebradas por
donde se perdieron... Y una vez sanado, tú me dices: Haz tú lo mismo. Porque hay
demasiados árboles tronchados en el margen de la vida que esperan de una mano
amiga (Rezando voy)Francisco Carmona

Mayo 26, 2022


La reconciliación con la vida

Thomas Moore en su libro el cuidado del alma deja la siguiente constatación: “El
alma son los vínculos”. El alma se nutre de esos lazos profundos y duraderos que
conectan a una persona con otra. Nuestra capacidad de conectar adecuadamente con
el otro tiene una importancia vital para nuestra estabilidad mental, emocional y
espiritual. Ahora, la forma como se dieron los vínculos en la infancia, especialmente
con nuestra madre, va a marcar nuestra vida adulta que, sin lugar a duda, será el
reflejo de nuestra infancia. De ahí, la importancia de reconciliarnos con la infancia
y, darnos permiso para reconstruir la percepción que tenemos de nosotros mismos;
es decir, nuestra identidad.

De alguna u otra forma, hemos experimentado en la vida adulta, la incapacidad de


fluir en la vida afectiva; sobre todo, con la pareja. Aquellos asuntos no resueltos del
sistema familiar y de la propia vida infantil; especialmente, en la primera infancia,
se actualizan en los movimientos y dinámicas que, una relación como la de pareja,
generan. El alma enferma y pierde el rumbo cuando, por temor, permanecemos en
un vínculo inestable, desorganizado, traumático. A la hora de considerar una
relación, conviene tener presente, si nos ayuda a conectar con la vida, nos sana o nos
enferma y disocia. Recordemos que, en cada uno de nosotros hay una tendencia
innata que se llama instinto, que es una fuerza que nos mueve a la acción, con el
único objetivo de satisfacer una necesidad. La pregunta, cuando estamos en una
relación difícil, inestable, es: ¿qué necesidad del niño, en su primera infancia, estoy
queriendo satisfacer?

La crisis, especialmente, la provocada por el duelo, pone al descubierto nuestra


conexión con la vida. Hay dos formas muy básicas de conectar con la vida. La
primera, desde la simbiosis. Sin el otro no sé vivir, si el desaparece, la vida carece de
sentido. Cuando el modo de vincularse con los demás es simbiótico, las personas no
soportan estar solas y, apenas terminan una relación, salen y consiguen otra. En la
relación simbiótica, las personas se sienten desvalidas, inseguras, solas y vacías.
Hay dos formas de reaccionar: desde la autosuficiencia o la mendicidad afectiva. La
segunda, desde la autonomía. Como dice la oración de la Gestalt: “Tú eres tú y yo
soy yo, cada uno nació para realizar su vida y no para cumplir las expectativas de los
demás”. La autonomía conduce a la adultez: el otro no tiene que renunciar a ser él
mismo para estar a nuestro lado. Tengamos presente que, lo que ocurra en cualquier
parte del mundo, tiene repercusiones en nuestro psiquismo. Eso significa que
estamos conectados los unos con los otros. Ninguno puede construir su vida al
margen de la vida de los demás; creerlo, pone en evidencia nuestro grado de
desconexión con la vida. La alternativa, ante la dificultad en los vínculos, tiene que
ser la reconciliación, no el deseo de desaparecer, de quitarnos la vida.

Cuatro indios entraron en la mezquita para prosternarse ante Dios, con el corazón en
paz. Pero, de pronto, el almuédano entró también en la mezquita y uno de los indios
dejó escapar estas palabras: ¿Se ha recitado la llamada a la oración? ¡Si no es así,
nos hemos adelantado! ¡Cállate!, le dijo el otro; ¡con tus palabras, has invalidado tu
oración! -¡Cállate tú también, porque acabas de hacer lo mismo!
Y el cuarto añadió: ¡Gracias a Dios, yo no he hablado, y mi oración sigue siendo
válida! Es una verdadera bendición el no ocuparse uno sino de su propia vergüenza.

En psicología se habla de cuatro formas patológicas de vincularse con la vida. La


primera es, a través de la neurosis. Se conoce como neurosis al comportamiento que
se caracteriza por girar, de manera patológica, en torno a las necesidades y
exigencias de los demás, olvidándose de las propias. La persona que obra de esta
forma se siente indefensa y, en lugar de buscar fortaleza en su interior, sale a
buscarlo y reclamarlo afuera. La razón para actuar de esta forma es muy simple: los
demás tienen mejores cosas. El sentimiento de desvalimiento, nos dice
constelaciones familiares, tiene su origen en la incapacidad de hacernos cargo de
nuestra vida. Cuando este sentimiento nos inunda, nos recuerda que, aún no se ha
tomado a la madre suficientemente como para vivir con autonomía la propia vida.
En estas condiciones, aún somos niños.

Además de la neurosis, hay otra forma de vincularnos con la vida. A través de la


depresión. Esta es la segunda forma. La depresión es una pérdida del ánimo porque
estamos enojados con la vida o los demás porque no están a la altura de nuestras
expectativas. En el vínculo depresivo con la vida, los pensamientos comienzan y
terminan en uno. Según Rocamora, en el vínculo depresivo con la vida, nada es
suficiente, todos son responsables de la desdicha que se padece, no hay
responsabilidad personal, las ataduras con el mundo exterior se rompen; el depresivo
sólo se mira así mismo y se autodestruye. El depresivo es una persona enojada, su
tristeza proviene de la incapacidad de conectar con su rabia.

La tercera forma es la maníaca, el afán de sentirse libre, de poder hacer lo que se


venga en gana y, sin que nadie intervenga poniendo límites. Estas personas luchan
contra todo lo que represente una barrera u obstáculo para el pensamiento y la
acción. Estas personas, donde quiera que vayan, disfrutan hablando, en posición de
víctima, de lo que les sucede, suelen convertir en victimarios a sus parejas. Se
fusionan con el mundo desde el afán de sentirse apreciados por el sufrimiento, la
frustración y maltrato que soportan. El vínculo maníaco se caracteriza por el cumulo
de actividades, la mayoría de ellas sin sentido, de lo que se trata es de sentirse
ocupado, haciendo mucho por los demás y, sobretodo, sin tiempo para interiorizar,
verse, acogerse y llenar el vacío interior. Estas personas tienen una necesidad
enorme de hablar y hablar, odian la interrupción porque se pueden encontrar con una
pregunta que las obligue a conectar con la verdad interior que hay en ellas.

Por último, está el modo de relación donde la persona se ufana de tener un don
especial: conocer lo que pasa en el corazón de las personas con sólo mirarlas. Estas
personas se sienten super poderosas; en algunos casos, se convencen a sí mismas de
ser capaces de predecir el futuro de los demás. No soportan una pregunta sobre sí
mismas, sobre su vida interior. Todo lo que aprenden es para examinar a los demás,
nunca interiorizan nada y, menos aún, hacen una revisión de su vida y de sus
actitudes. Estas personas terminan difuminadas en el afán de ayuda. Su
comportamiento es como si en el mundo, sólo existieran ellos; de hecho, todo lo
personalizan. Cuando hablan, lo hacen auto referenciándose: en todo hablan
metiendo ego. Por ejemplo, en lugar de decir, se acabó el jabón de lavar ropa dicen:
se me acabó el jabón de lavar la ropa.

Finalmente, digamos que, el buen vínculo con la vida es aquel donde la capacidad de
rotar entre nosotros y los otros es la dinámica constante. En la interacción entre
mundo interior y exterior se experimenta la felicidad. También se ve un buen
vínculo con la vida cuando somos capaces de dar sin perdernos, sin negar nuestras
necesidades, deseos y aspiraciones. Dice Rocamora: “El ser humano es feliz cuando
tiende la mano al prójimo sin olvidarse de su propia esencia. No se fusiona con el
vecino, se aproxima amorosamente al otro y mantiene su individualidad”

Habla la Vida, no en palabras ni versos, no en poemas ni cantos, no en susurro,


no en grito. Habla, primero, al abrazar al herido y dar agua al sediento, al partirte un
poco la espalda para cargar con los abatidos (¿quién, si no, tirará de ellos?) Habla la
Vida, en el perdón sincero, en el respeto, en un amor de hermano, de amigo, de
amante eterno en la mesa dispuesta para saciar al hambriento. Si la Vida calla, el
poema, el grito, el canto… es verbo hueco. Pero si cantan las obras, si recita el
gesto, si grita la vida, eso es evangelio (José María R. Olaizola, sj)Francisco
Carmona
Mayo 27, 2022
Reconciliarse con el cuerpo
El trauma se genera cuando sucede un evento que, además de estrés, nos desborda
emocionalmente y hace que nos experimentemos indefensos, impotentes, +sin
capacidad de respuesta. El trauma, el estrés sin resolver, hace que las personas se
disocien mental y afectivamente. En este proceso, el cuerpo tiene una función
preponderante. Laura Girnsztajn, en su libro regreso al cuerpo, hace la siguiente
anotación: “el cuerpo es nuestro territorio, exploramos y aprendemos de él, nos
conectamos con él, nos enseña los límites y capacidades y nosotros correspondemos
enseñándole la evolución a la que se enfrenta”. El cuidado del cuerpo nos revela el
grado de conexión con la vida y el maltrato, lo desconectados que estamos y el
peligro al que estamos expuestos. Desde niños aprendemos a amar u odiar nuestro
cuerpo. De ahí que, los comentarios inadecuados sobre el cuerpo propio o de otra
persona se consideren no sólo mala educación, sino también, maltrato.

Augusto Cury, psiquiatra, señala que, la cultura actual está bajo la tiranía de la
belleza. Una tiranía que, según este autor, hace que el 3% de las mujeres
occidentales se sientan a gusto con su cuerpo. Las relaciones se vuelven difíciles y
tensas cuando no se ama el propio cuerpo. La percepción sobre el cuerpo termina
afectando el concepto sobre nosotros mismos y, por esa misma razón, las relaciones
con el entorno y nuestros semejantes. Ir por la vida con hambre de aceptación es una
de las mayores tragedias que el alma puede soportar. Cuando se cae en esta
dinámica, es imposible vivir en paz y construir una existencia armoniosa. La
autopercepción, el valor de sí mismos, comienza a deteriorarse cuando empezamos a
etiquetar como “feas” o “desagradables” partes de nuestro cuerpo. Disociar el
cuerpo termina generando graves trastornos en la ingesta de alimentos y bebidas y,
en las relaciones interpersonales.

Un anciano fue a casa del médico. Cuando le hubo explicado que sus facultades
intelectuales declinaban, el médico respondió: ¡Eso se debe a tu avanzada edad!
¡También mi vista se debilita! ¡Claro, porque eres viejo! ¡Me duele mucho la
espalda! ¡No es más que un efecto de la vejez! No digiero nada de lo que como. ¡Si
tu estómago es débil, es por culpa de tu mucha edad! Y cuando respiro siento como
una opresión en el pecho. ¡Es normal! ¡Eres viejo! ¡Y la vejez trae muchos males! El
anciano, entonces, se enfadó: ¡Gran idiota! ¿Qué significa toda esa palabrería? No
sabes nada de la ciencia de la medicina. ¡Eres más ignorante que un asno! ¡Dios ha
creado un remedio para todos los males, pero tú lo ignoras! ¿Así es como has
aprendido tu oficio? El médico respondió: ¡Tienes más de noventa años! ¡De ahí, es
de donde proceden también tu cólera y tus amargas palabras!
Hoy, se insiste mucho en la importancia que tiene, para nuestro desarrollo integral,
aprender a escuchar el cuerpo. La gestación es el proceso por medio del cual vamos
adquiriendo un cuerpo. Nacemos de un cuerpo y vivimos en un cuerpo. Gracias al
cuerpo experimentamos la vida, nos encontramos con los demás y, sobre todo,
podemos dar vida a otros. Hoy, existe una exaltación del cuerpo. Algunos teóricos,
dicen que estamos inmersos en una cultura que rinde culto al cuerpo. Pero, no
porque estemos conectados con él, sino porque estamos conectados con el miedo. La
preocupación por el ejercicio y la comida sana tienen como objetivo alcanzar una
vida saludable. La verdadera motivación está en el miedo que produce la
enfermedad, el dolor y, en consecuencia, la muerte.

De nuevo, nos dice Laura: “la conexión auténtica y saludable con el cuerpo
comprende la capacidad de entender los procesos de autorregulación y autogestión
del cuerpo. Día a día, el cuerpo nos da señales de nuestros mayores aciertos y
equivocaciones, nos dice cómo estamos comprendiendo la vida, que hemos
intentado olvidar y qué necesitamos integrar para vivir plenamente”. Nos
contentamos con tener un buen cuerpo; pero, nos despreocupamos de atender sus
verdaderas necesidades que, aunque nos parezca increíble, son más de orden
emocional y espiritual que material. Como se ha comenzado a repetir: “Somos seres
espirituales viviendo en un cuerpo”. El cuerpo es el templo de algo mayor. Si no
logramos integrar lo que nos sucede, el cuerpo, a través de la enfermedad y otros
signos, nos hará entender que no podemos vivir dándonos la espalda.

Hace muchos años, aún era un adolescente, escuché una frase que me impacto
muchísimo: “No tengo un cuerpo, soy un cuerpo”. Gracias al cuerpo estoy presente
en el mundo. Si el cuerpo desaparece, lo que soy también desaparece, los demás ya
no podrán verme, abrazarme, compartir conmigo. La sociedad de consumo logra que
todos aspiremos a tener un cuerpo según sus estándares; sin embargo, la relación y
el cuidado del cuerpo va más allá. Según Silvia Díez: “El cuerpo se autorregula y
lleva adelante funciones muy complejas por sí solo. Agradecer esta inteligencia
biológica presente en cada célula del organismo es el primer paso para reconciliarse
con el cuerpo. La mente puede juzgar, etiquetar e incluso esclavizar al cuerpo, pero
ella no existiría sin él y sin su sabiduría natural”.
El cuerpo contiene las emociones que no logramos procesar adecuadamente. En su
momento, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung señalo que el dolor físico es la
metáfora de una experiencia emocional que no se elaboró e integro en el proceso
normal de la vida. En la medida que, verbalizamos sanadoramente el dolor
emocional que llevamos en el alma, nuestro cuerpo se libera y restaura su equilibrio.
Una vez que logramos comprender, desde un lugar diferente, lo que nos sucede, el
cuerpo recupera su equilibrio, lo que se verá reflejado en su estado saludable. Lo que
nos sucede, quiere ser recordado como parte de nuestro proceso de humanización y
crecimiento psicológico y espiritual, antes que, como algo excluido y rechazado.

El cuerpo es un todo que integra la mente, la emoción, el alma y la acción del


espíritu. Ese todo funciona como una unidad. Nada en el cuerpo actúa
separadamente. Todo está en relación, todo confluye y se pone al servicio del
bienestar; así sea, a través de la enfermedad. En el trabajo terapéutico, sobretodo, en
constelaciones familiares, lo que sucede en el cuerpo y los movimientos que él
realiza, resultan ser una información valiosa para restablecer el orden en el amor y,
sentir que nos habitamos y podemos ser nosotros mismos. Para terminar, nuestro
cuerpo merece ser amado en su totalidad y aquellas partes del cuerpo que, pueden
llamar nuestra atención, nos hablan de hechos sucedidos en nuestra vida, en nuestro
sistema, en el camino que estamos recorriendo para llegar a ser nosotros mismos. Es
decir, para sentir que somos realmente nosotros.
Todo se mueve y se renueva. Se mueve el sol, la luna y la tierra, el átomo y la
estrella. Se mueve el aire, el agua, la llama, la hoja. Se mueve la sangre, el corazón,
el cuerpo, el alma. Todo se mueve, nada se repite. Todo es calma y danza, quietud
en movimiento. Lo que no se mueve se muere, pero incluso en lo que muere todo se
mueve. Se mueve el Espíritu de Dios, energía del amor, verdor de la Vida. Se mueve
Dios, el Misterio que todo lo mueve y lo impulsa al amor y la belleza. Déjate llevar
(José Arregui)Francisco Carmona
Mayo 28, 2022
Reconciliarse con el dolor crónico

Cuando el estado de indefensión, impotencia y las emociones desbordadas se


prolongan en el tiempo terminan convirtiéndose en enfermedad crónica. El conflicto
crónico se convierte en fibromialgia, migraña, dificultad respiratoria, ansiedad y
depresión. Así lo enseña Laura Grinsztajn cuando habla del afrontamiento activo del
dolor y el sufrimiento. Es curioso que, en una cultura que promueve la felicidad
hasta el punto de convertirla en una tiranía, la enfermedad crónica tome un lugar
preponderante en la vida de muchas personas. Negar el dolor, creer que la tristeza no
tiene espacio en nuestra vida es una ilusión que tiene como precio empezar a sufrir
de otra manera.

Laura advierte que la utilización de sustancias con alto potencial adictivo, en lugar
de resolver ayudan a enfermar cada vez más. No hay película de acción, por
ejemplo, donde no aparezca el frasquito naranja que tranquiliza, especialmente, al
protagonista. Vemos que, a través del frasquito naranja las personas intentan
resolver la pérdida de un ser querido, un fracaso en una relación de pareja, una
quiebra económica, la soledad, entre otras. El medicamento es necesario siempre y
cuando no sea la solución sino una ayuda mientras que la persona que sufre toma
consciencia de sí misma y de su cuerpo. En los estados de mayor intensidad del
dolor emocional, muchos intentan callar el cuerpo, en lugar de escucharlo.

Hace poco, vi en una película que, la especialista en el diagnóstico de la enfermedad


recomendó suspender los medicamentos de una paciente con una alergia que no
lograban controlar. La razón principal para hacer dicha recomendación fue:
necesitamos escuchar la enfermedad, si la queremos curar. Anngwynn St Just, en su
libro el trauma y el equilibrio, afirma que, después de una experiencia traumática, la
enfermedad es un esfuerzo del alma por encontrar el equilibrio perdido. A veces, a
través de la enfermedad, encontramos, aunque ilusoriamente, lo que no logramos
cuando estamos sanos. No es nada raro, por ejemplo que, una persona que tiene
miedo de llegar a la vejez sola empiece a desarrollar algún tipo de enfermedad que
requiera cuidado y compañía permanente.

Circulaba el rumor de que existía en la India un árbol cuyo fruto liberaba de la vejez
y de la muerte. Un sultán decidió entonces enviar a uno de sus hombres en busca de
esta maravilla. Partió, pues, el hombre y, durante unos años visitó muchas ciudades,
muchas montañas y muchas planicies. Cuando preguntaba a los transeúntes dónde se
encontraba este árbol de la vida, la gente sonreía pensando que estaba loco. Los que
tenían corazón puro, le decían: ¡Esos son cuentos! ¡Abandona esa búsqueda! Otros
para burlarse de él, lo enviaban hacia selvas lejanas. El pobre hombre no alcanzaba
nunca su meta, pues lo que perseguía era imposible. Perdió entonces la esperanza y
tomó el camino de vuelta, con lágrimas en los ojos. Durante el camino, encontró a
un sheij y le dijo: ¡Oh, sheij! ¡Ten piedad de mí, pues estoy desesperado! ¿Por qué
estás tan triste? Mi sultán me ha encargado que busque un árbol cuyo fruto es el
capital de la vida. Todos lo desean. He buscado durante mucho tiempo, pero en
vano. Y todo el mundo se ha burlado de mí. El sheij se echó a reír: ¡Oh corazón
ingenuo y puro! Ese árbol es la sabiduría. Sólo el sabio la comprende. Se la llama a
veces árbol, a veces sol, u océano, o nube. Sus efectos son infinitos, pero él es único.
Un hombre es padre tuyo, pero él, por su parte, es también hijo de otra persona.

Entre las enfermedades crónicas que, en la actualidad genera mayor número de


consultas, está la fibromialgia. Muchos la consideran más un síndrome que una
enfermedad. Un síndrome es una correlación de síntomas que se manifiestan al
mismo tiempo. Como enfermedad, la fibromialgia es ambigua; de ahí, la dificultad
para llegar a diagnosticarla. He visto que, la mayoría de las personas que van a
consulta, buscando la comprensión emocional de lo que les sucede, son personas con
una sensación muy fuerte de incomprensión y soledad. El afán de estar bien, que nos
vean felices, nos arrastra a un aislamiento y tristeza mayor.

Laura, hablando de la fibromialgia, dice: “en esta afección aparecen dos


características que son la alodinia y la hiperalgesia que aluden a cómo percibe y
reacciona la persona ante el dolor”. La alodinia es una reacción a estímulos que
normalmente no son dolorosos. La hiperalgesia, en cambio, es una reacción
exagerada ante lo que si es doloroso. Por ese motivo, la gente cree que el paciente
está exagerando o lo único que quiere es llamar la atención. Esta actitud aumenta la
sensación de soledad e impotencia. Lo anterior, hace que la persona asuma como
patrón de conducta, en su vida cotidiana, el aumento de la rigidez, la pérdida de
energía y, en algunos casos, la debilidad. Estas actitudes, al final, son infructuosas,
porque en lugar de conseguir una disminución del dolor, se logra un incremento del
mismo. Mientras la atención se mantenga en la impotencia, la discapacidad y el
sufrimiento, la posibilidad de alcanzar un cierto grado de bienestar será lejana.

La migraña es otra manifestación del dolor crónico. La persona que padece la


migraña siente que la cabeza va a estallar. Al respecto, Laura escribe: “aunque la
migraña es un trastorno neurológico, no es síntoma de un tumor cerebral y se asocia
en cambio a una hipersensibilidad a los estímulos externos visuales, cutáneos,
auditivos, olfatorios y también con la digestión”. En el nivel emocional, continúa
diciendo la autora, está asociada al temor de no dar la talla o cumplir con las
exigencias cotidianas. La consecuencia final es una falta de acción y una
incapacidad de resolver lo que está pendiente. Todo se queda en la cabeza y lo qué
hay que decidir o hacer no se lleva a cabo, los proyectos y objetivos se vuelven
inalcanzables. La intensidad del dolor empuja al encierro, al aislamiento, a la
pasividad o hiperactividad.

Laura invita a conectar con las capacidades de autorregulación del cuerpo, sus
talentos y sus posibilidades como una forma para pasar del pensar al actuar y poder
desarrollar la autoeficacia. También podemos aprender a actuar respetando nuestra
necesidad en el momento de la crisis antes que, pasar por encima de ella. Es de vital
importancia, en este proceso, recordar que, nacimos para realizar nuestro propio
destino y no para cumplir las expectativas de los demás. Si nuestra vida coincide con
lo que esperan de nosotros está bien. Si no coincide, también está bien, no hay
porque angustiarnos y, menos aún, paralizarnos.

La reconciliación con el dolor crónico pasa por detenerse, escucharse y decidir qué
está o no en consonancia con nuestro destino, con nuestra misión en la vida. Cada
vez que renunciamos a lo que somos, a nuestra identidad, nos traicionamos y el
cuerpo con la enfermedad nos revela que, la felicidad verdadera no está en la
negación de nuestras necesidades y en el olvido de quienes somos. Cuidar nuestra
identidad, protegerla y fortalecerla ayuda a vivir sanos, reconciliados y en sintonía
con lo que nos rodea. En nosotros todo está bien; así, a nuestro alrededor, los demás
quieran hacernos creer lo contrario. No hay nada más difícil que ser uno mismo en
un sistema o sociedad traumatizado.

Señor, los caminos de la vida están llenos de sorpresas, y más si vamos por la
periferia siguiendo tus huellas; pues aunque tratemos de ocultarlos, antes o después,
se hacen presentes quienes están condenados, por nuestras leyes y costumbres, a ser
invisibles. Danos tus ojos, tu corazón, tus entrañas, tu empatía y compasión más
viva… Y líbranos de pedirles y exigirles lo que no les dignifica: que cumplan
nuestras leyes estrictamente. Ayúdanos, Señor, a seguir tus pasos, a dejarnos sanar
para sanar a los hermanos… Y si brota el agradecimiento, que sea desde lo más
hondo: libre, sincero, espontáneo…como el del leproso samaritano (Florentino
Ullibarri)Francisco Carmona
Mayo 29, 2022
Reconciliarse con la vida
Murray Stein, escribe: “La gente no elige su personalidad por voluntad propia,
eligiendo determinada identidad o determinado carácter, exactamente que no modela
su físico seleccionando un tipo de piel, la talla de pie o de la mano o una
combinación concreta de rasgos faciales… La mayor parte de lo que es
característico de cada persona y de cada sociedad nace de la interacción de una serie
de factores y de determinantes históricos: el tiempo y lugar de origen, la herencia
genética y la herencia cultural”. A lo anterior, podemos añadir el comentario del
novelista James Baldwin: “igual que uno no puede inventar a sus padres, la gente,
por desgracia, no se puede inventar sus puntos de amarre, sus amantes ni sus
amistades. Se los da la vida, y también ella se los quita, y la gran dificultad radica en
decir Sí a la vida”

Una de las mayores dificultades que tenemos los seres humanos radica en la
incapacidad para decirle Sí a la vida como es. Esa incapacidad se manifiesta, entre
otras cosas, en la impotencia para salir adelante y superar los momentos críticos por
los que hemos tenido que transitar. Ninguno de nosotros está exento de una crisis, un
momento de zozobra, un abandono, una pérdida, un quebranto de salud, una
contrariedad. La dificultad está en aceptar esta realidad propia de nuestra condición
humana. Así es como llegamos a construir narrativas que, en lugar de ayudarnos a
sanar, nos hacen creer que todo esto sucedió bien porque nacimos en la época y
momento equivocado, también podemos llegar a afirmar que, todo es parte de las
elecciones que hicimos para nuestra evolución espiritual. Finalmente, podemos
convencernos que, el sufrimiento actual obedece a las vidas pasadas que tuvimos.
Como sea, todo se resume: “La vida como es, cuesta mucho aceptarla y vivirla”.
Había en la India un hombre muy sabio. Un día, vio llegar a un grupo de viajeros. Al
ver que estaban hambrientos, les dijo: No hay duda de que tenéis la intención de
cazar para alimentaros. Pero ¡cuidado, noble gente! ¡No cacéis la cría del elefante!
Es ciertamente fácil de coger y su carne es abundante. Pero no olvidéis a su madre
que lo vigila, pues sus gritos y lamentos se oirán desde lejos. ¡Conservad este
consejo como una joya si queréis evitar catástrofes! Y, con estas palabras, se
marchó. Los viajeros, cansados por su largo camino, no tardaron en encontrar un
elefantito muy gordo y, olvidando los consejos que se les habían dado, se lanzaron
sobre él como lobos. Sólo uno de ellos decidió obedecer el consejo del sabio y no
tocar la carne del elefantito. Los demás, hartos de carne, no tardaron en dormirse. De
pronto, un elefante encolerizado se precipitó sobre ellos. Se dirigió primero hacia el
único que no dormía. Olfateó su boca pero no encontró ningún olor acusador. Por el
contrario, habiendo comprobado que todos los que dormían tenían el olor de su
pequeño en el aliento, los aplastó bajo sus patas. Añadió el Maestro: en la vida, hay
cosas que se pueden evitar atendiendo el consejo de los sabios.
En Constelaciones Familiares aprendí que, existe un alma familiar que contiene la
vida de todos los que han estado antes que nosotros en la vida. El sistema se encarga
de transmitirnos esa información como signo de pertenencia. En el momento, que
somos engendrados heredamos toda la información del sistema familiar. Ese proceso
se llama epigenética. Una vez más, hay que decir, no elegimos, la vida nos da.
Ahora, cuando la gente se niega a aceptar lo que es, necesariamente termina
recorriendo el camino de la soberbia y, por esa razón, de la confusión del corazón.
Así, es como llegamos a vivir en la confusión y aceptamos como verdad no lo que
es, sino lo que nos parece que es. Por afán de pertenecer, nosotros podemos entrar en
las dinámicas de lealtad, implicación y amor ciego. Salir del sistema para abrazar
nuestro destino, lo que realmente somos, no sólo es un desafío para el alma, sino
también un proceso largo, complejo en el que muchos se llenan de miedo, culpa o
angustia.

También aprendí que, la incapacidad para aceptar la vida como es termina


convirtiéndose en depresión, una sensación grande de vacío y enojo. En la
depresión, antes que tristeza, hay enojo. Por esa razón la persona deja a un lado las
obligaciones interpersonales, laborales, académicas, espirituales, etc. Todo lo
anterior, sucede dentro de un campo de consciencia donde sentimos que la vida nos
está negando lo que merecemos o contradice nuestras expectativas. La depresión se
mantiene porque seguimos en el mismo campo de consciencia en el que ésta
apareció. Brigitte Champetier, consteladora familiar, hablando de la depresión
señala: “A la persona que la sufre, le falta respetar, amar y tomar a alguien de su
sistema familiar con quien está identificado, el cual, vivió hechos dolorosos que no
pudo procesar. Es probable que este antepasado rechazara tomar a su madre, y por
tanto, la vida. En este caso, la persona deprimida tampoco toma a su madre, por
transferencia”.

Las personas coléricas, irritables, inquietas, que juzgan con prontitud y severidad a
los demás y los que carecen de empatía ante las dificultades o sufrimiento ajeno
esconden una depresión. He podido ver, en consulta y en los diferentes talleres, que
la depresión esconde una ira profunda por un abandono, un rechazo, una traición, un
fracaso que no se acepta. Todo comienza a ser diferente cuando nos rendimos y
decimos Sí a la vida como es. Mientras creamos que existen otras realidades
diferentes, externas, que explican nuestro sufrimiento, que nos hacen sentir
superhéroes, estamos huyendo de la tarea de vivir plenamente aceptando lo que es,
lo que la vida nos ofrece y pone en nuestras manos. Empezamos a sentir que la vida
tiene sentido cuando damos a todo y a todos un lugar en nuestro corazón. Eso se
llama, reconciliación.

Cuando la depresión suscita el deseo de morir, estamos ante la existencia de una


fuerza asesina en el sistema; así lo muestran Constelaciones Familiares. La
depresión, la ideación y el suicidio son formas de lealtad con alguien que en el
sistema negó la muerte, quitó la vida, fue violento o padeció en silencio la
humillación y el maltrato. Víctor Frankl descubrió que las generaciones siguientes a
los sobrevivientes del holocausto terminaron con depresión o suicidándose. Cada
vez que rechazamos con absoluto desprecio a alguien de nuestro sistema, sobre todo,
cuando se trata de nuestros padres y ancestros, a sus actos y sus decisiones estamos
despreciando nuestros orígenes; y al hacerlo, nos despreciamos a nosotros mismos.
Después de la reconciliación viene la paz.

Joan Garriga escribe: “En medio del dolor y la dificultad encontramos una bella
noticia: la propia naturaleza nos provee de la capacidad para transitar los malos
momentos y las pérdidas sumergiéndonos, y sumergiendo nuestro cuerpo, en el
caldero alquímico del dolor. Viva pues el dolor como recurso, con todos su matices
y corolarios emocionales. Viva el dolor como el barco que nos habrá de llevar de la
orilla de la devastación a la orilla de la transformación, arribando con suerte un poco
más bañados de luz, de sabiduría e incluso de amor”. La prepotencia quiere vencer
el dolor ignorándolo, imponiéndonos la felicidad, señalando de fracasado al que,
aceptó la Cruz, sin reconocer que la convirtió en árbol que da vida.

Líbranos, Señor, de la tristeza. Mana desde heridas viejas y desde nuevos golpes
repentinos no bastante llorados en lo que tienen de despojo, ni bastante acogidos en
lo que tienen de nueva libertad. Se infiltra astuta en la mirada y apaga el brillo de las
realidades cotidianas. Va depositando en la coyuntura de los huesos su rigidez y su
torpeza. Un aire inasible empapa de desazón indescifrable los recuerdos luminosos.
Las certezas cálidas de ayer parecen arqueología ajena, esculturas sin nombre en
plazas olvidadas. Como nube empujada por el viento con formas grotescas y
cambiantes nos oculta el horizonte con su amenaza fantasmal. La tristeza se esconde
bajo el deber cumplido y la respuesta esperada por la gente. Maquilla su rostro con
arrugas de ayuno. Se disfraza de sensatez que todo lo calcula bien. Va doblando las
espaldas con el ancho escapulario de los "cofrades resignados", que han visto y
saben todo, y ya no esperan nada nuevo que valga la pena celebrar. Al pasar las
siluetas juveniles con sus risas de colores, va quedando un pozo de nostalgia, de
oportunidades nunca atrapadas en el puño ya sin fuerza. La tristeza nos deja en el
alma un residuo de vida usada, de Dios de catecismo con las preguntas y respuestas
ya sabidas de memoria, repetidas hasta el tedio. ¡Líbranos de la tristeza, Señor de la
alegría! (Benjamín G. Buelta, sj)Francisco Carmona

Mayo 30, 2022


Reconciliarnos con la consciencia

Hacernos conscientes de quienes somos, dice la psicología profunda, es el mayor


aporte que el ser humano puede hacer a la evolución del universo. Como
instrumento psicológico, la consciencia tiene una doble importancia. En primer
lugar, ofrece una vía para comprender e interpretar los cambios que se producen en
la psique individual y colectiva. En segundo lugar, posibilita el desarrollo del ser
humano y hace posible el servicio que éste puede prestar a la evolución de la
humanidad, sí se pone al servicio de ésta. La principal tarea, en estos momentos,
tiene que ver con la conexión con nosotros mismos; cuando esto sucede, sabemos
quiénes somos, qué podemos tomar, sin temor, y ocupar nuestro lugar en la vida. Lo
cual significa que, podemos realizar plenamente nuestros talentos y salir del temor
en el que la inconsciencia, la falta de identidad, nos mantienen prisioneros.

En la película Toscana, se puede ver con claridad lo que significa reconciliarse con
la identidad, con la historia vivida y, sobre todo, con el legado que recibimos de
nuestros ancestros. Recordemos que, la tristeza, la alegría, la abundancia, la escasez,
entre otros, son cosas que han estado desde los inicios mismos de la humanidad. No
nacieron con nosotros y tampoco fueron inventados para nuestra bendición o
desgracia. Están ahí, simplemente. La incapacidad para tomar la vida es el resultado
de la inconsciencia con la que vivimos y nos relacionamos con Dios, con la
naturaleza, con los demás y con nosotros mismos. Quien se conoce a sí mismo no
pretende convertir en algo especial lo que sucede en su vida y en su entorno. Lo ve
como es, algo que pertenece al movimiento natural de la vida. Pues bien, la historia
de la película Toscana trata de un cocinero que, a pesar de ser bueno en su profesión,
no alcanza el éxito y, menos aún, sentirse pleno, lleno, feliz porque anda enojado
con su padre.
En Constelaciones Familiares aprendemos que, mientras nos mantengamos en el
reproche hacia nuestros padres, seguimos siendo niños. También que, quien logra
ver a sus padres como una unidad sexual, seres comunes y corrientes y los toma en
su corazón se siente lleno, pleno, en conexión con sus talentos y alcanza el éxito.
Las experiencias abrumantes que nos tocó vivir en la primera infancia dejan su
huella en el alma y se convierten en una lesión o herida que, a veces, tarda muchos
años en sanar. Cuando hay una lesión profunda en el alma, generada durante el
proceso de desarrollo temprano, se hace necesario construir una defensa disociativa
para poder sobrevivir. La lesiones del alma se producen cuando las personas tienen
que enfrentar situaciones que, por su intensidad, resultan abrumantes; es decir que,
afectan o trastornan el estado de ánimo. La incapacidad para gestionar
adecuadamente las emociones hace que las personas corten la conexión entre
emoción y cuerpo haciendo que la mente permanezca perturbada, confusa, sin
orientación, sin claridad sobre lo que se desea o sobre sí mismo, sobre su identidad.

Un día un chacal cayó en un charco de pintura. Cuando se vio con todo el pelaje
cubierto de pintura de todos los colores, se dijo: ¡Soy un pavo real, un elegido entre
los animales! Y adoptando unos aires llenos de pretensiones, fue a reunirse con los
demás chacales. Estos le dijeron: ¡Oh, pobre chacal! ¿De dónde te vienen esas
pretensiones y estas maneras? ¿Estás loco o estás haciéndote el payaso? Añadió el
Maestro: los que no han logrado cambiar la consciencia sobre sí mismos se mienten,
y se suben a la cátedra para hacerse admirar por el pueblo, ven un día que su orgullo
es objeto de vergüenza. No esperan más que los halagos del pueblo pero su interior
es tan engañoso como su apariencia.

Nacemos dentro de un sistema familiar concreto, no pudimos elegir a nuestros


padres y, menos aún la historia que ellos han vivido. Fue un regalo de la vida que,
cuando lo aceptamos agradecidamente, encontramos la fuerza necesaria para fluir
con éxito en la vida. El vinculo es la fuerza que nos une al sistema familiar; así, es
como llegamos a participar del destino de quienes estuvieron antes que nosotros. El
vinculo tiene una fuerza especial, convierte al sistema en una comunidad de destino,
todos participamos. Nuestro afán de pertenecer puede arrastarnos a querer expiar,
redimir o salvar a miembros de nuestro sistema de experiencias que, para ellos
fueron dolorosas, frustrantes o un obstáculo para alcanzar la felicidad, el éxito, la
realización. Una tarea urgente y necesaria en el proceso de tomar consciencia de
nuestra identidad, consiste en trabajar la individuación. Nacemos en un sistema pero,
no tenemos que ser lo que el sistema determina que seamos, podemos elegir el
rumbo de nuestra vida mirando con respeto hacia el sistema y hacia todo lo que ha
sucedido.

Lo que sucede entre los padres, afecta prfundamente a los hijos, hasta el punto de
distorsionar la realidad de lo que sucede y la propia identidad. Ninguno de nostros
puede inventar lo que es, su propia identidad. Lo que afecta a nuestro sistema
familiar termina afectándonos a nosotros en lo más profundo, en la percepción o
imagen que tenemos de quienes somos realmente. Un corazón perturbado puede
albergar sentimientos como: tristeza, odio, frustración, enojo, soledad, ansiedad,
confusión. De ahí, pueden nacer comportamientos agresivos, irritantes o violentos.
La desconexión entre emociones y cuerpo, hacen que la mente esté llena de
pensamientos, imágenes y creencias que no solo trastornan el ánimo y el
comportamiento, sino que también, desgarran el alma, le arrebatan sus anhelos,
sueños, aspiraciones y sentido de vida. Poco a poco, terminamos prisioneros del
miedo, la culpa, la angustia o el pánico, en el peor de los casos.

Cuando aprendemos a ver lo que sucedió, tomamos consciencia de quienes somos,


de lo que ha rodeado nuestra existencia, podemos abrir nuestro corazón a una forma
diferente de ver la vida y a nosotros mismos. En la película Toscana, cuando el
protagonista se conecta con la imagen amorosa del padre puede no sólo tomarlo a él,
sino también su legado. Después de este proceso, puede abandonar lo que le hace
infeliz y conectarse agradecidamente con lo que recibió de su padre, con el legado
paterno. Todo lo que estaba por derrumbarse encuentra un nuevo sentido y una
nueva fuerza. Lo que llevamos en el corazón, como resultado de las lesiones del
alma, puede hacer que nos paralicemos. También puede permitirnos conectarnos con
nuestra esencia, dejar atrás los mecanismos de sobrevivencia, construir nuevos
proyectos de vida que refuerzan no sólo nuestra identidad profunda, sino también, el
sentido último de nuestra existencia, y la relación auténtica con Dios. Mientras
sigamos aferrados al dolor, nuestra alma queda atrapada en la impotencia, la
incertidumbre, el sinsentido y el vacío.

Una de las tareas espirituales más importantes a realizar, cuando deseamos curar las
lesiones del alma, consiste, en aprender que las dificultades no vienen solo del
exterior. Lo que no funciona bien, no es lo que está fuera, sino en nuestro interior:
nuestras cogniciones, el procesamiento de las emociones y de las actitudes que
asumimos ante lo qué pasa, ante nuestra vida y frente a nsotros mismos. Nadie
puede cambiar lo qué pasó pero sí, las comprensiones, las reacciones y las actitudes
que asumimos como respuesta ante lo que fue doloroso. Para lograrlo es, necesario
hacer un proceso de autoperdón por dejarnos arrastrar por los impulsos primitivos
que gobiernan nuestra alma y nuestra mente. Una identidad consciente define el
rumbo de nuestra existencia más allá de todo lo que ha sido doloroso y frustrante.

¡Oh, Dios! Envíanos locos, de los que se comprometen a fondo, de los que se
olvidan de sí mismos, de los que aman con algo más que con palabras, de los que
entregan su vida de verdad y hasta el fin. Danos locos, chiflados, apasionados,
hombres y mujeres capaces de dar el salto hacia la inseguridad, hacia la
incertidumbre sorprendente de la pobreza; danos locos, que acepten diluirse en la
masa sin pretensiones de erigirse un escabel, que no utilicen su superioridad en su
provecho. Danos locos, locos del presente, enamorados de una forma de vida
sencilla, liberadores eficientes, amantes de la paz, puros de conciencia, resueltos a
nunca traicionar, capaces de aceptar cualquier tarea, de acudir donde sea, libres y
obedientes, espontáneos y tenaces, dulces y fuertes. ¡Danos locos, Señor, danos
locos! (Louis Joseph Lebret)Francisco Carmona

Mayo 31, 2022


Anfitriones de lo que nos sucede

El origen de la batalla interna que libramos, algunos durante muchos años y, otros,
durante poco tiempo, está en nuestra incapacidad de convertirnos en anfitriones de la
vida, de lo que sucede, de lo que nos altera; en definitiva, nos cuesta acoger la vida y
decirle Sí. Aprendimos que la vida es como la diseñaron los ancestros o como
nuestro ego infantil la proyecta, la cree, la persigue y, por qué no, la sufre. Para
Spinoza, el filósofo, la realidad y la perfección son la misma cosa. Según este
pensador, la vida es perfecta así como es. Nuestros esfuerzos por adaptarla a
nuestras expectativas no es otra cosa que, una negativa de parte nuestra a la vida y
una resistencia a abrazarla así como se manifiesta. Curiosamente, gastamos más
energía y, en consecuencia, sufrimos el doble, rechazando la vida que aceptándola,
asumiéndola como se presenta. Una vez que nos rendimos, la vida aparece como
algo maravilloso ante nuestros ojos. Todo esto implica un ejercicio humilde de
reconciliación, de esfuerzo por encontrar la armonía, el equilibrio y la paz en la
relación con nosotros mismos y con los demás.
Un hombre que se quejaba de la desdicha de ser pobre encontró un día una cola de
carnero. Todas las mañanas la utilizaba para engrasarse el bigote. Después iba a casa
de sus amigos y les decía que volvía de una recepción en la que habían festejado y
habían comido platos muy suculentos. Su vientre vacío maldecía su bigote,
reluciente de grasa. ¡Oh, pobre! ¡Si no fueses tan embustero, quizá te invitaría a
comer un hombre generoso! Un día, mientras el estómago de nuestro hombre se
quejaba ante Dios, un gato le robó la cola de carnero. El hijo intentó capturar al
animal, pero en vano. Por temor a que su padre le regañara, se puso a llorar.
Después, fue corriendo al lugar en el que su padre se reunía con sus amigos. Llegó
en el mismo instante en que su padre contaba a los demás su imaginaria comida de
la víspera. Le dijo: ¡Papá! El gato se ha llevado la cola de carnero con la que te
engrasas el bigote todas las mañanas. ¡He intentado perseguirlo, pero no he logrado
atraparlo! Ante estas palabras, todos sus amigos se echaron a reír y lo invitaron a
una comida, muy real esta vez. Y así, nuestro hombre, abandonando sus
pretensiones, conoció el placer de ser honesto consigo mismo y de aceptar la vida
como es.

La realidad al ser como es no necesita ser cuestionada, confrontada y, menos aún


rechazada. En el momento que esto sucede, dejamos de vivir lo que es y
comenzamos a imaginar lo que no es y, en la mayoría de las ocasiones, no puede ser
porque no es parte de la realidad. Es cierto que nosotros creamos nuestra realidad; si
está representa vacío, lucha, desasosiego, sufrimiento entonces, no creamos algo real
sino una ilusión que, en lugar de permitirnos comodidad, nos hace sentir incómodos,
rechazados y, lo peor, enfermos. Lo único que nos está permitido es crear una
realidad en consonancia con lo que somos y con lo que la vida es. La vida es
soberana, poderosa e inabarcable; en este sentido, la vida es divina, refleja
perfectamente a Dios.

A veces, la vida nos da cosas. Pero, también la vida nos quita cosas. Todo eso hace
parte de la dinámica del equilibrio entre dar, tomar y recibir. Así es como fluye el
amor. Tomar está asociado a la interiorización de los aprendizajes que la vida nos
ofrece a través de las diferentes experiencias que vivimos. Muchos, se niegan a
tomar y, en consecuencia, no son capaces, después, de dar y recibir. Continúan
sumergidos en sus patrones destructivos de conducta y en las lealtades hacia su
sistema familiar. Negarse a tomar las nuevas experiencias que la vida ofrece, es un
intento de cuestionar la vida; es como si dijéramos, sólo estoy dispuesto a asumir lo
que se me antoja, no lo que sirve para mi bien y el de otros. Cada movimiento de la
vida abarca a muchos, no a uno solo.
El enojo es la reacción normal del ego porque las cosas no resultaron como se tenía
previsto. Cuando no somos capaces de rendirnos terminamos llenos de ira, de culpa,
de vergüenza y, por último, en victimismo. Cuando llegamos a este estado
comenzamos a ser exigentes e intransigentes, agresivos y, en algunos casos,
destructivos. El enojo nos conduce a la confusión en la forma cómo vivimos. La
única forma de salir del dolor es aceptar la vida como es, de esta manera, le damos
un buen lugar al dolor y evitamos convertirnos en fóbicos al dolor y al sufrimiento,
algo que la tiranía de la felicidad pretende lograr. Lo más rentable para nuestra salud
mental y espiritual, como dice Joan Garriga, es acoger el dolor, tome la forma que
tome. En lugar de convertirlo en algo que no es y, que al final, nos cobrará por
ventanilla la inutilidad del esfuerzo hecho.

Krishnamurti escribe: “No escapar a ninguna clase de dolor, de pena, de soledad, de


la agonía, de schock, sino permanecer completamente en el suceso, con esa forma
que llamamos sufrimiento, ¿eso es posible? Podemos sostener cualquier problema,
sostenerlo y no tratar de solucionarlo, sino mirarlo como si tuviéramos una joya
preciosa y exquisita? La belleza de la joya en sí misma nos atrae, es tan agradable
mirarla. De la misma manera, si somos capaces de sostener el sufrimiento
completamente, sin ningún movimiento del pensamiento para escapar, entonces esa
misma acción de no movernos genera la total libertad de eso que nos causa dolor”

Acoger la vida como es puede llegar a confundirse con la resignación. Asentir la


vida y resignación no tienen nada que ver la una con la otra. La resignación implica
darse por vencido, sentirse derrotado y reconocer la impotencia. De ahí, brota el
deseo de muchas personas por continuar luchando, convirtiéndose en el héroe que
satisface los anhelos del Ego. En cambio, el asentimiento tiene que ver con dejar de
hacernos daño cuando lo que sucede nos resulta incomprensible. En el asentimiento,
escribe Joan Garriga: “La persona, que está atravesando por una situación difícil o
incomprensible, dice: Sí, asumo esta realidad y dejó de utilizarla para perder mi
fuerza. Y ahora, si puedo, la cambio”. Asumir significa: acoger lo que está
sucediendo y fluir, en lugar de tratar de alejarse con dureza o sumiéndose en alguna
adicción. La psicología, sobre todo, la Gestalt, enseña que, “las cosas son más
fáciles de cambiar cuando se asumen, cuando se permite que sean, en lugar de
evitarlas”. Sólo lo que se acepta, se puede transformar.
Al final del camino cosecharemos amor, sembrado en desvelos, palabras, silencios y
gestos. Compartiremos, en cena festiva la mesa en que un día dejamos unos panes y
unos peces, y descubriremos a nuestro lado a quienes tanto hemos querido.
Contemplaremos nuestra historia, como la ve Dios. Él nos dirá quiénes fuimos. En
su relato, verdad y misericordia bailarán entrelazadas, para mostrarnos
luces y sombras. Volverá a arder el corazón como en tantos instantes en que fuimos
suyos. Quizás duela un poco el bien que no hicimos. La Vida, mayúscula,
eterna, e invencible, acogerá la muerte en su abrazo. Al fin habremos llegado. A
casa (José María R. Olaizola)Francisco Carmona

Mayo 23, 2022


Reconciliarse con la enfermedad

Con frecuencia, la enfermedad aparece vinculada a otros factores que van más allá
de lo que podríamos llamar el componente biológico. Algunas veces, la enfermedad
nos revela que, en el sistema familiar está ocurriendo un desorden y sus miembros se
sienten incapacitados para resolverlos de una buena manera. Esto por ejemplo, se
refiere, al cáncer, enfermedades autoinmunes, enfermedades huérfanas. En otras
ocasiones, la enfermedad revela una patología en la forma como estamos viviendo
nuestros vínculos. Por ejemplo, un duelo no elaborado adecuadamente puede dar
origen a enfermedades relacionadas con la sexualidad, el sistema óseo o problemas
cardíacos. Cada uno tiene la facultad de organizar en imágenes las experiencias que
vive y, cuando estas imágenes son sanas traen salud y bienestar; en cambio, cuando
están cargadas de sufrimiento o emociones de baja vibración, traen enfermedad.

La enfermedad pueda sacar a la luz traumas personales, familiares y ancestrales. Lo


anterior, entra dentro de los movimientos de lealtad, implicación o amor ciego. Lo
que no se integra permanece desintegrado. A través del trabajo, por ejemplo de
constelaciones familiares, podemos sacar a la luz aquellos asuntos que afectaron el
alma personal, familiar o generacional. El dolor que se oculta, en lugar de ser
integrado en la vida, termina generando malestar en el alma. Al final, la enfermedad
nos invita a darnos cuenta que, sin reconciliación no podemos fluir en la vida como
deseamos. Muchas cosas, pueden ser entendidas dentro de un contexto más amplio;
cuando esto sucede, podemos darle un buen lugar a los acontecimientos y a las
personas.

Muchos terapeutas han recordado, una y otra vez que, la enfermedad también es la
expresión de una emoción contenida. La mayoría de las veces, el esfuerzo por
contener una emoción termina provocando una disociación psíquica. Así es, como
llegan a crearse en nuestra alma sentimientos de incertidumbre, perplejidad,
conflictos sobre la identidad. Las dificultades para saber cómo somos realmente, qué
queremos hacer o qué decisiones tomar, hacen referencia a la disociación provocada
por el temor, la vergüenza o inadecuación que, determinadas emociones nos
producen. Contener una emoción, en lugar de traer un bienestar real, termina
representando un costo muy alto que asumir.

A través de la enfermedad, muchas personas intentan cambiar una percepción sobre


sí mismas que lastima profundamente el ser, el alma, la vida. Desde niños, muchos
de nosotros proyectamos una forma de ser y relacionarnos que, en lugar de
ayudarnos a fluir en la vida, terminaron por llenarnos de angustia, ansiedad y miedo.
El resultado final fue una parálisis y un desasosiego permanente. También a través
de la enfermedad, el alma busca revelar algo que el sistema oculto, convirtió en
secreto, por que producía vergüenza o el dolor que se produjo fue tan intenso que
nadie quiso volver a saber de lo acontecido.

Un día, un hombre cayó desvanecido en medio del mercado de perfumes. Ya no


tenía fuerza en las piernas. Le daba vueltas la cabeza, por lo molesto que se sentía a
causa del incienso quemado por los comerciantes. La gente se reunió a su alrededor
para ayudarle. Algunos le frotaban el pecho y otros los brazos. Otros incluso le
vertían agua de rosas en el rostro, ignorando que aquella misma agua era la que lo
había puesto en ese estado. Otros intentaban quitarle sus vestiduras para permitirle
respirar. Otros le tomaban el pulso. Los había que diagnosticaban un abuso de
bebida, otros un abuso de hachís. Nadie, en definitiva, encontró el remedio. Pues
bien, el hermano de este hombre era curtidor. Tan pronto como supo lo qué sucedía
a su hermano, corrió al mercado, recogiendo en su camino todos los excrementos de
perro que pudo encontrar. Llegado al lugar del drama, apartó a la multitud diciendo:
¡Yo conozco la causa de su mal! La causa de todas las enfermedades es la ruptura de
los hábitos. Y el remedio consiste en recobrar esas costumbres. Por eso existe el
versículo que dice: ¡La suciedad ha sido creada para los sucios! Así pues, el curtidor,
ocultando bien su medicamento, llegó hasta su hermano e, inclinándose hacia él
como para decirle un secreto al oído, le puso la mano en la nariz. Al respirar el olor
de esta mano, el hombre recobró enseguida el conocimiento y las gentes alrededor,
sospechando algún truco de magia, se dijeron: Este hombre tiene un aliento
poderoso, pues ha logrado despertar a un muerto. Ya ves. Añadió el Maestro: Toda
persona que no se convenza por el almizcle de estos consejos se convencerá
ciertamente por los malos olores. Un gusano nacido en los excrementos no cambiará
de naturaleza al caer en el ámbar.

Lo que más mueve nuestra alma es el amor primario hacia nuestros padres. Donde
este amor se interrumpe, la enfermedad aparece como un deseo de restablecimiento
o una forma de tomarlo. En otras ocasiones, ese amor impulsa a querer sustituir a los
padres en su destino. Enfermamos para que no lo hagan los padres. Con mucha
frecuencia, los hijos se sienten incapaces de respetar y honrar el destino de los
padres, lo quieren cambiar, sin darse cuenta del desorden y sufrimiento que
provocan. Así, pues, podemos decir con Hausner, constelador, la misma fuerza que
nos enferma, nos sana. El amor, que se hace cargo de sí mismo y honra el destino de
los demás, es la fuerza que nos ayuda a entrar en contacto con nosotros mismos y
con nuestro sistema familiar de una forma diferente a la que nos conduce a la
enfermedad.

La enfermedad también nos puede revelar la carga tan fuerte y grande que un
sistema familiar soporta. Esto sucede por ejemplo, cuando en el sistema familiar
hubo victimarios, personas que hicieron daño a otros apropiándose de sus bienes o
de su vida. Así, es como el sistema prepara el camino para que vayan apareciendo
trastornos mentales como la psicosis, sobre todo, en los niños. En los casos de un
destino trágico, la enfermedad, el trastorno, la confusión o la disociación psíquica
actúan como separadores o interruptores de la energía que, los actos de injusticia
crearon en el sistema. En la medida que, reconocemos que tomamos caminos
equivocados, todos aquellos que ponen en juego la vida de otros, y creamos nuevas
condiciones de vida y de relación, los destinos trágicos dejan de aparecer en la
familia.

Hausner señala que, las soluciones reales van más allá del intento de excluir del
sistema la rabia, la desesperación y la culpa. Cuando se asume la exclusión como
una conducta que busca la sanación, el sistema pierde cada vez más fuerza vital y
hay un incremento de la enfermedad. La solución no fue la adecuada. ¿Qué actitud
podemos asumir? El pasado no cambia porque nos inundemos de juicios y reproches
de todo tipo. Lo primero, reconocer que no estuvo bien quitar la vida, violentar y
menospreciar a alguien o sacar ventaja de una situación difícil. Donde hay verdad,
hay libertad. Lo segundo, cambiar los patrones de conducta que permiten que, de
generación en generación, se siga haciendo daño a otros. Por último, recomponer el
camino prestando servicios en favor de la vida con el único interés de protegerla y
ayudarla a crecer, a expandirse.

Nos reconciliamos con la enfermedad cuando aprendemos nuevas formas de


relación con los demás y con el medio donde habitamos y crecemos. De nuevo, vale
la pena recordar que, en la medida que somos responsables de nosotros mismos, que
expresamos asertivamente lo que sentimos, lo que nos angustia y nos preocupa
estamos mirando hacia la salud y el bienestar, en lugar de hacerlo hacia la
enfermedad y el sufrimiento. Cuando agradecemos lo que la vida nos dio y lo
consideramos suficiente para ser exitosos, estamos trayendo bienestar. Para ser
exitosos en la vida no necesitamos ser el número uno; pero, si podemos ser número
uno en lo que somos, trabajar sobre nosotros antes que, competir y compararnos con
los otros.

Señor, los caminos de la vida están llenos de sorpresas, y más si vamos por la
periferia siguiendo tus huellas; pues aunque tratemos de ocultarlos, antes o después,
se hacen presentes quienes están condenados, por nuestras leyes y costumbres, a ser
invisibles. Danos tus ojos, tu corazón, tus entrañas, tu empatía y compasión más
viva… Y líbranos de pedirles y exigirles lo que no les dignifica: que cumplan
nuestras leyes estrictamente. Ayúdanos, Señor, a seguir tus pasos, a dejarnos sanar
para sanar a los hermanos… Y si brota el agradecimiento, que sea desde lo más
hondo: libre, sincero, espontáneo…como el del leproso samaritano (Florentino
Ullibarri)Francisco Carmona

ayo 24, 2022


Reconciliarnos con las pérdidas

La pérdida hace parte de la vida normal de los seres humanos. Cada pérdida, grande
o pequeña, lleva consigo una experiencia de pena y dolor. Hay algunas pérdidas que
se superan fácilmente porque no comprometen la salud mental, física o espiritual. En
cambio, hay algunas pérdidas que desgarran el alma, nublan el espíritu, arrastran
hacia la adicción desmesurada y amenazan el sentido de la vida. Estas pérdidas
merecen toda nuestra atención. Ellas provocan la sensación de vacío, desconexión
con la vida o pérdida del sentido. Dichas perdidas merecen toda nuestra atención
porque pueden arrastrar hacia la depresión profunda, la ideación suicida y, en
algunos casos al acto.

Muchas personas, ante el dolor que las abruma, aprendieron a disociarse; es decir, a
desconectarse de sus emociones o de su mente. En el primer caso, las personas se
vuelven insensibles y duras. Tratan a los demás con dureza y violencia. Pueden
llegar a convertirse en maltratadores o victimarios. En el segundo caso, quedan a
merced de sus reacciones desproporcionadas y pueden hacerse daño o atentar contra
su vida. Tengamos presente que, el duelo sin resolver está en el origen del trastorno
bipolar afectivo. Cuando una pérdida, después de un tiempo adecuado, alrededor de
seis meses, nos impide seguir disfrutando la vida y lo que encontramos en ella no
nos satisface porque nos hace vibrar, estamos ante un duelo patológico y, en una
situación semejante, podemos esperar una reacción exagerada e inadecuada.

Un duelo normal conlleva un sentimiento de tristeza, una idealización de la persona


que perdimos, una cierta culpabilidad por no haber hecho más por ella, y unos
deseos de volverla a ver y saber cómo esta; en algunas ocasiones, escuchar que
espera de nosotros, ahora que, está ausente físicamente. Si hay un incremento de la
culpa, una idealización persistente y un afán de saber constante de saber cómo está
en el más allá, el duelo puede convertirse en patológico. De acuerdo con el
psicoanálisis, el duelo patológico está marcado por la ambivalencia amor-odio hacia
el objeto perdido. Una culpa excesiva unida al deseo de conocer como está en el más
allá podrían suponer un deseo inconsciente de aniquilamiento. A veces, se quiere
saber si, el fallecido está pagando por todo el sufrimiento que causó en vida.

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con
el rostro pálido y los labios descoloridos. Salomón le preguntó:¿Por qué estás en ese
estado? Y el hombre respondió: Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una
mirada impresionante, llena de cólera. Manda al viento, por favor te lo suplico, que
me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma. Salomón mandó, pues,
al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente el profeta preguntó a
Azrael: ¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a este hombre, que es un
fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria. Azrael respondió:
Ha interpretado mal esa mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en
efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India y me dije: ¿Cómo
podría, a menos que tuviese alas, para trasladarse a la India? Añadió el Maestro:
cuando interpretas de manera equivocada lo que sucede, ¿De quién huyes? ¿De ti
mismo? Eso es algo imposible. Más vale poner uno su confianza en la verdad.

Los duelos nos permiten evaluar nuestra relación con la muerte. Alejandro
Rocamora, psiquiatra, nos dice que, ante el duelo, podemos asumir una de estas tres
actitudes: maníaca, narcisista y salvador. Según este médico, cada una de ellas
refleja nuestra relación con la muerte. El duelo maníaco se caracteriza por la
hiperactividad del superviviente (reformas a la casa, viajes constantes,
multiplicación de actividades) es un deseo inconsciente de evitar la depresión o la
desesperación. Hay una huida permanente. El duelo narcisista se produce cuando la
persona se repliega sobre sí misma, su manifestación es la multiplicación de citas
con el médico, hay una preocupación excesiva por la salud. En el duelo salvador, la
persona se refugia en la religión o en las consultas a espiritistas, en alguien a quien
consultar sobre el destino; de esta forma, se huye del dolor. La muerte, como el
destino, es inevitable. Estamos reconciliados con la muerte cuando vivimos en paz
nuestra vida, cuando aprendemos a integrar las renuncias y, sobre todo, cuando
cultivamos el sentido de trascendencia. La única forma auténtica de vivir es,
reconociendo que, nada nos pertenece, que estamos de paso, qué hay un propósito
que sostiene y valida cada existencia.

Alejandro Rocamora enseña que, “El duelo se podrá resolver más fácilmente cuanto
mejor integrado tengamos todos nuestros deseos y normas, cuando reconozcamos
mejor nuestras propias limitaciones y posibilidades. Por ejemplo, si en la primera
infancia no hemos sabido establecer vínculos sanos, es decir, sentir seguridad en
nuestro mundo interno, habrá riesgos de que en la adultez se produzca un duelo
patológico. La razón es sencilla: de esta forma lo que se origina es una ambivalencia
en el niño, entre lo que siente y lo que percibe desde fuera, que se reproducirá en las
futuras relaciones de adulto”. Recordemos que, en la interacción con el otro nos
vamos percibiendo y dando un valor real a nuestra vida.

Reconciliarnos con las pérdidas significa verlas como algo que hace parte de la vida
normal. La vida transcurre, como lo enseñan diversos autores, entre vínculos y
pérdidas. Nadie está exento de experimentar la separación; de hecho, el nacimiento
es la primera pérdida que afrontamos en nuestra vida. Sabemos que, estamos en paz
con nosotros mismos y con aquellos que han partido de nuestra vida dejando su
huella en nuestra alma, cuando asentimos la vida como es. Para lograr este
asentimiento, es importante, dejar de considerar la pérdida como algo especial que
sucedió en nuestra vida. Al respecto, vale recordar las palabras de Bardakian,
especialista en duelo, que dicen: “No llores porque las cosas hayan terminado, sonríe
porque han existido”

Iosu Cabodevilla, psicólogo experto en duelo, escribe: “El duelo se elabora


sanamente según se va aprendiendo a recordar e integrar lo mejor de la relación con
la persona fallecida, y se va pudiendo invertir la energía en nuevos afectos, y el ser
querido queda habitando para siempre en algún lugar del corazón en el que domina
más la alegría porque sucedió, que la pena porque terminó. No podemos amar sin
dolernos. El duelo es un indicador de amor. Si hemos amado intensamente, no se
puede morir sin dejar a alguien dolido. Para sufrir la pérdida se ha tenido que gozar
del contacto, es la dialéctica de la vida. El dolor al igual que el amor, tiene sus
tiempos, sus ritmos, sus periodos”.

No llores la semilla que caída al borde del camino fue engullida por los pájaros. No
hagas duelo por aquéllas que se secaron al germinar por falta de profundidad. No te
entristezcas por la simiente ahogada entre zarzas y abrojos. Tú, en cambio, alégrate
y celebra las semillas que dieron el treinta, el sesenta, el ciento por uno. Y agradece,
cada día, al sembrador que sale a sembrar sin mirar la tierra en la que siembra
(Antonio F. Bohórquez Colombo sj)Francisco Carmona

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