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RESUMEN CRÍTICO

Posturismo: Voyerismo, hedonismo y ficción


romántica
Por Deborah Vásquez Tejada

Análisis y reflexiones sobre la obra La mirada del turista de John Urry, capítulo V: Los
cambios culturales y la reestructuración del turismo

John Urry, es un sociólogo inglés cuyos estudios se centran en el turismo y la movilidad en la


posmodernidad. En la Mirada del turista, capítulo V, se centra en cuatro temas: La transformación
que ha sufrido la industria y el concepto del turismo en occidente; la influencia de los mass media
en la construcción del nuevo concepto de turismo; la fantasía social o ficciones masificadas
respecto al turismo: y el turismo como una actividad lúdica con exigencias cada vez mayores por
parte del “posturista”.

POSMODERNISMO

El posmodernismo que vivimos puede ser entendido como un sistema de símbolos.


Podemos entender la diferencia entre el Modernismo y Posmodernismo si prestamos
atención a sus características: El modernismo se caracteriza por la diferenciación entre
alta y baja cultura, la élite y el vulgo. Vemos esferas culturales; El posmodernismo apela
por lo contrario, desdiferenciación, entendido como el pastiche, collage, entre lo vulgar y
lo elitista, es antiáurico y siendo masivo busca especialización de sus productos.

De esta transformación somos conscientes, hay un constante intercambio de influencias


entre lo popular y lo elitista que hace difícil diferenciar o establecer el origen de ciertas
“tendencias”. El arte como experiencia estética, contemplación ha muerto. Ha quedado
en el modernismo dichas “utilidades” del arte. Hoy en día el arte “sirve” para la
distracción más que para la contemplación, para el hedonismo más que para la
experiencia estética.

Humberto Eco llama a esto “hiperrealidad”. Construimos una realidad forzada y


estereotipada y el turismo no es ajeno a ello. La nueva pequeña burguesía o clases medias
han hecho del consumo del arte un espacio para legitimar las diferencias sociales. Cosa
que no es nueva, pero el perfil del pequeño burgués actual, baby boomer, generación X,
clase gerencial o los intelectuales han contribuido a romper las barreras de la rígida
estética elitista y el arte popular. Sin embargo esto no ha hecho que el arte se
democratice, aún sirve como ya he mencionado, para legitimar las diferencias sociales.

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Los intelectuales y el consumo de arte y particularmente del turismo son de especial
curiosidad, han buscado una “ostentosa pobreza” con sus gustos culturales pero a bajos
costos. Constituyen ellos un interesante grupo con cierto poder adquisitivo en donde la
cultura y el arte tienen gran importancia. Los baby boomers y la clase gerencial
constituyen el grupo opuesto, con mayor poder adquisitivo y gustos exquisitos aunque
con menor interés intelectual.

En un mundo hedonista no debe extrañarnos el “voyerismo institucionalizado”, donde se


exponen las formas de vida, costumbres y excentricidades de los famosos, se pierde el
sentido de la intimidad y se obtiene un público alienado que toma poses de los
“espiados”.

La clase media ha transfigurado la sociedad, dirían los conservadores. En la clase media


son cada vez más frecuentes los individuos con una juventud extendida, caracterizados
por la irresponsabilidad, autoindulgencia e indiferencia al otro. Este grupo de personas
son los que configuran al consumidor promedio, es un “hedonista calculador”.

POSTURISMO

El turismo es espectáculo. Los lugares ya no son lugares, son exhibición. El turismo se


configura a gusto del cliente como espacios de tierra prometida donde emerge el placer y
se desvanece el pensamiento. Lo más temido es el pensamiento. Nos venden una ficción
romántica barata (o cara) en lugar donde pensar no está permitido.

Las vacaciones auténticas para el posturista han de tener dos requisitos indispensables:
Un lugar lejano que implique el concepto de “viaje” y los pequeños agentes u operadores
especializados, no masivos que nos diseñen “la experiencia a la carta”.

Un interesante ejemplo que coloca Urry es el de la Campiña inglesa. Un paisaje bucólico,


lejano y campestre que simboliza todo lo opuesto al ruido y la ciudad. Pero para que la
experiencia sea concordante con la expectativa que se tiene de ella el campo tiene que
verse como en la postal: Bello, vacío, sin trabajadores, máquinas, modernidad ni nada que
nos remita a la ciudad ni a la civilización. Si no, deja de ser atractivo.

Los habitantes de la campiña deben sobreactuar sus vidas para complacer al turista: El
turista modela el lugar. Por ello vemos las ofertas actuales donde nos prometen “turismo
vivencial”, paquetes temáticos y ambientes empaquetados. Quizá por ellos –y en esto es
muy lúcido Urry – los estados prefieren las zonas reservadas a intervenir en la vida de los
habitantes naturales (salvo que tengan petróleo y otros recursos explotables). Estos
lugares se vuelven reservados, pero para la industria del viaje.

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Finalmente, el posturista tiene cierta apariencia peculiar para el habitante del lugar
visitado: es blanco, acaudalado, tiene auto o tecnología para “vivir” el lugar. El posturista
además hace uso de su capacidad de interacción con el lugar. El posturista elige el
escenario, las vivencias y el tiempo: espacio lúdico. Sabe que vivirá una experiencia
inauténtica, falsa, fabricada, en eso es realista. Espera que la experiencia lo haga salir de la
rutina, de la moderación, de los tabúes. Espera excesos. Y nunca es suficiente, es exigente
y la oferta es múltiple y se diversifica.

Hoy tenemos turismo de aventura, romántico, cultural, ancestral, religioso, sexual,


tecnológico, temático, familiar, natural, verde, vivencial, de lujo, espacial…

La diversión responde a la fórmula: Placer es igual a lejos, dolor es igual a trabajo. El


posturista espera encontrar en la experiencia del viaje un escape a la realidad en la que
vida. Sabe que es una experiencia falsa. Vacía. No le importa. El posturista solo quiere vivir
el momento aunque pague después. El posturista se droga con un lugar, una fantasía. El
turismo es apenas un punto más en el collage esquizofrénico de la globalización.

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