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Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra.

Formación de una elite dirigente en la Argentina

Cap. 2: La revolución en Buenos Aires-La dirección revolucionaria frente al ejército y la elite económica
urbana

• Militarización:

La revolución aumentó de inmediato el prestigio militar, acelerado por el estilo de movilización política popular
preferido por los dirigentes revolucionarios. Pocos dirigentes civiles podían rivalizar esa popularidad. Avance de
la militarización de la vida cotidiana

Tendencia a hacer del ejército el primer estamento de la sociedad. La supremacía militar alcanza corolarios
inquietantes para la elite burocrática que está disminuida en sus ingresos, prestigios y deberá sufrir ofensas de
sus rivales del ejército.

HAY UN CAMBIO EN EL EQUILIBRIO DEL GRUPO DIRIGENTE. Consenso de que el prestigio militar está por sobre
los talentos administrativos y políticos.

La adecuación del ejército se llevará adelante bajo los progresos del igualitarismo. Pero desde que se advierte
que BA debe prepararse para una guerra larga, el poder revolucionario limita el poder de las armas a una
población marginal (desde 05/1810 aprox): rigurosa leva a vagos, hombres sin ocupación, caza de marginales,
esclavos. Por razones económicas y políticas (escasez de mano de obra), no se recurrirá a la población
económicamente activa. Esto implicó un cambio en la composición de los grupos militares, antes surgidos
como un elemento voluntario ahora compuesto por vagos, malentretenidos, esclavos. Esto encierra peligros,
por lo que se llevó adelante una profesionalización del ejército . Transformación de la milicia en ejército regular:
reajuste de la disciplina, profesionalización.

PROFESIONALIZACIÓN: para alejar de los peligros del reclutamiento de soldados se sectores bajos y marginales.
Además, por impulso de la guerra. El nuevo orden requiere ejércitos, no milicias.

LA REVOLUCIÓN HA TRANSFORMADO LAS MILICIAS URBANAS. Consecuencia: el cuerpo de oficiales ya no debía


su peso a su propio liderazgo reconocido por las milicias, ahora lo ejercía por influjo propio y deja de constituir
un enlace entre la elite y los sectores más amplios movilizados.

Pasa a ser el dueño directo de los medios de coacción que tiene por finalidad mantener el poder en manos de
la elite limitando las consecuencias de la democratización a la que la revolución le debe su origen.

• Cuerpo de oficiales/ elite revolucionaria:

La profesionalización transforma al cuerpo de oficiales:

• Transforma al cuerpo de oficiales en un sector especializado,


• Hay un peligro a la progresiva separación frente al personal no militar de la revolución (peligro de una
despolitización creciente encerrado en su orgulloso aislamiento);
• Lo diferencia del resto del personal político revolucionario: varía el criterio de promoción y
reclutamiento
• La comunidad en el heroísmo no sólo da cohesión a su grupo y los separa de quienes han buscado un
destino menos exaltante.
• No es su objetivo el bienestar de las poblaciones civiles, es justo que sufran

En la guerra se destruye la riqueza pública y de las corporaciones, la trabazón jerárquica en que se había
apoyado el orden establecido. Los oficiales crean tensiones en el interior donde actúan como conquistadores:

• Tensiones con los que han dominado la economía que se ven amenazados por la guerra y por la
concurrencia mercantil extranjera
• Tensiones con quienes tienen por responsabilidad el manejo político que ven demasiado costosa la
revolución y no ven en rendir frutos esperados, e irritante con un cuerpo de oficiales que solamente ve
a la guerra como prioridad. Además, puede ser un peligroso rival político.

Peligros atenuados por:

• Espíritu de facciones de la oficialidad, divisiones internas


• La profesionalización no llevó necesariamente a la creación de un espíritu de cuerpo, porque además
de las funciones militares se esperaba que cumplan funciones políticas.

• Lealtades

La revolución destruyo la vieja identificación con corporaciones entre los burócratas de tiempos coloniales,
pero no puedo dotar de una cohesión intensa a la única institución que salió de la crisis revolucionaria
fortificada y no debilitada. Una de las razones es que la carrera militar se coronaba en una carrera policía
donde el jefe militar no actuaba como el representante de la corporación del ejercito sino como un político que
tenía por su condición de militar otros medios que sus colegas carecían. Su lealtad estaba simultáneamente
exigida en sus alianzas familiares, sociedades de logias secretas y coincidencias de acción.

La carrera de la revolución implicaba una DOBLE LEALTAD: a la revolución y a la promoción individual. La


imposibilidad de mantener una lealtad a una estructura institucional y a una revolución con imprecisión de
contenidos en relación a su lealtad, hacía que la ambición personal resalte sobre otras. Además. Había interés
en buscar su seguridad personal usando la influencia política para su enriquecimiento abandonando sus
lealtades políticas para unirse con la dominante.

La revolución ha destruido un contexto de instituciones, de creencias colectivas y de prestigios sin


reemplazar. Al complejo sistema de lealtades de la revolución no puede sino reemplazarlo otro. La
independencia es el fin de una etapa revolucionaria de la que queda una tarea incumplida: la guerra.

La dirección revolucionaria ha descubierto ya que no puede encontrar su razón de ser en un sistema de ideas,
sino en su capacidad de satisfacer apetencias e intereses del país que gobierno y al que la revolución no ha sido
capaz de rehacer según un nuevo plan coherente.

La revolución incluyo en el sector dirigente a figuras incorporadas a él en su condición de pertenecer a ciertos


sectores sociales (Alberti por eclesiástico, Larrea y Matheu por comerciantes). Esto prueba que desde el
comienzo el poder revolucionario ha sido sensible al problema de hallar canales de comunicación con el cuerpo
social.

La dirección del grupo dirigente se dividió en dos figuras: Moreno y Saavedra que lleva a que se escindan en
dos grupos opuestos. La relación de fuerzas de mayo de 1810 asegura predominio a Saavedra. Este se erosiona
lentamente:

• La revolución iba a destruir a las milicias urbanas que las iba desencadenado y su jefe era Saavedra
• La comprensión de las necesidades del movimiento revolucionario iba acercando a los jefes de la
milicia al sector opositor.
Los acorralados seguidores de Moreno se constituyen en facción cuando su jefe parte en destino diplomático a
Londres y muerte.

En el marco de la guerra ambas facciones querían asegurarse tener un ejército profesional e independizarse de
la base militante de cualquier sector social. Se clausuró definitivamente el proceso de democratización y se
mantuvo una nueva independencia frente a las exigencias de los sectores altos a quienes no puede liberar del
costo de la guerra.

Entre 1806-1810 la politización hizo avances, pero después de 1810 la situación cambia. En este clima, en vez
de haber una oposición militante hay una ciudad que toma distancia de una actividad que escondía riesgos.
Había una falta de identificación total de cualquier sector de la sociedad porteña con la dirección
revolucionaria. Esta reserva elude tanto a la adhesión calurosa como la oposición eficaz.

• Sectores altos urbanos

No resume las actitudes de los SECTORES ALTOS URBANOS frente al poder revolucionario. A través de sus dos
bases de prestigio y riqueza (comercio y alta burocracia) esos sectores dependen demasiado de la benevolencia
del nuevo poder como para que puedan permanecer del todo ajenos a él. Se iban creando nuevas solidaridades
entre los sectores altos y el poder revolucionario. Una fuente evidente es la actividad económica del estado
revolucionario era la administración virreinal y además, las disposiciones comerciales para tiempos de guerra
ofrecen oportunidades a quienes tuviesen las vinculaciones que las permitan utilizarlas. Por más amplios que
fueran esos contactos de intereses, ellos no bastaban para identificar a los sectores altos como grupo con el
elenco del grupo dirigente. Este complejo haz de intereses, cuyas coincidencias no son siempre duraderas,
crea entonces entre los titulares del poder revolucionario y los sectores económicamente influyentes
relaciones íntimas y ambiguas. No hay casi medida económica que no afecte intereses económicos y los
afectados buscarán modificarla a su provecho. Pero esas causas de aproximación o de hostilidad entre el poder
político y los intereses económicos no excluyen que la gravitación creciente del estado revolucionario en la
economía sea un dato intrínsecamente negativo de lo que podrían derivarse a lo sumo ventajas
circunstanciales, esa es una razón adicional para que los lazos surgidos de la búsqueda de ventajas no hayan
podido consolidarse en una identificación de ese entero sector de intereses con la dirección revolucionaria. Hay
un diafragman casi imperceptible y muy sólido que separa al grupo dirigente revolucionario de los sectores
altos urbanos de los que han surgido y que rehúsan a reconocer como propia la aventura de los otros.

Falta de coherencia de ese grupo, la tormeta revolucionaria ha deshecho la estructura misma de la sociedad
colonial y no ha podido reemplazarla por otra. Esa clase alta mutilada de un sector peninsular si no se
incorpora como grupo a la revilucion es, entre otras razones, porque es incapaz de actual como tal.

• Limitación progresiva del sector dotado de poder de decisión política:

Nuevo estilo de politización de la elite revolucionaria: el espíritu de facción (Club Morenista, Sociedad
Patriótica, La Logia). La constitución de estos grupos refleja, por un lado, la limitación progresiva del sector
dotado del poder de decisión política (se acorta el grupo) pasan de los milicianos a la Sociedad Patriótica y
después a la Logia y por otro, la aceptación de que su poder estaba cada vez menos limitado por la presión de
los amplios sectores sociales y los mayores peligros se encontraban dentro de ellos. El poder político ha ido
aislándose de cualquier fuerte apoyo social (con la disidencia del Litoral más la Restauración, se retorna a la
prudencia dejando de lado la osadía de la Asamblea del año XIII), la supervivencia de la revoluciones está en
atender problemas inmediatos relacionados con la conservación del poder político en manos de un
determinado grupo político: La Logia pasa a ser controlada por Alvear que tiene por objetivo conservar el
poder.
¿de quién se apoyaban para eludir el peligro implícito del aislamiento? Del Ejército. Es más, Alvear cae según
HD porque el cuerpo de oficiales al que había constituído en árbitro de su poder terminó por emitir un fallo
adverso. El problema fue que la Logia debía ser un cuerpo restringido a las mas altas jerarquías y era preciso
que ellas debían aceptar y obedecer sus órdenes, estaba la tentación del peligro permanente. La facción sólo
podía mantener su hegemonía mientras que su política fuese inequívocamente exitosa. Apenas surgen los
reveses empieza la erosión del grupo.

La caída de Alvear acelerada por la concentración del poder había sido su fuerza originaria

Conclusión: "Los legados de la revolución y la guerra y el orden político en la Argentina independiente", pp.
380-404.

1820: Los dirigentes que ejercían su dominio estaban marcados por la provisionalidad en un marco institucional
inexistente, había un carácter incompleto de la reconstrucción institucional que estaba esbozado de manera
desigual en las provincias. Las insuficiencias e incongruencias institucionales se vinculaban con una difícil
transición entre la estructura administrativa española y la de la etapa independiente (se mantienen ciertas
estructuras heredadas de la colonia como intactas)

Halperín plantea que las claves para la explicación del surgimiento de los caudillos en el Río de la Plata post-
revolucionario deben buscarse en el convulsionado proceso abierto por la Revolución de Mayo de 1810 y por la
guerra revolucionaria que le sigue, teniendo en cuenta el haz de problemas por ellas disparado, las
continuidades y rupturas con el orden colonial al que intentan suplantar y, fundamentalmente, las relaciones
existentes entre las élites económica y política. Y es aquí donde cobran relevancia factores tales como la
militarización revolucionaria, las vicisitudes del gobierno central, las transformaciones de la economía y de las
élites (con las consiguientes tensiones por ellas generadas) y la regionalización, ruralización y barbarización de
la política.

En principio, Halperín Donghi considera que existen dos períodos distintos en el surgimiento de los regímenes
caudillistas: uno es el que se da en la década del ‘10, y que se relaciona con la expansión revolucionaria; el otro
pertenece a la década del ‘20 y tiene que ver con el derrumbe del poder central revolucionario.

Sin embargo, podría afirmarse que los caudillismos de la década del ‘20 guardan una estrecha relación con
fenómenos estructurales y estructurantes que se originan en la decisiva década del ‘10.

• Militarización

Uno de los más relevantes es, sin duda, el de la militarización de las regiones que conforman el territorio
gobernado por los revolucionarios de Mayo a partir de las necesidades generadas por la coyuntura guerrera y
por las penurias financieras y organizativas del Estado central. Esta militarización, que genera una fuerte
delegación de poder por parte del gobierno central en los poderes locales, provocará efectos geopolíticos
destinados a durar que resultarán decisivos en la conformación de los liderazgos caudillistas. Es así como
empiezan a generarse, en consonancia con -y al amparo de- el poder central, poderes locales con fuertes bases
de apoyo militares de carácter rural y dotados de una gran autonomía política. Según Halperín, estos son los
cimientos sobre los que surgirán los liderazgos caudillistas.

Los procesos de militarización están, en consecuencia, estrechamente ligados al caudillismo ya que son ellos las
usinas generadoras de las bases militares sobre las que se erigen los poderes políticos de este tipo de
liderazgos. Pero esta militarización no es, sin embargo, solamente un atributo que caracteriza a la primera
década de la independencia, y tampoco se asocia exclusivamente con la lucha por defender, consolidar y
extender la revolución; en la década de 1820 existirán procesos de militarización similares pero vinculados con
la expansión y defensa de la(s) frontera(s) con los indios (el caso más relevante, por su peso político en los años
siguientes, será el del rosismo, pero Halperín también destaca su presencia en Santiago del Estero y en Santa
Fe). Como afirma Halperín, una de las consecuencias fundamentales de la militarización es la fragmentación y
la regionalización del poder que hace eclosión tras la caída del Régimen Directorial en 1820. Esta
fragmentación se explica por los problemas que debió enfrentar y resolver con escasos recursos el gobierno de
la Revolución para garantizar el orden en el territorio revolucionario, que derivaron necesariamente en una
delegación de cuotas crecientes de poder legítimo en autoridades locales que tenían su arraigo en el mundo
rural. De modo que la fragmentación del poder y los liderazgos caudillistas comienzan durante la primera
década revolucionaria y se hacen dominantes en la segunda y aparecen estrechamente relacionados entre sí y
con los problemas que enfrentó la dirigencia revolucionaria para gobernar las tierras del ex Virreinato del Río
de la Plata.

• Ruralización

En este sentido, cobra relevancia el análisis de las estructuras agrarias regionales puesto que a los fenómenos
hasta ahora analizados se agrega otro factor clave, el de la ruralización. El campo tendrá entonces un peso
decisivo en la problematización halperiniana del caudillismo, dado que para este autor una de las
transformaciones estructurales fundamentales de este período será la de la economía, con la decadencia de las
viejas estructuras comerciales coloniales y el vuelco cada vez mayor de gran parte de las regiones de la
posterior Argentina hacia la producción de productos pecuarios de exportación que generarán el decisivo
surgimiento de una clase terrateniente.

En Revolución y guerra, Halperín dará cuenta de una mayor complejidad en el mundo rural rioplatense y, sobre
todo concederá un peso mucho mayor a los factores políticos, las situaciones locales serán abordadas sobre
todo a partir de las transformaciones de las elites y de las relaciones entre lo que denomina los dueños del
poder y sus administradores en el seno del grupo dirigente. Para Halperín, la expansión ganadera comienza a
crecer de manera acelerada y a otorgar resultados altamente positivos a partir de 1816. Esto motiva que las
elites locales, antes orientadas fundamentalmente hacia las actividades comerciales vinculadas al “espacio
peruano” se vuelquen a la producción de bienes pecuarios. Pero esto se da de manera desigual en todo el
territorio: es Buenos Aires la principal beneficiaria de esta prosperidad puesto que se embarca en la expansión
de la frontera y porque se beneficia de que el Interior y, sobre todo, el Litoral han sufrido duramente los
efectos devastadores de la guerra y esto les impide aprovechar plenamente los frutos de la nueva orientación
de la economía. Para Halperín el desarrollo de la producción pecuaria y la delegación de poderes tendrán como
corolario “una transferencia de poderío económico de la ciudad al campo” (Halperín, 1994, pág. 120) que se
dará en todas las regiones pero que será especialmente visible en Buenos Aires. Ruralización de la economía y
las bases de poder. La emergencia de la campaña luego de 1820, significa una nueva base de poder para la
elite

• Barbarización del estilo político.


La crisis institucional constituirá entonces un elemento clave de la problematización halperiniana del
caudillismo y será abordada principalmente a partir de lo que este autor denomina como barbarización del
estilo político. Es un estilo nuevo que aparece no sólo entre los oficiales, sino también en las familias
distinguidas. La barbarización es un anticipo de un estilo de convivencia en el que sería erróneo ver tan sólo la
consecuencia del aumento de las tensiones facciosas.

Pero el nudo central de este fenómeno no debe buscarse, según Halperín, en el momento en que la crisis
política se hace más acuciante -esto es, en 1820 con la fragmentación del poder tras la caída del Directorio-
sino en las transformaciones estructurales que hemos analizado en los puntos anteriores -sobre todo en la
militarización y en la delegación de poderes- y que, como vimos, hunden sus raíces en la década de 1810. Así es
como militarización, ruralización, crisis institucional y regionalización están estrechamente ligadas entre sí (y
con otro elemento clave que analizaremos a continuación que es el de la dinámica de las elites locales) como
corolarios de la revolución, la guerra y la mutación de la estructura económica y constituyen el terreno fértil en
el que puede nacer, crecer y afirmarse el caudillismo.

El comienzo de la crisis institucional se halla entonces en la primera década revolucionaria y tiene su origen en
las dificultades del gobierno central para constituir un aparato estatal burocrático-militar unificado capaz de
garantizar un orden uniforme y centralizado en todo el territorio sobre el que se ha impuesto la revolución.
Estas dificultades, que redundan en la delegación de cuotas crecientes de poder a líderes locales capaces de
asegurar (con recursos propios y con legitimidades propias y también ajenas) ese anhelado orden, son las que
comienzan a socavar las endebles bases de sustentación sobre las que se asienta ese edificio institucional que
terminará de caer en 1820. Halperín sostiene que los caudillos empiezan a surgir a la sombra y en estrecha
relación con el gobierno revolucionario y no -por lo menos en la mayoría de los casos- en oposición a él. Es por
ello que cuando éste cae, aquellos pueden erigirse en los depositarios legítimos de ese poder que detentaba. Y
así como el origen de los caudillos está estrechamente emparentado con los vaivenes del aparato institucional,
la dispar trayectoria de estos nuevos liderazgos también tendrá nexos que la ligarán -de maneras diversas en
los distintos casos- con las instituciones, ahora provinciales, sobrevivientes. Pero el peso de la política no estará
en las instituciones sino en los liderazgos caudillistas -rurales, militares y políticamente barbarizados- dado que
las estructuras institucionales provinciales no serán las depositarias del poder real a partir de 1820. Es aquí, en
el reemplazo de una política que hacía pie en las instituciones por otra basada fundamentalmente en la fuerza
que el poder militar y rural confiere, en donde reside la barbarización de la política. Halperín sostiene que las
instituciones no desaparecen, pero esto no implica que sean el centro de la dinámica política, sino que pasan a
ocupar un lugar subordinado. El poder real estará en los caudillos y en las elites locales (y esto tiene que ver, a
su vez, con otro fenómeno clave de la dinámica post-revolucionaria que analizaremos a continuación: el de la
separación entre los dueños y los administradores del poder). Esta supervivencia de las instituciones
provinciales no es óbice, sin embargo, para afirmar que el surgimiento de los liderazgos caudillistas está
estrechamente ligado al derrumbe institucional en el territorio de lo que posteriormente será la Argentina.

• Dueños del poder y administradores

En lo que respecta a la cuestión de las elites locales debemos tener presente el punto nodal insistentemente
subrayado por Halperín, aquel que hace a la caracterización general de las elites en las tierras del ex Virreinato
del Río de la Plata: este elemento decisivo es la progresiva separación entre los dueños del poder y sus
administradores (potenciado por las importantes cuotas de autonomía de los segundos con respecto a los
primeros). Las elites locales ocuparán, en el análisis de Halperín, un lugar decisivo, puesto que, tras la caída
del poder central en 1820, serán las provincias las que pasarán a un primer plano en la órbita rioplatense y
dentro de éstas el poder estará en manos de las distintas facciones de esas elites.

Para Halperín. En definitiva, la dinámica de las elites locales, signada por las transformaciones
estructurales de la economía (decadencia y mutación de la antigua estructura mercantil colonial orientada
hacia el “espacio peruano” y nueva orientación basada en la producción pecuaria dirigida hacia los centros
exportadores del Atlántico -Buenos Aires- y el Pacífico -Chile-) y la progresiva y ubicua separación entre elites
económicas y políticas es un elemento decisivo que puede agregarse como factor relevante a los puntos
destacados en el artículo del ‘65.

Es preciso destacar, en este sentido, que Halperín señala que la barbarización del estilo político y la ruralización
del poder traen aparejado un recrudecimiento de los conflictos al interior de las elites locales que, en rigor,
existían desde el período colonial y se habían manifestado también en los primeros años de la Revolución de
Mayo (hay divisiones al interior de la elite). Debilidad con la que han quedado las elites post 1820 y la
hegemonía de un sector antes secundario nacidas del doble proceso de ruralización y militarización

Estos conflictos tendrán distintos matices de acuerdo con las distintas situaciones provinciales: según Halperín
Donghi serán menores en Buenos Aires que en el resto de las provincias. Halperín marca que estas oposiciones
no son absolutas, las relaciones entre dueños y administradores del poder son muchas veces de colaboración,
dado que existen estrechos lazos que ligan a ambos de manera recíproca: ya sea en el plano de las relaciones
familiares, ya sea por el hecho de tener una común pertenencia a lo que denomina “el grupo dirigente”.
Relacionar con el artículo de Bragoni-Míguez Unidad 1

Administradores: puros profesionales y tareas administrativas (colaboradores ineludibles del poder político)

Dueños: poder local y militar (caudillos)

• Nuevo Orden

El nuevo orden debe temer sus propias debilidades. Surgido de una delegación progresiva de funciones
ejecutivas locales, llevadas adelante en un contexto fuertemente militarizado, ese nuevo orden suple mal la
ausencia del poder central. Los nuevos dueños del poder no tienen a menudo recursos (ni ambición) necesaria
para reemplazar al desaparecido poder central. Hay un ascenso de nuevos políticos rurales o ruralizados como
custodios del orden interno y es precisamente su capacidad para desempeñar esta función la clave de su
ascenso durante la primera década revolucionaria. Esta tarea la han desempeñado en el marco de una
estructura de poder estatal que se las ha delegado porque de este modo los costos derivados de ella eran
menores.

Recibieron en delegación del poder central, la tarea de imponer el orden. La indigencia del poder político, junto
con la relativa riqueza de más de uno de los nuevos dueños del poder real, se tiende a crear un vínculo de
dependencia financiera que viene a sumarse al político-militar. Entre el dueño del poder real y el escuálido
aparato estatal, surgen complejas relaciones.

La ruina del aparato político erigido durante la década revolucionaria no afecta tan sólo al poder central. Por
debajo del laxo marco institucional, el orden depende del inestable equilibrio entre la fuerza de esos dueños
del poder real, cuyas zonas de influencia no se extiende en ningún caso más allá de los límites de la provincia.
La inestabilidad es tal que alarma a los mismos beneficiarios: la búsqueda de elementos de cohesión que
reemplacen los desaparecidos con el derrumbe del poder central serán tenaz pero vana.

• Búsqueda de una nueva cohesión

Los elementos de cohesión indudablemente no faltan: solidaridad familiar, patrimonio de tierras, riqueza e
influencia que puede ser conservado mientras la familia mantenga su coherencia. Sin embargo, estas
constelaciones familiares están lejos de ser estables y son afectadas por el nuevo equilibrio.

La disolución del poder central en 1820 devuelve un inmenso poder a las grandes familias que han sabido
atravesar la tormenta revolucionaria salvando el patrimonio de tierras y clientes acumulado en tiempos
coloniales. Sin embargo, la delegación de funciones ha hecho surgir dirigentes locales más poderosos que
ahora destacan de esa unidad que es la familia. Patrimonio y poderío familiar son ahora un capital que su jefe
arriesga continuamente y las oscilaciones de fortuna son inmensas.

En suma, pese a la decadencia de poderes más amplios, el poderío de las familias seguirá siendo variable.
Solamente en regiones con fuerte predominio rural, con grandes propiedades consolidadas desde antiguo y
escasamente afectadas por la crisis revolucionaria puede ese poderío seguir siendo determinante. Pero la falta
de un avance significativo de algunas familias, acentúa la inestabilidad de las soluciones políticas.

La parcial y relativa decadencia del poderío de algunas familias, los surgimientos de dirigentes regionales están
lejos de perjudicar las posibilidades de establecer alguna cohesión entre los distintos poderes regionales:
comienza a tejerse una red de relaciones personales entre los personajes políticamente influyentes. Esta red
hecha de coincidencia de intereses y de afinidades privadas, tenga a veces como consecuencia política la
ruptura y no la consolidación del sistema de equilibrio entre los distintos poderes regionales.

La complejidad e inestabilidad del equilibrio surgido del derrumbe de 1820 hace que aun las tentativas de
consolidarlo sobre la base de lazos estables entre los distintos poderes regionales tengan resultados frágiles.
Dentro de ese equilibrio, la estabilidad es imposible.

La opción que lleva al orden fue la creación de una provincia hegemónica con fuerza para afirmar su
superioridad y vencer resistencias en caso de ser necesario. Es la solución preparada en 1820 pero que madura
con Rosas.

Notas

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