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Días de furia

Relatos de mujeres periodistas


de su cobertura en el conflicto
poselectorales de Bolivia en 2019
Karen Gil y Susana López
(Coordinadoras)

Días de furia
Relatos de mujeres periodistas
de su cobertura en los conflictos
poselectorales de Bolivia en 2019
© 2020 Konrad Adenauer Stiftung e.V.

Presentación Autoras
Dr. Georg Dufner Liliana Aguirre
Representante en Bolivia Merlina Anunnaki
Fundación Konrad Adenauer (kas) Daniela Romero Linares
María José Mollinedo Landa
Iván Velásquez Castellanos Ph.D. Susana López
Coordinador Juany Reyes
Fundación Konrad Adenauer (kas) Miriam Telma Jemio
Karen Gil
Prólogo Nayma Enriquez
Prof. Amparo Canedo Guzmán Alejandra Olguin
Wara Vargas
Coordinadoras
Karen Gil y Susana López

Edición y cuidado editorial


Karen Gil / Escriteca

Foto de portada
Periodistas de distintos medios huyen de la
gasificación de las fuerzas combinadas de la
policía y militares en el puente de Huayllani el
15 de noviembre de 2019. DISTRIBUCIÓN GRATUITA
Crédito: Dico Solís, Opinión

Fotos de autoras Fundación Konrad Adenauer (kas), Oficina


China Martínez y Dico Solís Bolivia
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4-1-1238-20 textos que se publican a continuación son de
exclusiva responsabilidad de las autoras y no
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978-99954-1-993-6 editores o de la Fundación Konrad Adenauer
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e-mail: plural@plural.bo / www.plural.bo
Agradecimientos

Nosotras, las coordinadoras de este libro, queremos dar las gracias:


A las autoras de los textos que conforman esta publicación, quienes se sumaron
a este proyecto y brindaron sus valientes testimonios sobre las agresiones de todo
tipo que sufrieron durante la cobertura periodística del conflicto poselectoral de
2019. Sin su dedicación y compromiso en la construcción colectiva de este escrito,
nada de esto hubiera sido posible.
A la Fundación Konrad Adenauer Bolivia, por apoyar financieramente este
trabajo, pues ello facilitó la publicación de este libro.
A Iván Velasquez, quien nos brindó su ayuda incondicional durante la ela-
boración de esta obra.
A Escriteca: Ninón Michel, Coral Mattos y Ana Peñaranda, por su trabajo de
corrección. A Dico Solis y al diario Opinión, por las fotografías de portada y las
de los capítulos 4 y 8. A las fotógrafas China Martinez, Claudia Morales y Wara
Vargas, por las imágenes que ilustran los acontecimientos narrados en este libro.
A La Paz bus, por la fotografía del capítulo 6.
Finalmente, expresamos un agradecimiento muy especial a nuestras familias,
que con paciencia y cariño nos dieron ánimo a lo largo del proceso de construc-
ción de esta obra.
Índice

Presentación................................................................................................. 9

Prólogo......................................................................................................... 11

Introducción ................................................................................................ 15

línea de tiempo
35 días de conflicto poselectoral.................................................................. 21
Cronología de las agresiones a mujeres periodistas.............................. 33

capítulo 1
Levantamiento ciudadano, violencia y amenazas contra la prensa
Daniela Romero Linares.................................................................................. 39

capítulo 2
Amenazas de quema y cacerolazos
María José Mollinedo...................................................................................... 53

capítulo 3
Cabildo, dinamitas y Halloween
Susana López.................................................................................................. 63

[7]
8 días de furia: relatos de mujeres periodistas

capítulo 4
Motín policial en Cochabamba
Juany Reyes.................................................................................................... 75

capítulo 5
Policías bajo el amparo juvenil y el embate a periodistas
Miriam Telma Jemio...................................................................................... 87

capítulo 6
La noche de furia y la ira contra las periodistas
Karen Gil....................................................................................................... 99

capítulo 7
Las quemas a la Policía de El Alto y el temor a grabar
Nayma Enriquez............................................................................................ 111

capítulo 8
Las muertes en Huayllani y reportear entre balas
Alejandra Olguin............................................................................................ 121

capítulo 9
Senkata y la dura cobertura periodística
Nayma Enriquez ........................................................................................... 133

El día después o ¿cómo se puede fotografiar la muerte?


Wara Vargas................................................................................................... 141
Presentación

La libertad de expresión es un pilar fundamental del trabajo que desarrolla la Fun-


dación Konrad Adenauer (kas) en Bolivia. La libertad de expresión es un derecho
y defenderlo fortalece la democracia y nos hace un país libre. Es muy importante
defender los principios fundamentales de la libertad de expresión, de los ciuda-
danos y de las instituciones para ejercer de manera directa la democracia plena y
la vigencia total de los derechos de los bolivianos. Sin embargo, este periodo en
especial está marcado por la emergencia sanitaria de la pandemia provocada por
el Covid-19 y la crisis política que nos tocó vivir a lo largo del 2020, situaciones
complicadas que hacen complejo el trabajo periodístico.
La Organización Internacional Reporteros sin Fronteras en su informe
anual sobre la libertad de prensa en el mundo menciona que: “La pandemia del
Covid-19 resalta y amplifica las múltiples crisis que amenazan al derecho a una
información libre, independiente, plural y fidedigna”. Sin duda, este escenario
se amplifica al sumar la crisis económica que ha provocado el aislamiento y la
inactividad de todos los sectores de la sociedad. El ranking mundial de la Libertad
de Prensa 2020, ubica a Bolivia en el puesto 114, de 180 países, dicha posición
está determinada por lo acontecido en los últimos 12 meses, y es evidente que las
condiciones actuales del trabajo periodístico no son las mismas antes y después
de la dimisión de Juan Evo Morales Ayma.
En Bolivia, se suma a lo anteriormente mencionado, la crisis social y política
provocada por los 35 días de problemas poselectorales que se vivieron en el país
entre el 20 de octubre y el 24 de noviembre de 2019. Mujeres periodistas que
trabajan en La Paz, Santa Cruz y Cochabamba retratan y nos cuentan lo sucedido

[9]
10 días de furia: relatos de mujeres periodistas

más con sombras que con luces, sus relatos nos dibujan momentos de agresión,
de violencia y conflictividad y esta publicación trata de ello.
La Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia (anp), identificó hasta el
19 de noviembre de 2019 la agresión a 76 periodistas, entre mujeres y hombres,
además de ataques a las instalaciones de 14 medios. Según las investigadoras de
este proyecto, estas cifras exponen tan solo los casos denunciados y no la totali-
dad. Karen Gil y Susana López, Coordinadoras de esta publicación afirman que
muchas reporteras y reporteros prefirieron callar, ya sea por cuidar su integridad
o porque su atención se centró en la cobertura, o por no involucrar a los medios
de comunicación en los que trabajaban, entre otros motivos.
Gil y López describen que las amenazas, insultos, golpes o restricciones para
hacer la cobertura fueron algunas de las formas de agresión que limitaron el trabajo
de las y los reporteros, que en muchos casos se vieron obligados a dejar de cubrir
ciertos hechos. En el caso de las mujeres periodistas, las agresiones verbales contra
ellas, a diferencia de las dirigidas a sus colegas varones, apuntaban a su condición
de mujer con insultos que mellaban su dignidad; es decir, también fueron víctimas
de la violencia machista y de eso trata esta publicación de mostrar los hechos y
de cómo se sucedieron.
Finalmente, queremos agradecer a las coordinadoras de la publicación Karen
Gil y Susana López, por el trabajo realizado, a la Profesora Amparo Canedo Guz-
mán por sus comentarios sobre esta publicación y a cada una de las co-autoras que
forman parte de este libro por su valentía y por la forma de exponer los hechos
sucedidos. Guardamos la esperanza que el analizar con detenimiento lo sucedido
servirá como lección para construir un futuro mejor para los bolivianos, cons-
cientes que la paz, el dialogo, la tolerancia y el uso pleno de las libertades son la
base de una sociedad igualitaria.

Nuestra Señora de La Paz, octubre del 2020

Dr. Georg Dufner Iván Velásquez Castellanos Ph.D.


Representante en Bolivia Coordinador
Fundación Konrad Adenauer Fundación Konrad Adenauer
Prólogo

Frente a nuestros ojos se levanta un cuadro. Allá están retazos de los 35 días de
furia poselectoral que vivió Bolivia cuando fue empujada hacia el abismo entre el
20 de octubre y el 24 de noviembre de 2019. Periodistas mujeres que trabajan en
La Paz, Santa Cruz y Cochabamba pintan en él –con letras negras– momentos
de agresión propios y ajenos.
Si te acercas un poco más a este cuadro, titulado Días de Furia, podrás tocar
el polvo que mordieron sus zapatos durante la cobertura, y si agudizas tu olfato,
aun podrás oler su miedo. Pero si luego te alejas unos centímetros para ver cada
escena, te darás cuenta de que esas nueve periodistas están hoy frente a ti de pie
para contarte su historia. Y no es que hayan olvidado los insultos. Los llevan
como abrojos colados en la piel porque recibieron doble agresión, una por ser
periodistas y otra por ser mujeres.
A partir de una línea de tiempo trazada por la reportera Liliana Aguirre
Flores y la hábil mano de la ilustradora Merlina Anunnaki, las periodistas toman
la palabra para apoderarse de ella y nos llevan de la mano por los lugares donde
nació su miedo fruto de la violencia, y en un acto de valentía nos muestran hoy el
rostro de sus agresores. Ellas son Daniela Romero Linares, María José Mollinedo
Landa, Susana López, Juany Reyes Puma, Miriam Telma Jemio Flores, Karen Gil,
Nayma Enríquez Torrez, Alejandra Olguin Solis y Wara Vargas Lara.
Ellas son las periodistas que, bajo la coordinación de Karen Gil y Susana
López, atraparon sus temores en esos momentos oscuros que les tocó vivir para
transformarlos, mediante un ritual de catarsis, en letras que alimenten cada his-
toria de Días de Furia.

[11]
12 días de furia: relatos de mujeres periodistas

No tengo la menor duda de que esta obra quedará en la historia del perio-
dismo en Bolivia como un aporte, porque abre interrogantes sobre el presente y
futuro del periodismo en este país. Y, de algún modo, representa la síntesis de las
agresiones que 76 periodistas de 14 medios sufrieron entre octubre y noviembre
del año pasado.
Y no es que en las historias se hable solo de periodistas, no. Existen pedazos
que atañen a policías, militares, “pititas”, afines al mas… Y algunos también
tienen que ver con temáticas como el papel de las nuevas tecnologías durante el
conflicto, el rol macabro del rumor y la discriminación…
Hay para todos los tipos de análisis, desde sociológicos, psicológicos hasta
políticos. Nosotras tomamos los lentes del periodismo.

¿Qué percepción tiene la ciudadanía sobre el trabajo de quienes somos


periodistas en Bolivia?

“¡Prensa vendida!” Esas fueron las dos palabras comunes que llegaron a oídos de
quienes relatan sus historias en este libro. Y no vinieron solas: “puta…”, “perra
de Evo…” y “masiburra…” fueron algunos de los insultos escuchados.
Ingenuas quienes pensamos en algún momento que habíamos avanzado lo
suficiente desde el periodismo para ser reconocidas como iguales a los hombres.
Aún queda camino por andar… ¡Estamos de pie! ¡Ahí vamos…!

¿En qué momento quienes somos periodistas pasamos de la mal llamada


“objetividad” a la actividad político-partidaria con la que ahora se nos
identifica?

En los últimos 14 años vivimos en un país donde todo era blanco o negro. Esta-
ban los medios de información ‘buenos’ que, según el discurso político del MAS,
apoyaban el cambio y los del “eje del mal” o “cartel de la mentira”, que tenían
una cadena que llegaba hasta el ‘imperio’. En realidad, eran los que no se dejaron
domesticar, en muchos casos.
Pero el buen periodismo solo podría ponerse en uno de los extremos si tuviera
que defender la democracia. De lo contrario, tendría que tratar de ubicarse en
el centro para poder escuchar con equilibrio a todas las partes en conflicto. La
credibilidad conquistada con transparencia así lo exige.
Por eso, lo que hoy está en juego de cara al presente y futuro del periodismo
es su credibilidad. No es detalle menor porque hasta el cansancio se ha dicho que
de la credibilidad, la calidad de los contenidos y el cambio de modelo de negocios
dependerá la sobrevivencia de los medios de información tanto en Bolivia como
también en otros países.
prólogo 13

¿Qué tipo de puentes construyen los medios con sus potenciales públicos?

Por el momento, los pocos puentes que existían entre los medios y la población
no lucen muy bien. Quienes somos periodistas hablamos durante años a nombre
de una población que nunca llegamos a conocer en sus esquinas más recónditas,
allá donde faltan maestros, médicos y jueces.
Por ello, tender puentes que nos ayuden a llegar hasta los ciudadanos es una
tarea pendiente de los medios de comunicación en Bolivia.

¿Qué esperan las fuentes de información de quienes somos periodistas?

Otro de los aportes valiosos de Días de Furia es presentar el tipo de relación tejida
entre las fuentes de información y quienes somos periodistas. Se comprueba una
vez más que los altos jefes policiales y militares no han cambiado mucho, siguen
mintiendo y son, además, cínicos.
Los uniformados se sintieron manoseados por las decisiones de sus jefes cla-
ramente a favor del mas. El malestar que generaron, sobre todo en filas del verde
olivo, fue uno de los fósforos que encendió la mecha de los motines policiales.
Hasta el final, el comandante de la Policía, Vladimir Yuri Calderón, negó a
los medios cuán cercano era a Morales. Pero sus propios actos y órdenes lo ven-
dieron. Se lo vio el 7 de noviembre en fotografías festejando el cumpleaños del
entonces Presidente de Bolivia.
¿Pero qué pasó en el Comando de las Fuerzas Armadas para que al final Wi-
lliams Kaliman, conocido por ser un ‘soldado del proceso de cambio’ y fiel amigo
de Evo, le diera la espalda a este? Les dejo con la duda para que lean Días de Furia.
Además de ese tipo de fuentes que pervive en la historia de Bolivia con pro-
fundas huellas patriarcales, también están los que eligen quién puede grabar sus
declaraciones o conferencias de prensa, olvidándose de que en Bolivia existe no
solo la libertad de expresión, sino también de información y de prensa.
Por ejemplo, el viernes 8 de noviembre, quienes quisieron recoger la versión de
los policías amotinados en la utop de Cochabamba debieron mostrar su credencial
e indicar de qué medio provenían porque reporteros de por lo menos tres medios
tenían prohibido el ingreso, y para controlar que así sea estaban allá los integrantes de
la Resistencia Juvenil Cochala. Y este tipo de ‘prohibiciones’ se repitió prácticamente
en todo el país, y de ello también dan cuenta las historias que contiene esta obra.

¿Cuál es el rol que los periodistas tendremos de cara al futuro en Bolivia?

No podemos seguir pensando que estamos para informar por informar, ya no es


suficiente. Bolivia nos necesita porque está fracturada, herida, dividida… Pero
14 días de furia: relatos de mujeres periodistas

no podemos servir a los derechos humanos, la paz y la justicia de su ciudadanía


si miramos a otro lado, si nos codeamos con el poder, si no dialogamos, si no
recuperamos la credibilidad y actuamos a diario con transparencia.
Hoy tenemos que ocultarle a la gente en las calles que somos periodistas y
esconder el logo del medio para el que trabajamos. Eso se cuenta en Días de Fu-
ria. El haber llegado a ese punto para no ser agredidos nos habla de la imperiosa
necesidad de recuperar la credibilidad y construir puentes hacia la ciudadanía,
pero a partir de su propia voz, no solo de la nuestra.
Nuestro primer y último deber es informar parándonos con los pies y la voz
muy firmes sobre la plataforma de los derechos humanos para, desde ahí, servir
vigilando, educando y empujando diálogos que le permitan sanar un día a este
país que tanto nos duele.
Por eso, esta obra que un grupo de periodistas nos regala ahora como tes-
timonio de su valentía debe servirnos como un recordatorio vivo en la piel de
todo aquello que resta por cambiar en este país, donde aún campean la falta de
respeto por el otro u otra, la intolerancia, la discriminación y la desigualdad entre
hombres y mujeres.
Y las actuales y futuras generaciones de periodistas debieran leer Días de
Furia para mirarse luego al espejo y ver en qué aún se debe cambiar si queremos
sobrevivir exhibiendo con orgullo el nombre del medio para el que trabajamos.
Amiga y amigo lector, mientras recorres este cuadro en forma de libro, te
invito a imaginar de qué manera quienes vivimos en esta tierra podríamos liberar,
uno a uno, a todos los pájaros del miedo que nos habitan. Es un desafío…

Amparo Canedo Guzmán


Introducción

Los conflictos políticos y sociales que se vivieron en Bolivia entre octubre y no-
viembre de 2019, después de las elecciones generales, significaron un viraje en
la historia del país. Los 35 días de protestas, miedo, rabia y luto dejaron heridas
en el conjunto de la sociedad boliviana que tardarán mucho tiempo en sanarse.
Fueron días en los que reinó la incertidumbre y la intolerancia. La polari-
zación discursiva, que los políticos se encargaron de establecer meses previos, se
sintió en las calles del país, lo que permitió que primara una lógica de blanco o
negro, bueno o malo.
Así se establecieron, por un lado, grupos autodenominados “defensores de
la democracia” o “pititas” y, del otro, los convocados progubernamentales que
defendían el “proceso de cambio” del entonces presidente Evo Morales. Ambos
tuvieron una marcada participación en los hechos de violencia que vivió el país.
Ese escenario produjo pulsetas, enfrentamientos e intervenciones militares y
policiales que causaron 35 muertes, 833 personas heridas y más de 1.500 detenidas,
según datos de la Defensoría del Pueblo de Bolivia.
En este contexto, el periodismo boliviano afrontó varios obstáculos para
informar, narrar e interpretar los hechos. Como nunca, las y los periodistas nos
encontramos en medio del rechazo de dos bandos: los que cuestionaban al entonces
presidente Evo Morales (mas) y los que lo respaldaban. Además, fuimos blanco
de amenazas y agresiones físicas por parte de autoridades de la fuerza del orden,
principalmente de los policías.
Sin duda, la actuación de algunos integrantes de los sectores sociales es un
cuestionamiento al trabajo periodístico y a los medios de comunicación, y por

[15]
16 días de furia: relatos de mujeres periodistas

ello es apremiante reflexionar y preguntarnos sobre el rol que tenemos las y los
trabajadores de la prensa. Estos hechos evidencian que una parte de los sectores
sociales demandan otro tipo de cobertura periodística, quizás más equilibrada,
más profunda.
Pero los cuestionamientos agresivos también exponen la intolerancia de
ciertos­grupos con fines políticos que quieren ver solo un lado de la moneda, y al
no obtener lo que quieren recurren a la violencia en contra de las y los periodistas
de calle, principalmente.
Así lo demuestran los datos de la Asociación Nacional de la Prensa de Bo-
livia (anp), que hasta el 19 de noviembre de 2019 dan cuenta de la agresión a
76 periodistas, entre mujeres y hombres, además de ataques a las instalaciones
de 14 medios. Pero estas cifras exponen tan solo los casos denunciados y no la
totalidad. Muchas reporteras y reporteros prefirieron callar, ya sea por cuidar su
integridad o porque su atención se centró en la cobertura, o por no involucrar
a los medios de comunicación en los que trabajaban, entre otros motivos.
Amenazas, insultos, golpes o restricciones para hacer la cobertura fueron
algunas de las formas de agresión que limitaron el trabajo de las y los reporteros,
que en muchos casos se vieron obligados a dejar de cubrir ciertos hechos.
En el caso de las periodistas, las agresiones verbales contra nosotras, a dife-
rencia de las dirigidas a los colegas varones, apuntaban a nuestra condición de
mujer con insultos que mellaban la dignidad; es decir, también fuimos víctimas
de la violencia machista.
Todo ello provocó sentimientos de impotencia, rabia y dolor que nos
acompañaron todos esos días de convulsión, lo que nos causó problemas de
estrés después de cada jornada entre gasificaciones de la Policía y agresiones
de grupos radicales.
A partir de estos antecedentes, colegas de La Paz, El Alto y Cochabamba nos
reunimos a principios de 2020 para armar este proyecto porque vimos necesario
recuperar y recolectar las experiencias de las periodistas durante la cobertura de
los conflictos de octubre y noviembre de 2019.
Consideramos que era necesario hablar y analizar la situación desde distintas
miradas, por eso invitamos a relatar su experiencia a reporteras de televisión,
radio, prensa y medios digitales.
De ese modo, este trabajo es el resultado de una catarsis colectiva para
resignificar los días de furia que vivió el país, con énfasis en las situaciones de
peligro a las que las mujeres periodistas estamos expuestas en el ejercicio de
nuestra profesión.
Estos relatos muestran el compromiso con la labor periodística, pero también
abordan el lado humano y las situaciones de riesgo que enfrentamos día a día
como reporteras en una sociedad abigarrada y con altos índices de misoginia.
introducción 17

Es así que nosotras y las autoras de los relatos decidimos reunirnos en varias
sesiones de sábados por la tarde para encontrar y aprender colectivamente el
modo de narrar lo sucedido.
Los relatos de este libro abordan dos dimensiones: una hace referencia a las
agresiones que sufrieron las periodistas y la otra refleja los momentos precisos
de la convulsión social.
De ese modo, cada autora presenta los hechos desde su perspectiva; además,
esta obra rescata muchos acontecimientos que no se conocieron a detalle en medio
del caos y de la desinformación que reinaron en aquellos días.
Los diversos puntos de vista nos permitirán presentar ampliamente los acon-
tecimientos de un conflicto demasiado complejo, y de esa forma evitaremos una
mirada maniquea. Por lo tanto, este trabajo en conjunto ofrece un recuento de
los hechos en distintos escenarios y momentos.

De los capítulos

A fin de que las y los lectores reconozcan claramente las dos dimensiones pre-
sentes en cada relato, decidimos dividir el libro en nueve momentos o episodios
que determinaron el desarrollo de los hechos durante los conflictos de octubre
y noviembre de 2019.
Cada texto muestra un pedazo de los hechos y varios de los relatos se entre-
lazan, lo que permite que se complementen. De esta manera, las y los que lean
este libro descubrirán o reconocerán poco a poco los factores que intervinieron
en el conflicto.
Además, las nueve periodistas no se limitan a hablar solo de su experiencia,
sino que también incluyen las agresiones contra otras colegas. Todo esto amplía
el contexto y ayuda a entender lo sucedido en aquel periodo conflictivo.
Previo a los relatos, y para que las y los lectores se sitúen en esos días de
convulsión social que se vivió en Bolivia, abrimos el libro con una línea de tiem-
po que fue trabajada por la periodista Liliana Aguirre y la ilustradora Merlina
Anunnaki. En este apartado se reflejan los hitos más relevantes de este conflicto
político-social.
El primer capítulo fue escrito por Daniela Romero, quien se encarga de
contar cómo surgieron las protestas después de las elecciones nacionales y da un
pantallazo de los diversos momentos, los cuales se irán detallando en el resto del
libro. Además, la reportera revela que fue víctima de intimidación por parte de
altas autoridades de la Policía Boliviana.
Le sigue María José Mollinedo, quien relata los cacerolazos en la ciudad de
La Paz, una medida que dio inicio a las protestas que convulsionaron el país. En
18 días de furia: relatos de mujeres periodistas

este segundo capítulo, la periodista describe cómo se sintió ante las agresiones
de un grupo de jóvenes que protestaban en inmediaciones de la residencia presi-
dencial de San Jorge, quienes en un determinado momento la amenazaron con
quemarla viva.
Susana López es la autora del tercer capítulo, que se centra en el cambio de
demandas de los sectores movilizados: de segunda vuelta electoral al pedido de
renuncia de Evo Morales. Asimismo, López cuenta cómo fue hostigada y agredida
por grupos de choque la noche del 31 de octubre de 2019.
El cuarto capítulo nos traslada al inicio del motín policial en la ciudad de
Cochabamba. Juany Reyes reseña cómo el grupo denominado Resistencia Juvenil
Cochala llega a convertirse en uno de los articuladores de la violencia hacia la prensa.
A raíz del motín policial, las calles de varias ciudades del país se convirtieron
en escenarios inhóspitos para la población, que se sumió en la incertidumbre y
el temor ante la ausencia de un poder político que pueda dirigir el país. De este
episodio habla Miriam Jemio en el quinto capítulo. La autora, además, revive
momentos de alta tensión cuando grupos antigubernamentales la agredieron
física y verbalmente.
El sexto capítulo se enfoca en los hechos que siguieron a la renuncia de Evo
Morales y Álvaro García. Para ello, Karen Gil relata la noche de furia colectiva.
Aquel día, la vida de las periodistas nuevamente estuvo en el umbral de la muerte;
una muestra fue la quema de la casa de la presentadora de televisión Casimira
Lema.
En el apartado siete se describe la quema de las instituciones policiales en la
ciudad de El Alto, como acto de repudio a la salida de Morales. Nayma Enríquez,
periodista alteña, cuenta lo peligroso que fue cubrir aquellos hechos violentos y
describe cómo el trabajo periodístico fue repudiado al punto de rechazarse por
completo la presencia de los medios nacionales en las calles de esa urbe.
El capítulo ocho narra los sucesos que tuvieron como desenlace el deceso
de varias personas en Sacaba, Cochabamba, que fue uno de los episodios más
dolorosos del conflicto. Alejandra Olguín describe los enfrentamientos entre
cocaleros y militares en el puente Huayllani, un hecho que causó nueve muertes.
La vulneración del derecho a la vida de todos los actores puso en evidencia, una
vez más, el peligro de la cobertura periodística en medio de las balas.
Finalmente, el capítulo nueve aborda el conflicto en Senkata, El Alto, otro
episodio de dolor y luto que, al igual que el de Sacaba, sigue impune. Este es uno
de los momentos de los que poco se sabe debido a que muchos periodistas no
pudieron cubrir el hecho. Por ello, Nayma Enriquez y la fotoperiodista Wara
Vargas intentan entender este suceso desde sus experiencias.
Enriquez aporta elementos desde su mirada previa de lo sucedido en Senkata y
Vargas cuenta lo que vivió el día después, luego de sortear un sinfín de obstáculos
introducción 19

para llegar al lugar donde los vecinos habían reunido a los muertos. Además, este
capítulo incluye el valioso testimonio de la reportera de la radio Atipiri, Lidia
Calle, quien fue una de las pocas periodistas que estuvo en el momento en que
cayeron los heridos.
Con estos capítulos pretendemos presentar algunos de los hechos que desen-
cadenaron una ola de violencia desmedida en el país. Somos conscientes de que
hacen falta otros relatos colectivos que agreguen más elementos para entender
este episodio de la historia boliviana.
Este es un aporte periodístico que quiere dar pie a una profunda reflexión
sobre los hechos sociales y políticos que convulsionaron el país después del proceso
electoral de octubre de 2019.

Karen Gil y Susana López


Coordinadoras
liliana aguirre

Liliana Aguirre es periodista boliviana con más de


10 años de experiencia. Es parte de la comunidad
Connectas, plataforma periodística para las Améri-
cas. Es coautora del libro Sin nosotras se acaba la fiesta,
crónicas de América Latina con perspectiva de género.
Es máster en Filología Hispánica, con mención en
periodismo de viajes del Consejo de Investigación
Científica en Madrid, España (2011). Fue becaria de
la Fundación Carolina.
Actualmente trabaja en el matutino La Razón,
donde es redactora del área de economía y de la
revista Escape.

merlina anunnaki (ilustradora)

Pamela Mercado (Merlina Anunnaki) es una ilus-


tradora chuquisaqueña con estudios en la Academia
Nacional de Bellas Artes Hernando Siles de la ciudad
de La Paz.
Entre sus publicaciones están la obra infantil
Paletas, publicada por la editorial La Perra Gráfica
(Bolivia); el libro-álbum Sticker mestizo, publicado
por Gráfica Mestiza (Colombia), y la carpeta de
grabados ¿Quiénes? También colaboró en el fanzine
Bruja, en la obra Aquí hay icebergs, de Katia Adaui,
y en el libro Las viñetas se dibujan en femenino, en el
Festival Internacional Viñetas con Altura (Bolivia).
línea de tiempo

35 días de conflicto poselectoral

Liliana Aguirre y Merlina Anunnaki

Esta línea de tiempo intenta mostrar los hechos más relevantes que sucedieron
en un periodo que comprende los 35 días de conflicto poselectoral que se desató
después de las elecciones del 20 de octubre de 2019 en Bolivia. Para este fin se
revisaron diarios y medios digitales locales e internacionales.

20 de octubre de 2019

Elecciones nacionales.
El entonces presidente Evo Morales, también
candidato del Movimiento Al Socialismo (mas),
se proclama ganador de los comicios.
El Tribunal Supremo Electoral (tse) sus-
pende inesperadamente el recuento preliminar de
votos, todo apunta a una segunda vuelta entre los
candidatos Evo Morales y Carlos Mesa.

[21]
22 días de furia: relatos de mujeres periodistas

21 de octubre de 2019

El tse reactiva el recuento preliminar de votos y


este da a Morales un porcentaje mayor que descarta
la segunda vuelta.
Después de las elecciones del 20 de octubre
y del episodio de la imprevista suspensión del
conteo por 20 horas, en algunas regiones del país
se desatan protestas que desembocan en quemas
y destrozos de instituciones públicas. El Tribunal
Electoral Departamental (ted) y el Servicio de
Impuestos Nacionales (sin) en Tarija son atacados.
En la capital de Bolivia, una multitud enardecida
destroza las puertas del ted y prende fuego al
lugar. En Potosí también incendian el edificio de
esta institución.

22 de octubre de 2019

El cómputo oficial al 90% sitúa a Morales como


virtual ganador de las elecciones, sin segunda
vuelta, y ante ello surgen denuncias de fraude.
Como consecuencia, las protestas se masifican y
una joven de 16 años es la primera víctima grave
de la represión policial en La Paz, durante una
manifestación en la plaza Abaroa.
35 días de conflicto poselectoral 23

23 de octubre de 2019

La tensión crece por el presunto fraude, Morales


se proclama ganador y denuncia que se gesta un
golpe de Estado en Bolivia. Además, voces de
oposición al entonces mandatario e instituciones
cívicas declaran paro cívico nacional indefinido
desde ese día por las sospechas de fraude y exigen
al tse que anuncie la segunda vuelta. La Organi-
zación de los Estados Americanos (oea) y la Unión
Europea manifiestan su preocupación y sorpresa
por el cambio de tendencia en el conteo de votos.
Renuncia el vocal Antonio Costas.
Ese día, en la zona Plan Tres Mil de la ciudad
de Santa Cruz de la Sierra, comerciantes y partida-
rios del mas intentan romper el paro y se enfrentan
a grupos afines al Comité Cívico Pro Santa Cruz.

24 de octubre de 2019

El tse completa el 100% del conteo y declara


ganador al binomio del mas. Evo Morales (mas)
tiene el 47,8% de los votos, mientras que Carlos
Mesa (cc) suma el 36,51%. Se descarta una segun-
da vuelta. Morales ofrece una conferencia de pren-
sa y reafirma la victoria del mas, la que –según sus
declaraciones– se vio fortalecida por el voto duro
del área rural. Por la tarde, desde Cochabamba, se
dirige a sus bases y habla sobre sus opositores y el
paro nacional. “Les puedo dar cátedra para hacer
paros y bloqueos”, dice.

dos mujeres periodistas agredidas


24 días de furia: relatos de mujeres periodistas

25 de octubre de 2019

El Tribunal Supremo Electoral completa el 100%


del conteo y da como ganador al binomio del
mas. Evo Morales (mas) tiene el 47,8% de votos,
mientras que Carlos Mesa (cc) suma el 36,51%.
Se descarta segunda vuelta.

una mujer periodista agredida

26 de octubre de 2019

Morales responde a los bloqueos urbanos y al paro


cívico cruceño con la advertencia de que si estos
continúan, sus bases cercarán las ciudades. Ese
mismo día, el informático Édgar Villegas revela
12 presuntas irregularidades en el cómputo oficial
y en el conteo rápido de los votos en los comicios
generales.

una mujer periodista agredida

27 de octubre de 2019

Se produce una polarización en los barrios de la


ciudad de La Paz. En la zona Sur hay enfrenta-
mientos entre vecinos y choferes del transporte
público; los segundos rechazan los bloqueos ur-
banos que no les permiten circular por sus rutas.
En Cochabamba crece la tensión y el Comité
Nacional de Defensa de la Democracia (Conade)
comunica que llevará sus denuncias a instancias
internacionales.
35 días de conflicto poselectoral 25

28 de octubre de 2019

Las manifestaciones a favor y en contra de Evo


Morales se intensifican en el país, y este conflicto
ocasiona desabastecimiento de productos y subida
de precios en los mercados.

una mujer periodista agredida

29 de octubre de 2019

Morales endurece su discurso “Patria o muerte”


y agradece a la Policía por no prestarse “a eso”, es
decir, a ser parte de la convulsión social que vive
el país.

dos mujeres periodistas agredidas

30 de octubre de 2019

Debido a enfrentamientos entre afines al mas y


personas que mantenían un bloqueo en Montero
(Santa Cruz) en rechazo a los resultados de las
elecciones, se registran dos muertes causadas por
proyectiles de arma de fuego.

una mujer periodista agredida


26 días de furia: relatos de mujeres periodistas

31 de octubre de 2019

La oea inicia una auditoría a los comicios genera-


les y un cabildo nacional en La Paz pide la renuncia
del entonces presidente Evo Morales.

una mujer periodista agredida

1 de noviembre de 2019

dos mujeres periodistas agredidas

2 de noviembre de 2019

Se realiza un cabildo en Santa Cruz de la Sierra y


líderes cívicos, entre ellos Luis Fernando Cama-
cho, le dan a Evo Morales un plazo de 48 horas
para renunciar.

4 de noviembre de 2019

una mujer periodista agredida


35 días de conflicto poselectoral 27

5 de noviembre de 2019

dos mujeres periodistas agredidas

6 de noviembre de 2019

Muere un joven en Quillacollo (Cochabamba) en


medio de enfrentamientos entre personas que se
manifestaban en contra de los resultados electora-
les y partidarios del mas. En La Paz, el cívico Luis
Fernando Camacho llega al aeropuerto de El Alto
con la intención de entregarle a Morales su carta de
renuncia, pero no puede salir de la terminal aérea
por la presión que ejerce un grupo de personas
contrarias a él y que se concentran en las afueras
del lugar; después de algunas horas retorna a Santa
Cruz. En Vinto (Cochabamba) vejan a la alcaldesa
Patricia Guzmán, a quien le cortan el cabello y le
echan pintura por ser militante del mas.

una mujer periodista agredida

7 de noviembre de 2019

Camacho vuelve a La Paz y participa en un cabildo


organizado por la Asociación Departamental de
Productores de Coca (Adepcoca).

una mujer periodista agredida


28 días de furia: relatos de mujeres periodistas

8 de noviembre de 2019

Policías de la Unidad Táctica de Operaciones Poli-


ciales (utop) se amotinan en Cochabamba. A esta
medida de protesta se suman todos los efectivos
en los nueve departamentos del país. Durante el
amotinamiento, los policías son respaldados por
miembros de la sociedad civil que les dotan de
alimentos. Un grupo de personas ingresaron de
manera violenta la noche del viernes al edificio de
las Seis Federaciones del Trópico y de la Dirección
Departamental del Movimiento Al Socialismo
(mas), en la ciudad de Cochabamba, y procedieron
a saquear el lugar y luego le prendieron fuego. 

dos mujeres periodistas agredidas

9 de noviembre de 2019

Desde el hangar presidencial de la Fuerza Aérea


Boliviana (fab), en El Alto, Morales convoca a un
diálogo a los partidos políticos que ganaron esca-
ños en las elecciones del 20 de octubre, pero no
toma en cuenta a los comités cívicos que impulsan
las protestas y que piden su renuncia. Carlos Mesa
y el resto de los candidatos rechazan el llamado.
En La Paz, la Policía se repliega.

una mujer periodista agredida


35 días de conflicto poselectoral 29

10 de noviembre de 2019

La oea emite un informe preliminar sobre la


auditoría electoral, la que detecta “serios indicios
de fraude” en los comicios del 20 de octubre. La
información se conoce por la mañana y se difunde
en varios medios.
Tras el informe de la oea, Morales comunica
su decisión de anular las elecciones y convocar a
nuevos comicios.
Pasado el mediodía, la Federación de Mineros
se manifiesta y le dice a Morales que “la gestión
ha terminado”. Las Fuerzas Armadas (ffaa) anun-
cian que no reprimirán al pueblo y sugieren a Evo
Morales que renuncie.
Por la tarde, Morales renuncia a la presidencia
de Bolivia. También deja su cargo el vicepresidente
Álvaro García Linera. Ambos dicen que son víc-
timas de un “golpe”. Luego, Adriana Salvatierra,
presidenta del Senado, da a conocer su dimisión.
En la noche se desata el terror en varias ciu-
dades. En La Paz, el vandalismo se apodera de las
calles. Detienen a vocales electorales por los indi-
cios de fraude en los comicios del 20 de octubre.

cuatro mujeres periodistas agredidas


30 días de furia: relatos de mujeres periodistas

11 de noviembre de 2019

La Policía es rebasada, pero luego los militares


salen a patrullar las calles del país. En las redes
sociales circulan amenazas, rumores y desinforma-
ción. Varios medios de comunicación suspenden
sus coberturas.
Morales parte a México, país que le concede
asilo, y lo acompañan Álvaro García Linera y la
exministra de Salud Gabriela Montaño. En las
redes se viraliza un video grabado por Evo y Álvaro
desde el Chapare.
La quema de la wiphala, días antes, enardece
a las masas. En El Alto, unidades policiales son
incendiadas y resuenan consignas de “guerra ci-
vil”. Aviones militares sobrevuelan, a baja altura,
las ciudades.

una mujer periodista agredida

12 de noviembre de 2019

La senadora Jeanine Áñez anuncia que asumirá la


presidencia de Bolivia. El mas no asiste a la sesión
de la Asamblea Legislativa.
Entre el 11 y 12 de noviembre se registran cin-
co fallecidos: cuatro por impacto de bala durante la
intervención conjunta de las ffaa y la Policía en El
Alto, y uno debido a asfixia por estrangulamiento
en Cochabamba.
Aviones militares, por segundo día, sobre-
vuelan a baja altura las ciudades. Además, hay una
fuerte presencia militar en las calles.

una mujer periodista agredida


35 días de conflicto poselectoral 31

13 de noviembre de 2019

El senador Arturo Murillo es posesionado como


ministro de Gobierno y al asumir su cargo hace la
siguiente declaración: “Este no va a ser un ministe-
rio de persecución, será un ministerio que ayude a
la gente y dará seguridad (…), pero aquel que trate
de hacer sedición a partir de mañana, que se cuide”.

una mujer periodista agredida

14 de noviembre de 2019

Se instala el discurso del miedo. A partir de la


cobertura de algunos periodistas argentinos, que
fueron cuestionados por algunos sectores. La nue-
va ministra de Comunicación, Roxana Lizárraga,
dice: “Se va a actuar conforme a ley en contra de
periodistas o seudoperiodistas que estén haciendo
sedición”.

15 de noviembre de 2019

Mueren nueve cocaleros durante enfrentamientos


con la Policía y las ffaa en Sacaba, Cochabamba.
Todos fallecen por impacto de bala.

una mujer periodista agredida


32 días de furia: relatos de mujeres periodistas

16 de noviembre de 2019

El gobierno de Áñez aprueba un decreto


supremo que exime a los militares de
responsabilidad penal; la norma fue de-
rogada el 29 de noviembre tras lograrse
la pacificación del país.

19 de noviembre de 2019

En Senkata (El Alto) se registran 10


fallecidos, entre personas que participa-
ban en una manifestación o que pasaban
por el lugar de los hechos. La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos
(cidh) contabiliza 23 muertos y 715
heridos durante la intervención militar
con tanquetas y armas de guerra en
el tiempo que duró este conflicto; las
imágenes de estos acontecimientos
circularon en medios de comunicación.

20 de noviembre de 2019

Se difunde un audio en el que Morales


aparentemente da la instrucción de
bloquear las ciudades y evitar el ingre-
so de alimentos. El audio es analizado
por peritos argentinos, pero –hasta la
impresión de este libro– aún no hay
resultados de este estudio. En paralelo,
hay una persecución judicial contra
líderes, partidarios y dirigentes del mas.
35 días de conflicto poselectoral 33

24 de noviembre de 2019

Se consolida una mesa de diálogo que


da lugar a un acuerdo suscrito entre el
mas, representado por la senadora Eva
Copa, y el gobierno de transición, por el
cual se comprometen a pacificar el país y
garantizar elecciones transparentes con
el apoyo de la comunidad internacional.

Cronología de las agresiones


a mujeres periodistas
A continuación, una lista de mujeres trabajadoras de la prensa amenazadas o
agredidas durante los conflictos sociales de octubre y noviembre.

• 24 de octubre. La fotoperiodista China Martínez fue impactada con una parte


de una bomba de gas en el pie durante gasificaciones de la Policía en la calle
Guachalla.

• La comunicadora Ximena Galarza fue amenazada por un grupo de personas


a la salida del canal universitario de La Paz.

• 25 de octubre. La periodista del diario cochabambino Los Tiempos Geraldine


Corrales fue agredida por una persona que lanzó un objeto en la frente, que
le causó una contusión. La comunicadora cubría un bloqueo en la avenida
Panamericana.

• 26 de octubre. La periodista María José Mollinedo, del canal Red Uno, des-
empeñaba su labor cerca de la Casa Presidencial en San Jorge cuando fue
agredida.

• 28 de octubre. Brishka Espada, de la red atb fue golpeada en inmediaciones


de la plaza Tarija, en la ciudad de Cochabamba.

• 29 de octubre. Efectivos de la policía lanzaron gas pimienta al rostro de la


periodista del canal Gigavisión, Adriana Mendoza. Esto sucedió cuando ella
reportaba el bloqueo protagonizada por vecinos en la avenida Arce de la ciudad
de La Paz.
34 días de furia: relatos de mujeres periodistas

• 29 de octubre. En Cochabamba, un grupo de jóvenes con banderas de Bolivia


y máscaras rodearon, insultaron, le quitaron el micrófono y jalonearon a la
periodista de la Red atb Brishka Espada.

• 30 de octubre. La periodista Carla Mercado de Red uno, en inmediaciones


de la calle 8 de Calacoto, los vecinos realizaban un bloqueo y dejaron pasar al
equipo de prensa, luego los rodearon, revisaron el motorizado e insultaron a
sus ocupantes

• 31 de octubre. La periodista Susana López fue violentada verbal y físicamente


en la calle Yanacocha por participantes del cabildo realizado en inmediaciones
de la Cervecería Boliviana Nacional.

• 1 de noviembre. La periodista Juany Reyes Puma fue agredida junto a una


colega de un medio escrito durante un cabildo en la Plaza 14 de septiembre
en Cochabamba.

• 1 de noviembre. Carla Mercado de Red Uno fue insultada por manifestantes


médicos en la calle 16 de Obrajes.

• 4 de noviembre. Miembros de la Resistencia Juvenil de Cochabamba arrojan


piedras y tratan de quitarle el celular a la periodista Juany Reyes Puma, quien
desempeñaba su trabajo en la pasarela de la avenida Blanco Galindo, Km1.

• 5 de noviembre. Paola Cádiz, de la red atb, sufrió una agresión mientras rea-
lizaba su labor periodística en el aeropuerto de El Alto. También la periodista
de Página Siete Wara Arteaga fue violentada y le arrebataron su teléfono móvil.

• 6 de noviembre. La periodista Alejandra Olguín Soliz fue insultada durante


una marcha encabezada por Las Bartolinas en la plaza 14 de septiembre de
Cochabamba.

• 7 de noviembre. La periodista Daniela Romero, de Página Siete, fue amenazada


por un colaborador del Comandante de la Policía, minutos después de haberlo
entrevistado en las instalaciones de su periódico.

• 8 de noviembre. Angélica Melgarejo, corresponsal en Cochabamba del diario


La Razón, fue agredida por varios jóvenes del grupo La Resistencia Juvenil
cuando realizaba una nota.

• 8 de noviembre. En La Paz, Adriana Tapia, de Cadena A, fue amedrentada


por un grupo de vecinos que bloqueaban entre la calle 17 de Obrajes y la Av.
Costanera.
35 días de conflicto poselectoral 35

• 9 de noviembre. La periodista de Guardiana, Miriam Telma Jemio, fue agredida


cerca del Obelisco en La Paz, mientras realizaba una transmisión en vivo de
las protestas de sectores que demandaban la renuncia del entonces presidente
Evo Morales.

• 10 de noviembre. A Casimira Lema, conductora del noticiero de Televisión


Universitaria de La Paz (tvu), un grupo de comunarios le quemaron parte
de su vivienda en el barrio de Cota Cota.

• 10 de noviembre. La periodista Susana López realizaba una cobertura en inme-


diaciones de la Plaza Murillo y allí fue agredida directamente por un miembro
del grupo denominados “pititas” e intimidada por cinco más. La comunicadora
pidió ayuda a una huelguista de la Unidad Táctica de Operaciones Policiales
(utop).

• Esther Mamani fue insultada por trabajar en atb por quienes festejaban la
renuncia de Morales.

• Isabel de Paceñísima tv fue violentamente golpeada en la Ceja de El Alto

• 11 de noviembre. La periodista Nayma Enriquez Torrez fue agredida verbal-


mente durante las quemas de las unidades policiales en El Alto.

• 12 de noviembre. La periodista Esther Mamani de atb fue agredida por sec-


tores sociales afines al mas, le jalaron del cabello y le rompieron la mochila,

• 12 de noviembre Raissa Cruz y su camarógrafo fueron agredidos por manifes-


tantes alteños, les lanzaron agua sucia y los golpearon con palo en las espaldas
y cabezas.

• 13 de noviembre. La periodista Carla Mercado de Red Uno fue rodeada y


golpeada con las astas de las banderas de las culturas andinas (wiphalas); la
policía tuvo que ofrecerle protección.

• El 15 de noviembre, los movimientos sociales quebraron el cable de transmi-


sión de su unidad móvil de la periodista Carla Mercado de Red Uno, lo que
impidió transmitir una marcha en directo.
Protesta en la plaza Abaroa, de la ciudad La Paz.
Crédito: Claudia Morales
daniela romero linares

Daniela Romero Linares es comu-


nicadora social y periodista con
más de 10 años de experiencia.
Actualmente es jefa de informa-
ciones en el diario Página Siete.
Fue periodista y editora del área de
seguridad en el mismo matutino.
Es coautora de los libros La chica
mala del periodismo (2009), Pron-
tuario (2018) y La revolución de las
pititas (2019).
Egresó de la maestría en Pe-
riodismo de la Fundación para el
Periodismo y la Universidad Nues-
tra Señora de La Paz. Es corresponsal antidrogas del Centro
de Entrenamiento Internacional Garras del Valor (Ceigava),
de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico. Entre
2007 y 2011 fue periodista de La Razón.
capítulo 1

Levantamiento ciudadano, violencia


y amenazas contra la prensa
Daniela Romero Linares

El gas lacrimógeno ya comenzaba a hacer efecto en algunos manifestantes, que


tenían que retroceder para tomar un poco de aire; los petardos y los gritos de la
multitud cargaban más la tensión en la plaza Abaroa. La noche ya había caído, de
pronto la gente abrió paso para ayudar a Yareth, que estaba exánime en el piso,
un cartucho de gas –disparado por la Policía– le había impactado en la cabeza y
la sangre no dejaba de salir.
La muchacha de 16 años no reaccionaba. Los chicos de la llamada Resistencia
la llevaron hasta una calle aledaña a la Belisario Salinas. Ahí intentaron darle aire.
Algunas mujeres trataban de que nadie se le acercara. Su rostro estaba totalmente
cubierto de sangre, parecía que tenía varias heridas. Eso decían algunos manifes-
tantes. Otros comentaban que fue un disparo de gas lacrimógeno el que la tumbó
y un examen forense lo confirmó horas después. “Están apuntando a las personas,
a las cabezas y de cerca”, decía uno de los jóvenes que protestaba. Después de
unos 20 minutos llegaron los bomberos, levantaron a la joven en una camilla, la
metieron en una ambulancia y la llevaron hasta el seguro universitario.
Era el 22 de octubre de 2019 y la segunda jornada de movilizaciones en La
Paz en contra del resultado de las elecciones que, después de una deliberada in-
terrupción del conteo preliminar de votos, daba como ganador a Evo Morales,
presidente y candidato del Movimiento Al Socialismo (mas), con una brecha que
sentenciaba una victoria en primera vuelta.
Aquello sucedió después de que el Tribunal Supremo Electoral (tse), a las
19.40 del día de los comicios, decidiera interrumpir la Transmisión de Resultados
Electorales Preliminares (trep), cuando el conteo estaba en 83,8% de las actas

[39]
40 días de furia: relatos de mujeres periodistas

revisadas y mostraba una clara segunda vuelta entre Evo Morales y Carlos Mesa,
postulante de Comunidad Ciudadana. Estos resultados coincidían con los de boca
de urna del conteo al 100% de dos empresas encuestadoras.
Esos “tropezones” electorales enfurecieron a algunos ciudadanos de La Paz
y de otras regiones que despertaron porque se sintieron engañados. Esa rabia e
impotencia fueron las que motivaron a cientos de personas a concentrarse en los
alrededores del Real Plaza Hotel (ex-Radisson), donde funcionaba el sistema de
cómputo, un día después de los comicios y también las siguientes jornadas.
Yareth había acompañado a su hermana mayor a marchar aquel martes. Las
jóvenes se unieron a los cientos de ciudadanos que caminaban desde el Real Plaza
Hotel, en la avenida Arce, hasta el tse, en plena plaza Abaroa, para pedir que
se respete su voto. Los policías los esperaban parapetados en las cuatro esquinas
del lugar; los primeros minutos trataban de persuadirlos para que se vayan, pero
después los ahuyentaban a punta de gases lacrimógenos y repartían culetazos a
quienes se quedaban para intentar pasar la barrera que rodeaba el tse. A Yareth
le llegó el cartucho de gas muy cerca del rostro, el impacto la desmayó. “Los
policías quieren matar al pueblo”, decían los movilizados.
Y mientras eso ocurría en Sopocachi, en la zona Sur el ambiente también
era tenso. Después de terminar mi trabajo en la redacción de Página Siete, esa
noche caminaba hacia Calacoto y me topaba con señoras que regresaban a sus
casas llevando banderas bolivianas en las manos o sobre los hombros. Algunos
jóvenes descendían del teleférico Verde, en la estación de Irpavi, y comentaban
entre ellos que habían estado en el ex-Radisson.
Sin embargo, las protestas no ocurrían solo en La Paz, también surgían en
otras regiones; en realidad, estas se iniciaron un día antes.
Una ráfaga de petardos retumbó en la plaza principal de la ciudad de Potosí
la tarde del lunes 21 de octubre y con el estruendo ingresaron cientos de mani-
festantes, enfurecidos, agitando banderas bolivianas y levantando carteles.
“¡Fraude, fraude!, ¡que renuncie Evo!”, gritaban los manifestantes.
A medida que pasaban las horas, el rumor de que hubo irregularidades en
las elecciones se hacía más fuerte en esta ciudad. De hecho, lo que motivó estas
movilizaciones fue lo que ocurrió la misma noche del domingo de los comicios,
cuando en una vivienda se hallaron boletas de sufragio y otros materiales elec-
torales. Todo quedó grabado en un video que se viralizó en las redes sociales, lo
que terminó de exacerbar los ánimos de los potosinos.
La tarde de ese lunes cayó lentamente y la gente no se movía de la plaza ni de
las calles centrales. Dieron las 10 de la noche y el fuego comenzó a salir del segun-
do piso del edificio del Tribunal Electoral Departamental (ted) de esa ciudad.
Dos pisos más arriba, un hombre apareció por la ventana, se lo veía desespe-
rado en medio de las luces que se desprendían de las llamas, se acercaba, sacaba
levantamiento ciudadano, violencia y amenazas contra la prensa 41

la cabeza y la volvía a meter. No se sabía si trataba de pedir ayuda, pues los gritos
de la multitud no dejaban escuchar. En un momento de esos el hombre se sentó
en la base de la ventana con las piernas hacia adentro, parecía que iba a saltar,
luego se paró y segundos después se volvió a sentar, esta vez con una pierna hacia
afuera, pero después retornó hacia adentro.
El fuego subía y devoraba todo. Los cientos de manifestantes miraban desde
abajo lo que sucedía en el ted. Parecía que las llamas iban a pasar a las casas
contiguas y en un movimiento casi imperceptible, el hombre dubitativo de la
ventana se lanzó al vacío. Segundos después apareció otro varón que también saltó
desesperado. Afuera, los gritos de euforia se volvieron de desesperación, pedían
agua, pedían que lleguen los bomberos, pero nada de eso ocurría. Algunos vecinos
sacaron baldes de agua desde sus viviendas, mas no fue suficiente.
El periódico El Potosí transmitía en vivo todo lo que estaba pasando.
“¡Por favor, agua!”, “¡llamen a los bomberos!”, “¡hay que conseguir tierra, una
manguera!”, gritaban las personas que estaban fuera del ted. Algunos ciudadanos
transmitían a través de Facebook lo que ocurría, filmaban desde otros ángulos y
de todas partes se veía que no había un solo espacio sin fuego.
Un grupo de personas, que había logrado romper el cerco policial enfrente
del ted, terminaba de destruir todo lo que había en las instalaciones. Escritorios,
sillas, documentos, cajones y hasta puertas sirvieron para avivar las llamas que
minutos después devoraron todo el edificio.
El fuego también se apoderó del ted de Chuquisaca. En la ciudad de Sucre,
una multitud se había concentrado en los alrededores de la oficina del tribunal
electoral. Minutos después, unos cuantos manifestantes prendieron fuego a las
oficinas; sacaron documentación en busca –según contaban– de las pruebas del
fraude electoral. Estos mismos papeles les sirvieron después para seguir propa-
gando el fuego.
Los policías que resguardaban el lugar tuvieron que replegarse para evitar
más agresiones. “Los policías están con el pueblo, no queremos que nos vean
como a sus enemigos”, dijo llorando una mujer policía que salió del Comando
Departamental minutos después de haberse replegado junto con sus camaradas.
Lo que pasó en los ted de Potosí y Chuquisaca dio pie a que se repitan estas
acciones violentas en otras regiones del país. En Tarija, por ejemplo, centenares
de ciudadanos salieron a las calles, llegaron al tribunal electoral e ingresaron a
sus oficinas. A diferencia de lo que sucedió en Potosí y Sucre, en Tarija no hubo
fuego dentro de las oficinas principales, pero sí afuera. Las personas ingresaron
violentamente a las instalaciones, sacaron las ánforas, boletas y otros materiales
hasta la calle y ahí prendieron fuego a todo.
Horas después, la violencia también se apoderó del ted de la ciudad de Cobija,
en Pando. En la madrugada del martes 22 de octubre, las oficinas aparecieron­
42 días de furia: relatos de mujeres periodistas

quemadas por completo. Se veían equipos de computación en la calle y tres


vehículos totalmente calcinados. Una treintena de personas fueron detenidas y
puestas a disposición de la Fiscalía.
Un día después, el miércoles 23 de octubre, los tribunales electorales y las
oficinas del Servicio de Registro Cívico (Serecí) en Santa Cruz y Beni fueron
completamente destrozados y quemados. En Trinidad y en la capital cruceña hubo
enfrentamientos entre civiles y uniformados desde la misma noche del domingo;
cada día que pasaba se tornaban más violentos y en los siguientes días eso se tradujo
en decenas de detenidos, además de jóvenes y policías heridos.
En Oruro, la Policía logró impedir la toma del ted desde el primer momento,
pues ni bien aparecieron los manifestantes en las inmediaciones de estas oficinas
fueron gasificados por los uniformados. Sin embargo, esto provocó que la marcha
que protagonizaron la mañana del 22 de octubre se tornara violenta.
Además, los ted de La Paz y Cochabamba también se salvaron de ser que-
madas. No obstante, los ciudadanos que salieron a denunciar fraude electoral
destrozaron las casas de campaña del mas en la Llajta, mientras que en la sede
de gobierno las marchas y manifestaciones en el centro se hacían multitudinarias.

***

Y mientras las calles se llenaban de manifestantes en todas las ciudades, surgía


una revelación que terminaría de dilucidar lo sucedido en el tse. La noche del
24 de octubre, la periodista Ximena Galarza, de Televisión Universitaria, tenía
en su programa Jaque Mate al ingeniero Édgar Villegas, quien –junto a su equipo
de informáticos– presentó un estudio con un sinfín de pruebas sobre un presunto
fraude en las elecciones del 20 de octubre. Las evidencias surgieron después de
hacer un análisis de comparación entre los datos de la trep y los resultados del
cómputo oficial. En resumen, detectó que más de 1.000 actas de los comicios
tenían irregularidades, lo que afectaba aproximadamente al 3% del padrón. El
profesional halló al menos 12 irregularidades grandes, las que en su mayoría
favorecían presuntamente al mas.
Villegas contaba en el programa de Galarza todos los detalles del análisis que
se hizo y cada ejemplo que daba demostraba que hubo irregularidades. Mientras,
en el centro paceño seguían las gasificaciones y enfrentamientos. “Esta lucha es
de todos, tenemos que ayudar de la manera que podamos para recuperar la de-
mocracia, aunque haya riesgo”, decía el ingeniero al terminar la entrevista.
Tenía razón. En pleno programa en vivo, Ximena Galarza recibió mensajes
de amenazas. Después de ver su celular, pidió públicamente garantías para el
ingeniero, su equipo y para todos los trabajadores de Jaque Mate y de Televisión
Universitaria.
levantamiento ciudadano, violencia y amenazas contra la prensa 43

“‘Tal ministro ya pagó por tu cabeza’, eso me decían. Me llegó otro mensaje
de alguien muy cercano al gobierno que se fue y que me dijo: ‘No voy a poder
ayudarte, pide seguridad para ti y para el ingeniero’”, relató Ximena en una en-
trevista en el programa A Mediodía.
Se armó de coraje y junto con Villegas terminó el programa y la entrevista
reveladora, y poco después la periodista vivió los momentos más críticos. Vago-
netas negras y motocicletas la persiguieron desde las instalaciones del canal hasta
la zona Sur, a modo de infundirle miedo. Los siguientes días no dejaron de llegar
a su celular los mensajes de amenaza.

***

A las movilizaciones ciudadanas que denunciaban fraude y se mantenían en las


calles desde aquel lunes 21 de octubre se sumaron las marchas de los sectores
ligados al entonces presidente Morales, los que salieron en defensa del resultado
preliminar que había dado el tse: la victoria del mas.
En un conflicto que se iba agravando con los días, el papel de la Policía iba
tomando cuerpo. Lo que había pasado en la plaza Abaroa, en La Paz, se había
quedado no solo en la retina, sino también en la memoria de los ciudadanos que
protestaban por los resultados electorales. Pero las acciones de la fuerza del orden
de los siguientes días terminaron de sepultar el poco respeto que siempre se tuvo
hacia los uniformados.
Una masiva marcha de los mineros de Huanuni irrumpió en el centro paceño
la mañana del 28 de octubre. Desde la avenida Montes hasta la avenida Arce, la
ciudadanía se estremeció con los dinamitazos de los movilizados que dejaban a
su paso solo miedo y hasta algunos heridos.
“¡Evo, no estás solo, carajo!”, “¡Evo, amigo, el pueblo está contigo!”, “¡los
golpistas no pasarán!”, gritaban los marchistas de la Federación Sindical de Tra-
bajadores Mineros de Bolivia.
Allí estaba la periodista Pamela Pomacahua, mi compañera de trabajo que
cubría lo que pasaba en El Prado paceño. Yo, nerviosa, la llamaba para decirle
que se alejara, pues el riesgo era alto por su embarazo.
—Pame, salí de ahí, andate por donde puedas.
—Dani, la Policía no hace nada, están parados todos mirando lo que hacen
los mineros, es increíble.
—¿Por qué no los dispersan?
—Dicen que no tienen órdenes, solo pueden resguardar el Palacio.
—Salí de ahí, Pame. Hablamos luego.
Con la información que me dio mi compañera, escribí a un coronel de la
Policía para preguntarle por qué no actuaban si los mineros estaban atentando
44 días de furia: relatos de mujeres periodistas

contra el bien público. “No podemos, estamos amarrados, luego me comunico”,


me respondió el oficial de la Policía, a quien reconocí en una de las transmisiones
de televisión que se hacían desde el Obelisco.

***

Una semana después, las marchas se volvieron más violentas, hubo enfrentamientos
entre ciudadanos de uno y de otro bando ante la mirada pasiva de la Policía. La
gente que marchaba por el respeto a su voto no solo denunciaba fraude, también
pedía la renuncia de Evo Morales.
“¡A la Policía le quedan dos caminos, unirse a su pueblo o ser su asesino!”,
gritaban las personas movilizadas contra el Gobierno, con un pedido obvio: que
los policías se unan a ellos y no los repriman.
La noche del 5 de noviembre, una marcha multitudinaria de la Universidad
Mayor de San Andrés (umsa) y de los médicos terminó en un enfrentamiento en
pleno centro paceño con los indígenas del ayllu Qaqachaka, quienes “custodiaban”
la Casa Grande del Pueblo. El papel de la Policía otra vez fue puesto en duda,
pues los uniformados armaron unas barreras humanas delante de los indígenas
y comenzaron a gasificar a los movilizados contra Morales. El resultado: cinco
personas heridas, entre ellas un médico que recibió un golpe en la cabeza y que
requirió hospitalización en una unidad de terapia intensiva.
El pedido de unirse al pueblo se fue convirtiendo en una exigencia; en cada
movilización las personas se acercaban a los policías, les mostraban banderas
blancas, les ofrecían agua, les gritaban que no los gasifiquen, pero no pasaba nada.
Los uniformados se mantenían como un solo bloque esperando instrucciones
superiores.
No obstante, lo que terminó de derrumbar “la dignidad” de los policías fue
el bono lealtad, que llegó en el momento menos oportuno. El Gobierno había
depositado en la cuenta de cada uno de los más de 36.000 policías la suma de
3.000 bolivianos sin argumento alguno.
Las boletas de depósito comenzaron a llegarme al WhatsApp. Varios policías
me enviaron capturas de los extractos de sus cuentas con la bonificación de los
3.000 bolivianos. “Con esto nos quieren mantener con la boca callada”, escribió
uno de ellos. “¿Cuánto cuestas, cuánto vales, policía? Solamente 3.000 pesos…
¡Qué barata es tu dignidad!”. Al ritmo de una famosa morenada1, unos jóvenes
les cantaban esto a los uniformados en plena Plaza del Estudiante, cuando estos
resguardaban el Ministerio de Salud y sus alrededores.

1 Baile folclórico boliviano.


levantamiento ciudadano, violencia y amenazas contra la prensa 45

Los mensajes me llegaban cada día. Primero de un coronel, luego de un


capitán y algunos suboficiales que conocía de años también me escribieron, bajo
el acuerdo previo de mantener el anonimato.
“A mí me duele lo que nos dicen; nosotros estamos con el pueblo, nosotros
no actuamos en su contra. Lo que no saben ellos es que recibimos órdenes, no
podemos hacer nada más que cumplir”, me contó un capitán que tenía a su cargo
por lo menos tres grupos de uniformados que todos los días tenían que estar en
el centro de la ciudad de La Paz.

***

La noche del domingo 3 de noviembre recibí la llamada de dos suboficiales, quie-


nes estaban de turno en algún lugar de La Paz. Estaban hartos, agotados. Habían
trabajado sin parar, habían sido insultados e incluso uno de ellos fue golpeado.
“A nosotros nos mandan como carne de cañón, pero ellos son los que aparecen
en la televisión diciendo que todo está bien. Tenemos un comandante que se ha
vendido al mas desde hace tiempo; nosotros no podemos decir nada porque nos
pueden dar de baja”, me dijo uno de ellos.
En los siguientes días me llegaron comunicados anónimos de grupos de poli-
cías que exigían que el comandante Vladimir Yuri Calderón renuncie a su cargo.
Otros mensajes pedían a la población que entiendan el hecho de que los policías
de base solo recibían órdenes de mandos políticos.
Con toda esa información publiqué varias notas durante los últimos días
de octubre y los primeros días de noviembre. Testimonios, fuentes conocidas,
llamadas y mensajes se tradujeron en publicaciones que tuvieron repercusiones
en los lectores de Página Siete, quienes, en diferentes redes sociales del medio,
opinaban que era el momento de que los policías se unan al pueblo.
Antes de terminar cada nota, pedía siempre la contraparte al Comando
General de la Policía, pero jamás me comunicaron con el jefe policial, siempre
me pusieron excusas: “el comandante está en una reunión”, “el comandante está
de viaje”, “el comandante no ha dormido con tanto trabajo, pide que se le llame
después”, así me respondían sus ayudantes.
Hasta que el miércoles 7 de noviembre, cuando se publicó la nota en la que
los policías de base cuestionaban el papel de su comandante y deslizaban el pedido
de renuncia, recibí una llamada de uno de sus asesores, quien me dijo que por
respeto a la autoridad “debía esperar una respuesta de la Policía antes de publicar
la nota” y que, además, todo lo que se publicaba “eran mentiras”.
Esa mañana salieron a la luz fotografías en las que se veía al comandante
Calderón al lado de Evo Morales, en un festejo por el cumpleaños del entonces
presidente. Frente a los dos, una enorme torta. Ambos, junto a otros policías y
46 días de furia: relatos de mujeres periodistas

autoridades, estaban en una unidad policial en el Chapare (Cochabamba) y esa


foto correspondía a un agasajo que se le hizo a Morales después de un acto.
Un día después de la publicación de esas fotografías me llegó un documento
a través del cual se oficializaba un puesto de trabajo como médico para el hijo de
Calderón en una de las unidades dependientes de la Policía Boliviana. Con los datos
confirmados, publiqué la nota en la página web del periódico. Esa información
fue la gota que rebalsó el vaso; probablemente, de su paciencia.
Al mediodía del jueves 7 de noviembre, un día antes de que las bases poli-
ciales se amotinaran, me llamó el comunicador social de la Policía para decirme
que el comandante “quería hacerme una visita”. Le dije que sí, que los esperaba
en mi oficina.
A las cuatro de la tarde entró el conserje del periódico a la redacción. Me
avisó que llegaron varios policías preguntando por mí. Salí a la calle y lo primero
que vi fue a dos hombres vestidos de civil, ambos con gafas oscuras. Los saludé.
Uno de ellos me dijo que eran de la “avanzada” del comandante. Detrás de ellos
aparecieron dos policías, los dos ayudantes del comandante, y el comunicador
que horas antes me había llamado.
Los dos policías de civil pidieron que los automóviles estacionados cerca de
la puerta principal del periódico sean movidos a otro lugar porque ahí tenía que
estacionar el vehículo del comandante, una vez que llegue. Dos trabajadores del
periódico tuvieron que mover sus coches.
Entré hasta la oficina con los ayudantes del comandante. Me pidieron conocer
el lugar donde iba a ser entrevistado su jefe. Los llevé a la oficina de la directora,
Isabel Mercado, y revisaron de esquina a esquina.
Volvimos a bajar hasta la puerta. “El comandante ya está llegando”, me dijo el
comunicador social. Lo esperamos. Calderón llegó con su uniforme de combate,
al igual que los dos asesores, uno de ellos abogado. Todos subimos a la oficina.
Yo trataba de mantenerme serena ante lo que parecía un operativo.
Antes de la entrevista formal, el comandante quería ‘aclarar’ una serie de
informaciones que Página Siete había publicado; las calificó de mentiras, de exa-
geradas. Negó rotundamente que sus bases estuvieran a punto de desconocerlo,
negó también haber sido servil al poder político. Nuestro encuentro duró más
de tres horas. Yo estaba estresada porque tenía una edición que cerrar, pero él
se tomó todo el tiempo para explicar desde cómo está conformada la institución
policial hasta jurar que no obedecía a ningún poder político. “Yo me debo a mi
Policía y a la Constitución Política del Estado”, me dijo.
Las formalidades de la entrevista terminaron, Calderón y su media docena
de ayudantes bajaron las gradas hacia la puerta de salida. Mientras bajábamos,
uno de ellos se me acercó, me “encorchetó” su mano en mi brazo y me habló
con la voz baja.
levantamiento ciudadano, violencia y amenazas contra la prensa 47

—Hay que tener cuidado con estas publicaciones, Daniela, muchas veces
cuando somos jovencitos somos muy apasionados y no nos damos cuenta de que
estamos jugando con fuego. Aquí se trata de un problema de Estado, no podemos
jugar con esto.
—No soy universitaria, soy periodista.
—¿Has hecho el servicio premilitar?
—No, no hice.
—Sí, me imaginaba que no. Ahí es donde se aprende a ser disciplinado: se
hace patria en la Policía y en el Ejército.
—Yo hago patria trabajando.
—Tenga cuidado, no son jueguitos. Tiene familia, ¿no?
La entrevista que le hice al comandante aquel día se publicó un día después
de que sus bases se le rebelaran, se amotinaran y se unieran a la población, des-
conociéndolo por completo2. El general Calderón apareció unos tres días más
públicamente. Después de la renuncia de Morales a la presidencia, el 10 de no-
viembre, el jefe policial renunció a su cargo y desapareció del mapa.
La noche del viernes 8 de noviembre, después de dejar lista la entrevista que
se publicaría al día siguiente, vi que en varias regiones los policías ya estaban
amotinados. En La Paz, los uniformados todavía resguardaban las entidades pú-
blicas. “Es cuestión de horas, nos iremos a la utop, como siempre”, me escribió
un coronel, jefe de una de las unidades operativas. Salí de la oficina con la certeza
de que iba a regresar en pocas horas, aunque no estuviese de turno.
Y así fue. En La Paz, los policías se amotinaron la mañana del sábado 9 de
noviembre y pedían la renuncia de Morales. En la plaza Murillo, más precisamente
en los alrededores de la Unidad Táctica de Operaciones Policiales (utop), se
reunieron cientos de ciudadanos que llegaban a agradecer a los uniformados su
decisión, les llevaban fruta y otros alimentos, y algunos más osados los abrazaban.
Todas las represiones de los anteriores días quedaron en el olvido; ese momento
era para valorarlos, para respetarlos y para decirle “héroes”. Lo que no sabían los
ciudadanos era que los policías, al estar amotinados, los dejaban desprotegidos
por completo.

***

Si el motín de la Policía fue el impulso clave para que Evo Morales renunciara,
el mismo pedido de las Fuerzas Armadas fue el último empujón.

2 Nota de edición: Este hecho se relatará en el Capítulo 3.


48 días de furia: relatos de mujeres periodistas

La mañana del 10 de noviembre, el comandante en jefe de la institución


castrense, Williams Kaliman, salió a dar una conferencia de prensa para pedir
al entonces primer mandatario que se vaya por el bien del país, para pacificarlo.
Horas después, Morales presentó su renuncia a la presidencia.
¿Pero qué pasó en el Comando de las Fuerzas Armadas para que Kaliman,
conocido por ser un “soldado del proceso de cambio” y fiel amigo de Evo, proceda
de esa manera? La duda estaba entre todos. Había algo que no se había dicho.
A finales de noviembre, un militar, que hasta ese momento no sabía quién
era, se puso en contacto conmigo a través de una compañera de trabajo.
—Quisiera que nos veamos, porque por teléfono nos van a ‘pinchar’ la llamada.
Yo sé lo que pasó con Kaliman, yo estuve con él.
—Lo espero en mi oficina el día que quiera, o yo puedo ir a la suya.
—No, puede ser riesgoso. Me volveré a comunicar.
A los dos días me volvió a llamar, me dijo que me esperaría en la esquina del
periódico, me explicó cómo estaba vestido y me dio su nombre. Una mañana de
la última semana de noviembre fui a esa esquina, lo encontré. Sin mirarme me
dijo su apellido, caminamos a una plaza cercana como dos desconocidos. Bueno,
sí lo éramos.
Se trataba de un general del Ejército, miembro del Estado Mayor, un grupo
selecto de oficiales del Comando en Jefe. Comenzó a contarme que fueron esos
generales los que presionaron a Kaliman para que salga públicamente a pedir a
Morales que renuncie, de lo contrarios iban a ser ellos quienes lo arresten y tomen
el mando de las Fuerzas Armadas.
En pleno relato y mientras yo trataba de escribir en la libreta todo lo que
me contaba porque no podía grabarle, el militar se quedó callado, lo miré, no
me animaba a preguntarle qué ocurría. Él estaba parado, con una chompa roja
y un jean. Su agenda la había dejado en la banca, al lado mío. Yo estaba sentada,
tratando de que el cuaderno se mantenga firme sobre mis rodillas.
—Acaban de pasar dos autos de Inteligencia del Ejército. Nos están rodeando.
—¿Me voy? ¿Qué hago?
—Andate, anda a tu oficina. Te voy a llamar.
Al día siguiente me llamó, nos volvimos a reunir en un lugar público y allí
terminó de contarme la historia, la cual salió publicada el 1 de diciembre en Página
Siete. El militar me dijo que no me extrañe si después de la publicación él desa-
parecía. Así fue, yo le escribí varias veces, pero no respondió mis mensajes hasta
mayo de 2020, cuando me volvió a escribir para seguir pasándome información.
“No creas que esto es seguro. Tu teléfono sigue ‘pinchado’”, me dijo.
Pasaron nueve meses de una de las peores crisis que sufrió el país en su his-
toria. Una mañana de febrero de este año fui a hacer un trámite a Sopocachi y
cuando cruzaba la plaza Abaroa me encontré con un policía, uno de esos que en
levantamiento ciudadano, violencia y amenazas contra la prensa 49

octubre de 2019 me escribía para denunciar a sus jefes. Unos metros más arriba
estaba el lugar donde Yareth, la joven de 16 años, había caído después de recibir
un impacto de gas lacrimógeno en las jornadas de protesta.
—Gracias a ustedes hemos recuperado la confianza de la población –me dijo.
—Ojalá que de todos, pues al menos a unos cuantos dejaron heridos.
Marcha en pedido de la anulación en la avenida Mariscal Santa Cruz de La Paz.
Crédito: Wara Vargas
maría josé mollinedo landa

María José Mollinedo es periodista


con más de 15 años de experien-
cia en televisión. Es licenciada
en Ciencias de la Comunicación
Social de la Universidad Mayor de
San Andrés (umsa).
Entre 2004 y 2005 fue pre-
sentadora del programa Panorama
Universitario y del noticiero central
de Televisión Universitaria (tvu).
Hace 14 años es reportera de la
Red Uno de Bolivia, donde hace
cobertura del área metropolitana
de la ciudad de La Paz.
capítulo 2

Amenazas de quema y cacerolazos


María José Mollinedo Landa

Una mujer de unos 50 años se asomó por la ventana del quinto piso de uno de
los edificios de la céntrica avenida paceña Mariscal Santa Cruz y con un cucha-
rón mediano de color plateado golpeó con fuerza una olla pequeña. Ella y otras
personas más apoyaban desde sus viviendas la marcha del movimiento –denomi-
nado la Resistencia– que pedía la segunda vuelta de las elecciones nacionales. Los
estridentes cacerolazos acompañaban a cientos de jóvenes que habían partido de
la avenida Camacho con la intención de llegar hasta la casa presidencial.
Algunos conductores del transporte público y privado se sumaban a la movi-
lización con sus bocinas, que se entremezclaban con las vuvuzelas y las consignas
que resonaban a la altura del paseo de El Prado.
—¿Quién se rinde? –preguntaban los jóvenes desde abajo.
—¡Nadie se rinde! –les respondían desde las alturas.
—¿Quién se cansa?
—¡Nadie se cansa!
—¿Evo de nuevo?
—¡Huevo, carajo! –gritaban los marchistas al unísono la consigna que se había
hecho popular en la primera semana del conflicto.
Eran las seis de la tarde del sábado 26 de octubre y Vito Cornejo, con la
cámara en el hombro, y yo tratábamos de caminar al ritmo de la protesta para
tener buenas imágenes para el noticiero de la Red Uno de Bolivia. En lugar de
llevar una bandera o un cartel, yo tenía mi micrófono con el logotipo naranja de
mi medio de comunicación: mi herramienta de trabajo desde 2006.
Los jóvenes estaban tan emocionados, entre vítores y saltos, que no prestaban
mucha atención a la presencia de la prensa.

[53]
54 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Una muchacha, con el rostro cubierto por una pañoleta roja que solo dejaba a
la vista su mirada eufórica, iba delante de la marcha junto a otros que empuñaban
la bandera tricolor boliviana.
Después de media hora de caminata, una parte de la movilización llegó hasta
su primer objetivo: el edificio del Tribunal Supremo Electoral (tse), ubicado al
frente de la plaza Abaroa y que fue el blanco de las protestas desde el día siguiente
de los comicios.
Otra parte se dirigió a la residencia presidencial, donde Morales vivía –junto
a sus tres principales colaboradores– desde enero de 2006, tras asumir la presi-
dencia. En aquella oportunidad, antes de trasladarse, el mandatario pidió a los
sistemas de Inteligencia de Cuba y Venezuela que se cercioraran de que no hubiese
micrófonos instalados.
Cuando la noche ya se acercaba, los marchistas llegaron a su segundo obje-
tivo: la casa presidencial. Presumían que adentro estaba Evo Morales celebrando
sus 60 años de vida. Ignoraban que el Jefe de Estado estaba en Cochabamba,
supuestamente analizando la situación política con sus aliados y no festejando su
cumpleaños, pues había dicho que por la crisis social que atravesaba Bolivia no
estaba para celebraciones.
Días después se supo que Morales sí celebró con cuatro tortas incluidas. La
más grande era de tres pisos, cuya cúspide estaba decorada con la imagen de un
puño levantado, con una wiphala de fondo, el nombre de Evo y hojas de coca.
Así lo reveló una foto en la que sale el expresidente junto al entonces comandante
de la Policía, general Vladimir Yuri Calderón, y el director de la Fuerza Especial
de Lucha contra el Narcotráfico, coronel Maximiliano Dávila. El festejo se hizo
durante el aniversario de la Unidad Móvil Policial para Áreas Rurales y en este
acto también participó el dirigente cocalero Faustino Yucra, quien cuenta con un
proceso por narcotráfico desde 2016.
A unos metros de la casa presidencial, los manifestantes se encontraron con
al menos 30 efectivos militares armados que resguardaban el ingreso. Además, 15
policías reforzaban la seguridad detrás de unas vallas de metal negro y amarillo.
En medio de los policías estaban un periodista y un camarógrafo del canal
estatal, cuyo ícono era la tricolor boliviana representada en una hoja de coca.
—¡Evo tiene miedo!, ¡Evo tiene miedo! –gritaban todos los manifestantes.
Dos jóvenes dejaron varias cajas de zapatos envueltas en papel de regalo brillante
debajo de una de las cinco cercas metálicas de seguridad que rodeaban el lugar.
—Le desearemos un feliz cumpleaños –dijo, en tono irónico, uno de ellos.
Ambos empezaron a corear la canción que se suele entonar en los cumpleaños.
Cambiaron la letra para hacer referencia al fraude electoral que supuestamente
había cometido el mas y pedían una segunda vuelta entre Evo Morales y Carlos
Mesa, quien había quedado en segundo lugar en los comicios generales. Otros
jóvenes se sumaron al canto.
amenazas de quema y cacerolazos 55

Un muchacho, con el rostro cubierto con esos tapabocas que se habían hecho
populares a causa de las gasificaciones diarias, tenía en una mano un cartel con
la imagen de Morales con el entrecejo fruncido y el bigote parecido al de Adolf
Hitler, y en la otra agarraba un aerosol y un encendedor.
—Lo quemaremos –propuso, y otros muchachos que estaban cerca se rieron.
—No pueden quemar nada cerca. Estamos solo a unos metros de un surtidor
de gasolina, es muy peligroso, por favor –les dijo rápidamente un policía.
El uniformado se refería al surtidor de combustible que queda a media cuadra
de la residencia presidencial, y aunque los dispensadores estaban cerrados, cual-
quier chispa cerca podría haber provocado un incendio de grandes proporciones.
Algo obvio, pero que no era una premisa entendida por aquellos jóvenes que,
finalmente, desistieron y se unieron a la masa.
A los pocos minutos recibí una llamada del canal que pedía que me prepare
para salir al aire en un reporte informativo de última hora. Me paré frente a la
multitud y, como ya era de noche, el camarógrafo encendió el reflector para ilu-
minarme. La intensidad de la luz fue tan fuerte que me nubló la vista e hizo que
los manifestantes voltearan hacia mí.
—¡tvu, tvu, tvu! –gritaron los jóvenes que encabezaban la marcha y el
resto los secundó.
Hacían referencia al canal televisivo de la Universidad Mayor de San Andrés
(umsa), que dio a conocer los indicios del fraude electoral y que dedicaba gran
parte de su programación a transmitir en directo todas las movilizaciones del
sector denominado “las pititas”. Por ello, la mayoría de los manifestantes prefería
la cobertura de ese medio y no la de otros.
Mientras Vito y yo esperábamos la señal para entrar al aire, escuchaba todo
lo que me decían estos jóvenes, pese a ello trataba de estar tranquila.
—¡Prensa vendida, prensa vendida, fuera! ¡Queremos a tvu! –gritaron dos
muchachas con pañoletas en el rostro.
—Parece que van a poner el canal Venus –dijo un chico, en referencia al canal
de cable que emite pornografía. Las risotadas no se dejaron esperar.
La tensión aumentaba paulatinamente. Sentía que los gritos, silbidos y risas
se estaban descontrolando.
—Como no podemos quemar la foto, la quemaremos a ella –incitó uno de
los marchistas, que llevaba una pañoleta negra que le cubría la cara.
Cerré mis ojos y empecé a sentir escalofríos.
En segundos me imaginé que dos de ellos nos agarraban por los brazos al
camarógrafo y a mí, y luego nos llevaban lejos de la Policía para prendernos fuego
con la ayuda de su aerosol. La piel calentándose me causaba pavor. Pensaba en
mi esposo y en mis dos hijos. Me veía con las cicatrices que me habrían marcado
para siempre. Sabía que, como en la mayoría de los linchamientos, nadie sería
juzgado; mi agresión quedaría en la impunidad. Sentía que ya no podría salir de
56 días de furia: relatos de mujeres periodistas

casa por temor a causar miedo por mi rostro, dejaría de trabajar en televisión.
Eso en caso de que saliera viva de tal agresión. Todo pasó por mi mente como
una película en máxima velocidad.
Volví a abrir los ojos y nadie se había movido de su lugar. Solo fueron ame-
nazas. Tomé aire y respiré profundamente.
Por primera vez en mi vida le temí a la muerte. Ni siquiera en septiembre de 2012
creí que iría a morir. Aquella vez los mineros cooperativistas y asalariados se enfrenta-
ron en pleno centro paceño con uso de cachorros de dinamita, en medio de una nube
de gases lacrimógenos que me impedía divisar dónde se producían las detonaciones.
Pero esa noche me rodeaban unas 50 personas eufóricas con gritos y saltos,
y la Policía estaba ocupada resguardando la residencia presidencial.
Trataba de no pensar y de concentrarme en la luz del reflector, alternaba mi
mirada entre mi pantalón de mezclilla y mis botas cortas de color café.
Detrás de la cámara estaba Vito. Él también recibió agresiones.
—Negro, indio, masista –le dijeron.
Vito nació en el municipio de Charazani, provincia Bautista Saavedra, y es
muy orgulloso de su origen aymara, ama su tierra natal y jamás se cansa de hablar
de ella.
—Eres empírico, en cambio nosotros somos profesionales, estamos en la
universidad –alardeaba uno de los movilizados.
Al voltearse, Vito observó que uno de los agresores vestía una chamarra con
el logotipo de la Universidad Católica.
Finalmente, volvió a timbrar mi celular. Era la coordinadora del canal para
avisarme que saldríamos al aire en unos segundos. Respiré aliviada.
—Buenas noches, María José Mollinedo –me saludó el presentador de noticias
César Galindo desde el estudio. –Usted se encuentra en la residencia presidencial,
donde hay una marcha que se trasladó allá. Cuéntenos los detalles.
Cada palabra que él pronunciaba sonaba como un eco en mi cabeza y se
opacaba por las risas y gritos de “prensa vendida”.
Cuando terminó el contacto, yo aún sentía la opresión en mi pecho y los
latidos en la cabeza.
—Quiere llorar, quiere llorar –decían distintas voces que me rodeaban.
—A ver, llora.
—Mírala, va a llorar –se burlaba otro.
Muchos de ellos me enfocaban con las cámaras de sus celulares.
Y sí, quería gritar y llorar, pero me contuve. No estaba dispuesta a derramar
ni una sola lágrima que les permitiera regodearse de mi miedo y rabia.
Por fuera les demostré fortaleza e indiferencia, poco a poco se fueron, solo
unas tres jóvenes se quedaron a insultarme. Mientras que los policías nos miraban
de reojo.
—No va a llorar, vámonos –dijo uno de los manifestantes.
amenazas de quema y cacerolazos 57

A pocos metros de nosotros, otra periodista también fue víctima de agresio-


nes. Ella, quien prefirió mantener su identidad en reserva, realizaba la cobertura
para un medio televisivo.
Cuando el camarógrafo de su canal encendió la luz de su cámara para transmitir
un despacho en vivo, las miradas de los manifestantes que estaban cerca se con-
centraron en ella. Comenzaron a gritar “prensa vendida” y luego subieron el tono.
—Perra –le gritaban algunos.
—Evo, aquí está tu perra –decían otros.
Muchas de esas personas comenzaron a empujarla. Pese a esas agresiones, ella
continuó con su trabajo. Incluso, después de ese incidente, siguió con la cobertura
de la marcha, que regresó a la plaza Abaroa para protestar en las puertas del tse.
Ahí volvió a transmitir. Nuevamente, otro grupo de jóvenes la insultó, pero esta
vez, además, le lanzaron una botella en la cabeza, hecho que salió en vivo en todo
el país. Para evitar mayores agresiones, la periodista y el camarógrafo se retiraron
del lugar. Ella, una profesional con más de 15 años de trabajo, no denunció este
hecho y simplemente lo sumó a otros momentos difíciles que vivió en su carrera.
Después de la cobertura retorné a mi canal. Aún temblaba de miedo. Mis
compañeros y el jefe de prensa, Yery Guiteras, me dieron palabras de aliento.
A esas muestras de afecto se sumó el apoyo de mi esposo y compañero de
vida, Luis Guerrero, periodista de Cadena A, quien denunció furioso el hecho
por redes sociales. A los pocos minutos llegaron varios mensajes de solidaridad
de colegas y amigos.
Aquella noche, al igual que las que siguieron, no pude dormir tranquila. Me
despertaba sobresaltada, quería llorar y finalmente lo hice, pero encerrándome
en el baño. Un grito desgarrador fue opacado por una toalla para que mi esposo
y mis dos hijos, de siete y 11 años, no me escucharan.

***

El lunes, de vuelta en el trabajo, me tocaba dar un despacho en vivo a las siete


de la mañana. Se trataba de la cobertura de un punto de bloqueo en la zona Sur,
en demanda de la segunda vuelta de los comicios. Me dio pánico salir frente a
la cámara y por ello le pedí a la productora que no se me enfocara. Le quité el
logotipo al micrófono, me agarré del brazo del camarógrafo de turno y oculté mi
rostro con su espalda mientras describía la protesta. Cada bandera boliviana que
veía me hacía temblar el cuerpo y volvía el temor.
Creí que el día de descanso que tuve me ayudaría a quitarme la sensación
de inseguridad, pero frente a la protesta me di cuenta de que aquel sentimiento
seguía presente.
Pocas veces en mi vida sentí similar pavor. La primera vez que esa sensación
me invadió fue en el vuelo inaugural de la empresa estatal Boliviana de Aviación
58 días de furia: relatos de mujeres periodistas

(BoA), en 2009. Estaba en una aeronave Boeing 737-300, sentada en la fila iz-
quierda. El copiloto era el entonces presidente Evo Morales. Mientras yo char-
laba con otros colegas, sentí un vacío profundo en el estómago porque, por unos
segundos, la aeronave iba en picada. Todos nos miramos, yo cerré muy fuerte los
ojos. Ningún funcionario aeronáutico salió a explicarnos lo que había sucedido.
Después la nave volvió a estabilizarse y ascendió sin parar por otros segundos. Fue
aterrador, pues el avión ascendía y descendía. Luego salió de la cabina el Primer
Mandatario con una sonrisa y nos dijo: “No, compañeros de la prensa, no crean
que los quería matar”. Todos reímos, aún confundidos por lo que había pasado.
Esa mañana del lunes no viví una nueva agresión, ya no fui foco de los mar-
chistas. Pero sí lo fue la periodista Brishka Espada, de la red atb. Ella, de 22
años y destacada alumna de último año de la carrera de Comunicación Social de
la Universidad del Valle, fue agredida en inmediaciones de la plaza Tarija, en la
ciudad de Cochabamba.
Brishka acababa de realizar un reporte informativo sobre la movilización en
contra de los resultados de las elecciones generales. Mientras el camarógrafo de
su medio iba en busca de su motocicleta –la que había dejado lejos del lugar de
la cobertura por miedo a que la quemen, como ya había ocurrido en días pasados
con otros motorizados de dos ruedas–, un grupo de jóvenes con pañoletas en el
rostro la rodearon.
“¡Vendida, masista!”, le gritaban mientras le quitaban el micrófono. La jalo-
nearon entre varios jóvenes y le golpearon en la cabeza con furia; el golpe la dejó
inconsciente y tuvo que ser socorrida por una ambulancia.
Tres jóvenes la cargaron y la metieron en el vehículo; fue internada en un
hospital por los golpes y una crisis nerviosa.
“Ninguno de nosotros es un vendido, ninguno. Solamente hacemos nuestro
trabajo. (Dirigiéndose a los manifestantes) No golpeen a nadie porque tenemos
una familia, una mamá y un papá que se preocupan por nosotros”, dijo –más
tarde– entre lágrimas en una entrevista para su medio televisivo.
A medida que los conflictos aumentaban, los diferentes actores que protago-
nizaban las protestas –unos a favor y otros en contra de la segunda vuelta– mos-
traban mayor rechazo hacia la prensa y lo hacían evidente a través de agresiones
verbales y físicas a los reporteros.
Cuatro días después de la agresión que sufrió Brishka, Carla Mercado, una
joven periodista de la unidad móvil de la Red Uno, fue otra víctima.
Carla –quien tiene unos ojos grandes, expresivos y un alma bastante noble– fue
a cubrir las manifestaciones en la Calle 16 de Obrajes, donde la avenida principal
estaba bloqueada con cuerdas amarradas de poste a poste y la tricolor boliviana
flameando. Como esos dos elementos estaban siempre presentes en los bloqueos
convocados por los comités cívicos en varias ciudades, a estos manifestantes se
les llamó “pititas”.
amenazas de quema y cacerolazos 59

Una semana antes, Morales, en una concentración en Cochabamba que fue


transmitida por el canal estatal, como todo acto del entonces presidente, se refirió
a ese modo de protesta: “Ahora dos, tres personas amarrando pititas, poniendo
llantitas quieren hacer paro. ¿Qué paro es ese? Soy capaz de dar talleres, semina-
rios de cómo se hacen marchas para que aprendan”.
Su declaración solo caldeó los ánimos de una parte de la ciudadanía, que luego
empezó a movilizarse con más fuerza en los nueve departamentos.
Las marchas se hicieron más frecuentes en la sede de gobierno. Una de esas
fue la de los médicos de la Caja Petrolera de Salud, en la zona de Obrajes. La
unidad móvil en la que estaba Carla tenía la tarea de transmitir esta movilización.
Para ello, el minibús blanco del medio se estacionó cerca de un mercado. Cuando
Carla y el camarógrafo intentaron bajar, los marchistas los rodearon y lanzaron
golpes contra el motorizado.
—¡Prensa vendida, masistas! –gritaban.
—¡Perra, puta vendida! –le dijo uno de los manifestantes a Carla, y otros
repitieron aquellos insultos.
A modo de frenar esos actos, la periodista grabó con la cámara de su celular
desde dentro del minibús. Una joven mujer que llevaba de capa la bandera boli-
viana, de tez blanca, intentó arrebatarle el aparato telefónico y empezó el forcejeo,
que lastimó la mano derecha de la reportera.
Los médicos se cansaron de gritar y se alejaron.
Finalmente, los reporteros pudieron sacar los equipos para salir al aire. Cuando
estaba a punto de relatar los hechos, una mujer de unos 50 años, con una bandera
en la mano derecha, le dijo:
—No me va a grabar ni preguntar nada. Todas las respuestas las debe tener
Claudia Fernández. ¿Cuánto les paga?
Carla se quedó callada. Tuvo la misma actitud que otros periodistas de la
Red Uno cuando recibíamos similares comentarios debido a que Fernández era
la presentadora de noticias del medio y la esposa del entonces vicepresidente del
país, Álvaro García Linera.
La presentadora se alejó de la televisión en diciembre de 2017, tras 14 años en
las pantallas, para dedicarle todo su tiempo a su hija Alba, pero retornó en enero
de 2019. Durante el tiempo que estuvo presente en las pantallas, los reporteros
de calle con frecuencia eran insultados y recibían reclamos, los que no llegaban
al set del noticiero.
Ese día, Carla continuó la transmisión en vivo de las protestas. El miedo no
frenó su labor.
Esa sensación nos acompañó por un tiempo a varias periodistas que fuimos
agredidas durante el conflicto. Sin embargo, cinco días después de las amenazas
que sufrí, me dije que no iba a permitir que ese sentimiento de miedo me ganara.
Estaba dispuesta a aceptar con valor y orgullo lo que tendría que suceder.
Mineros aliados al MAS marchan rumbo a la plaza Murillo y hacen estallar dinamitas a su paso.
Crédito: Claudia Morales
susana lópez

Susana López es comunicadora


y periodista, actualmente forma
parte de la red latinoamericana de
periodistas de investigación con-
nectas, plataforma periodística
para las Américas.
Trabajó en el grupo Infopú-
blica, en la revista Oxígeno, en
el semanario El Compadre y en
el portal de noticias Urgente.bo.
Además, fue parte del directorio
de la Asociación de Periodistas de
La Paz (aplp).
Es corresponsal antinarcóti-
cos en el Centro de Entrenamiento Internacional Garras del
Valor (Ceigava), de la Fuerza Especial de Lucha Contra el
Narcotráfico.
Es egresada de la maestría en Periodismo de la Fundación
para el Periodismo y la Universidad Nuestra Señora de La Paz.
capítulo 3

Cabildo, dinamitas y Halloween


Susana López

Los policías lanzaban gases lacrimógenos a un grupo de personas que quería llegar
al centro de poder la noche del 31 de octubre. Era el undécimo día consecutivo
en el que la Policía intervenía las protestas poselectorales en la ciudad de La Paz.
Yo hacía la transmisión, con mi celular, para la página de Facebook del periódico
digital Urgente.bo.
En ese momento sentí un empujón en la espalda. No volteé a ver porque
debía continuar con mi trabajo. Nuevamente otro empujón vino hacia mí, esta vez
con insultos de por medio. Dejé de grabar y sostuve con fuerza entre mis manos
mi celular para que no me lo arrebataran. Al girar vi a un chico robusto, de unos
28 años, acercarse a mí de forma violenta. Decidí alejarme, pero él me persiguió
entre las calles Mercado y Yanacocha.
—¡Prensa vendida! –gritaba el hombre, que llevaba un palo en la mano
mientras seguía mis pasos.
— ¡Chota de mierda!, ¡basura! –me decía mientras me alejaba de él.
Caminé más rápido hasta donde algunos manifestantes encendían fogatas
para contrarrestar los gases lacrimógenos y poner barreras entre ellos y los po-
licías. Los gritos de ese hombre ocasionaron que algunos de ellos exigieran que
me identifique.
Mi perseguidor, furioso, me ordenó que me quitara la máscara antigás y las
gafas de protección porque quería verme la cara. Ante mi negación, se detuvo en
frente de mí e intentó golpearme, esquivé su puño y retrocedí.

[63]
64 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Le mostré mi chaleco y la credencial del medio, pero su agresividad no


disminuyó. Me acusó de ser infiltrada del gobierno del mas. Pese a los gases,
descubrí mi rostro. En mi mente estaba la idea de dejar de lado la autoestima
baja que los trabajadores de la prensa desarrollamos ante los constantes ataques
del poder gubernamental.
Miré fijamente a mi atacante. Este levantó el palo que habría ido hacia mi
cuerpo si no hubiese sido por un muchacho, de entre 20 y 25 años, que lo apartó
con fuerza. Este joven me acompañó hasta la siguiente esquina mientras la gasi-
ficación de la Policía volvía a apoderarse de esas calles.
Muchos de los manifestantes eran jóvenes que habían participado en el
cabildo­nacional que minutos antes se realizó a la altura de la Cervecería Bo-
liviana Nacional. En dicha concentración se determinó la radicalización de la
consigna, que hasta ese día era la demanda de la segunda vuelta de las elecciones
nacionales.
Al acto asistieron miles de personas. Había grupos de distintas edades y fa­
milias íntegras, con mascotas incluidas, que llevaban banderas bolivianas. También
estaban el magisterio urbano paceño, el Comité Cívico de Oruro, la Asociación
Departamental de Productores de Coca de los Yungas (Adepcoca) y el Sindicato
de Trabajadores Mineros de La Chojlla, entre otros sectores sociales.
Uno de los grupos más numerosos era el sector salud, que le había declarado
la guerra a las políticas de salud del gobierno de Evo Morales y exigía mejoras en
el sistema hospitalario público de todo el país.
El Colegio de Abogados de La Paz, que en varias ocasiones cuestionó la
cuarta postulación presidencial de Morales, gritaba frases en contra del proceso
eleccionario, al que consideraba fraudulento y anticonstitucional.
Entre toda esa cantidad de gente se destacaba la presencia de los jóvenes,
entre 16 y 30 años. Algunos de ellos tenían el rostro pintado como el Guasón,
el protagonista de la película que meses antes se había estrenado en las salas de
cine del país y que se convirtió en una especie de héroe para los inconformes
sociales.
Varios jóvenes trasladaron los memes del espacio digital a la calle en pancartas,
que incluían a los personajes de la popular serie estadounidense Los Simpson.
“No soy un partido político, soy un monstruo”, decía un cartel con la imagen de
Lisa Simpson, haciendo referencia al capítulo en el que aparece con un disfraz
mal hecho y aludiendo al MAS, el partido de Evo Morales.
Otro cartel decía: “3 x 90 =180” y mostraba la fotografía del vicepresidente
Álvaro García Linera, quien era blanco de burlas en las redes sociales por los cál-
culos matemáticos incorrectos que brindaba en las entrevistas, pese a sus estudios
universitarios en esa área.
cabildo, dinamitas y halloween 65

Era una suerte de concurso de quién tenía el cartel con memes más divertidos
y con sentido crítico a la coyuntura política.
La concentración se inició a las seis de la tarde con un minuto de silencio por
las muertes del día anterior en Montero, municipio de Santa Cruz.
Mario Salvatierra (55 años), mototaxista, y Marcelo Terrazas (48), integrante
de la Unión Juvenil Cruceñista, fallecieron por disparos de arma de fuego durante
los enfrentamientos entre miembros del Comité Cívico y afines al Movimiento
Al Socialismo (mas).
Desde el inicio de los conflictos, Santa Cruz se convirtió en el centro de las
protestas en demanda de una segunda vuelta. Luis Fernando Camacho –presi-
dente del Comité Cívico pro Santa Cruz, que hasta antes de este conflicto era
un desconocido en el resto del país– había convocado a un paro con bloqueos
en cada esquina. Así, ese departamento amanecía bloqueado, lo que impedía el
paso de cualquier tipo de transporte. Para que los motorizados transiten se debía
tener salvoconductos del Comité Cívico; al respecto, hubo denuncias de algunos
ciudadanos –a través de la prensa y en las redes sociales– que aseguraban que estos
pases solo los obtenía gente del entorno de este comité.
A causa del paro muchas actividades en ese departamento se detuvieron, por
lo que algunos sectores, principalmente los aliados del mas, cuestionaron la me-
dida con el argumento de que se veían perjudicados económicamente. Por ello,
esa semana comenzaron a desbloquear las vías y esto derivó en enfrentamientos
entre ellos y los manifestantes.
Además de las dos muertes ocurridas en Montero, ese día hubo cinco heridos
por balines y otros por armas blancas y golpes en la cabeza.

***

—¡Evo asesino, Evo asesino, Evo asesino! –gritaba la multitud después del minuto
de silencio en el cabildo nacional.
Sobre una tarima, armada en el puente de la Cervecería discursaron varios
representantes cívicos y de otros sectores sociales que habían llegado de distintos
puntos del país.
La consigna era colectiva: el rechazo a la auditoría que ese mismo día inició
la Organización de los Estados Americanos (oea). Los discursos reflejaban lo
que en la mañana había anunciado el presidente del Comité Cívico Potosinista
(Comcipo), Marco Antonio Pumari, respecto a que se declararía persona no grata
al secretario general de ese organismo internacional, Luis Almagro, quien había
dicho que Morales tenía derecho a postularse a la presidencia por cuarta vez.
—¡Anulación, anulación, anulación! –gritaba la gente.
66 días de furia: relatos de mujeres periodistas

De pronto, la petición de ir a una segunda vuelta eleccionaria, como se


pidió durante 11 días, se disolvió en el aire y se cambió el rumbo de la de-
manda inicial.
—¡Ni Mesa ni Evo! –gritaba la multitud. Con ese nuevo tono de protesta, el
panorama cambió por completo.
A esa misma hora en Santa Cruz, el cabildo liderado por Camacho, a los pies
del Cristo Redentor, reunía a miles de personas. Muchas de estas flameaban la
bandera de ese departamento.
Camacho –en la testera, con su característica gorra negra, su polera blanca
con el logo del Comité Cívico pro Santa Cruz y con la imagen de la Virgen de
Fátima a su lado derecho– dijo: “Esto no para… el primer pedido cuando inicia-
mos era segunda vuelta, fue pasando el tiempo y se fueron burlando de nosotros,
y decidimos un nuevo proceso eleccionario (…). Esa fue la libertad que me tomé;
quisiera que todos aquí podamos dar el consentimiento para que la consigna
sea (…) renuncia o nada”. Además, aseguró que no candidatearía, pero meses
después se postuló a la presidencia junto con Marco Antonio Pumari como su
acompañante de fórmula.
Cuando la noche caía en la ciudad de La Paz, la concentración en el puente de
la Cervecería finalizó con la demanda de pedir nuevas elecciones nacionales. Así,
con euforia colectiva en el camino de la avenida Montes y la calle Pucarani, varias
voces pedían ir al centro político del poder, la plaza Murillo. Inmediatamente, los
jóvenes apresuraron su paso para llegar al punto de la discordia.

***

La icónica plaza, que está rodeada de edificios gubernamentales, era resguardada


no solo por un cerco policial fuertemente armado, sino también por trabajado-
res mineros afiliados a la Central Obrera Boliviana (cob) y por organizaciones
campesinas del norte de Potosí que declararon que defenderían el “proceso de
cambio” del mas.
Dos días antes, un movimiento inusual se apoderó de las cuatro esquinas de
la plaza. Se instalaron letrinas móviles en los cuatro puntos de ingreso, los que se
mantuvieron cerrados y custodiados por efectivos policiales.
Por otra parte, sectores sociales aliados al partido de gobierno marcharon por
el centro de la ciudad y en su recorrido detonaron cachorros de dinamita, lo que
causó temor en la ciudadanía, ante la mirada pasiva de los policías.
La existencia del Decreto Supremo 2888, que prohíbe el uso de explosivos
durante las movilizaciones, no fue un impedimento para que los marchistas se
abran paso, a punta de dinamitazos, hasta el epicentro del poder. El dirigente de
cabildo, dinamitas y halloween 67

la Central Obrera Departamental de La Paz (cod), Hugo Tórrez, y el entonces


presidente de la Cámara de Diputados, Víctor Borda, justificaron la utilización
de estos explosivos porque, según ellos, su uso era tradicional como elemento de
“reivindicación social”.
Desde ese día hasta la primera semana de noviembre, integrantes de al me-
nos 20 organizaciones sociales instalaron una vigilia alrededor para evitar que
la oposición, inconforme con los resultados de los comicios, tome la Asamblea
Legislativa y el Palacio de Gobierno. Así lo confirmó el ministro de Defensa de
ese entonces, Javier Zavaleta.
La presencia de esos sectores tensó aún más el escenario político social.
Los manifestantes de la denominada Resistencia lo tomaron como una
provocación.­
Todas las noches, ya sea a la altura del edificio central de la Universidad Ma-
yor de San Andrés (umsa) o en inmediaciones del Tribunal Supremo Electoral
(tse), en la plaza Abaroa, había protestas que eran intervenidas por la Policía,
pero esa noche fue distinta. Una parte de la ciudad intentaba celebrar Halloween,
una tradición foránea que en los últimos años cobró fuerza, especialmente entre
los niños y adolescentes.
Por eso, cuando la densa nube de gases lacrimógenos se apoderó del centro,
que inclusive llegó hasta lugares distantes del foco de los enfrentamientos, afectó
a muchas familias que paseaban por la avenida Mariscal Santa Cruz con sus hijos
disfrazados.
Debido al caos, las golosinas recolectadas por los niños, pelucas y disfraces
rotos formaban una alfombra de colores en el paseo de El Prado paceño. Los padres
y madres de familia intentaban escapar con sus pequeños ‘Batman’ y ‘princesas
Elsa’ en brazos. El llanto de los niños ante la arremetida con químicos de parte
de la Policía se sumaba al ruido de la represión.
A las nueve de la noche, los estallidos de petardos y explosiones de cachorros
de dinamita hicieron que las vendedoras del centro levantaran sus puestos como
pudieran ante la embestida de los gases de la institución del orden.

***

Luego del ataque del hombre con el palo, en medio de la represión policial, llegué
hasta la puerta trasera de la Casa Grande del Pueblo, el edificio nuevo que colinda
con la vieja estructura del Palacio de Gobierno.
La ventanilla de recepción de correspondencia estaba abierta, allí don-
de se suponía que Fernando Camacho entregaría la carta de renuncia del
presidente­Evo Morales, que él redactó. La misiva no llegó porque Camacho
68 días de furia: relatos de mujeres periodistas

se en­contraba­en el cabildo en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, y además


pretendía que el mandatario lo reciba personalmente, posibilidad descartada por
el Gobierno.
Por eso cesaron las transmisiones de varios medios de comunicación que
esperaban que se lleve a cabo el hecho. Un grupo de periodistas, entre nacionales
y extranjeros, se dirigió hasta otro sector.
Los pocos periodistas que quedamos en la parte trasera del edificio corrimos
tan pronto sentimos aquel químico inconfundible que nos acompañó desde el
inicio de las protestas y que provocaba un picor que se metía al pecho, cerraba la
garganta y hacía que los ojos lagrimearan.
La regla primordial de las coberturas en conflicto es nunca separarse del grupo
de colegas. Entre tanta confusión y ansiedad por respirar, aparecí en el lugar menos
esperado. En cuanto abrí los ojos, vi pequeñas envolturas blancas amontonadas
en un rincón, eran explosivos. Los latidos de mi corazón se aceleraron cuando
levanté la cabeza y vi un solo destello de luz que provenía de los cascos de los
mineros. Estaban fuertemente armados y organizados.
Tenían un grupo de avanzada y estaban rodeados por escudos de metal, sus
rostros estaban cubiertos con gafas protectoras y máscaras antigás. Parecía que
todos usaban botas por el sonido que emitían al unísono cuando avanzaban. Ca-
nilleras, rodilleras y guantes de protección fueron algunos de los elementos que
logré distinguir. Parecía el escenario de una película de batallas.
En la calle Colón y Mercado, a dos cuadras del Palacio de Gobierno, los
manifestantes de la Resistencia intentaban llegar a la plaza Murillo. A su paso
hacían estallar petardos en dirección al grupo de los mineros.
Hubo un momento en que los manifestantes lograron subir hasta la esquina
de las calles Potosí y Colón, donde no había presencia policial. Los dos grupos
se enfrentaron.
Uno de los líderes de los mineros lanzó un cachorro de dinamita hacia el otro
bando. El estallido fue ensordecedor.
Pese a que los sectores afines al mas estaban fuertemente armados, los po-
licías no los gasificaban ni arrestaban, pero actuaban de diferente manera con el
bando contrario.
Meses después, en febrero, se supo –mediante un informe policial que
se reveló– que no existían órdenes oportunas para que la Policía intervenga
en los enfrentamientos entre sectores aliados del Gobierno y movilizados opo-
sitores.
Ese documento fue enviado por el exdirector de la Unidad Táctica de Opera-
ciones (utop) Heybert Antelo a José Antonio Barrenechea, comandante depar-
tamental de la Policía durante los conflictos, y en él le explicaba el malestar del
cabildo, dinamitas y halloween 69

personal subalterno de esa unidad ante la falta de trato igualitario para contener
a los manifestantes de ambos grupos.
En medio del enfrentamiento, yo buscaba el modo de salir del lugar, pero
no había una ruta de escape; estaba rodeada por los mineros con sus cachorros
de dinamita y los gases lacrimógenos que provenían de todas partes. Me costaba
respirar y la máscara antigás comenzaba a sofocarme. Decidí apoyarme contra
una pared para pensar con claridad y ver el modo de escapar.
Conté mentalmente la cantidad de hombres que había en aquella esquina: 85
mineros distribuidos estratégicamente en diferentes grupos. Estaba rodeada por
85 hombres armados sin temor a la muerte.
Mi credencial de prensa me delataba. Era la única mujer y periodista en
medio de hombres furiosos y ansiosos por pelear. Seguía intentando respirar y
sentía que me ahogaba con cada bocanada de aire. Escondí mi credencial y tapé
mi chaleco de prensa con mi mochila. Ese sector también estaba furioso con la
prensa, porque decía que los medios de comunicación no cubrían el apoyo que
tenía Morales y daba más cobertura a las protestas en su contra.
También evitaba a toda costa que mi teléfono celular sufriera algún daño, ya
que sería el único elemento que utilizaría para registrar lo que ocurría e inclusive
para pedir auxilio en algún evento imprevisto en mi contra.
Los ataques entre ambos bandos seguían con fuerza. Uno de los dirigentes
de los mineros se acercó a mí. Mi corazón latió con fuerza.
—Vea cómo nos atacan. No nos vamos a mover de este lugar. Grabe esto
para que vean cómo nos vienen a provocar –me dijo, mientras sujetaba su escudo
de metal fabricado artesanalmente.
Como si hubiese recibido el ‘visto bueno’ de aquel grupo de mineros, comencé
a transmitir por Facebook, pero con la premisa de salir del lugar. Estaba atrapada
en el fuego cruzado; los mineros se apostaron en la esquina de la Colón y Potosí,
y los grupos del cabildo estaban en la esquina de abajo.
Lentamente, agazapándome entre las paredes de las casas de la calle
Colón, comencé a huir con el objetivo de llegar a la calle Mercado, especí-
ficamente a la altura de la Alcaldía paceña, donde según yo era más seguro. Estaba
equivocada.
Cuando llegué a la esquina añorada, los petardos, los gritos de los de la
Resistencia,­los estallidos de los cachorros de dinamita, los disparos de gas de
la Policía hacia los que pedían anulación y las sirenas de las ambulancias se
entremezclaban.­Con cada explosión cerraba los ojos y me acordaba de Eusta-
quio Picachuri, el minero que se inmoló en 2004 en puertas del Congreso; a mi
mente venían las imágenes de los tres muertos y decenas de heridos que produjo
ese hecho.
70 días de furia: relatos de mujeres periodistas

A pocas calles de donde me encontraba, una detonación de cachorro de


dinamita hizo volar en pedazos la filmadora del camarógrafo Daynor Flores,
de la red televisiva Gigavisión, y las esquirlas de una puerta de vidrio que
reventó cerca le hirieron la pierna. El joven cayó al suelo, no podía escuchar
nada ya que sus oídos quedaron afectados momentáneamente. Junto a él, el
periodista de la red pat Jhonatan Rivero se desmayó debido a la onda expan-
siva de la explosión.
En cada esquina de las calles de los alrededores había barricadas armadas y
fogatas encendidas. De pronto, los gritos hacia mí volvieron: “¡Prensa vendida,
prensa vendida!”.
Era un grupo de chicas de entre 25 y 30 años que se acercaba. Mi credencial
me había delatado; en el trajín de escapar de los mineros, el documento apareció
sobre mi pecho.
Un cachorro de dinamita estalló y todos comenzaron a escapar, entonces
aproveché la confusión del momento para correr hacia la avenida Camacho. Temí
ser agredida nuevamente.
El olor del gas lacrimógeno estuvo presente en todo mi trayecto, era inso-
portable, y casi de la nada aparecía gente herida, tumbada en las paredes y las
aceras de las calles. Uno de los heridos era un muchacho muy joven, tendría entre
16 y 18 años; tenía las piernas sangrando por las esquirlas de una dinamita. Los
voluntarios de la Cruz Roja se acercaron y lo levantaron para llevarlo hasta la
avenida Camacho. Lo sentaron en la puerta de un edificio mientras esperaban la
ambulancia.
Ese hecho enfureció aún más a los manifestantes, que demostraban su enojo
agrediendo a todos, incluidos los periodistas. A pesar de ello, seguí con la transmi-
sión en vivo y vi que un camarógrafo y un reportero de la red televisiva Bolivisión,
que filmaban la escena, fueron golpeados e insultados.
—¡Prensa vendida, prensa vendida! –gritaba la gente, que cuestionaba a los
medios de comunicación por no reflejar las protestas en contra de Morales.
A los pocos minutos llegaron el camarógrafo y reportero de Televisión Uni-
versitaria (tvu). El trato a ellos fue diferente; lejos de agredirlos, los manifestantes
les abrían paso y los felicitaban.
Ese medio televisivo era considerado un “aliado” de los manifestantes y por
ende el único que tenía ‘derecho’ a hacer la cobertura de los hechos. Esto se debía
principalmente a que la periodista Ximena Galarza entrevistó, la noche del 24 de
octubre, a un ingeniero de sistemas que presentó resultados de una investigación
que evidenciaba irregularidades en el conteo de votos.
Entre el tumulto de la gente, sentí que alguien me empujaba por detrás. Otra
vez el ambiente se tornaba hostil para la prensa.
cabildo, dinamitas y halloween 71

Caminé hasta la plaza Obelisco. La noche no había terminado. La extrema


violencia se apoderó del centro de la ciudad, las barricadas se convirtieron en
puntos de enfrentamiento y los disparos de gases no cesaban. El terror continuó
hasta la medianoche; era una situación que no le hacía justicia al nombre de esta
ciudad, La Paz.
Crédito: Dico Solis – Opinión

Policías en el techo de la UTOP de Cochabamba


inician el motín policial la tarde del 8 de noviembre.
juany reyes

Juany Reyes desarrolla su trabajo


de periodismo en la ciudad de Co-
chabamba y tiene más de 10 años
de experiencia. Inició su carrera
en radio como co-conductora (y
posteriormente como conductora)
de la revista informativa Brújula sin
Tiempo, que se emitía en la radio
San Rafael.
Entre 2008 y 2012 fue perio-
dista de la revista informativa de
Televisión Universitaria (tvu).
Actualmente es periodista de la
radio Pío xii y desde 2016 hasta la fecha es coordinadora del
noticiero nacional e internacional de la red quechua.
capítulo 4

Motín policial en Cochabamba


Juany Reyes

Ese viernes 8 de noviembre se pintaba como un día tranquilo. A diferencia de las


jornadas anteriores, hasta mediodía no se registraron enfrentamientos entre los
sectores sociales afines al mas y los miembros de la Plataforma Ciudadana, que
pedían la anulación de las elecciones y la renuncia de Evo Morales. Tampoco
hubo represión policial. Las puertas del Comando Departamental de Cocha-
bamba estaban abiertas de par en par y el desempeño de los uniformados parecía
normal. Ellos estaban acuartelados desde que empezó el inconformismo con los
resultados electorales.
La figura cambió a las cinco de la tarde, cuando se escuchó el sonido ensor-
decedor de petardos. Había comenzado el motín policial en la Unidad Táctica de
Operaciones Policiales (utop), ubicada en la céntrica avenida Heroínas, entre
las calles Baptista y España de la ciudad de Cochabamba.
—¡Motín policial, motín policial! –gritaban decenas de policías desde el patio.
Unos 10 efectivos vestidos con chaleco antibala, pasamontaña y casco se pa-
raron a lo largo del borde del techo del frontis de la utop. Uno de ellos flameaba
una pequeña bandera tricolor, otro reventaba un petardo y el resto agitaba con
fuerza su brazo repitiendo la consigna de sus compañeros de abajo.
Varios colegas y yo cubríamos los hechos para nuestros medios, en mi caso
la radio Pío xii y su página en Facebook. En cuestión de minutos, la noticia y la
imagen de los policías parados sobre el techo de la utop estaban en los medios
de todo el país y en las redes sociales.

[75]
76 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Los uniformados, que se concentraron en el patio, acarreaban algunos objetos


para iniciar una fogata. Luego nos enteramos de que lo que alimentaba el fuego
eran documentos, archivos físicos de investigaciones y, posiblemente, procesos
internos, aunque nadie quiso dar referencia sobre la quema de dicha documen-
tación. También se quemaron algunos muebles de los jefes policiales.
Cuando el humo empezó a ascender desde el patio, más policías subieron
al techo. Algunos levantaron sus armas reglamentarias; otros, presurosos, exten-
dieron una tricolor larga que cubría la parte superior de la fachada de la utop.
Cuatro oficiales mostraron un banner de unos cuatro metros de largo, que en
letras mayúsculas decía: “No al fraude”. Dentro de la letra “o” estaba la foto del
entonces presidente del país, con una línea diagonal que lo vetaba; debajo decía:
“Fuera Evo Morales” y al lado estaba el escudo de la Policía.
Poco a poco aparecieron más uniformados encapuchados hasta llegar a unos
30. Todos entonaron el Himno Nacional, entre policías y civiles que se habían
dado cita en el lugar para para apoyar la medida.
“Policía, amigo, el pueblo está contigo”, “no están solos, no están solos”, “esto
no es Cuba, tampoco Venezuela, esto es Bolivia y Bolivia se respeta”, “¿quién se
rinde?, ¡nadie se rinde!; ¿quién se cansa?, ¡nadie se cansa!”, estas eran las frases
que repetía la gente.
Muchas de las personas saltaban y gritaban, algunas lloraban de la emoción,
otras flameaban su bandera rojo, amarillo y verde; parecía que celebraban una
fiesta. Los petardos reventaban a cada instante.
“La decisión de la Policía fue una sorpresa; este es el inicio de algo grande
desde Cochabamba, exigir nuevas elecciones”, me dijo un joven de la Resistencia
Juvenil Cochala (rjc), que fue uno de los primeros grupos en llegar al lugar.
La situación había cambiado, los policías estaban siendo aplaudidos por los
grupos que pedían la anulación de los comicios, cuando horas antes eran cues-
tionados por estos mismos sectores.
Antes de ese hecho, las plataformas ciudadanas y jóvenes de la Resistencia
estaban molestos con la fuerza del orden debido a la represión que ejercía contra
las protestas que se desataron desde la noche del lunes 21 de octubre.
Aquel día se produjo el primer enfrentamiento entre la Policía y este grupo de
jóvenes. Estos intentaron ingresar al campo ferial de la Feicobol, donde el Tribunal
Electoral Departamental (ted) realizaba el cómputo de los votos. Destrozaron
vallas y una muralla para lograr entrar al patio del lugar.
Para contenerlos, los policías se organizaron en dos anillos de seguridad y
por casi toda la noche dispararon gases lacrimógenos. Horas después, el grupo
de jóvenes enfurecidos se trasladó en marcha hasta las puertas del ted, donde la
Policía ya hacía el resguardo; también fueron gasificados en este lugar.
motín policial en cochabamba 77

Como los de esa noche, varios episodios similares se repitieron en los pri-
meros días del conflicto.
Todo ello se agravó cuando los grupos de simpatizantes de Morales –que lle-
garon de áreas rurales, particularmente del Chapare, bastión del mas– iniciaron
‘contraprotestas’.
Ambos grupos se enfrentaban casi todos los días. Muchos sectores cuestiona-
ron el actuar policial por favorecer al sector afín al mas. Similar situación sucedía
en La Paz y Santa Cruz, donde se agudizaron los conflictos.
En uno de esos enfrentamientos, dos días antes del motín, Limbert Guzmán
Vázquez, de 20 años, quien tenía muerte cerebral, falleció. El joven, que cursaba
el último año del colegio, fue herido mientras bloqueaba junto a otras personas
el puente Huayculi, en el municipio de Quillacollo.
El hecho se produjo durante los enfrentamientos con los grupos sociales afines
al mas que intentaban desbloquear ese punto. Según las investigaciones prelimi-
nares, recibió un explosivo en la cabeza. Su muerte se sumó a las dos de Montero.
El fallecimiento de Limbert conmovió a la ciudadanía cochabambina e incre-
mentó la tensión en el país. Los sectores opositores al Gobierno responsabilizaron
a Morales de los fallecimientos.
Ese mismo día, otra escena complicó el conflicto. Se trataba de la alcaldesa
del municipio de Vinto, María Patricia Arce, quien fue tomada como rehén por un
grupo de jóvenes, entre ellos los de la Resistencia Juvenil Cochala; la obligaron a
caminar descalza cerca de cinco kilómetros desde Vinto hasta el puente Huayculi.
Con su pelo cortado y manchada con pintura roja que corría por su rostro, la
autoridad edil caminaba con un palo en la mano por la avenida Blanco Galindo.
La acusaron de financiar los desbloqueos.
“Estoy en un país libre y no voy a callar, y si quieren matarme que me ma-
ten. Por este proceso de cambio voy a dar mi vida”, decía mientras la obligaban
a ponerse de rodillas en el punto de bloqueo.
Días después, las plataformas ciudadanas pusieron en duda la veracidad del
acto de humillación en el que Arce fue la víctima. Aseguraron que el hecho fue
armado para victimizar a la autoridad municipal. Posteriormente, la Fiscalía de
Vinto abrió dos investigaciones; la primera tenía el objetivo de dar con los au-
tores de causar daños, destrozos y quemar el edificio de la Alcaldía, y la segunda
indagaría las agresiones que sufrió la alcaldesa.
Tras su recuperación, la alcaldesa Arce acudió a organismos internacionales,
como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh), que dictó
medidas cautelares a su favor.

***
78 días de furia: relatos de mujeres periodistas

En medio de la algarabía, a las seis de la tarde de ese viernes 8 de noviembre,


la puerta grande de la utop se abrió y cuatro policías salieron. Todos tenían el
rostro totalmente cubierto; apenas se les veía los ojos. Llevaban puesta su camisa
al revés para evitar que se lean sus apellidos y grados.
Uno de ellos leyó el pronunciamiento de la Policía. El primer punto pedía
el respeto al artículo 251 de la Constitución Política del Estado, que dispone que
la Policía Boliviana tiene la misión de la defensa de la sociedad y conservación
del orden público, además de velar por el cumplimiento de las leyes en todo el
territorio boliviano.
“La Policía Boliviana apoya las demandas del pueblo de manera incondicio-
nal”, continuó con la lectura del punto dos, con una voz alterada.
Después de leer sus tres puntos, los policías abandonaron el lugar sin respon-
der a las preguntas de los periodistas, que queríamos saber, entre otras cosas, si
todos los efectivos en Cochabamba estaban de acuerdo con el motín y si había una
coordinación con los uniformados de otros departamentos. Hasta ese momento,
la Policía en Cochabamba era la única que se había rebelado.
Para ser parte de la improvisada conferencia de prensa había que pasar el
control de los integrantes de la Resistencia Juvenil Cochala, quienes pedían
a los periodistas mostrar su credencial e indicar a qué medio pertenecían.
Reporteros de los canales atb, Bolivia tv y de la radio Kawsachun Coca, que
es de las Seis Federaciones de los cocaleros del trópico, estaban vetados por
este grupo. Por ello, los periodistas de esos medios ni siquiera llegaron hasta
la utop, justamente para evitar agresiones verbales, como había ocurrido en
anteriores ocasiones.
La primera línea que separaba la multitud de las instalaciones estaba
compuesta­por hombres de la Resistencia Cochala. Sus rostros estaban cubiertos
por pasamontañas o pañoletas. Algunos llevaban chalecos antibalas con gruesos
petardos en los bolsillos. Por momentos, algunos colegas nos confundimos,
porque su vestimenta era similar a los uniformes de los integrantes del Grupo
Especial de Acción y Reacción Delta: camuflado en café, como si fuesen a una
guerra.
Uno que otro sujetaba palos tipo bate, que de ser usados como arma, seguro
causarían daños de consideración. Además, otros tenían bazucas artesanales con
las que lanzaban petardos a larga distancia.
Los periodistas teníamos temor. Pese a ello, fuimos detrás de los cuatro policías
para insistir con las preguntas, pero los chicos de la Resistencia Juvenil Cochala
nos alejaron del lugar a empujones.
“Por favor, retírense, ya terminó la conferencia”, nos dijo uno de ellos en
tono elevado.
motín policial en cochabamba 79

Otros se apresuraron a llegar a la puerta principal para hacer una cadena


humana. No permitían que nadie se acercara a ese punto. Días después, varios
sectores denunciaron que miembros de la Resistencia realizaban actos similares
a los de los paramilitares.
Las esposas de los uniformados colaboraban en dicha cadena y pedían a gri-
tos: “No abandonen a la Policía, que se ha sumado a la lucha y todos queremos
la renuncia de Evo Morales”.
Su pedido respondía al miedo que tenían respecto a las acciones que las
autoridades del Gobierno podrían aplicar ante la medida asumida por estos po-
licías. Había que recordar que esta institución es subordinada y de acuerdo con
la Constitución no debería deliberar ni tomar partido, como lo hizo al pedir la
renuncia de Morales.
Para el constitucionalista César Cabrera, expresidente del Colegio de Abo-
gados de Bolivia, los motines policiales son actos contrarios a la ley y se los podía
considerar delitos de sedición y de alzamiento.
“Se los puede considerar delitos de sedición, de alzamiento, y ante estos actos
el Ministerio Público tendría que haber actuado de oficio para iniciar acciones
penales contra las cabezas de los amotinamientos. No ocurrió aquello porque el
gobierno transitorio y una parte de la sociedad civil celebró esa medida”, afirma
Cabrera.
Cuando ya casi eran las ocho de la noche de ese viernes, los jóvenes de la
Resistencia Juvenil Cochala se apoderaron de las calles próximas con turriles
viejos, maderas y llantas. Con todo eso evitaban el paso de personas y auto-
móviles. Formaron grupos para hacer vigilia en todas las esquinas próximas
a la utop.
Los reporteros seguíamos en la cobertura, pese a los malos tratos, a los cuales
estuvimos expuestos desde el inicio del conflicto.
El 1 de noviembre, María Mena, reportera de Página Siete, y yo cubríamos
a un lado del escenario el cabildo de las plataformas ciudadanas en la plaza 14 de
Septiembre. Algunas de las personas que estaban abajo acusaron a mi colega de
infiltrada. Ambas explicamos que era periodista, pero no nos escucharon y unas
10 personas comenzaron a jalarnos de nuestros pies para que nos retiráramos­
del lugar. Dejaron de agredirnos cuando otros colegas nos defendieron.
El 4 de noviembre me tocó cubrir la marcha de un grupo reducido de jóvenes
que se manifestaban por la avenida Blanco Galindo. Intentaba grabar un video
con mi celular desde la pasarela, pero en ese momento algunos manifestantes
me lanzaron piedras desde abajo. Me cubrí detrás de un banner publicitario y
de pronto me vi rodeada por una decena de jóvenes que intentaron quitarme el
aparato telefónico.
80 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Les dije que era de la prensa, pero fue peor. Ellos no querían la presencia de
periodistas. La mayoría tenía el rostro cubierto con pañoletas o pasamontañas.
—¿Por qué estás filmando? Borra las imágenes –me dijo uno de ellos, que
tenía un palo en la mano.
—No voy a borrar, estoy haciendo mi trabajo.
—Borra o te vamos a quitar el teléfono y te va a ir peor.
Me amenazó con su palo. Sentí temor porque eran varios y yo estaba sola.
Para evitar que me agredieran físicamente tuve que borrar las imágenes frente a
ellos, y luego se fueron.
Pero no solo los integrantes de la Resistencia agredían a la prensa cochabam-
bina, también lo hacían los sectores afines al mas.
El 30 de octubre, vecinos de la zona sur, transportistas y otros sectores parti-
darios del mas llegaron hasta la plaza 14 de Septiembre. Allí estábamos un grupo
de periodistas entrevistando al ejecutivo de la Federación Sindical de Trabajadores
de la Prensa de Cochabamba, David Ovando, quien minutos antes informaba sobre
las reiteradas agresiones de las que éramos víctimas los reporteros.
Al ver que estábamos filmando, algunos de los manifestantes empezaron a
insultarnos y a agredirnos usando objetos como botellas o a empujones. Ese tipo
de reacción por parte de los grupos movilizados se repitió en diferentes jornadas
de cobertura periodística.

***

Cerca de las 10 de la noche del viernes se abrieron las puertas de la utop de Co-
chabamba y dejaron entrar a los periodistas. Al medio del patio estaban los restos
de la fogata y en los alrededores había casi un centenar de policías encapuchados,
y cerca de ellos estaba un grupo de la dirigencia de los militares pasivos.
El coronel de Ejército Mario Alberto Almeida, un militar jubilado, tenía un
megáfono en la mano y estaba listo para emitir el pronunciamiento de ese sector,
que desde hacía algunos años era crítico al gobierno de Morales.
Con voz pausada y tono elevado explicó que el motín policial tenía el fin de
defender su democracia plena. Se dirigió al comandante en jefe de las Fuerzas
Armadas,­Williams Kaliman, y le dijo que los militares también debían amotinarse.
“Hago un llamado a sumarse a la lucha del pueblo. Comandante general del
Ejército, comandante general de la Fuerza Aérea y comandante general de la
Armada, (ustedes) están en la responsabilidad de sumarse, al margen de cualquier
disposición política”, dijo.
Al concluir su discurso, los policías gritaron: “Fuera Kaliman”, por conside-
rarlo aliado del mas.
motín policial en cochabamba 81

Además de los uniformados, también habló Yassir Molina, líder de la Re-


sistencia Juvenil Cochala, un joven alto y de tez blanca, que llevaba un chaleco
antibalas. Al terminar su intervención, hizo que los policías exclamaran lo que
habían escuchado tanto en las jornadas de protesta.
—¿Quién se cansa? –preguntó Molina.
—¡Nadie se cansa! –respondieron en coro los efectivos policiales.
—¿Quién se rinde?
—¡Nadie se rinde!
—¿Evo de nuevo?
—Huevo, carajo.
Minutos después, el entonces presidente Morales aseguró, en su cuenta de
Twitter, que la democracia se encontraba en “riesgo por el golpe de Estado que han
puesto en marcha grupos violentos que atentan contra el orden constitucional”.
A esa hora, los amotinamientos ya se habían irradiado a casi todos los depar-
tamentos del país.
Los policías de Santa Cruz fueron los segundos en mostrar un pequeño cartel
en el que habían escrito a mano “motín policial”. Al poco rato, el presidente de la
Asociación de Suboficiales, Sargentos, Cabos y Policías, con megáfono en mano,
dijo: “Quiero declarar públicamente motín policial”. Ni bien terminó la frase, la
gente que llegó hasta las instalaciones policiales festejó con aplausos, silbidos y
hasta tambores.
En Sucre, un jefe policial negaba a los medios de comunicación el motín y
decía que la tropa rechazaba ser enviada a otras regiones para reforzar los puntos
donde había conflictos. Pero en ese instante, los policías de base le cerraron las
puertas de la institución y gritaron: ¡Motín policial! La autoridad se quedó callada
y luego pidió a la ciudadanía que no los abandonaran.
En Tarija, un efectivo, sin taparse la cara, afirmó que los policías chapacos
sirven al pueblo y que esperaba que el repliegue policial se llevase a cabo en todo
el país.
De esta manera, las unidades policiales de las otras ciudades se sumaban al
amotinamiento. La Paz fue el último departamento en acatar la medida.

***

Pasadas las 11 de la noche, las puertas de la utop de Cochabamba volvieron a


abrirse. Esta vez salieron dos policías encapuchados. Uno de ellos tiró al piso la
plaqueta del comandante departamental, coronel Raúl Grandy, y le prendió fuego.
Se trataba de una elegante placa con letras doradas que se lucía en el escritorio
de la oficina del jefe policial.
82 días de furia: relatos de mujeres periodistas

— “Queremos que renuncie el comandante Grandy” –dijo el policía.


— “Fuera Grandy, fuera Grandy” –contestó la gente con euforia.
Unos días antes del motín, Grandy había dejado de ir al Comando. Se
escuchaban rumores sobre una baja médica. Algunos periodistas lo buscaban
incansablemente, pero no respondía las llamadas ni los mensajes de texto; esto
generaba muchas dudas, pues este jefe policial siempre había sido accesible con
la prensa.
El día del motín en la Llajta se conoció que el nuevo comandante departa-
mental interino sería el coronel Jaime Zurita, y al parecer los uniformados no
sabían del cambio de jefe policial.
Grandy fue acusado de tener afinidad con el partido en función de gobierno.
Una de las acciones que más molestó a los sectores críticos ocurrió la noche
del 25 de octubre, cuando hubo intentos de enfrentamiento entre los cocaleros
y las plataformas ciudadanas.
Los campesinos estaban alrededor de la plaza Bolívar y querían acercarse
donde estaba el otro grupo, pero la Policía puso un cerco para evitar el choque
entre ambos.
Cerca de la puerta de la sede del edificio de las Seis Federaciones del Trópico,
a modo de convencer que estos se replieguen, Grandy se refirió como “hermano”
a Andrónico Rodríguez, candidato a senador por el mas y alto dirigente cocalero.
“Mantengan la calma. No se dejen influenciar por las redes sociales. Nosotros
permaneceremos toda la noche aquí. Ya hemos hablado con el hermano Andrónico
(sobre) que mujeres y niños entren a la sede y los varones se queden afuera, pero
sin mostrar agresividad”, dijo a unos 500 cocaleros.

***

Cerca del mediodía del domingo 10 de noviembre, dos días después del inicio del
motín y a horas de la renuncia de Morales, dos policías salieron del garaje de la
utop, que aún era resguardada por algunos grupos ciudadanos.
Uno de los uniformados, con la cara cubierta, llevaba una cajita de cartón
pequeña. Se paró frente a la prensa y dijo: “Tenemos un regalito para Evo Mo-
rales”, levantó la cajita e hizo caer sus insignias que iban en su chaqueta policial.
Estas tenían bordadas la wiphala.
Una vez en el piso, otro de los policías prendió fuego a las insignias y a la
caja de cartón.
Al ver esta acción, algunas personas que hacían vigilia se dirigieron al Con-
cejo Municipal y a la Alcaldía para sacar las wiphalas que estaban colgadas en los
balcones.
motín policial en cochabamba 83

Las imágenes de este hecho se viralizaron en las redes sociales. Muchos sec-
tores, entre ellos el campesinado, lo tomaron como una ofensa y un acto racista.
Para ellos, la wiphala representa a las naciones indígenas del país, y es –desde
2009– un símbolo patrio, al igual que la tricolor boliviana.
Aquella acción fue repudiada por algunos sectores de la ciudadanía y por ello,
días después, los jefes policiales tuvieron que pedir perdón.
Luego de la quema de las insignias, los policías volvieron a la utop, de donde
solo salieron días después de que el país cambió de Gobierno.
Integrantes de la denominada Resistencia (Pititas) protegen la esquina de la Utop de La Paz.
Crédito: Susana López
miriam telma jemio

Miriam Jemio es comunicadora


y periodista boliviana con más de
25 años de trayectoria. Realiza
reportajes investigativos en temas
ambientales y derechos humanos
de indígenas y mujeres hace más
de dos décadas.
Trabajó en medios impresos
como La Razón, La Prensa y Pági-
na Siete. Como periodista freelance
escribe para medios digitales de
Bolivia, entre ellos Guardiana, La
Pública, La Región y rai, y para
medios internacionales como Sci-
Dev.Net,­Diálogo Chino y Mongabay Latam.
Varios de sus reportajes ganaron premios nacionales e in-
ternacionales. Hace una década realiza cobertura internacional
sobre cambio climático.
capítulo 5

Policías bajo el amparo juvenil


y el embate a periodistas
Miriam Telma Jemio

Era un día diferente. Cerca de las 09.00 del sábado 9 de noviembre, las vallas poli-
ciales colocadas en las calles de ingreso a la plaza Murillo habían sido abandonadas.
Sus custodios, los oficiales del verde olivo, las habían dejado para amotinarse. Así,
el centro del poder político en la ciudad de La Paz se quedó sin resguardo policial
después de 20 días de conflicto político en el país.
En grupo o en parejas, los uniformados que cruzaban el kilómetro cero hacia
la Unidad Táctica de Operaciones Policiales (utop) –ubicada en la calle Junín, al
lado de la Cancillería– se replegaban. La Policía paceña fue la última en sumarse
a la medida.
Un día antes, alrededor de las 18.00, la institución verde olivo de Cochabam-
ba fue la primera en anunciar su amotinamiento. Las imágenes del movimiento
dentro de la utop, que está en la avenida Heroínas de esa urbe, dieron la vuelta
al mundo. Los policías exigían la renuncia del comandante departamental Raúl
Grandi, además de la atención a sus demandas de mejor trato. Asimismo, los
oficiales protestaban contra el sometimiento de su institución al gobierno del
Movimiento Al Socialismo (mas).
La euforia de los cochabambinos se desató cuando unos 15 uniformados apa-
recieron en el techo del recinto policial, mientras uno de ellos agitaba la bandera
de Bolivia. En la noche del viernes 8 de noviembre, el motín se había extendido
a Santa Cruz, Sucre, Tarija y luego al resto del país.
En La Paz, cerca de las 22.00, los policías del Distrito Policial 1 San Pedro,
el dp1, fueron los primeros en replegarse, aunque hasta ese momento no se ha-
bían amotinado. Minutos después, cientos de civiles llegaron hasta ese recinto

[87]
88 días de furia: relatos de mujeres periodistas

policial con cascos y banderas, instalaron una vigilia y permanecieron en el lugar


por casi toda la noche.
El miedo de la gente movilizada y de los policías era que el gobierno del mas
ordenara la salida de los militares, pese a que las autoridades gubernamentales ya
habían descartado esa posibilidad.
Horas después del primer repliegue policial, la situación se puso más tensa aún
en la ciudad de La Paz. Cerca de la medianoche, cocaleros de los Yungas afines
al mas intentaron tomar la sede de la Asociación Departamental de Productores
de Coca (Adepcoca), que días antes se había sumado al pedido de renuncia del
presidente Evo Morales.
La mañana de ese sábado, los periodistas estábamos expectantes a lo que ocu-
rriría. Yo reporteaba para el medio de información digital Guardiana y realizaba
transmisiones en vivo para su página en Facebook.
Ni bien estallaron los motines, los jóvenes que participaban en los bloqueos
durante el paro cívico, montaron vigilias en inmediaciones de la plaza Murillo. En
reemplazo de los policías, fueron ellos quienes flanquearon el ingreso al centro
de poder.

***

Diez minutos de transmisión en vivo para Guardiana. 120 segundos de miedo


y frustración. Después de la cobertura en el centro de la ciudad, me dirigí a la
estación Morada del teleférico. Debía llegar hasta el hangar presidencial de El
Alto porque Evo Morales daría una conferencia de prensa a las 13.00.
Mientras caminaba hacia la calle Almirante Grau, las vías que rodean el
Obelisco fueron tomadas por personas que acataban el paro cívico. Hasta antes
de ese momento, alrededor de las 11.00, la zona había estado despejada para el
tráfico vehicular.
Decidí realizar una transmisión en vivo y me desvié de mi ruta. Había cierta
tranquilidad en los bloqueadores. Con mi celular mostré ese panorama, y a los ven-
dedores de cascos, banderas y alimentos que habían proliferado en los últimos días.
Sin pausa llegué al Obelisco. Un jeep rojo con puertas y techo negros bloqueaba
el ingreso a la calle Ayacucho –que es una de las vías por las que se llega al Palacio
Quemado–, y portaba un pequeño cartel en el que se leía: “Mi voto se respeta”.
—Sin grabar, señora, sin grabar –escuché decir a un hombre.
Seguí caminando y transmitiendo. Mostraba a la gente que se dirigía hacia
la plaza Murillo, sus banderas, la basura acumulada y la inmensa tricolor que se
extendía en todo lo ancho de la avenida Camacho.
Ya me retiraba del lugar, me dirigía hacia el teleférico cuando nuevamente
escuché decir: “Señora, no puede grabar”. No había dejado de transmitir ni de
policías bajo el amparo juvenil y el embate a periodistas 89

caminar. Más voces me pedían que no grabara. Varias personas se acercaron y


pusieron sus banderas frente a mí; otras, las palmas de sus manos para evitar que
filmara.
Les pregunté por qué no podía filmar; sus respuestas fueron: “Porque estamos
cuidando”, “no puede grabar, señora. Estamos luchando por la democracia”. Me
impidieron el paso.
—Soy periodista –me identifiqué.
—¡Fuera! –gritó uno.
—¿Por qué quiere grabar? –preguntó una mujer en tono conciliador.
—Soy periodista –les dije nuevamente.
—¡‘Masiburra’! –me gritó un hombre.
—¡Infiltrada! –gritó otro.
— Soy periodista –expliqué.
Con rigor me pidieron que presentara mi credencial, y se la mostré a una mujer
que tenía puesta una chamara azul con el logo de la Caja Nacional de Salud (cns).
Yo vestía el chaleco que acababa de recoger de la Federación de la Prensa y que
me identificaba como reportera, pero los manifestantes siguieron empujándome
con las banderas que ponían en mi rostro. No paraban de acusarme de infiltrada.
Estaban más agresivos, incluso un hombre me llamó “puta”. La mujer que vio mi
credencial era la única que les pedía que se calmaran. No le hicieron caso.
Me sentí aún más agredida cuando usaron el megáfono para decirme que me
retire. Les reclamé por ser intolerantes conmigo.
“Amigos de Guardiana, estamos transmitiendo en vivo… Así son de agresi-
vos”, relaté.
No dejé de transmitir y ellos no dejaron de empujarme ni de gritarme. De
pronto sentí que alguien jalaba mi bolso. Era una mujer con casco y mandil
blancos.
—¡Qué le pasa! ¿Por qué jala mi cartera? ¿Me quiere robar? –le increpé.
La mujer soltó mi bolso. Mis agresores empezaron a empujarme hacia la
avenida Camacho. Caminé sin poner resistencia, por el temor.
Ya en la avenida, en sentido contrario, dos mujeres se aproximaron y me exi-
gieron que borrara las fotos. Les expliqué que no había tomado fotografías, que
estaba transmitiendo en vivo. Me sentí acorralada por los manifestantes violentos.
Temblaba de miedo.
—¡Cálmense! –les gritó la mujer de la chamarra con el logo de la cns.
—¡Me están golpeando! –les reclamé.
Me echaban, pero no me dejaban avanzar a ningún lado. Por detrás, una
mujer y dos hombres me empujaban hacia la Camacho; de frente, otras mujeres
hacían lo mismo en sentido contrario.
—¡Me están golpeando! –grité más fuerte.
90 días de furia: relatos de mujeres periodistas

No dejaban de poner las banderas delante de mí. Algunas tocaban mi rostro


y cabeza, y sentía los tubos de plástico que las sostenían. De pronto, una de las
mujeres se abalanzó sobre mí e intentó quitarme el celular. Forcejeamos. Aunque
seguían empujándome desde atrás y desde adelante, yo no soltaba mi teléfono ni
su soporte extensible. Ella no logró quitarme el aparato telefónico, pero se quedó
con una parte del soporte después de quebrarlo.
Yo me quedé con mi celular y mi mano derecha adolorida. Se cortó la trans-
misión en Facebook de Guardiana. La mujer de la chamarra con el logo de la
cns me defendió y me llevó hacia la avenida Camacho.
Los pies me temblaban mientras caminaba hacia la calle Colón, como pocas
veces en mis 25 años de periodista. Retomé mi ruta al teleférico pasado el medio-
día. Ya era tarde para asistir a la conferencia de prensa de Morales, que la daría
en la ciudad de El Alto.

***

Decidí volver al Obelisco, donde estaban otros reporteros. Nos pusimos al tanto
de los hechos, incluso de lo que me había pasado. A medida que les contaba lo
sucedido, mis ojos se llenaban de lágrimas. Sentía mucha rabia, mucha impotencia.
El dolor en mi mejilla derecha aumentaba y también el de mi mano.
Me sentí mejor con la solidaridad de mis colegas. Resolví retomar mi tra-
bajo. Me compré un casco verde, que se había vuelto necesario para protegerse
principalmente de las pedradas que lanzaban los manifestantes afines al gobierno.
Con una periodista de La Razón decidimos intentar llegar hasta el centro
de poder.
—Tenemos órdenes de no dejar ingresar a nadie –dijo uno de los jóvenes que
resguardaban el ingreso a la plaza Murillo, en la esquina de las calles Comercio
y Colón.
—¿Orden de quién? –le pregunté, a tiempo de mostrarle mi credencial de
Guardiana.
—Los coordinadores nos han dejado vigilando para que no ataquen a los
policías que están en la utop –respondió.
—¿Ni a los periodistas? –ahí, en la acera del Palacio Quemado, vi a periodistas.
—Ellos (los periodistas) están desde temprano. Los que salen ya no vuelven
a entrar –me contestó.
No insistí más, no quería ser agredida nuevamente. Estaba prohibido filmar y
sacar fotos. Con mi colega decidimos probar suerte por la calle Ballivián. Nuestra
meta era llegar hasta la utop.

***
policías bajo el amparo juvenil y el embate a periodistas 91

Eran las 14.00 y aún no había llegado a la utop. No pude ingresar a la plaza
Murillo ni por la calle Ballivián. Con la reportera de La Razón caminamos hasta
la Bolívar. Mucha gente iba en dirección al Teatro Municipal con agua, refrescos,
papel higiénico, pan, plátanos.
En la esquina de la calle Indaburo nos encontramos con similar escenario. Los
jóvenes que custodiaban esa trinchera tenían órdenes de no dejar pasar a nadie,
ni a periodistas, “sobre todo a los de atb”, dijeron.
—No pueden pasar –nos detuvo un joven de unos 20 años que usaba rodilleras
y botas, y sostenía un casco bajo el brazo.
— Somos periodistas –le dije. Le mostramos nuestras credenciales.
—Tenemos órdenes de no dejar entrar a nadie porque hemos encontrado
infiltrados –replicó.
—Por favor, necesitamos tomar fotos. Nosotras también estamos trabajando,
como los periodistas que están en la plaza.
—Están entrando por la calle Junín, por ahí les van a dejar pasar. O también
pueden hablar con el coordinador –nos sugirió.
—¿Quién es el coordinador? –preguntamos.
Unos minutos después apareció el coordinador. No tenía más de 20 años.
Por su acento deduje que era del oriente del país.
—¿Dicen que usted ordenó que nadie pase? Queremos entrar a la plaza.
Somos periodistas –le dije.
—Sí, yo ordené que nadie ingrese –respondió con seguridad.
Nos contó que pasaron la noche a la intemperie para “proteger” a los poli-
cías que recién ese sábado, 9 de noviembre, se habían sumado al amotinamiento.
Él era del Beni. Llevaba una semana en La Paz. Había llegado con un grupo de
jóvenes, hombres y mujeres. Aseguró que se autofinanciaron para llegar hasta la
sede de gobierno y que permanecerían en la ciudad hasta la dimisión de Morales.
Después de concedernos una entrevista corta, él ordenó que nos dejaran pasar.
Así, con la colega de La Razón entramos a la plaza Murillo por la calle Bolívar.
Lo primero que hice fue sacar fotos del Palacio Quemado.

***

Había cierta calma en el kilómetro cero. El Palacio Quemado estaba sin el acostum-
brado resguardo de los Colorados de Bolivia. Algunos asambleístas de oposición
se encontraban en la puerta. Rafael Quispe, diputado por Unidad Nacional (ud),
quien el 7 de noviembre inició una huelga de hambre exigiendo la renuncia de
Morales, decidió continuar con su medida en ese lugar. La noche anterior, Quis-
pe se había quedado solo y sin luz en predios de la Asamblea Legislativa, donde
llevaba a cabo su protesta.
92 días de furia: relatos de mujeres periodistas

El presidente Evo Morales no estaba en la Casa Grande del Pueblo, donde


había instalado su nueva oficina. En ese momento, la primera autoridad del país
estaba en el hangar presidencial, en la Fuerza Aérea Boliviana. Desde allí, a po-
cos minutos de las 13.30, dio la que fue su última conferencia de prensa como
mandatario.
Morales, con voz alicaída, llamó a todos los sectores de la sociedad a movilizar-
se para “defender la democracia” porque, denunció, se gestaba un golpe de Estado.
Pidió a la comunidad internacional que condenara lo que estaba sucediendo en
Bolivia. Convocó a los políticos de los partidos que habían obtenido asambleístas
en las elecciones de octubre para iniciar un diálogo. Esta convocatoria no tuvo eco.
Las declaraciones de Morales causaron molestia entre los parlamentarios de
oposición que estaban en la plaza Murillo. Varios de ellos se quedaron allí para
resguardar el centro del poder.
Para ese día estaba programada la sesión de la Asamblea Legislativa. En la
agenda figuraba la interpelación a la Ministra de Culturas; sin embargo, esta se
suspendió por lo que había sucedido con los policías.
Amílcar Barral, diputado por ud, manifestó su molestia por la suspensión
de la sesión de la Asamblea. Barral aseguró que no hubo quórum porque varios
asambleístas no pudieron ingresar a la plaza Murillo debido al motín policial.
—¿Hasta qué hora van a estar? –le pregunté.
—Si se puede nos vamos a quedar toda la noche porque el Presidente, con
su nuevo mensaje, ha dado un doble discurso. Sabiendo que sus huestes masistas
están lastimando a ciudadanos potosinos y chuquisaqueños en el camino, sigue
llamando a su gente a defender su voto, cuando estamos en una situación con-
flictiva; y también recién llama a un diálogo –explicó.
El asambleísta se refería a lo sucedido, más temprano, en la carretera entre
Oruro y La Paz. Ese día, 11 buses en los que viajaban manifestantes rumbo a la
sede de gobierno para reforzar las vigilias fueron atacados por grupos afines al
mas en pleno camino.
—Ojalá que esto no llegue a mayores. Que (Morales) no siga llamando a sus
militantes porque esto puede llegar a mayores –concluyó Barral.

***

A 164 kilómetros de la ciudad de La Paz, en Vila Vila, en el municipio de Cara-


collo, se vivieron horas de violencia durante la mañana de ese sábado. Mientras
los policías de la utop iniciaban su repliegue en el kilómetro cero, una caravana
de buses partía de Oruro rumbo a La Paz. Los viajeros, en su mayoría jóvenes,
eran de las ciudades de Potosí y Sucre e iban a la sede de gobierno a reforzar la
movilización cívico-ciudadana.
policías bajo el amparo juvenil y el embate a periodistas 93

Alrededor de las 09.00, a la altura de la población de Vila Vila, los buses fueron
interceptados por grupos afines a Evo Morales, muchos de estos eran comuna-
rios de la zona. Los bloqueadores lanzaron piedras contra los motorizados, y los
vehículos terminaron con sus vidrios o parabrisas rotos.
Uno de los videos que más indignación provocó en las redes sociales mos-
traba el momento en el que un bus fue apedreado. Los ocupantes gritaban de
desesperación e intentaban protegerse.
—¡Dé la vuelta, por favor; nos van a matar aquí! –le decía al chofer una mujer
con voz desesperada.
—¡Cierren las ventanas! –gritaba otra.
En otra grabación, Rodrigo Echalar, presidente del Comité Cívico de Chu-
quisaca, quien iba en uno de los buses atacados, mostró la agresión. Echalar contó
que fueron emboscados por mineros armados con dinamita.
Además, según el testimonio de varios de los jóvenes que en un inicio ba-
jaron de los buses para ver lo que ocurría, los atacantes incluso lanzaron gases
lacrimógenos.
Hasta ese punto se trasladaron algunos medios de comunicación orureños. A las
10.00, la periodista Irene Tórrez, corresponsal de Cadena A en Oruro, llegó al lugar
con cuatro colegas. Ellos se encontraron con un punto de bloqueo a dos kilómetros
de Caracollo, donde campesinos detuvieron el vehículo en el que se transportaban.
Momentos antes, los comunarios pararon una ambulancia que se dirigía al
lugar de los hechos para atender a los heridos. Hicieron bajar a las enfermeras,
a quienes revisaron. Al final, no dejaron pasar al motorizado de salud, más bien
lo apedrearon.
Cuando Irene y sus colegas se identificaron como periodistas también fueron
hostigados. En ese momento ella vio el peligro. Los bloqueadores pedían que las
dos mujeres periodistas se quedaran en el lugar, y comenzaron a lanzar piedras
contra el vehículo de los reporteros.
“Yo tengo un carácter fuerte, pero tuve que rogarles para que nos dejaran ir”,
me dijo Irene más adelante.
Al final, los campesinos cedieron y les dejaron retroceder. Los periodistas
buscaron caminos alternativos para llegar a Vila Vila. Tuvieron que caminar un
buen trecho.
Al llegar al lugar, los policías no les dejaron pasar hasta donde estaban los
buses. Desde donde se encontraba, Irene alcanzó a ver a mujeres mayores heridas
y estudiantes con la cabeza ensangrentada. Todos pedían ayuda porque estaban
rodeados y no había forma de que avanzaran o retrocedieran.
Se supo de rehenes, entre los cuales se decía que había dos universitarias
que además habían sido abusadas. Eso se descartó, explicó Irene. Por su parte, la
Defensoría del Pueblo informó que esa denuncia no se había confirmado.
94 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Pasado el mediodía, con la intervención de la Policía, los bloqueadores dejaron


que los buses abandonaran el lugar.
Los agredidos llegaron a la ciudad de Oruro horas más tarde, en medio de
los aplausos y la solidaridad de la gente.

***

Cerca de las 14.00, finalmente alcancé mi meta. Con algo de temor llegué hasta
las puertas de la utop de La Paz. No me animé a tomar fotos, menos a filmar.
Solo observaba. Su entrada principal, en la calle Junín, estaba cubierta por un
banner de la Asociación Nacional de Esposas de Policías, cuya presidenta es Ruth
Nina, quien se encontraba en el lugar. La también excandidata a la presidencia por
el Partido de Acción Nacional Boliviano (PanBol), una pequeña tienda política,
pedía apoyo para los policías amotinados.
En la parte alta del edificio flameaba una bandera boliviana. “La Policía con
su pueblo” era la frase escrita con marcador negro sobre un pedazo de cartulina
blanca que colgaba en la fachada del recinto policial, a pocos metros de la calle
Indaburo. En esa esquina había más de medio centenar de personas, hombres y
mujeres, principalmente jóvenes. Su objetivo era resguardar la seguridad de los
policías amotinados.
Tímidamente, pero alentada al ver a fotógrafos y camarógrafos trabajar sin
problemas, comencé a tomar fotos y luego a filmar, sin que el miedo me aban-
donara.
Sin pausa, por la esquina de la Indaburo y Junín ingresaban alimentos que
eran donados por la población, los que se acumulaban en la calzada.
Hasta ese punto no solo llegaba la gente con sus aportes para los amotinados,
también lo hacían los policías que se replegaban. Eran recibidos con aplausos y
expresiones de agradecimiento.
A los policías no les faltó el almuerzo. De una olla de más de medio metro
de alto, una mujer les servía la comida, que incluso alcanzó para alimentar a los
civiles que estaban en puertas del recinto policial.
A la hora de la conferencia de prensa del Primer Mandatario, el motín poli-
cial estaba instalado en todo el país, a pesar de que las autoridades del Ejecutivo
lo desmentían, y por otra parte afirmaban que las demandas de los uniformados
habían sido atendidas.
Desde el hangar presidencial, en El Alto, Morales convocó a la Policía a
cumplir con la Constitución y dijo: “Es su misión preservar y garantizar la segu-
ridad del pueblo boliviano. Llamo a los comandantes nacionales, departamentales
y a ese policía comprometido con su pueblo, que cuida la vida y da seguridad, a
cumplir con las normas”.
policías bajo el amparo juvenil y el embate a periodistas 95

Los policías no levantaron su motín. En otro cartel de cartulina pegado en


el muro de la utop se leía: “La Policía no negociará para después reprimir a su
pueblo”.
Un tercer cartel resumía su sentir: “Sr. Presidente, tuvo 13 años para ocuparse
de su Policía; más al contrario, la mancilló, utilizó y la humilló desmembrándola.
La Policía siempre con su pueblo”.

***

Esa tarde, los policías siguieron llegando a la utop en medio del aplauso y las
muestras de agradecimiento de los civiles que custodiaban el centro del poder.
Los uniformados recobraron el respeto de una parte de la ciudadanía, que días
antes se burlaba de ellos o los insultaban.
Durante los conflictos, el agravio contra los policías incluso saturó sus líneas
telefónicas con llamadas en las que les hacían pedidos de pollo frito; esto debido a
que se había difundido un video en el que se veía cómo un grupo de uniformados
repartía raciones de pollo a manifestantes afines al mas, tras una protesta que
estos protagonizaron en el centro de la urbe paceña.
La ausencia del resguardo policial, principalmente en las ciudades, comenzó
a despertar el miedo de la población. Nadie imaginaba que lo peor estaba por
suceder ni que una parte de los ciudadanos pediría con ruegos la intervención de
los militares.
Crédito: La Paz BUS

66 buses del transporte público municipal Pumakatari


fueron incendiados en el patio de mantenimiento de la zona de Kupillani.
karen gil

Karen Gil es periodista de inves-


tigación y actriz boliviana. Como
profesional de la comunicación,
se especializa en temas relacio-
nados con derechos humanos, en
particular en asuntos de género y
pueblos indígenas. Es directora y
cofundadora de la revista digital
La Brava.
Trabajó en varios diarios na-
cionales y recientemente estuvo
como editora en la Agencia de
Noticias Fides (anf). También
colabora en medios nacionales e
internacionales.
Es autora del documental Detrás del tipnis (2012) y del
libro de crónicas Tengo otros sueños: seis historias de vida y lucha
de mujeres bolivianas (2018). Es Premio Nacional de Periodismo
en Bolivia, en su categoría digital (2016).
capítulo 6

La noche de furia
y la ira contra las periodistas
Karen Gil

Las banderas bolivianas flameaban de un lado al otro. “¡Viva mi patria Bolivia,


una gran nación, por ella doy mi vida, también mi corazón!”, coreaban a voz en
cuello cientos de jóvenes emocionados. La detonación de petardos acompañaba el
canto. Eso ocurría alrededor del Obelisco, en el centro de la ciudad de La Paz. Al
mismo tiempo, a media hora de la sede de gobierno, decenas de personas, entre
ellas mujeres de pollera, lloraban sobre el puente de la Ceja de El Alto, mientras
otras bloqueaban la vía con llantas quemadas.
Ambas manifestaciones tenían un mismo motivo: la renuncia de Evo Morales
a la presidencia de Bolivia. La diferencia entre una y otra era que la primera la
festejaba, mientras que la segunda la rechazaba; sin embargo, un factor las unía,
en ambas participaban algunos grupos que cuestionaban la labor y la presencia
de la prensa.
Eran las 17.00 del domingo 10 de noviembre de 2019. Minutos antes, Mo-
rales había anunciado su renuncia en el aeropuerto de Chimoré, Cochabamba.
Lucía ojeras, estaba demacrado, triste, derrotado, muy diferente a como se veía el
viernes, cuando había asegurado –en una entrega de obras en el municipio paceño
de Desaguadero–: “Quiero decirles, hermanas y hermanos, a ustedes, a Bolivia y
al mundo, no voy a renunciar”.
Esa tarde, su voz segura desapareció. Flanqueado por el exvicepresidente Ál-
varo García y la exministra de Salud Gabriela Montaño, Evo Morales afirmó que
con su dimisión buscaba evitar que sus “hermanos dirigentes sean perseguidos”,
y denunció que Bolivia vivía un golpe cívico-policial.
Su decisión se dio horas después de una escalada de violencia contra algunas
autoridades del mas y sus familiares, presuntamente por parte de los que pedían

[99]
100 días de furia: relatos de mujeres periodistas

el alejamiento de Morales del Gobierno. A su dimisión le siguieron las renuncias


de senadores, diputados, gobernadores y alcaldes de su partido en todo el país.
“Para que Mesa y Camacho no sigan quemando más las casas de nuestra
gente; para que no sigan perjudicando a la gente más humilde”, dijo Morales en
alusión a Carlos Mesa, el candidato de Comunidad Ciudadana (cc) que obtuvo
el segundo lugar en los comicios, y Luis Fernando Camacho, el dirigente cívico
cruceño que lideró el pedido de que Morales dejara la silla presidencial.
Cuando terminó el que sería su último discurso en Bolivia, Evo inhaló pro-
fundamente, sus ojos no pudieron esconder su tristeza e impotencia. Dejó el poder
luego de 13 años y dos meses, después de intentar quedarse en la presidencia a
partir de una cuarta postulación continua, pese a que la Constitución Política del
Estado se lo prohibía, y luego de vulnerar el resultado del referendo del 21 de
febrero de 2016 que rechazaba su nueva reelección.
Aproximadamente una hora y media antes de la transmisión del video de su
dimisión, el Alto Mando Militar había sugerido su renuncia. El comunicado fue
leído por el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, quien
meses antes había sido identificado como aliado de Morales. El uniformado estaba
escoltado por todo su consejo militar, que –se supo semanas después– fue el que
le había exigido tomar esa medida.
“Ante la escalada de conflictos que atraviesa el país y velando por la vida (…),
sugerimos al Presidente del Estado que renuncie”, dijo Kaliman con voz nerviosa.
Ese pedido fue usado por el mas para posicionar el argumento de que su salida
del poder se debió a un golpe de Estado. Este fue reforzado cuando, dos días
después, Jeanine Áñez fue posesionada por un militar.
Las Fuerzas Armadas se sumaron al pedido que las organizaciones sociales
afines al gobierno, como los cooperativistas mineros, también hicieron.
El día que Morales renunció, la plaza Murillo de la sede de gobierno estaba
rodeada por varias trincheras hechas con maderas, alambres y escombros. Asimis-
mo, cadenas humanas de jóvenes –quienes reemplazaron un día antes a los policías
que se habían amotinado– protegían todas las entradas hacia el centro de poder.
Por esta situación era difícil ingresar al lugar; los periodistas debíamos pasar
por varios filtros, incluso más que cuando la Policía era la que se encargaba de la
custodia. Aunque no estaba de turno aquel domingo, permanecí expectante junto
a otros colegas de la Agencia de Noticia Fides (anf), medio en el que trabajaba,
ante lo que podría suceder, por eso llegué por la mañana a la plaza Murillo. Allí,
parlamentarios opositores esperaban la renuncia del Presidente, que ya se rumo-
reaba, y tenían la posición de que la persona que llegara a ocupar la presidencia
debía ser alguien de la oposición.
A las 15.00 corrimos hacia la plaza San Francisco. Allí se inició espontánea-
mente una concentración conformada por centenares de personas con banderas en
la noche de furia y la ira contra las periodistas 101

mano, cascos verdes, blancos y amarillos, quienes fueron a despedir la caravana de


motocicletas y autos que iba a recoger a la comitiva de Sucre y Potosí, que había
partido días antes de Oruro y que había sufrido un ataque por parte de grupos afines
al mas. En esta participaron Camacho y el cívico potosino Marco Antonio Pumari,
a quienes algunas personas trataban de ‘héroes’ y que un mes después se postularon
como candidatos a la presidencia y vicepresidencia del país, respectivamente.
Muchas familias llegaron hasta ese lugar, las que después de que partió la
caravana caminaron hacia el Obelisco, aún pensando que se irían a sus casas.
—Espero que ya se vaya de una vez ese indio de mierda –dijo sin ningún
pudor y en voz alta una señora de unos 60 años a sus parientes, en referencia a
Evo Morales.
Los manifestantes sentían haber obtenido un pequeño triunfo porque en la
mañana el Presidente había anunciado la anulación de los resultados de las elec-
ciones del 20 de octubre, luego de que la Organización de los Estados Americanos
(oea) afirmara que se encontraron irregularidades en ese proceso electoral.
Ese ambiente de festejo creció ni bien Morales terminó de decir: “He decidi-
do renunciar”. Detonaciones de petardos, vuvuzelas, gritos, aplausos, bocinazos,
llanto y abrazos se entremezclaron a modo de celebración. Ese júbilo también se
vivía en otras capitales del país.
A medida que pasaba el tiempo, más personas llegaban hasta las inmediacio-
nes del Obelisco, principalmente jóvenes de entre 16 y 25 años. Todos estaban
felices. “¡Se fue el dictador!”, se escuchaba. Parecía como si la Selección boliviana
de fútbol hubiera ganado algún campeonato internacional.
—¡Sí se pudo, sí se pudo! –vociferaban los manifestantes que llegaban desde
la plaza Isabel la Católica.
—¡Evo de nuevo! –gritaban desde una caravana de autos, muchos de estos
eran vehículos policiales.
— ¡Huevo, carajo! –contestaban jovencitas desde las calles.
Los escuderos de la plaza Murillo también estaban felices. No contenían
el llanto, pero algunos tampoco su enojo contra la prensa. En la esquina de las
calles Comercio y Colón, a una cuadra del Palacio de Gobierno, comenzaron los
agravios contra los periodistas ni bien terminaron los abrazos de felicidad.
—¡¿Ahora qué vas a hacer sin tu presidente?! –gritó uno de ellos a un grupo
de periodistas, entre los que estaba Esther Mamani, reportera de atb.
—¡Aquí está un medio masista! –dijo otro al ver el chaleco de Mamani, que
la identificaba con ese canal, el cual era señalado como aliado del gobierno de
Evo Morales.
Cuando Esther y su camarógrafo intentaron ingresar a la plaza Murillo, no
se lo permitieron. Ellos no insistieron porque otro equipo de su canal ya estaba
adentro. Ambos bajaron hacia El Prado para filmar los festejos.
102 días de furia: relatos de mujeres periodistas

—¡Masista de mierda. Tu presidente ya se ha ido, vos también andate! –fueron


algunas de las frases que Esther escuchó desde un auto.

***

La mayoría de las periodistas estábamos concentradas en el centro paceño. Otras,


las menos, estaban en El Alto; una de ellas era Isabel Poma, reportera de Pace-
ñísima tv. La periodista había ido hasta esa urbe para conocer y mostrar a su
audiencia los sentimientos de una parte de la población alteña que, desde hacía
unos días, había comenzado sus protestas en apoyo a Morales.
Isabel, con varios años en el ejercicio periodístico, nació en El Alto, por eso le
interesaba reflejar lo que allí sucedía. Dejó de conducir el programa especial Cinco
Días –que emitía su medio sobre los conflictos sociopolíticos–, tomó su micrófono
y le pidió a Juan Pardo, el camarógrafo, que la acompañara a cubrir los hechos.
Cuando llegó a la Ceja de El Alto vio a muchas personas molestas por la
abdicación de Morales, quienes demostraban el dolor por su partida con gritos
y llanto. Asimismo, la periodista se dio cuenta de que la gente estaba reacia a la
presencia de los medios de comunicación, a los que acusaba de no cubrir las pro-
testas en favor de Morales. Los pocos reporteros que estaban en esa urbe hacían
tomas de lejos, incluso con drones, pero sin lograr entrevistar a los manifestantes.
Isabel consiguió que algunas personas accedieran a conversar con ella, pero
con la condición de que reflejara lo que sucedía, y eso fue lo que transmitió en
vivo. En ese momento se instalaba uno de los primeros bloqueos en la avenida
Juan Pablo ii, con la quema de llantas a la altura de Tránsito, a unos pasos del
puente de la Ceja. Además, algunas personas comenzaron a saquear negocios, por
ello los policías salieron a gasificar a los protestantes.
Después de transmitir esos hechos, y al ver la situación, Isabel pensó que ese
escenario podría complicarse, por lo que pidió a un policía resguardo para ella y
su compañero.
—Ustedes están aliados con esta gente. Te voy a echar un gas en la cara –le
contestó el uniformado.
La gasificación continuó y debido a los efectos de los agentes químicos la
periodista casi se desmayó. Después de recuperarse, ella y Juan fueron al otro lado
del puente, cerca del Polifuncional, donde también había protestas.
Entre los manifestantes había gente afín al mas, desconsolada por lo que
pasaba, pero también había personas que cometían actos vandálicos. Estas últi-
mas comenzaron a saquear los negocios de la Calle 1 e incendiaron la exalcaldía
de El Alto, aquella que fue siniestrada en la ‘guerra del gas’, en octubre de 2003,
cuando esa urbe se levantó contra el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Isabel y Juan filmaban cerca del reloj de la Ceja.
la noche de furia y la ira contra las periodistas 103

“¡Prensa vendida! ¡No van a pasar de aquí! ¡Los vamos a matar aquí!”, fueron
algunas de las amenazas que escucharon de un grupo de bloqueadores, muchos
de ellos en estado de ebriedad. Estos les agredieron sin siquiera ver de qué medio
eran. Eso ya no importaba.
—Estoy captando las imágenes de lo que sucede y vamos a transmitir en vivo,
por favor –les contestó la reportera en tono de ruego, pensando que tendría la
misma suerte que al otro lado.
Eran las 18.45 y en ese instante unas 20 personas los rodearon. Isabel sintió
el primer golpe en el brazo, luego en la cara. Al camarógrafo lo trasladaron a un
lado e hicieron lo mismo con él. A ella le jalaron su larga cabellera hasta tumbarla.
Ya en el suelo, sintió patadas en todo su cuerpo. Algunos de sus atacantes inten-
taron robar su pequeño morral, en el que llevaba sus documentos, pero como no
pudieron hacerlo le arrebataron su micrófono y lo quemaron a un metro de ella.
“¡Hija de puta! ¡Deberías morirte porque eres una mierda! ¡No sabes res-
ponder a la sociedad! ¡Tus hijos deberían morir, y si es posible te vamos a matar
ahorita mismo!”, eran algunos de los insultos y amenazas que ella escuchaba en
medio de la paliza, que le provocó el sangrado de su nariz.
Intentaba escapar, pero no podía porque la turba se lo impedía. En medio de
todo vio que el camarógrafo, a quien también tumbaron, era golpeado con una
gruesa madera en la espalda, mientras este protegía la cámara filmadora.
—¡Carajo, mierda, te tienes que morir tú y tu camarógrafo, y la prensa! –es-
cuchaba Isabel mientras era agredida.
La periodista se sentía pequeña en medio de grandes puños. A los minutos,
miró a Juan pararse con dificultad y correr.
Mientras a ella la seguían golpeando, un joven se acercó.
—La señorita estaba con nosotros, estaba grabando, compañeros –dijo, y
todos voltearon hacia él, quien por un instante fue el blanco de los agresores.
Isabel aprovechó la distracción, gateó con todas sus fuerzas y logró incor-
porarse. Una señora de pollera la ayudó y le dio su manta para que se camuflara.
—¡Tomá, si no estos te van a seguir! –le dijo y la despachó.
La reportera caminó tan rápido como le dejaba su cuerpo maltrecho. Descen-
dió el camino viejo que une El Alto con La Paz. En ese trayecto vio quemas de
llantas en las calles y algunos saqueos de negocios, principalmente protagonizados
por personas en estado de ebriedad.
Llegó a su lugar de trabajo dos horas más tarde. Quería explicar la pérdida
del material y por qué no continuó su transmisión, pero en su canal solo estaba el
portero. La directiva temía agresiones contra las instalaciones y detuvo la emisión.
Al poco rato llegó Juan a dejar la cámara; como tenía parte de su espalda fracturada
se fue a un hospital en su motocicleta e Isabel se quedó a dormir allí porque a esa
hora ya no había transporte que la llevara a su hogar.
104 días de furia: relatos de mujeres periodistas

***

Las noticias de lo que pasaba en la Ceja de El Alto llegaron a la plaza Murillo cerca
de las 19.00. Se había disipado el júbilo que se vivió horas antes, cuando Camacho,
Pumari y Eduardo León –quien se hizo famoso en 2016 por defender legalmen-
te a la expareja de Evo Morales– habían logrado que se abrieran las puertas del
Palacio de Gobierno para entrar con una bandera boliviana y la Biblia en mano.
Poco a poco, el centro de poder se vació. Solo quedamos algunos periodistas
y los asambleístas que hacían vigilia en la puerta del Palacio.
Yo estaba con Wara Vargas, fotoperiodista independiente. Conversábamos con
un policía, de los pocos que resguardaban las puertas de la Asamblea Legislativa.
—Si bajan (los grupos afines al mas), no tenemos cómo controlarlos. No
tenemos gases, se acabaron ayer en la carretera a Oruro –nos dijo el uniformado,
preocupado.
Él y sus compañeros les pedían a los asambleístas de oposición irse, pues no
había garantías para que se queden en los predios de la Asamblea. Los diputados
Lourdes Millares y Rafael Quispe acordaron pasar la noche en el Congreso junto
a otros colegas, bajo su responsabilidad.
Todos entraron, y la plaza se quedó vacía.
—Hay que irnos. Esto se va a poner feo –nos dijo un periodista de un medio
televisivo minutos más tarde, mientras nos guarecíamos de la lluvia que empezaba
a caer.
Wara y yo lo dudamos, pero luego de pensarlo dejamos la plaza. Los jóvenes
que resguardaban los ingresos corrían de un lado a otro para coordinar los re-
fuerzos. La alegría de sus caras de hacía unas horas se convirtió en preocupación
y miedo.
Tomamos un par de fotografías desde la esquina de la Camacho y Ayacucho,
pero algunos manifestantes nos pusieron la mano delante de nuestras cámaras y
gritaron: “¡No fotografías!”. Nos abuchearon. Otros intentaban calmarlos.
Por precaución decidimos irnos a nuestras casas. Fue la recomendación de
la dirección de anf.
La lluvia caía con más intensidad. Ambas nos cobijamos bajo el techo del
Palacio de Comunicaciones, a unos pasos del Obelisco, donde a las 17.00 se había
vivido una fiesta. Para ese momento ya no había ánimos de festejos, los jóvenes
de la denominada Resistencia armaban barricadas.
En esa esquina comenzaron a encender fogatas, en la medida en que la lluvia
se los permitía. Muchos de los manifestantes llevaban palos en las manos y algunos
usaban sus banderas bolivianas como capas para cubrirse un poco.
“¡Ya están bajando!”, rumoreaban. Ese rumor se escuchó a lo largo de la noche
sin que nadie llegara al centro.
la noche de furia y la ira contra las periodistas 105

Una cuadra más abajo, los jóvenes manifestantes desarmaron las vallas de fierro
de seguridad de la Policía y con sus partes bloquearon el carril de bajada; además,
con un largo nailon transparente cerraron la calle Colón. Similar situación se dio
cuadras más arriba, en inmediaciones de la plaza San Francisco.
La detonación de un cachorro de dinamita, a una cuadra de nosotras, hizo
retumbar el lugar. Unos cinco muchachos, entre hombres y mujeres cubiertos
con ponchillos de agua amarillos y transparentes, corrieron detrás de una persona
a la que no se logró identificar.
—¡Agárrenlo, agárrenlo! –gritaban.
Había comenzado la paranoia. Todo extraño era un posible enemigo.

***

Ya segura en mi casa, mis familiares me comentaron por WhatsApp que no tenían


agua en sus zonas. Abrí el grifo y de este salió agua turbia, como señal de que
minutos antes habían cortado este servicio.
Entré a revisar Twitter para saber lo que ocurría. El miedo ya se percibía en
varias publicaciones.
“Queman la casa de #WaldoAlbarracín. Acusan a afines al mas por el ata-
que” fue el tuit que publicó la Red Erbol a las 21.15. El medio de comunicación
compartió un video de la casa en llamas de Albarracín, rector de la Universidad
Mayor de San Andrés (umsa) y miembro del Comité Nacional de Defensa de la
Democracia (Conade), el cual se viralizó en las redes sociales.
En cuanto Waldo Albarracín se enteró de que rodeaban su casa, buscó la for-
ma de escapar junto a su esposa e hijos. Ni bien salieron de su vivienda, ubicada
en la zona Sur, esta fue invadida por personas enardecidas que rompieron lo que
encontraron a su paso y luego le prendieron fuego.
Un poco antes, a las 19.30, un grupo de personas afines al mas inició una
marcha en el barrio de Chasquipampa de la zona Sur. Algunos de ellos estaban
armados con palos.
—¡Camacho, cabrón, queremos tu cabeza! –gritaban.
Cuando los manifestantes llegaron a la zona de Kupillani, ingresaron al patio
de mantenimiento de los buses PumaKatari, el servicio de transporte público
municipal. Ya adentro rompieron los vidrios de los vehículos con piedras e in-
cendiaron los 66 buses que estaban en el lugar.
Los vecinos filmaban lo que podían desde sus casas y alertaban para que alguna
autoridad hiciera algo, pero eso no sucedió porque el caos se había apoderado de
distintos puntos de la ciudad y los agresores lograron su cometido. Al poco rato,
y debido al fuego, los tanques de combustible explotaron.
La noche de furia había comenzado.
106 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Alrededor de las 22.00 circuló un audio en el que la periodista y presentadora


Casimira Lema contaba que su casa corrió la misma suerte que la de Albarracín.
Lema era la directora del programa Casimira en Familia y presentadora del noti-
ciero de Televisión Universitaria (tvu), medio que dio una importante cobertura
a los conflictos poselectorales.
Esa noche, ni ella ni su familia estaban en su casa. Una hora antes, anoticiados
de lo que sucedía por su zona, decidieron no retornar a casa. La que sí estaba en
el lugar era la trabajadora del hogar, quien escapó al notar que unas 40 personas
invadían la vivienda.
—¿Dónde está la Casimira? ¡Que salga porque la vamos a quemar viva! –es-
cuchó mientras huía, según relató Lema tiempo después, en una entrevista en el
programa A Mediodía, de radio Fides.
La agresión contra la vivienda de Lema duró unos 15 minutos, en los cuales
la turba prendió fuego a una camioneta que estaba en el patio, rompió vidrios,
puertas, muebles, adornos y quemó muchos de estos objetos.
Debido a estos hechos, tvu cortó su señal y desalojó a sus trabajadores.
Muchos de ellos recibieron mensajes de amenazas, y se conoció que circulaba
una lista con nombres de los periodistas y sus direcciones. Por ello, Paola, una
de las presentadoras de ese canal, esperó toda la noche sentada en su cama con
su bebé de meses en brazos y al lado de su esposo, también periodista de otro
medio televisivo.
—Estábamos listos para salir corriendo en cualquier momento. Le llegaron a
mi esposo algunas amenazas al celular. En ese momento nos generó pánico –relató
tiempo después la presentadora.
Las amenazas también llegaron a los teléfonos de periodistas del diario Pá-
gina Siete, el cual en 2016 fue calificado por el gobierno del mas como miembro
del “cartel de la mentira”, en un millonario documental financiado por el Poder
Ejecutivo.
Esa jornada, gran parte de la redacción de este periódico llegó a su oficina,
ubicada en la zona de Achumani. Mientras se trabajaba, como en cualquier día
de alta cobertura, la directora del medio convocó una reunión.
—¡Vámonos, ahora mismo! Guarden todo en sus computadoras y vámonos;
hay amenazas de que vendrán a la oficina –les dijo Isabel Mercado.
Los periodistas recogieron sus cosas y salieron corriendo.
—Una noche lluviosa y teniendo de fondo los estruendos de dinamita fue el
entorno gris que nos acompañó hasta llegar a nuestras casas –recordó, más tarde,
Daniela Romero, editora de Seguridad de ese medio impreso.
Al día siguiente, la edición de Página Siete no salió a las calles.
El susto también invadió a otras trabajadoras de la prensa. Una de ellas fue
Ximena Galarza, periodista y presentadora del programa Jaque Mate de tvu.
la noche de furia y la ira contra las periodistas 107

Ella, quien dio cobertura a los indicios de fraude en las elecciones de octubre,
tuvo que salir de su casa y dormir durante cinco días en lugares diferentes por
amenazas contra ella y su entorno familiar.
Las quemas de esa noche causaron terror entre los paceños y alteños, quienes
lo expresaron por las redes sociales. En estas, además, comenzaron a publicarse va-
rios mensajes de desinformación que tenían el objetivo de causar temor y paranoia.
Por ese sentimiento de miedo, muchas personas iniciaron vigilias en la mayoría
de las esquinas de La Paz y El Alto.
— ¡Vecinos, salgan, salgan! –gritaba una mujer en la calle de mi casa, mientras
ella y otras personas tocaban con fuerza las puertas de las viviendas.
A los pocos segundos empezaron los cacerolazos, que también hacían el mismo
llamado desde las ventanas. El objetivo era que los vecinos salgan a la trinchera
que habían hecho en la avenida con escombros, en plena lluvia.
Salí a medianoche, asustada; mi temor era que sepan que soy periodista y que
se pongan agresivos. Los vecinos tenían palos, y cualquier persona desconocida
era sospechosa.
— ¿Ha pasado algún grupo? –les pregunté, después de decirles que vivía a
unas calles.
—No, nadie, pero dicen que estaban por el hospital Cotahuma –me contestó
una mujer.
El mismo panorama se repetía en toda la ciudad. En lugares populares y de
comercio, el movimiento era similar. Cerca de la calle Tumusla armaron grandes
barricadas desde las 19.00. Los vecinos y dueños de puestos comerciales callejeros
estaban armados con palos y dispuestos a defender su propiedad de cualquiera
que quisiera saquear.
Asustada, la periodista Susana López fue a cubrir esa zona y los alrededores
de la Eloy Salmón, lugar donde se concentra la mayor parte del comercio paceño,
con un importante movimiento económico. Allí no estaban agresivos con la prensa,
pero sí estaban alertas ante la presencia de gente desconocida; se cuidaban sobre
todo de grupos que pudieran cometer saqueos.
—Que no se pasen de intrépidos, porque si vienen por aquí va a correr bala
–dijo un dirigente.
La reportera, meses después, reveló que había visto que algunos llevaban
armas de fuego escondidas en sus chamarras.
El pánico y la confusión habían tomado la ciudad.
Esa noche, la primera de dos días de vacío de poder estatal en Bolivia, la
mayoría de los habitantes de La Paz y El Alto no lograron conciliar el sueño;
entre ellos, las periodistas.
Crédito: China Martinez

Un automóvil incendiado en el patio de tránsito de la ciudad de El Alto,


al día siguiente de la quema y saqueo.
nayma enriquez

Nayma Enriquez es periodista


alteña con más de 15 años de expe-
riencia. Actualmente es reportera
de El Alto para la Red Uno de
Bolivia.
En radio fue parte de la emi-
sora Doble 8; además, condujo el
programa Zona Profunda que se
emitía por la radio Melodía y en el
que se trataban temas relacionados
con educación sexual. Fue produc-
tora y conductora del programa
radial Palabra de Mujer, dedicado
a la producción de reportajes sobre
inseguridad ciudadana, violencia hacia las mujeres y trata y trá-
fico de personas. También fue conductora de Dulce y Amargo,
una revista radial informativa sobre la ciudad de El Alto.
En 2003 realizó la cobertura de la ‘guerra del gas’ en la
ciudad de El Alto. En 2010 fue integrante de los cascos azules
en Haití durante siete meses.
capítulo 7

Las quemas a la Policía de El Alto


y el temor a grabar
Nayma Enriquez

El cielo de la avenida Juan Pablo ii empezó a teñirse de negro por el humo. Era
difícil respirar. Se escuchaban gritos, arengas, amenazas, silbidos y un coro de
voces que acompañaban el saqueo y quema del edificio de Tránsito, la primera
institución policial en caer aquel 11 de noviembre de 2019, después de la renuncia
de Evo Morales a la presidencia del país.
Mi compañero de cámara, Douglas Chavarría, y yo iniciamos la cobertura
periodística para la Red Uno de Bolivia. Llegamos a ese lugar de conflicto después
de que un colega nos informara de la violencia que se había desatado. Intentamos
acercarnos a la gigantesca masa de fuego para reportar lo que acontecía, pero fue
difícil por la objeción de la gente, que cuestionaba la presencia de los medios de
comunicación.
—No queremos prensa –era la frase que más se escuchaba.
— ¡Prensa vendida! –gritaban enfurecidos los atacantes.
En nuestros cuatro años trabajando juntos, era la primera vez que veíamos
tal daño a la Policía Boliviana.
Era difícil identificar a las personas que estaban involucradas con el incendio.
Muchas llevaban capuchas y pañoletas que cubrían sus rostros. Además, el humo
que salía de la construcción impedía tener una adecuada visibilidad.
Calculamos que por lo menos había unas 300 personas alentando con sus
gritos la quema del edificio. Ellas habían reemplazado a la centena de minibuses
que diariamente transitaban por ese sector, a los comerciantes y policías que ha-
bitualmente estaban en ese punto de conexión entre La Paz y El Alto.

[111]
112 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Miramos la construcción policial y no pudimos reconocerla. Mientras más


pasaban los minutos, más pedazos de ella caían y la muchedumbre no cesaba de
gritar. Un grupo de gente sacaba televisores, muebles de metal, catres e inclusive
las nuevas motocicletas que tan solo semanas antes habían sido entregadas por la
Alcaldía de El Alto. Todo ardía.
Algunos sujetos intentaron varias veces llevarse objetos, como sillas de escri-
torio o equipos policiales, pero la misma muchedumbre los obligaba a lanzarlos
al fuego con la instrucción de destruir todo.
—¿Para qué mierda se rebelan contra el pueblo? –gritaba uno de los movi-
lizados, que tenía el rostro casi ennegrecido por las cenizas. Hacía referencia al
motín policial que se había iniciado tres días antes en todo el país.
¡‘Sacaplatas’! Ahora van a aprender a robar a la gente –decía otro.
—Así aprenderán a no discriminar la wiphala –arengaba un sujeto. Se refería
a la quema del símbolo patrio que días antes había sido realizada por un policía
y mostrada por las redes sociales.
Como piezas de ajedrez, intentábamos colocarnos en el mejor sitio posible
para filmar lo que acontecía, pero una vez más fuimos hostigados y advertidos de
que nos quitarían la cámara si no dejábamos el lugar.
Muchos colegas, principalmente de prensa televisiva y radio, hacían su trabajo
de la misma forma. Sin identificarse, y cuando veían que pasaban inadvertidos,
sacaban su cámara o celular para filmar o transmitir en vivo.
En pocos minutos el fuego había consumido la instalación policial. Ardió
tanto que hasta el final del día los cimientos quedaron incinerados.

***

A más de 100 metros de Tránsito, en otra repartición policial, una escena similar
estaba a punto de ocurrir. Turbas de manifestantes se dirigieron a la Fuerza Especial
de Lucha Contra el Crimen (felcc), una infraestructura incautada al narcotráfico
35 años atrás y que fungía como la instancia investigativa en la ciudad. La calle
Raúl Salmón, entre las calles 1 y 2 de la Ceja, fue rodeada por grupos violentos
que también gritaban frases contra la Policía.
—¡Motines! –decía un hombre que tenía el rostro cubierto, mientras lanzaba
piedras contra los efectivos.
—¡Vendidos! –gritaba una mujer que llevaba un palo en la mano y una piedra
en la otra.
En medio de ese panorama se inició un enfrentamiento entre policías y
manifestantes. La gresca se extendió por varios minutos. Unos 20 uniformados
trataban de controlar a una masa humana de más de 100 personas repartidas en
cuatro extremos.
las quemas a la policía de el alto y el temor a grabar 113

En ese mismo sitio, los vecinos reforzaron a la Policía; colocaron cercos de


alambres, sogas, cajas de madera y telas de yute para evitar que gente violenta
pueda ingresar. Todo aquello no impidió que la masa enojada llegara al recinto
policial.
Miré el reloj y casi era mediodía, momento que debíamos retornar al canal
para reportar las noticias registradas. El camarógrafo y yo corrimos hacia un
minibús que iba a la zona de Ciudad Satélite. Teníamos que preparar la nota de
la quema de Tránsito.
Pero no pasaron ni 15 minutos cuando nos informaron, vía celular, que el
fuego también se había apoderado de las instalaciones de la fuerza anticrimen.
Retornamos a la felcc lo más rápido que pudimos. Corrimos, buscamos taxis,
pero la distancia, la falta de transporte y el caos de la urbe nos impidieron hacerlo
con rapidez.
Cuando llegamos al lugar, la escena de destrucción era similar a la ocu-
rrida en Tránsito. La calle estaba repleta de gente, por lo que nos acercamos
con precaución. Una vez más la turba violenta se oponía a la presencia de
periodistas.
Le dije a mi compañero que esperara en una esquina para evitar la suscepti-
bilidad que la cámara había provocado en el edificio de Tránsito. Caminé unos
metros y casi deslizándome entre la gente llegué al frente de la puerta del edificio
que ardía.
Allí no se podía respirar por el humo. Mis ojos rápidamente lagrimearon y
tapé mi boca con un pañuelo mientras trataba de sacar el celular para registrar
todo lo que ocurría. Para ese momento el fuego se había apoderado de todo el
inmueble.
En ese momento me puse a pensar en qué había ocurrido con las cinco ‘ña-
titas’ (calaveritas) que estaban en las oficinas del segundo piso. Recordé que días
antes, en la celebración de Todos Santos, los policías las colocaron en una mesa
de difuntos, junto a muchos carteles de personas muertas no identificadas.
¿Qué habrá sido de ellas? ¿Será que los manifestantes se atrevieron a robarlas,
o quemarlas, o quizás no las tocaron, considerando el temor y respeto popular
que hay hacia esas manifestaciones andinas?, me pregunté.
Tiempo después supe que las Juanitas –como las llamaban– retornaron con
la Policía. Las cinco están nuevamente con los efectivos policiales que practican
la investigación técnico-científica.
Miré nuevamente el edificio en llamas. Mientras mis ojos lo recorrían, me
transporté 12 años atrás, cuando llegué a ese lugar en mi primera cobertura
periodística. Rememoré las divisiones policiales abarrotadas de uniformados, las
decenas de personas que hacían seguimiento de sus casos, el patio de cemento
114 días de furia: relatos de mujeres periodistas

donde los periodistas esperábamos las entrevistas, el comedor que despedía


deliciosos olores que abrían el apetito, la nueva sala del Instituto de Investiga-
ciones Técnico Científicas que tenía flamantes equipos e incluso las frías, sucias
y malolientes celdas.
De pronto mis ojos me mostraron nuevamente el fuego en la esquina iz­
quierda. Me pregunté dónde estaría el suboficial Alejandro Miranda, con quien
nos saludábamos con mucha amabilidad; o el capitán Edwin Khantud, un hombre
serio pero muy efectivo a la hora de resolver los casos; o el amable teniente coronel
Limberth Coca, o el entonces director coronel Douglas Uzquiano, quien siempre
tenía una sonrisa para toda la gente.
Mi compañero y yo esperábamos que llegaran refuerzos policiales para impedir
que el fuego siguiera consumiendo todo. Nadie llegó, y la turba se apoderó del
lugar al extremo de afectar otras construcciones vecinas. Una fuga de gas alertó
a los manifestantes de que podía ocurrir alguna explosión.
—¡Cuidado, hay una conexión de gas! –gritó un vecino mientras mostraba
la caja de la instalación.
—¡Mentira! –gritó un hombre que estaba entre la muchedumbre.
Solo el llanto suplicante de una vecina hizo que decidieran apartarse del pe-
ligro, pero ello no impidió que siguieran con la destrucción de la unidad policial.
Mientras esto ocurría en inmediaciones de la Ceja, la violencia también se
había extendido a otros puntos de El Alto. En Senkata y Río Seco, cada una
situada a un extremo de la ciudad, las fogatas hechas con llantas usadas, alam-
bres de púas y troncos eran una forma de protestar contra todo lo que sucedía
en el país.
Entre tanto, el fuego en la felcc no dio tregua; consumió cada uno de sus
rincones.

***

El Comando Policial de El Alto –ubicado en la zona Villa Bolívar D, a 15 cuadras


de donde ocurrían los siniestros de la felcc y de Tránsito– también fue ocupado
por cientos de movilizados. Estos redujeron a los efectivos, se llevaron víveres de
la institución e iniciaron la quema de las instalaciones.
En este recinto policial los efectivos también habían intentado resistir, pero
los manifestantes, que casi los triplicaban en número, los hicieron escapar. Uno
no lo consiguió.
El suboficial Juan José Alcón Parra fue sorprendido en una de las oficinas
donde intentaba esconderse. Lo encontraron, arrastraron, golpearon y obligaron
a besar la wiphala en medio de amenazas.
las quemas a la policía de el alto y el temor a grabar 115

En videos registrados por los propios manifestantes y que circularon por


las redes sociales, se ve al uniformado con el rostro casi destrozado, a punto de
desfallecer y haciendo todo lo que la turba le ordenaba.
Una semana después, ‘Juanjo’, como era conocido, quien además se destacaba
por ser parte de la Brigada Escolar de El Alto, murió como consecuencia de los
múltiples golpes recibidos. Dejó tres hijos en la orfandad.
En esa fatídica jornada para la Policía en El Alto no solo quemaron las uni-
dades policiales antes mencionadas, sino también otras más. Una de fue la del
Distrito 8, la Estación Policial Tarapacá, de la zona Senkata, inaugurada el 2 de
marzo de 2017 y que era considerada la más moderna del país, incluso contaba
con un helipuerto.
Al finalizar la tarde de ese día, seis unidades policiales ardían en diferentes
puntos de El Alto: Tránsito, la felcc, el Comando Policial, la felcv, epi
Tarapacá y Radio Patrullas de Villa Tunari. Se trataba de las más grandes de los
diferentes distritos.

***

Cuando la luz del día se iba perdiendo, el camarógrafo y yo llegamos a la zona


Ciudad Satélite. Allá los vecinos estaban listos para evitar la presencia de grupos
violentos. Instalaron barricadas en cada cuadra con maderas, palos, alambres con
púas. Había una organización estricta en toda la vecindad a fin de proteger la
Estación Policial Integral de la zona.
Rolando, uno de los vecinos, contó que crearon grupos de WhatsApp me-
diante los cuales se comunicaban para denunciar si gente extraña llegaba hasta
ese lugar.
—Estamos al mejor estilo de cualquier planificación experta. Los chicos se
ubicaron en sectores estratégicos para reportar alguna irregularidad –explicó
emocionado y nervioso.
Cuando la noche se apoderó de la urbe alteña, creció el rumor de que grupos
violentos llegarían pronto. En Ciudad Satélite se reforzaron más las trincheras en
cada esquina y nadie podía transitar sin tener un lazo blanco en el brazo izquierdo,
que era el distintivo que tenían los que vivían en el lugar.
Las horas pasaban y los nervios crecían. Douglas, Víctor Flores, un colega
de un medio radial, y yo nos apostamos en el tercer piso de una casa a medio
construir que estaba al lado del recinto policial. Allí permanecimos dos horas,
mientras registrábamos lo que sucedía.
El frío de la noche nos castigó duramente; nos sentamos en ladrillos y el viento
soplaba con fuerza. No estábamos preparados para tales condiciones. Abrazados
116 días de furia: relatos de mujeres periodistas

por nuestras delgadas prendas de vestir, soportamos el frío que empezaba a calar
hasta los huesos.
De repente llegó un grupo de vecinos gritando y corriendo, alertando de que
los grupos violentos estaban por llegar.
—¡Son muchos! –gritaba un joven.
—¡Tienen palos! –decía otro.
—¡Estamos listos! –añadió un hombre que sostenía en su mano derecha un
palo de madera.
Muchas personas empezaron a correr hacia la plaza principal, como si su
vida dependiese de ello. Con gritos y alzando palos, fueron en busca de quienes
amenazaban su seguridad.
—¿Qué pasa, qué pasa? –gritó una vecina asustada.
—Se escucharon gritos, parece que están llegando –respondió un joven, que
repitió la explicación con sus amigos unas tres veces más. Debían estar alertas.
Finalmente nadie llegó, se trató de un simple rumor, de esos que ya desde la
noche anterior llenaban las mensajerías de WhatsApp y que causaban temor en
los ciudadanos.
En medio del frío y la incertidumbre, los vecinos llevaban alimentos para
los más de mil efectivos que estaban en una infraestructura construida para 300
personas. Unos llegaban de sus casas con café, otros con sándwiches, otros con
mates. Los que no podían donar algún alimento, daban palabras de aliento.
Me acerqué a uno de los uniformados que conocía. Era un policía duro, de
esos rígidos que actúan de acuerdo con su doctrina en todo momento; estaba a
punto de pasar a la jubilación.
Esa noche parecía que su metro setenta y cinco se había reducido a un
metro y medio; estaba cabizbajo, con el rostro afligido y los ojos inundados
de lágrimas.
—Tanto nos ha costado (a los policías) tener recursos para trabajar dignamen-
te. ¿Qué va a pasar con la gente, con los que de verdad necesitan de la Policía?,
¿qué va a pasar con mis camaradas? –se preguntó el suboficial Norberto Quispe,
que tenía los ojos fijos en el suelo.
—Nunca pensé ver esto –acotó.
Meses después volví a encontrarme con el suboficial Quispe, quien había
sido destinado a otra unidad policial. Me contó que varios de sus camaradas ha-
bían presentado solicitudes de retiro de su institución, porque –según dijo– ser
uniformado del verde olivo era mal visto. Mucha gente les faltaba el respeto y
los llamaba “motines”.
—Es difícil, señorita, ya no se puede; por lo menos yo pronto me jubilaré
–dijo muy preocupado.
las quemas a la policía de el alto y el temor a grabar 117

Esa jornada del 11 de noviembre, mi medio de comunicación decidió suspen-


der su programación por rumores que hacían referencia a amenazas de grupos
de manifestantes que pretendían quemar los canales de televisión. El personal se
replegó y cerraron emisión desde La Paz.
A las 22.00, las condiciones mejoraron para Douglas, Víctor y para mí. Una
vecina del lugar nos ofreció el cuarto piso de su casa, que estaba ubicada al frente
de la unidad policial, y dejamos la fría terraza vecina. Nos acomodamos lo mejor
que pudimos, estábamos listos para transmitir lo que podría ocurrir; lo haríamos
vía Santa Cruz, que había tomado el mando de la señal ante el cierre en La Paz.
Las horas pasaron y por fortuna nada violento ocurrió. Cerca de la media-
noche el camarógrafo y yo decidimos replegarnos a nuestras casas. Solo entonces
nos dimos cuenta de que ni siquiera habíamos almorzado y que estábamos tan
cansados física y emocionalmente que casi no podíamos mantenernos en pie.
Miramos la estación policial ilesa y protegida, llena de uniformados. Estaba
rodeada de vecinos que dijeron que la cuidarían no solo esa noche, sino también
los próximos días. Fue la única instalación policial de las más grandes de El Alto
que no fue destruida.
Fuerzas combinadas, policiales y militares en el puente de Huayllani,15 de noviembre 2019
Crédito: Dico Solis, Opinión
alejandra olguin

Alejandra Olguin Solis es periodis-


ta desde 2013. Tiene experiencia
en la cobertura de las áreas de po-
lítica y seguridad; trabajó en la red
televisiva atb y en el canal estatal
Bolivia Tv.
En 2019 fue parte de la red
Unitel. En la ciudad de Santa
Cruz integró el equipo de la radio
Illimani y desde 2018 es secretaria
de Hacienda de la Federación Sin-
dical de Trabajadores de la Prensa
de Cochabamba.
capítulo 8

Las muertes en Huayllani


y reportear entre balas
Alejandra Olguin

“¡Vecinos, entren a sus casas y no salgan!”, gritaba una señora. “¡Ay, Dios mío,
que no pase una tragedia!”, murmuraba otra que caminaba de prisa con direc-
ción a la ciudad por la carretera que une Cochabamba con el oriente del país. A
los minutos, varias personas empezaron a correr. Los vecinos se asomaron a las
ventanas del segundo piso de sus casas con una mirada fija hacia el puente, como
si algo malo iría a ocurrir.
Era el mediodía del 15 noviembre y el miedo se apoderaba de los pobla-
dores del municipio cochabambino de Sacaba, distante a 13 kilómetros de la
urbe. Ni bien bajamos del vehículo, mi compañero Jhoni Yucra y yo sentimos
el ambiente tenso y sobrecargado. Mientras las personas corrían hacia nuestra
dirección, ambos íbamos en contrarruta sobre la avenida Villazón. Jhoni prepa-
raba su cámara y yo tenía listo el micrófono en la mano para relatar los hechos,
si fuera necesario.
Aumentaban los rumores de posibles enfrentamientos entre cocaleros que
bloqueaban en el puente Huayllani y policías y militares. Por eso, poco a poco
otros periodistas llegaron hasta el lugar.
Un fuerte contingente policial y militar estaba apostado a orillas de la carretera
a Santa Cruz, con el fin de evitar que los cocaleros avanzaran hacia la ciudad de
Cochabamba para iniciar protestas. Al menos unos 400 efectivos resguardaban
la seguridad del lugar con rigurosos controles.
Los trabajadores de la prensa no podíamos circular si no portábamos la cre-
dencial, el casco y la máscara antigás. El medio televisivo en el que trabajábamos
nos había dotado de estos dos elementos semanas previas, ante los constantes

[121]
122 días de furia: relatos de mujeres periodistas

enfrentamientos entre grupos que pedían la anulación de las elecciones nacionales


del 20 de octubre y otros que apoyaban el gobierno de Evo Morales.
A medida que caminábamos por la avenida, el panorama se tornaba más
peligroso y agresivo. Los cocaleros gritaban cada vez más fuerte.
Al otro extremo del puente Huayllani, unos 10 representantes de alrededor
de cinco mil productores de coca de las Seis Federaciones del Trópico de Co-
chabamba intentaban dialogar con el nuevo comandante de la Policía, coronel
Jaime Zurita. Su objetivo era que se levante el cerco policial para que la marcha
que protagonizaban llegara a la plaza central cochabambina 14 de Septiembre y
luego partiera hacia La Paz.
—Coronel, le doy mi palabra de que será una marcha pacífica. Solo queremos
llegar a la plaza principal –insistía una mujer de aproximadamente 40 años. Ella
estaba acompañada de un grupo de campesinas que habían dejado su chaco de
coca para participar en las movilizaciones.
—Es el segundo día que no nos dejan pasar, ni que fuéramos criminales.
—Señora, demuéstreme que es una marcha pacífica. Mi equipo (de Inteli-
gencia) pudo evidenciar que atrás hay varios hombres armados. Yo le invito y
conscientemente vea; si no hay y usted me garantiza que no habrá, y usted pone
las manos al fuego por ellos, podemos charlar –le contestó el comandante con
voz contundente. Este llevaba puesto un traje antimotín y en ese momento era
rodeado por varias mujeres que insistían en continuar con la marcha.
Pese a los pedidos de las marchistas, el diálogo entre el comandante y la
campesina de 40 años no prosperó, y se quedó como uno más de los intentos de
negociación durante ese día que no tuvieron resultado.
Los cocaleros del Chapare rechazaban el gobierno interino de Jeanine Áñez, a
quien acusaban de golpista. También exigían el retorno de Evo Morales, quien –tras
renunciar a la presidencia cinco días antes, a causa de las movilizaciones sociales
que se generaron por las denuncias de sospecha de fraude electoral– se había ido
a México, acompañado del exvicepresidente Álvaro García y de la exministra de
Salud Gabriela Montaño.
La denominada marcha pacífica estaba encabezada por mujeres y niños. Al-
gunas de las campesinas sostenían a sus bebés en los brazos. Al menos dos cuadras
de la avenida Villazón fueron tomadas por los cocaleros.
—¡Señor, apiádate de nosotros! –gritaba una de ellas que agitaba una Biblia
hacia arriba.
Mientras Jhoni y yo caminábamos en medio de la columna de la marcha,
percibíamos las sensaciones de angustia, ira y desasosiego en los campesinos.
—Hasta mi vida corre riesgo, señorita; aunque sea voy a dar mi vida y, si es
posible, junto a mis hijos más si tengo que morir. Yo no estoy comprada, yo no
estoy pagada, voluntariamente estoy aquí –me dijo una señora. Ella fue una de
las muertes en huayllani y reportear entre balas 123

las pocas que aceptó hablar conmigo; estaba acompañada de sus dos pequeños.
Explicaba que no había recibido dinero del mas. Días antes, se denunció un
presunto financiamiento de las movilizaciones que respaldaban a Morales y que
bloquearon varios puntos del país.
Cinco días después de aquel viernes, el ministro de gobierno, Arturo Muri-
llo, presentó un video en el que se veía hablar por teléfono al dirigente cocalero
Faustino Yucra presuntamente con Evo Morales, quien desde el autoexilio le
explicaba cómo dejar sin comida a las ciudades. En la grabación se escuchaba la
voz del exmandatario aconsejando a Yucra cómo mantener un bloqueo de larga
duración, con la estrategia de dividir los sindicatos en grupos para que la gente
no se cansara.
“Hermano, que no entre comida a las ciudades. Vamos a bloquear, cerco de
verdad. Son las mismas de cuando me han expulsado del Congreso el 2002 (…).
Ahora me expulsan de Bolivia y hay bloqueo hasta ganar, hermano. Desde ahora va
a ser combate, combate, combate”, se le escuchaba decir a Morales desde México,
país que le había dado asilo político.
Ese viernes, la temperatura alcanzó los 32 grados Celsius, los cuales afectaron
los semblantes de varios uniformados, quienes lucían cansados. Algunos, además
de sostener sus escudos, tenían en las manos una botella de dos litros de agua para
combatir el calor. La mayoría de los efectivos habían estado acuartelados por más
de tres semanas, muchos sin ver a sus familiares.
Al otro lado, los marchistas también estaban agotados e inquietos. A modo
de ganar fuerzas, muchos pijchaban coca. Había cocaleros de diferentes edades;
los más jóvenes estaban en la parte de adelante. Algunos de los marchistas
tenían megáfonos con los que apaciguaban a los que gritaban en medio de la
negociación.
A las 15.30, la protesta se hizo cada vez más incontrolable. Los periodistas
y los policías fueron el blanco de las críticas durante esa jornada. Conseguir una
entrevista era casi misión imposible. Los movilizados creían que los responsables
de la renuncia del exmandatario fueron los trabajadores de la prensa y la institución
verde olivo, que se amotinó en contra del gobierno de Morales el 8 de noviembre,
dos días antes de su dimisión.
“¡Fuera de aquí, motines!”, era la consigna que gritaban de rato en rato al-
gunos dirigentes a los uniformados.
Con Jhoni y otros periodistas estábamos cerca para filmar e intentar hacer
entrevistas, pero los gritos evitaban nuestro objetivo.
“¡Prensa vendida, no queremos nada con ustedes! ¡Que venga la prensa in-
ternacional!”, gritaban los productores de coca.
Esos gritos se sumaban a las varias veces que los reporteros de Cochabamba
habíamos sido amedrentados durante los conflictos poselectorales.
124 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Una de esas agresiones ocurrió cuatro días antes de la renuncia de Morales.


Ese 6 de noviembre hubo protestas protagonizadas por sectores sociales aliados
al mas en inmediaciones del Correo, uno de los lugares cochabambinos más
concurridos.
“Los medios se han vendido; Unitel es canal del Camacho”. Esta fue la reac-
ción de algunas mujeres de la zona sur que habían asistido a la concentración del
mas en la plaza 14 de Septiembre, donde se hacía alusión al entonces presidente
del Comité pro Santa Cruz, Luis Fernando Camacho. Este, durante un cabildo
en el territorio oriental el 2 de noviembre, había dado 48 horas a Morales para
que presentara su renuncia.
La crisis política poselectoral estaba en un callejón sin salida. Por un lado,
la Confederación de Mujeres Campesinas Bartolina Sisa, que respaldaba a Mo-
rales, se movilizó y salió de los cuatro puntos cardinales en una masiva marcha
hasta llegar al centro histórico de Cochabamba. Por el otro, un grupo de jóvenes
pertenecientes a la Resistencia Juvenil Cochala armó barricadas en la esquina de
las avenidas Ayacucho y Heroínas, a dos cuadras de la plaza principal; su objetivo
era frenar el ingreso de los militantes del partido oficialista.
Las mujeres campesinas ingresaron a la ciudad cerca del mediodía; varias
portaban palos, piedras y hondas. Los periodistas que cubríamos la marcha hasta
su llegada a la plaza 14 de Septiembre fuimos duramente cuestionados, por eso
recurrimos a los ejecutivos del mas para pedir garantías, las cuales no llegaron.
“¡Fuera la prensa; Unitel vendidos!”, gritaban a viva voz las manifestantes,
en clara alusión al medio en el que yo trabajaba.
Pese a los gritos dirigidos, yo continué con mi labor de cubrir la noticia.
Mientras más me acercaba al parlante de la tarima, donde se situaron los
dirigentes para discursar, los insultos también subían de tono.
“A las de pelo rojo ya sabemos dónde ubicarlas. En Unitel solo trabajan
teñidas”, escuché decir a una mujer, cuya voz salía de un grupo que estaba cerca
del escenario.
En ese instante no podía hacer nada, más que morderme los labios de im-
potencia; sabía que si les respondía o decía algo se me venían encima. Debido
a que los ánimos estaban caldeados, algunos colegas me pidieron sacar el cono
de mi micrófono para evitar mayores problemas. Así lo hice, y oculté cualquier
distintivo de mi medio.
De repente se oyeron petardos y gritos. La violencia entre los dos bandos
se desbordó en el Correo, a dos cuadras de la plaza. Por eso, la gente que estaba
apostada allí empezó a correr y a taparse la boca ante el olor de los gases lacri-
mógenos que lanzaron los policías y que llegó hasta ese lugar.
Inmediatamente me puse mi equipo de seguridad para protegerme, pero
fue demasiado tarde, los agentes químicos afectaron mi sistema respiratorio.
las muertes en huayllani y reportear entre balas 125

Finalmente,­Rómel, el camarógrafo con quien trabajé ese día, me colocó la más-


cara y un colega de otro medio me hizo beber agua.
Los enfrentamientos en inmediaciones del Correo se registraron por alrededor
de media hora. En la acera norte se encontraban los jóvenes de la Resistencia con
cascos, escudos caseros y petardos, mientras que al otro lado estaban simpatizantes
del mas que se defendían con piedras y petardos. Producto de la revuelta, cinco
personas resultaron heridas y decenas fueron arrestadas. Ese hecho fue el deto-
nante de un día violento.
En la tarde, los grupos que bloqueaban, hacía ya unos días, pidiendo la anu-
lación de los comicios quemaron la Alcaldía de Vinto y tomaron de rehén a la
alcaldesa masista Patricia Arce. Al caer la noche murió uno de los jóvenes que
bloqueaban el puente Huayculli en Quillacollo, durante enfrentamientos con
grupos que respaldaban al mas.1
Sacaba no iba a ser la excepción en estos escenarios de confrontación. Desde
que llegamos al puente, el conflicto se vislumbraba.
Alrededor de las 15.30, y después de varios intentos fallidos de negociación
con la Policía, los productores de coca empujaron el cordón policial y arrojaron
piedras a los efectivos, quienes fueron rebasados. Estos dispararon bombas de
gases lacrimógenos.
La violencia se desató aproximadamente a las 16.00, y durante dos horas el
puente Huayllani se convirtió en un campo de batalla.
Los periodistas nos agazapamos en la pared del lado del puente, a modo de
protegernos. Desde allí la visibilidad no era muy clara. Los cocaleros incendiaron
varias llantas en la vía pública. Durante la intensa humareda, lanzaron petardos,
disparos de sus bazucas caseras y bombas molotov fabricadas con botellas de vidrio
y alcohol. Muchos de los campesinos se protegieron con pañoletas y escudos fabri-
cados con partes de barriles para esquivar los gases. Otros tantos fueron afectados
por ese agente químico, que era disparado en gran cantidad por los uniformados.
Las explosiones de los petardos se extendieron al lado sur y norte del puente.
Las sirenas de las ambulancias que llegaron al lugar, la detonación de explosivos, los
disparos de gases y el chorro de agua del Neptuno se entremezclaban en la zona.
Los periodistas corríamos de un lugar a otro intentando filmar lo que suce-
día, pero también tratando de resguardar nuestra seguridad. Fue entonces que
nos separamos un poco de los camarógrafos. Ellos estaban detrás de los carros
Neptuno captando sus mejores imágenes, mientras que los reporteros estábamos
como unos cinco pasos más alejados. Yo transmitía en vivo a través de mi cuenta
de Facebook; trataba de mantener la calma para contar a detalle todo lo que
sucedía ese instante.

1 Nota de edición: Estos dos hechos violentos se relataron en el Capítulo 4.


126 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Los vehículos policiales, incluyendo los carros Neptuno, terminaron con los
vidrios clisados.
Mientras los policías se comunicaban en clave a través de sus handys, un grupo
de soldados –entre los 18 y 22 años– avanzaba a paso firme, al son del compás
militar. La tropa estaba compuesta por unos 20 jóvenes que prestaban su servicio
militar. Todos vestían sus trajes camuflados y portaban sus escudos.
Así comenzó el operativo militar que se desplegó en Sacaba, que incluyó el
sobrevuelo de dos aviones y el uso de dos tanques que estaban en el lugar desde
un inicio. Además, dos helicópteros volaban por toda la zona.
La presencia de las Fuerzas Armadas en Huayllani llamó la atención de propios
y extraños; no se había visto la intervención militar desde la ‘guerra del agua’ en
2000. Por ello, desde que salieron, la noche siguiente a la dimisión de Morales,
los cochabambinos sintieron zozobra ante la presencia del Ejército en los puentes
de la ciudad, donde los uniformados hacían controles, principalmente a los autos.
En medio del caos se escucharon tiros. Tres periodistas comentaron asustados
que ráfagas de disparos, provenientes de la tropa militar, pasaron cerca de ellos.
Imágenes del fotoperiodista Dico Soliz, del diario Opinión, muestran cómo uni-
formados apuntaban con armas de guerra al otro lado del puente.
A los 30 minutos de haberse iniciado el conflicto, cocaleros heridos de bala
eran trasladados a las ambulancias. Pasaron al menos 15 de ellos por la retaguardia
militar, algunos con lesiones en la cabeza y otros con el rostro ensangrentado.
Además, un grupo de paramédicos de la Cruz Roja también trasladó a tres policías
heridos: dos mujeres y un varón.
Donde se encontraban los cocaleros se escucharon los zumbidos de los pro-
yectiles. Algunos periodistas nos refugiamos detrás de los vehículos patrulleros,
pero la inmensa humareda no permitía ver de dónde salían estas descargas. Ante
el panorama conflictivo que se registraba en ese momento, la tropa militar pidió
a los trabajadores de la prensa que se replegaran.
—Retroceda la prensa, retroceda. ¡Señorita, deje de grabar! ¿No está viendo
cómo están las cosas? –le dijo un uniformado a una colega de un medio televisivo.
Las explosiones y los disparos no cesaban. Dos colegas –Fernando Busta-
mante, de la red pat, y César Baldelomar, de la Red Uno– fueron lesionados,
presuntamente por balines.
Inmediatamente, otros periodistas les brindaron auxilio. Como las heridas no
revestían gravedad y ambos colegas se encontraban estables, estos continuaron
con su trabajo periodístico.
Los ánimos de los periodistas también estaban tensos. Un fotógrafo cabeceó
a otro debido a que este le recriminó por exponerse al peligro solo por tener una
imagen del enfrentamiento. En su defensa, el primero le dijo que no se metiera con
su trabajo. Tuvimos que intervenir para evitar que el incidente pasara a mayores.
las muertes en huayllani y reportear entre balas 127

Eran las 17.30 y la violencia en Huayllani no daba tregua. Los cocaleros se


dispersaron por los alrededores de la carretera en su afán de resguardarse, pero
estaban más fuertes que cuando iniciaron los enfrentamientos con los policías.
Ni los agentes químicos ni las balas les hicieron retroceder.
Varios de ellos fueron sorprendidos con escopetas. Incluso, según la Policía,
tenían fusiles máuser.
—Si usted dice que estaba con un arma, vaya a traerla, yo no sé. Yo he venido
como base, nadie me está pagando. Nosotros por nuestras reivindicaciones estamos
marchando –contestó a la prensa uno de los detenidos mientras era trasladado a
las camionetas policiales.
Los movilizados se replegaron cuando se enteraron de que había cocaleros
muertos. La sangre derramada en el kilómetro 10 de la carretera a Sacaba puso
fin a los enfrentamientos entre policías, militares y cocaleros.
Cuando los disparos cesaron, alrededor de un centenar de personas fueron
trasladadas en cadena humana hasta los vehículos de la institución verde olivo.
Entre los arrestados había jóvenes de aproximadamente 20 a 25 años.
—Nosotros vamos a permanecer en el lugar hasta restablecer el orden público.
Este no es un movimiento pacífico, eso hay que dejarlo claro. No pueden venir
a decirnos que quieren ingresar (a la ciudad) pacíficamente y cuando interveni-
mos encontramos escopetas, bazucas, petardos y explosivos caseros –enfatizó el
comandante de la Policía a los medios de comunicación.
Los heridos fueron trasladados en las ambulancias hacia el hospital México de
Sacaba. Aproximadamente a las 18.30, el personal médico de este centro reportó
el deceso de los primeros seis fallecidos del enfrentamiento entre cocaleros y las
fuerzas del orden.
El desenlace de la jornada fue desolador: 115 personas heridas y más de 200
arrestadas, entre ellas el exasambleísta nacional y ejecutivo del mas Marco Carrillo,
acusado por el comandante de incitar a la violencia.
—Me han detenido por casualidad. Resulta que la tranca estaba cerrada, me
fui a dar la vuelta por allá y eso es lo que ocurrió. Vine a ver si había paso y ahí me
encontré con unos vecinos, y eso pasó –dijo Carrillo a la prensa. El exasambleísta
tenía las manos en la nuca mientras era conducido con el resto de los detenidos,
que esperaban el bus para ser trasladados a las celdas de la Fuerza Especial de
Lucha Contra el Crimen.
Horas después del conflicto, las redes sociales se saturaron con videos que
mostraban a los cocaleros trasladando a las víctimas hacia Sacaba. En las imágenes
se observaba que los cadáveres eran llevados delante de centenares de personas
que habían participado en los enfrentamientos.
—Aquí tenemos a uno de nosotros; lamentablemente, el compañero ya está
fallecido por un tiro en la cabeza –dijo uno de los movilizados.
128 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Otra de las grabaciones que se hizo viral muestra que algunos productores de
coca tenían en su poder armas de grueso calibre y flechas. Esas imágenes fueron
presentadas, más adelante, por las Fuerzas Armadas como ‘prueba’ ante la Fiscalía
para eximir de responsabilidades a sus efectivos.
Cerca de las 19.00 de ese 15 de noviembre, el representante de la Defensoría
del Pueblo en Cochabamba, Nelson Cox, confirmó –a través de un contacto tele-
fónico– la muerte de los seis cocaleros. La autoridad censuró los actos de violencia
y afirmó que las víctimas fallecieron por impacto de bala.

***

A las 19.30, las ambulancias con heridos empezaron a llegar al hospital Viedma
de la ciudad de Cochabamba, una tras otra. Allí, el movimiento era incesante.
Mientras un camillero trasladaba a un paciente, uno de los médicos se subió a la
camilla en movimiento para reanimar al herido con la cara ensangrentada. El rostro
del galeno mostraba desesperación y sus manos estaban enlazadas presionando el
pecho del campesino de unos 45 años.
Los lesionados moderados ingresaban a Emergencias con cortes y contusiones
producto de los enfrentamientos; los de mayor gravedad tenían un respirador
en la boca y suero en los brazos. El caos se apoderó del hospital en cuestión de
minutos. Las sirenas de las ambulancias no dejaban de sonar en las inmediaciones
y se confundían con los reclamos de los familiares.
La situación en el hospital México de Sacaba era similar.
Hasta ese nosocomio fueron llevados la mayoría de los muertos. Las imágenes
difundidas por los cocaleros en sus redes sociales mostraban los cuerpos sin vida,
tendidos en el suelo y cubiertos con frazadas.
La atención colapsó en ambos centros de salud. En el hospital Viedma, los
pacientes que revestían menor gravedad aguardaban a los médicos en el suelo.
Los periodistas no pudimos ingresar a los ambientes. Varios de los familiares de
los movilizados estaban agresivos con la prensa.
Mientras, los lesionados continuaban llegando al Viedma. En la puerta de la
Unidad de Emergencias, los familiares pedían información sobre el estado de salud
de sus heridos y de rato en rato lanzaban expresiones de ira contra el ministro
de Gobierno, Arturo Murillo, quien un día después de los conflictos afirmó, en
una conferencia de prensa, que los disparos que provocaron las muertes y heridas
salieron de la propia marcha.
“¡Murillo asesino, Murillo asesino!”, gritaban los familiares.
Ante la impotencia y la rabia por no ser escuchados, rompieron la puerta
de vidrio de la Unidad de Emergencias. La presencia de la Policía en el lugar
las muertes en huayllani y reportear entre balas 129

era nula y la seguridad del hospital hizo retroceder a las personas que lloraban
desconsoladamente.
En medio de los reclamos, los familiares echaron a los periodistas que estába-
mos allí. Ellos nos gritaban e insultaban en español y quechua, mientras lloraban
por sus heridos.
—Mana parlasajchu (No hablaré) –le contestó en quechua una señora enojada
a la periodista Juany Reyes, de Pío xii, quien le preguntó también en ese idioma
qué pedían después de lo sucedido.
—Justiciata munayku. Kayjinata animalta jina wañuchuwayku balawan (Pedimos
justicia. Como animales nos matan con bala) –respondió otra señora entre sollozos.
Los familiares de los seis fallecidos en los enfrentamientos pedían justicia para
Juan López, Omar Calle, Emilio Colque, César Sipe, Lucas Sánchez y Roberto
Sejas. Al día siguiente, a esta lista se sumaron Plácido Rojas, Armando Carballo
y Marco Vargas, con lo que la cifra de muertos ascendió a nueve.
Todos los fallecidos eran productores de coca del trópico y habían recibido
impactos de bala. Ningún militar o policía murió.
Al día siguiente, la presidenta interina Jeanine Áñez aprobó el Decreto Su-
premo 4078, que eximía a los militares de cualquier responsabilidad penal por su
actuación durante las protestas en caso de que se tratara de defensa propia.
Un mes después, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh)
emitió un comunicado en el que instaba a efectuar una investigación internacional
sobre las “graves violaciones de derechos humanos” en Sacaba. Recordó que la
fuerza debe emplearse de forma excepcional y bajo el principio de proporciona-
lidad. Esta indagación no se llevó a cabo.
Días después de ese 15 de noviembre, el miedo aún estaba presente en los
vecinos de Sacaba. Los pobladores aplicaron la ley del silencio para evitar que sus
declaraciones fueran malinterpretadas por las autoridades. Los familiares de los
nueve fallecidos construyeron una capilla simbólica en el puente. Allí colocaron
un altar a los caídos en Huayllani para recordarlos y para que sea un símbolo
mientras sus muertes siguieran impunes.
Crédito: Wara Vargas
Varios cuerpos tendidos en los asientos de la parroquia San Francisco en Senkata, El Alto.
nayma enriquez

Nayma Enriquez es periodista alteña con más de 15


años de experiencia. Actualmente es corresponsal de
El Alto para la Red Uno de Bolivia.
En radio fue parte de la emisora Doble 8; además,
condujo el programa Zona Profunda que se emitía
por la radio Melodía y en el que se trataban temas
relacionados con educación sexual. Fue productora
y conductora del programa radial Palabra de Mujer,
dedicado a la producción de reportajes sobre insegu-
ridad ciudadana, violencia hacia las mujeres y trata
y tráfico de personas. También fue conductora de
Dulce y Amargo, una revista radial informativa sobre
la ciudad de El Alto. En 2003 realizó la cobertura de
la ‘guerra del gas’ en la ciudad de El Alto. En 2010
fue integrante de los cascos azules en Haití durante
siete meses.

wara vargas

Wara Vargas Lara es una fotógrafa boliviana que


radica en La Paz. Estudió Comunicación Social y se
especializó en Fotografía de Prensa en el Instituto
de Periodismo Internacional José Martí, en Cuba.
Es cofundadora y editora gráfica de la revista digital
La Brava.
Se dedica a la fotografía documental. Es autora
del libro Paredes que hablan. Es parte de la plataforma
de fotógrafos independientes del New York Times.
Durante los últimos 15 años trabajó como foto-
periodista para varios medios de comunicación en
Bolivia, donde expuso su obra en muchas oportunida-
des. También fue parte de varias muestras colectivas e
individuales en Alemania, Estados Unidos, Colombia,
Brasil, Argentina, Italia, México y Uruguay.
capítulo 9

Senkata y la dura cobertura periodística 1

Nayma Enriquez

“¡Herido, herido!”, gritaban casi al unísono unas 20 personas de la zona de Senkata.


Estaban vestidas de muchos colores, aunque por la cobertura de tierra y hollín
en sus ropas daba la impresión de que llevaban uniformes, como una especie de
manto negro que se extendía a sus rostros y manos. Uno de ellos, don Germán
Condori, quien parecía liderar el grupo, gritó al borde del colapso pidiendo un
médico mientras golpeaba las rejas del hospital Boliviano Japonés, el más grande
del Distrito 8 de la ciudad de El Alto.
Don Germán estaba parado al lado del herido, quien desfallecía sobre el piso.
El hombre de casi 30 años tenía gran parte de su cara y cuerpo cubiertos por
sangre y restos de hollín. No era posible identificarlo ni siquiera por las manos.
Esto me lo contó por teléfono Juana Poma, una de las enfermeras que lo atendió.
La masa humana una vez más gritó y pidió atención médica mientras el per-
sonal de salud intentaba socorrer al hombre. Este había sido herido durante la
intervención policial y militar al bloqueo en la planta de Yacimientos Petrolíferos
Fiscales Bolivianos (ypfb) de Senkata, el martes 19 de noviembre. Y luego sería
uno de los fallecidos producto de ese hecho.
–¿Estás segura?, ¿lo viste? –Le pregunté nerviosa. Eran las 13.30.
–Sí. Está aquí, en la morgue del hospital; le falta parte de la mano y la cabeza.
–¿Hay más heridos?
–Están llegando más.

1 El equipo editorial del libro vio por conveniente que este capítulo tenga dos partes y esté relatado
por dos periodistas debido a la complejidad de los hechos ocurridos en Senkata.

[133]
134 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Alrededor de las 09.00 de ese día, una fuerza combinada de más de 200
hombres uniformados de la Policía Boliviana y las Fuerzas Armadas ingresó al
sector para romper el bloqueo que se realizaba desde hacía nueve días. Utilizaron
agentes químicos y dispersaron toda reunión y protesta que se daba en puertas
de la planta de combustible.
Según relatos de vecinos, los uniformados ingresaron a punta de gases y vio-
lencia; sacaron más de 40 camiones cisterna cargados y camiones con garrafas de
gas licuado de petróleo para descender después a la ciudad de La Paz.
Este convoy de carburantes estaba custodiado por más de 20 vehículos mi-
litares y policiales; los uniformados utilizaron agentes químicos para lograr salir
del lugar sin la resistencia de los vecinos, que por la cantidad de gases se habían
alejado metros más allá.
Más de uno intentaba evitar dentro de sus posibilidades que salga el carbu-
rante. Lanzaban piedras, palos y muchas palabras en contra de los uniformados
y de las autoridades del gobierno transitorio de Jeanine Áñez.
Fue en ese momento cuando los periodistas llegamos a unas 10 cuadras de
la planta, apresurados y aún con la incertidumbre sobre lo que había ocurrido.
De lejos vimos una parte del operativo policial para dispersar a los manifestantes,
quienes intentaban llegar a la gigantesca hilera de vehículos.
Cuando intentamos acercarnos a los protestantes, estos nos rechazaron con
gritos e insultos, como para descargar toda su rabia contra nosotros, que lo único
que buscábamos era transmitir los hechos en vivo y directo mediante las cuentas
de Facebook y otras redes sociales.
Nuestro principal objetivo era que la gente se entere de que el combustible
estaba saliendo de la planta. La falta de este producto en las estaciones de servi-
cio en los últimos días había provocado problemas de desabastecimiento en las
ciudades de El Alto y La Paz.
Los periodistas también estábamos sorprendidos con este operativo conjunto,
puesto que el Gobierno había asegurado un día antes que agotaría todas las instan-
cias de diálogo con los bloqueadores de Senkata; sin embargo, luego admitió que
hasta ese momento no había logrado propiciar un escenario adecuado para ello.
Varias eran las preguntas que teníamos. Pero después de unos minutos salimos
del lugar casi corriendo, ya que las piedras empezaron a llover sobre nosotros,
mientras los vecinos seguían con los insultos.
—¡Prensa vendida! –nos gritó un hombre de gorra verde mientras sostenía
una piedra en la mano.
—¡Váyanse de Senkata! –añadió otro mientras trataba de patear un gas que
la Policía había lanzado.
Hasta ese momento no se habían registrado heridos entre los uniformados
y los manifestantes. Mi equipo de noticias y otros colegas nos dispersamos a la
senkata y la dura cobertura periodística 135

altura del Cruce a Viacha. Cada uno debía brindar un reporte a su medio de co-
municación sobre lo que estaba aconteciendo en este lugar.
Senkata está en el Distrito 8 de El Alto, el más grande en extensión de la
urbe y que conecta La Paz y El Alto con el resto de los departamentos de Bolivia.
Gracias a su posición geográfica, en varias oportunidades sus habitantes habían
decidido iniciar bloqueos para que sus demandas fueran atendidas por los gobier-
nos local y nacional.
Por eso, ese martes, aquel punto de la urbe alteña estaba con más movimiento
que hacía 10 días, cuando se iniciaron las movilizaciones, un día antes de la renuncia
de Evo Morales a la presidencia de Bolivia. Inicialmente, fueron dirigentes del
Movimiento Al Socialismo (mas) los que articularon el levantamiento, pero con
el pasar de los días un sector de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) lideró
las medidas de presión.
Tres días antes de la salida del convoy de combustibles ingresé a Senkata
junto a Douglas Chavarría, mi compañero camarógrafo. Aquella vez fue diferen-
te al resto de las coberturas ya que habíamos decidido dejar la cámara grande y
el micrófono para reemplazarlos por un celular, pues antes ya habíamos sufrido
agresiones por filmar en esa urbe.
Fuimos muy temprano por la mañana, con ropa deportiva y mochilas, y nos
cubrimos la cabeza con gorras. Sabíamos que la caminata iba a ser larga, así que
nos dispusimos a andar por la avenida 6 de Marzo, que se había convertido en
un lugar peatonal, donde centenares de personas entraban y salían del sector de
conflicto. A nuestro paso encontrábamos restos de llantas quemadas, alambres
sobre la vía, zanjas e inclusive rieles de trenes antiguos levantados sobre el asfalto.
Pronto nuestra ropa se tiñó de negro, pues el hollín cubría todo a su paso.
Caminar fue agotador. Los fuertes rayos solares, que hacían arder la piel, nos
hicieron pedir en más de una ocasión agua para calmar la sed.
A unas cuadras del punto de mayor conflicto, a la altura de la planta de ypfb,
nos comunicamos por WhatsApp con un vecino que nos dijo que no estaba de
acuerdo con las medidas extremas que habían asumido algunos dirigentes.
Cuando llegamos hasta la planta de Senkata, después de casi dos horas de
caminata, hicimos un reconocimiento del lugar. Empezamos a movernos entre la
gente, nos acercamos a sus charlas y escuchamos lo que decían; en cada uno de los
grupos se repetía la consigna de no permitir que el combustible sea distribuido.
Estaban enojados porque el cívico cruceño Fernando Camacho había provocado
la salida de Evo Morales. Me alejé y me contacté nuevamente con nuestro guía
para que pudiera acompañarnos.
A los pocos minutos nos encontramos finalmente con el vecino contactado,
quien se acercó a nosotros con mucho cuidado. Nos pidió tener precaución y
136 días de furia: relatos de mujeres periodistas

mantener­distancia para evitar susceptibilidades. Decidimos avanzar hacia la


extranca­de Senkata y fue ahí donde don Rogelio, como se identificó, nos dijo que
en el puente Vela, distante a un kilómetro, se desarrollaba un cabildo.
En ese cabildo multitudinario no solo participaban habitantes de El Alto, sino
también del municipio vecino de Achocalla. Allí determinaron continuar con las
medidas de presión y pedir el retorno de Morales.
—Queremos aclarar que el bloqueo es sin violencia –dijo uno de los oradores,
que llevaba un sombrero negro.
—Nosotros somos gente trabajadora y solo pedimos atención de las autori-
dades, que se han olvidado de nosotros –añadió otro frente a sus bases.

***

Ante la hostilidad de los movilizados hacia la prensa, esa mañana del martes 19,
pocas periodistas se quedaron en el lugar. Una de ellas fue Lidia Calle Cadena,
productora del programa Rompiendo el Silencio que se difunde por radio Atipiri,
una emisora ubicada en la urbanización Atipiris de la zona de Senkata. Llegó a la
altura de la planta de ypfb a las 10.35. Estaba de camino a su trabajo, pero por
el movimiento que vio en el lugar se quedó.
Vio salir las cisternas con combustible y los camiones con garrafas de gas.
Tras la salida del convoy, las inmediaciones de la planta quedaron bajo el control
militar y policial.
Al ver a su compañera de trabajo haciendo despachos, decidió pasar al frente
por la pasarela, sin imaginarse lo que estaba a punto de suceder.
Este es su testimonio:
“Semanas antes, las ciudades de La Paz y El Alto comenzaron a sentir la
escasez de gasolinas, diésel y gas envasado, y pensé: ‘¡qué bien, los ciudadanos
van a poder abastecerse!’.
No vi gente que quisiera amedrentar o enfrentar a los uniformados; había
personas que estaban tomando fotos y filmando.
Cuando me acercaba a la gente del lugar, que me miraba desconfiada, y a los
policías, les decía rápidamente: ‘Soy de radio Atipiri’, y me dejaban pasar. Más
adelante, un efectivo policial me dijo que me quitaría mi celular, pero se detuvo
cuando le mostré mi credencial.
Una mujer de pollera, de unos 25 años, estaba con un palo largo y delgado.
Les llamaba rateros a los uniformados. Junto a ella había varias señoras, niños y
jóvenes.
Una señora viejita, con coca en la boca, les reclamaba a dos o tres policías:
‘¿Por qué has venido? ¿A qué has venido? ¿Por qué se vendieron? ¿Por qué han
quemado la wiphala?’. Mientras yo hacía capturas de rostros en primer plano.
senkata y la dura cobertura periodística 137

De pronto se escuchó el ruido de las hélices de dos helicópteros. Estos lanza-


ron gases lacrimógenos a diestra y siniestra, y vi cortinas de humo. Por la avenida
principal cruza una transversal, al frente del colegio José Manuel Pando. Allí había
promontorios de tierra, corrí a ese costado de la avenida y ayudé a dos niños que
salieron de su casa para mirar lo que estaba sucediendo. Les dije que se agacharan,
mientras nos asfixiábamos por los efectos del gas. Había señoras mayores de edad
y señores también. Era terrible el gas. Me tendí al suelo para que no me afectara
tanto. Fueron como unos cinco o siete minutos de gasificación.
Minutos después salí a la avenida principal, donde aún estaban unas cuantas
señoras que continuaban reclamando a los uniformados por la intervención. Los
helicópteros volvieron. De rato en rato nos escondíamos debajo de la pasarela.
Los vecinos quemaron maderas y llantas para disipar el gas. Como mi obje-
tivo era llegar a la radio, pensé en seguir sacando fotos mientras me dirigía allá e
incluso, si se podía, hacer entrevistas. Poco a poco me acerqué casi hasta la planta
de Senkata. Aún sobrevolaban los dos helicópteros. Los vecinos estaban enojados,
gritaban y lanzaban piedras hacia los policías. Por eso, otra vez los helicópteros
empezaron a disparar gases. Las personas gritaban: ‘Nos están disparando’. Y
todos corrían tratando de resguardarse entre las paredes.
Vi mucha gente correr hacia las calles desde donde se ve Achocalla, y también
corrí hacia allá. Cada rato sentía un estremecimiento en mi cuerpo y pensaba en
mi mamá y en mi hijo; ¡qué sería de ellos si me pasaba lo peor!
Los que corrimos vimos que por esa calle también había policías. Muchas
personas retornaron hacia la avenida 6 de Marzo, en donde se escuchaban disparos
y llegaba el olor a gas lacrimógeno.
Vi a unos jóvenes que gritaban: ‘Necesitamos un doctor para un compañero’.
Estaban con alguien a quien le habían disparado al costado de su estómago. Lo es-
taban llevando de los brazos y piernas, y su cabeza colgaba. Me acerqué corriendo.
—¿Cuál es tu nombre? –le pregunté.
—Clemente Mamani –contestó el joven.
Llamé a la radio y sacamos al aire esa información, difundimos su nombre
para alertar a la familia. Fue muy impactante y doloroso verlo. Poco a poco se
desvanecía. Lo resguardaron en una casa y desde ahí adentro, minutos después,
me dijeron que había muerto.
Mientras tanto, los disparos y gases continuaban; los que estaban cerca de
mí se protegían. Observé una casa que quedó con la calamina perforada por un
disparo; el desconcierto de la gente era evidente.
Cuando regresaba a la avenida vi a lo lejos a varios hombres, no sé de dónde
salieron; corrían hacia el muro perimetral de la planta y en cuestión de segundos
vi caer dos paredes, luego supe que en otros sectores también habían empujado
138 días de furia: relatos de mujeres periodistas

el muro. Luego, el Gobierno informó que se habían usado dinamitas, pero yo ese
momento no logré ver aquello.
Cuando volvía el helicóptero, la gente empezaba a correr de un lado a otro
para resguardarse.
Ese día sentí una sensación muy fea, que la muerte estaba cerca de nosotros.
Fue la única vez en mi vida que sentí algo así.
Al poco rato, unas señoras se me acercaron; estaban con los ojos llorosos.
—Allá hay otro muerto. Por favor, vamos –me dijo una de ellas.
—¿Dónde? –les pregunté, porque a simple vista no se veía nada.
—Allá. Ayúdenos a recuperar el cuerpo, lo van a hacer desaparecer –contestó
la otra.
Fuimos hasta la altura de la planta. El cuerpo estaba en el suelo, detrás de
las divisiones de los carriles de la avenida. Los policías no querían entregar el
cadáver. Las mujeres se armaron de valor y se acercaron a los uniformados para
intentar rescatar el cuerpo. Uno de ellos les roció gas pimienta en la cara y se
tuvo que retroceder por los efectos, y escuché que otro policía le dijo: ‘Oiga,
no pues en la cara’. No logré ver bien por el ardor en mis ojos; no sabíamos
quién era el hombre.
Varios fueron los intentos para rescatar el cuerpo. Tímidamente acerqué la
cámara de mi teléfono hacia el fallecido. Los vecinos decían que tenía una perfo-
ración en la garganta, pero estaba tapado con una manta café. En el suelo había
un charco de sangre.
Luego vi que algunas personas echaban a dos compañeros de la prensa, pero
no identifiqué el medio. ‘Fuera de aquí, te vamos a quitar tu cámara’, le dijo una
de ellas al camarógrafo.
Yo me quedé en medio del conflicto hasta pasado el mediodía. Los de la radio
me decían: ‘Ándate a tu casa, no vengas’. Pero yo no podía salir del lugar porque
había policías y me había quedado encerrada. Me daba miedo moverme.
Después de mucha insistencia de los manifestantes, finalmente llegó una
ambulancia al lugar, aproximadamente a las 13.00, y la Policía entregó el cuerpo.
Me fui en ella junto al cadáver, a pedido de las mujeres del lugar que pensaban
que iban a hacer desaparecer el cuerpo. La enfermera que estaba en la ambulan-
cia me permitió tomarle una foto. Buscamos un documento y encontramos su
teléfono celular. Llamamos a su familia y nos dijeron su nombre. Se trataba de
Edwin Jamachi Paniagua, de Cairoma, provincia Loayza. Así, su familia se enteró
de que él había muerto.
La ambulancia llegó al hospital Boliviano Holandés de la zona Ciudad Saté-
lite, adonde habían llevado a muchos manifestantes con heridas de arma de fuego
disparos o por haber sufrido desmayos a causa del gas.
senkata y la dura cobertura periodística 139

De acuerdo con la ficha del centro médico, a la que le tomé una foto, hasta
las 14.00 habían ingresado ‘16 heridos adultos por balines en los enfrentamientos
de la planta de Senkata’.
Así concluye el relato de Lidia, quien meses después del hecho aún siente
una opresión en el pecho al recordar ese día.

***

Cuando ya pasaba el mediodía, las redes sociales reportaban muertos en Senkata,


no solo hablaban de un fallecido, sino de cinco. Douglas y yo salimos del canal y
tratamos de llegar a la zona, pero una vez más nos vimos impedidos de hacerlo
por falta de transporte, la distancia y porque en el lugar se había reinstalado el
bloqueo.
Vanos fueron los intentos de rodear los puntos bloqueados. Había alambres
de púas, zanjas y piedras por todos lados, y los bloqueadores estaban decididos a
echar a cuanto extraño se asomara por el lugar.
Frustrados, nos dirigimos a Ciudad Satélite, donde está ubicado el hospital
Boliviano Holandés. Allí estaban los heridos de Senkata. Llegamos con mi com-
pañero y otros colegas de la prensa hasta la Unidad de Emergencias, a la una y
media de la tarde. Intentamos hablar con los médicos, pero estos estaban ocupados
atendiendo a cuanto paciente ingresaba.
Mientras aguardábamos por algo de información, llegaban más heridos. Unos
lo hacían en taxis, otros en minibuses y los menos en ambulancias; tenían heridas
en diferentes partes de sus cuerpos.
De repente, una joven mujer salió de un minibús, llevaba de la mano a un
herido. Gritó pidiendo atención.
—¿Qué hacían en ese sector?, ¿estabas bloqueando? –le pregunté tratando
de acercarme a ella.
—No, yo estaba trabajando con el minibús en otra ruta –dijo mientras buscaba
atención médica y evitaba hablar conmigo.
Entre los correteos de los médicos y enfermeras, observamos cómo fue sacado
un paciente hacia la parte lateral del patio, donde se depositaban los cadáveres.
Allí, hace un tiempo, se había armado una suerte de morgue improvisada. Hasta
allá se trasladó al hombre en camilla. Sin más explicaciones, supimos que había
muerto uno de los heridos. Su cuerpo estaba envuelto en sábanas.
Mis colegas de prensa y yo intentábamos comunicarnos con algún amigo,
conocido, personal de salud o contacto en Senkata para saber qué estaba ocu-
rriendo allí.
Fue entonces cuando llamé a Juanita Poma y ella me confirmó la muerte de
uno de los pacientes en el hospital Japonés.
140 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Con ese dato y con lo que observé en el hospital Holandés pude presentar mi
reporte en mi canal. Colegas de otros medios de comunicación hacían lo mismo.
Pero la información no llegó de nosotros a la población, sino de las redes
sociales que se habían inundado de videos y audios de lo que denominaban la
“masacre de Senkata”.
David Inca, activista en derechos humanos, quien acompañó días después a
las familias dolientes, reportó 10 fallecidos y 25 heridos.
“Fue una masacre de balas contra piedras”, afirmó, por su lado, Gloria Quis-
berth, representante de familiares de los fallecidos.
Aquella afirmación no se comprobó. Los familiares hablaban de balas, pero
los informes médicos no reportaron tal hecho. El representante del Instituto de
Investigaciones Forenses (idif) dijo que ninguna víctima murió como consecuen-
cia de uso de armamento militar.
El ministro de Defensa, Luis Fernando López, justificó la actuación de las
Fuerzas Armadas. Aseguró que los militares no emplearon armamento letal para
disuadir a los movilizados. Sobre el decreto que autorizó el desplazamiento de
tropas en las calles, dijo que “no fue carta blanca para matar”, sino que se enmarcó
en la Constitución Política del Estado.
Al terminar esa jornada, los cuerpos fueron reunidos y velados en la parroquia
de Senkata.
El día después o ¿cómo se puede
fotografiar la muerte?
Wara Vargas

La ciudad de El Alto despertó ese martes 19 de noviembre con una resaca de


malas noticias acentuadas con muerte. La historia de Bolivia se vio marcada por
ese hecho y mi labor como fotoperiodista, en ese momento, fue motivada por un
compromiso muy fuerte. La información que circulaba era vaga. Tenía muchas
preguntas sobre qué había pasado exactamente un día antes, en medio de ataques
a periodistas que cubrían en esa urbe.
Un día antes, el periodista Juan José Estrada, de Bolivia tv, denunció agre-
siones físicas hacia él y hacia el camarógrafo Saúl Linares, además de la quema de
su cámara de video. Esto sucedió cuando ambos hacían la cobertura a mediodía,
después de la intervención, en inmediaciones de la planta de ypfb. Debido a los
golpes, Juan José quedó con cinco días de impedimento y Linares, con lesiones
en el cuerpo.
Los medios de comunicación estatales, siguiendo la línea del gobierno
transitorio de Jeanine Áñez, estaban en la mira; eran acusados de no mostrar las
protestas que se daban en El Alto por la renuncia de Evo Morales. Por eso, los
medios de comunicación internacionales eran recibidos como los ‘salvadores’, en
un momento en que, según una parte de los alteños, los ojos de la prensa local
estaban puestos en otros asuntos.
¿Dónde estábamos los fotoperiodistas bolivianos? Pues estábamos ahí esos
días de violencia. Mis compañeros cubrían en El Alto y mostraban lo que pasaba;
algunos, camuflados como prensa internacional.
Mientras preparaba mi cámara para ir a la planta de ypfb de Senkata, que
fue el epicentro del conflicto, escuché que las noticias hablaban de ocho muertos.

[141]
142 días de furia: relatos de mujeres periodistas

Mi meta era llegar a la parroquia San Francisco de Asís, a 10 minutos de la


planta y donde eran velados los cadáveres desde la noche anterior.
Mis compañeros fotoperiodistas que se habían adelantado me compartieron,
vía WhatsApp, su ubicación para seguir sus coordenadas. Algo que sabemos en-
tre colegas es que en momentos de conflicto no podemos movernos solos. Los
fotoperiodistas y camarógrafos de prensa, al no poder camuflarnos entre la gente
cuando hacemos fotos o video debido a las cámaras, tenemos que tener mucho
cuidado de posibles ataques.
Estaba segura de que llegaría al lugar, lo que no sabía era si podría fotografiar
durante mi recorrido hacia la planta de Senkata. La información de mis com-
pañeros era que estaban agrediendo a la prensa local. Tendría que tener mucho
cuidado al sacar la cámara fotográfica y evitar exponerme, en caso de encontrarme
con grupos grandes de bloqueadores.
La única forma de llegar a Senkata era a pie desde el batallón Ingavi, donde
inicié mi caminata solitaria. Me restaba aproximadamente una hora para llegar
al lugar.
La avenida se encontraba llena de piedras y escombros. Mientras más
avanzaba, los destrozos en la calle y pasarelas eran más evidentes. Una pasarela
derrumbada en medio de la avenida lucía como una performance de una ciudad
que respiraba dolor. La gente comentaba que se había puesto explosivos para
destruir la base y así evitar el paso de policías o militares. Me imaginé la escena
con un estallido muy fuerte.
Había grupos de bloqueadores en cada esquina. A lo lejos se sentía su dolor
e impotencia por sus difuntos. Yo solo me dediqué a observar. Imaginé que el
momento más seguro para sacar la cámara tendría que ser cuando estuviera dentro
de la parroquia.
La gente estaba molesta por sus muertos, y el papel de la prensa en el manejo
de la información de este hecho era también parte de la ira del pueblo alteño. En
la noche, algunos medios continuaban informando que solo había cuatro muertos.
Debido al cansancio por la caminata, mi paso se hizo más lento y esto me
daba tiempo de guardar imágenes en mi mente de lo que no podía fotografiar.
Vi muchos niños en bicicleta jugar alrededor de las fogatas hechas con llantas
de camiones. Un auto quemado me llamó la atención porque algunos niños ju-
gaban con lo que quedaba de este. Saltaban sobre el vehículo e ingresaban en su
interior. Para ellos el motorizado funcionaba y lo conducían por la ciudad. Me
quedé pensando en la forma en que los niños estaban entendiendo las protestas
y la intervención policial-militar, y cómo esa violencia podía cambiar su modo
de concebir el mundo.
A medida que avanzaba pude divisar a una persona con la tez clara en medio
de las barricadas hechas con fogatas. “¿Qué hace aquí un turista?”, pensé. Cuando
el día después o ¿cómo se puede fotografiar la muerte? 143

pude verlo más de cerca, me di cuenta de que llevaba una credencial de prensa.
Respiré profundamente porque sabía que por fin podría sacar mi cámara.
Para mi buena suerte, aquel hombre era un periodista de The Guardian, un
medio británico, acompañado de una guía local que estaba perdida buscando la
ubicación del lugar, igual que yo.
Nos acompañamos rumbo a Senkata y gracias a ellos tomé fotografías y logré
tener otro tipo de estatus ante los bloqueadores, quienes a cada paso preguntaban
de qué medio éramos. Yo solo me quedaba callada, como si hablara otro idioma.
A medida que cruzábamos los bloqueos, la gente nos guiaba y mostraba los
lugares donde las balas habían impactado. Las personas relataban los hechos con
mucho dolor. Lloraban mientras detallaban lo sucedido el día anterior. No tengo
grabados los audios de las entrevistas que hizo el periodista, pero recuerdo que
explicaron que no hubo enfrentamiento, como había asegurado el Gobierno.
Relataban que los militares habían llegado directamente a disparar a los
bloqueadores desde la altura de la planta y también desde helicópteros que so-
brevolaron Senkata. Explicaron que después se produjo el enfrentamiento por las
muertes, lo cual derivó en autos de la empresa quemados y una parte de la pared
de la planta destruida. Incluso, el Gobierno dijo que un grupo de personas había
ingresado al lugar utilizando explosivos.
Pasamos por muchas barricadas y escuchamos el dolor de varias personas,
hasta que llegamos a Senkata y vimos los destrozos. Allí cayeron los muertos.
Las personas nos mostraban los orificios hechos por las balas. Era evidente
que hubo disparos desde la planta. A lo largo de la vía, en los separadores viales,
quedaron muestras de los impactos que segaron más de una vida.
El Gobierno aseguró una y otra vez que los militares no usaron armas letales, y
la pericia que la Fiscalía hizo la noche anterior explicaba que las balas encontradas
en el lugar no eran de guerra. Pero los vecinos de Senkata afirmaban lo contrario
y mostraban los casquetes.
Sin darnos cuenta, los tres habíamos quedado en medio de un mar de personas
que gritaban: “¡Justicia!”.
Los vecinos de Senkata nos condujeron por un callejón de muchas personas
que nos agradecían por haber ido para mostrar lo que estaba pasando en el lugar.
Se escuchaban gritos y mucho llanto.
Mi respiración se aceleraba mientras caminábamos hacia la entrada de la
parroquia. Avanzamos por muchas calles repletas de personas y finalmente lle-
gamos al lugar.
La prensa nacional ya había abandonado el sitio, y al ver que éramos prensa
internacional nos dejaron entrar sin dudarlo.
Ya adentro, cerré los ojos y respiré profundamente cuando vi los seis cadáve-
res puestos en las bancas de la parroquia. Nunca podré olvidar esa imagen. Las
144 días de furia: relatos de mujeres periodistas

gotas de sangre formaron charcos en el piso y era evidente que los cuerpos tenían
heridas de bala. El lugar olía a humo de cigarro y a coca.
El silencio nos invadió a los tres. Habíamos caminado tanto para ese momento
y solo nos sentamos en una de las bancas vacías. Se escuchaban sollozos de algu-
nas personas que se encontraban allí a la espera de los resultados de la autopsia
que realizaba la Fiscalía al fondo del lugar. Fue un momento muy fuerte y solo
permitido a pocos familiares.
El periodista tomaba notas de lo que veía y yo fotografiaba, sin hacer mucho
detalle en los cuerpos.
¿Cómo se puede fotografiar la muerte? Era una de las preguntas que dio
vueltas en mi cabeza muchos meses después de ese día. Pocas veces en los 15 años
de mi trabajo como fotoperiodista me enfrenté a imágenes tan sensibles. No es
fácil verlas, mucho menos fotografiarlas.
Salimos de la parroquia en silencio. Afuera estaban los familiares no solo en
espera de la respuesta de las autopsias, sino también de los ataúdes para esas seis
personas y para las otras tres que fallecieron hasta ese día en Senkata. Esos mismos
ataúdes que llevaron al día siguiente, en una masiva marcha, al centro paceño para
pedir justicia por sus muertos.
Aquel conflicto dejó 10 civiles fallecidos, uno de ellos murió al día siguiente de
lo sucedido y otro pereció ocho días después, tras estar hospitalizado. Los muertos
son: Edwin Jamachi Paniagua, Rudy Cristian Vásquez, Juan José Tenorio Mama-
ni, Joel Colque Patty, Antonio Ronaldo Quispe Ticona, Pedro Quispe Mamani,
Clemente Eloy Mamani Santander, Devi Posto Cusi y Milton Zenteno Gironda.
Pocos días después de lo sucedido, el Gobierno y las fuerzas sociales del
mas dialogaron y firmaron un acuerdo de pacificación, entre los puntos estaba
investigar los hechos de sangre.
Pero a diez meses después de la intervención no prosperaron ni las investiga-
ciones penales ni la ayuda social humanitaria, a la que se comprometió el Gobierno
transitorio para todos los heridos y los familiares de las víctimas que murieron en
Senkata y en otros lugares durante los 35 días de conflicto poselectoral.

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