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Pues bien, realmente el perfil de los adolescentes siempre ha venido marcado por
un profundo aroma a “problemas”. Es una etapa de cambios, por un lado de
cambios físicos y hormonales, éstos son inevitables y a pesar de que se suelen
achacar al típico vecinito que no para de molestar, han sido sufridos por cada una
de las generaciones desde que la cebada se utiliza para obtener cerveza.
Dichos cambios físicos acompañan a una etapa en la vida de las personas en que
se empiezan a vivir otras experiencias, a veces traumáticas, queremos ser adultos
y algunos hasta se lo creen, se nos obliga a asumir ciertas responsabilidades,
estamos en edad de merecer y de trabajar, aparecen apetitos hasta la fecha
desconocidos como el sexo, necesitamos más que nunca sentirnos admitidos y
comprendidos. Desde la sociedad se viene criticando muy duramente la nueva
generación de jóvenes que, entre todos, estamos creando, porque a fin de cuentas
no podemos olvidar que nuestros/as hijos/as son producto de todo lo que les
rodea. Se les acusa de vagos, desmotivados, maleducados, violentos,
individualistas, gastadores compulsivos, despreocupados de la vida social y
política, borrachos, vividores, y un largo etcétera.
Y no es que solo se les acuse, sino que además muchos de ellos mismos se
reconocen y definen como egoístas y consumistas. No cabe duda que la situación
que se nos viene encima es preocupante, cada generación que viene, tiene la
sensación de que la que le sigue detrás aun es peor, más conflictiva, más violenta,
en resumen, más problemática.
Así pues, mientras los padres y madres echan la culpa de lo que son sus
adolescentes al colegio o a la sociedad, los educadores hacen lo mismo, pero al
revés, y entre tanta culpa, nos olvidamos al final de lo importante, solucionar lo
que nos ataña.
Los adolescentes, desde siempre, sienten la necesidad vital de empezar a
definirse como individuos al marguen del grupo, de destacar, y reconocerse a sí
mismos, desvinculándose de lo que les ahoga o controla, es decir, la familia.