Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Jorge Bucay
¿COM O CRECER?
Un rey fue hast a su j ardín y descubrió que sus árboles, arbust os y flores se
est aban m uriendo.
El Roble le dij o que se m oría porque no podía ser t an alt o com o el Pino.
Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas com o la Vid. Y la
Vid se m oría porque no podía florecer com o la Rosa.
La Rosa lloraba porque no podía ser alt a y sólida com o el Roble. Ent onces
encont ró una plant a, una Fresa, floreciendo y m ás fresca que nunca.
El rey pregunt ó:
¿Cóm o es que creces saludable en m edio de est e j ardín m ust io y som brío?
No lo sé. Quizás sea porque siem pre supuse que cuando m e plant ast e, querías
fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plant ado. En aquel
m om ent o m e dij e: " I nt ent aré ser Fresa de la m ej or m anera que pueda" .
Ahora es t u t urno. Est ás aquí para cont ribuir con t u fragancia. Sim plem ent e
m írat e a t i m ism o.
No hay posibilidad de que seas ot ra persona.
Podes disfrut arlo y florecer regado con t u propio am or por vos, o podes
m archit art e en t u propia condena...
AN I M ARSE A VOLAR
EL BUSCAD OR
EL ELEFAN TE EN CAD EN AD O
Cuando yo era chico m e encant aban los circos, y lo que m ás m e gust aba de los
circos eran los anim ales. Tam bién a m í com o a ot ros, después m e ent eré, m e
llam aba la at ención el elefant e. Durant e la función, la enrom e best ia hacia
despliegue de su t am año, peso y fuerza descom unal... pero después de su
act uación y hast a un rat o ant es de volver al escenario, el elefant e quedaba
suj et o solam ent e por una cadena que aprisionaba una de sus pat as clavada a
una pequeña est aca clavada en el suelo. Sin em bargo, la est aca era solo un
m inúsculo pedazo de m adera apenas ent errado unos cent ím et ros en la t ierra. Y
aunque la cadena era gruesa y poderosa m e parecía obvio que ese anim al
capaz de arrancar un árbol de cuaj o con su propia fuerza, podría, con facilidad,
arrancar la est aca y huir. El m ist erio es evident e: ¿Qué lo m ant iene ent onces?
¿Por qué no huye? Cuando t enía 5 o 6 años yo t odavía en la sabiduría de los
grandes. Pregunt é ent onces a algún m aest ro, a algún padre, o a algún t ío por
el m ist erio del elefant e. Alguno de ellos m e explicó que el elefant e no se
escapaba porque est aba am aest rado. Hice ent onces la pregunt a obvia: - Si est á
am aest rado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna
3
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
respuest a coherent e. Con el t iem po m e olvide del m ist erio del elefant e y la
est aca... y sólo lo recordaba cuando m e encont raba con ot ros que t am bién se
habían hecho la m ism a pregunt a. Hace algunos años descubrí que por suert e
para m í alguien había sido lo bast ant e sabio com o para encont rar la respuest a:
El elefant e del circo no se escapa porque ha est ado at ado a una est aca
parecida desde m uy, m uy pequeño. Cerré los oj os y m e im aginé al pequeño
recién nacido suj et o a la est aca. Est oy seguro de que en aquel m om ent o el
elefant it o em puj ó, t iró, sudó, t rat ando de solt arse. Y a pesar de t odo su
esfuerzo, no pudo. La est aca era ciert am ent e m uy fuert e para él. Juraría que se
durm ió agot ado, y que al día siguient e volvió a probar, y t am bién al ot ro y al
que le seguía... Hast a que un día, un t errible día para su hist oria, el anim al
acept ó su im pot encia y se resignó a su dest ino. Est e elefant e enorm e y
poderoso, que vem os en el circo, no se escapa porque cree - pobre- que NO
PUEDE. Él t iene regist ro y recuerdo de su im pot encia, de aquella im pot encia
que sint ió poco después de nacer. Y lo peor es que j am ás se ha vuelt o a
cuest ionar seriam ent e ese regist ro. Jam ás... j am ás... int ent ó poner a prueba su
fuerza ot ra vez...
EL OSO
5
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
EL TEM I D O EN EM I GO
7
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Él nunca en su vida había pensado en consult ar ninguna de sus decisiones,
pero est a vez, en cuánt o el m ago lo recibió, hizo la pregunt a... necesit aba una
excusa.
Y el m ago, que era un sabio, le dio una respuest a correct a, creat iva y j ust a.
El rey, casi sin escuchar la respuest a alabó a su huésped por su int eligencia y
le pidió que se quedara un día m ás, supuest am ent e, para “ consult arle” ot ro
asunt o... ( obviam ent e, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara) .
El m ago – que gozaba de la libert ad que sólo conquist an los ilum inados –
acept ó...
Desde ent onces t odos los días, por la m añana o por la t arde, el rey iba hast a
las habit aciones del m ago para consult arlo y lo com prom et ía para una nueva
consult a al día siguient e.
No pasó m ucho t iem po ant es de que el rey se diera cuent a de que los consej os
de su nuevo asesor eran siem pre acert ados y t erm inara, casi sin not arlo,
t eniéndolos en cuent a en cada una de las decisiones.
Pasaron los m eses y luego los años.
Y com o siem pre... est ar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, m ás sabio.
Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo m ás y m ás j ust o.
Ya no era despót ico ni aut orit ario. Dej ó de necesit ar sent irse poderoso, y
seguram ent e por ello dej ó de necesit ar dem ost rar su poder.
Em pezó a aprender que la hum ildad t am bién podía ser vent aj osa em pezó a
reinar de una m anera m ás sabia y bondadosa.
Y sucedió que su pueblo em pezó a quererlo, com o nunca lo había querido
ant es.
El rey ya no iba a ver al m ago invest igando por su salud, iba realm ent e para
aprender, para com part ir una decisión o sim plem ent e para charlar, porque el
rey y el m ago habían llegado a ser excelent es am igos.
Un día, a m ás de cuat ro años de aquella cena, y sin m ot ivo, el rey recordó.
Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para m at ar a est e su
ent onces m ás odiado enem igo
Y sé dio cuent a que no podía seguir m ant eniendo est e secret o sin sent irse un
hipócrit a.
El rey t om ó coraj e y fue hast a la habit ación del m ago. Golpeó la puert a y
apenas ent ró le dij o:
- Herm ano, t engo algo que cont art e que m e oprim e el pecho
- Dim e – dij o el m ago – y alivia t u corazón.
- Aquella noche, cuando t e invit é a cenar y t e pregunt é sobre t u m uert e, yo no
quería en realidad saber sobre t u fut uro, planeaba m at art e y frent e a cualquier
cosa que m e dij eras, porque quería que t u m uert e inesperada desm it ificara
para siem pre t u fam a de adivino. Te odiaba porque t odos t e am aban... Est oy
t an avergonzado...
- Aquella noche no m e anim é a m at art e y ahora que som os am igos, y m ás que
am igos, herm anos, m e at erra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese
hecho.
Hoy he sent ido que no puedo seguir ocult ándot e m i infam ia.
8
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Necesit é decirt e t odo est o para que t ú m e perdones o m e desprecies, pero sin
ocult am ient os.
El m ago lo m iró y le dij o:
- Has t ardado m ucho t iem po en poder decírm elo. Pero de t odas m aneras, m e
alegra, m e alegra que lo hayas hecho, porque est o es lo único que m e
perm it irá decirt e que ya lo sabía. Cuando m e hicist e la pregunt a y baj ast e t u
m ano sobre el puño de t u espada, fue t an clara t u int ención, que no hacía falt a
adivino para darse cuent a de lo que pensabas hacer, - el m ago sonrió y puso
su m ano en el hom bro del rey. – Com o j ust o pago a t u sinceridad, debo decirt e
que yo t am bién t e m ent í... Te confieso hoy que invent é esa absurda hist oria
de m i m uert e ant es de la t uya para dart e una lección. Una lección que recién
hoy est ás en condiciones de aprender, quizás la m ás im port ant e cosa que yo
t e haya enseñado nunca.
Vam os por el m undo odiando y rechazando aspect os de los ot ros y hast a de
nosot ros m ism os que creem os despreciables, am enazant es o inút iles... y sin
em bargo, si nos dam os t iem po, t erm inarem os dándonos cuent a de lo m ucho
que nos cost aría vivir sin aquellas cosas que en un m om ent o rechazam os.
Tu m uert e, querido am igo, llegará j ust o, j ust o el día de t u m uert e, y ni un
m inut o ant es. Es im port ant e que sepas que yo est oy viej o, y que m i día
seguram ent e se acerca. No hay ninguna razón para pensar que t u part ida deba
est ar at ada a la m ía. Son nuest ras vidas las que se han ligado, no nuest ras
m uert es.
El rey y el m ago se abrazaron y fest ej aron brindando por la confianza que cada
uno sent í en est a relación que habían sabido const ruir j unt os...
Cuent a la leyenda... que m ist eriosam ent e... esa m ism a noche... el m ago...
m urió durant e el sueño.
El rey se ent eró de la m ala not icia a la m añana siguient e... y se sint ió
desolado.
No est aba angust iado por la idea de su propia m uert e, había aprendido del
m ago a desapegarse hast a de su perm anencia en el m undo.
Est aba t rist e, sim plem ent e por la m uert e de su am igo.
¿Qué coincidencia ext raña había hecho que el rey pudiera cont arle est o al
m ago j ust o la noche ant erior a su m uert e?.
Tal vez, t al vez de alguna m anera desconocida el m ago había hecho que él
pudiera decirle est o para quit arle su fant asía de m orirse un día después.
Un últ im o act o de am or para librarlo de sus t em ores de ot ros t iem pos...
Cuent an que el rey se levant ó y que con sus propias m anos cavó en el j ardín,
baj o su vent ana, una t um ba para su am igo, el m ago.
Ent erró allí su cuerpo y el rest o del día se quedó al lado del m ont ículo de t ierra,
llorando com o se llora ant e la pérdida de los seres queridos.
Y recién ent rada la noche, el rey volvió a su habit ación.
Cuent a la leyenda... que esa m ism a noche... veint icuat ro horas después de la
m uert e del m ago, el rey m urió en su lecho m ient ras dorm ía... quizás de
casualidad... quizás de dolor... quizás para confirm ar la últ im a enseñanza del
m aest ro.
9
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
LA ALEGORI A D EL CARRUAJE
Un día de oct ubre, una voz fam iliar en el t eléfono m e dice: - Salí a la calle que
hay un regalo para vos.
Ent usiasm ado, salgo a la vereda y m e encuent ro con el regalo. Es un precioso
carruaj e est acionado j ust o, j ust o frent e a la puert a de m i casa. Es de m adera
de nogal lust rada, t iene herraj es de bronce y lám paras de cerám ica blanca,
t odo m uy fino, m uy elegant e, m uy " chic" . Abro la port ezuela de la cabina y
subo. Un gran asient o sem icircular forrado en pana bordó y unos visillos de
encaj e blanco le dan un t oque de realeza al cubículo. Me sient o y m e doy
cuent a que t odo est á diseñado exclusivam ent e para m í, est á calculado el largo
de las piernas, el ancho del asient o, la alt ura del t echo... t odo es m uy cóm odo,
y no hay lugar para nadie m ás.
Ent onces m iro por la vent ana y veo " el paisaj e" : de un lado el frent e de m i
casa, del ot ro el frent e de la casa de m i vecino... y digo: " ¡Qué bárbaro est e
regalo! " ¡Qué bien, qué lindo...! " Y m e quedo un rat o disfrut ando de esa
sensación.
Al rat o em piezo a aburrirm e; lo que se ve por la vent ana es siem pre lo m ism o.
Me pregunt o: " ¿Cuánt o t iem po uno puede ver las m ism as cosas?" Y em piezo a
convencerm e de que el regalo que m e hicieron no sirve para nada.
De eso m e ando quej ando en voz alt a cuando pasa m i vecino que m e dice,
com o adivinándom e: - ¿No t e das cuent a que a est e carruaj e le falt a algo?
Yo pongo cara de qué- le- falt a m ient ras m iro las alfom bras y los t apizados.
- Le falt an los caballos - m e dice ant es de que llegue a pregunt arle.
Por eso veo siem pre lo m ism o - pienso- , por eso m e parece aburrido.
- Ciert o - digo yo.
Ent onces voy hast a el corralón de la est ación y le at o dos caballos al carruaj e.
Me subo ot ra vez y desde adent ro les grit o:
- ¡¡Eaaaaa! !
El paisaj e se vuelve m aravilloso, ext raordinario, cam bia perm anent em ent e y
eso m e sorprende.
Sin em bargo, al poco t iem po em piezo a sent ir ciert a vibración en el carruaj e y
a ver el com ienzo de una raj adura en uno de los lat erales.
Son los caballos que m e conducen por cam inos t erribles; agarran t odos los
pozos, se suben a las veredas, m e llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuent a que yo no t engo ningún cont rol de nada; los caballos m e
arrast ran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrot ero era m uy lindo, pero
al final sient o que es m uy peligroso.
Com ienzo a asust arm e y a darm e cuent a que est o t am poco sirve.
En ese m om ent o veo a m i vecino que pasa por ahí cerca, en su aut o. Lo
insult o: - ¡Qué m e hizo!
Me grit a: - ¡Te falt a el cochero!
- ¡Ah! - digo yo.
Con gran dificult ad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido cont rat ar un
cochero. A los pocos días asum e funciones. Es un hom bre form al y circunspect o
con cara de poco hum or y m ucho conocim ient o.
10
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Me parece que ahora sí est oy preparado para disfrut ar verdaderam ent e del
regalo que m e hicieron. Me subo, m e acom odo, asom o la cabeza y le indico al
cochero a dónde ir.
Él conduce, él cont rola la sit uación, él decide la velocidad adecuada y elige la
m ej or rut a.
Yo... Yo disfrut o el viaj e.
" Hem os nacido, salido de nuest ra casa y nos hem os encont rado con un regalo:
nuest ro cuerpo.
A poco de nacer nuest ro cuerpo regist ró un deseo, una necesidad, un
requerim ient o inst int ivo, y se m ovió. Est e carruaj e no serviría para nada si no
t uviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los
afect os.
Todo va bien durant e un t iem po, pero en algún m om ent o em pezam os a darnos
cuent a que est os deseos nos llegaban por cam inos un poco arriesgados y a
veces peligrosos, y ent onces t enem os necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde
aparece la figura del cochero: nuest ra cabeza, nuest ro int elect o, nuest ra
capacidad de pensar racionalm ent e.
El cochero sirve para evaluar el cam ino, la rut a. Pero quienes realm ent e t iran
del carruaj e son t us caballos.
No perm it as que el cochero los descuide. Tienen que ser alim ent ados y
prot egidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras
solam ent e cuerpo y cerebro? Si no t uvieras ningún deseo, ¿cóm o sería la vida?
Sería com o la de esa gent e que va por el m undo sin cont act o con sus
em ociones, dej ando que solam ent e su cerebro em puj e el carruaj e. Obviam ent e
t am poco podés descuidar el carruaj e, porque t iene que durar t odo el proyect o.
Y est o im plicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su
m ant enim ient o. Si nadie lo cuida, el carruaj e se rom pe, y si se rom pe se acabó
el viaj e..."
OBSTÁCULOS
En el silencio de m i reflexión percibo t odo m i m undo int erno com o si fuera una
sem illa, de alguna m anera pequeña e insignificant e pero t am bién plet órica de
pot encialidades.
...Y veo en sus ent rañas el germ en de un árbol m agnífico, el árbol de m i propia
vida en proceso de desarrollo.
En su pequeñez, cada sem illa cont iene el espírit u del árbol que será después.
Cada sem illa sabe cóm o t ransform arse en árbol, cayendo en t ierra fért il,
absorbiendo los j ugos que la alim ent an, expandiendo las ram as y el follaj e,
llenándose de flores y de frut os, para poder dar lo que t ienen que dar.
Cada sem illa sabe cóm o llegar a ser árbol. Y t ant as son las sem illas com o son
los sueños secret os.
Dent ro de nosot ros, innum erables sueños esperan el t iem po de germ inar,
echar raíces y darse a luz, m orir com o sem illas... para convert irse en árboles.
Árboles m agníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que
oigam os nuest ra voz int erior, que escuchem os la sabiduría de nuest ros sueños
sem illa.
Ellos, los sueños, indican el cam ino con sím bolos y señales de t oda clase, en
cada hecho, en cada m om ent o, ent re las cosas y ent re las personas, en los
dolores y en los placeres, en los t riunfos y en los fracasos. Lo soñado nos
enseña, dorm idos o despiert os, a vernos, a escucharnos, a darnos cuent a.
12
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Nos m uest ra el rum bo en present im ient os huidizos o en relám pagos de lucidez
cegadora.
Y así crecem os, nos desarrollam os, evolucionam os... Y un día, m ient ras
t ransit am os est e et erno present e que llam am os vida, las sem illas de nuest ros
sueños se t ransform arán en árboles, y desplegarán sus ram as que, com o alas
gigant escas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo t razo nuest ro pasado y
nuest ro fut uro.
Nada hay que t em er,... una sabiduría int erior las acom paña... porque cada
sem illa sabe... cóm o llegar a ser árbol...
UN RELATO SOBRE AM OR
Se t rat a de dos herm osos j óvenes que se pusieron de novios cuando ella t enía
t rece y él dieciocho. Vivían en un pueblit o de leñadores sit uado al lado de una
m ont aña. Él era alt o, esbelt o y m usculoso, dado que había aprendido a ser
leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo m uy largo, t ant o que le
llegaba hast a la cint ura; t enía los oj os celest es, herm osos y m aravillosos..
La hist oria cuent a que habían noviado con la com plicidad de t odo el pueblo.
Hast a que un día, cuando ella t uvo dieciocho y él veint it rés, el pueblo ent ero se
puso de acuerdo para ayudar a que am bos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera
t rabaj ar com o leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría
de t odos, de ellos, de su fam ilia y del pueblo, que t ant o había ayudado en esa
relación.
Y vivieron allí durant e t odos los días de un invierno, un verano, una prim avera
y un ot oño, disfrut ando m ucho de est ar j unt os. Cuando el día del prim er
aniversario se acercaba, ella sint ió que debía hacer algo para dem ost rarle a él
su profundo am or. Pensó hacerle un regalo que significara est o. Un hacha
nueva relacionaría t odo con el t rabaj o; un pulóver t ej ido t am poco la convencía,
pues ya le había t ej ido pulóveres en ot ras oport unidades; una com ida no era
suficient e agasaj o...
Decidió baj ar al pueblo para ver qué podía encont rar allí y em pezó a cam inar
por las calles. Sin em bargo, por m ucho que cam inara no encont raba nada que
fuera t an im port ant e y que ella pudiera com prar con las m onedas que,
sem anas ant es, había ido guardando de los vuelt os de las com pras pensando
que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una j oyería, la única del pueblo, vio una herm osa cadena de oro
expuest a en la vidriera. Ent onces recordó que había un solo obj et o m at erial
que él adoraba verdaderam ent e, que él consideraba valioso. Se t rat aba de un
reloj de oro que su abuelo le había regalado ant es de m orir. Desde chico, él
guardaba ese reloj en un est uche de gam uza, que dej aba siem pre al lado de su
cam a. Todas las noches abría la m esit a de luz, sacaba del sobre de gam uza
aquel reloj , lo lust raba, le daba un poquit o de cuerda, se quedaba
escuchándolo hast a que la cuerda se t erm inaba, lo volvía a lust rar, lo
acariciaba un rat o y lo guardaba nuevam ent e en el est uche.
13
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Ella pensó: " Que m aravilloso regalo sería est a cadena de oro para aquel reloj ."
Ent ró a pregunt ar cuánt o valía y, ant e la respuest a, una angust ia la t om ó por
sorpresa. Era m ucho m ás dinero del que ella había im aginado, m ucho m ás de
lo que ella había podido j unt ar. Hubiera t enido que esperar t res aniversarios
m ás para poder com prárselo. Pero ella no podía esperar t ant o.
Salió del pueblo un poco t rist e, pensando qué hacer para conseguir el dinero
necesario para est o. Ent onces pensó en t rabaj ar, pero no sabía cóm o; y pensó
y pensó, hast a que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encont ró
con un cart el que decía: " Se com pra pelo nat ural" . Y com o ella t enía ese pelo
rubio, que no se había cort ado desde que t enía diez años, no t ardó en ent rar a
pregunt ar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para com prar la cadena de oro y t odavía
sobraba para una caj a donde guardar la cadena y el reloj . No dudó. Le dij o a la
peluquera:
- Si dent ro de t res días regreso para venderle m i pelo, ¿ust ed m e lo com praría?
- Seguro - fue la respuest a.
- Ent onces en t res días est aré aquí.
Regresó a la j oyería, dej ó reservada la cadena y volvió a su casa. No dij o nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquit o m ás fuert e que de
cost um bre. Luego, él se fue a t rabaj ar y ella baj ó al pueblo.
Se hizo cort ar el pelo bien cort o y, luego de t om ar el dinero, se dirigió a la
j oyería. Com pró allí la cadena de oro y la caj a de m adera. Cuando llegó a su
casa, cocinó y esperó que se hiciera la t arde, m om ent o en que él solía
regresar.
A diferencia de ot ras veces, que ilum inaba la casa cuando él llegaba, est a vez
ella baj ó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza.
Porque él t am bién am aba su pelo y ella no quería que él se diera cuent a de que
se lo había cort ado. Ya habría t iem po después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron m uy fuert e y se dij eron lo m ucho que se querían.
Ent onces, ella sacó de debaj o de la m esa la caj a de m adera que cont enía la
cadena de oro para el reloj . Y él fue hast a el ropero y ext raj o de allí una caj a
m uy grande que le había t raído m ient ras ella no est aba. La caj a cont enía dos
enorm es peinet ones que él había com prado... vendiendo el reloj de oro del
abuelo.
En un reino encant ado donde los hom bres nunca pueden llegar, o quizás donde
los hom bres t ransit an et ernam ent e sin darse cuent a...
En un reino m ágico, donde las cosas no t angibles, se vuelven concret as.
Había una vez... un est anque m aravilloso.
14
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Era una laguna de agua crist alina y pura donde nadaban peces de t odos los
colores exist ent es y donde t odas las t onalidades del verde se reflej aban
perm anent em ent e...
Hast a ese est anque m ágico y t ransparent e se acercaron a bañarse haciéndose
m ut ua com pañía, la t rist eza y la furia.
Las dos se quit aron sus vest im ent as y desnudas las dos ent raron al est anque.
La furia, apurada ( com o siem pre est a la furia) , urgida - sin saber por qué- se
baño rápidam ent e y m ás rápidam ent e aún, salió del agua...
Pero la furia es ciega, o por lo m enos no dist ingue claram ent e la realidad, así
que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la prim era ropa que encont ró...
Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la t rist eza...
Y así vest ida de t rist eza, la furia se fue.
Muy calm a, y m uy serena, dispuest a com o siem pre a quedarse en el lugar
donde est á, la t rist eza t erm inó su baño y sin ningún apuro ( o m ej or dicho, sin
conciencia del paso del t iem po) , con pereza y lent am ent e, salió del est anque.
En la orilla se encont ró con que su ropa ya no est aba.
Com o t odos sabem os, si hay algo que a la t rist eza no le gust a es quedar al
desnudo, así que se puso la única ropa que había j unt o al est anque, la ropa de
la furia.
Cuent an que desde ent onces, m uchas veces uno se encuent ra con la furia,
ciega, cruel, t errible y enfadada, pero si nos dam os el t iem po de m irar bien,
encont ram os que est a furia que vem os es sólo un disfraz, y que det rás del
disfraz de la furia, en realidad... est á escondida la t rist eza.
AUTOD EPEN D EN CI A
GALLETI TAS
A una est ación de t renes llega una t arde, una señora m uy elegant e. En la
vent anilla le inform an que el t ren est á ret rasado y que t ardará
aproxim adam ent e una hora en llegar a la est ación.
Un poco fast idiada, la señora va al puest o de diarios y com pra una revist a,
luego pasa al kiosco y com pra un paquet e de gallet it as y una lat a de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sient a en uno de los largos bancos del
andén. Mient ras hoj ea la revist a, un j oven se sient a a su lado y com ienza a leer
un diario. I m previst am ent e la señora ve, por el rabillo del oj o, cóm o el
m uchacho, sin decir una palabra, est ira la m ano, agarra el paquet e de
16
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
gallet it as, lo abre y después de sacar una com ienza a com érsela
despreocupadam ent e.
La m uj er est á indignada. No est á dispuest a a ser grosera, pero t am poco a
hacer de cuent a que nada ha pasado; así que, con gest o am puloso, t om a el
paquet e y saca una gallet it a que exhibe frent e al j oven y se la com e m irándolo
fij am ent e.
Por t oda respuest a, el j oven sonríe... y t om a ot ra gallet it a.
La señora gim e un poco, t om a una nueva gallet it a y, con ost ensibles señales de
fast idio, se la com e sost eniendo ot ra vez la m irada en el m uchacho.
El diálogo de m iradas y sonrisas cont inúa ent re gallet a y gallet a. La señora
cada vez m ás irrit ada, el m uchacho cada vez m ás divert ido.
Finalm ent e, la señora se da cuent a de que en el paquet e queda sólo la últ im a
gallet it a. " No podrá ser t an caradura" , piensa, y se queda com o congelada
m irando alt ernat ivam ent e al j oven y a las gallet it as.
Con calm a, el m uchacho alarga la m ano, t om a la últ im a gallet it a y, con m ucha
suavidad, la cort a exact am ent e por la m it ad. Con su sonrisa m ás am orosa le
ofrece m edia a la señora.
- Gracias! - dice la m uj er t om ando con rudeza la m edia gallet it a.
- De nada - cont est a el j oven sonriendo angelical m ient ras com e su m it ad.
El t ren llega.
Furiosa, la señora se levant a con sus cosas y sube al t ren. Al arrancar, desde el
vagón ve al m uchacho t odavía sent ado en el banco del andén y piensa: "
I nsolent e" .
Sient e la boca reseca de ira. Abre la cart era para sacar la lat a de gaseosa y se
sorprende al encont rar, cerrado, su paquet e de gallet it as... ! I nt act o! .
QUI ERO
Quiero que m e oigas, sin j uzgarm e.
Quiero que opines, sin aconsej arm e.
Quiero que confíes en m i, sin exigirm e.
Quiero que m e ayudes, sin int ent ar decidir por m i
Quiero que m e cuides, sin anularm e.
Quiero que m e m ires, sin proyect ar t us cosas en m i.
Quiero que m e abraces, sin asfixiarm e.
Quiero que m e anim es, sin em puj arm e.
Quiero que m e sost engas, sin hacert e cargo de m i.
Quiero que m e prot ej as, sin m ent iras.
Quiero que t e acerques, sin invadirm e.
Quiero que conozcas las cosas m ías que m ás t e disgust en,
que las acept es y no pret endas cam biarlas.
Quiero que sepas, que hoy,
hoy podés cont ar conm igo.
Sin condiciones.
17
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
AM ARSE CON LOS OJOS ABI ERTOS
Quizás la expect at iva de felicidad inst ant ánea que solem os endilgarle al vínculo
de prej a, est e deseo de exult ancia, se deba a un est iram ient o ilusorio del
inst ant e de enam oram ient o.
Cuando uno se enam ora en realidad no ve al ot ro en su t ot alidad, sino que el
ot ro funciona com o una pant alla donde el enam orado proyect a sus aspect os
idealizados.
Los sent im ient os, a diferencia de las pasiones, son m ás duraderos y est án
anclados a la percepción de la realidad ext erna. La const rucción del am or
em pieza cuando puedo ver al que t engo enfrent e, cuando descubro al ot ro.
Es allí cuando el am or reem plaza al enam oram ient o.
Pasado ese m om ent o inicial com ienzan a salir a la luz las peores part es m ías
que t am bién proyect o en él. Am ar a alguien es el desafío de deshacer aquellas
proyecciones para relacionarse verdaderam ent e con el ot ro. Est e
proceso no es fácil, pero es una de las cosas m ás herm osas que ocurren o que
ayudam os a que ocurran.
Hablam os del am or en el sent ido de " que nos im port a el bienest ar del ot ro" .
Nada m ás y nada m enos. El am or com o el bienest ar que invade cuerpo y
alm a y que se afianza cuando puedo ver al ot ro sin querer cam biarlo.
Más im port ant e que la m anera de ser del ot ro, im port a el bienest ar que sient o
a su lado y su bienest ar al lado m ío. El placer de est ar con alguien que se
ocupa de que uno est é bien, que percibe lo que necesit am os y disfrut a al
dárnoslo, eso hace al am or.
Una parej a es m ás que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sent im os
unidos a ot ro de una m anera diferent e. Podría decir que desde el placer de
est ar con ot ro t om am os la decisión de com part ir gran part e de nuest ra vida con
esa persona y descubrim os el gust o de est ar j unt os. Aunque es necesario saber
que encont rar un com pañero de rut a no es suficient e; t am bién hace falt a que
esa persona sea capaz de nut rirnos, com o ya dij im os, que de hecho sea una
eficaz ayuda en nuest ro crecim ient o personal.
18
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Enam orarse es am ar las coincidencias, y am ar es enam orarse de las
diferencias.
No había en el pueblo un oficio peor concept uado y peor pago que el de port ero
del prost íbulo. Pero ¿qué ot ra cosa podría hacer aquel hom bre?
De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no t enía ninguna ot ra
act ividad ni oficio. En realidad, era su puest o porque sus padres había sido
port ero de ese prost íbulo y t am bién ant es, el padre de su padre.
Durant e décadas, el prost íbulo se pasaba de padres a hij os y la port ería se
pasaba de padres a hij os.
Un día, el viej o propiet ario m urió y se hizo cargo del prost íbulo un j oven con
inquiet udes, creat ivo y em prendedor. El j oven decidió m odernizar el negocio.
Modificó las habit aciones y después cit ó al personal para darle nuevas
inst rucciones.
Al port ero, le dij o: A part ir de hoy ust ed, adem ás de est ar en la puert a, m e va
a preparar una planilla sem anal. Allí anot ará ust ed la cant idad de parej as que
ent ran día por día. A una de cada cinco, le pregunt ará cóm o fueron at endidas y
qué corregirían del lugar. Y una vez por sem ana, m e present ará esa planilla
con los com ent arios que ust ed crea convenient es.
El hom bre t em bló, nunca le había falt ado disposición al t rabaj o pero.....
Me encant aría sat isfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni
escribir.
¡Ah! ¡Cuánt o lo sient o! Com o ust ed com prenderá, yo no puedo pagar a ot ra
persona para que haga est o y t am poco puedo esperar hast a que ust ed aprenda
a escribir, por lo t ant o...
Pero señor, ust ed no m e puede despedir, yo t rabaj é en est o t oda m i vida,
t am bién m i padre y m i abuelo...
No lo dej ó t erm inar.
Mire, yo com prendo, pero no puedo hacer nada por ust ed. Lógicam ent e le
vam os a dar una indem nización, est o es, una cant idad de dinero para que
t enga hast a que encuent re ot ra cosa. Así que, lo sient o. Que t enga suert e.
Y sin m ás, se dio vuelt a y se fue.
20
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
El hom bre sint ió que el m undo se derrum baba. Nunca había pensado que
podría llegar a encont rarse en esa sit uación. Llegó a sí casa, por prim era vez
desocupado. ¿Qué hacer?
Recordó que a veces en el prost íbulo, cuando se rom pía una cam a o se
arruinaba una pat a de un ropero, él, con un m art illo y clavos se las ingeniaba
para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que est a podría ser una
ocupación t ransit oria hast a que alguien le ofreciera un em pleo.
Buscó por t oda la casa las herram ient as que necesit aba, sólo t enía unos clavos
oxidados y una t enaza m ellada.
Tenía que com prar una caj a de herram ient as com plet a.
Para eso usaría una part e del dinero recibido.
En la esquina de su casa se ent eró de que en su pueblo no había una ferret ería,
y que debía viaj ar dos días en m ula para ir al pueblo m ás cercano a realizar la
com pra.
¿Qué m ás da? Pensó, y em prendió la m archa.
A su regreso, t raía una herm osa y com plet a caj a de herram ient as. No había
t erm inado de quit arse las bot as cuando llam aron a la puert a de su casa. Era su
vecino.
Vengo a pregunt arle si no t iene un m art illo para prest arm e.
Mire, sí, lo acabo de com prar pero lo necesit o para t rabaj ar... com o
m e quedé sin em pleo...
Bueno, pero yo se lo devolvería m añana bien t em prano.
Est á bien.
A la m añana siguient e, com o había prom et ido, el vecino t ocó la puert a. Mire,
yo t odavía necesit o el m art illo. ¿Por qué no m e lo vende?
No, yo lo necesit o para t rabaj ar y adem ás, la ferret ería est á a dos días de
m ula.
Hagam os un t rat o - dij o el vecino- Yo le pagaré a ust ed los dos días de ida y los
dos de vuelt a, m ás el precio del m art illo, t ot al ust ed est á sin t rabaj ar. ¿Qué le
parece?.
Realm ent e, est o le daba un t rabaj o por cuat ro días...
Acept ó. Volvió a m ont ar su m ula.
Al regreso, ot ro vecino lo esperaba en la puert a de su casa.
Hola, vecino. ¿Ust ed le vendió un m art illo a nuest ro am igo?
Sí...
Yo necesit o unas herram ient as, est oy dispuest o a pagarle sus cuat ros días de
viaj e, y una pequeña ganancia por cada herram ient a. Ust ed sabe, no t odos
podem os disponer de cuat ro días para nuest ras com pras.
El ex - port ero abrió su caj a de herram ient as y su vecino eligió una pinza, un
dest ornillador, un m art illo y un cincel. Le pagó y se fue.
" ...No t odos disponem os de cuat ro días para com pras" , recordaba. Si est o era
ciert o, m ucha gent e podría necesit ar que él viaj ara a t raer herram ient as.
En el siguient e viaj e decidió que arriesgaría un poco del dinero de la
indem nización, t rayendo m ás herram ient as que las que había vendido. De
paso, podría ahorrar algún t iem po de viaj es.
La voz em pezó a correrse por el barrio y m uchos quisieron evit arse el viaj e.
21
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Una vez por sem ana, el ahora corredor de herram ient as viaj aba y com praba lo
que necesit aban sus client es.
Pront o ent endió que si pudiera encont rar un lugar donde alm acenar las
herram ient as, podría ahorrar m ás viaj es y ganar m ás dinero. Alquiló un galpón.
Luego le hizo una ent rada m ás cóm oda y algunas sem anas después con una
vidriera, el galpón se t ransform ó en la prim er ferret ería del pueblo.
Todos est aban cont ent os y com praban en su negocio. Ya no viaj aba, de la
ferret ería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen client e.
Con el t iem po, t odos los com pradores de pueblos pequeños m ás lej anos
preferían com prar en su ferret ería y ganar dos días de m archa.
Un día se le ocurrió que su am igo, el t ornero, podría fabricar para él las
cabezas de los m art illos.
Y luego, ¿por qué no? Las t enazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego
fueron los clavos y los t ornillos.....
Para no hacer m uy largo el cuent o, sucedió que en diez años aquel hom bre se
t ransform ó con honest idad y t rabaj o en un m illonario fabricant e de
herram ient as. El em presario m ás poderoso de la región.
Tan poderoso era, que un año para la fecha de com ienzo de las clases, decidió
donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría adem ás de lect oescrit ura, las
art es y loas oficios m ás práct icos de la época.
El int endent e y el alcalde organizaron una gran fiest a de inauguración de la
escuela y una im port ant e cena de agasaj o para su fundador. A los post res, el
alcalde le ent regó las llaves de la ciudad y el int endent e lo abrazó y le dij o:
Es con gran orgullo y grat it ud que le pedim os nos conceda el honor de poner su
firm a en la prim er hoj a del libro de act as de la nueva escuela.
El honor sería para m í - dij o el hom bre - . Creo que nada m e gust aría m ás que
firm ar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabet o.
¿Ust ed? - dij o el int endent e, que no alcanzaba a creerlo - ¿Ust ed no sabe leer
ni escribir? ¿Ust ed const ruyó un im perio indust rial sin saber leer ni escribir?
Est oy asom brado. Me pregunt o, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y
escribir?
Yo se lo puedo cont est ar - respondió el hom bre con calm a - . Si yo hubiera
sabido leer y escribir... sería port ero del prost íbulo! .
LA M I RAD A D EL AM OR
El rey est aba enam orado de Sabrina: una m uj er de baj a condición a la que el
rey había hecho su últ im a esposa.
Una t arde, m ient ras el rey est aba de cacería, llegó un m ensaj ero para avisar
que la m adre de Sabina est aba enferm a. Pese a que exist ía la prohibición de
usar el carruaj e personal del rey ( falt a que era pagada con la cabeza) , Sabrina
subió al carruaj e y corrió j unt o a su m adre.
A su regreso, el rey fue inform ado de la sit uación.
- ¿No es m aravillosa?- dij o- Est o es verdaderam ent e am or filial. No le im port ó su
vida para cuidar a su m adre! ! Es m aravillosa!
22
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Ciert o día, m ient ras Sabrina est aba sent ada en el j ardín del palacio com iendo
frut a, llegó el rey. La princesa lo saludó y luego le dio un m ordisco al últ im o
durazno que quedaba en la canast a.
- ¡Parecen ricos! - dij o el rey.
- Lo son- dij o la princesa y alargando la m ano le cedió a su am ado el últ im o
durazno.
- ¡Cuánt o m e am a! - com ent ó después el rey- , Renunció a su propio placer, para
darm e el últ im o durazno de la canast a.¿no es fant ást ica?
Pasaron algunos años y vaya a saber por qué, el am or y la pasión
desaparecieron del corazón del rey.
Sent ado con su am igo m ás confident e, le decía:
- Nunca se port ó com o una reina…¿acaso no desafió m i invest idura usando m i
carruaj e? Es m ás, recuerdo que un día m e dio a com er una frut a m ordida.
LA CI UD AD D E LOS POZOS
Est a ciudad no est aba habit ada por personas, com o t odas las dem ás ciudades
del planet a.
Est a ciudad est aba habit ada por pozos. Pozos vivient es ...pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban ent re sì, no solo por el lugar en el que est aban
excavados sino t am bién por el brocal ( la abert ura que los conect aba con el
ext erior) . Había pozos pudient es y ost ent osos con brocales de m árm ol y de
m et ales preciosos; pozos hum ildes de ladrillo y m adera y algunos ot ros m ás
pobres, con sim ples aguj eros pelados que se abrían en la t ierra.
La com unicación ent re los habit ant es de la ciudad era de brocal a brocal y las
not icias cundían rápidam ent e, de punt a a punt a del poblado.
Un día llegó a la ciudad una " m oda" que seguram ent e había nacido en algún
pueblit o hum ano: La nueva idea señalaba que t odo ser vivient e que se precie
debería cuidar m ucho m ás lo int erior que lo ext erior. Lo im port ant e no es lo
superficial sino el cont enido.
Así fue com o los pozos em pezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de
cosas, m onedas de oro y piedras preciosas. Ot ros, m ás práct icos, se llenaron
de elect rodom ést icos y aparat os m ecánicos. Algunos m ás opt aron por el art e y
fueron llenándose de pint uras , pianos de cola y sofist icadas escult uras
posm odernas. Finalm ent e los int elect uales se llenaron de libros, de m anifiest os
ideológicos y de revist as especializadas.
Pasó el t iem po.
La m ayoría de los pozos se llenaron a t al punt o que ya no pudieron incorporar
nada m ás.
Los pozos no eran t odos iguales así que , si bien algunos se conform aron, hubo
ot ros que pensaron que debían hacer algo para seguir m et iendo cosas en su
int erior...
Alguno de ellos fue el prim ero: en lugar de apret ar el cont enido, se le ocurrió
aum ent ar su capacidad ensanchándose.
23
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
No pasó m ucho t iem po ant es de que la idea fuera im it ada, t odos los pozos
gast aban gran part e de sus energías en ensancharse para poder hacer m ás
espacio en su int erior.
Un pozo, pequeño y alej ado del cent ro de la ciudad, em pezó a ver a sus
cam aradas ensanchándose desm edidam ent e. El pensó que si seguían
hinchándose de t al m anera , pront o se confundirían los bordes y cada uno
perdería su ident idad...
Quizás a part ir de est a idea se le ocurrió que ot ra m anera de aum ent ar su
capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse m ás
hondo en lugar de m ás ancho.
Pront o se dio cuent a que t odo lo que t enia dent ro de él le im posibilit aba la
t area de profundizar. Si quería ser m ás profundo debía vaciarse de t odo
cont enido...
Al principio t uvo m iedo al vacío, pero luego , cuando vio que no había ot ra
posibilidad, lo hizo.
Vacío de posesiones, el pozo em pezó a volverse profundo, m ient ras los dem ás
se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...
Un día , sorpresivam ent e el pozo que crecía hacia adent ro t uvo una sorpresa:
adent ro, m uy adent ro , y m uy en el fondo encont ró agua! ! ! .
Nunca ant es ot ro pozo había encont rado agua...
El pozo superó la sorpresa y em pezó a j ugar con el agua del fondo,
hum edeciendo las paredes, salpicando los bordes y por últ im o sacando agua
hacia fuera.
La ciudad nunca había sido regada m ás que por la lluvia, que de hecho era
bast ant e escasa, así que la t ierra alrededor del pozo, revit alizada por el agua,
em pezó a despert ar.
Las sem illas de sus ent rañas, brot aron en past o , en t réboles, en flores, y en
t roquit os endebles que se volvieron árboles después...
La vida explot ó en colores alrededor del alej ado pozo al que em pezaron a
llam ar " El Vergel" .
Todos le pregunt aban cóm o había conseguido el m ilagro. - Ningún m ilagro-
cont est aba el Vergel- hay que buscar en el int erior, hacia lo profundo... Muchos
quisieron seguir el ej em plo del Vergel, pero desandaron la idea cuando se
dieron cuent a de que para ir m ás profundo debían vaciarse.
Siguieron ensanchándose cada vez m ás para llenarse de m ás y m ás cosas...
En la ot ra punt a de la ciudad, ot ro pozo, decidió correr t am bién el riesgo del
vacío...
Y t am bién em pezó a profundizar...
Y t am bién llegó al agua...
Y t am bién salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...
- ¿Qué harás cuando se t erm ine el agua?- le pregunt aban. - No sé lo que
pasará- cont est aba- Pero, por ahora, cuánt o m ás agua saco , m ás agua hay.
Pasaron unos cuant os m eses ant es del gran descubrim ient o.
Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuent a de que el agua que
habían encont rado en el fondo de sì m ism os era la m ism a...Que el m ism o río
subt erráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del ot ro.
24
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
Se dieron cuent a de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían
com unicarse, de brocal a brocal, superficialm ent e , com o t odos los dem ás, sino
que la búsqueda les había deparado un nuevo y secret o punt o de cont act o:
La com unicación profunda que sólo consiguen ent re sí, aquellos que t ienen el
coraj e de vaciarse de cont enidos y buscar en lo profundo de su ser lo que
t ienen para dar...
UN LUGAR EN EL BOSQUE
Est a hist oria nos cuent a de un fam oso rabino j asídico: Baal Shem Tov.
Baal Shem Tov era conocido dent ro de su com unidad porque t odos decían que
él era un hom bre t an piadoso, t an bondadoso, t an cast o y t an puro que Dios
escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él
elegía. Y los llevaba a t odos j unt os a un lugar único, que él conocía, en m edio
del bosque. Y una vez allí, cuent a la leyenda, que Baal Shem Tov arm aba con
ram as y hoj as un fuego de una m anera m uy part icular y m uy herm osa, y
ent onaba después una oración en voz m uy baj a... com o si fuera para él m ism o.
Y dicen...
que Dios le gust aban t ant o esas palabras que Baal Shem Tov decía, se
fascinaba t ant o con el fuego arm ado de esa m anera, quería t ant o a esa reunión
de gent e en ese lugar del bosque...
que no podía resist ir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de
t odas las personas que ahí est aban.
Cuando el rabino m urió, la gent e se dio cuent a de que nadie sabía las palabras
que Baal Shem Tov decía cuando iban t odos j unt os a pedir algo...
Una vez al año, siguiendo la t radición de Baal Shem Tov había inst it uido, t odos
los que t enían necesidades y deseos insat isfechos se reunían en ese m ism o
lugar en el bosque, prendían el fuego de la m anera en que habían aprendido
del viej o rabino, y com o no conocían las palabras cant aban
cualquier canción o recit aban un salm o, o sólo se m iraban y hablaban de
cualquier cosa en ese m ism o lugar alrededor del fuego.
Y dicen...
que Dios gust aba t ant o del fuego encendido, gust aba t ant o de ese lugar en el
bosque y de esa gent e reunida...
25
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los deseos a
t odos los que ahí est aban.
El t iem po ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido
perdiendo...
- Maest ro – lo encaró uno de ellos una t arde. Tú nos cuent as los cuent os
pero no nos explicas su significado...
- Pido perdón por eso. – Se disculpó el m aest ro – Perm ít em e que en señal
de reparación t e convide con un rico durazno.
- Gracias m aest ro.- respondió halagado el discípulo
- Quisiera, para agasaj art e, pelart e t u durazno yo m ism o. ¿Me perm it es?
- Sí. Muchas gracias – dij o el discípulo.
- ¿ Te gust aría que, ya que t engo en m i m ano un cuchillo, t e lo cort e en
t rozos para que t e sea m ás cóm odo?...
- Me encant aría... Pero no quisiera abusar de t u hospit alidad, m aest ro...
- No es un abuso si yo t e lo ofrezco. Solo deseo com placert e...
- Perm ít em e que t e lo m ast ique ant es de dárt elo...
- No m aest ro. ¡No m e gust aría que hicieras eso! Se quej ó, sorprendido el
discípulo.
Un señor m uy creyent e sent ía que est aba cerca de recibir una luz que le
ilum inara el cam ino que debía seguir. Todas las noches, al acost arse, le pedía a
Dios que le enviara una señal sobre cóm o t enía que vivir el rest o de su vida.
Así anduvo por la vida, durant e dos o t res sem anas en un est ado sem i-
m íst ico buscando recibir una señal divina.
Hast a que un día, paseando por un bosque, vió a un cervat illo caído,
t um bado, herido, que t enía una pierna m edio rot a. Se quedó m irándolo y de
repent e vió aparecer a un pum a. La sit uación lo dej ó congelado; est aba a
punt o de ver cóm o el pum a, aprovechándose de las circunst ancias, se com ía al
cervat illo de un sólo bocado.
" En el país de los cuent os había una vez un pequeño duende. Un duende m uy
t ravieso que siem pre andaba riendo y salt ando de un lado para ot ro... Vivía
en una casit a t oda rodeada de m ont añas. A su lado, un pequeño río que
discurría placidam ent e por la falda de la ladera describiendo un paisaj e difícil
de im aginar.......... Lo que m as gust aba al duendecillo era ver com o cada
m añana, con los prim eros rayos de sol, t odas las flores de su j ardín iban
abriendo una por una sus hoj as..... Uno de aquellos días, com o m uchos ot ros,
salio a pasear a la m ont aña. Y cam inando ent re las rocas encont ró una flor: era
una flor preciosa, nunca había vist o ot ra de igual belleza. Le había caut ivado
t ant o que paso t oda la t arde m irándola. Era m aravilloso verla cuando se
cont orneaba cada vez que el vient o acariciaba sus hoj as............. Al siguient e
dia y al siguient e, y al ot ro, volvió para est ar a su lado y m irarla. Un día com o
t ant os ot ros, nuest ro duendecillo vio com o de una de sus hoj as caía una
pequeña lagrim a. No ent endía com o la flor m ás m aravillosa del m undo podía
est ar t rist e. Se acercó; a ella y le pregunt o: - " ?Por que lloras?" . - Y cont est o la
flor: " m e sient o t rist e aquí ent re las rocas, sin nadie que m e m ire salvo t u. Me
gust aría vivir en un j ardín com o el t uyo y ser una m as de ent re las flores.
Adem ás, t e concederé el deseo que m as quieras si m e llevas allí" . Fue
ent onces, cuando el pequeño duende la t om o ent re sus m anos y con t odo el
cariño del m undo la plant o en el lugar m as bonit o de su j ardín........... Una
vez cum plido el deseo, la flor le dij o al duendecillo: - " Y bien, ahora que m e
has llenado de felicidad al t raerm e aquí, ?que es lo que m as deseas en est e
m undo?" . Y el duendecillo ent onces, la m iro fij am ent e y cont est o : - " Quiero
ser flor com o t u para sent irm e por siem pre a tu lado" . Y
colorin colorado, en el país de los cuent os, el final ha llegado.
SI N QUERER SABER
SI N N OM BRE 2
29
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
- Me has dado una gran lección, ELI AHU, déj am e que t e pague con una bolsa de
m onedas est a enseñanza que hoy m e dist e - y diciendo est o, HAKI M le puso en
la m ano al viej o una bolsa de cuero.
- Te agradezco t us m onedas, am igo. Ya ves , a veces pasa est o: t u m e
pronost icabas que no llegaría a cosechar lo que sem brara. Parecía ciert o y sin
em bargo, m ira, t odavía no t erm ino de sem brar y ya coseche una bolsa de
m onedas y la grat it ud de un am igo.
- Tu sabiduría m e asom bra, anciano. Est a es la segunda gran lección que m e
das hoy y es quizás m as im port ant e que la prim era. Déj am e pues que pague
est a lección con ot ra bolsa de m onedas.
- Y a veces pasa est o - siguió el anciano y ext endió la m ano m irando las dos
bolsas de m onedas- : sem bré para no cosechar y ant es de t erm inar de sem brar
ya coseche no solo una, sino dos veces.
- Ya bast a, viej o, no sigas hablando. Si sigues enseñándom e cosas t engo m iedo
de que no m e alcance t oda m i fort una para pagart e...
CODI CI A
Cavando, para m ont ar un cerco que separara m i t erreno de el de m i vecino, m e
encont ré ent errado en m i j ardín, un viej o cofre lleno de m onedas de oro.
A m i no m e int ereso por la riqueza, m e int ereso por lo ext raño del hallazgo,
nunca he sido am bicioso y no m e im port an dem asiado los bienes m at eriales,
pero igual desent erré el cofre.
Saqué las m onedas y las lust re. Est aban t an sucias las pobres...
Mient ras las apilaba sobre m i m esa prolij am ent e, las fui cont ando...
Const it uían en si m ism as una verdadera fort una. Solo por pasar el t iem po,
em pecé a im aginar t odas las cosas que se podrían com prar con ellas.
Pensaba en lo loco que se pondría un codicioso que se t opara con sem ej ant e
t esoro. Por suert e, por suert e...no era m i caso...
Hoy vino un señor a reclam ar las m onedas, era m i vecino. Pret endía sost ener
en un m iserable que las m onedas las había ent errado su abuelo, y que por lo
t ant o le pert enecían a el.
Me dio t ant o fast idio que lo m at e...
Si no lo hubiera vist o t an desesperado por t enerlas, se las hubiera dado,
porque si hay algo que a m i no m e im port a son las cosas que se com pran con
dinero, eso si, no soport o la gent e codiciosa...
30
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
LA OLLA EM BARAZAD A
Un señor le pidió una t arde a su vecino una olla prest ada. El dueño de la olla no
era dem asiado solidario, pero se sint ió obligado a prest arla. A los cuat ro días,
la olla no había sido devuelt a, así que, con la excusa de necesit arla fue a
pedirle a su vecino que se la devolviera.
—Casualm ent e, iba para su casa a devolverla... ¡el part o fue t an difícil!
— ¿Qué part o?
— El de la olla.
— ¿Qué?!
— Ah, ¿ust ed no sabía? La olla est aba em barazada.
— ¿Em barazada?
— Sí, y esa m ism a noche t uvo fam ilia, así que debió hacer reposo pero ya est á
recuperada.
— ¿Reposo?
— Sí. Un segundo por favor –y ent rando en su casa t raj o la olla, un j arrit o y
una sart én.
— Est o no es m ío, sólo la olla.
— No, es suyo, est a es la cría de la olla. Si la olla es suya, la cría t am bién es
suya.
“ Est e est á realm ent e loco” , pensó, “ pero m ej or que le siga la corrient e” .
— Bueno, gracias.
— De nada, adiós.
— Adiós, adiós.
Y el hom bre m archó a su casa con el j arrit o, la sart én y la olla. Esa t arde, el
vecino ot ra vez le t ocó el t im bre.
—Vecino, ¿no m e prest aría el dest ornillador y la pinza? ...Ahora se sent ía m ás
obligado que ant es.
—Sí, claro.
Fue hast a adent ro y volvió con la pinza y el dest ornillador. Pasó casi una
sem ana y cuando ya planeaba ir a recuperar sus cosas, el vecino le t ocó la
puert a.
— Ay, vecino ¿ust ed sabía?
— ¿Sabía qué cosa?
— Que su dest ornillador y la pinza son parej a.
— ¡No! –dij o el ot ro con oj os desorbit ados— no sabía.
—Mire, fue un descuido m ío, por un rat it o los dej é solos, y ya la em barazó.
— ¿A la pinza?
— ¡A la pinza! ... Le t raj e la cría –y abriendo una canast it a ent regó algunos
t ornillos, t uercas y clavos que dij o había parido la pinza.
“ Tot alm ent e loco” , pensó. Pero los clavos y los t ornillos siem pre venían bien.
Pasaron dos días. El vecino pedigüeño apareció de nuevo.
31
26 cuent os para pensar
Jorge Bucay
— He not ado –le dij o— el ot ro día, cuando le t raj e la pinza, que ust ed t iene
sobre su m esa una herm osa ánfora de oro. ¿No sería t an gent il de prest árm ela
por una noche? Al dueño del ánfora le t int inearon los oj it os.
Pasó esa noche y la siguient e y el dueño del ánfora no se anim aba a golpearle
al vecino para pedírsela. Sin em bargo, a la sem ana, su ansiedad no aguant ó y
fue a reclam arle el ánfora a su vecino.
— ¿El ánfora? –dij o el vecino – Ah, ¿no se ent eró?
— ¿De qué?
— Murió en el part o.
— ¿Cóm o que m urió en el part o?
— Sí, el ánfora est aba em barazada y durant e el part o, m urió.
— Dígam e ¿ust ed se cree que soy est úpido? ¿Cóm o va a est ar em barazada un
ánfora de oro?
— Mire, vecino, si ust ed acept ó el em barazo y el part o de la olla. El casam ient o
y la cría del dest ornillador y la pinza, ¿por qué no habría de acept ar el
em barazo y la m uert e del ánfora?
Tú , pu e de s e le gir lo qu e qu ie r a s, pe r o n o pu e de s se r
in de pe n die n t e pa r a lo qu e e s m á s fá cil y a gr a da ble , y n o
se r lo e n lo qu e e s m á s cost oso. Tu cr it e r io, t u libe r t a d, t u
in de pe n de n cia y e l a u m e n t o de t u r e spon sa bilida d vie n e n
j u n t os con t u pr oce so de cr e cim ie n t o. Tú de cide s se r a du lt o o
pe r m a n e ce r pe qu e ñ o.
32