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Alegría: cualidad de nuestros Bienhechores

A medida que avanza nuestra vida, y cuanto vemos que se aumenta al mismo paso el caudal de
nuestras penas, más se comprende que nacimos para la alegría y que sólo en ella encontramos el
espacio de nuestro ser, la fecundidad de nuestra vida y la paz de corazón.
La vida del cristiano, aún en sus problemas, debe ser de intensa, profunda y perpetua alegría. Ésta
es una virtud, un apostolado, una respuesta. Estar alegres en ciertos momentos de nuestra vida y
manifestarlo a las personas que nos agradan es cosa muy natural; pero estarlo siempre, con todos
y a pesar de todo cuesta mantenerlo.
Muchas veces la alegría es otra de esas palabras que usamos para todo. Todos la entendemos y
parece que todo cabe; pero no debe ser así, no se tiene que ver como un objetivo; ya que esto
hace de la alegría un bien de consumo, convirtiendo nuestro dolor y nuestros sufrimientos en
patologías de la vida cotidiana y confundiendo la alegría con sustitutos que no nos satisfacen
plenamente. Lo más correcto es entender la alegría como: un resultado de una vida que se
esfuerza por ser vivida en plenitud y no como objetivo.
La alegría contiene dolor y sufrimiento están destinados a convivir juntos y varias veces
ponemos mecanismos de defensa, resistencia que nos defienden y nos protegen del dolor, nos
impiden gozar plenamente de la vida y es porque no afrontamos nuestra realidad, no estamos
haciendo nada por nosotros. Debemos carear nuestras realidades ya que tarde o temprano nos las
encontramos. Por otro lado, ahuyentar el dolor, evadirlo, dejar que pase hace como si no
existiera, consolarse con la promesa de un futuro diferente, es ganar parcialmente la batalla,
porque supone relegarla más allá. Y no digo con esto que este mal esperar, sino, digo
simplemente, que hay que trasformar nuestra realidad desde su interior y simultaneo al mismo de
acuerdo al tiempo que se requiera, de una manera creativa. Un ejemplo: no sé si han visto la
película de La Pasión de Mel Giblson. Pues bien, cuando Jesús, ensangrentado y camino al
Gólgota, cae bajo el peso de la cruz, sale al paso su madre a quien le dice: «Yo estoy haciendo
algo nuevo» ( Is 43,19) en este contexto, la frase resulta impresionante por su novedad, no del
director de la película, sino del profeta Isaías y no sólo a él: esta idea es una constante bíblica. En
medio del sufrimiento y del dolor manifiesta una alegría interior en el momento, ¿acaso nosotros
no lo podemos hacer?
La alegría es un resultado, una sorpresa inesperada, es un regalo, no dejándola sólo en la emoción
hacer de ella un estilo de vida, porque es estable y profundo, es saber lidiar con la vida en su
complejidad sin vivir tan zarandeado por las novedades de la existencia que uno pierda el
equilibrio en cuanto el suelo se le mueve.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con los Bienhechores y no sólo ellos con todo ser humano? He
aquí una buena cuestión. Depende mucho de cómo respondamos a ella, en la vida cotidiana. Y
ustedes Bienhechores han respondido a este llamado desde su sencillez y humildad comparten
con nosotros lo que tienen (material y espiritualmente) y no sólo eso nos dan su alegría que nos
contagia y nos motiva a seguir adelante porque sabemos que tiene la esperanza en la Institución:
formar pastores para el pueblo de Dios. Son fuente de alegría, manifiestan su regocijo, dan
testimonio de nuestra Iglesia que es la escuela de la alegría, su doctrina es el Evangelio de la
alegría, que trasforma en júbilo el dolor y sufrimiento, en medio de su todo, hay un espacio para
nosotros y lo hacen de manera creativa, gozosa, lo hacen parte de su estilo de vida como algo
nuevo, somos parte de ustedes y ustedes de nosotros. Es una suma de esfuerzos y voluntades. No
bastan las palabras vemos en ustedes Bienhechores la satisfacción, el agrado por apoyar a nuestra
Institución, hacen realidad lo que dice san Pablo «Pues, aunque probados por numerosas
tribulaciones, han rebosado de alegría, y su extrema pobreza ha desbordado en tesoro de
generosidad» (2 Co 8,2). Es decir, lo dan con alegría, no de manera forzada, sino de voluntad
propia; para lo cual bastan dos cosas: una gran fe en el amor de Dios y una generosidad
desbordante; ya que sólo la caridad puede iluminar nuestra vida porque «Dios ama al que da con
alegría» (2 Co 9,7). Por eso estamos muy contentos de tenerlos como amigos ya que son signos
providentes porque saben compartir un vaso de agua con nosotros y sigamos juntos orando por
todas las necesidades de nuestra Iglesia, en particular por las vocaciones a la vida sacerdotal y
Dios proveerá en todas nuestras necesidades y como dice san Pablo: «Cada vez que me acuerdo
de vosotros, doy gracias a mi Dios y le pido siempre con alegría, en mis oraciones, por todos
vosotros por la colaboración que habéis prestado al Evangelio». (Flp 1,3-5.).

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