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Jorge Bucay

26 CUENTOS
PARA
PENSAR
COM O CRECER?

Un rey fue hast a su j ardín y descubrió que sus árboles, arbust os y flores se
est aban m uriendo.
El Roble le dij o que se m oría porque no podía ser t an alt o com o el Pino.
Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas com o la Vid. Y la
Vid se m oría porque no podía florecer com o la Rosa.
La Rosa lloraba porque no podía ser alt a y sólida com o el Roble. Ent onces
encont ró una plant a, una fresia, floreciendo y m ás fresca que nunca.
El rey pregunt ó:
¿Cóm o es que creces saludable en m edio de est e j ardín m ust io y som brío?
No lo sé. Quizás sea porque siem pre supuse que cuando m e plant ast e, querías
fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plant ado. En
aquel m om ent o m e dij e: "I nt ent aré ser Fresia de la m ej or m anera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Sim plem ente
m irat e a vos m ism o.
No hay posibilidad de que seas ot ra persona.
Podes disfrut arlo y florecer regado con t u propio am or por vos, o podes
m archit art e en t u propia condena...
AN I MARSE A VOLAR

..Y cuando se hizo grande, su padre le dij o:

- Hij o m ío, no t odos nacen con alas. Y si bien es ciert o que no t ienes obligación
de volar, opino que sería penoso que t e lim it aras a cam inar t eniendo las alas
que el buen Dios t e ha dado.

- Pero yo no sé volar – cont est ó el hij o.

- Ven – dij o el padre.

Lo t om ó de la m ano y cam inando lo llevó al borde del abism o en la m ont aña.

- Ves hij o, est e es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes parart e
aquí, respirar profundo, y salt ar al abism o. Una vez en el aire ext enderás las
alas y volarás...

El hij o dudó.

- ¿Y si m e caigo?

- Aunque t e caigas no m orirás, sólo algunos m achucones que harán m ás fuert e


para el siguient e int ent o – contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus am igos, a sus pares, a sus com pañeros con los
que había cam inado t oda su vida.

Los m ás pequeños de m ent e dij eron:

- ¿Est ás loco?

- ¿Para qué?

- Tu padre est á delirando...

- ¿Qué vas a buscar volando?

- ¿Por qué no t e dej as de pavadas?

- Y adem ás, ¿quién necesit a?

Los m ás lúcidos t am bién sent ían m iedo:

- ¿Será ciert o?

- ¿No será peligroso?


- ¿Por qué no em piezas despacio?

- En t odo casa, prueba t irart e desde una escalera.

- ...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cim a?

El j oven escuchó el consej o de quienes lo querían.

Subió a la copa de un árbol y con coraj e salt ó...

Desplegó sus alas.

Las agit ó en el aire con t odas sus fuerzas... pero igual... se precipit ó a t ierra...

Con un gran chichón en la frent e se cruzó con su padre:

- ¡Me m ent ist e! No puedo volar. Probé, y ¡m ira el golpe que m e di! . No soy
com o t ú. Mis alas son de adorno... – lloriqueó.

- Hij o m ío – dij o el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre
necesario para que las alas se desplieguen.

Es com o t irarse en un paracaídas... necesit as ciert a alt ura ant es de salt ar.

Para aprender a volar siem pre hay que em pezar corriendo un riesgo.

Si uno quiere correr riesgos, lo m ej or será resignarse y seguir cam inando com o
siem pre.
EL BUSCADOR

Est a es la hist oria de un hom bre al que yo definiría com o buscador

Un buscador es alguien que busca. No necesariam ent e es alguien que


encuent ra. Tam poco esa alguien que sabe lo que est á buscando. Es
sim plem ent e para quien su vida es una búsqueda.

Un día un buscado r sintió que debía ir hacia la ciudad de Kam m ir. Él había
aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar
desconocido de sí m ism o, así que dej ó todo y partió. Después de dos días de
m archa por los polvorient os cam inos divisó Kam m ir, a lo lej os. Un poco ant es
de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llam ó la at ención.
Est aba t apizada de un verde m aravilloso y había un m ont ón de árboles,
páj aros y flores encant adoras. La rodeaba por com plet o una especie de valla
pequeña de m adera lust rada… Una port ezuela de bronce lo invit aba a ent rar.
De pront o sint ió que olvidaba el pueblo y sucum bió ant e la t ent ación de
descansar por un m om ent o en ese lugar. El buscador t raspaso el portal y
em pezó a cam inar lent am ent e ent re la s piedras blancas que est aban
dist ribuidas com o al azar, ent re los árboles. Dej ó que sus oj os eran los de un
buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella
inscripción … “ Abedul Tare, vivió 8 años, 6 m eses, 2 sem anas y 3 días” . Se
so brecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era sim plem ente una
piedra. Era una lápida, sint ió pena al pensar que un niño de t an cort a edad
est aba ent errado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hom bre se dio
cuenta de que la piedra de al lado , t am bién t enía una inscripción, se acercó a
leerla decía “ Llam ar Kalib, vivió 5 años, 8 m eses y 3 sem anas” . El buscador
se sint ió t errible m ent e conm ocionado. Est e herm oso lugar, era un cem ent erio
y cada piedra una lápida. Todas t enían inscripciones sim ilares: un nom bre y el
t iem po de vida exact o del m uert o, pero lo que lo cont act ó con el espant o, fue
com probar que, el que m ás t iem po había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.
Em bargado por un dolor t errible, se sent ó y se puso a llorar. El cuidador del
cem ent erio pasaba por ahí y se acercó, lo m iró llorar por un rat o en silencio y
luego le pregunt ó si lloraba por algún fam iliar.

- No ningún fam iliar – dij o el buscador - ¿Qué pasa con est e pueblo?, ¿Qué
cosa t an t errible hay en est a ciudad? ¿Por qué t ant os niños m uert os ent errados
en est e lugar? ¿Cuál es la horrible m aldición que pesa sobre est a gent e, que lo
ha obligado a const ruir un cem ent erio de chicos?.

El anciano sonrió y dij o: - Puede ust ed serenarse, no hay t al m aldición, lo que


pasa es que aquí tenem os una viej a costum bre. Le contaré: cuando un j oven
cum ple 15 años, sus padres le regalan una libret a, com o est a que t engo aquí,
colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez
que uno disfrut a int ensam ent e de algo, abre la libreta y anota en ella: a la
izquierda que fu lo disfrut ado…, a la derecha, cuant o t iem po duró ese gozo. ¿
Conoció a su novia y se enam oró de ella? ¿Cuánt o t iem po duró esa pasión
enorm e y el placer de conocerla?…¿Una sem ana?, dos?, ¿t res sem anas y
m edia?… Y después… la em oción del prim er beso, ¿cuánt o duró?, ¿El m inut o y
m edio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una sem ana? … ¿y el em barazo o el nacim ient o
del prim er hij o? …, ¿y el casam ient o de los am igos…?, ¿y el viaj e m ás
deseado…?, ¿y el encuent ro con el herm ano que vuelve de un país
lej ano…?¿Cuánt o duró el disfrut ar de est as sit uaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así
vam os anot ando en la libret a cada m om ent o, cuando alguien se m uere, es
nuest ra cost um bre abrir su libret a y sum ar el t iem po de lo disfrut ado, para
escribirlo sobre su t um ba. Porque ese es, para nosot ros, el único y verdadero
t iem po vivido.
EL ELEFAN TE EN CADEN ADO

Cuando yo era chico m e encant aban los circos, y lo que m ás m e gust aba de los
circos eran los anim ales. Tam bién a m í com o a ot ros, después m e enteré, m e
llam aba la at ención el elefant e. Durant e la función, la enrom e best ia hacia
despliegue de su tam año, peso y fuerza descom unal... pero después de su
act uación y hast a un rat o ant es de volver al escenario, el elefant e quedaba
suj et o solam ent e por una cadena que aprisionaba una de sus pat as clavada a
una pequeña est aca clavada en el suelo. Sin em bargo, la est aca era solo un
m inúsculo pedazo de m adera apenas ent errado unos cent ím et ros en la t ierra. Y
aunque la cadena era gruesa y poderosa m e parecía obvio que ese anim al
capaz de arrancar un árbol de cuaj o con su propia fuerza, podría, con facilidad,
arrancar la est aca y huir. El m ist erio es evident e: ¿Qué lo m ant iene ent onces?
¿Por qué no huye? Cuando t enía 5 o 6 años yo t odavía en la sabiduría de los
grandes. Pregunt é ent onces a algún m aest ro, a algún padre, o a algún t ío por
el m ist erio del elefant e. Alguno de ellos m e explicó que el elefant e no se
escapaba porque est aba am aest rado. Hice ent onces la pregunt a obvia: -Si est á
am aest rado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna
respuest a coherent e. Con el t iem po m e olvide del m ist erio del elefant e y la
est aca... y sólo lo recordaba cuando m e encont raba con ot ros que t am bién se
habían hecho la m ism a pregunt a. Hace algunos años descubrí que por suert e
para m í alguien había sido lo bast ant e sabio com o para encont rar la respuest a:
El elefant e del circo no se escapa porque ha est ado at ado a una est aca
parecida desde m uy, m uy pequeño. Cerré los oj os y m e im aginé al pequeño
recién nacido suj eto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel m om ento el
elefant it o em puj ó, t iró, sudó, t rat ando de solt arse. Y a pesar de t odo su
esfuerzo, no pudo. La est aca era ciert am ent e m uy fuert e para él. Juraría que
se durm ió agot ado, y que al día siguient e volvió a probar, y t am bién al ot ro y
al que le seguía... Hast a que un día, un t errible día para su hist oria, el anim al
acept ó su im pot encia y se resignó a su dest ino. Est e elefant e enorm e y
poderoso, que vem os en el circo, no se escapa porque cree -pobre - que NO
PU EDE. Él t iene regist ro y recuerdo de su im pot encia, de aquella im pot encia
que sint ió poco después de nacer. Y lo peor es que j am ás se ha vuelt o a
cuest ionar seriam ent e ese regist ro. Jam ás... j am ás... int ent ó poner a prueba
su fuerza ot ra vez...
EL OSO

Est a hist oria habla de un sast re, un zar y su oso.

Un día el zar descubrió que uno de los bot ones de su chaquet a preferida se
había caído.

El zar era caprichoso, aut orit ario y cruel ( cruel com o t odos los que enm arañan
por dem asiado t iem po en el poder) , así que, furioso por la ausencia del bot ón
m andó a buscar a su sast re y ordenó que a la m añana siguient e fuera
decapit ado por el hacha del verdugo.

Nadie cont radecía al em perador de t odas la Rusias, así que la guardia fue
hasta la casa del sastre y arrancándo lo de entre los brazos de su fam ilia lo
llevó a la m azm orra del palacio para esperar allí su m uert e.

Cuando, cayo el sol un guardiacárcel le llevó al sast re la últ im a cena, el sast re


revolvió el plat o de com ida con la cuchara y m irando al guardiacárcel dij o –
Pobre del zar.

- El guardiacárcel no puedo evit ar reírse - ¿Pobre del zar?, dij o pobre de t i t u


cabeza quedará separada de t u cuerpo unos cuant os m et ros m añana a la
m añana.

- Si, lo sé pero m añana en la m añana el zar perderá m ucho m ás que un


sast re , el zar perderá la posibilidad de que su oso la cosa que m ás quiere en
el m undo su propio oso aprenda a hablar.

- ¿Tú sabes enseñarle a hablar a los osos?, pregunt ó el guardiacárcel


sorprendido.

- Un viej o secret o fam iliar... – dij o el sast re.

Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a cont arle al
soberano su descubrim ient o:

¡¡El sast re sabía enseñarle a hablar a los osos! !

El zar se sint ió encant ado. Mandó rápidam ent e a buscar al sast re y le ordenó:

- ¡¡Enséñale a m i oso a hablar nuest ro gust aría com placeros pero la verdad, es
que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiem po... y
lam ent ablem ent e, t iem po es lo que m enos t engo...

- El zar hizo un silencio, y pregunt ó ¿cuánt o t iem po llevaría el aprendizaj e?

- Bueno, depende de la int eligencia del oso... Dij o el sast re.


- ¡¡El oso es m uy int eligent e! ! – int errum pió el zar

– De hecho es el oso m ás int eligent e de t odos los osos de Rusia.

- Bueno, m usitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de


aprender... yo creo... que el aprendizaj e duraría... duraría... no m enos de......
DOS AÑOS.

El zar pensó un m om ent o y luego ordenó:

- Bien, tu pena será suspendida por dos años, m ientras tanto tú entrenarás al
oso. ¡Mañana em pezarás!

- Alt eza - dij o el sast re – Si t u m andas al verdugo a ocuparse de m i cabeza,


m añana est arán m uert o, y m i fam ilia, se las ingeniará para poder sobrevivir.
Pero si m e conm ut as la pena, yo t endré que dedicarle el t iem po a t rabaj ar, no
podré dedicarm e a t u oso... debo m ant ener a m i fam ilia.

- Eso no es problem a – dij o el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu


fam ilia est arán baj o la prot ección real. Serán vest idos, alim ent ados y educados
con el dinero de la corte y nada que necesiten o deseen, les será negado...
Pero, eso sí... Si dent ro de dos años el oso no habla... t e arrepent irás de haber
pensado en est a propuest a... Rogarás haber sido m uert o por el verdugo...
¿Ent iendes, verdad?.

- Sí, alt eza.

- Bien... ¡¡Guardias! ! - grit ó el zar – Que lleven al sast re a su casa en el


carruaj e de la cort e, denle dos bolsas de oro, com ida y regalos para sus niños.
Ya... ¡¡Fuera! ! .

El sast re en reverencia y cam inando hacia at rás, com enzó a ret irarse m ient ras
m usit aba agradecim ient os.

- No olvides - le dij o el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos


años el oso no habla... – Alt eza... -

...Cuando t odos en la casa del sast re lloraban por la pérdida del padre de
fam ilia, el hom bre pequeño apareció en la casa en el carruaj e del zar,
sonrient e, eufórico y con regalos para t odos.

La esposa del sast re no cabía en su asom bro. Su m arido que pocas horas ant es
había sido llevado al cadalso volvía ahora, exit oso, acaudalado y exult ant e...

Cuando est uvo a solas el hom bre le cont ó los hechos.


- Est ás LOCO – chilló la m uj er – enseñar a hablar al oso del zar . Tú, que ni
siquiera has vist o un oso de cerca, ¡Est ás, loco!

Enseñar a hablar al oso... Loco, est ás loco...

- Calm a m uj er, calm a. Mira, m e iban a cort ar la cabeza m añana al am anecer,


ahora... ahora t engo dos años... En dos años pueden pasar tantas cosas en
dos años.

En dos años... – siguió el sast re - se puede m orir el zar... m e puedo m orir


yo... y lo m ás im port ant e... por ahí el ¡¡oso habla! !
EL TEM I DO EN EM I GO

La idea de est e cuent o llegó a m í escuchando un relat o de Enrique Mariscal. Me


perm it í, part ir de allí prolongar el cuent o t ransform arlo en ot ra hist oria con
ot ro m ensaj e y ot ro sent ido. Así com o est á ahora se lo regalé una t arde a m í
am igo Norbi.

Había una vez, en un reino m uy lej ano y perdido, un rey al que le gust aba
sent irse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él,
necesit aba adem ás, que t odos lo adm iraran por ser poderoso, así com o la
m adrast ra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, t am bién él
necesit aba m irarse en un espej o que le dij era lo poderoso que era.

Él no t enía espej os m ágicos, pero cont aba con un m ont ón de cort esanos y
sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el m ás poderoso del
reino.

I nvariablem ent e t odos le decían lo m ism o:

- Alteza, eres m uy poderoso, pero t ú sabes que el m ago t iene un poder que
nadie posee: Él, él conoce el fut uro.

( En aquel t iem po, alquim ist as, filósofos, pensadores, religiosos y m íst icos eran
llam ados, genéricam ent e “ m agos” ) .

El rey est aba m uy celoso del m ago del reino pues aquel no sólo t enía fam a de
ser un hom bre m uy bueno y generoso, sino que adem ás, el pueblo ent ero lo
am aba, lo adm iraba y fest ej aba que él exist iera y viviera allí.

No decían lo m ism o del rey.

Quizás porque necesit aba dem ost rar que era él quien m andaba, el rey no era
j ust o, ni ecuánim e, y m ucho m enos bondadoso.

Un día, cansado de que la gent e le cont ara lo poderoso y querido que era el
m ago o m ot ivado por esa m ezcla de celos y t em ores que genera la envidia, el
rey urdió un plan:

Organizaría una gran fiest a a la cual invit aría al m ago y después la cena,
pediría la at ención de t odos. Llam aría al m ago al cent ro del salón y delant e de
los cort esanos, le pregunt aría si era ciert o que sabía leer el fut uro. El invit ado,
t endría dos posibilidades: decir que no, defraudand o así la adm iración de los
dem ás, o decir que sí, confirm ando el m ot ivo de su fam a. El rey est aba seguro
de que escogería la segunda posibilidad. Ent onces, le pediría que le dij era la
fecha en la que el m ago del reino iba a m orir. Ést e daría una respuest a, un día
cualquiera, no im port aba cuál. En ese m ism o m om ent o, planeaba el rey, sacar
su espada y m at arlo. Conseguiría con est o dos cosas de un solo golpe: la
prim era, deshacerse de su enem igo para siem pre; la segunda, dem ost rar que
el m ago no había podido adelant arse al fut uro, y que se había equivocado en
su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El m ago y el m it o de sus
poderes...

Los preparat ivos se iniciaron enseguida, y m uy pront o el día del fest ej o llegó...

...Después de la gran cena. El rey hiz o pasar al m ago al cent ro y ant e le


silencio de t odos le pregunt ó:

- ¿Es ciert o que puedes leer el fut uro?

- Un poco – dij o el m ago.

- ¿Y puedes leer t u propio fut uro, pregunt ó el rey?

- Un poco – dij o el m ago.

- Ent onces quiero que m e des una prueba - dij o el rey -

¿Qué día m orirás?. ¿ Cuál es la fecha de t u m uert e?

El m ago se sonrió, lo m iró a los oj os y no cont est ó.

- ¿Qué pasa m ago? - dij o el rey sonrient e - ¿No lo sabes?... ¿no es cierto que
puedes ver el fut uro?

- No es eso - dij o el m ago - pero lo que sé, no m e anim o a decírt elo.

- ¿Cóm o que no t e anim as?- dij o el rey - ... Yo soy t u soberano y t e ordeno que
m e lo digas. Debes dart e cuent a de que es m uy im port ant e para el reino,
saber cuando perdem os a sus personaj es m ás em inent es... Contéstam e pues,
¿cuándo m orirá el m ago del reino?

Luego de un t enso silencio, el m ago lo m iró y dij o:

- No puedo precisart e la fecha, pero sé que el m ago m orirá exact am ent e un


día ant es que el rey...

Durant e unos inst ant es, el t iem po se congeló. Un m urm ullo corrió por ent re los
invit ados.

El rey siem pre había dicho que no creía en los m agos ni en las adivinaciones,
pero lo ciert o es que no se anim ó a m at ar al m ago.

Lent am ent e el soberano baj ó los brazos y se quedó en silencio...

Los pensam ient os se agolpaban en su cabeza.


Se dio cuent a de que se había equivocado.

Su odio había sido el peor consej ero.

- Alt eza, t e has puest o pálido. ¿Qué t e sucede? – pregunt ó el invit ado.

- Me sient o m al - cont est ó el m onarca – voy a ir a m i cuart o, t e agradezco que


hayas venido.

Y con un gest o confuso giró en silencio encam inándose a sus habit aciones...

El m ago era ast ut o, había dado la única respuest a que evit aría su m uert e.

¿Habría leído su m ent e?

La predicción no podía ser ciert a. Pero... ¿Y si lo fuera?...

Est aba at urdido

Se le ocurrió que sería t rágico que le pasara algo al m ago cam ino a su casa.

El rey volvió sobre sus pasos, y dij o en voz alt a:

- Mago, eres fam oso en el reino por t u sabiduría, t e ruego que pases est a
noche en el palacio pues debo consult art e por la m añana sobre algunas
decisiones reales.

- ¡ Maj est ad! . Será un gran honor... – dij o el invit ado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acom pañaran al m ago
hast a las habit aciones de huéspedes en el palacio y para que cust odiasen su
puert a asegurándose de que nada pasara...

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Est uvo m uy inquiet o


pensando qué pasaría si el m ago le hubiera caído m al la com ida, o si se
hubiera hecho daño accident alm ent e durant e la noche, o si, sim plem ent e, le
hubiera llegado su hora.

Bien t em prano en la m añana el rey golpeó en las habit aciones de su invit ado.

Él nunca en su vida había pensado en consult ar ninguna de sus decisiones,


pero esta vez, en cuánto el m ago lo recibió, hiz o la pregunt a... necesit aba una
excusa.

Y el m ago, que era un sabio, le dio una respuest a correct a, creat iva y j ust a.
El rey, casi sin escuchar la respuest a alabó a su huésped por su int eligencia y
le pidió que se quedara un día m ás, supuest am ent e, para “ consultarle” otro
asunt o... ( obviam ent e, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara) .

El m ago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los ilum inados –
acept ó...

Desde ent onces t odos los días, por la m añana o por la t arde, el rey iba hast a
las habit aciones del m ago para consult arlo y lo com prom et ía para una nueva
consult a al día siguient e.

No pasó m ucho t iem po ant es de que el rey se diera cuent a de que los consej os
de su nuevo asesor eran siem pre acertados y term inara, casi sin notarlo,
t eniéndolos en cuent a en cada una de las decisiones.

Pasaron los m eses y luego los años.

Y com o siem pre... est ar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, m ás sabio.

Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo m ás y m ás j ust o.

Ya no era despót ico ni aut orit ario. Dej ó de necesit ar sent irse poderoso, y
seguram ent e por ello dej ó de necesit ar dem ost rar su poder.

Em pezó a aprender que la hum ildad t am bién podía ser vent aj osa em pezó a
reinar de una m anera m ás sabia y bondadosa.

Y sucedió que su pueblo em pezó a quererlo, com o nunca lo había querido


ant es.

El rey ya no iba a ver al m ago investigando por su salud, iba realm ente para
aprender, para com part ir una decisión o sim plem ent e para charlar, porque el
rey y el m ago habían llegado a ser excelent es am igos.

Un día, a m ás de cuat ro años de aquella cena, y sin m ot ivo, el rey recordó.

Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para m at ar a est e su
ent onces m ás odiado enem igo

Y sé dio cuent a que no podía seguir m ant eniendo est e secret o sin sent irse un
hipócrita.

El rey tom ó coraj e y fue hasta la habitación del m ago. Golpeó la puerta y
apenas ent ró le dij o:

- Herm ano, t engo algo que cont art e que m e oprim e el pecho
- Dim e – dij o el m ago – y alivia t u corazón.

- Aquella noche, cuando t e invit é a cenar y t e pregunt é sobre t u m uert e, yo no


quería en realidad saber sobre t u fut uro, planeaba m at art e y frent e a cualquier
cosa que m e dij eras, porque quería que t u m uert e inesperada desm it ificara
para siem pre t u fam a de adivino. Te odiaba porque t odos t e am aba n... Estoy
t an avergonzado...

- Aquella noche no m e anim é a m at art e y ahora que som os am igos, y m ás que


am igos, herm anos, m e at erra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese
hecho.

Hoy he sent ido que no puedo seguir ocult ándot e m i infam ia.

Necesit é decirt e t odo est o para que t ú m e perdones o m e desprecies, pero sin
ocult am ient os.

El m ago lo m iró y le dij o:

- Has t ardado m ucho t iem po en poder decírm elo. Pero de t odas m aneras, m e
alegra, m e alegra que lo hayas hecho, porque est o es lo único que m e
perm it irá decirt e que ya lo sabía. Cuando m e hicist e la pregunt a y baj ast e t u
m ano sobre el puño de t u espada, fue t an clara t u int ención, que no hacía falt a
adivino para darse cuent a de lo que pensabas hacer, - el m ago sonrió y puso
su m ano en el hom bro del rey. – Com o j ust o pago a t u sinceridad, debo decirt e
que yo t am bién t e m ent í... Te confieso hoy que invent é esa absurda hist oria
de m i m uert e ant es de la t uya para dart e una lección. Una lección que recién
hoy est ás en condiciones de aprender, quizás la m ás im port ant e cosa que yo
t e haya enseñado nunca.

Vam os por el m undo odiando y rechazando aspect os de los ot ros y hast a de


nosot ros m ism os que creem os despreciables, am enazant es o inút iles... y sin
em bargo, si nos dam os t iem po, t erm inarem os dándonos cue nt a de lo m ucho
que nos cost aría vivir sin aquellas cosas que en un m om ent o rechazam os.

Tu m uert e, querido am igo, llegará j ust o, j ust o el día de t u m uert e, y ni un


m inut o ant es. Es im port ant e que sepas que yo est oy viej o, y que m i día
seguram ent e se acerc a. No hay ninguna razón para pensar que t u part ida deba
est ar at ada a la m ía. Son nuest ras vidas las que se han ligado, no nuest ras
m uert es.

El rey y el m ago se abrazaron y fest ej aron brindando por la confianza que cada
uno sent í en est a relación que habían sabido const ruir j unt os...

Cuent a la leyenda... que m ist eriosam ent e... esa m ism a noche... el m ago...
m urió durant e el sueño.
El rey se ent eró de la m ala not icia a la m añana siguient e... y se sint ió
desolado.

No est aba angust iado por la idea de su propia m uert e, había aprendido del
m ago a desapegarse hast a de su perm anencia en el m undo.

Est aba t rist e, sim plem ent e por la m uert e de su am igo.

¿Qué coincidencia ext raña había hecho que el rey pudiera cont arle est o al
m ago j ust o la noche ant erior a su m uert e?.

Tal vez, t al vez de alguna m anera desconocida el m ago había hecho que él
pudiera decirle est o para quit arle su fant asía de m orirse un día después.

Un últ im o act o de am or para librarlo de sus t em ores de ot ros t iem pos...

Cuent an que el rey se levantó y que con sus propias m anos cavó en el j ardín,
baj o su vent ana, una t um ba para su am igo, el m ago.

Ent erró allí su cuerpo y el rest o del día se quedó al lado del m ont ículo de
t ierra, llorando com o se llora ant e la pérdida de los seres queridos.

Y recién ent rada la noche, el rey volvió a su habit ación.

Cuent a la leyenda... que esa m ism a noche... veint icuat ro horas después de la
m uert e del m ago, el rey m urió en su lecho m ient ras dorm ía... quizás de
casualidad... quizás de dolor... quizás para confirm ar la últ im a enseñanza del
m aest ro.
LA ALEGORI A D EL CARRUAJE

Un día de oct ubre, una voz fam iliar en el t eléfono m e dice: - Salí a la calle que
hay un regalo para vos.

Ent usiasm ado, salgo a la vereda y m e encuent ro con el regalo. Es un precioso


carruaj e est acionado j ust o, j ust o frent e a la puert a de m i casa. Es de m adera
de nogal lust rada, t iene herraj es de bronce y lám paras de cerám ica blanca,
todo m uy fino, m uy elegante, m uy "chic". Abro la portezuela de la cabina y
subo. Un gran asient o sem icircular forrado en pana bordó y unos visillos de
encaj e blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y m e doy
cuent a que t odo est á diseñado exclusivam ent e para m í, est á calculado el largo
de las piernas, el ancho del asient o, la alt ura del t echo... t odo es m uy cóm odo,
y no hay lugar para nadie m ás.

Ent onces m iro por la vent ana y veo " el paisaj e" : de un lado el frent e de m i
casa, del ot ro el frent e de la casa de m i vecino... y digo: "¡Qué bárbaro est e
regalo! "¡Qué bien, qué lindo...! " Y m e quedo un rat o disfru t ando de esa
sensación.

Al rat o em piezo a aburrirm e; lo que se ve por la vent ana es siem pre lo m ism o.

Me pregunt o: "¿Cuánt o t iem po uno puede ver las m ism as cosas?" Y em piezo a
convencerm e de que el regalo que m e hicieron no sirve para nada.

De eso m e ando quej ando en voz alta cuando pasa m i vecino que m e dice,
com o adivinándom e: - ¿No t e das cuent a que a est e carruaj e le falt a algo?

Yo pongo cara de qué- le-falt a m ient ras m iro las alfom bras y los t apizados.

- Le falt an los caballos - m e dice ant es de que llegue a preguntarle.

Por eso veo siem pr e lo m ism o - pienso- , por eso m e parece aburrido.

- Ciert o - digo yo.

Ent onces voy hast a el corralón de la est ación y le at o dos caballos al carruaj e.
Me subo ot ra vez y desde adent ro les grit o:

- ¡¡Eaaaaa! !

El paisaj e se vuelve m aravilloso, ext raordinario, cam bia perm anent em ent e y
eso m e sorprende.

Sin em bargo, al poco t iem po em piezo a sent ir ciert a vibración en el carruaj e y


a ver el com ienzo de una raj adura en uno de los lat erales.
Son los caballos que m e conducen por cam inos t erribles; agarran t odos los
pozos, se suben a las veredas, m e llevan por barrios peligrosos.

Me doy cuent a que yo no t engo ningún cont rol de nada; los caballos m e
arrast ran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrot ero era m uy lindo, pero
al final sient o que es m uy peligroso.

Com ienzo a asust arm e y a darm e cuent a que est o t am poco sirve.

En ese m om ent o veo a m i vecino que pasa por ahí cerca, en su aut o. Lo
insult o: - ¡Qué m e hizo!

Me grit a: - ¡Te falt a el cochero!

- ¡Ah! - digo yo.

Co n gran dificult ad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido cont rat ar un
cochero. A los pocos días asum e funciones. Es un hom bre form al y
circunspect o con cara de poco hum or y m ucho conocim ient o.

Me parece que ahora sí est oy preparado para disfrut ar verdaderam ent e del
regalo que m e hicieron. Me subo, m e acom odo, asom o la cabeza y le indico al
cochero a dónde ir.

Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la


m ej or rut a.

Yo... Yo disfrut o el viaj e.

" Hem os nacido, salido de nuestra casa y nos hem os encontrado con un regalo:
nuest ro cuerpo.

A poco de nacer nuest ro cuerpo regist ró un deseo, una necesidad, un


requerim ient o inst int ivo, y se m ovió. Est e carruaj e no serviría para nada si no
t uviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los
afect os.

Todo va bien durant e un t iem po, pero en algún m om ent o em pezam os a darnos
cuent a que est os deseos nos llegaban por cam inos un poco arriesgados y a
veces peligrosos, y ent onces t enem os necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde
aparece la figura del cochero: nuest ra cabeza, nuest ro int elect o, nuest ra
capacidad de pensar racionalm ent e.

El cochero sirve para evaluar el cam ino, la rut a. Pero quienes realm ent e t iran
del carruaj e son t us caballos.
No perm it as que el cochero los descuide. Tienen que ser alim ent ados y
prot egidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras
solam ent e cuerpo y cerebro? Si no t uvieras ningún deseo, ¿cóm o sería la vida?
Sería com o la de esa gente que va por el m undo sin contacto con sus
em ociones, dej ando que solam ent e su cerebro em puj e el carruaj e. Obviam ent e
t am poco podés descuidar el carruaj e, porque t iene que durar t odo el proyect o.
Y est o im plicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su
m ant enim ient o. Si nadie lo cuida, el carruaj e se rom pe, y si se rom pe se acabó
el viaj e..."
OBSTÁCULOS

Voy andando por un sendero.

Dej o que m is pies m e lleven.

Mis oj os se posan en los árboles, en los páj aros, en las piedras. En el horizont e
se recorte la siluet a de una ciudad. Agudizo la m irada para dist inguirla bien.
Sient o que la ciudad m e at rae.

Sin saber cóm o, m e doy cuent a de que en est a ciudad puedo encont rar t odo lo
que deseo. Todas m is m et as, m is obj et ivos y m is logros. Mis am biciones y m is
sueños est án en est a ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesit o, lo que
m ás m e gust aría ser, aquello a lo cual aspiro, o que int ent o, por lo que t rabaj o,
lo que siem pre am bicioné, aquello que sería el m ayor de m is éxit os.

Me im agino que t odo eso est á en esa ciudad. Sin dudar, em piezo a cam inar
hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuest a arriba. Me canso un
poco, pero no m e im port a.

Sigo. Diviso una som bra negra, m ás adelant e, en el cam ino. Al acercarm e, veo
que una enorm e zanj a m e im pide m i paso. Tem o... dudo.

Me enoj a que m i m et a no pueda conseguirse fácilm ent e. De t odas m aneras


decido salt ar la zanj a. Ret rocedo, t om o im pulso y salt o... Consigo pasarla. Me
repongo y sigo cam inando.

Unos m et ros m ás adelant e, aparece ot ra zanj a. Vuelvo a t om ar carrera y


t am bién la salt o. Corro hacia la ciudad: el cam ino parece despej ado. Me
sorprende un abism o que det iene m i cam ino. Me det engo. I m posible salt arlo

Veo que a un cost ado hay m aderas, clavos y herram ient as. Me doy cuent a de
que está allí para construir un puent e. Nunca he sido hábil con m is m anos...
Pienso en renunciar. Miro la m et a que deseo... y resist o.

Em piezo a const ruir el puent e. Pasan horas, o días, o m eses. El puent e est á
hecho. Em ocionado, lo cruzo. Y al llegar al ot ro lado... descubro el m ur o. Un
gigant esco m uro frío y húm edo rodea la ciudad de m is sueños...

Me sient o abat ido... Busco la m anera de esquivarlo. No hay caso. Debo


escalarlo. La ciudad est á t an cerca... No dej aré que el m uro im pida m i paso.

Me propongo t repar. Descanso unos m inut os y t om o aire... De pront o veo, a


un cost ado del cam ino un niño que m e m ira com o si m e conociera. Me sonríe
con com plicidad.

Me recuerda a m í m ism o... cuando era niño.


Quizás por eso, m e anim o a expresar en voz alt a m i quej a: - ¿Por qué tantos
obst áculos ent re m i obj et ivo y yo?

El niño se encoge de hom bros y m e cont est a: -¿Por qué m e lo pregunt as a m í?

Los obst áculos no est aban ant es de que t ú llegaras... Los obst áculos
los t r a j ist e t ú .
SUEÑ OS DE SEMI LLA

En el silencio de m i reflexión percibo todo m i m undo interno com o si fuera una


sem illa, de alguna m anera pequeña e insignificante pero tam bién pletórica de
pot encialidades.

...Y veo en sus ent rañas el germ en de un árbol m agnífico, el árbol de m i propia
vida en proceso de desarrollo.

En su pequeñez, cada sem illa contiene el espíritu del árbol que será después.
Cada sem illa sabe cóm o t ransform arse en árbol, cayendo en t ierra fért il,
absorbiendo los j ugos que la alim ent an, expandiendo las ram as y el follaj e,
llenándose de flores y de frut os, para poder dar lo que tienen que dar.

Cada sem illa sabe cóm o llegar a ser árbol. Y t ant as son las sem illas com o son
los sueños secret os.

Dent ro de nosot ros, innum erables sueños esperan el t iem po de germ inar,
echar raíces y darse a luz, m orir com o sem illas... para convert irse en árboles.

Árboles m agníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que


oigam os nuest ra voz int erior, que escuchem os la sabiduría de nuest ros sueños
sem illa.

Ellos, los sueños, indican el cam ino con sím bolos y señales de t oda clase, en
cada hecho, en cada m om ent o, ent re las cosas y ent re las personas, en los
dolores y en los placeres, en los t riunfos y en los fracasos. Lo soñado nos
enseña, dorm idos o despiert os, a vernos, a escucharnos, a darnos cuent a.

Nos m uestra el ru m bo en present im ient os huidizos o en relám pagos de lucidez


cegadora.

Y así crecem os, nos desarrollam os, evolucionam os... Y un día, m ientras
t ransit am os est e et erno present e que llam am os vida, las sem illas de nuest ros
sueños se t ransform arán en árboles, y desplegarán sus ram as que, com o alas
gigant escas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo t razo nuest ro pasado y
nuest ro fut uro.

Nada hay que t em er,... una sabiduría int erior las acom paña... porque cada
sem illa sabe... cóm o llegar a ser árbol...
UN RELA TO SOBRE AM OR

Se t rat a de dos herm osos j óvenes que se pusieron de novios cuando ella t enía
t rece y él dieciocho. Vivían en un pueblit o de leñadores sit uado al lado de una
m ont aña. Él era alt o, esbelt o y m usculoso, dado que había aprendido a ser
leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo m uy largo, t ant o que le
llegaba hast a la cint ura; t enía los oj os celest es, herm osos y m aravillosos..

La historia cuenta que habían noviado con la com plicidad de todo el pueblo.
Hast a que un día, cuando ella t uvo dieciocho y él veint it rés, el pueblo ent ero se
puso de acuerdo para ayudar a que am bos se casaran.

Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera
t rabaj ar com o leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría
de t odos, de ellos, de su fam ilia y del pueblo, que t ant o había ayudado en esa
relación.

Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una prim avera
y un ot oño, disfrut ando m ucho de est ar j unt os. Cuando el día del prim er
aniversario se acercab a, ella sint ió que debía hacer algo para dem ost rarle a él
su profundo am or. Pensó hacerle un regalo que significara est o. Un hacha
nueva relacionaría t odo con el t rabaj o; un pulóver t ej ido t am poco la convencía,
pues ya le había t ej ido pulóveres en ot ras oport unidades; una com ida no era
suficient e agasaj o...

Decidió baj ar al pueblo para ver qué podía encont rar allí y em pezó a cam inar
por las calles. Sin em bargo, por m ucho que cam inara no encont raba nada que
fuera t an im port ant e y que ella pudiera com prar con las m onedas que,
sem anas ant es, había ido guardando de los vuelt os de las com pras pensando
que se acercaba la fecha del aniversario.

Al pasar por una j oyería, la única del pueblo, vio una herm osa cadena de oro
expuest a en la vidriera. Ent onces recordó que había un solo obj et o m at erial
que él adoraba verdaderam ent e, que él consideraba valioso. Se t rat aba de un
reloj de oro que su abuelo le había regalado ant es de m orir. Desde chico, él
guardaba ese reloj en un est uche de gam uza, que dej aba siem pre al lado de su
cam a. Todas las noches abría la m esit a de luz, sacaba del sobre de gam uza
aquel reloj , lo lust raba, le daba un poquit o de cuerda, se quedaba
escuchándolo hast a que la cuerda se t erm inaba, lo volvía a lust rar, lo
acariciaba un rat o y lo guardaba nuevam ent e en el est uche.

Ella pensó: "Que m aravilloso regalo sería est a cadena de oro para aquel reloj ."
Ent ró a pregunt ar cuánt o valía y, ant e la respuest a, una angust ia la t om ó por
sorpresa. Era m ucho m ás dinero del que ella había im aginado, m ucho m ás de
l o que ella había podido j unt ar. Hubiera t enido que esperar t res aniversarios
m ás para poder com prárselo. Pero ella no podía esperar t ant o.
Salió del pueblo un poco t rist e, pensando qué hacer para conseguir el dinero
necesario para est o. Ent onces pensó en t rabaj ar, pero no sabía cóm o; y pensó
y pensó, hast a que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encont ró
con un cart el que decía: "Se com pra pelo nat ural". Y com o ella t enía ese pelo
rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a
pregunt ar.

El dinero que le ofrecían alcanzaba para com prar la cadena de oro y t odavía
sobraba para una caj a donde guardar la cadena y el reloj . No dudó. Le dij o a la
peluquera:

- Si dent ro de t res días regreso para venderle m i pelo, ¿ust ed m e lo


com praría?

- Seguro - fue la respuest a.

- Entonces en tres días estaré aquí.

Regresó a la j oyería, dej ó reservada la cadena y volvió a su casa. No dij o nada.

El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquit o m ás fuert e que de


cost um bre. Luego, él se fue a t rabaj ar y ella baj ó al pueblo.

Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tom ar el dinero, se dirigió a la


j oyería. Com pró allí la cadena de oro y la caj a de m adera. Cuando llegó a su

casa, cocinó y esperó que se hiciera la t arde, m om ent o en que él solía


regresar.

A diferencia de ot ras veces, que ilum inaba la casa cuando él llegaba, est a vez
ella baj ó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza.
Porque él t am bién am aba su pelo y ella no quería que él se diera cuent a de
que se lo había cort ado. Ya habría t iem po después para explicárselo.

Él llegó. Se abrazaron m uy fuerte y se dij eron lo m ucho que se querían.


Ent onces, ella sacó de debaj o de la m esa la caj a de m adera que cont enía la
cadena de oro para el reloj . Y él fue hast a el ropero y ext raj o de allí una caj a
m uy grande que le había traído m ientras ella no estaba. La caj a contenía dos
enorm es peinet ones que él había com prado... vendiendo el reloj de oro del
abuelo.

Si ust edes creen que el am or es sacrificio, por favor, no se olviden de est a


hist oria. El am or no est á en nosot ros para sacrificarse por el ot ro, sino para
disfrut ar de su exist encia.
LA TRI STEZA Y LA FURI A

En un reino encant ado donde los hom bres nunca pueden llegar, o quizás donde
los hom bres t ransit an et ernam ent e sin darse cuent a...

En un reino m ágico, donde las cosas no t angibles, se vuelven concret as.

Había una vez... un est anque m aravilloso.

Era una laguna de agua crist alina y pura donde nadaban peces de t odos los
colores exist ent es y donde t odas las t onalidades del verde se reflej aban
perm anent em ent e...

Hast a ese est anque m ágico y t ransparent e se acercaron a bañarse haciéndose


m ut ua com pañía, la t rist eza y la furia.

Las dos se quit aron sus vest im ent as y desnudas las dos ent raron al est anque.

La furia, apurada ( com o siem pre est a la furia) , urgida - sin saber por qué- se
baño rápidam ent e y m ás rápidam ent e aún, salió del agua...

Pero la furia es ciega, o por lo m enos no dist ingue claram ent e la realidad, así
que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la prim era ropa que encont ró...

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la t rist eza...

Y así vest ida de t rist eza, la furia se fue.

Muy calm a, y m uy serena, dispuest a com o siem pre a quedarse en el lugar


donde est á, la t rist eza t erm inó su baño y sin ningún apuro ( o m ej or dicho, sin
conciencia del paso del t iem po) , con pereza y lent am ent e, salió del est anque.

En la orilla se encont ró con que su ropa ya no est aba.

Com o t odos sabem os, si hay algo que a la t rist eza no le gust a es quedar al
desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de
la furia.

Cuent an que desde ent onces, m uchas veces uno se encuent ra con la furia,
ciega, cruel, t errible y enfadada, pero si nos dam os el t iem po de m irar bien,
encont ram os que est a furia que vem os es sólo un disfraz, y que detrás del
disfraz de la furia, en realidad... est á escondida la t rist eza.
AUTODEPEN DEN CI A

"Me acuerdo siem pre de est a escena:

Mi prim o, m ucho m ás chico que yo, t enía t res años. Yo t enía uno doce...

Est ábam os en el com edor diario de la casa de m i abuela. Mi prim it o vino


corriendo y se llevó la m esa rat ona por delant e. Cayó sent ado de culo en el
piso llorando.

Se había dado un golpe fuert e y poco después un bult it o del t am año de un


carozo de durazno le apareció en la frent e.

Mi t ía que est aba en la habit ación corrió a abrazarlo y m ient ras m e pedía que
t raj era hielo le decía a m i prim o: Pobrecit o, m ala la m esa que t e pegó, chas
chas a la m esa..., m ientras le daba palm adas al m ueble invitando a m i pobre
prim o a que la im it ara... Y yo pensaba: ¿...? ¿Cuál es la enseñanza? La
responsabilidad no es t uya que sos un t orpe, que t enés t res años y que no
m irás por dónde cam inás; la culpa es de la m esa. La m esa es m ala.

Yo int ent aba ent ender m ás o m enos sorprendido el m ensaj e ocult o de la m ala
int encionalidad de los obj et os. Y m i t ía insist ía para que m i prim o le pegara a
la m esa...

Me parece gracioso com o sím bolo, pero com o aprendizaj e m e parece siniest ro:
vos nunca sos responsable de lo que hicist e, la culpa siem pre la t iene el ot ro,
la culpa es del afuera, vos no, es el ot ro el que t iene que dej ar de est ar en t u
cam ino para que vos no t e golpees...

Tuve que recorrer un largo t recho para apart arm e de los m ensaj es de las t ías
del m undo.

Es m i responsabilidad apart arm e de lo que m e daña. Es m i responsabilidad


defenderm e de los que m e hacen daño. Es m i responsabilidad hacerm e cargo
de lo que m e pasa y saber m i cuot a de part icipación en los hechos.

Tengo que darm e cuent a de la influencia que t iene cada cosa que hago. Para
que las cosas que m e pasan m e pasen, yo t engo que hacer lo que hago. Y no
digo que puedo m anej ar t odo lo que m e pasa sino que soy responsable de lo
que m e pasa porque en algo, aunque sea pequeño, he colaborado para que
suceda. Yo no puedo cont rolar la act it ud de t odos a m i alrededor pero puedo
cont rolar la m ía. Puedo act uar librem ent e con lo que hago. Tendré que decidir
qué hago. Con m is lim it aciones, con m is m iserias, con m is ignorancias, con
todo lo que sé y aprendí, con todo eso, tendré que decidir cuál es la m ej or
m anera de act uar. Y t endré que act uar de esa m ej or m anera. Tendré que
conocerm e m ás para saber cuáles son m is recursos. Tendré que quererm e
t ant o com o para privilegiarm e y saber que est a es m i decisión. Y t endré,
entonces, algo que viene con la autonom ía y que es la otra cara de la libert ad:
el coraj e. Tendré el coraj e de act uar com o m i conciencia m e dict a y de pagar el
precio. Tendré que ser libre aunque a vos no te guste. Y si no vas a quererm e
así com o soy; y si t e vas a ir de m i lado, así com o soy; y si en la noche m ás
larga y m ás fría del invierno m e vas a dej ar solo y t e vas a ir... cerrá la puert a,
¿vist e? porque ent ra vient o. Cerrá la puerta. Si esa es tu decisión, cerrá la
puert a. No voy a pedirt e que t e quedes un m inut o m ás de lo que vos quieras.
Te digo: cerrá la puert a porque yo m e quedo y hace frío. Y est a va a ser m i
decisión. Est o m e t ransform a en una especie de ser inm anej able. Porque los
aut odependient es son inm anej ables. Porque a un aut odependient e solam ent e
lo m anej as si él quiere. Est o significa un paso m uy adelant e en t u hist oria y en
t u desarrollo, una m anera diferent e de vivir el m undo y probablem ent e
signifique em pezar a conocer un poco m ás a quien est á a t u lado.

Si sos aut odependient e, de verdad, es probable que algunas personas de las


que est án a t u lado se vayan... Quizás algunos no quieran quedarse. Bueno,
habrá que pagar ese precio tam bién. Habrá que pagar el precio de soportar las
part idas de algunos a m i alrededor y prepararse para fest ej ar la llegada de
ot ros ( Quizás...) "
GALLETI TAS

A una estación de trenes llega una tarde, una señora m uy elegante. En la


ventanilla le inform an que el tren está retrasado y que tardará
aproxim adam ent e una hora en llegar a la est ación.

Un poco fast idiada, la señora va al puest o de diarios y com pra una revist a,
luego pasa al kiosco y com pra un paquet e de gallet it as y una lat a de gaseosa.

Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del
andén. Mient ras hoj ea la revist a, un j oven se sient a a su lado y com ienza a
leer un diario. I m previstam ent e la señora ve, por el rabillo del oj o, cóm o el
m uchacho, sin decir una palabra, est ira la m ano, agarra el paquet e de
gallet it as, lo abre y después de sacar una com ienza a com érsela
despreocupadam ent e.

La m uj er est á indignada. No est á dispuest a a ser grosera, pero t am poco a


hacer de cuent a que nada ha pasado; así que, con gest o am puloso, t om a el
paquete y saca una galletita que exhibe frente al j oven y se la com e m irándolo
fij am ent e.

Por t oda respuest a, el j oven sonríe... y t om a ot ra gallet it a.

La señora gim e un poco, t om a una nueva gallet it a y, con ost ensibles señales
de fast idio, se la com e sost eniendo ot ra vez la m irada en el m uchacho.

El diálogo de m iradas y sonrisas cont inúa ent re gallet a y gallet a. La señora


cada vez m ás irrit ada, el m uchacho cada vez m ás divertido.

Finalm ent e, la señora se da cuent a de que en el paquet e queda sólo la últ im a


gallet it a. " No podrá ser t an caradura", piensa, y se queda com o congelada
m irando alt ernat ivam ent e al j oven y a las gallet it as.

Con calm a, el m uchacho alarga la m ano, tom a la últim a galletita y, con m ucha
suavidad, la cort a exact am ent e por la m it ad. Con su sonrisa m ás am orosa le
ofrece m edia a la señora.

- Gracias! - dice la m uj er t om ando con rudeza la m edia gallet it a.

- De nada - cont est a el j oven sonriendo angelical m ient ras com e su m it ad.

El tren llega.

Furiosa, la señora se levant a con sus cosas y sube al t ren. Al arrancar, desde
el vagón ve al m uchacho t odavía sent ado en el banco del andén y piensa: "
I nsolent e".
Sient e la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se
sorprende al encont rar, cerrado, su paquet e de gallet it as... ! I nt act o! .
QUI ERO

Quiero que m e oigas, sin j uzgarm e.

Quiero que opines, sin aconsej arm e.

Quiero que confíes en m i, sin exigirm e.

Quiero que m e ay udes, sin int ent ar decidir por m i

Quiero que m e cuides, sin anularm e.

Quiero que m e m ires, sin proyect ar t us cosas en m i.

Quiero que m e abraces, sin asfixiarm e.

Quiero que m e anim es, sin em puj arm e.

Quiero que m e sost engas, sin hacert e cargo de m i.

Quiero que m e prot ej as, sin m ent iras.

Quiero que t e acerques, sin invadirm e.

Quiero que conozcas las cosas m ías que m ás t e disgust en,

que las acept es y no pret endas cam biarlas.

Quiero que sepas, que hoy,

hoy podés cont ar conm igo.

Sin condiciones.
AM ARSE CON LOS OJOS ABI ERTOS

Quizás la expect at iva de felicidad inst ant ánea que solem os endilgarle al vínculo
de parej a, est e deseo de exult ancia, se deba a un est iram ient o ilusorio del
inst ant e de enam oram ient o.
Cuando uno se enam ora en realidad no ve al ot ro en su t ot alidad, sino que el
ot ro funciona com o una pant alla donde el enam orado proyect a sus aspect os
idealizados.

Los sent im ient os, a diferencia de las pasiones, son m ás duraderos y est án
anclados a la percepción de la realidad ext erna. La const rucción del am or
em pieza cuando puedo ver al que t engo enfrent e, cuando descubro al ot ro.
Es allí cuando el am or reem plaza al enam oram ient o.

Pasado ese m om ent o inicial com ienzan a salir a la luz las peores part es m ías
que tam bién proyecto en él. Am ar a alguien es el desaf ío de deshacer aquellas
proyecciones para relacionarse verdaderam ente con el otro. Este
proceso no es fácil, pero es una de las cosas m ás herm osas que ocurren o que
ayudam os a que ocurran.

Hablam os del am or en el sent ido de "que nos im port a el bienest ar del ot ro" .
Nada m ás y nada m enos. El am or com o el bienest ar que invade cuerpo y
alm a y que se afianza cuando puedo ver al ot ro sin querer cam biarlo.
Más im port ant e que la m anera de ser del ot ro, im port a el bienest ar que sient o
a su lado y su bienest ar al lado m ío. El placer de est ar con alguien que se
ocupa de que uno est é bien, que percibe lo que necesit am os y disfrut a al
dárnoslo, eso hace al am or.

Una parej a es m ás que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sent im os
unidos a ot ro de una m anera diferent e. Podría decir que desde el placer de
estar con otro tom am os la decisión de com partir gran parte de nuestra vida
con esa persona y descubrim os el gust o de est ar j unt os. Aunque es necesario
saber que encont rar un com pañero de rut a no es suficient e; t am bién hace falt a
que esa persona sea capaz de nut rirnos, com o ya dij im os, que de hecho sea
una eficaz ayuda en nuest ro crecim ient o personal.

Welwood dice que el verdadero am or existe cuando am am os por lo que


sabem os que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es.

"El enam oram ient o es m ás bien una relación en la cual la ot ra persona no es


en realidad reconocida com o verdaderam ent e ot ra, sino m ás bien sent ida e
int erpret ada com o si fuera un doble de uno m ism o, quizás en la versión
m asculina y eventualm ente dotada de rasgos que corresponden a la im agen
idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enam oram ient o hay un yo m e am o
al verm e reflej ado en vos." Mauricio Abadi.

Enam orarse es am ar las coincidencias, y am ar es enam orarse de las


diferencias.
EL VERDADERO VALOR DEL AN I LLO

Un j oven concurrió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, m aest ro, porque m e sient o t an poca cosa que no t engo fuerzas para
hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y
bast ant e t ont o. ¿Cóm o puedo m ej orar m aest ro?. ¿Qué puedo hacer para que
m e v alor en m ás?

El m aest ro, sin m irarlo, le dij o:

- ¡Cuánt o lo sient o m uchacho, no puedo ayudart e, debo resolver prim ero m is


propios problem as. Quizás después... Si quisieras ayudarm e t ú a m í, yo
podría reso lver est e t em a con m ás rapidez y después t al vez t e pueda ayudar.

- E... encant ado, m aest ro -t it ubeó el j oven pero sint ió que ot ra vez era
desvalorizado y sus necesidades post ergadas- .

- Bien -asint ió el m aest ro- . Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño
de la m ano izquierda y dándoselo al m uchacho agregó: Tom a el caballo que
está allí afuera y cabalga hasta el m ercado. Debo vender este anillo para
pagar una deuda. Es necesario que obt engas por él la m ayor sum a posible,
pero no aceptes m enos de una m oneda de oro. Vete y regresa con esa
m oneda lo m ás rápido que puedas.

El j oven t om ó el anillo y part ió. Apenas llegó, em pezó a ofrecer el anillo a los
m ercaderes. Est os lo m iraban con algún int erés hast a que el j oven decía lo
que pret endía por el anillo. Cuando el j oven m encionaba la m oneda de oro,
algunos reían, ot ros le daban vuelt a la cara y sólo un viej it o fue t an am able
com o para tom arse la m olestia de explicarle que una m oneda de oro era m uy
valiosa para ent regarla a cam bio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una m oneda de plata y un cacharro de


cobre, pero el j oven t enía inst rucciones de no acept ar m enos de una m oneda
de oro, así que rechazó la ofert a.

Después de ofrecer su j oya a t oda persona que se cruzaba en el m ercado -


m ás de cie n personas- y abat ido por su fracaso, m ont ó su caballo y regresó.

¡Cuánt o hubiese deseado el j oven t ener él m ism o esa m oneda de oro! Podría
habérsela ent regado al m aest ro para liberarlo de su preocupación y recibir
ent onces su consej o y su ayuda.

- Maestro - dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que m e pediste. Quizás


pudiera conseguir 2 ó 3 m onedas de plat a, pero no creo que yo pueda
engañar a nadie respect o del verdadero valor del anillo.
- ¡Qué im port ant e lo que dij ist e, j oven am igo! - cont est ó sonrient e el m aest ro-
. Debem os saber prim ero el verdadero valor del anillo. Vuelve a m ont ar y
vet e al j oyero. ¿Quién m ej or que él para saberlo?. Dile que quisieras vender
el anillo y pregúnt ale cuánt o da por él. Pero no im port a lo que ofrezca, no se
lo vendas. Vuelve aquí con m i anillo.

El j oven volvió a cabalgar. El j oyero exam inó el anillo a la luz del candil, lo
m iró con su lupa, lo pesó y luego le dij o:

- Dile al m aest ro, m uchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle m ás
que 58 m onedas de oro por su anillo.

- ¿¿¿¿58 m onedas???? - exclam ó el j oven- .

- Sí, - replicó el joyero - . Yo sé que con tiem po podríam os obtener por él cerca
de 70 m onedas, pero no sé... Si la vent a es urgent e...

El j oven corrió em ocionado a casa del m aest ro a cont arle lo sucedido.

- Siént at e - dij o el m aestro después de escucharlo -. Tú eres com o est e anillo:


una j oya única y valiosa. Y com o t al, sólo puede evaluart e verdaderam ent e un
expert o. ¿Qué haces por la vida pret endiendo que cualquiera descubra t u
verdadero valor?

Y diciendo est o, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su m ano


izquierda.
EL PORTERO D EL PROSTI BULO

No había en el pueblo un oficio peor concept uado y peor pago que el de


port ero del prost íbulo. Pero ¿qué ot ra cosa podría hacer aquel hom bre?

De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra


act ividad ni oficio. En realidad, era su puest o porque sus padres había sido
port ero de ese prost íbulo y t am bién ant es, el padre de su padre.

Durant e décadas, el prost íbulo se pasaba de padres a hij os y la port ería se


pasaba de padres a hij os.

Un día, el viej o propiet ario m urió y se hizo cargo del prost íbulo un j oven con
inquiet udes, creat ivo y em prendedor. El j oven decidió m odernizar el negocio.

Modificó las habit aciones y después cit ó al personal para darle nuevas
inst rucciones.

Al portero, le dij o: A partir de hoy usted, adem ás de estar en la puerta, m e va


a preparar una planilla sem anal. Allí anot ará ust ed la cant idad de parej as que
ent ran día por día. A una de cada cinco, le pregunt ará cóm o fueron at endidas y
qué corregirían del lugar. Y una vez por sem ana, m e present ará esa planilla
con los com ent arios que ust ed crea convenient es.

El hom bre t em bló, nunca le había falt ado disposición al t rabaj o pero.....

Me encant aría sat isfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni


escribir.

¡Ah! ¡Cuánt o lo sient o! Com o ust ed com prenderá, yo no puedo pagar a ot ra


persona para que haga est o y t am poco puedo esperar hast a que ust ed aprenda
a escribir, por lo t ant o...

Pero señor, ust ed no m e puede despedir, yo t rabaj é en est o t oda m i vida,


t am bién m i padre y m i abuelo...

No lo dej ó t erm inar.

Mire, yo com prendo, pero no puedo hacer nada por ust ed. Lógicam ent e le
vam os a dar una indem nización, esto es, una cantidad de dinero para que
t enga hast a que encuent re ot ra cosa. Así que, lo sient o. Que t enga suert e.

Y sin m ás, se dio vuelt a y se fue.

El hom bre sint ió que el m undo se derrum baba. Nunca había pensado que
podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a sí casa, por prim era vez
desocupado . ¿Qué hacer?
Recordó que a veces en el prost íbulo, cuando se rom pía una cam a o se
arruinaba una pat a de un ropero, él, con un m art illo y clavos se las ingeniaba
para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que est a podría ser una
ocupación t ransit o ria hast a que alguien le ofreciera un em pleo.

Buscó por toda la casa las herram ientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos
oxidados y una t enaza m ellada.

Tenía que com prar una caj a de herram ient as com plet a.

Para eso usaría una part e del dinero recibido .

En la esquina de su casa se ent eró de que en su pueblo no había una


ferret ería, y que debía viaj ar dos días en m ula para ir al pueblo m ás cercano a
realizar la com pra.

¿Qué m ás da? Pensó, y em prendió la m archa.

A su regreso, t raía una herm osa y com plet a caj a de herram ient as. No había
t erm inado de quit arse las bot as cuando llam aron a la puert a de su casa. Era su
v ecino.

Vengo a pregunt arle si no t iene un m art illo para prest arm e.

Mire, sí, lo acabo de com prar pero lo necesit o para t rabaj ar... com o

m e quedé sin em pleo...

Bueno, pero yo se lo devolvería m añana bien t em prano.

Está bien.

A la m añana siguiente, com o había prom etido, el vecino tocó la puerta. Mire,
yo t odavía necesit o el m art illo. ¿Por qué no m e lo vende?

No, yo lo necesit o para t rabaj ar y adem ás, la ferret ería est á a dos días de
m ula.

Hagam os un trato - dij o el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y
los dos de vuelt a, m ás el precio del m art illo, t ot al ust ed est á sin t rabaj ar. ¿Qué
le parece?.

Realm ent e, est o le daba un t rabaj o por cuat ro días...

Acept ó. Volvió a m ont ar su m ula.

Al regreso, ot ro vecino lo esperaba en la puert a de su casa.


Hola, vecino. ¿Ust ed le vendió un m art illo a nuest ro am igo?

Sí...

Yo necesit o unas herram ient as, est oy dispuest o a pagarle sus cuat ros días de
viaj e, y una pequeña ganancia por cada herram ient a. Ust ed sabe, no t odos
podem os disponer de cuat ro días para nuest ras com pras.

El ex - port ero abrió su caj a de herram ient as y su vecino eligió una pinza, un
destornillador, un m artillo y un cinc el. Le pagó y se fue.

"...No t odos disponem os de cuat ro días para com pras", recordaba. Si est o era
ciert o, m ucha gent e podría necesit ar que él viaj ara a t raer herram ient as.

En el siguient e viaj e decidió que arriesgaría un poco del dinero de la


indem nización, trayendo m ás herram ientas que las que había vendido. De
paso, podría ahorrar algún t iem po de viaj es.

La voz em pezó a correrse por el barrio y m uchos quisieron evit arse el viaj e.

Una vez por sem ana, el ahora corredor de herram ient as viaj aba y com praba lo
que necesit aban sus client es.

Pront o ent endió que si pudiera encont rar un lugar donde alm acenar las
herram ient as, podría ahorrar m ás viaj es y ganar m ás dinero. Alquiló un
galpón.

Luego le hizo una ent rada m ás cóm oda y algunas sem anas después con una
vidriera, el galpón se t ransform ó en la prim er ferret ería del pueblo.

Todos estaban contentos y com praban en su negocio. Ya no viaj aba, de la


ferret ería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen client e.

Con el t iem po, t odos los com pradores de pueblos pequeños m ás lej anos
preferían com prar en su ferret ería y ganar dos días de m archa.

Un día se le ocurrió que su am igo, el t ornero, podría fabricar para él las


cabezas de los m art illos.

Y luego, ¿por qué no? Las t enazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego
fueron los clavos y los t ornillos.....

Para no hacer m uy largo el cuent o, sucedió que en diez años aquel hom bre se
t ransform ó con honest idad y t rabaj o en un m illonario fabricant e de
herram ient as. El em presario m ás poderoso de la reg ión.
Tan poderoso era, que un año para la fecha de com ienzo de las clases, decidió
donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría adem ás de lect oescrit ura, las
art es y loas oficios m ás práct icos de la época.

El int endent e y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la


escuela y una im port ant e cena de agasaj o para su fundador. A los post res, el
alcalde le ent regó las llaves de la ciudad y el int endent e lo abrazó y le dij o:

Es con gran orgullo y gratitud que le pedim os nos conceda el hono r de poner
su firm a en la prim er hoj a del libro de act as de la nueva escuela.

El honor sería para m í - dij o el hom bre - . Creo que nada m e gustaría m ás que
firm ar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabet o.

¿Ust ed? - dij o el intendente, que no alcanzaba a creerlo - ¿Usted no sabe leer
ni escribir? ¿Ust ed const ruyó un im perio indust rial sin saber leer ni escribir?
Estoy asom brado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y
escribir?

Yo se lo puedo cont est ar - respondió el hom bre con calm a -. Si yo hubiera


sabido leer y escribir... sería port ero del prost íbulo! .
LA M I RAD A D EL AM OR

El rey est aba enam orado de Sabrina: una m uj er de baj a condición a la que el
rey había hecho su últ im a esposa.

Una t arde, m ient ras el rey est aba de cacería, llegó un m ensaj ero para avisar
que la m adre de Sabina est aba enferm a. Pese a que exist ía la prohibición de
usar el carruaj e personal del rey ( falt a que era pagada con la cabeza) , Sabrina
subió al carruaj e y corrió j unt o a su m adre.

A su regreso, el re y fue inform ado de la sit uación.

- ¿No es m aravillosa?- dij o- Est o es verdaderam ent e am or filial. No le im port ó su


vida para cuidar a su m adre! ! Es m aravillosa!

Ciert o día, m ient ras Sabrina est aba sent ada en el j ardín del palacio com iendo
frut a, llegó el rey. La princesa lo saludó y luego le dio un m ordisco al últ im o
durazno que quedaba en la canast a.

- ¡Parecen ricos! -dij o el rey.

- Lo son- dij o la princesa y alargando la m ano le cedió a su am ado el últ im o


durazno.

- ¡Cuánt o m e am a!- com ent ó después el rey- , Renunció a su propio placer, para
darm e el últ im o durazno de la canast a.¿no es fant ást ica?

Pasaron algunos años y vaya a saber por qué, el am or y la pasión


desaparecieron del corazón del rey.

Sent ado con su am igo m ás confident e, le decía:

- Nunca se portó com o una reina…¿acaso no desafió m i invest idura usando m i


carruaj e? Es m ás, recuerdo que un día m e dio a com er una frut a m ordida.
LA CI UD AD D E LOS POZOS

Est a ciudad no est aba habit ada por personas, com o t odas las dem ás ciudades
del planet a.

Est a ciudad est aba habit ada por pozos. Pozos vivient es ...pero pozos al fin.

Los pozos se diferenciaban ent re sí, no solo por el lugar en el que est aban
excavados sino t am bién por el brocal ( la abert ura que los conect aba con el
ext erior) . Había pozos pudient es y ost ent osos con brocales de m árm ol y de
m et ales preciosos; pozos hum ildes de ladrillo y m adera y algunos ot ros m ás
pobres, con sim ples aguj eros pelados que se abrían en la t ierra.

La com unicación ent re los habit ant es de la ciudad era de brocal a brocal y las
noticias cundían rápidam ent e, de punt a a punt a del poblado.

Un día llegó a la ciudad una "m oda" que seguram ent e había nacido en algún
pueblit o hum ano: La nueva idea señalaba que t odo ser vivient e que se precie
debería cuidar m ucho m ás lo int erior que lo ext erior. Lo im port ant e no es lo
superficial sino el cont enido.

Así fue com o los pozos em pezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de
cosas, m onedas de oro y piedras preciosas. Ot ros, m ás práct icos, se llenaron
de elect rodom ést icos y aparat os m ecánicos. Algunos m ás opt aron por el art e y
fueron llenándose de pint uras , pianos de cola y sofist icadas escult uras
posm odernas. Finalm ent e los int elect uales se llenaron de libros, de m anifiest os
ideológicos y de revist as especializadas.

Pasó el t iem po.

La m ayoría de los pozos se llenaron a t al punt o que ya no pudieron incorporar


nada m ás.

Los pozos no eran t odos iguales así que , si bien algunos se conform aron, hubo
ot ros que pensaron que debían hacer algo para seguir m et iendo cosas en su
interior...

Alguno de ellos fue el prim ero: en lugar de apret ar el cont enido, se le ocurrió
aum ent ar su capacidad ensanchándose.

No paso m ucho t iem po ant es de que la idea fuera im it ada, t odos los pozos
gast aban gran part e de sus energías en ensancharse para poder hacer m ás
espacio en su int erior.

Un pozo, pequeño y alej ado del cent ro de la ciudad, em pezó a ver a sus
cam aradas ensanchándose desm edidam ent e. El pensó que si seguían
hinchándose de t al m anera , pront o se confundirían los bordes y cada uno
perdería su ident idad...
Quizás a part ir de est a idea se le ocurrió que ot ra m anera de aum ent ar su
capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse m ás
hondo en lugar de m ás ancho.

Pront o se dio cuent a que t odo lo que t enia dent ro de él le im posibilit aba la
t area de profundizar. Si quería ser m ás profundo debía vaciarse de t odo
cont enido...

Al principio t uvo m iedo al vacío, pero luego , cuando vio que no había ot ra
posibilidad, lo hizo.

vacío de posesiones, el pozo em pezó a volverse profundo, m ient ras los dem ás
se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...

Un día , sorpresivam ent e el pozo que crecía hacia adent ro t uvo una sorpresa:
adent ro, m uy adent ro , y m uy en el fondo encont ró agua! ! ! .

Nunca ant es ot ro pozo había encont rado agua...

El pozo supero la sorpresa y em pezó a j ugar con el agua del fondo,


hum edeciendo las paredes, salpicando los bordes y por últ im o sacando agua
hacia fuera.

La ciudad nunca había sido regada m ás que por la lluvia, que de hecho era
bast ant e escasa, así que la t ierra alrededor del pozo, revit alizada por el agua,
em pezó a despert ar.

Las sem illas de sus ent rañas, brot aron en past o , en t réboles, en flores, y en
t roquit os endebles que se volvieron árboles después...

La vida explot ó en colores alrededor del alej ado pozo al que em pezaron a
llam ar "El Vergel".

Todos le pregunt aban cóm o había conseguido el m ilagro. - Ningún m ilagro -


cont est aba el Vergel- hay que buscar en el int erior, hacia lo profundo...
Muchos quisieron seguir el ej em plo del Vergel, pero desandaron la idea cuando
se dieron cuent a de que para ir m ás profundo debían vaciarse.

Siguieron ensanchándose cada vez m ás para llenarse de m ás y m ás cosas...

En la ot ra punt a de la ciudad, ot ro pozo, decidió correr t am bién el riesgo del


vacío...

Y t am bién em pezó a profundizar...

Y t am bién llegó al agua...


Y t am bién salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...

- ¿Qué harás cuando se term ine el agua?- le preguntaban. - No sé lo que


pasará- cont est aba- Pero, por ahora, cuánt o m ás agua saco , m ás agua hay.
Pasaron unos cuant os m eses ant es del gran descubrim ient o.

Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuent a de que el agua que
habían encontrado en el fondo de sí m ism os era la m ism a...Que el m ism o río
subterráneo que pasaba por uno in undaba la profundidad del ot ro.

Se dieron cuent a de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían
com unicarse, de brocal a brocal, superficialm ent e , com o t odos los dem ás, sino
que la búsqueda les había deparado un nuevo y secret o punt o de cont act o:

La com unicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el
coraj e de vaciarse de cont enidos y buscar en lo profundo de su ser lo que
tienen para dar...
UN LUGAR EN EL BOSQUE

Est a hist oria nos cuent a de un fam oso rabino j asídico: Baal Shem Tov .

Baal Shem Tov era conocido dent ro de su com unidad porque t odos decían que
él era un hom bre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios
escuchaba sus palabras cuando él hablaba.

Se había hecho una t radición en est e pueblo:

Todos lo s que tenían un deseo insatisfecho o necesitaba algo que no habían


podido conseguir iban a ver al rabino.

Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él
elegía. Y los llevaba a t odos j unt os a un lugar único, que él conocía, en m edio
del bosque. Y una vez allí, cuent a la leyenda, que Baal Shem Tov arm aba con
ram as y hoj as un fuego de una m anera m uy particular y m uy herm osa, y
ent onaba después una oración en voz m uy baj a... com o si fuera para él
m ism o.

Y dicen...

que Dios le gust aban t ant o esas palabras que Baal Shem Tov decía, se
fascinaba t ant o con el fuego arm ado de esa m anera, quería t ant o a esa
reunión de gent e en ese lugar del bosque...

que no podía resist ir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos
de t odas las personas que ahí est aban.

Cuando el rabino m urió, la gent e se dio cuent a de que nadie sabía las palabras
que Baal Shem Tov decía cuando iban t odos j unt os a pedir algo...

Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían cóm o arm ar el fuego.

Una vez al año, sig uiendo la t radición de Baal Shem Tov había inst it uido, t odos
los que t enían necesidades y deseos insat isfechos se reunían en ese m ism o
lugar en el bosque, prendían el fuego de la m anera en que habían aprendido
del viej o rabino, y com o no conocían las palabras cant aban
cualquier canción o recit aban un salm o, o sólo se m iraban y hablaban de
cualquier cosa en ese m ism o lugar alrededor del fuego.

Y dicen...
que Dios gust aba t ant o del fuego encendido, gust aba t ant o de ese lugar
en el bosque y de esa gent e reunida...

que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los
deseos a t odos los que ahí est aban.

El tiem po ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido


perdiendo...

Y aquí est am os nosot ros.

Nosot ros no sabem os cuál es el lugar en el bosque.

No sabem os cuáles son las palabras.

Ni siquiera sabem os cóm o encender

el fuego a la m anera que Baal Shem Tov lo hacía...

Sin em bargo hay algo que sí sabem os:

Sabem os est a hist oria,

Sabem os est e cuent o...

Y dicen...

que Dios adora t ant o est e cuent o...

que le gust a t ant o est a hist oria...

que bast a que alguien la cuent e...

y que alguien la escuche...

para que Él, com placido,

sat isfaga cualquier necesidad

y conceda cualquier deseo

a t odos los que est án com part iendo est e m om ent o...

Am én... ( Así sea...)


EL M AESTRO SUFI

El Maest ro sufi cont aba siem pre una parábola al finalizar cada clase, pero los
alum nos no siem pre ent endían el sent ido de la m ism a...

- Maest ro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos
pero no nos explicas su significado...

- Pido perdón por eso. – Se disculpó el m aestro – Perm ítem e que en señal
de reparación t e convide con un rico durazno.

- Gracias m aest ro.- respondió halagado el discípulo

- Quisiera, para agasaj art e, pelart e t u durazno yo m ism o. ¿Me perm it es?

- Sí. Muchas gracias – dij o el discípulo.

- ¿ Te gustaría que, ya que tengo en m i m ano un cuchillo, te lo corte en


t rozos para que t e sea m ás cóm odo?...

- Me encant aría... Pero no quisiera abusar de t u hospit alidad, m aest ro...

- No es un abuso si yo t e lo ofrezco. Solo deseo com placert e...

- Perm ít em e que t e lo m ast ique ant es de dárt elo...

- No m aest ro. ¡No m e gust aría que hicieras eso! Se quej ó, sorprendido el
discípulo.

El m aest ro hizo una pausa y dij o:

- Si yo les explicara el sent ido de cada cuent o... sería com o darles a com er
una frut a m ast icada
SI N N OM BRE

Un señor m uy creyent e sent ía que est aba cerca de recibir una luz que le
ilum inara el cam ino que debía seguir. Todas las noches, al acost arse, le
pedía a Dios que le enviara una señal sobre cóm o tenía que vivir el resto
de su vida.
Así anduvo por la vida, durant e dos o t res sem anas en un est ado
sem i-m íst ico buscando recibir una señal div ina.
Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído,
t um bado, herido, que t enía una pierna m edio rot a. Se quedó m irándolo y
de repente vio aparecer a un pum a. La situación lo dej ó congelado; estaba
a punt o de ver cóm o el pum a, aprovechándose de las circunstancias, se
com ía al cervat illo de un sólo bocado.

Ent onces se quedó m irando en silencio, t em eroso t am bién de que el


pum a, no sat isfecho con el cervat illo, lo at acara a él. Sorpresivam ent e, vio
al pum a acercarse al cervat illo. Ent onces ocurrió algo inesperado: en lugar
de com érselo, el pum a com enzó a lam erle las heridas.
Después se fue y volvió con unas pocas ram as hum edecidas y se las
acercó al cervat illo con la pat a para que ést e pudiera beber el agua; y
después se fue y t raj o un poco de hierba húm eda y se la acercó para que
el cervat illo pudiera com er.
I ncreíble.
Al día siguient e, cuando el hom bre volvió al lugar, vio que el
cervat illo aún est aba allí, y que el pum a ot ra vez llegaba para alim entarlo,
lam erle las heridas y darle de beber.
El hom bre se dij o:

Est a es la señal que yo est aba buscando, es m uy clara. " Dios se


ocupa de proveert e de lo que necesit es, lo único que no hay que
ha cer es ser a nsioso y desesperado corriendo det rás de las
cosa s" .

Así que agarró su at adit o, se puso en la puert a de su casa y se


quedó ahí esperando que alguien le t raj era de com er y de beber.
Pasaron dos horas, t res, seis, un día, dos días, t res días... pero nadie
le daba nada.
Los que pasaban lo m iraban y él ponía cara de pobrecit o im it ando al
cervat illo herido, pero no le daban nada.
Hasta que un día pasó un señor m uy sabio que había en el pueblo y el
pobre hom bre, que est aba m uy angust iado, le d ij o:

- Dios m e enga ñó, m e m a ndó una seña l equivoca da pa ra


ha cerm e creer que la s cosa s era n de una m a nera y era n de ot ra .
¿Por qué m e hizo est o? Yo soy un hom bre creyent e...
Y le cont ó lo que había vist o en el bosque.
El sabio lo escuchó y luego dij o:

- Quiero que sepas algo. Yo t am bién soy un hom bre m uy


cr e ye n t e .
Dios no m anda señales en vano. Dios t e m andó esa señal para
que aprendieras.

El hom bre le pregunt ó:

- ¿Por qué m e abandonó?

Ent onces el sabio le respondió:

- ¿Qué haces t ú, que eres un pum a fuert e y list o para luchar,


com parándot e con el cervat illo?
Tu lugar es buscar algún cervat illo a quien ayudar, encont rar a
alguien que no pueda valerse por sus propios m edios.
ESTRELLI TAS Y DUEN DES

"En el país de los cuent os había una vez un pequeño duende. Un duende m uy
t ravieso que siem pre andaba riendo y salt ando de un lado para ot ro... Vivía
en una casit a t oda rodeada de m ont añas. A su lado, un pequeño río que
discurría placidam ent e por la falda de la ladera describiendo un paisaj e difícil
de im aginar.......... Lo que m as gust aba al duendecillo era ver com o cada
m añana, con los prim eros rayos de sol, t odas las flores de su j ardín iban
abriendo una por una sus hoj as..... Uno de aquellos días, com o m uchos ot ros,
salió a pasear a la m ont aña. Y cam inando ent re las rocas encont ró una flor:
era una flor preciosa, nunca había vist o ot ra de igual belleza. Le había
cautivado tanto que paso toda la tarde m irándola. Era m aravillo so verla
cuando se cont orneaba cada vez que el vient o acariciaba sus hoj as.............
Al siguient e día y al siguient e, y al ot ro, volvió para est ar a su lado y m irarla.
Un día com o t ant os ot ros, nuest ro duendecillo vio com o de una de sus hoj as
caía una pequeña lagrim a. No ent endía com o la flor m ás m aravillosa del
m undo podía est ar t rist e. Se acercó a ella y le pregunt o: -"?Por que lloras?". -
Y cont est o la flor: "m e sient o t rist e aquí ent re las rocas, sin nadie que m e m ire
salvo tu. Me gustaría vivir en un j ardín com o el t uyo y ser una m as de ent re
las flores. Adem ás, t e concederé el deseo que m as quieras si m e llevas allí".
Fue ent onces, cuando el pequeño duende la t om o ent re sus m anos y con t odo
el cariño del m undo la planto en el lugar m as bonito de su j ardín........... Una
vez cum plido el deseo, la flor le dij o al duendecillo: - "Y bien, ahora que m e
has llenado de felicidad al t raerm e aquí, ?que es lo que m as deseas en est e
m undo?" . Y el duendecillo ent onces, la m iro fij am ent e y cont est o : - "Quiero
ser flor com o t u para sent irm e por siem pre a tu lado". Y
colorín colorado, en el país de los cuent os, el final ha llegado.
SI N QUERER SABER

Y si es ciert o que has dej ado de quererm e...

yo t e pido,

¡por favor,

n o m e lo digas!

Necesit o por hoy

y t odavía

navegar

inocent e en t us m ent iras...

Dorm iré sonriendo

y m uy t ranquilo.

Me despert aré

bien t em prano en la m añana.

Y volveré a hacerm e a la m ar,

t e lo prom et o...

Pero est a vez...

sin at isbo de prot est a o resist encia

naufragaré por volunt ad y sin reservas

en la profunda inm ensidad de t u abandono...


SI N N OM BRE 2

En un oasis escondido ent re los m as lej anos paisaj es del desiert o, se


encont raba el viej o ELI AHU de rodillas, a un cost ado de algunas palm eras
dat ileras.

Su vecino HAKI M, el acaudalado m ercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus


cam ellos y vio a ELI AHU t ranspirando, m ient ras parecía cavar en la arena.

- Que t al anciano? La paz sea cont igo.

- Cont igo- cont est o ELI AHU sin dej ar su t area.

- Que haces aquí, con est a t em perat ura, y esa pala en las m anos?

- Siem bro - cont est o el viej o.

- Que siem bras aquí, ELI AHU?

- Dátiles - respondió ELI AHU m ient ras señalaba a su alrededor el palm ar.

- Dát iles! ! ! - repit ió el recién llegado, y cerro los oj os com o quien escucha la
m ayor est upidez.

- El calor t e ha dañado el cerebro, querido am igo. Ven, dej a esa t area y vam os
a la t ienda a beber una copa de licor.

- No debo t erm inar la siem bra. Luego si quieres, beberem os...

- Dim e, am igo: Cuant os años t ienes?

- No se... sesent a, set ent a, ochent a, no se... lo he olvidado... pero eso que
im port a?

- Mira am igo, los dat ileros t ardan m as de 50 años en crecer y recién después
de ser palm eras adult as est án en condiciones de dar frut os. Yo no est oy
deseándot e el m al y lo sabes, oj alá vivas hast a los 101 años, pero t u sabes
que difícilm ent e puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siem bras. Dej a
eso y ven conm igo.

- Mira Hakim , yo com í los dát iles que ot ro sem bró, ot ro que t am poco soñó con
probar esos dát iles. Yo siem bro hoy, para que ot ros puedan com er m añana los
dát iles que hoy plant o... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido,
vale la pena t erm inar m i t area.
- Me has dado una gran lección, ELI AHU, déj am e que t e pague con una bolsa
de m onedas est a enseñanza que hoy m e dist e - y diciendo est o, HAKI M le puso
en la m ano al viej o una bolsa de cuero.

- Te agradezco t us m onedas, am igo. Ya ves , a veces pasa est o: t u m e


pronost icabas que no llegaría a cosechar lo que sem brara. parecía ciert o y sin
em bargo, m ira, t odavía no t erm ino de sem brar y ya coseche una bolsa de
m onedas y la grat it ud de un am igo.

- Tu sabiduría m e asom bra, anciano. Est a es la segunda gran lección que m e


das hoy y es quizás m as im port ant e que la prim era. déj am e pues que pague
est a lección con ot ra bolsa de m onedas.

- Y a veces pasa est o - siguió el anciano y extendió la m ano m irando las dos
bolsas de m onedas- : sem bré para no cosechar y ant es de t erm inar de sem brar
ya coseche no solo una, sino dos veces.

- Ya bast a, viej o, no sigas hablando. Si sigues enseñándom e cosas tengo m iedo


de que no m e alcance t oda m i fort una para pagart e...
CODI CI A

Cavando, para m ont ar un cerco que separara m i t erreno de el de m i vecino,


m e encont ré ent errado en m i j ardín, un viej o cofre lleno de m onedas de oro.

A m i no m e int ereso por la riqueza, m e int ereso por lo ext raño del hallazgo,
nunca he sido am bicioso y no m e im port an dem asiado los bienes m at eriales,
pero igual desent erré el cofre.

Saqué las m onedas y las lust re. Est aban t an sucias las pobres...

Mient ras las apilaba sobre m i m esa prolij am ent e, las fui cont ando...

Const it uían en si m ism as una verdadera fort una. Solo por pasar el t iem po,
em pecé a im aginar t odas las cosas que se podrían com prar con ellas.

Pensaba en lo loco que se pondría un codicioso que se t opara con sem ej ant e
t esoro. Por suert e, por suert e...no era m i caso...

Hoy vino un señor a reclam ar las m onedas, era m i vecino. Pret endía sost ener
en un m iserable que las m onedas las había ent errado su abuelo, y que por lo
t ant o le pert enecían a el.

Me dio t ant o fast idio que lo m at e.. .

Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas, se las hubiera dado,


porque si hay algo que a m i no m e im port a son las cosas que se com pran con
dinero, eso si, no soport o la gent e codiciosa...

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