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La importancia del Nilo

De igual manera a lo que pasaba con las sociedades de Mesopotamia, para el desarrollo de la civilización egipcia, el río Nilo fue fundamental,
ya que su origen y desarrollo obedecieron al aprovechamiento de las crecidas regulares de dicho río. Así mismo, el recorrido del Nilo permite
diferenciar al Alto del Bajo Egipto.
El río Nilo inundaba las tierras del valle depositando sobre el suelo una capa gruesa de sedimento muy fértil, el limo. Antes de la formación del
Estado egipcio, las comunidades habían aprendido a realizar obras de regadío por medio de la construcción de un sistema de canales y actuaban
solidariamente para aprovechar el agua. Con el surgimiento del Estado, la administración de los recursos se logró a partir de una organización eficaz
del sistema tributario y la realización de obras de canalización, drenaje y limpieza. Para programar y controlar las crecidas periódicas del río y
organizar la irrigación, la producción y la administración de los tributos, el Estado egipcio necesitó de los calendarios. Como indican los historiadores,
el Valle del Nilo es un lugar estratégico para la agricultura, ya que el caudaloso río es una importante fuente de irrigación y fertilidad de la tierra. Pero
los excedentes, para poder servir de sustento a una clase noble y como sostenimiento material de un Estado, deben ser lo más duraderos posibles,

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condición no cumplida por todos los cultivos. En el caso de las aldeas del Nilo, se cultivaba el trigo, un cereal de fácil almacenamiento en graneros, y
por ende muy útil en caso de malas cosechas.

Las fases de crecida del Nilo

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La sociedad egipcia

Hacia el 3400 a. C., en el Antiguo Egipto recrudecieron los conflictos entre las comunidades. Es muy posible que la razón de esos conflictos
haya sido la competencia entre los jefes de las distintas comunidades, quienes buscaban monopolizar aquellos bienes de prestigio. El resultado de esa
competencia fue un proceso de conquista de unas comunidades por otras que desembocó en la unidad territorial del Alto Egipto, en primer lugar, y,
hacia el 3000 a.C, de todo el valle y el delta del Nilo, bajo el control de un mismo grupo dominante.
De esta manera, se formó un nuevo tipo de organización social: la sociedad estatal. La mayor parte de la sociedad estaba compuesta por el
campesinado, nucleado en comunidades aldeanas (a la manera de la época pre-estatal) pero sujeto ahora al pago de tributos a la élite estatal, tanto en
especie (productos agrícolas) como en fuerza de trabajo requerida para las construcciones estatales (templos, palacios, tumbas).
La nueva sociedad estaba dirigida por una élite dominante que disponía del monopolio de la coerción, a partir del cual podía imponer su
voluntad a la mayoría. A la cabeza de esa élite se hallaba el rey (faraón), considerado un dios sobre la Tierra, que garantizaba la vida de toda la
sociedad y que encontraba en esto su mayor legitimidad ante ella. En torno del rey se hallaban los funcionarios más importantes, encargados de liderar
las actividades político-administrativas, militares y rituales. Subordinado a los altos funcionarios, existía un numeroso conjunto de asistentes, entre los

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que sobresalían los escribas, encargados de elaborar tanto los registros administrativos como los textos de las inscripciones conmemorativas, y los
artesanos, que debían producir los bienes de uso cotidiano y ritual de la élite.

¿Cómo era la situación de la mujer en el Egipto de los faraones?

La mujer egipcia ocupaba una posición extraordinaria, ya que tenía mayores derechos y libertades que cualquier mujer de la Antigüedad, a
comparación de la mesopotámica, la griega y la romana; e incluso que las mujeres del siglo XIX. La mujer egipcia era respetada y considerada como el
complementario del varón, no como alguien de posición secundaria y relegada, como les ocurría a las mujeres de otras civilizaciones, ya fuera la
griega o la romana. Disfrutaba de autonomía y completa libertad de movimientos, en lugar de verse recluida en casa bajo la autoridad y tutela del padre
o del marido, como sí era el caso de la mujer griega.
Algunas mujeres ocuparon altos cargos en el Estado, llegando a ser médicos en jefe, visires (ministro supremo) y gobernantes del país, como es
el caso de Hatshepsut (Reino Nuevo, c.1490 a.C.) y Cleopatra (c. 69 a.C.). Llegaron a ocupar, incluso, la cima de la jerarquía sacerdotal, hecho que en
la actualidad nos resultaría imposible de imaginar a una mujer papisa, o rector de una mezquita.
Poseían derechos jurídicos iguales a los del hombre, es decir, que ante la ley eran iguales. De esta forma, la mujer egipcia podía comprar y
vender con libertad, fundar negocios, heredar y poseer bienes, que ella misma administraba, casarse y divorciarse, y trabajar fuera del hogar. El
matrimonio era permitido entre personas de diferentes grupos sociales, entre egipcios y extranjeros, entre primos, y entre tío y sobrina. El hombre se
solía casar entre los 17 y 20 años, y la mujer entre los 12 y 15 años. El divorcio podía ser solicitado tanto por el hombre como por la mujer, por
motivos como el adulterio, la esterilidad, o los malos tratos.
Las mujeres de clase baja solían trabajar en el campo y realizar las tareas domésticas, que incluían tejer y cuidar de los hijos. Aunque también
podían trabajar fuera de casa como nodrizas, parteras, músicos, bailarinas, molineras, tejedoras, sirvientas de los ricos, y sacerdotisas. Las mujeres de
clase alta aprendían a leer y escribir, eran instruidas en danza y música, y podían ocupar altos cargos, siendo médicos, escribas, mujeres de negocios,

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funcionarias, sacerdotisas, etc. La mujer de la realeza garantizaba la legitimidad del poder del faraón al casarse con él. Sin ella, el faraón no podía
llegar a gobernar. Esta legitimidad iba pasando de madres a hijas. La esposa principal del faraón recibía el título de “Esposa del Dios” o “Gran Esposa
Real”.
La figura de la madre era muy respetada en la familia egipcia. Tener hijos era muy importante, pues ellos serían los que, una vez fallecidos los
padres, se encargaban de visitar su tumba, limpiarla y hacer ofrendas a los dioses en su nombre. Mientras que las niñas se quedaban en casa ayudando a
la madre en las tareas domésticas hasta que tenían edad suficiente para casarse; los niños, a la edad de cinco años, empezaban a aprender el oficio de su
padre.
Pero todos sus derechos y libertades terminaron con la llegada del griego Ptolomeo Filopator, en torno al 200 a.C. rebajando su situación al
rango de la mujer griega. Desde entonces, a la mujer egipcia se le impuso un tutor para cualquier actuación jurídica o comercial.

¿Por qué los escribas eran un grupo privilegiado?

Los escribas fueron funcionarios en el Estado egipcio. Eran especialistas en escribir jeroglíficos. Su formación comenzaba a los nueve años y
terminaba después de cinco años de aprendizaje muy riguroso.

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Algunos papiros encontrados nos hablan de las reprensiones de una escriba mayor a los jóvenes por no aprenderse bien las lecciones, incluso
con recomendaciones de castigo corporal. Otra forma de convencerlos fue hablarles de otras profesiones mucho más sacrificadas, tal como lo hace el
padre de Pepi en la Sátira de los oficios. Por ejemplo, los orfebres y los artesanos del metal se ahogaban con el calor de los hornos, los tejedores tenían
posiciones que les producían calambres musculares. A diferencia de estos, los escribas llegaban a tener autoridad, vivían del tesoro público, estaban
eximidos de pagar impuestos y del servicio obligatorio en las épocas de crecidas del Nilo. Los más capacitados podían acceder a cargos muy altos. Por
ejemplo, Horemheb llegó a ser faraón e Imhotep llegó a ser considerado un Dios, caracterizado por ser muy inteligente, fue sacerdote del Dios-Sol y el
autor de los planos de la primera pirámide de Sakkarah.
Otras representaciones encontradas por los egiptólogos muestran un escriba contando ocas y gansos en la finca de un noble. Apuntaba las
cantidades totales en su papiro para determinar los tributos. Delante de él tenía su cartera de mimbre y llevaba las paletas y pinceles bajo el brazo. En
otros casos, los escribas contaban las creencias de los egipcios sobre la vida después de la muerte.

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Fuentes históricas egipcias
Fuente N°1: Paleta de Narmer

Paleta de Narmer. Encontrada en el sitio Arqueológico de Hieracómpolis (Nejen), actualmente en el Museo Egipcio de El Cairo. Realizada en pizarra de 63 cm de altura. En las dos
caras se registró pictográficamente la unificación de las jefaturas del Alto y el Bajo Egipto, alrededor del año 3000 a. C.

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Fuente N°2 El Himno al Nilo

«Salve, oh río Nilo, tú que vienes pacíficamente para dar la vida al Egipto; señor de los peces, generador del trigo, creador de la cebada; lo que
tú trabajas es descanso para millones de desgraciados. Cuando tú faltas, los dioses se entristecen y los hombres se mueren. Pero cuando levantas tus
aguas, la tierra se llena de alegría, regocíjanse los estómagos, todo ser vivo recibe su ración, todo diente masca. Tú haces germinar las hierbas para el
ganado y el incienso para los dioses. Invades con tus aguas el Alto y el Bajo Egipto para llenar los graneros, para surtir la despensa de los pobres.
Enjugas las lágrimas de todos los ojos y prodigas la abundancia de tus riquezas...»
[Himno al Nilo (Papyro, Sellier, ap. Museo Británico)]

Fuente N°3 - La sátira de los oficios

La fuente que se presenta a continuación forma parte de una serie de textos originales del Antiguo Egipto, que datan del 2400 a.C, conocidos
bajo el nombre de Sátira de los Oficios.
Estas fuentes proporcionan una visión de las condiciones de vida de los distintos trabajadores de la sociedad egipcia, así como del creciente
ascenso social de los funcionarios de la administración central, formados en la escuela de escribas. Se basan en el diálogo que un hombre, llamado
Kheti tiene con su hijo Pepi, mientras lo acompaña a la Residencia para que entre como discípulo en la escuela de escribas. Por el camino le explica los
inconvenientes de las diferentes profesiones, para establecer la diferencia con la situación social y profesional de los escribas.

[…] No te has imaginado la existencia del campesino que cultiva la tierra? El recaudador de las finanzas siempre ocupado en recoger los
impuestos. Junto a él, agentes armados de bastones. Todos gritan: ¡Vamos a los granos! Si el campesino no los tiene, lo arrastran al canal. Los artesanos
no son más felices que los campesinos[…]

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He visto al herrero en su trabajo, a la boca de su horno. Sus dedos son como garras de cocodrilo, y apesta más que las huevas de pescado. El
carpintero que esgrime la azuela está más fatigado que un campesino; su campo es la madera; su arado es la azuela; su trabajo no tiene fin. Hace más
de lo que sus brazos pueden hacer. Aún durante la noche tiene la luz encendida. El joyero golpea con el cincel, sobre todo tipo de duras piedras […]sus
brazos están exhaustos, y se encuentra fatigado. Está sentado hasta la puesta de sol, con sus rodillas y espalda encorvadas. El barbero está afeitando
hasta el final de la tarde. Tiene que conducirse a sí mismo a la ciudad; tiene que llevarse a sí mismo a su esquina. Tiene que ir de calle en calle,
buscando alguien a quien afeitar. Tiene que esforzar sus brazos para llenar su vientre, como la abeja, que come de acuerdo con lo que ha trabajado. El
cortador de cañas ha de viajar al Delta para coger flechas. Después de haber hecho más de lo que sus brazos pueden hacer, los mosquitos lo han
destrozado, las moscas lo han matado y ha quedado completamente rendido. El alfarero ya está bajo tierra, aunque aún entre los vivos. Escarba en el
lodo más que los cerdos, para cocer sus cacharros. Sus vestidos están tiesos de barro, su cinturón está hecho jirones.
[…] Te hablaré también del albañil. Sus lomos son un castigo. Aunque está en el exterior, al viento, construye sin (la protección de) un toldo.
Su taparrabos es una cuerda entrelazada y un cordel en su trasero. Sus brazos están agotados por el esfuerzo, habiendo mezclado todo tipo de suciedad.
[…]Mira, no hay una profesión que esté libre de director, excepto el escriba. Él es el jefe. Si conoces la escritura, te irá mejor que en las
profesiones que te he presentado […] Mira, no hay escriba que carezca de comida y de bienes de palacio.

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Fuente N°4 - Instrucciones de Ani

Las “Instrucciones de Ani” es el nombre de una colección de máximas y proverbios egipcios de las cuales se cree que Ani fue su creador
(aunque no está comprobado). Su datación se ubica entre 1550 y 1070 a.C.
Aquí compartimos una selección de las mismas:
“Toma una mujer mientras seas joven, para que ella haga un hijo para ti. Ella parirá para ti cuando seas joven. Enseña a tus hijos a ser adultos. Feliz es
el hombre cuyas gentes son numerosas, se le respeta en proporción a sus hijos”
En las Enseñanzas de Ani, de nuevo se hace hincapié en que el marido debe respetar el espacio vital de la mujer en la casa, siempre y cuando
esta actúe como se espera de ella:
“No controles a tu mujer en su casa cuando sabes que es eficiente. No le digas: “¿Dónde está esto? ¡Cógelo!”, cuando ella lo ha puesto en su
sitio. Que tu ojo observe en silencio. Entonces reconocerás su habilidad. Es bueno cuando tu mano está con ella. Hay muchos que no saben esto. Si un
hombre desiste de luchar en su casa, él no encontrará su estado original.”

Fuente N°5

La siguiente fuente data del 1100 a.C, del reinado de Ramsés III, último faraón importante del Imperio Nuevo de Egipto. En ella, Ramsés III
se dirige a los dioses:
“[...] Soy vuestro hijo... Me habéis designado como soberano de la vida, la salud y
la fuerza de todas las tierras. Habéis creado por mí la perfección sobre la tierra...
He buscado lo útil y lo eficaz para vuestros santuarios. Los he dotado de...
hombres, tierras, ganado y barcos...
He llenado vuestros graneros con montones de cebada.

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He construido para vuestros castillos, santuarios y ciudades...
He promulgado decretos para establecerlos en la tierra al amparo de los reyes que
vengan tras de mi...
Os he dedicado ofrendas...”

Fuente N°6 Fuente N°7

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Fuente N°8 - El mito de Osiris

Nut, diosa de los espacios celestes, y Geb, dios de la tierra, tuvieron varios hijos, entre ellos, Osiris (dios de la fertilidad) Seth (dios de la aridez)
e Isis (diosa de la fertilidad y la maternidad).
Osiris fue rey de Egipto antes de que los faraones gobernaran el país. Enseñó a su pueblo a respetar a las leyes, a cultivar aprovechando las
crecidas del Nilo y a extraer metales para elaborar objetos, entre muchas cosas. Seth lo envidiaba y decidió asesinarlo y partirlo en trozos para ocupar
su trono. Pero Isis, su hermana y esposa, recuperó los restos dispersos en el Nilo y lloró sobre ellos, lo que ocasionó la crecida del río. Después, con
ayuda de Thot y Anubis, momificó el cuerpo y lo resucitó. Osiris volvió a ser rey, pero no de los vivos sino de los muertos.
Horus, su hijo, decidió vengarlo y enfrentó a Seth. Pero los demás dioses, cansados de tanta violencia, celebraron un juicio y obligaron a Seth a
devolver a Osiris el trono usurpado. Osiris cedió su trono a Horus y de él descendieron el primer faraón y sus sucesores.

Fuente N° 9 - El culto a los muertos

Una parte muy importante de la religión egipcia era el culto a los muertos. La creencia de la supervivencia del alma inspiró las medidas de
protección del cuerpo, el cuidado de la tumba y el servicio de ofrendas. Los egipcios creían que cuando el hombre moría, en él continuaba viviendo el
“ka”, la doble especie de sombra que sobrevivía después de la muerte, siempre y cuando se conservara el cuerpo o alguna imagen de él, donde el alma
pudiera vivir. Si el cuerpo se descomponía el alma no tenía donde seguir viviendo y moría también. La conservación del cuerpo se lograba mediante la
momificación y luego se enterraba la momia en lugares secretos, de difícil acceso, dentro de ataúdes con forma humana. En un principio, la vida en el
más allá era únicamente privilegio del faraón y los nobles, pero poco a poco, las creencias religiosas se extendieron y todo el pueblo egipcio pudo tener
acceso a la eternidad. Creían que la felicidad en el más allá dependía de la conducta moral que hubiera tenido el difunto en vida. Esta conducta era
sometida al juicio de Osiris.

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La magia tenía mucha importancia en el ritual, que debía practicarse con toda exactitud. Al lado de las momias colocaban un ejemplar del Libro
de los Muertos, como guía imprescindible para el alma durante su viaje por el inframundo, porque indicaba todo lo que esta debía hacer y decir.
Cuando [Ka] dejaba el cuerpo, se internaba en galerías oscuras y era llevada en barcas a través de ríos subterráneos. A su paso encontraba demonios
que intentaban despedazarla, pero los dioses Anubis y Thot la defendían y guiaban hasta el Tribunal de Osiris. De acuerdo con una creencia muy
antigua, (...) el Ka debía someterse al juicio divino cuando atravesaba la puerta del otro mundo. Osiris preside este tribunal sentado en un trono. Isis y
Neftis estaban a su lado, y un poco más apartados los cuarenta y dos dioses asesores que representaban a los nomos egipcios. De la mano, Anubis
conducía al difunto frente a sus jueces y se encargaba de pesar el corazón colocándolo en un platillo y poniendo una estatuilla de Maat, la diosa de la

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verdad y la justicia, en el otro. Thot, el dios escribano, observaba la balanza y registraba en un papiro el resultado. Mientras tanto, el muerto
pronunciaba la doble “confesión negativa”, dirigiéndose a los jueces. Al pie de la balanza estaba “la Devoradora”, un animal monstruoso con cabeza
de cocodrilo, parte delantera del cuerpo de un león y de parte trasera de hipopótamo. El monstruo esperaba impaciente el veredicto, y si la sentencia era
de culpabilidad se arrojaba sobre el difunto devorándolo. En el caso contrario, si se lo declaraba “justo de voz” (honesto en su discurso), podía reunirse
con los grandes dioses de la necrópolis y era admitido en el reino de Osiris.

Solá, M. (2008) “El culto a los muertos” en Origen mitológico de los pueblos, (pp. 148-150). Buenos Aires: Gradifco.

¿Fantasmas del pasado?

A fin de concluir el material, se propone la lectura de una selección de “Saqueadores de tumbas”, Articulo de Mayans C. publicado en National
Geographic:
En el antiguo Egipto, el saqueo de tumbas era algo habitual. Los ladrones se enfrentaban a las trampas mortales dispuestas por los arquitectos
de las sepulturas y a terribles castigos si eran descubiertos, pero nada de ello pudo disuadirles de llevar a cabo una actividad tan peligrosa, de la que
algunos papiros que han llegado hasta nosotros dan buena cuenta.
Pese a la severidad de las penas dictadas por los tribunales egipcios, que castigaban con la muerte el robo de tumbas, éstos fueron una constante
en el Egipto faraónico desde tiempos inmemoriales. A pesar de lo que pueda parecernos, no todos los egipcios sentían una veneración casi sagrada
hacia sus reyes difuntos, ni un miedo supersticioso hacia los castigos, divinos o humanos, que sus actos impíos pudieran acarrearles. De hecho, los
ladrones de tumbas se caracterizaron por mostrar muy poco respeto hacia los muertos y no tener miedo alguno a las admoniciones que avisaban de que
el robo de tumbas era "un crimen que los dioses no perdonarán jamás a aquellos que lo cometan".
Estos hombres no se lo pensaban dos veces si necesitaban luz y para iluminarse debían convertir momias infantiles en improvisadas antorchas

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para iluminar el camino, y tampoco les importaba desgarrar sin miramientos las envolturas de lino que cubrían los cuerpos de reyes, reinas y nobles en
busca del codiciado oro, aunque para ello tuviesen que arrancar cabezas y extremidades, y arrojarlas después de cualquier manera.
Los constructores de las sepulturas tomaban muchas precauciones para evitar su expolio, pero a pesar de ello rara es la tumba egipcia que no ha
sido saqueada. En todas, los antiguos ladrones excavaron algún túnel o lograron penetrar en su interior por algún otro medio. Los arquitectos de los
faraones diseñaron desde cerrojos hasta falsos pasadizos, trampillas deslizantes de piedra y pozos llenos de cascotes que debían sepultar a cualquiera
que intentara entrar. Pero por lo menos hubo un caso en el que sí funcionó una de estas trampas. Miles de años después, un arqueólogo halló pruebas de
un ladrón muerto en plena "faena". El investigador encontró un par de brazos seccionados sobre un ataúd roto. El resto del cuerpo estaba tendido al
lado. Posiblemente este hombre intentó alzar la momia del interior de su ataúd cuando el techo de la tumba se derrumbó, cortándole los brazos y
matándolo en el acto.
De hecho, los robos de tumbas se vieron incrementados en tiempos de crisis. Durante el primer período intermedio (2100-1940 a.C.), tras la
caída de la dinastía VI de Egipto, el país vivió una serie de altercados y levantamientos que trastocaron el orden social. Un texto sapiencial de la época
llamado Las admoniciones del sabio Ipuwer ya lo advertía: "Mira los saqueadores por todas partes" y "lo que ocultaba la pirámide ha quedado vacío".
Pero no siempre los ladrones se salían con la suya. Muchos fueron atrapados y algunos confesaron esperando algo de clemencia. Los papiros
Abbot, Amherst y Leopoldo II cuentan uno de los casos más curiosos de robos de tumbas ocurrido a finales del Reino Nuevo (1539-1077 a.C.), durante
el reinado de Ramsés IX. En esa época hubo una auténtica plaga de saqueos en las necrópolis reales tebanas. Paser, alcalde de Tebas, acusó a un tal
Pauraa, alcalde de Tebas Occidental, donde se situaban las necrópolis, de ser cómplice de los saqueadores de tumbas. Hubo entonces una serie de
detenciones e interrogatorios que acabaron sacando a la luz un red bien organizada de expolios en sepulturas de reyes y nobles que implicaba a
importantes miembros de la administración. El visir se hizo cargo del asunto y se llegaron a realizar varias visitas de inspección en las necrópolis para
comprobar el estado de los enterramientos.
El texto recoge el interrogatorio a algunos de los ocho ladrones detenidos. Un albañil llamado Amenpnufer declaró lo siguiente: "Fuimos a
robar las tumbas según nuestros hábitos regulares y encontramos la pirámide del rey Sekemre-Shedtawy Sobekemsaf II (faraón de la dinastía XVII).

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Tomamos nuestras herramientas de cobre y penetramos en la pirámide hasta su parte más interior. Luego atravesamos los cascotes y hallamos al faraón
yaciendo en la parte de atrás de su tumba. La noble momia estaba completamente adornada con oro y plata por dentro y por fuera, y con todo tipo de
piedras preciosas incrustadas". Junto a la momia del monarca descansaba la de su esposa, adornada de un modo similar. Los ladrones recogieron los
objetos de valor que pudieron de ambas momias y, sin inmutarse, prendieron fuego a sus ataúdes (esta práctica ayudaba a desprender los posibles restos
de láminas de oro que quedaban aferrados a la madera). Después de eso, repartieron el botín y se dirigieron hacia Tebas, donde fueron detenidos.

No sabemos el castigo que recibieron, pero la declaración de uno de los integrantes de la banda no deja lugar a dudas: "Como Amón vive y
como el Soberano vive, si soy hallado como que he tenido algo que ver con cualquiera de los ladrones, puedo ser mutilado en la nariz y en las orejas y
ser colocado en la estaca". Lo que sí deja claro el texto es que los interrogatorios se llevaban a cabo mediante el uso de la fuerza: "Su interrogatorio fue
efectuado golpeándolos con palos, y sus pies y sus manos fueron retorcidos. Contaron la misma historia (...). Se registró por escrito el interrogatorio y

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condena y se envió un informe al respecto a presencia del faraón por el Visir, el Mayordomo, el Heraldo y el Alcalde de Tebas".
La situación empeoraría con el tiempo, y ya durante la dinastía XXI (1076-944 a.C.) se decidió retirar las momias reales de sus sepulcros y
depositarlas todas juntas en cuevas para protegerlas de los expolios constantes. Muchos de estos "escondrijos" serían descubiertos siglos después por
los arqueólogos, como es el caso del célebre escondrijo de Deir el-Bahari, en 1871, uno de los hallazgos más asombrosos de la egiptología. Los
saqueos de las antiguas tumbas continuaron a lo largo de los siglos, y cuando los arqueólogos llegaron a Egipto a finales del siglo XIX no hallaron
prácticamente ni una sola tumba intacta. Auguste Mariette, jefe del Servicio de Antigüedades de Egipto entre 1858 y 1881, intentó poner freno al
saqueo y a las excavaciones ilegales que todavía asolaban el país.
Los métodos modernos en arqueología no llegarían a Egipto hasta un poco más tarde, con la excavación y documentación de la tumba de
Tutankamón por Howard Carter, un minucioso trabajo que llevó al egiptólogo británico nada menos que diez largos años. Un detalle: la tumba del
faraón niño fue también saqueada, pero por algún motivo los ladrones no pudieron completar su trabajo, aunque dejaron el contenido revuelto.

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