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26 CUENTOS
PARA
PENSAR
COM O CRECER?
Un rey fue hast a su j ardín y descubrió que sus árboles, arbust os y flores se
est aban m uriendo.
El Roble le dij o que se m oría porque no podía ser t an alt o com o el Pino.
Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas com o la Vid. Y la
Vid se m oría porque no podía florecer com o la Rosa.
La Rosa lloraba porque no podía ser alt a y sólida com o el Roble. Ent onces
encont ró una plant a, una fresia, floreciendo y m ás fresca que nunca.
El rey pregunt ó:
¿Cóm o es que creces saludable en m edio de est e j ardín m ust io y som brío?
No lo sé. Quizás sea porque siem pre supuse que cuando m e plant ast e, querías
fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plant ado. En
aquel m om ent o m e dij e: "I nt ent aré ser Fresia de la m ej or m anera que pueda".
Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Sim plem ente
m irat e a vos m ism o.
No hay posibilidad de que seas ot ra persona.
Podes disfrut arlo y florecer regado con t u propio am or por vos, o podes
m archit art e en t u propia condena...
AN I MARSE A VOLAR
- Hij o m ío, no t odos nacen con alas. Y si bien es ciert o que no t ienes obligación
de volar, opino que sería penoso que t e lim it aras a cam inar t eniendo las alas
que el buen Dios t e ha dado.
- Ves hij o, est e es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes parart e
aquí, respirar profundo, y salt ar al abism o. Una vez en el aire ext enderás las
alas y volarás...
El hij o dudó.
- ¿Y si m e caigo?
El hijo volvió al pueblo, a sus am igos, a sus pares, a sus com pañeros con los
que había cam inado t oda su vida.
- ¿Est ás loco?
- ¿Para qué?
- ¿Será ciert o?
Las agit ó en el aire con t odas sus fuerzas... pero igual... se precipit ó a t ierra...
- ¡Me m ent ist e! No puedo volar. Probé, y ¡m ira el golpe que m e di! . No soy
com o t ú. Mis alas son de adorno... – lloriqueó.
- Hij o m ío – dij o el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre
necesario para que las alas se desplieguen.
Es com o t irarse en un paracaídas... necesit as ciert a alt ura ant es de salt ar.
Para aprender a volar siem pre hay que em pezar corriendo un riesgo.
Si uno quiere correr riesgos, lo m ej or será resignarse y seguir cam inando com o
siem pre.
EL BUSCADOR
Un día un buscado r sintió que debía ir hacia la ciudad de Kam m ir. Él había
aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar
desconocido de sí m ism o, así que dej ó todo y partió. Después de dos días de
m archa por los polvorient os cam inos divisó Kam m ir, a lo lej os. Un poco ant es
de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llam ó la at ención.
Est aba t apizada de un verde m aravilloso y había un m ont ón de árboles,
páj aros y flores encant adoras. La rodeaba por com plet o una especie de valla
pequeña de m adera lust rada… Una port ezuela de bronce lo invit aba a ent rar.
De pront o sint ió que olvidaba el pueblo y sucum bió ant e la t ent ación de
descansar por un m om ent o en ese lugar. El buscador t raspaso el portal y
em pezó a cam inar lent am ent e ent re la s piedras blancas que est aban
dist ribuidas com o al azar, ent re los árboles. Dej ó que sus oj os eran los de un
buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella
inscripción … “ Abedul Tare, vivió 8 años, 6 m eses, 2 sem anas y 3 días” . Se
so brecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era sim plem ente una
piedra. Era una lápida, sint ió pena al pensar que un niño de t an cort a edad
est aba ent errado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hom bre se dio
cuenta de que la piedra de al lado , t am bién t enía una inscripción, se acercó a
leerla decía “ Llam ar Kalib, vivió 5 años, 8 m eses y 3 sem anas” . El buscador
se sint ió t errible m ent e conm ocionado. Est e herm oso lugar, era un cem ent erio
y cada piedra una lápida. Todas t enían inscripciones sim ilares: un nom bre y el
t iem po de vida exact o del m uert o, pero lo que lo cont act ó con el espant o, fue
com probar que, el que m ás t iem po había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.
Em bargado por un dolor t errible, se sent ó y se puso a llorar. El cuidador del
cem ent erio pasaba por ahí y se acercó, lo m iró llorar por un rat o en silencio y
luego le pregunt ó si lloraba por algún fam iliar.
- No ningún fam iliar – dij o el buscador - ¿Qué pasa con est e pueblo?, ¿Qué
cosa t an t errible hay en est a ciudad? ¿Por qué t ant os niños m uert os ent errados
en est e lugar? ¿Cuál es la horrible m aldición que pesa sobre est a gent e, que lo
ha obligado a const ruir un cem ent erio de chicos?.
Cuando yo era chico m e encant aban los circos, y lo que m ás m e gust aba de los
circos eran los anim ales. Tam bién a m í com o a ot ros, después m e enteré, m e
llam aba la at ención el elefant e. Durant e la función, la enrom e best ia hacia
despliegue de su tam año, peso y fuerza descom unal... pero después de su
act uación y hast a un rat o ant es de volver al escenario, el elefant e quedaba
suj et o solam ent e por una cadena que aprisionaba una de sus pat as clavada a
una pequeña est aca clavada en el suelo. Sin em bargo, la est aca era solo un
m inúsculo pedazo de m adera apenas ent errado unos cent ím et ros en la t ierra. Y
aunque la cadena era gruesa y poderosa m e parecía obvio que ese anim al
capaz de arrancar un árbol de cuaj o con su propia fuerza, podría, con facilidad,
arrancar la est aca y huir. El m ist erio es evident e: ¿Qué lo m ant iene ent onces?
¿Por qué no huye? Cuando t enía 5 o 6 años yo t odavía en la sabiduría de los
grandes. Pregunt é ent onces a algún m aest ro, a algún padre, o a algún t ío por
el m ist erio del elefant e. Alguno de ellos m e explicó que el elefant e no se
escapaba porque est aba am aest rado. Hice ent onces la pregunt a obvia: -Si est á
am aest rado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna
respuest a coherent e. Con el t iem po m e olvide del m ist erio del elefant e y la
est aca... y sólo lo recordaba cuando m e encont raba con ot ros que t am bién se
habían hecho la m ism a pregunt a. Hace algunos años descubrí que por suert e
para m í alguien había sido lo bast ant e sabio com o para encont rar la respuest a:
El elefant e del circo no se escapa porque ha est ado at ado a una est aca
parecida desde m uy, m uy pequeño. Cerré los oj os y m e im aginé al pequeño
recién nacido suj eto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel m om ento el
elefant it o em puj ó, t iró, sudó, t rat ando de solt arse. Y a pesar de t odo su
esfuerzo, no pudo. La est aca era ciert am ent e m uy fuert e para él. Juraría que
se durm ió agot ado, y que al día siguient e volvió a probar, y t am bién al ot ro y
al que le seguía... Hast a que un día, un t errible día para su hist oria, el anim al
acept ó su im pot encia y se resignó a su dest ino. Est e elefant e enorm e y
poderoso, que vem os en el circo, no se escapa porque cree -pobre - que NO
PU EDE. Él t iene regist ro y recuerdo de su im pot encia, de aquella im pot encia
que sint ió poco después de nacer. Y lo peor es que j am ás se ha vuelt o a
cuest ionar seriam ent e ese regist ro. Jam ás... j am ás... int ent ó poner a prueba
su fuerza ot ra vez...
EL OSO
Un día el zar descubrió que uno de los bot ones de su chaquet a preferida se
había caído.
El zar era caprichoso, aut orit ario y cruel ( cruel com o t odos los que enm arañan
por dem asiado t iem po en el poder) , así que, furioso por la ausencia del bot ón
m andó a buscar a su sast re y ordenó que a la m añana siguient e fuera
decapit ado por el hacha del verdugo.
Nadie cont radecía al em perador de t odas la Rusias, así que la guardia fue
hasta la casa del sastre y arrancándo lo de entre los brazos de su fam ilia lo
llevó a la m azm orra del palacio para esperar allí su m uert e.
Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a cont arle al
soberano su descubrim ient o:
El zar se sint ió encant ado. Mandó rápidam ent e a buscar al sast re y le ordenó:
- ¡¡Enséñale a m i oso a hablar nuest ro gust aría com placeros pero la verdad, es
que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiem po... y
lam ent ablem ent e, t iem po es lo que m enos t engo...
- Bien, tu pena será suspendida por dos años, m ientras tanto tú entrenarás al
oso. ¡Mañana em pezarás!
El sast re en reverencia y cam inando hacia at rás, com enzó a ret irarse m ient ras
m usit aba agradecim ient os.
...Cuando t odos en la casa del sast re lloraban por la pérdida del padre de
fam ilia, el hom bre pequeño apareció en la casa en el carruaj e del zar,
sonrient e, eufórico y con regalos para t odos.
La esposa del sast re no cabía en su asom bro. Su m arido que pocas horas ant es
había sido llevado al cadalso volvía ahora, exit oso, acaudalado y exult ant e...
Había una vez, en un reino m uy lej ano y perdido, un rey al que le gust aba
sent irse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él,
necesit aba adem ás, que t odos lo adm iraran por ser poderoso, así com o la
m adrast ra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, t am bién él
necesit aba m irarse en un espej o que le dij era lo poderoso que era.
Él no t enía espej os m ágicos, pero cont aba con un m ont ón de cort esanos y
sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el m ás poderoso del
reino.
- Alteza, eres m uy poderoso, pero t ú sabes que el m ago t iene un poder que
nadie posee: Él, él conoce el fut uro.
( En aquel t iem po, alquim ist as, filósofos, pensadores, religiosos y m íst icos eran
llam ados, genéricam ent e “ m agos” ) .
El rey est aba m uy celoso del m ago del reino pues aquel no sólo t enía fam a de
ser un hom bre m uy bueno y generoso, sino que adem ás, el pueblo ent ero lo
am aba, lo adm iraba y fest ej aba que él exist iera y viviera allí.
Quizás porque necesit aba dem ost rar que era él quien m andaba, el rey no era
j ust o, ni ecuánim e, y m ucho m enos bondadoso.
Un día, cansado de que la gent e le cont ara lo poderoso y querido que era el
m ago o m ot ivado por esa m ezcla de celos y t em ores que genera la envidia, el
rey urdió un plan:
Organizaría una gran fiest a a la cual invit aría al m ago y después la cena,
pediría la at ención de t odos. Llam aría al m ago al cent ro del salón y delant e de
los cort esanos, le pregunt aría si era ciert o que sabía leer el fut uro. El invit ado,
t endría dos posibilidades: decir que no, defraudand o así la adm iración de los
dem ás, o decir que sí, confirm ando el m ot ivo de su fam a. El rey est aba seguro
de que escogería la segunda posibilidad. Ent onces, le pediría que le dij era la
fecha en la que el m ago del reino iba a m orir. Ést e daría una respuest a, un día
cualquiera, no im port aba cuál. En ese m ism o m om ent o, planeaba el rey, sacar
su espada y m at arlo. Conseguiría con est o dos cosas de un solo golpe: la
prim era, deshacerse de su enem igo para siem pre; la segunda, dem ost rar que
el m ago no había podido adelant arse al fut uro, y que se había equivocado en
su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El m ago y el m it o de sus
poderes...
Los preparat ivos se iniciaron enseguida, y m uy pront o el día del fest ej o llegó...
- ¿Qué pasa m ago? - dij o el rey sonrient e - ¿No lo sabes?... ¿no es cierto que
puedes ver el fut uro?
- ¿Cóm o que no t e anim as?- dij o el rey - ... Yo soy t u soberano y t e ordeno que
m e lo digas. Debes dart e cuent a de que es m uy im port ant e para el reino,
saber cuando perdem os a sus personaj es m ás em inent es... Contéstam e pues,
¿cuándo m orirá el m ago del reino?
Durant e unos inst ant es, el t iem po se congeló. Un m urm ullo corrió por ent re los
invit ados.
El rey siem pre había dicho que no creía en los m agos ni en las adivinaciones,
pero lo ciert o es que no se anim ó a m at ar al m ago.
- Alt eza, t e has puest o pálido. ¿Qué t e sucede? – pregunt ó el invit ado.
Y con un gest o confuso giró en silencio encam inándose a sus habit aciones...
El m ago era ast ut o, había dado la única respuest a que evit aría su m uert e.
Se le ocurrió que sería t rágico que le pasara algo al m ago cam ino a su casa.
- Mago, eres fam oso en el reino por t u sabiduría, t e ruego que pases est a
noche en el palacio pues debo consult art e por la m añana sobre algunas
decisiones reales.
- ¡ Maj est ad! . Será un gran honor... – dij o el invit ado con una reverencia.
El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acom pañaran al m ago
hast a las habit aciones de huéspedes en el palacio y para que cust odiasen su
puert a asegurándose de que nada pasara...
Bien t em prano en la m añana el rey golpeó en las habit aciones de su invit ado.
Y el m ago, que era un sabio, le dio una respuest a correct a, creat iva y j ust a.
El rey, casi sin escuchar la respuest a alabó a su huésped por su int eligencia y
le pidió que se quedara un día m ás, supuest am ent e, para “ consultarle” otro
asunt o... ( obviam ent e, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara) .
El m ago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los ilum inados –
acept ó...
Desde ent onces t odos los días, por la m añana o por la t arde, el rey iba hast a
las habit aciones del m ago para consult arlo y lo com prom et ía para una nueva
consult a al día siguient e.
No pasó m ucho t iem po ant es de que el rey se diera cuent a de que los consej os
de su nuevo asesor eran siem pre acertados y term inara, casi sin notarlo,
t eniéndolos en cuent a en cada una de las decisiones.
Y com o siem pre... est ar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, m ás sabio.
Ya no era despót ico ni aut orit ario. Dej ó de necesit ar sent irse poderoso, y
seguram ent e por ello dej ó de necesit ar dem ost rar su poder.
Em pezó a aprender que la hum ildad t am bién podía ser vent aj osa em pezó a
reinar de una m anera m ás sabia y bondadosa.
El rey ya no iba a ver al m ago investigando por su salud, iba realm ente para
aprender, para com part ir una decisión o sim plem ent e para charlar, porque el
rey y el m ago habían llegado a ser excelent es am igos.
Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para m at ar a est e su
ent onces m ás odiado enem igo
Y sé dio cuent a que no podía seguir m ant eniendo est e secret o sin sent irse un
hipócrita.
El rey tom ó coraj e y fue hasta la habitación del m ago. Golpeó la puerta y
apenas ent ró le dij o:
- Herm ano, t engo algo que cont art e que m e oprim e el pecho
- Dim e – dij o el m ago – y alivia t u corazón.
Hoy he sent ido que no puedo seguir ocult ándot e m i infam ia.
Necesit é decirt e t odo est o para que t ú m e perdones o m e desprecies, pero sin
ocult am ient os.
- Has t ardado m ucho t iem po en poder decírm elo. Pero de t odas m aneras, m e
alegra, m e alegra que lo hayas hecho, porque est o es lo único que m e
perm it irá decirt e que ya lo sabía. Cuando m e hicist e la pregunt a y baj ast e t u
m ano sobre el puño de t u espada, fue t an clara t u int ención, que no hacía falt a
adivino para darse cuent a de lo que pensabas hacer, - el m ago sonrió y puso
su m ano en el hom bro del rey. – Com o j ust o pago a t u sinceridad, debo decirt e
que yo t am bién t e m ent í... Te confieso hoy que invent é esa absurda hist oria
de m i m uert e ant es de la t uya para dart e una lección. Una lección que recién
hoy est ás en condiciones de aprender, quizás la m ás im port ant e cosa que yo
t e haya enseñado nunca.
El rey y el m ago se abrazaron y fest ej aron brindando por la confianza que cada
uno sent í en est a relación que habían sabido const ruir j unt os...
Cuent a la leyenda... que m ist eriosam ent e... esa m ism a noche... el m ago...
m urió durant e el sueño.
El rey se ent eró de la m ala not icia a la m añana siguient e... y se sint ió
desolado.
No est aba angust iado por la idea de su propia m uert e, había aprendido del
m ago a desapegarse hast a de su perm anencia en el m undo.
¿Qué coincidencia ext raña había hecho que el rey pudiera cont arle est o al
m ago j ust o la noche ant erior a su m uert e?.
Tal vez, t al vez de alguna m anera desconocida el m ago había hecho que él
pudiera decirle est o para quit arle su fant asía de m orirse un día después.
Cuent an que el rey se levantó y que con sus propias m anos cavó en el j ardín,
baj o su vent ana, una t um ba para su am igo, el m ago.
Ent erró allí su cuerpo y el rest o del día se quedó al lado del m ont ículo de
t ierra, llorando com o se llora ant e la pérdida de los seres queridos.
Cuent a la leyenda... que esa m ism a noche... veint icuat ro horas después de la
m uert e del m ago, el rey m urió en su lecho m ient ras dorm ía... quizás de
casualidad... quizás de dolor... quizás para confirm ar la últ im a enseñanza del
m aest ro.
LA ALEGORI A D EL CARRUAJE
Un día de oct ubre, una voz fam iliar en el t eléfono m e dice: - Salí a la calle que
hay un regalo para vos.
Ent onces m iro por la vent ana y veo " el paisaj e" : de un lado el frent e de m i
casa, del ot ro el frent e de la casa de m i vecino... y digo: "¡Qué bárbaro est e
regalo! "¡Qué bien, qué lindo...! " Y m e quedo un rat o disfru t ando de esa
sensación.
Al rat o em piezo a aburrirm e; lo que se ve por la vent ana es siem pre lo m ism o.
Me pregunt o: "¿Cuánt o t iem po uno puede ver las m ism as cosas?" Y em piezo a
convencerm e de que el regalo que m e hicieron no sirve para nada.
De eso m e ando quej ando en voz alta cuando pasa m i vecino que m e dice,
com o adivinándom e: - ¿No t e das cuent a que a est e carruaj e le falt a algo?
Yo pongo cara de qué- le-falt a m ient ras m iro las alfom bras y los t apizados.
Por eso veo siem pr e lo m ism o - pienso- , por eso m e parece aburrido.
Ent onces voy hast a el corralón de la est ación y le at o dos caballos al carruaj e.
Me subo ot ra vez y desde adent ro les grit o:
- ¡¡Eaaaaa! !
El paisaj e se vuelve m aravilloso, ext raordinario, cam bia perm anent em ent e y
eso m e sorprende.
Me doy cuent a que yo no t engo ningún cont rol de nada; los caballos m e
arrast ran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrot ero era m uy lindo, pero
al final sient o que es m uy peligroso.
Com ienzo a asust arm e y a darm e cuent a que est o t am poco sirve.
En ese m om ent o veo a m i vecino que pasa por ahí cerca, en su aut o. Lo
insult o: - ¡Qué m e hizo!
Co n gran dificult ad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido cont rat ar un
cochero. A los pocos días asum e funciones. Es un hom bre form al y
circunspect o con cara de poco hum or y m ucho conocim ient o.
Me parece que ahora sí est oy preparado para disfrut ar verdaderam ent e del
regalo que m e hicieron. Me subo, m e acom odo, asom o la cabeza y le indico al
cochero a dónde ir.
" Hem os nacido, salido de nuestra casa y nos hem os encontrado con un regalo:
nuest ro cuerpo.
Todo va bien durant e un t iem po, pero en algún m om ent o em pezam os a darnos
cuent a que est os deseos nos llegaban por cam inos un poco arriesgados y a
veces peligrosos, y ent onces t enem os necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde
aparece la figura del cochero: nuest ra cabeza, nuest ro int elect o, nuest ra
capacidad de pensar racionalm ent e.
El cochero sirve para evaluar el cam ino, la rut a. Pero quienes realm ent e t iran
del carruaj e son t us caballos.
No perm it as que el cochero los descuide. Tienen que ser alim ent ados y
prot egidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras
solam ent e cuerpo y cerebro? Si no t uvieras ningún deseo, ¿cóm o sería la vida?
Sería com o la de esa gente que va por el m undo sin contacto con sus
em ociones, dej ando que solam ent e su cerebro em puj e el carruaj e. Obviam ent e
t am poco podés descuidar el carruaj e, porque t iene que durar t odo el proyect o.
Y est o im plicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su
m ant enim ient o. Si nadie lo cuida, el carruaj e se rom pe, y si se rom pe se acabó
el viaj e..."
OBSTÁCULOS
Mis oj os se posan en los árboles, en los páj aros, en las piedras. En el horizont e
se recorte la siluet a de una ciudad. Agudizo la m irada para dist inguirla bien.
Sient o que la ciudad m e at rae.
Sin saber cóm o, m e doy cuent a de que en est a ciudad puedo encont rar t odo lo
que deseo. Todas m is m et as, m is obj et ivos y m is logros. Mis am biciones y m is
sueños est án en est a ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesit o, lo que
m ás m e gust aría ser, aquello a lo cual aspiro, o que int ent o, por lo que t rabaj o,
lo que siem pre am bicioné, aquello que sería el m ayor de m is éxit os.
Me im agino que t odo eso est á en esa ciudad. Sin dudar, em piezo a cam inar
hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuest a arriba. Me canso un
poco, pero no m e im port a.
Sigo. Diviso una som bra negra, m ás adelant e, en el cam ino. Al acercarm e, veo
que una enorm e zanj a m e im pide m i paso. Tem o... dudo.
Veo que a un cost ado hay m aderas, clavos y herram ient as. Me doy cuent a de
que está allí para construir un puent e. Nunca he sido hábil con m is m anos...
Pienso en renunciar. Miro la m et a que deseo... y resist o.
Em piezo a const ruir el puent e. Pasan horas, o días, o m eses. El puent e est á
hecho. Em ocionado, lo cruzo. Y al llegar al ot ro lado... descubro el m ur o. Un
gigant esco m uro frío y húm edo rodea la ciudad de m is sueños...
Los obst áculos no est aban ant es de que t ú llegaras... Los obst áculos
los t r a j ist e t ú .
SUEÑ OS DE SEMI LLA
...Y veo en sus ent rañas el germ en de un árbol m agnífico, el árbol de m i propia
vida en proceso de desarrollo.
En su pequeñez, cada sem illa contiene el espíritu del árbol que será después.
Cada sem illa sabe cóm o t ransform arse en árbol, cayendo en t ierra fért il,
absorbiendo los j ugos que la alim ent an, expandiendo las ram as y el follaj e,
llenándose de flores y de frut os, para poder dar lo que tienen que dar.
Cada sem illa sabe cóm o llegar a ser árbol. Y t ant as son las sem illas com o son
los sueños secret os.
Dent ro de nosot ros, innum erables sueños esperan el t iem po de germ inar,
echar raíces y darse a luz, m orir com o sem illas... para convert irse en árboles.
Ellos, los sueños, indican el cam ino con sím bolos y señales de t oda clase, en
cada hecho, en cada m om ent o, ent re las cosas y ent re las personas, en los
dolores y en los placeres, en los t riunfos y en los fracasos. Lo soñado nos
enseña, dorm idos o despiert os, a vernos, a escucharnos, a darnos cuent a.
Y así crecem os, nos desarrollam os, evolucionam os... Y un día, m ientras
t ransit am os est e et erno present e que llam am os vida, las sem illas de nuest ros
sueños se t ransform arán en árboles, y desplegarán sus ram as que, com o alas
gigant escas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo t razo nuest ro pasado y
nuest ro fut uro.
Nada hay que t em er,... una sabiduría int erior las acom paña... porque cada
sem illa sabe... cóm o llegar a ser árbol...
UN RELA TO SOBRE AM OR
Se t rat a de dos herm osos j óvenes que se pusieron de novios cuando ella t enía
t rece y él dieciocho. Vivían en un pueblit o de leñadores sit uado al lado de una
m ont aña. Él era alt o, esbelt o y m usculoso, dado que había aprendido a ser
leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo m uy largo, t ant o que le
llegaba hast a la cint ura; t enía los oj os celest es, herm osos y m aravillosos..
La historia cuenta que habían noviado con la com plicidad de todo el pueblo.
Hast a que un día, cuando ella t uvo dieciocho y él veint it rés, el pueblo ent ero se
puso de acuerdo para ayudar a que am bos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera
t rabaj ar com o leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría
de t odos, de ellos, de su fam ilia y del pueblo, que t ant o había ayudado en esa
relación.
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una prim avera
y un ot oño, disfrut ando m ucho de est ar j unt os. Cuando el día del prim er
aniversario se acercab a, ella sint ió que debía hacer algo para dem ost rarle a él
su profundo am or. Pensó hacerle un regalo que significara est o. Un hacha
nueva relacionaría t odo con el t rabaj o; un pulóver t ej ido t am poco la convencía,
pues ya le había t ej ido pulóveres en ot ras oport unidades; una com ida no era
suficient e agasaj o...
Decidió baj ar al pueblo para ver qué podía encont rar allí y em pezó a cam inar
por las calles. Sin em bargo, por m ucho que cam inara no encont raba nada que
fuera t an im port ant e y que ella pudiera com prar con las m onedas que,
sem anas ant es, había ido guardando de los vuelt os de las com pras pensando
que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una j oyería, la única del pueblo, vio una herm osa cadena de oro
expuest a en la vidriera. Ent onces recordó que había un solo obj et o m at erial
que él adoraba verdaderam ent e, que él consideraba valioso. Se t rat aba de un
reloj de oro que su abuelo le había regalado ant es de m orir. Desde chico, él
guardaba ese reloj en un est uche de gam uza, que dej aba siem pre al lado de su
cam a. Todas las noches abría la m esit a de luz, sacaba del sobre de gam uza
aquel reloj , lo lust raba, le daba un poquit o de cuerda, se quedaba
escuchándolo hast a que la cuerda se t erm inaba, lo volvía a lust rar, lo
acariciaba un rat o y lo guardaba nuevam ent e en el est uche.
Ella pensó: "Que m aravilloso regalo sería est a cadena de oro para aquel reloj ."
Ent ró a pregunt ar cuánt o valía y, ant e la respuest a, una angust ia la t om ó por
sorpresa. Era m ucho m ás dinero del que ella había im aginado, m ucho m ás de
l o que ella había podido j unt ar. Hubiera t enido que esperar t res aniversarios
m ás para poder com prárselo. Pero ella no podía esperar t ant o.
Salió del pueblo un poco t rist e, pensando qué hacer para conseguir el dinero
necesario para est o. Ent onces pensó en t rabaj ar, pero no sabía cóm o; y pensó
y pensó, hast a que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encont ró
con un cart el que decía: "Se com pra pelo nat ural". Y com o ella t enía ese pelo
rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a
pregunt ar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para com prar la cadena de oro y t odavía
sobraba para una caj a donde guardar la cadena y el reloj . No dudó. Le dij o a la
peluquera:
A diferencia de ot ras veces, que ilum inaba la casa cuando él llegaba, est a vez
ella baj ó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza.
Porque él t am bién am aba su pelo y ella no quería que él se diera cuent a de
que se lo había cort ado. Ya habría t iem po después para explicárselo.
En un reino encant ado donde los hom bres nunca pueden llegar, o quizás donde
los hom bres t ransit an et ernam ent e sin darse cuent a...
Era una laguna de agua crist alina y pura donde nadaban peces de t odos los
colores exist ent es y donde t odas las t onalidades del verde se reflej aban
perm anent em ent e...
Las dos se quit aron sus vest im ent as y desnudas las dos ent raron al est anque.
La furia, apurada ( com o siem pre est a la furia) , urgida - sin saber por qué- se
baño rápidam ent e y m ás rápidam ent e aún, salió del agua...
Pero la furia es ciega, o por lo m enos no dist ingue claram ent e la realidad, así
que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la prim era ropa que encont ró...
Com o t odos sabem os, si hay algo que a la t rist eza no le gust a es quedar al
desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de
la furia.
Cuent an que desde ent onces, m uchas veces uno se encuent ra con la furia,
ciega, cruel, t errible y enfadada, pero si nos dam os el t iem po de m irar bien,
encont ram os que est a furia que vem os es sólo un disfraz, y que detrás del
disfraz de la furia, en realidad... est á escondida la t rist eza.
AUTODEPEN DEN CI A
Mi prim o, m ucho m ás chico que yo, t enía t res años. Yo t enía uno doce...
Mi t ía que est aba en la habit ación corrió a abrazarlo y m ient ras m e pedía que
t raj era hielo le decía a m i prim o: Pobrecit o, m ala la m esa que t e pegó, chas
chas a la m esa..., m ientras le daba palm adas al m ueble invitando a m i pobre
prim o a que la im it ara... Y yo pensaba: ¿...? ¿Cuál es la enseñanza? La
responsabilidad no es t uya que sos un t orpe, que t enés t res años y que no
m irás por dónde cam inás; la culpa es de la m esa. La m esa es m ala.
Yo int ent aba ent ender m ás o m enos sorprendido el m ensaj e ocult o de la m ala
int encionalidad de los obj et os. Y m i t ía insist ía para que m i prim o le pegara a
la m esa...
Me parece gracioso com o sím bolo, pero com o aprendizaj e m e parece siniest ro:
vos nunca sos responsable de lo que hicist e, la culpa siem pre la t iene el ot ro,
la culpa es del afuera, vos no, es el ot ro el que t iene que dej ar de est ar en t u
cam ino para que vos no t e golpees...
Tuve que recorrer un largo t recho para apart arm e de los m ensaj es de las t ías
del m undo.
Tengo que darm e cuent a de la influencia que t iene cada cosa que hago. Para
que las cosas que m e pasan m e pasen, yo t engo que hacer lo que hago. Y no
digo que puedo m anej ar t odo lo que m e pasa sino que soy responsable de lo
que m e pasa porque en algo, aunque sea pequeño, he colaborado para que
suceda. Yo no puedo cont rolar la act it ud de t odos a m i alrededor pero puedo
cont rolar la m ía. Puedo act uar librem ent e con lo que hago. Tendré que decidir
qué hago. Con m is lim it aciones, con m is m iserias, con m is ignorancias, con
todo lo que sé y aprendí, con todo eso, tendré que decidir cuál es la m ej or
m anera de act uar. Y t endré que act uar de esa m ej or m anera. Tendré que
conocerm e m ás para saber cuáles son m is recursos. Tendré que quererm e
t ant o com o para privilegiarm e y saber que est a es m i decisión. Y t endré,
entonces, algo que viene con la autonom ía y que es la otra cara de la libert ad:
el coraj e. Tendré el coraj e de act uar com o m i conciencia m e dict a y de pagar el
precio. Tendré que ser libre aunque a vos no te guste. Y si no vas a quererm e
así com o soy; y si t e vas a ir de m i lado, así com o soy; y si en la noche m ás
larga y m ás fría del invierno m e vas a dej ar solo y t e vas a ir... cerrá la puert a,
¿vist e? porque ent ra vient o. Cerrá la puerta. Si esa es tu decisión, cerrá la
puert a. No voy a pedirt e que t e quedes un m inut o m ás de lo que vos quieras.
Te digo: cerrá la puert a porque yo m e quedo y hace frío. Y est a va a ser m i
decisión. Est o m e t ransform a en una especie de ser inm anej able. Porque los
aut odependient es son inm anej ables. Porque a un aut odependient e solam ent e
lo m anej as si él quiere. Est o significa un paso m uy adelant e en t u hist oria y en
t u desarrollo, una m anera diferent e de vivir el m undo y probablem ent e
signifique em pezar a conocer un poco m ás a quien est á a t u lado.
Un poco fast idiada, la señora va al puest o de diarios y com pra una revist a,
luego pasa al kiosco y com pra un paquet e de gallet it as y una lat a de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del
andén. Mient ras hoj ea la revist a, un j oven se sient a a su lado y com ienza a
leer un diario. I m previstam ent e la señora ve, por el rabillo del oj o, cóm o el
m uchacho, sin decir una palabra, est ira la m ano, agarra el paquet e de
gallet it as, lo abre y después de sacar una com ienza a com érsela
despreocupadam ent e.
La señora gim e un poco, t om a una nueva gallet it a y, con ost ensibles señales
de fast idio, se la com e sost eniendo ot ra vez la m irada en el m uchacho.
Con calm a, el m uchacho alarga la m ano, tom a la últim a galletita y, con m ucha
suavidad, la cort a exact am ent e por la m it ad. Con su sonrisa m ás am orosa le
ofrece m edia a la señora.
- De nada - cont est a el j oven sonriendo angelical m ient ras com e su m it ad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levant a con sus cosas y sube al t ren. Al arrancar, desde
el vagón ve al m uchacho t odavía sent ado en el banco del andén y piensa: "
I nsolent e".
Sient e la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se
sorprende al encont rar, cerrado, su paquet e de gallet it as... ! I nt act o! .
QUI ERO
Sin condiciones.
AM ARSE CON LOS OJOS ABI ERTOS
Quizás la expect at iva de felicidad inst ant ánea que solem os endilgarle al vínculo
de parej a, est e deseo de exult ancia, se deba a un est iram ient o ilusorio del
inst ant e de enam oram ient o.
Cuando uno se enam ora en realidad no ve al ot ro en su t ot alidad, sino que el
ot ro funciona com o una pant alla donde el enam orado proyect a sus aspect os
idealizados.
Los sent im ient os, a diferencia de las pasiones, son m ás duraderos y est án
anclados a la percepción de la realidad ext erna. La const rucción del am or
em pieza cuando puedo ver al que t engo enfrent e, cuando descubro al ot ro.
Es allí cuando el am or reem plaza al enam oram ient o.
Pasado ese m om ent o inicial com ienzan a salir a la luz las peores part es m ías
que tam bién proyecto en él. Am ar a alguien es el desaf ío de deshacer aquellas
proyecciones para relacionarse verdaderam ente con el otro. Este
proceso no es fácil, pero es una de las cosas m ás herm osas que ocurren o que
ayudam os a que ocurran.
Hablam os del am or en el sent ido de "que nos im port a el bienest ar del ot ro" .
Nada m ás y nada m enos. El am or com o el bienest ar que invade cuerpo y
alm a y que se afianza cuando puedo ver al ot ro sin querer cam biarlo.
Más im port ant e que la m anera de ser del ot ro, im port a el bienest ar que sient o
a su lado y su bienest ar al lado m ío. El placer de est ar con alguien que se
ocupa de que uno est é bien, que percibe lo que necesit am os y disfrut a al
dárnoslo, eso hace al am or.
Una parej a es m ás que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sent im os
unidos a ot ro de una m anera diferent e. Podría decir que desde el placer de
estar con otro tom am os la decisión de com partir gran parte de nuestra vida
con esa persona y descubrim os el gust o de est ar j unt os. Aunque es necesario
saber que encont rar un com pañero de rut a no es suficient e; t am bién hace falt a
que esa persona sea capaz de nut rirnos, com o ya dij im os, que de hecho sea
una eficaz ayuda en nuest ro crecim ient o personal.
- Vengo, m aest ro, porque m e sient o t an poca cosa que no t engo fuerzas para
hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y
bast ant e t ont o. ¿Cóm o puedo m ej orar m aest ro?. ¿Qué puedo hacer para que
m e v alor en m ás?
- E... encant ado, m aest ro -t it ubeó el j oven pero sint ió que ot ra vez era
desvalorizado y sus necesidades post ergadas- .
- Bien -asint ió el m aest ro- . Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño
de la m ano izquierda y dándoselo al m uchacho agregó: Tom a el caballo que
está allí afuera y cabalga hasta el m ercado. Debo vender este anillo para
pagar una deuda. Es necesario que obt engas por él la m ayor sum a posible,
pero no aceptes m enos de una m oneda de oro. Vete y regresa con esa
m oneda lo m ás rápido que puedas.
El j oven t om ó el anillo y part ió. Apenas llegó, em pezó a ofrecer el anillo a los
m ercaderes. Est os lo m iraban con algún int erés hast a que el j oven decía lo
que pret endía por el anillo. Cuando el j oven m encionaba la m oneda de oro,
algunos reían, ot ros le daban vuelt a la cara y sólo un viej it o fue t an am able
com o para tom arse la m olestia de explicarle que una m oneda de oro era m uy
valiosa para ent regarla a cam bio de un anillo.
¡Cuánt o hubiese deseado el j oven t ener él m ism o esa m oneda de oro! Podría
habérsela ent regado al m aest ro para liberarlo de su preocupación y recibir
ent onces su consej o y su ayuda.
El j oven volvió a cabalgar. El j oyero exam inó el anillo a la luz del candil, lo
m iró con su lupa, lo pesó y luego le dij o:
- Dile al m aest ro, m uchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle m ás
que 58 m onedas de oro por su anillo.
- Sí, - replicó el joyero - . Yo sé que con tiem po podríam os obtener por él cerca
de 70 m onedas, pero no sé... Si la vent a es urgent e...
Un día, el viej o propiet ario m urió y se hizo cargo del prost íbulo un j oven con
inquiet udes, creat ivo y em prendedor. El j oven decidió m odernizar el negocio.
Modificó las habit aciones y después cit ó al personal para darle nuevas
inst rucciones.
El hom bre t em bló, nunca le había falt ado disposición al t rabaj o pero.....
Mire, yo com prendo, pero no puedo hacer nada por ust ed. Lógicam ent e le
vam os a dar una indem nización, esto es, una cantidad de dinero para que
t enga hast a que encuent re ot ra cosa. Así que, lo sient o. Que t enga suert e.
El hom bre sint ió que el m undo se derrum baba. Nunca había pensado que
podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a sí casa, por prim era vez
desocupado . ¿Qué hacer?
Recordó que a veces en el prost íbulo, cuando se rom pía una cam a o se
arruinaba una pat a de un ropero, él, con un m art illo y clavos se las ingeniaba
para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que est a podría ser una
ocupación t ransit o ria hast a que alguien le ofreciera un em pleo.
Buscó por toda la casa las herram ientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos
oxidados y una t enaza m ellada.
Tenía que com prar una caj a de herram ient as com plet a.
A su regreso, t raía una herm osa y com plet a caj a de herram ient as. No había
t erm inado de quit arse las bot as cuando llam aron a la puert a de su casa. Era su
v ecino.
Mire, sí, lo acabo de com prar pero lo necesit o para t rabaj ar... com o
Está bien.
A la m añana siguiente, com o había prom etido, el vecino tocó la puerta. Mire,
yo t odavía necesit o el m art illo. ¿Por qué no m e lo vende?
No, yo lo necesit o para t rabaj ar y adem ás, la ferret ería est á a dos días de
m ula.
Hagam os un trato - dij o el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y
los dos de vuelt a, m ás el precio del m art illo, t ot al ust ed est á sin t rabaj ar. ¿Qué
le parece?.
Sí...
Yo necesit o unas herram ient as, est oy dispuest o a pagarle sus cuat ros días de
viaj e, y una pequeña ganancia por cada herram ient a. Ust ed sabe, no t odos
podem os disponer de cuat ro días para nuest ras com pras.
El ex - port ero abrió su caj a de herram ient as y su vecino eligió una pinza, un
destornillador, un m artillo y un cinc el. Le pagó y se fue.
"...No t odos disponem os de cuat ro días para com pras", recordaba. Si est o era
ciert o, m ucha gent e podría necesit ar que él viaj ara a t raer herram ient as.
La voz em pezó a correrse por el barrio y m uchos quisieron evit arse el viaj e.
Una vez por sem ana, el ahora corredor de herram ient as viaj aba y com praba lo
que necesit aban sus client es.
Pront o ent endió que si pudiera encont rar un lugar donde alm acenar las
herram ient as, podría ahorrar m ás viaj es y ganar m ás dinero. Alquiló un
galpón.
Luego le hizo una ent rada m ás cóm oda y algunas sem anas después con una
vidriera, el galpón se t ransform ó en la prim er ferret ería del pueblo.
Con el t iem po, t odos los com pradores de pueblos pequeños m ás lej anos
preferían com prar en su ferret ería y ganar dos días de m archa.
Y luego, ¿por qué no? Las t enazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego
fueron los clavos y los t ornillos.....
Para no hacer m uy largo el cuent o, sucedió que en diez años aquel hom bre se
t ransform ó con honest idad y t rabaj o en un m illonario fabricant e de
herram ient as. El em presario m ás poderoso de la reg ión.
Tan poderoso era, que un año para la fecha de com ienzo de las clases, decidió
donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría adem ás de lect oescrit ura, las
art es y loas oficios m ás práct icos de la época.
Es con gran orgullo y gratitud que le pedim os nos conceda el hono r de poner
su firm a en la prim er hoj a del libro de act as de la nueva escuela.
El honor sería para m í - dij o el hom bre - . Creo que nada m e gustaría m ás que
firm ar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabet o.
¿Ust ed? - dij o el intendente, que no alcanzaba a creerlo - ¿Usted no sabe leer
ni escribir? ¿Ust ed const ruyó un im perio indust rial sin saber leer ni escribir?
Estoy asom brado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y
escribir?
El rey est aba enam orado de Sabrina: una m uj er de baj a condición a la que el
rey había hecho su últ im a esposa.
Una t arde, m ient ras el rey est aba de cacería, llegó un m ensaj ero para avisar
que la m adre de Sabina est aba enferm a. Pese a que exist ía la prohibición de
usar el carruaj e personal del rey ( falt a que era pagada con la cabeza) , Sabrina
subió al carruaj e y corrió j unt o a su m adre.
Ciert o día, m ient ras Sabrina est aba sent ada en el j ardín del palacio com iendo
frut a, llegó el rey. La princesa lo saludó y luego le dio un m ordisco al últ im o
durazno que quedaba en la canast a.
- ¡Cuánt o m e am a!- com ent ó después el rey- , Renunció a su propio placer, para
darm e el últ im o durazno de la canast a.¿no es fant ást ica?
Est a ciudad no est aba habit ada por personas, com o t odas las dem ás ciudades
del planet a.
Est a ciudad est aba habit ada por pozos. Pozos vivient es ...pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban ent re sí, no solo por el lugar en el que est aban
excavados sino t am bién por el brocal ( la abert ura que los conect aba con el
ext erior) . Había pozos pudient es y ost ent osos con brocales de m árm ol y de
m et ales preciosos; pozos hum ildes de ladrillo y m adera y algunos ot ros m ás
pobres, con sim ples aguj eros pelados que se abrían en la t ierra.
La com unicación ent re los habit ant es de la ciudad era de brocal a brocal y las
noticias cundían rápidam ent e, de punt a a punt a del poblado.
Un día llegó a la ciudad una "m oda" que seguram ent e había nacido en algún
pueblit o hum ano: La nueva idea señalaba que t odo ser vivient e que se precie
debería cuidar m ucho m ás lo int erior que lo ext erior. Lo im port ant e no es lo
superficial sino el cont enido.
Así fue com o los pozos em pezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de
cosas, m onedas de oro y piedras preciosas. Ot ros, m ás práct icos, se llenaron
de elect rodom ést icos y aparat os m ecánicos. Algunos m ás opt aron por el art e y
fueron llenándose de pint uras , pianos de cola y sofist icadas escult uras
posm odernas. Finalm ent e los int elect uales se llenaron de libros, de m anifiest os
ideológicos y de revist as especializadas.
Los pozos no eran t odos iguales así que , si bien algunos se conform aron, hubo
ot ros que pensaron que debían hacer algo para seguir m et iendo cosas en su
interior...
Alguno de ellos fue el prim ero: en lugar de apret ar el cont enido, se le ocurrió
aum ent ar su capacidad ensanchándose.
No paso m ucho t iem po ant es de que la idea fuera im it ada, t odos los pozos
gast aban gran part e de sus energías en ensancharse para poder hacer m ás
espacio en su int erior.
Un pozo, pequeño y alej ado del cent ro de la ciudad, em pezó a ver a sus
cam aradas ensanchándose desm edidam ent e. El pensó que si seguían
hinchándose de t al m anera , pront o se confundirían los bordes y cada uno
perdería su ident idad...
Quizás a part ir de est a idea se le ocurrió que ot ra m anera de aum ent ar su
capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse m ás
hondo en lugar de m ás ancho.
Pront o se dio cuent a que t odo lo que t enia dent ro de él le im posibilit aba la
t area de profundizar. Si quería ser m ás profundo debía vaciarse de t odo
cont enido...
Al principio t uvo m iedo al vacío, pero luego , cuando vio que no había ot ra
posibilidad, lo hizo.
vacío de posesiones, el pozo em pezó a volverse profundo, m ient ras los dem ás
se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...
Un día , sorpresivam ent e el pozo que crecía hacia adent ro t uvo una sorpresa:
adent ro, m uy adent ro , y m uy en el fondo encont ró agua! ! ! .
La ciudad nunca había sido regada m ás que por la lluvia, que de hecho era
bast ant e escasa, así que la t ierra alrededor del pozo, revit alizada por el agua,
em pezó a despert ar.
Las sem illas de sus ent rañas, brot aron en past o , en t réboles, en flores, y en
t roquit os endebles que se volvieron árboles después...
La vida explot ó en colores alrededor del alej ado pozo al que em pezaron a
llam ar "El Vergel".
Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuent a de que el agua que
habían encontrado en el fondo de sí m ism os era la m ism a...Que el m ism o río
subterráneo que pasaba por uno in undaba la profundidad del ot ro.
Se dieron cuent a de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían
com unicarse, de brocal a brocal, superficialm ent e , com o t odos los dem ás, sino
que la búsqueda les había deparado un nuevo y secret o punt o de cont act o:
La com unicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el
coraj e de vaciarse de cont enidos y buscar en lo profundo de su ser lo que
tienen para dar...
UN LUGAR EN EL BOSQUE
Est a hist oria nos cuent a de un fam oso rabino j asídico: Baal Shem Tov .
Baal Shem Tov era conocido dent ro de su com unidad porque t odos decían que
él era un hom bre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios
escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él
elegía. Y los llevaba a t odos j unt os a un lugar único, que él conocía, en m edio
del bosque. Y una vez allí, cuent a la leyenda, que Baal Shem Tov arm aba con
ram as y hoj as un fuego de una m anera m uy particular y m uy herm osa, y
ent onaba después una oración en voz m uy baj a... com o si fuera para él
m ism o.
Y dicen...
que Dios le gust aban t ant o esas palabras que Baal Shem Tov decía, se
fascinaba t ant o con el fuego arm ado de esa m anera, quería t ant o a esa
reunión de gent e en ese lugar del bosque...
que no podía resist ir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos
de t odas las personas que ahí est aban.
Cuando el rabino m urió, la gent e se dio cuent a de que nadie sabía las palabras
que Baal Shem Tov decía cuando iban t odos j unt os a pedir algo...
Una vez al año, sig uiendo la t radición de Baal Shem Tov había inst it uido, t odos
los que t enían necesidades y deseos insat isfechos se reunían en ese m ism o
lugar en el bosque, prendían el fuego de la m anera en que habían aprendido
del viej o rabino, y com o no conocían las palabras cant aban
cualquier canción o recit aban un salm o, o sólo se m iraban y hablaban de
cualquier cosa en ese m ism o lugar alrededor del fuego.
Y dicen...
que Dios gust aba t ant o del fuego encendido, gust aba t ant o de ese lugar
en el bosque y de esa gent e reunida...
que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los
deseos a t odos los que ahí est aban.
Y dicen...
a t odos los que est án com part iendo est e m om ent o...
El Maest ro sufi cont aba siem pre una parábola al finalizar cada clase, pero los
alum nos no siem pre ent endían el sent ido de la m ism a...
- Maest ro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos
pero no nos explicas su significado...
- Pido perdón por eso. – Se disculpó el m aestro – Perm ítem e que en señal
de reparación t e convide con un rico durazno.
- Quisiera, para agasaj art e, pelart e t u durazno yo m ism o. ¿Me perm it es?
- No m aest ro. ¡No m e gust aría que hicieras eso! Se quej ó, sorprendido el
discípulo.
- Si yo les explicara el sent ido de cada cuent o... sería com o darles a com er
una frut a m ast icada
SI N N OM BRE
Un señor m uy creyent e sent ía que est aba cerca de recibir una luz que le
ilum inara el cam ino que debía seguir. Todas las noches, al acost arse, le
pedía a Dios que le enviara una señal sobre cóm o tenía que vivir el resto
de su vida.
Así anduvo por la vida, durant e dos o t res sem anas en un est ado
sem i-m íst ico buscando recibir una señal div ina.
Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído,
t um bado, herido, que t enía una pierna m edio rot a. Se quedó m irándolo y
de repente vio aparecer a un pum a. La situación lo dej ó congelado; estaba
a punt o de ver cóm o el pum a, aprovechándose de las circunstancias, se
com ía al cervat illo de un sólo bocado.
"En el país de los cuent os había una vez un pequeño duende. Un duende m uy
t ravieso que siem pre andaba riendo y salt ando de un lado para ot ro... Vivía
en una casit a t oda rodeada de m ont añas. A su lado, un pequeño río que
discurría placidam ent e por la falda de la ladera describiendo un paisaj e difícil
de im aginar.......... Lo que m as gust aba al duendecillo era ver com o cada
m añana, con los prim eros rayos de sol, t odas las flores de su j ardín iban
abriendo una por una sus hoj as..... Uno de aquellos días, com o m uchos ot ros,
salió a pasear a la m ont aña. Y cam inando ent re las rocas encont ró una flor:
era una flor preciosa, nunca había vist o ot ra de igual belleza. Le había
cautivado tanto que paso toda la tarde m irándola. Era m aravillo so verla
cuando se cont orneaba cada vez que el vient o acariciaba sus hoj as.............
Al siguient e día y al siguient e, y al ot ro, volvió para est ar a su lado y m irarla.
Un día com o t ant os ot ros, nuest ro duendecillo vio com o de una de sus hoj as
caía una pequeña lagrim a. No ent endía com o la flor m ás m aravillosa del
m undo podía est ar t rist e. Se acercó a ella y le pregunt o: -"?Por que lloras?". -
Y cont est o la flor: "m e sient o t rist e aquí ent re las rocas, sin nadie que m e m ire
salvo tu. Me gustaría vivir en un j ardín com o el t uyo y ser una m as de ent re
las flores. Adem ás, t e concederé el deseo que m as quieras si m e llevas allí".
Fue ent onces, cuando el pequeño duende la t om o ent re sus m anos y con t odo
el cariño del m undo la planto en el lugar m as bonito de su j ardín........... Una
vez cum plido el deseo, la flor le dij o al duendecillo: - "Y bien, ahora que m e
has llenado de felicidad al t raerm e aquí, ?que es lo que m as deseas en est e
m undo?" . Y el duendecillo ent onces, la m iro fij am ent e y cont est o : - "Quiero
ser flor com o t u para sent irm e por siem pre a tu lado". Y
colorín colorado, en el país de los cuent os, el final ha llegado.
SI N QUERER SABER
yo t e pido,
¡por favor,
n o m e lo digas!
y t odavía
navegar
y m uy t ranquilo.
Me despert aré
t e lo prom et o...
- Que haces aquí, con est a t em perat ura, y esa pala en las m anos?
- Dátiles - respondió ELI AHU m ient ras señalaba a su alrededor el palm ar.
- Dát iles! ! ! - repit ió el recién llegado, y cerro los oj os com o quien escucha la
m ayor est upidez.
- El calor t e ha dañado el cerebro, querido am igo. Ven, dej a esa t area y vam os
a la t ienda a beber una copa de licor.
- No se... sesent a, set ent a, ochent a, no se... lo he olvidado... pero eso que
im port a?
- Mira am igo, los dat ileros t ardan m as de 50 años en crecer y recién después
de ser palm eras adult as est án en condiciones de dar frut os. Yo no est oy
deseándot e el m al y lo sabes, oj alá vivas hast a los 101 años, pero t u sabes
que difícilm ent e puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siem bras. Dej a
eso y ven conm igo.
- Mira Hakim , yo com í los dát iles que ot ro sem bró, ot ro que t am poco soñó con
probar esos dát iles. Yo siem bro hoy, para que ot ros puedan com er m añana los
dát iles que hoy plant o... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido,
vale la pena t erm inar m i t area.
- Me has dado una gran lección, ELI AHU, déj am e que t e pague con una bolsa
de m onedas est a enseñanza que hoy m e dist e - y diciendo est o, HAKI M le puso
en la m ano al viej o una bolsa de cuero.
- Y a veces pasa est o - siguió el anciano y extendió la m ano m irando las dos
bolsas de m onedas- : sem bré para no cosechar y ant es de t erm inar de sem brar
ya coseche no solo una, sino dos veces.
A m i no m e int ereso por la riqueza, m e int ereso por lo ext raño del hallazgo,
nunca he sido am bicioso y no m e im port an dem asiado los bienes m at eriales,
pero igual desent erré el cofre.
Saqué las m onedas y las lust re. Est aban t an sucias las pobres...
Mient ras las apilaba sobre m i m esa prolij am ent e, las fui cont ando...
Const it uían en si m ism as una verdadera fort una. Solo por pasar el t iem po,
em pecé a im aginar t odas las cosas que se podrían com prar con ellas.
Pensaba en lo loco que se pondría un codicioso que se t opara con sem ej ant e
t esoro. Por suert e, por suert e...no era m i caso...
Hoy vino un señor a reclam ar las m onedas, era m i vecino. Pret endía sost ener
en un m iserable que las m onedas las había ent errado su abuelo, y que por lo
t ant o le pert enecían a el.