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Título: La herida del Dragón.
©Emma Fraser, 2022.
Diseño de portada: Ana B.
López. Corrección y
maquetación: Ana B. López.
Imágenes tomadas de:
Depositphotos.
LA HERIDA DEL DRAGÓN

Emma G. Fraser
PRÓLOGO
1456, clan MacLeod de Skye
La figura alta y musculosa de un
veinteañero Cailean MacLeod se
dibujaba entre las sombras que
formaban los árboles a su
alrededor. Hacía ya más de
media hora que la noche se había
echado sobre el castillo
Dunvegan y él había
aprovechado el jolgorio y la
borrachera de más de uno para
abandonar la fiesta que había
decidido celebrar el padre de su
gran amigo y futuro laird, Niall.
A pesar de que las cosas en el
castillo no andaban muy bien
debido al fuerte carácter de su
laird, este había decidido
celebrar su cumpleaños por todo
lo alto, invitando a gran parte del
pueblo cercano al castillo, donde
decía tener muchos amigos,
aunque para su hijo Niall eran
más vecinos temerosos de la ira
de su laird que amigos
dispuestos a celebrar el
cumpleaños del tirano que
llevaba el clan.
Pero a Cailean ese día poco le
importaba el cumpleaños de su
laird, sino que su mente estaba
tan solo centrada en una persona
que esa noche resplandecía
como nunca. Desde que tenía
uso de razón había estado
enamorado de Helen, la
muchacha más bonita, dulce y
generosa del pueblo. Durante
mucho tiempo la había seguido
de un lado para otro hasta que,
finalmente, Helen le había
confesado que también estaba
enamorada de él. Sin embargo,
había un problema: el padre de
la joven no lo quería para ella.
Era por ese motivo por el que en
ese momento se encontraba en el
puente de madera sobre el río
que había cerca del castillo, pero
escondido de las miradas
indiscretas de aquellos a los que
no querían comunicarles su
relación.
Los ojos azules de Cailean se
fijaron en el agua del río. Esta
corría lenta en ese momento,
haciendo que su nerviosismo por
la llegada de Helen se atenuara y
pudiera respirar hondo para
calmar los latidos de su corazón.
Su mano derecha despeinó aún
más su cabello tan negro como
la noche mientras se agachaba
para tomar entre sus manos una
piedra y lanzarla al agua. En sus
labios se dibujó su incansable
sonrisa cuando imaginó a Helen
caminando a oscuras entre los
árboles para llegar a él y su
cuerpo reaccionó cuando se
imaginó besándola de nuevo.
La amaba. Por Dios que así era.
Durante mucho tiempo Niall le
advirtió que podía tratarse de un
enamoramiento pasajero, pero
no había sido así. A cada
momento y a cada beso que le
dedicaba sentía que la necesitaba
más, y el deseo de una futura
boda ardía en lo más profundo
de su pecho cuando lo
imaginaba.
Los minutos pasaban mientras se
encontraba en esa oscuridad
reinante y se preocupó al pensar
que sus amigos Niall y Errol no
habían podido entretener a la
familia de Helen para que la
joven pudiera escaparse de la
fiesta y acudir a su encuentro.
Sin embargo, al cabo de unos
instantes, una pequeña tos a su
espalda llamó su atención.
Con la sonrisa pintada en el
rostro, Cailean se giró hacia ella
y su nerviosismo volvió a ser
más fuerte cuando un pequeño
rayo de luna dio de lleno en
aquella cara de gesto dulce,
bondadoso y amoroso de Helen.
La joven sonreía ampliamente y
poco a poco se acercó a él para
después rodearlo con sus
delgados brazos.
—Pensaba que este momento no
iba a llegar... —susurró Helen
contra su pecho mientras Cailean
acariciaba su espalda con
auténtica devoción.
—Estaba comenzando a creer
que Niall y Errol no lo habían
conseguido
—respondió dejando que su
aliento chocara contra el cuello
de la joven—. Hoy estás
realmente preciosa.
Helen dejó escapar una risa
nerviosa y se apretó más contra
él. Había convencido finalmente
a su madre para que la dejara ir a
la fiesta con aquel vestido que
tenía guardado en su baúl para
ciertas ocasiones importantes. Su
padre se había negado en un
principio, pero tras convencer a
su madre, este no tuvo otra
opción más que callar y dejar
que su hija, ya casi convertida en
una mujer, vistiera con esa ropa.
Se trataba de un vestido azul de
tela fina y escote mediano que
tan solo dejaba entrever la
curvatura de sus pechos, que
parecían querer asomarse entre
la hermosa puntilla blanca que
adornaba gran parte del vestido.
El corsé apretaba todo su torso,
haciendo aún más prominentes
las curvas que su cuerpo había
desarrollado años atrás y que
hacían la delicia a los ojos de
Cailean cada vez que la
observaba. Varios bordados de
color rosado adornaban los
bajos del vestido mientras que
un chal blanco protegía sus
hombros del frío en ese
momento.
—Gracias —susurró Helen
mientras Cailean acariciaba su
pelo rubio que caía en suaves
ondas por su espalda—. La
verdad es que mi padre apenas
me ha quitado el ojo de encima,
sabedor de que tú estabas en la
fiesta.
El joven suspiró y la apretó más
contra sí. Aún no entendía por
qué James MacLeod no quería
que su hija tuviera una relación
con él. Hacía años que había
entrado a formar parte de los
guerreros del clan y sobresalía
por encima de muchos, pero
James siempre decía por el
pueblo que deseaba que su hija
se casara con alguien que tuviera
más dinero y no la hiciera sufrir
cada vez que salía del clan a
luchar.
Cailean tomó la fina barbilla de
Helen entre sus dedos y le
levantó el rostro para admirarla.
Estaba tan bonita... Sus ojos
azules resplandecían de amor
como nunca y aquella nariz
chata que tanto le gustaba estaba
roja por el frío. El guerrero
sonrió de lado al ver aquella
rojez antes de acariciar sus
labios gruesos y sus mejillas
también rosadas por el frío.
Lentamente, agachó la cabeza y
la besó con amor y dulzura
mezclada con deseo. Las
pequeñas manos de la joven se
posaron en su pecho,
provocando un intenso ardor en
todo su cuerpo que lo obligó a
contenerse para no hacerla suya
en ese lugar tan frío e incómodo.
—Tu padre debería
acostumbrarse a verme más
contigo —le dijo tras separarse.
Helen suspiró.
—Lo sé —respondió antes de
separarse de él y acercarse al río
con el rostro repleto de
preocupación—. Esta mañana he
escuchado sin querer una
conversación, Cailean.
El joven frunció el ceño y se
acercó a ella, abrazándola por
detrás.
—Mi padre hablaba de casarme
con un primo lejano que vive en
el clan de mi madre, entre los
Murray.
En ese momento, el corazón de
Cailean pareció pararse. La soltó
y se puso frente a ella para
tomarle el rostro. El gesto del
guerrero había cambiado por
completo, perdiendo su sonrisa
al instante.
—¿Qué? ¿Tú deseas eso?
Helen negó.
—¡No! Yo te quiero a ti. Ni
siquiera conozco a ese primo del
que hablaban. Pero mi padre
piensa que no eres una buena
influencia para mí. Ya sabes que
quiere que me case con alguien
que no sea guerrero; un labrador
o comerciante tal vez...
Cailean resopló, enfadado.
Caminó lento de un lado a otro,
pensativo, hasta que finalmente
se paró de nuevo frente a ella y
le preguntó:
—¿Y si nos casamos?
—¿Cómo? —preguntó Helen,
sorprendida ante aquella
pregunta.
—O tal vez escaparnos de aquí.
Lo que sea para que podamos
vivir en paz y como queremos.
Helen se acercó a él y se aferró a
su camisa. Desde ahí podía
sentir el poderío de su
musculoso pecho bajo la ropa y
sabía que con él jamás volvería a
pasar el miedo que le provocaba
su padre cuando se enfadaba con
ella.
—Estás loco, Cailean MacLeod.
El joven volvió a sonreír.
—Loco por ti, Helen.
—¿De qué viviríamos si nos
vamos? No tenemos nada...
—Yo podría trabajar como
mercenario, labrar la tierra,
pescar... Lo que sea.
—Pero tengo miedo. Mi padre
nos perseguiría... y no quiero
imaginar el castigo que pediría al
laird contra ti. Creo que lo mejor
es dejar pasar un poco el tiempo
y que mi padre te conozca de
verdad. Estoy segura de que
acabará aceptándote.
—Yo jamás aceptaría a Cailean
MacLeod en mi familia —dijo
una voz a su espalda.
Ambos se giraron hacia el lugar
de donde provenía la voz y
Helen no pudo evitar un
respingo. El guerrero lo sintió y
apretó con fuerza la mano de la
mujer que amaba antes de
enfrentarse a James.
—Padre...
—¿Se puede saber qué haces
aquí con él? —preguntó
mirando con desprecio a Cailean
—. Te he dicho mil veces que no
quiero que lo veas.
Helen tembló ante la posibilidad
de tener que responderle, por lo
que fue Cailean quien tomó la
palabra.
—Su hija y yo nos queremos.
—¡Mentira! ¡La has obligado a
venir aquí para mancillarla!
Cailean frunció el ceño,
enfadado.
—¡Jamás le haría algo así! Yo la
amo. James soltó una carcajada.
—¿Amarla, tú? No eres más que
un simple guerrero que solo
sirve para usar la espada y luchar
por el rey y su laird.
Seguramente, acabarás muerto
más pronto que tarde. Y a mi
hija ¿qué le quedará? Nada...
—Padre, es mi elección —
intervino Helen con miedo.
—No está a tu altura —
respondió con desprecio—. Y
ahora será mejor que vuelvas a
la fiesta si no quieres que te
cruce la cara de una bofetada.
Cailean se puso delante de
Helen.
—Eso tendría que ser por
encima de mi cadáver. James
sonrió y siguió mirando a su
hija.
—He dicho que vuelvas junto a
tu madre.
Cailean suspiró, giró la cabeza
en dirección a Helen y asintió
casi imperceptiblemente. La
joven se alejó de ambos en
dirección al castillo, no sin antes
dirigirle una última mirada
suplicante a Cailean. Este se
limitó a sonreír
despreocupadamente y le
sostuvo la mirada hasta que
Helen desapareció entre las
sombras de la noche.
—Pretendes arruinar a mi
familia, ¿verdad? —preguntó
James. Cailean enarcó una ceja.
—Por lo que tengo entendido,
tu herrería no deja mucho
dinero que
digamos...
—Por eso mismo quiero que mi
hija se case con alguien
pudiente, no contigo.
Cailean bufó y negó con la
cabeza.
—Tu hija debería casarse con
quien ella decida porque será
ella y no tú quien conviva con
esa persona.
—Pero si tiene dinero, será
mejor. ¿Tú qué le vas a ofrecer?
¿Días sola en los que sufra por
no saber si estás vivo o muerto?
¿O tal vez le ofrecerás una
viudedad a temprana edad? ¿Has
pensado que si se casa contigo y
mueres no tendría nada de lo que
vivir? Yo no quiero eso. No te
quiero a ti. No eres nadie, tan
solo un simple guerrero que se
ha forjado un nombre por ser
amigo del hijo del laird. Nada
más. No vuelvas a acercarte a mi
familia o tendré que ponerlo en
conocimiento del laird. Y ya
sabes cómo son sus castigos...
James se alejó de allí sin darle
tiempo a responder, pero qué
podía decir. Cailean comenzó a
sentirse mal consigo mismo.
Había elegido las filas de
guerrero del clan porque así lo
había sentido años atrás, pero
ahora eso era precisamente lo
que lo alejaba de Helen. La
amaba como nunca pensó que
podría amar a nadie y haría lo
que fuera por ella, pero las
palabras de James resonaron en
su mente. ¿Qué le dejaría a
Helen si él moría en alguna
batalla?
Un intenso dolor comenzó a
aparecer en su pecho,
ahogándolo, hiriéndolo en lo
más profundo de su ser. Los ojos
de Helen antes de desaparecer le
pedían a gritos que la sacara del
infierno que vivía y se dijo,
mientras tiraba con rabia una
piedra al río, que haría lo que
fuera para sacarla de ahí lo antes
posible.
Al día siguiente, Cailean se
encontraba entrenando con sus
compañeros en el patio del
castillo. Apenas había podido
dormir durante la noche, pues su
pensamiento no había podido
dejar a un lado la imagen de
Helen despidiéndose de él con
los ojos llenos de lágrimas.
Durante toda la noche le había
dado vueltas a la posibilidad de
pedirle dinero a Niall para
marcharse de allí con la
esperanza de devolvérselo en
cuanto pudiera hacerse con unas
tierras lejos de allí. Pero no se
había atrevido aún a pedírselo,
sobre todo, cuando en la mañana
vio el rostro amoratado de su
amigo, seguramente por otra
paliza más de su padre.
—¿Dónde tienes la mente,
Cailean? —preguntó Errol cerca
de él.
—Ni yo mismo lo sé, amigo.
Errol le dio una palmada en la
espalda y le sonrió.
—Esa muchacha te tiene
embobado... —se burló
haciendo referencia a Helen.
Cailean sonrió de lado y lo
empujó suavemente.
—Más quisieras tener a una
mujer como ella a tu lado.
—Eso sin dudarlo, amigo.
Entre risas, mientras envainaban
sus espadas tras acabar el
entrenamiento, vieron a Niall
correr hacia ellos. Acababa de
llegar del pueblo de acompañar a
su padre a una visita y cuando
sus amigos vieron su rostro,
corrieron también hacia él. La
mirada negra del futuro laird
estaba puesta en Cailean y este
supo que pasaba algo antes de
que empezara a hablar:
—Se van, Cailean.
—¿Quiénes?
—Helen y su familia.
En el rostro de Cailean se dibujó
una expresión de preocupación,
y en ese instante, Niall señaló su
propio caballo.
—Márchate, yo te cubro ante mi
padre.
El joven asintió y corrió hacia el
caballo de su amigo para
después cabalgar sin descanso
hasta el pueblo. Tenía poco
tiempo si quería convencer a
Helen para que se quedara con
él. O tal vez esa fuera la última
vez que volvía a verla. Pero no
podía ser. No quería despedirse
de ella de esa manera.
¿Qué habría pasado para que
James de repente se marchara
del pueblo con su familia y
abandonara la herrería para
siempre? ¿De qué iban a vivir?
Cailean atravesó el pueblo como
alma que lleva al diablo y
condujo al caballo hacia la casa
de Helen. El joven entornó los
ojos cuando vio que su amada se
subía a un carro en el que su
familia había colocado todas sus
pertenencias y su corazón se
encogió de dolor al no poder ser
partícipe de aquello.
—¡Helen! —vociferó al tiempo
que saltaba del caballo sin que
este se hubiera detenido.
Cailean corrió hacia el carro
justo en el momento en el que
James salía de la casa con su
esposa.
—Cailean... —escuchó que
susurraba Helen con una mezcla
de sorpresa, súplica y temor.
—¿Qué haces aquí, muchacho?
—preguntó James con odio.
—He escuchado que os vais del
pueblo. ¿Por qué? James lanzó
un bufido y lo apartó con una
mano.
—No tengo por qué darte
explicaciones.
—Helen puede quedarse en mi
casa si no quiere irse.
El padre de la joven lanzó una
carcajada y le hizo un gesto a
Helen para que bajara del carro y
se acercara a ellos. Hizo caso sin
rechistar y se puso al lado de su
padre, incapaz de sostenerle la
mirada a Cailean, que la
observaba con una expresión de
sorpresa dibujada en el rostro.
—Querida, dile a este muchacho
a dónde nos vamos.
Cailean vio cómo Helen tragaba
saliva antes de levantar una
mirada llorosa.
—Nos vamos a las tierras del
clan Murray. Mis padres han
concertado mi matrimonio con
mi primo lejano.
—¿Qué? ¡Eso no puede ser! —
vociferó Cailean, desesperado,
intentando acercarse más a
Helen—. Tú hija me ama, no
puede marcharse así.
James sacó una daga y lo
amenazó con ella para que se
alejara de ellos.
—Hija...
Helen dio un respingo cuando
escuchó de nuevo a su padre y lo
miró suplicante, pero al ver que
este no cedía, cerró los ojos un
instante antes de mirar a Cailean:
—El matrimonio con mi primo
es lo mejor que me ha podido
pasar en la vida —comenzó la
joven con la mirada puesta
directamente en los ojos
azules del guerrero—. Tú jamás
podrás darme lo que necesito.
No tienes casa propia, tu trabajo
no es el mejor pagado, puedes
morir en la batalla y a mí
¿qué me quedaría? No puedes
ofrecerme más que una vida de
penurias, Cailean.
—Eso no es cierto —rebatió el
guerrero casi sin voz por
aquellas palabras tan hirientes.
—Nunca... nunca te he amado.
Has sido tan solo un juego con el
que divertirme mientras crecía,
pero alguien como tú no es lo
suficientemente bueno y decente
con el que poder casarme y
formar una familia.
Aquellas palabras llegaron al
lugar más profundo del corazón
de Cailean e inconscientemente
dio un paso atrás. No podía creer
que Helen le estuviera hablando
de aquella manera tan directa y
tan fría. Sonaba tan... real.
—Estás mintiendo —dijo el
joven para intentar descubrir la
verdad.
Helen negó con la cabeza y le
dirigió una mirada fría,
calculadora y burlona.
—¿Ves? Ni siquiera eres buen
guerrero. No has podido ver la
traición a pesar de tenerla
delante de tus ojos. ¿Qué puedes
ofrecer más que miseria?
James rió ante ese último
comentario de su hija y la
empujó de nuevo hacia el carro.
Helen se subió sin rechistar, pero
desde su posición, Cailean creyó
ver que sus hombros se sacudían
con fuerza. Sin embargo, no
podía ver su cara al estar la
joven de espaldas a él. Además,
Cailean estaba tan sobrecogido
que no era capaz de reaccionar
con rapidez.
—¿Ves, muchacho? Mi hija sabe
lo que le conviene si quiere tener
una vida mínimamente cómoda.
Ha entendido lo que tiene que
hacer.
—¿Qué le ha hecho para que
cambie de opinión de un día para
otro? James se encogió de
hombros.
—Nada. Ha sido ella la que se lo
ha pensado mejor durante la
noche, pues sabe lo que le
conviene... No es culpa mía que
te dejes engañar por una mujer,
muchacho. Mi hija ya te ha
dicho que tan solo fuiste un
divertimento para ella, así que
no insistas más. Nos vamos del
pueblo, y por tu bien espero que
no nos sigas o intentes contactar
más con Helen.
Cailean estaba demasiado
sorprendido y herido como para
tener en mente unas palabras
lacerantes que pudieran herir
también a James y borrar de sus
labios aquella sonrisa
autosuficiente. Sin embargo, sus
pies actuaron por él y lo llevaron
a dar un paso hacia adelante para
intentar acercarse de nuevo a
Helen, pero la daga que tenía el
padre de la joven entre sus
manos fue hacia él y le hizo un
corte bajo la oreja derecha.
Sorprendido, Cailean dio un
paso atrás de nuevo y llevó una
mano a la herida para cortar la
salida de la sangre, pues ya
notaba cómo brotaba y goteaba
el cuello abajo hasta perderse
entre los pliegues de su camisa.
Desde su posición, vio cómo el
padre de familia subía al carro e
instigaba a los caballos. Este
comenzó a moverse lentamente,
alejándose de todo lo que
conocían y de Cailean, que vio,
con puños apretados, cómo la
mujer que había amado con todo
su ser se marchaba de allí y
dejaba tras de ella un corazón y
un alma rota, cuyos trozos
cayeron al suelo y se esparcieron
entre la tierra, haciéndole saber a
su dueño que sería hartamente
difícil volver a reconstruirlo.
Cailean no pudo evitar que sus
ojos se llenaran de lágrimas a
pesar de haber sido entrenado
para ser una persona fría. El
guerrero apretó la mandíbula y
mantuvo su mirada fija en la
espalda de Helen, de cuyo
vestido, de repente, tras una
ráfaga de aire, se soltó un lazo y
voló hacia sus pies, como si
quisiera reírse de él por lo que
había pasado.
Su corazón roto clamaba
venganza, pero su cabeza le
pedía a gritos que la olvidara y
siguiera su vida, como si Helen
nunca hubiera existido.
Lentamente, se agachó para
tomar entre sus manos aquel
lazo del vestido de la que había
sido su amada. Lo apretó entre
sus puños y levantó de nuevo la
mirada hacia ella para ver cómo
desaparecía en la lejanía,
llevándose con ella una parte de
él; una parte que sabía que jamás
iba a volver y que le dolería
demasiado no tener junto a él.
CAPÍTULO 1
1461, clan MacLeod de Skye
Cailean removió por enésima
vez el contenido de la copa, de la
que no había bebido aún ni un
solo sorbo. Estaba tan pensativo
que aquel movimiento lo hizo de
forma inconsciente mientras
miraba por la ventana del
pequeño salón donde solía
juntarse con Niall para hablar y
tomar algo entre ellos ajenos al
resto del clan. Sabía que
cualquiera que lo conociera
pensaría que se estaba
escondiendo, y la verdad es que
debía darles la razón.
Por primera vez estaba
realmente preocupado. Llevó su
mano al sporran que colgaba de
su cadera, donde había guardado
la carta que había recibido esa
misma mañana y que, tras leerla,
se había metido en ese salón con
la intención de no ver a nadie.
Estaba seguro de que Niall lo
estaba buscando para los
entrenamientos, pero, por
primera vez en su vida, no quería
ir.
El guerrero suspiró y se sentó en
el alféizar de la ventana. Habían
pasado tantas cosas en los dos
últimos años que no estaba
seguro de haberlas superado a
pesar del paso del tiempo. Aún
sentía muy vivo el recuerdo de la
traición de la persona a la que
consideraba como su hermano.
El rostro de Errol aún aparecía
en sus sueños, como si no
quisiera que se olvidaran de él, y
la verdad es que su fantasma lo
estaba consiguiendo. El carácter
de Cailean había cambiado
irremediablemente después de
aquella traición, pues no había
podido soportarla. Y desde
entonces, las palabras que le
había dedicado la única mujer a
la que había amado, no dejaban
de atormentarlo: Ni siquiera eres
buen guerrero. No has podido
ver la traición a pesar de tenerla
ante tus ojos. Aquellas palabras
resonaban una y otra vez en su
mente desde lo sucedido con
Errol y, de haber estado más
pendiente, tal vez lo habría
descubierto.
Cailean resopló, enfadado. Ni
siquiera había podido olvidar el
recuerdo de aquella mujer, que
parecía querer regresar para
atormentarlo de nuevo. Se obligó
a beber un sorbo de la copa, que
apretó con rabia contenida. Y
ahora tenía el problema del rey...
¿Qué querría Jacobo para
reunirlos a él y a parte de sus
amigos en tierras Mackintosh?
¿Acaso ahora que había tomado
el poder querría iniciar una
nueva guerra? Chasqueó la
lengua, contrariado. La
verdad es que ahora su amigo
Niall lo necesitaba junto a él y
no querría alejarse de él, Megan
y la niña, a la que adoraba con
auténtica devoción.
Un sonido a su espalda le hizo
levantar la mirada y volverse
hacia la puerta. Tras ella
apareció Niall, el demonio al que
muchos seguían temiendo, pero
cuyo corazón se ablandaba cada
vez que su pequeña hija le
dedicaba una sonrisa. Niall
suspiró al verlo y cerró la puerta
tras él. Se acercó a Cailean a
peso lento, sin dejar de apartar la
mirada de aquellos ojos azules
que lo observaban como un niño
que acaba de ser descubierto en
alguna travesura.
—Cuando me ha dicho Megan
que se ha cruzado contigo y que
ibas con gesto demasiado serio,
he pensado que tal vez se había
confundido de persona —
comenzó con aquella voz grave
que lo caracterizaba—. Pero ya
veo que no. Sí que debe de
pasarte algo grave como para
que estés aquí encerrado tú solo
bebiendo.
Cailean esbozó una sonrisa de
lado y le señaló la otra copa que
había en la pequeña mesilla al
lado de la puerta. Niall la tomó
entre sus manos y la llenó en
silencio para después acercarse
de nuevo a él. Paró frente a
Cailean y observó su rostro
cuadrado repleto de una barba de
varios días.
—¿Me vas a contar ya lo que te
pasa o tengo que hacer uso de
mis dotes demoníacas? —se
burló Niall antes de llevar la
copa a sus labios y beber un
trago.
Cailean lanzó una carcajada y
bebió él también de su copa
antes de responderle con otra
pregunta:
—¿Has venido aquí a hablar
tranquilamente conmigo o para
huir de tu esposa e hija?
Niall siseó y miró hacia otro
lado con un brillo especial en los
ojos.
—Ambas cosas.
Cailean volvió a reír, aunque la
siguiente pregunta de Niall
estuvo a punto de borrarle la
sonrisa del rostro:
—¿Me estás desviando el tema
para no contestarme o tal vez me
lo parece? —El guerrero arqueó
una ceja.
—Es cierto. Estoy intentando
desviarlo para no hablar de ello
—admitió
antes de lanzar un suspiro—.
Esta mañana he recibido una
misiva del rey.
—¿De Jacobo? —preguntó Niall
frunciendo el ceño.
—¿Conoces otro? —respondió
Cailean con gesto burlón antes
de ponerse serio de nuevo—. Y
la verdad es que no sé cómo
tomarme su llamamiento. No
quiero irme a luchar, no ahora
que no está Err...
El joven gruñó y se golpeó a sí
mismo por el error que había
estado a punto de cometer al
nombrar al que había sido su
amigo y los había traicionado.
Con gesto grave, sacó la carta
del rey de su sporran y se la
pasó a Niall, que lo miraba con
seriedad.
A la atención de Cailean
MacLeod,
Yo, Jacobo III, como rey de las
tierras de Escocia, le pido
encarecidamente que se presente
en el castillo Mackintosh,
propiedad de su amigo Ian
Mackintosh, dentro de una
semana. A la reunión también
están llamados Cameron
Sinclair, Leith Mackinnon, Kerr
Mackay, Struan Fraser y Gaven
MacPherson, como guerreros
que lucharon junto a mi
antecesor, Jacobo II, en
innumerables batallas y
escaramuzas para conseguir la
ansiada paz en Escocia.
Espero que no falte a la cita y
esté puntual, pues es una
reunión de suma importancia.
Jacobo III
Niall suspiró cuando terminó de
leer la carta y se tomó unos
segundos antes de contestar.
—Tal vez os ha mandado llamar
por las revueltas entre algunos
clanes...
—sugirió con el ceño fruncido
—. ¿Crees que es para luchar?
Cailean se encogió de hombros y
volvió a beber.
—No lo sé. La verdad es que no
es muy claro. Niall se mantuvo
pensativo durante unos
segundos.
—Tal vez sea una reunión para
otra cosa porque si lo fuera para
luchar, el destinatario de la carta
sería yo.
—Y si es otra cosa, ¿para qué?
Cailean suspiró, preocupado, y
se levantó del alféizar de la
ventana para caminar por el
pequeño salón bajo la atenta
mirada de Niall.
—Y luego está Ian Mackintosh...
¿Tendrá algo que ver en todo
esto?
—Puede que el rey haya elegido
su castillo de forma aleatoria —
contestó Niall.
—Pues algo grave debe de pasar
para que acepte una reunión en
su clan en el que va a resguardar
a enemigos. Ya sabes que Kerr o
Leith no se llevaban muy bien
con algunos allegados al rey.
Niall avanzó hacia él y le puso
una mano en el hombro.
—Tranquilo, amigo. No te
preocupes tanto por el motivo de
la reunión. — Después suspiró,
incómodo—. Sé que no soy
Errol y no tengo su labia, pero
sabes que estoy aquí para lo que
necesites.
Cailean resopló y se alejó de él
un par de pasos.
—¿Por qué no quieres hablar de
él? —preguntó el laird,
preocupado por su amigo.
El joven calló durante unos
segundos hasta que, finalmente,
con voz enrabietada contestó:
—¡Porque nos traicionó y no
supe verlo!
Niall sonrió tristemente y apoyó
las manos en los hombros de
Cailean.
—¿Y desde entonces llevas ese
peso sobre tu espalda?
—Se supone que soy tu guerrero
más cercano, el que debe velar
por ti y tu familia, y Errol estuvo
a punto de hacer daño a Megan.
Y a ti... estuvieron a punto de
matarte delante de todos. Si yo
lo hubiera visto con antelación,
podría haber hecho algo para
evitarlo.
—No pasó nada, Cailean —
susurró Niall con voz también
dolida por la traición—. Nadie
pudo verlo porque pensábamos
que Errol era uno de los
nuestros. ¿Quién iba a creer que
alguien habría aguantado tantos
años bajo el mando de un laird
tan solo para esperar el momento
propicio para matarlo? Nadie en
su sano juicio lo habría hecho. Y
él no estaba bien.
Cailean suspiró y dirigió su
mirada azul a Niall.
—Pero yo no puedo evitar sentir
que no soy un buen guerrero
desde entonces. No pude ver esa
traición. He intentado ocultarlo,
pero no puedo más.
Niall frunció el ceño.
—Esas son palabras de... Helen.
¿De verdad vas a dejar que lo
que te dijo gobierne tu vida?
Olvídala. No era buena para ti.
Después puso su mano derecha
contra la nuca de Cailean y lo
acercó a él para pegar ambas
frentes.
—Eres la mejor persona que
conozco. Y nadie va a cambiar
mi opinión sobre ti. Así que deja
de esconderte en este salón y sal
al patio a demostrarle a los
demás lo buen guerrero que eres.
Olvida lo que te han dicho antes.
Tú sabes lo que hay aquí —dijo
señalando su corazón—, y yo
también. Deja a un lado la
reunión con el rey y céntrate en
el presente. Y de paso ayúdame
con la niña, que me va a volver
loco.
Cailean lanzó una carcajada y lo
empujó para alejarlo de él. En
cuestión de segundos, Niall
había conseguido que pudiera
dejar a un lado sus
preocupaciones, pues al
recordarle a su hija su corazón se
ablandó de nuevo.
—Eres un exagerado. Anne es
muy buena niña. Niall puso los
ojos en blanco.
—Eso lo dices porque a ti no te
sigue a todos lados.
—¿No? El otro día se presentó
en pleno entrenamiento. Se le
había escapado a Megan. De no
ser porque me percaté, habría
acabado enfangada en la pelea.
Niall resopló con fuerza y negó
con la cabeza.
—Se parece cada vez más a su
madre.
En los ojos de Cailean se dibujó
un brillo especial.
—Reconoce que te encanta.
Niall entrecerró los ojos.
—Jamás osaría hacer tal cosa.
Tan solo unos días después,
Cailean ya había preparado todo.
Tenía varias jornadas de viaje
hasta cruzar el mar y llegar a
tierras Mackintosh, por lo que no
quería demorarse si tenía que
llegar a tiempo, pues no quería
enfurecer al rey. El día anterior
se había despedido de sus
compañeros y amigos, los
cuales no dejaban de preguntarse
para qué lo había mandado
llamar el rey. Y ahora que debía
despedirse de Niall y su familia
no estaba seguro de poder
marchar en paz.
—¿De verdad quieres ir solo?
—preguntó su laird una vez
más en la puerta del castillo
cuando Cailean lo avisó de que
ya tenía todo preparado—.
Puede acompañarte Duncan.
El joven negó.
—No sé si esto es algo
importante o una tontería y no
quiero quitarte más hombres.
Conozco el camino hasta tierras
Mackintosh y no es peligroso.
—Pero ten cuidado de todas
formas —advirtió Megan
apareciendo de repente tras la
espalda de Niall con Anne en
brazos—. ¿Pensabas marcharte
sin despedirte de nosotras?
La niña, al ver a Cailean, dirigió
sus brazos a él para que este la
tomara.
—Tío Ean... —balbuceó antes de
lanzar una carcajada cuando este
la tomó en brazos y la lanzó
hacia arriba.
—La verdad es que pensaba que
se me haría más fácil irme sin
veros — admitió el guerrero—.
No sé si podré aguantar muchos
días sin ver a esta niña.
Megan sonrió y se apoyó en
Niall.
—Pues no te metas en muchos
líos y vuelve cuanto antes
porque conozco a otro que
tampoco podrá vivir sin ti.
Cailean sintió un tirón en su
corazón cuando levantó la
mirada y la dirigió a su mejor
amigo, pero también cuando vio
lágrimas en los ojos de Megan.
Aquella era su familia, aunque
no llevaran la misma sangre.
Habían crecido, luchado, reído y
llorado juntos. Habían
compartido una vida entera y
ahora tenían que separarse,
aunque solo fueran unos días.
Cailean le entregó la niña a
Megan y se abrazó a Niall con
fuerza.
—Es la primera vez que nos
separamos, amigo —dijo el
laird. Cailean sonrió pícaramente
cuando se separaron.
—Reconoce que lo estabas
deseando.
Niall chasqueó la lengua y le
siguió la broma.
—Desde el día en que te conocí.
Cailean lanzó una carcajada y
apretó con fuerza el hombro de
su amigo. Miró una última vez a
Megan y Anne y, tras una
inclinación de cabeza, dio un
paso atrás y se giró hacia su
caballo. Ya había preparado todo
para poder viajar con el animal
en una de las barcas más
grandes, por lo que podría llegar
cuanto antes a su destino una vez
amarrara la barca al otro lado del
mar que parecía estar en
completa calma. Al contrario
que sus nervios, que a medida
que avanzaba hacia el
embarcadero aumentaban
irremediablemente.
Con gesto más serio de lo
normal, Cailean montó al caballo
en la barca, y él tras el animal.
Con un suspiro miró una última
vez al que era su hogar hasta
dirigir su azulada mirada hacia el
frente con la incertidumbre de no
saber a qué debía atenerse.
Helen caminaba nerviosa por el
pasillo de la casa de sus padres.
Hacía un año que se había
quedado viuda, pues el primo
con el que sus padres la
obligaron a casarse murió en una
escaramuza con un clan vecino
cuando iban a robar ganado. Y a
pesar de lo que debía sentir,
Helen por fin pudo respirar
tranquila y feliz al saber de su
muerte, pues eso significaba que
las palizas y violaciones se
acabarían en ese momento.
Y así había sido. Decidió
regresar a casa de sus padres por
miedo a vivir sola, pues la única
vez que se había quedado
embarazada, lo había perdido
tras una paliza de su marido. Y a
pesar de que pensaba que sus
padres iban a recibirla de buen
grado, su madre había sido la
única que mostró algo de ilusión
ante la noticia. Su padre, por el
contrario, parecía odiarla a cada
día que pasaba bajo su techo.
Ese día, la había hecho llamar al
salón de la enorme casa que le
había regalado el mismísimo rey
Jacobo por haberlo ayudado en
varias ocasiones. Y ahora que
caminaba hacia allí no podía
evitar sentirse nerviosa ante lo
que pudiera comunicarle su
padre. La joven se retorcía las
manos mientras
intentaba calmarse.
Cuando por fin se encontró
frente a la puerta del salón,
Helen respiró hondo, llamó y
abrió cuando su padre le cedió el
paso.
—Entra, hija —ordenó su padre
con voz autoritaria.
Helen obedeció y no pudo evitar
un gesto de sorpresa cuando vio
que su madre también estaba
allí.
—¿Ocurre algo, padre?
James la observó fijamente y
recorrió su figura como si fuera
la primera vez que la veía en
toda su vida. Sin lugar a dudas,
los años que había estado casada
habían cambiado la figura de su
hija. Había dejado de estar tan
sumamente delgada para tener
una figura más sana. Su rostro
redondo había dejado atrás su
dulzura y ahora parecía haber
caído en un pozo de tristeza.
Sus ojos azules eran muy
huidizos y mostraban un
profundo enojo hacia la vida.
Pero a partir de ese momento, se
dijo que no debía importarle más
su hija, pues su destino estaba
sellado.
—Te he mandado llamar para
comunicarte que mañana a
primera hora partes hacia el
castillo Mackintosh.
El corazón de Helen se
sobresaltó al escucharlo y tragó
saliva antes de poder hablar:
—¿Para qué?
James se acercó a ella y le
mostró una carta.
—Hemos recibido una misiva
del rey Jacobo en la que os insta
a ti y a otras muchachas de tu
misma edad a reuniros con él y
algunos de sus guerreros para
casaros con ellos con la
intención de unir aún más los
clanes.
—¿Casarme? —preguntó Helen
temblando de miedo por el
recuerdo de su primer
matrimonio—. Yo ya he estado
casada, padre. Y no me gustaría
volver a estarlo.
James frunció el ceño.
—El rey no te está preguntando
si quieres casarte, sino pidiendo
que acudas a su llamada para
casarte con uno de sus guerreros.
La joven no pudo evitar lanzar
un bufido de rabia mientras
miraba a sus progenitores.
—¿Y usted está dispuesto a dejar
que vaya?
—Es el rey. No podemos
llevarle la contraria, sino tan
solo obedecer.
—¿Obedecer? Hace años usted
no quiso que me casara con el
único hombre que he amado tan
solo por ser un guerrero. Me
obligó a mentirle y decirle cosas
horribles. ¿Y ahora me está
obligando a casarme con uno?
¿Qué clase de palabra tiene
usted, padre?
James, con el rostro iracundo,
acortó la poca distancia que los
separaba y le dio una sonora
bofetada.
—Irás a ese llamamiento y te
casarás con quien te diga el rey
si no quieres que te encierre de
por vida en un convento del que
no saldrás ni siquiera a tomar el
aire.
Helen se tocó el rostro donde
dolía el golpe de su padre, pero
lo que más le dolía no era el
gesto, sino el sentimiento
expresado con ese gesto y lo que
sus sentimientos significaban
para su padre: nada. Años atrás
había hecho daño al único
hombre que amaba porque su
padre no deseaba un guerrero
junto a ella, y ahora la obligaba
a todo lo contrario. ¿Y qué
podía hacer ella ahora? Lo
mismo que años atrás: nada.
Las lágrimas acudieron a sus
ojos mientras giraba la cabeza
de nuevo hacia su padre. Lo
observó en silencio y después
miró a su madre, que se
mantenía callada, como siempre.
—Puede darme todas las palizas
que desee, padre, pero eso no me
hará cambiar de opinión respecto
a lo que pienso de usted. No
tiene palabra. Sus pensamientos
cambian según lo crea
conveniente y no valen nada.
James alargó las manos para
aferrarla con fuerza de los
brazos. Helen hizo un gesto de
dolor cuando los dedos de su
padre se clavaron en su carne,
pero no le dio la satisfacción de
escucharla gemir de dolor, sino
que se limitó a mirarlo con
aparente serenidad.
—Tienes suerte de que partes
mañana hacia tierras Mackintosh
porque si no, te haría pagar por
todas tus palabras. No quiero
que el rey vea moratones
en tu cuerpo.
—Claro, si no podría pensar que
usted es un maltratador —
respondió Helen con las manos
temblorosas.
Vio cómo su padre respiraba
hondo para intentar calmarse y la
soltó al instante para alejarse de
ella. Era demasiada la tentación
de golpearla, así que sin mirarla
más, le dijo:
—Ve preparando tu baúl.
Alexander y John te
acompañarán hasta el castillo y
después volverán cuando quedes
a resguardo del rey y del Ian
Mackintosh.
Para no escaparme, pensó
Helen con rabia. Sin contestar,
se dio la vuelta y salió del salón
de sus padres. En parte estaba
enfadada consigo misma por no
haber podido tomar ella sola las
riendas de su vida y no haberse
casado con quien quería
anteriormente. Ahora se
encontraba a merced de lo que
su padre y el rey decidieran, y
teniendo en cuenta cómo hacía
sido su anterior marido, no
quería imaginar cómo sería el
que Jacobo le había preparado.
La imagen de un hombre alto y
fornido con rostro deformado
por las cicatrices y carácter
endemoniado apareció en su
mente. Seguramente, la casarían
con alguien a quien no querría
nadie y por ello la obligaban a
ella a hacer ese sacrificio.
Con paso firme se dirigió al
jardín para sentarse en uno de
los pequeños bancos que había
cerca de la entrada. Desde allí
vio cómo varios de los hombres
que trabajaban para su padre la
miraron con sorpresa, pues no
solía salir a sentarse en ese lugar.
Desde allí, Helen ya no pudo
contener más las lágrimas y las
dejó salir sin control. Hacía
demasiado tiempo que había
dejado de llorar y se había
guardado todo para ella. Todo
ese dolor que le había causado
su marcha de la isla de Skye y la
separación de Cailean... Aún
podía sentir en su corazón la
mirada de dolor que le había
lanzado el guerrero antes de que
su padre la obligara a subir al
carro que los llevaría lejos de
allí.
Llegó a su mente el recuerdo de
la única vez que le habló a su
marido de Cailean. Le había
confesado que no lo amaba a él,
sino al guerrero del clan
MacLeod, y esas simples
palabras le costaron una buena
paliza que la mantuvo en cama
durante tres días. Desde
entonces, tan solo en su mente
había estado el recuerdo de
Cailean y en más de una ocasión
se preguntó si habría encontrado
a una mujer que lo hiciera feliz o
si tendría hijos...
Pero ahora poco importaba el
guerrero. Su destino volvía a
estar sellado, como
anteriormente, y aunque la
posibilidad de escapar estuviera
presente, sabía que no sería nada
fácil hacerlo. Además, aunque
sabía que sus padres no la
querían como debían hacerlo,
tampoco quería causarles una
guerra contra el rey Jacobo.
Helen se limpió las lágrimas con
rabia, se sentía como una simple
moneda de cambio en el juego
de los clanes y del rey y deseó
poder pertenecer a otra familia
en la que pudiera tener esa
libertad de decisión hacia su
futuro, como sabía que algunas
mujeres tenían, pues una de sus
amigas se había casado con el
hombre al que amaba desde que
era tan solo una niña.
Entonces ¿por qué ella no podía
decidir sobre su propia vida?
Estaba cansada de vivir algo que
no le gustaba, de tantos golpes y
malas palabras.
¿Por qué no podía encontrar a
una persona que la tratara con
verdadero amor y la protegiera
de la maldad que pululaba
libremente por ahí?
Helen levantó la mirada al cielo
y rezó para que todo a su
alrededor se confabulara con ella
y no contra ella, para que su vida
cambiara y, por segunda vez en
su vida, fuera importante para
alguien.
CAPÍTULO 2
Tras más de cuatro jornadas de
viaje casi sin descanso, Cailean
suspiró largamente cuando por
fin pudo sentarse sobre el
mullido colchón de la cama que
Ian Mackintosh le había
preparado en su castillo mientras
durara su estancia allí. Lamentó
no haberlo podido ver desde que
había llegado, pues uno de los
sirvientes le dijo que estaba muy
ocupado con un problema entre
varios guerreros del rey y no
podía dejarlos hasta que se
sofocaran los humos.
Miró la habitación y sonrió. Su
amigo Ian era un hombre al que
la decoración le importaba poco,
por no decir nada, por lo que
todas las habitaciones, pasillos y
cualquier otra estancia del
castillo apenas tenían telares
colgando de sus paredes, cuadros
o cualquier otra cosa que
pudieran hacer de ese lugar un
hogar agradable y acogedor. Ian
siempre había sido un hombre de
guerra y siempre decía que la
decoración era cosa de mujeres,
género al que odiaba desde que
una mujer le partió el corazón
años atrás.
Cailean miró los pocos enseres
con los que había viajado. Varias
mudas y un par de botas de
repuesto. Megan le había
insistido en que se llevara algo
más, pero él lo había desechado,
pues quería regresar a Skye en
cuanto pudiera, así que rezó para
que su estancia en el castillo
Mackintosh no se alargara
demasiado.
A pesar de haberse concienciado
durante todo el camino de que
debía estar tranquilo, desde que
había llegado a su destino estaba
ligeramente nervioso. Deseaba
ver cuanto antes al rey o al
menos a Ian para que le
comunicaran el motivo que los
había hecho llamar. Sabía, por
boca de uno de los sirvientes,
que los guerreros que habían
sido convocados ya habían
llegado antes que él, por lo que
deseó poder verlos cuanto antes,
ya que hacía demasiado tiempo
que no se veía con sus amigos y
compañeros de batalla.
Tras unos minutos de descanso,
sus nervios lo obligaron a
levantarse y caminó lentamente
hacia la estrecha ventana que
había en su dormitorio y observó
todo el paisaje desde allí. Podía
ver a varios guerreros del rey
paseando libremente por los
jardines mientras algunos
sirvientes trabajaban la tierra
cerca de allí. Y al ver el rostro
serio de los guerreros se
preguntó si tal vez temían un
ataque en el castillo,
aprovechando que el rey Jacobo
se
encontraba allí. Se dijo
mentalmente que Ian tenía unos
arrestos que pocos poseían, pues
ceder su castillo para una
reunión así requería de una
valentía que pocos tenían. Y ese
pensamiento de un posible
ataque le hizo ponerse en alerta
y prometerse a sí mismo no
separarse de sus armas.
Después de varios minutos de
encierro, suspiró y salió del
dormitorio dispuesto a buscar a
sus amigos y reencontrarse con
ellos, y al primero que encontró
fue al propio dueño del castillo:
—¡El dragón MacLeod! —
exclamó con una sonrisa antes
de estrecharlo con fuerza entre
sus enormes brazos—. ¡Cuánto
tiempo sin verte!
Cailean sonrió y puso una mano
en su hombro cuando se
separaron. Parecía que el tiempo
no había pasado por su amigo y
seguía manteniendo ese carácter
enérgico y la viveza en su rostro
barbudo.
—¡Demasiado! El mismo que
hace que nadie me llama dragón.
Ian lanzó una carcajada.
—Pues deberían hacerlo con
más asiduidad. Todavía recuerdo
las miradas de pánico que te
dirigían los enemigos en plena
lucha cuando os llamabais por
esos apodos que os pusisteis.
—Tú también podías haber
elegido uno... Ian chasqueó la
lengua y torció el gesto.
—A mí me gustaba el de
demonio, pero me lo quitó tu
laird.
—Fue más rápido que tú en
aceptarlo... —dijo Cailean con
una sonrisa.
Caminaron lentamente hacia las
escaleras mientras hablaban.
Hacía tanto tiempo que no se
veían que tenían demasiadas
cosas que contarse.
—Perdona que no te haya
recibido como mereces —se
disculpó Ian lanzando un suspiro
—. Había un par de
enfrentamientos entre nuestros
invitados y no he podido dejarlos
hasta que se han calmado las
cosas.
Cailean lo miró con una sonrisa
pícara en el rostro.
—Déjame adivinar: Kerr y
Struan.
Ian lanzó una carcajada y le dio
una palmada en la espalda.
—¡Qué bien los conoces! Al
parecer no se llevan muy bien
con Gilbert Boyd y Graham
Elliot.
Su interlocutor lanzó un bufido.
—¿Han venido a la reunión? Ian
chasqueó la lengua.
—Entre otros... Ya sabes que
son los más allegados del rey.
—Entonces va a ser una reunión
movidita.
—Y que lo digas. Yo aún no sé
para qué os ha hecho llamar —
dijo bajando la voz—, aunque
teniendo en cuenta que hay más
invitados... creo que me hago
una idea.
Cailean frunció el ceño y paró en
medio de las escaleras.
—¿Y me lo vas a decir? Ian
levantó las manos.
—¡Dios me libre! Si es lo que
yo creo, será el rey quien lo
confirme, no yo. Por cierto, no
he podido evitar sorprenderme
cuando me han dicho que habías
venido solo. ¿Y Errol, te lo has
dejado en Skye?
La sonrisa desapareció de golpe
del rostro de Cailean y en su
puesto quedó una expresión de
dureza, incomodidad y malestar.
—Hace casi dos años que Errol
murió —informó—. Resultó ser
un traidor y estuvo a punto de
matar a Niall y a su esposa.
En el rostro de Ian se dibujó una
expresión apenada y de angustia.
—Lo siento, amigo, no pretendía
ser descortés. No sabía nada.
Aquí llega muy poca
información de los demás.
Cailean se encogió de hombros
e intentó cambiar de expresión
por una más relajada.
—¿Has visto a los demás?
—Sí. Creo que han ido todos a
un salón pequeño que tenemos
en el ala este, lo más lejos
posible del resto de guerreros
del rey. La reunión con
Jacobo es más tarde, por si
quieres ir a hablar con ellos
antes de que os avisen. A mí me
encantaría ir, pero no puedo, me
obligan otros menesteres.
Cailean asintió y se despidió de
él mientras ponía rumbo al ala
este del castillo, donde
seguramente ya estarían todos
sus amigos. El nerviosismo
parecía haber desaparecido
ligeramente tras hablar con Ian,
pues el brillo que había visto en
sus ojos le dijo que el motivo de
su visita al castillo no era una
guerra.
En cuestión de minutos, llegó al
lugar que buscaba y desde la
última vuelta en una de las
esquinas del pasillo, escuchó las
voces y risas de sus amigos en la
lejanía. Una sonrisa se dibujó en
sus labios, pues a pesar de las
circunstancias, volvía a estar
junto a ellos, como años atrás
cuando luchaban codo con codo.
Cailean abrió la puerta del salón
y al instante los demás se giraron
hacia él.
—¡MacLeod! —vociferó el más
cercano a él, que se aproximó al
recién llegado para darle una
fuerte palmada en la espalda—.
¡Ya pensábamos que no ibas a
venir!
Cailean le dio un suave puñetazo
en el costado.
—¿Y perderme las peleas que
habrá entre vosotros y los
hombres del rey?
Habría que estar loco para ello.
El guerrero se carcajeó antes de
negar con la cabeza.
—Yo no he sido —dijo
levantando las manos en señal de
paz—. Han sido Kerr y Struan.
El joven señaló en dirección a
los dos guerreros más alejados
de la puerta, que se encogieron
de hombros al mismo tiempo,
restándole importancia al
altercado que habían tenido con
los hombres del rey. Cailean
dirigió su mirada hacia el resto y
comprobó que el tiempo no
había hecho mella en ninguno de
ellos. Todos tenían la misma
edad y desde muy jóvenes
habían luchado juntos. Se habían
hecho amigos al instante, pues
sus intereses eran más o menos
los mismos y habían sido
inseparables durante el tiempo
que duró la contienda.
El primero en saludarlo había
sido Cameron Sinclair. Era tal
alto y robusto
como todos y a pesar de que su
carácter era parecido al de
Cailean, su aspecto fiero y sus
ojos negros habían hecho que se
ganara el sobrenombre de
Cuervo.
El siguiente en acercarse a él fue
Leith Mackinnon. Este le
estrechó la mano entre las suyas
y durante unos segundos,
Cailean creyó que iba a
rompérsela, pues apretó con
tanta fuerza que ese simple gesto
le hizo recordar al recién llegado
cómo era su amigo en plena
batalla. Leith siempre había sido
un hombre cuya calma no dejaba
de sorprenderlo, pero cuando
había que presentar batalla era el
que más rápido corría para
enfrentarse a un enemigo,
haciendo que fuera el más veloz
de todos y ganándose el apodo
de Halcón.
—Me alegro de verte, amigo —
le dijo Leith antes de retirarse
para darle paso a Kerr.
Lo primero que hizo este al
acercarse a Cailean fue darle un
suave puñetazo en el rostro antes
de señalarlo con el dedo.
—Aún me debes una copa de
whisky. No se me ha olvidado...
Cailean se llevó una mano al
rostro y sonrió antes de girar la
cabeza de nuevo hacia Kerr y
chasquear la lengua, contrariado:
—Veo que has perdido fuerza en
tus puños... —se burló—. Y en
cuanto a la copa, te la voy a
seguir debiendo.
Kerr sonrió y lo empujó. Su
rostro mostraba una expresión
que pasaba en tan solo un
segundo de la tranquilidad a la
expresión más salvaje que
cualquiera podría imaginar.
Antes de entrar en batalla, solía
rugir con fuerza, algo que había
hecho huir a más de un enemigo
antes de cruzarse en su camino.
Pero aquellos que caían bajo su
red eran sometidos a un
escrutinio por parte de Kerr
mientras este caminaba
silencioso a su alrededor como
un felino en busca de comida,
logrando ganarse el apodo de
León.
Gaven MacPherson fue el
siguiente en saludarlo. Los ojos
color esmeralda del guerrero se
posaron sobre los azules de
Cailean y a pesar de la
inexpresividad de su rostro, el
recién llegado supo que se
alegraba de verlo, algo que era
recíproco. La serenidad que
caracterizaba a Gaven, junto con
su impetuosidad y su habilidad
para acechar sigilosamente,
hicieron que sus amigos
comenzaran a llamarlo Zorro.
—¡MacLeod, te quedas rezagado
como una nenaza! —vociferó
Struan acercándose a él—.
¿Acaso no te atreves a acercarte
a mí?
Cailean sonrió y dio una
palmada en la robusta espalda
de su amigo. Frente a él tenía a
uno de los hombres más
valientes, decididos, salvajes y
locos que había conocido jamás.
Con tan solo su simple presencia
había espantado a varios
enemigos antes de que siquiera
decidieran enfrentarse a él. En
más de una ocasión lo había
visto herido, algunas de esas
heridas de gran profundidad y a
pesar de lo que se esperaba,
Struan siempre salía de esas
situaciones con bravura, sin
achantarse y mostrando un
carácter que le hizo ganarse el
apodo de Toro.
—Sabes que soy de los pocos
que no te temen —respondió
Cailean—. Así que nada más
llegar habéis querido marcar
territorio...
Kerr lanzó un bufido y se sentó
en una de las sillas mientras
bebía de su copa.
—Tan solo hemos preguntado el
motivo del llamamiento y en
lugar de responder se han
burlado de nosotros —explicó.
—Y ya sabes que no permito
que nadie se burle de mí —
replicó Struan volviendo junto a
la ventana.
Cailean sonrió y negó con la
cabeza, sabedor de que sus
amigos no tenían remedio.
—¿Y qué ha dicho Jacobo?
—Se ha limitado a pedir calma
—intervino Cameron en voz
baja—. El que ha hecho todo el
trabajo sucio ha sido Ian, que no
quiere altercados en su castillo
mientras dure la reunión.
Kerr sonrió pícaramente.
—Sí, el muy cabrón ha impedido
que le corte las pelotas a Gilbert
Boyd.
—Supongo que de forma lenta...
—siguió Cailean la broma. Kerr
levantó su copa.
—Por supuesto.
Leith llamó su atención y le dijo:
—Ya me han dicho que tu laird
ha sido padre. Y de una niña...
¿Cómo está?
—¿Después de todo este
tiempo? Loco —respondió
Cailean provocando las risas de
sus amigos.
Volvió a beber de su copa, pero
cuando estaba a punto de
terminarla, la puerta del salón se
abrió, dando paso a uno de los
hombres del rey que aún no
conocían. Los observó
seriamente y les dijo:
—El rey os espera.
Todos se miraron entre sí. El
momento que habían estado
esperando había llegado y en
cuestión de minutos sabrían a
qué se debía su presencia en ese
lugar. Los nervios de Cailean
regresaron y, tras un carraspeo,
dejó su copa en la mesa y fue
tras el guerrero que los había
hecho llamar. Junto a él
caminaban sus cinco amigos,
con seriedad, con ese porte
guerrero que parecía llenar por
completo la anchura del amplio
pasillo del castillo. Los pasos de
todos resonaban a una en todo el
corredor y cuando llegaron
frente al enorme salón donde los
esperaba el rey, descubrieron
que su amigo Ian también se
encontraba allí, junto a Jacobo.
Cailean centró su mirada en la
de Ian, que parecía mirarlos
con... ¿burla? Descubrió que su
amigo intentaba esconder a
duras penas una sonrisa entre su
abundante barba, pero el brillo
de sus ojos no podía taparlo por
mucho que intentara disimularlo.
El grupo de amigos paró cuando
llegó a ellos, con Cailean en uno
de los lados. Junto a él se
coloraron Cameron, Leith, Kerr,
Struan y Gaven. El guerrero los
miró de reojo y descubrió que
todos estaban entre nerviosos y
expectantes por la información
que iban a recibir, como él.
Cailean dirigió entonces una
mirada hacia uno de los lados y
descubrió que se encontraban
también los hombres más
allegados al rey, con los que
habían discutido sus amigos:
Graham Elliot, Ron Cockburn,
Gilbert Boyd y Mervin
Hamilton. Todos pertenecían a
las Tierras Bajas de Escocia y
sabía que no los soportaban
porque pensaban que en el norte
eran unos salvajes.
Jacobo carraspeó y se levantó de
su asiento, llamando la atención
de los presentes sobre su figura:
—Señores, acabo de informar al
señor Mackintosh sobre el
motivo que me ha llevado a
traerlos a este lugar neutral.
Cailean suspiró, alterado. La
lentitud con la que hablaba el rey
lo estaba poniendo de los nervios
y tragó saliva, expectante.
—Como he podido comprobar
con mis propios ojos hace un par
de horas en este mismo castillo,
entre los lairds de los diferentes
clanes aún siguen existiendo
disputas. —Sus ojos se
dirigieron directamente a Kerr,
que se mantuvo impasible, como
si la cosa no fuera con él,
provocando que el rey enarcara
una ceja, entre divertido y
sorprendido—. Sois algunos de
los mejores guerreros que han
luchado junto a mi antecesor con
valentía, arrojo, fiereza y
firmeza para conseguir la tan
ansiada paz en nuestro país, y
me he dado cuenta de que mi
padre no os premió por ello.
Cailean enarcó una ceja.
—No tiene por qué —intervino
Gaven—. Lo hicimos con gusto.
—Aún así, deseo hacerlo.
Cailean intentó descifrar el gesto
de Jacobo y pensó que tal vez
este había pensado en dales
tierras a lo largo de toda
Escocia, pues era lo más común,
sin embargo, las siguientes
palabras del rey lo dejaron de
piedra:
—He indagado en vuestras vidas
y sé que estáis solos y que
ninguna mujer os espera a
vuestra vuelta, así que os he
mandado llamar para
presentaros a las que van a ser
vuestras futuras esposas —
sentenció.
El silencio fue lo único que
obtuvo por respuesta. Cailean lo
miró a los ojos, esperando que
en cuestión de segundos
comenzara a reírse al pensar que
lo que acababa de decir era una
broma. Sin embargo, el rostro de
Jacobo estaba muy serio, tanto
que comenzó a creer que lo que
había oído era real y no una
broma de mal gusto. Su mirada
azul pasó de Jacobo a Ian, que
intentaba aguantar la risa detrás
del rey al ver los gestos de
estupefacción de sus amigos.
Eso sin contar con las miradas
cargadas de ironía del resto de
guerreros del rey, que los
observaban a sabiendas de su
incomodidad tras recibir la
noticia.
Pasaron un par de minutos hasta
que poco a poco reaccionaron y
comenzaron a mirarse entre ellos
intentando ver en el rostro del
otro algo que
les indicara que no era cierto
mientras el silencio pasaba a ser
casi incómodo en la sala.
Cailean tragó saliva y descubrió
que Struan miraba al rey como si
de repente quisiera ahogarlo con
sus propias manos, esas que
apretaba con fuerza antes de
obligarse a sí mismo a desviar la
mirada hacia Cailean, que se
movió entre la inquietud y la
incomodidad del momento.
El joven carraspeó y dio un paso
al frente para poner en palabras
lo que pensaban los seis:
—Perdón, mi señor, ¿cómo
habéis dicho?
—Lo que has oído, MacLeod.
Cailean entrecerró los ojos y
boqueó varias veces como si
quisiera decir algo más, no
obstante, de su garganta no pudo
salir ningún sonido, pues la
estupefacción era tal que estuvo
a punto de darse la vuelta y
marcharse del salón. Con paso
dudoso, regresó junto a los
demás y volvió a mirarlos hasta
que finalmente dijo:
—Nosotros no necesitamos
ninguna mujer, mi señor. Jacobo
soltó una risa suave.
—Sé que podéis valeros por
vosotros mismos, pero al mismo
tiempo que es un premio,
también es una alianza entre
vuestros clanes y los suyos.
—Pero... —comenzó Cameron a
protestar.
—Pero nada, Sinclair. Os he
unido aquí a todos porque
quiero presentároslas.
Kerr no pudo evitar un resoplo
que pasó desapercibido por
Jacobo.
—¿Y quiénes son, estos? —
preguntó con gesto burlón
señalando al resto de guerreros
del rey.
Gilbert Boyd soltó una risa.
—No eres mi tipo, Mackinnon.
Me gustan con más tetas. Kerr
sonrió de lado.
—Y a mí que los tengan bien
puestos...
Gilbert dio un paso hacia él con
el rostro rojo por la ira, pero
Mervin, que
se encontraba a su lado, puso
una mano en su hombro y negó
con la cabeza.
—Calma, señores —pidió
Jacobo—. No estamos aquí para
pelear, y menos entre mis
hombres. Esta noche, nuestro
anfitrión aquí presente va a
preparar una fiesta en honor a
los futuros contrayentes, pero
antes de esa fiesta, cada uno
conoceréis a vuestra futura
esposa en este mismo salón.
Los guerreros volvieron a
mirarse entre sí. Algunos
resoplaron casi
imperceptiblemente mientras
otros intentaron mantener una
expresión fría, pues la rabia por
verse avocados a un matrimonio
que no deseaban corría por sus
venas.
—Venga, no pongan esas
caras... —dijo el rey al verlos
tan serios—. Serán mujeres de
vuestro agrado. Y ahora, si me
disculpan, pido al señor
MacLeod que se presente en este
salón dentro de media hora.
Cailean no pudo evitar apretar
los puños. ¿Por qué debía ser él
el primero en conocer a una
mujer que no le interesaba?
Intentó tragarse el gruñido que
pugnaba por salir de su garganta
y simplemente asintió por
respeto. Mientras veía cómo el
rey abandonaba la sala, Cailean
se dijo que hubiera preferido mil
veces una buena batalla en lugar
de la obligación de un
matrimonio.
Helen se encontraba mirando el
cielo a través de la arcada del
patio interior del castillo. Jamás
habría pensado que una fortaleza
tan imponente como aquella
pudiera ser tan bonita por dentro,
a excepción de la decoración
interior. Sin embargo, aquel
patio interior, cuyas habitaciones
se encontraban alrededor del
mismo, tenía cierto encanto que
había conseguido calmar el
bullicio de su interior a pesar de
que llevaba varios días nerviosa.
Había tardado tres jornadas en
llegar a su lugar de destino y
desde que había abandonado su
casa hasta ese mismo momento
tenía la sensación de que se
acercaba al patíbulo que iba a
quitarle la vida. Y casi hubiera
preferido que fuera así. Un
nuevo matrimonio... Estaba harta
de que todo el mundo se
atreviera a decidir por ella en
lugar de preguntar primero qué
era lo que ella deseaba. Y por
muy bien que la hubiera
recibido el rey Jacobo, no podía
evitar odiarlo con toda su alma.
Helen dejó escapar un suspiro y
centró su mirada en el pozo que
había justo en el centro del patio
interior. Había escuchado una
conversación anterior de varios
sirvientes y dedujo que en ese
mismo pozo recogían el agua
de lluvia. Sintió un escalofrío
cuando el frío viento que se
había levantado hacía unas horas
penetró entre sus ropajes y deseó
enfermar y morir en cuestión de
días para evitar ese matrimonio
que no deseaba. La tristeza
recorría cada poro de su piel al
tiempo que el recuerdo de
Cailean aparecía en su mente.
Hacía muchos años había estado
realmente enamorada de él y
odiaba a su padre por haber
decidido por ella y obligarla a
decirle aquellas cosas horribles
al único hombre al que había
amado y amaría en toda su vida.
Y ahora odiaba tener que
sucumbir ante la orden del rey.
Deseaba ser libre y decidir ella
misma.
La joven se sobresaltó cuando
una gota de lluvia impactó en su
rostro. Estaba tan metida en sus
pensamientos que no se había
dado cuenta de que estaba
comenzando a llover. Desde allí
vio cómo más chicas como ella
llegaban al castillo acompañadas
de algunos familiares o
guerreros de sus clanes para
acatar las órdenes del rey y
después eran casi abandonadas
por estos para regresar a sus
tierras de nuevo. A algunas de
ellas las conocía de haberse
cruzado con ellas en alguna
fiesta entre clanes, pero no había
llegado a entablar amistad con
ninguna.
Al cabo de varios minutos, vio
cruzar también por el patio a dos
guerreros que no había visto
anteriormente y tan solo con su
sola presencia sintió un
escalofrío. ¿Serían ellos algunos
de los pretendientes que tendrían
ellas? En ese momento no pudo
evitar preguntarse cómo sería su
futuro marido, si tal vez era uno
de ellos o parecido a esos dos y
se dijo que si era uno de ellos y
alguna vez la golpeaba, sabía
que le haría aún más daño del
que había recibido con
anterioridad.
Chasqueó la lengua, contrariada
por aquellos pensamientos
negativos que tenía sobre el
matrimonio, y justo en ese
momento, escuchó unos pasos
apresurados que se acercaban a
ella por el lado derecho de la
arcada. Helen rezó para hacerse
invisible ante su presencia, pero
al mirar y ver que los ojos del
hombre estaban fijos sobre ella,
supo que la estaba buscando.
—Señorita, llevo buscándoos
largo rato —dijo con voz
cansada—. Ya está todo
preparado para que podáis
conocer a vuestro futuro esposo.
El rey Jacobo os está esperando.
Si me seguís...
El hombre le señaló el camino
con una mano y, en silencio,
comenzó a
caminar detrás de él. El silencio
en el corredor le hizo sentir un
escalofrío. Sus pasos resonaban
por todo el pasillo y un intenso
temblor comenzó a azotar su
cuerpo de forma incontrolable.
Sentía miedo. El mismo miedo
que la invadía cuando su marido
llegaba a casa y sabía que iba a
golpearla. El mismo que tenía al
acostarse tras los golpes sin
saber si podría abrir los ojos al
amanecer, y cuando el hombre
del rey paró frente a una de las
puertas del pasillo, se obligó a
respirar hondo tras darse cuenta
de que estaba reteniendo el aire
en sus pulmones.
El momento de conocer al
hombre con el que pasaría el
resto de su vida había llegado. Y
ya no había vuelta atrás.
CAPÍTULO 3
Había pasado la peor media hora
de su vida. Desde que había
salido junto a sus amigos del
salón rumbo a otro lugar donde
pudiera tomar un poco el aire y
despejarse tras la terrible noticia
de su futuro enlace, Cailean
había pasado del asombro a la
ira, pasando por la negación. Al
igual que el resto, se había
negado una y otra vez a seguir el
mandato de Jacobo, pero tras
hablar con Ian sobre lo que
acababa de ocurrir, finalmente
este los había convencido de que
no podían negarse, pues
llevarían la ruina a sus clanes, y
los demás guerreros del rey
estaban deseando una contienda
contra ellos para desquitarse por
lo mal que se llevaban entre
ellos.
—Anímate, amigo —le dijo Ian
mientras ambos caminaban solos
hacia el salón para conocer a su
futura esposa—. Reconozco que
algo me esperaba tras descubrir
que algunas de las invitadas eran
mujeres, pero no lo sabía con
certeza.
Cailean lo miró de reojo.
—¿Y por qué demonios a ti no te
ha incluido entre nosotros?
Tienes nuestra misma edad y
también estás soltero.
Ian le chistó para que bajara el
tono.
—No lo digas muy alto —le
pidió—. De momento me he
librado.
—¿Y cómo lo has hecho?
Ian intentó esconder una sonrisa
a duras penas.
—Le he insistido en que si
pretendía casarme con una de
ellas, al día siguiente me tiraba
por una de las ventanas.
Cailean lanzó una carcajada.
—Buena idea... La tendré en
cuenta si no me gusta mi
prometida. Ian sonrió
enigmáticamente.
—Amigo mío, he visto a
nuestras invitadas y, créeme,
sea cual sea te gustará.
Cailean resopló, no muy
convencido por sus palabras y
entró en el salón renegando. Allí
se encontraba ya Jacobo
esperándolos e Ian, a una señal
del rey, los dejó solos.
—¿Estás preparado para conocer
a tu futura esposa, MacLeod? El
joven torció el gesto.
—La verdad es que no —
murmuró para sí antes de
responder lo que Jacobo estaba
esperando—: Supongo que sí.
El rey dio una palmada y asintió,
feliz por escuchar esas palabras.
—¡Perfecto! En un momento
estará aquí.
Cailean miró de reojo hacia la
puerta y deseó que su prometida
hubiera huido de allí antes de
que la encontraran. Sin embargo,
los pasos que se aproximaban
por el pasillo le indicaron que el
momento había llegado.
Cuando el hombre del rey abrió
la puerta, Helen no pudo evitar
dirigir su mirada hacia el suelo,
pues no se sentía capaz de mirar
a los ojos al guerrero con el que
compartiría su vida para
siempre. Vio cómo le daban
paso hacia el salón y, con
pequeños pasos, casi dudosos,
entró en el mismo.
Los latidos de su corazón
resonaban tanto en su pecho que
temió que su futuro esposo y el
mismísimo rey pudieran
escucharlos. Y a pesar de
respirar hondo para calmarse, no
lo logró.
Finalmente, tras obligarse a sí
misma a hacerlo, Helen levantó
la mirada del suelo y la posó al
frente. El primer rostro que
distinguió fue el de Jacobo, que
la miraba con una sonrisa
paciente en los labios. Sin
embargo, cuando dirigió sus ojos
hacia el guerrero que había a su
lado, sintió cómo su corazón
pasaba de unos latidos rápidos a
detenerse al instante.
Al reconocerlo, Helen se quedó
quieta, como si de repente se
hubiera quedado petrificada y no
pudiera reaccionar para que el
rey cambiara el gesto de sorpresa
que había adquirido al ver cómo
se detenía.
Helen se tomó unos segundos
para mirarlo. Se dio cuenta de
que aunque fuera la misma
persona de su pasado, este había
cambiado mucho con los años.
No podía ser verdad. Aquello
debía de ser una broma de mal
gusto del rey para con ella, pues
si debía casarse con el guerrero
que había allí, sería
retroceder a su pasado seis años
antes cuando perdió al único
amor de su vida, pues frente a
ella se encontraba Cailean
MacLeod.
En los ojos del guerrero apareció
una expresión de sorpresa
mayúscula. Cailean no podía
creer lo que sus ojos veían, y
durante unos segundos pensó
que tal vez le habían dado de
beber algo extraño con lo que
tener visiones de su pasado, pues
la mujer con la que iba a casarse
no era otra que la única a la que
había amado en el pasado y la
que más daño le había causado a
su corazón. El guerrero vio
cómo Helen apretaba los puños
para detener un intenso temblor
que era más que evidente a
pesar de la distancia. Y de
repente, una maraña de
sentimientos azotó su musculoso
cuerpo al recorrer su figura de
arriba abajo. Aquella no era la
misma Helen que había
conocido. La que él recordaba
era más menuda y delgada
mientras que la que tenía frente a
él se había convertido en una
mujer realmente hermosa, en
cuyo cuerpo se habían formado
infinidad de curvas. Sin
embargo, su rostro dulce había
dado paso a la amargura y
tristeza que se reflejaban a la
perfección en sus ojos. Estos,
alegres y amables antaño se
habían convertido en huidizos y
temerosos. No obstante, seguía
poseyendo aquella nariz chata
que tanto le había gustado besar;
sus mejillas, rosadas, aunque con
una piel más pálida, tal vez por
la sorpresa de verlo allí; su pelo
rubio caía suelto por la espalda y
a pesar de la sorpresa, rememoró
cada vez que se lo había
acariciado.
Las largas pestañas de la joven
formaban una onda a cada
parpadeo de Helen, que no pasó
desapercibido a Cailean. Un
escalofrío recorrió la espalda de
la joven cuando sus ojos
recorrieron también la figura de
Cailean. Al instante, sintió cómo
se le secaba la boca y las manos
comenzaban de nuevo a sudarle
por el nerviosismo de verse bajo
el escrutinio de su mirada. A
pesar de que en la distancia no
podía ver con claridad el cambio
en sus facciones sí que era
evidente el cambio en su cuerpo.
La última vez que lo vio ya era
musculoso, pero ahora... El
tiempo sin duda había mejorado
su aspecto, dándole una fuerza y
potencia digna de cualquier
semidiós. Su rostro, cuadrado y
curtido por el paso del tiempo,
mostraba una expresión que
intentaba ser impenetrable y fría,
pero a legua se notaba la
sorpresa por verla allí.
Helen sintió cómo poco a poco
sus pulmones parecían quedarse
sin aire al ver la potencia de su
pecho y las manos temblorosas
de Cailean apretando
con fuerza la empuñadura de la
espada. Sin lugar a dudas, ya no
era el imberbe que había
conocido años atrás. Frente a
ella tenía un poderoso guerrero
que parecía ser capaz de matar
con la mirada.
—¿Os encontráis bien, señorita
MacLeod? —preguntó Jacobo
tras un carraspeo entre nervioso
e incómodo.
La expresión casi aterrada de su
rostro no había pasado
desapercibida al rey, que se
adelantó unos pasos para
acercarse a ella. Al instante,
Helen se obligó a reaccionar y
caminó de nuevo hacia ellos,
armándose de un valor que sabía
que no tenía, pues no estaba
segura de poder volver a mirar a
los ojos al guerrero que aún se
mantenía en silencio y con el
cuerpo tan tenso que casi podía
notarlo entre sus dedos.
—Sí, estoy bien, mi señor —le
sonó extraña su propia voz.
Cuando llegó a ellos, miró de
reojo a Cailean con la esperanza
de que fuera una ilusión y se
hubiera equivocado de persona,
pero ahora que lo tenía tan cerca
solo pudo confirmar que se
trataba del hombre del que la
había separado su padre.
Sin lugar a dudas, los recuerdos
comenzaron a agolparse en su
mente. Los besos robados, las
caricias, las incontables veces
que se habían escapado y visto a
escondidas... Todo. Parecía que
habían pasado tan solo unos
minutos de aquello mientras que
al mismo tiempo parecía que
esos recuerdos formaban parte
de otra vida.
Cailean tragó saliva aún sin
poder creer en cómo el destino
parecía querer burlarse de él y
volvía a poner en su camino a la
mujer que más daño le había
hecho en la vida. La vio intentar
mantener un porte orgulloso y
frío, sin éxito, pues el miedo
reflejado en sus ojos hablaba por
ella.
—No sé por qué tengo la
sensación de que ya os
conocéis... —comenzó el rey tras
esperar a que alguno de ellos
diera el paso para empezar a
hablar.
Cailean fue el primero en
reaccionar y miró a Jacobo como
si fuera la primera vez que lo
veía ahí. Tras un momento de
silencio, carraspeó para aclararse
la garganta y asintió.
—Somos... éramos del mismo
clan.
Hasta su voz había cambiado.
Helen no pudo evitar dar un
respingo al escuchar su voz
potente, varonil, formal, casi
peligrosa que pareció acariciarla
de nuevo, provocándole un
intenso cosquilleo a lo largo de
todo su cuerpo.
—Lo imaginé al ver el apellido,
pero no creí que os conocierais
teniendo en cuenta que la familia
de esta joven hace mucho que
abandonó Skye.
El silencio fue lo único que
volvió a recibir. Jacobo miró a
uno y a otro y encontró aquella
mezcla de sentimientos que
había en ambos y,
confundiéndose, se mostró
alegre:
—¡Pero es muy bueno que ya os
conocierais! Lo ve, MacLeod,
tampoco era una decisión tan
horrible.
Cailean frunció el ceño ante
aquellas palabras. Horrible, no;
era peor.
¿Cómo se supone que debería
reaccionar ahora que tenía frente
a él a Helen?
¿Debía hablarle o ignorar su
presencia? ¡Por Dios, era su
futura esposa! Aún no podía
creerlo. La vida, sin duda, se
estaba riendo de él.
—Ahora, creo que es mejor que
los deje solos para que se
conozcan más y puedan hablar
antes de la boda, que será en
unos días.
Cailean apretó los puños al
escuchar las últimas palabras.
¿En unos días?
¿Cuántos? Nadie le había
hablado del momento de la boda,
por lo que no sabía cuánto
tiempo tenía hasta que Helen se
convirtiera en su esposa, algo
que había deseado años atrás,
pero que ahora odiaba tener que
hacer.
El pensamiento de que tal vez
Helen había insistido a Jacobo
para casarla con ella por algún
motivo escondido comenzó a
abrirse paso en su mente y la
odió por ello.
Jacobo abandonó el salón con
una sonrisa en los labios y
cuando la puerta se cerró tras él
el silencio invadió la estancia,
llenándola de incomodidad que
ni uno ni otro sabían cómo
solucionar.
Helen estaba comenzando a
ponerse aún más nerviosa, pues
la atenta y potente mirada azul
de Cailean estaba puesta sobre
ella y apenas parpadeaba. La
joven desvió la mirada y se alejó
unos pasos de él. Desearía poder
correr hacia la puerta y
abandonar el castillo ipso facto
sin mirar atrás y dejarlo todo
para desaparecer en otro lugar
donde nadie pudiera encontrarla.
Cailean, por otra parte, había
dejado a un lado la sensación de
huir para dar paso a la venganza,
a un profundo odio hacia Helen
por todo el daño que le había
causado y que deseaba poder
cobrarse algún día. Sin embargo,
una pequeñísima parte de su
corazón clamaba por acercarse a
ella, provocando una serie de
sentimientos encontrados que lo
herían profundamente.
—Me sorprende que tu padre
haya aceptado un matrimonio
con alguien como yo —dijo
Cailean con tono acusativo.
Vio cómo Helen daba un
respingo ante su potente voz,
que pareció resonar demasiado
fuerte entre aquellas paredes. El
tono que empleó el guerrero le
causó más daño del que le habría
gustado reconocer, pero sabía
que con él no podía empezar de
cero, pues había demasiado daño
entre ellos. No obstante, se dijo
que no podía permitir que otro
nuevo hombre en su vida le
hiciera el mismo daño o peor, así
que se volvió hacia Cailean y le
respondió con porte orgulloso:
—No sabíamos que eras tú.
Además, mi padre le debe
lealtad a Jacobo.
El guerrero resopló, incrédulo
ante sus palabras, y clavó su
mirada en ella. No quedaba ni un
solo rastro de la mujer que él
había conocido. Helen había sido
amable, dulce, bondadosa, pero
la que tenía ante él parecía ser
una loba herida y rezumaba tanto
peligro con ese porte que se dijo
que debía mantenerse alerta ante
ella y no dejarse llevar por lo
que su presencia le había
causado en lo más profundo de
su ser.
—Hablaré con el rey para que
deshaga esto —dijo Cailean al
cabo de unos segundos.
—Si lo haces, nos acusará de
traidores —refutó Helen con
cierto temor.
Cailean dio un par de pasos
hacia ella y enarcó una ceja,
cambiando su gesto a uno
irónico:
—Claro, olvidaba que tu palabra
vale mucho —dijo con rencor.
El guerrero le dio la espalda y se
alejó varios metros, incapaz de
seguir cerca de ella sin besarla
para quitar de su rostro aquel
gesto orgulloso. Cailean se pasó
las manos por el rostro para
intentar calmarse. En ningún
momento había pensado que la
vida podría volver a ponerle
enfrente a Helen y se encontraba
tan perdido que no sabía cómo
reaccionar para salir de allí
indemne. Sus dedos tocaron la
cicatriz que le dejó bajo la oreja
la daga de James, el padre de la
joven, cuando lo hirió el mismo
día de su marcha del poblado en
Skye. Aunque había sido un
simple corte, había cicatrizado
tan mal que le había dejado
aquella marca de por vida, y
ahora, irónicamente, tendría que
casarse con Helen.
—¿Qué va a decir tu padre
cuando sepa quién va a ser tu
marido? — preguntó
volviéndose hacia ella—. ¿Está
aquí?
—Él aceptó sin importarle nada,
así que no puede opinar. Y no,
no está aquí si es lo que temes.
Cailean frunció el ceño.
—Yo no temo a tu padre —se
defendió al instante como si de
repente le hubieran dado un
puñetazo en el estómago.
Después se acercó más a ella,
quedándose a solo un metro de
la joven, casi sintiendo el
temblor que Helen experimentó
en su cuerpo—. Me gustaría
pedirte un favor. No le escribas
para decirle nada. Quiero ver su
rostro cuando me vea llegar.
—¿Tanto rencor le guardas?
Helen vio cómo Cailean se
encogía de hombros, restándole
importancia al asunto.
—Supongo que el rencor se le
guarda a las personas que te
hacen daño. Y las que te hacen
daño son las que realmente te
importan. En tu caso no hay
rencor —mintió mirándola
directamente a los ojos— porque
nunca me has importado tanto
como para hacerme daño.
Helen sintió aquellas palabras
como una puñalada en pleno
corazón. Intentó mostrar una
expresión de indiferencia, pero
había sido tanto el daño que no
pudo evitar que los ojos se le
llenaran de lágrimas. Y entonces
Cailean dudó. El primer
sentimiento que experimentó al
verla tan débil fue acudir a ella y
decirle lo que realmente sentía,
pero su orgullo lo obligó a
alejarse de Helen y tragarse sus
palabras.
—Tenemos que aceptar esta
situación lo antes posible —dijo
al cabo de unos segundos de
incómodo silencio.
—Pensaba que ibas a insistir
sobre la petición al rey para que
reconsidere
nuestro matrimonio —respondió
Helen imprimiendo odio en sus
palabras.
Cailean se volvió hacia ella y
chasqueó la lengua.
—De repente tengo la sensación
de aceptar de buen grado el
enlace...
—¿Acaso es lo que deseas? El
guerrero lanzó un bufido.
—Yo no deseaba casarme, y
menos con alguien que
menosprecia a lo que me dedico.
Helen apretó los puños con
fuerza.
—Bueno, aún tengo unos días
para hacerte cambiar de opinión
—dijo la joven.
Cailean lanzó una carcajada,
provocando un escalofrío y
respingo en Helen, que intentó
disimular modificando la
expresión de su rostro. Hacía
tanto tiempo que no había
escuchado ese sonido que, de
repente, los recuerdos volvieron
a agolparse en su mente. Durante
un solo segundo, el Cailean que
ella había conocido se había
asomado entre el odio que
rezumaba el guerrero al dirigirse
a ella y, como si de un golpe
profundo se tratara, Helen se
sintió del mismo modo que en
aquellos años. Aquella sonrisa
fugaz, aunque fuera irónica, en
el rostro de Cailean hizo que su
expresión se suavizara
momentáneamente. Se dijo que
debía odiarlo por las palabras
que le estaba dedicando, pero se
sentía incapaz de hacerlo.
—¿Acaso te divierte la
situación? —acabó
preguntándole.
—No sabes cuánto —respondió
—. Vas a casarte con aquel al
que despreciaste y del que te
burlaste. La verdad es que sí,
sorprendentemente me divierte.
Helen apretó los puños.
—Ya veremos si te diviertes
estos días antes del enlace —
respondió la joven prometiendo
guerra entre ellos.
Cailean sonrió de lado.
—Tienes razón. Eso ya lo
veremos...
Helen estuvo a punto de cruzar
todo el castillo renegando y
lanzando bufidos más propios de
un animal que de una mujer de la
que se espera finura y buenos
modales. Sin poder evitarlo,
lágrimas de rabia recorrían sus
mejillas sin que ella pudiera
hacer nada, pues a pesar de
repetirse una y otra vez que lo
odiaba, su corazón se encontraba
sintiendo totalmente lo contrario.
La sorpresa que había sentido al
verlo había hecho que no pudiera
levantar frente a ella las barreras
necesarias para aguantar sus
ataques. Y en parte lo entendía.
Le había dicho cosas horribles
antes de desaparecer de su vida
sin darle explicación alguna para
que él pudiera salvarla de la vida
de infortunios que le aguardaba.
Odió a su padre una vez más
mientras cruzaba una parte del
jardín para intentar perderse
entre sus plantas.
No podía creer aún que la vida le
pusiera a Cailean una vez más en
su camino y esta vez para lo que
hubiera deseado años atrás:
unirla a él para siempre. Pero las
cosas ahora eran muy diferentes
a entonces y el odio y el rencor
habían hecho mella en la
relación que habían mantenido
ambos. Aún podía sentir sobre
su figura el odio que rezumaba
Cailean por cada poro de su piel,
además de imprimirlo también
en cada palabra dirigida a ella.
Una lágrima más volvió a caer
por sus mejillas, perdiéndose
entre los pliegues de su vestido.
No podía creer que la sola
presencia del guerrero le hubiera
provocado tantos sentimientos
encontrados. Por una parte,
también lo odiaba por no haberla
seguido y luchado por su amor,
por no haberse dado cuenta de
que aquellas palabras salidas de
su boca no eran fruto de ella,
sino de su padre; pero, por otro
lado, los sentimientos que creía
muertos y enterrados parecían
haber despertado de su letargo
casi con más fuerza que antes y
deseó poder enterrar la cabeza en
su hombro y contarle lo
miserable que había sido su vida
desde que se separaron.
Helen se sentó en uno de los
pocos bancos que decoraban el
escaso jardín. Se limpió las
lágrimas, pero de poco le
valieron, pues siguieron saliendo
más. Y el recuerdo de la
conversación con su padre antes
de abandonar Skye apareció de
nuevo en su mente:
—Si no lo dejas, tendré que
acecharlo entre las sombras
para matarlo.
—¡No puede hacer eso, padre!
—gritó ella, desesperada.
—Claro que puedo. Y lo haré si
no ceja en su empeño por
seguirte a todos
lados. Lo he buscado durante
días y conozco sus costumbres.
Lo esperaré entre las sombras y
lo mataré.
Las rodillas de Helen no
pudieron soportar su peso y
cayó de rodillas ante su padre.
—No lo mate, por favor. Haré lo
que sea, pero no lo mate.
James sonrió, pues aquellas
eran las palabras que había
estado esperando.
—Mañana nos iremos del pueblo
y le dirás cuatro cosas antes de
marcharnos para que no nos
siga. Dale donde más le duela y
espero que hagas bien tu
trabajo. Si no, sacaré mi daga y
lo mataré ante tus ojos.
De la garganta de Helen escapó
un sollozo. Había tenido que
pensar durante toda la noche
cuáles serían las palabras más
dolorosas para el hombre al que
amaba y aún no había podido
olvidar su rostro, aquella sonrisa
suya había desaparecido de sus
labios y por Dios que necesitó de
toda su fuerza de voluntad para
no saltar sobre sus brazos y
pedirle perdón y ayuda, pues su
padre la había obligado a ello.
Pero prefirió sacrificarse para
que él viviera. Y ahora ese
odio... Durante unos momentos
en su conversación había estado
a punto de contarle la verdad,
pero sabía que no la creería, así
que puso por delante el orgullo y
logró mantenerlo a pesar del
dolor de su pecho.
Pero ese desprecio no era nada
comparado con el que había
tenido que aguantar del que
había sido su esposo. Una
noche, cansada de tantos golpes,
le había confesado su amor por
Cailean y el rechazo a él, lo cual
le hizo ganarse otra paliza más,
provocando que el odio por su
padre fuera en aumento.
—Veo que no te ha gustado tu
prometido... —dijo una voz
femenina a su espalda.
Helen dio un respingo, pues no
había escuchado el sonido de sus
pisadas acercándose a ella.
—Lo siento, no pretendía
asustarte —se excusó caminando
más hacia Helen.
En los labios redondos de la
recién llegada se dibujó una
sonrisa. Helen la
miró detenidamente mientras le
dejaba un hueco a su lado en el
banco y descubrió que la joven
era realmente hermosa. Su cara
redonda y expresiva dibujaba un
rostro perfecto mientras que sus
ojos, azules, parecían querer
rehuir en cierta medida su
mirada escrutadora.
—Perdóname tú a mí, soy una
maleducada. Me llamo Helen —
se presentó.
La joven se sentó junto a ella,
estiró la falda de su vestido y
enderezó la espalda antes de
mirarla fijamente y responderle:
—Yo soy Eileen —se presentó a
su vez—. He visto cómo salías
del salón del castillo llorando y
no he podido evitar seguirte.
Espero que me disculpes.
Helen se encogió de hombros.
—Es por mi prometido.
—¿No te ha gustado?
—Digamos que es una larga
historia. Eileen sonrió
tristemente.
—Al menos tu prometido se ha
presentado. El mío ni siquiera ha
mostrado interés por conocerme.
—Lo siento.
Eileen se encogió de hombros.
—En parte lo agradezco.
Fletcher Campbell no es
precisamente el hombre que
buscaba para casarme, pero
tendré que obedecer a Jacobo. —
Y forzando una sonrisa le dijo
—: Si quieres, puedes contarme
lo que te pasa con tu prometido...
Helen dudó unos instantes, pues
no deseaba que su historia con
Cailean fuera la comidilla del
castillo, pero vio bondad en los
ojos de su acompañante y
finalmente decidió abrirse en
canal para soltar todo lo que
había guardado todos esos años.
Durante más de dos horas estuvo
sacando de su corazón todo el
dolor que sentía y Eileen la
escuchaba atentamente sin
juzgar nada de lo que le estaba
contando. A veces se dibujaba
una expresión de irritación
cuando le contaba
ciertas cosas sobre su padre,
pero en ningún momento la
cortó, y por primera vez en su
vida, Helen se dio cuenta de que
había personas en el mundo que
no guardaban en su interior
aquella maldad que tanto había
visto durante años y que no
juzgaban lo que no habían
vivido, pues seguramente la vida
de esa muchacha que había
sentada junto a ella no había sido
mejor que la suya.
—Vaya... —dijo tras esas dos
horas—. Siento mucho todo lo
que te ha ocurrido, pero piensa
que la vida os ha puesto de
nuevo en el mismo camino para
algo, así que espero que podáis
solucionar todos vuestros
problemas.
Helen sonrió tristemente.
—No lo creo. He visto mucho
rencor en su mirada.
Eileen puso una mano sobre las
suyas y las apretó suavemente.
—Yo estoy segura de que se
puede resolver. Si es verdad que
te amaba como decía, no habrá
cambiado tanto.
—Solo el tiempo lo dirá.
Eileen asintió con una sonrisa y
después miró hacia el cielo.
Estaba comenzando a anochecer.
Habían estado hablando durante
tanto tiempo y tan metidas en
esa conversación que no se
habían dado cuenta de la hora, y
seguramente pronto las harían
llamar para presentarse en la
cena en honor a ellas y sus
futuros maridos.
—Creo que va siendo hora de
que regresemos al castillo y nos
cambiemos de ropa para la cena.
Helen sintió un escalofrío por el
ambiente cada vez más fresco y
dibujó una expresión de lamento
en su rostro.
—Lo siento, te he entretenido
demasiado.
—No te preocupes. No conozco
a nadie, y me ha venido muy
bien tu conversación.
Helen sonrió al tiempo que se
levantaba.
—Vamos, el laird Mackintosh
no tiene culpa de lo que me ha
sucedido con Cailean.
Eileen la tomó del brazo y
ambas caminaron hacia el
interior del castillo,
pero antes de entrar, la joven
bajó la voz y le dijo al oído a
Helen:
—Ponte el mejor de tus vestidos
para impresionarlo. Estoy segura
de que no podrá quitar la mirada
de encima.
Helen la miró y dudó, aunque al
ver la determinación en los ojos
de su nueva amiga, le devolvió
la sonrisa y asintió. Se dijo que
debía estar espectacular para esa
noche y así demostrarle a
Cailean que su conversación no
la había afectado. Por ello,
cuando caminó hacia su
habitación se prometió que esa
noche haría lo que fuera para
que Cailean MacLeod no
pudiera dejar de mirarla.
CAPÍTULO 4
Tras una cena en la que apenas
había podido probar bocado, en
parte por la rabia, en parte por la
incomodidad que se respiraba en
ese enorme salón, Cailean se
encontraba a un lado de esa
misma estancia bebiendo una
copa del mejor whisky de la
zona. Oía que sus amigos
estaban hablando entre ellos,
pero el joven no era capaz de
seguir la conversación, pues no
podía apartar sus ojos de Helen.
Durante la tarde, desde la
ventana de su dormitorio la
había visto en el jardín del
castillo hablando con otra de las
jóvenes que allí se encontraban y
habría dado uno de sus dedos
por saber el motivo de su
conversación, pues desde donde
él se encontraba tan solo pudo
ver el llanto que tenía Helen y
las continuas veces que se
limpiaba las lágrimas mientras la
otra muchacha sujetaba una de
sus manos.
—Al menos vuestra prometida
se ha presentado —oyó que se
quejaba Gaven cerca de él—. La
mía se ha quedado velando el
cuerpo de su madre.
Leith bufó tras darle un trago a
su copa.
—Casi hubiera preferido lo tuyo,
amigo. Mi prometida casi se ha
desmayado al verme.
Cameron lanzó una carcajada y
le dio una palmada en la espalda.
—Imagina la cara que pondrá
cuando te vea desnudo.
Leith lo miró con una sonrisa
pícara en los labios y levantó
varias veces las cejas, haciendo
reír a su amigo antes de escuchar
la queja de Kerr.
—Al menos vuestra prometida
no llevaba una daga colgando en
un cinto.
—¿Una daga? —se burló Gaven
—. Seguro que te cortará el
cuello en cuanto te quedes
dormido.
Al escucharlo, Struan resopló.
—Eso no es nada. A mí ya me
ha intentado cortar las pelotas.
Y delante del rey.
Leith lanzó una carcajada que
llamó la atención de varios
hombres del rey, pero a una
mirada asesina de Struan calló.
—¿No era una broma? —
preguntó con cierto recelo.
Struan bufó de nuevo.
—¿Tengo cara de bromear? He
tenido que retorcerle la mano
como haría con un enemigo
hasta que ha soltado la daga.
Cameron silbó, asombrado por
las quejas de sus amigos.
—Vaya... parece que salgo
ganando. Yo voy a heredar unas
tierras, aunque no es la ilusión
de mi vida... —Después miró a
Cailean, que parecía embobado
—. ¿Y tú, Cailean? Estás muy
callado.
El guerrero dio un respingo al
oír su nombre y miró a sus
amigos, que parecían
expectantes por escuchar sus
palabras. Todos, al mismo
tiempo y para sorpresa del joven,
enarcaron una ceja al ver que se
encontraba tan distraído, algo
raro en él.
—Parece que el dragón no puede
dejar de mirar a su prometida...
—se burló Cameron.
—O te ha gustado mucho o
quieres matarla con la mirada...
—sugirió Kerr.
Struan sonrió.
—Opto por lo segundo.
Cailean resopló y finalmente
confesó.
—Ya la conocía anteriormente.
Estuvo a punto de sonreír al ver
el gesto de sorpresa dibujado en
todos los rostros.
—Perdón, ¿cómo has dicho? —
preguntó Gaven.
Cailean habría preferido
mantener ese secreto a salvo en
su corazón y su mente, pero
sabía que no podía guardarlo
para él, por lo que les resumió su
historia y esperó sus reacciones,
que no tardaron en llegar.
—¿Y has aceptado casarte con
ella? —preguntó Cameron,
sorprendido.
—La verdad es que he llegado a
pensar que le diría a Jacobo que
no acepto el matrimonio porque
nunca pensé que iba a casarme
con alguien que me
odiara. Pero ahora...
Gaven enarcó una ceja.
—¿Acaso le tienes afecto?
El silencio fue la única respuesta
que recibió, pues los ojos de
Cailean se dirigieron
directamente hacia el lugar
donde se encontraba Helen, y
justo en ese momento la
descubrió observándolo, aunque
al instante apartó la mirada para
seguir su conversación con el
resto de mujeres.
—¿Aún la amas? —preguntó
Leith directamente. Cailean dio
un respingo.
—¡Qué dices! ¿Estás loco?
—Pues con esa mirada parecía
que querías comértela —refutó
Leith. Cailean se removió
incómodo y bebió de su copa
para disimular.
—Estás loco si crees eso —
repitió sin saber qué decir
realmente.
—¿Y qué vas a hacer? —
preguntó Kerr.
En ese momento, Cailean
esbozó por primera vez una de
sus pícaras sonrisas y la dirigió
hacia Helen, que no era
consciente de aquella mirada
sobre ella.
—Poco me conoces si me
preguntas eso —dijo casi
relamiéndose—. Su estancia en
este castillo va a ser un infierno.
Pienso hacerle pagar cada
desprecio hasta que no pueda
más y sea ella la que le pida a
Jacobo que rompa el
compromiso.
—Pues dame ideas para hacerle
lo mismo a Briana —intervino
Struan en voz baja cuando vio
que el rey se levantaba de su
asiento.
Las miradas que se lanzaban los
futuros contrayentes no pasaron
desapercibidas a Jacobo, que no
podía creer que no hubieran
cuajado ninguna de las parejas
que había hecho a pesar de
haberlas elegido según el
carácter de una parte y otra. Por
ello, tras hablar con Ian
Mackintosh, decidió que ese era
el momento de que las parejas
acortaran la distancia que habían
puesto entre ellos y bailaran al
ritmo de la música que en ese
momento estaban tocando.
—Me parece que esta fiesta está
siendo un poco aburrida sin una
pareja de baile en el centro de la
misma.
Cailean frunció el ceño al
escucharlo e inconscientemente
intentó hacerse todo lo pequeño
que pudo.
—Señor MacLeod —El joven
gruñó por lo bajo cuando lo
escuchó—,
¿por qué no saca a su futura
esposa a bailar?
Gaven rio a su lado, provocando
una mirada asesina de Cailean.
—Me parece que no soy el
mejor bailarín de la sala —se
excusó el joven
—. ¿Por qué no baila
MacPherson?
Gaven giró la cabeza hacia él
como movido por un resorte con
el ceño fruncido y apretó el puño
frente a su rostro de forma casi
imperceptible.
—Te voy a matar —susurró el
aludido.
—La prometida del señor
MacPherson no ha podido
presentarse a esta reunión, pero
la suya sí, MacLeod —dijo
Jacobo.
Cailean resopló y miró de
soslayo a Helen, cuyo rostro se
había tornado en rojo carmesí y
tenía la sensación de que
intentaba esconderse tras sus
amigas. En ese momento, en el
que sintió de nuevo el rechazo
de la joven, en lugar de volver a
poner una excusa para librarse
del baile, Cailean dio un paso al
frente. ¿No quería bailar con él
esa pieza? Bailaría dos... Una
sonrisa sarcástica se dibujó en
los labios del guerrero y
finalmente se dirigió hacia su
prometida, que mantenía su
mirada fija sobre sus ojos azules
clamando por ser liberada de ese
trance que no deseaba.
—Supongo que mi querida
prometida no tiene
inconveniente en bailar conmigo
—El tono irónico no pasó
desapercibido para Helen, que
apretó los puños con fuerza.
La joven estuvo tentada de
rechazarlo frente a los demás,
pero al ver la mirada insistente
de Jacobo no tuvo más remedio
que tragarse su orgullo y
caminar del brazo de Cailean
hacia el centro del salón. La
música comenzó a sonar de
nuevo y tanto uno como otro
empezaron a moverse al ritmo de
esta. A legua podía notarse la
incomodidad de ambos por ese
momento, pero lo peor llegó
cuando la música del baile pedía
que unieran sus manos y
acercaran aún más sus cuerpos.
En el momento en el que Helen
tocó la piel de Cailean sintió
como si miles de cuchillos
atravesaran su cuerpo o un rayo
caído del cielo impactara contra
ella. Aquella fue una de las
peores, pero al mismo tiempo
mejores sensaciones de su vida.
Después de tantos años sin tocar
la piel del guerrero, volver a
hacerlo era como si todo lo
vivido junto a él volviera a su
presente más cercano y una
intensa sensación de calor
invadió su cuerpo por primera
vez después de tantos años de
frialdad.
Al sentirlo, Helen levantó la
mirada y la clavó en Cailean,
dándose cuenta de que el
guerrero parecía también
extrañado por algo. Y durante un
segundo, la joven necesitó
sentirse acogida y protegida por
él, pues hacía tanto tiempo que
estaba perdida que no sabía qué
rumbo debía tomar para poder
controlar su vida. Sin embargo,
las siguientes palabras de
Cailean derrumbaron cualquier
posibilidad de reconciliación:
—¿Qué diría tu padre si te viera
bailar con un guerrero? —su voz
sonó tan mordaz que Helen no
pudo contestar rápidamente.
Sintió una nueva puñalada en el
pecho, pero no le daría la
posibilidad de ver cómo se
derrumbaba delante de él, ni
siquiera mostraría sentimiento
alguno por sus palabras. Se dijo
que lo único que tenía que hacer
era responderle con total
indiferencia y frialdad.
Pero no fue eso lo que Cailean
vio aparecer en los ojos de
Helen. Durante un segundo vio
cómo por ellos pasaba el rastro
de la tristeza antes de anteponer
la frialdad e indiferencia hacia
él, como si sus palabras no
hubieran calado en ella. Y la
verdad es que desde lo más
profundo de su corazón no
deseaba hacerle daño. No quería
devolverle mal por mal, pero no
podía evitar ciertos comentarios
mordaces hacia ella.
A pesar de aquellos
sentimientos, ambos bailaron
hasta que la música paró y a
pesar de que todo quedó en
silencio, Cailean no podía soltar
a Helen, no quería, se sentía
incapaz de alejarse de ella. Y la
joven tampoco quería que lo
hiciera. A pesar de su
indiferencia solo quería que las
cosas volvieran a ser entre ellos
como años atrás y sentirse
protegida entre sus brazos como
solía sentirse antes de que su
vida se torciera de la noche a la
mañana.
Helen se perdió en aquellos
ojos azules que siempre habían
mostrado
felicidad y picardía, pero que
desde que se habían cruzado de
nuevo tan solo reflejaban
venganza. Y solo cuando el rey
comenzó a aplaudir, ambos
pudieron reaccionar. Helen dio
un respingo y apartó al instante
las manos de las de Cailean,
como si de repente quemara, y
vio cómo el guerrero daba un
paso atrás sin apartar la mirada
de ella, una mirada entrecerrada
y con el ceño fruncido que
dejaba entrever el verdadero
sentimiento que en ese momento
cruzaba por sus ojos.
Supo que había reaccionado
demasiado tarde cuando se giró
hacia sus amigos y vio en sus
rostros una mirada pícara y
burlona que le dio a entender
que no iban a callarse y a dejarlo
pasar. Con un gruñido, regresó
junto a ellos con una mirada
cargada de venganza a cada uno
si osaba burlarse de él, algo que
no les importó:
—Amigo, yo he estado a punto
de pedirte también un baile al
ver el entusiasmo en tus
movimientos —dijo Cameron
intentando aguantar la risa.
—Es verdad. Esa mano en la
cadera... uff —le siguió Leith
con tono burlón.
Cailean lo miró mal cuando los
demás lanzaron una carcajada a
su costa y con disimulo se
acercó a Struan y lo aferró de la
pechera, haciendo que dejara de
reír al instante:
—Si sigues riéndote a mi costa,
le diré a tu futura esposa cuál es
el mejor momento para cortarte
las pelotas.
El aludido silbó y levantó las
manos en señal de paz.
—Está bien, amigo. No quiero
despertar al dragón.
Cailean se apartó de él en el
momento en el que el rey volvió
a levantarse, y esperó a que
hablara:
—Espero que esta cena haya
provocado un acercamiento entre
los futuros contrayentes. Aún
quedan varios días para las
bodas, así que poco a poco
podréis ir conociéndoos mejor.
Desde aquí me gustaría
agradecer al señor Mackintosh
su hospitalidad y la protección
de su clan, puesto que sin él no
sé cómo habríamos podido
reunirnos.
Jacobo levantó su copa mirando
hacia Ian, que se mostró
ligeramente
incómodo al tener toda la
atención sobre él y asintió
levemente, levantando también
su copa en dirección al rey. Y
siguiendo con su carácter
reservado, calló a pesar de que
Jacobo esperaba unas palabras
por su parte. No obstante,
conociendo la poca labia de su
anfitrión, disolvió la fiesta y
pidió que todos volvieran a sus
dormitorios para descansar antes
de un nuevo día en el que poder
conocerse.
Helen estuvo a punto de lanzar
un suspiro al escucharlo, pues
estaba deseando quedarse sola y
no tener que dar explicaciones
del porqué de su expresión desde
que había bailado con Cailean.
Estaba cansada. Había sido un
día realmente largo y agotador
en el que había conocido a
mucha gente, visto demasiadas
caras nuevas y sentido de nuevo
el desprecio de su gente al ser
casi abandonada por los hombres
de su padre en ese lugar que
desconocía. Pero no solo eso:
había vuelto a ver al amor de su
vida y sentido el desprecio que
este tenía hacia ella. Por eso y
muchas cosas más estaba
deseando quedarse a solas
consigo misma y, aunque no
debiera hacerlo, llorar por su
miserable vida.
Helen fue una de las últimas
personas en abandonar el salón y
aunque se dirigió en completo
silencio junto a las demás
jóvenes hacia el pasillo que las
llevaba a sus dormitorios, fingió
haberse dejado algo importante
en el salón para regresar sobre
sus pasos y quedarse por fin
sola.
La joven miró a un lado y a otro
del pasillo para comprobar si
había alguien, y al ver que estaba
completamente sola, se dirigió
hacia la salida del castillo, no sin
cierta dificultad, pues era tan
grande que en un par de
ocasiones tuvo la sensación de
que se había perdido.
El aire frío de la noche penetró
entre sus ropas, pero no le
importó, pues no era más gélido
que el que sentía en lo más
profundo de su alma. Tras
atravesar la puerta, miró a su
alrededor y descubrió, gracias a
las antorchas, que en la muralla
lejana se encontraban apostados
los guerreros del clan, aunque
estaba segura de que desde allí
no podrían verla, pues tan solo la
luz de la luna permitía cierta
claridad en el terreno. Por ello,
aprovechó para salir a ese jardín
tan bonito que tenía el castillo y
que no dejaba de sorprenderla,
pues después de conocer al serio
y casi mal encarado dueño, le
sorprendió que fuera capaz de
preocuparse por mantener vivo
el jardín.
Helen suspiró antes de sentarse
en el mismo banco que esa
misma tarde mientras hablaba
con Eileen. A pesar del
cansancio tenía la sensación de
que no deseaba encerrarse en el
dormitorio. Necesitaba respirar
el frío aire y relajarse, pensar,
darle vueltas al problema que
tenía frente a ella, pero sabía que
no podría hacer nada por
solucionarlo.
Aún podía notar en su piel el
contacto de Cailean tras haber
bailado juntos. No pensaba que
ese simple gesto pudiera
remover tanto su interior y
hacerle sentir tantas cosas en tan
poco tiempo. ¿Por qué demonios
no podía verlo de otra manera
que no fuera como tiempo atrás?
No podía enamorarse de él de
nuevo, pues sabía que Cailean la
odiaba, pero lo peor de todo era
que no estaba segura de haber
olvidado ese amor en algún
momento de su vida... Y eso era
lo que la tenía tan alterada.
—Para no querer verme diría
que me estás siguiendo —dijo la
voz que menos esperaba.
Helen intentó no dar un respingo
al haberlo escuchado, pero a
leguas se notaba que su
presencia allí la alteraba. La
joven lo miró y vio que la luna,
en ese preciso momento,
iluminaba el rostro y el torso del
guerrero, que se acercó más a
ella. Su mirada penetrante de
color azul estaba fija sobre ella,
como si quisiera saber lo que
estaba pensando, y al ser
consciente del momento de
intimidad entre ellos, Helen
sintió cómo las mejillas
comenzaron a arderle.
Al instante, se dijo que debía
contestarle, por lo que,
carraspeando, le dijo:
—No todo gira alrededor de ti,
dragón. —Esa última palabra la
dijo con tono burlón tras haber
escuchado durante la cena cómo
llamaban al guerrero.
Cailean sonrió ampliamente y
Helen sintió que las piernas
comenzaron a temblarle. Dio
gracias por estar sentada en el
banco, pues sabía que habría
perdido el equilibrio al admirar
aquel simple gesto que hizo que
el rostro del guerrero volviera a
adquirir la felicidad que ella
recordaba. Y a pesar del
revoloteo que sintió en su
estómago por volver a ver ese
gesto en él, un penetrante dolor
laceró su pecho. Hasta entonces
no se había dado cuenta de que
echaba de menos esa forma de
ser, esa sonrisa y esa
tranquilidad que parecía mostrar
el guerrero en todo momento,
como si nada tuviera realmente
importancia. Helen tragó saliva
y rezó para poder soportar ese
dolor que
parecía querer ahogarla,
especialmente tras escuchar las
palabras que pronunció Cailean
a continuación:
—Hace unos años me cité con
una mujer en una noche como
esta...
Helen apretó los puños contra su
vestido y apartó la mirada de
aquellos ojos penetrantes que
observaban minuciosamente
cada movimiento suyo. Esa
misma noche la recordaba como
si hubiera sido ayer y el tiempo
se hubiera detenido. Había sido
la última vez que se abrazaron,
la última vez que se besaron, la
última vez... Todo se torció
aquella misma noche y sabía que
nada volvería a ser igual entre
ellos.
No respondió al guerrero. No
podía hacerlo, pues las lágrimas
y el dolor picaban en la garganta,
impidiéndole pronunciar sonido
alguno. Tan solo desvió la
mirada e intentó esconderla entre
las sombras de la noche.
—Vaya... Me sorprende que no
tengas esa lengua viperina que
me demostraste aquel día en
Skye.
Helen apretó la mandíbula. Le
dolían sus palabras. Tanto que el
pecho parecía que le iba a
estallar de dolor. Pero se dijo
que no podía dejarse insultar
por él. Todo había sido una
invención de su padre y ella lo
había secundado tan solo para
que no mataran a Cailean. Lo
había hecho por protegerlo, pero
su orgullo le impedía contárselo.
Levantó la mirada de nuevo y la
clavó en él antes de levantarse
del banco para responderle con
el cuerpo tenso y la espalda tan
recta que parecía que iba a
caerse para atrás en cualquier
momento:
—Yo no estaría tan seguro,
Cailean. No sabes nada de mí —
le espetó con ímpetu—. No
tienes ni idea de cómo ha sido
mi vida, así que no tienes
derecho a opinar.
—No lo hago. —Se encogió de
hombros mostrando indiferencia,
aunque en parte arrepentido por
la tristeza que causó a los ojos de
Helen—. Hablaba de ti, no de tu
vida.
A Cailean le costó horrores decir
aquellas palabras con tono
indiferente, pues no quería
mostrar el dolor que le había
provocado esa mirada triste y
amarga de Helen. ¿Qué podía
haberle ocurrido tras su marcha
de Skye para tener ese
sentimiento tan arraigado dentro
de ella? Se dijo que debía
averiguarlo, pues la mujer que
tenía frente a él no parecía ser la
misma de la que se había
enamorado años atrás.
Helen estuvo a punto de
marcharse de allí sin decir nada.
No obstante, se dijo que no
podía hacerlo, que debía calmar
su corazón y su alma con unas
simples palabras y, aunque le
costara mucho decirlas, debía
hacerlo. Por ello, se acercó a él
hasta quedar a tan solo un metro
de distancia. Desde allí casi
podía respirar el olor a brezo del
guerrero, algo que provocó que
su nerviosismo aumentara.
Descubrió que Cailean se mostró
sorprendido al verla tan de cerca
y apretó los puños para
contenerse, algo que Helen
intuyó que era por rabia:
—Entiendo que me odies, puesto
que yo también lo haría —
comenzó diciendo—, pero te
pido que no me juzgues.
—No puedes pedirme nada —
susurró Cailean sin poder evitar
que su mirada se dirigiera hacia
los labios de la joven—. No
después de todo lo que dijiste.
Helen suspiró, soltando todo el
aire de sus pulmones, un gesto
que llamó poderosamente la
atención de Cailean y que hizo
que diera un paso hacia ella,
acortando peligrosamente la
distancia.
—Es verdad. Había olvidado que
nunca he tenido derecho a opinar
sobre nada —dijo con la
amargura impresa en cada
palabra—. ¿Aún quieres seguir
con esto?
Cailean asintió y respondió con
voz ronca por un deseo que
recorría su cuerpo como si de un
huracán se tratara. Helen estaba
demasiado cerca. Y a pesar de lo
que le había hecho en el pasado,
la veía tan hermosa esa noche a
la luz de la luna que sus más
bajos instintos solo deseaban
volver a besarla después de tanto
tiempo para descubrir si su sabor
seguía siendo el mismo:
—Por supuesto —le dijo—.
Cuando doy mi palabra, la
cumplo, aunque no sepas lo que
eso significa.
Al instante, se arrepintió de lo
que acababa de decir. Los ojos
de Helen se llenaron de lágrimas
que intentó disimular como
pudo. Supo que se había pasado
al hablarle así, pero había tanta
frialdad entre ellos que no supo
cómo debía reaccionar.
—Te odio, Cailean MacLeod
—susurró en un hilo de voz
intentando contener las lágrimas
—. Te odio por no haber tenido
la valentía de enfrentarte a mi
padre y haber ido a por mí.
Y sin darle tiempo a reaccionar,
Helen se alejó de él y regresó al
castillo, perdiéndose en las
sombras de la noche. Cailean
miró cómo se iba y durante un
segundo estuvo tentado de
seguirla, pero la sorpresa que le
había provocado sus palabras lo
obligó a mantenerse quieto.
¿Qué habría querido decir con
eso? Ella misma le había dicho
que no lo quería y que todo
había sido un juego para ella.
Entonces, ¿por qué ahora le
reprochaba que no hubiera ido a
buscarla? El guerrero suspiró y
se sentó en el banco mientras se
frotaba la cara con auténtico
cansancio. No entendía nada,
pero algo le decía que tras ese
porte orgulloso y amargo de
Helen había una gran historia
detrás que él desconocía. Y no
pudo evitar sentirse mal por
desconocerla y por haberla
herido tan profundamente.
Pero lo peor de todo era que
acababa de descubrir que no
había olvidado sus sentimientos
por Helen a pesar del paso de los
años y sabía que su vida junto a
ella sería un infierno por no
poder decírselo.
CAPÍTULO 5
El día siguiente amaneció
nublado y con amenaza de
lluvia. Tras asomarse a su
ventana y ver que el tiempo
estaba revuelto, Helen sintió
que el día estaba como su
humor: negro. Había pasado una
mala noche en la que apenas
había podido dormir y cuando
por fin lo había conseguido,
numerosas pesadillas habían
hecho de su sueño un auténtico
infierno. El recuerdo de su
matrimonio, las malas palabras
de su padre, pero, sobre todo, lo
que más le afectó fue el recuerdo
de la mirada que Cailean le
había dedicado antes de
despedirse para siempre.
Helen se miró en el espejo antes
de salir del dormitorio y
comprobó que bajo sus ojos
había una sombra oscura que
indicaba a todas luces que no
había pasado una buena noche,
pero poco le importó lo que los
demás pudieran decir sobre ella,
no después de haber escuchado
las palabras de Cailean la noche
anterior.
Con un suspiro, salió de su
dormitorio y se dirigió al piso
inferior donde sabía que estarían
sus nuevas amigas. Durante la
cena del día anterior había
podido conocerlas más en
profundidad y descubrió que no
era la única que no deseaba
casarse, pues ninguna estaba de
acuerdo con los deseos del rey.
Con paso rápido, para evitar
cruzarse con alguien no deseado,
Helen se dirigió hacia un
pequeño salón donde habían
quedado antes de ir a desayunar
junto al resto de guerreros y
Jacobo, y cuando las jóvenes la
vieron entrar, supieron al
instante que algo le había
pasado:
—¿Estás bien? —preguntó
Kiara.
Helen suspiró y negó con la
cabeza. A ellas no podía
mentirles, además estaba
deseando poder sacar de su
pecho todo lo que sentía.
—La verdad es que no —
respondió sentándose al lado de
Iria. Esta le tomó la mano y le
sonrió suavemente.
—¿Te gustaría compartirlo con
nosotras? Estamos aquí para
ayudarnos mutuamente.
Helen asintió.
—¿Os acordáis de que tras la
cena os dije que debía volver al
salón a recoger algo que se me
había olvidado? —Todas
asintieron al mismo tiempo
—. Os mentí. Sentía que me
ahogaba solo con pensar que
debía recluirme en el dormitorio
hasta esta mañana, así que salí al
patio y me senté en el banco del
jardín.
Briana se inclinó hacia adelante
y clavó los codos en los muslos
para escucharla con atención.
—¿Y te pasó algo? ¿Algún
guerrero intentó propasarse
contigo? — preguntó la joven
con el ánimo guerrero.
—No... Pero Cailean también
estaba allí. Morgana resopló y
miró a Briana.
—Creo que tenemos ganador
contra el que usar nuestras
dagas... Kiara sonrió mientras
Helen negó con la cabeza.
—No, no quiero más problemas.
—Pero te está haciendo daño. Al
menos eso dicen tus ojos.
Helen negó de nuevo al tiempo
que intentaba contener las
lágrimas.
—Es verdad que anoche no me
dedicó precisamente las palabras
más bonitas del mundo, pero yo
también hice lo mismo hace
años. Le dije cosas horribles de
las que aún me arrepiento porque
yo no quería decirlas —Una vez
empezó a hablar, no pudo parar
de hacerlo hasta que soltó todo
de golpe
—. Yo lo amaba y quería
casarme con él, pero mi padre no
lo aprobaba por ser un guerrero.
Eileen resopló.
—¿Y ahora sí acepta que te
cases con uno aunque no sepa
que es él?
—Según mi padre, son órdenes
del rey —respondió Helen con
amargura
—. Hace años nos sorprendió a
Cailean y a mí en el río y cuando
llegué a mi casa me golpeó hasta
casi perder la conciencia. No
quería que lo amara, pero no
podía evitarlo. Así que me
obligó a recoger toda mi ropa y
me amenazó con matar a Cailean
por la espalda si no lo dejaba.
Yo no quería alejarme de él,
pero sabía que mi padre era
capaz de llevar a cabo su
amenaza. Así que al
día siguiente, cuando Cailean
acudió para evitar que nos
marcháramos del pueblo, tuve
que decirle las palabras más
horribles del mundo para que se
quedara allí y no nos siguiera.
Aún me arrepiento de ello y sé
que el odio que me tiene es por
ese día. Pero no podía hacer otra
cosa.
Helen dejó escapar un sollozo, y
cuando Morgana se arrodilló
frente a ella y le tomó las manos,
levantó la mirada para clavarla
en ella.
—Hiciste lo correcto para salvar
a la persona que amabas.
—¡Pero ahora me odia!
—Porque no sabe lo que ocurrió
de verdad —intervino Kiara—.
Tal vez si se lo dijeras...
—¡Jamás! —negó Helen con
ahínco—. No quiero que cambie
su opinión sobre mí solo por
contarle la verdad. Decía
amarme en el pasado, y debió
haberse dado cuenta de que mis
palabras eran impuestas, no
reales. Pero no lo hizo y por su
culpa me vi obligada a casarme
con un hombre al que odiaba y
me pegaba día sí y día también.
Ya no vale la pena contar nada,
pues el daño está hecho.
—Pero lo sigues amando —dijo
Iria con suavidad. Helen la miró
y asintió con lágrimas en los
ojos.
—¿Y te gustaría que él te amara
de nuevo? Volvió a asentir.
—Entonces te sugiero que le des
celos —dijo Briana con sonrisa
pícara—. Si hasta ahora has
demostrado que sus palabras te
herían, hazle ver que ahora te
dan igual.
—¿Y eso cómo se hace?
Briana amplió su sonrisa y le
dijo:
—Eso es muy fácil...
Acercó su rostro más al de Helen
y cuchicheó solo para que ella
pudiera escucharla, pero unos
ojos no pudieron apartar la
mirada de Briana. Estaba
realmente sorprendido por las
palabras de la joven, pero mucho
más por la experiencia que
parecía tener hacia los hombres,
algo que en parte lo molestó.
No obstante, lo que más le había
impresionado fue escuchar la
historia de la futura esposa de su
amigo y sabía que si el dragón
seguía por ese camino, se
equivocaría irremediablemente.
Con pasos sigilosos, se alejó de
allí antes de ser descubierto por
las mujeres, que seguían
cuchicheando. Se dijo que le
daría un tiempo a Cailean para
que se diera cuenta de lo que
realmente pasó en el pasado y, si
lo veía acercarse al acantilado, lo
avisaría antes de que cayera por
él.
Dos horas después del desayuno
más incómodo que habían
experimentado nunca, los
guerreros habían quedado para
entrenar en el patio,
aprovechando que el rey Jacobo
había salido a cazar y a visitar a
unas familias del norte. Sabían
que llegaría por la noche para
otra cena en honor a los futuros
matrimonios, algo que les hizo
torcer el gesto a los guerreros.
Por ello, para desquitarse de la
tensión acumulada desde el día
anterior tras enterarse del motivo
que los había llevado hasta allí,
los seis habían decidido reunirse
en el patio y a pesar de que ya
llevaban largo rato entrenando,
Cailean sentía que tenía la
cabeza en otro lugar, lo cual le
había valido un pequeño corte de
Cameron.
—¿Estás bien? —le preguntó
este al ver aparecer la sangre
entre los pliegues de la camisa.
Cailean chasqueó la lengua,
contrariado, pero asintió, no sin
mucho convencimiento.
—¿Me lo vas a decir o te vas
quedar callado hasta que Struan
acabe contigo?
Cailean resopló, y se apartó del
grupo, que seguía peleando
ajeno a lo que le sucedía.
Cameron se acercó a él y puso
una mano en su hombro.
—Anoche te vi desde la ventana
de mi dormitorio. No es que se
viera muy bien en medio de la
oscuridad, pero me llamó la
atención que se movieran dos
sombras y al pensar que se
trataba de alguien intentando
entrar en el castillo, os seguí con
la mirada. Luego, gracias a la
luna, me di cuenta de que erais
Helen y tú. ¿Va todo bien?
Cailean se encogió de hombros.
—Sí, no es nada.
Cameron enarcó una ceja y dejó
escapar una risa.
—¿Desde cuándo eres tan
reservado? ¿Acaso Struan te lo
ha contagiado?
Cailean acabó por esbozar una
pequeña sonrisa que desapareció
en cuestión de segundos.
—Si la luna no me engañó, la vi
regresar llorando —susurró
Cameron.
—No te engañó. Es que... es tan
complicado... Su interlocutor
sonrió de lado.
—Bueno, creo que tengo la
suficiente inteligencia como para
entenderte.
—Ya os conté cómo fue nuestra
relación en Skye. —Cameron
asintió—. La verdad es que
durante todos estos años la he
odiado con toda mi alma porque
era la primera vez que me abría
con alguien y me apuñaló
demasiado fuerte como para
perdonarle algo así, pero ahora
que volvemos a vernos... Quiero
odiarla, deseo vengarme, aunque
cada vez que poso mis ojos
sobre ella, no sé qué demonios
me pasa, pero olvido toda mi
promesa de resentimiento. Y
anoche cuando vi las lágrimas en
sus ojos... habría dado uno de
mis brazos por hacer desaparecer
esa amargura en su mirada.
Cailean acabó con voz
desesperada, y cuando levantó la
mirada y la posó en Cameron vio
que este se encontraba sonriendo
ampliamente.
—¿Te hace gracia? —le
preguntó de mala gana.
—No. Sonrío porque sé lo que te
pasa.
Cailean entrecerró los ojos y lo
miró con ojos amenazantes.
—No sigas por ahí... —le
advirtió.
—Amigo, sigues enamorado de
ella. Puedes partirme las piernas
después de decírtelo, pero sabes
que tengo razón.
Cailean se removió incómodo en
el sitio y no quiso responder,
pero antes de que su amigo se
alejara de él hacia los demás, lo
agarró de la pechera de la camisa
y lo acercó a él.
—Como se te ocurra decirle
algo a los demás, te corto eso
tan pequeño
que tienes entre las piernas.
Cameron intentó ocultar su
sonrisa y se soltó de él antes de
responderle:
—Ya te gustaría tener mi
medida... —dijo agarrándose la
entrepierna.
Cailean soltó una carcajada y
desenvainó su espada para seguir
con el entrenamiento, sin
embargo, al ver que la sonrisa
desaparecía del rostro de
Cameron y este miraba algo a su
espalda, giró como si esperara
un ataque por detrás.
—Oh, no... —se quejó el joven
—. Esto huele a problemas...
—Ya lo creo —lo secundó
Cameron—. ¡Chicos, tenemos
compañía!
Gaven fue el primero en
escucharlo y en alejarse de Kerr,
que estaba a punto de ganarle en
la pelea.
—Que conste que estaba a punto
de vencerte... —se quejó este
antes de mirar hacia donde los
demás dirigían sus miradas. El
guerrero resopló—. Jacobo dice
que soy yo quien los provoca,
pero mirad con qué
autosuficiencia vienen hacia
aquí.
Los hombres del rey, que se
habían quedado en el castillo
tras la marcha de este, se
acercaban a ellos con el rostro
cargado de intenciones y las
manos sobre las empuñaduras de
las espadas.
—¿Qué pasa, Boyd, no tuviste
suficiente ayer? —preguntó Kerr
al tiempo que hacía un giro de
muñeca con la espada.
—A mí lo que me sorprende es
que haya salido de entre las
faldas del rey... —se burló Leith.
Gilbert Boyd sonrió ladinamente
y dirigió su mirada directamente
hacia Kerr.
—¿Buscas pelea, Mackay? —le
preguntó. Kerr se relamió y le
devolvió la sonrisa.
—Por supuesto.
—Entonces, ¿a qué esperas?
Esas eran las palabras que había
estado esperando. Al instante,
Kerr se
lanzó contra Gilbert mientras
sus compañeros azuzaban a este
último para que fuera el primero
en hacerle un corte a su
oponente.
Cailean lo miró y chasqueó la
lengua mientras negaba con la
cabeza. Dirigió su mirada
azulada hacia Graham Elliot,
pues este hizo un movimiento
extraño que llamó
poderosamente su atención.
Descubrió que lentamente estaba
sacando una daga escondida con
la clara intención de acercarse a
Kerr por la espalda y hacerle un
corte para que fuera el primero
en sangrar.
Y al instante, Cailean silbó en su
dirección:
—¡Elliot, veo que sigues siendo
tan cobarde como para atacar
por la espalda!
—¡No te metas, MacLeod!
—Yo siempre me meto si es
para defender a los que quiero
—vociferó antes de lanzarse
contra él con la espada en alto.
Graham logró apartarse a tiempo
para alejarse unos metros y
desenvainar su espada. El
siguiente ataque de Cailean pudo
pararlo a tiempo y cuando estuvo
cerca de él, le dijo:
—Ya me he enterado de que
conocías a tu prometida tiempo
atrás.
Aquellas palabras molestaron a
Cailean, que intentó mantener la
atención en el siguiente ataque.
Sin embargo, Graham aprovechó
todas sus oportunidades para
sacarlo de quicio:
—¿Ya la has probado? ¿Es una
fiera?
—¡Eso a ti no te importa, Elliot!
—vociferó el guerrero. Graham
sonrió y pasó la lengua por los
labios.
—Tal vez podrías compartirla...
Cailean frunció el ceño, molesto
por aquella sonrisa y sus
palabras, y sin poder evitarlo, se
lanzó con rabia contra él,
logrando hacerle un corte en la
pierna. Para él, esa pelea se
había vuelto algo personal, por
lo que no le importó hacerle
cortes y golpearlo con todas sus
fuerzas. Sin embargo, al cabo de
unos minutos tuvo la sensación
de ver una melena rubia saliendo
del castillo, por lo que su
atención se centró en mirar hacia
allí, consiguiendo que
Graham le hiciera un corte en el
costado. Cailean gruñó y silbó
cuando un dolor lacerante
recorrió todo su cuerpo.
—No deberías desconcentrarte
así, MacLeod —se burló su
contrincante—.
Parece que el dragón ha perdido
parte de su fuerza...
El joven apretó con tanta fuerza
la empuñadura de su espada tras
escucharlo que sus nudillos se
volvieron blancos. Y haciendo
caso omiso al dolor del costado,
se lanzó de nuevo contra él.
Poco le importó que después
pudiera recibir una regañina del
rey, tan solo deseaba desquitarse
con él.
Helen dio un respingo cuando,
tras salir del castillo, vio lo que
sucedía en medio del patio. Pero
no solo ella, sus nuevas amigas
también lanzaron exclamaciones
al ver a sus futuros maridos
luchando contra los hombres del
rey como si de una batalla real se
tratara.
—Pero ¿qué demonios están
haciendo? —se quejó Briana.
—Me parece que no se dan
cuenta de que si pelean pueden
llevarse una buena reprimenda
de Jacobo —dijo Kiara.
Helen apenas podía hablar. Su
mirada estaba totalmente fija en
Cailean, especialmente en sus
movimientos. Cada vez que el
guerrero levantaba sus poderosos
brazos, los músculos de estos
podían intuirse a través de su
camisa. Su amplia espalda
parecía querer romper su ropa
mientras que sus fornidos
muslos podían verse cada vez
que Cailean giraba sobre sí
mismo y el viento levantaba
ligeramente su kilt.
Y casi sin darse cuenta, un
intenso calor comenzó a azotarla
desde el ombligo y se extendió
por todo su cuerpo hasta posarse
en lo más profundo de su ser.
Sus mejillas se tiñeron de un
rojo carmesí y, de repente, el frío
de la mañana dejó de existir para
ella.
—Debemos ir para llamarles la
atención. —La voz de Eileen la
sobresaltó y giró levemente el
rostro para que ninguna viera el
sofoco que le había provocado la
imagen de Cailean luchando.
Con paso ligero e intentando
calmarse, Helen se digirió con
las chicas hacia el centro de la
pelea. El sonido de las espadas
caló muy hondo en su interior y,
sin que pudiera evitarlo, se
preocupó por Cailean. Aquella
era la primera vez que lo veía
luchar y cuando vio sangre en
su costado, sintió
cómo su corazón se sobresaltaba
sin remedio, quedándose
momentáneamente sin habla.
—¡Ya está bien! —gritó Iria
intentando hacerse escuchar por
encima del sonido de las
espadas.
Sin embargo, los guerreros
siguieron luchando los unos con
los otros. Resoplando, Morgana
se acercó más a ellos y,
aprovechando que tenía un tono
de voz más alto que las demás,
vociferó con todas sus fuerzas:
—¡Ya basta!
Como si hubieran escuchado el
sonido de un trueno, los
guerreros detuvieron sus espadas
al instante y se giraron hacia
ellas. Habían estado tan
inmersos en la lucha que no se
habían dado cuenta de que
tenían espectadoras.
Con un gesto de dolor, Cailean
también se giró hacia ellas e
intentó recomponer la expresión
de su rostro. Clavó su mirada
azul en Helen, cuya expresión
no pudo descifrar. Descubrió
que la joven tenía su mirada
puesta en él y un intenso rubor
asolaba su rostro, algo que la
hizo parecer el bocado más
delicioso que había visto jamás.
Al instante, carraspeó,
incómodo, y decidió dirigir su
mirada hacia la prometida de
Kerr, que los observaba como si
les hubieran salido dos cabezas:
—¡Parecéis niños! —dijo
Morgana—. ¿No os dais cuenta
de que Jacobo puede tomar
represalias por vuestras peleas?
Kerr sonrió y dio un paso al
frente.
—¿Qué pasa, pelirroja, te
preocupas por mí? Morgana
enarcó una ceja y resopló.
—Sí, pero solo porque no quiero
que otro haga lo que me gustaría
hacer a mí.
Kerr sonrió de lado y se acercó a
ella hasta quedar a menos de un
metro de la joven, que se
mantuvo en el sitio a pesar del
rubor que aumentó en sus
mejillas.
—Eso ya lo veremos, pelirroja.
Helen carraspeó, incómoda, al
ver la atracción que parecía
haber entre su amiga y su
prometido a pesar de haber
escuchado por boca de la joven
que lo odiaba con todas sus
fuerzas. Miró al frente y se
arrepintió al instante, pues
Cailean tenía la mirada puesta
sobre ella y, tal y como había
hecho Kerr, se acercó a ella
lentamente, como un animal en
busca de su presa. Ese
movimiento la puso nerviosa e
inconscientemente se alisó la
falda para quitar una arruga
inexistente:
—Por tu expresión cualquiera
diría que estás preocupada... —
comenzó diciendo el guerrero.
Helen tragó saliva e intentó no
mirar la herida de su costado,
cuya mancha de sangre era cada
vez más amplia. Carraspeó y tal
y como le había dicho Briana,
disimuló para darle celos. Dibujó
una sonrisa despreocupada en
los labios y se encogió de
hombros:
—Claro que lo estoy. —Señaló a
Graham—. He visto que le has
hecho varias heridas al señor
Elliot.
Cailean frunció el ceño,
sorprendido por aquellas
palabras. Dirigió su mirada hacia
Graham, que estaba varios
metros alejado de ellos y
después volvió a mirar a Helen
con la seriedad pintada en el
rostro:
—¿Te preocupa Graham Elliot?
—preguntó, anonadado.
Helen se dio cuenta de que sus
palabras habían escocido al
guerrero.
—Claro que sí. Ha sido muy
amable conmigo desde que
llegué al castillo.
Por los ojos azules de Cailean
cruzó una expresión de rabia que
estuvo a punto de provocarle la
risa a Helen. Briana tenía razón.
¡Se había molestado! Sin
embargo, escondió la expresión
de triunfo que estuvo a punto de
dibujar en su rostro y siguió
mirándolo seriamente.
Cailean apretó la mandíbula con
fuerza hasta que escuchó cómo
rechinaban sus dientes. No podía
creer lo que acababa de escuchar
por boca de Helen ni que le
hubiera dedicado esas palabras a
la rata de Graham y a él lo
hubiera tratado con desprecio
años atrás. Intentó que su rabia
no se reflejara en su rostro, pero
se dijo que iba a hacerle pagar a
Helen por esas palabras. Y lo
haría enseguida.
—Será mejor que vaya a
limpiarme la herida —comenzó
diciendo dando un paso hacia el
castillo antes de girarse hacia
Helen y decirle—: Creo que la
curandera no está aquí ahora, así
que lo mejor es que mi
prometida sea la que me ponga
las vendas.
Cailean se relamió de gusto
cuando vio cómo Helen apretaba
los puños contra su vestido y
para echarle más leña al fuego,
levantó una mano y señaló en
silencio el camino hacia el
interior de la fortaleza.
Helen estuvo realmente tentada
de negarse a ello, pero tragó
saliva y, conteniéndose, caminó
en silencio hacia el interior.
Cuando pasó al lado del guerrero
le dirigió una mirada cargada de
rabia que hizo que sus labios se
curvaran en una sonrisa triunfal.
Helen le dirigió una mirada
cargada de intenciones y la
promesa de hacerle todo el daño
posible cuando limpiara su
herida.
El silencio fue su acompañante
cuando caminaron hacia el
castillo. Ambos se miraban de
soslayo y en los ojos de Cailean
se veía reflejada la molestia que
le habían causado las palabras de
la joven hacia Graham. Por el
contrario, en los de Helen se veía
una mirada de indiferencia que
hacía que el enfado de Cailean
fuera en aumento.
Cuando se encontraron en el
pasillo de entrada, Helen se
dirigió hacia uno de los salones
para curarle la herida, sin
embargo, las palabras de Cailean
la pararon de golpe:
—Lo mejor es curarme la herida
en mi dormitorio. Además, allí
tengo mis camisas limpias.
Helen lo miró estupefacta. La
joven boqueó varias veces sin
pronunciar sonido alguno hasta
que se recompuso de nuevo,
enderezó la espalda y le dijo:
—De acuerdo.
Con el cuerpo totalmente
envarado, Helen siguió a Cailean
a través de las escaleras del
castillo en dirección al ala donde
estaban los dormitorios. La
joven mantenía la mirada
clavada en la espalda del
guerrero y mentalmente lo
golpeó por humillarla de esa
manera.
Desde su posición no podía ver
la sonrisa de Cailean, que
estaba
disfrutando de lo lindo por
hacérselo pasar mal en esos
momentos. Era una pequeña
venganza por el sufrimiento que
había causado la joven en su
corazón tiempo atrás y la verdad
es que se estaba divirtiendo
como nunca. Y lo mejor estaba
por llegar...
Al cabo de unos segundos
llegaron frente a la puerta de su
dormitorio y el nerviosismo que
Helen sentía aumentó
considerablemente. El decoro,
sin duda, le impedía entrar allí a
solas con él, aunque fuera a
convertirse en su esposo, pero no
quería demostrar debilidad ante
el guerrero. Por ello, respiró
hondo al verlo abrir la puerta y
hacerse a un lado para que ella
entrara primero.
Helen respiró hondo y dudó un
segundo, pero al ver la sonrisa
de Cailean se animó a dar un
paso seguro hacia el interior del
dormitorio. Si lo que pretendía el
guerrero era hacérselo pasar mal,
no iba a demostrarle que lo
estaba consiguiendo. Al pasar
por su lado sintió sobre ella la
sonrisa burlona de Cailean y
centró su mirada en el interior
del cuarto.
Para su sorpresa, este estaba
completamente ordenado.
Apenas había decoración, como
en el resto del castillo, pero el
hecho de que toda la ropa del
guerrero estuviera ordenada y
bien colocada sobre una
banqueta le sorprendió
gratamente, especialmente
después de haber escuchado
decir a unas sirvientas que el
joven había pedido que nadie del
servicio entrara en su dormitorio.
Si todo estaba en orden, era
porque él lo había colocado.
El sonido de la puerta cerrarse a
su espalda la sobresaltó y sintió
que todo el bello se le erizaba.
Por primera vez en su vida, se
encontraba a solas con Cailean
en un dormitorio y, sin poder
evitarlo, su mirada se dirigió a la
enorme cama que tenía enfrente.
Helen tragó saliva cuando su
imaginación la traicionó y su
mente le mostró escenas en las
que se enredaba con el guerrero
entre las sábanas, como había
deseado cuando era más joven.
Se mantuvo callada, dejándole a
él el momento de romper el
hielo entre los dos. El silencio
era lo único que se escuchaba y
Helen estuvo a punto de girarse
para comprobar que Cailean
estuviera allí hasta que un suave
suspiro en su oído le hizo dar un
respingo:
—Será mejor que empecemos
antes de que me desangre.
La joven se giró hacia él y le
dedicó una mirada cargada de
rabia, algo que
hizo que su sonrisa se
ensanchara.
—Ahí está la jofaina. Por favor,
echa agua en la palangana
mientras yo preparo las vendas y
la camisa limpia.
Helen enarcó una ceja al
escuchar cómo le pidió el agua y
vio que el guerrero se movía
incómodo en su propia piel. De
mala gana, la joven se dirigió
hacia la jofaina y le dio la
espalda. Necesitaba
recomponerse antes de acercarse
a él, pues aquella intimidad que
había entre ellos iba a volverla
loca, especialmente el intenso
calor que sentía en su vientre
desde que lo había visto
peleando.
Con cuidado, llenó la palangana
y se giró hacia él con ojos
puestos en ella para evitar
derramar agua en el suelo y
cuando llegó junto a Cailean,
volvió a levantar la mirada justo
en el momento en el que sintió
cómo su corazón se paraba de
golpe.
CAPÍTULO 6
Helen estuvo a punto de tirar al
suelo no solo el agua sino
también la palangana por la
impresión que le produjo ver a
Cailean con la camisa casi
desabrochada. Su mirada estaba
puesta en ella y apenas
parpadeaba, como si quisiera
adivinar todos sus movimientos.
La joven se obligó a parpadear y
a apartar la mirada de su amplio
pecho desnudo. Aferró con
fuerza la palangana y carraspeó
para ganar tiempo e intentar
calmar los rápidos latidos de su
corazón:
—¿Qué haces? —se atrevió a
preguntarle.
Cailean le respondió al instante
con una mirada pícara. Un brillo
especial apareció en sus ojos, ese
mismo brillo que ella había
conocido tiempo atrás y que
parecía que el guerrero se
obligaba a sacar cada vez que
estaba frente a ella, como si
quisiera hacerla enloquecer por
lo se había perdido durante todo
ese tiempo.
—No pretenderás curarme la
herida con la camisa puesta... —
le dijo con tono burlón.
Helen se golpeó mentalmente
por ese descuido. Su pregunta
solo había hecho que fuera
evidente lo que Cailean había
provocado en ella al mostrarle su
pecho desnudo. En sus ojos vio
que había descubierto su rubor y
su estado interno a pesar de que
la joven intentaba por todos los
medios que no se le notara.
—¿Qué pasa, no te gusta mi
cuerpo?
Los ojos de Helen se abrieron
desmesuradamente ante sus
palabras.
¿Cómo se atrevía a hacerle esa
pregunta? Su mente gritaba para
que le tirara el agua encima por
ser tan descortés, sin embargo,
una pequeña parte de su corazón
respondía totalmente lo
contrario.
Al ver el triunfo en sus ojos,
Helen apretó las manos con
fuerza alrededor de la palangana,
levantó el mentón con orgullo y
le espetó:
—No es tan diferente a otros que
he visto.
La sonrisa se borró de los labios
de Cailean al instante y en sus
ojos se formaron varias
preguntas que no llegó a
formular, pero que su mente no
hacía más que repetirse a cada
segundo: ¿habría estado Helen
con otros hombres antes que él?
¿Se habría enamorado tras
marcharse de Skye? ¿Y si aún
seguía enamorada y por ello le
mostraba su dolor y amargura?
Esas y otras preguntas agobiaban
a Cailean hasta apretar con
fuerza su pecho y ahogarlo. Pero
carraspeó para apartarlas y
centrarse en la herida. Prefería
pensar en el escozor de la misma
que en el pasado de Helen, pues
había visto verdad en los ojos de
la joven y sin saber muy bien por
qué sintió celos de cualquier otro
hombre que pudiera haberse
desnudado antes que él frente a
ella.
Por ello, en silencio, se sentó en
la silla frente a la chimenea y
esperó a que lo curara. De
repente, no quería que ella lo
hiciera, deseaba estar solo y
pensar, pero cuando quiso darse
cuenta, ya era demasiado tarde y
Helen se había arrodillado junto
a él con un paño en la mano y
ya comenzó a limpiar su herida.
Cuando el agua fría entró en
contacto con su piel herida,
Cailean lanzó un silbido por el
dolor y Helen apartó la mano al
instante:
—Lo siento, no pretendía
hacerte daño —dijo mirándolo a
los ojos.
Cailean le devolvió la mirada y
no pudo evitar que en sus ojos
pudiera reflejarse la tristeza que
había soportado durante todos
esos años. El guerrero se
encogió de hombros y respondió
casi sin voz:
—Un poco tarde para eso.
Incómoda por su mirada, Helen
volvió a la herida, pero con los
ojos de Cailean tan fijos sobre
ella que no pudo evitar ponerse
nerviosa. Limpió, desinfectó y
vendó la herida con sumo
cuidado y cuando por fin puso la
última lazada a esta, soltó el aire
contenido durante todo ese
tiempo. Había intentado no ser
consciente de que estaba tocando
su piel desnuda, de que podía
sentir con la yema de sus dedos
la fuerza del guerrero y de que a
pesar del tiempo, su cuerpo
seguía reaccionando a Cailean
como si nada hubiera pasado
entre ellos y las cosas siguieran
igual que antes.
Helen tragó saliva antes de
elevar la mirada y posarla sobre
él. Estuvo
tentada de levantarse y alejarse
de allí para intentar serenarse,
pero no podía. Parecía que entre
ellos se había formado un
embrujo que los obligaba a estar
petrificados en el sitio. Estaban
muy cerca y la joven podía ver
con claridad cómo la pupila de
Cailean se extendía a cada
segundo.
El guerrero, por su parte, se
sentía tentado de acercarse a ella
aún más y besarla con toda la
rabia contenida durante todos
esos años. Tenía la necesidad de
tomar su boca para quitarse del
corazón la espina que sentía
desde que la había vuelto a ver,
pues estaba seguro de que en el
momento en que lo hiciera,
lograría olvidar todo el daño que
le había hecho, aunque tuviera
que casarse con ella después. Y
lo peor de todo era que el olor de
la joven penetraba por su nariz y
llegaba a lo más profundo de sus
pulmones, recordándole tiempos
pasados en los que ambos fueron
felices.
—Ya he terminado —dijo
Helen, obligándose a sí misma a
hablar.
Cailean reaccionó al instante y
parpadeó, apartando de su mente
todos los recuerdos que habían
acudido a él en cuestión de
segundos. Se apartó levemente
y, para sorpresa de la joven y de
él mismo, le dijo:
—Gracias.
En el rostro de Helen se dibujó
una expresión de sorpresa al
escucharlo, pues no esperaba que
le agradeciera lo que acababa de
hacer. Con rapidez, se puso en
pie y se atusó el vestido sin saber
muy bien qué debía hacer ahora.
Sentía que entre ellos se habían
formado unos minutos de
intimidad que le hicieron
recordar el pasado, pero en ese
momento no sabía si debía huir
de allí al instante o tal vez
esperar a que él se lo pidiera.
—No es nada —respondió la
joven—. No es la primera herida
que curo.
Cailean apretó los puños al
pensar en otros hombres, y sin
poder guardarse la pregunta para
él, le dijo:
—¿Has curado muchas así?
Helen se encogió de hombros.
—Más o menos —respondió con
incomodidad—. He tenido
muchas heridas parecidas.
Cailean frunció el ceño al
escucharla y dio un paso hacia
ella, sorprendido
por aquella revelación.
—¿Cómo has dicho?
Al darse cuenta de lo que había
expresado y de su reacción,
Helen se removió inquieta,
incapaz de contestarle. Por ello,
intentando no mirarlo, se giró
hacia la puerta para huir de allí
antes de que el guerrero pudiera
adivinar cómo había sido su vida
cuando abandonaron Skye. No
quería que él lo supiera, pues
temía que se burlara de ella por
haberle hecho daño a él antes.
Sin embargo, no pudo llegar
muy lejos, pues la mano de
Cailean se cernió sobre su
muñeca, impidiéndole llegar a la
puerta. Helen se giró hacia él y
vio ese mismo gesto de antes,
mitad sorpresa, mitad
indignación e intentó no mostrar
el miedo y la amargura que
había sentido desde que su
padre la obligó a alejarse de él.
—¿Por qué has dicho eso? —
preguntó de nuevo el guerrero—.
¿Quién te ha pegado?
—¿Qué importa ya? —respondió
la joven con lágrimas
contenidas. Vio cómo Cailean
tragaba saliva, incómodo.
—A mí me importa —le dijo
para su propia sorpresa.
Helen no sabía qué contestar,
pero en ese momento no vio risa
o burla en sus ojos, sino más
bien rabia.
—No es asunto tuyo —le dijo
antes de girarse de nuevo hacia
la puerta e intentar soltarse.
No obstante, no tuvo éxito, pues
los dedos de Cailean se aferraron
con más fuerza a su muñeca e
instantes después sintió cómo el
guerrero tiraba con suavidad de
ella para acercarla a él. Helen se
vio sorprendida cuando vio que
tan solo unos centímetros la
separaban de Cailean y su
corazón se desbocó tanto que
estaba segura de que el guerrero
podía escuchar sus latidos.
La miraba directamente a los
ojos y, de repente, creyó ver al
Cailean que ella conocía, pues el
fuego y la pasión que había en
sus pupilas así se lo indicaban. Y
en ese momento, sus piernas
amenazaron con no sostenerla
por mucho más tiempo.
—¿Qué te ha pasado en todo
este tiempo? —preguntó Cailean
en apenas
un susurro, incapaz de soltarla.
—Desgracias —susurró Helen
en apenas un suspiro.
Cailean levantó su mano libre
para posarla en la mejilla de la
joven y no pudo más que
sorprenderse ante su tacto. A
pesar del tiempo transcurrido
desde que se separaron, su piel
mantenía la suavidad de siempre
y a pesar de sus propias
reticencias, la acarició
lentamente, disfrutando de ese
tacto bajo sus dedos, y sin poder
contenerse por más tiempo, la
besó. Pero no fue un beso como
Helen había esperado, con rabia,
sino más bien lo contrario. Le
sorprendió la suavidad con la
que la besaba el guerrero, como
si temiera hacerle más daño del
que ya le había confesado ella
minutos antes. Saboreó sus
labios y la besó con auténtica
devoción, como si todo entre
ellos estuviera en orden.
Un intenso calor recorrió el
cuerpo de Helen cuando la mano
de Cailean dejó su muñeca para
ir directa a su cintura y apretarla
con fuerza contra él, como si
temiera perderla de nuevo. Helen
se dejó besar, pues también lo
necesitaba. Los únicos besos que
había recibido tras su marcha de
Skye habían sido rabiosos,
devoradores y dañinos, pues en
más de una ocasión le habían
sangrado los labios por la fuerza
que su marido imprimió en ellos.
Pero con Cailean siempre había
sido diferente, y ahora era el
mismo de antes. Siempre la
había tratado con respeto y
amor, intentando que ella
disfrutara del beso y pidiera más
con su cuerpo, como en ese
instante, que llevó sus manos a
los hombros del guerrero y se
aferró a ellos con fuerza,
temerosa de caer a sus pies, pues
las piernas apenas le sostenían el
peso.
La lengua juguetona de Cailean
penetró en su boca y entre ellos
comenzó un duelo que les hizo
olvidar todo lo ocurrido, incluso
el paso del tiempo. No obstante,
cuando de la garganta de Helen
escapó un gemido, Cailean fue
consciente de lo que estaba
pasando, de las manos de la
joven en sus hombros y de la
reacción de su propio cuerpo
ante el contacto con ella. Por
ello, la soltó de golpe, como si
de repente quemara y no quisiera
tocarla y se alejó de ella, dándole
la espalda para que Helen no
viera lo que abultaba entre los
pliegues de su kilt.
La joven se tambaleó durante
unos segundos hasta que por fin
pudo encontrar su equilibrio de
nuevo. Levantó la mirada y la
posó sobre la amplia
espalda desnuda de Cailean, que
respiraba de forma acelerada. Al
instante, él giró levemente la
cabeza y le dijo:
—No sé qué me has hecho, pero
ese beso ha sido un error. Helen
frunció el ceño, enfadada, tras
escucharlo.
—¿Que... qué te he hecho...?
¡Has sido tú! —se defendió—.
Yo no te quería... contestar.
Cailean se giró hacia ella y la
miró con el ceño fruncido.
—Algo me dice que quieres
hacerme cambiar de opinión
respecto a ti, pero déjame
decirte que no lo vas a
conseguir.
Helen lanzó un bufido.
—¡No quiero que cambies de
opinión en nada! ¡No me
importa nada lo que pienses de
mí!
Estuvo a punto de girarse y
dejarlo sin opción a responder,
pero antes quiso gritarle otra
cosa:
—¡Te odio, Cailean MacLeod!
Y, tranquilo, voy a vivir mi vida
intentando obviar el hecho de
que tú estás en ella.
El guerrero abrió la boca para
responder, pero Helen no se
quiso quedar a escucharlo, sino
que abrió la puerta y lo dejó allí
plantado con la sorpresa
dibujada en el rostro.
Helen caminó con lágrimas en
los ojos hasta el ala del castillo
en la que estaban los dormitorios
de las mujeres y se encerró en el
suyo durante el resto del día para
evitar ver a cualquier persona a
la que tuviera que dar
explicaciones sobre lo que había
sucedido. Necesitaba soledad y
silencio para pensar en ella, en
su vida y en la vida que le
esperaba cuando Jacobo los
obligara a casarse. ¿Cómo iba a
casarse con un hombre que
durante un momento mostraba
su deseo hacia ella y al segundo
todo el odio del mundo? No
estaba segura de cómo podría ser
un matrimonio como ese, pero
algo le decía que estaba avocado
al fracaso, como ya le ocurrió en
el pasado.
—Te odio, Cailean MacLeod —
repitió con toda la rabia que
pudo cuando al cabo de una hora
lo vio salir desde su ventana y
unirse de nuevo al resto de
guerreros para recibir a Jacobo,
que llegó antes de tiempo.
Helen lanzó un gruñido de
irritación y apartó la mirada de
la ventana. Se acercó al baúl
donde tenía todos sus vestidos y
levantó la tapa con indignación.
Se sentía humillada por lo que
Cailean le había hecho en su
dormitorio y tenía la necesidad
de devolverle el gesto. Por lo
que miró entre toda su ropa y
cuando encontró el vestido que
buscaba, esbozó una sonrisa.
Las palabras de Briana
aparecieron de nuevo en su
mente y se dijo que esa noche,
durante la cena con el rey, le
devolvería la humillación.
—Te vas a enterar, Cailean
MacLeod.
Horas más tarde, tras haber
pedido que le subieran la comida
a su dormitorio debido a una
supuesta jaqueca, Helen estaba
preparada para bajar a la cena
junto al rey, aunque no podía
evitar sentirse ligeramente
nerviosa.
La joven se acercó al espejo para
mirarse y no pudo evitar sonreír
al ver el resultado esperado.
Llevaba puesto uno de sus
mejores vestidos: de color rojo y
corte imperial, hacía resaltar
cada curva de su figura. El
escote, cuadrado, dejaba entrever
la parte superior de sus pechos,
que se alzaban poderosos debido
al corsé. Un collar de color rojo
adornaba su cuello. Ese mismo
collar había pertenecido a su
abuela y no pudo sino
sorprenderse cuando su madre se
lo regaló justo antes de partir
hasta el castillo Mackintosh. Ella
misma, como tantas y tantas
veces, se había recogido el pelo
en suaves ondas que caían sobre
su espalda, dejándose algunos
mechones sueltos al lado del
rostro para mostrar la rebeldía
que corría en ese momento por
sus venas. Y como adorno,
varios ramilletes de brezo de
color púrpura que resaltaban
entre los mechones de su cabello
rubio y que había pedido a una
de las sirvientas minutos antes.
Pocas eran las veces que se
había preocupado por resaltar su
belleza, especialmente tras su
marcha de Skye, pero esa noche
deseaba estar tan resplandeciente
que llamara la atención hasta del
mismísimo rey.
Por eso, cuando llegó la hora
convenida para la cena, Helen
salió de su dormitorio con una
sonrisa pintada en los labios, el
cuerpo totalmente recto y
caminó despacio hasta el mismo
salón de la noche anterior.
Los pasillos estaban desiertos en
ese momento y durante un
segundo temió llegar tarde a la
cena, pero cuando bajó las
escaleras se topó con uno de los
hombres del rey, concretamente
el mismo con el que había visto
luchar a Cailean esa misma
mañana, Graham Elliot. Este la
miró entre sorprendido y
maravillado, y le dedicó una
sonrisa en su feo rostro. Para su
sorpresa, Helen se la devolvió y
lo eligió como acompañante para
la cena, pues estaba segura de
que cuando Cailean la viera
entrar de su brazo, se lo llevarían
los demonios.
—¡Señor Elliot! —dijo con voz
inocente—. ¿Cómo os encontráis
de vuestras heridas?
El aludido levantó las cejas,
sorprendido porque le hubiera
hablado a él.
—¡Señorita MacLeod! —
exclamó con una sonrisa ladina
—. Apenas la había reconocido.
Esta noche estáis realmente
bella.
—Gracias, señor Elliot.
—Me encuentro bien. Vuestro
prometido no podría acabar
conmigo ni aunque tuviera un
regimiento tras él.
Helen sonrió aunque sin saber
por qué ese comentario le
revolvió las entrañas de rabia.
No obstante, lo aferró del brazo
con familiaridad y le dijo:
—¿Os importaría acompañarme
hasta el salón y sentarse con
nosotras?
Estoy segura de que tenéis
muchas aventuras que contarnos.
Graham intentó esconder la
sorpresa en su rostro y la sonrisa
que estuvo a punto de dibujar al
pensar en lo que diría Cailean al
verlo junto a su prometida. Por
ello, le cedió el brazo y asintió.
—Es un honor para mí
acompañaros, señorita.
Helen se aferró a su brazo no sin
cierta duda, pues no sabía si
estaba haciendo lo correcto. Tan
solo seguía la instrucción de
Briana para darle celos a
Cailean, sobre todo después de
lo que había pasado en su
dormitorio. Por ello, quería ver
su rostro cuando la viera llegar
acompañada del hombre con el
que había estado peleando. Y sin
duda, supo que había hecho
efecto cuando las voces se
fueron pagando en el salón en el
momento en el que la puerta se
abrió para dejarlos entrar.
Helen intentó hacer caso omiso
al efecto causado por su llegada,
pero no podía evitar sentirse
incómoda por las miradas que le
dirigían desde Jacobo,
pasando por el anfitrión, sus
amigas, el resto de guerreros y,
finalmente, Cailean. Este apretó
los cubiertos con fuerza y, por la
blancura de sus nudillos, supo
que lo hacía con más fuerza de
lo habitual.
Helen se fijó en que las mesas
del salón estaban colocadas de
una manera diferente a la noche
anterior. Por respeto a los
sentimientos de los recién
llegados, Jacobo había decidido
el día anterior colocar a los
guerreros lejos de sus futuras
esposas, pero esa noche estarían
todos sentados en una misma
mesa larga para verse las caras y
entablar una amistad que, por lo
que Helen veía, esa noche no iba
a crecer en demasía. Su corazón
comenzó a latir con fuerza al ver
que había un par de sillas libres
frente a Cailean y, para sorpresa
de la joven, Graham se dirigió
allí con paso ligero. Por lo que
Helen vio, ellos eran los últimos
en llegar a la cena y no pudo
evitar sonrojarse por su
tardanza.
Al pasar frente a Iria, esta enarcó
una ceja y con la mirada le
prometió una sesión de
preguntas sin fin en las que
intentaría sacarle la respuesta a
esa entrada triunfal en el salón.
La joven le respondió con una
sonrisa y siguió su camino hacia
su asiento, rezando para que
Graham no se sentara con ellos,
pues no quería ser la culpable de
que comenzara una guerra entre
el clan MacLeod y Elliot.
—¡Señorita MacLeod! —
exclamó Jacobo con cierta voz
tensa—. Espero que estéis mejor
de vuestra jaqueca...
Helen sonrió y asintió.
—Claro que sí.
Y a pesar de su tono suave,
Helen no pudo evitar cierto
enfado. ¿De verdad hacía falta
hacerlo público ante todos?
Nerviosa y tensa, Helen acortó la
distancia que la separaba de la
silla frente a su prometido y se
sentó en ella cuando se soltó del
brazo de su acompañante, a
quien Cailean miraba como si
quisiera clavarle el cuchillo que
tenía entre las manos.
—Espero que no os moleste que
me siente junto a vos, señorita
MacLeod
—dijo Graham sentándose a su
lado antes de que la joven
contestara.
Helen titubeó y negó.
—Claro que no me importa.
Aunque sí lo hacía. No pensaba
que iba a sentirse tan mal
consigo misma una vez estuviera
frente a Cailean. No sabía si iba
a poder llevar a cabo ese teatro
frente al guerrero y para darse
ánimos rememoró lo ocurrido en
el dormitorio de este, por lo que
pudo seguir adelante.
—Vaya, Elliot —siseó Cailean
—, pensaba que ibas a sentarte
junto a los tuyos y Jacobo para
meterte bajo su kilt.
El aludido sonrió ampliamente,
despreocupado por aquella
mirada asesina que le enviaba el
joven.
—Ay, MacLeod. Sabes que yo
no soy de esos... Prefiero estar
aquí sentado al lado de tu
prometida. Me parece una mujer
extraordinaria, además de una
belleza digna de admirar.
La mirada que en ese momento
le lanzó Cailean a Graham
prometió una inminente guerra
entre ellos, algo que hizo que
Helen se arrepintiera al instante
de haberle pedido al hombre que
la acompañara hasta el salón,
pues no era ese su objetivo.
—Pero vas a aburrirte tanto
como yo durante la cena, Elliot
—intervino Gaven, que estaba
sentado junto a Cailean, para
intentar calmar los ánimos
—. Mi prometida no ha venido y
me aburro entre tanta pareja.
Graham se encogió de hombros.
—Insisto. Además, ya conozco
lo suficiente a mis compañeros y
me gustaría hablar un rato más
con la señorita MacLeod.
Helen escuchó que Cailean
gruñía algo para sí y desviaba la
mirada mientras seguía
aferrando con fuerza los
cubiertos, lo cuales soltó de
golpe al cabo de unos segundos.
Cuando estos chocaron con la
vajilla hicieron un ruido
estrepitoso y Helen no pudo
evitar dar un respingo mientras
Graham sonreía a su lado.
—¿Qué pasa, MacLeod, no te
gusta la comida que ha
preparado tu amigo Mackintosh?
—se burló el guerrero.
Cailean resopló antes de
asesinarlo de nuevo con la
mirada.
—¿Por qué no te metes en tu
vida, Elliot? Ya me imagino que
es demasiado triste y aburrida, y
que me envidias desde tiempo
atrás, pero, por
favor, quiérete un poco...
Graham soltó una carcajada y
dio un manotazo sobre la mesa
sin importarle que pudiera
molestar a los demás
comensales.
—MacLeod, ¿cómo voy a
envidiarte si estás a la sombra de
tu laird?
Cailean intentó levantarse de la
silla para lanzarse contra él, pero
Gaven lo paró y lo volvió a
sentar cuando vio que Jacobo
dirigía la mirada hacia ese lugar
de la mesa.
—No entres en su juego, amigo
—le susurró—. Quiere
provocarte para hacerte quedar
mal ante el rey.
Cailean lo miró y respiró hondo
para intentar calmarse. Después
volvió a mirarlo con su
particular sonrisa en los labios.
—Incluso estando a la sombra
de Niall mi opinión es
importante para él.
Tú no puedes decir lo mismo
respecto a Jacobo...
El gesto burlón de Graham se
borró al instante de su rostro
mientras Helen, a su lado, se
llevaba una mano a la frente,
incapaz de seguir escuchando las
pullas que se lanzaban de un
lado a otro de la mesa, y todo
por su culpa. Las manos le
temblaban por el nerviosismo
que le causaba la tensión que
había entre sus compañeros de
mesa y estuvo a punto de
levantarse de su silla y regresar a
su dormitorio para evitar seguir
escuchando su pelea verbal. Por
ello, levantó la mirada de su
plato y la clavó en Cailean, que
ese instante la estaba observando
en silencio, y con gesto
suplicante les dijo:
—¿Podemos hablar de otra cosa,
caballeros?
Cailean no respondió, sino que
fue su mirada la que se dirigió de
nuevo hacia sus labios,
recordándole el momento vivido
en su dormitorio, y provocando
su sonrojo. Graham, por su
parte, la miró con una nueva
sonrisa y empezó a hacerle
preguntas sobre su vida.
Helen comenzó a responderlas
con agrado y educación, aunque
lo que más deseaba era que
dejara de hablarle
exclusivamente a ella, pues le
resultaba una persona
sumamente agobiante y
entrometida. Durante toda la
cena, Graham y ella
monopolizaron la conversación
y aunque a veces miraba de
soslayo a Cailean y lo veía muy
pendiente de todo lo que decía,
no abrió la boca en ningún
momento para intervenir.
Por su parte, Cailean apenas
podía probar bocado de aquella
copiosa cena que con cariño
había ordenado preparar su
amigo Ian. Frente a él había
platos de verduras, cordero y
ternera asada, caldos...
Innumerables platos que en otro
momento le habría sabido a
gloria degustar, pero que en ese
instante se le atragantaban.
—Si yo fuera tú, probaba esta
deliciosa ternera —dijo Gaven
en un susurro a su lado mientras
pinchaba un trozo para ponerlo
en el plato de Cailean—.
Aunque solo sea para no
dejárselo al mequetrefe de Elliot.
—Mejor déjaselo a él —
respondió Cailean en tono bajo
—. A ver si se atraganta con él y
deja ya de hablar de sus tierras y
todo lo que ha conseguido
después de besar el suelo tras
Jacobo.
Gaven estuvo a punto de
expulsar de su boca el whisky
que acababa de beber debido a la
risa.
—¿Cuántas veces ha
mencionado lo que su granja al
norte? Cailean sonrió de lado.
—Creo que van cinco —
respondió antes de dejar escapar
una risa.
Pero a pesar de ese momento en
el que se burlaron de Graham,
Cailean no podía evitar sentir
celos de él. Había adquirido toda
la atención de Helen y esta
parecía escucharlo con suma
atención, algo que le molestaba
en demasía.
¿Tan poco le había afectado a la
joven el beso de esa mañana?
Sabía que no le había respondido
como debía, pero se había
sentido tan atraído por ella que
había sentido miedo de perder el
control y dejarse llevar otra vez
por su sentimientos.
Intentó centrar su atención en el
delicioso trozo de carne que
Gaven le había puesto en el plato
y, con mal gesto, comenzó a
trocear con fuerza el filete,
haciendo rechinar el plato e
imaginándose que era Graham al
que troceaba lentamente.
—Si sigues así, vas a atravesar la
mesa —susurró. El joven miró a
Gaven con mala cara y este
sonrió.
—Prefiero hacérselo a la ternera
antes que a Elliot.
—Si al final decides hacérselo a
él, déjame ayudarte. Mi cabeza
está a punto de estallar por culpa
de su verborrea.
Cailean asintió y abrió la boca
para responder, pero las
siguientes palabras que escuchó
de Graham lo dejaron tan
sorprendido como petrificado.
CAPÍTULO 7
Helen había aguantado
estoicamente toda la
conversación de Graham a pesar
de que no le interesaba nada de
lo que le estaba contando. Sin
embargo, le respondía y sonreía
a medida que este hablaba, pues
apenas le había dejado un
minuto a ella para dialogar.
A veces dirigía su mirada hacia
Cailean y veía su rostro
enfadado, algo que en parte le
agradaba a ella, pues era lo que
había pretendido, pero por otra
deseó que el guerrero pusiera
punto y final a esa conversación
monopolizada de Graham, pues
estaba comenzando a cansarla.
Sin embargo, en ningún
momento imaginó que el diálogo
iba a tomar un giro radical tras
unas palabras del guerrero de
Jacobo que hicieron que todo a
su alrededor comenzara a girar
demasiado deprisa.
—Si no me equivoco, estuvisteis
casada, ¿verdad?
Helen estaba segura de que su
rostro había perdido el poco
color que ya de por sí tenía.
Sintió un escalofrío por su
espalda y se dijo que debía
mantener el tipo si no quería
desmayarse allí mismo. No es
que eso fuera algo que había
intentado esconder, pero
tampoco deseaba que Cailean lo
supiera tan pronto, y menos de
aquella forma.
La joven levantó la mirada de
golpe y la posó en Cailean con la
esperanza de que este no lo
hubiera escuchado, pero por el
gesto de sorpresa que había
reflejado en su rostro, supo que
había estado muy pendiente de
toda la conversación. No vio
juicio en él, pero aún así, ella sí
se juzgó a sí misma y a su padre,
que fue quien la obligó a casarse.
En la mirada azul de Cailean vio
pasar innumerables preguntas y
Helen no se sintió con fuerzas
suficientes como para poder
responderlas.
Miró a Graham, que parecía
sonreír casi con maldad, y sus
manos comenzaron a temblar
por el temor que le suponía el
hecho de tener que responder.
Los segundos pasaban y el
silencio fue la única respuesta
que recibió Graham, pues Helen
no podía evitar que sus manos
comenzaran a temblar, haciendo
que los cubiertos que sostenía
hicieran ruido contra el plato.
De soslayo vio que Cailean y
Gaven mantenían la mirada
puesta en ella, hasta que
finalmente, conscientes de que
estaba pasando un mal rato,
fueron en su ayuda:
—Elliot, ¿por qué no te metes en
tus asuntos? —preguntó el
segundo de mala gana.
El aludido intentó responder,
pero en ese momento, Jacobo
se levantó de su asiento y llamó
la atención de todos los
presentes.
—Me alegra ver tanta unión
entre los presentes —comenzó
diciendo el rey para asombro de
parte de los guerreros, que
enarcaron una ceja—. Quisiera
hacer un brindis por todos
vosotros, por haber ayudado a
mi antecesor y por aceptar mi
recompensa tanto para vosotros
—dijo señalando a los hombres
antes de mirar a las jóvenes—
como para vuestros padres, que
lucharon tiempo atrás en
nuestro bando.
Jacobo siguió su discurso, pero
Helen apenas era consciente de
lo que estaba diciendo. Su
mirada estaba puesta en la azul
de Cailean, que la observaba
detenidamente, como si quisiera
adivinar sus pensamientos. Tan
solo pudo reaccionar cuando
vio que todos levantaban su
copa para brindar y se obligó a
moverse para hacer lo mismo y
no ofender a Jacobo.
En ese mismo instante, Graham
se levantó y fue a sentarse junto
al rey, algo que Helen deseó
que hubiera hecho antes de irse
de la lengua, y los dejó solos.
La joven vio cómo Gaven
apartó su interés de ellos y se
centró en la conversación de
Leith, que estaba sentado a su
otro lado mientras Cailean
seguía sin abrir la boca para
decir algo después de escuchar
uno de sus grandes secretos.
Helen se preguntó si el guerrero
la repudiaría incluso antes de
casarse por haberse enterado así
de que había estado casada y que
ya no se casaría con una mujer
pura. Le habría gustado
preguntárselo en ese momento a
pesar de estar rodeados de gente,
pero no salieron las palabras de
su garganta. Sentía su mirada
sobre ella y, sin poder evitarlo,
se le llenaron los ojos de
lágrimas. Intentó apartar la
mirada antes de que Cailean se
diera cuenta, pero supo que era
demasiado tarde cuando la
expresión del guerrero cambió al
ver sus lágrimas.
Sin poder soportar ni un minuto
más el aire que de repente se
había vuelto
viciado en sus pulmones, y sin
decirle nada a Jacobo, Helen se
levantó y casi voló hacia la
puerta para escapar de allí.
Cuando por fin pudo respirar el
aire frío del pasillo, de su
garganta se escapó un sollozo y
se dijo que lo mejor sería
dirigirse a su dormitorio. No
quería ver a nadie ni dar
explicaciones que no deseaba.
Con paso rápido, caminó pasillo
adelante con la intención de
alcanzar cuanto antes las
escaleras, pero cuando estaba a
punto de subir el primer peldaño,
una mano se aferró con fuerza a
su muñeca. Sabía de quién se
trataba antes de girarse hacia él,
pues el suave olor de Cailean
llegó a su nariz antes de que este
hablara por primera vez.
—Creo que huir de las cosas no
es la mejor opción —comenzó
diciendo. Helen se giró hacia él
y lo miró entre las lágrimas.
—No estoy huyendo.
Simplemente me encuentro mal
—respondió la joven.
Cailean esbozó una pequeña
sonrisa y, sin poder evitarlo,
apartó la lágrima que corría por
la mejilla de Helen.
—Me gustaría que me soltaras
—dijo señalando con la cabeza
la mano que aferraba su muñeca.
Cailean la miró y obedeció, no
sin cierto temor a que huyera de
él otra vez.
—¿Me has seguido para volver a
humillarme?
Cailean negó con la cabeza y se
sintió incómodo por haberle
recordado lo sucedido en su
dormitorio.
—He venido porque me he dado
cuenta de cómo te encontrabas
después de que Elliot...
Helen dio un paso atrás de forma
inconsciente.
—No quiero que me juzgues por
eso.
—No lo he hecho ni pienso
hacerlo —respondió con
simpleza.
—¿Ni tampoco vas a
repudiarme? Cailean enarcó una
ceja.
—¿Por haber estado casada?
Pero ¿por quién me tomas? —le
preguntó con tono enfadado.
Helen lo miró durante unos
segundos en completo silencio y
a pesar de lo que había visto
otras veces en su mirada azul, se
dio cuenta de que había verdad
en él.
Cailean suspiró largamente y en
su rostro se dibujó una expresión
de derrota que a Helen le
recordó a la misma que había
visto la última vez que lo vio
antes de desaparecer de Skye.
Una intensa sensación de
malestar la recorrió, la misma
que aquel fatídico día en el que
se separaron y supo que tarde o
temprano debía confesarle todo
lo que pasó ese día.
—Dime la verdad —le pidió la
joven—. ¿Por qué me has
seguido?
Cailean carraspeó y apartó la
mirada. No quería que Helen
viera lo que en realidad sentía en
su interior; aquella maraña de
pensamientos y sentimientos
encontrados que no lograba
entender a pesar de haberle dado
vueltas y más vueltas, a pesar de
haberse prometido odiarla desde
que la vio por primera vez el día
anterior.
Con un suspiro, Cailean se cruzó
de brazos y a pesar de su enorme
estatura y su cuerpo musculoso,
Helen lo vio como si se tratara
de un niño pequeño que quería
protegerse de los pensamientos
de su interlocutor.
Al no recibir respuesta alguna
por su parte, Helen se giró con la
intención de marcharse y
regresar a su dormitorio, pero la
voz de Cailean rompió el
silencio que se había formado en
el pasillo:
—¡Está bien! —La joven volvió
a mirarlo—. Vamos a pasear y
hablemos.
Helen dudó durante unos
segundos que parecieron eternos
y finalmente asintió tras ver la
súplica en el iris azul del
guerrero.
En silencio caminaron hacia la
salida del castillo para dar un
paseo por el enorme patio del
castillo a la luz de la luna y lejos
de miradas y oídos indiscretos.
Cuando Helen salió, sintió un
escalofrío debido al frío de la
noche y se abrazó a sí misma
para darse calor. Renegó entre
dientes por no haber subido al
dormitorio a por su capa y así
evitar sentir el frío. Sin
embargo, en el momento en el
que Cailean vio el temblor de la
joven, desabrochó la manta que
cruzaba su pecho y se puso
frente a ella para
colocársela sobre los hombros.
En ese momento, el olor a brezo
de Helen llegó hasta él y sintió
la imperiosa necesidad de
acortar la poca distancia que
quedaba entre ellos para besarla
de nuevo, como esa misma
mañana, pero logró contenerse a
duras penas. El guerrero la miró
a los ojos, aprovechando aquella
cercanía.
—Gracias —dijo Helen
conteniendo un suspiro.
La joven se perdió en la
profundidad de su mirada y
deseó que la abrazara y le hiciera
sentir que todo estaba bien. Sin
embargo, al cabo de unos
segundos, el guerrero se apartó
de ella y se colocó de nuevo a su
lado, retomando el paseo hacia
uno de los lados del castillo. En
ese momento, Helen sintió un
enorme vacío y se maldijo por
haber deseado en lo más
profundo de su ser que volviera
a besarla.
Caminó a su lado en silencio,
sorprendida por disfrutar de su
compañía, aunque sintiendo las
miradas que Cailean le enviaba
de soslayo esperando que fuera
ella la que hablara por primera
vez.
—¿Era él quien te pegaba? —
preguntó sin poder contenerse
por más tiempo.
Helen se sobresaltó ante su
pregunta, pues era la que menos
esperaba escuchar de sus labios.
La joven lo miró de reojo y vio
que este la miraba esperando una
respuesta por su parte. Incapaz
de responder rápidamente, Helen
se envolvió más bajo la manta
del guerrero mientras pensaba
algo para intentar desviar el
tema.
—Esta mañana dijiste que
habías tenido heridas parecidas
a la mía y cuando Elliot ha
dicho lo de tu... matrimonio, lo
he supuesto.
Las manos de Helen comenzaron
a temblar bajo la manta y a pesar
de que sus pasos los condujeron
hacia el montón de pacas de paja
donde al lado de estas hacía
menos frío, no pudo evitar que
todo su cuerpo sintiera algo
gélido que la hacía dudar sobre
si debía abrirse por fin y
contárselo a él.
—No quiero presionarte ni que
pienses que pregunto por juzgar
—siguió Cailean al verla dudar
—. Solo quiero conocerte. Eres
la mujer con la que voy a
casarme y me he dado cuenta de
que no sé nada de ti.
Helen asintió levemente y tras
un largo suspiro, comenzó su
relato con voz temblorosa:
—A las pocas semanas de dejar
Skye, mis padres me obligaron a
casarme con David Murray, un
primo lejano. Yo no lo conocía,
pero a mis padres poco le
importó. Solo querían un yerno
que pudiera proporcionarles
trabajo y dinero y David estaba
muy bien posicionado. Pero no
era como yo había pensado. Le
gustaba beber y todos los días
me demostraba que tenía la
mano muy larga. Me pegó
infinidad de veces y me
obligaba a... a hacer cosas que
no quería. Tenía que curarme yo
sola mis heridas e intentar
esconderlas para que nadie las
viera, aunque él siempre sabía
cómo herir, puesto que las
heridas sangrantes siempre
estaban escondidas bajo el
vestido.
Cailean frunció el ceño y se
quedó parado mientras la miraba
entre sorprendido e iracundo.
—¿Cómo pudo casarte tu padre
con alguien así?
A Helen le brillaron los ojos y se
encogió de hombros.
—En realidad al principio era de
otra manera. David no fue un
bruto hasta un tiempo después,
cuando...
No pudo continuar, pues sentía
vergüenza por contarle toda la
verdad.
—¿Cuando qué...? ¿Qué pasó?
Helen dudó unos instantes y
finalmente habló.
—Todo fue bien hasta que le
confesé que estaba enamorada
de otro y que nunca lo había
querido a él.
Cailean sintió un pinchazo en el
pecho al escuchar su confesión.
¿Helen se había enamorado de
otro hombre? Los celos lo
consumieron por dentro, pero
logró contenerlos a tiempo para
no mostrárselo a ella, pues no
deseaba que Helen se diera
cuenta de lo que aún le hacía
sentir.
—¿Te enamoraste cuando te
marchaste de Skye? —No se dio
cuenta de que lo había
preguntado en voz alta hasta que
vio el nerviosismo reflejado de
nuevo en los ojos de la joven.
—¿De verdad me lo preguntas?
¿No te has dado cuenta aún?
Jamás me enamoré de nadie —
confesó—. Mi corazón siempre
le ha pertenecido a un
chico del que me enamoré
siendo una niña; un chico que
me perseguía a todos lados, me
sorprendía cuando menos lo
esperaba y que jamás hizo caso
a los mandatos de mi padre.
Excepto una vez; la vez que más
lo necesité.
Helen lo miró con intensidad y
Cailean no estaba seguro de lo
que comenzó a sentir en ese
momento. Su corazón latía con
demasiada fuerza y dudaba sobre
si lo que había escuchado era
cierto y Helen estaba hablando
realmente de él.
Una lágrima solitaria escapó de
los ojos de la joven y corrió por
su mejilla hasta caer al manto de
Cailean que la envolvía para
protegerla del frío de la noche,
pero que no podía hacer nada
por el que sentía ella misma en
su interior.
—Ese día —continuó intentando
contener las lágrimas—, prefirió
hacer caso a unas palabras
usadas de forma exacta que me
obligaron a decir para hacerle
daño en lugar de escuchar a su
propio corazón.
Cailean tragó saliva y, para
sorpresa de Helen, hurgó en su
sporran para sacar algo. Y
cuando por fin lo encontró, se lo
mostró a la joven, que no pudo
evitar una mirada de sorpresa.
—Desde aquel día, ese
muchacho conserva esto —
respondió él.
Cailean abrió la mano de Helen
para depositar en ella el lazo que
había recogido del suelo cuando
este se había escapado de su
vestido tras su marcha. Helen
dejó escapar un sollozo y lo
apretó con fuerza entre sus
dedos.
—¿Lo tienes desde entonces?
Cailean asintió con el ceño
fruncido, en parte avergonzado
por haber revelado aquel
pequeño detalle que había
guardado durante todo ese
tiempo únicamente para él y que
jamás había dicho a nadie, ni
siquiera a Niall.
—Entonces, ¿todo lo que
dijiste...?
—Me obligó a decirlo mi padre
después de darme una paliza y
amenazar con matarte. Me dijo
que te esperaría escondido y te
apuñalaría por la espalda.
Cailean resopló y sonrió con
tristeza. Se apartó de ella y se
llevó las manos al rostro,
incapaz de creer la historia de
Helen. ¿Cómo había sido tan
tonto?
La había creído al instante en
lugar de escarbar más e intentar
ir tras ella. Pero no lo había
hecho y todo lo que habían
construido entre ellos se había
desmoronado.
—Lo que sentías por mí... —
comenzó volviéndose hacia ella
y mirándola a los ojos—. ¿Era
cierto?
Helen asintió con lágrimas en los
ojos.
—Te amaba, pero cuando vi que
no viniste a salvarme, te odié.
Te odié porque si nos hubieras
seguido todo habría sido
diferente.
Cailean se acercó lentamente a
ella.
—Yo... te creí. Lo dijiste todo
con tanta verdad que no dudé.
Lo siento. Helen se encogió de
hombros.
—Ya da igual. Ha pasado mucho
tiempo. Ahora somos adultos.
—Pero la vida ha vuelto a
unirnos.
—Yo me conformo con que no
me pegues como David —
susurró la joven mirando al
suelo.
Cailean sintió un arrebato de
rabia que lo hizo resoplar.
—Pero ¿por quién me tomas?
Yo no soy así.
—Te llaman dragón...
El guerrero gruñó, enfadado.
—Eso fue en la guerra. Pero
contigo no quiero ser ese dragón,
aunque ahora mismo no me
importaría lanzarte fuego por la
boca por haber pensado que sería
capaz de dañarte.
Helen lo miró, sorprendida, y
vio cómo poco a poco comenzó
a formarse la sonrisa que tanto
tiempo había echado de menos.
—Supongo que es difícil no ser
el dragón si tenemos en cuenta la
guerra que hay entre nosotros
desde hace tiempo...
—Pues firmemos la paz...
Helen tragó saliva. Había
esperado ese momento, lo había
soñado desde
hacía mucho tiempo y ahora que
lo vivía, no sabía qué debía
hacer.
—¿Y cómo podemos hacerlo?
La sonrisa de Cailean se
ensanchó, clavó la mirada en
ella, tragó saliva y le dijo:
—De la única forma que
conozco.
Acortó la poca distancia que los
separaba y tomó sus labios con
auténtico ardor. Helen apenas
tuvo tiempo de reaccionar
cuando los fuertes brazos de
Cailean la rodearon y la
aprisionaron contra las pacas de
paja que había a su espalda.
Apenas sintió el pinchazo de
estas a su espalda, pues su
atención estaba puesta
únicamente en el increíble beso
que el guerrero le estaba dando.
A pesar de la sorpresa y
reticencia inicial, Helen se dejó
llevar de nuevo por el remolino
de emociones que Cailean
provocaba en ella, tal y como
hacía cuando eran más jóvenes y
se encontraban a escondidas en
alguna zona del pueblo o a las
afueras del castillo. Que Dios la
perdonara, pero aquello era algo
que había estado esperando y
deseando con auténtico fervor
desde que esa mañana la besara
tras mucho tiempo. A pesar de lo
que había ocurrido después, el
recuerdo del beso no la había
abandonado durante el día y
aunque deseara vengarse de él
por rechazarla después, solo
había deseado un nuevo beso.
Helen se sorprendió al descubrir
que, lentamente, la fuerza y
brusquedad con la que Cailean
había comenzado el beso se iba
apagando, dando paso a la calma
y ternura, aunque sin dejar a un
lado la firmeza con la que
aprisionaba el cuerpo de la
joven. Las manos de Helen se
dirigieron a sus hombros, pues
las piernas comenzaron a
temblarle con la misma fuerza
que esa mañana.
Cailean saboreó cada milímetro
de sus labios, maravillándose de
la suavidad de estos y la ternura
que le inspiraban. Su mente le
decía que debía odiarla, que
tuviera cuidado con ella para
evitar sufrir de nuevo por su
culpa, pero su corazón clamaba
por otra cosa; gritaba por un
amor perdido años atrás que aún
estaba a tiempo de recuperarlo y
aprovecharlo. Su alma
necesitaba recuperar todo lo
perdido y a pesar de que Helen
era la mujer que más daño le
había hecho en toda su vida,
también era la que más le hacía
vibrar, la que lograba que
perdiera el control de su cuerpo
y de sus pensamientos tan solo
con una mirada y en ese
momento, en el que la
sujetaba con fuerza contra su
propio cuerpo, rugió con rabia
contra sus labios, penetrándola
con la lengua y comenzando una
lucha con Helen.
La joven le devolvió el gemido y
pidió más cuando frotó su
cuerpo contra el del guerrero y
sus pequeñas manos apretaron su
cuello contra ella para evitar que
se separara y acabara con ese
maravilloso beso que le estaba
despertando hasta los
sentimientos más dormidos.
Cailean sabía que estaba a punto
de perder la razón, pues el hecho
de ver totalmente entregada a
Helen hizo que su cuerpo
reaccionara y la deseara tener
entre sus brazos como en ese
momento, pero en otro lugar, en
su cama.
¿Cómo era posible que con un
simple beso hubiera olvidado
todo el dolor y el odio que sentía
hacia ella después de todos esos
años? A pesar de la confesión de
la joven, algo dentro de él aún
dudaba de ella, pero el resto de
su cuerpo clamaba por recuperar
el tiempo perdido. Y sin lugar a
dudas, una parte de su cuerpo era
la que más reclamaba ese tiempo
perdido, pues se alzaba
victorioso entre los pliegues de
su kilt y deseaba salir de entre la
tela para buscar alivio. Sin poder
evitarlo, Cailean frotó su vientre
contra Helen, que dio un
respingo, sorprendida por la
magnitud de aquello que
sobresalía entre la ropa del
guerrero, pero en lugar de sentir
temor, un fuego abrasador hizo
que deseara sentirlo libre, contra
ella y la libertad que le daría una
cama.
La racionalidad de ambos
pareció desaparecer de sus
mentes, pues ninguno pensaba
en que tal vez deberían parar. Y
cuando una de las manos de
Cailean escaló por su cintura
hasta uno de sus pechos para
acariciarlo por encima de la
ropa, Helen supo que su cordura
estaba totalmente perdida.
CAPÍTULO 8
Helen gimió ante su íntimo
contacto y se apretó más contra
él, buscando ese acercamiento
que tanto necesitaba. Sin
embargo, todo acabó tan rápido
como había empezado, pues una
voz en la oscuridad los obligó a
separarse de repente.
—¿Quién anda ahí?
Cailean se apartó de ella como
movido por un resorte y puso
una mano en su boca para evitar
que lanzara el grito que había
estado a punto de pronunciar
debido al susto. Colocó un dedo
en su propia boca pidiendo que
callara y después, levantó la
mirada hacia la sombra que se
acercaba con una antorcha desde
lo alto de la muralla.
—¿Lachlan? —preguntó Cailean
con voz inocente tras reconocer
al guerrero—. ¿Eres tú?
El aludido levantó más la
antorcha y cuando llegó a su
altura paró. Efectivamente, se
trataba del hombre en el que más
confiaba su amigo Ian y miraba
a Cailean de una manera extraña
hasta que por fin enarcó una ceja
mientras en su rostro se formaba
una expresión irónica. Desde su
altura y debido a la paja solo
podía ver a Cailean, que parecía
estar apoyado en las pacas.
—¿MacLeod? ¿Qué haces aquí?
—preguntó, extrañado—. ¿No
teníais una cena?
—Sí, pero estaba a punto de
matar a Elliot y he tenido que
salir a tomar el aire —mintió
mirándolo a los ojos con una
sonrisa.
Lachlan intentó acercar más la
antorcha, pero desde esa altura
apenas pudo ver algo más, por lo
que enarcó una ceja por ver a
Cailean en una postura no muy
normal. Después, una sonrisa se
dibujó en sus labios.
—¿No habrás venido hasta aquí
para meneártela? Cailean lanzó
una carcajada.
—Claro que sí, pensando en ti
—bromeó.
En el rostro de Lachlan se dibujó
una mueca de asco y negó con la
cabeza al tiempo que ponía los
ojos en blanco.
—¡Espero que pronto podamos
medir fuerzas en un
entrenamiento! — vociferó al
tiempo que se alejaba de nuevo a
la zona de la muralla donde
estaba vigilando.
—¡Sabes que te ganaría en
todos!
Lachlan lanzó un bufido y su
sombra se perdió en la noche,
dejándolos solos de nuevo.
Helen miraba a Cailean por
encima de la mano de este, que
seguía en su boca a pesar de que
en ningún momento había
pronunciado sonido alguno. Y
aunque Lachlan ya se había
retirado de allí, a Cailean le
estaba costando apartar la mano
de ella. Finalmente, se alejó de
la joven y al instante, Helen
sintió un vacío terrible tras ese
simple gesto. El frío pareció
penetrar entre el manto y sintió
un escalofrío. El ardor que había
notado en su cuerpo la abandonó
poco a poco y el deseo por
entregarse Cailean, a pesar de
que no se había marchado, se
aplacó en parte.
—Creo que es mejor que
volvamos —susurró Cailean.
Helen asintió en silencio, pues
aún no era capaz de pronunciar
palabra alguna y retomaron el
camino de nuevo hacia el castillo
sin hablar, pero con miradas
fugaces mientras cada uno se
perdía en sus propios
pensamientos y daba vueltas a lo
que acababa de suceder.
Al día siguiente, Helen se
despertó de muy buen humor.
Por primera vez en años había
podido dormir toda la noche sin
miedo a que algo malo pudiera
suceder a su alrededor. Para
sorpresa suya, Cailean le pidió
acompañarla a su dormitorio tras
lo sucedido en el patio y ella
había aceptado encantada.
Parecía que la tensión y el
remordimiento que había entre
ellos desde que se encontraron
de nuevo se habían aplacado en
parte y el perdón había abierto
una pequeña puerta entre ellos
para que las cosas volvieran a
ser como antes.
Helen vio un cambio en la
expresión del guerrero, y aunque
no se había abierto del todo con
ella, sí dejó de sentir ese
sentimiento vengativo que había
visto en Cailean días atrás. Y
ella también había cambiado.
Aunque aún se seguía sintiendo
mal por lo que le había espetado
años atrás para hacerle
daño, estaba más en paz consigo
misma. No odiaba a Cailean por
no haberla seguido, aunque no
podía evitar apartar de su
corazón todo el dolor vivido
después, por lo que una pequeña
parte de su corazón seguía
culpándolo. Pero se dijo que
debía cambiar y estaba segura de
que poco a poco lo conseguiría.
Se vistió a conciencia. Ese día se
sentía resplandeciente y quería
mostrarlo con su ropa, por lo que
eligió un vestido sencillo, pero
de un llamativo azul vibrante y
escote cuadrado que hacía
resaltar su pelo rubio y el color
de sus ojos. Se peinó lentamente
y prefirió dejar su pelo
completamente suelto y sin
adornos, por lo que caía con
libertad por su espalda.
En el momento en el que dejaba
el peine sobre la mesa, unos
nudillos llamaron a su puerta
casi de forma tímida, como si
temiera despertarla o tal vez
molestarla. Por ello, con pasos
dudosos se aproximó a la puerta
y la abrió lentamente.
Helen no pudo evitar mostrar
una expresión de sorpresa
cuando vio que en el pasillo se
encontraba Cailean, vestido con
un kilt algo más nuevo y
peinado, algo que llamó su
atención, pues desde pequeño
luchaba a diario con su propio
pelo para poder colocarlo en su
lugar. El guerrero carraspeó,
ligeramente incómodo por su
repaso y Helen reaccionó al
instante abriendo más la puerta.
—Buenos días —dijo la joven
sabiendo que sus mejillas se
acababan de teñir de rojo al
recordar lo sucedido entre ellos
la noche anterior.
Cailean mostró una sonrisa
amplia e hizo una inclinación de
cabeza.
—Buenos días —le respondió el
joven—. Yo... me preguntaba si
te apetecería dar un paseo antes
del desayuno. Los chicos han
quedado para quejarse de sus
respectivas prometidas, pero a
mí no me apetece esa reunión.
Helen sonrió.
—¿No te gustaría ir a quejarte de
la tuya? Cailean se encogió de
hombros.
—Ayer puede que sí, pero hoy
digamos... que ha cambiado la
cosa.
Helen soltó una risa que al
guerrero le supo a gloria. Por
primera vez desde que se habían
reencontrado la veía reír así y,
durante un segundo, tuvo
la sensación de volver a estar a
orillas del río cerca de su castillo
junto a ella en medio de la
noche, como el día que los
descubrió el padre de la joven.
Durante años creyó que no
volvería a escuchar el sonido de
su risa y, en ese momento, la
disfrutó más que nunca.
Al saberse observada, Helen
calló, pero la penetrante mirada
de Cailean se fijó en sus ojos.
—No dejes de hacerlo, por
favor.
—¿El qué? —preguntó ella,
extrañada.
—Reír... —dijo antes de
carraspear, incómodo por haber
mostrado la debilidad que le
causaba su risa—. Bueno... ¿te
apetece el paseo?
Helen reaccionó al segundo,
incapaz de creer que Cailean le
hubiera hablado de su risa, y
asintió.
—Tomo mi capa y nos vamos.
Cailean asintió y dio un paso
atrás para esperarla. Se golpeó
mentalmente por sentirse de
repente como un chiquillo sin
experiencia que había captado la
atención de la muchacha que le
gustaba. Por ello, resopló justo
antes de que Helen apareciera de
nuevo por la puerta con una
sonrisa.
—¿Nos vamos? —le preguntó
con cierta alegría.
El guerrero asintió y admiró
aquella simple sonrisa. Helen
parecía mostrarse más segura de
sí misma y más relajada ante él
de lo que había estado jamás. Y
se reconoció a sí mismo que
aquello le gustaba. Aunque el
dolor siguiera estando en el
centro de su pecho y de su
corazón, al menos había
conseguido algo de paz al
descubrir que todo había sido
una artimaña del padre de la
joven.
—He pensado que te gustaría ver
el río que hay cerca de aquí —le
dijo Cailean cuando bajaron las
escaleras y se encaminaron hacia
la puerta de salida.
Helen sonrió y asintió.
Ambos salieron al patio del
castillo, donde estaban reunidas
las nuevas amigas de Helen, que
dirigieron su mirada hacia ellos
con total sorpresa, especialmente
Briana, quien le hizo un gesto
que le dejó claro a Helen que en
cuanto tuvieran oportunidad iban
a hablar sobre lo que acababan
de ver. Y en ese momento, no
pudo evitar hacerle a Cailean
una pregunta:
—¿Tus amigos son buenas
personas?
El guerrero la miró, sorprendido,
y lanzó una carcajada.
—¿Temes que te hagan algo?
—A mí no, pero sí a las chicas.
Cailean las miró de reojo y no le
sorprendió descubrir que todas
los estaban mirando a pesar de
que se habían alejado de ellas en
dirección al gran portón.
—Los conozco desde hace
muchos años y si ellas temen
que les hagan daño, déjame
decirte que jamás harían algo
así. Son brutos, sí, pero por lo
que he oído no mucho más que
la prometida de Struan, que
intentó cortarle sus partes...
Helen rio y asintió.
—Sí, es cierto que lo intentó y
estoy segura de que no será la
primera vez, pero me da miedo
que él o los demás sean
vengativos.
Cailean negó.
—No hagas caso de los apodos
que has escuchado de nosotros.
Solo los usábamos durante la
guerra y contra nuestros
enemigos, pero no somos los
salvajes que piensas.
Helen desvió la mirada.
—No pienso que seas un salvaje.
Cailean enarcó una ceja.
—¿Y cómo crees que soy
después de todos estos años? —
preguntó con curiosidad a
medida que se alejaban del
castillo y se encaminaban al río.
—Creo que tienes ese punto
salvaje del que soléis presumir
todos los guerreros. Te he visto
serio y enfadado, pero también
risueño, así que supongo que
guardas algo del Cailean que yo
conocí, pero con los cambios de
la vida.
El guerrero sonrió y asintió, pero
no le respondió. Helen había
dado en el clavo. Seguía siendo
el mismo de antes, pero esos
cambios de los que hablaba sí
estaban ahí. El dolor por su
pérdida y la traición de Errol
seguían pesando sobre su
espalda y hacían que le costara
más abrirse ante los demás,
incluso delante de personas en
las que siempre había depositado
su confianza.
Al cabo de unos minutos,
llegaron al río. Helen abrió
desmesuradamente los ojos ante
aquella imagen tan bella e idílica
que había frente a ellos. +Había
pensado que se trataba de un
pequeño río como le había dicho
Cailean, pero no era así, sino que
la otra orilla del mismo se
encontraba a mucha distancia de
allí, por lo que el torrente de
agua que cruzaba por esa zona
era enorme y, aún así, bajaba
tranquila, como si todo estuviera
en orden y no tuviera prisa.
—¿Te gusta? —le preguntó
Cailean esperando su reacción.
Helen asintió al instante—. Es
uno de los lugares más bonitos
de estas tierras, aunque Ian lo
odia.
—¿Por qué?
Cailean soltó una risa.
—Si te lo cuento, me juego el
cuello. Tendrías que
preguntárselo tú.
Helen se acercó a la orilla y se
agachó para tocar el agua con
sus manos. Esta estaba fría, pero
en parte le agradó la textura y la
tranquilidad que inspiraba ese
lugar. Escuchó los pasos de
Cailean a su espalda y cuando
este se puso a su altura, levantó
la mirada, sorprendiéndose al ver
cómo empezaba a desabrocharse
los botones de la camisa.
—¿Qué haces? —preguntó
incorporándose. Cailean le
sonrió y señaló el agua.
—Darme un baño.
—¿Qué? ¡Pero si está helada!
El guerrero se encogió de
hombros y siguió peleando con
su camisa.
—¿No te gustaría meterte
conmigo?
—Debería estar loca para
hacerlo. Está demasiado fría
como para hacer algo así.
—Eso es lo mejor de esta agua.
El frío aclara las ideas. Venga...
anímate.
Helen negó de nuevo y dio un
paso atrás al tiempo que la
camisa y el manto del guerrero
caían a sus pies. El frío que
había sentido al tocar el agua
desapareció de golpe cuando
volvió a verlo desnudo. Le dio la
sensación de que Cailean no
sentía la temperatura de ese día,
pues se mostraba tranquilo ante
el viento ligeramente gélido del
norte que había esa mañana.
—Pues, si no te importa, a mí sí
me gustaría disfrutar de un baño.
—Claro que no. Prefiero verte
disfrutar.
Con una sonrisa, Cailean dejó
caer su kilt mientras la miraba a
la espera de ver su reacción al
verlo completamente desnudo,
algo que no tardó en llegar. Con
los ojos demasiado abiertos,
Helen desvió su mirada, aunque
supo que lo había hecho
demasiado tarde cuando la
imagen del cuerpo desnudo del
guerrero la persiguió allá donde
posaba la mirada. Un intenso
calor la azotó y de repente dejó
de sentir el frío de la mañana,
pues su cuerpo había entrado en
el mismo estado que la noche
anterior.
El sonido de Cailean entrando en
el agua llamó su atención e
inconscientemente miró hacia el
río para encontrárselo de
espaldas a ella caminando
lentamente mientras el agua
apenas le cubría las pantorrillas.
De la boca de la joven escapó
una pequeña expresión de
asombro, pues aunque había
visto a David desnudo, su cuerpo
nada tenía que ver con el de
Cailean. A leguas habría notado
cada músculo de su cuerpo, pues
estaba tan bien trabajado que no
había ni un solo centímetro de él
que no sobresaliera. Sus
músculos se movían al ritmo de
su cuerpo y sin poder evitarlo, la
mirada de Helen descendió hasta
su bien formado trasero. La
redondez de sus glúteos la
sorprendió deseando poder
tocarlos y estrecharlos contra
ella y cuando Cailean se dejó
caer en una zona más profunda
del río que cubrió su cuerpo por
completo, pudo reaccionar. La
joven dio un respingo,
sorprendida de sí misma por
aquellos pensamientos e intentó
desviar la mirada, aunque
Cailean llamo su atención.
—¿De verdad no te gustaría
bañarte? —El tono enronquecido
de su voz estuvo a punto de
convencerla, pero finalmente
negó y se acercó a la orilla para
mirarlo más de cerca.
—Estoy segura de que moriría
congelada antes de meter un solo
pie.
Cailean sonrió de lado.
—Yo puedo cubrirte para que no
tengas frío —le dijo con cierto
ronroneo.
Helen se quedó sin palabras y
tan solo sintió cómo su rostro
volvía a enrojecer, algo que no
pasó desapercibido para el
guerrero, que pasó la lengua por
sus labios saboreando el
momento que había visto tan
solo en su mente.
Y de repente, antes de que Helen
pudiera darse cuenta de lo que
pasaba, Cailean desapareció bajo
el agua y numerosas burbujas se
dibujaron alrededor de donde el
guerrero había estado. El
corazón de la joven saltó al
instante y frunció el ceño.
Estuvo a punto de lanzar un
suspiro de alivio cuando Cailean
volvió a aparecer de nuevo, pero
al ver su mirada aterrada y cómo
braceaba a su alrededor, supo
que algo no andaba bien.
—¡Cailean! —vociferó dando un
paso adelante sin importarle que
se mojara el bajo de su vestido.
El guerrero volvió a desaparecer
para aparecer segundos después
en busca desesperada de aire.
—¡Helen, ayúdame!
La joven abrió la boca varias
veces sin poder pronunciar
sonido alguno y llevó las manos
a los cordones de su vestido
dudando sobre si debía
quitárselo para ayudarlo o correr
hacia el castillo en busca de
alguien que pudiera salvar a
Cailean.
—¡Helen! —volvió a gritar
desesperadamente.
—¡Si es una broma, no tiene
gracia!
Cailean volvió a mover los
brazos desesperadamente y
desapareció de nuevo bajo el
agua. Helen esperó unos
segundos para ver si volvía a
aparecer, pero poco a poco, y
para su sorpresa, el agua fue
calmándose a su alrededor,
dejándole ver que el guerrero
estaba en serios problemas.
—¡Maldita sea! —se quejó
mientras casi arrancaba los
cordones de su vestido para
desnudarse—. ¿Por qué ha
tenido que meterse en el agua?
Cuando se quedó en camisola,
se lanzó hacia el agua. Un grito
escapó de su garganta cuando
sus pies tocaron el agua gélida,
pero intentó no pensar en
eso cuando nadó hacia el lugar
donde había desaparecido el
guerrero.
—¡Cailean! —gritó, desesperada
—. No, por favor. ¡Cailean!
El silencio fue lo único que
recibió hasta que sintió que algo
tiraba también de su pie y se
hundía en el agua. Un grito
apenas llegó a oírse cuando su
cabeza desapareció e instantes
después, una mano fuerte y
firme la aferró de la cadera antes
de impulsarla de nuevo hacia
arriba.
Lo primero que escuchó Helen al
salir del agua fue a Cailean
respirar antes de soltar una fuerte
carcajada. El guerrero la giró
hacia él y continuó con sus
manos en la cadera de la joven,
en cuyo rostro se dibujó una
expresión fiera y enrabietada.
—¿Era una maldita broma?
—Era la mejor forma de hacerte
entrar en el agua —le dijo sin
poder evitar acercar la cabeza a
ella y mirar sus labios con
auténtico deseo.
Sin embargo, lo que menos
deseaba Helen en ese momento
era besarlo. Más bien todo lo
contrario: deseaba matarlo
lentamente o tal vez ahogarlo de
verdad en esas aguas que la
hacían temblar de frío. La joven
intentó apartarlo, pero Cailean la
abrazaba con tanta fuerza que
apenas pudo moverlo un simple
milímetro.
—Eres... ¡eres un gusano
asqueroso, Cailean MacLeod!
¡Creía que te estabas ahogando!
El joven rio de nuevo y Helen
sintió contra su cuerpo cómo el
pecho del guerrero subía y
bajaba con cada risa y a pesar de
su resistencia, sabía que estaba a
punto de caer de nuevo bajo su
embrujo.
—¿Estabas preocupada por mí?
—le preguntó con verdadero
interés.
Al instante, Helen se dio cuenta
de lo que había dicho y se quedó
quieta entre sus brazos,
pensando en qué podría hacer
para no responder a la pregunta.
Sin embargo, al ver el rostro de
autosuficiencia del guerrero, le
dijo:
—Lo único que me preocupaba
era tener que mojarme y
enfriarme. Cailean sonrió y la
apretó contra sí con más fuerza.
—Así que tienes frío... —le dijo
en un ronroneo.
Helen no pudo evitar ponerse
nerviosa ante el contacto con el
guerrero y aquella mirada
intensa que le estaba dedicando
no solo a sus ojos, sino a sus
labios. El frío parecía haber
desaparecido de repente, dando
paso a un intenso calor que
recorrió su cuerpo, haciéndole
olvidar dónde se encontraba.
—Sí —respondió casi
tartamudeando intentando
aparentar indiferencia—, así que
voy a regresar al castillo para
cambiarme de ropa.
—Yo diría que has dejado de
temblar... —dijo Cailean
acercando sus labios a los de
Helen y rozándolos lentamente
—. Y que deseas que te bese.
Y así era. Helen estaba contando
los segundos hasta que Cailean
se decidiera a acortar la
milimétrica distancia que los
separaba para volver a unir sus
labios. ¿Qué le estaba pasando?
¿Cómo habían podido dejar a un
lado todos esos años de
amargura para comportarse
ahora como si nada hubiera
pasado?
—Lo que realmente deseo es
meterte bajo el agua y ahogarte
por haberme hecho esta broma
—dijo contra sus labios,
rozándolos.
Cailean sonrió, preguntándose si
sería capaz de resistirse y
contenerse a besarla ahora que
estaba contra él. La deseaba
como nunca había deseado a
ninguna otra mujer. A pesar de
haber habido varias mujeres en
su vida tras la marcha de Helen
de Skye, ninguna había
conseguido lo que la joven en
tan poco tiempo. Estaba
poniendo a prueba su nivel de
contención ante los encantos de
la joven, que no eran pocos, y
que deseaba tomar cuanto antes
para saber si después de hacerlo,
su alma volvería a ser la de antes
o seguiría estando loco por ella.
—Entonces, antes de que me
ahogues y muera, quiero pedir
una última cosa.
Helen sabía a lo que se refería,
pues las manos del guerrero
descendieron de su cintura hasta
sus muslos para aferrarlos
suavemente, abrirlos y rodear su
cadera con ellos. La joven lanzó
una exclamación de sorpresa,
pero no se apartó de él, sino que
se mantuvo a la poca distancia
que los separaba. Podía sentir
contra su cuerpo la desnudez de
Cailean mientras que cierta parte
de su anatomía parecía acariciar
el interior de sus muslos.
—¿Qué...?
—Un beso...
Y sin darle tiempo a responder,
Cailean redujo la distancia y la
besó. A diferencia del resto de
besos que le había dado, el
guerrero fue pasional, rozando la
brusquedad, como si quisiera
devorarla antes de que Helen se
esfumara de nuevo de su vida. Y
la joven se entregó a él. No pudo
resistir la necesidad de volver a
besarlo. Entre sus brazos sentía
una protección y seguridad que
no había tenido nunca, por lo
que no temía las posibles
reacciones de Cailean, como le
pasaba con David. Aunque
hubiera pasado mucho tiempo,
algo le decía que el Cailean que
ella había conocido seguía bajo
aquella capa de rudeza y que
poco a poco podría volver a
sacarlo a flote. Por ello lo besó
con la misma intensidad que él,
abrazándolo no lo solo con sus
brazos, sino también con sus
piernas alrededor de su cadera.
Apenas eran capaces de sentir el
agua que seguía corriendo a su
alrededor.
Para ellos solo existía el otro y lo
que sentían en ese momento.
Cailean deseaba hacerla suya,
aunque fuera en aquel lugar.
Aquello era algo con lo que
había soñado demasiadas veces
años atrás y desde que Helen
había desaparecido de su vida. Y
aunque creía que ese sentimiento
estaba dormido, sin duda había
despertado con una gran fuerza
y no estaba seguro de poder
esperar a que estuvieran casados
para hacerla suya. Podía sentir
bajo el tacto de sus manos las
curvas de Helen y aunque la
joven tenía puesta la camisola,
esta se pegaba a su cuerpo hasta
casi fundirse con su propia piel.
El guerrero penetró la boca de
Helen con su lengua, saboreando
cada centímetro de ella como si
fuera la primera vez y con el
temor de que pudiera ser la
última. Sus manos acariciaban
sus muslos cada vez con más
fuerza, más deseo, pero cuando
estaba a punto de llevar sus
dedos a la intimidad de la joven,
un carraspeo cerca de ellos llamó
su atención y dejó de besarla.
Ambos miraron hacia la orilla y
Helen lanzó una exclamación de
sorpresa mientras intentaba
meterse todo lo que podía bajo el
agua para evitar que aquel
guerrero viera más de lo que
debiera. Cailean, por su parte,
gruñó con fuerza y miró con
mala cara al recién llegado.
—¿Qué pasa, MacLeod, hoy
también has salido a tomar el
aire? — preguntó con tono
burlón recordándole lo sucedido
la noche anterior mientras
él vigilaba en la muralla.
—¿Se puede saber qué demonios
quieres, Lachlan? —preguntó
Cailean frunciendo el ceño.
—Mi señor lleva un buen rato
buscándote porque quiere hablar
contigo y los demás antes de que
los hombres del rey vuelvan a
pulular por nuestro castillo como
si fuera suyo.
—Está bien. Iré enseguida.
Lachlan sonrió y asintió, y a
pesar de que comenzó a girarse
para marcharse, no pudo evitar
parar para decirle:
—Le diré a Ian que estarás en
el salón en cinco minutos.
Supongo que para entonces
habréis acabado de... —
Carraspeó, divertido—
acicalaros.
—Vete al infierno, Mackintosh.
—Cailean intentó lanzarle agua,
pero esta apenas llegó a la orilla
y gruñó cuando escuchó la risa
del guerrero mientras se alejaba
de ellos silbando alegremente.
—Parece que es capaz de oler
dónde estás —dijo Helen cuando
el guerrero se marchó.
Cailean sonrió.
—Bueno... por algo es el mejor
rastreador de este clan y mano
derecha de Ian. Debemos volver
—dijo antes de besarla de nuevo
—. Aunque espero que no
olvides que tenemos algo
pendiente.
Cailean tiró de Helen hacia la
orilla y comenzaron a vestirse.
La joven negó. ¿Cómo iba a
olvidar ese momento vivido
dentro del río? Jamás. Tan solo
esperaba que hasta otro
momento las cosas no se
torcieran de nuevo entre ellos
CAPÍTULO 9
Cailean sabía que habían pasado
más de cinco minutos desde que
Lachlan informara a Ian de que
iba a ir enseguida a la reunión
que había convocado entre los
amigos antes de que el rey y
sus hombres pudieran enterarse
de todo, ya que parecían estar en
todos los rincones del castillo
husmeando en conversaciones
ajenas.
Sus pasos resonaban contra las
piedras del suelo a medida que
se acercaba al salón que le
habían indicado. Tras el baño en
el río, había tenido que regresar
a su dormitorio para ponerse
algo de ropa seca y acicalarse un
poco para presentarse ante sus
amigos de una manera decente
para evitar que estos supieran
por qué derroteros estaba yendo
su relación con Helen desde el
día anterior. Se había despedido
de ella antes de llegar a los
dormitorios de ambos y el
simple hecho de rememorar lo
sucedido en el río hacía que su
miembro volviera a elevarse por
el deseo.
Por ello se dijo que debía
calmarse y olvidar
momentáneamente a Helen para
hablar con sus amigos, a los
cuales escuchó desde la distancia
mientras sus pasos lo dirigían
hasta el salón. Entró sin llamar a
la puerta y cuando cerró esta tras
de sí y se giró hacia ellos supo
que Lachlan se había ido de la
lengua.
—Parece que tu baño en el río se
ha alargado un poco —bromeó
Leith.
—Supongo que habrás
conseguido refrescarte... —lo
secundó Kerr.
Cailean resopló. Si Lachlan
había contado todo, debía
prepararse para una buena tanda
de bromas, por lo que se preparó
una buena copa de whisky y se
sentó junto a Struan, cuyo rostro
era el único que no mostraba
broma, no obstante, el brillo
especial que vio en sus ojos, le
hizo poner los suyos en blanco.
—¿Tú también te vas a reír?
—¿Yo, reírme? —preguntó
inocentemente.
Ian le dio una palmada en el
hombro a Cailean y levantó su
copa para brindar por él.
—Amigo, me alegro de que tu
relación con tu prometida vaya a
mejor.
—En ningún momento he dicho
que haya cambiado nada —
intentó disimular.
—Tú no, pero Lachlan sí. El
joven resopló.
—Algún día le cortaré las
pelotas —amenazó provocando
la risa de Ian.
—No solo ha sido él —admitió
Gaven—. Ayer saliste tras ella
en medio de la cena. No puedes
imaginar la cara que se le quedó
a Jacobo al veros marchar.
Cameron asintió sonriendo.
—Una pena no saber dibujar
para haberle hecho un boceto —
bromeó en un susurro—.
Aunque supongo que nuestra
cara no era mucho más diferente.
Vimos tu expresión de odio
durante toda la cena y, de
repente, corres tras ella como si
no hubiera otra cosa más
preocupante en el mundo y sin
dar explicación alguna de lo que
pasaba.
—¿De verdad me habéis hecho
venir para preguntarme por lo
que ha pasado?
—Bueno, es que después de que
Lachlan nos dijera que estabas
solo y comportándote muy raro
anoche en medio del patio,
suponemos que pasó algo más
entre vosotros.
Cailean suspiró, derrotado, los
miró uno por uno y finalmente
se decidió a hablar:
—Está bien... —comenzó—.
Ayer por la mañana, tras nuestra
lucha contra los hombres del rey,
fue Helen la que me curó la
herida que me hizo Elliot y en un
momento de la conversación
dejó caer que había tenido
heridas parecidas, pero no me
confesó quién se las hizo.
Después, en medio de la cena,
Elliot hizo alusión a que Helen
había estado casada. Jacobo no
me había comentado nada, así
que supongo que prefirió
olvidarse de ese detalle cuando
nos presentó.
—Suele tener esa clase de
despistes —gruñó Struan
haciendo alusión al carácter de
su prometida.
—Até cabos tras ver que salía
corriendo del salón y cuando le
pregunté si su marido le había
pegado mientras estuvieron
casados, me confesó todo.
—¿Entonces ya sabes que todo
lo que te dijo antes de irse de
Skye era mentira? —preguntó
Struan como si nada,
provocando una ola de sorpresa
en los rostros de los demás.
Cailean lo miró con los ojos muy
abiertos antes de entrecerrarlos y
preguntarle, indignado.
—¿Lo sabías?
Struan carraspeó, incómodo, tras
darse cuenta de que había metido
la pata y debía confesar el
motivo por el que conocía la
historia de Helen. El guerrero
suspiró. No le gustaba ser el
centro de atención de sus
amigos, pero sabía que debía
decir la verdad, por lo que se
inclinó hacia adelante en su
asiento y apoyó los codos en las
rodillas antes de comenzar.
—Las escuché hablando en uno
de los salones del castillo.
—¿Te dedicas a espiar las
conversaciones de las mujeres?
—se burló Cameron.
Struan gruñó y negó.
—Estaba buscando a Briana para
hablar con ella e intentar que no
me cortara los huevos la
próxima vez que me viera —
explicó—. Estaban todas en un
salón y la puerta estaba
entreabierta. Hablaban
demasiado alto, así que no se
puede decir que las escuché
escondido. Tendrían que haber
cerrado la puerta...
Kerr lo miró con una sonrisa.
—Claro, claro, jamás
pensaríamos que eres un cotilla y
has puesto la oreja en una
conversación ajena... —ironizó
el guerrero.
Struan lo miró con mala cara.
—¿Y qué escuchaste? —
preguntó Cailean llamando de
nuevo la atención sobre el tema.
—Que te abandonó porque su
padre no quería que estuviera
contigo y que te dijo cosas
horribles porque la obligaron. Y
luego...
Struan calló, dudando sobre si
debía contarle también lo que
había escuchado después.
—¿Qué...? —preguntaron todos
a la vez.
—Mi querida prometida instó a
Helen a ponerte celoso.
Cailean frunció tanto el ceño que
apenas podía distinguirse una
ceja y otra.
—¿Perdón?
—Helen les dio a entender que
seguía enamorada de ti y que tú
la odiabas, así que Briana le dijo
que debía darte celos hasta que
te dieras cuenta de tus
sentimientos —explicó—.
Supongo que por eso apareció
anoche con Elliot.
Cailean resopló, enfadado. ¿De
verdad Helen se había prestado a
algo así con él? Por una parte, le
irritaba saber algo así, pero por
otra, algo se agitó en su interior
al saber que Helen le había
confesado a sus amigas que
seguía enamorada de él. Eso sin
contar con el hecho de que
acababa de descubrir que Helen
no sentía nada por Graham
Elliot y que solo había sido una
pantomima.
—¿Vas a hacer algo al respecto?
—le preguntó Gaven. Cailean
enarcó una ceja y negó con la
cabeza.
—Si lo que me quieres preguntar
es si voy a devolverle esa farsa,
la respuesta es no.
—¿Pero la sigues amando? —
preguntó Kerr directamente.
El guerrero lo miró fijamente y
se hizo a sí mismo esa pregunta.
No estaba seguro de querer
conocer la respuesta, pero sabía
que los sentimientos que había
tenido por ella parecían haber
despertado tras volverse a
encontrar y el hecho de haber
tenido celos de Elliot al verla
con él le dio la respuesta que
necesitaba. Eso sin contar con lo
que la joven le había hecho
sentir al restregarse contra él en
medio del río minutos antes.
—¿Te lo estás pensando de
verdad o también es una
pantomima?
Cailean suspiró y miró a sus
amigos mientras apretaba con
fuerza los puños. No le gustaba
tener que confesar aquello, pero
jamás había tenido secretos con
ellos. Por ello, respiró hondo y
les dijo:
—Que Dios me ayude y me dé
fuerzas porque creo que nunca
he dejado de amarla —
sentenció.
Esa misma tarde estuvo a punto
de producirse un derramamiento
de sangre en el castillo, y Helen
no pudo evitar sentirse culpable
por ello a pesar de que ella no
había hecho nada fuera de lugar.
Pero sabía que las miradas de
todos estaban puestas en ella.
Tras una copiosa comida en la
que apenas había podido probar
bocado debido a las continuas
miradas que le dedicaba Cailean,
sentado frente a ella, el rey había
decidido convocar a los
guerreros en el patio para, según
él, divertirse en una buena pelea.
—Eso sí, señores, dejen a un
lado sus diferencias —había
dicho antes de abandonar el
salón para prepararse.
Helen había visto cómo los
guerreros se miraban entre sí con
cara de circunstancias, pues
sabían que les resultaría muy
difícil dejar a un lado esas
diferencias de las que hablaba
Jacobo para no enzarzarse de
nuevo entre ellos.
Cerca de ella había escuchado
resoplar a Morgana, que sabía,
como ella, que el rey estaba
pidiendo algo hartamente
complicado.
Sin embargo, ninguno dijo nada
y aceptaron esa medición de
fuerzas entre ellos, pues en su
día a día estaban acostumbrados
a entrenar continuamente y
desde que estaban allí sentían
que estaban desaprovechando los
días.
—¿Estás bien? —le preguntó
Cailean cuando todos se
levantaron de sus asientos para
prepararse también.
Helen no pudo evitar sonrojarse
ante su pregunta, pues no es que
estuviera bien, se encontraba
mejor que nunca. Lo vivido con
él en el río había hecho que todo
su cuerpo vibrara como nunca y
ese deseo que creyó muerto
cuando se casó había despertado
con demasiada fuerza, y se decía
a sí misma que no podía seguir
sintiendo eso, pues estaba segura
de que iba a ir al infierno de
cabeza.
—Sí, estoy bien —le dijo de
forma escueta casi sin poder
mirarlo.
Sin embargo, para su sorpresa,
la mano de Cailean aferró su
barbilla y la
obligó a mirarlo.
—Casi no has comido y no me
miras. ¿Por qué?
Helen estuvo a punto de
apartarse, pues sabía que moriría
de vergüenza si tenía que
explicar el motivo de su estado.
—¿Estás enferma? Tal vez has
cogido frío en el río.
—No, no es eso —respondió
bajando la voz a apenas un
susurro.
—¿Entonces?
Helen sentía cómo su rostro
ardía y boqueó varias veces
antes de decirle:
—Yo... me ha gustado mucho lo
que ha pasado en el río.
El rostro de preocupación de
Cailean dio paso a una amplia
sonrisa y Helen sintió que se
quedaba embobada en ella.
—¿Pero también te ha gustado la
broma?
—No, aún sigo teniendo ganas
de matarte lentamente.
Cailean dejó caer una risotada y
soltó su rostro no sin dificultad,
pues deseaba tocarla en todo
momento. El sonido de su risa
volvió a producir un efecto
extraño en el cuerpo de Helen.
Deseó poder escucharla el resto
de su vida, cada día, cada
momento, pero temía que el
fantasma del odio volviera a
sobrevolar entre ella y Cailean,
por lo que desvió la mirada y
carraspeó, incómoda, intentando
desviar la conversación.
—Tened cuidado con los
hombres del rey. Cailean no dejó
de sonreír.
—¿Temes que nos hagan daño?
Los ojos del guerrero se clavaron
en los suyos y durante unos
segundos sintió cómo un
embrujo la obligó a mantenerse
quieta.
—No es eso. Bueno... sí. Es
decir... —No sabía cómo
continuar.
Con una amplia sonrisa, Cailean
acortó la distancia. Sabía que se
habían quedado solos en ese
salón y, aprovechando ese
momento de intimidad entre
ellos, aferró con suavidad su
rostro y la besó.
—Te pones preciosa cuando
enrojeces —le susurró el
guerrero antes de alejarse con
esa misma sonrisa y silbando
alegremente.
Helen se quedó quieta mirando
su espalda mientras se marchaba
en dirección a su habitación para
prepararse para la tarde y sin
poder dejar a un lado la sorpresa
que le produjeron las palabras
que Cailean le había dedicado.
Una sonrisa boba se dibujó en su
rostro sin poder evitarlo y solo
podía pensar en cómo sería su
vida a su lado. No obstante, el
fantasma del miedo pululaba
sobre su cabeza y le insuflaba
pensamientos que le hacían
temer por esa relación que
parecían haber retomado, no sin
cierta incomodidad por su parte,
pues no quería hacer algo que
pudiera hacer que Cailean
volviera a pensar cosas malas
sobre ella.
Al cabo de varios minutos de
soledad en el salón, Helen se
dirigió hacia el pasillo. No
estaba segura de a dónde podía
ir, pues no sabía si sus amigas
harían algo mientras sus
respectivos prometidos medían
fuerzas. Por ello, se dirigió hacia
el precioso patio enclaustrado
que había visto el primer día y se
decidió ir hasta allí para pensar
un poco en cómo debía
comportarse con Cailean, pues a
pesar de que este se mostraba
relajado ante ella, Helen no
podía evitar ese pequeño
sentimiento de incomodidad por
lo que había pasado entre ellos
por su culpa.
—¡Helen! —escuchó una voz a
su espalda.
Eileen se acercaba a ella con
paso rápido y al llegar a su altura
le sonrió.
—¿No te vienes con nosotras al
patio?
—¿Queréis ser testigos de cómo
se demuestran la fuerza que
tienen unos y otros?
Eileen lanzó una carcajada.
—Sí y no. Según Morgana y
Briana, quieren descubrir cuáles
son los puntos débiles de sus
prometidos para luchar contra
ellos cuando no tengan más
remedio que casarse con ellos. A
mí me da igual ir o no, pero tal
vez será divertido —le dijo
tomándola del brazo antes de
empujarla suavemente el pasillo
adelante para salir del castillo. Y
en un susurro, le confesó—: Una
lástima que mi prometido no esté
aquí para ver cómo lo hieren.
—¡Eileen! —exclamó Helen,
sorprendida por los deseos de su
amiga.
La joven rio suavemente y se
encogió de hombros.
—Un Campbell, Helen. Jacobo
me quiere casar con un
Campbell. Imagina cómo será mi
vida con él.
La joven miró a su amiga con
cierta tristeza. Durante los pocos
días que llevaban en el castillo,
el prometido de Eileen no se
había dignado a aparecer, ni
siquiera había enviado una carta
a la joven para disculparse, y
sabía que su amiga no sería feliz
con ese hombre. Desde que
estaban allí había escuchado
ciertas conversaciones a
escondidas que mantenían las
sirvientas y sabía, por boca de
ellas, que Fletcher Campbell no
era precisamente un hombre
amable que tratara bien a los que
estaban a su alrededor,
especialmente a las mujeres, a
quienes únicamente las quería
para desfogar y luego las
desechaba como si fueran
objetos.
Pero a pesar de conocer esa
faceta del guerrero Campbell, no
había querido decirle nada a su
amiga, pues sabía que destruiría
su vida. Eileen era una buena
persona y se merecía a alguien
como ella a su lado, pero Jacobo,
sin duda, no había elegido bien a
su prometido.
—¿Has pensado en pedirle a
Jacobo que cambie de parecer?
—le preguntó Helen tras unos
segundos de silencio.
Eileen suspiró y se encogió de
hombros.
—¿Tú crees que me haría caso?
Briana intentó cortarle sus partes
a su prometido y no hizo nada.
Conmigo no será diferente. Es el
rey y debemos acatar lo que pida
—dijo con cierta amargura en la
voz—. Pero bueno... esta tarde
no es para hablar de Fletcher,
sino de lo que vamos a
presenciar. ¿Quién crees que
perderá?
Helen sonrió.
—Pues la verdad es que espero
que pierdan los hombres del rey
porque no me cae bien ninguno.
Eileen rio con fuerza.
—¿Y Graham Elliot? Anoche se
sentó junto a ti. Helen resopló.
—No me lo recuerdes. Lo hice
porque Briana me convenció
para darle
celos a Cailean, pero fue un
error.
—Pero por lo que he oído, ha
funcionado. ¿O es mentira que
os han visto en el río bañándoos
juntos?
Helen puso los ojos en blanco.
—Me parece que el laird
Mackintosh debería mandar
callar a uno de sus hombres. Es
un bocazas —se quejó la joven
provocando la risa de su amiga
justo en el momento en el que
salían del castillo para dirigirse
hacia donde las esperaban las
demás.
Tan solo estaban ellas
preparadas, sentadas en varios
bancos que había esparcidos por
el amplio patio y alejadas del
lugar que habían preparado para
la pelea. Helen miró a su
alrededor y no vio a nadie más,
por lo que supuso que los
guerreros aún se encontraban
preparándose para la lucha.
—Si buscas a Cailean, aún no ha
llegado —murmuró Kiara cerca
de ella. La joven la miró y se
sentó junto a ella.
—¿Tú también me vas a
preguntar sobre lo del río? Kiara
sonrió pícaramente.
—Bueno, es que no se ha
hablado de otra cosa esta
mañana. Varias sirvientas lo han
comentado antes de la comida y
yo no he podido evitar poner la
oreja.
Helen rio y negó con la cabeza,
rendida ante lo que estaba
sucediendo a su alrededor a su
costa. Pero no le importó. Al
contrario, si todos en el castillo
sabían lo que había pasado en el
río, tal vez ese chismorreo la
uniera más a Cailean en lugar de
alejarla de nuevo.
Y en ese momento, lo vio salir.
Helen sintió como si algo tirara
de su estómago al verlo, pues le
inspiró tanta fuerza y seguridad
en sí mismo que quiso correr
hacia él para abrazarlo y besarlo,
además de desearle suerte en la
pelea. Desde la distancia vio
cómo su pelo moreno fue
movido por el aire, pero a él no
le importó. Para sorpresa de la
joven, el lado derecho de su pelo
estaba recogido en una trenza,
como había escuchado que
hacían los antiguos vikingos que
visitaron esas costas y se dio
cuenta de que el Dragón había
vuelto de nuevo y que en ese
momento iba a conocer al
guerrero que Cailean
llevaba dentro.
Helen sintió un escalofrío al
pensarlo, pero quiso atribuirlo al
frío que hacía en ese momento.
El tiempo estaba empeorando y
numerosas nubes negras
amenazaban con echar a perder
la pelea si el resto de guerreros
no salía pronto al patio. Un
intenso olor a tierra mojada
penetró por la nariz de Helen e
inspiró profundamente. Siempre
le había gustado ese olor, pues
sin saber por qué le recordaba a
su lugar de origen y a los
momentos vividos junto a
Cailean en el río que cruzaba
cerca del castillo de su antiguo
laird.
Desde la distancia, su prometido
clavó su mirada azul en ella y le
sonrió brevemente, provocando
una maraña de sentimientos en
su pecho y estómago. Helen
necesitó de toda su fuerza de
voluntad para mantenerse quieta
en el banco y no moverse ni un
solo ápice hacia él, pues el deseo
de acercarse era tan fuerte que
no sabía si podría resistirlo.
Al cabo de unos instantes,
aparecieron por la puerta del
castillo el resto de guerreros y
algunas de sus amigas
resoplaron al verlos, lo cual
provocó la risa de Helen.
—¿Qué os han hecho para que
los odiéis tanto?
Briana enarcó una ceja y miró de
reojo a Morgana, que volvió a
resoplar.
—Existir. ¿Parece suficiente?
Helen volvió a reír.
—Tú hace unos días también
ponías la misma cara que
nosotras —le recordó Morgana
con tono irónico.
Helen se encogió de hombros,
sin intención de defenderse.
—Pues si yo he cambiado de
parecer, nada os impide hacer lo
mismo.
—¿Con el Mackay?
—¿Con el Fraser? —
preguntaron al mismo tiempo.
Iria sonrió.
—Bueno, yo no puedo evitar
sentir miedo cuando Leith me
mira, pero vosotras sois más
valientes, como ellos.
—Y es un gran problema —
murmuró Morgana—. Nos será
más difícil cortarles cierta parte
de su anatomía si intentan
acercarse a nosotras.
Kiara y Helen rieron.
—¿No será que en una pequeña
parte de vuestro corazón sentís
atracción por ellos?
El rostro de Briana fue todo un
poema. Morgana dibujó una
expresión indignada, pero
cuando por fin recuperaron el
aliento para responder, Helen
señaló al frente.
—Ya llega Jacobo con sus
hombres.
Todas dirigieron sus miradas
hacia ellos y se mantuvieron en
silencio. Desde allí podían
escuchar a la perfección las
indicaciones del rey para
comenzar la lucha y dudaron que
los guerreros las siguieran al
dedillo cuando dijo:
—Y repito que espero que dejen
a un lado sus diferencias.
Cailean desvió la mirada y el
resto de sus amigos también,
aunque creyó escuchar resoplar a
Kerr, que estaba deseando pelear
de nuevo con Gilbert Boyd.
—Si mañana hubiera una guerra,
lucharían en el mismo bando, así
que ya va siendo hora de que
puedan soportar la presencia del
otro.
—Está bien —se obligó Cailean
a responder viendo el mutismo
de sus amigos.
—Perfecto, señores. Vamos a
comenzar.
Helen vio que en el rostro de
Jacobo había una expresión de
cierta felicidad. Parecía que
hacía demasiado tiempo que no
entrenaba y se sentía como un
niño pequeño con un regalo.
Cailean miró a sus amigos. No
sabía por qué, pero estaba
realmente nervioso esa tarde.
Aunque estaba deseando tener
una buena pelea, especialmente
con Graham, algo le decía que
esa tarde no acabaría bien. Con
un suspiro, desenvainó la espada
y se apartó de los demás. Dirigió
sus ojos de nuevo hacia la mujer
que lo estaba volviendo loco y
en parte le alivió ver que estaba
rodeada de sus amigas, pues
algo le decía que el peligro
flotaba en el
aire. Tras esto, se giró hacia los
demás y cuando Jacobo dio la
orden, se desató la locura.
CAPÍTULO 10
Hacía más de media hora que la
lucha había comenzado y más de
uno tendría nuevas cicatrices en
su cuerpo tras ese día, pues tanto
Cailean como sus amigos
superaban en destreza con la
espada a los hombres de Jacobo.
Este, por su parte, estaba
luchando contra Ian Mackintosh,
y aunque Helen no entendía
mucho del arte de la espada,
tuvo la sensación de que el
dueño del castillo estaba dejando
vencer al rey.
Jacobo había intentado que los
guerreros cambiaran de
contrincante cada cinco minutos,
pero al final cada uno volvía a
luchar con aquel al que más
inquina le tenían, lo cual se
traducía en golpes y heridas por
doquier.
Cailean se la tenía jurada a
Graham, pues el interés que
había demostrado tener en Helen
lo hacía arder de celos y aunque
se repetía una y otra vez que
Helen lo había usado para su
pantomima, sabía que para el
guerrero no era una tontería.
—Admite, Elliot, que soy mucho
mejor guerrero que tú. He
crecido y luchado junto al
Demonio.
Graham resopló.
—Pero eso no te valió en el
pasado para ganarte a Helen.
¿Me equivoco?
Cailean frunció el ceño y apretó
con fuerza la espada. Sabía que
se estaba refiriendo al día en el
que la joven lo abandonó, y no
pudo evitar preguntarse cómo
demonios sabía él lo que había
sucedido con ella.
—¿Te sorprende que lo sepa,
MacLeod? Tengo oídos en
muchos lugares.
Es lo bueno que tiene ser uno de
los más cercanos al rey.
—Al menos yo he conseguido
algo con ella —respondió no sin
poder evitar sentir cierto dolor
en el pecho de nuevo—. Tú
jamás podrías conseguir nada
suyo.
Graham lo atacó y Cailean pudo
parar la estocada a tiempo para
girar sobre sí mismo y lograr
hacerle un corte en el muslo.
—A este paso, Elliot, tendrás
varios recuerdos míos en tu
cuerpo.
El aludido pasó del gruñido de
dolor a la sonrisa en cuestión de
segundos. Dirigió su mirada
hacia Helen, que mostró un
gesto sorprendido por su interés.
—Tal vez yo pueda dejar mis
recuerdos también en algo tuyo
—dijo relamiéndose.
Cailean frunció el ceño.
—Ni se te ocurra acercarte a
ella. Graham rio.
—Ayer fue ella la que se acercó
a mí. Puede que no lo tenga tan
difícil.
Con un gruñido, Cailean se
lanzó contra él, tirando la espada
a un lado y valiéndose
únicamente de sus puños.
Desde su posición, Helen estaba
viendo que la lucha comenzaba a
tomar tintes personales,
especialmente tras ver cómo
Cailean se lanzaba contra
Graham después de que este la
mirara de una forma demasiado
extraña. Un intenso nerviosismo
se apoderó de ella y se retorció
con fuerza las manos, deseando
que esa lucha acabara de una vez
por todas, pero Jacobo no
parecía estar dispuesto a
terminar con ella tan pronto,
pues parecía estar disfrutando de
lo lindo luchando con un Ian que
claramente lo estaba dejando
vencer.
—¿Me lo parece a mí o esto se
pone interesante...? —comentó
Morgana con tono burlón,
aunque en su rostro se leía cierta
preocupación.
—Lo siento, pero yo no puedo
ver esto —se disculpó Helen
levantándose del banco y
marchándose sola en dirección al
interior del castillo.
Lo último que vio antes de
perderse entre los muros del
castillo fue a Graham levantarse
del suelo y golpear a Cailean en
el rostro. Tras esto, cerró los
ojos y no los abrió hasta que la
pelea quedó atrás. No se veía
capaz de soportar más ver una
pelea porque sí, sin fundamento
alguno, tan solo el odio que unos
y otros se tenían entre sí. Sin
duda, el rey se había equivocado
de entretenimiento, pues lo único
que había conseguido era que
dieran rienda suelta al odio que
sentían y se enzarzaran en una
pelea real.
Helen rezó para que Cailean no
saliera tan mal parado como le
había parecido ver en el rostro
de Graham y sin ánimo de estar
sola en ese
momento, la joven se dirigió
hacia las cocinas del castillo para
poder tomar alguna infusión que
pudiera calmarle los nervios.
El combate tan solo duró diez
minutos más desde que Helen
abandonó el patio. Jacobo dio la
orden de parar tras darse cuenta
de que la pelea se había
convertido en algo personal para
casi todos los guerreros y tras
ver que sus guerreros más
cercanos tenían los rostros
ensangrentados, mientras que los
demás estaban como si nada
hubiera pasado, tan solo alguna
herida de poca consideración.
—Señores, parece que no han
entendido que esta pelea era tan
solo un divertimento.
Cailean miró a sus compañeros y
los vio intentando esconder una
sonrisa, por lo que,
carraspeando, dio un paso al
frente y le dijo:
—Mi señor, no quisiera ofender,
pero creo que sus hombres son
los que no han entendido que
debían defenderse.
Graham gruñó frente a él y tuvo
que ser detenido por Gilbert para
no volver a lanzarse contra él y
darle su merecido.
Por el contrario, Cameron lanzó
una risita a su lado, que supo
disimular bien con un ataque de
tos.
—Sea como fuere, espero que
estas peleas personales no se
vuelvan a repetir. Les digo de
nuevo que son compañeros y que
lucharían en el mismo bando en
caso de haber una guerra, así que
como tal deben comportarse.
Entiendo que tengan sus
diferencias, pero no os he
convocado aquí para pelear.
Cailean asintió y de soslayo miró
hacia el lugar donde antes había
estado sentada Helen mirando la
lucha y tan solo vio el vacío. Allí
se encontraban todas las demás
mujeres, excepto ella. El
guerrero frunció el ceño y se
preguntó dónde estaría o si tal
vez se había encontrado mal
viendo la pelea y había tenido
que irse. Fuera lo que fuera, la
buscaría en cuanto pudiera
alejarse de allí.
—Podéis marcharos para que
alguien os cure esas heridas —
les dijo Jacobo a sus hombres
antes de dirigirse a Cailean y los
demás—. Ustedes no, primero
me gustaría hablar sobre lo que
ha ocurrido aquí.
Cameron renegó entre dientes
mientras que Cailean resopló. Le
habría gustado ir a buscar a
Helen y comprobar que se
encontrara bien, pero debía
esperar un rato. Vio cómo los
hombres del rey se marchaban
en dirección al interior del
castillo y el joven apretó los
puños mientras se acercaba a
Jacobo para recibir la regañina
de su vida.
Helen llevaba ya un buen rato en
las cocinas charlando con una de
las sirvientas que había en ese
momento allí cuando escuchó
que varias voces se acercaban a
ese lugar. Distinguió claramente
que se trataban de hombres y
antes de que estos aparecieran en
las cocinas, supo que al menos
uno de ellos era Graham Elliot.
—Me parece que las
consecuencias de lo que ha
pasado en el patio tenemos que
pagarlas las sirvientas —dijo la
sirvienta en voz baja—. Y lo
peor de todo es que me
encuentro yo sola aquí.
Helen la miró sin entender.
—¿A qué te refieres?
—A que siempre nos toca curar
sus heridas. Marchaos antes de
que os vean.
Helen resopló y negó.
—¿Y dejarte sola? Se oyen
varias voces.
—Pero vos sois una señorita —
dijo escandalizada.
—Soy una mujer, y tú también.
Además, me has preparado una
de las mejores infusiones que he
probado jamás. No voy a dejarte
sola con ellos.
La joven sirvienta la miró
agradecida, aunque con cierto
recelo a que se quedara allí con
ella, y al cabo de unos segundos,
la puerta se abrió para dejar
entrar a Graham, Gilbert, Ron y
Mervin, que miraron de arriba
abajo a la sirvienta, primero, y
después a Helen, sorprendidos
de encontrar allí a la prometida
de Cailean.
Helen se sintió incómoda ante
sus miradas y esperó para
escucharlos hablar:
—La pelea ya ha acabado y
necesitamos que alguien nos
cure las heridas
—dijo la voz potente de Ron.
—Soy yo la única que hay en
estos momentos en la cocina —
explicó la joven—. Tendréis que
esperar porque solo tengo dos
manos.
La respuesta que obtuvo la
sirvienta fue un gruñido de
Graham, que tras tocarse la
mejilla, que estaba comenzando
a hincharse, renegó en voz alta:
—Maldito sea el desgraciado
MacLeod. La próxima vez le
daré donde más le duela.
Helen apretó los puños con
fuerza. Aquel simple comentario
le molestó, pues de quien estaba
hablando Graham era de su
prometido y hombre al que había
amado siempre. Por ello, se
levantó casi de un salto de la
silla y se acercó a ellos,
poniéndose a la misma altura de
Mary, la sirvienta. Los miró uno
a uno y finalmente dijo:
—No te preocupes por tener solo
dos manos, Mary. Ellos también
las tienen y por lo que veo,
ninguno las ha perdido en el
combate, así que tan solo tienes
que prepararles agua limpia y las
vendas para que ellos solos se
curen.
Mervin lanzó un resoplo y se
acercó a Helen.
—Me parece que no habéis
entendido a mi compañero.
Hemos venido a que nos curéis y
si no hay más sirvientas, nos
vales tú también.
Helen dio también un paso hacia
él e irguió la espalda sin
achantarse ante
él.
—Habéis entradoaquí renegando
e insultando, especialmente
a mi
prometido —dijo mirando a
Graham—, eso sin contar con
que no habéis pedido que os
curen, sino que lo habéis
ordenado como si fuerais alguien
más aparte de ser únicamente la
sombra del rey. Ni siquiera
tenéis vuestra propia identidad,
así que si queréis curar vuestras
heridas, hacedlo solos. O tal vez
preferís que pida opinión al
señor Mackintosh, que es quien
manda en este castillo y quien
puede dar órdenes en él.
Helen no podía creer que les
hubiera hablado así a esos
hombres, especialmente estando
tan solo Mary y ella en ese
lugar y donde estaba segura que
nadie podría oírlas en caso de
tener problemas. Y sabía que
estos estaban por llegar.
Graham sonrió ante sus palabras
y se acercó a ella, apartando a
Mervin del medio y mirándola
de arriba abajo. Algo parecía
haber cambiado en su mirada
desde el día anterior cuando se
sentaron juntos en la mesa, pues
ahora parecía tener frente a sí a
un hombre completamente
diferente. La joven había
presenciado el odio con el que
Cailean lo golpeaba y estaba
segura de que el orgullo de ese
guerrero estaba más que herido
con esa pelea, y ahora si ella le
presentaba batalla frente a los
demás guerreros, no se quedaría
callado.
—Señorita MacLeod —comenzó
arrastrando las palabras—. No
nos vamos a marchar de aquí
hasta que nuestras heridas sean
sanadas. Y la verdad es que no
estaría nada mal que vos fuerais
la que curara lo que vuestro
prometido ha hecho en mi bello
rostro.
Helen enarcó una ceja. ¿Bello
rostro? Tuvo que morderse la
lengua para no recomendarle
que se mirara a un espejo en
cuanto saliera de las cocinas,
pues estuvo segura de que
Graham jamás se había mirado
en uno, pero logró contenerse a
tiempo para no buscarse más
problemas.
—Ven aquí, muchacha —le dijo
Graham a Mary ante el mutismo
de Helen
—. Prepara todo lo necesario.
Mary asintió, pero Helen la tomó
del brazo y negó.
—Aún no habéis pedido las
cosas como debe ser.
Las risas de los guerreros
resonaron en las cocinas y
Graham, que estaba frente a
Mary, fue el primero en actuar.
Con rapidez, le dio una sonora
bofetada a la sirvienta, logrando
tirarla al suelo en un gemido de
dolor y tras esto, le dio una
patada en el vientre:
—Esta es la forma en la que
pedimos las cosas, muchacha.
—Pero ¿cómo te atreves? —le
preguntó sin darse cuenta de que
lo había tuteado.
Helen acortó la distancia con él
para devolverle la bofetada por
Mary, pero Graham le sostuvo la
mano con tanta fuerza que Helen
gimió de dolor.
—¡Cailean debería haberte dado
más fuerte! —exclamó.
El guerrero, con rostro iracundo,
tiró de su mano y después la
empujó contra la pared. Helen
gimió cuando su cabeza chocó
contra la piedra fría de
la pared, y aunque intentó
mostrar un porte orgulloso, no
pudo evitar sentir auténtico
pánico cuando Graham aferró su
barbilla con fuerza y acercó su
rostro, recordándole a lo que
hacía David cuando estaba a
punto de darle una paliza más.
El recuerdo del que fue su
marido la afectó demasiado y la
petrificó sin poder defenderse y
apartar a Graham de ella.
—Señorita MacLeod, me parece
que voy a tener que enseñaros
modales antes de que os caséis
con vuestro querido Cailean.
Graham levantó la mano y Helen
no pudo evitar seguir con su
mirada el arco que dibujó con
ella con la intención de darle
otra bofetada como a Mary, algo
que llegó antes de que pudiera
soltarse de su mano. Helen no
pudo evitar que las lágrimas
acudieran a sus ojos, como
tantas y tantas veces que David
le hacía lo mismo. No podía
creer que estuviera viviendo lo
mismo de nuevo de manos de
ese malnacido que había pegado
a la sirvienta.
—Maldita zorra, MacLeod. No
va a quedar nada de lo que eres
cuando tu querido prometido
vuelva a encontrarte.
Sin embargo, una potente voz
tronó en la entrada a las cocinas.
—Me temo que su prometido ya
la ha encontrado.
Graham sonrió y miró por
encima de su hombro al recién
llegado. Lo vio entrar solo en la
cocina y acercarse a él con paso
lento, pero gatuno, esperando el
momento perfecto para atacarlo.
Cailean dirigió una rápida
mirada a Helen y vio como de su
labio inferior comenzaba a salir
una lágrima de sangre que acabó
escondida en su barbilla, donde
Graham sostenía su rostro.
—La mujer a la que acabas de
golpear es mi prometida, Elliot
—dijo lentamente intentando
controlarse para no saltar al
instante sobre él y descargar
todo el fuego que corría por sus
venas.
Graham soltó una risotada y se
volvió hacia él, pero sin dejar de
sujetar la barbilla de la joven.
—Me parece que tu futura
esposa no tiene modales, y
simplemente le estaba dejando
claro cómo tratar a alguien como
yo.
Cailean apretó los puños.
—¡Suéltala!
Graham sonrió y levantó ambas
manos, alejándose de Helen, que
intentó fundirse con la pared que
había tras ella. Cailean,
lentamente, caminó hasta ella y
se puso delante para protegerla
de cualquier otro que tuviera
intención de hacerle daño. El
dragón que llevaba dentro había
despertado de nuevo y no iba a
permitir que Graham, por muy
cercano al rey que fuera, pudiera
hacerle daño a la que iba a ser su
esposa.
—Deberías enseñar modales a
esta muchacha —le dijo Graham
dando un paso atrás y
acercándose a sus compañeros.
Cailean estaba en clara
desventaja y, por lo que pudo
ver, el resto de guerreros estaban
dispuestos a lanzarse contra él al
instante. De soslayo vio que la
sirvienta que había en el suelo se
alejaba de ellos y se levantaba
para esconderse tras la mesa en
la que Helen había estado
sentada y al ver la sangre en su
barbilla, dedujo que también la
habían golpeado a ella.
—Tienes razón, Elliot —
comenzó Cailean haciendo crujir
los nudillos—.
Pero no es a las mujeres a las
que hay que enseñar modales...
Graham sonrió y chasqueó la
lengua.
—¿Qué pasa, MacLeod, quieres
que te dé una paliza? Ahora el
turno para reír fue de Cailean.
—¿Como la que te he dado yo
hace diez minutos? ¿Y me la vas
a dar tú solo o vas a necesitar la
ayuda de tus plañideras?
Ron dio un paso al frente y se
puso al lado de Graham.
—Mi compañero solo ha hecho
lo que debía hacer.
—¡Ha golpeado a Mary y
también a mí por defenderla! —
gritó Helen tras Cailean.
El guerrero giró la cabeza hacia
ella y miró hacia sus labios.
Frunció el ceño al ver la sangre
que ya se estaba quedando
reseca y tras dirigir su mirada a
sus ojos y ver lágrimas en ellos,
se volvió hacia Graham y le
espetó:
—Nadie toca lo que es mío.
Y sin darle tiempo a responder,
Cailean se lanzó contra Graham
y le dio un sonoro puñetazo que
logró romperle la nariz.
—¡Ahora no está Jacobo para
impedir que te dé lo que
mereces! — vociferó.
Una y otra vez, Cailean
aprovechó su superioridad
corporal frente a Graham y lo
golpeó incontables veces en el
rostro, costado, piernas...
cualquier lugar era bueno para
recordarle que no debía tocar
jamás a Helen. Las lágrimas y el
miedo que había visto en los
ojos de la joven habían calado
muy hondo en su interior y solo
podía pensar en devolverle el
daño infringido.
Sin embargo, sabía que estaba en
clara desventaja.
—¡No! —escuchó a Helen.
Cailean giró sobre sí mismo para
recibir en el rostro el puñetazo
de Mervin, que tanto él como los
otros dos se habían unido a la
pelea. Intentó, como pudo,
sortear los golpes de unos y
otros, demostrando que a pesar
de estar en desventaja era uno de
los mejores guerreros que habían
visto en su vida.
—No has debido entrar, amigo
—murmuró Graham antes de
golpearlo en el costado,
sacándole un gruñido de rabia y
dolor.
—¡Dejadlo en paz! —vociferó
Helen sin saber qué hacer. La
joven miró desesperadamente a
Mary, que lloraba
silenciosamente al ver lo que los
guerreros estaban haciendo.
Pero segundos después, el rostro
de la sirvienta cambió cuando
dirigió su mirada hacia la puerta
de entrada a las cocinas y un
rayo de esperanza se dibujó en
sus ojos cuando los vio pasar:
—¿Dónde se ha dejado el dragón
a sus amigos? —se burló
Gilbert.
—¡Estamos aquí! —tronó Struan
antes de lanzarse con los puños
en alto contra ellos.
Gaven, Kerr, Cameron y Leith
rodearon a Cailean y Struan, y
los seis se lanzaron contra los
demás. De nuevo, el sonido de
la pelea llegó a los oídos de
Helen, que lo único que deseó
fue que aquello acabara cuanto
antes.
—Si yo fuera tú, Elliot, no
volvería a cruzarme en el camino
de mi futura esposa, no la
miraría jamás ni mucho menos
levantar una mano contra ella o
cualquier mujer que se cruce en
tu camino porque ninguna tiene
culpa de que tú seas una maldita
sabandija que tiene menos valor
que la boñiga de un caballo.
—¿Es que ustedes no aprenden,
señores? —el vozarrón de
Jacobo pareció retumbar entre
los muros de las cocinas.
Se había acercado hasta allí tras
escuchar el jaleo desde el otro
lado del pasillo y al verlos
peleando no tuvo otra opción
más que meterse en medio.
Todos pararon al escucharlo y se
separaron varios metros.
Respiraban con cierta dificultad,
pero en el corazón de Cailean
había más tranquilidad por haber
vengado con creces el golpe que
aquel mequetrefe le había dado a
Helen.
—¿Puede explicarme alguien
qué demonios está pasando aquí
o tengo que empezar a tratarlos a
partir de ahora como niños? Se
comportan como tal, así que
espero no tener que prescindir de
sus trabajos de ahora en adelante
o bien castigar a sus clanes por
insurrección.
Helen, con el corazón en un
puño, dio un paso al frente.
—Mi señor, me temo que todo
esto es culpa mía.
Jacobo dirigió su mirada a ella y
la joven sintió que le temblaban
las piernas.
—Explicaos, muchacha.
—El señor Elliot me ha
golpeado porque he defendido a
Mary, la sirvienta, ya que
considero que la forma de exigir
que lo curara no era la adecuada.
Cailean tan solo me ha
defendido.
—Eso no explica el motivo por
el que los demás guerreros
estuvieran metidos en la pelea.
Kerr resopló con fuerza.
—Los compañeros del señor
Elliot han golpeado sin piedad a
mi prometido y los demás han
intentado defenderlo. La única
persona que tiene la culpa es el
señor Elliot, que no me ha
tratad...
—¡Pero qué dices, maldita zorra!
—vociferó el aludido.
Gaven tuvo que aferrar con
fuerza a Cailean para que no se
lanzara de nuevo contra él.
—¡Graham! —vociferó Jacobo
—. Has insultado y golpeado a
una dama y su prometido ha
actuado como debería. Serás
castigado como mereces y
cuando todo esto acabe serás
despojado de una tercera parte
de tus tierras.
—¡Pero...! —comenzó a
quejarse. Jacobo levantó una
mano para callarlo.
—Asimismo, espero que no
vuelvas a acercarte a la señorita
MacLeod en lo que resta hasta
su matrimonio. Si te atreves a
hacerlo, te despojaré de todas tus
tierras.
Y sin más que añadir, Jacobo se
dio la vuelta y salió de la cocina,
dejando a un victorioso Cailean
y una preocupada Helen, que
caminó hasta él y se colocó a su
lado.
Cuando el rey salió por la puerta,
los demás guerreros hicieron lo
mismo, intentando no mirarse
los unos a los otros, pues el odio
parecía ser aún más incisivo que
antes de lo sucedido. Incluso
Mary, la sirvienta, decidió
abandonar las cocinas para
limpiarse la herida en el cuarto
que le habían cedido para dormir
algunas noches, pues no podía
respirar aquel aire tan cargado de
odio que flotaba en ese lugar.
Cuando se quedaron los tres
solos, Graham los miró con
auténtico odio en los ojos. Ellos
eran los culpables de su nueva
situación. Había odiado a
Cailean desde hacía mucho
tiempo, pero aquello era la gota
que colmaba el vaso.
—Si yo fuera vosotros, me
cuidaría las espaldas a partir de
ahora —les dijo con auténtico
veneno en cada palabra.
Helen sintió un escalofrío al
escucharlo y necesitó de toda su
fuerza de voluntad para no
abrazarse a su prometido por
temor a las represalias del
guerrero.
Cailean, por su parte, miró a
Graham con auténtica furia, una
mirada fría, calculadora, cargada
de rencor y de fuego, una
mirada que parecía haber
salido del infierno, propia de un
dragón. En ella había una
promesa de derramamiento de
sangre si volvía a meterse con
ellos, especialmente con Helen,
a quien sentía temblar a pesar de
no tocarla.
Para la sorpresa de ambos,
Cailean buscó la mano de Helen
y la apretó con fuerza para
intentar calmarla. En silencio le
prometió que siempre estaría ahí
para cuidarla y que no dejaría
que nadie volviera a hacerle
daño de nuevo.
—Si aprecias tu vida, Elliot, no
vuelvas a acercarte a mi
prometida o cualquier otra mujer
de este castillo.
Graham resopló.
—Eso ya lo veremos.
—Ya has oído al rey —le
recordó—. Poco aprecias tus
pertenencias si piensas en
desobedecerlo.
Graham apretó los labios y, sin
añadir nada más, se marchó,
dejándolos solos de nuevo y
llevándose con él toda la ira de
la que era capaz de albergar.
Al quedarse únicamente los dos
en las cocinas, Helen no pudo
resistir más y se abrazó a él,
buscando el consuelo que su
corazón y su alma necesitaban.
Se sentía pequeña e indefensa de
nuevo, como años atrás. Y lo
peor de todo, sentía que a partir
de ese momento no sería capaz
de volver dejar escapar a Cailean
de su vida.
CAPÍTULO 11
Al cabo de varios minutos de
silencio y de un abrazo que
Helen sabía que estaba durando
demasiado, la joven se apartó de
él y lo miró a los ojos, incapaz
de expresar con palabras el
agradecimiento que sentía en su
interior. Aquella era la primera
vez que alguien se había dignado
a defenderla, pues cuando su
marido le pegaba, a pesar de que
sus padres lo sabían, no habían
hecho nada para impedirlo o
ayudarla. El mutismo había sido
lo único que Helen había
recibido en su vida, pero aquella
muestra por parte de Cailean le
hizo ver que la bondad que ella
había conocido del guerrero años
atrás seguía estando en su
corazón.
—Gracias.
Cailean le dirigió una mirada
profunda. Le habría gustado
acortar la distancia entre ambos
para besarla, para comprobar con
su propio cuerpo que estaba
bien, pero tras la tensión del
momento no sabía cómo actuar
frente a ella. Le acababa de
mostrar una de sus peores partes,
pues se había dejado llevar por
sus sentimientos, y de no haber
sido por la presencia del rey,
habría sido capaz de matar a
Graham ante todos.
Lentamente, levantó una mano y
acarició su rostro, justo en el
lugar donde antes Graham la
había golpeado, y con el pulgar
recorrió cada centímetro de su
piel, aunque no sin cierto temor
a hacerle más daño, pues su
mejilla ya había comenzado a
hincharse. Cailean deseaba tener
el valor para contarle lo que
Helen le hacía sentir, lo que
nunca había dejado de sentir por
ella, pero le estaba costando
demasiado abrir los labios para
expresarlo. Los besos que hasta
entonces le había dado habían
formado parte de un juego
sensual que había salido sin
pensarlo con anterioridad, pero
ahora... Lo que sentía le
resultaba imposible de describir.
El simple hecho de pensar en
que algo pudiera pasarle lo
encolerizaba. Quería protegerla,
lo deseaba con todo su corazón,
y era algo que no podía enterrar
en lo más profundo de su
corazón. Sabía que Graham se
sentía humillado por lo que
acababa de suceder y también
sabía que no iba a quedarse
quieto tras eso.
—Yo... —comenzó Helen sin
saber cómo seguir.
—Shh... —la calló poniendo un
dedo sobre sus labios—.
Prométeme que no te alejarás de
mí estos días mientras sigamos
en este castillo.
—¿Por qué? —le preguntó la
joven.
—No creo que Elliot se quede
quieto después de esto. Lo
conozco. No te separes de mí —
le pidió de nuevo.
Helen apretó las manos contra su
vestido.
—Pero ¿tú quieres eso? Cailean
entrecerró los ojos.
—¿El qué?
—Que esté cerca de ti después
de todo. El guerrero lanzó una
risotada.
—¿Tú qué crees?
—Bueno... te han golpeado por
mi culpa.
—Solo he defendido a mi
prometida. Es mi deber.
Helen no pudo evitar sentir un
pinchazo de dolor. ¿De verdad
solo lo había hecho porque era
su deber? ¿No había algo más en
todo aquello? ¿Y todo lo que
había pasado entre ellos? ¿La
había besado porque era su
deber? Por ello, no pudo sino
preguntarle el verdadero motivo
de todo eso.
—¿Lo has hecho por deber o
porque realmente te preocupaba
lo que me sucediera?
Cailean se quedó mirándola con
los puños apretados. No se
sentía capaz de responder a esa
cuestión. Por primera vez en su
vida tenía miedo de dar la cara...
de dar la cara por él mismo y por
sus sentimientos. Temía volver a
sufrir como años atrás por
mostrar de nuevo su corazón y,
aunque sabía que Helen ha
cambiado y que todo lo que pasó
fue por culpa de su padre, una
pequeña parte de él, el Cailean
de años atrás, le pedía cuidado.
—¿No contestas?
Cailean carraspeó, incómodo.
—Solo mantente cerca de mí.
Helen sintió cómo la rabia la
sacudía y dio un paso atrás,
alejándose de él, pues a pesar de
que no le había pegado, sintió
como si le hubiera dado una
bofetada aún más fuerte que la
de Graham.
—Creía que eras diferente, pero
te pareces más a Graham de lo
que piensas. Me das una orden y
esperas a que simplemente la
cumpla.
—Ahora corres peligro —se
defendió Cailean sabiendo que
acababa de actuar de la peor
forma.
—Pero no quieres responder a
mi pregunta. Entonces no
esperes a que cumpla con tu
orden.
Cailean abrió la boca para
responder, pero Helen no le dio
la oportunidad de volver a
explicarse. Estaba realmente
enfadada, con él y consigo
misma. Después de lo sucedido
le habría gustado escuchar de
sus labios que la amaba, que la
había defendido por amor y no
por obligación.
Helen se dirigió al jardín.
Necesitaba respirar aire fresco
para poner sus pensamientos en
orden. Lo odiaba y se repitió
que debía seguir odiándolo para
siempre, pues solamente había
jugado con ella. Y como una
tonta se había dejado engañar,
como si nada hubiera pasado
entre ellos, pero no había sido
así. Todo había cambiado, ellos
también habían cambiado, y su
gran error fue pensar que
Cailean seguía siendo el mismo
de antes.
—Tonta, tonta y mil veces tonta
—murmuró mientras paseaba de
un lado a otro del jardín.
Durante demasiado tiempo había
pensado que ella no se merecía
nada bueno y cuando se abrió
ante Cailean y este cambió su
parecer respecto a ella creyó que
las cosas iban a irle mejor. Pero
nada más lejos de la realidad. Y
lo peor de todo era que se había
dado cuenta de que seguía
amándolo como el primer día,
como aquella Helen de años
atrás que se escapaba de sus
padres para ir a verlo a
escondidas.
Pero ya no merecía nada de
eso...
Las lágrimas acudieron de nuevo
a sus ojos y se reprendió a sí
misma por ello, pues se dijo que
no debía llorar por él, pues ya
había llorado lo
suficiente con David.
Una gota de lluvia cayó sobre su
mejilla, confundiéndose entre
sus lágrimas, y Helen levantó la
mirada al cielo para comprobar
que las nubes negras que habían
pululado sobre el castillo durante
la tarde finalmente habían
comenzado a dejar caer el agua
que llevaban dentro de ellas.
Una lluvia fina comenzó a caer
sobre ella, pero Helen sabía que
iba a empeorar, pues desde allí
podía escuchar el sonido de los
truenos en la lejanía. Incluso el
tiempo parecía confabularse
contra ella y mostraba lo mismo
que la joven sentía en su interior:
una maraña de nubes negras que
no sabía cómo desprenderse de
ella.
Helen se sentía más sola que
nunca. Y a pesar de que podía
buscar en ese momento a sus
amigas, quería estar a solas
consigo misma. La ilusión por
algo nuevo junto a Cailean
acababa de esfumarse como
aquellas nubes que había sobre
ella, entre sus dedos, como si
nunca hubiera sido tangible y lo
odió de nuevo por haberla
ilusionado para nada.
Cuando Helen se giró de nuevo
hacia el castillo mientras se
arrebujaba en su capa, vio salir
de este a la sirvienta a la que
Graham había golpeado y no
pudo evitar acercarse a ella.
—¡Mary! ¿Cómo estás?
—Estoy bien, señorita.
Helen dejó escapar el aire
lentamente.
—Lo siento, te han golpeado por
mi culpa. Mary sonrió y se
encogió de hombros.
—No es nada. Llevabais razón,
señorita. De todas formas, la
vida de una sirvienta siempre es
así.
Helen frunció el ceño ante ese
comentario.
—¿El señor Mackintosh te pega?
—preguntó sin poder creer que
ese guerrero tan amable a pesar
de su seriedad pudiera pegar al
servicio.
—¡No! —exclamó—. Él es muy
bueno. De hecho, tras enterarse
del incidente con el señor Elliot
me ha pedido que me vaya a
casa a descansar.
—¿Dónde vives? Yo creía que
era aquí en el castillo. Mary
asintió.
—Normalmente es así porque mi
casa está al otro lado del bosque
y no me gusta cruzarlo de noche.
Helen dirigió su mirada hacia
más allá del portón del castillo.
—Pero ahora es casi de noche.
¿Vas sola?
—Sí. Si todo va bien, en media
hora habré llegado.
Helen dudó unos instantes.
Necesitaba caminar y despejarse
del castillo y todo lo que
conllevaba. Por ello, le dijo:
—Te acompaño si no te importa.
—¿Qué? ¡No puedo permitirlo,
señorita! Si os pasara algo a
vuestro regreso...
—Insisto —la cortó Helen
poniendo una mano sobre su
hombro—.
Necesito salir de aquí o me
volveré loca.
—Pero...
—Pero nada, Mary. Solo es
media hora. ¿Qué puede pasar?
Helen la aferró del brazo y tiró
suavemente de ella hacia el
portón de salida. Desde allí la
vio llegar Lachlan, que estaba de
guardia en ese momento, y les
cortó el paso al ver la decisión
con la que intentaban salir del
castillo.
—Señor Mackintosh, voy a ir a
dar un paseo con Mary. —El
guerrero miró a la sirvienta, que,
avergonzada, agachó la mirada
al suelo—. Regresaremos
enseguida.
—Pero... —comenzó él a
quejarse.
—Ya me habéis oído —le espetó
con una seguridad que realmente
no sentía—. Abrid el portón.
Con rostro más que sorprendido,
Lachlan ordenó que abrieran el
portón para dejarlas salir.
—Está a punto de anochecer —
les advirtió antes de que
atravesaran la enorme puerta.
Helen lo miró con una sonrisa.
—¿No me digas?
Estaba harta de que todo el
mundo a su alrededor le diera
órdenes y esperaran
pacientemente a que ella las
cumpliera como si nada. Cuadró
los hombros y siguió caminando
con Mary del brazo y en
cuestión de minutos, se
adentraron en la espesura del
bosque bajo la fina lluvia.
Cailean caminaba de un lado a
otro del salón en el que se había
reunido con sus amigos. Ni
siquiera el whisky que tenía
entre las manos podía calmar el
nerviosismo que aún corría por
sus venas tras el enfrentamiento
con Graham. Ni tampoco había
querido que le curaran las
heridas tras el altercado, por lo
que su rostro aún tenía sangre
reseca.
—Me estás mareando —se quejó
Ian cuando pasó por enésima vez
por su lado—. ¿Podrías sentarte,
por favor?
Cailean resopló.
—No puedo —respondió—.
¿Cómo ha podido dejar Jacobo a
sus hombres dentro del castillo
después de lo que ha pasado?
Hoy ha sido Helen, pero mañana
puede ser Kiara o Morgana.
Kerr resopló.
—No creo que nadie tenga los
arrestos necesarios para meterse
con mi pelirroja.
—Sea como sea, yo estoy de
acuerdo con Cailean —admitió
Ian—. Os ha puesto en un
verdadero aprieto. Ya sabéis
cómo se las va a gastar Jacobo si
alguno se pasa de listo, así que
ahora tened cuidado con sus
hombres. No creo que
especialmente Elliot intente
hacer nada en mi castillo porque
si lo hace, no solo perderá sus
tierras, también su vida. Se
supone que el rey me “pidió”
hacer la reunión aquí para que el
terreno fuera neutral, pero si se
cometen delitos bajo mi techo, la
ley la pondré yo, así que en parte
estad tranquilos.
Cailean resopló.
—No puedo, amigo. Conozco a
Elliot y sé que le importa muy
poco que estas sean tus tierras y
esté de invitado. Lo he visto en
su mirada. Cuando se han
marchado todos me ha
amenazado y temo que le haga
algo a Helen o incluso a
cualquiera de vuestras
prometidas.
—Las vigilaremos para que no
les ocurra nada —dijo Struan.
Cameron lo miró con una ceja
enarcada.
—No puedo creer que tú hayas
dicho eso —se burló—. ¿Acaso
tu prometida te importa más de
lo que muestras?
—¿Por qué no te vas un rato a la
mierda? —le espetó Struan de
mala gana.
Cameron lanzó una carcajada al
tiempo que le daba una fuerte
palmada en la espalda.
—¿Y perderme el momento en
el que caigas rendido ante tu
pelirroja? Struan lo miró con
mala cara, pero optó por callarse.
Gaven miró a Cailean de nuevo
y le dijo:
—¿Y ahora dónde está Helen?
¿Sabes si está en un lugar
seguro?
—Lo único que sé es que creo
que no quiere verme ahora.
Gaven rio.
—¿Qué le has hecho?
—¿Por qué crees que le he
hecho algo? —Cailean no
recibió respuesta, pero una sola
mirada de Gaven le dijo lo que
pensaba—. Está bien.
Simplemente le he pedido que
no se alejara de mí.
—Pero lo ha hecho, según tú...
—Me ha preguntado por qué
quería tenerla cerca. Gaven
sonrió.
—Y tú que tienes la sensibilidad
de un dragón les has dicho que
quieres tenerla cerca porque aún
la amas.
Cailean renegó entre dientes
antes de responder:
—No he querido contestarle.
Ian le dio una fuerte palmada en
el hombro.
—Error. Si ha visto un cambio
en ti estos días, esperaba que le
dijeras la verdad, no solo lo
evidente, que era tenerla cerca
para protegerla. Estoy seguro de
que necesitaba escuchar tus
verdaderos sentimientos.
Cailean frunció el ceño.
—¿Desde cuándo entiendes
tanto de mujeres? Ian resopló.
—Desde que las odio a muerte.
Leith suspiró y llamó la atención
de Cailean.
—Entonces lo mejor es que
vayas a buscarla ahora y le digas
la verdad.
—¡Es que me saca de quicio! Yo
no me siento capaz de abrirme
como antes. Hay momentos en
los que sí, pero otros... Cuando
ella espera de mí la verdad, no
puedo.
—Pero ahora mismo estás aquí
dentro mientras ella no sabes
dónde está, al igual que Elliot.
Ten cuidado, amigo. Nosotros te
protegeremos la espalda estos
días, pero no sabes si ahora
mismo Helen está en peligro.
Leith tenía razón. Había dejado
que Helen se marchara y ahora
no sabía dónde estaba. Tal vez
Elliot a partir de ahora estaría
pendiente de todos y cada uno
de sus movimientos, por lo que
debía estar más cerca de Helen,
y él acababa de cometer su
primer error.
Cailean se levantó de su asiento,
terminó su whisky y se dirigió
hacia la puerta tras despedirse de
ellos antes de ponerse a gruñir
para sí:
—¿Qué ha dicho? —preguntó
Cameron con auténtico interés.
—Algo así como que va a
retorcerle las pelotas a Jacobo
por su brillante idea del
matrimonio —respondió Ian con
una sonrisa.
Cailean refunfuñó cuando, tras
buscar a Helen en su dormitorio,
no logró encontrarla. Acababa de
cruzarse con Eileen y esta
tampoco pudo darle
explicaciones sobre el paradero
de Helen, por lo que su
nerviosismo fue en aumento a
medida que recorría el castillo
en su búsqueda y no lograba
encontrarla.
—Maldita sea... —murmuró
dando vueltas cerca de la salida
del castillo.
Se preguntó dónde podría haber
ido y el recuerdo de haberla
visto varias veces en un banco
del jardín lo asaltó, por lo que se
dirigió hacia allí sin demora. No
obstante, tampoco pudo
encontrarla allí.
—¿Buscas a Helen?
Cailean se giró sobre sí mismo y
vio llegar a Iria con la capucha
de su capa puesta, pues la fina
lluvia que caía se estaba
volviendo algo más intensa.
Intentó cambiar la expresión de
su rostro iracundo por uno más
suave, ya que no pretendía
asustar a la prometida de Leith, y
acabó asintiendo.
—Sí. ¿La has visto?
La joven se cruzó de brazos y lo
miró ceñuda.
—Tal vez... Pero no sé si lo
mejor es que te lo diga. Cailean
frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—A que la he visto llorando. No
he querido acercarme a ella para
darle intimidad, pero estoy
segura de que tú tienes algo que
ver.
El guerrero resopló, cansado.
—Sí, tienes razón. Y ahora, ¿te
importaría decirme dónde está?
— preguntó con cierta calma,
cansado de los rodeos de la
joven.
Iria sonrió y se encogió de
hombros.
—No lo sé, pero la he visto salir
hace un buen rato fuera de la
muralla junto a una de las
sirvientas.
Cailean frunció el ceño y se
acercó a ella, pero Iria, al ver
que el guerrero acortaba la
distancia con ella, dio un paso
atrás.
—¿Estás segura? Helen podría
correr peligro.
—Tengo muy buena vista. Y sí,
era ella y no otra sirvienta.
Pregúntale a uno de los
guerreros del portón. Estoy
segura de que podrá serte de
más ayuda que yo.
Cailean miró hacia donde le
indicaba la joven y preguntó en
voz alta:
—¿Y por qué querría salir al
bosque?
—Para huir de ti, seguramente
—respondió la joven de forma
incisiva.
Cailean la miró y le sorprendió
aquella contestación, pues según
Leith, su prometida parecía
querer huir despavorida cada vez
que un guerrero la miraba. Y
ahora a él le hablaba así...
Tras una mirada cargada de
rencor, Iria se marchó hacia el
interior del castillo y lo dejó
solo. La lluvia caía cada vez con
más fuerza y los truenos que
minutos antes sonaban en la
lejanía, ahora lo hacían con más
fuerza, pues se acercaban con
demasiada rapidez. ¿A dónde
habría ido Helen con la que
estaba cayendo? ¿Acaso se había
vuelto loca como para adentrarse
en el bosque a pesar de haberle
pedido que no se alejara de él?
¿Y si Graham aprovechaba la
ocasión y la sorprendía cuando
estuviera sola? Esas y otras
muchas preguntas más se
arremolinaban en su mente a
medida que se acercaba al portón
y divisó a Lachlan en él
intentando fundirse con la piel
de su capa para evitar la lluvia
que caía sobre ellos.
—¡MacLeod! —vociferó el
guerrero al verlo—. ¿Has venido
a ponerte en mi lugar?
—Más quisieras, Lachlan —dijo
el joven—. Venía a preguntarte
si has visto a mi prometida. Me
han dicho que la han visto salir.
El guerrero chasqueó la lengua y
mostró una expresión de
preocupación.
—Espero que no me mates,
MacLeod, pero me pidió... no,
me exigió que abriera el portón
porque iba con Mary a dar un
paseo. Pero no han vuelto del
bosque.
Cailean apretó los puños.
—¿Y por qué las has dejado
salir?
—Porque tu querida prometida
tiene un carácter de mil
demonios. De haber tenido una
daga me la habría puesto en las
pelotas para que le abriera el
portón.
Cailean resopló.
—¿Y dices que han ido al
bosque?
—Sí.
—¿Y has visto salir también a
Graham Elliot o alguno de los
hombres del rey?
Lachlan bufó, burlón.
—¿Bajo esta lluvia? Estarán
disfrutando de un buen whisky
al lado de una chimenea
mientras se quejan de lo mal que
viven.
—¿Estás seguro de que no ha
salido? El guerrero frunció el
ceño.
—Claro que sí. ¿Ha ocurrido
algo? ¿Tienes problemas con
Elliot?
—¿Hay alguien que no los
tenga? —preguntó de forma
irónica—. Voy a ensillar mi
caballo y a salir a buscarlas.
Lachlan asintió y lo vio marchar.
Cailean refunfuñó al pensar que
pudiera haberse perdido en
medio del bosque con la
tormenta que estaba cayendo
sobre el castillo. Le enfureció el
hecho de que lo hubiera
desobedecido a los cinco
minutos de haberle pedido que
no se alejara de él, ya que
justamente había hecho lo
contrario.
—Maldita sea... —renegó entre
dientes al pensar en el frío que
pudiera estar pasando con ese
vestido tan fino que llevaba
puesto.
Se golpeó a sí mismo por no
haber sido sincero con ella y
haberle confesado la verdad que
ella misma le había pedido
escuchar. El orgullo y el miedo
le habían impedido hablar y
ahora cabía la posibilidad de
perderla.
—¿Te vas? —Ian lo sorprendió
al salir de la cuadra donde estaba
su caballo.
Cailean resopló.
—Lachlan me ha dicho que ha
visto salir a Helen con la
sirvienta a la que Graham ha
golpeado. Al parecer han ido a
pasear, pero todavía no han
regresado.
Ian frunció el ceño y se apoyó en
la jamba de la entrada al establo.
—¿Iba con Mary? Cailean
asintió.
—La sirvienta no se ha ido a
pasear, sino a su casa. Le he
dicho que se quede allí unos días
hasta que se recupere. Estaba
muy asustada.
El guerrero se quedó quieto y
miró con profundidad a Ian.
—¿Entonces han mentido a
Lachlan?
—Puede ser, pero Mary no vive
precisamente cerca de aquí,
Cailean —le advirtió con
preocupación—. Hay que
atravesar el bosque.
—Oh, maldita sea —se quejó
Cailean al tiempo que montaba a
lomos de su caballo—. La voy a
matar. Te juro que pienso
retorcerle el cuello cuando dé
con ella.
Ian sonrió al verlo marchar y le
gritó para hacerse oír entre el
sonido de la lluvia.
—¡No creo que lo primero que
harás al verla sea eso! Cailean
resopló y espoleó al caballo para
acercarse al portón.
—Ve con cuidado, MacLeod —
le advirtió Lachlan al verlo salir
—. La tierra estará muy
resbaladiza.
—Mejor... así será más fácil
cavar una tumba —renegó entre
dientes antes de instigar a su
caballo para finalmente
adentrarse en las profundidades
del bosque.
CAPÍTULO 12
Helen sabía que se estaba
metiendo en problemas. Hacía
varios minutos que la noche se
había echado sobre Mary y ella,
especialmente por la oscuridad
de las nubes que no dejaban de
descargar agua, cada vez de
forma más intensa. La joven
intentó fundirse contra la tela de
su capa para resguardarse más
del frío y de la lluvia que ya
calaba parte de su ropa.
—No voy a poder perdonarme
jamás que enferméis por mi
culpa —dijo Mary cuando en la
distancia vio aparecer las
primeras casas del pueblo.
—No voy a enfermar —
respondió Helen con los dientes
castañeando.
—De todas formas, ya estamos
llegando —le advirtió la
sirvienta—. Si queréis, podéis
quedaros en casa de mis padres
hasta que amanezca.
Helen negó con la cabeza.
—No, prefiero regresar.
—¡Pero es de noche y está
lloviendo! Helen se encogió de
hombros.
—Siempre me ha gustado
caminar bajo la lluvia, y estoy
acostumbrada. Esto no es peor a
otras cosas que he podido vivir.
Además, necesito aclarar mis
ideas.
Mary la miró y optó por callar.
En sus ojos vio tristeza y en ese
instante fue consciente de que la
vida de esa muchacha que había
a su lado no había sido mucho
mejor que la suya solo por gozar
de otra posición. Aún así, no
podía evitar sentirse mal porque
la joven la hubiera acompañado.
—Señorita, quería agradeceros
que me hayáis acompañado aun
a riesgo de ganaros una buena
reprimenda.
Helen sonrió levemente. Estaba
segura de que en cuanto
regresara al castillo Cailean
pondría el grito en el cielo por
haber salido de entre los muros
del castillo tras haber recibido la
amenaza de Graham. Pero en ese
instante, poco le importaba. El
guerrero no había tenido la
decencia de querer responder a
su pregunta, y ella tampoco iba a
tenerla para acatar sus órdenes.
Estaba enfadada con él y quería
demostrarle su rebeldía con
aquel acto, aunque se ganara la
reprimenda del mismísimo rey si
este llegaba a enterarse de lo que
había hecho. Tan solo le
quedaba rezar para que nadie la
hubiera buscado por el castillo
durante esa hora y Lachlan no se
fuera de la lengua si veía a
Cailean o a su laird.
—No hay nada que agradecer.
Te lo debía. Me siento culpable
por lo que te han hecho porque
si yo no hubiera insistido al
señor Graham, él no te habría
golpeado.
—No pasa nada, señorita.
Llevabais razón. Yo tenía cosas
que hacer en la cocina y no tenía
el tiempo necesario para curar a
tantos heridos, y ellos tenían sus
manos sanas, pero yo sé que no
podía negarme.
Helen pasó una mano por sus
hombros y la apretó contra sí.
—Te entiendo. A veces nos
cargan con demasiados deberes
y cuando no podemos llegar a
tiempo a todo, cargan contra
nosotras.
Mary la miró de soslayo.
—¿A vos os han pegado? —
preguntó con cierta sorpresa.
Helen sonrió tristemente y
asintió.
—Aunque me hayan
comprometido con el señor
MacLeod, yo ya estuve casada.
Y no se comportaba conmigo
como un verdadero caballero
porque sabía que yo amaba a
otro hombre.
La sirvienta abrió los ojos
desmesuradamente.
—¿Sí? ¿A quién? —Al darse
cuenta de que se había metido
demasiado, Mary se apartó de
ella y negó con la cabeza—. Lo
siento, no he debido preguntar
eso.
—No pasa nada. Yo siempre he
amado al que ahora es mi
prometido.
—¿Al señor MacLeod? —
preguntó, asombrada. Helen
asintió.
—Entonces ahora tenéis mucha
suerte porque os vais a casar con
el hombre al que amáis.
—No estoy tan segura de esa
suerte. Creo que él no siente lo
mismo. Pero bueno... hay que
acatar las órdenes de Jacobo...
Mary intuyó el tono triste de la
joven y se mantuvo callada, pues
no quería hacerla sentir peor. Al
cabo de unos minutos, llegaron a
su casa.
—Es aquí, señorita.
Helen asintió y le dedicó una
sonrisa.
—Espero que te recuperes
pronto, Mary.
—¿De verdad no queréis pasar a
calentaros?
Helen negó al mismo tiempo que
un trueno bastante fuerte sonó
sobre su cabeza, provocándole
un escalofrío. La verdad es que
la noche estaba empeorando
tanto que le habría gustado
detenerse allí a pasar la noche,
pues ya podía imaginarse cómo
estaría de enfangado el camino
que habían traído desde el
castillo. Sin embargo, el simple
hecho de imaginarse el rostro
iracundo de Cailean cuando se
enterara de que no había pasado
la noche allí le hizo desear
regresar cuanto antes para
evitarse más problemas de los
que pudiera tener ya a su
espalda.
—Lo mejor es volver cuanto
antes.
—Tened cuidado, entonces,
señorita. Y muchas gracias por
acompañarme.
—De nada.
Helen levantó una de sus frías
manos para despedirse y, tras
esto, miró de nuevo hacia el
camino de vuelta. La joven se
refugió aún más en su capa y
comenzó a caminar lentamente,
pues el piso estaba resbaladizo y
temía caerse y embarrar toda su
ropa. Varios mechones de su
pelo, que sobresalían por la
capucha de la capa, estaban
empapados y goteaban al tiempo
que se pegaban contra su
vestido. Sin lugar a dudas, si
después de eso no enfermaba era
porque había un ángel tras ella
protegiéndola del frío de la
noche.
Al cabo de varios minutos, dejó
atrás el pequeño pueblo y volvió
a internarse en el bosque.
Apenas podía ver el camino
debido a la lluvia y a la escasa
luz de la luna que las nubes
dejaban entrar a través de ellas.
Sin embargo, había logrado
memorizar el camino, pues sabía
que a la vuelta la oscuridad
reinaría a su alrededor.
Tan solo podía escuchar el
sonido de sus pisadas y la lluvia,
nada más y en medio de aquella
soledad no pudo evitar sentir un
pánico terrible que amenazó con
petrificarla si no llegaba cuanto
antes al castillo. Pero sabía que
tardaría mucho más en llegar que
lo que había tardado en llegar al
poblado, pues todo estaba tan
embarrado que incluso el
sendero parecía desaparecer
entre tantos charcos de agua.
Helen apretó el paso cuando se
maldijo por enésima vez por
haber querido demostrar una
valentía que ahora no tenía con
ella. Debió haberse quedado en
el castillo, junto a una chimenea
calentita y un buen té en lugar de
perderse en medio del bosque. Y
en el momento en el que escuchó
algo cerca de ella, sus pies
pararon de golpe. La joven se
quitó la capucha de la cabeza
para intentar ver mejor a través
de la lluvia, que ahora mojaba
todo su pelo. Estaba segura de
que algún animal salvaje
pululaba libremente por el
bosque, tal vez buscando
comida, y temió que fuera ella su
próxima presa.
Las manos comenzaron a
temblarle cuando el sonido de
una rama se escuchó cerca de
ella. Helen se giró hacia el lugar
de donde procedía el sonido,
pero no logró ver nada por la
lluvia. Al instante, otro sonido
por detrás llamó de nuevo su
atención y volvió a girarse, no
logrando obtener visión alguna.
Y cuando al cabo de unos
segundos se dijo que debía
reiniciar la marcha para alejarse
de allí cuanto antes, no pudo dar
un solo paso cuando alguien la
atacó por detrás, pasó su brazo
por encima de sus hombros y
logró tapar su boca justo en el
momento en el que un grito
estuvo a punto de salir de su
garganta.
Helen sitió al instante el filo de
una daga en el cuello y todo su
cuerpo se paralizó de repente
ante el miedo, pues una
respiración trabajosa e iracunda
refunfuñaba en su oído.
—Si ya me causas estos
problemas antes de casarnos, no
me quiero imaginar cómo será
nuestro matrimonio —dijo la
voz ronca de Cailean en su oído.
Helen estuvo a punto de lanzar
un suspiro de alivio al
escucharlo. Sin embargo, la
rabia que el guerrero había
impreso en cada palabra le hizo
temblar de nuevo. Sabía que se
había metido en un buen lío y
que tal vez Cailean no le
perdonara aquello en años.
—Espero que me des una buena
razón para explicar qué
demonios haces en medio de un
bosque de noche bajo la lluvia
para hacerme desechar la idea de
matar por primera vez a una
mujer.
Cailean apartó la mano de su
boca, pero la sujetó contra su
pecho. Había pasado tanto miedo
desde que salió del castillo hasta
encontrarla que cuando la vio en
medio del bosque
completamente sola y a oscuras
estuvo tentado de dejarla allí
para darle un escarmiento por
haberlo preocupado tanto. Jamás
en su vida había pasado tanto
miedo ante algo así; ni siquiera
cuando Niall estuvo a punto de
ser asesinado delante de todo el
clan había sentido tal pánico en
todo su ser.
En cuanto su mano tocó la boca
de la joven para evitar que
gritara, su cuerpo había dejado
de temblar, pues al fin la tenía
entre sus brazos, pero al mismo
tiempo deseaba matarla
lentamente. Antes de que la
joven respondiera, Cailean cerró
los ojos y escondió el rostro en
el hueco de su cuello para
aspirar su aroma. Descubrió que
Helen estaba temblando, no
sabía si por el frío o tal vez el
miedo por haber sido
sorprendida en su escapada. Pero
no le importó. Ahora estaba de
nuevo junto a él y la llevaría
sana y salva al castillo.
Helen sintió contra su cuello el
aliento cálido del guerrero y
boqueó varias veces antes de
poder responder, pues se había
quedado sin palabras:
—Yo... he salido para
acompañar a Mary a su casa.
—¿Me estás diciendo que te has
expuesto al peligro por una
tontería? — preguntó haciéndole
cosquillas en el cuello.
A pesar del frío de la noche y de
la ropa que ya calaba hasta su
ropa interior, Helen sintió que un
rayo de calor penetraba por su
cuello y recorría todo su cuerpo.
Cailean estaba consiguiendo que
todo su cuerpo entrara en calor
tan solo con su aliento contra su
cuello.
—No era una tontería. Graham
la ha golpeado por mi culpa, y
me sentía en deuda con ella.
—Podrías haberle pedido a
alguien que os acompañara,
incluso a mí.
Helen cerró los ojos e intentó
concentrarse en la lluvia que caía
cada vez con más fuerza, pues
si centraba su atención en el
aliento y la mano de
Cailean contra sus hombros, no
podía pensar con claridad.
—Estaba enfadada contigo —
admitió. Cailean suspiró contra
su cuello.
—Y ahora que estoy yo
enfadado contigo ¿qué debería
hacer? No, enfadado no.
Iracundo, rabioso, molesto,
exasperado... preocupado.
El guerrero la soltó y dio un
paso atrás, esperando su
respuesta, algo que no tardó en
llegar. Helen se giró hacia él con
la velocidad de un rayo y clavó
su mirada en él.
—¿Has dicho preocupado? ¿Por
qué? Soy un fastidio, una
molestia, alguien a quien
proteger. Ahora tienes deberes
para conmigo que no querías.
¿O te has preocupado por otro
motivo?
Volvía a hacerle la misma
pregunta. Ante él tenía la misma
cuestión de horas antes cuando
la joven se la había planteado de
una forma diferente, aunque
igual de directa. Se había
arrepentido de no haberle
respondido la verdad, pero ahora
que volvía a tenerla delante, el
enfado por haberse expuesto al
peligro y la preocupación por
que pudiera pasarle algo hacía
que se mantuviera callado.
—Tienes razón, Helen. Eres un
fastidio, logras sacarme de
quicio a pesar de que nadie
nunca lo ha logrado —le espetó
en lugar de decirle la verdad.
La vio apretar los puños.
—Puede que yo sea una carga
para ti, pero al menos tengo la
valentía suficiente de decir las
cosas a la cara. Te confesé que
seguía amándote y que por ese
amor me gané más de una paliza
de David. Y creía que tú también
me amabas porque parecías estar
dispuesto a que nuestro futuro
matrimonio siguiera adelante.
Pero ya veo que todo forma
parte de tu promesa al rey y tan
solo soy una carga, alguien a
quien le debes protección. Nada
más. Pensaba que eras valiente,
como el guerrero que dices ser.
¿De verdad después de esto te
consideras un verdadero
highlander?
Helen sabía que con esa
pregunta daría en el clavo, pues
el día que se separaron le planteó
una pregunta parecida tan solo
para herirlo. Sabía que le haría
daño con ella, pero esperó y
rezó que sirviera para hacerlo
reaccionar.
Sin embargo, tan solo lo vio
apretar los puños y la
mandíbula con fuerza, algo que
la enfureció aún más y se giró
para regresar sola al castillo.
—Te odio, Cailean MacLeod —
le espetó.
—Espera, Helen —le pidió.
La joven giró levemente la
cabeza y le espetó:
—¡No! ¡Prefiero irme sola!
Al hacer ese gesto, no vio que
frente a ella había un pequeño
terraplén, fruto del agua de la
lluvia, que había desnivelado el
terreno, por lo que se escurrió y
cayó. Helen lanzó un grito al
ver que caía al resbaladizo
suelo, pero especialmente
cuando sintió un pinchazo en el
tobillo derecho.
Al instante, escuchó las pisadas
de Cailean corriendo hacia ella y
vio cómo el guerrero se
agachaba a su lado.
—¿Estás bien?
Helen intentó contener las
lágrimas que pugnaban por salir
de sus ojos, en parte por el dolor
del tobillo, en parte por la rabia
y la frustración de no saber si
Cailean realmente seguía
amándola.
—Déjame en paz, Cailean.
Puedes volver solo al castillo.
Helen intentó levantarse, pero
volvió a gritar cuando sintió un
rayo de dolor en el pie.
—¿Te has hecho daño? —
preguntó el guerrero con tono
preocupado.
—No, estoy bien.
—Oh, venga ya, Helen. No seas
orgullosa.
La joven gruñó intentando
apartarse el pelo mojado de la
cara.
—¡Orgulloso eres tú, que no
quieres reconocer lo que sientes!
La rabia que vio reflejada en los
preciosos ojos de Helen por fin
le hizo reaccionar. El guerrero se
incorporó de un salto y, con un
gruñido, le espetó:
—¿Y qué quieres que te diga,
maldita sea? ¿Que te amo? —
vociferó agitando ligeramente
los brazos con desesperación—.
¡Pues sí, maldición! A
pesar de todo este maldito
tiempo y de todo lo que he
sentido durante años, te sigo
amando, mujer del demonio.
Que estoy loco por ti y que no
puedo arrancarte de mi mente a
pesar de haberlo intentado
infinidad de veces. Que cada vez
que te veo mi corazón late con
tanta fuerza que parece un
caballo desbocado y que cuando
no te veo ardo de preocupación y
deseo por volver a verte. Te he
odiado con toda mi alma por lo
que me hiciste, pero a pesar de
todo me he dado cuenta de que a
quien realmente odiaba era a mí
mismo por no haber logrado
olvidarte. Necesito estar a cada
instante contigo y te busco con
la mirada para saber dónde estás,
pues tan solo una mirada tuya es
capaz de poner luz en mi camino
e iluminar mi vida. Te amo,
Helen MacLeod, maldita sea. Y
me importa una mierda que me
odies y que ahora no quieras que
te toque, pero te voy a cargar en
mis brazos y voy a llevarte a un
lugar seguro donde poder
esperar a que deje de llover. Para
mí no eres una carga a quien
debo proteger, sino todo lo
contrario. Te quiero proteger
porque te amo y porque no
puedo pensar siquiera en que
algo pueda pasarte. Así que dime
una cosa, ¿vienes conmigo como
mi prometida o como la mujer
que más me odia en el mundo?
Cailean resopló cuando terminó
de hablar. Su pecho subía y
bajaba con rapidez debido a la
fuerza con la que había soltado
aquellas palabras. Las había
dicho por fin y no podía creerlo.
Por primera vez en mucho
tiempo se sentía libre y tan solo
podía sentir temor de que la
joven lo volviera a rechazar y lo
dejara de nuevo en la estocada.
Helen lo miraba desde el suelo,
incapaz de moverse y sin apenas
sentir el lacerante dolor de su
tobillo. ¿Había escuchado bien o
tal vez el sonido de la lluvia
había tergiversado las palabras
reales de Cailean? La joven lo
observaba con los ojos muy
abiertos por la sorpresa. El pelo
del guerrero caía sobre su rostro,
como si quisiera tapar ese
sufrimiento que vio reflejado en
su mirada. Y sin poder perder
más tiempo, le dijo:
—Como tu prometida —susurró.
Cailean asintió con gesto
emocionado y se agachó de
nuevo junto a ella.
Desde esa corta distancia la miró
a los ojos y le pidió:
—Entonces agárrate a mí porque
no pienso soltarte hasta que estés
a salvo. Con brazos temblorosos,
Helen se aferró a sus hombros y
apoyó la cabeza
en su cuello mientras Cailean
pasaba la mano por su cintura y
bajo las rodillas para levantarla
del suelo con tanta facilidad que
tuvo la impresión de que estaba
levantando una pluma. La sujetó
con fuerza entre sus brazos para
impedir que cayera y comenzó a
caminar hacia el lugar donde
había dejado el caballo, no muy
lejos de allí. De camino hasta el
pueblo, se había desviado y se
había topado con una cabaña
abandonada, donde había
decidido atar al animal para ir
andando hasta encontrar a
Helen. Agradeció ese lugar en
medio del camino, pues recorrer
la distancia desde allí hasta el
castillo sería casi imposible, ya
que el camino estaba
impracticable.
Intentando no resbalar, Cailean
pisaba con fuerza el terreno y
cuando por fin vio la cabaña
cerca de allí, estuvo a punto de
lanzar un suspiro de alivio.
Helen temblaba entre sus brazos,
aunque no estaba seguro de que
solo fuera de frío. Las ropas de
ambos estaban completamente
empapadas e incluso él, que
estaba acostumbrado a las
temperaturas frías de Skye,
sentía que sus pies estaban
comenzando a entumecerse.
El guerrero abrió la puerta de
una patada y entró en la cabaña
de dos zancadas. Sin descanso,
llevó a Helen hasta el
destartalado camastro que había
en una esquina y la depositó allí
con cuidado.
La joven no pudo evitar dibujar
una expresión de dolor cuando
apoyó el pie en la cama y se
acomodó como pudo en ella
mientras Cailean se giraba de
nuevo hacia la puerta de entrada
para cerrarla.
—Debo encender un fuego antes
de que nos enfriemos más —dijo
con voz temblorosa por el frío.
Helen asintió, incapaz aún de
poder hablar con él. Tras todo lo
que Cailean le había confesado
se encontraba sin palabras. Lo
miró moverse por la cabaña
como si no fuera la primera vez
que estuviera allí. Lo vio recoger
algunos trapos viejos, ramas
secas que había en el interior y
otras cosas que no logró
distinguir y, en cuestión de
minutos, un pequeño fuego en la
vieja chimenea comenzó a
calentar aquella fría cabaña que
les había servido de resguardo de
la intensa lluvia que caía fuera.
Un relámpago iluminó toda la
cabaña y le permitió a Helen
distinguir mejor el rostro de
Cailean. Este estaba más serio de
lo normal y durante unos
segundos tuvo la sensación de
que estaba haciendo todo lo
posible por alargar
el momento para acercarse a
ella.
—Cailean... —susurró.
El guerrero levantó la mirada
hacia ella y la vio extender la
mano hacia él para que se la
tomara. La luz de la pequeña
fogata iluminaba sus ojos y vio
en ellos una plegaria que no
pudo rechazar. Se incorporó y se
aproximó lentamente al camastro
para sentarse cerca de ella.
—¿Te duele el tobillo?
Helen asintió y levantó
levemente el vestido para dejarlo
al descubierto. A pesar de la
poca luz que había, se veía a
leguas que estaba torcido, pues
había comenzado a hincharse.
Con delicadeza, acarició su piel
y cuando escuchó un silbido de
Helen, apartó la mano. Levantó
la mirada y la vio temblar de
frío, por lo que le dijo:
—Será mejor que te quites la
ropa o enfermarás. —Y al ver su
rostro sorprendido, le explicó—.
La cama tiene unas sábanas
viejas con las que poder taparte
mientras se seca tu vestido. Y si
no te importa, yo también voy a
desnudarme. Tranquila, me iré
cerca de la chimenea y no
miraré.
Helen dudó, aunque finalmente
el frío pudo con ella y aceptó.
Cailean se levantó y, tal y como
había prometido, se dirigió hacia
la chimenea, donde comenzó a
desvestirse mientras escuchaba
el sonido de la ropa de Helen al
tiempo que esta se la quitaba.
Tuvo que hacer acopio de toda
su fuerza de voluntad para no
girarse y mirarla, pues el deseo
de estrecharla entre sus brazos
no había hecho más que
aumentar tras confesarle toda la
verdad de sus sentimientos. Sin
ningún tipo de pudor, Cailean se
desvistió con prisas, quedándose
desnudo, pues sentía que iba a
comenzar a tener calambres en
las piernas debido al frío y
agradeció mentalmente que
aquellas ramas y troncos secos
se encontraran dentro de la
cabaña abandonada y pudieran
disfrutar de ese calor que le
ofrecía la vieja chimenea.
Al cabo de unos segundos, dejó
de escuchar el roce de las telas
del vestido de Helen y cuando
todo quedó en silencio, la joven
exclamó un simple:
—Ya está.
Cailean se giró hacia ella y la
observó desde su posición. Con
la luz de la chimenea su piel
parecía resplandecer más que
nunca y su pelo, aún mojado,
caía sobre sus hombros y
espalda, mostrándole a una
Helen que parecía ser una ninfa
recién salida de un río.
La joven se tapaba con las
sábanas viejas que había sobre la
cama mientras su vestido
descansaba en el suelo. La vio
apretar con fuerza la tela contra
su pecho, como si temiera que
pudiera quitársela y
aprovecharse de su situación. Y
cuando dio un paso hacia ella y
la vio dar un respingo, le dijo
con suavidad:
—Me gustaría ver tu pie.
Helen asintió. No sabía qué le
estaba ocurriendo, pero tras la
confesión de Cailean, que era lo
que ella deseaba escuchar, se
sentía extraña, sin saber qué
debía hacer a continuación y
cómo tenía que comportarse.
Aquello era algo nuevo para
Helen y no estaba segura de lo
que el guerrero esperaba de ella
tras ese momento.
Lo vio caminar hacia la cama
con tranquilidad y sentarse a los
pies de esta para apartar la
sábana que cubría su dolorido
tobillo. Helen intentó no darle
importancia al hecho de que el
guerrero estuviera desnudo, pero
no pudo evitar pensar que el
cuerpo del joven parecía llenar la
estancia ahora que se mostraba
en todo su esplendor.
Dibujó una expresión de dolor
cuando Cailean tocó con
suavidad en la zona que más le
dolía.
—Está torcido —indicó—, pero
no roto. Si quieres puedo darte
un pequeño masaje para intentar
que baje la hinchazón para
mañana.
—No sabía que supieras de esas
cosas. Cailean levantó la mirada
y la clavó en ella.
—En la guerra se aprende de
todo si quieres sobrevivir. —
Después le sonrió—. Te
sorprendería verme coser una
camisa.
Helen sonrió levemente mientras
Cailean comenzaba a frotar su
pie.
—Todavía no te he dado las
gracias. El guerrero la miró
fijamente.
—¿Por qué?
—Por salvarme de la lluvia, por
traerme hasta aquí y por... seguir
amándome.
Helen no sabía cómo retomar el
tema de conversación con el que
habían discutido en medio de la
lluvia, por lo que tras decirle
eso, supo que no había vuelta
atrás.
—La verdad es que es algo que
yo no deseaba hacer. Me he
castigado infinidad de veces
solo por seguir sintiendo algo
por ti, pero desde que estamos
prometidos, no puedo seguir
negándome lo que tengo aquí —
dijo señalando su pecho
desnudo.
—Yo también te amo, Cailean
—confesó—. Llevo mucho
tiempo culpándome por no haber
tenido el suficiente valor de
enfrentarme a mi padre y
demasiado tiempo odiándote por
no haber venido a rescatarme de
mi destino impuesto. Pero
ninguno tenemos la culpa de
cómo nos ha tratado la vida.
Cailean se sentó más cerca de
ella y alargó una mano para
acariciar su rostro. Ahora tenía
la total libertad de hacerlo, sin
culparse, sin sentirse mal, sin
engaños... Helen era suya, el
corazón de la joven le pertenecía
y por primera vez en mucho
tiempo, se sentía bien, como si
hubiera encontrado esa parte de
él que tanto anhelaba. Y no
deseaba perderla.
—Cuando me ha dicho Lachlan
que habías salido del castillo en
medio de esa tormenta y con la
sombra de Elliot tras nosotros...
pensaba que iba a perderte otra
vez. Me he vuelto loco al creer
que iba a encontrarte muerta en
medio del camino. Por favor, no
me vuelvas a hacer esto.
Helen negó con la cabeza y llevó
su mano hacia su mejilla, allá
donde reposaba la mano del
guerrero. Sintió su fortaleza bajo
la palma y, de repente, tuvo la
necesidad de dejar atrás todo el
sufrimiento que habían pasado
para recuperar el tiempo
perdido. Lo miró fijamente a los
ojos, implorándole que le hiciera
olvidar todo lo vivido durante
esos años de ausencia.
Cailean lo captó al instante, y
aunque se dijo que lo mejor era
esperar a estar casados, la
mirada de Helen le hizo perder
la poca cordura que ya le
quedaba, pues saber que estaba
desnuda bajo aquella sábana
hacía que su mente divagara y
dejara volar la imaginación,
provocando que su cuerpo
ardiera con el fuego del dragón
que llevaba dentro.
CAPÍTULO 13
Cailean apretó la mandíbula en
un vano intento por detenerse,
pero cuando Helen dejó caer
parte de la sábana que la cubría,
le dijo en un ronco susurro:
—¿Sabes lo que estás haciendo?
Helen asintió, convencida de que
lo deseaba a él. Necesitaba sentir
que todo lo vivido quedaba atrás
y que ahora tenía un futuro junto
a Cailean, además de que
necesitaba borrar las huellas que
pudiera hacer dejado David en
su cuerpo.
—Quiero entregarme a ti.
El guerrero clavó la mirada en
ella y vio el deseo que pululaba
por sus ojos. Había estado
pensando en ese momento
durante años, y jamás pensó que
pudiera al fin acariciar y hacer
que el cuerpo de Helen ardiera
de deseo por él. Siempre
imaginó cómo habría sido hacer
el amor con ella, y ahora que la
joven estaba frente a él, desnuda
y entregándose a él, necesitó de
toda su fuerza de voluntad para
no lanzarse hacia ella con
auténtico deseo.
Sabía que Helen había sufrido
por culpa del que había sido su
marido y no quería que se
llevara una mala impresión de
él. Por ello, con toda la calma
que pudo reunir, acortó la
distancia con ella y la besó con
suavidad. Llevó la mano hacia
su nuca y la aferró contra él,
fundiendo su boca contra la de
ella, que parecía arder ante su
contacto.
Helen tenía la certeza de que
esa noche iba a combustionar
por sí sola, pues la mano y todo
el cuerpo de Cailean parecían
tener fuego, provocando que
toda su sangre se encendiera ante
aquel simple contacto. Aquel
calor que el guerrero provocaba
en ella se repartió lentamente por
su cuerpo hasta que acabó por
irse a ciertas zonas, como sus
mejillas, las cuales ardían, pero
sobre todo, su entrepierna. El
impacto del calor en esa zona tan
íntima provocó que Helen
tuviera la imperiosa necesidad
de abrir sus piernas, como si ese
simple gesto pudiera hacer que
el calor disminuyera.
Cailean gimió ante su contacto y
sin dejar a un lado esa suavidad
con la que se obligaba a tratarla,
la empujó lentamente para
recostarla y cuando por fin
Helen estuvo completamente
tumbada, el guerrero la admiró.
El cabello
de la joven, aún húmedo, se
esparcía por toda la almohada y
su color claro provocó que el
color rojizo de sus mejillas fuera
aún más notable y apetecible.
—No puedes imaginar las veces
que he dibujado este momento
en mi cabeza —admitió en un
ronco susurro.
—Yo también —confesó la
joven provocando que sus
mejillas ardieran aún más.
Cailean sonrió ante ese gesto tan
inocente. La había amado tantas
veces en su cabeza que ahora
que el momento era real quería
disfrutarlo y grabarlo a fuego en
su cabeza. Con delicadeza,
apartó la sábana que cubría el
cuerpo de Helen para que la
joven se mostrara tan desnuda
como él, intentando no tocar el
pie dolorido.
Desde su posición la admiró y
lentamente llevó una mano
desde su cuello, acariciando toda
su piel, hasta sus muslos, sin
dejarse ni un solo centímetro de
su cuerpo sin tocar y haciendo
que el bello de la joven se
erizara a su paso y comenzara a
mostrar ese deseo que corría por
sus venas.
—Has sido siempre tan
hermosa...
—Ahora tengo cicatrices...
Cailean frunció el ceño y se fijó
en un par de marcas que no
había visto en su lento recorrido.
Estas se encontraban en el
costado de la joven y las acarició
como si fueran lo más bonito
que había visto nunca.
—¿Te las hizo él?
Helen asintió y Cailean apretó
los dientes por la rabia. Se sentía
culpable por no haber estado allí
para defenderla y dejarle claro a
ese hombre que Helen era suya y
que no tenía derecho a tratarla
así.
Para sorpresa de la joven,
Cailean se inclinó sobre ella y
besó aquellas pequeñas marcas
de su costado. Helen lanzó una
exclamación de sorpresa, pues el
bello del pecho del guerrero le
hizo cosquillas en su vientre y
todo en ella volvió a encenderse.
Helen se atrevió a alargar una
mano para tocar con suavidad
los hombros de Cailean mientras
este dirigía su boca hacia uno de
los pechos de la joven.
Esta gimió por la sorpresa que le
produjo la sensación de su
lengua jugando con uno de sus
pezones y arqueó la espalda
inconscientemente. Sus dedos se
fundieron con la piel de Cailean,
que lanzó un gruñido de
satisfacción cuando Helen
restregó su cuerpo contra él.
—Cailean... —gimió.
El guerrero sonrió contra su piel
y llevó su boca hacia el otro
pecho de Helen, que volvió a
gemir al tiempo que sentía que
las pocas fuerzas que le
quedaban la abandonaban por
completo, dejándose llevar por
aquella maraña de sensaciones
que le estaba produciendo la
boca del guerrero.
Sus pequeñas manos vagaron
por la espalda de Cailean,
descubriendo bajo su tacto
algunas cicatrices, y al igual que
había hecho él con su cuerpo, las
acarició con ternura. Las marcas
llevaron sus manos más abajo,
hasta el trasero del guerrero, el
cual apretó hacia ella, con la
necesidad de que su piel se
fundiera con la de Cailean. Este
se levantó sin dejar de besar su
cuerpo y la cubrió con todo su
cuerpo, dejando reposar su
erección en el vientre de Helen,
que dio un respingo al sentirla
contra ella.
—Eres tan hermosa... —le
repitió.
—Jamás pensé que me dirías eso
después de haber visto la mirada
que me dedicaste la primera vez
que me viste el otro día.
Cailean rio contra su cuerpo y
elevó la cabeza para mirarla a
los ojos.
—La verdad es que no podía
creer que te hubieras convertido
en una mujer aún más bonita de
lo que ya eras años atrás.
Helen sonrió y, sin apartar la
mirada de sus intensos ojos
azules, arqueó la espalda,
fundiendo de nuevo su cuerpo
contra él y haciendo que la poca
entereza que quedaba en Cailean
desapareciera. Un gruñido de
satisfacción salió de su garganta
al tiempo que sus ojos se
encendían con el fuego que
corría por su interior. El dragón
acababa de despertar tras años
dormido y, sin duda, esa noche
lo iba a dejar salir para satisfacer
a Helen como debía.
Acortó la distancia con ella y la
besó. Llevó una de sus manos al
vientre de la joven y lo acarició
con premura, pero sin perder su
suavidad. Mientras tanto, Helen
llevó las manos hacia las duras
nalgas del guerrero y las apretó
contra sí, disfrutando de aquel
contacto tan íntimo. El placer
que le produjo
provocó que su espalda volviera
a arquearse justo en el momento
en el que los juguetones dedos
de Cailean bajaron hasta su
entrepierna.
—¡Cailean! —exclamó clavando
los dedos en sus nalgas.
El guerrero gimió al tiempo que
sonreía. Le encantaba ver cómo
Helen se entregaba por completo
a él y por ello aprovechó ese
momento y exploró su cuerpo
con sus dedos, arrancando
roncos gemidos de la garganta
de Helen, cuyas mejillas estaban
tan rojas como el fuego que
brillaba en ese momento en la
chimenea.
Cailean atrapó con sus labios
todos y cada uno de los gemidos
de la joven, que temblaba con
auténtico ardor entre sus brazos.
Lentamente y sin hacerle daño
en el tobillo, le separó las
piernas sin dejar de acariciarla y
llevó su miembro hacia la
ardorosa entrada de Helen, que
estaba húmeda y dispuesta a
recibirlo.
—Te deseo tanto... —susurró
contra sus labios.
Con un ronco gemido, se adentró
lentamente en su cuerpo,
disfrutando de cada centímetro
de la joven, que se abrió a la
perfección para recibirlo.
Helen jadeó al recibirlo.
Aquello era mucho mejor de lo
que hubiera imaginado. Jamás
creyó que el acto de amor entre
una pareja pudiera ser así, tan
arrollador, tan fuerte, tan
placentero... Y cuando Cailean
se enterró por completo en ella,
arqueó la espalda buscando más.
Al instante, el guerrero comenzó
a moverse con lentitud,
atormentándola a ella y a sí
mismo, pues tenía la impresión
de que iba a explotar en
cualquier momento. Helen
tembló al sentir su movimiento y
en cuestión de segundos adaptó
el mismo compás, siguiendo con
sus caderas el ritmo marcado por
Cailean y haciendo que su placer
aumentara a cada embestida del
guerrero.
Cailean apretó las manos contra
las sábanas, pues jamás había
experimentado tanto placer, ni
siquiera pensaba que pudiera
tener tanto autocontrol como
para ir tan lento, disfrutando de
cada embestida y arrancando
tantos gemidos de la garganta de
Helen. El joven escondió el
rostro en el cuello de la única
mujer a la que había amado y
aceleró el ritmo de sus
embestidas, incapaz de
contenerse por más tiempo.
Sintió en sus nalgas las manos
firmes y temblorosas de Helen
clamando más y cuando los
gemidos de esta fueron en
aumento, indicando que estaba a
punto de terminar, Cailean
aceleró y se derramó en ella al
mismo tiempo que Helen gritaba
su nombre.
Los cuerpos de ambos temblaron
y Cailean se mantuvo unos
segundos quieto, incapaz de
poder moverse, pues si lo hacía,
sabía que caería en un abismo
del que para salir necesitaría de
nuevo el cuerpo de Helen. Por
eso, tan solo se hizo a un lado
cuando recuperó los latidos
suaves de su corazón y
únicamente con la intención de
no aplastar a Helen. Pero a pesar
de apartarse de ella, no se alejó
demasiado, pues la abrazó con
fuerza cuando esta suspiró,
recuperando el ritmo lento de su
respiración.
—¿Te he hecho daño? —le
preguntó al cabo de unos
segundos de silencio. Helen
negó y se apretó contra él.
—Ha sido maravilloso.
Cailean sonrió y acercó la vieja
sábanas hasta ellos para arropar
a los dos con la intención de
evitar que se enfriaran. El fuego
por fin estaba comenzando a
secar sus cabellos y sus ropas
mientras la tormenta seguía
rugiendo fuera de los muros de
la cabaña. El guerrero sabía que
al día siguiente tendría que dar
muchas explicaciones por su
ausencia del castillo, pero
después de lo que acababa de
pasar no le importó, pues a su
lado tenía a la persona que más
le había importado en el mundo.
Por fin la había recuperado y
ahora sí podía decir que el
pasado se había quedado atrás y
tan solo un futuro abierto al
amor los esperaba.
Mientras Helen se acurrucaba
más contra él y poco a poco se
quedaba dormida entre sus
brazos, Cailean dibujó una
sonrisa, imaginando la cara que
pondría Niall cuando lo viera
llegar a Skye de la mano de la
joven, pues él era el que más lo
había visto sufrir por ese amor
perdido durante todos esos años.
Cailean apoyó la barbilla en la
cabeza de Helen y se relajó
mientras escuchaba el sonido de
la lluvia. Sabía que tenía por
delante unos días duros hasta
que por fin se casaran y pudiera
regresar a su hogar, eso sin
contar con que debía soportar la
presencia de Graham Elliot cerca
de ellos y el temor de que
pudiera hacerle daño de nuevo a
Helen.
A partir de ese día debía andar
con cuidado por el castillo, pues
estaba seguro de que Elliot haría
lo que fuera para hacerle daño y
sabía que había
descubierto que Helen era su
gran punto débil. No obstante,
esa noche disfrutaría de aquella
tranquilidad y soledad de ambos,
por lo que cerró los ojos y se
dejó llevar por el cansancio,
quedándose dormido en cuestión
de minutos.
La noche pasó demasiado rápida.
El alba la sorprendió con el
recuerdo de las manos de
Cailean aún sobre su cuerpo. No
podía creer que hubiera pasado
la noche con él ni que se hubiera
entregado al guerrero. Sin lugar
a dudas, aquello había sido lo
mejor que le había pasado en
años.
Helen se desperezó lentamente,
disfrutando del roce de esa vieja
sábana sobre su piel desnuda y
dándose cuenta de que el dolor
de su tobillo era apenas un mero
recuerdo. Disfrutó del tacto de
Cailean a su lado, pues
desprendía tanto calor que poco
importó que se hubiera apagado
el fuego a media noche, ya que
con solo su piel podía calentarse
si tenía frío. La joven se giró
hacia él y lo observó mientras
dormía. Una sonrisa bobalicona
se dibujó en sus labios y alargó
una mano para acariciar el pecho
desnudo del guerrero. Bajo sus
dedos pudo sentir parte de la
fuerza que desprendía a pesar de
estar dormido, pero lo que más
llamó su atención fue el calor
que manaba de cada poro de su
piel y entonces comprendió por
qué lo llamaban dragón. Dentro
de él había un inmenso fuego
que corría por sus venas y que
apenas podía contener.
Helen llevó la mano hacia el
rostro de Cailean, y descubrió
que así, dormido, sus facciones
se mostraban con cierta dulzura,
algo que no solía ver en su
expresión, que siempre estaba
endurecida. Acarició su
incipiente y negra barba, que
cubría parte de su rostro,
haciéndolo más varonil, más
salvaje.
Lentamente, bajó su mano de
nuevo y la llevó más abajo del
pecho, en dirección a su vientre.
Le encantaba tocarlo con
libertad, sin la mirada del
guerrero sobre ella que siempre
acababa por ponerla nerviosa.
Acarició su piel y le impresionó
descubrir que su vientre estaba
tan duro como una roca.
—Si sigues más abajo vas a
descubrir algo que tal vez te
sorprenda...
Helen dio un respingo al
escuchar la voz de Cailean.
Levantó la mirada y lo vio
sonreír antes de abrir los ojos y
clavar su mirada en ella. La
joven sintió cómo toda su sangre
se concentraba en sus mejillas y
supo que se había
sonrojado cuando el guerrero
soltó una risa y llevó una mano
hacia su rostro para acariciarlo.
—¿Estabas despierto? —le
preguntó con cierta molestia en
la voz más por la vergüenza por
haber sido descubierta que por
otra cosa.
—Bueno, me preguntaba dos
cosas: hasta dónde ibas a llegar y
qué pensabas mientras me
acariciabas.
Helen lanzó un bufido poco
femenino e intentó apartarse de
él, pero las fuertes manos de
Cailean se aferraron con
determinación a su cadera y la
atrajeron de nuevo hacia él. La
joven lo miró con odio fingido e
intentó desasirse de nuevo, sin
éxito.
—No voy a soltarte hasta que
me digas lo que quiero oír.
Helen sabía que no tenía
escapatoria, así que suspiró y lo
miró para confesarle la verdad:
—Me preguntaba si algún día
serías capaz de perdonarme de
verdad todo lo que hice.
Cailean sonrió de lado
pícaramente antes de empujarla
contra él para colocarla sobre su
cuerpo. Helen dejó escapar un
grito por la sorpresa y sintió de
nuevo cómo sus mejillas se
teñían de rojo intenso cuando
sintió entre sus piernas el erecto
miembro del guerrero.
—Si no te hubiera perdonado,
no te haría esto... —le dijo antes
de llevar las manos a las nalgas
de la joven para apretarlas con
firmeza.
Le dedicó una sonrisa antes de
elevar las manos hasta la espalda
de Helen para seguir
acariciándola.
—Ni esto...
Elevó el cuello para besarla
lentamente, haciéndola gemir
cuando sus manos fueron de
nuevo hacia sus nalgas y su
entrepierna para palparla.
—Ni tampoco esto...
Con una sonrisa, llevó su
miembro hacia la entrepierna de
Helen y lentamente,
sorprendiéndola y captando con
sus labios el grito de sorpresa de
la joven, la penetró una vez más,
pues lo sucedido la noche
anterior no había
sido suficiente para calmar la sed
que el guerrero tenía en su
interior desde hacía años, ya que
ninguna otra mujer había
logrado conseguir lo mismo que
Helen en una sola noche. La
necesitaba de nuevo, quería
sentir todo de ella, su pasión, su
olor, la forma en la que se dejaba
llevar por todas las sensaciones,
algo que era natural y
espontáneo en ella y no fingido
como las mujeres a las que solía
frecuentar.
Cailean dejó que fuera Helen la
que esta vez le hiciera el amor a
él y lentamente, la joven
consiguió llevarlo a un éxtasis
en el que volvió a alcanzar un
orgasmo arrollador que le hizo
gritar de auténtico placer al
mismo tiempo que Helen se
dejaba caer agotada sobre él.
—¿Siempre es así? —le
preguntó la joven escondiendo el
rostro en su cuello.
—¿Tú has vivido esto de otra
manera?
Helen no respondió. No podía
hacerlo. Se apretó con más
fuerza contra él y dejó correr el
tiempo, aunque sabía que debía
darle una respuesta coherente a
su pregunta, pero debía remover
demasiados recuerdos para ello...
—¿Helen? —preguntó Cailean
intentando apartarla para mirarla
a los ojos. La joven suspiró y se
tumbó a su lado para devolverle
la mirada.
—David únicamente me pegaba
mientras... Y también era muy
salvaje...
Cailean resopló, enfadado con
aquella revelación, pues siempre
había pensado que no había que
maltratar a ninguna mujer, ni
siquiera a una que te hubiera
humillado y hecho daño.
—Me parece que ahora es mi
turno para preguntarte si me
perdonarás tú por no haber ido a
salvarte de esa vida.
Helen sonrió tristemente.
—No tengo nada que perdonar.
No lo sabías, pero el destino
decidió quitarlo de mi camino, y
está muerto.
Cailean la abrazó tiernamente y
apoyó la barbilla en su cabeza
durante unos minutos. Tras esto,
se apartó y le dijo:
—¿Cómo tienes el tobillo?
—Mucho mejor. Creo que puedo
caminar sin sentir tanto dolor.
—Entonces, debemos regresar.
Puede que nos estén buscando.
Helen asintió y se incorporó en
la cama para buscar su vestido
que ya se había secado gracias al
fuego que había encendido
Cailean la noche anterior. La
joven dirigió su mirada hacia
una de las viejas ventanas y
descubrió que el día había traído
tranquilidad al cielo. Hacía ya
varias horas que la tormenta
había pasado y el sol brillaba en
el cielo por primera vez en
varios días. No obstante, el
camino seguía embarrado como
la noche anterior, pero podrían
volver al castillo aunque el paso
fuera lento.
—Espero que Jacobo no se haya
dado cuenta de nuestra
ausencia... —dijo Cailean.
—La culpa recaerá sobre mí, no
te preocupes.
Cailean sonrió mientras se
ajustaba el cinturón a la cadera.
—¿De verdad crees que voy a
dejar que Jacobo te eche la
culpa? Ya me inventaré algo.
—Pero podemos decirle la
verdad... El guerrero negó.
—Tranquila. No pasará nada por
una simple mentira.
Al cabo de varios minutos,
ambos estaban preparados para
regresar al castillo Mackintosh.
Cuando salieron por la puerta, el
frío de la mañana amenazó con
colarse entre sus ropajes, pero
Helen se arropó con su propia
capa cuando montó en el caballo
del guerrero. Y cuando este
subió tras ella, se dejó caer sobre
su amplio pecho, disfrutando del
calor que manaba de su cuerpo.
Efectivamente, pudieron recorrer
la poca distancia que los
separaba del castillo, aunque
más lento de lo que a Cailean le
habría gustado y cuando la
muralla de la fortaleza se dibujó
frente a ellos en el momento en
el que salieron de los límites del
bosque, una sonrisa se dibujó en
los labios del guerrero al ver el
rostro iracundo y preocupado de
su amigo Ian, que estaba en lo
alto de la muralla intentando
divisar algún movimiento en el
bosque.
En cuanto el guerrero los
reconoció, dejó escapar un
gruñido de rabia y
bajó de la muralla para
esperarlos abajo y en el
momento en el que sus hombres
empezaron a abrir el portón, Ian
exclamó:
—¡MacLeod, te voy a arrancar
las pelotas! ¿Dónde demonios os
habéis metido?
Cailean le dedicó una sonrisa y
ayudó a Helen a bajar del
caballo.
—¿Estabas preocupado? Ian
resopló, enfadado.
—¿Por ti? Más quisieras, pero
Jacobo está que trina. Está a
punto de salir a buscaros.
Cailean resopló, contrariado.
Había deseado con fervor que el
rey no se hubiera dado cuenta de
que habían faltado a la cena del
día anterior y al desayuno de esa
mañana, pero estaba seguro de
que Graham Elliot había hecho
diversos comentarios para poner
a Jacobo en su contra.
—¡MacLeod! —vociferaron
cerca de ellos.
Cailean y Helen se giraron para
ver llegar al rey con sus armas
colgando de la cadera y con una
expresión realmente iracunda en
el rostro. Helen sintió pánico al
verlo tan enfadado y deseó
contarle la verdad, pero la mano
de Cailean tomó la suya y la
apretó con suavidad, para que lo
dejara hablar.
—Te he metido en un lío —
susurró la joven antes de que
Jacobo pudiera escucharla.
—Tranquila —le pidió Cailean.
—¿Se puede saber dónde
estabais? —preguntó el rey con
auténtico enfado.
Helen jamás lo había visto así.
Sus ojos estaban muy abiertos
mientras que en su frente una
vena parecía tan hinchada que
estaba a punto de explotar.
—¡He reunido a mis hombres
para salir a buscaros!
—Lo siento, mi señor —
comenzó Cailean con tono
inocente—. Mi prometida y yo
salimos a dar un paseo por el
bosque y nos sorprendió la
tormenta demasiado lejos del
castillo. Hemos tenido que
resguardarnos en una cabaña
hasta que hemos podido
regresar.
Jacobo enarcó una ceja ante
aquella explicación y miró a
Helen, que agachó la cabeza,
incapaz de sostenerle la mirada
al rey ante aquella verdad a
medias de Cailean, pues no era
del todo cierto lo que había
dicho.
—Está bien, MacLeod. No pasa
nada. La seguridad de la dama es
esencial, pero no vuelvas a
hacerlo, pues aún no estáis
casados.
Cailean asintió, obedientemente,
y vio cómo Jacobo se marchaba
de nuevo hacia el interior del
castillo, y no apartó la mirada
hasta que sintió en su espalda la
palmada de Ian, que lo miró con
una ceja levantada.
—¿Es impresión mía o le acabas
de mentir a Jacobo? —preguntó
en apenas un susurro.
Cailean dejó escapar una risa.
—En toda la cara, pero no se lo
digas —le pidió con una sonrisa.
Ian le devolvió el gesto y negó
con la cabeza al mismo tiempo.
—Pues ahora, si yo fuera
vosotros, iría al salón del ala
norte. Os están esperando...
Helen frunció el ceño.
—¿Quiénes? —preguntó con
interés.
—¿Tú quién crees, muchacha?
—le dijo tuteándola—. Hay más
gente esperando una explicación.
Cailean suspiró, agotado. La
imagen de sus amigos apareció
en su mente y supo que habrían
estado preocupados por si
Graham había ido tras ellos y los
había atacado tras su amenaza.
Por ello, caminó junto a Helen,
que apenas cojeaba, por el patio
del castillo hacia el interior de la
fortaleza. Ambos iban en
silencio, pero aún así, se
lanzaban miradas de soslayo
cada vez que el recuerdo de esa
noche acudía a su mente. Helen
estaba pletórica a pesar de que
sabía que se habían metido en un
lío. Todo lo que estaba
sucediendo esos días estaba
siendo una locura y, por primera
vez en su vida, se sentía
realmente viva.
CAPÍTULO 14
Lo primero que sintió Cailean
nada más entrar en el salón que
Ian les había indicado fueron
unas manos que no logró
identificar que lo agarraron de la
pechera de la camisa y lo
empujaron con fuerza contra la
pared más cercana.
—Sé que no soy tu padre, pero
dame una buena razón para no
arrancarte ahora mismo los
cojones y echárselos de comida a
los perros.
La voz de Leith fue abriéndose
paso en su mente sorprendida y
Cailean finalmente enfocó la
mirada en el guerrero, que lo
miraba con una mezcla de rabia
y alivio. Recorrió la estancia con
la mirada antes de responder y
vio que allí estaban no solo
todos sus amigos, sino las
prometidas de estos, que lo
observaban con la misma mirada
que Leith, que apretó con más
fuerza sus puños en su camisa.
—Si me sueltas puede que me
quede aire para poder hablar —
le pidió Cailean con voz calmada
mientras ponía una de sus manos
sobre las de su amigo.
Leith, lentamente, aflojó sus
puños hasta que lo soltó y se
alejó de él sin poder apartar la
mirada del joven, pues temía que
volviera a desaparecer.
—Entiéndenos, Cailean —
intervino Cameron—. Después
de saber que Elliot está tras
vosotros no hemos podido evitar
preocuparnos.
—Lo sé —respondió el aludido.
—Si le llega a pasar algo a
Helen por tu culpa, la que te
cortaría cierta parte de tu
anatomía sería yo —sentenció
Briana ganándose una mirada
reprobadora de su prometido.
Helen dio un paso al frente y
miró a todos.
—Creo que soy yo quien debe
pedir disculpas —comenzó—.
Ayer Cailean me pidió que no
me alejara de él por temor a lo
que Graham pudiera hacer,
pero...
—Pero tú hiciste completamente
lo contrario —terminó Struan
por ella—.
No me extraña... Mujeres...
Helen carraspeó, incómoda.
—Bueno, estaba enfadada con él
y simplemente no pensé en las
posibles consecuencias cuando
acompañé a su casa a la sirvienta
a la que Graham también golpeó.
Me dijo que debíamos atravesar
el bosque, pero no me importó.
Yo solo quería salir de aquí para
pensar.
—¿Y por qué no hablaste con
nosotras antes de marcharte? —
preguntó Eileen con
preocupación sin ser consciente
de la mirada que le dirigía
Gaven de soslayo.
Helen se encogió de hombros.
—Lo sé. Hice mal en no confiar
en vosotras antes que quedarme
sola. Lo siento. Y siento mucho
el daño que os he podido hacer
por mi culpa. Parece que solo sé
hacer eso...
La tristeza con la que Helen dijo
eso último hizo que Cailean se
acercara a ella y la tomara de la
mano.
—La culpa no solo es tuya, sino
también mía.
—Eso, eso... —dijo Kerr—. Al
menos nos podías haber dicho
que saliste tras ella.
Cailean frunció el ceño.
—Lachlan lo sabía —informó—.
Pensaba que os diría algo.
—Será cabr... —Struan se cortó
para evitar decir una palabra
malsonante delante de su
prometida y las demás—. ¿Y
dónde demonios habéis estado
hasta esta mañana?
Helen no pudo evitar sonrojarse,
algo que no pasó desapercibido
para los demás, especialmente
para Struan, que era el que había
preguntado y que deseó no
haberlo hecho. La joven
carraspeó, incómoda, y miró a
Cailean buscando ayuda para
poder responder a esa cuestión.
—Eso no es asunto vuestro —
dijo el guerrero. Gaven enarcó
una ceja.
—Me parece que no estáis en
posición de negaros a responder
después de la noche que hemos
pasado por vuestra culpa.
Cailean gruñó para sí mientras
Helen miraba con desesperación
a sus amigas, pero estas se
mostraron de acuerdo, por
primera vez, con los guerreros e
hicieron oídos sordos a su
silenciosa petición. Cailean
finalmente acabó cediendo y
comenzó a hablar:
—Encontré a Helen en medio de
la tormenta, pero no pudimos
regresar porque todo estaba
embarrado, así que nos
quedamos en una cabaña
abandonada que vi por
casualidad mientras iba hacia el
pueblo. De haber regresado, mi
caballo podría haberse roto una
pata o nosotros el cuello.
—¿Y qué habéis hecho hasta
ahora? —preguntó Iria desde el
fondo del salón con tanta
inocencia que todos los de la
sala giraron la cabeza hacia ella.
La joven, al darse cuenta de que
había metido la pata, enrojeció
de repente y carraspeó,
incómoda.
—Esto... yo quería decir... —
siguió sin saber qué decir.
—Supongo que habéis hecho
enterrado el hacha de guerra
después de todo lo que ha
pasado... —ayudó Leith a su
prometida.
Helen enrojeció de nuevo, pero
asintió.
—Hemos podido aclarar todo lo
que pasó hace años entre
nosotros y por fin ahora todo
está bien, así que espero hablar
pronto con Jacobo y adelantar
nuestra boda a las demás para
que sea cuanto antes —dijo
Cailean para sorpresa de Helen.
La joven lo miró con ojos muy
abiertos, sorprendida.
—¿Te quieres casar ya
conmigo?
—¿Deseas esperar más? —
preguntó el guerrero.
Helen abrió y cerró la boca
varias veces sin saber qué decir.
Realmente no quería esperar
más, pues el deseo de toda su
vida había sido unirse en
matrimonio a Cailean, pero por
otra parte sentía miedo. Miedo
de tener que pasar otra vez por lo
mismo cuando su padre se
enterara y que este hiciera lo
posible para que Jacobo
renegara de esa unión y los
separara de alguna forma.
Cailean vio el miedo en los ojos
de la joven y se acercó a ella,
poniendo las manos en sus
rojizas mejillas:
—¿A qué temes?
—A que mi padre vuelva a hacer
algo para separarnos. El guerrero
negó con la cabeza mientras
sonreía.
—Hace años tu padre aprovechó
que yo tan solo era un muchacho
que no sabía realmente cómo
defender lo mío. Ahora soy un
hombre que hará lo que esté en
su mano para mantenerte
conmigo el resto de nuestros
días, pese a quien le pese. Si tú
quieres seguir a mi lado...
Helen asintió, emocionada, y
obviando el hecho de que había
más personas a su alrededor se
lanzó a sus brazos.
—Claro que quiero estar contigo
—susurró en su oído.
Cailean sonrió y la estrechó
contra él con fuerza, deseando
poder estar así el resto de su vida
para recuperar el tiempo perdido
por culpa de las personas que
habían tenido a su alrededor.
—Entonces que Dios me dé
fuerzas, pues te amo tanto que
haré lo que sea para que nadie
vuelva a hacernos daño.
Helen dejó escapar las lágrimas
que estaba conteniendo y los
nervios se instalaron en su
estómago cuando se separó de él
y los demás comenzaron a
felicitarlos por haber encontrado
al fin la paz que ambos
necesitaban. La joven se sintió
abrumada, especialmente cuando
los guerreros le aseguraron que
ellos también estarían ahí para
protegerlos. Por primera vez en
su vida se sentía más protegida
que nunca. Por fin estaba
rodeada de gente que realmente
la amaba y harían lo que fuera
para que conservara su
seguridad.
Cailean también estaba
pletórico. Tan solo le quedaba
hablar con Jacobo para que
adelantara la boda a los
próximos días, pues no podía
esperar más para que Helen
fuera su esposa. Además, estaba
deseando poder regresar a su
hogar y compartir su felicidad
con la que él consideraba que era
su verdadera familia.
Sin embargo, unos ojos
perversos y siniestros miraban
toda la escena desde la puerta
que habían dejado entreabierta y
apretó los puños al ver la
felicidad en el rostro del
MacLeod. Lo odiaba con todas
sus fuerzas y no podía soportar
que este hubiera encontrado la
felicidad a costa de la suya, pues
por su culpa había perdido
algunas de sus tierras, además de
privilegios ante el rey.
Juró vengarse de él cuando
menos lo esperara, cuando más
tranquilo y seguro se sintiera,
pues solo en ese momento podría
proporcionarle la herida mortal
que merecía, y sin lugar a dudas
aquella rubia de ojos azules sería
la que lo ayudaría a acabar con
él.
Horas más tarde, Cailean y
Helen se presentaron ante un
Jacobo que estaba realmente
sorprendido por la llamada de
ambos jóvenes. Ian les había
cedido su propio despacho
personal para que pudiera hablar
con tranquilidad y evitar así
miradas u oídos indiscretos que
pudieran descubrir el tema que
les atañía. Aunque Cailean le
había prometido contarle lo que
estaba pasando, Ian logró
adivinarlo tras dirigir una mirada
rápida hacia las mejillas de
Helen, que no dejaban de
sonrojarse a cada mención al
tema tan importante que tenían
entre manos. No obstante,
asintió cortésmente y los dejó
solos con el rey.
—Debo reconocer que me ha
sorprendido vuestra llamada —
comenzó Jacobo mirándolos a
ambos.
Helen miró a Cailean y después
al rey, que tenía la mirada
clavada en ella.
—¿Estáis pensando en anular el
compromiso, señorita MacLeod?
—¿Anularlo? —preguntó ella,
sorprendida—. No, mi señor, al
contrario. Jacobo sonrió y se
acercó a ellos.
—Cuando os presenté me
dijisteis que os conocíais, pero
después me he enterado de que
no era solo una amistad lo que os
unió.
Cailean asintió.
—Exacto. Queríamos casarnos,
pero... no pudo ser.
—¿Entonces por qué me habéis
hecho llamar?
Cailean respiró hondo y soltó el
aire lentamente, antes de
responder:
—Para adelantar la boda cuanto
antes.
En el rostro de Jacobo se dibujó
una expresión de sorpresa.
—Vaya... He de decir que me
sorprende —Sonrió—. Estos
días os he estado observando y
lo que más primaba entre
vosotros era odio.
—Porque teníamos que resolver
unas diferencias —explicó Helen
—. Pero ya está todo
solucionado.
—¿Y no habrá tenido algo que
ver esta noche en medio del
bosque? — preguntó con cierto
deje irónico en la voz.
Helen no pudo evitar sonrojarse
ante la insinuación del rey, que
amplió su sonrisa al ver sus
mejillas rosadas.
—¿Nos daría su bendición para
poder casarnos mañana mismo?
— intervino Cailean para
ahorrarle a Helen el bochorno.
Jacobo los miró a ambos durante
largo rato en completo silencio.
Su idea era haberlos casado a
todos al mismo tiempo para
evitar estar más días en ese
castillo y regresar cuanto antes a
su hogar. Sin embargo, debía
reconocer que las relaciones de
todos no estaban yendo
precisamente como esperaba,
pues el odio que rezumaban
algunas de las novias por sus
prometidos, las continuas peleas
que provocaban algunos de estos
con sus propios hombres, los
problemas que estaban causando
en el castillo, la no aparición de
dos de los novios, entre otras
cosas le hizo pensar que tal vez
no había sido la mejor opción
juntarlos allí a todos.
Por otro lado, pensaba que tal
vez si los dos que tenía delante
se casaban ante todos, estos
podrían animarse y hacerse una
idea de lo que iba a ser su futuro,
pues podía distinguir la felicidad
en los ojos de Cailean y Helen,
además de las ganas por estar
unidos para siempre.
Por ello, tras carraspear para
aclararse la voz, les dijo:
—Si es eso lo que deseáis, yo no
puedo oponerme a vuestro
enlace. Pediré al señor
Mackintosh que avise al párroco
del pueblo para que venga
mañana a primera hora y prepare
un gran banquete para
celebrarlo.
Helen no pudo evitar lanzar un
suspiro de alivio al tiempo que
sonreía ampliamente. Por fin iba
a casarse con el único hombre al
que amado nunca.
Jacobo le dedicó una amplia
sonrisa y les dijo:
—Me alegra ver que uno de los
enlaces que he propuesto acaba
en buen término. Tan solo
espero que los demás también
puedan comprenderse y
respetarse.
—Les hace falta tiempo —dijo
Cailean con una sonrisa, pues
conocía a la perfección a sus
amigos y estaba seguro de que
acabarían rendidos a los pies de
sus prometidas.
—Y tiempo les daré —sentenció
Jacobo con una sonrisa—. Mi
más sentida enhorabuena.
Espero que la vida les sonría y
puedan ser felices en tierras
MacLeod.
—Gracias, mi señor.
Helen hizo una reverencia,
Jacobo les devolvió el gesto y se
marchó, dejándolos solos en el
despacho principal del castillo.
Sin embargo, esa soledad no les
duró demasiado, pues Ian
apareció tras la puerta con media
sonrisa pintada en los labios y
los brazos cruzados, llenando
por completo el espacio dentro
del despacho.
—¿Debo daros yo también la
enhorabuena? —preguntó de
forma irónica. Cailean lo miró
entrecerrando los ojos.
—¿Has estado espiando? —le
preguntó sin poder creerlo. La
sonrisa de Ian se amplió.
—Creo que Lachlan me está
contagiando esa faceta suya —se
defendió el guerrero—. De todas
formas, es algo que me han
pedido tus queridos amigos.
Cailean puso los ojos en blanco
y negó con la cabeza. Al
instante, Ian, con una sonrisa en
los labios, acortó la distancia
entre ellos y lo abrazó con
sinceridad.
—Me alegro de que por fin seas
feliz, amigo.
—Gracias —respondió Cailean
con emoción.
Cuando se separaron, Ian miró a
Helen con más seriedad. A pesar
de que intentaba modificar su
semblante ante las prometidas de
sus amigos por respeto a ellos,
no podía evitar sentir cierto
rencor hacia el género femenino
por todo el sufrimiento que pasó
tiempo atrás por culpa de una
mujer, al igual
que Cailean.
—Me alegro de que hagáis feliz
a mi amigo, señorita MacLeod
—le dijo con respeto al tiempo
que depositaba un beso en el
dorso de su mano.
—Espero poder hacerlo a diario.
Ian asintió con media sonrisa.
—Bueno, me voy a avisar a tus
queridos amigos —le comunicó
—. Kerr me ha amenazado con
romper todos mis barriles de
whisky si no les digo nada.
—Tomaos uno a mi salud —le
pidió Cailean. Helen sonrió y
llamó su atención.
—¿Y por qué no te lo tomas tú
con ellos? Yo voy a ir a mi
dormitorio a preparar todo para
mañana.
Cailean la miró y admiró su
belleza. A pesar de que siempre
la encontraba preciosa, en ese
momento la veía más radiante
que antes, como si tuviera un
halo de luz brillando a su
alrededor por la felicidad que
claramente la embargaba.
—Está bien. Iré con ellos, pero
si me necesitas, avísame. —
Esperó a que Helen asintiera—.
Y no te alejes del castillo.
—Tranquilo. No lo haré.
Cailean asintió no muy
convencido por dejarla sola
antes de su boda. Sabía que
Graham se encontraba aún en el
castillo y temía que hiciera algo
si se enteraba de su inminente
boda. Sin embargo, no quería
agobiar a su prometida, por lo
que tras apretarle la mano con
devoción, salió del despacho con
Ian.
Al quedarse sola, Helen lanzó un
suspiro. No podía creer que por
fin su vida comenzara a
enderezarse. Sabía que junto a
Cailean podría vivir la vida
siempre había deseado y sin la
sombra de su padre detrás de ella
para hacérsela imposible. Pero
ahora le quedaba preparar todo
para el día siguiente. Sabía que
debía sacar el vestido del baúl,
ya que lo había guardado al
fondo con la intención y el deseo
de no tener que usarlo cuando
salió de la casa de sus padres.
Además, quería preparar ciertos
adornos para el pelo,
entre otras cosas.
No obstante, por otro lado,
deseaba ir junto a sus amigas y
comunicarles ella en persona que
al día siguiente iba a casarse,
pero se dijo que lo haría más
tarde, cuando todo estuviera
listo.
Por ello, sin perder más tiempo,
Helen salió del despacho
principal del castillo y caminó
con paso lento, aunque sin
pausa, hacia las escaleras
principales. Las subió con una
sonrisa en los labios y ajena a
los guerreros con los que se
había cruzado a su paso por los
pasillos del castillo. Sin
embargo, cuando llegó al piso
superior no había absolutamente
nadie. El silencio fue el único
que la recibió y en parte lo
agradeció. Durante esos días
había estado más acompañada
que nunca, pero en ese momento
deseaba unos instantes de
soledad para pensar y organizar
sus pensamientos.
Un sentimiento de emoción la
embargó. Los recuerdos de los
últimos años acudieron a su
mente y aunque se decía que
todo iba a cambiar, no pudo
evitar dejar escapar al dolor.
Había sufrido tanto que ahora le
parecía casi un sueño que
Cailean deseara casarse con ella
para compartir su vida. Estaba
feliz, pletórica, y se dijo que
nada ni nadie podría empañar
esa felicidad que hacía casi
estallar su corazón.
Helen abrió la puerta de su
dormitorio y la dejó entreabierta
con la intención de acabar
cuanto antes los preparativos y
marcharse para avisar a sus
amigas de su enlace.
Caminó rápidamente hacia el
baúl, dándole la espalda a la
puerta, y se agachó frente a este
para apartar los vestidos que
cubrían el que su madre le había
preparado para su boda. Lo miró
con una sonrisa en los labios y
recordó el momento en el que lo
había guardado en lo más hondo
del baúl. Las lágrimas la habían
acompañado mientras lo hacía,
pues el simple hecho de pensar
que su vida estaría ligada a otro
hombre le revolvía el estómago,
pero ahora estaba feliz, pletórica
y mientras extendía el vestido
sobre la cama para alisarlo solo
pudo sonreír con más fuerza.
—Mi más sincera enhorabuena,
señorita MacLeod —dijo una
voz a su espalda,
sobresaltándola.
Helen se irguió y se giró hacia la
puerta en el momento en el que
Graham ingresaba en la
habitación y cerraba tras él,
quedándose completamente
solos
en el dormitorio. Helen se puso
nerviosa y se dijo que debía
gritar para alertar a quien
pudiera estar cerca de allí, pero
al ver que Graham se quedaba
quieto cerca de la puerta se
mantuvo callada.
—¿Qué hacéis aquí, señor
Elliot? Es mi dormitorio...
Graham sonrió y dio un paso
hacia ella, provocando que
Helen diera un paso atrás,
acercándose a la pared del
fondo.
—Bueno, me he enterado de
vuestro próximo enlace y he
querido venir a daros mi
enhorabuena en persona. Solo a
vos. A vuestro querido
prometido no voy a dársela si no
os importa.
Helen tragó saliva. Podría
discernir a leguas el odio que
Graham imprimía en cada
palabra que salía por su boca.
—Me parece de muy mal gusto
y poca educación presentarse en
mi dormitorio sin haber sido
invitado.
Graham lanzó una carcajada.
—¿Y al MacLeod sí lo habéis
invitado?
Helen sintió que las mejillas le
ardían por la insinuación del
guerrero.
—Eso no es de vuestra
incumbencia. Así que si no os
importa, abandonad mi
dormitorio en este mismo
instante.
Sin apartar la mirada de Helen,
Graham dio un paso hacia ella y
recorrió su cuerpo con sus ojos.
En ellos vio algo que ya había
conocido con anterioridad, y a
Helen no le gustó en absoluto,
por lo que le dijo:
—Si no os marcháis, gritaré.
Graham modificó su rostro por
uno más suave y la miró con una
sonrisa:
—¿Por qué ibais a gritar?
Pensaba que éramos amigos...
Helen frunció el ceño.
—¿Amigos? Los amigos no se
golpean y vos me tratasteis como
si fuera un animal.
Graham siguió acercándose a la
joven hasta que Helen chocó
contra la pared y no pudo
fundirse contra ella. Sin dejar de
caminar, Graham se
aproximó más y puso los brazos
alrededor de la cabeza de Helen.
—A pesar de la amistad, me
gusta dejar claro quién manda.
—Vos no mandáis en mí —le
espetó la joven con valentía a
pesar de que sentía un pánico
terrible.
Graham sonrió de lado y acercó
su rostro al de Helen.
—¿Qué pasaría si ahora
retorciera vuestro precioso
cuello?
—Que acabarías con mi espada
ensartada en tu vientre —dijo
una voz a su espalda.
Graham se separó de Helen al
instante y dirigió su mirada hacia
la puerta, donde se encontraba
Ian con la mano en la
empuñadura de la espada,
esperando un ataque por parte
del guerrero del rey.
—Elliot, has pasado varios
límites dentro de mis tierras y mi
castillo. Llegaste aquí como
invitado mío porque venías con
el rey, no porque me hayas caído
bien alguna vez en tu vida. Sin
embargo, te he acogido, has
comido mi comida, dormido en
mis camas y aún así sigues
empeñado en aprovecharte de mi
hospitalidad molestando a la
prometida de uno de mis mejores
amigos. Esta es la segunda vez
que la incomodas, pero por tu
bien espero que sea la última
porque si te empeñas en
molestarla de nuevo, me veré
obligado no solo a expulsarte de
mis tierras para siempre, sino a
arrancarte las entrañas y dárselas
a los cuervos para que se las
coman, pues es lo único para lo
que vales.
Ian Mackintosh dio un paso al
frente y se alejó de la puerta,
dejando el espacio necesario
para que Graham pudiera salir
por ella. Sin embargo, este se
detuvo unos instantes más
mientras le sostenía la mirada.
—Defiendes al MacLeod, pero
estás equivocado.
—Entonces si es así el problema
es mío, no tuyo. Agradezco tu
preocupación por mis posibles
equivocaciones, pero te repito
que salgas de este dormitorio y
no vuelvas a molestar más a la
señorita MacLeod.
Ian apretó los dedos alrededor de
la empuñadura de la espada.
Necesitó de toda su fuerza de
voluntad para no desenvainarla,
pues Graham lo estaba poniendo
al límite, y su paciencia era casi
nula. Pero cuando por fin vio
que
este se movía y abandonaba la
estancia sin mirar atrás y sin tan
siquiera decir una sola palabra
más, estuvo a punto de suspirar
aliviado.
Cuando se quedaron solos, Ian
miró a Helen, que lo observó con
gratitud:
—Gracias, señor Mackintosh —
expresó—. Si no hubiera sido
por usted...
Ian tragó saliva y asintió
seriamente. Había visto a
Graham hacer ciertos
movimientos extraños desde el
pasillo inferior y al no fiarse por
completo de él, lo siguió.
—Solo hago mi trabajo. Cailean
es mi amigo y no quiero que
sufra más. Helen asintió y se
acercó a él con cierta
incomodidad.
—¿Es muy indecoroso de mi
parte si le pido algo? El guerrero
enarcó una ceja.
—Yo... bueno, me gustaría que
no le dijera nada a Cailean.
Helen casi vio cierta expresión
de alivio en su rostro, por lo que
al darse cuenta de lo que había
dicho con anterioridad, se
sonrojó.
—No me importaría callarme
por una mujer como vos, pero no
puedo hacerlo. Lo único que
puedo prometer es que haré lo
que sea para convencer a
Cailean de que no ataque a Elliot
por lo que acaba de hacer. Os
doy mi palabra.
Helen sonrió y asintió,
agradecida.
Ian hizo una reverencia y volvió
a dejarla sola. La joven suspiró
cuando la puerta se cerró y se
sentó en la cama para respirar
hondo y calmarse. Los nervios
amenazaron con hacerla vomitar,
pues sentía que tenía la comida a
punto de ser expulsada de nuevo,
pero logró tranquilizarse
lentamente. La sombra de
Graham parecía estar por todas
partes y la amenaza que había
visto en sus ojos no dejaba de
atormentarla. Había notado el
odio que rezumaba por cada
poro de su piel y algo le dijo
que debía tener cuidado hasta
que se marcharan del castillo,
pues estaba segura de que no iba
a quedarse quieto.
CAPÍTULO 15
La última cena antes de
convertirse en la esposa de
Cailean para siempre llegó antes
de lo que había imaginado. Tras
el altercado con Graham Elliot,
Helen se reunió con sus amigas
en el jardín y mientras daban un
paseo les contó todo lo que había
sucedido. Estas se extrañaron
cuando les contó que le había
pedido a Ian que no contara
nada, pero temía que hubiera un
enfrentamiento entre Cailean y
Graham antes de la boda.
Tras esa reunión y charla con sus
amigas, todas se dirigieron hacia
el salón para cenar, y fue
entonces cuando Helen se dio
cuenta de todo el ajetreo que
había en el castillo debido a su
inminente boda. En parte se
sintió mal porque el clan
Mackintosh fuera quien tuviera
que hacer los preparativos en
lugar de haberla celebrado en
Skye cuando regresaran, pero
descubrió que eran muy
eficientes y que el salón más
grande del castillo, donde
celebrarían la boda, estaba
siendo decorado con adornos
preciosos que harían que aquella
boda fuera tal y como la había
soñado.
Allí se reunió con Cailean, al
que no había visto en el resto de
la tarde y al ver su rostro
contraído por la rabia, se dio
cuenta de que Ian ya le había
contado lo sucedido con Graham
en su dormitorio. El guerrero
tenía un porte tenso mientras
intentaba desviar la mirada
rabiosa de Graham hacia otro
lado, aunque cuando la vio
aparecer por la puerta del salón,
miró de soslayo al guerrero del
rey, que mostró indiferencia,
como si nada hubiera pasado.
Helen caminó hacia la mesa y se
sentó frente a Cailean,
dedicándole una sonrisa, aunque
este solo la miró seriamente.
—¿Estás bien? —le preguntó el
guerrero cuando la joven se
acomodó en la silla—. ¿Te ha
hecho daño?
Helen negó con la cabeza.
—No. Apareció el señor
Mackintosh y lo echó del
dormitorio.
—¿Y por qué no has acudido a
mí? —le preguntó con cierto
enfado en la voz.
Helen suspiró.
—Para evitar esto precisamente.
No quería que te enfadaras y que
en nuestra boda tuvieras mala
cara por culpa de Graham.
Olvídalo. No ha pasado nada y
tendré más cuidado con la puerta
de mi dormitorio.
—Podría haberte hecho algo...
—Pero no lo ha hecho y no
quiero que Jacobo se enfade la
noche anterior a nuestra boda —
susurró con voz implorante—.
Por favor, olvidemos lo que ha
pasado. Mañana nos casaremos y
nos iremos cuanto antes de este
castillo, así que Graham será
parte del pasado.
Cailean suspiró largamente y
asintió mirándola a los ojos.
—Y no te enfades conmigo, por
favor —le pidió la joven.
Cailean la miró durante unos
segundos hasta que finalmente
esbozó una sonrisa y alargó la
mano por encima de la mesa
para tomar la de la joven entre
las suyas.
—Tienes razón. Lo siento, es
que solo al pensar que podrías
estar en peligro me altera.
Helen le devolvió la sonrisa.
—Ahora te tengo a ti para
protegerme. Y eres el mejor.
La mirada de Cailean brilló y
abrió la boca para decirle algo,
pero justo en ese momento
Jacobo se levantó de su asiento y
tomó la copa entre sus manos
antes de dirigir su mirada hacia
los futuros contrayentes.
—Debo reconocer que el motivo
por el que quiero hacer el brindis
aún me sorprende, pues no había
pensado que alguno de vosotros
querría adelantar su boda. Por
eso es tan importante para mí
comunicaros, a los que aún no lo
sabéis, que mañana por la
mañana se celebrará el enlace
entre el Cailean y Helen
MacLeod. Me alegro de haber
unido de nuevo vuestros destinos
y espero que seáis felices en
vuestra nueva vida. —Jacobo
levantó su copa, animando a los
demás a que hicieran lo propio
con la suya—. ¡Enhorabuena y
larga vida!
Los demás repitieron sus mismas
palabras, especialmente los
amigos del guerrero, pues los
hombres del rey apenas
movieron los labios, ya que la
vida de Cailean poco les
importaba, especialmente tras lo
sucedido en las cocinas
del castillo. El guerrero no pudo
evitar dirigir una mirada hacia
Graham, que no levantó su copa,
ni siquiera dio muestras de
haber escuchado al rey, pero sí
tenía la vista clavada en Cailean.
En ella vio el odio que habitaba
en su interior y el guerrero rezó
para poder abandonar el castillo
cuanto antes, pues estaba seguro
de que si su estancia allí se
alargaba, sería capaz de iniciar
una guerra con los Elliot por
culpa de Graham.
Helen se encontraba una hora
después en su dormitorio. La
cena se había alargado más de lo
que deseaba, pues estaba tan
cansada que apenas podía
mantener los ojos abiertos. Al
día siguiente sería su boda, el día
más importante y feliz de su
vida, y quería estar descansada,
especialmente tras haber
dormido en un viejo camastro en
medio del bosque la noche
anterior. Sin embargo, a pesar de
su cansancio había tenido que
quedarse hasta tarde por petición
de Jacobo, que había organizado
un baile en honor a los novios
antes de tiempo y había insistido
en que se quedaran hasta bien
entrada la noche.
Tras la fiesta, Cailean se había
despedido de ella con un largo y
apasionado beso que prometió
algo más en cuanto fueran
marido y mujer. Y tras lo
sucedido la noche anterior entre
ellos, le fue muy difícil a Helen
despedirse de él sin invitarlo a su
dormitorio para revivirlo. No
obstante, se repitió a sí misma
que al día siguiente sería su
esposa y que tendrían todo el
tiempo del mundo para repetir
una y otra vez lo que habían
compartido la noche anterior.
En ese momento, se dispuso a
quitarse el vestido amarillo que
se había puesto para la cena y lo
dejó sobre el respaldo de una de
las sillas que había junto a la
chimenea. Dejó su pelo suelto
por toda su espalda como si de
una cascada se tratara y dejó
sobre el sillón grande el vestido
de su boda.
Helen suspiró, agotada, y dirigió
una mirada por la ventana a la
luna. Desde allí apenas podía
verse, pues nuevas nubes cubrían
el cielo, pero sí logró ver una
parte y admirar la belleza del
astro. Se regocijó en aquella
belleza y rezó para que todo
saliera a pedir de boca, pues una
extraña preocupación se había
instalado en su estómago y temía
que la boda no fuera del todo
bien.
Al cabo de unos minutos, se
dispuso a acostarse, pero un
ruido extraño
justo en la puerta de su
dormitorio llamó su atención. Al
instante, su corazón saltó por el
miedo al temer que Graham
volviera a hacer de las suyas
para impedir la boda. Las
manos comenzaron a temblarle
y estuvo a punto de gritar para
llamar la atención de alguien
más que anduviera cerca de allí.
Sin embargo, intentó darse
ánimos y valentía para intentar
dar la cara en ese preciso
momento. Un nuevo ruido
volvió a escucharse y Helen dio
un respingo. Parecía que alguien
estuviera arañando la puerta o
intentara entrar sin hacer ruido.
A pesar del temblor de sus
manos, Helen cogió uno de los
zapatos que acababa de quitarse
y que estaba en el suelo y se
acercó lentamente hacia la
puerta. El ruido comenzó a
hacerse más notable y cuando
puso la mano sobre el pomo de
la puerta, escuchó claramente el
bufido de alguien tras ella. Al
instante sintió su corazón de
nuevo como si de un caballo
desbocado se tratara y durante
unos segundos llegó a pensar en
poner algo delante de la puerta y
correr hacia la cama para taparse
con las sábanas. Pero se dijo que
debía defenderse. Por ello, con el
zapato en mano comenzó a abrir
lentamente el pomo de la enorme
y pesada puerta y, sin pensárselo
más, abrió de golpe y golpeó con
fuerza el bulto que había en el
suelo justo ante ella. No fue
hasta que reconoció la voz de su
víctima que paró, quedándose
petrificada.
Frente a ella, el bulto se quitó el
manto de la cabeza, unos colores
que reconoció al instante, y la
cabeza de Cailean apareció ante
ella.
—Pero ¿se puede saber qué
haces? ¿Me acabas de pegar con
un zapato?
—preguntó sin poder creerlo
mientras miraba, incrédulo, a la
mano que sostenía el “arma” que
había empleado contra él.
Pasada la impresión inicial,
Helen lo miró con ojos muy
abiertos.
—¿Yo? ¿Qué haces tú? Pensaba
que te habías ido a tu dormitorio
y que alguien quería abrir la
puerta para atacarme —se
defendió la joven.
Cailean levantó la mirada hacia
ella y entrecerró los ojos.
—¿Y pensabas matarlo con tu
zapato? —preguntó con cierto
tono burlón.
—Todavía no lo descarto —
respondió mostrándole de nuevo
el escarpín
—. ¿Se puede saber qué hacías
ahí agachado escondido debajo
de tu manto?
Cailean resopló, incómodo.
—No estaba escondido —
explicó—. Intentaba dormir.
Helen frunció el ceño.
—¿En medio del pasillo? —
preguntó sin comprender—.
¿Por qué?
—Porque no me fío de Elliot y
he pensado que si me quedo en
la puerta durante la noche, nadie
se acercará a hacerte daño.
Helen necesitó tragar saliva para
evitar emocionarse, pues lo
único que había conseguido
Cailean con aquella confesión
fue enternecerla. La joven lo
miró a los ojos y vio la verdad
en ellos, además de incomodidad
por haber sido descubierto en
ese acto tan bonito que acababa
de hacer por ella, algo que nadie
se habría atrevido a hacerle
jamás. Y con ello consiguió
enamorarla aún más.
Helen tiró el zapato dentro del
dormitorio y se lanzó a sus
brazos sin decir ni una sola
palabra. Cailean la recibió de
buena gana y la estrechó contra
él. No podría haber dormido
tranquilamente en su dormitorio
sabiendo que Helen podría
correr peligro si Graham volvía a
su dormitorio. Por ello, había
decidido dormir mal o
directamente no dormir, pero
protegiéndola desde el pasillo
sin decirle nada a la joven.
—Perdona, no quería hacerte
daño —le dijo Helen
separándose de él. Cailean
sonrió pícaramente y se encogió
de hombros.
—Bueno, es la primera vez que
me atacan con un zapato. —Y
lanzó una carcajada—. ¿De
verdad pensabas que podrías
defenderte con eso?
Helen puso los ojos en blanco.
—Era lo único que tenía más a
mano —se defendió—. Y no te
rías de mí. El guerrero intentó
esconder la sonrisa, sin éxito.
—¿Quieres pasar?
—¿Te gustaría que durmiera
contigo?
—Me parece una mejor opción
que dejarte en el pasillo sabiendo
que estás pasando frío en el
suelo.
Cailean dudó.
—¿Y si alguien nos descubre?
—¿De verdad crees que me
importa teniendo en cuenta que
nos casamos mañana?
El guerrero sonrió y cruzó el
umbral de la puerta para después
abrazarla y cerrar tras él con el
pie. Helen sonrió al sentir sus
manos acariciando su cuerpo
lentamente a través de la tela del
camisón y sintió cómo Cailean la
empujaba suavemente hacia la
cama.
—¿Querías que entrara para no
pasar frío o para que no lo
pasaras tú? Helen dejó escapar
una carcajada y apretó al
guerrero contra ella.
—La verdad es que mientras me
desnudaba estaba pensando en ti.
Cailean asintió gimiendo y la
besó fugazmente antes de
empujarla con suavidad contra la
cama.
—¿Y qué pensabas? —le
preguntó con voz ronca por el
deseo.
—En esto... —respondió
metiendo las manos entre su
camisa para acariciar su pecho
—. Y esto...
Helen llevó las manos a la
espalda de Cailean y las bajó
hasta sus nalgas para tocarlas por
encima de su kilt. El guerrero
sonrió y se tumbó sobre ella,
sentándose en su vientre para
comenzar a desabrocharse la
camisa sin dejar de mirar
fijamente a los ojos de Helen,
que parecía arder en deseo. Al
cabo de unos segundos, la
camisa descansaba en el suelo,
donde acabó el kilt al instante.
La joven le sonrió al verlo
completamente desnudo y un
profundo deseo salió de lo más
hondo de su cuerpo para ir
directamente hasta su
entrepierna. Apartando las
manos de Cailean, Helen las
llevó hacia su camisón y lo
comenzó a subir lentamente,
provocando una sonrisa en el
guerrero, que inconscientemente
pasó la lengua por sus labios sin
poder dejar de mirar los palmos
de piel que comenzaban a
asomar entre la ropa de la joven.
Sus manos empezaron a
acariciar sus muslos desnudos,
arrancando suspiros de placer de
Helen, que se retorció bajo él a
medida que las manos del
guerrero subían por sus muslos
hasta sus caderas.
—Eres preciosa, Helen —
murmuró—. No puedo creer que
antes otros no hayan sabido
verlo.
Helen sonrió con tristeza, pero
se encogió de hombros.
—Me alegra que tú sí puedas
verlo.
Cailean sonrió y puso las manos
a ambos lados de la cabeza de la
joven para después agachar la
cabeza y besarla lentamente,
disfrutando de cada centímetro
de sus labios, captando cada
suspiro de placer de Helen a
medida que su miembro
comenzaba a penetrarla
lentamente.
Helen gimió al sentirlo entrar
por completo. Arqueó la espalda
y el cuello, dejándolo enterrar la
cabeza en él para besar la base
de este. Cailean inició un
movimiento lento, acompasado,
quería hacerla gozar y disfrutar
de sus envites que poco a poco
comenzaron a ser más rápidos y
desesperados. Helen gemía al
tiempo que clavaba sus dedos en
su espalda y se abrazaba a él,
incapaz de aguantar por más
tiempo, hasta que sintió cómo
una explosión recorría su cuerpo,
como si de un torrente de agua
se tratara, obligándola a gritar el
nombre de Cailean, que cayó
exhausto sobre ella.
El nuevo día sorprendió a ambos
completamente desnudos y
durmiendo abrazados tras una
larga noche en la que no habían
parado de darse placer
mutuamente. Una sonrisa se
dibujaba en los labios de la
dormida Helen, que apoyaba la
cabeza en el pecho de Cailean
mientras una pierna reposaba
sobre los fuertes muslos del
guerrero. Este pasaba su brazo
por la cintura de su futura esposa
y por primera vez en mucho
tiempo se había quedado
dormido tan profundamente que
ni siquiera se dio cuenta de que
el día de su boda ya había
llegado.
Poco a poco, la luz del alba
penetró por la ventana,
iluminando la estancia y la ropa
que había tirada en el suelo. Solo
podía escucharse el sonido de las
respiraciones acompañadas de
ambos, que estaban realmente
exhaustos después de una noche
en la que apenas habían
dormido.
Por ello, no fueron capaces de
escuchar el movimiento que
había en el castillo para preparar
la boda de ambos. Los sirvientes
trabajaban a destajo para ultimar
los detalles que sabían que
gustarían a Helen, especialmente
las rosas cortadas del jardín que
la joven le había pedido a una
de las sirvientas
con especial atención.
Los guerreros comenzaban a
prepararse para el enlace
mientras que las amigas de la
joven también ultimaban sus
vestidos. La primera en acabar
de vestirse fue Briana, que por
primera vez en mucho tiempo
tuvo la necesidad de estar
especialmente bonita para ese
día. No obstante, para no resaltar
su belleza por encima de la de la
novia, se había puesto un vestido
sencillo de color amarillo que
resaltaba su melena pelirroja y
sus increíbles ojos de color miel.
Tras adornar su pelo con
pequeñas flores de brezo, salió
de su dormitorio dispuesta a
ayudar a su amiga Helen a
prepararse para la boda, pues
estaba segura de que ya estaría
vistiéndose.
Briana caminó con paso lento
pero sin pausa hacia el
dormitorio de la joven. El
nerviosismo por la futura boda
de su amiga correteaba por su
estómago y sabía que no podría
estar tranquila hasta verla casada
con Cailean. Se alegraba
inmensamente por ella, pues la
había visto llorar y sufrir por
todo lo vivido antes de llegar
allí y por el temor de que
Cailean se vengara de ella por lo
que le obligaron a hacerle años
atrás. Por ese motivo, ahora que
todo parecía ir bien entre ellos
no podía sino alegrarse por ellos.
Con una sonrisa en los labios,
Briana tomó el pomo de la
puerta del dormitorio de Helen y
con un grito de felicidad entró
como si de un torbellino se
tratara:
—¡Buenos días! —exclamó con
dicha.
La joven miró con esa misma
sonrisa hacia la cama y el gesto
de su rostro se petrificó al
instante. Desde allí vio cómo
Helen se despertaba de golpe e
intentaba taparse con las sábanas
mientras un bulto a su lado se
desperezaba lentamente y miraba
con cierto enfado hacia la puerta.
—Yo... —comenzó a decir la
joven dando un paso atrás—
creía que podría ayudarte a
vestirte... No... pensaba que...
Briana los miró alternativamente
sin saber qué decir.
—No digas nada a nadie, por
favor —le pidió Helen.
—Pensaba que esto... —La
joven se sonrojó al ver la ropa de
ambos tirada en el suelo.
Cailean gruñó y se sentó en la
cama.
—Ahora entiendo el continuo
enfado de Struan hacia su
querida prometida.
Briana frunció el ceño y lanzó
un bufido.
—¡Venía a ayudar a mi amiga!
No pensaba que estarías aquí —
se defendió mirando hacia otro
lado, pues el pecho desnudo del
guerrero la avergonzó, ya que
jamás había visto a un hombre
desnudo.
—Lo siento, Briana —dijo
Helen—. Nos hemos dormido.
—Ya me he dado cuenta —
respondió dándoles la espalda y
girándose hacia la puerta para
marcharse.
Sin embargo, la joven giró
levemente la cabeza para
mirarlos de soslayo y esbozó una
sonrisa pícara.
—Me preguntó qué cara pondrán
los demás cuando se enteren de
esto... Helen estuvo a punto de
saltar de la cama al escucharla.
—¿Se lo vas a contar? Briana
lanzó una carcajada.
—En algo tendremos que
entretenernos mientras aparecéis
en la capilla...
Porque iréis a vuestra propia
boda, ¿no?
Cailean bufó mientras se
llevaba las manos a la cabeza al
tiempo que Helen tomaba un
zapato del suelo y se lo tiraba a
Briana, que pudo esquivarlo con
facilidad mientras volvía a reír.
—Lo siento, amiga, es que esto
es demasiado como para
guardarlo solo para mí —dijo
Briana riendo al tiempo que
escapaba de la habitación antes
de que Helen pudiera lanzarle
más cosas.
Cailean suspiró cuando se
quedaron solos y sin poder
evitarlo, la miró con una sonrisa
en los labios.
—¿Te hace gracia que nos hayan
descubierto desnudos en mi
cama antes de casarnos? —le
preguntó Helen mirándolo de
mala gana.
—La verdad es que sí, así que
antes de que tu querida amiga lo
cuente,
voy a ir a prepararme para la
boda. ¡Y no llores cuando me
veas retorciéndole el cuello!
Cailean le dio un beso rápido y
se levantó para ponerse
únicamente la camisa y escapar
hacia su dormitorio antes de que
alguien pudiera verlo.
Cuando Helen se quedó sola,
esbozó una sonrisa. La verdad es
que debía reconocer que le había
hecho gracia ese momento en el
que Briana entró y los descubrió,
pues el gesto que había dibujado
la joven al verlos valía su precio
en oro.
Lentamente, apartó las sábanas y
se levantó, caminando hacia la
ventana para descubrir que ese
día había amanecido nublado.
Pero ninguna nube negra iba a
empañar ese día tan bonito, pues
por fin se casaba con el amor de
su vida.
Después, puso la mirada sobre el
que iba a ser su vestido de novia
y sonrió de nuevo. Los nervios
aparecieron en su estómago y
deseó que el tiempo pasara
rápido para unirse a Cailean en
la capilla del castillo. Por fin la
vida le sonreía, tan solo deseó
que nadie pudiera enturbiar algo
tan bonito como lo que viviría
ese día...
CAPÍTULO 16
Una hora más tarde, Helen salía
de su dormitorio, dispuesta a ir
hacia la capilla donde estaba
segura que ya la esperaba no
solo Cailean, sino la gran familia
que parecían haber formado los
amigos del joven junto con sus
amigas. Estaba nerviosa y
finalmente había necesitado de
la ayuda de una de las sirvientas
para no echar a perder el peinado
una vez se dispuso a decorar su
pelo.
Cuando la joven abrió la puerta,
se sobresaltó al ver parado a Ian
Mackintosh frente a ella con la
mirada fija sobre la joven.
—¿Ocurre algo? —preguntó,
asustada.
En el rostro del guerrero se
dibujó una expresión de
incomodidad, como si hubiera
algo que lo molestara.
—He pensado que tal vez podría
acompañaros al altar para que no
vayáis sola —dijo en apenas un
susurro.
Helen sonrió ampliamente. No
podía creer cómo el guerrero
pasaba de un semblante casi
aterrador a cometer un gesto tan
noble y amable como
acompañarla a la capilla. Sin
dudarlo, asintió y aceptó el brazo
que le cedió el guerrero con
caballerosidad.
—Lo único que te pido a cambio
es que me tutees. Si vas a ser mi
padrino, debemos dejar la
cortesía a un lado.
Ian giró la cabeza para mirarla y
sonrió ampliamente.
—Está bien, muchacha.
Ian la condujo por el pasillo
hasta las escaleras para bajar al
piso inferior.
—Cailean es muy afortunado
por tenerte de nuevo con él. No
todos tenemos la suerte de que el
destino vuelva a ponernos en el
camino a quien amamos una
vez...
Helen lo miró al descubrir
tristeza en la voz del guerrero,
pero tan solo vio un gesto serio e
impenetrable. Y a pesar de la
curiosidad que sintió por su
preguntarle, decidió callar para
no hurgar en la llaga. Tan solo
se limitó a
apretar la mano contra su brazo,
consiguiendo que Ian, con su
mano libre, también la apretara
contra él.
—Me parece que una amiga tuya
ha causado revuelo entre los
demás antes de entrar en la
capilla con cierta información
sobre ti y mi querido amigo
dragón —le informó en un
susurro.
El corazón de Helen saltó al
instante.
—¿Se lo ha contado al rey?
—No, por Dios. Pero me ha
sorprendido que haya hablado
con Struan sin la daga en la
mano.
Helen lanzó una carcajada.
—Bueno, si eso sirve para que
haya un acercamiento entre
ellos...
—Lo dudo —dijo Ian con una
sonrisa mientras los pasos de
ambos los acercaron a la capilla.
Entonces, el nerviosismo de
Helen se hizo más patente y
resopló varias veces para
intentar calmarse.
—Tranquila. Los demás
estaremos vigilando para que
Elliot no se acerque a vosotros.
—Gracias.
Ian asintió cortésmente antes de
abrir la puerta de la capilla para
entrar en ella junto a Helen. El
guerrero le dedicó una sonrisa
irónica a Cailean cuando este los
descubrió llegando juntos, pues
no esperaba que su amigo se
decidiera a acompañar a Helen al
altar. Y al instante, la mirada de
Cailean se detuvo en la que iba a
convertirse en su esposa.
Helen apenas miró a los que
habían asistido a la ceremonia,
pues cuando vio a Cailean con
un kilt nuevo no pudo fijar su
mirada en otra persona que no
fuera él. El guerrero se había
peinado de diferente manera
para la ocasión, olvidando la
trenza que solía hacerse en un
lado de la cabeza, y esta vez
llevaba el pelo suelto peinado
hacia atrás, dejando libre el
rostro, que pareció resplandecer
al verla llegar. Con las manos a
la espalda y la sonrisa que
siempre había mostrado, Cailean
la esperó pacientemente en el
altar mientras Helen recorría
aquella distancia que pareció
eterna.
Y cuando por fin llegaron a su
altura, Ian le cedió la mano a su
amigo, dándole después una
palmada en la espalda antes de
dirigirse al fondo de la capilla
para vigilar a cualquiera que
pudiera echar a perder ese
momento.
Mientras tanto, los novios se
dirigieron una mirada tierna y
nerviosa a la vez y se giraron
hacia el sacerdote, que los
observó atentamente. Este
empezó su sermón en el que les
pedía que a lo largo de su vida
tuvieran respeto el uno por el
otro y cuando comenzó a hablar
del amor, Helen miró a Cailean y
perdió por completo el hilo.
Cuando al cabo de media hora,
el sacerdote pronunció su última
palabra y les pidió a los novios
que se besaran, se desató tal
locura en la capilla que el propio
Jacobo tuvo que llamar la
atención a los guerreros amigos
de Cailean. Este los miró con
una sonrisa en los labios, pues la
felicidad que sentía no podía
ponerla en palabras, y para
disfrute de sus amigos, besó a
Helen largamente mientras estos
volvían a gritar.
Helen sintió que su estómago se
ponía del revés por la vergüenza
que le producía que Cailean la
besara delante de todos los
guerreros y el propio rey, pero se
dejó llevar por lo que realmente
le hacía sentir el que ya era su
marido y le devolvió el beso con
el mismo ardor.
—En unos días estaremos en ese
mismo lugar, besándonos,
pelirroja — dijo Kerr en el oído
de Morgana, pues estaba sentado
detrás de esta.
La joven sintió un escalofrío al
escuchar su voz tan de cerca,
pero logró recomponerse al
instante para mirarlo con mala
cara y responderle:
—Creo que prefiero vomitar
sobre mi propia ropa.
El guerrero rio a su espalda y no
le dijo nada más, pero por Dios
que esos días estaba disfrutando
como nunca tan solo haciéndola
rabiar.
Al cabo de unos segundos,
Cailean se separó de Helen y al
mirarla a los ojos descubrió sus
mejillas rosadas. El joven sonrió
y acarició su rostro con ternura.
—Ya estamos casados —dijo
como si no pudiera creerlo.
Cailean asintió.
—Pienso cumplir cada una de
las promesas que acabo de
pronunciar —
susurró antes de que Jacobo le
diera una palmada en la espalda.
—¡Enhorabuena!
Helen se giró hacia él e hizo
una reverencia con una sonrisa.
Estaba pletórica. No podía creer
que todo hubiera ido tan bien y
su camino ya estuviera ligado al
de Cailean. Ya nadie podría
separarla de él, ni su padre, ni el
rey ni nadie que intentara
interponerse. Por fin el amor que
habían sentido desde pequeños
estaba sellado ante Dios y tan
solo este tendría la última
palabra sobre sus destinos.
Un largo suspiro de alivio
escapó de sus labios y recibió
con una amplia sonrisa a todos
los que se acercaron a ellos para
darles su enhorabuena. Todo el
mundo se remolineaba a su
alrededor y no podía ver con
nitidez todas las caras, pero sí
pudo ver a sus amigas e incluso
a los guerreros amigos de
Cailean, que la saludaron con
respeto, pero entre toda aquella
toda gente sí pudo distinguir el
rostro iracundo de Graham, que
se había quedado rezagado cerca
de la puerta de la capilla y sin
intenciones de acercarse a ellos,
pues los ojos de Ian estaban
puestos sobre él mientras su
mano apretaba con fuerza la
empuñadura de la espada.
No estaba segura de que Cailean
lo hubiera visto, pues había
mucha gente a su alrededor, pero
cuando lo miró, vio que este
dirigía una mirada iracunda
hacia el lugar donde estaba el
guerrero de Jacobo. Sin
embargo, carraspeó y la miró
con firmeza mientras le sostenía
la mano y vociferó:
—¡Vamos a celebrar!
La sonrisa volvió a aparecer en
sus labios y esperó a que la gente
poco a poco comenzara a salir de
la capilla. El primero en hacerlo
fue Jacobo, seguido de sus
hombres, después las mujeres y
finalmente sus amigos, quienes
hicieron fila para dejar que los
recién casados salieran antes
que ellos.
Helen se sentía de repente como
en una nube. Por fin formaba
parte de algo y sabía que era
importante para alguien. Jamás
había visto la lealtad y el cariño
que veía esos días por parte de
Cailean y sus amigos. Ella
siempre había estado sola y
nadie se había atrevido a
ayudarla, pero ahora sabía que
ella también formaba parte de
ese círculo de amistad que unía a
los guerreros y les agradeció con
una sonrisa lo que estaban
haciendo por ellos.
Todos se dirigieron hacia el
salón que habían preparado para
la celebración. Este estaba
decorado con flores recién
cogidas de esa misma mañana
temprano y con guirnaldas por
todos lados. Helen no pudo
evitar una expresión de sorpresa
e incredulidad por todo lo que
había preparado el laird
Mackintosh para la celebración,
pues estaba segura de que había
gastado mucho para algo que
realmente no le concernía a él.
Helen le dirigió una mirada de
agradecimiento al guerrero, que
se limitó a encogerse de
hombros, incómodo, y después
miró al que ya era su marido.
No podía creer que ya pudiera
llamar así a Cailean y este, al
sentir sobre él la mirada de la
joven, le dedicó una amplia
sonrisa. Juntos caminaron hacia
la mesa principal y se sentaron
en las sillas que habían
preparado para ellos. Al instante,
todos los demás hicieron lo
mismo en sus mesas y minutos
después, los sirvientes
comenzaron a llegar con la
comida especial que habían
cocinado.
Poco después, un amplio
despliegue de diferentes platos
hizo rugir el estómago de Helen,
que no había podido probar
bocado de lo que le habían
llevado a su dormitorio mientras
se estaba preparando para la
ceremonia.
—¿Está todo a tu gusto? —le
preguntó Cailean. Helen lo miró,
emocionada, y asintió.
—La verdad es que no hay
nada de lo que pueda quejarme.
El laird Mackintosh ha
preparado mucho y no sé cómo
vamos a poder agradecerle todo.
El guerrero asintió.
—Cuando volvamos a Skye, le
enviaré algo de dinero por todo
lo que ha gastado ahora, aunque
sé que lo ha hecho de buen
grado.
Helen asintió y lo miró con
cierta vergüenza.
—Eres mi marido...
Cailean sonrió de lado y alargó
una mano disimuladamente para
tocar su muslo.
—Y tú mi esposa...
—Espero no hacer que te
arrepientas.
El guerrero lanzó una carcajada.
—¿Y qué harías para que yo
pudiera pensar eso?
—Yo nada, pero mi padre...
Cailean levantó una mano para
que callara.
—Tu padre no está aquí y
cuando se entere, no podrá hacer
nada. —Se acercó a ella con una
sonrisa pícara—. Especialmente
si tenemos en cuenta que ya
hemos consumado el
matrimonio.
Helen se sonrojó no solo por sus
palabras, sino porque la mano
del guerrero subió por su muslo
por debajo de la mesa y se
acercó peligrosamente a su
entrepierna.
—¡Pueden verte! —susurró
desesperada.
—Lo único que van a ver desde
su posición es que los recién
casados están teniendo una
conversación íntima. No van a
ver esto...
La mano juguetona de Cailean
danzó entre sus muslos,
provocándola. Helen se aferró
con fuerza al mantel de la mesa
al tiempo que intentaba por
todos los medios que en su
rostro no se reflejara lo que el
guerrero le estaba haciendo
sentir, pero no tuvo éxito, pues
su rostro se tornó casi purpúreo.
Al cabo de unos instantes, llevó
la mano hacia su boca para
evitar dejar escapar el suspiro
que tenía en la garganta y dio un
fuerte respingo cuando escuchó
la voz de uno de los guerreros.
—¡Cailean! —vociferó Gaven
cerca de ellos—. ¡Deja algo para
esta noche!
El joven provocó las risas de los
que estaban a su alrededor, que
no dudaron en seguirle la broma.
—¡No te acerques tanto, amigo,
y déjala respirar que se está
poniendo roja! —siguió
Cameron entre risas.
Helen lo miró con los ojos muy
abiertos, sintiendo que su rostro
iba a echar a arder en cuestión
de segundos. Desde allí vio
cómo sus amigas negaban con la
cabeza y murmuraban algo sobre
los guerreros, pero estos
siguieron riendo como si nada.
Cailean se levantó de su asiento
y los miró uno por uno.
—Si yo fuera vosotros, no me
reiría tanto porque estaréis en mi
misma situación en cuestión de
días.
Al instante, las risas de los
guerreros cesaron de golpe, e
incluso alguno de ellos puso
mala cara, e intentaron volver la
atención sobre sus platos a pesar
de las miradas de inquina de sus
prometidas.
—Me parece que siguen sin
aceptar los deseos de Jacobo —
susurró Helen cuando Cailean se
sentó de nuevo a su lado.
—Tengo la sensación de que eso
lo hacen ante los demás. Seguro
que internamente piensan otra
cosa.
Con gesto dudoso, Helen
comenzó a echar comida en su
plato, pues el olor tan delicioso
que escapaba de aquellas
cacerolas le hacía la boca agua.
Y antes de comenzar a comer,
centró su atención en las
personas que había frente a ella,
especialmente, en Jacobo y sus
hombres. Estos comían ajenos a
los novios, pues sabía que poco
les importaba su destino y más
después de la pelea que tuvieron
en las cocinas del castillo. Sin
embargo, uno de ellos sí levantó
la mirada al sentir sobre él los
ojos de Helen. Graham Elliot la
observó con gesto serio, casi
iracundo, a pesar de que parecía
querer mostrar un talante
indiferente. Clavó su mirada en
ella y la joven vio rencor,
venganza y algo más que no
supo discernir, pero que sí logró
provocarle un escalofrío.
Al instante, Helen volvió a mirar
su plato y a centrarse en lo feliz
que se sentía ese día por estar
unida a Cailean. Este comía a su
lado lentamente, dirigiendo
miradas hacia todo el salón,
como si algo dentro de él no
estuviera del todo tranquilo. Y
sin lugar a dudas, estaba en lo
cierto, pues el terror llegaría una
hora después.
Aún no podían creer lo fácil que
había sido penetrar en el castillo
esa misma mañana. Con la
excusa de que el laird
Mackintosh necesitaba más
sirvientes para preparar todo
para la boda, habían logrado
colarse y habían sido admitidos
como uno más dentro del
servicio del laird, algo de lo que
les había informado el hombre
que los había contratado para lo
que debían hacer.
James y Robert vivían en el
pueblo cerca del castillo y
pertenecían al
mismo clan Mackintosh. Sin
embargo, no trabajaban en nada
que pudiera considerarse legal.
Su lealtad estaba puesta en aquel
que pagara más de lo que
ganaban, por lo que en ese
momento se habían vendido a un
guerrero del rey, dejando a un
lado el hecho de que lo que iban
a hacer los dejaría sin clan, eso
si no los cazaban antes y los
condenaban a morir por
deslealtad a Ian Mackintosh.
Pero no les importaba. Ya les
habían pagado todo por
adelantado y el trabajo que
debían hacer era tan fácil que no
podían creer que hubieran
ganado aquella cantidad ingente
de dinero tan solo para provocar
una distracción y llevarse con
ellos a alguien que estaba en su
interior.
Tras preparar todo lo que les
habían encomendado, ambos se
dirigieron hacia el patio trasero
del castillo para llevar a cabo lo
que debían hacer. Con cuidado
de no ser vistos por el resto de
sirvientes o tal vez por los
guerreros que había apostados en
la muralla de la fortaleza,
lograron esconderse hasta que
llegara el tiempo acordado. Y a
pesar de que era fácil, no podían
evitar estar nerviosos.
—¿Crees que saldrá bien? —
preguntó Robert.
James lanzó un bufido después
de escupir en el suelo.
—Esto es muy fácil. Después
de prender el fuego, volveremos
dentro hasta que alguien se dé
cuenta de lo que pasa. Esa paja
arderá fácilmente, así que habrá
un buen fuego que tardarán
bastante en apagar, pues hay
maderas al lado que arderán
también. Una vez todos estén
fuera, llegará lo más
complicado, que es ir a por la
novia. Me he fijado en ella
cuando he llevado una de las
cacerolas al salón y ya sé quién
es, así que no hay problema en
nada. Todo saldrá bien.
Robert asintió y respiró hondo.
El tiempo de actuar se estaba
acercando y el recuerdo del
dinero que tenían ya en los
bolsillos lo animó a seguir hacia
adelante. Con todo ese dinero
podrían empezar de nuevo en
cualquier otro lugar donde no los
conocieran, pero lo que más le
gustó en ese momento fue el
hecho de pensar en que puede
que pudieran sacar algo más de
la novia una vez esta estuviera
en sus manos...
Tras terminar de comer y con
todos los platos recogidos,
apartaron las mesas dispuestos a
bailar al ritmo de las gaitas y
flautas que comenzaron a
sonar con melodías alegres que
provocaron que Helen esbozara
una sonrisa. Aunque había
acudido a varias fiestas en la
corte, nunca había disfrutado,
pues no la dejaban bailar o
intentaban esconderla para que
no se divirtiera. Por lo que
podría decir que la última fiesta
en la que se lo había pasado
realmente bien fue la última a la
que acudió en Skye la noche
antes de su marcha.
Por eso, cuando la música
comenzó a bailar, miró a
Cailean, que empezó a negar al
instante al saber sus intenciones.
—No... —casi suplicó el
guerrero.
—Hace unos días me
demostraste que sabías bailar
muy bien. ¿O ya no te acuerdas
cuando Jacobo nos obligó?
Cailean resopló.
—Si quieres bailar, será con una
condición. Helen entrecerró los
ojos.
—¿Cuál?
Cailean sonrió de lado y se
acercó a ella para hablarle al
oído, provocándole cosquillas en
su cuello al sentir contra este su
cálido aliento.
—Te lo diré en el dormitorio
cuando todo esto acabe... —le
dijo con voz ronca.
Helen sonrió y sintió cómo el
guerrero tiraba de ella para
bailar. Entre risas comenzaron a
saltar para seguir el ritmo de la
música. Sin embargo, al cabo de
unos segundos, la puerta del
salón se abrió de golpe para
dejar entrar a un preocupado
Lachlan, que llegó corriendo
hasta ellos, provocando que la
música cesara al instante.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ian
al ver el estado en el que llegaba.
—El pajar... —dijo intentando
recuperar el aliento—. Se ha
prendido fuego y no podemos
controlarlo. Necesitamos más
manos para apagarlo.
Cailean frunció el ceño e
inconscientemente miró hacia
Jacobo y sus hombres para
comprobar que Graham Elliot
estuviera allí y no fuera el
culpable de aquella interrupción.
No obstante, lo vio correr junto
al rey hacia
el pasillo, seguidos de los
amigos de Cailean.
—Ve —le pidió Helen.
—No quiero dejaros solas —
dijo el joven al comprobar que
se había marchado todo el
mundo.
—¿De verdad crees que vamos
a quedarnos aquí en lo seguro
mientras vosotros os dejáis la
piel? —preguntó Briana.
—Iremos a por más cubos para
llenar en el pozo —dijo Helen
—. Prometo no acercarme al
fuego.
Cailean chasqueó la lengua y
lanzó un suspiro.
—Está bien, pero no te separes
de ellas. Estoy seguro de que el
fuego ha sido provocado.
Helen asintió y se sonrojó
cuando Cailean la besó delante
de las demás, que desviaron la
mirada para darles intimidad.
Y cuando el guerrero corrió
hacia la salida, Helen miró a las
demás.
—¿Creéis que es provocado?
—Puede ser —respondió Iria—.
Pero ¿por quién? He mirado por
todo el salón y no faltaba nadie,
ni siquiera el señor Elliot.
Un sentimiento extraño se
depositó en el estómago de
Helen al pensar que alguien
podría querer hacer daño a Ian o
a Cailean para echar a perder su
boda, pero respiró hondo e
intentó serenarse.
—Ya, yo también lo he visto,
pero me parece todo demasiado
extraño. No creo que sea
casualidad todo esto.
—Lo sea o no, creo que
debemos ayudar. No podemos
quedarnos aquí sentadas
mientras los demás hacen el
trabajo sucio —intervino
Morgana tomando su capa entre
las manos.
—Es cierto. El señor Mackintosh
nos ha abierto las puertas de su
castillo sin pedir nada a cambio
—la secundó Eileen—. Aunque
sea poco, debemos ayudarlo.
Helen asintió.
—Será mejor que vayamos
cuanto antes. Si el fuego es tan
grande, podrán necesitar nuestra
ayuda.
Las demás asintieron y se
dispusieron a salir del salón tras
colocar sobre sus hombros las
capas para evitar el frío de la
cercana noche. Helen, al darse
cuenta de que ella no llevaba la
suya, resopló.
—Oh, no. Me dejé la capa en el
dormitorio porque pensaba que
no tendría que usarla —se quejó
cuando estaban a punto de llegar
a la puerta de salida
—. Será mejor que vaya a por
ella.
—Te acompaño —se ofreció
Kiara. Helen negó con la cabeza.
—Tardaré un par de minutos.
Me reuniré con vosotras en el
pozo.
Helen se despidió de sus amigas
y tomó el pasillo que la llevaría
hacia las escaleras del piso
superior. La soledad fue su única
acompañante, pues estaba segura
de que todo el mundo, incluidos
los sirvientes, estarían en el
lugar del fuego para intentar
apagarlo.
Sus pasos resonaban con fuerza
contra la piedra del suelo, pues
caminaba con prisa para no
perderse nada y ayudar en todo
lo posible, ya que sentía que se
lo debía a Ian por todo lo que el
guerrero había hecho por ellos.
Sin embargo, tan solo había
subido uno de los peldaños de
las escaleras que la dirigían a los
dormitorios cuando sintió que
algo se movía con rapidez detrás
de ella. Helen dio un respingo y
se giró, asustada, para ver de qué
se trataba, no obstante, no pudo
llegar a ver nada, pues al
instante sintió un fuerte golpe en
la cabeza que hizo que todo a su
alrededor se volviera
completamente negro.
CAPÍTULO 17
No sabía qué había pasado ni
cuánto tiempo llevaba a lomos
de ese caballo, pero cuando
Helen abrió los ojos pudo
deducir que no mucho, pues
desde allí podía oler a paja y
madera quemada, por lo que se
encontraban aún en las cercanías
del castillo. A pesar del dolor de
cabeza que sentía, Helen giró la
cabeza hacia atrás y vio, entre la
bruma que aún giraba alrededor
de su cabeza, que estaban
llegando a los límites del
bosque.
¿Y por qué los guardianes de la
muralla no los habían visto?
¿Acaso los habían dejado salir o
tal vez no estaban en sus puestos
cuando sus secuestradores la
sacaron de la seguridad de la
fortaleza? Helen supo que se
trataba de dos hombres nada más
abrir los ojos. Sabía que
cabalgaba delante de uno de
ellos, pues su cabeza reposaba
sobre el pecho de este y a pesar
de intentar moverse para
apartarse de él, lo único que
consiguió fue que el lacerante
dolor de cabeza se agudizara.
Junto a ellos vio otro caballo y a
pesar de que la noche estaba a
punto de llegar, la poca luz que
aún quedaba en el cielo le dejó
ver su rostro enmascarado bajo
un pañuelo con los colores
Mackintosh.
Helen dejó caer la cabeza de
nuevo como antes, pues la
inconsciencia la amenazaba de
nuevo y se dijo que debía
mantenerse despierta ante lo que
iba a ocurrir.
—Hemos tenido suerte de que
ninguno de los guardias
estuviera apostado en la muralla
—dijo el hombre que la sujetaba
en el caballo.
A su espalda sintió la vibración
de su pecho al hablar y la joven
intentó moverse ligeramente
para pedir ayuda. Sin embargo,
de su garganta tan solo salió un
gemido de dolor, pues sentía que
la cabeza estaba a punto de
partírsele en dos.
—Vaya... la putita del MacLeod
ha despertado... —susurró el
hombre que cabalgaba a su lado
—. Me parece que tu boda ha
llegado a su fin.
Helen intentó incorporarse al ver
cómo el hombre se acercaba a su
caballo, pero no logró alejarse de
él, pues este la aferró del pelo
sin piedad y la empujó hacia él,
haciendo que estuviera a punto
de caerse del caballo. Helen
gritó de auténtico miedo al ver la
altura, consiguiendo que ambos
hombres se rieran.
—Venga, Robert, no la asustes
antes de tiempo —dijo con tono
irónico el que cabalgaba con ella
—. Debemos alejarnos del
castillo hasta el lugar convenido.
—¡Dejadme en paz! —vociferó
Helen cuando por fin pudo
recuperar su voz.
James dejó las riendas del
caballo en una sola mano y llevó
la mano libre a la boca de Helen
para callarla.
—Señora MacLeod, si yo fuera
tú no armaría escándalo. No
queremos ser descubiertos.
Helen gimió contra su boca e
intentó apartar los dedos de ella,
pero lo único que consiguió fue
que el hombre apretara con más
fuerza contra ella y volviera a
golpearla en la nuca, haciendo
que toda oportunidad de escape
se desvaneciera con ella.
El fuego parecía no tener fin.
Todos los guerreros del clan
Mackintosh, el rey, sus hombres
y los demás se encontraban
reunidos alrededor del pajar
para intentar apagar esas llamas
que parecían querer devorarlo
todo. Los sirvientes llevaban
cubos de agua que apenas
lograban apagar un par de
llamas, pero parecía que volvía a
encenderse por otro lugar.
—¡Maldita sea, esto es el
infierno! —exclamó Cailean
mientras lanzaba otro cubo de
agua hacia las llamas.
—Creo que es una tontería
intentar apagarlo —dijo Ian con
rabia y abatimiento contenido—.
Tal vez lo mejor sea dejar que se
apague solo.
Cailean lo miró con el ceño
fruncido.
—¿Te rindes, amigo? Ian
resopló.
—La verdad es que me gustaría
más encontrar a quien haya
hecho esto y echarlo al fuego
para que se consuma junto con el
pajar. Pero no sé qué más
podemos hacer.
Cailean resopló con él e intentó
pensar algo rápido para ayudar a
su amigo, que había hecho lo
imposible por ellos desde que
llegaron. Y al instante, un
recuerdo apareció en su mente.
Dos años atrás les había pasado
lo mismo a ellos en Skye cuando
unos mercenarios prendieron
fuego al granero del pueblo.
Megan tuvo una idea que logró
salvar gran parte del grano que
había dentro, pues había
extinguido rápidamente las
llamas. Por ello, mirando a Ian le
dijo:
—¿Tienes vinagre y sal?
Ian lo miró frunciendo el ceño
antes de lanzar un nuevo cubo de
agua.
—¿A qué viene eso ahora,
MacLeod?
—A que eso apagará
rápidamente el fuego. Nos pasó
lo mismo años atrás y gracias a
la idea de la esposa de Niall
pudimos salvar nuestro grano.
—Entonces, sea. —Ian se giró
hacia sus sirvientes—. ¡Traed
toda la sal y el vinagre que
tengamos en la despensa!
Jacobo se acercó a ellos con
verdadero interés:
—¿Eso apagará el fuego?
—A nosotros nos funcionó —
explicó Cailean—. ¿Tenéis
alguna idea de quién ha podido
hacer esto?
Jacobo negó con la cabeza.
—He preguntado a los hombres
que había apostados en la
muralla, pero ninguno ha visto
nada raro.
Cailean frunció el ceño y dirigió
su mirada hacia Graham, que
miraba las llamas ligeramente
alejado de ellas.
—Algo me dice que Elliot ha
tenido algo que ver. Jacobo
enarcó una ceja.
—¿Graham? Ha estado conmigo
durante todo el tiempo. De
hecho, estaba sentado enfrente
de mí mientras comíamos y no
se ha levantado para nada.
Cailean lo miró enrabietado.
—No lo defendáis tanto, mi
señor. Sabéis que no es trigo
limpio.
Jacobo suspiró.
—Entiendo que habéis tenido
vuestras diferencias, pero él no
tiene nada que ver. De hecho, ha
sido uno de los primeros en
llegar y cargar agua para apagar
el fuego.
—De todas formas, no me fío.
No me parece casual que hayan
prendido fuego justo el día de mi
boda.
—Habrán aprovechado que
estábamos todos dentro del
salón —explicó Ian con la mira
también puesta sobre Graham—.
Lo que no tiene sentido es el
fuego porque si hubieran
intentado hacer daño a alguno de
nosotros, habrían esperado a que
estuviéramos solos.
Al escucharlo, Cailean frunció
aún más el ceño, pues una idea
comenzó a surgir en su cabeza.
Inconscientemente, llevó la
mirada a su alrededor y la posó
en el grupo que habían formado
las mujeres mientras estas
llevaban numerosos cubos de
agua desde el pozo hasta la zona
del fuego. Su mirada azul
recorrió todo el patio del castillo,
pero no encontró a la mujer que
buscaba junto a las demás.
—¿Qué pasa, MacLeod? —
preguntó Ian.
El aludido lo miró con gesto
preocupado y volvió a dirigir su
mirada a su alrededor.
—Tienes razón.
—¿En qué?
—En que si quieren hacer daño
a alguno de nosotros, esperarían
a que estuviera solo.
—Pero aquí estamos todos,
MacLeod —afirmó el rey—. Los
guerreros del clan, vosotros,
incluso las mujeres...
—No todas, maldita sea —
sentenció Cailean volviendo a
mirar a su alrededor cada vez
más preocupado.
Ian lo miró frunciendo el ceño y
dirigió su mirada también hacia
donde estaban las mujeres.
—Helen no está —dijo Cailean.
Sin perder más tiempo, el
guerrero se acercó a Iria, que
estaba más cerca de ellos y le
preguntó:
—¿Helen no ha venido con
vosotras?
La joven lo miró sin entender y
miró hacia las demás,
comprendiendo:
—Ha subido a su dormitorio
para coger la capa. Nos ha
dicho que se reuniría con
nosotras en el pozo. Pregunta a
Briana, es la que está allí.
Cailean corrió, junto a Ian, hacia
la joven, que los recibió con una
expresión de sorpresa:
—¿Ha venido Helen desde que
estáis aquí?
—No, y me está empezando a
preocupar porque ya debería
haberse reunido con nosotras.
Cailean lanzó un grito de rabia
que llamó la atención de sus
amigos.
—¡Han provocado el fuego para
distraernos! ¡Helen no aparece!
Cameron fue el primero en
acercarse a él.
—Tranquilo, amigo, lo mejor
será buscarla dentro del castillo.
Puede que se encontrara mal...
Cailean dirigió la mirada hacia
Graham, que en ese momento lo
estaba observando desde la
lejanía.
—Antes tengo que hacer otra
cosa...
Con paso firme y decidido,
Cailean se dirigió directamente
hacia Graham que sonrió
levemente antes de que el
guerrero lo tomara por la
pechera y lo lanzara lejos de allí.
—¿Dónde está?
Graham se sacudió la camisa y
la colocó con tranquilidad antes
de responderle:
—No sé a qué te refieres.
Con rabia, Cailean volvió a
tomarlo de la camisa y lo acercó
a él.
—Dime ahora mismo dónde
está Helen o te juro por mi vida
que vas a
acabar en el fuego.
—MacLeod, yo no tengo culpa
de que no sepas ni dónde se mete
tu esposa nada más casaros. Yo
he estado aquí todo el tiempo,
así que mira dentro del castillo.
Puede que te esté esperando en
el catre...
—Más te vale que aparezca o te
juro que te voy a arrancar las
entrañas... El joven lo soltó y
corrió hacia sus amigos.
—Voy a buscarla.
—Te acompaño —dijo Ian al
tiempo que vio cómo los
sirvientes llegaban con lo que les
había pedido.
Cailean negó.
—No, tú debes salvar tu pajar.
Cameron, Leith, venid conmigo.
Los guerreros asintieron y
corrieron hacia el interior del
castillo. El silencio fue lo único
que recibió a los tres jóvenes.
Con lentitud y sin dejar de mirar
a un lado y a otro, desenvainaron
las espadas y se dirigieron hacia
el salón donde habían celebrado
la boda, encontrándolo
completamente solo. Desde allí
no se escuchaba nada, ni siquiera
los gritos de todo el mundo
mientras intentaban apagar el
fuego. Llegaba cierto olor a
quemado, pero nada más.
—Vayamos a su dormitorio —
susurró Cailean aferrando con
fuerza la espada.
—¿De verdad crees que han
provocado el fuego para
llevársela? — preguntó
Cameron.
—Lo único que sé es que había
quedado con las demás junto al
pozo y no se ha presentado.
Estoy seguro de que querían
llamar la atención de todos para
entrar en el castillo.
Caminaron deprisa hacia las
escaleras.
—Si es así, yo también creo que
Elliot tiene algo que ver —
intervino Leith
—. Te la tiene jurada...
—Pero es raro porque él no se
ha separado de Jacobo —dijo
Cameron—.
Y sus hombres no están en estas
tierras.
—Hay muchas formas de
conseguir ayuda de otros... —
indicó Cailean, rabioso—. Si se
ha atrevido a hacerle daño a
Helen...
Cuando llegaron al piso
superior, el silencio siguió
siendo su acompañante, lo cual
le afirmó a Cailean que estaba
pasando algo raro. Se dirigieron
hacia el dormitorio de Helen y,
aferrando con más fuerza la
espada, abrió la puerta de golpe.
—¿Helen? —preguntó a pesar
de haber comprobado que no
había nadie.
Cailean se acercó a los sillones
cercanos a la chimenea y vio
que allí estaba la capa que la
joven había ido a buscar, por lo
que no había podido llegar al
dormitorio.
—Estoy seguro de que se la ha
llevado alguien.
—Cailean... —murmuró Leith.
El aludido se giró hacia él y lo
vio con un trozo de papel entre
sus manos. Su amigo se lo
entregó con gesto serio y lo leyó
rápidamente, pues el mensaje era
muy escueto: Si quieres volver a
ver a tu querida esposa, mañana
al mediodía junto a la cascada
al norte.
Cailean arrugó el papel entre sus
manos y rugió con auténtica
rabia. Mataría a quien se hubiera
llevado a Helen y, si se atrevían
a hacerle daño, lo haría
lentamente. Pero una de las
cosas que más le dolía era saber
que, efectivamente, Graham
había estado en todo momento
junto al rey, por lo que no tenía
ni idea de quién podría haberse
llevado a Helen.
—Hay que decírselo a Jacobo —
dijo Cameron en voz baja,
temiendo enfurecerlo más.
—Decídselo vosotros, yo me
voy a buscarla —sentenció
Cailean envainando la espada y
dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Espera! —exclamó Leith—.
¿De verdad crees que te vamos
a dejar solo en esto? Vamos a
avisar a los demás. Jacobo puede
quedarse si quiere entre estos
muros.
Cailean lo miró durante unos
segundos y finalmente asintió.
Sabía que no podría hacerlo
mientras estuviera solo, pues si
eran varios los que se la habían
llevado, no podría salvarla.
Cailean se acercó a ellos y puso
una mano en cada hombro de sus
amigos.
—Hace años le fallé al no acudir
a rescatarla. Esta vez no puedo
fracasar.
—Tranquilo, amigo —dijo
Cameron—. No saben con quién
se han metido.
Cailean asintió y los tres bajaron
al patio a buscar a los demás.
—Se la han llevado —le dijo el
joven a Ian dirigiendo una
mirada hacia los hombres del
rey, que estaban ayudando a
apagar el fuego.
—Han dejado una nota —
explicó Cameron a los demás,
que se acercaron cuando los
vieron llegar.
—¿Entonces a qué esperamos
para salir a buscarla? —preguntó
Kerr. Ian asintió, pero Cailean
puso una mano en su hombro.
—Tú no, amigo. Necesito que
seas mis ojos en el castillo.
Tengo la sensación de que Elliot
tiene algo que ver aunque
parezca ahora muy afanoso en
apagar el fuego. Si ves algo raro,
sal a buscarnos. Me han pedido
que vaya mañana al mediodía a
la cascada del norte, así que
merodearemos por allí.
Ian asintió.
—Id tranquilos y tened cuidado.
Yo avisaré a Jacobo.
Cailean asintió y, junto a sus
amigos, corrieron hacia las
caballerizas para ensillar sus
caballos. El guerrero apenas era
consciente de la compañía de sus
amigos, pues su cabeza
solamente se encontraba con
Helen y la preocupación por su
estado lo hacía enloquecer. ¿Y si
se atrevían a golpearla o tocarla
de alguna otra forma? No podría
perdonárselo jamás, y estaba
seguro de que ella tampoco se lo
perdonaría, pues ya le había
fallado una vez sin saber
realmente que estaba en peligro.
Ahora que sí sabía su situación,
no podía dejar que le hicieran
daño. Su esposa... Horas antes
había jurado ante Dios y ante los
demás que iba a protegerla de
todo mal y que la cuidaría para
siempre. Y horas después se
encontraba casi temblando de
miedo por no saber dónde, con
quién o en qué estado se
encontraba.
Pero que Dios perdonara a los
que se la habían llevado, pues
haría lo que fuera para llevar las
almas de los culpables al
mismísimo infierno, aunque él
también tuviera que morir para
acompañarlos de la mano hasta
allí.
—La encontraremos, amigo —le
dijo Gaven dando una palmada
en su espalda.
La seguridad que mostró su
amigo le hizo sonreír. Sin lugar a
dudas, estando él de su lado
podrían encontrarla antes de lo
que esperaba, pues Gaven era
uno de los mejores rastreadores
que había conocido jamás y si
sacaba el zorro que llevaba
dentro, podría encontrar pistas
que indicaran el lugar por el que
habían escapado con Helen.
—Vámonos de caza... —
murmuró Struan al mismo
tiempo que montaba sobre su
caballo.
Cailean asintió e hizo lo propio
con su animal, algo que
secundaron los demás y al
instante, los seis caballos
salieron a galope de los establos
en dirección al portón del
castillo, donde los esperaba
Lachlan a petición de Ian para
abrirlo y dejarlos salir.
—No he tenido que hacer nada,
pues estaba abierto, así que han
salido por aquí —les explicó
cuando pasaron por delante—.
Encontradlos y dadles su
merecido por engañar también a
los Mackintosh.
Cailean asintió, decidido, y tras
salir todos de entre los muros del
castillo, dirigió una mirada al
cielo para comprobar que ya
casi era de noche cerrada y, por
alguna extraña y mística razón,
se había quedado completamente
despejado, por lo que la luz de la
luna podría iluminar su camino
para encontrar más fácilmente
las huellas que iban a buscar.
—¡Por aquí! —vociferó Gaven
—. Hay unas huellas recientes
que llevan hacia el camino del
pueblo.
—¿El pueblo? —preguntó
Cailean, sorprendido.
—Entonces tenemos dos
opciones —dijo Struan—. O los
que se la han llevado son tan
tontos como para ir a una casa en
el pueblo o demasiado listos
como para llevarnos hasta allí y
después desviarse para que
perdamos el rastro.
Cailean resopló.
—Vayamos hacia el pueblo. Tal
vez encontremos algo.
Los demás asintieron y azuzaron
a los caballos para que estos
comenzaran
a galopar con prisa hacia los
límites del bosque. Cailean
también vio las huellas de al
menos dos caballos que se
perdían entre los árboles y
aquello solo hizo que su
preocupación por Helen fuera en
aumento. Si eran varios los que
se la habían llevado, las
probabilidades que tenía de huir
eran casi nulas.
Jacobo estaba a punto de perder
la calma que tanto lo
caracterizaba. Tras haber
contado Ian a todos que Helen
había desaparecido, las mujeres
mostraron preocupación por su
amiga, pues se sentían mal por
no haberla acompañado a su
dormitorio cuando se separó de
ellas. Los hombres de Jacobo
apenas mostraron sentimiento
alguno por la desaparición de la
esposa de uno de los hombres al
que tenían inquina, pero
Jacobo... a Ian le estaba costando
sudor y lágrimas de sangre
convencerlo para que se quedara
en el castillo tras la marcha de
los guerreros.
—¡Se han marchado sin decir
nada! —vociferó el rey dando
vueltas de un lado a otro del
patio donde el fuego estaba a
punto de ser exterminado gracias
a la genial idea de Cailean.
Ian miró de reojo a Lachlan, que
apretó la mandíbula para evitar
soltar por la boca lo que
realmente pensaba, pues su
hombre de confianza siempre
había sido una persona muy
directa que no pensaba en las
consecuencias de sus palabras.
—Entiendo vuestro enfado, mi
señor —dijo Ian con calma—,
pero la muchacha ha
desaparecido y Cailean no
deseaba entretenerse con
explicaciones.
—¡Pero podíamos haber
ayudado! —bramó señalando a
sus hombres—. Nosotros
estamos dispuestos a buscarla
también. Tal vez podríamos salir
ahora tras ellos.
Ian enarcó una ceja al tiempo
que desvió la mirada hacia los
hombres de Jacobo, que habían
escuchado las palabras del rey e
intentaban por todos los medios
que no se les notara el disgusto
por salir de noche tras Cailean y
los demás. Sin embargo, con
calma, le dijo:
—Estoy seguro de que con la
inteligencia de vuestros hombres
la encontraríais al instante —
Lachlan a su lado intentó
disimular una sonrisa ante sus
palabras—, pero considero que
es mejor quedarse en el castillo e
investigar quién ha podido
entrar, por dónde y cómo han
podido salir sin que
nadie los vea. Eso también es de
mucha ayuda.
Jacobo lo meditó durante unos
instantes. Caminó de un lado a
otro mientras Ian le dedicó una
mirada de soslayo a Lachlan,
que negó apretando los puños
intentando no mostrar su
impaciencia.
—Está bien, Mackintosh. Te
haremos caso. Investigaremos a
todo el mundo mientras ellos la
buscan, solo espero que traigan a
los culpables aquí para ser
ajusticiados por mí.
—Estoy seguro de que Cailean
así lo hará. Dará caza al culpable
y lo arrastrará de las tripas hasta
este castillo para que todos
comprueben su deslealtad —
sentenció dirigiendo sus ojos
entrecerrados hacia Graham.
Jacobo asintió y pidió a sus
hombres que entraran de nuevo
en el castillo, pues el fuego
acababa de extinguirse mientras
los sirvientes llevaban otros
cubos de agua para evitar que las
llamas se reavivaran.
—Mi señor —murmuró Mary
cerca de ellos.
Ian y Lachlan se giraron hacia
ella y este último no pudo evitar
mostrarse nervioso ante la joven
sirvienta.
—No quiero interrumpir, pero he
estado muy atenta a todo durante
el día y me he dado cuenta de
que hay dos sirvientes que no se
han presentado aquí a apagar el
fuego. Y no los encuentro por
ningún lado.
Ian entrecerró los ojos.
—¿Quiénes?
—Su nombre es James y Robert.
Fueron contratados para servir
durante la boda, pues
necesitábamos a más gente. Les
dije que ya teníamos todo
cubierto, pues varios más se les
adelantaron, pero hubo alguien
que insistió en que se quedaran
por el bien de la boda.
—¿Quién? —preguntó Ian.
Mary tembló de miedo al
recordarlo, pues a pesar de que
su laird le había pedido quedarse
en casa varios días, no había
querido perderse la boda de la
joven que la había ayudado. Y
ahora le debía el favor.
—El señor Elliot —sentenció
—. Fue él quien los acompañó
hasta las
cocinas e insistió en que se
quedaran.
Lanchan lanzó una maldición
mientras Ian intentaba
contenerse.
—¿Estás segura de lo que acabas
de decir? Mary asintió.
—Si hubiera sido otro guerrero
tal vez no lo recordaría, pero al
señor Elliot no lo olvidaré jamás
por lo que nos hizo a la señora
MacLeod y a mí.
—Está bien, muchas gracias,
Mary.
La joven asintió y, tras dirigir
una mirada rápida a Lachlan, se
marchó corriendo de nuevo
hacia el interior del castillo.
Cuando ambos guerreros se
quedaron solos, Ian miró a su
compañero y negó suspirando.
—No puedo creer que haya
ideado esta conjura en mi propio
hogar. Es un maldito traidor.
—¿Se lo decimos a Jacobo? Ian
negó.
—No podemos aún, puesto que
no tenemos pruebas. Lo
vigilaremos y estaremos atentos
a sus movimientos. Quédate
apostado en la muralla esta
noche y si intenta salir, dejadlo,
pero avísame rápido para ir tras
él. Si él es el culpable de la
desaparición de Helen, nos
llevará hasta ella.
CAPÍTULO 18
Cuando volvió a despertar sintió
que alguien estaba sujetando su
cuerpo para bajarla del caballo.
Le costaba horrores abrir los
ojos, pues un tremendo dolor de
cabeza la amartillaba
continuamente, haciendo que su
estómago se revolviera y deseara
poder vomitar todo lo que había
comido durante la celebración de
su boda.
Cailean... La imagen del
guerrero apareció en su mente y
la idea de que tal vez se hubiera
enfadado con ella por
desaparecer le hizo un daño
terrible. ¿Y si creía que lo había
abandonado o alguien se lo hacía
creer como años atrás y no iba a
por ella? En su garganta se
quedó un fuerte nudo que le
impidió gritar para pedir ayuda.
Helen sintió que alguien la
cargaba en su hombro y la
llevaba hacia algún lugar
desconocido. Al intentar
moverse, sintió cómo las manos
estaban apretadas entre sí por
una gruesa cuerda que parecía
clavarse en su carne. Al tener la
cabeza hacia abajo, su mareo se
incrementó y las ganas de
vomitar también aumentaron,
aunque logró contenerse.
Se dijo que debía mantenerse
despierta y atenta a todo para
intentar escapar en cuanto
tuviera ocasión. Tenía que
regresar de nuevo junto a
Cailean y decirle que ella no lo
había abandonado de nuevo.
Por fin pudo abrir los ojos y
aunque se vio bocabajo colgando
del hombro de uno de sus
secuestradores, pudo ver que era
completamente de noche y que
el lugar por el que caminaba era
fangoso. La joven levantó
ligeramente la cabeza y vio que
el otro hombre caminaba al lado
del que la llevaba aferrada. En
intenso dolor de la nuca la
obligó a bajar de nuevo la
cabeza, sin embargo, se animó a
intentar escapar.
Helen comenzó a mover las
piernas y con las manos atadas
golpeó la amplia espalda de su
captor.
—¡Soltadme!
La joven los escuchó reír a su
costa y al cabo de unos segundos
se vio impulsada hacia el suelo.
Cuando todo su costado chocó
contra el frío suelo, Helen no
pudo evitar lanzar un grito de
dolor. Intentó llevarse las manos
a la
zona dolorida, pero la cuerda
que las ataba se lo impidió.
En medio de aquella nube de
dolor levantó la cabeza para
mirar el lugar en el que se
encontraba y descubrió que se
trataba de un granero que parecía
estar abandonado. La vista se le
nubló durante unos segundos,
pero las risas de sus captores sí
llegaron a sus oídos, provocando
que el miedo que sentía
aumentara, pues parecían estar
dispuestos a lo que fuera.
—¿Quiénes sois? —preguntó a
pesar de las ansias por vomitar
—. ¿Qué queréis de mí?
Ellos volvieron a reír hasta que
uno de ellos se agachó junto a
ella y la aferró fuertemente del
pelo para levantarle la cabeza y
mirarla a los ojos. Helen se
obligó a abrir los ojos y a
mantener su mente despierta,
pues el mareo aumentó cuando
movieron su cabeza tan deprisa.
—Nosotros no queremos nada
de ti, es otro a quien deberías
preguntarle cuando aparezca. Sin
embargo... después de verte
puede que sí queramos algo para
entretenernos.
Helen se apartó de golpe y dio
un manotazo para alejarlo,
haciéndolo reír. Levantó la
mirada y a pesar de la oscuridad
reinante en el granero, tan solo
iluminado por un par de simples
antorchas, Helen pudo enfocar
la vista en sus captores,
viéndolos por primera vez.
No los conocía de nada, ni los
había visto desde que estaba en
el castillo Mackintosh, sin
embargo, llevaban los colores
de ese clan y parecían ir
vestidos de sirvientes, aunque
ella no se había cruzado con
ellos en el castillo.
Uno de ellos se acercó a la joven
y, tomándola de un brazo, la
arrastró hacia un poste de
madera que había en medio del
granero. Le soltó las manos y
volvió a atárselas a la espalda a
través del poste, impidiendo que
pudiera escapar de allí.
—Si me tocáis un solo pelo, mi
marido os matará —dijo al ver
sus miradas lascivas sobre su
cuerpo.
El primero de ellos sonrió y se
agachó junto a ella. La observó
fijamente y Helen le devolvió la
mirada. Descubrió que el
hombre tenía una pequeña
cicatriz en su ojo izquierdo y
cuando lo escuchó, lo reconoció
al instante:
—¿Necesitáis algo más, señora
MacLeod?
Helen llegó en sus recuerdos al
momento en el que, en medio de
la comida por su boda, uno de
los sirvientes se le acercó y le
hizo esa misma pregunta, con
ese mismo tono, esa misma
voz... La joven abrió mucho los
ojos, incrédula.
—¡Sois sirvientes del señor
Mackintosh!
Robert sonrió y se agachó
también frente a ella, alargando
una mano para tocar su tobillo,
algo que a Helen le repugnó y
apartó el pie al instante:
—El hombre que nos ha
contratado influyó bastante para
que el ama de llaves del castillo
nos aceptara como sirvientes
para la boda.
—¿Y quién os ha contratado?
James rio y se encogió de
hombros.
—Creo que él es quien debe
darte la sorpresa, preciosa. Y
ahora no está aquí.
—Es una pena que no hayas
podido tener una noche de
bodas como mereces... —dijo
Robert alargando una mano para
tocar su muslo a través de su
vestido manchado.
—No me toques —siseó la
joven, aterrada. Ambos se
miraron y sonrieron.
Helen intentó mover las manos
que tenía atadas a la espalda,
pero habían apretado tan fuerte
las cuerdas que apenas pudo
moverse, pues sentía cómo se
clavaban con fuerza en la carne
de sus muñecas. Apretó los
puños con tanta fuerza que las
uñas se hundieron en su carne.
Deseó con todas sus fuerzas
poder escapar y volver a la
calma y seguridad del castillo
Mackintosh y en ese momento,
un rostro cruzó por su mente.
—Ha sido Graham Elliot,
¿verdad?
—Tu querido esposo no debió
meterse con alguien como él —
no pudo evitar admitir.
Helen frunció el ceño.
—Pero vosotros sois Mackintosh
—dijo intentando ganar tiempo
mientras los dedos de sus manos
recorrieron la cuerda hasta dar
con los nudos. Intentó obviar el
dolor que le causó aquel
movimiento en las muñecas,
pues no podía dejar que esos dos
la retuvieran por más tiempo—.
¿Por qué lo ayudáis?
Ambos hombres se miraron
entre sí con una sonrisa.
—Preciosa, deberías saber que
en el mundo todos se mueven
por el dinero.
Sí, somos del clan Mackintosh,
pero Elliot nos ha pagado más.
—Y nosotros nos debemos a
quien tenga más dinero.
—El señor Mackintosh os
matará por traición —les dijo sin
poder contenerse.
James chasqueó la lengua.
—No lo creo. Nosotros nos
iremos de aquí en cuanto el
señor Elliot aparezca. Después
te dejaremos a su merced.
Robert sonrió de nuevo.
—Pero mientras tanto, estás a la
nuestra...
El corazón de Helen saltó de
nuevo. La mano del hombre fue
directa a su pierna y lentamente,
como si disfrutara de ese
momento, subió la tela de su
vestido de novia. No podía creer
que se encontrara de nuevo en
una situación así, recordando los
momentos en los que David la
forzaba una y otra vez. No
quería pasar de nuevo por eso.
Ahora estaba casada con el amor
de su vida y él tampoco lo
merecía. Por ello, se dijo que
debía hacer frente a eso, a ellos,
y no dejarse pisotear por nadie
más. Pero para poder hacerlo
debía respirar hondo, armarse de
valor y aferrar con fuerza la
cuerda que acababa de desatar.
Al tener la mirada de ambos
puesta sobre ella y sus sentidos
embotados por el deseo que los
quemaba por dentro, no se
habían dado cuenta de lo que
Helen había conseguido.
Por ello, cuando uno de ellos se
acercó a ella para besarla, la
joven se movió deprisa y azotó
con la cuerda el rostro del
hombre. Este gritó de dolor y
cayó hacia atrás mientras se
aferraba el rostro y antes de que
el otro se diera cuenta de lo que
pasaba, Helen azotó también su
rostro, logrando tirarlo junto a su
compañero.
Al instante, la joven se levantó
tambaleante por el mareo que
aún sentía y corrió hacia la
puerta de salida. Logro verla al
instante gracias a la pequeña luz
de las antorchas y cuando salió
al frío de la noche, un escalofrío
recorrió su espalda. Helen corrió
hacia la oscuridad del bosque sin
saber hacia dónde debía ir, pues
no sabía dónde estaba ni conocía
esas tierras. No obstante, su
instinto de supervivencia fue lo
único que la movió, además del
deseo por volver a ver el rostro
de Cailean y pedirle perdón por
algo que ella no había hecho:
volver a abandonarlo.
Cuando hubo recorrido varios
metros en la oscuridad, escuchó
que a su espalda rugían de rabia
sus captores, que habían
logrado recuperarse del dolor y
habían salido tras ella. Se dijo
que debía andar con cuidado de
no hacer ruido, pues a partir de
ese momento estaba en juego su
vida y se dijo que tenía dos
caminos por delante: correr para
salvarse o encogerse por el
miedo y morir.
Ian se arrebujó una vez más
entre los pliegues de su manto.
Llevaba toda la noche escondido
entre la oscuridad desde donde
podía ver con claridad la puerta
del castillo para comprobar
quién entraba y salía por él.
Jamás había pensado en la
posibilidad de que hubiera un
traidor entre sus muros,
especialmente si ese traidor era
un invitado suyo, algo que no
hacía más que aumentar la rabia
que había en su interior. ¿Cómo
se atrevían a pisotear la lealtad y
a reírse en su cara tras haberle
abierto las puertas de su castillo?
No soportaba la traición. Eso era
algo que hacía que se lo llevaran
los demonios y solo podía
apretar los puños con fuerza y
esperar, pues no podía actuar por
su cuenta, ya que la vida de la
esposa de su amigo estaba en
peligro.
De su boca salió un buen chorro
de vaho cuando suspiró
largamente, pues el frío de la
noche calaba en todos sus
malditos huesos. El día había
empezado bien, pero su humor
estaba ya por el suelo y deseaba
una buena pelea para dar rienda
suelta a su ira.
Desde allí miró hacia la
oscuridad de la noche donde
seguramente estaría Lachlan en
lo alto de la muralla oteando el
patio del castillo en busca de
alguien que se moviera de forma
sospechosa. Y una sonrisa se
dibujó en sus labios a pesar del
momento. Su fiel amigo lo había
acompañado desde que las
madres de ambos dieran a luz
casi el mismo día. Habían
mamado leche al mismo tiempo
y jugado juntos desde que él
recordaba, y a pesar de que Ian
se
había convertido en laird a una
edad temprana tras la muerte de
sus padres, Lachlan juró lealtad
desde el primer momento.
Incluso lo acompañó cuando fue
abandonado por...
Ian se removió, incómodo
consigo mismo por haberla
recordado de nuevo. El odio
aumentó al acordarse de la única
mujer en la que había confiado y
lo había traicionado años atrás,
por ello siempre había conectado
mucho con Cailean, pues la
historia de ambos era demasiado
parecida, aunque Ian sabía que la
vida no volvería a ponerla en su
camino, pues si lo hacía, no
sabría cómo reaccionar.
En ese preciso momento, un
ruido extraño llamó su atención.
Ian puso todos sus sentidos
alerta y fijó su mirada en el lugar
donde había escuchado algo. Al
instante, la luna le permitió ver
con claridad que alguien
abandonaba el castillo
sigilosamente envuelto en una
capa, y a pesar de sus intentos
por no ser reconocido, descubrió
que se trataba de Graham Elliot.
Inconfundible...
Ian frunció el ceño y volvió a
colgar su manto de su hombro
mientras seguía con la mirada al
encapuchado desde la oscuridad.
Descubrió que se dirigía hacia
los establos, seguramente para
ensillar su caballo, y se
agradeció mentalmente por
haber dejado el suyo ya ensillado
con anterioridad por si tenía que
salir siguiendo a alguien en
medio de la noche.
Cuando llegó a los establos, Ian
hizo el sonido perfecto de una
lechuza, pues así había quedado
con Lachlan en caso de que
alguien quisiera salir del castillo
a medianoche. Segundos
después, recibió el mismo sonido
por parte de su amigo. Aquella
era la señal de que todos sus
hombres estarían atentos a la
salida que iba a producirse en
cuestión de minutos.
Ian esperó pacientemente a la
salida del establo, escondido tras
unas vigas caídas y minutos
después, Graham salió de allí
rumbo a la salida del castillo.
—Maldito cabrón... —susurró
Ian ante la desfachatez y traición
del guerrero de Jacobo.
Cuando el guerrero del rey se
alejó varios metros en dirección
al portón, Ian penetró en los
establos para sacar a su propio
caballo cuando Graham hubiera
atravesado la muralla, por lo que
esperó pacientemente en la
salida del establo a que eso
sucediera. Y desde allí pudo
escuchar la voz del
guerrero y la de Lachlan cuando
este simuló sorpresa al verlo.
—¿Qué pasa, Elliot, no puedes
dormir? —preguntó Lachlan
burlonamente al verlo acercarse.
Graham sonrió ampliamente y se
encogió de hombros.
—La verdad es que no soporto
el olor que se ha quedado en el
castillo tras el incendio. Necesito
respirar aire puro del bosque.
Lachlan fingió una carcajada.
—¿De verdad esa es tu excusa?
Yo lo que pienso es que más
bien te vas al lupanar que hay en
el pueblo.
Graham rio levemente.
—No lo descarto, amigo. Me
han dicho que hay mujeres muy
bellas. Lachlan asintió,
intentando contener su ira
cuando lo llamó “amigo”.
—Si quieres te acompaño...
Graham negó con la cabeza,
poniéndose rígido de repente.
—No hace falta. No quiero que
me quites a las más bellas.
—En eso estamos de acuerdo.
Te la quitaría al instante.
Graham señaló al portón.
—Abridlo, necesito aire limpio.
Lachlan asintió y silbó al
hombre que ya estaba preparado
para sus órdenes y cuando el
portón comenzó a abrirse, la
sonrisa del guerrero desapareció
de sus labios al ver cómo
Graham se marchaba del castillo
como si no hubiera pasado nada.
—Qué ganas de partirle la cara
—murmuró Ian cuando llegó
hasta él. Lachlan asintió y se
giró hacia él.
—No entiendo cómo puede estar
tan tranquilo.
—Voy a avisar a los demás.
—¿Quieres que yo siga a Elliot?
Ian negó.
—Quiero que tú estés alerta. No
me fío de dejar el castillo sin
protección, así que estás al
mando.
Lachlan le dio una palmada en la
espalda.
—Suerte, amigo.
—No volveré hasta que la
esposa de Cailean esté de nuevo
a salvo entre nosotros.
El guerrero asintió.
—Lo sé.
De un salto, Ian montó sobre el
caballo y salió lentamente del
castillo. Si Graham aún seguía
cerca, corría el peligro de ser
descubierto. Tomó el mismo
camino que habían llevado sus
amigos y rezó para que pudiera
encontrarlos rápidamente, pues
el tiempo corría y la vida de
Helen estaba en peligro, ya que
si Graham llegaba hasta ella,
podría hacerle mucho daño.
Cailean estaba comenzando a
desesperarse. A pesar de que se
había obligado a mantenerse con
calma, tras pasar un par de horas
en medio del bosque cerca de la
cascada donde lo habían citado,
no habían encontrado nada que
pudiera indicar el lugar hacia
donde se habían podido llevar a
Helen.
—Maldita sea. ¡Lo han hecho
muy bien!
Cailean se quejó de nuevo tras
perder otra pista que podría
haberlos llevado a Helen. Tras
haber seguido las huellas desde
el castillo, se habían cruzado con
infinidad de pisadas de caballos,
pues parecía que esa zona era
más concurrida de lo que
creyeron en un principio y a
pesar de que Gaven era un
experto rastreador, no lograban
dar con las huellas exactas que
debían seguir. Eso sin contar con
que el cansancio estaba
comenzando a hacer mella en
todos.
—La verdad es que debo
reconocer que sí —susurró
Gaven mirando continuamente
hacia el suelo.
—El barro también ha hecho de
las suyas y ha borrado varias
huellas — intervino Cameron.
Cailean resopló, enfadado.
—Pero estoy seguro de que
debemos de estar cerca. Si
querían que quedáramos en la
cascada es porque su guarida
tiene que estar cerca — insistió.
—Tal vez si se hubiera venido
Ian podríamos inspeccionar
zonas que no conocemos. Él sí
que conoce cada palmo de esta
tierra —intervino Kerr.
—Pero no podía dejar el castillo
solo —dijo Cailean—. Además,
con su presencia allí podrá saber
si Elliot sale de la fortaleza.
Struan gruñó.
—Maldito sea Elliot. De no ser
por su culpa, estaríamos gozando
del calor de una buena
chimenea.
Leith lo miró con sorna al
tiempo que volvieron a retomar
el camino.
—¿Al calor de una chimenea o
de tu prometida?
Cailean lo miró de reojo, pues
sabía exactamente a lo que se
refería Leith, pero Struan gruñó
más fuerte.
—Yo también he visto cómo
mirabas a Briana...
—Iros al infierno, joder —
murmuró el guerrero azuzando
al caballo para ponerse a la
altura de Gaven, que era el
primero en la fila.
Este lo miró de reojo intentando
ocultar la sonrisa y volvió a
centrarse en buscar las huellas
que necesitaba encontrar cuando,
de repente, escuchó un sonido de
cascos acercándose a ellos.
Gaven miró a los demás y
descubrió que también lo habían
escuchado, pues se habían
puesto en guardia. Segundos
después, todos habían
desenvainado las espadas y se
pusieron en fila para recibir
como merecía a quien fuera el
que los estaba siguiendo.
—¿Puede ser Elliot? —preguntó
Cameron.
—¿Y arriesgarse a ser
descubierto tan fácilmente? —
respondió Cailean—. No lo creo,
pero no descarto que pueda ser
alguien de los suyos. Quien lo
haya ayudado a llevarse a Helen.
El sonido de los cascos se
escuchó cada vez más cerca y
todos apretaron con fuerza la
empuñadura de sus espadas. La
oscuridad de la noche jugaba a
su favor y podrían haberse
escondido para sorprender al
recién llegado, pero la situación
en la que estaban les impedía
esos juegos y Cailean estaba
seguro de que nadie cabalgaría a
esa velocidad en medio de la
noche si no era para algo como
lo que tenían entre manos. Por
ello, el guerrero esperó ver a
Graham en su camino, pero su
mayor sorpresa fue cuando Ian
apareció de repente en el camino
y estuvo a punto de chocar
contra ellos.
El caballo del recién llegado se
encabritó y se puso sobre sus
patas traseras mientras el jinete
intentaba calmarlo.
—¡Mirad que estoy preparado
para lo que sea, pero me habéis
dado un susto de muerte! —se
quejó con tono molesto—.
¿Pensabais que os iba a atacar?
Ian señaló con la cabeza las
espadas que los seis guerreros
tenían entre sus manos y
segundos después reaccionaron,
guardándolas al instante.
—Si llego a saber que vuestro
recibimiento sería así, me habría
traído a Lachlan conmigo. Se ha
quedado con ganas de una buena
pelea.
Cailean respiró hondo y soltó el
aire, más tranquilo al reconocer
a su amigo. Sin embargo, su
corazón no llegó a serenarse.
—¿Ha ocurrido algo en el
castillo? Ian se encogió de
hombros.
—Realmente no. Con lo del
fuego hemos tenido suficiente,
pero pensaba que querríais saber
que Elliot ha salido en medio de
la noche a caballo.
—¿Ha dicho a dónde iba? —
preguntó Cailean. Ian resopló.
—Sí, a dar un paseo porque mi
castillo huele mal y no puede
dormir el pobrecito —respondió
con tono irónico.
Cailean gruñó sin poder creerlo.
—¡Lo sabía! ¡Todo ha sido una
artimaña para despistarnos!
—Si es así espero que me dejes
arrancarle las pelotas por haber
incendiado
mi pajar —le pidió Ian—. El
resto del cuerpo te lo cedo.
El aludido asintió y resopló.
—¡Y para colmo Jacobo
defendiéndolo!
Ian se acercó a él y le puso una
mano en el hombro.
—Me ha dicho una sirvienta
que Elliot insistió para que
aceptáramos como sirvientes a
dos hombres del pueblo. Les
dijeron que no porque todos los
puestos estaban cubiertos para la
boda, pero ya imaginas cómo se
puso. Así que supongo que esos
dos son los que se han llevado a
Helen mientras todos los demás
intentábamos apagar el fuego
que, seguramente, ellos mismos
habían provocado antes de ir a
por tu esposa.
—Elliot ha llegado demasiado
lejos —murmuró Cailean—. No
podemos dejar que siga haciendo
más daño. Debemos encontrarlo
pronto antes de que pague con
Helen todo el odio que tiene
hacia mí.
—A mí lo que me sorprende es
que no piense en sus tierras —
dijo Leith
—. Jacobo lo amenazó con
quitarle todo si volvía a hacerte
algo.
—Su odio hacia mí es más
fuerte. Nunca nos hemos llevado
bien, pero el hecho de haberlo
humillado varias veces desde
que vinimos a estas tierras solo
ha empeorado su rencor.
Ian asintió y montó de nuevo
sobre su caballo.
—Debemos darnos prisa —
continuó Cailean—. ¿Viste
hacia dónde se fue?
Ian sonrió de lado y asintió.
—¿Por quién me tomas?
CAPÍTULO 19
Helen intentó inspirar todo el
aire que pudo. El dolor de su
costado parecía ir a más, pues no
estaba acostumbrada a correr de
esa manera, y menos en mitad de
la noche. No sabía cuánto
tiempo había pasado desde que
había golpeado a sus
secuestradores hasta ese
momento, pero estaba segura de
que era una eternidad, pues
aquella era la noche más larga de
su vida.
A pesar de la oscuridad, había
corrido como alma que lleva al
diablo para escapar de ellos y no
sabía realmente dónde se
encontraba. Había tenido la
esperanza de encontrar un lugar
donde pedir ayuda, tal vez un
pueblo o granja, pero nada más
lejos de la realidad. Estaba
completamente sola y no estaba
segura de haber corrido en
círculos. Sentía en su espalda el
sudor por la carrera y su vestido
pesaba, fruto de la cantidad de
barro que le había salpicado
mientras corría.
La joven intentó respirar hondo
de nuevo para volver a correr,
pero estaba tan agotada...
Necesitaba recostarse unos
instantes para poder recuperarse,
aunque su mente le gritaba que
siguiera corriendo.
Hacía ya demasiado rato que
había perdido las voces de sus
captores y rezó para que
hubieran seguido por otro
camino. Los había escuchado
maldecir, insultar y prometer
hacerle cosas que jamás nadie le
había hecho, y eso le había dado
fuerzas para seguir corriendo.
Pero ya no podía más.
Tras mirar a un lado y otro y no
ver nada en la oscuridad más allá
de los pocos metros, Helen
buscó un lugar donde poder
refugiarse para descansar y no
ser vista desde el camino o
desvío. Por ello, cuando
encontró un hueco en el tronco
de un árbol, no dudó en correr
hacia él y encogerse, obviando el
frío que hacía. La joven se
abrazó a sí misma y deseó poder
tener con ella la capa para
resguardarse, pero al menos
agradeció poder tener aún
aliento necesario para vivir.
Los minutos pasaron lentos,
demasiado lentos para lo que ella
hubiera querido, y miró a las
estrellas pidiendo que Cailean
estuviera más cerca de ella y
pudiera salvarla de todo lo que le
esperaba si aquellos dos llegaban
a encontrarla, eso sin contar con
lo que Graham le haría cuando
estuviera a su merced.
Helen se pegó más al tronco del
árbol y cuando se sintió segura
bajo él suspiró largamente. Sabía
que su posición era difícil de
adivinar, pues estaba muy bien
escondida y el vestido recogido
para evitar ser vista. Por ello, se
relajó unos instantes hasta que
los latidos de su corazón
lograron calmarse un poco.
—¿Dónde estás, maldita zorra?
—escuchó cerca de ella al cabo
de unos minutos.
Helen se sobresaltó al escuchar
la voz de uno de sus captores
demasiado cerca de ella. La
joven se apretó más contra el
tronco e intentó no hacer ni un
solo ruido que pudiera alertarlos
de su presencia a pocos metros
de ellos.
Helen escuchó las pisadas de un
lado a otro, incluso durante unos
segundos creyó escuchar su
respiración a pocos centímetros
de ella, como si estuviera
agachado sobre el tronco donde
la joven se guarecía. No sabía el
tiempo que había pasado desde
que se había escondido hasta que
ellos habían llegado allí, pero
estaba segura de que se había
quedado dormida.
Sentía sus músculos agarrotados
por el frío y el miedo y tuvo que
llevar una mano a su boca para
evitar lanzar el grito que
pugnaba por salir de su garganta.
—Espero que te escondas bien
porque cuando te encontremos,
desearás no haber nacido...
La voz de uno de ellos sonó a
menos de un metro de ella y
Helen se mantuvo quieta,
temerosa incluso de respirar por
temor a que el vaho que saliera
de su boca desvelara dónde se
encontraba. Por ello, cuando al
cabo de unos segundos escuchó
alejarse los pasos de su captor,
por fin pudo soltar poco a poco
el aire que tenía contenido en sus
pulmones.
—Maldita sea, ¿dónde estará? —
preguntó uno de ellos.
—Estoy seguro de que no anda
muy lejos —respondió el otro—.
Conocemos estas tierras mejor
que ella, así que no podemos
tardar en dar con esa maldita
zorra MacLeod.
—Si Elliot se entera de esto... —
dijo el otro con temor en la voz.
—No se va a enterar —lo cortó
su compañero—. La
encontraremos antes
del amanecer y se la llevaremos,
aunque sea con el cuello roto
porque cuando la encuentre, ni
siquiera Elliot reconocerá su
rostro.
Helen tembló desde su escondite
al escucharlo y sintió cómo las
lágrimas acudían a sus ojos por
el miedo. Ni siquiera David le
había provocado tanto temor en
su vida, pero sabía que esos
hombres, incluido Graham,
estaban allí para hacerle daño no
solo a ella, sino también a
Cailean.
La joven intentó contener un
sollozo y solo cuando escuchó
que sus captores se alejaban de
allí de nuevo, pudo dar rienda
suelta a todo el terror que sentía
por sus venas. El llanto hacía
que sus músculos le dolieran
más y al cabo de una hora, sus
ojos se cerraron, presos del
cansancio, y se quedó
completamente dormida.
No sabía cuánto tiempo había
pasado, pero cuando abrió los
ojos estaba comenzando a
hacerse de día. El cielo
empezaba a clarear en el
horizonte y su posición podría
verse afectada en cuanto se
hiciera de día. Se golpeó
mentalmente por haberse
quedado dormida y no haber
intentado volver a huir tras la
marcha de sus captores. Por ello,
hizo oídos para intentar escuchar
pisadas cerca de ella, y al no oír
nada, salió lentamente de su
escondite.
Helen lanzó un gemido de dolor
cuando sus músculos protestaron
por los movimientos extraños
que estaba realizando desde el
día anterior, y cuando se irguió,
estiró su cuerpo lentamente para
desentumecer todo su cuerpo. La
joven dirigió su mirada a un lado
y otro y descubrió que todo
estaba en orden, por lo que, sin
perder tiempo, retomó de nuevo
el camino a pesar de que no
sabía hacia dónde se dirigía.
Anduvo durante más de media
hora sin escuchar ni un solo
ruido, tan solo el sonido de lo
que parecía ser una cascada
podía oírse cada vez más cerca,
hasta que de repente, de entre
unos setos altos apareció un
caballo con un jinete. Helen dio
un respingo y un paso atrás,
asustada por aquella aparición
tan repentina, pero cuando elevó
la cabeza y reconoció al hombre
que montaba sobre el caballo.
Creyó que su corazón iba a
pararse de golpe, pues Graham
Elliot la miraba con tanto odio
que pensó que iba a desmayarse
ante él.
El guerrero de Jacobo desmontó
y clavó la mirada en ella. Helen
se obligó a moverse para correr
y huir de allí, pero sus pies se
negaron a obedecer sus
órdenes. Graham ladeó la cabeza
lentamente mientras la
observaba con atención, hasta
que comenzó a sonreír de lado,
algo que le provocó un
escalofrío.
—Oh, qué pena. Se os ha
manchado el vestido de novia.
La voz del guerrero sonó tan fría
y calculadora que Helen supo
que ese día era el de su muerte.
—¿Qué quieres de mí? —le
preguntó la joven tras recuperar
la voz.
—¿Ahora me tuteas? —preguntó
con sorna—. Vaya, nuestra
relación es más cercana
entonces...
Helen frunció el ceño y dio otro
respingo cuando vio aparecer a
los dos hombres que la habían
secuestrado y la habían buscado
durante toda la noche.
—Maldita zorra MacLeod... —
murmuró uno de ellos apretando
con fuerza los puños.
Helen tragó saliva y dio otro
paso atrás, sin embargo, sentía
que no podía correr para escapar
de ellos.
—¿Sabes? —preguntó Graham
para llamar su atención—. Mis
hombres están realmente
enfadados contigo, querida
Helen. Han estado toda la noche
buscándote por el bosque, pero
parece ser que has sabido
esconderte bien. He tenido que
aparecer yo para encontrarte, así
que voy a tener que pedirles
parte del dinero que les pagué
para traerte a mí.
Robert gruñó.
—Ha sabido esconderse bien.
No es nuestra culpa.
—Ya nos has pagado, así que no
vamos devolver nada —refutó
James. Graham sonrió de lado y
los miró de reojo.
—Lo mejor es hacer las cosas
uno mismo, pero no quería que
sospecharan de mí, lógicamente.
—¿Por qué no te marchas y nos
dejas en paz? —le espetó Helen.
Graham lanzó una carcajada.
—¿Y perderme la cara del
MacLeod cuando te mate? —La
joven tembló
de miedo al ver cómo se
acercaba—. Sí, querida, vas a
morir.
Helen dio un paso atrás.
—Pero no temas, será rápido.
—Jacobo te quitará todas tus
tierras. Ya lo escuchaste...
Graham resopló.
—Jacobo no entiende que un
hombre como yo debe poner en
orden a alguien como tu marido.
—Mi marido es una persona
honorable que lo único que ha
hecho ha sido defender a quien
lo necesitaba.
Graham chasqueó la lengua.
—No conoces a tu marido,
querida. ¿Lo has visto luchando
en la guerra? No tienes ni idea
de cómo se transforma —le dijo
con maldad—. Cailean MacLeod
es un asesino despiadado que
arranca las entrañas de sus
enemigos.
Helen tragó saliva y dio otro
paso atrás cuando Graham
estuvo a punto de chocar su
pecho con el de la joven.
—¡En eso tienes razón, Elliot!
—vociferó una voz conocida
cerca de ellos.
Helen dio un respingo, al igual
que Graham, y ambos miraron
en la dirección que marcó la voz
que acababa de escucharse. En
sus labios estuvo a punto de
dibujarse una sonrisa de alivio,
sin embargo, logró contenerse. A
solo diez metros de ellos se
encontraba no solo Cailean, sino
sus seis amigos, incluido Ian
Mackintosh, y todos al mismo
tiempo desenvainaron sus
espadas para correr hacia ellos.
Los captores de Helen lanzaron
un grito aterrado al ver sus
rostros enfurecidos y sedientos
de sangre y aunque intentaron
correr en dirección contraria, no
pudieron ir muy lejos.
Graham, al ver que se acercaban
con rapidez, actuó con prisa y
tomó a Helen del brazo para
ponerla delante de él. La joven
había estado a punto de alejarse
de él para dejarlos en la lucha
que seguramente librarían, pero
supo que había reaccionado
demasiado tarde cuando sintió
que Graham tiraba de ella y
ponía sobre su cuello la punta de
la espada que acababa de
desenvainar.
Apretó los ojos con fuerza
cuando sintió que el filo se
clavaba en su carne e instantes
después un hilo de sangre corría
por su cuello hasta perderse en
su vestido.
Helen miró a Cailean y vio que
este la observaba fijamente de
arriba abajo, como si quisiera
comprobar que estaba bien hasta
que subió la mirada de nuevo
hasta sus ojos. Y, de repente, su
gesto cambió. Cailean miró más
allá de Helen, hacia Graham y
para sorpresa del guerrero,
chasqueó la lengua con cierta
gracia, como él solía hacerlo. A
su espalda, Ian lo miró
enarcando una ceja mientras los
demás luchaban y acababan con
la vida de los traidores a su clan
que se habían llevado a Helen de
la seguridad del castillo.
Cailean dio un paso hacia él
apretando la empuñadura de la
espada, pero con un gesto que
casi rozaba lo cómico.
—He de reconocer, Elliot, que
me ha sorprendido la
inteligencia que has demostrado
tener. Siempre pensé que era lo
contrario, la verdad —dijo esto
más para sí que para el guerrero,
aunque lo suficientemente alto
como para que lo escuchara
Graham, que frunció el ceño—.
Creía que para ti eran más
importantes tus tierras y tu
dinero que cualquier otra cosa,
incluso más que Jacobo, pero
acabo de descubrir que no. Lo
que sí me ha sorprendido es que
hayas ideado un plan casi
perfecto, supongo que no
contabas con la inteligencia de
mi amigo aquí presente —dijo
señalando a Ian— y su
desconfianza innata; ni tampoco
con que íbamos a seguirte y
descubrirte; ni que yo iba a hacer
lo que fuera por encontrar a mi
esposa, a la que por cierto le
acabas de hacer un corte en el
cuello, por si no lo sabes, y que
sin duda pagarás por ello. Pero
¿sabes qué es lo que más me
sorprende?
Graham frunció el ceño y apretó
la mandíbula.
—Tu perorata me está cansando,
MacLeod. ¿Qué te sorprende?
Cailean sonrió de lado.
—Que seas tan tonto como para
estar quieto escuchándome
mientras mis amigos se colocan
detrás de ti listos para atacar.
Helen sintió el respingo que dio
el guerrero a su espalda. Había
estado tan pendiente de lo que
Cailean decía que no había
escuchado el momento en el que
los guerreros acababan con la
vida de sus esbirros y,
efectivamente, se
colocaron tras él. Apenas tuvo
tiempo de reaccionar cuando
Leith le dio con la empuñadura
de la espada en la cara,
provocando que soltara a Helen
lanzando un grito de dolor.
Al instante, Cailean la aferró
fuertemente del brazo y la apartó
de él.
—¿Estás bien? —le preguntó
uniendo la frente de ambos.
Helen asintió y no pudo evitar
un sollozo.
—Pensaba que no vendrías... —
dijo llorando. Cailean sonrió y la
besó fugazmente.
—Estás muy equivocada si
piensas que ahora que te tengo
voy a dejarte marchar. Dame
unos minutos y volveré de nuevo
junto a ti.
Helen asintió y lo vio correr
hacia la pelea, tomando el
mando en cuestión de segundos.
Sus amigos se hicieron a un lado
antes de que Ian clavara su larga
daga en la entrepierna del
guerrero de Jacobo, provocando
que lanzara un aullido
estremecedor.
Helen desvió entonces la mirada
y se alejó un poco, pues no
podía más con aquella visión
ensangrentada de Graham.
Sí fijó su mirada en Cailean.
Este parecía un demonio salido
del averno o un dragón, como
solían llamarlo, pues su rostro
iracundo no parecía ser el mismo
que segundos antes cuando la
había besado. Los músculos del
guerrero podían intuirse debajo
de la camisa, pues estaba tan
tenso que parecían querer
romper los pliegues de la ropa.
Frente a él se encontraba
Graham tirado en el suelo,
aullando aún por el dolor y
sabiendo que su muerte estaba
próxima, pues estaba seguro de
que no dejarían que fuera Jacobo
quien dictaminara su suerte.
Cailean caminó a su alrededor
sin dejar de mirarlo. En un
momento dado, escupió a sus
pies, cerca de Graham y cuando
por fin se puso frente al
guerrero, se agachó junto a él.
—Me temo que debo pedir
disculpas por lo que mi amigo
Ian ha hecho ahora mismo, pero
es que resulta que es un hombre
que no soporta la traición bajo su
mismo techo... —Chasqueó la
lengua—. Y yo, que soy muy
buen amigo, he dejado que se
vengue por eso...
Cailean levantó la cabeza de
Graham tirando de su pelo para
que lo mirara
a la cara.
—Antes de que mueras me
gustaría decirte una cosa. ¿Sabes
por qué me llamaban Dragón?
Graham escupió.
—Me importa una mierda.
Cailean sonrió y se encogió de
hombros.
—Igualmente quiero que lo
sepas. Más que nada para que
cuando llegues al infierno, les
hables a todos de la persona que
te mató por traidor y por hacer
daño a una mujer.
A pesar del dolor que sentía,
Graham se incorporó levemente
y lanzó una carcajada que heló la
sangre de Helen a pesar de la
distancia.
—¿Sabes qué voy a hacer
cuando llegue al infierno?
Saludar a tu amigo Errol.
La sonrisa de Cailean se borró al
instante tras haberle recordado al
que fue uno de sus mejores
amigos. El joven apretó los
puños con fuerza mientras
Graham reía frente a él.
—Y después nos jactaremos por
todo el daño que hemos logrado
hacerte a ti o cualquier persona
de tu maldito entorno.
Graham tosió con fuerza y se
retorció de dolor. Cailean sabía
que las miradas de sus amigos
estaban puestas en él, pues
lograba sentirlas en su nuca. Por
ello, superada la sorpresa inicial
por el recuerdo de Errol, soltó el
pelo de Graham y se irguió
ligeramente sin dejar de mirarlo.
—Los dragones son animales
impetuosos, fogosos, enérgicos,
les gusta el peligro, los
conflictos y los desafíos, además
de las situaciones límites. Y por
ello, lanzan llamaradas a sus
enemigos. Yo te lanzo esto —
dijo soltando la espada de
Graham frente a sus narices—
para poder disfrutar ahora de un
buen desafío, pues estoy
deseando derramar tu sangre y
después quemar tu cuerpo con
mi fuego. Cógela y levántate.
La voz de Cailean era tan fría
que incluso la propia Helen no la
reconoció. Desde su posición vio
que Cameron sentía un
escalofrío y miraba con sorpresa
a Cailean y al instante todos los
demás se apartaron para dejarlos
luchar.
Con extrema dificultad, Graham
se levantó de suelo. A leguas
podía verse que era casi incapaz
de sostener una espada, pero
algo le dijo a Helen que lo único
que pretendía Cailean era que
muriera en la batalla y no
asesinado a sangre fría.
Cuando Graham se irguió frente
a Cailean, este le presentó
batalla al instante, aunque no tan
fuerte como quería, pues deseaba
que el combate durara más de lo
que sabía que iba a durar.
Comenzó a lanzar estocadas
contra su enemigo y debió
reconocer que le sorprendía la
fortaleza que demostró Graham
para luchar, pues no esperaba
que tuviera la fuerza suficiente
como para sostener la espada, y
menos para poder parar los
golpes que iban con tanta fuerza.
—¿Quieres que le dé un mensaje
especial a tu amigo Errol?
Cailean apretó la empuñadura de
la espada. Odiaba que le
recordaran al traidor del clan
MacLeod, pues la herida estaba
aún sin cerrar. Por ello,
arremetió con toda su fuerza
contra Graham, algo que hizo
que este se desestabilizara y
estuviera a punto de perder el
equilibrio. A su espalda, Leith lo
sostuvo cuando casi cayó al
suelo y volvió a empujarlo
contra Cailean, que lo recibió
con una nueva estocada. La rabia
se había apoderado de él,
cansado de traiciones y conjuras
a su espalda.
—¿A él también lo mataste así?
Cailean frunció el ceño y clavó
su mirada iracunda en él.
—No debe importarte cómo lo
maté —respondió—. Pero si
quieres, que te lo cuente él en el
infierno.
Y describiendo un arco perfecto
con la espada, logró abrir de un
tajo el pecho y el vientre de
Graham, cuya sangre salpicó a
su alrededor.
Helen desvió la mirada, incapaz
de seguir mirando aquello
mientras de su garganta
escapaba una pequeña
exclamación por la sorpresa.
Jamás había visto algo tan
sanguinario como aquello, por lo
que se alejó de allí al instante, ya
que no podía escuchar los
últimos estertores de Graham.
Este cayó de rodillas ante
Cailean y el joven no pudo
evitar recordar la
imagen del propio Errol en el
instante en el que su amigo
murió frente a él. Por ello, antes
de que Graham perdiera el
último aliento de vida que le
quedaba, le dijo:
—Cuando lo veas, dile que todo
queda olvidado y que a partir de
este momento dejo ir su recuerdo
—sentención en apenas un
susurro.
Graham sonrió e intentó decir
algo, pero de su garganta tan
solo salió una tos profunda que
llenó de sangre todo su pecho.
Segundos después, caía muerto a
los pies de Cailean. Este miró su
cuerpo durante unos instantes en
completo silencio.
El viento soplaba a su alrededor,
moviendo sus ropajes. Todo
había terminado antes de lo
esperado y de una forma más
fácil de lo que había supuesto,
pues creyó que Graham tendría a
más hombres por allí. Por fin su
esposa y todo el daño sufrido
estaban vengados y tan solo le
quedaba descansar junto a ella y
regresar a su hogar cuanto antes.
—Atadlo con una cuerda a
alguno de vuestros caballos —
dijo Ian, que fue el primero en
reaccionar—. Lo llevaremos de
regreso al castillo para que
Jacobo haga con su cuerpo lo
que quiera.
Al escuchar su voz, Cailean
reaccionó y levantó la mirada del
suelo. La posó sobre Ian y le
agradeció en silencio que
hubiera ido tras ellos para
avisarlos y ayudar. Este asintió
también en silencio y fue a
buscar a los caballos.
—Cailean... —susurró Helen
tras él en un susurro.
El guerrero se giró hacia ella y al
instante la recibió entre sus
brazos, pues la joven se lanzó
contra él para abrazarlo. La
sintió temblar cuando sus brazos
rodearon su cintura y la
apretaron contra él. Por fin podía
sentirla de nuevo junto a él
después de la peor noche de su
vida sin saber dónde ni en qué
condiciones estaba. Cailean
aspiró su aroma. Por primera
vez, Helen no olía a flores, sino
a tierra húmeda y terror. No
quería imaginar lo que su esposa
había pasado durante la noche,
pero se juró estar más atento de
cara a un futuro para evitarle
más sufrimiento.
—Temía que no vinieras —
repitió Helen contra su cuello al
tiempo que lo apretó con más
fuerza.
Cailean sonrió.
—¿Y por qué no iba a venir?
—Porque pensé que te habrían
dejado una nota en mi nombre
diciendo que te abandonaba de
nuevo. Y temí que esta vez
también los creyeras.
Cailean soltó una risa leve y la
apretó con más fuerza antes de
soltarla y tomar su rostro entre
sus manos para mirarla fijamente
a los ojos.
—No vuelvas a pensar en eso,
por favor. Siempre que te
marches regresaré a por ti. Ya no
voy a dejar que otros decidan
por mí. Sé lo que quiero y deseo,
y es a ti. Da igual dónde estés o
con quién, pero siempre te
encontraré y te llevaré de regreso
a casa.
Los ojos de Helen se llenaron de
lágrimas que no pudo retener y
asintió, incapaz de poder hablar.
Cailean sonrió y limpió con
ternura las lágrimas antes de
abrazarla de nuevo.
—Te amo, Helen MacLeod.
Siempre lo he hecho y siempre
lo haré.
Helen le devolvió un sollozo,
aunque logró serenarse para
poder responderle:
—Te amor, Cailean MacLeod,
desde el primer momento en el
que nuestras miradas se
cruzaron.
Cerca de ellos escucharon un
bufido de sorna y al instante, la
voz de Kerr llegó a los oídos de
ambos:
—Si alguna vez me pongo tan
vomitivo, mátame, por favor —
le pidió el guerrero a Struan.
—Será un placer...
Cailean sonrió y se separó de
Helen para mirarlos.
—Os tengo que ver a los pies de
vuestras prometidas... Struan
resopló.
—Creo que prefiero acabar
como este desgraciado —
respondió señalando a Graham.
—Yo estoy pensando en huir del
país —dijo Kerr a su vez.
Helen sonrió al verlos marchar
hacia sus caballos para montar y
regresar al castillo Mackintosh.
Después miró a Cailean y le
dijo:
—Están locos por ellas.
—Sí, pero dales tiempo para
que se den cuenta —la secundó
antes de empujarla suavemente
hacia su caballo para ayudarla a
montar.
Cuando Helen montó y sintió a
Cailean tras ella, giró levemente
la cabeza y le preguntó:
—¿Cuándo nos iremos a Skye?
Me gustaría volver al lugar
donde nací, aunque me da
mucha pena separarme de las
chicas.
Cailean apoyó la barbilla en el
hombro de Helen y le dijo al
oído:
—Nos iremos cuando hayamos
consumado nuestra noche de
bodas.
Después de toda una noche sin
saber si viviría o moriría, el
hecho de pensar en deshacerse
entre los brazos de Cailean era
una auténtica tentación para ella,
por lo que, dejando caer la
espalda sobre el amplio pecho
del guerrero, le respondió:
—Espero que sea pronto,
entonces. Cailean gruñó junto a
su oído.
—En cuanto lleguemos al
castillo...
Tras más de una hora a lomos de
los caballos, por fin lograron ver
en la distancia el castillo y Helen
suspiró largamente deseando
poder calentar su cuerpo y
quitarse todo el polvo y suciedad
no solo del vestido, sino también
de su cuerpo y el pelo, que tenía
completamente enredado a su
espalda.
Se sintió nerviosa. Pensó en sus
amigas e incluso en la cara que
pondría el rey al verlos llegar
con los cuerpos de los traidores
atados a los caballos, algo que
ella misma no había mirado,
pues el simple hecho de pensar
en hacerlo le revolvía el
estómago de asco. Helen respiró
hondo y se dijo que debía
prepararse para contar todo, pues
estaba segura de que Jacobo
pediría explicaciones por haber
matado a uno de sus guerreros
más cercanos. Pero ella estaba
dispuesta a lo que fuera para
salvar a Cailean y a los demás
de la
ira del rey.
El primero en verlo llegar fue
Lachlan, que al instante dio la
orden para que abrieran el
portón. Uno a uno fueron
entrando y segundos después,
como si los hubiera visto llegar
desde la distancia, apareció
Jacobo por la puerta del castillo
junto a sus hombres.
—¿Qué demonios ha pasado,
Mackintosh? —pidió
explicaciones a Ian cuando vio
que Graham era arrastrado por el
caballo de este—. ¿Qué habéis
hecho con Elliot?
—Mi señor —dijo tras
desmontar—, creo que lo mejor
es ir a mi despacho. Tenemos
mucho de qué hablar.
Sin embargo, Jacobo negó en
rotundo. Estaba demasiado
enfadado como para atender a
razones.
—Ya lo creo que hay que hablar.
¡Y vosotros! ¿Por qué demonios
os fuisteis sin avisarnos?
Cailean fue el primero en
adelantarse a responder:
—Lamento las prisas, pero la
vida de mi esposa estaba en
peligro y desconfiábamos de uno
de sus hombres.
—¡Debisteis decírmelo solo a
mí!
Cailean suspiró. Sabía que
Jacobo sería un hueso duro de
roer, por lo que se armó de toda
la paciencia que le quedaba a
pesar del cansancio.
—Lo sé, pero temía que hicieran
daño a Helen. Además, fue la
mejor forma para hacer que
todas las sospechas recayeran
sobre otro y Elliot cometiera un
fallo.
—¡No estoy seguro de que
Graham tuviera algo que ver! —
acabó vociferando—. ¡Lo
odiabais!
Cailean dio un paso hacia el rey,
dispuesto a responder también
con el mismo grito, pues su
rostro enfurecido no pasó
desapercibido para nadie, sin
embargo, Helen puso una mano
en su brazo para calmarlo y dio
un paso adelante.
—En este caso debo ser yo
quien intervenga, mi señor.
Fueron esos dos
hombres quienes me
secuestraron bajo las órdenes de
Graham. Ellos mismos me lo
confirmaron, pero no solo eso.
Después de toda una noche
intentando escapar de ellos, me
crucé con él e intentó hacerme
daño, confirmando lo que ya
sabía. Mi esposo y los demás
guerreros han hecho lo que
debían, matarlo para poder
salvarme. Tal vez no será la
mejor forma de arreglar un
problema, pero sí la única que
han encontrado después de que
el señor Elliot intentara cortarme
el cuello —dijo señalando la
pequeña herida que tenía—. No
los castigue, por favor. Han sido
honorables al traer los cuerpos
para que sea usted y no los
animales quien decida qué hacer
con ellos.
Jacobo se acercó a ella sin
apartar la mirada de la joven,
que se puso nerviosa tras su
explicación. Después dirigió sus
ojos hacia los demás allí
presentes para posarla por último
sobre los cuerpos de los muertos:
—Confío en su palabra, señora
MacLeod. Lamento lo que uno
de mis hombres ha hecho con
usted y solo me queda una cosa
más por decir a su esposo.
Cailean se sobresaltó al ver su
mirada profunda sobre él.
—Tienes junto a ti a una mujer
extraordinaria. Espero que no
vuelvan a intentar quitártela.
Cailean sonrió de lado.
—Quien lo intentara acabaría
muerto.
Jacobo asintió lentamente. Por
fin todo había acabado y con un
gesto de su mano ordenó a sus
hombres que enterraran los
cuerpos de los desgraciados que
yacían en el suelo.
—Mi señor —lo llamó Cailean
cuando comenzó a alejarse—, a
mi esposa y a mí nos gustaría
partir cuanto antes a Skye.
Jacobo sonrió.
—¿No queréis esperar a ver la
boda de vuestros amigos?
Cailean chasqueó la lengua y
sonrió de lado mientras les
dirigía una mirada.
—Me temo que esas uniones no
serán en los próximos días.
Jacobo enarcó una ceja y negó
lentamente, sabiendo que
aquellos guerreros no tenían
remedio.
—Está bien. Podéis marchar
cuando queráis.
Helen sonrió y se volvió hacia
Cailean, que la besó fugazmente.
—¿Qué pensáis hacer,
MacLeod? —preguntó Gaven.
Cailean amplió su sonrisa y
atrajo a Helen hacia él.
—Aquello que estás pensando.
Y tras esto, se dirigió hacia el
castillo con una sonrojada Helen,
que no podría dejar de pensar en
lo que vendría a continuación.
Esa misma noche, tras un día
entero encerrados en su
dormitorio sin salir y sin ver a
nadie a pesar de que las amigas
de Helen habían insistido en
verla, todos se encontraban en el
gran salón celebrando no solo el
regreso de la joven y que todo
había terminado bien, sino
también que esa era la última
noche que pasarían en el castillo,
pues habían decidido marchar a
primera hora de la mañana para
regresar cuanto antes a su hogar,
ya que tendrían varios días de
viaje.
—Ya he dado la orden a varios
de mis hombres para que os
acompañen hasta el puerto —
dijo Ian en medio de la
conversación.
—Sabes que no hace falta... —
comenzó Cailean.
—Y sabes que iría a buscarte al
infierno si en mitad del camino
os asaltan y os ocurre algo que
yo podría haber evitado —lo
cortó Ian.
Cailean suspiró y finalmente
asintió, agradecido.
—Gracias, amigo.
Ian se encogió de hombros.
—No me las des. Lo hago para
perder de vista a Lachlan
durante unos días.
Todos rieron ante su comentario,
pues sabían que el vínculo que
lo unía a ese guerrero era
realmente muy fuerte.
—¿Y no podríais quedaros unos
días más? —intervino Kiara
mirando a
Helen—. Apenas hemos podido
hablar de todo lo que queríamos.
—Bueno, tal vez deberíais
hablar más con vuestro futuro
marido —sugirió Jacobo como si
nada.
La joven se sonrojó y miró a
Cameron fugazmente, pero lo
suficiente como para darse
cuenta de que la observaba con
fijeza.
—Al igual que las demás... —
dijo el rey mirando a todas las
prometidas, que desviaron la
mirada hacia su plato como si la
conversación no fuera con ellas
—. Me temo que tendré que
cambiar la estrategia para los
matrimonios con algunos de
ustedes...
El silencio en el salón fue tan
abrumador que Cailean tuvo que
contener una carcajada. El joven
miró a sus amigos y los vio
sostener los cubiertos con tanta
fuerza que estaba seguro de que,
si pudiera, se los clavarían a
Jacobo en diferentes partes de su
cuerpo.
Helen carraspeó, incómoda por
el silencio y se dispuso a
responder a Kiara.
—Creo que lo mejor es volver a
Skye. Hace tantos años que dejé
la isla que no puedo esperar por
más tiempo para volver a ver a
todas las personas que conocí un
día y de las que no tuve tiempo
de despedirme.
Eileen, que estaba sentada a su
lado, le tomó la mano y la apretó
ligeramente.
—Me alegro por ti, amiga.
Agradecida, Helen aceptó su
mano y, en voz baja, le dijo:
—Estoy segura de que tu futuro
matrimonio con el Campbell se
solucionará.
—Yo no estoy tan segura...
Helen sonrió antes de dirigir su
mirada hacia Gaven, que estaba
sentado frente a ellas y apartó la
mirada de Eileen cuando se dio
cuenta de que estaba siendo
observado por la esposa de su
amigo.
—Cree y verás resultados.
Jacobo se levantó de su asiento
y Cailean estuvo a punto de
sonreír de
nuevo, pues ese mismo gesto lo
había visto durante todos los días
que estaba en el castillo
Mackintosh.
—Quiero brindar por los recién
casados. Me alegro de que todo
haya acabado bien. Pero también
me gustaría brindar por los
matrimonios que aún están por
formalizarse. Ya queda menos...
Helen miró a Cailean y este le
dedicó una sonrisa antes de
susurrarle un “te quiero” desde
su asiento. A pesar de la
incomodidad que provocaba en
sus amigos el recuerdo de su
futura unión, el ambiente que se
respiraba en el salón era relajado
y de fiesta, especialmente por no
estar presentes los guerreros de
Jacobo por petición de todos los
demás guerreros y del propio
Ian. Y por primera vez en su
vida, Helen disfrutó
enormemente de la fiesta,
grabando en su memoria ese
momento y construyendo nuevos
recuerdos tras guardar los malos
en lo más profundo de su
corazón.
EPÍLOGO
Isla de Skye, cinco días después
Las manos de Helen temblaban
no solo por el nerviosismo que le
producía regresar a la tierra que
la había visto nacer, sino
también por el intenso frío con el
que había amanecido ese día,
pero al menos agradeció el
hecho de que las aguas
estuvieran tranquilas para poder
navegar sobre ellas, además de
que apenas había niebla que
pudiera dejar a la deriva a la
embarcación sobre la que
estaban a punto de atracar en el
puerto del clan MacLeod.
Cailean había insistido a los
guerreros Mackintosh que no
embarcaran con ellos y
regresaran a sus tierras cuanto
antes, puesto que no quería
abusar de la hospitalidad de su
gran amigo Ian, a quien le
había prometido ir a verlo
pronto y a quien le pidió que se
casara en cuanto encontrara a la
mujer perfecta para él.
—Debería estar loco si dejo que
una mujer duerma en mi catre —
le dijo antes de empujarlo hacia
su caballo para evitar hablar de
un posible matrimonio.
Cailean dibujó una sonrisa en los
labios. La despedida con sus
amigos había sido realmente
abrumadora. Sabía que los
echaría terriblemente de menos,
pero su lugar estaba junto a su
mejor amigo, Niall, y el que
había sido su hogar, Dunvegan.
Sin embargo, reconoció para sí
mismo que aquellos días habían
sido los mejores de toda su vida.
Había recuperado el amor de la
única mujer que había ocupado
su corazón, habían hablado las
cosas y las habían aclarado y
sabían que por fin nada ni nadie
se interpondría entre ellos. Ni
siquiera el padre de Helen, al
cual la joven había decidido no
escribir, pues días atrás la había
enviado casi sola al castillo y la
había dejado abandonada a su
suerte allí, como si su destino no
le importara.
El guerrero giró la cabeza hacia
Helen en un instante en el que
descansó para remar y no pudo
evitar sentirse completo cuando
vio los ojos de felicidad de su
esposa. Esta le devolvió la
mirada y una sonrisa,
provocando que su pecho se
hinchara de orgullo y amor por
ella.
Cuando el castillo apareció de
nuevo ante sus ojos, Helen
estuvo a punto
de echarse a llorar. Hacía tantos
años que había abandonado ese
lugar que cuando lo vio por
primera vez sintió que no había
pasado el tiempo. Dunvegan
estaba tal y como lo recordaba,
aunque internamente hubieran
hecho cambios. El puerto, que
apareció en cuestión de
segundos entre la niebla, el
camino que subía al castillo, el
bosque adyacente al mismo...
Todo estaba igual. Y de repente,
sintió la imperiosa necesidad de
ir al río donde solía verse con
Cailean antes de abandonar la
isla para comprobar si también
seguía como ella lo recordaba.
Helen respiró hondo y apretó los
puños con la intención de calmar
el temblor de sus manos. No
podía presentarse ante el nuevo
laird y su esposa de esa manera.
Se preguntó cómo se tomaría
Niall su regreso a la isla tras
abandonar a Cailean. La última
vez que lo vio fue intentando
entretener a su padre para que
ella pudiera hablar con Cailean
durante un pequeño rato. Lo
recordaba muy joven y siempre
con algún que otro golpe que,
según las habladurías, le había
proporcionado su padre. Pero lo
peor de todo no era eso, sino la
fama que después corrió
alrededor de toda la tierra de
Escocia y que no se había
atrevido a preguntar a Cailean si
los rumores eran ciertos.
Lo único que sabía era que el
que había sido su amigo, Errol
había muerto a menos de su
propio esposo y el laird tras la
traición del guerrero, pero no
había querido entrar en muchos
detalles para no hurgar en la
herida de Cailean.
—¿En qué piensas para estar tan
seria?
La voz de Cailean antes de que
la pequeña barca atracara en el
puerto la sobresaltó, pues había
estado tan metida en sus propios
pensamientos que no se había
dado cuenta de que Cailean la
estaba observando. Helen se
encogió de hombros y sonrió,
restándole importancia.
—Me preguntaba cómo será
Niall en este momento y cómo
se tomará mi regreso a la isla.
Después de todo, puede que no
me quiera ni ver...
Cailean le sonrió y negó con la
cabeza.
—Olvida lo que hayas podido
escuchar sobre él durante estos
años. Le explicaré todo lo que ha
pasado y estoy seguro de que te
aceptará al instante. Y Megan
también. Aunque a pesar de
todo, reconozco que yo en parte
también tengo temor al
momento en el que lleguemos
al castillo —dijo
mirando hacia la loma donde se
encontraba erguida la fortaleza.
—¿Por qué?
Cailean sonrió de lado.
—Porque me he reído tanto de
Niall y de otros compañeros
cuando se han enamorado que
ahora me tocará tragarme mis
propias palabras.
Helen soltó una risotada que
hizo las delicias de Cailean
mientras bajaba de la barca y la
ataba a un tronco para evitar que
la marea la arrastrara.
—Todo el equipaje se queda
aquí. Ya enviaré a alguien para
que me ayude a bajarlo —le
indicó el joven.
—¿Crees que nos están
esperando?
—Estoy seguro de que los vigías
han visto la embarcación y me
habrán reconocido. Eso sin
contar con que Niall se quedó
muy preocupado por mi marcha
y estará pendiente del mar en
todo momento.
Al ver que Helen se retorcía las
manos de nuevo, Cailean la
abrazó y la besó.
—Tranquila. Todo va a salir
bien.
Helen asintió, no muy
convencida, y lentamente
comenzaron a ascender por el
camino que llevaba al castillo.
Cailean le tomó la mano para
intentar tranquilizara y hacer
saber que él estaría a su lado en
todo momento y la joven, con la
necesidad de no pensar en lo
que se le venía, puso su atención
en lo que los rodeaba. Una
sonrisa se dibujó en sus labios.
Todo estaba exactamente igual.
Parecía que el tiempo no había
pasado desde su marcha y tan
solo habían cambiado las
personas, pues cuando estaban a
punto de llegar a la muralla del
castillo, levantó la mirada y
distinguió entre los guerreros
que había apostados numerosos
rostros que le resultaban
conocidos.
En parte le emocionó volver a
verlos, aunque no los hubiera
conocido ni supiera sus nombres,
pero sus rostros no le resultaban
nuevos a sus ojos. Y estuvo
segura de que el suyo tampoco
les sonó extraño cuando en sus
ojos vio que mostraban una
expresión de auténtica sorpresa.
El portón comenzó a abrirse para
recibirlos, y fue entonces cuando
Helen lanzó un suspiro para
calmar el temblor de sus manos.
—Estoy contigo, Helen —le dijo
Cailean con una sonrisa mientras
atravesaban el portal—. No voy
a dejarte.
La joven asintió y sintió cómo el
guerrero apretaba su mano con
fuerza. Entonces, ambos miraron
al frente y vieron que,
efectivamente, Niall y Megan ya
los estaban esperando en los
escalones del castillo. Y cuando
Cailean vio el rostro asombrado
y pasmado de su laird y amigo,
su sonrisa se amplió
enormemente.
Aún tenía en el estómago los
nervios que le había producido la
noticia que le había dado uno de
sus hombres tras comunicarle
que su amigo Cailean se estaba
aproximando de nuevo al
castillo, pero que no venía solo.
Le sorprendió que le dijeran que
iba acompañado de una mujer,
pero que no sabían de quién se
trataba. En ningún momento
imaginó el motivo de su llegada
con aquella misteriosa mujer, ni
siquiera Megan sabía a qué se
debía ese regreso antes de
tiempo, pues habían calculado
que tal vez estaría más tiempo
del que pensaban fuera de Skye.
Por ello, dejando todo lo que
estaban haciendo en ese
momento, Niall y Megan
salieron a la puerta del castillo a
recibir a su amigo tal y como se
merecía, y el hecho de que
regresara antes de tiempo no
solo le extrañaba, sino le
alegraba enormemente, pues tras
tantos años junto a él ahora se
sentía raro sin tenerlo a su lado,
ya que se habían unido aún más
tras la muerte de Errol.
Con cierto nerviosismo, Niall
cruzó las manos a la espalda
mientras el portón se abría para
recibir a Cailean y a pesar de la
distancia desde allí pudo
escuchar las exclamaciones de
sorpresa que lanzaron sus
hombres a medida que su amigo
y aquella mujer se acercaban a la
muralla.
—¿Qué ocurre? —preguntó
Megan con interés—. Parecen
sorprendidos. Niall bufó.
—Estoy seguro de que hace
mucho que no ven a una mujer
bella. Megan lo miró
entrecerrando los ojos.
—Vaya, gracias. Niall la miró
de reojo.
—Tú no cuentas porque saben
que les arrancaré los ojos si te
miran más de la cuenta.
Megan sonrió y fijó su mirada
entonces en la pareja que se
aproximaba a ellos lentamente,
como si se estuvieran
regodeando en ese momento. La
esposa del demonio enarcó una
ceja al ver que la mano derecha
de Cailean sujetaba con firmeza
la mano de aquella muchacha
que, efectivamente, era
realmente bella. Y solo apartó la
mirada cuando escuchó la
exclamación de sorpresa de Niall
a su lado.
Megan lo miró y vio su
sorprendido rostro, pero apenas
tuvo tiempo de preguntarle qué
le pasaba.
Niall parpadeó varias veces sin
poder creer lo que veían sus
ojos. Estaba seguro de que lo
que había frente a él no era real
y todo formaba parte de una
ilusión. Puede que se estuviera
haciendo mayor o que alguien
hubiera envenenado su
desayuno, pero eso... No podía
ser real. No obstante, a medida
que su amigo se acercaba y
mostraba una sonrisa amplia e
irónica, algo le dijo que sí, que
no era un sueño.
Niall fijó su mirada de nuevo en
aquella joven. Ese rostro no le
resultaba desconocido, al
contrario, era una cara que no
había podido olvidar por el daño
que le había causado al mismo
hombre que caminaba a su lado
y sujetaba su mano como si
temiera que alguien pudiera
hacerle daño a la joven.
—No puede ser... —murmuró
llamando la atención de Megan,
que abrió la boca para decir algo,
pero sin llegar a pronunciar
sonido alguno.
Niall bajó un peldaño para
acercarse más y comprobar más
de cerca que era real. La sonrisa
de su amigo aumentó y cuando
estuvieron a dos metros de los
señores del castillo, pararon.
—Pero ¿qué demonios es esto,
Cailean? —preguntó sin poder
apartar la mirada de Helen.
La joven apenas había cambiado.
Parecía ser la misma que años
atrás cuando la vio por última
vez antes de correr a avisar a su
amigo para que intentara
detenerlos. Durante tanto
tiempo había visto su rostro que
se le había quedado grabado en
la memoria y ahora que volvía a
tenerla delante se
dio cuenta de que el único
cambio que parecía haber
experimentado es el de verse
más madura y no tan aniñada
como él la recordaba.
Cailean carraspeó para llamar su
atención y Niall le devolvió por
fin la mirada.
—Me gustaría presentaros a mi
esposa, Helen MacLeod.
Megan lanzó una exclamación
de sorpresa y felicidad mientras
Niall se quedó completamente
mudo. ¿Había dicho su esposa?
El laird parpadeó varias veces y
por lo que dedujo su expresión
hizo gracia a Cailean, que
intentaba no soltar la carcajada
que raspaba su garganta en ese
momento.
No obstante, la sorpresa de todos
fue mayúscula cuando Niall
abandonó aquel mutismo para
acortar la distancia entre ellos y
aferrar a Cailean de la pechera
de su camisa y arrastrarlo de allí
varios metros mientras lo
sacudía con fuerza. Hizo caso
omiso a la expresión de sorpresa
de Megan y de la propia Helen,
que tembló al creer que su laird
no la quería entre ellos de nuevo.
—Pero ¿se puede saber qué
demonios has hecho? —
preguntó en un susurro para que
no los escuchara nadie, pues el
silencio en el patio era
ensordecedor—. ¿Cómo que tu
esposa? ¿Te has vuelto loco?
Cailean lanzó una carcajada y a
pesar de que intentó soltarse, no
pudo.
—Todo tiene una explicación,
amigo. Y si me dejas entrar al
castillo, te la daré gustoso.
Niall volvió a sacudirlo.
—Ya lo creo que me la vas a
dar. —Miró hacia atrás de nuevo
a la recién llegada—. ¿Helen?
¿En serio? ¿Acaso has olvidado
ya todo lo que te hizo?
Un carraspeo a su espalda llamó
su atención.
—¿Niall? —Megan lo observaba
con una ceja enarcada y los
brazos cruzados en el pecho sin
poder creer que su esposo no
hubiera recibido como merecía a
aquella mujer—. ¿Se puede
saber qué haces?
Niall apretó los dientes antes de
responder.
—Estoy hablando con mi amigo
sobre un tema importante —dijo
antes de
volver de nuevo el rostro a
Cailean, que lo miraba con una
sonrisa—. Ya puede ser buena tu
explicación porque si no lo es,
pienso arrancarte los huevos y
hacértelos comer por tener tan
mala cabeza de casarte con la
mujer que más daño te ha hecho.
Y tras esto, lo soltó y el propio
laird alisó la ropa de su amigo
para disimular mientras Cailean
reía por lo bajo.
—Gracias por tu preocupación,
amigo —dijo el guerrero
palmeando su espalda.
Niall se revolvió, incómodo.
—Vete a la mierda —susurró
antes de intentar esbozar una
sonrisa mientras se acercaba a
Helen, que lo miraba intentando
disimular el terror que sentía al
tener su mirada fija sobre ella—.
Reconozco que me ha
sorprendido volver a verte,
Helen, pero si eres la esposa de
Cailean, serás bienvenida en este
castillo.
Megan frunció el ceño,
acercándose a saludarla.
—¿Os conocíais?
—Es una larga historia —dijo
Niall entre dientes. Cailean
asintió.
—La llamada de Jacobo era para
unirnos en matrimonio a los
chicos y a mí. Y Helen era la
elegida para ser mi esposa —
explicó.
La aludida sintió sobre ella la
mirada casi iracunda de Niall y
dio un paso adelante.
—Yo... sé que no hice las cosas
bien y que el daño que infringió
mi marcha en Cailean fue
arrollador.
—No fue tu marcha lo que más
le dolió —la cortó Niall para
defender a su amigo.
Helen suspiró.
—Lo sé, fueron mis palabras.
Unas palabras que mi padre me
obligó a decir porque si no lo
hacía, Cailean moriría. Me
amenazó con matarlo si no lo
dejaba, pero no podía dejarlo y
ya está. Quería que le hiciera
daño para que
no nos siguiera allá donde
íbamos.
Cailean le tomó la mano cuando
su voz se quebró.
—Lo siento. Siento todo el daño
que hice, las palabras, los
gestos... todo.
Pero lo hice por amor a Cailean,
pues no quería que muriera.
Megan sonrió y la abrazó al ver
su congoja.
—Yo lo escucho todo por
primera vez, pero veo que tus
sentimientos son reales. No
importa el pasado, sino el
presente. Y el presente es que el
destino os ha unido de nuevo, y
si Cailean ha olvidado todo,
Niall también. ¿Verdad?
Niall la miró con ganas de
estrangularla, pero finalmente
asintió y llevó su mano a la de la
joven para besarla.
—Repito, bienvenida a Skye de
nuevo.
Cailean sonrió y le dio una
palmada en la espalda.
—Te ha costado decirlo, ¿eh?
—Te voy a machacar igualmente
—dijo entre dientes. Cailean
lanzó una carcajada.
—Pero primero invítanos a
comer algo, estamos famélicos.
Tras negar con la cabeza
levemente, pues sabía que su
amigo no tenía remedio, Niall
pasó un brazo por los hombros
de Cailean y lo empujó hacia el
interior del castillo mientras
Megan tomaba del brazo a la
recién estrenada esposa de su
amigo. Y sin lugar a dudas, si
Cailean había logrado
perdonarla, él no iba a ser
menos.
El guerrero sonrió ampliamente.
Feliz por estar de nuevo en su
hogar y rodeado de las personas
que siempre lo habían
acompañado. Miró de soslayo a
Helen y esta le devolvió una
sonrisa feliz, sincera y al ver que
todo estaba bien, logró relajarse
y serenarse. Como pudo, puso su
mano en el hombro de Niall y
cuando entró en el castillo y se
vio rodeado de nuevo por
aquellos gruesos muros,
descubrió que por primera vez
en mucho tiempo, los atravesaba
con el alma en sosiego y
serenidad. Tenía la sensación de
que todo estaba donde debía
estar y que todo a su alrededor
iba a cambiar para bien. El
fantasma de Errol quedó atrás
después de esos dos años y
pudo respirar
tranquilo, llenando por completo
sus pulmones al tiempo que
dejaba escapar sus demonios del
pasado.
Una amplia sonrisa se dibujó en
sus labios mientras escuchaba
parlotear a Niall y cuando
llegaron al salón para tomar
algo, Cailean se separó de su
amigo y fue hacia Helen, a la
que le dio un beso fugaz
mientras apretaba su cintura
contra él. La joven lo miró
extasiada y feliz y al observar
todo a su alrededor, se dijo que
también estaba en casa, pues ese
lugar había formado parte no
solo de su infancia, sino también
de sus recuerdos mientras estaba
lejos de allí.
Helen apoyó la cabeza en el
hombro de Cailean y le susurró:
—Te amo.
El aludido sonrió.
—Yo también —Y acercó su
boca al oído de la joven—. Y
espero que me lo repitas cuando
lleguemos a nuestro catre, pues
no pienso salir de ahí en una
semana.
Helen lanzó una carcajada y se
apretó contra él. Sí, sin lugar a
dudas, todo estaba en completo
orden y la felicidad por fin había
llegado a su negra vida,
poniendo luz en los recuerdos
más oscuros y haciendo que todo
lo demás formara parte del
juego de la vida. Un juego del
que ahora iba a disfrutar junto a
Cailean.
Índice

PRÓLOGO CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16 CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18 CAPÍTULO 19
EPÍLOGO

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