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El bus llegó al terminal de buses de Vallenar y yo aún estaba triste.

Hasta hace muy pocos días


antes, mis planes era pasar toda mi vida en Temuco. Nunca había tenido intenciones de salir de
aquella ciudad. La tranquilidad de estar cerca de los papás, de los hermanas, de los amigos y
amigas me hacían sentir tranquilo y seguro.
Ya había olvidado el currículo que había enviado a la empresa donde trabajaba un amigo que ya
había partido hacia el desierto de Atacama. “Loco, acá están buscando un segurito. Mándame tu CV
y se lo paso a mi jefe” decía el Whatsapp que me envió Felipe, por ahí por Abril de 2016.Ya para
diciembre del mismo año había ya no contaba con que me llamaran. Como no encontraba trabajo
como prevención de riesgos, incluso estaba pensando en estudiar otra cosa pensando que eso me
daría mayor suerte. Por ello es que grande fue mi sorpresa cuando me llamo el jefe de mi amigo
para preguntarme si podía irme a Vallenar para comenzar a trabajar lo antes posible. No tuve
tiempo de pensarlo mucho, dije que sí y en dos días después ya estaba sentado en un bus camino a
esa nueva ciudad. Lloré cuando me despedí de mi familia, también con los mensajes de ánimo de
mis amigos. Saber que llegaría a un lugar donde no conocía a nadie (fuera de mi amigo y amiga que
ya estaban allá, claro) me incomodaba bastante, pero ya no podía echarme para atrás, solo me
quedaba apechuchar y esperar lo mejor.
Me bajé del bus, salí del terminal y tome un taxi hacía el departamento donde iba a vivir de ahí en
adelante. Toque a la puerta y me abrió mi compadre Felipe, tomé desayuno, me bañé, me vestí y
nos fuimos a la oficina, la que quedaba a menos de 10 minutos caminando desde mi nuevo hogar.
Me presentaron a los demás colegas. Al ver que casi todos eran de mi misma edad me sentí más
tranquilo. La jornada fue agradable, el jefe me comentó que es lo que esperaba de mi desempeño y
me puse a ello de inmediato.
Mi segundo día de lo más entretenido. La empresa era una consultora ambiental que hacía trabajos
ambientales en terreno, y como se trataba de un grupo de trabajo pequeño dentro de mis
funciones también tenía que apoyar en dichas actividades. Y según mi memoria, fue ese día cuando
comenzó la magia de Vallenar. No recuerdo bien lo que hicimos, pero si recuerdo lo hermoso que
se veía el desierto. Esa inmensidad que se extendía a todo lo que daba mi vista. El sol que
aumentaba su intensidad a medida que avanzaba el día. Las enormes montañas que nos rodeaban
por todos lados. Todo me impresionaba. Fue ahí cuando entendí no poco que conocía. Y quise
conocer más. Ese mismo día a la noche, unos colegas fueron al departamento y nos tomamos unas
cervezas. Conversamos y tiramos la talla hasta muy tarde por la noche. De pronto uno de los que
estaba ahí, Pablo, sacó un moledor, mota y papelillos y en unos pocos segundos ya tenía un caño
perfectamente enrolado. Yo no fumaba hace mucho rato así que cuando me tocó a mí, el humo me
hizo toser escandalosamente. Quede totalmente volado con la primera fumada así que ya no quise
más. Como me sentía seguro y no tenía que preocuparme de que alguien me viera o algo por el
estilo lo disfrute muchísimo. Ahí ya me gustó la libertad de estar lejos. Poder fumarme un cigarro
dentro de mi casa sin molestar a nadie y que nadie me moleste a mí se sintió genial. Poder
quedarme hasta tarde viendo una película sin preocuparme de volumen también fue nuevo. Iba
contento a trabajar, ya fuera en oficina o en terreno, era entretenido casi todo lo que me tocaba
hacer. Tuve que aprender a manejar y pasar muchas horas frente al volante, pero recorrer la
inmensidad del desierto, ver guanacos migrando en manada, sentir el viento seco pero potente.
Mención especial para el viento, esa ausencia de sonidos que llega a retumbar en los oídos. Todo
era nuevo para mí, pero más que una novedad era una sorpresa.
Un día cualquiera tuvimos que hacer un estudio de anfibios. Se trata de un estudio nocturno por lo
que tuvimos que esperar a que el sol de escondiera. Llegamos como a las 6 de la tarde pero como
era hacia el interior de la cordillera oscureció temprano. Nos pusimos a recorrer el sector de la
aguada en busca ranas, sapos y otros anfibios. Cuando el sol ya había desaparecido totalmente
dejando que la noche envuelva todo el lugar, caminé hasta la camioneta alumbrándome con la
linterna. Saqué mi bolsa de tabaco y me enrolé un cigarrillo, senté en el parachoques trasero y
prendí fuego al cigarrillo. Una primera gran fumada llenó de humo el espacio al rededor mido.
Escuchaba las lentas pisadas de mi compañeros por los contornos de la aguada donde ya se
escuchaba el croar de los sapos y ranas que poco a poco salían de sus guaridas. La camioneta no
estaba tanto lejos de la aguada, pero la suficiente para no poder distinguir con claridad sus
palabras. El cigarro se consumía en mis dedos. Me quedé mirando un rato el cielo, las estrellas se
veían distintas a como se muestran en Temuco. Más brillantes, más abundantes y más apretadas.
Hasta me dio la impresión de que había algunas de colores que yo nunca había visto antes. Era muy
hermoso. De pronto comencé a sentir sonidos. Aves, las hojas de la vegetación movidas por el
viento, pequeñas ramas que se quebraban por el paso de algún animal. Yo seguía sentado donde
mismo, el cigarro subía haca mi boca y bajaba después de aspirar el humo del tabaco. Me quedé
casi inmóvil un buen rato contemplando la escena. Lo suficiente para que me dieran ganas de
fumar de nuevo, armar el cigarrillo y fumarlo completamente. De pronto sentí que alguien se
acercaba. Reconocí inmediatamente a Pablo que caminaba hacía la camioneta. Que se le había
quedado la cámara, me dijo mientras se acercaba. Yo le comenté lo hermoso que me parecía el
lugar. Él me dijo que aquel era el cielo más bello del mundo, y yo estaba totalmente de acuerdo. No
puede haber algo más bello que el manto de estrellas que envolvía todo aquello que nos rodeaba.
Mientras pablo buscaba la cámara en la cabina trasera de la camioneta me pidió que le armara un
tacabo, yo me puse a ello y cuando él tenía la cámara en sus manos el cigarro ya estaba listo para
ser fumado. Mi compañero lo recibió y lo uso en su oreja. Grande fue mi sorpresa cuando sacó una
muy pequeña cola, lo prendió y el olor a marihuana se hizo notar al instante. Le dio dos piteadas y
el me lo entregó. Para que apreciará mejor el momento, me dijo y volvió rápidamente a la aguada
donde estaban Camila y Amelia, nuestras compañeras que completaban el equipo. Yo no la pensé
dos veces y le di las últimas dos o tres piteadas restantes y me guardé la boquilla de cartón
improvisada en el bolsillo y me quedé esperando el efecto.
No tuve que esperar mucho. Según recuerdo, en cosa de minutos sentí una leve sequedad en mi
boca. Sentí la necesidad de mayor comodidad, por lo que caminos unos 20 metros donde había una
roca que se me hizo muy cómoda para sentarme. Me acomodé lo mejor que pude, pero como no
fue suficiente terminé sentándome en el suelo. Al rato estaba acostado.
Los sonido de las aves rapaces sonaban con fuerza, en algunos casos era como si las escuchara a
kilómetros de distancia. Las estrellas se veían más grandes en el cielo, y me dio la impresión de que
sus colores emitían más luminosidad. De pronto me percaté de que una de las luces se desplazaba
entre las demás. Por el movimiento de rumbo fijo y a velocidad constante entendí que se trataba
de un satélite. Una estrella fugaz cruzó el panorama perdiéndose velozmente detrás de las
montañas, de las cuales únicamente se veían sus enormes siluetas. Pensé en pedir un deseo pero
terminé decidiendo no hacerlo. Y seguí mirando fijamente el cielo. Mientras notaba que el efecto
de la droga aumentaba lenta y tranquilamente un sonido lejano empezaba a invadir mis oídos. Era
como un silbido, no de una persona, pero muy parecido. No sé por qué, pero me dio la impresión
que sonaba desde todos lados. Me sorprendí tratando de saber dónde estaba el origen del aquel
extraño sonido. Agudicé mis oídos, pero obviamente no lo lograba. Seguí escuchando atentamente.
Tanto que termino siendo lo único que entraba en mis oídos. Mientras más escuchaba, más a un
silbido me sonaba. Era como un silbido subterráneo. Eso era, como si fuera la tierra la que sonaba y
cuyo sonar se me asemejaba a un silbido. Se escuchaba intermitentemente, se mantenía por unos
segundos y se apagaba por otros. De pronto, llegó. Sentí como si comenzara a vibrar en la
frecuencia, lo que me llevo a la calma. Una tranquilidad que me relajaba por dentro. Deje de querer
saber de dónde venía, solo quería sentirla. Una idea llegó locamente a mis pensamientos. Una idea
tan loca que es muy difícilmente probable, o posible pero que en ese momento, muy
probablemente a causa de marihuana consumida, sonaba muy plausible para mí. Comencé a creer
que escuchaba la respiración de la tierra. A la madre. Deje esa loca idea correr por mi cabeza y me
entregué al momento. Me sentí bienvenido en aquel lugar, alegría de estar ahí. Quizá se trataba de
una señal que me felicitaba por la decisión de estar en ese lugar y en ese momento. Tal vez la
madre me decía que había hecho bien con dejar mi ciudad natal atrás para conocer un nuevo lugar
y que todo iba a estar bien.
Repentinamente, se apagó. La madre se apagó y los demás sonidos volvieron a escucharse. Las el
graznar de las aves, las voces de mis compañeros, todo volvió. Me quedé mirando a ninguna parte
por unos segundos, pensando en lo que había pasado. Me sentía cansado pero tranquilo. Me
dieron ganas de fumar otra vez. Me levante y volví hacía la camioneta y volví al enrolar. Al notar
que a causa de la marihuana, me costaba enrolar un poco más de lo normal sentí ganas de reírme.
Me concentré y arme el cigarro sin mayor problema y comencé a fumar
Fue todo muy loco. Nunca lo podré describir correctamente. Lo recuerdo muy vívidamente, pero
me cuesta llevarlo a la voz o al papel. Es como si el detalle más fino pero más importante solo esté
en mi mente y no la pueda llevar a ninguna otra parte. Pero si sé que fue verdad.

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