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AugustSchmarsow
1893
LA ESENCIA DE LA CREACIÓN ARQUITECTÓNICA
1
Eduard von Hartman, Gehört die Baukunst zu den freien Künsten?(¿Pertenece el Arte de Construir a las
Artes Libres?), Gegenwart 1887, Pág.391), responde que no hay ninguna justificación científica alguna
para distinguir la arquitectura de las artes de la tectónica y de otras artes aplicadas. Véase también del
mismo autor, Aesthetik, Berlín, C.Duncker 1886-1887, vol.1, pág .461.Wihelm Wundt, por otra parte,
coloca la arquitectura precisamente junto a la música como unas de las “artes liberales”.
2Hans Schliemann, Betrachtungen über Bukunst, (Reflexiones sobre el Arte de Construir) Berlín, Seydel
1891, Pág. 22. Él también se queja (pág.31): “Debido a un increíble aburrimiento en materia de
sensibilidad artística en los últimos cuatrocientos años, la arquitectura, en contraste con las otras artes, se
ha venido desarrollando desde el exterior hacia el interior en lugar de al revés. En vez de dar una forma
adecuada a una idea hemos forzado la idea hacia una forma fija. Como un sastre elegante, el arquitecto ha
empleado todo tipo de tela para todo tipo de cuerpo”
se echa de menos la cálida componente humana en sus obras y la relación
natural con este arte.
¿No es ya hora de preguntar por su origen y su naturaleza intrínseca? El
método genético, que desde hace tiempo es habitual en la ciencia de la historia
y que actualmente se introduce poco a poco en las ciencias naturales, no
podría menos que ser fructífero aplicado a la ciencia del arte, que se sitúa entre
las dos. Se trataría más bien sólo de probar en lugar de la estética “desde arriba”,
que ya con Fechner se oponen entre sí, una estética “desde el interior”; y
activar en la arquitectura, alienada tanto tiempo por una estética “desde el
exterior”, un movimiento “desde el interior”.
La consideración estética de nuestras formas lineales más sencillas las
explicaciones psicológicas de sus impresiones inmediatas o el juego de
asociación de elementos tienen actualmente su punto de partida en el sujeto
creativo y perceptivo3. A este análisis del detalle y de la forma singular, que tan
fácilmente puede descontextualizarse del conjunto, sólo nos acercamos
partiendo del ángulo contrario, cuando buscamos el núcleo del organismo que
justifica todas las partes y las formas individuales. Se trataría precisamente, en
un estudio básico, de asegurar la prerrogativa natural del origen psíquico del
acto creativo de probar la certeza de que en este arte, como en los demás, lo
realmente esencial solo puede encontrar su origen en la mente del creador y su
finalidad en la del observador.
Hay que admitir que el historiador que se pregunta por la esencia de la creación
arquitectónica prediga que la respuesta no puede contener nada nuevo. El
germen motor, sobre el que estamos investigando, tiene que estar
necesariamente presente tanto en los intentos más imperfectos, de los que la
historia del arte verdadero apenas da testimonio, como en las obras maestras
de los períodos más florecientes que lo muestran como un organismo
5Queesta orientación también se explique fisiológicamente desde la organización interior y exterior del
hombre no requiere aquí mayor desarrollo.
también aquí inmediatamente las mediciones hacia la derecha y hacia la
izquierda conmigo como eje central. Si por el contrario miro en dirección del
eje de profundidad las dos paredes longitudinales (y opuestas) de un espacio,
percibo y aprecio ambos lados en perspectiva paralela. Cuanto más se
aproximen las dimensiones de ambos ejes horizontales, cuanto más se acerque
pues la planta al cuadrado o al círculo, más latente será el predominio de la
mirada en altura. Y, mientras la simetría prevalezca a lo largo de la extensión
horizontal o en todas las direcciones, la ley de la proporción dominará en el eje
vertical, siempre en relación con el sujeto y su escala óptica. Si se facilitaran
finalmente ambos ejes horizontales en su longitud mínima, la estancia en ese
espacio se convertiría pronto en castigo para el que está despierto de tal modo
que desearía subirse por las paredes. El castigo aumentaría sensiblemente para
quien o fuera ciego en lo relativo al espacio, si la célula tuviera una plata
triangular o cualquier otro movimiento Un personaje relevante como Lessing
declaró no ser capaz de aguantar en un espacio con ángulos agudos.
Pero si el eje vertical se tumba en el suelo sobre el eje direccional, la dimensión
en anchura adquiere la importancia que pierde la vertical. De cualquier modo a
menudo permanece la anchura sensiblemente subordinada, tanto como
prevalece la dirección de nuestra mirada y de nuestro desplazamiento hacia
delante.
Esta relación experimenta rápidamente una inversión latente en cuanto el
sujeto sale del espacio interior y observa el exterior del espacio creado. Con
nuestro meridiano operando como eje central de extensión y mirando hacia la
izquierda y hacia la derecha, requerimos del cumplimiento de nuestra ley de
simetría al enfrentarnos al eje vertical del espacio creado y requerir que el resto
de las dimensiones estén en proporción. Todo el espacio creado nos parece
ahora como un cuerpo exterior a nosotros mismos en un espacio general. Así,
todos los principios en relación con el exterior del edificio se encuentran
también en relación con aquellos del espacio interior, es decir, con la
envolvente del sujeto, con la que empezamos.
Pero antes de que hablemos del exterior debemos desarrollar el principio de
creación individual sucesiva con el que el sujeto se relaciona con el espacio
interior que le rodea. Los términos lingüísticos que usamos para referirnos al
espacio, como “expansión”, “extensión” o “dirección”, señalan la continua
actividad del sujeto que, enseguida, traslada su propia sensación de
movimiento a una forma espacial estática. No puede expresar de otra manera
su relación consigo mismo sino presentándose en movimiento (considerando
su longitud, ancho y profundidad) o atribuyéndoselo alíneas fijas, superficies o
cuerpos estáticos que le enseñan sus ojos o las sensaciones de sus músculos,
incluso cuando prescinde de sus dimensiones si está en posición de reposo. La
creación espacial es una creación humana y no puede enfrentarse al creador y al
usufructuario como si fuera una forma fría y cristalizada.
Aquí se muestra la diferencia fundamental entre el arte del espacio y la ciencia
del espacio, incluso cuando esta última es denominada, con razón, arte
cósmico. El pensamiento matemático, abstraído de todas las causalidades del
escenario terrestre, se eleva cada vez más consecuentemente a las regiones
donde viven las formas puras y calcula con seguridad en su procedimiento las
leyes de la mayor de las lejanías en el cosmos igual que las de nuestro
fundamento y suelo, abarcadas por el horizonte del ojo humano. El arte del
espacio por el contrario, ávido de apariciones latentes y visibles de su actividad,
está unido igualmente al suelo como fundamento sólido del hombre pero o es
capaz, incluso en las creaciones más osadas, de prescindir del hombre físico y
sensible ni de sus semejantes. Si es capaz de reaccionar ampliamente ante
cualquier estímulo del entorno real y natural, pero siempre de acuerdo con las
leyes vinculadas a la realidad, la cohesión de materiales, la estática y la
mecánica, la gravedad y las leyes cósmicas del universo. Precisamente así
consigue la más diversa de las relaciones con las experiencias y la vida del
hombre en el mundo terrestre en que vivimos. Esto ayuda al arte del espacio a
llenar de vida nueva la obra de arte, que permanece como obra del hombre aún
en su más elevado logro. La forma pura y rígida en solitario, como envolvente
diaria del hombre, sería a la larga una insoportable presión incluso permitiendo
toda preferencia explícita de legitimidad y regla.
El espacio debe llenarse de vida propia para satisfacernos y hacernos felices. De
ahí que la proyección de la visión tridimensional, que nace sólida y ya
desarrollada de lo sustancial del hombre, asuma otro propósito en su presencia
en el camino: el establecimiento de su propia vida, el empuje para formarse y
aislarse como organismo independiente. De ahí que la oposición de las fuerzas,
de las partes portantes y portadas, que proveen de existencia independiente al
cerramiento del espacio con leves deformaciones en sus paredes a través de su
estructura interna, motive la existencia y la forma de ser de la persona e
inaugure para ella una nueva fuente de deliciosas consideraciones estéticas.
Consecuentemente, nuestros filósofos del arte cayeron en el error de
considerar la arquitectura como representación ideal de las leyes de gravedad
que regulan el universo o como representación emocional de los términos de
fuerza y carga6, como si esta función, aparentemente didáctica, fuera su
principal propósito, cuando lo cierto es que esto puede serle atribuido como
mucho a una construcción articulada, es decir, al desarrollo posterior del
crecimiento del organismo.
Por esta razón los especialistas en estética y composición arquitectónica dan
como válida una construcción cuando ésta muestra mediante la existencia de
una cubierta sólida la clara contraposición entre la fuerza y la carga, los
elementos portantes y los portados 7; es decir, cuando la fracción de espacio
creado aparece como un cuerpo espacial fijo e inmóvil. Se detienen por ello
preferentemente sólo en la estructura y en el exterior del edificio, sin prestar
ninguna atención a la creación del espacio como tal, al desbordamiento, la
perspectiva y la composición espacial. La cara interior de la creación
arquitectónica y la explicación psicológica de un motivo cada vez más vivo se
les pierde con ello.
La forma en la que los impulsos de las sensaciones comunes, en respuesta a los
acontecimientos exteriores, se condensan en tendencias, en sus subidas y
bajadas, o progresan hacia una ilusión deliciosa o un dolor conmovedor para
seguir moviéndose hacia el exterior y llenar el entorno próximo con
vibraciones del interior, determinándolo(aunque sólo sea por la rápida
extinción de la voz del hombre debido a su volumen) es el mismo modo en el
6Rudolf Adamy, Architektonik I (Arquitectónica I), Die ArchitekturalsKunst (La Arquitectura como
Arte), Hannover 1881.Pág.74: “En arquitectura nos ocupamos de los términos de fuerza y carga de las
emociones.” Compárese también con Carl Schnaase, Geschichte der bildendenKünste I (Historia de las
Artes Aplicadas I), Pág.32.
7Herman Lotze, Grundzüge der Aesthetik (Fundamentos de la Estética). Lepzing 1884.Pág.33. Rudolf
8Compárese con la información de Friedrich Schleiermacher: “un edifico debe ser observado como una
cristalización”
entonces cuando la sensación que existe un segundo meridiano como eje
central requiere de reconocimiento del espacio como cuerpo con organización
propia fuera de nosotros mismos. La consideración de un espacio cerrado
como un todo exterior a nosotros en el espacio general supone ya un paso
considerable en el camino hacia el arte vecino, la plástica (la escultura). En
cuanto al eje central, la verdadera espina dorsal, consigue una forma concreta
en el sistema de coordenadas impropio que se encuentra ante nosotros en
cuanto absorbe la expansión de los dos ejes horizontales, se contrae el espacio
interior de la forma arquitectónica y se cambia toda su naturaleza al ser
entendido por nosotros como un cuerpo masivo. Permanece en principio sólo
una forma tectónica de la masa9.
Empieza a quedar clara aquí la distinción fundamental que hemos hecho al
intentar no prestar atención en nuestro concepto de obra de arte
arquitectónica a su construcción completa en material duradero. Al discutir el
exterior de un edificio y su articulación esencialmente tectónica somos capaces
de abstraer mucho menos de las condiciones del armazón constructivo y del
tratamiento técnico de los materiales de construcción, ya que en el juego de
las fuerzas estas condiciones de la realidad tienen mayor influencia. Las formas
articuladas y las partes tectónicas estarán más vivificadas e inundadas por la
sensación de fuerza del hombre cuanto más se acerquen desde la regularidad
abstracta de su forma básica (determinada por su función en del todo) a la
forma escultórica.
La arquitectura como creadora de espacio aparece en su pleno derecho al
juntarse muchos de esos cuerpos espaciales auto-contenidos, ordenándolos en
envolventes del espacio mayores y sometiéndolos a una nueva relación
orgánica, sean éstos las fachadas de las casas de una calle o los grupos de
edificios alrededor de una plaza, que pueda tener un monumento en el centro
que sea el punto de mira de las perspectivas de las calles que confluyen en ella.
Conscientemente reclamamos todo esto formalmente, incluso la organización
artística de un plano urbano, para la arquitectura como arte. Como
9Un ejemplo en el obelisco. Es sólo una forma tectónica que aún no es plástica, el símbolo de un ente
diferente exterior a nosotros, el símbolo erigido de un círculo de pensamiento propio, la dominante de
un mundo de por sí.
planificadora urbana la arquitectura tiende la mano a la creación de caminos,
de campos y jardines, que hasta donde alcanza la vista, expanden los signos de
la labor cultural del hombre. Todo ello constituye y amplía el Regnumhominis
y provee al espíritu humano, al tomar conciencia de las leyes que rigen su
propia naturaleza, de una satisfacción que finalmente culmina e la creencia
moral de un orden del mundo. Por eso, las culturas antiguas, impregnadas ya
de los valores de la civilización (frente al estado de vecinos menos avanzados),
adoran la tierra bien cultivada, los jardines y campos con líneas regulares de
árboles y surcos, en lugar de montañas, bosques y caminos silvestres, mientras
que las generaciones posteriores, saturadas de civilización y extenuadas de todo
tipo de trabajo del hombre, añoran la naturaleza original, no alterada por los
pies ni la mano de hombre, los Alpes, lo asalvajado el océano infinito.
En este sentido no podemos admitir que la historia de la evolución de la
arquitectura se limitara al levantamiento de edificios sólidos y sistemas auto-
contenidos. No podemos olvidar la importancia que tienen los campamentos
y fortificaciones de los antiguos asiáticos o la del castrum o el castellum
romano para el urbanismo y en los conjuntos palaciegos de muchos períodos
culturales, y tampoco se puede prescindir de la organización de los monasterios
cristianos en países paganos, los antepatios de las basílicas, los cruceros y
galerías, las pérgolas de las residencias estivales, el patio interior de una villa
italiana o la cella hipóstila de un templo griego para la plena comprensión de
estas creaciones espaciales. No podemos olvidar lo que aún hoy en día, en la
era de las estaciones y los mercados, significan estos puntos de referencia del
desarrollo histórico. Sin con esto conseguimos ampliar la teoría dominante,
lograremos liberar la arquitectura como arte de algunos prejuicios
restrictivos10.
Sin embargo distinguimos también en el amplio círculo de su efecto una zona
más estrecha donde se efectúa la transición al estrictamente desarrollado arte
10Así afirma también Schliepmann (anteriormente citado, segundo pie de página, Betrachtungenüber
Baukunst (Consideraciones sobre el Arte de la Construcción), Pág.31) que debería evitarse “poner todos
los espacios bajo un mismo sombrero”. Las leyes básicas de composición espacial que resultan de nuestro
principio, de la envolvente del espacio de un sujeto real o ideal, son cuestión de una aplicación funcional
posterior, que nos reservamos. El completo desarrollo de esta teoría lo expongo desde hace 10 años en
Götinen y Beslau como parte integrante de mi introducción a la historia del arte.
monumental, que, como tal, puede suponer siempre el punto central y
culminante de toda el área. En aquellos comienzos era igualmente válido el
fabricar en el exterior una envolvente con setos verdes, con verjas o
empalizadas de madera, con piedras en lajas o cantería firmemente aparejada;
era lícito también construir una cabaña con ramas vivas cubiertas de hojas
frescas o cubrir una estructura de cañas de bambú con esteras y pieles de
animales. Posteriormente el arte tomó conciencia de que la pared no podía ser
transparente si debía encerrar un espacio interior, un espacio auto-contenido;
que ni una ventana de cristal casi invisible ni una hilera de columnas con sus
intervalos abiertos pueden ser equivalentes a los que una alfombra colgada
consigue. La misma lógica fue aplicada al cerramiento de la parte superior: la
tela tensada que protegía del sol y como mucho ante una lluvia ligera, se
convirtió en una cubierta plana de madera o de piedra, en pared sólida
horizontal, en bóveda, aún más unida al muro de carga, o en una cúpula
comparable quizá a un firmamento en miniatura. Con la consolidación general
de la cultura y el cultivo de una filosofía de vida basada en tradiciones
heredadas o en una teoría sistemática, la arquitectura, como base de la forma
artística y del escenario permanente, también aprendió a sentirse y actuar
como aliado leal y noble de la civilización humana. Desde entonces la
arquitectura ha adaptado cada vez más consciente al espíritu que busca
expresión a través de sus obras.
La arquitectura ofrece un lugar para lo duradero y lo establecido en la creencia
de un pueblo o de una era y, muy a menudo, sirve de apoyo en períodos de
cambio forzoso, cuando todo lo demás amenaza con tambalearse a través de la
lengua solemne que sus piedras hablan.
Todavía hoy existen “aquellas carcasas fosilizadas de organizaciones sociales
extinguidas”, tal y como se ha llamado de forma significativa a los
monumentos del pasado. Pero a nosotros, los hombres del siglo diecinueve,
nos parece difícil, en el marco de nuestra formación histórica, juzgar el valor
que debiera tener cada una de estas formas espaciales para los hombres de
entonces que las crearon y habitaron. Sólo de manera incompleta conseguimos
apreciar estas obras de arte acusando de esta forma su contenido puramente
estético y llegando a disfrutarlas. Esto reside en el hecho de que la arquitectura
haya sido tan reducidamente materializada con ideas concretas, como es el
caso de la música, cuyas composiciones antiguas o pasadas de moda no son
suficientemente accesibles desde nuestra fantasía moderna para cruzar fácil y
rápidamente el puente entre el acto de escuchar y el sentir.
Pero del pasado gris aún nos suena la leyenda de Prometeo, del poderoso, el
Titán al que Zeus, para restablecer el orden pacífico entre los hombres, ató a
una roca con lazos de adamantino, el gigante encadenado al que las olas lloran
y pretenden liberar en un abrazo espumoroso. Y, si pensamos luego en los
templos de los olímpicos, entendemos porqué el poeta griego impulsivamente
describía al creador de edificios como arcitektwuauhr (hombre arquitecto),
que le da forma a su visión del mundo, no sabía balbucear mayor título de
honor para él que el de summusarchitectus.
¿Deberíamos realmente estar de otra forma cuando hoy en día se alza ante
nuestros ojos una elevada posición de jurisprudencia, que el pueblo alemán ha
erigido como fortaleza de convicción sonora frente a los impulsos repentinos y
vacilaciones del sentido de justicia del individuo? ¿No debería la arquitectura,
recuperando el aspecto interior consagrado de sus creaciones, aún hoy en día
encontrar de nuevo su camino hacia los corazones del pueblo llano como
creadora de espacio? Se dice que es el alma la que construye el cuerpo a su
imagen y semejanza. La historia del arte de la construcción es la historia de la
sensación espacial y con ello, consciente o inconscientemente, un
componente fundamental en la historia de la contemplación del mundo. Hoy
en día, como siempre, la verdadera expresión artística de nuestra propia
sensación espacial será recibida con placer y disfrutada con gratitud en todos
aquellos lugares imperecederos donde el trabajo de nuestra civilización
continúa hacia el recogimiento doméstico y el refugio acogedor de nuestras
vidas privadas.
Al historiador le conviene conformarse con el conocimiento objetivo, aun
cuando éste pueda suponer sólo un primer punto de partida en el futuro
camino. Él le alarga la mano a su antigua y venerable amiga, la arquitectura,
por lo nuevo, ¡a pesar de todo lo que sobre esa elección pueda discutirse!.