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Título: La participación ciudadana en políticas públicas, el caso del

programa Quiero Mi Barrio La Vega.

Autor: Sebastián Viveros Uribe

Resumen

El norte del artículo ha sido sistematizar y analizar el proceso de intervención del programa
de Recuperación de Barrios: Quiero Mi Barrio en el barrio La Vega, Calbuco,
enfocándonos en el uso y operacionalización del concepto de participación ciudadana
promovido por aquel. Para contrastar este proceso, se pretendió contextualizar el actual
modelo de gestión de políticas públicas y la agenda de descentralización chilena. Se
concluyó que el programa Quiero Mi Barrio, dado el lastre normativo e institucional
chileno -centralista, tecnocrático, vertical y elitista-, erige un modelo de participación
incipiente y con profundas deficiencias.

Palabras Clave: Participación Ciudadana – Modelo de gestión de Políticas Públicas en


chileno– Descentralización – Programa Quiero Mi Barrio.

Introducción

A través de este artículo, se propuso sistematizar y analizar el proceso de intervención del


programa Quiero Mi Barrio en el sector La Vega, Calbuco, política pública intersectorial
conducida por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, cuya “innovadora” metodología
urbana y social responde a criterios de participación ciudadana y desarrollo barrial

En primera instancia, para enriquecer el análisis, se pretendió dar cuenta del contexto
político-institucional que circunda el programa, en tanto, marco de acción que delimita el
horizonte valórico y operativo del accionar público chileno. Para ello, nos enfocamos en el
modelo de gestión de políticas públicas; como también los avances y desaciertos en torno a
agendas de descentralización chilena, ambos, puntos clave para entender el área temática
que se pretende abordar y reflexionar, a decir, la participación ciudadana en políticas
públicas.
Más también, situándonos teóricamente, abordamos el concepto de participación ciudadana
desde sus implicancias valóricas y prácticas, dando cuenta de su utilidad y pertinencia en el
contexto actual de una profunda deficiencia en la democratización del diseño y ejecución
políticas públicas en Chile.

Finalmente, para responder a los objetivos prácticos de este escrito, se sistematizó la


experiencia de “intervención” del programa Quiero Mi Barrrio el barrio La Vega, Calbuco.
Aquí, enlazando pertinentemente los apartados conceptuales y contextuales, se plantea la
tesis de que el programa Quiero Mi Barrio, abanderado bajo principios defensores de la
participación ciudadana, está tan profunda e inevitablemente enraizado en el modelo de
gestión institucional de políticas públicas chileno, que se desvirtúa del potencial alcance
que pudiera tener, y en consecuencia, termina desligando o soslayando a la comunidad del
proceso de intervención.

Participación Ciudadana en políticas públicas, las tensiones entre el


modelo chileno y el discurso participativo

En Chile, la participación ciudadana ha tenido una centralidad discursiva presente durante


la mayor parte de los gobiernos post dictatoriales (Delamaza, 2005). Aun más, Chile
mantiene una serie de acuerdos internacionales, estrategias y marcos normativos que
delimitan los márgenes de participación, como la ley 20.500 que garantiza el derecho a la
participación ciudadana en asuntos públicos; además de suscribirse a la Normativa de
Derechos Humanos que asegura la manifestación y asociación ciudadana; o la suscripción a
la Carta Iberoamericana de Participación Ciudadana en la Gestión Pública, que compromete
a los estados miembros a fortalecer dicha área.

De las estrategias para fortalecer la participación pueden nombrarse: el Instructivo


Presidencial para la Participación Ciudadana, y junto con ello, se establecieron
compromisos ministeriales para favorecer la participación; en el 2006, Bachelet (2006-
2010) presenta la Agenda Pro Participación Ciudadana, creándose los Consejos de
Sociedad Civil de carácter consultivo y pluralista; adicionalmente, el gobierno emitió el
Instructivo Presidencial de Participación Ciudadana en el 2008, referente una serie de
obligaciones a servicios públicos para asegurar la participación.
Sin embargo, ante todos estos precedentes, existen varios puntos críticos ineludibles al
momento de comprender el alcance y potenciales de la participación ciudadana en la
gestión pública chilena.

Y es que hay que entender de base, que la prioridad de los gobiernos de concertación y
derecha que han mantenido el poder en estas últimas décadas ha consistido en “remendar”
un marco normativo y operativo que, desde sus cimientos valóricos cristaliza un potencial
de injerencia ciudadana severamente limitado.

Durante estos gobiernos, se ha producido una suerte de incoherencia programática, en la


que discursivamente prima noción de equidad, igualdad o participación, mas, las prácticas
están orientadas hacia la estabilidad y gobernabilidad para la manutención corregida de
modelo mercantil heredado, con el fin de cristalizar un escenario idílico para la inversión,
generación de riqueza, empleo y consumo (Collado, 2018; Iglesias, 2015; Henneus, 2014;
Pressaco y Salvat, 2012; Paredes, 2011 Iturrieta, 2008; Escobar, 2004; Moulián, 2002)

En este contexto, la temática de la participación ciudadana ha sido abordada desde un


enfoque verticalista, de manera instrumental-funcional, con excesivos formalismos
burocráticos y poca incidencia en la toma de decisiones, además de ser en su mayoría de
carácter informativa-consultiva y no vinculante (Véase: Rojo, 2019; Consejo Nacional de
Participación Ciudadana, 2017; Pressaco y Salvat, 2012; Delamaza, Robles, Montecinos y
Ochsenius, 2012; Delamaza, 2004, 2010, 2011, 2012, 2015 ; Fernández y Ordoñez, 2007;
Salazar, 2005; Montecinos, 2005; Boltanski y Chiapello, 2002; César y Valdez, 1999). Más
también, resulta patente la poca claridad conceptual y abuso del concepto de participación
desde el diseño e implementación de este tipo de políticas, siguiendo a Fernández y
Ordoñez (2007) en su análisis del informe de la División de Organizaciones Sociales
respecto a los mecanismos de participación existentes para la fecha, de un total de 305
mecanismos de participación anexados a 155 compromisos de participación ciudadana
establecidos por la totalidad de los ministerios:

“el 37,38% de los mecanismos de participación contenidos en los compromisos de participación no


contienen ningún elemento propiamente participativo […] el 43,61% siguiente, antes que validar
democráticamente las acciones políticas mediante la acción ciudadana efectiva, tiende a establecer
un sistema de relaciones con la sociedad civil puramente instrumental, funcional a la gobernabilidad
antes que a su empoderamiento […] Sólo el 19% de los mecanismos de participación considerados
en los compromisos tiene una referencia concreta a la participación ciudadana real”

Ante tal escenario, Montecinos (2005) arguye que los mecanismos participativos resultan
instancias “no sustantivas, inevitablemente van soslayando la capacidad de las personas
para constituirse en sujetos activos y constructores de una sociedad más democrática” (p.5).

Y si bien, la ley 20.500 presenta un hito en cuanto a concebir a la participación ciudadana


como derecho exigible y garantizable, según el Consejo Nacional de Participación
Ciudadana (2017), esta ha tenido debilidades y significativos incumplimientos en cuanto a
asegurar el derecho. Esto es decidor, pues el hecho de que muchas instituciones públicas no
respondan a los principios ni obligaciones de esta ley, radica en que en ella no existen
mecanismos de fiscalización y sanción, dejándose a criterio de las instituciones; tampoco
establece el financiamiento de los mecanismos de participación, para así, garantizar un
funcionamiento estable; mecanismos que por cierto, han sido primordialmente consultivo-
simbólicos, hecho que repele a muchos dirigentes a participar de ellos (CNPC, 2017).

Entonces, estamos ante un panorama en el que se “avanza en el fortalecimiento de la


ciudadanía con resguardo jurídico, pero se hace prescindiendo de su participación”
(Delamaza, 2012, p. 349).

La institucionalidad parece olvidar el necesario prerrequisito de fortalecer a la Sociedad


Civil a través del trabajo constante de construir una cultura cívica que propicie la
participación… imponer herramientas e iniciativas a una ciudadanía sin actitud activa, y sin
las herramientas técnicas, costumbres y valores pertinentes, resulta ser un despropósito, los
procesos de empoderamiento son claves a la hora de articular a la ciudadanía en la gestión
de políticas públicas, una gestión pública sin ciudadanos informados o conscientes de sus
roles políticos y las necesidades de su territorio, puede desvirtuar los resultados de esta
misma. A esto apunta Delamaza (2011) al argumentar que el

“éxito en la transformación de los métodos y los objetivos de gestión de las políticas públicas, no
depende de la mera existencia de mecanismos participativos, sino que en primer término de la
capacidad existente en las contrapartes de la sociedad para hacerlos exigibles” (p. 48).

Participación a nivel local: Descentralización sin participación


En los procesos de modernización que el Estado chileno ha llevado a cabo en las últimas
décadas, la descentralización ha sido una cuestión presente discursivamente en la agenda
política, se han generado avances y estrategias que han dejado precedente, sin embargo, es
ineludible hecho de que el sistema político-administrativo chileno es profundamente
centralista, tanto en sus dimensiones políticas, funcionales y fiscales1 (Szmulewics y
Saffirio, 2018; Hernández, Fuentes y Ríos, 2019; Vial y Hernández, 2017), más,
históricamente las políticas de desarrollo chileno han sido centralizadas e impulsadas
“desde arriba hacia abajo” (Delamaza, Cunill y Joingnant, 2010) y claro, prescindiendo de
los ciudadanos y su participación (Delamaza, 2017)

Esto es decidor, pues la descentralización desde “arriba hacia abajo” -propia de Chile-
otorga atribuciones y poderes a entes subnacionales sin contemplar a las personas y
organizaciones del territorio, hecho que obnubila el potencial alcance, democratización,
efectividad y eficiencia que pudiera tener dicho proceso (Delamaza, 2017).

Buena parte de las reformas descentralizadoras de las últimas décadas responden a


cuestiones propias de los cambios estructurales que enfrentó el país durante el periodo
dictatorial, pues, urgía desmantelar y reducir el aparato estatal. Y, en suma, más bien han
correspondido a una política de desconcentración del estado a entes locales, que a un
proceso de descentralización propiamente tal (OCDE, 2017), según OCDE (2017) “Las
municipalidades se volvieron sinónimo de “agentes de servicios” – por lo general por parte
del gobierno central – más que legítimos “gobiernos locales” (p. 11).

Así, el diseño institucional de los municipios, no distinguiendo la especificidad territorial,


es homogéneo en todo el país2, limitando formas de organización y de participación
pertinentes con las tradiciones y estilos de vida de cada localidad (Delamaza, 2012)

Cabe acotar también que, el rol que han adquirido los municipios en la gestión local ha sido
incoherente en un sentido político y fiscal. Si bien, los municipios mantienen
1
El informe “Revisión de Gobernabilidad Multinivel en Chile: Modernización del Sistema
Municipal” de OCDE (2017), grafica las severas problemáticas del centralismo en el país.
2
Para profundizar más, véase Delamaza (2011), que trata las problemáticas de las Ordenanzas
Modelo de Participación Ciudadana en el nivel Municipal implementadas en 1999.
responsabilidades directas en torno a las áreas de salud, educación, cultura, recreación,
deportes, vivienda, asistencia social y fomento productivo, a decir, tienen un rol político
importante, poseen reducidas atribuciones fiscales, pues son los gobiernos regionales y
organismos sectoriales quienes tienen un rol clave en la distribución los presupuestos.

Este hecho tiene profundas consecuencias en el modo en el que se concibe la participación


ciudadana y arraigo comunitario que pueda existir en ámbitos de desarrollo territorial, pues,
los municipios están “atados a las decisiones fiscales sobre qué, cuánto, cuándo y dónde
invertir” (Montecinos, 2005, p. 8). Entonces, posibilidad de democratizar la gestión local se
encuentra ante severas limitaciones, pues el municipio se podría ver desbordado, siéndole
imposible canalizar demandas y proyectos territoriales pertinentes e íntegramente, dado a
que, en última instancia, dicha decisión recaería en disponibilidad de fondos y estrategias
regionales-nacionales3; y no olvidemos las limitadas instancias de fiscalización y control
ciudadano a nivel local, pues los mecanismos establecidos por ley son limitados y carece
una cultura de control pertinente (Delamaza, 2012); o las predominantes formas de
administración asistencialista y populista-clientelar, en tanto, las facultades otorgadas –en
dictadura- por la ley generan potentes asimetrías de poder entre el alcalde y los consejos
municipales o comunidad en general (Delamaza, 2012; Salazar, 2005).

Participación ciudadana, conceptualización y pertinencia

Ante la precedida revisión bibliográfica relativa al modelo de gestión de políticas públicas


y procesos de descentralización llevados a cabo en Chile, vemos que queda un muy
reducido espacio para la participación y desarrollo territorial. Ante tal déficit, resulta
pertinente realizar algunas acotaciones al concepto de participación ciudadana y su
importancia en el desarrollo e integración social.

La polisemia y variedad de conceptualizaciones en torno a la Participación Ciudadana y su


operatividad práctica es patente, pues en ella está investida tensiones valóricas-morales que

3
Véase: MIDEPLAN (Ministerio de Planificación). 2000. “Percepciones sobre el grado de importancia y
utilización de los Planes de Desarrollo Comunal en la gestión comunal”. División de Planificación Regional,
Santiago. En dicho estudio, se patenta la nimia importancia del Plan de Desarrollo Comunal en funcionarios
públicos, en tanto, las iniciativas de desarrollo local dependen de disponibilidad y priorización regional-
central.
la moldean en función de los intereses y dogmas, más, si consideramos la existencia de
distintos grados y tipos de participación.

Aunque pueda definirse a secas como la intervención de la sociedad civil en la esfera de lo


público (Cunil, 1991), o como cualquier actividad volitiva que busque influir en la acción
gubernamental (Verba et al. 1995), de manera más incisiva, tras una extensiva discusión
conceptual en PNUD (2018) se define la Participación Ciudadana como

“la acción o conjunto de acciones realizadas de manera voluntaria por las personas que portan sus
propios intereses o que representan a colectivos, que tiene la intención de incidir directa o
indirectamente en los asuntos públicos, desde una perspectiva de deliberación e interés público, en
un marco de pluralidad y respeto a los derechos humanos"(p. 13)

Desde distintos matices, uno de los grandes canales de esta acción voluntaria es a través de
la incidencia en políticas públicas, desde sus distintos diseños y etapas. Para este caso, los
medios, herramientas, e instancias de participación ciudadana son mediados por la oferta
institucional de participación propia de cada territorio (Iturrieta, 2008). Sin obviar claro, la
existencia de otros canales, como los extrainstitucionales o informales, como lo son las
acciones colectivas de protesta, o los meramente procedimentales e instrumentales, como
sufragar.

Para profundizar, una dimensión clave para entender la participación ciudadana es a través
de los distintos niveles propuestos por Canto Chac (2007) citado por Fernández y Ordoñez
(2007) (Anexo 1); o la distinta naturaleza de las instancias de participación (Anexo 2).

La clave de los esquemas citados, es que es posible apreciar el potencial alcanzable en


cuanto a redistribución de poder y autodeterminación que puede tener el ciudadano respecto
a su incidencia en asuntos públicos-territoriales que le atañen. En cuanto, en esta gradiente
de poder y forma de participación, es que se juega el grado de empoderamiento ciudadano,
arraigo y pertinencia territorial, y también, la legitimidad al sistema político suscrito, pues
no podemos obviar los límites de una democracia meramente procedimental basada sólo en
el acto de sufragar.

Considerando a la relación entre participación ciudadana y políticas públicas, esta última


podría definirse como “una acción o un conjunto de acciones que utilizan el poder del
Estado para responder a situaciones que, consideradas problemáticas, justifican la
intervención estatal” (Salvat, 2012). Empero, la definición de un problema público presenta
un conflicto moral insoslayable (Olivarría, 2007), pues son los dirigentes políticos que
deciden cuándo justificar la acción estatal, y si bien, puede haber mecanismos sofisticados
de elección racional, no se puede obviar la tendencia política del gobernador de turno, tipo
de régimen gubernamental, o la potencial coartación o lobby de grupos económicos a
ciertos actores políticos, posibilidades que en suma, pueden desvirtuar o sesgar el alcance y
efectividad de una política pública.

Entonces, se entiende que la participación ciudadana en la gestión de asuntos públicos es un


fin en sí mismo, sirve como una instancia legitimadora que refuerza una democracia más
integral, pues la co-construcción de problemas públicos y la participación en instancias de
intervención, abren camino a políticas públicas efectivas y eficaces que, en suma,
responderían mejor a problemáticas que afectan a la ciudadanía misma.

Es por esto que, en la Carta Iberoamericana de Participación Ciudadana en la Gestión


Pública (2009) a la cual está suscrito Chile, se expresa que:

“La participación ciudadana en la gestión pública refuerza la posición activa de los ciudadanos y las
ciudadanas como miembros de sus comunidades, permite la expresión y defensa de sus intereses, el
aprovechamiento de sus experiencias y la potenciación de sus capacidades, contribuyendo de esta
manera a mejorar la calidad de vida de la

población” (p.4).

Quiero mi barrio y la participación ciudadana

Siguiendo con el hilo de este trabajo, el programa Quiero Mi Barrio ha sido un programa
que ha seguido esta misma línea, según MINVU (2018) la participación ciudadana ha sido
una variable transversal en todo el proceso de intervención, para esta política pública “a
través de la Participación deliberativa y vinculante, permite igualdad de derechos,
inclusión, sostenibilidad. Es decir, permite un trabajo de co-responsabilidad” (MINVU,
2018, p. 63). Así, se trata de deslindar de la tradicional forma de concebir la participación
en políticas públicas, que erróneamente se asocia a la mera entrega de información y
sentirse representado, en cambio, aboga por la influencia en la toma de decisiones y
comprometer y convocar a la comunidad (MINVU, 2018). En términos valóricos, según
Jirón et. al (2018) este programa reformula la participación política, expandiéndola de
manera inclusiva; contribuye a articular actores y engrosar el tejido social barrial; y
potencia los procesos deliberativos.

Al mismo tiempo, se considera el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias, como


una vía clave en la superación de muchas condiciones de vulnerabilidad social que afecta a
los barrios. Así también, se cree que incorporar activamente a los/as vecinos/as en el
proceso de regeneración del barrio, es una estrategia pertinente para fortalecer la cohesión
social y promover el uso de los espacios públicos, elementos atingentes a la mejora de la
imagen del barrio y superación de estigmas o prejuicios (MINVU, 2008).

Y en términos de resultados, desde la mirada institucional: “Quiero mi barrio ha acercado a


la ciudadanía a construir ciudad – construir barrios más integrados, ciudadanos más
empoderados, propiciando la articulación de Estado – Municipios – Ciudadanía, quienes
“miran y generan acciones” hacia el espacio de todos, el espacio colectivo y compartido,
mirar y entender el habitar del espacio barrial.” (MINVU, 2018, p. 60).

Ante tal escenario, es interesante analizar cómo se operacionaliza este concepto, y más, si
realmente se coordina a todo el potente discurso al que se suscribe el programa. Y es que al
menos los principios y sentido que rigen el funcionamiento del programa giran en contra
de la tendencia que han venido arrastrando las políticas públicas chilenas en las últimas
décadas, con un modelo de gestión profundamente centralista y vertical; excesiva confianza
en el saber experto -en desmedro de conocimientos comunitarios-; y la preponderancia de
mecanismos de participación meramente simbólicos e informativos, con limitados
mecanismos de fiscalización (Rojo, 2019; Vial y Hernández, 2017, Consejo Nacional de
Participación Ciudadana, 2017; Delamaza, 2010, 2011, 2012, 2015; Henneus, 2014;
Delamaza, Cunill y Joignant, 2012; Pressaco y Salvat, 2012)

Esto es justamente lo relevante a estudiar, a decir, cómo se desarrolla una política pública
de estas pretensiones, en un contexto en el que las instituciones están debilitadas, tanto
política, administrativa y fiscalmente, donde la ciudadanía política es una cuestión difícil de
concebir -por lo menos, coordinada a las instituciones-. Resulta interesante ver cómo se
desenvuelve esta política pública aparentemente reformadora y novedosa, y en específico,
analizar concretamente cómo se define y operacionaliza el concepto de participación
ciudadana en el programa Quiero Mi barrio, el caso de La Vega, Calbuco.

Finalmente, y a modo de supuesto, se plantea que el programa Quiero Mi Barrio,


abanderado bajo principios defensores de la participación ciudadana, está tan profunda e
inevitablemente enraizado en el modelo de gestión institucional de políticas públicas
chileno, que se termina desvirtuando del potencial alcance que pudiera tener, y en
consecuencia, termina desligando o soslayando a la comunidad del proceso de intervención.

Programa Quiero Mi Barrio, y su inserción en La Vega, Calbuco

Para contextualizar, “Quiero Mi Barrio” es parte del Programa de Recuperación de Barrios


cuya iniciativa recae en el Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Creado en el 2006,
responde a unas de las medidas de la presidenta Michelle Bachelet (2006-2010) para
recuperar inicialmente 200 barrios deteriorados y vulnerables en el país, llegando el 2016 a
realizar intervenciones en un total de 520 barrios (MINVU, 2017). Su grado de
operatividad es barrial, lo que términos prácticos supone concebir varias poblaciones de un
sector, delimitadas a través de un polígono de intervención.

El fin del programa es “Contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes


de barrios que presentan problemas de deterioro urbano y habitacional, segregación y
vulnerabilidad social” (D.S. Nº14, V. y U., 2007).

Los ejes transversales que articulan estos instrumentos son: participación ciudadana;
identidad y patrimonio; medioambiente; seguridad ciudadana; y conectividad digital. La
primera mantiene una mayor importancia y densidad conceptual, pues se insiste que éste
resulta el horizonte metodológico del programa.

La forma en la que se articula la intervención del programa resulta de las fases 1 (9 meses),
de formulación de un contrato de barrio -que sirve de guía y compromiso intersectorial-; La
Fase 2, ejecución del contrato de barrio (18 meses); y fase 3 evaluación y cierre del
programa (2 meses) (MINVU, 2010; 2017). En teoría, la participación es transversal a cada
etapa del programa.
En términos concretos, este programa comenzó a funcionar en Calbuco durante el año
2016, gracias a la coordinación de dirigentes del barrio La Vega y Municipalidad de
Calbuco, quienes postularon a través de un sistema concursable de elección – focalizado en
barrios vulnerables-. Para entender el desarrollo de este proceso, antes resulta pertinente dar
cuenta de algunas antecedentes necesarios respecto al territorio en cuestión.

Al sur de país, Calbuco y La Vega

La comuna de Calbuco pertenece a la región de Los Lagos, provincia de Llanquihue, y se


encuentra a 56 kilómetros del sur poniente de Puerto Montt, capital regional. Limita al
norte y noroeste con Puerto Montt y Maullín, al sur con el Golfo de Ancud y el canal de
Chacao, y al este con el Seno Reloncaví. El clima del territorio es templado-lluvioso
(carece de sequías), contando con épocas de largas lluvias y vientos fuertes. El territorio
tiene 590.81 km2, configurándose en él, un archipiélago compuesto de 16 islas (PLADECO,
2018)

Según CENSO (2017), Calbuco cuenta con 33.985 habitantes, 15.996 del área urbana
(47,07%) y 17.989 de la rural (52,93%); 16.881 personas son mujeres (49,67%) y los
17.104 son hombres (50.33%); la concentración poblacional se ubica en el tramo de 40 y 49
años.

En términos educacionales, los/as jefes/as de hogar del territorio tienen un promedio de


escolaridad de 8,2 años, -educación media incompleta y básica primordialmente-, siendo un
tema recurrente a tratar en actividades con la ciudadanía, estableciéndose la necesidad de
programas de nivelación de estudios (PLADECO, 2018); La red de salud consta de 19
postas y 7 Estaciones de Salud Rural (ESR) , también cuenta con un CESFAM desde el
2012, un CECOSF desde el 2017, y un Sistema de Atención Médica Móvil de Urgencias
(SAMU) (PLADECO, 2018); en términos culturales, el territorio cuenta con una larga
historia, es atravesada por una vasta cultura que comparte con muchas localidades de la
zona sur-austral del país, es por esto que presenta muchos símiles en términos
gastronómicos, celebraciones, tradiciones, mitos y leyendas de la Isla de Chiloé. Así
también, esta ciudad, desde sus inicios cuenta con una fuerte influencia católica, que se
expresa en la adoración de figuras y santos, venerados a través de fiestas ceremoniales
(PLADECO, 2018).
En términos de sufragio, la participación electoral en Calbuco para las últimas elecciones
de alcalde del 2016 sigue la tendencia negativa nacional, pues solo un 39,9% del electorado
participó4. Respecto a las organizaciones comunitarias, para el 2018, existen un total de 767
(PLADECO, 2018).

Respecto a la participación -centro de nuestra reflexión-, cabe mencionar que los


dispositivos de participación de institucional a nivel comunal son numerosos 5, mas, son
instancias participativas que requieren de una ciudadanía activa que las tome, no resultan
iniciativas propuestas desde la misma institución. Reflejo de lo anterior, es el hecho de que
aún no exista un Consejo Comunal de Organizaciones de la Sociedad Civil en la comuna, ni
los llamados tienen un mínimo de participación ni existen convocaciones desde la misma
ciudadanía6.

En el PLADECO (2018) se señala a la participación ciudadana como una cuestión clave,


estableciéndose los ejes para desarrollarla a través del apoyo y revitalización de las
organizaciones comunitarias; articular distintos actores relevantes; volver dichas
agrupaciones más inclusivas; y realzando su potencial resolutivo en la solución de
problemas territoriales. No obstante, los espacios de incidencia ciudadana promovidos
desde la institucionalidad no son aprovechados ni fortalecidos, como bien se señala más
arriba.

La Vega, el polígono de intervención

Tras la breve descripción del territorio de Calbuco, resulta pertinente dar cuenta de algunas
características en las que intervino el programa para terminar con esta contextualización.

4
Véase:https://www.emol.com/especiales/2016/actualidad/nacional/elecciones-municipales/
resultados.asp#a4101

5
Plebiscitos Comunales; Consejo Comunal de Organizaciones de la Sociedad Civil, Consejo
Comunal de Salud de Calbuco, Consejo Comunal de Seguridad Pública, Consejo Escolar,
Audiencias Públicas, Oficina de Partes, Reclamos e Informaciones, Encuestas o sondeos de opinión,
y Presupuestos Participativos
6
Véase:https://www.portaltransparencia.cl/PortalPdT/pdtta/-/ta/MU020/MPC/CC/30614397
La Vega, es un barrio ubicado al suroeste de la isla, orillando la bahía de La Vega. En ella
existe una larga tradición marina e industrial, pues la industria conservera y la pesca
configuraron este espacio durante todo el siglo XX y la actualidad.

Como se mencionó, el programa Quiero Mi Barrio, trabajó a través de un polígono de


intervención que abarcó los sectores de La Vega -polígono bajo- y Vista Hermosa y
Balmaceda -polígono alto-.

Metodología

Como se acotó en un principio, el propósito de este trabajo es sistematizar el caso de


intervención del programa Quiero Mi Barrio en La Vega, Calbuco, Los Lagos,
enfocándonos específicamente en el uso y operatividad que da esta política pública al
concepto de Participación Ciudadana, bajo el contexto nacional relativo a la participación y
el actual modelo de gestión de políticas públicas chileno. Por tanto, se comprende que la
metodología a utilizar es de carácter cualitativa.
Las fuentes de información usada corresponden a informes y herramientas metodológicas
aplicadas en todas las fases del programa (diagnóstico, implementación, evaluación),
disponiendo de más información en la última fase, pues, durante aquel periodo fue en
donde se realizó la práctica profesional, y por tanto, se diseñaron y aplicar varios
instrumentos. Identificando las fuentes, serían: Fase 1: Informes de diagnóstico
(Autodiagnósticos, Plan Maestro, Diagnóstico Compartido, Recorridos Barriales). Fase 2:
resumen de informes trimestrales; Fase 3: Actividades de evaluación del programa
(actividad de evaluación didáctica-participativa con la comunidad, actividad de evaluación
con C.V.D. (Consejo Vecinal de Desarrollo), un Focus group, un Informe de encuesta de
satisfacción fase 1 y fase 3, y el informe de evaluación del programa.

Ahora bien, como este artículo responde al contexto de una reflexión sociológica relativa a
las experiencias vividas en la práctica profesional, cabe acotar que el análisis tendrá como
eje, las actividades y tareas hechas en la etapa de evaluación. Éstas se construyeron en
conjunto con la comunidad -en la medida de lo posible- y el equipo comunal y regional. Por
tanto, las siguientes líneas serán atingentes a una visión evaluativa de cada fase del
programa, dada a la naturaleza de los productos construidos.
Resultados

Los resultados de esta sistematización se articularon en torno a tres ejes. Primero, se


propuso describir y analizar el proceso en función de las fases del programa, de tal forma,
que se pueda reconstruir todo el periodo en la que dicha política pública estuvo inserta en el
territorio. A partir de allí, se identificaron los nudos críticos referentes a la forma en la que
concibe y trata la participación ciudadana en el contexto actual del modelo de gestión de
políticas públicas chileno. Finalmente, se articuló una serie de indicaciones y
recomendaciones relativas al funcionamiento del programa QMB.

Participación en QMB, su ciclo en el territorio

Dando cuenta del proceso de intervención, el programa inicia sus actividades en mayo de
2016, y termina, administrativamente el mes de julio del presente año, 2019.

Fase 1

Para esta fase se realizaron una serie de estudios técnicos de base -diagnóstico urbano
territorial, social, ambiental y de seguridad realizado por el equipo técnico del barrio- y se
definió el espacio de intervención (Anexo 3), así también se aplicó una encuesta de
caracterización, percepción y satisfacción, talleres autodiagnósticos, marchas exploratorias,
asambleas, etc. La finalidad de esta etapa fue elaborar un diagnóstico participativo para
construir un Plan Maestro, que consistió en una estrategia de intervención que articula un
Plan de Gestión de Obras (PGO), referido a la cartera de proyectos de infraestructura
priorizados por los vecinos, que responden a las categorías de áreas verdes, equipamiento,
circulación, y obras complementarias; un Plan de Gestión Social (PGS) en el que se
articulan una serie de proyectos sociales también elegidos participativamente, además,
coherentes con el PGO y los ejes transversales del programa; y una Estrategia
Comunicativa (EC), para fortalecer la participación. También se articula un hito de inicio y
un proyecto urbano de confianza para generar lazos entre los operadores del programa y la
ciudadanía.
Cabe acotar que en esta etapa se crea C.V.D (Consejo Vecinal de Desarrollo) 7, una
organización creada instrumentalmente para los propósitos del programa, como ente
primordialmente representativo, administrativo y fiscal que sirva de puente entre la
sociedad civil y demás órganos detrás de la administración del programa a decir el MINVU
-a través de seremis- y el Municipio.

Para esta fase hay dos cuestiones interesantes a mencionar, una referente al proceso en sí
mismo y otra a los mecanismos participativos que lo estructuraron.

a) A través de las encuestas y diagnósticos, se pudo apreciar la reducida participación


y cohesión social existente en el barrio. Las reuniones de Juntas de Vecinos eran las
instancias más usadas, pero, en general han sido esporádicas; existía falta de
espacios para agruparse -pues, se usaban casas de dirigentes en algunos casos-;
desinterés general; y también, el hecho de que el barrio concentrara significa
población adulta mayor -con problemas de movilidad- fue un punto en contra. Por
otro lado, entre las tres JJ. VV. existentes (Vista Hermosa, Cardenal Caro y La
Vega) no existía trabajo de articulación.
Sin embargo, las actividades realizadas en este periodo desde la mano del programa,
mantuvieron una buena convocatoria, como se detalla en las reuniones de
evaluación con el C.V.D y la Comunidad, en especial el hito de inicio con las
autoridades, que consistió en un curanto gigante a modo de representar tradiciones
culturales.
b) No obstante lo anterior, hay que ratificar que si bien es positivo el hecho de que
hayan funcionado estas instancias de participación propuestas por el programa, la
naturaleza y características de las herramientas utilizadas son un tanto incoherentes
a la “participación deliberativa y vinculante” que propone esta política, pues, según
se puede observar en el manual de procedimientos de aquella 8, las instancias más
participativas, como lo son los Talleres de Autodiagnósticos y Recorridos Barriales,
no dejan de ser consultivas y con una lógica vertical, dado que los ejes

7
En MINVU (2000) “organización funcional de la comunidad integrada por representantes de las
organizaciones sociales existentes en el barrio, líderes naturales, actores locales relevantes” P. 19
8
Véase: https://www.minvu.cl/wp-content/uploads/2019/05/Manual-de-Procedimiento-Programa-
Recuperaci%C3%B3n-de-Barrios_modif_04oct11.pdf
transversales9 son impuestos desde la misma institucionalidad, y las instancias de
participación están forzadas a acoplarse a dichos ejes y patrones, las problemáticas
propias de un territorio específico -con todo lo que implica- está sujeta a ámbitos de
acción homogéneos y predefinidos.
Es relevante acotarlo, pues la clave para generar instancias de participación integral
parte de una buena compresión normativa y conceptual de aquellas, algo que, para
este caso, no se materializa.
c) Cabe acotar también, una cuestión interesante respecto al PGS articulado en esta
etapa, y es que un ámbito predefinido relativo al fortalecimiento organizacional y
vecinal, 12 de las 16 actividades a realizar, fueron a secas, capacitaciones laborales,
lo cual no resulta malo en sí mismo, sino que en el fondo, éstas no están enfocadas
en potenciar las organizaciones, sino en el beneficio económico individual de cada
partícipe.

Fase 2

En esta etapa, sin más, se concretó lo pactado en el contrato de barrio. Aquí, se produce una
dinámica de trabajo en el que C.V.D, y el equipo técnico regional, comunal y
municipalidad, acompañan y monitorean el desarrollo de los planes de acción propuestos
(MINVU, 2010).

Cabe mencionar, que uno de los productos clave para esta fase es la elaboración de un Plan
de Trabajo del C.V.D10, el cual consiste en un plan de fiscalización al contrato de barrio; y
por otro lado, se articula en una serie de actividades propuestas por el mismo C.V.D,
referentes a las temáticas de medio ambiente, seguridad ciudadana, gestión artístico
cultural, gestión y desarrollo de proyectos, etc.

En tanto al proceso llevado a cabo en el barrio La Vega, Si bien, la participación hacia las
actividades del programa fue funcional y consistente, de la fase II en adelante ésta fue
irregular. Y es que hubo una serie de sucesos que desbalancearon la participación e imagen
del programa, a decir:

9
Los ejes son: Participación, Seguridad Ciudadana, Conectividad Digital, Patrimonio e identidad, y Medio
Ambiente y Vida Sana.
10
Véase: https://www.minvu.cl/wp-content/uploads/2019/05/Manual-de-Procedimiento-Programa-
Recuperaci%C3%B3n-de-Barrios_modif_04oct11.pdf
a) Si bien se podría argumentar, que ante el inicio de cualquier política de intervención
social, las motivaciones y esperanzas iniciales son considerables, mas, al paso del
tiempo, son aquellos vecinos comprometidos y empoderados los que más participan,
a esto se suma una problemática transversal a todo el proceso de intervención, a
decir, una patente carencia de personal técnico-comunal. Y es que recién en el
segundo trimestre de la fase II, se integró un profesional de las comunicaciones al
equipo técnico comunal. Este hecho significó una limitante el momento de informar
y generar conexiones entre programa y los/as vecinos/as beneficiados respecto a las
actividades desarrolladas, como también el retraso del plan de acción referido a la
estrategia comunicacional, plan orientado justamente a atraer e informar a la gente
del sector.

b) La demora en la constitución de las obras del eje Brasil y Caupolicán –en especial la
primera, que beneficiaba principalmente a los vecinos del polígono bajo-, proyectos
parte del PGO de suma relevancia para la población, generó incertidumbre y
preocupaciones hacia el programa, especialmente en los/as vecinos/as de la
costanera de Avenida Brasil, quienes, en periodos iniciales, mantuvieron una vasta y
comprometida participación. Este hecho puntual se debió a que las licitaciones de
ambas obras quedaron desiertas -sin oferentes- tres veces en el portal del Mercado
Público, y no se pudieron concretar sino hasta una vez terminado
administrativamente el programa. Ante tal desacierto, aunque, el fondo de esta
problemática radica en otra cuestión, de la mano con la incertidumbre, se generó un
ambiente controversial, que dio paso a creencias erróneas respecto a la realización
de las obras, como el que el programa terminaría sin concretar las que aún están
pendientes, y por tanto, climas conflictivos a nivel de dirigentes.

c) Cabe acotar en este sentido que algunos actores locales de suma importancia para
hacer un enlace con la comunidad como lo son las Juntas de Vecinos, se
mantuvieron relativamente distantes del programa, así sucedió por ejemplo con la
JJ.VV Cardenal Caro, que desde octubre del 2016 -etapa 1-, decidió no participar de
las actividades del programa; o con la JJ.VV de La Vega, que se mostró reticente a
participar, a pesar de focalizar reiteradas veces un trabajo de persuasión a participar,
dada su pertinencia en el programa, más, a lo largo de éste, dicho actor ha resultado
un punto crítico y negativo para la correcta realización de las actividades; fue la
JJ.VV Vista Hermosa que se mantuvo comprometida y participando, además,
prestando su sede comunitario para realizar actividades o reuniones –en los
siguientes apartados se profundizará más sobre las relaciones mantenidas con los
actores locales-.

Esta cuestión llama la atención, en tanto, dichas organizaciones comunitarias han


sido un foco de participación tradicional y propias del territorio según se corrobora
en los diagnósticos realizados, mas, este punto realmente no se potenció ni se tomó
en cuenta. El programa, impone una nueva organización, a decir el C.V.D, y de
forma artificial adquiere significativos roles y varias capacitaciones dirigenciales, si
bien, esto se realiza para la consecución funcional de los productos a
preestablecidos, niega una realidad territorial dada.

d) Ahora bien, respecto a la estructura misma del programa, se puede destacar un nudo
crítico relativo a la ejecución irreflexiva del PGO Y PGS, suponiendo una serie de
mecanismos de control de avance y fiscalización, mas no se declara en ningún
momento, la oportunidad de rearticular los planes de trabajo en función de la
contingencia, éxito o pertinencia dada. Tampoco existen mecanismos de feed-back
en torno a la percepción de los/as vecinos/as sobre el avance de los proyectos y
actividades.

En las actividades de evaluación, se insistió en las reducidas oportunidades de


modificar actividades o proyectos ante la contingencia, cuestión que patenta que,
para el proceso de ejecución del programa, no existen mecanismos de participación.

Fase 3

En la fase 3, que responde a la evaluación y cierre del programa, se realiza un informe de


evaluación de los productos y sus resultados; y sistematización y formulación de la agenda
futura -plan atingente a la realización de las obras urbanas y sociales rezagadas de la
financiación del programa, pero que se ejecutarán a través de concursos públicos gracias a
la gestión del C.V.D, una vez terminado el programa-.
Para esta etapa, también se realiza un hito de cierre co-organizado con el C.V.D., el cual
debe responder a rasgos identitarios del barrio, por ejemplo, para el caso de la intervención
del polígono La Vega, se realizó un recorrido barrial conformado por comparsas, carros
alegóricos de personajes típicos -un Buzo escafandra y una lancha velera chilota-, y
batucadas, una celebración muy común en el pasado reciente de dicho barrio. Así, se cierra
administrativamente el programa, más el C.V.D sigue trabajando para ejecutar la agenda
futura. (MINVU, 2010).

Las acotaciones respecto a este programa son varias:

a) En cuanto el proceso, como se puede observar en la encuesta de evaluación del


programa un 57% de los/as vecinos/as nunca habían oído hablar del programa. Lo
anterior es potente, cómo concebir una participación ciudadana efectiva, si más de
la mitad de la población perteneciente a los barrios involucrados ni siquiera lo
conocía. Luego de tres años de trabajo, se prescindió de una significativa porción de
la población, más, no se articuló ninguna estrategia efectiva que permita incidir en
revertir esta situación. Según se rescata en esta encuesta, hubo alrededor de 20-25
participantes permanentes en el proceso de intervención, lo cual ha sido efectivo
para realizar las actividades, mas no, para lograr un grado de representatividad,
incidencia y empoderamiento comunitario efectivo.
b) Una de las problemáticas transversales, fueron rotaciones y carencia generalizada de
profesionales, largo del programa, hubo 4 rotaciones del personal técnico comunal,
cuestión que descoordinó la realización de las obras y proyectos sociales
propuestos. Junto a ello, la reducida cantidad de profesionales es un punto a
considerar a la hora de coordinar programa, pues además de las labores atingentes a
su rol específico, se suman funciones administrativas y comunitarias. Más también,
se suma una excesiva demanda de informes técnicos para dar cuenta de los avances
a los niveles centrales, hecho que por cierto es un tanto irrisorio, pues, como se
declara en un informe de evaluación general de programa11, las evaluaciones no
tienen incidencia en las mejoras o cambios que pudiera tener la metodología del
programa en el tiempo. Gracias a este hecho, es que se pueden dar luces respecto a

11
poca convocatoria a actividades y asambleas a pesar de usar muchos medios de
difusión en los inicios de la etapa II.
c) Por otro lado, para el caso de las problemáticas ligadas a los distendidos tiempos
administrativos-institucionales relativos a las obras urbanas con licitaciones
desiertas, no se realizó ninguna estrategia comunicativa de aclaración masiva, al no
contemplarse esta problemática, casi en la totalidad de la fase dos y tres, existió la
creencia generalizada relativa a la no realización de estas obras, sentimientos de
desconfianza, desarraigo y hasta fraudes.
Esto llama la atención, pues, parecer ser que para este programa, mientras existan
participantes que den funcionamiento a las actividades y proyectos propuestos, se
cumple con la participación, mas, se prescinde de un gran porcentaje de ésta.
Aquello es reflejo de una visión acotada los resultados, mas no, en el cumplimiento
de una noción de participación integral y completa, contradictorio a los valores que
el mismo programa pregona.
d) Respecto a la Evaluación del programa, es necesario insistir que, si bien existe la
libertad por parte del equipo técnico para realizar actividades de evaluación
participativa, no es obligatorio, en tanto, éste pudiera hacerlo prescindiendo de la
participación. Resulta, por tanto, problemático, pues sólo contemplando los datos
mencionados e instancias de participación aisladas, evaluar el posible “impacto” del
programa es un baladí, un resultado desvirtuado e incompleto, que por lo demás,
pierde trascendencia en cuanto no se generan instancias masivas de difundir esta
información al grueso de la población implicada.
e) Para la Agenda Futura cabe reconocer el valor de generar un empoderamiento que
permita a la comunidad seguir articulando proyectos a través del C.V.D, mas, es
cuestionable la excesiva importancia que se le atribuye a este organismo, en
desmedro de comunidad en general; como también, el hecho de que la financiación
de estos proyectos sea posible mediante la obtención de fondos concursables
intersectoriales, niega el potencial comunitario relativo a capacidades de
autoorganización e iniciativas que surjan desde las bases. En consecuencia, se
articula una dinámica de empoderamiento unitario, una centralización del poder e
información que sólo recae a un organismo de administración creado de manera
artificial, pero aún más importante, se limita espectro de acciones posibles y
legítimas en cuanto a generar desarrollo comunitario.

Participación en Quiero Mi Barrio ¿un lastre o un potencial para el


desarrollo comunitario?

Desde una mirada panorámica, son innegables los avances en materia urbana y social
anexados a la instalación del programa, el barrio se hermoseó con variadas obras y las
actividades sociales se realizaron con relativo éxito, sin embargo, refiriéndonos a la
temática de la participación, hay cuestiones insoslayables en tanto a la estructura misma del
programa y el proceso de intervención, que motivan a argumentar que ésta es un punto
débil en dicha política pública, y dista diametralmente del horizonte valórico y normativo
que defiende. A continuación, se discutirán tres nudos críticos a través de los cuales se
analizará la participación en el programa.

Participación incipiente

En términos del proceso de intervención del programa en el barrio La Vega, son patentes
los preocupantes resultados referidos a los grados de participación con los que se contó en
la fase II y III del programa. No es menor que durante todo este periodo de intervención,
más de la mitad de la población ni siquiera conozca el programa QMB, o que haya existido
un promedio de 20 a 25 personas activas participando.

Esto responde a una cuestión fundamental, a decir, la clara incoherencia valórica-normativa


con los resultados reales. De plano, la participación deliberativa, integral y vinculante a la
cual se suscribe el programa está en jaque, pues, el hecho de que se realicen las actividades
dadas con un mínimo de participación, no significa que se haya subsanado o enriquecido
esta área. Esto guarda relación más bien, con una gestión basada en los resultados y
concreción de productos.

Por otro lado, la ausencia de estrategias de aclaración ante la situación problemática relativa
a la demora de las grandes obras urbanas del programa, también da cuenta de un
desacoplamiento de la conflictiva y cambiante realidad comunitaria de un territorio. Los
crecientes sentimientos de apatía y desconfianza que se generaron gracias a ello, debido a
incipiente aclaración y respuesta institucional, detonaron un quiebre, un hito que terminó de
desarticular a la población general con el programa. Y lo irónico es que dicha problemática
pudo haberse subsanado con instancias de difusión de información masivas.

En suma, se destaca que las formas de participación promovidas y trabajadas desde el


programa, no son suficientes para generar un impacto potente que rearticule a la sociedad
civil, como tanto se insiste en los informes de declaración de principios. El hecho de que
predominen instancias de participación consultivas; que se priorice un empoderamiento
unitario al C.V.D; que no existan instancias de participación significativas en la fase II; o
que no hayan mecanismos informativos de feed back u obligatoriedad de criterios
participativos en las evaluaciones del programa, que por cierto, no son vinculantes a
reformas que pudiera tener esta política a futuro, dan cuenta de una visión deficiente de la
participación ciudadana en políticas públicas.

Arrastres institucionales

Aunque no debamos obviar el potencial de desarrollo comunitario atribuible al programa


Quiero Mi Barrio, es imposible soslayar el hecho de que existen arrastres institucionales en
cuanto a la funcionalidad y normativa de esta política.

Primero, hay que considerar la predominante lógica vertical en cuanto al diseño y estructura
del programa, pues, los ejes transversales son impuestos desde la misma institucionalidad, y
las instancias de participación están forzadas a acoplarse a dichos ejes y patrones. Por otro
lado, el rol que tanto se le atribuye a la ciudadanía, en general, no es tan significativo, en
tanto, los principales mecanismos participativos del este programa son mucho más cercanos
a lo consultivo que a la co-gestión.

No es menor que en la descripción básica del programa12, para el caso de los procesos de
autodiagnósticos comunitarios, se propicie “la participación de los distintos sujetos sociales
que conviven en el barrio a fin de recoger sus requerimientos y expectativas”. Puede
parecer no importar, mas, el uso de la palabra “recoger” denota desde ya, una condición de
separatista, en cuanto, es el programa que interviene en grupo humano externo.

12
Véase: http://pdba.georgetown.edu/Security/citizensecurity/chile/politicas/QuieromiBarrio.pdf,
página 13.
Al tensionar los valores y prácticas del programa Quiero Mi Barrio, es de destacar que
predomina una lógica tecnocrática-burocrática, por sobre una comunitaria-popular. Si bien,
se contemplan variables territoriales, culturales, sociales, etc. no debemos obviar que se
éstas se ensamblan artificialmente a una modalidad homogénea de herramientas de
participación -en su mayoría consultivas-, categorías y ejes estratégicos que se aplican a
todos los barrios “intervenidos” independiente del territorio en cuestión. Ante lo anterior,
cabe mencionar también, que no se reconoce los modos de participar o asociarse
propiamente territoriales-tradicionales, como bien se graficó al no considerar ninguna
estrategia de fortalecimiento a las Juntas de Vecinos del barrio La Vega.

Y si bien, podemos abogar al hecho de la patente problemática de atomización social, poca


asociatividad y desconfianza generalizada atribuible al contexto chileno, sería interesante
partir desde allí mismo para potenciar la participación, es decir, potenciar las bases
comunitarias y articular en un proceso constante a la ciudadanía para generar desarrollo,
empoderamiento y sentimientos de pertenencia al programa y proyectos.

Por otro lado, excesiva conducción hacia formas de canalizar demandas a través de
mecanismos institucionales, como lo son, el acceso a fondos concursables del Estado,
resulta una cuestión de suma relevancia, en tanto, propicia ciertos grados de autonomía, co-
gestión y redes organizacionales-institucionales, empero, priorizar hegemónicamente estas
formas de resolver problemas territoriales responden a una forma limitada de concebir a la
ciudadanía, pues, se coarta un amplio potencial de empoderamiento comunitario ligados a
la autogestión, que en suma, implicarían dinámicas de poder que superan el paternalismo y
asistencialismo enraizado en los niveles de gestión locales. Así, desde el programa, salvo el
gran empoderamiento atribuible al C.V.D, no existen mecanismos de empoderamiento
comunitario que giren en torno a esta problemática.

Considerando esta última idea, es necesario ratificar el hecho de que el área fortalecimiento
organizacional y vecinal en el P.G.S, consista en su mayoría en capacitaciones laborales de
beneficio individual.

Unitario y artificial, el C.V.D


Otro nodo crítico insoslayable es el Consejo Vecinal de Desarrollo, ante este organismo es
necesario acotar dos cuestiones fundamentales. Primero, es que, si buen puede resultar
novedoso, el hecho de imponer irreflexivamente un nuevo tipo de organización con
consistentes atribuciones a un territorio con relaciones y dinámicas organizacionales ya
estables y tradicionales, deja un gran espacio para el error, en tanto, puede dinamizar, como
desarticular y conflictuar las relaciones existentes; por ejemplo, el hecho de que los/as
vecinos/as compitan a través del sufragio por quién sería la mejor directiva, abre instancias
de controversia y conflicto de manera gratuita; en tanto, es relevante destacar la tensión
surgida con la imposición de nuevas dinámicas de dirigencia y participación, pues niega
una realidad territorial-comunitaria dada.

Además de este hecho, cabe acotar las significativas atribuciones otorgadas a este
organismo, ¿se espera que, de manera artificial y directa, el C.V.D. adquiera la legitimidad,
representatividad y competencias necesarias para dar cuenta de todos sus deberes? O por lo
demás, ¿qué sucede con las organizaciones territoriales existentes, como juntas de vecinos,
comités, etc.?

Por otra parte, es cuestionable el hecho de que cuente como un acto participativo la
exclusiva capacitación y empoderamiento unitario de esta organización, y para la base de
los/as vecinos implicados, se prioricen mecanismos de participación consultivos. Ante ello,
no podemos negar que se reproducen las típicas lógicas asimétricas de asistencialismo
propias de los modelos de gestión municipales, situación que sin duda es funcional, en
cuanto, permite el desarrollo óptimo del programa, mas, sin dinamizar de manera profunda
o significativa el tejido comunitario. Esto es fundamental, pues, el C.V.D centraliza su
poder de decisión y se coarta todo el potencial de decisión y gestión atribuible a ámbitos
comunitarios.

El gran modelo participativo, tensión entre los supuestos teóricos y realidad


comunitaria

Un factor importante es que se opera una gran maquinaria participativa sin por lo menos
contemplar el escenario de participación y asociatividad precedente a su llegada. La
imposición de recetas ad-hoc de participación, en tanto, genéricas y homogéneas, no
necesariamente responderán con éxito en un territorio dado. Parece ser que se espera que,
en un relativo conciso periodo de tiempo, exista una ciudadanía activa y participativa a
todas las instancias dadas por el programa, más también, que se mantenga consciente de su
realidad territorial en cuanto a sus potencialidades y problemáticas, sin que exista un
periodo previo relativo al trabajo comunitario y constante de construir una ciudadanía
participativa, informada y empoderada.

No debemos olvidar que esta política pública se focaliza a sectores vulnerables, una
estrategia de activación comunitaria dada desde niveles centrales y por no más de tres años,
no tiene garantizada su eficiencia, eficacia o pertinencia per se, más en condiciones de
abandono, desigualdad, y tantos otros problemas estructurales.

En suma, el que este programa se defina como participativo, no tiene relación con generar
procesos de participación empoderadores e integrales, por lo visto, los modelos y
metodologías de intervención propuestas por este programa han de ser funcionales a la
concreción exitosa del proceso de intervención, por tanto, acopladas dentro del margen de
acción institucional, a decir, un modelo de gestión basado en los resultados y creación de
productos.

Conclusiones

Después todo lo analizado, es dable mencionar que a la institucionalidad chilena, tanto en


un sentido normativo como práctico, le urge enfrentar el sinuoso y gran desafío, de
democratizar las políticas públicas en un sentido profundo. El actual lastre que aprisiona el
potencial de concebir formas de participación ciudadana integrales y gobiernos locales-
comunitarios arraigados a un territorio, con atribuciones e injerencia en asuntos públicos
sin duda es significativo.

El programa de recuperación de barrios “Quiero Mi barrio”, innegablemente responde a


este déficit y articula un modelo de participación ciudadana innovador para el contexto
chileno, mas, la manera en que operacionaliza este adolece de las mismas críticas que
arrastra la institucionalidad nacional.

Desde la experiencia de haber cursado la práctica profesional en este programa en el


territorio de Calbuco y La Vega, se abrió una instancia para apreciar que el espacio
comunitario-barrial es un complejo crisol en el que confluyen cotidianeidades, prácticas y
dinámicas sujetas a un territorio, pasado común y contextos globales, y éste guarda para sí
una riqueza y complejidad de saberes locales enormes. Y aunque desde el programa se
puede apreciar un intento de captar esta complejidad, el marco normativo y metodologías
que lo constituye, no responde a formas de empoderamiento, articulación de actores y
grados de participación que potencien toda esta complejidad.

Durante décadas, estas riquezas, potencialidades y energías inherentes al ámbito ciudadano


han sido coartadas, invisibilizadas y contenidas a razón de la manutención de un modelo de
gubernamentalidad heredado, que malogradamente ha coaccionado el indispensable rol
ciudadano en la gestión de asuntos públicos, tanto a nivel nacional, como en uno territorial-
comunitario, y puso como norte de desarrollo, la mercantilización y consumo.

No es casual, la aún abierta y punzante crisis social que está enfrentando el país en la
actualidad, sin duda, es efecto colateral de una inercia y miopía política que ha propiciado
un caldo de cultivo para un severo malestar social amordazado e impotente por décadas.
Actualmente, los cimientos de un modelo societal que reproduce desigualdad económica y
política tiemblan y se abre camino hacia nuevas formas de concebir a la ciudadanía y su
injerencia en asuntos públicos.

Ante un periodo de disrupción y catarsis profunda, la sociedad civil puja enérgicamente


ante cuotas de poder e incidencia en asuntos públicos que les afectan y atañen, y esto es una
oportunidad tremenda para repensar el viciado modelo de gestión de políticas públicas,
profundamente centralista, tecnocrático y elitista, hacia formas propias y pertinentes de
hacer políticas territoriales y centradas en la ciudadanía. Ante todo, se espera que toda la
energía y riqueza de saberes y prácticas cotidianas de la realidad comunitaria se rearticule
para generar empoderamiento humano y desarrollo territorial integral.
ANEXOS

Anexo 1: Niveles de Participación

Nivel de Participación Descripción


Información Es el primer nivel de la participación y se refiere al
otorgamiento de conocimiento sobre los elementos
fundamentales de la política pública en cuestión, sin el cual no
hay forma de participación posible.
Consulta En este segundo nivel se añade a la información, la consulta a la
ciudadanía sobre aspectos específicos de la política pública.
Decisión La consulta pasa a ser decisión cuando la opinión emitida deja
de ser una ‘mera opinión’ y se transforma en algo obligatorio
para quien hace la consulta.
Delegación Se produce cuando el gobierno otorga la implementación de un
programa o proyecto a una organización social determinada.
Asociación A las organizaciones se les otorga, además de la
implementación, iniciativa sobre proyectos o programas, de
manera tal que colabora con el gobierno trabajando cada uno en
un ámbito de ocupación específico.
Control En esta última etapa la ciudadanía evalúa y somete a escrutinio
la acción del gobierno.
Fuente: Canto Chac (2007) en Fernández y Ordoñez (2007), p. 25.

Anexo 2: Tipología de la participación ciudadana según la naturaleza del proceso.


Fuente: PNUD(2018) citado en Inzunza (2015).

Anexo 3: Polígono de intervención.


Fuente: Equipo Comunal Programa Quiero Mi Barrio, Barrio La Vega, Julio 2016.

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