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LODA La Cacería
LODA La Cacería
La Cacería
Saúl Solís
PROLOGO DEL AUTOR
A medida que avanza mi vida, me doy cuenta de que cada vez me es más obvio que el
control es en efecto sólo una ilusión. Un espejismo formado por el deseo insatisfecho de
un producto creado por la broma cósmica: “la psique humana”.
Ahora, al referirnos a los acuerdos humanos en cuanto a conceptos que nos permitan la
comunicación, nos encontramos con que el “bien y el mal” son dos términos inventados
por nuestra especie, a los que se les ha atribuido erróneamente la función y esencia de
conceptos absolutos –lo cual es una imposibilidad en el Universo en el que vivimos–. De
hecho, nada es absolutamente bueno o malo. Por lo tanto, lo más cercano a la intención
de estos términos sería lo “Conveniente y no Conveniente”. Después de todo, así como
es el observador el que influye en lo que va a suceder a un nivel subatómico, también en
un plano consciente, es el sujeto el que decide que le es conveniente, o no.
CAPÍTULO 1
– ¿Quieres otro? – Preguntó Daniel señalando con la mirada la taza de café casi
vacía de Tony.
–No. Si me tomo otro no voy a poder dormir –le dijo Tony a la mesera.
Daniel checó su reloj y vio que eran las 11:47. La noche era fresca, pero agradable,
y además muy tranquila y solitaria –como generalmente era un martes a esas horas en
la ciudad de Aguascalientes, en México.
El café “Azul Catedral” era un establecimiento de unos veinte metros de largo por
unos diez metros de ancho, que poseía la estructura arquitectónica típica de las casas
antiguas en México –misma que generalmente distribuía varias habitaciones alrededor
de un largo pasillo, al cual comúnmente se le llamaba “Zaguán”.
El lugar había sido pintado de una agradable combinación de blanco y azul pastel,
que lucía espléndida gracias a la perfecta iluminación en el recinto –especialmente
dentro de las habitaciones–. Una amplia variedad de macetas adornaba el zaguán y
varios rincones del café, además de una enredadera perfectamente bien podada en uno
de los muros interiores. En adición, la mayoría de las paredes estaban decoradas con
fotografías y cuadros de arte moderno, y sin excepción alguna este escenario era
siempre acompañado con música suave de fondo.
Había únicamente tres mesas ocupadas esa noche. La primera era la mesa que
ocupaban Daniel y Antonio en la pequeña terraza del lugar –la cual contaba solamente
con seis mesas, pero era sin duda la mejor elección en una noche tan placentera–. La
segunda –también en la terraza–, estaba ocupada por dos sujetos vestidos con ropa
casual formal, y que parecían estar enfocados en sus bebidas calientes, y su
conversación. Por último, dentro de una de las habitaciones contiguas a la terraza que
contaban con una amplia ventana con vista hacia la calle –justo frente a la mesa de Tony
y Daniel–, había una pareja de enamorados que entre besos y risas coquetas parecía no
darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.
–Mira. Eso es exactamente lo que te falta, hermanito –dijo Tony mientras le daba
un trago a su café, y le señalaba con la mirada a la romántica pareja.
–No es lo mismo que el calor de una mujer, hermanito. Nada como la experiencia
real –sobre todo si se trata de un cuerpo y una cara como esa–. Dijo Tony sin disimular
su agrado por la fémina.
–Claro. Lo dice el que tiene una experiencia real diferente cada que sale de fiesta.
–De acuerdo. Sin embargo, el sexo debe de ser utilizado solo para una cosa en la
vida de un hombre civilizado y pensante –afirmó Daniel–. Liberar estrés cuando este
llega a niveles excesivos en el cuerpo, lo cual es provocado por supuesto por el arduo
trabajo hecho en pro de la ciencia o el progreso en las diversas áreas de conocimientos
prácticos de nuestra especie –ahora fue Daniel quien tomó una pausa para terminar su
bebida–. La reproducción solo le condenaría a atarse a la responsabilidad del cuidado y
la satisfacción de las necesidades de los egoístas, narcisistas y dependientes infantes.
Y el exceso de encuentros sexuales invariablemente se vuelve una adicción, y al igual
que cualquier adicción, esto reduce la lucidez intelectual y atrofia los sentidos.
Daniel se inclinó sobre la mesa lo más que pudo para mirar fijamente a su
hermano.
–Lo que te trato de decir de la manera más simple para que puedas comprenderlo,
hermanito –dijo Daniel con fingida condescendencia y actitud paternal–. Es que esa es
muy probablemente la causa de tu estupidez.
Daniel esbozó una sonrisa malévola.
–De acuerdo con tu primer punto –accedió Tony sin inmutarse en lo más mínimo
por el insulto de su hermano–. Sin embargo, una adicción –al igual que todo en el
Universo–. Tiene propiedades convenientes e inconvenientes –como tú muy bien lo
describes en tus aportes filosóficos–. Y en este caso específico ya enlistaste
acertadamente lo inconveniente –señaló Tony con una exagerada actitud
condescendiente–. Ahora, lo conveniente es que simplifica la vida de un hombre
pensante, al reducir sus necesidades adictivas a una sola. Lo cual lo diferencia del
hombre común moderno que encuentra altos niveles de estrés al verse atrapado en una
variedad de tipos de necesidades. Además –y a diferencia de lo que la sociedad
erróneamente cree–. Todos somos adictos a algo. Hasta tú, hermanito –Tony devolvió la
sonrisa malévola–. Eres adicto a resolver el acertijo del por qué hacemos todo lo que
hacemos los humanos. Debe de ser estresante estar dentro de tu brillante mente. Te
recomiendo un poco de sexo –dijo Tony de manera burlesca.
–Aquí les dejo su cuenta –interrumpió Lucy sin poder esconder su incomodidad al
haber llegado justo al momento en que Tony había hecho su comentario abrupto, y del
cual era ya muy tarde para escapar sin obviar su pena e incomodidad.
–Creo que esto es suyo, caballero –dijo descaradamente Tony mientras deslizaba
la carpeta de la cuenta hacia Daniel.
Lucy se retiró tratando de disimular una sonrisa causada por la falta de vergüenza
de Tony. Curiosamente, era en general esta actitud la que le hacía a este tan atractivo al
sexo opuesto –además, por supuesto–, de su 1.90 de estatura, su piel blanca, cabello
negro, ojos color miel, y complexión atlética –la cual se acentuaba gracias a las horas
que pasaba practicando artes marciales mixtas.
Daniel era el hermano menor. Tenía 24 años, era un poco más bajo que Antonio
–con 1.87 de estatura–, y a pesar de ser delgado, su complexión no era tan atlética como
la de su hermano. Sin embargo, también era un tipo atractivo. Compartía la piel blanca,
los ojos miel, y el pelo negro de su hermano –sólo que el suyo era ondulado, un poco
largo, y descuidado.
–Sí, amo –respondió Tony con una fingida voz grave, y agachando su cabeza en
forma de una fingida reverencia.
Daniel se inclinó un poco hacia su derecha para sacar su cartera del pantalón. Un
segundo después, tres cosas sucedieron casi al mismo tiempo.
Por un momento, todo lo que supo es que había caído al suelo al costado de la
mesa a la que estaban sentados él y su hermano. Todo lo que podía escuchar en ese
momento era un zumbido agudo dentro de su cabeza, mientras que sus ojos luchaban
por recuperar su enfoque correcto para evitar que su estómago se revolviera cada vez
más.
Le tomó al menos cinco segundos más a Daniel el reconocer por completo la voz
de su hermano.
¡Tony!
Daniel sintió un poco más de seguridad en sus piernas, y como pudo comenzó a
caminar a pesar de estar aún mareado. Se apoyó en su hermano –quien le sostenía a
su izquierda–, y sintió el fuerte estirón que venía del otro sujeto al que no conocía,
ubicado a su derecha.
Una camioneta tipo “Suburban” de color azul marino se detuvo junto a la banqueta
sobre la que ellos caminaban.
– ¿A dónde vamos? –Pudo por fin preguntar Daniel una vez adentro de la
camioneta.
–No sé, Dany –dijo Tony con evidente preocupación–, ¿Estás bien?
–Gracias, nana. Pásalos al estudio, ofréceles algo de tomar, y diles que estaré con
ellos en diez minutos, por favor.
–Sí, mi niña.
Melisa era una mujer atractiva. Medía 1.75, su piel era morena clara, su pelo era
negro, y tenía ojos color avellana. Aunado a esto, Melisa había practicado gimnasia
desde que tenía 6 años, y esta actividad le formó un cuerpo fuerte, tonificado, y bien
proporcionado.
Melisa heredó la inmensa fortuna de sus padres –a los cuales perdió antes de
cumplir seis años de edad en un accidente aéreo mientras volaban a Europa–. Tenía
memorias muy borrosas y confusas de los mismos, y esto le llevaba a creer que tal vez
no eran memorias reales, sino creaciones del deseo de su mente de conservar vivas a
sus figuras paternas en su mundo interior.
–El tío Bernardo no era bueno ni para platicar con la gente, ni mucho menos para
encariñarse con alguien, mi niña, ¡Pero él te quería mucho!, Sólo que no se le hacía fácil
decir cosas así –Le dijo su nana cuando él falleció.
Al momento del accidente, Melisa tenía 20 años, y había tenido que tomar un vuelo
desde Inglaterra para asistir al funeral en Querétaro, México –tierra natal de su tío y sus
padres–. Y aunque también había heredado varios intereses en la tierra natal de sus
progenitores, Melisa decidió que residiría permanentemente en Inglaterra. Al fin y al
cabo, llevaba la mayor parte de su vida viviendo ahí.
Sólo alguien con la fortuna que la familia de Melisa había amasado por
generaciones podía adquirir la propiedad de este tipo de inmuebles. Y fue el padre de
Melisa quien compró el antiguo castillo hacía más de veinte años, cuando sus socios le
invitaron a invertir en varios proyectos altamente remunerables en el Reino Unido –en su
mayoría bienes raíces.
–Tomen asiento, por favor, ¿Ya les ofrecieron algo de tomar?, ¿Desean algún
aperitivo?
–Nos han ofrecido ambas cosas, pero tanto el agente Deschamps como un
servidor acabamos de desayunar. Tenga la seguridad de que la dama que nos recibió ha
sido muy cortés y educada.
–De eso estoy segura. Mercedes es la mejor en su trabajo –dijo Melisa sintiéndose
incómoda por llamar “Mercedes” a su nana, a quien llamaba por su nombre
exclusivamente cuando se encontraban frente a gente de negocios, o alguna otra
situación formal que así lo exigiera. En sus adentros nunca dejó de sentir algo de culpa
por hacerlo.
–Nos encantaría entrar en el tema principal de inmediato –dijo Deschamps
tajantemente.
–El asunto del que hemos venido a hablarle es uno muy delicado y serio. Y por lo
tanto, uno de enorme importancia –Ibáñez hizo una pequeña pausa, se inclinó un poco,
movió sus hombros hacia delante, y concentró su mirada en Melisa.
–Vuestro padre retomó el trabajo que había quedado estancado por mucho
tiempo. De hecho –para ser justos–, él rescató la organización cuando esta estaba casi
acabada. No sólo con fondos, también con trabajo y liderazgo. Vuestro tío fue quien le
dio seguimiento a lo que vuestro padre comenzó hace muchos años, y es gracias a ellos
que en la actualidad estamos a punto de lograr nuestro objetivo principal. Y créame
cuando le digo señorita Casamayor, que esto es mucho más grande de lo que usted se
imagina.
–No entiendo –reclamó Melisa con claro disgusto–, ¿Para qué vinieron a verme y
a contarme todo esto si al final de cuentas no me van a proporcionar toda la información?
–La información puede ser revelada sólo a un miembro de La Orden, por medidas
de seguridad –explicó Ibáñez–. Por lo que obviamente, la visita de esta noche tiene como
un objetivo secundario el invitarla a continuar con el trabajo que iniciaron vuestros padres
y vuestro tío.
–Se que esto suena descabellado –intervino el español–, pero le juro, señorita...
– ¡No quiero escuchar una palabra más!, ¡No es la primera vez que alguien trata
de extorsionarme!, ¡No soy ninguna tonta!, ¡Fuera!
Melisa dio un paso para atrás asustada ante la presencia imponente del francés.
Miró la hoja de papel que Deschamps tenía aún en su mano, y notó al instante como la
curiosidad por el contenido del papel le tranquilizaba un poco.
– ¿Cómo sé que esto no es una carta falsa? –Inquirió Melisa aún a la defensiva,
y tratando de pretender que no estaba tan interesada en la hoja de papel a la que no le
quitaba la vista de encima.
Melisa se decidió y tomó la carta que el francés había puesto sobre su escritorio,
y comenzó a analizarla con detenimiento.
–No, niña –dijo Mercedes mientras les lanzaba una mirada apenada a los agentes.
– ¿Qué es lo que nos iba a preguntar, señora? –Inquirió Deschamps con gran
interés.
– ¿Si somos las personas que Berni le había dicho que se presentarían en el
momento adecuado para cuidar de su sobrina?, ¿Es esa la pregunta?, ¿Meche? –
Preguntó Ibáñez con una tenue sonrisa dibujada en su rostro.
–Por algo algunas cosas se vuelven clichés –pensó Melisa al darse cuenta de lo
ordinaria que era su ilusión.
La anfitriona no se percató de la profundidad de la fantasía en la que se había
sumido hasta que Mercedes volvió a hablar.
– ¡Ay, no! –Exclamó Mercedes–, ¡Pero si ustedes están aquí es porque mi niña
está en peligro!
– ¿Por qué estoy en peligro?, ¡Y no digan que no me pueden decir ahora!, Quiero
al menos esa respuesta, o no voy a cooperar con ustedes –advirtió Melisa con una
postura aún defensiva, pero claramente más abierta a la negociación.
–señorita Casamayor, me temo que por ahora no puedo decirle más detalles. Lo
único que puedo asegurarle es… que si quiere estar segura, y obtener respuestas, tendrá
que confiar en nosotros y acompañarnos a un lugar seguro –determinó Ibáñez.
Melisa miró a su nana con asombro y desconcierto. Sin embargo, también supo
que si ella creía en lo que estos sujetos decían, eso era prueba suficiente para que ella
pudiera confiar en ellos.
–Eso. La Orden de Aker. Así es como se llama, mi niña –dijo Mercedes cuando
Melisa le miró buscando la confirmación de la veracidad de esta información.
Melisa miró a su nana a los ojos por un par de segundos. Se mordió los labios,
volteó hacia un punto vacío entre los dos agentes, y les dijo sin mirarlos.
– ¿De inmediato? –Protestó Melisa, quien claramente no había entendido que los
hombres estaban ahí para llevársela con ellos en ese preciso momento–, Eso es
imposible. Tengo muchos asuntos que atender antes de irme. Necesito al menos
asegurarme de hablar con mis abogados y explicarles…
–Le aseguro que si no viene con nosotros ahora mismo, alguien la asesinará –
advirtió crudamente Deschamps–. Tuvimos mucha suerte al haber logrado llegar antes
que sus atacantes.
–Así es, señorita. Por ahora, somos sin duda su mejor y única opción. Por favor
confíe en nosotros –rogó Ibáñez mirando a Melisa a los ojos con una cálida mirada–. Por
favor, Meche. Usted sabe de qué hablamos –Ibáñez se dirigió a Mercedes pidiéndole
apoyo.
–Mi niña, ¡Tienes que irte con ellos! –Instó Mercedes al momento que tomaba la
mano de la joven–, ¡Esto es serio, mi niña!, ¡Es lo que tu tío y tus papás hubieran querido!,
¡Confía en mí, Melisa!
– ¿Melisa? –Se preguntó extrañada la joven, puesto que las únicas ocasiones en
que su nana le llamaba por su nombre era cuando quería que le tomara enserio.
Especialmente, cuando la reprendía.
Melisa miró los ojos húmedos y angustiados de su nana por algunos segundos.
Se aferró con más fuerza al agarre de su mano, miró a los agentes, y dijo:
–Muy bien. Iré con ustedes –accedió Melisa para la satisfacción de los agentes–.
Pero mi nana viene conmigo. Esa es mi única condición.
Los dos agentes se miraron por un momento sin articular palabra alguna. Los dos
supieron que no tendrían alternativa, y que esta condición era no-negociable.
–Vale. No veo problema alguno –accedió el español.
–Antes de que lo olvide, niña –interrumpió Mercedes–. Tu tío Berni me pidió que
les entregara su libro a estos señores cuando vinieran por ti. Supongo que lo necesitarán,
¿O no?
¿El libro?
–No tengo la menor idea. Pero parece que estamos de suerte –concluyó Ibáñez
con el evidente agrado que el inesperado hallazgo le causaba.
El tren de pensamiento de Melisa se prolongó así por varios minutos, hasta que
súbitamente fue interrumpido por completo al escuchar inesperadamente gritar a
Deschamps:
¡Merde!
Melisa giró hacia donde estaba Deschamps, sólo para observar cómo su cabeza
explotaba, y su cuerpo caía al suelo después del sonido de un disparo. Acto seguido, vio
a Ibáñez sacar su arma de debajo de su saco mientras giraba con una velocidad
sorprendente, y se inclinaba sobre una rodilla. Desafortunadamente para él, el atacante
tenía la ventaja de la posición y el factor sorpresa, por lo que el rápido y ágil movimiento
del español no fue suficiente para esquivar una bala que se hundió directamente en su
estómago.
Ibáñez logró soltar dos disparos rápidos de su arma corta semiautomática antes
de recibir un segundo y mortal disparo en el pecho, que le despojó por completo de su
equilibrio, y que le mató antes de desplomarse sobre su espalda.
CAPÍTULO 3
PERSECUCIÓN
Imox era un joven de 1.70 de estatura, y 25 años de edad. Tenía ojos negros, piel
morena, rasgos faciales muy finos, y era de complexión muy atlética y reacia.
Era un joven callado, tímido, y aislado, que generalmente mantenía una actitud
defensiva –misma que generó desde su infancia, como un mecanismo de defensa
necesario en contra de la discriminación que en pleno siglo XXI aún se mostraba en
contra de los indígenas en varias partes de México.
Por su parte, Ixtab tenía 23 años de edad, y medía apenas tres centímetros menos
que su hermano mayor. Era muy delgada y ligera, su pelo era negro y le llegaba a la
cintura, su piel apiñonada era la envidia de los extranjeros de piel pálida, y su rostro era
simétrico y atractivo en su totalidad –especialmente por su sonrisa adornada con un par
de “hoyitos” en sus mejillas, una dentadura impecablemente blanca, y unos ojos negros
e inocentes que desprendían empatía y humildad–. Cabe señalar que, a pesar de su
personalidad tímida y reservada, la suma de todas estas características anteriores le
brindaba a la joven una apariencia confiable para cualquiera que le conociera, aunque
sólo fuera por un corto espacio de tiempo.
La selva Maya presenta diferentes peligros para todo aquel que no le conoce bien.
Desde ser arañado por algún tipo de planta venenosa, caer en alguna fosa escondida
entre la maleza, quedar atrapado en algún pantano de lodo, o hasta ser atacado por un
depredador.
No obstante, gracias a que Ixtab e Imox habían crecido en los alrededores, ambos
conocían los caminos principales, estaban familiarizados con los peligros más comunes
que se les podían presentar –y las maneras de evitarlos–, y sabían cómo obtener lo
necesario para sobrevivir en este tipo de hábitat.
A pesar de no ser más que una austera choza construida en medio de la nada,
este era precisamente el destino que los hermanos querían alcanzar con urgencia.
Imox corría tan rápido como podía detrás de su hermana, pero sin dejar de voltear
atrás regularmente para tratar de asegurarse de que ya no fueran perseguidos. Tenía
una herida que sangraba en su hombro derecho, a la cual le aplicaba presión con su
mano izquierda, mientras utilizaba su mano derecha para proteger su cara de las varias
ramas que encontraba en su camino.
Saltó con facilidad por encima de un tronco muy grueso que era parte de la raíz
de un enorme y frondoso árbol, pero al aterrizar pisó una larga hoja verde que yacía
sobre una superficie de lodo, y resbaló.
La reacción natural de su cuerpo fue la de impulsar sus hombros hacia atrás para
alejarse de la amenaza –lo cual causó que sus piernas perdieran el equilibrio y
resbalaran, haciendo que la joven se golpeara el rostro contra la áspera piedra, mientras
la gravedad deslizaba su cuerpo hacia la parte más baja de la misma.
Irónicamente, este accidente le salvó de una segunda descarga del rifle de uno
de sus atacantes.
– I got em´!, This way, sir! –Gritó uno de los atacantes con un claro acento
americano.
Imox soltó un gemido de dolor al haber tenido que utilizar su brazo herido, y por
un momento Ixtab creyó que se desmayaría, pero este sólo se había inclinado para tomar
el rifle que su atacante había soltado después de haber sido sorprendido.
Imox miró a su atacante de reojo, y al instante soltó el arma que acababa de tomar.
– ¡Si corres, lo mato! –Le advirtió el americano a Ixtab en un español apenas
distinguible.
– ¡Nos vas a matar de cualquier manera, maldito gringo! –Dijo Imox iracundo.
– ¡No sé de qué libro hablas, gringo!, ¡Ya te lo había dicho! –Reafirmó Imox con
angustia.
–Se refiere al “Libro de la Orden de Aker” –interrumpió una voz a unos cinco
metros a la izquierda del atacante, quien no pudo más que dar un salto de espanto a su
derecha, mientras dirigía el cañón de su rifle hacia el origen de la voz.
–Damn it! –Maldijo el americano ante la sorpresiva aparición de este sujeto tan
cerca de él.
–Hermano. Yo no soy el que te va a matar –dijo con una voz tranquila, Ek Chuak.
Al observar lo que ocurría, Imox se apresuró a tomar el rifle que el sujeto había
abandonado detrás de él, pero antes de que pudiera siquiera apuntarlo hacia el objetivo
en movimiento, Ek Chuak le ordenó:
Imox bajó su arma lentamente mientras exhalaba, y sintió como Ek Chuak le daba
una palmadita en la espalda antes de tomar camino hacia donde estaba su hermana. El
joven se quedó sumido en sus pensamientos por varios instantes, hasta que la sensación
de la húmeda y áspera lengua del felino entre los dedos de su mano derecha le
regresaron a su realidad.
Gracias, Ah Puch.
CAPÍTULO 4
EL CUARTEL GENERAL
Dentro de una zona boscosa y aislada en alguna parte del norte de Inglaterra, se
encontraba una construcción subterránea al pie de un acantilado de unos 30 metros de
altura. Dicha construcción era un enorme rectángulo que abarcaba un área de
aproximadamente 2 hectáreas, y que se dividía en 30 compartimentos, que a su vez eran
distribuidos en dos niveles.
Al interior de dicha estructura, los compartimentos del ala Oeste del segundo nivel
tenían ventanales que se extendían a lo largo de los mismos casi en su longitud total.
Dichos ventanales poseían un sistema externo de seguridad –mismo que funcionaba con
base en sensores de movimiento–, que camuflajeaba el grueso cristal con la proyección
de un holograma en 3D de una superficie rocosa, para empatar a la perfección las
características del acantilado. Esta propiedad servía efectivamente al propósito de
mantener la ubicación secreta ante tomas satelitales, o cualquier tipo de aviación que
volara cerca del lugar.
La vista desde adentro de las diversas salas y habitaciones del segundo nivel era
placentera y estimulante. Y es que, a pesar de encontrarse a las faldas de un desfiladero,
el observador dentro de la habitación podía ver kilómetros y kilómetros de un bosque que
parecía interminable.
Dentro de una de las salas del complejo, tres personas disfrutaban de la vista, y
de la comodidad del lugar. La primera era una joven de 25 años, de piel blanca, ojos
cafés, 1.65 de estatura, y una complexión física ancha, y hasta algo masculina. Usaba
lentes, traía el pelo recogido en una cola de caballo, y tenía el semblante de una persona
que usualmente estaba a la defensiva. Su nombre era Erika.
El último sujeto en la sala era Arturo. Un hombre joven de piel blanca y ojos verdes,
que tenía notablemente unos kilitos de más, y que afeitaba su cabeza como único recurso
ante su calvicie hereditaria. Tenía 28 años de edad, medía 1.80 de estatura, y su actitud
revelaba que era un tipo muy amigable, y parlanchín –especialmente porque le
incomodaban los silencios, y porque siempre había sido el típico sabelotodo en cualquier
grupo social en el que se encontrara.
–No entiendo por qué nos tienen que mantener con tanto misterio por tanto tiempo.
Hemos esperado más que suficiente –protestó Raúl.
–Es parte de hacernos entender la importancia del misterio que encierra este
lugar. Después de todo, esta es una organización secreta. Y por lo que se ve, muy bien
fundada –respondió Erika mientras se reclinaba aún más en su cómoda silla forrada de
piel para seguir disfrutando de la vista.
– ¡Shhhh! –Reprobó Arturo con una mirada seria, y su dedo índice sobre sus
labios–, Se supone que nadie que no es oficialmente un miembro de La Orden sabe
estas cosas.
–Bueno, yo... sé un par de cosas por mi padre. Pero nadie debe de saber que sé
–advirtió Arturo.
–Ese es el problema con la naturaleza humana, ¿Sabes? –Comenzó Raúl–, Al
parecer no comprendemos el concepto de la palabra “Secreto”. A todos se nos confían
secretos durante toda nuestra vida. Sin embargo, todos asumimos que tenemos amigos
o familiares cercanos que son de total confianza y absoluta discreción, y les confesamos
los secretos de alguien más, sin saber que nosotros al mismo tiempo fuimos esa persona
en la que se creyó que sería conveniente depositar la información que debería
mantenerse reservada. Y cuando menos acordamos, las personas de confianza de las
personas de confianza, de nuestras personas de confianza, resultan estar enteradas de
dicho “secreto” –dijo Raúl mientras dibujaba comillas en el aire–. Y así es como el
humano y su ambición por decir lo que los demás no saben –para darse importancia al
tener información nueva y desconocida para los demás–, se convierte en la única especie
no digna de confianza.
– ¿Por qué no me sorprende?, Nunca falta alguien con delirios de grandeza que
tiene que venir a regar la sopa –comentó Raúl.
Esto no fue fácil –continuó Arturo–. Fueron perseguidos y acechados por años por
“Los Nobles”, quienes debido a su posición social y poder económico se hicieron de
muchas conexiones y poderosos aliados. Mucha gente cercana a los sobrevivientes fue
asesinada, pero sólo así se logró mantener a salvo a “Los Descendientes” , y gracias a
ellos es que “La Orden” pudo sobrevivir.
Erika echó un vistazo rápido al lugar de nueva cuenta, y terminó haciendo una
mueca de acuerdo con el comentario de Raúl.
–Los dos hermanos mayas fueron los mentores de la nueva generación –retomó
Arturo–. Los Nobles nunca pudieron encontrarlos en la extensa y misteriosa selva Maya,
y…
Los tres jóvenes se levantaron de sus sillas, y siguieron al hombre por un largo y
amplio pasillo con paredes cubiertas de madera, alfombrado en su totalidad, y adornado
con una memorabilia muy peculiar.
Lo primero que saltaba a la vista, era la colección de una gran variedad de armas
antiguas que colgaba de los muros del pasillo –desde pequeños cuchillos, dagas, y
pequeños sables, hasta pistoletes, mosquetes, y fusiles–. Además de la decoración
bélica, los muros también incluían pinturas, instrumentos musicales, miras telescópicas,
mapas, y muchas otras piezas que le daban al lugar la apariencia de un muy bizarro
museo de objetos antiguos.
Por su parte, Raúl no tenía interés alguno en ninguno de los objetos del pasillo.
Caminaba a muy corta distancia del hombre que les guiaba, como si el quedarse cerca
del mismo le garantizaría un mejor lugar o posición en algún tipo de competencia contra
los otros dos.
Arturo también caminaba muy cerca del sujeto que los guiaba, y sin la mínima
intención de detenerse –y aunque no dejaba de mirar a su alrededor, su rostro no
mostraba asombro o fascinación por ninguno de los objetos–. Sin embargo, al notar a
Erika tan interesada en lo que veía en los muros, no resistió sus impulsos de
“sabelotodo”, y decidió darle su punto de vista.
–En este ámbito existen dos tipos de personas. Aquel que puede apreciar una
pintura, una escultura, una melodía, o cualquier pieza de arte tal y como lo que es –
Arturo pausó asegurándose de tener la completa atención de Erika–. Un objeto o sonido
con la suficiente estética como para llamar la atención de los sentidos de manera
placentera, y del cual se aprecia y reconoce la habilidad y la destreza de quien le creó,
pero sin dejar de ver esto como tan sólo una creación de la expresión humana, y nada
más.
Erika le miró pensativa, y sobre todo mostrando con claridad que escucharía la
siguiente parte del discurso que estaba por venir.
–O bien –continuó Arturo sin detenerse, y observando todo lo que podía mientras
avanzaba–. Puedes ser uno más de todos aquellos que fueron enseñados a fingir que
en cualquiera de estos objetos, o cualquier obra de arte –ya sea de un “Miguel Ángel” o
un “Picasso” –, existe algo sobrehumano. Algo divino que exige que se le rinda alabanza
y admiración extrema.
–Precisamente. Y toda esta falsedad es sólo para demostrar –según esta gente–
, que no eres uno más del montón. Que tienes sensibilidad artística y que perteneces a
una clase de humanos superiores y con clase –dijo Arturo con una voz exageradamente
pomposa y refinada–. Es patético.
–Sin mencionar que también es la más efectiva –añadió Erika–. Creo que está de
más decir que el utilizar el miedo y la vergüenza del humano contra sí mismo, es una
verdadera bajeza.
–En cuanto al arte –retomó Erika–. Debo confesar que me gustan varias obras,
pero al igual que ustedes, nunca les atribuí más valor que el de la admiración a la
destreza del artista, y nada más. De hecho, mi madre gastaba miles de euros en oleos y
esculturas sólo para impresionar a sus amigos e invitados. No saben cuánto detestaba
que se parara frente a cualquiera de estos objetos y fingiera asombro y emoción –dijo
Erika con un gesto de repulsión.
Raúl y Arturo sintieron más curiosidad por la parte de “los miles de Euros” que por
la aportación intelectual de Erika a la conversación. No obstante, ninguno de los dos se
decidió por ahondar en el asunto.
–Pasen, por favor –invitó el guía al llegar al final del pasillo mientras abría de par
en par dos enormes puertas de cedro.
Al abrirse las puertas, lo primero que saltaba a la vista era una mesa de caoba de
unos diez metros de longitud. Los invitados se dieron cuenta de inmediato que este era
un comedor, y que este lugar era dos veces más amplio que la sala en donde se
encontraban hacía algunos minutos.
Mostró una sonrisa discreta, pero amigable. Tenía el porte de alguien que creció
rodeado de lo mejor, y sus modales eran tan parte de sí, que le era casi imposible
esconderles. Era del tipo de persona que inspiraba seguridad y confianza casi al
momento de conocerle.
–Adelante. Pónganse cómodos por favor –dijo Máximo con voz serena y cálida.
–Necesito un par de sillas como estas en mi casa, ¡Son perfectas! –Dijo Raúl más
para sí mismo que para los demás.
–Supongo que sí lo son. Nunca lo había considerado –dijo Máximo con seriedad,
a pesar de lo inesperado del comentario.
Arturo y Erika se miraron con desconcierto ante la interacción inesperada entre
Raúl y Máximo. Después, un silencio incómodo pareció apoderarse de la habitación.
Máximo conservó la mirada seria que había mantenido desde el momento en que
los había recibido en la habitación, y contestó sin problemas.
–Oh. Veo que ya conoces de su existencia. A pesar de que está prohibido hablar
de ello con alguien que no pertenece a La Orden –dijo Máximo mientras le dirigía una
mirada serena pero intencional a Arturo.
Raúl quedó desconcertado al ver lo que había sucedido, y miró a Arturo como
diciendo:
Dos mujeres entraron al comedor con una mesa con ruedas, en la que se
encontraban listos al menos quince platos ya servidos con verduras asadas, una papa al
horno, y un corte de carne de res de tamaño muy generoso.
–El viaje fue muy largo, y deben de estar hambrientos, jóvenes. Pero
aguardaremos al resto de los invitados antes de empezar a comer –indicó Máximo.
CAPÍTULO 5
DESTINO DESCONOCIDO
–Lo único que sabemos es que esos tipos trataron de asesinarnos, y ellos nos
salvaron el trasero.
–Técnicamente nos dieron el antídoto contra el virus con el que ellos mismos nos
infectaron. Tal y como hizo la cristiandad con sus seguidores –comparó Daniel.
–Eso no es importante ahora, Dany –por cierto, buena analogía–. Pero, en serio,
lo importante es que esto parece ser algo grande, ¿Una orden secreta a la que papá
perteneció?, Suena interesante, no lo niegues –argumentó Tony.
Daniel no hizo comentario alguno, y su mirada dejaba ver que analizaba algo con
detenimiento.
–Lucy nos trajo la cuenta, yo hice una broma al respecto, tú estabas sacando tu
cartera, y de repente los tipos de la otra mesa estaban de pie detrás de ti. Y el tipo que
estaba más cerca tenía una pistola en la mano –describió Tony mientras trataba de revivir
cada instante de la situación–. Y me congelé. No supe que hacer o decir cuando lo vi
apuntar su arma hacia tu cabeza.
Daniel giró ligeramente su cabeza hacia su derecha –que era donde estaba su
hermano sentado–, pero aún sin establecer contacto visual directo con él.
–Se que es una frase trillada, Dany, pero todo pasó muy rápido. No pude pensar,
o actuar. Simplemente me quedé petrificado –confesó Tony–. Fue ahí donde apareció “El
Bombón” con un movimiento realmente espectacular –y a la vez aterrador–. Saltó sobre
el pistolero y golpeó su arma con una patada rapidísima de su pierna izquierda, mientras
que al mismo tiempo le disparaba directo en la sien con una pistola en su mano derecha
–relató Tony entre emocionado y aterrado–. Si a esas alturas ya estaba yo congelado,
ahora estaba congelado, y psicológicamente traumatizado –dijo Tony antes de utilizar
una mueca facial muy graciosa.
La seriedad de Daniel fue vencida por una sonrisa involuntaria en su rostro.
–El disparo pasó muy cerca de tu oído. Por eso quedaste totalmente aturdido y
perdiste el control por un momento.
– ¿En serio?, Creí que había sido mi alergia a ti reaccionando –dijo Daniel con un
desinteresado tono sarcástico.
–Tal vez fue la mezcla de las dos –siguió el juego Tony antes de continuar con su
relato–. El otro tirador no tuvo ni tiempo de disparar. Apenas levantó un poco su arma y
ya tenía una bala en el pecho, y otra en la cabeza. El afortunadísimo novio del “Bombón”
no se anda con rodeos, Dany.
–Um. No sé. Yo creo que aún así deberías de arriesgarte por ella. Pelear por su
amor –agregó Daniel con una postura estoica y seria, para darle aún más realismo a un
segundo y más vívido comentario sarcástico.
La mujer a la que Tony llamaba “El Bombón” –quien además había salvado sus
vidas hacía algunas horas–, se levantó del asiento del copiloto del “Dassault Falcon 7X”
en el que volaban –uno de los pocos jets privados con la capacidad de volar de Nueva
York a Londres en menos de seis horas–, se dirigió hacia el área de pasajeros, se detuvo
frente a los hermanos, y recargó su brazo derecho sobre el asiento que estaba enfrente
de Daniel.
Karla era una mujer muy hermosa. Era rubia, tenía ojos azules, medía 1.70 de
estatura, y tenía piel blanca perfecta que parecía estar hecha de porcelana. Pocas veces
utilizaba maquillaje –puesto que no lo necesitaba para deslumbrar–. Y cuando lo hacía,
utilizaba solo porciones discretas. Su cuerpo tenía curvas muy pronunciadas, y estaba
proporcionado a la perfección.
Además de su gran atractivo físico, era una mujer muy comprensiva y atenta. Era
del tipo de persona que hacía a su interlocutor sentirse realmente escuchado, y hasta
comprendido. No obstante, aunque su carácter era en esencia tranquilo, Karla era una
experta en varios estilos de artes marciales –especialmente en Jiu-jitsu–, y estaba
entrenada para utilizar una gran variedad de armas de fuego –lo cual irónicamente
convertía a la amable y comprensiva mujer, en una muy letal amenaza.
–Tenemos demasiadas preguntas sobre muchas cosas. Pero creo que aún estoy
algo aturdido –dijo Daniel aún defensivo con la hermosa mujer.
Karla se dio media vuelta y volvió a tratar de tomar camino hacia la cabina del jet.
–Karla.
–Karla. Mucho gusto… um... soy... Tony –tartamudeó con nerviosismo el hermano
mayor.
Daniel torció la mirada y suspiró en desacuerdo –cosa que hacía cada que su
hermano iniciaba lo que él definía como sus “Rituales de apareamiento”.
–Se que dijiste que por ahora no nos puedes decir mucho, pero… –Tony se aclaró
la garganta antes de preguntar–, ¿Son estos tipos los que… mataron a nuestro padre?
–Preguntó Tony para la sorpresa de Daniel, quien creyó que su hermano iba a jugar la
carta de Casanova con la atractiva mujer.
–Los muchachos van a saber todo lo que necesitan saber a su tiempo –dijo Carlos
mientras checaba los medidores de la avioneta que piloteaba.
–Ya lo sé. Y sé que esto es lo correcto, y que es por su bien. Pero creo que no es
justo negarles tanta información. Después de todo –y a estas alturas–, para ellos ya no
hay marcha atrás.
–Sabes que las reglas se hicieron para la protección de todos los miembros de La
Orden. Además, tú y yo sabemos que la inducción es brutalmente dura. En especial para
los que ignoran todo acerca de La Orden, y la importancia de su papel en ella –como en
el caso de estos chicos.
–No le des tanta importancia. Además, es obvio que a los chicos les caíste bien.
Especialmente a Tony, ¿No lo crees, bombón? –Dijo Carlos con un tono burlesco, pero
amigable.
Carlos era un tipo corpulento de 1.95 de estatura. Sus rasgos faciales eran
gruesos y muy marcados, y sus ojos poseían un tono verde muy notable debido al
contraste con su piel morena.
A pesar de su tan deseada auto percepción, Carlos siempre había sido en esencia
un tipo noble, bonachón, y pacífico. De hecho, estaba en su naturaleza terminar como
mediador en todo conflicto o desacuerdo –lo cual no siempre le reportaba resultados
positivos–. Había aprendido a no hablar mucho a menos que fuera necesario –lo cual le
fue difícil por su personalidad parlanchina por naturaleza–, puesto que había descubierto
que era mejor no mostrar lo que había en su cabeza, a menos que estuviera rodeado de
personas en las cuales confiara por completo –tales como los miembros de La Orden, a
quienes había llegado a estimar como a miembros de su familia.
Al igual que su compañera, Carlos estaba más que bien entrenado en jiu-jitsu, y
otros estilos de artes marciales. Además, era un experto en uso de explosivos, armas de
fuego, y podía pilotear casi cualquier aeronave.
–Private flight 2509 –dijo la voz del hombre en la torre de control de la pista privada
de aterrizaje–, Do you copy?
CAPÍTULO 6
MERCEDES IBARRA
– ¡Niña! –Llamó una casi inaudible voz desde el otro extremo de la habitación.
– ¡Aquí estoy, nana! –Dijo débilmente la voz insegura de Melisa aún detrás de su
escondite, pero ya habiéndose decidido a salir del mismo al cerciorarse de que la voz
que le llamaba era sin duda la de Mercedes.
A pesar de no haber obtenido algún tipo de educación seglar, Mercedes tenía una
muy decente facilidad de palabra, y sabía ganarse la atención de la gente. Era amorosa
y muy afectiva. En especial con su niña Melisa.
Melisa no comprendía lo que había pasado ahí. A pesar de ver a Mercedes tendida
en el piso con una herida de bala, y a pesar de ver el arma ensangrentada empuñada
aún por la mano derecha de la misma, le tomó un momento darse cuenta de que era su
nana quien había matado a esos dos hombres para así salvarle la vida.
Miró el arma por un momento, y después le dio a su nana una mirada que
expresaba a la perfección la pregunta que no se animaba a hacer.
–Ellos no eran de… no eran de La Orden, niña. Yo te cuidé toda la vida, niña
Melisa. Como le prometí a Berni… –Mercedes gimió de dolor–. A mi niña la prote… la
protejo con… mi vida… –dijo Mercedes con un doloroso esfuerzo, antes de toser
aparatosamente una gran cantidad de sangre.
Por varios segundos, Melisa trató de reanimar a su nana con movimientos torpes
y desesperados. Finalmente, le miró fijamente, y se desplomó sobre el pecho sin vida
del cadáver de la que le hubiera acompañado desde que tenía memoria. De la que toda
su vida le protegió.
– ¡Tenemos que irnos de inmediato! –Ordenó una voz autoritaria a las espaldas
de la joven.
Melisa quedó aterrorizada al pensar lo peor, y su paranoia le hizo creer que otro
de los atacantes había venido por ella.
– ¡La pistola de mi nana! –Pensó Melisa. Y al instante supo que no debía darse el
lujo de voltear a ver el rostro de la voz que le hablaba si quería alcanzarla a tiempo.
Extendió su mano hacia el arma tan rápido como pudo, pero en el momento en
que sintió el metal del arma entre sus dedos, también sintió una presión enorme sobre
su hombro izquierdo que le inmovilizó.
CAPÍTULO 7
SANOS Y SALVOS
Ek Chuak era un descendiente de una familia maya muy antigua, muy mística, y
muy apartada de la sociedad en general.
Ek Chuak era un hombre moreno de ojos negros, y tenía una prominente cabellera
negra que le llegaba un par de centímetros debajo de los hombros –la cual generalmente
llevaba recogida en una cola de caballo–. Medía 1.75, y poseía un cuerpo
extremadamente fuerte y potente –a pesar de ya no ser un jovencito.
–Nos tenemos que ir de aquí. Y más ahora que ya saben de la cabaña –dijo Ek
Chuak con tranquilidad.
–Todavía no.
– ¿Ah, sí?, ¿Todos tienen un padre antisocial, lunático y drogadicto? –Atacó Imox
con desdén en su rostro.
–Soy antisocial por las obligaciones que tengo con La Orden. Lunático, es como
me dicen los que ignoran todo lo que no puedo decir. Y drogadicto –Ek Chuak pausó
buscando una explicación razonable–. Bueno, eso sí es por gusto –finalizó Ek Chuak con
seriedad, después de no encontrar una mejor justificación a su tendencia a fumar
mariguana, e ingerir hongos alucinógenos.
¡Regresaron!
– ¡Ek Chuak!, ¡Indio Apestoso!, ¡Venimos a bañarte! –Gritó una voz autoritaria a
unos metros de la cabaña.
– ¡Pues vas a necesitar mucho jabón!, ¡Y eso sólo si me alcanzas, gordo tragón!
–Alegó Ek Chuak.
–Aún gordo sigo siendo más guapo que tú, apestoso –dijo burlescamente uno de
los dos hombres que se acercaban a la cabaña.
Ek Chuak y el sujeto se abrazaron con la fuerza, la fraternidad, y la confianza que
sólo una amistad genuina y de muchos años suele mostrar.
–Tan ágil y fuerte como cuando era un cachorrito. Sabe conservarse bien. Es igual
que yo –fanfarroneó Ek Chuak.
El hombre los observó por un momento con una sonrisa exploratoria e incrédula,
al tiempo que Imox e Ixtab le miraban con una sonrisa tímida, al no saber cómo actuar
frente a alguien totalmente desconocido que parecía sentir algún tipo de afecto por ellos.
–Las cosas no están bien, Ek. Debemos estar muy alertas. Pero, bueno. Ya te
informarán de todo en cuanto lleguemos al Cuartel. Por ahora la prioridad es llevar a
estos muchachos sanos y salvos.
El hombre volteó de nueva cuenta hacia los hermanos, les miró con amargura, y
advirtió.
CAPÍTULO 8
PÉRDIDA Y DUELO
Melisa abrió los ojos lentamente, y se encontró recostada sobre una cama de
tamaño individual, que estaba pegada a la pared del lado derecho del lugar donde se
encontraba. Una habitación angosta e insípida.
La imagen de Mercedes tendida sin vida en el piso frente a ella le llegó de golpe,
seguida del recuerdo de Deschamps e Ibáñez siendo abatidos frente a sus ojos por su
propia nana.
En este caso específico, Melisa recreó una escena ficticia en la que veía a su nana
jalar el gatillo, y al mismo tiempo recibir un impacto de bala de parte del arma de Ibáñez
–aun sabiendo que en realidad lo único que ella presenció fue la parte en que Deschamps
e Ibáñez eran abatidos, y que se dio cuenta de que había sido su nana quien había
disparado hasta que salió de su estudio, y la encontró herida en el suelo con un arma de
fuego en su posesión.
La tristeza causada por la memoria que se había evocado le hizo soltar un fuerte
gemido. Se llevó las manos a su rostro, y comenzó a llorar angustiada entre fuertes
sollozos.
¡Mercedes!
–Estás a salvo, Melisa. Trata de descansar –ordenó una voz seria y plana a sus
espaldas.
Fernando era un joven de 26 años. Su piel era morena clara, sus ojos cafés, y su
pelo negro y corto estaba por lo general impecablemente peinado hacia atrás. Su
complexión era delgada y atlética, y medía 1.80 de estatura.
Siempre fue muy tímido. Sin embargo, su timidez no le impedía hablar en público,
o inmiscuirse en cualquier tipo de debate o discusión –siempre y cuando él conociera del
tema–. Era un tipo sumamente letrado e inteligente. Le apasionaba la literatura, y poseía
diversos ensayos filosóficos y psicológicos originales publicados de manera anónima.
– ¿A dónde me llevas?
Le tomó varios segundos, pero Melisa pudo reconocer la voz que le hablaba, e
inmediatamente la relacionó con la voz que escuchó justo antes de quedar inconsciente.
–Así es.
– ¿Qué me pasó?, ¿Por qué me desmayé?
–Estabas asustada e histérica por todo lo que acababa de pasar. Y cuando trataste
de tomar la pistola supe que no tenía opción. Así que tuve que dejarte inconsciente, y...
–Fernando aclaró su garganta–, administrarte un calmante, después... para así poder
ponerte a salvo.
– ¿Y cómo fue que…? –Intentó preguntar Melisa al tiempo que venía a su memoria
la sensación de presión en forma de prensa sobre su trapecio izquierdo, seguida por la
sensación de encogimiento involuntario que esta le provocó, y por último el apagón.
–No tenía opción. Teníamos que salir de ahí de inmediato, y en el estado de shock
en el que estabas nos hubiera tomado mucho tiempo tratar de calmarte y convencerte.
Fue lo más eficiente –dijo Fernando tratando de justificarse.
–Ah, claro. Dejaré inconsciente y sedada a la mujer loca para que no arruine mis
planes, ¡Es totalmente comprensible! –Explotó Melisa.
–Ok. Lo hecho, hecho está. Ahora necesitas descansar. No vamos a tener esta
conversación ahora –determinó Fernando.
– ¡No tengo tiempo para esto! –Gritó Fernando mientras se levantaba de su sillón
y se dirigía a la puerta del vagón.
Karla no cuestionó a Fernando, y sin pensarlo dos veces se dirigió hacia Melisa –
quien ya estaba sentada al costado izquierdo de la cama, y lloraba angustiada con las
manos fuertemente presionadas contra su rostro–. Se arrodilló lentamente frente a ella,
respiró tranquila pero profundamente, y procedió a hablar con tacto y serenidad.
–Se que estás pasando por demasiado, Melisa. Pero te prometo que es por tu
bien. Nuestra intención es…
–Tu nana te salvó la vida, Melisa. Ese era su trabajo. Protegerte –dijo Karla con
una voz suave y empática, que hacía perfecto juego con lo que expresaban sus
hermosos ojos azules.
– ¡No era su trabajo!, ¡Ella no era como ustedes!, ¡Y menos como ese insensible
canalla que me mandó a dormir y me separó de mi nana sólo porque tenía órdenes que
cumplir! –Balbuceó Melisa entre lágrimas y sollozos.
–Si de algo te sirve, Melisa. Ese insensible canalla prefirió ponerte a salvo esta
noche, en vez de quedarse a llorarle al cuerpo de su madre.
CAPÍTULO 9
INCERTIDUMBRE
–Con razón Máximo está con los pelos de punta. Sabíamos que esto estaba difícil,
pero es peor de lo que yo creía –lamentó Ek Chuak.
–No podemos seguir operando como lo hemos estado haciendo siempre. Los
Nobles tienen toda la ventaja porque no tenemos el valor de actuar en su contra como
deberíamos. Este código ético al que se apega Máximo es la causa principal por la que
estamos como estamos –determinó Bruno al tiempo que subía los pies a la mesa de
centro de la pequeña sala de estar, ubicada en el vagón de tren en el que viajaban.
–No vamos a hacer lo mismo que Los Nobles hacen. Eso nos haría igual que esos
animales –argumentó Ek Chuak.
–No sé si fueron Los Nobles los que atacaron a mis muchachos –confesó Ek
Chuak.
–No sé. Lo que sí sé es que los hombres que atacaron a mis hijos iban en busca
de El libro de la Orden –reveló Ek Chuak reflexivo.
– ¿El libro de la Orden?, ¿Y para que querían Los Nobles ese libro?, Conocen su
contenido a la perfección. Y si no me equivoco, sus principios e ideologías clasistas no
van con las de los fundadores. Así que… –Carlos fue interrumpido y sorprendido por la
respuesta a su propia pregunta.
–Eso es lo que yo pensé –dijo Ek Chuak al darse cuenta de que Carlos había
llegado a la misma conclusión que él–. Ellos serían los últimos en querer ese libro. Y por
eso es que no estoy seguro de que hayan sido Los Nobles –complementó Ek Chuak ante
la silenciosa y atenta mirada de Bruno.
–Entonces no soy el único que cree que esos sujetos no eran de Los Nobles –dijo
Fernando tratando de disimular su desprecio por los atacantes en su voz.
Carlos miró a Ek Chuak triunfante, al ver que también Fernando estaba analizando
el mismo punto que ellos ya consideraban.
–Tendría todo el sentido del mundo si los hubieran asesinado a sangre fría y de
manera rápida, puesto que eso es lo que Los Nobles han buscado hacer con todos
nosotros por mucho tiempo –razonó Fernando–. Pero el hecho de que se tomaran al
menos veinte minutos para tratar de persuadir a la sobrina de Berni para que se fuera
con ellos… eso no checa –concluyó Fernando.
–Tienes razón. Así no trabajan Los Nobles –acordó Bruno con una mirada
reflexiva.
–Muy bien. Creo que estamos de acuerdo entonces en que cualquier agente de
Los Nobles sabría que Los Descendientes –por su propia seguridad–, no tienen
conocimiento alguno de La Orden antes de ser iniciados, y mucho menos información
acerca del libro –o el interés–. Esa podría ser la prueba lógica de que no fueron ellos,
pero... entonces, ¿Quién? –Inquirió Carlos.
–El libro de la Orden de Aker. Es lo que buscaban los hombres que lastimaron a
Imox –respondió Ek Chuak.
CAPÍTULO 10
ATANDO CABOS
–Espero que la cena haya sido de su agrado –dijo Máximo–. Ahora por favor les
pediré a los jóvenes que sigan a Santiago a sus habitaciones para que puedan tomar
una ducha y descansar. Mañana el desayuno será servido a las 8 de la mañana aquí en
el comedor. Después se reunirán en el estudio principal, donde comenzarán con una
sesión informativa de inducción.
–Con su permiso. Que pasen buenas noches –dijo Melisa al ser la primera en
levantarse de su silla.
Momentos después, Daniel hizo lo mismo seguido casi al instante por su hermano
–quien sólo movió tímidamente la cabeza en señal de despedida.
Raúl fue el último en acatar la orden –además de ser también el único que no
disimuló su enfado con un suspiro nada discreto mientras se levantaba de su lugar,
ignorando a Máximo y a los demás a su alrededor.
Bruno notó la actitud de Raúl, y sonrió maliciosamente buscando la mirada de
Máximo, quien también sonreía mientras giraba ligeramente su cabeza de izquierda a
derecha.
Todos en la mesa sonrieron mientras las puertas del comedor se cerraban detrás
de Santiago.
Karla notó que esta era su cuarta copa de vino en la noche desde que se habían
reunido para la cena. Y este comportamiento no era para nada común en Máximo, puesto
que él generalmente disfrutaba del vino únicamente al acompañar sus alimentos, o un
par de copas como máximo para propósitos recreativos.
Un segundo después, Karla se daría cuenta de que no era la única que lo había
notado.
–Supongo que la situación debe de ser muy seria, Máximo –dijo Carlos con
seriedad mientras señalaba con la mirada la copa del vino del jefe de La Orden.
Máximo sonrió al elevar su copa hacia Carlos, y luego hacia todos los presentes.
–La situación es tan seria y grave como siempre lo ha sido. Lo complicado es que
ahora hay cosas que han cambiado, y los cambios siempre traen incertidumbre al
principio.
– ¿Te refieres a los ataques a Los Descendientes, Max?, ¿O hay algo más? –
Inquirió Karla.
–En efecto, la precisión con la que se llevaron a cabo los ataques a los jóvenes
fue… preocupante. Sin embargo –y creo que algunos de ustedes ya lo habrán analizado–
, esto no parece haber sido un ataque de Los Nobles –concluyó Máximo mientras tomaba
asiento otra vez.
–No sé si ya estás enterado, Max. Pero los sujetos que atacaron a los muchachos
de Ek estaban interesados en el Libro de la Orden –reportó Bruno.
–Obtuve algo más de Melisa mientras trataba de confortarla en el tren –dijo Karla
con un toque de culpa en su voz–. No fue con intención de… bueno, ella estaba muy
abierta y no pude evitarlo.
Fernando miró hacia donde se encontraba Karla. Sospechaba que lo que iba a
decir tenía que ver con lo ocurrido a su madre hacía unas horas –y estaba en lo correcto.
–Lo siento mucho, Bruno. Pero uno de los… asesinos de Mercedes –dijo Karla
con la voz entrecortada, y aún con la mirada fija en la mesa–. Era Ibáñez.
CAPÍTULO 11
Estos últimos cuatro individuos habían estado bebiendo coñac desde el inicio del
banquete que ellos mismos habían ofrecido para sus invitados un par de horas antes –
por lo que su estado de embriaguez era ya demasiado notable.
–Ernesto y Gabriel fueron atacados ayer, Miguel. Pero no estamos seguros de que
los atacantes fueran miembros de La Orden –dijo Don Rafael evidentemente ebrio.
–Es difícil saberlo con seguridad. Sus hijos tienen muchos enemigos en muchos
lugares por sus vicios asquerosos y su arrogancia descarada. Eso todos lo sabemos –
señaló Doña Hortensia con una mueca de desprecio y sin dirigirle la mirada a Don Rafael.
–No cabe duda de que cada vez te gana más tu amargura, Hortensia. Acéptalo,
tienes el vientre podrido. Tu descendencia terminó contigo –dijo Don Humberto con tono
burlesco.
Gabriel miró a su padre sin tratar de esconder su ira por lo que este le había hecho,
pero algo dentro de él le hizo detener sus impulsos agresivos, recapacitar, y llevar su
mirada al piso en un intento por apaciguarse. Por su parte, Doña Hortensia pareció
satisfecha con la acción disciplinaria impuesta al muchacho, y no continuó con su ataque
a Don Humberto.
– ¿Qué les parece si vamos al punto central antes de que nos despedacemos
entre nosotros mismos? –Sugirió Don Rafael después de un largo trago a su bebida.
Las miradas de los presentes se colocaron ahora en Don Miguel, quien aclaró su
garganta, se irguió sobre su asiento, dejó su copa en una mesita cercana a él, y comenzó
a hablar.
–La situación en la que vivimos es precaria. Cada vez es más difícil mantenernos
en secreto debido a la tecnología con la que se cuenta en nuestros días –además de la
conducta de nuestros jóvenes, quienes parecen no entender el concepto de “Sociedad
secreta”.
Don Miguel lanzó una mirada amonestadora hacia sus hijos menores a su
izquierda, y después hacia los jóvenes Quiroz. No obstante, Gabriel no se dio cuenta de
esta acción debido a que seguía con la mirada fija en el piso, y Ernesto se limitó a mirar
desinteresadamente a Don Miguel mientras le daba un trago a su bebida.
–De acuerdo contigo, Miguel. Pero ¿Qué es lo que en realidad nos quieres decir?
–Inquirió Don Rafael.
Don Miguel se aclaró la garganta otra vez, tomó una profunda bocanada de aire,
y prosiguió.
–He estado pensando que debemos utilizar todos los medios a nuestro alcance
para evitar que nuestros secretos salgan a la luz. Y para esto necesitamos estar seguros
de que no habrá nadie que nos dificulte el proceso. Necesitamos tener el camino libre
para actuar rápido y efectivamente.
Gabriel dirigió su mirada con evidente molestia hacia Don Miguel, al tiempo que
Ernesto soltaba una descarada risita burlona –antes de vaciar de un trago el contenido
de su copa.
– ¿Hay algo que te cause gracia, muchacho? –Inquirió Don Miguel con el ceño
fruncido.
–En lo absoluto, Don Miguel. Continúe por favor –respondió Ernesto con un falso
tono cortés, al tiempo que su padre le lanzaba una mirada reprobatoria.
–Es obvio. Debemos proponerle una tregua a La Orden, ¿No es así, Miguel? –Se
adelantó Doña Hortensia.
Ernesto volvió a soltar una risa burlesca. Una aún más notable y descarada que
la anterior. Gabriel, por su parte –quien tenía su mirada clavada en Don Miguel–,
comenzó a girar su cuello de izquierda a derecha en negativa ante la propuesta de Don
Miguel.
– ¡Suficiente!, ¡Los dos para afuera!, ¡Ahora mismo! –Ordenó Don Rafael con una
voz grave y autoritaria.
–Habla por tu propio hijo, Rafael. Déjame a mí preocuparme por el mío –dijo Don
Humberto molesto.
– ¡Es mi sobrino y come en mi casa!, ¡Lo he alimentado y vestido tanto como a ti!
Por lo tanto, tengo tanta autoridad sobre él cómo la que tienes tú. No es mi culpa que
hayas perdido tu fortuna estúpidamente –atacó Don Rafael.
–En cuanto a la idea de acudir a Máximo, ¿Qué garantías tenemos de que no nos
traicionarán? –Preguntó Don Rafael recorriendo a todos los presentes con su mirada–.
Yo lo haría. Después de todo fueron nuestros antepasados quienes les hicieron la mala
jugada a los antepasados de ellos, y desde ese entonces la situación no ha hecho más
que empeorar entre ambos bandos.
–A diferencia de los líderes de otras generaciones, Máximo tiene una visión más
flexible y abierta. Él sabe al igual que nosotros, que si queremos mantener nuestro
secretismo debemos de dejar atrás nuestro orgullo, y nuestras diferencias –Don Miguel
pausó para cerciorarse de que los Dones y Doña Hortensia le hubieran escuchado bien–
. Máximo es sensato, inteligente, y calculador. Todos sabemos eso.
–Eso no nos garantiza nada, Miguel. Y siendo honestos, todos los aquí presentes
sabemos que el daño que nos hemos hecho por tantos años es simplemente irreparable.
Tal vez no para Máximo, pero para nuestra mala fortuna él no es toda La Orden –apuntó
Don Rafael.
–Supongamos que Máximo sea diferente –lo cual dudo mucho–. Pero Bruno no lo
es, y el indio asqueroso, menos. Ese no dudaría ni por un segundo antes de arrancarnos
la piel –advirtió Hortensia.
–Y tendría razón. No creo que se haya olvidado de lo mal que dejaste a su querida
–le recriminó Don Rafael a Don Humberto.
–Si yo fuera tú, me cuidaría de mí, entonces. Sabes de lo que soy capaz –
amenazó Don Humberto con una sonrisa malévola y provocadora.
–En lo absoluto, Rafael. No necesitamos fraternizar –lo cual sería excelente para
ser honestos. Pero también una imposibilidad a estas alturas–. A mi edad no tengo ya
tantas energías para seguir peleando con La Orden, o con nadie más. Sólo necesitamos
trabajar juntos para recuperar el control que se ha estado perdiendo en los últimos años
–planteó Don Miguel–. Una vez que ganemos estabilidad, lo que pase con La Orden no
me interesa.
Don Miguel se recargó por completo sobre su silla, cerró los ojos, y comenzó a
masajearse las sienes con sus dedos en un intento por aminorar un repentino y agudo
dolor de cabeza.
Don Rafael fue interrumpido por algo que lo aterrorizó. Giró repentinamente hacia
la puerta de la habitación y tomó carrera hacia afuera sin importarle tirar todo a su paso
–seguido muy de cerca de su hermano, quien tuvo la misma exacta reacción en su rostro
antes de levantarse de golpe de su lugar, batallando para no perder el equilibrio debido
a su alto nivel de embriaguez.
– ¿Qué rayos está pasando? –Se preguntó Doña Hortensia confundida, pero su
confusión fue mucho más breve de lo que ella se hubiera esperado.
CAPÍTULO 12
LOS CAZADORES
–Debes saber que de ahora en adelante obedecerás mis órdenes hasta que
decida matarte, o hasta que mueras haciendo lo que te ordene hacer –dijo uno de los
dos hombres con lentes obscuros que vestía una boina francesa gris.
–Sí. Para su mala suerte, está muy bien entrenado –señaló el hombre.
Ibáñez ahora emitía sonidos guturales muy débiles mientras permanecía inmóvil
en su lugar. Tanto él como los dos hombres que le habían tomado contra su voluntad
estaban sentados en una mesa dentro de un café al este de París llamado “Café Des
Anges”, ubicado a tan sólo un par de minutos de “La Place de la Bastille”.
El sujeto que hablaba con Ibáñez era un tipo de piel muy blanca, ojos muy negros
–grandes y penetrantes–, y rasgos muy finos y simétricos que le daban la apariencia de
un muy realista maniquí.
Medía 1.90, y poseía un cuerpo delgado, resistente, y muy ágil. Su porte era
siniestro, pero al mismo tiempo se le percibía tranquilo y calculador –lo cual lo hacía aún
más peligroso–. Era elocuente, educado, culto, y centrado. Odiaba seguir órdenes, y
demandaba la atención de su audiencia cuando hablaba debido a que era un líder
narcisista por naturaleza.
Su mentor le dio el nombre de “Alfa” a una muy temprana edad, y nombró “Delta”
al sujeto que se encontraba junto a él en el café –el cual también llevaba gafas obscuras,
y una boina francesa de color café.
Delta medía 1.85, y era muy musculoso –sobre todo en las áreas del trapecio,
cuello, y hombros–. Su presencia era realmente intimidante. Tenía la piel bronceada, y
en ella saltaban a la vista varios lunares pequeños, y manchas cafés que se distribuían
en ciertos lugares de su cara y cuerpo en general.
A pesar de su sádico gusto por infligir dolor a otros, Delta no dejaba de pensar que
sus niveles de crueldad no se comparaban a los de Alfa –por el cual sentía cierto respeto
y admiración desde que tenía memoria–, quien prefería por mucho la tortura psicológica,
a la física.
–Sabes que ya vas a morir. Y sabes que es en ese preciso momento en el que tú
puedes decidir morir en tus propios términos –de hecho, con algo de habilidad, hasta
llevándote contigo a un par de los que van a matarte–, o descartar esa opción y alimentar
la esperanza. Lo cual equivale a elegir ponerte a disposición de los que sabes que serán
tus verdugos –Alfa pausó con un sonido de mofa–. Decides que en vez de recibir una
muerte que para muchos sería… digna, te pondrás a la disposición de un ser vil y
despiadado que saciará sus más bajos instintos y deseos sádicos contigo –en especial
si lo mereces, como en este caso en particular–. Pero ¿A cambio de qué?, ¿Unos cuantos
días?, ¿Horas?, ¿Minutos extra de vida?
Alfa hizo una pausa y miró aún más intensamente a Delta, al tiempo que su
postura corporal hacía obvio su deseo de conocer el punto de vista de su interlocutor –
lo cual le recordó a Delta varias ocasiones en las que Alfa tomaba el rostro de sus
víctimas con ambas manos, y se acercaba lo más posible a las mismas con el propósito
de asegurar así un dominio y control absoluto sobre su atención.
–Lo sé. Pero mi punto es que, con base en esta situación tan común, ¿Podemos
entonces concluir que es la esperanza en sí una actitud irracional que no solo le estorba,
sino que llega a afectar el juicio del ser humano?
–El hombre inventó a sus dioses y a sus religiones para darse la esperanza de la
inmortalidad. Siendo un ser narcisista y centrado en sí mismo por naturaleza, es normal
que se convenciera de que al ser tan importante no podía dejar de existir –apuntó Delta.
Alfa estaba cada vez más entusiasmado y motivado por la conversación. Esto
invariablemente provocaba siempre en él un cambio en su respiración, y el enfoque de
su mirada. De hecho, entre más embelesado se encontraba con un determinado punto
en debate, más acelerado era su comportamiento en general. En especial sus
ademanes, y la velocidad de su discurso.
–Es intrigante ver como una especie con la capacidad del análisis lógico y
profundo de procesos complejos, puede vivir su vida con convicción y confianza absoluta
en creencias llenas de contradicciones tan evidentes. Como ese concepto de la
“Santidad de la vida” del que me hablas ahora, ¿Sabes quién inventó dicho concepto? –
Preguntó Alfa.
–Los “seres vivos” –dijo Alfa con un toque de obviedad en su tono–, ¿Quién más
tendría el interés de promover la idea de que la vida es sagrada si no un ser vivo que no
quiere morir?
–Hacemos todo lo posible por no aceptar nuestro entorno como es. Y sobre todo
por no mostrar lo que en realidad somos –concluyó Alfa.
–Supongo que por eso escondemos nuestras esencias. Por eso tratamos de
cambiarlas. Estamos avergonzados y aterrados de lo que podemos hacer. De nuestra
capacidad de destrucción –aportó Delta.
– ¡Si!
– ¿Y qué les dices a todos esos ingenuos que sostienen que no todos los humanos
somos así? Qué nuestra esencia es buena por naturaleza –preguntó Delta.
– ¡Ah!, ¡Esos seguidores de Rousseau! –Quien era una mente brillante, debo
admitir. Pero cegada por su amor a su propia especie, y por consecuencia a sí mismo–.
Si somos buenos por naturaleza, ¿Entonces por qué necesitamos la educación civilizada
que las sociedades han diseñado para todos y cada uno de nosotros?, ¿Para qué existen
las reglas y los castigos para todos si esto es sólo problema de unos pocos?, ¿Por qué
existen tantas cárceles y están llenas de prisioneros?, ¿Por qué excedemos el límite de
velocidad o no usamos el cinturón cuando no está la autoridad presente, justificando que
nuestras intenciones no son malas?, ¿Por qué después de un asesinato el código del
detective le indica que los principales sospechosos a investigar son las personas más
cercanas y allegadas a la víctima?, ¿Por qué hay necesidad de armas?, ¿Contra quién
son los sistemas más avanzados de seguridad y defensa?, ¿Contra las peligrosísimas
hienas africanas? –Inquirió Alfa con enfado y sarcasmo ante lo obvio que le resultaban
los puntos que tocaba.
–Lástima que dicha jaula imaginaria no puede mantener atrapadas a las bestias
racionales y superiores que somos nosotros.
Alfa le dio una palmadita en el hombro izquierdo a Delta mientras lo miraba muy
de cerca –lo cual hacía con todos sus interlocutores debido a su incapacidad para medir
espacios personales–. Después de todo, era un narcisista que en lo último que pensaría
sería en que su presencia le podría causar incomodidad a alguien. Terror, angustia,
admiración, y hasta placer, sí. Pero nunca incomodidad.
CAPÍTULO 13
LA REVELACIÓN
Erika se sentó a un lado de Melisa –quien se notaba un poco más abierta y no tan
defensiva como lo había estado la noche anterior durante la cena–, y de inmediato
comenzó a entablar una conversación amena y amigable con ella.
Raúl, Imox, e Ixtab prestaban atención ahora a Tony, mientras este les contaba lo
sucedido en el café donde Karla y Carlos los habían rescatado a él y a su hermano –el
cual permanecía en su asiento sin dejar de mirar la puerta de la habitación con ligera
impaciencia.
Raúl fue de nueva cuenta quien se levantó de inmediato –seguido de Daniel, quien
a su vez jaló del brazo a su hermano antes de levantarse–. Todos los demás hicieron lo
propio, y se dirigieron hacia el corredor tal y como se les había indicado –con la excepción
de Arturo, quien trataba de darse un último gran bocado antes de dejar el comedor.
Santiago los condujo por el corredor del ala Este –que había sido la única parte
del Cuartel que los nuevos reclutas habían conocido hasta ese momento, ya que el
comedor principal y las habitaciones de los huéspedes se encontraban localizadas en
esta ala.
El corredor del ala Oeste era idéntico en estructura a su contraparte al otro lado,
y muy similar en el tipo de decoración. De hecho, la única diferencia notable era que este
corredor albergaba 12 armaduras medievales completas –varias de ellas con marcas de
lo que parecía ser “daño auténtico de batalla”. Principalmente en el casco, y el peto.
–Por aquí jóvenes. La señorita Karla los espera en esta sala –indicó Santiago al
tiempo que les abría las puertas.
Karla los esperaba al fondo de la sala. Estaba sentada en una cómoda silla
individual reclinable de piel. Tenía su mirada fija en la puerta de entrada, y sostenía en
su mano una taza de café.
Una vez que todo el grupo estaba dentro de la sala, Karla les señaló con un
ademán el pequeño oasis en el que había pequeños bocadillos, galletas, y piezas de
pan. Además de una máquina para preparar café, té, y todo tipo de bebidas calientes.
– ¡Que ricos se ven esos muffins! –Dijo Arturo ya a medio camino hacia los
panecillos.
–Yo llegué tarde, y no comí bien –justificó Arturo sin mirar atrás.
Raúl pidió solo agua caliente, y se sirvió una bolsita de té de manzanilla con dos
cucharadas de azúcar. Daniel pareció antojarse de la elección de Raúl, y terminó
sirviéndose lo mismo –solo que sin azúcar.
Una vez que todos tenían sus bebidas calientes, uno a uno comenzaron a
sentarse en los cómodos sillones que estaban en la parte central de la habitación –
mismos que estaban acomodados en forma de círculo alrededor del sillón reclinable
individual de Karla–. Dos de ellos eran sillones de tres plazas. Uno de ellos fue
compartido por Melisa, Erika, y Arturo, y el otro por Daniel, Imox, e Ixtab.
Un tercer sillón de solo dos plazas fue compartido por Raúl y Tony –quienes eran
evidentemente el par más incómodo del lugar. Especialmente por ser los únicos dos que
no habían entablado conversación alguna desde su llegada.
Karla estaba sentada frente a todos los demás. Aún tenía su taza de café en sus
manos, y miraba pensativa a todos mientras estos seguían en proceso de ponerse
cómodos en sus lugares.
–Se que tienen muchas preguntas acerca de La Orden, y también sé que algunos
de ustedes saben un poco más que otros de que se trata todo esto –aseguró Karla
mientras miraba a Arturo directamente.
–Bueno, yo escuché un par de cosas por ahí, pero... –trató de explicar Arturo
claramente nervioso.
–No te preocupes Arturo, que no estoy aquí para reprenderte. En todo caso, la
reprimenda la hubiera merecido Berni. Pero a ese hombre no se le podían poner límites
–dijo Karla con una sonrisa tierna.
–No se preocupen que vamos a responder todas sus preguntas en esta sesión.
De hecho –y para ser más exacta–, responderemos sólo las preguntas clave. Ya que
estas son las que les proporcionarán la información específica que ustedes necesitan en
este momento.
Karla le dio un pequeño trago a su café, y adoptó una postura mucho más seria
antes de continuar.
–Creo que eso es lo que el amable sujeto con la pistola trataba de decirnos ayer,
pero... mi amiga Karla aquí no le permitió explicarse –bromeó Tony.
Una risa general de aprobación al comentario de Tony llenó la sala –incluyendo a
Karla, quien después agregó con una sonrisa juguetona y picara:
Tony estaba tan apenado que tuvo que interrumpir el contacto visual con todos los
presentes por algunos segundos.
–Se que Erika está pensando que Tony es demasiado apuesto como para fijarse
en una mujer tan mayor para él. Y menos una que aparenta ser tan falsa como yo –afirmó
Karla.
–Yo... no dije... –tartamudeó Erika inútilmente al verse descubierta.
–También sé que Melisa cree que Erika es una buena chica. Pero demasiado
ingenua, y hasta inmadura –continuó Karla sin darle oportunidad a Erika de formular su
argumento defensivo.
Melisa clavó sus ojos en Karla con una mueca de sorpresa mezclada con
indignación.
–Ok. Culpable.
– ¡Entonces es cierto!, ¡Lo estás haciendo ahora!, ¿Verdad? –Pensó Raúl sin
quitar su completa atención de Karla.
–Ok. Hay claramente algo que no nos están diciendo estos dos. Y a propósito,
¿Cómo pudiste deducir todas esas cosas acerca de nosotros? –Preguntó Arturo.
–No fueron deducciones, Arturo –corrigió Karla–. Por un momento tuve acceso a
sus pensamientos.
–Buena broma –dijo Arturo con la intención de que Karla clarificara con seriedad
si esta había sido o no una broma. Y deseando secretamente que no lo fuera.
–Creo que no puedo ser más específica, Daniel. Leí sus mentes –aseguró Karla.
–Esta mujer es tan rara como mi papá –le dijo Karla ahora directamente a Imox,
quien se quedó boquiabierto al escuchar su pensamiento saliendo también de la boca de
la bella mujer–. Marlene es el nombre de la primera chica que Arturo besó –Arturo soltó
una carcajada de asombro y júbilo al haber comprobado que Karla en efecto estaba
leyendo su mente–. Y no, Tony. No les inyectamos la droga de la verdad mientras
dormían para obtener información y después fingir que podíamos leer sus mentes. Si
hubiera sido así, ¿Cómo explicas que los pensamientos que estoy leyendo son de aquí
y ahora?
Un silencio expectante por parte de todos los presentes impregnó la sala. Arturo y
Raúl eran los únicos que mantenían una sonrisa de obvia excitación por lo que estaba
sucediendo. Daniel, Melisa, y Erika se mostraban aún escépticos. Imox parecía estar
asustado, Ixtab seguía seria, pensativa y observante, y Tony mantenía ahora su mirada
fija en Karla –como si luchara por decidirse a confiar o no en ella.
–La primera vez que se me dio esta información también me mostré escéptica –
comenzó a relatar Karla–. Aún después de que mi mentor me demostró varias veces que
podía leer mi mente –y a pesar de todos mis esfuerzos por evocar recuerdos o
información que nadie más que yo pudiera conocer–. La verdad es que una vez que me
convencí de que esto era real, me sentí aterrada e invadida. Y es por esto que deben
creerme cuando les digo que comprendo a la perfección por lo que están pasando ahora
mismo.
–Les aseguro que sus dudas se disiparán por completo en el momento en que
puedan crear una conexión con la mente de otra persona –aseguró Karla con total
convicción–. Es realmente una experiencia... indescriptible.
Ante el reflexivo y necesario silencio general en la sala, Karla decidió darle espacio
al grupo y esperar pacientemente para responder las preguntas que iban a surgir.
Tony miró a su hermano mientras se mordía los labios, encogía los hombros, y
levantaba sus manos al aire como indicación de que lo que estaba pasando parecía ser
auténtico.
–Correcto –respondió Karla–. Ahora, tengo que informarles que existen psíquicos
aún más experimentados y poderosos que sí podrían accesar a casi cualquier
pensamiento. Especialmente los Extractores.
–Algo así. Sólo que nosotros no necesitamos estar dormidos, ni sedados, y mucho
menos estar conectados a algún tipo de artefacto –aclaró Karla.
–No cualquier idea. Para ser honesta, el insertar ideas no es mi fuerte, puesto que
soy una Extractora. Esa es mi especialidad. En cambio, Ek Chuak y Max son demasiado
buenos en esa área. Ellos podrían realmente crearle toda una vida diferente a una
persona si así lo decidieran –aseguró Karla–, ¡Qué bueno que están de nuestro lado!
– ¿Así que toda La Orden ha entrado en nuestras cabezas?, ¿Solo así porque sí?
–Reclamó Melisa.
–Les aseguro que ningún miembro de La Orden utilizaría ninguna lectura de sus
pensamientos para afectarles –afirmó Karla con vehemencia–. Les repito que el objetivo
principal por el que existe La Orden, es el de asegurarse de que nadie que posea estas
habilidades abuse del poder que las mismas le proveen.
–Puede que así sea –retomó Melisa–. Pero el punto aquí es que nunca nos dieron
la opción de elegir.
–Supongo que te hubiera gustado más la opción de ser un cadáver –dijo Raúl con
fastidio ante la actitud de Melisa–. Disculpa si no comparto tus instintos suicidas.
–De hecho, técnicamente los que no nos dieron opciones fueron los tipos que
decidieron tratar de asesinarnos –intervino Arturo–. La Orden nos rescató.
–Tal vez. Pero aún así creo que Melisa tiene un poco de razón –dijo Erika–, ¿Por
qué esperaron hasta que estábamos en peligro para informarnos de todo esto?, Si nos
hubieran alertado desde antes, lo más probable es que nos hubiéramos ahorrado la
necesidad de ser rescatados.
–De hecho, hubiera sido peor. Nos hubieran expuesto sin necesidad –dijo Daniel
más para sí mismo que para los demás–. Ahora todo tiene sentido. Por eso no nos
dejaron conocer la ubicación del lugar, y por eso no nos revelaron ningún tipo de
información relacionada con La Orden hasta ahora que estamos en esta ubicación
secreta. Manteniéndonos ignorantes no teníamos valor alguno para quien quisiera
obtener información sobre La Orden.
–Respecto a eso, chicos –dijo Karla antes de aclararse la garganta–. Hay cosas
que deben saber antes de dar ese gran paso. Una de ellas es que ustedes están aquí
porque sus antepasados les heredaron habilidades psíquicas extraordinarias, que
necesitan ser desarrolladas y canalizadas de la manera más productiva posible, por
medio de la guía y el entrenamiento que nosotros les proporcionaremos –y no les miento
cuando les digo que este proceso cambiará su vida por completo.
Las sonrisas triunfantes de Arturo y Raúl se hicieron notar al escuchar esta última
parte.
–El tener acceso a tanta información de la gente que nos rodea –y en especial
información inconsciente de uno mismo–, suele llevar a varios psíquicos a diferentes
escenarios desastrosos, tales como la locura, y el suicidio.
Karla no tuvo que leer la mente de sus pupilos para conocer la pregunta que ahora
debía contestar.
–Una vez que su potencial psíquico sea liberado, conocerán aspectos de la psique
humana que les parecerán aterradores, y que cambiarán por completo su visión de la
humanidad, y de ustedes mismos –reveló Karla–. Por eso les ruego que desde este
momento en adelante tomen en consideración que están a punto de entrar en un mundo
muy complicado y doloroso –sobre todo a nivel personal–. Deben de ser muy cuidadosos,
y seguir al pie de la letra nuestras instrucciones y procedimientos. De otra manera
podrían terminar muy dañados.
Karla recorrió los rostros de todos y cada uno de los presentes con la intención de
transmitir de mejor manera la seriedad de lo que les acababa de decir.
Arturo ya no sonreía, pero aún había una chispa de entusiasmo en sus ojos. Ixtab,
Imox, y Tony denotaban preocupación en sus rostros. Melisa y Erika mantenían posturas
corporales de inconformidad –pero sin perder atención a detalle alguno de lo que se
hablaba en la sala, por supuesto–. Daniel seguía evidentemente ocupado en tratar de
encontrarle pies y cabeza a este nuevo hallazgo, y Raúl no podía esconder sus ansias
por escuchar más acerca del tema en cuestión.
– ¿Cómo te acostumbras a vivir así?, Sabiendo que estás rodeada de gente que
conoce todos tus secretos –preguntó Melisa angustiada.
–De hecho, se cree dentro de nuestra comunidad que Freud era psíquico –esto
debido a las teorías tan acertadas que aportó a la sociedad con respecto al
funcionamiento de la mente humana.
–Para ambos. La mente de cualquiera de los dos podría quedar atrapada en una
neurosis psicótica. O en términos coloquiales, “la locura” –describió Karla.
–No tenemos control sobre nuestro propio inconsciente. Mucho menos en uno
ajeno que se defenderá agresivamente ante la presencia de algún intruso –aportó Daniel.
–Perdóname si no entendí Karla, pero no veo como algo de lo que has dicho
pueda tranquilizarme –dijo Arturo con ironía.
–Oh, cierto. La parte que debe tranquilizarlos –recordó Karla–. Es que a pesar de
que cualquier psíquico puede accesar al menos a su mente consciente, el contenido
psíquico más íntimo, vergonzoso, traumático, o relevante para una persona, se
encuentra en los planos preconsciente e inconsciente. Y no hay muchos psíquicos que
puedan tener acceso a esas áreas –dijo Karla con una sonrisa optimista–. Además –y
como mencioné anteriormente–, alguien entrenado para bloquear puede negar el acceso
aún a su mente consciente.
–Lo más pronto posible, por favor –dijo Tony con fingida urgencia.
–Ni yo lo pude haber dicho mejor, Daniel. Veo que tu formación como psicoanalista
te ayudará mucho en este proceso –alabó Karla.
– ¡Uf!, ¡Eso sí que será difícil!, ¿Cómo controlas el flujo de ideas? –Preguntó Erika
preocupada.
–Ya llegaremos a esa parte, Erika. Pero no hoy. Recuerden que esta sesión es
básicamente informativa –Karla hizo una pausa antes de dirigir su mirada hacia Ixtab–.
Y hablando de eso, he notado que no has tenido participación alguna hoy Ixtab, ¿Tienes
alguna pregunta? –Inquirió Karla con interés.
–Um... no. Hasta ahora todo está claro –muy raro y algo aterrador–, pero… claro
–respondió Ixtab con una sonrisa tímida y nerviosa al tener la atención del grupo sobre
ella.
–Y ya que entramos en tema –comenzó a decir Arturo–, ¿Por qué no nos hablas
un poco de los inicios de...?
Raúl ignoró por completo a Imox y a Melisa y mantuvo su total atención fija en
Karla.
–Ixtab fue a la única a quien Karla no le hizo una lectura de mente –o al menos no
lo mencionó–. Es a la única a quien le preguntó con un notable interés si tenía alguna
pregunta, y al escuchar su respuesta negativa no pudo disimular un gesto de
insatisfacción al no poder obtener información relevante de ella –Daniel se inclinó un
poco más hacia adelante sosteniendo sus codos sobre sus muslos, y su barbilla sobre
sus puños cerrados–. Lo cual nos podría indicar dos posibles escenarios. Puede que
Karla esté siendo discreta con lo que pudo leer en la mente de Ixtab, ¿Tal vez porque
ella así se lo pidió en privado… mentalmente?
Ixtab mostró un gesto de desacuerdo de inmediato, así que Daniel continuó con
su tren de pensamiento.
–No fue más que un sencillo proceso de lógica inferencial. De hecho, es altamente
efectivo cuando no se comete el error de utilizar... –Daniel pausó de golpe su acelerada
explicación al darse cuenta de que ahora era él quien tenía todas las miradas encima–,
el error de utilizar las teorías para modificar los hechos, y no… viceversa.
– ¡No!, ¡Por favor no halaguen a este nerd narcisista!, ¡No saben lo complicado
que es vivir en el limitado espacio que me dejan su enorme cerebro, y su aún más grande
ego! –Protestó Tony llevándose las manos a la cara para exagerar su fingida queja.
CAPÍTULO 14
LA ALIANZA NECESARIA
–Gracias por presentarte a esta reunión, Máximo. Esto habla de tu madurez, y de
tu acertado criterio –dos cualidades que necesitaremos en abundancia en un futuro que
no pinta nada bien.
–Agradezco mucho que nos reciba, Don Miguel –respondió Máximo mientras
estrechaba la mano de su anfitrión.
–Don Miguel –dijo Bruno al darle también un firme apretón de manos al líder de
“Los Nobles”.
Un joven alto, delgado, de piel blanca, y pelo negro muy corto entró a la habitación
al momento en que se sentaban Bruno y Máximo.
–Caballeros. Creo que ya conocen a mi hijo mayor, Enrique –introdujo Don Miguel
con un ademán.
–Señor Máximo, señor Bruno, no se levanten, por favor –pidió Enrique al inclinarse
para estrechar las manos de los invitados.
–Mi hijo nos acompañará en esta reunión, y en las que puedan surgir en un futuro,
caballeros. Tengan la seguridad de que hablar con él es igual que hablar conmigo –
aseguró Don Miguel.
–Me parece perfecto, Don Miguel. Es importante asegurarnos de que las nuevas
generaciones estén bien informadas e inmersas en los acontecimientos que conciernen
a nuestra causa –afirmó Máximo.
–Hay cosas que nunca cambian, Don Miguel –respondió Bruno cortésmente.
Don Miguel sonrió mientras tomaba una copa para vino, y un vaso “On the rocks”
de debajo de la barra.
–Háblame Máximo, te escucho –dijo Don Miguel.
–Es usted muy afortunado. No todos los hijos sirven de soporte a sus padres estos
días –lamentó Bruno.
–Eso es muy cierto. En especial ahora que los jóvenes están idiotizados por la
tecnología. Es ridículo lo que se vive en las reuniones familiares con todos esos “aparatos
inteligentes” robándose las conversaciones familiares –lamentó Don Miguel–. Estoy
convencido de que la tecnología es siempre un paso adelante para aquel que la utiliza y
manipula a su conveniencia, y no para el que se deja esclavizar por la misma.
–No. Mi punto es que todos somos adictos a algo –como lo son una gran mayoría
de las nuevas generaciones a la tecnología–. El hecho de que esta adicción sea legal no
significa que sea menos nociva que cualquier otra –explicó Máximo.
–Podría ser, Max. Pero la adicción a la tecnología no causa daño físico –Debatió
Bruno.
–Generaciones que requieren lentes cada vez más jóvenes, túnel carpiano,
obesidad, problemas de circulación, depresión, y ansiedad –enlistó Máximo–. Esas son
manifestaciones físicas serias –especialmente las últimas dos–. Y lo peor es que la vida
sedentaria y solitaria de este tipo de adicción –que aísla al individuo de las respuestas
fisiológicas naturales que las interacciones sociales en todo su amplio espectro le
proporcionan–, en algún momento podrían llevarle a buscar dichas sustancias
estimulantes legales o ilegales a las que llamamos “drogas”.
Bruno sostuvo una mirada pensativa por un par de segundos antes de mostrar
una mueca de acuerdo total ante la postura de Máximo –escenario que se presentaba
muy a menudo–, y Enrique miró a Máximo desde su asiento con una tenue sonrisa de
fascinación por lo que acababa de escuchar.
Por su parte, Don Miguel soltó una risa discreta antes de darle un trago a su copa
de vino.
–No cabe duda de que tienes una mente sagaz, Máximo. Y lo mejor es que te
mantienes humilde –alabó Don Miguel con sinceridad.
–Es usted muy gentil, Don Miguel. Pero esta es únicamente una observación
sencilla sobre un fenómeno que –como usted mencionó al principio–, está a la vista de
cualquiera –dijo Máximo con modestia.
Bruno hizo una mueca de amargo acuerdo antes de darle también un buen trago
a su bebida, y Don Miguel mantenía su mirada fija en Máximo –una mirada que dejaba
ver con claridad la fatiga que el tema le provocaba, pero también su disposición al
diálogo.
–Se muy bien que sería demasiado complejo reconciliar a los Dones y a Ek Chuak
–reconoció Máximo.
–Sin embargo, no necesitamos iniciar una amistad. Basta con que entendamos
que la alianza que estamos tratando de formar es por un bien común –continuó Máximo.
–Es muy cierto que los Dones y Ek Chuak tienen un pasado muy complicado. El
convencerles de ajustarse a cualquier tipo de alianza está fuera de toda consideración –
determinó Don Miguel apoyado en el punto de Bruno–. Así que debemos estar
conscientes de que este acuerdo comprenderá más específicamente a las nuevas
generaciones, Máximo. Nosotros simplemente nos encargaremos de que así suceda.
Don Miguel miró a su hijo, al tiempo que Máximo y Bruno reflexionaban en silencio.
Máximo siguió reflexionando en total silencio ante las miradas expectantes de los
presentes.
–Es cierto –dijo por fin Máximo–. Pero aún así, necesitaremos un poco más que
eso, Don Miguel. Y usted lo sabe.
–Yo me comprometo a garantizar que los Dones no intentarán nada, si tú
garantizas que Ek Chuak no les cazará más –negoció Don Miguel.
–Yo no tuve nada que ver con eso –se deslindó Don Miguel–. Las acciones de
Humberto fueron despreciables. Sin embargo –y como el líder que soy–, el haber tomado
medidas en su contra hubiera sido una traición no sólo a él y a nuestra organización, sino
a mi propia familia –justificó Don Miguel señalándole a Máximo a su hijo Enrique con su
palma extendida.
Máximo tomó un profundo respiro. Giró su vista hacia Bruno por un instante, y
terminó recargando sus codos sobre sus rodillas al tiempo que frotaba su cara con sus
manos.
–No quiero ser negativo, Don Miguel. Pero no habrá manera de convencer al buen
Ek de... simplemente olvidarse de todo –aseguró Bruno.
Don Miguel suspiró con la mirada perdida en el espacio que se encontraba entre
Máximo y Bruno.
–No veo otra opción, Don Miguel –determinó Máximo–. Si queremos que esta
alianza se lleve a cabo de manera cordial, tanto los Dones como Ek Chuak tendrán que
ser despedidos de nuestras organizaciones. Tendrán que ser dejados fuera de este
nuevo proyecto.
–Eso significaría una traición para los Dones. Me matarían sin duda alguna –
afirmó Don Miguel tranquilamente.
–Y ese sería el pretexto perfecto para sacar del camino de una vez por todas a
esos animales degenerados, y a su aún peor descendencia –afirmó Don Miguel con un
dejo de desprecio reflejado en su cara.
CAPÍTULO 15
Don Rafael bajó las escaleras tan rápido como pudo, seguido muy de cerca por
su hermano. El nivel de ebriedad de los dos era el suficiente como para que su equilibrio
no fuera el de su entera confianza –y mucho menos al intentar que las piernas corrieran
a toda velocidad.
Un gran cubo de luz cubierto por un domo de cristal en medio del recibidor principal
de la propiedad, le daba la oportunidad de ver todo lo que sucedía en el mismo a todo
aquel que se encontrara en el pasillo del segundo piso.
– ¡No!, ¡Malnacido Desgraciado! –Gritó Don Rafael ante la vista que encontró al
bajar la escalera.
Gabriel estaba sentado en el suelo del recibidor con las piernas estiradas hacia el
frente, y el torso recargado sobre las palmas de sus manos que le sostenían por detrás
de su espalda. Su mirada desencajada estaba fija en el cuerpo de su primo Ernesto –
mismo que yacía inerte a tan sólo un par de metros de donde él se encontraba.
Ernesto se llevó las manos al cuello instintivamente, y cayó al suelo boca abajo –
y mientras su cuerpo aún con vida se convulsionaba–, Gabriel clavó con fuerza su
cuchillo en la parte posterior de su cráneo con inhumana frialdad.
Sólo dos de los seis tiros dieron en su objetivo. El primero se hundió en el pómulo
derecho de Gabriel, y el segundo en su frente –extrañamente, el joven no mostró ni la
más mínima intención de defenderse o huir antes de la inminente agresión de su tío.
– ¡Ernesto! –Gritó Don Rafael antes de caer de rodillas frente al cadáver de su hijo
con lágrimas de rabia en sus ojos.
Don Humberto hizo caso omiso a la pregunta que se le había hecho. Dio media
vuelta, dejó caer su arma vacía, y dirigió una mirada de desprecio hacia la habitación en
el segundo piso en donde estaban los demás miembros de Los Nobles.
– ¡Hortensia!, ¡Vieja de mierda! –Gritó Don Humberto al tomar carrera hacia las
escaleras por donde había bajado hacía unos minutos.
Subió las escaleras tan rápido como pudo, y maldiciendo a cada paso que daba.
Estaba seguro de que era Hortensia quien tenía algo que ver con toda esta horrible
situación.
¿Pero qué demonios está...?, ¿La Orden?, ¡Claro que La Orden!, ¿Quién más?,
¡Esos malditos perros! –Pensó Don Humberto.
Apenas entró a la amplia habitación, Don Humberto quedó congelado ante la vista
de la tétrica escena que nunca imaginó encontrar ahí.
El cuerpo de Hortensia yacía en el sofá en donde la había visto sentada hacía
unos minutos, sólo que ahora estaba decapitado. La cabeza de la mujer se encontraba
en el piso, a unos cuantos centímetros de los pies rígidos del resto del cadáver.
–Eres patético –dijo una voz en la cabeza de Don Humberto, y este supo en ese
preciso momento que había bajado sus defensas psíquicas, y que alguien se había
apoderado de su mente casi en su totalidad en un muy breve espacio de tiempo.
Don Humberto sintió un súbito golpe interno que le paralizó por completo, y fue en
este momento de desesperanza y desconcierto que alcanzó a visualizar a Don Miguel –
recostado sobre el sillón, y con sus ojos fijos en él–. Sólo que ahora, sin vida.
–No –respondió Mariana secamente antes de dar media vuelta hacia la puerta
principal de la habitación.
Enrique se puso de pie nuevamente, y dio dos pasos a su izquierda al tiempo que
le hacía un ademán a su hermano menor con su mano derecha –quien estaba ya a la
espera de esta señal para proceder con la parte final plan.
Artemis lanzó una mirada firme a Gabriel De León –el que había sido el
guardaespaldas de Hortensia por muchos años–, quien tenía ahora una mirada fría, y
perdida, como si fuera algún tipo de robot que ejecutara únicamente los comandos que
se le ordenaran.
–Hora de irnos, Amis –dijo la voz de Mariana en la cabeza del joven Artemis.
Básicamente, Uri era lo que el célebre personaje ficticio “Hannibal Lecter” había
descrito como un “Eideteker” –el cual básicamente tenía la capacidad de empatizar a un
nivel tan profundo con otros, que podía desconectarse casi por completo de sí mismo, y
vivirse casi tal y como lo hiciera otra persona.
Uri medía 1.80, tenía 35 años de edad, y era delgado –pero no muy atlético–. Su
piel era morena clara, sus ojos de un tono verde muy claro, y tenía una barba no muy
poblada que no dejaba crecer más de dos días.
Madre.
–Estamos tratando con un psíquico muy hábil –aseguró Fernando sin despegar
su vista del expediente en sus manos–. Y obviamente un psicópata desalmado.
–Hasta ahora yo tenía entendido que ningún psíquico podía poseer la mente de
otras personas –dijo Uri confundido.
–Así lo creímos por mucho tiempo –a pesar de que parecía posible desde un plano
hipotético–. Sobre todo, para psíquicos tan experimentados como Máximo y Ek Chuak –
afirmó Fernando aún sin establecer contacto visual con Uri–. Ahora tenemos evidencia
de que es posible, y por lo tanto se ha convertido en un asunto que va más allá del “poder,
o no poder”. Es principalmente una cuestión de seguridad, sí. Pero también de ética y
humanidad.
–A nosotros nos enseñaron las tres habilidades básicas del psíquico: Extraer,
insertar, y bloquear. Sin embargo, la mente es como una computadora. Tiene puertos de
accesos diversos, y esto significa que un buen psíquico –al igual que un buen hacker–,
puede tener acceso a cuanta información quiera, y a su vez, puede plantar tanta
información externa como le plazca –claro que esto depende en mucho de cada mente,
y su susceptibilidad. Una mente ingenua e irracional es generalmente más fácil de
invadir–. Lo que es cierto, es que un psíquico experimentado puede ir muy lejos. De
hecho, hasta se puede aventurar en el inconsciente si así lo desea –pero esto es
peligroso –advirtió Fernando con seriedad.
– ¿De qué tipo de peligro hablamos?
–Del peor peligro que le pueda acaecer a cualquier persona. El quedar atrapado
en el lugar en el que no se puede distinguir con facilidad lo que es real de lo que no lo es
–describió Fernando.
–El problema con accesar al inconsciente, es que este lugar no tiene limitaciones
en espacio, tiempo, o coherencia en general, y que el encontrarse en este tipo de hábitat
evoca el material inconsciente de la psique del mismo intruso –y al ser este tan parecido
en condiciones al de cualquier otro humano–, es muy fácil confundirse, y quedarse
estancado en la psique ajena.
–No lo había analizado –dijo Uri con una sonrisa de tenue asombro–. Mi favorito
es: “Estaba muy borracho”.
Uri giró su cabeza hacia Fernando aún profundamente concentrado en una idea
en su mente, y su boca entreabierta avisaba la inminente llegada de una pregunta.
–No estoy seguro de eso puesto que... nunca he intentado algo así. Pero en La
Orden creemos que para obtener control total sobre la psique de otro individuo, debes
operar a niveles inconscientes –señaló Fernando.
– ¿Sombra?
– “La Sombra” es el término que el renombrado Psicólogo Carl Gustav Jung utilizó
para nombrar al material que la psique humana reprime en el inconsciente, debido a la
carga emocional negativa que este nos podría ocasionar en un plano consciente o
preconsciente. Con esto me refiero a todas las memorias de naturaleza traumática –o,
en otras palabras–, todo aquello de nuestra esencia natural e instintual que es
rechazado, prohibido, y hasta negado por El Otro.
–Claro. Las condiciones que tanto la sociedad como nuestros seres queridos
exigen para aceptarnos como individuos civilizados –complementó Uri.
–Sí que lo es, Uri. La mente humana es una complejidad exquisita, y a la vez,
aterradora.
–Ya veo por qué la razón principal para no llevar a cabo esta práctica es
principalmente una cuestión de seguridad. Es básicamente una práctica suicida –analizó
Uri.
Uri miró a Fernando con curiosidad. Pero un segundo después pareció ahogar en
arrepentimiento la pregunta que tenía en mente.
– ¿Qué pasa, Uri? –Preguntó Fernando al haber notado lo que había pasado.
–No todos los agentes que fueron poseídos murieron asesinados. Lo que me lleva
a preguntarme... –Uri se aclaró la garganta–. Olvídalo. No importa –se interrumpió una
vez más Uri.
Fernando tomó una profunda bocanada de aire, y por primera vez en toda la
conversación buscó la mirada de Uri antes de continuar.
–Hasta ahora –y con base en la evidencia encontrada–, todo indica que para lograr
la posesión absoluta de tu víctima, debes literalmente tomar su lugar en su psique. Y
esto se consigue solamente... –Fernando pausó buscando un verbo no tan explícito y
crudo para su oración, mientras que en su mente la imagen del cuerpo sin vida de Ibáñez
le provocaba ahora un vacío en el estómago.
–Asesinándola –completó Uri con firmeza, pero sin poder disimular su tono de
preocupación.
CAPÍTULO 17
ANOMALÍAS
–Si me hubieras dicho esto hace 10 años... mi respuesta hubiera sido hasta
agresiva. Pero ahora sé que tengo que ver también por mis hijos. Sobre todo, por su
bienestar, y su futuro. Y su futuro ya es el mismo que el futuro de La Orden –dijo Ek
Chuak antes de darle un trago a su té caliente.
Bruno y Máximo le miraban con seriedad y tacto. Como el observador que teme
causarle daño a un objeto preciado tan sólo con mirarle.
–Bueno, sin darle tantas vueltas al asunto. Mientras no tenga que estar en el
mismo lugar que ellos, ni se preocupen por mí –prometió Ek Chuak.
A pesar de la respuesta positiva, las posturas de Bruno y Máximo demandaban
una fracción más de una respuesta que les resultaba incompleta. Ek Chuak les miró uno
a uno, torció la mirada con un tenue gruñido de enfado, y agregó.
–Hace muchos años que dejé de rastrearlos –Ek Chuak hizo una pausa para
observar la reacción de sus escépticos interlocutores–. Pero eso no quiere decir que no
los mataría si me los encuentro de frente. Y eso no va a cambiar –estableció firmemente
Ek Chuak.
–Suena justo –dijo Bruno al instante, al tiempo que miraba de reojo a Máximo.
–Prometo que no les voy a hacer nada a… las bestias que asesinaron a la madre
de mis hijos –dijo Ek Chuak con un muy intencionalmente marcado odio en su tono de
voz–. Por el futuro de mis hijos, y de La Orden –juró Ek Chuak con seriedad.
Ek Chuak era el único sentado frente a la entrada de la habitación –por lo que fue
el único que levantó su mirada desconcertada hacia Fernando–. Bruno y Máximo sólo
pudieron escuchar su voz, y sus pisadas apresuradas acercándose a ellos por su costado
derecho.
Fernando esperó hasta estar frente a todos los presentes. Los miró uno a uno, y
anunció:
–Los Dones han sido asesinados.
–Al parecer los únicos que quedaron con vida son los hijos de Don Miguel.
–Lo que sé por ahora es que al parecer se mataron entre ellos. Don Humberto
asesinó a sangre fría a Don Rafael, después de que este hubiera asesinado a su propio
sobrino, el cual a su vez inició todo al matar a su primo –explicó Fernando.
–No sé si entendí. El hijo de Don Humberto mata a su primo. Don Rafael lo asesina
para vengarse, y ¿Don Humberto asesina a su hermano para cobrársela? –Preguntó
Bruno.
–No me extraña que esas basuras hubieran terminado así –Concluyó Ek Chuak
asqueado.
–Lo siento, Ek. Sabes que yo mismo te hubiera ayudado a obtener tu merecida
venganza –dijo la ira personal de Fernando por lo ocurrido a su madre, escondida en
forma de apoyo a Ek Chuak.
–Y pensar que era a ti a quien llamaban “salvaje”, Ek –Bruno lanzó una risita
burlesca–, ¡Terminaron matándose entre ellos mismos! –Comentó Bruno con ironía.
– ¿Y cómo murieron los demás? –Inquirió Ek Chuak ignorando el comentario de
Bruno por completo.
–Don Humberto y Doña Hortensia fueron degollados, y todo indica que el autor de
sus muertes fue el gemelo –respondió Fernando.
–No, no, no, ¿Por qué diablos mataría Gabriel a Hortensia?, Estaba enamorado
de esa mujer –Inquirió Bruno–. Además, pueden llamarle traidor a Gabriel, pero nunca
fue el tipo de hombre que cometería algo tan terrible.
– ¡Ese maldito no merecía una muerte rápida! –Murmuró Ek Chuak con la quijada
trabada de rabia, y desviándose totalmente del tema en cuestión.
Máximo y Bruno comprendieron que a su amigo no le había caído del todo bien
esta noticia –a pesar de que por lógica ellos hubieran esperado todo lo contrario.
–Y entonces, ¿Qué se supone que debemos hacer con los muchachos de Don
Miguel? –Bruno de nueva cuenta habló más con la intención de disipar los silencios
incómodos que con la de llegar a algún punto en concreto.
–No lo sé –dijo Máximo en un profundo suspiro–. Supongo que por ahora sólo
trataremos de encontrarlos, y ofrecerles protección. Después de todo, Enrique es a quien
Don Miguel hubiera querido apuntar como nuevo jefe de Los Nobles.
–Son sólo unos chicos, Fernando. Ellos no tienen la culpa de… lo que ha pasado
–Bruno se detuvo justo antes de haber hablado impertinentemente en cuanto a lo
ocurrido a la madre de Fernando–. Los verdaderos culpables ahora están en bolsas
negras –concluyó Bruno en un intento por corregir su error.
Fernando miró a Bruno con descontento hasta que logró incomodarlo y hacerlo
bajar la mirada, y Bruno agradeció en secreto que este hubiera sido el único castigo
recibido ante su falta.
– ¿Y eso nos indica...? –Bruno miró a Fernando rogando por el fragmento faltante.
–Creo que podemos concluir con base en esta descripción de la escena, que Don
Miguel fue el único que no encontró una muerte violenta –concluyó Fernando–. Si
comparamos el envenenamiento con la decapitación.
Ek Chuak y Bruno asintieron, pero aun torcían su boca hacia un lado mostrando
que no terminaban de comprender la relevancia de este hallazgo.
–Crees que fueron sus hijos –afirmó Máximo con un dejo de incredulidad.
Los ojos de Bruno y Ek Chuak se abrieron tanto como les era físicamente posible
al escuchar la conjetura en cuestión.
–Ahora, si fue Gabriel quien los traicionó a todos, ¿Por qué darle una muerte
benévola a Don Miguel en vez de a Doña Hortensia? –Razonó Fernando–, Sabemos que
siempre estuvo enamorado de ella.
–Yo estaba pensando lo mismo, Max –de hecho, en lo que respecta al gemelo–,
no encuentro otra razón para que Gabriel se hubiera atrevido a tocarle un pelo a la mujer
de su vida –opinó Bruno.
– ¿Sugieren entonces que los tipos que manipularon a Ibáñez están detrás de
esto? –Preguntó Fernando.
– ¿Y por qué olvidar tan pronto a los hijos de Don Miguel?, ¿Y si son ellos los que
se metieron en la cabeza de Ibáñez? –Cuestionó Ek Chuak.
–Don Miguel no hubiera sido capaz de permitirle a sus hijos si quiera intentar algo
así, Max –afirmó Bruno–. Era nuestro enemigo, pero tenía principios.
– ¡Don Miguel era una rata ambiciosa!, ¡No te engañes! –Despotricó Ek Chuak
contra Bruno.
– ¡Tú nunca lo conociste!, ¡No tienes derecho a juzgarlo! –Defendió Bruno.
– ¡Nada más necesitas ver sus acciones para conocerlo! –Ek Chuak alzó aún más
la voz.
–Por favor, Ek –pidió Máximo con una actitud mediadora–. Entiendo que…
Ek Chuak reventó con violencia su vaso de cristal contra el piso frente a él. Su
postura era completamente amenazadora, y sus ojos estaban impregnados de rabia.
– ¡La violaron! –Gritó Ek Chuak con lágrimas de ira en los ojos–, ¡Deshonraron su
cuerpo, y su cara!
El llanto amargo y lleno de ira le impedía a Ek Chuak articular sus palabras con
claridad, y esto le recordó a Máximo la noche en que habló con él acerca de lo que le
había sucedido a su esposa –varios meses después de lo ocurrido.
En aquella ocasión Máximo había tenido que ser fuerte para su amigo, pero la
realidad era que las horribles imágenes que había conseguido extraer de las memorias
del jefe de seguridad de Don Humberto –quien había sido capturado por La Orden en un
operativo llevado a cabo por Berni Casamayor–, habían causado un daño psíquico
irreparable en su persona. Al fin y al cabo, ella era una amiga muy cercana a él –además
de un miembro leal de La Orden.
CAPÍTULO 18
CRIMEN IMPERDONABLE
–Era sólo una india, ¿A quién le importa? –Balbuceó Don Humberto antes de darle
otro trago a la botella de whisky en su mano derecha.
– ¡Sabes exactamente quién era, idiota! –Insultó Don Miguel–, ¿Sabes lo que esto
significa?
–Que hay una sabandija inferior menos en el mundo. Y también uno menos en...
–Don Humberto eructó involuntariamente antes de poder continuar–. La Orden. Así que...
de nada, Miguel.
– ¡Excelente!, Después de todo son tus amiguitos, ¿No?, ¡Viejo traidor! –Acusó
Don Humberto.
Don Miguel enmudeció detrás de una expresión de ira y desprecio hacia Don
Humberto –quien ahora le lanzaba una risita burlesca.
–Supongo que esto le dirá adiós a tus planes de colaboración con La Orden,
Miguel –dijo Don Rafael desde la entrada de la habitación–. De cualquier manera, nunca
me gustó esa idea.
– ¿Unirnos a esos imbéciles?, ¡Eres patético! –Dijo Don Humberto con desdén.
Don Rafael caminó hecho una furia hacia donde estaba su hermano.
–Yo no puedo con todo esto, Rafael –dijo Don Miguel después de inhalar
profundamente–. Encárgate de… lo que se tenga que hacer –ordenó Don Miguel
forzándose a no ver el cadáver de la esposa de Ek Chuak–. Y tú –Don Miguel se acercó
lentamente hacia Don Humberto y se posicionó justo frente a él–. Será mejor que te
asegures de eliminar cualquier rastro de esta porquería. Porque si el indio se entera de
lo que sucedió aquí... –dijo Don Miguel con un tono pasivo-agresivo, y una sonrisa
malévola en su rostro–. Bueno, tú sabes exactamente lo que le pasaría a una escoria
como tú.
El golpe fue tan fuerte y sofocante, que Don Humberto se retorció tratando de
recuperar su oxígeno por casi un minuto. Don Rafael le lanzó una mirada de desprecio,
dio media vuelta, y se dirigió hacia quien era el jefe de seguridad de su hermano –mismo
que se encontraba observando en silencio la horrible escena desde la puerta de la
habitación.
–Escúchame bien –dijo Don Rafael con autoridad y tono amenazador–. Vas a
cortar el cuerpo de esa india en tan pocas y pequeñas partes como te sea posible.
Después meterás esas partes en un horno, y no pararás de quemarlas hasta que estés
seguro de que todo se ha reducido a ceniza. Una vez que tengas las cenizas, te
asegurarás personalmente de arrojarlas al mar –Don Rafael hizo una pausa para
acercarse aún más a su interlocutor–. Por tu propia seguridad, nadie más sabrá de esto.
Lo que significa que nadie más se encargará de ayudarte con esta tarea, ¿Te queda
claro?
Hasta este punto, Máximo debió haber discernido que no necesitaría más
evidencia para reportarle a La Orden el desafortunado paradero de Gabriela –quien
había estado extraviada ya por varias semanas–. Sin embargo, su apego a la misma le
llevó a buscar más información, y debido a su inexperiencia como Extractor en aquel
entonces, Máximo cayó en lo que en el mundo de los psíquicos se conoce como “Un
espejismo proyectivo”. El cual consiste en la proyección involuntaria de la identidad del
“Extractor”, en la del “Extraído” –fenómeno que es parte de la naturaleza psíquica del
humano, pero al encontrarse en este caso en los dominios inconscientes de otra persona,
el Extractor puede llegar a olvidar por completo su identidad, y adoptar la del Extraído. A
veces, permanentemente.
Las memorias del jefe de seguridad de Don Humberto llevaban una muy pesada
carga emocional de culpa extrema –mismas que Máximo vivió como si fueran suyas–.
Esta experiencia le sumió en una crisis existencial que le duró varias semanas –y si no
hubiera sido por las atenciones de Melisa Casamayor madre–, el ahora jefe de La Orden
hubiera muy probablemente quedado atrapado en un escenario psicótico.
Berni y Damián Casamayor fueron los encargados de darle las malas noticias a
Ek Chuak, quien obviamente perdió el control total por varios minutos, y se tornó tan
agresivo como un animal salvaje arrinconado –al grado de que tuvo que ser sometido y
tranquilizado por varios miembros de La Orden, y confinado a una habitación bajo estricta
vigilancia por las siguientes dos semanas.
Ek Chuak se rehusó a comer por varios días –lo cual le puso débil y enfermo–. No
habló con nadie por dos meses. Se encerró en un proceso doloroso de duelo e
introspección completamente aislado del mundo.
Pasaba sus días cazando en los alrededores del Cuartel –en ocasiones por varios
días seguidos–. Entre sus nuevos comportamientos y rutinas, comenzó a ejercitarse
vigorosamente todos los días, meditaba tan seguido como le fuera posible, y desarrolló
un gran gusto por la mariguana y los hongos alucinógenos –dicho gusto se volvió
dependencia, y esta dependencia se mantenía activa hasta la fecha.
CAPÍTULO 19
LA CONEXIÓN
Raúl no dudó ni un segundo en ofrecerse como el primer voluntario para el inicio
del entrenamiento. Ahora se encontraba sentado frente a Karla con los ojos cerrados, y
escuchando con atención las indicaciones que se le daban tanto a él como a los demás
miembros del grupo de pupilos –quienes observaban sin perder detalle alguno, sentados
en un semicírculo a unos cuantos metros de su entrenadora.
– ¿Y cómo se siente eso?, ¿De qué tipo de sensación hablamos? –Inquirió Raúl
sin abrir los ojos.
–Entonces el saber que vas a conectarte a nuestra mente, y el tener una idea del
tipo de sensaciones que experimentaremos, ¿Despertará nuestras habilidades psíquicas
dormidas? –Preguntó Arturo con un toque de incredulidad–, ¿Eso es todo?
–Digamos que eso cubrirá el 50% de ese despertar. Y me atrevo a decir que el
50% restante es el más sencillo del proceso –alentó Karla.
–Una leve descarga eléctrica en el cerebro –dijo Raúl antes de inhalar y exhalar
nerviosamente–, ¿Algo más?
–Sí. Tu mente será forzada a enfocarse en la idea invasora sin posibilidad alguna
de concentrarse en algo más. Si eres consciente de esto ahora, cuando estemos en el
proceso te será más sencillo identificarlo –describió Karla con una voz suave–. Créanme,
no es una sensación agradable el no poder controlar tu flujo de ideas, pero eso
únicamente sucederá hasta que puedan entablar conexiones con otros psíquicos, y no
tengan que ser forzados como ahora.
Raúl sacudió su cabeza, se inclinó hacia enfrente recargando sus codos sobre sus
muslos, y apretó sus párpados con fuerza.
–Estoy listo.
Karla fijó su mirada en Raúl al igual que todos los demás. Al fin y al cabo, él era
ahora el “Conejillo de Indias” del grupo.
Eso será suficiente por ahora –dijo Karla al tiempo que Raúl parecía ser liberado
de algún tipo de atadura o restricción invisible–. Puedes abrir tus ojos, si así lo deseas.
–No sentí una descarga eléctrica, pero definitivamente supe que estabas ahí. Me
sentí... invadido, y forzado al mismo tiempo. Definitivamente sin control alguno sobre mi
mente –Relató Raúl con una expresión facial que por primera vez le hacía mostrar que
tenía emociones humanas–. Fue desesperante, y frustrante.
–Me encanta tu actitud entusiasta –reconoció Karla–. Bien, ahora que ya has
experimentado lo que es que alguien introduzca ideas en tu mente, lo siguiente es que
reconozcas lo que es estar dentro de otra mente. En este caso, la mía –Karla hizo una
pausa, y giró su cabeza momentáneamente hacia todos los demás–. Tengo que
advertirles que en este proceso sentirán que son sacados de sí mismos. Absorbidos de
una manera muy violenta. Sin embargo, deben confiar en mí y dejarse llevar. De otra
manera no lograremos entablar la conexión –advirtió Karla–. Y deben de saber para su
tranquilidad, que la única cosa que ni el psíquico más poderoso puede obligarles a hacer
es... –Karla hizo una pausa y se aseguró de hacer contacto visual con todos sus pupilos
antes de terminar su enunciado–, sacarles de su mente, e introducirles en otra mente de
manera permanente.
–Comencemos entonces, Raúl. Cierra tus ojos, confía en mí, y trata de dejarte
llevar.
–Adelante.
– ¡Oh!... Eso fue... ¡Wow!... ¡Terrible! –Dijo Raúl mientras trataba de adoptar una
postura no tan vulnerable sobre su silla.
–Lo sé, Raúl. Y eso que ni siquiera te forcé –confesó Karla–. Esa sólo fue una
muestra amigable de lo que es más o menos el proceso, ¿Quieres descansar un poco
antes de intentarlo otra vez?
Raúl tomó una gran bocanada de aire, cerró sus ojos, y dijo:
Raúl gimió otra vez, y sus extremidades volvieron a tensarse de la misma manera
que había ocurrido la vez anterior –sólo que esta vez se aferró a las manos de Karla,
quien le contuvo con fuerza y sin intención de soltarle tan fácilmente.
– ¿Estoy... dentro de ti?... Así es… ¡Lo logré! –Celebró Raúl en voz alta.
Sus compañeros se reclinaron aún más sobre sus asientos –como si esta postura
les diera la capacidad de observar lo que pasaba dentro de las mentes de su entrenadora
y su compañero–, mientras que Karla dibujaba una gran sonrisa de triunfo y satisfacción
en su rostro.
–No tienes que hablar en voz alta para comunicarte conmigo aquí –instruyó la voz
de Karla en la mente de Raúl.
–Sí. Estás hablando en voz alta, Raúl –respondió Karla con una sonrisa–. Trata
de concentrarte en hablar conmigo solo con tu mente –sugirió Karla al tiempo que miraba
a todos sus pupilos con la intención de que supieran que esta instrucción era para todos.
–Ok –Respondió Raúl con una mueca de concentración profunda dibujada en su
rostro.
–Sólo debes contactar con tu cuerpo. El hecho de que tu mente consciente esté
conectada a la mía no significa que hayas abandonado tu cuerpo. Estamos conectados
únicamente por medio de un puente de información psíquica –describió Karla–. Por eso
te sientes como si estuvieras fuera de ti, pero no es así.
–Así es. Aunque para ser más específica, lo que ves alrededor es más bien un
diseño creado por nuestras mentes para darle una forma y un espacio a nuestra conexión
–pero es un hecho que estamos en mis dominios.
–La estructura negra tan bizarra que ves detrás de mí en este lugar de mi mente
consciente –dijo Karla en voz alta para asegurarse de que todo el grupo la escuchara–,
es la entrada a mi mente preconsciente –la cual nunca dejo a la vista de nadie–. Hoy
estoy haciendo una excepción únicamente como parte del entrenamiento.
–Así es, Raúl. Un psíquico poderoso podría causar mucho daño ahí adentro –
enfatizó Karla.
Erika y Melissa se miraron entre sí, al igual que Imox e Ixtab. Daniel y Tony
mantenían sus miradas perdidas en sus pensamientos, y Arturo comentó:
Arturo supo que involuntariamente le había dado acceso a Karla a una de sus
memorias más horribles, y se arrepintió de inmediato de haber formulado su pregunta.
¡Idiota!
–Es hora de regresar, Raúl –ordenó Karla notablemente afectada por lo que había
visto.
–Si no me equivoco, Melisa –interrumpió Tony con tacto–. La razón por la que no
se puede destruir material psíquico, es porque este no es más que información
almacenada, que a su vez es contenida y distribuida en forma de energía. Y todos
sabemos que: “La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma” –citó Tony–.
Basándonos en esta premisa –y en el hecho de que se nos acaba de comprobar que la
telepatía es posible–, sabemos que la información de toda una identidad no se podría
destruir, pero también sabemos que si se podría reprimir en el inconsciente. En cierta
manera, la represión es una forma de olvidar contenidos –claro que por lo general son
únicamente los que no son muy agradables para el sujeto, y no toda una identidad.
–Sin embargo... –dijo Daniel con un tono de voz y una expresión facial que
denotaban insatisfacción.
– ¿Sin embargo? –Preguntó Tony sin disimular su enfado por lo que veía venir.
–Según la física, no somos más que energía contenida en materia –dijo Imox por
primera vez en toda la sesión–. A mí personalmente me gusta creer que esto podría
significar nuestra inmortalidad. Ya que, si nuestra esencia está hecha de información en
forma de energía, entonces no podemos ser destruidos. Sólo modificados o
transformados. Es la materia que nos contiene la única que se separaría de nosotros en
todo caso.
–Esperen, ¿En serio soy la única que piensa que es horrible el meterse en la
mente de alguna persona y atreverse a cambiar su vida? –Interrumpió Melisa
angustiada–, El solo hecho de considerar la idea de que ustedes pueden hacer esto es...
vergonzoso... y aterrador.
–Lo es. Pero creo que el fin justifica los medios en este caso –intervino Tony–. El
juicio final que se le dé al uso que un determinado psíquico le dé a esta habilidad,
dependerá invariablemente de los resultados que este busque obtener.
–Tony tiene razón. Podríamos utilizar nuestras habilidades como una manera de
terapia. Por ejemplo, para ayudar a personas cercanas a superar eventos traumáticos
dolorosos. O bien, para neutralizar criminales peligrosos, asesinos seriales, o sociópatas
–aportó Arturo después de una muy notable ausencia en la conversación.
–Aunque eso suena bien –y aunque las intenciones de La Orden no sean malas–
. Yo coincido con Melisa en lo de la invasión a la privacidad. Eso tampoco me gusta ni un
poquito –opinó Erika.
–Me siento mal por ustedes –dijo la voz de Ek Chuak desde la entrada de la sala–
. Porque a estas alturas ya no se pueden echar para atrás.
–Así que, si es bueno o malo, ético o no. Ya no importa –dijo Ek Chuak a espaldas
de las jóvenes–. Esta es su nueva vida.
–Ustedes son un grupo de gente que heredó estas habilidades... horribles, sí. Pero
privilegiadas –dijo Ek Chuak con firmeza–. A todos nosotros nos robaron la opción de
decirle que no a esta responsabilidad desde antes de nacer. Así que será mejor que se
vayan acostumbrando.
–No les voy a decir mentiras, muchachos. La cosa no está nada bien. Nuestros
enemigos son más fuertes y peligrosos de lo que creíamos. Así que les voy a dar las
mismas dos opciones que tenemos todos los miembros de La Orden –Ek Chuak pausó
para enfatizar aún más lo que iba a decir–. O aceptan su realidad y se preparan lo mejor
que puedan para sobrevivir, o... los van a matar.
–La única manera de estar a salvo es estar con La Orden, y aprender lo más que
puedan de los que tenemos experiencia –Ek Chuak levantó su barbilla hacia el techo, y
suspiró–. Allá afuera no durarían ni un minuto sin su entrenamiento ahora que ya los
tienen identificados. Así que entre más rápido aprendan a dominar sus habilidades, más
serán sus posibilidades de llegar a viejos.
Ek Chuak recorrió a cada uno de los presentes con su mirada penetrante antes
de volver a tomar camino hacia la puerta.
– ¡Gracias, Ek!
Ek Chuak salió de la sala cerrando la puerta a sus espaldas casi sin hacer ruido.
Nadie objetó, y Karla le señaló con su mano derecha la silla que había ocupado
Raúl momentos antes.
La sesión de entrenamiento de ese día duró 6 horas en total, y sólo hubo una
interrupción de una hora para comer. Durante el proceso, Tony y Daniel fueron los pupilos
que más tiempo y esfuerzo invirtieron en sus turnos con Karla –el primero logró
conectarse a la mente de Karla después de varios intentos, mientras que el segundo no
lo pudo lograr, y terminó por frustrarse y bloquearse por completo.
–Yo no quería que vieras eso. Ni tú, ni nadie –confesó Arturo en privado durante
su conexión.
–Todos tenemos demonios, Arturo. Y el saber que otros tendrán acceso a esta
parte de nosotros es lo que hace este proceso especialmente complicado –pero bueno,
este no es ni el lugar ni el momento para hablar de esto–. Por ahora hemos terminado.
Buen trabajo, Arturo.
CAPÍTULO 20
EL LIBRO DE LA ORDEN
Entre sus nuevas responsabilidades Uri tenía que estar al tanto de todo lo que
correspondía a la seguridad, planeación, inteligencia, y logística de La Orden –y esto
invariablemente le demandaba hacer más visitas al Cuartel para mantenerse en
constante comunicación con Bruno y Máximo.
En esta ocasión fue Bruno quien le citó en una de las salas de reuniones del
enorme complejo que era El Cuartel. Los dos se encontraban ahora frente a un escritorio,
examinando un libro muy viejo con signos evidentes de deterioro por el paso del tiempo.
–Este libro fue escrito por uno de los primeros psíquicos que existieron en la tierra.
Los mismos psíquicos que también nos dejaron esta Orden que nos da tantos dolores
de cabeza –relató Bruno con ironía.
– ¿Y por qué el libro es tan importante para estos sujetos? –Preguntó Uri.
–Eso aún no lo sabemos. Sólo sabemos que estos tipos son peligrosos, y que
para nuestra mala suerte también son buenos en lo que hacen –respondió Bruno sin
quitar su mirada del libro.
Bruno asintió moviendo su cabeza lentamente de arriba a abajo, sin despegar por
un momento su mirada del libro.
–Muy bien. Supongo que comenzaré por leerlo –Uri Exhaló en señal de desgano
mientras medía con sus dedos índice y pulgar el grosor del libro–. Tú lo has leído,
¿Cierto?
–No sé si los demás, pero Máximo, sí. Y créeme, si hubiera algo muy relevante o
crucial en ese libro Max nos lo hubiera informado de inmediato –aseguró Bruno–. De
hecho, tú no tienes por qué leerlo si no quieres, Uri. Más bien necesitamos un análisis
forense del mismo. Ya sabes, que lo analice la computadora para ver si encuentra
mensajes ocultos, o algún tipo de código. Por eso necesitamos que lo lleves al laboratorio
de La Guardia.
–Entiendo.
–Tu misión es encontrar cualquier indicio que nos oriente hacia cualquiera que sea
el interés de estas bestias por el libro. Probablemente eso nos dará lo que necesitamos
para dar con ellos, y eliminarlos.
–Cuenta con eso, Bruno. Si hay indicios forenses o patrones de cualquier tipo los
encontraremos.
Uri tomó el libro con el mayor tacto posible, y lo introdujo en un portafolio metálico
con un sistema blindado de seguridad electrónica, que era rastreado todo el tiempo vía
GPS desde el Centro de Operaciones de La Guardia. Además, el dispositivo requería de
identificación de voz y retina para abrirse, y poseía un mecanismo de seguridad que
autodestruiría el contenido dentro del mismo, si detectaba que iba a ser abierto a la
fuerza, o hackeado.
–De cualquier manera, creo que le daré una hojeada en el camino. Por curiosidad.
No siempre se tiene acceso a este tipo de reliquias históricas –comentó Uri mientras
cerraba el portafolio, y activaba el sistema digital de seguridad del contenedor blindado–
. Especialmente reliquias históricas que nunca formarán parte de la historia seglar de
manera oficial.
–Por cierto, ¿Qué noticias me tienes del operativo de búsqueda de los hijos de
Don Miguel? –Recordó preguntar Bruno antes de dar media vuelta, y tomar las escaleras
hacia su habitación.
–Nada. Ni un solo rumor acerca de su paradero –dijo Uri al tiempo que se encogía
de hombros–. Precisamente mañana me encontraré con el agente que teníamos
infiltrado con Los Nobles. Al parecer, el pobre se ha quedado desempleado –bromeó Uri.
–Mantenme informado –ordenó Bruno con una inevitable risita arrebatada por el
chiste con tintes obscuros de Uri.
Uri presionó el botón del elevador que le llevaría 15 metros bajo tierra, en donde
se encontraba una pequeña estación de tren construida a un costado de las vías
subterráneas.
Se abrieron las puertas del elevador, y Uri tomó camino hacia el tren subterráneo
que era el único acceso directo a la ubicación secreta del Cuartel. El medio de transporte
era eléctrico, moderno, y muy similar al tipo de máquina que utilizan los metros
subterráneos de las grandes urbes –sólo que este medio de transporte estaba bien
equipado en cada uno de sus ocho vagones.
Cuatro de estos vagones contenían literas y baños, dos eran lounges con minibar
y cocineta cada uno, uno era una mini-sala de juntas y proyección, y el restante era la
cabina de mando, y controles.
Aker era el nombre del antiguo “Guardián de los secretos de la Duat” –el cual era
el nombre que se le daba al inframundo en la cultura egipcia–. Él era el único que tenía
acceso al mundo de los mortales, y los inmortales. En adición, no sólo resguardaba el
único pasaje entre ambas dimensiones, sino también los secretos que los mortales no
debían de conocer aún –principalmente porque no estarían listos para comprenderlos, y
mucho menos para asimilarlos.
–Al igual que esta mañana, seré el único pasajero a mi destino. Por lo que puedes
ponernos en marcha en cuanto así lo desees, Aker –informó Uri–. Claro que tú estás ya
enterado de todo eso. Así que no sé por qué me empeño en tratar de ponerte al tanto
siempre –dijo Uri más para sí mismo que para Aker.
–Estoy enterado, agente Caballero. Y tengo autorización para iniciar el trayecto
de regreso hacia el Centro de Operaciones de la Guardia de la Orden.
–Gracias, Aker.
Uri colocó el portafolio sobre el lado izquierdo de uno de los cómodos asientos en
el lounge que se encontraba justo a un lado de la cabina de mando, y después se dejó
caer sobre el lado derecho del mismo. Cerró los ojos, y se masajeó las sienes con sus
pulgares por un par de minutos.
– ¿Qué nos estás escondiendo? –Se preguntó Uri al tiempo que pensaba en el
antiguo libro dentro del portafolio.
CAPÍTULO 21
DESCONFIANZA
– ¿Quién más sabe de esto? –Preguntó Arturo con lágrimas en los ojos y la voz
entrecortada.
–Pues, Karla. Y... pues tú sabes... –Ek Chuak se aclaró la garganta antes de
continuar–. Raúl estaba conectado con Karla en ese momento.
–No fue adrede. Ella tenía que estar muy abierta para que Raúl se conectara sin
problemas. Por eso no pudo parar una memoria tan fuerte.
Arturo continuó evitando la mirada de Ek Chuak en total silencio.
Arturo miró a Ek Chuak a los ojos con clara insatisfacción en cuanto a lo que
escuchaba.
–Si de algo te sirve, muchacho. Te apuesto que no vas a ser el único al que se le
va a salir información vergonzosa. Es parte de todo este embrollo. Es normal –minimizó
Ek Chuak–. Y lo más importante es que cuando conozcas los verdaderos secretos que
debemos cuidar, pues... esos secretillos serán insignificantes.
La realidad fue que la memoria que Karla y Raúl habían captado de la mente de
Arturo, sorpresivamente resultó estar profundamente ligada a ellos de manera directa, e
impactante.
En dicha memoria, la escena mostraba a una mujer muy atractiva de piel morena
y complexión delgada. Lucía un vestido negro muy entallado –el cual le llegaba apenas
a la mitad de los muslos–, con un escote muy pronunciado en forma de V sobre su pecho.
Arturo –quien era aún un niño–, se encontraba tendido boca abajo sobre la cama
de la habitación, llorando desconsolado e impotente al no poder liberarse del fuerte
agarre del hombre que le tenía sometido por la espalda –mismo que le había roto ya la
muñeca derecha cuando este trató de defenderse, y que ahora le sujetaba de la izquierda
con tal fuerza que Arturo creía que se rompería también en cualquier momento.
Pero el dolor físico no se comparaba en lo más mínimo al dolor emocional, a la
impotencia, y sobre todo al pavor que estaba viviendo Arturo en ese momento, ya que el
hombre que le lastimaba y sujetaba contra su voluntad, también le estaba penetrando
analmente con violencia y fuerza descomunal –sin inmutarse en lo más mínimo ante los
gemidos de dolor y el llanto de su víctima.
Acto seguido, el tirador miró a la mujer directamente a los ojos, y vio que su rostro
dibujaba lo que parecía ser una sonrisa de alivio antes de que una certera bala de su
arma le atravesara la frente.
La versión oficial que La Guardia había entregado con respecto a la muerte de los
De Alba, era que habían sido emboscados por los hombres de Los Nobles en un
operativo fallido en España.
Karla era muy cercana tanto a los padres de Raúl, como a Berni. Por lo que se
sintió asqueada al conocer lo que realmente había sucedido –no solo por el acto obsceno
e infame que se había cometido contra Arturo cuando era aún un niño, sino también
porque tanto Cristina como Raúl eran un par de excelentes agentes a quienes les hubiera
confiado su vida.
– ¡¿Por qué demonios nos mintieron?!, ¡¿Qué más nos están escondiendo?!
¡Quiero la verdad! –Gritó Karla con los ojos llenos de lágrimas mientras recorría con ira
y desprecio a sus superiores en el comedor del Cuartel.
La mirada que Bruno le lanzó a Máximo delató su culpa, y el jefe de La Orden
agachó su cabeza y suspiró en silencio. Karla los miraba impacientemente en espera de
una respuesta, y los rostros inconformes de Carlos y Fernando mostraban que ambos
estaban claramente del lado de la agente.
–En ese momento esa mentira fue lo mejor para mantenernos unidos. No
sabíamos contra qué nos estábamos metiendo, y ocupábamos mantener la confianza
entre nosotros –intervino Ek Chuak.
– ¿Qué demonios quiere decir eso? –Dijo Karla tratando de contener su rabia.
–Que en aquel entonces no sabíamos porque Berni había hecho lo que hizo.
Creímos que estaba… inestable –justificó Máximo–. Lo juzgamos mal basándonos en su
paranoia, y en los comportamientos bizarros que había desarrollado en los últimos
meses. Tú sabes de que hablo, Karla.
–No lo tomamos en serio porque hasta apenas hace unas semanas comprobamos
lo que él ya sabía con certeza en ese momento. Él sabía de estas... posesiones –agregó
Bruno.
Karla aún estaba batallando por recuperar la compostura, al tiempo que Fernando
y Carlos se mostraban insatisfechos con las explicaciones que se les habían
proporcionado.
– ¡Aún no entiendo por qué la mentira!, ¡Y no me salgan con esa patraña de que
tenían que mantenernos unidos! –Insistió Karla.
– ¿Y qué sigue ahora que ya sabemos que nos mintieron acerca de la muerte de
Cristina y Raúl?, ¿Esperan que sigamos confiando en ustedes?, ¿Qué otras mentiras
han creado para mantenernos unidos? –Atacó Carlos.
Máximo y Ek Chuak desviaron sus miradas al vacío para evadir el contacto visual
con los demás, Bruno sacudió su cabeza y exhaló ruidosamente, y el comedor se inundó
de un ambiente hostil y negativo por varios segundos –mismos que fueron percibidos por
todos los presentes como largas horas.
CAPÍTULO 22
SANTIAGO DE LEÓN
La familia De León había servido a los Casamayor desde hacía ya varias
generaciones –inclusive después de que estos últimos los liberaran oficialmente de su
esclavitud–. Los De León decidieron quedarse y seguir prestando sus servicios a cambio
de una vida cómoda, y sin riesgos. Al fin y al cabo, la vida de los sirvientes de gente
poderosa y adinerada posee privilegios como el de vivir en una mansión lujosa y cómoda,
disfrutar de los mejores alimentos, seguridad en general, y hasta un estatus social más
alto que el de la gente regular.
Sus fieles servicios terminaron cuando Jaime De León decidió ir en contra de las
órdenes de su patrón, y advirtió a los hermanos Mayas del plan de Los Dones para
asesinarlos por no ser de ascendencia noble, y por haber cuestionado y confrontado sus
ideales elitistas –además de su sed de poder.
Los gemelos Santiago y Gabriel De León fueron los herederos del legado de su
tatarabuelo Omar –y al igual que él–, los dos aprendieron de su padre los conocimientos
y técnicas ninja-samurái, y siguieron sirviendo y protegiendo a los descendientes de
Rubén Casamayor hijo, hasta el fatal accidente que terminó con la vida de los padres de
Melisa, y el inesperado suicidio de Berni.
Gabriel era muy cercano a Berni –y a pesar de que en los últimos años este había
parecido perder lucidez y cordura–, el gemelo nunca dejó de admirarle, y confiar en él.
De hecho, fue gracias a su lealtad hacia el mismo que pudo conocer a Doña Hortensia
De la Riva –con quien Berni y él mantenían reuniones estrictamente secretas, en las que
la mujer les facilitaba información clave acerca de los movimientos de Don Rafael y Don
Humberto, a cambio de la promesa de Berni de que La Orden se encargaría de
eliminarlos.
Por desgracia, Berni terminó con su propia vida antes de cumplir su promesa. No
obstante, para ese entonces ella y Gabriel ya se habían enamorado perdidamente, y este
último no sólo le juró amor eterno, sino que también le prometió ser su protección
personal hasta agotar su último aliento –siendo así como oficialmente abandonó La
Orden para unirse al amor de su vida, y a Los Nobles.
La hinchazón en los ojos de Santiago De León delataba lo mal que había tomado
la noticia de la terrible muerte de su hermano, a pesar de no haber tenido contacto con
él desde que este le había dado la espalda a su familia.
–El amor lo volvió distraído y confiado. Esa mujer fue lo peor que le pudo haber
pasado a mi hermano –afirmó Santiago–. O tal vez no. La verdad es que nunca lo vi tan
feliz en toda su vida.
–El amor atonta a los hombres –acordó Ek Chuak–. Pero lo vale, hermano –replicó
con una sonrisa.
–Ya nada de eso importa –retomó Santiago–. Lo que sí importa es que tú sabes
bien lo que quiero.
Ek Chuak hizo una pausa para asegurarse de hacer notar en su rostro la seriedad
y la convicción puestas en las palabras que estaba a punto de decirle a su amigo.
CAPÍTULO 23
UN PROCESO DOLOROSO
Los últimos tres meses de entrenamiento habían sido tan difíciles como
normalmente lo eran para todo iniciado. Tal como se les advirtió desde un principio, la
parte más difícil del proceso era invariablemente la tensión e incomodidad que se
generaba entre los miembros del grupo, por la salida a la luz de memorias o
pensamientos íntimos e incómodos –justamente como sucedió al inicio del
entrenamiento con Arturo y Raúl, quienes se encontraban distanciados ante la negativa
del último de dirigirle la palabra al primero más que para lo muy necesario–. Está de más
decir que Arturo se sentía abrumado a causa de la vergüenza generada por la íntima y
aterradora memoria revelada a Karla y a Raúl –misma que acrecentaba la pesada carga
que Arturo ya llevaba con él desde su infancia.
Los estragos psicológicos causados por el estrés, el dolor psíquico, y la carga
emocional que causaba el entrenamiento, normalmente desencadenaban cuadros
depresivos y de ansiedad en la mayoría de los iniciados –y este grupo no fue la
excepción.
Apenas una semana después del incidente que habían tenido Arturo y Raúl, Imox
extrajo una memoria del ritual que Melisa llevaba a cabo cuando se masturbaba. En esta
específica memoria extraída, ella se encontraba fantaseando con Tony –lo cual la hacía
sentirse mucho más apenada y frustrada, al tratarse de alguien con quien convivía todos
los días, y que además tenía el potencial para descubrir estos pensamientos.
Arturo extrajo una memoria de Daniel en la que su ebria madre le decía que él
nunca podría tener tanto éxito como su hermano, quien tenía todo el encanto y atributos
físicos necesarios para conseguir lo que quisiera en la vida. Le dijo que él debía de
conformarse con lo que pudiera conseguir de la sociedad, y que tendría que concentrarse
en estudiar mucho para poder tratar de aspirar a algo no tan común y mediocre.
Imox tardó dos meses en volver a utilizar frases completas al hablar con la gente,
y desde ese día comenzó a tartamudear cada vez que se encontraba en una situación
estresante.
Ixtab descubrió que Tony llevaba una vida depresiva con una marcada inclinación
hacia las conductas autodestructivas –todo esto desde el suicidio de su madre–. Dichas
conductas permanecieron en reposo por mucho tiempo, pero fueron violentamente
desencadenadas cuatro años atrás por la trágica muerte de su novia –una hermosa y
brillante joven que murió ahogada en las hermosas playas de la Riviera Maya mientras
ambos se encontraban de vacaciones con sus compañeros de la maestría.
Daniel fue quien más problemas tuvo para lograr establecer las conexiones
psíquicas en los entrenamientos. Sin embargo, aún así fue capaz de extraer una serie
de memorias algo siniestras de la mente de Raúl, en las cuales lo veía capturando,
torturando, y asesinando animales desde que tenía unos 11 años.
Ixtab fue la única persona de quien nadie podía extraer pensamiento o memoria
alguna gracias a su don innato de bloqueadora –lo cual le hizo la carga más liviana en
esta etapa del entrenamiento–. Sin embargo, conforme avanzaba el proceso y se
encontraba interactuando cada vez más con conexiones que activaban funciones en su
mente que jamás habían sido utilizadas, Ixtab tuvo que confrontar a sus propios
demonios con la misma intensidad que cualquiera de sus compañeros.
Esta etapa ya no tenía nada que ver con la vergüenza provocada por el saber que
otros habían descubierto secretos, o memorias íntimas y privadas de sus mentes. Más
bien, consistía en una exagerada manifestación agresiva de los inconscientes de cada
uno de los miembros del grupo, a niveles conscientes. Esto incluía la repetitiva aparición
de múltiples memorias traumáticas registradas a lo largo de sus vidas, pero
principalmente las acontecidas en los primeros años de la infancia –contenido que para
la gente normal permanece típicamente reprimido en su mente inconsciente a lo largo de
su vida, y rara vez se manifiesta de una manera tan devastadora, y/o autodestructiva.
CAPÍTULO 24
EL SÁTIRO
La atención de todos los sujetos en el bar fue robada por la entrada de una chica
joven y hermosa de unos 20 años de edad, piel blanca, y pelo negro suelto que llegaba
hasta sus hombros.
Lucía un vestido rojo muy entallado y muy costoso que dejaba ver a detalle su
figura esbelta y atractiva, y que hacía más que evidente la firmeza y excelente
proporcionalidad de sus pantorrillas, piernas, glúteos, y cintura –además de un par de
senos que, aunque eran pequeños en tamaño, resultaban estéticamente placenteros a
la vista.
–No molestes –dijo indiferente la bella chica y sin siquiera hacer contacto visual
con el sujeto.
Acto seguido, tomó a la chica fuertemente por la barbilla, forzándola así a mirarlo
a los ojos.
– ¡Traté de ser cordial contigo, perra!, Pero ya veo que no eres más que una de
esas divas que creen que su mierda vale más que la de los demás. Y no hay nada que
odie más que esa maldita actitud –dijo el hombre muy cerca del rostro de la chica–. Así
que nos tendremos que saltar ese trago que te ofrecí de buena manera, y lo que va a
pasar es lo siguiente. Primero, pagarás lo que debo –ordenó el sujeto mientras le pedía
al bartender la cuenta con un ademán autoritario y arrogante–. Después, nos iremos al
callejón obscuro detrás del bar, y ahí me vas a dar el mejor sexo oral que hayas dado en
toda tu insignificante vida –el hombre ahora tomó el rostro de la chica con ambas manos–
. Y cuando yo lo decida, te voy a levantar ese vestidito sexy que traes puesto, y te lo voy
a hacer muy duro por atrás.
Había una muy clara excitación en la agitada voz del hombre, quien además ni por
un segundo despegaba su mirada autoritaria de los ojos de la chica. No obstante, a
diferencia de la contundente actitud de rechazo que la joven había mostrado al principio,
ahora su postura dejaba ver que no tenía intención alguna de rehusarse ante el agresivo
movimiento del sujeto –ya que lo veía fijamente a los ojos con una mirada inexpresiva, y
su cuerpo ya no ponía resistencia alguna al invasivo acercamiento del mismo.
–Mañana vas a sentirte una mierda al respecto. Pero a pesar de todo esto no vas
a levantar cargos contra mí, puesto que ni siquiera recordarás mi rostro. Además, en los
próximos días cuando la depresión y pesadez dentro de ti sean demasiado, simple y
sencillamente vas a terminar con tu vida –concluyó el hombre.
Una vez afuera, la chica empujó al sujeto contra la pared de al lado de la puerta
de salida de emergencia del bar, puso sus manos en su rostro, y se acercó lo suficiente
como para besarlo.
–Solo basta causarle una erección a un hombre para dejarlo indefenso –dijo la
hermosa chica con una sonrisa traviesa dibujada en su rostro.
No le tomó mucho tiempo al hombre el darse cuenta de lo que estaba por ocurrir.
Sintió que una sensación muy familiar le recorría desde la cabeza hasta la espina dorsal,
y una milésima de segundo después su cuerpo se paralizó sin que él pudiera hacer algo
al respecto.
CAPÍTULO 25
CONJETURAS
–No hay patrones ocultos o codificación alguna dentro de los contenidos de este
libro. El papel y el material del encuadernado no cuentan con ningún tipo de anomalía
oculta tampoco –reportó la agente especial Rincón, quien fungía como la especialista
encargada del laboratorio de La Guardia de la Orden.
–No del todo, agente. Al menos la lectura fue interesante e instructiva –difirió Uri.
–Claro, porque eso es lo que necesitamos ahora. Clases de historia –refunfuñó
Karla sarcásticamente, sentada sobre el escritorio de Uri con los brazos cruzados, y un
semblante que denotaba fastidio y negatividad.
Uri le miró con una sonrisa comprensiva. Después se dirigió a la agente Rincón.
–Eso será todo por el momento, agente. Deje el libro sobre el escritorio, por favor.
–No –respondió Karla aún sin establecer contacto visual con él.
–No creo que Max, Bruno, y Ek hubieran hecho lo que hicieron para traicionarnos
–comentó Uri.
–Sólo para manipularnos y hacernos seguir órdenes con base en mentiras –dijo
Karla aún defensiva.
–Si de algo te sirve, yo prefiero pensar que lo que hago es por el bien mayor de
nuestra causa. Y me gusta creer que aunque no lo sepa todo, hago mi parte siempre con
la mejor intención. Y eso es más que suficiente para llegar a nuestros objetivos. Ha
funcionado hasta ahora –rescató Uri.
– ¿Funcionado? –Karla hizo contacto visual con Uri por primera vez en varios
minutos–, Debes de estar bromeando. Tenemos al enemigo más peligroso al que alguna
vez nos hemos enfrentado justo encima de nosotros. Tú mejor que nadie sabe cuántas
bajas ha tenido La Guardia a últimas fechas. Y lo peor de todo es que no tenemos ni idea
de con quién estamos lidiando. Todo indica que ellos fueron quienes terminaron con Los
Nobles en un abrir y cerrar de ojos –cosa que nosotros no pudimos lograr en décadas.
Uri trató por un momento de encontrar algún argumento, pero no tuvo recursos
para defenderse de los sólidos puntos que tocaba Karla.
–Sabes que sé que tienes razón, Karla. Sólo trataba de ser positivo, y... siendo
muy optimista, persuasivo –confesó Uri.
–Como si fuera necesario para conocer los movimientos de ese viejo gruñón.
Ambos sonrieron.
– ¿Qué demonios crees que buscaban esos sujetos en este vejestorio? –Preguntó
Uri echándole un vistazo al libro sobre el escritorio.
–No tengo la menor idea. Si la computadora no encontró algo, no veo que más
podamos hacer nosotros.
–Tal vez no tiene nada que ver con computadoras. Tal vez existe algo en la lectura
que debe de darnos alguna información relevante desde la perspectiva humana –sugirió
Uri.
–A lo que me refiero es a que tal vez el mensaje está dirigido a alguien que sabe
lo que busca. Por lo tanto, para este personaje el mensaje saltará a la vista de manera
mucho más sencilla.
–Muy bien, ahora estoy más que interesada en esto, Uri. Supongo que tendré que
leerlo y ver si hay algo relevante que tal vez... bueno, solo quiero leerlo, ¿Está bien si...?
–Pidió Karla señalando el libro con su dedo índice.
CAPÍTULO 26
Tal y como Karla lo había anticipado, la primera etapa del entrenamiento consistió
en aprender a bloquear las conexiones no deseadas a la mente propia, y a la de otros.
En esta etapa, Ixtab siguió demostrando su grandiosa habilidad innata, negándole
acceso no sólo a sus compañeros, sino también a Carlos, Bruno, y Máximo.
Daniel comenzó teniendo problemas con las tres habilidades. Su actividad mental
tan traficada le dificultaba controlar su amplio flujo de ideas –razón por la que su bloqueo
era el más débil del de todos los del grupo–. En resumen, no le era sencillo establecer
conexiones, y cuando lograba hacerlo no solía sostenerlas por mucho tiempo.
En el caso de Melisa, solamente bastó la primera fase del entrenamiento para que
esta cayera en una depresión muy profunda –a pesar de que no estaba tan
comprometida con el proceso desde un principio–. No pasó mucho tiempo antes de que
los estragos de dicha depresión se agravaran, y eventualmente terminó por pasar toda
una semana sufriendo de severos ataques de ansiedad que le incapacitaron para
presentarse a las sesiones de entrenamiento, y que dentro de las siguientes tres
semanas harían menos que intermitente su asistencia a las mismas.
En el caso del resto del grupo –Arturo, Erika, Tony, y Raúl–, el desarrollo de sus
habilidades se presentó de una manera equilibrada, y con relativa facilidad. De hecho,
los cuatro jóvenes podían extraer, insertar, y bloquear sin gran esfuerzo. Sin embargo,
ninguno de los anteriores había mostrado las características propias de una habilidad
superdesarrollada –tal como el “Bloqueo” de Ixtab, o la “Extracción” de Daniel.
CAPÍTULO 27
UN CASO INTERESANTE
A lo alto de la fachada del complejo, un llamativo rótulo con letras en color azul
claro y sombreado amarillo, anuncia:
“AKER INSURANCE.”
Justo debajo del rótulo, un par de puertas corredizas automáticas de cristal dan
acceso al amplio lobby de paredes blancas –con una notable pulcritud tanto en su
apariencia, como en su diseño–, y cuatro sillones cafés de piel sintética se reparten a
ambos lados de la entrada, acompañados de un par de mesitas de centro que siempre
muestran una amplia variedad de revistas de temas diversos que cumplen el propósito
de brindarle entretenimiento a los visitantes que se encuentren en espera.
–Hello Eileen, we are being expected –dijo un hombre alto, rubio, de ojos azules,
y un rostro serio con varias líneas de expresiones faciales muy marcadas –especialmente
en la frente–, que tenía un acento alemán muy marcado.
–Te ves cansada, caperucita. Supongo que es difícil mantenerse despierto con un
trabajo tan aburrido como el tuyo –dijo con una sonrisa juguetona el hombre moreno,
corpulento, calvo, y de barba partida parado a la izquierda del alemán.
–Eso decíamos todos al principio –comentó Günter con amargura, al tiempo que
daba media vuelta hacia los elevadores a su izquierda, pasando por detrás de su
compañero –quien se rezagó a propósito por un par de segundos más.
–Tienes talento. Y lo han notado –animó Sandoval en voz baja antes de alejarse
del mostrador.
Günter y Sandoval entraron al elevador, y justo después de que las puertas se
cerraran frente a ellos, un panel con un dispositivo de reconocimiento de voz y retina
descendió de un compartimento secreto, al tiempo que la voz de Aker pedía:
El agente Günter también se identificó, y después de ser bienvenido por Aker sintió
como el elevador comenzaba a descender.
–Es una buena chica. No debería estar pensando en involucrarse en esto –opinó
Günter con respecto a Eileen.
–Todos merecemos al menos una oportunidad de hacer lo que creemos que nos
gusta, Hans.
Las puertas del ascensor se abrieron y los agentes salieron hacia un pasillo
angosto con una sola dirección hacia su lado izquierdo. Dicho pasillo estaba elevado
sobre lo que era un espacio enorme lleno de cubículos, con unos cien agentes trabajando
frente a computadoras, y portando diademas con audífonos y micrófonos sobre sus
cabezas.
Al fondo de la gran sala se podía apreciar otra sección separada de esta anterior,
que se dividía en tres estaciones diferentes –de supervisión, de asistencia, y de
valoración de la información recibida–. En esta sección se encontraban unos cincuenta
agentes más trabajando en condiciones similares a las del área principal, sólo que este
espacio no se dividía en cubículos, mostraba mucho más movimiento, y nadie parecía
tener un lugar permanente de trabajo.
–Nunca me gustó seguirles la pista a asesinos seriales. Me dan asco las cosas
que pueden llegar a hacer esos tipos –declaró Günter mientras caminaba hacia la oficina
de Bruno.
– ¿De qué hablas?, ¡Son los casos más interesantes que podemos tener!, ¿Cuál
es el reto en perseguir a los criminales comunes? –Argumentó Sandoval.
–Buenos días, agentes. Tomen asiento por favor –ordenó cortésmente Fernando.
–Eso espero, Hans –respondió Fernando dubitativo–. Pero ese es otro asunto.
Pasemos al perfil del asesino serial del que me hablaban.
Günter miró a Sandoval, quien al momento sacó una tablet de 12 pulgadas que
guardaba debajo de su abrigo.
–Este podría ser el psíquico –o uno de los psíquicos–, que están detrás de las
posesiones de Ibáñez, y de tantos otros miembros de La Guardia –especuló finalmente
Fernando.
–Señor, nosotros…
–Los últimos tres casos se han dado en Londres en las últimas seis semanas,
señor. Naturalmente, en cuanto supimos de los dos primeros casos –gracias a nuestros
reportes de inteligencia–, nos esparcimos por varios bares, pubs, y antros nocturnos en
la ciudad, y gracias a esto uno de nuestros agentes identificó al que ahora es nuestro
principal sospechoso en un pub en Manchester. Pero necesitamos estar seguros de que
ese tipo es el psíquico que buscamos –reportó Sandoval.
–Inteligencia utilizó un algoritmo muy sofisticado para determinar los tres lugares
con el más alto grado de probabilidad en los que podría aparecer, y tendremos a varios
agentes más monitoreando otros cinco establecimientos –nunca está de más ser
prevenidos–. Nosotros nos posicionaremos estratégicamente al centro del área de más
probabilidad, y en cuanto cualquiera de los agentes nos confirme la localización exacta
del sospechoso, tanto el agente Günter como yo le asistiremos personalmente en el
operativo –detalló Sandoval.
–A menos que prefieras llevar a alguien más experimentado. Tal vez Karla, o Uri
–sugirió Günter para el descontento de Sandoval, quien se encontraba más que
dispuesto a participar en el que podría ser el más importante operativo de su vida.
–No creo que sea necesario, Günter. Estoy seguro de que la presencia de
Fernando en el operativo será más que suficiente para atrapar a este tipo –afirmó
Sandoval–. Claro que... si usted cree que es conveniente llevar a alguien más
experimentado... –agregó Sandoval al sentir que su comentario le hacía ver demasiado
impetuoso.
–Karla y Uri no están aquí –lamentó Fernando–. De cualquier manera, les dejaré
un mensaje en caso de que puedan…
CAPÍTULO 28
AL ACECHO
–Puedo ver a la chica, pero no hay señal de los muchachos o de alguien que le
escolte –reportó el agente Sandoval por radio.
–No es posible que se encuentre sola, y menos en un lugar como este. Abran bien
los ojos, agentes –ordenó Fernando.
Fernando fingía tomar tragos de la cerveza que tenía sobre la mesa en la que se
encontraba –pero en realidad lo que había hecho era derramar la mitad del tarro a un
costado de la mesa asegurándose de que nadie lo viera–, ya que no tomaba bebidas
embriagantes con regularidad, y mucho menos cuando se encontraba en servicio.
Después de observar el lugar una y otra vez con gran detenimiento, Fernando se
convenció de que la joven estaba en el lugar sin la compañía de ninguno de los otros
hijos de Don Miguel, y aparentemente sin algún tipo de seguridad personal.
¿Pero qué demonios está haciendo la hija de Don Miguel aquí sola? –Se preguntó
Fernando desconcertado.
– ¡El objetivo sé está acercando a la chica, señor! –Advirtió Günter con su marcado
acento alemán.
– ¡Lo tenemos, señor!, ¡Este es nuestro hombre!, ¡La está controlando! –Dijo
Sandoval acelerado.
– ¡Es una orden, Sandoval!, ¡Obedezca! –Intervino Günter con autoridad, quien al
igual que Fernando tenía un sexto sentido en este tipo de operaciones.
Fernando vio a Sandoval tirado boca abajo en medio de un círculo de gente que
le había visto caer repentinamente. Vio a Günter caminar apresuradamente hacia él con
su arma discretamente lista en su mano derecha, y girando su cabeza alrededor
buscando a un posible tirador.
– ¡He’s got a gun! –Gritó una mujer aterrorizada al ver el arma de Günter.
Günter volteó de inmediato hacia Sandoval, y miró aterrado como este sacaba un
arma de detrás de su cintura. Su rápida reacción llegó justo a tiempo para desviar de un
manotazo la dirección del arma en la mano de su compañero –evitando así un disparo
que iba directo a su cara, pero no lo suficientemente rápido para evitar que la bala le
atravesara la clavícula derecha.
Günter chilló de dolor al recibir el impacto. Pero el dolor físico no se comparaba a
la angustia de ver a su compañero de tantos años de servicio apuntándole directamente
a la cabeza a tan sólo un metro de distancia, y sin la menor expresión de compasión, o
duda.
En tan solo una milésima de segundo Fernando decidió lo que iba a hacer, y se
dio cuenta de que sólo tendría una oportunidad para lograrlo.
¡Ahora o nunca!
El movimiento de Günter le salvó de una bala que le pasó rozando la nuca, pero
le costó que un segundo proyectil le hiriera la parte lateral interna del muslo derecho. Sin
embargo –y a pesar de sus dos heridas de bala–, Günter levantó su arma desde su
incómoda posición en el suelo, y soltó tres disparos a ciegas hacia donde calculaba que
se encontraba su atacante –con la intención de ahuyentarlo en caso de que este quisiera
acercarse a terminar el trabajo–, pero este ya se encontraba en su carrera de escape
hacia la entrada principal del lugar.
Günter cooperó con este movimiento a pesar de la enorme cantidad de dolor que
el mismo le causó, pero Fernando se dio cuenta de que la herida en la pierna del alemán
le imposibilitaría caminar. Así que se inclinó frente a él, lo abrazó por la cintura, y lo cargó
sobre su hombro izquierdo.
– ¡Negativo señor!, ¡Quédese dentro del lugar!, ¡Repito!, ¡Quédese den…! –Trató
de decir una voz femenina antes de ser interrumpida por algo, o alguien.
Fernando estaba a punto de protestar sin detener su paso acelerado entre la gente
que aún lo miraba como una amenaza y se hacía a un lado sin titubear, cuando escuchó
disparos que venían justo de afuera del pasillo que les conduciría a él y a Günter a la
salida.
Lo primero que Fernando pensó fue que su mejor oportunidad de sobrevivir sería
frustrando el muy probable intento de emboscada saliendo rápidamente del lugar -
además de que regresar pondría en peligro a los civiles-, pero reconsideró su situación
cuando no pudo obtener respuesta alguna de su equipo, y entendió que con Günter sobre
su hombro izquierdo, y con los disparos justo a la vuelta de la esquina de un pasillo de
ocho metros de largo –en el cual se había quedado a la mitad–, su mejor opción era estar
listo al encuentro de un posible atacante, y disparar primero sin margen de error.
Dos disparos más se escucharon, y esta vez uno de ellos se estrelló contra uno
de los muros al final del pasillo.
–Sea quien sea, claramente se dirige hacia acá –pensó Fernando sin dejar de
apuntar hacia la esquina que daba a la puerta.
Fernando casi le disparó al momento de verlo aparecer frente a él. Por desgracia,
la satisfacción de no haber disparado sobre un inocente terminó muy pronto, ya que al
menos cuatro disparos más se escucharon, y el joven cadenero cayó abatido sobre la
pared detrás de él.
¡Estamos rodeados!
Fernando estaba consciente de que el agente sabía que lo tenía en sus manos, y
supo que no había manera de que pudiera recuperarse a tiempo en esta ocasión.
Además, lo más seguro era que alguien más estuviera ya emboscándolo por el lado
contrario del pasillo.
Fernando ya ni siquiera se esforzó por tratar de disparar el arma que aún sostenía
en su mano izquierda, y mucho menos por volver a tomar el arma que soltó al ser
alcanzado por la bala de uno de sus ex-subordinados –quien ya le apuntaba desde el
extremo del pasillo.
– ¡Tenemos que irnos, Günter! –Determinó Fernando con gran esfuerzo al tratar
de ponerse de pie.
– ¡Sufrimos muchas bajas, señor!, ¡Debemos irnos de aquí antes de que llegue la
policía!, ¿Cuál es su ubicación? –Preguntó Santini justo antes de girar hacia el pasillo en
donde se encontraban Fernando y Günter aún tratando de ponerse de pie.
La agente Santini se congeló por una fracción de segundo al ver los cuerpos de
sus ex-compañeros en el piso.
– ¡Tengo un auto!, ¡Diríjanse ahora mismo hacia la salida de atrás del bar para
extracción! –Indicó el agente Robles.
– ¡Vamos para allí! –Confirmó la agente Santini con su marcado acento argentino–
, ¿Puede caminar, señor? –Preguntó Santini señalando la herida en el costado de
Fernando, que había dejado una considerablemente amplia mancha de sangre sobre su
camisa a pesar de haber sido solamente un rozón.
Ante esto, Santini soltó a Günter e inmediatamente apuntó su arma con ambas
manos hacia el conductor del vehículo.
–Una maldita trampa –murmuró Fernando–. Ese era un psíquico muy poderoso.
Se apodero de Sandoval en segundos, y sin ninguna dificultad –relató Fernando
preocupado–, ¡Y lo peor es que el otro maldito se escapó con la hija de Don Miguel! –
Explotó Fernando mientras golpeaba con fuerza el tablero del vehículo.
CAPÍTULO 29
VALORACIÓN PSICOLÓGICA
Hacía dos meses que el entrenamiento en el Cuartel General de La Orden había
terminado, y los novatos habían sido transferidos al Centro de Operaciones de La
Guardia –en donde además de someterles a acondicionamiento físico intenso, y
entrenamiento en técnicas de combate cuerpo a cuerpo–, ahora se les adiestraba en el
uso de armas, explosivos, y tácticas de operaciones especiales.
Carlos escuchó una parte de la conversación entre Erika y Arturo en la que ambos
coincidían en que no podían creer las cantidades de energía y fuerza tan inusuales que
poseían a últimas fechas –especialmente porque ninguno de los dos tuvo habilidades
atléticas decentes en su vida antes del entrenamiento.
Nada más genuino y transparente que una buena rabieta, un buen orgasmo, una
buena carcajada, o un buen susto –decía Eréndira con frecuencia.
Durante la etapa del entrenamiento inicial, la psiquiatra se reunía con Carlos una
vez al mes para darle su informe de valoración psicológica sobre cada uno de los novatos
–a los cuales veía una vez a la semana–. Pero una vez que estos llegaron a la parte final
de su entrenamiento en el Centro de Operaciones de La Guardia, Eréndira se reunió con
Carlos para presentar su informe final –ya que la incorporación oficial de los ex-pupilos
a La Guardia de la Orden dependía en gran parte de lo que ella presentara en su reporte.
Raúl presentaba conductas cada vez más agresivas y confrontativas –que iban
acompañadas de ideas obscuras–, y su actitud competitiva le llevaba a tratar
constantemente de entrar en las mentes de sus compañeros aún cuando no se
encontraban entrenando –razón que le valió un par de enfrentamientos con varios de los
mismos.
–Así es.
–Nada, que Arturo estaría mejor sólo en operaciones de logística por ahora –dijo
Eréndira con seriedad–. Su entusiasmo, dedicación, y compromiso con su entrenamiento
y con La Orden en general son obvios. Sin embargo, sus altibajos emocionales, sus crisis
de ansiedad, y sobre todo sus ideas suicidas no deben tomarse a la ligera –advirtió la
española–. Por lo que, recomiendo monitoreo constante, la medicación que ya le he
prescrito, y seguimiento terapéutico.
–Mira que Raúl es el tío más comprometido de todos. Que de eso no tengo duda
alguna.
–Es una realidad que su actitud con tendencias antisociales podría causar
estragos en operativos reales. Especialmente por su problema con las figuras de
autoridad, y su actitud retadora –describió Eréndira.
–Todos estamos preocupados por estos sujetos y lo que pueden hacer –aceptó
Carlos–. Poseer la mente de una persona ya era lo suficientemente preocupante. Pero
poseer las mentes de al menos seis agentes entrenados de La Guardia con tanta
facilidad es… alarmante.
–Las cosas no han estado del todo bien en La Orden. Y es por eso que no he
tenido muchas noticias de ellos. Pero supongo que deben de estar también sumergidos
en el asunto.
– ¿Que podemos hacer contra algo así, Carlos?
–No lo sé. Estoy tan preocupado y confundido como todos los demás en La Orden.
Pero te pido por supuesto que nadie más en La Guardia sepa de esto. No podemos
alterarlos –pidió Carlos al darse cuenta de que su sinceridad había sido impertinente–.
Además, tenemos de nuestro lado a dos de los psíquicos más poderosos que existen.
– ¡Claro!, ¡Máximo y Ek Chuak seguro nos sacarán de esta como siempre! –Dijo
Eréndira con renovado optimismo.
–Bueno. Yo hablaba de mí, y de Ek. Pero supongo que Max es bueno también –
Bromeó Carlos.
CAPÍTULO 30
KAPPA Y OMEGA
– ¡No hubo nada que pudiera hacer!, ¡Tenia al menos a seis agentes de La Orden
detrás de mí!, Incluyendo al tipo ese… Fernando, creo que se llama –argumentó Omega–
, ¡No sé cómo diablos supieron que Kappa estaría ahí!, ¿Cómo pudieron identificarlo?
Omega sabía que Delta no confiaba en él, y que esta conversación era
oficialmente un interrogatorio en su contra.
– ¡Debiste dispararle a ese idiota! –Dijo Delta iracundo–, ¡A estas alturas La Orden
ya debe de haberlo exprimido!
–Kappa estaba totalmente distraído con una chica –Omega continuó su relato
ignorando por completo la rabieta de Delta–, y yo pensé que lo mejor sería utilizarlo de
carnada para ubicar a sus posibles atacantes, asesinarlos, y tratar de sacarlo de ahí lo
antes posible. Pero el muy idiota decidió que era hora de llevarse a su víctima a otro
lugar, y nunca se le ocurrió checar si alguien lo seguía. Lo extraño fue que mientras él
tomaba camino con la chica hacia la puerta de atrás, un hombre se levantó de su lugar
golpeando aparatosamente la mesa con su mano. El tipo estaba enfurecido.
Delta miraba atento a Omega sin perder detalle alguno de su relato –a diferencia
de Alfa–, quien también escuchaba la historia, pero sin dejar de ver por la ventana el
tráfico de personas que circulaban por la calle.
–El tipo no dejaba de ver a Kappa y a la chica. Pero lo que lo delató por completo
es que se detuvo por un momento con su mano por detrás de su cintura. Fue ahí donde
supe que ese hombre estaba armado, y que era seguramente uno de los hombres de La
Guardia. Así que me apoderé de él. Cayó al suelo, y otro de los agentes se acercó
corriendo a ayudarle, pero para su mala suerte yo ya le había ordenado que les disparara
a todos sus compañeros –y así lo hizo, aunque el muy idiota no pudo más que herirlo en
el hombro–. Pero gracias a esa acción sorpresiva es que logré ver entre la gente al tipo
ese de La Orden... Fernando –el rostro de Omega se llenó de culpa y vergüenza antes
de continuar relatando lo ocurrido. Bajó su mirada al piso, y continuó–. Lo tenía frente a
mí, pero... nunca se distrajo como todos los demás. No bajó la guardia, y de algún modo
me identificó instantes antes de que le disparara.
– ¡Vaya que es rápido ese malnacido!, Saltó hacia un lado buscando cobertura, y
le disparó a su propio agente al mismo tiempo. Él ya sabía que estaba bajo mi control,
¿Cómo demonios pudo saberlo? –Se preguntó Omega molesto–, El punto es que esa
había sido mi única oportunidad y la desperdicié. Todavía traté de matar al otro agente
que estaba herido, pero... se alcanzó a cubrir detrás de unas mesas.
–Supongo que no, pero… Kappa ya estaba perdido a esas alturas. Lo único que
yo tenía en mente en ese momento era salir de ahí –se justificó Omega.
– ¡Claro que no! –Se defendió Omega indignado–, ¡Quedarme hubiera sido
estúpido!, ¡Y lo comprobé al salir del lugar!, Ahí ya me esperaban otros cuatro agentes
de La Guardia que me ordenaron que me detuviera. Pero los pobres bastardos no
esperaban el ataque a traición de sus propios compañeros bajo mi poder. Yo me escabullí
mientras se mataban entre ellos, y todavía logré manipular a uno más para que
sorprendiera al tal Fernando por la puerta de atrás.
Delta giró su cabeza hacia Alfa exigiendo algún tipo de comentario u opinión sobre
el asunto. Después de todo, él era el líder.
CAPÍTULO 31
Cabe señalar que, aunque Máximo y Bruno eran jerárquicamente las cabezas de
La Orden y La Guardia respectivamente, cientos de operaciones –las categorizadas
como de media o baja prioridad–, se llevaban a cabo día a día sin el visto bueno de
alguno de ellos. Sólo las operaciones calificadas como de alta prioridad eran
supervisadas y analizadas personalmente por los mismos.
A diferencia de lo que habían creído por muchos años, ahora La Orden sabía que
Los Nobles no eran sus únicos enemigos en el mundo, y que la reciente aparición de
psíquicos hostiles no sólo significaba una nueva amenaza, sino también el hecho de que
La Orden ya no era una sociedad tan secreta como alguna vez lo había sido.
En los últimos cinco años, habían surgido más casos de psíquicos solitarios
causando estragos, o cometiendo crímenes en diversas partes del mundo –contrario a
lo que La Orden creía, aparentemente sin necesidad de una inducción psíquica, y sin
que estos tuvieran algún tipo de relación sanguínea con los árboles genealógicos de los
psíquicos conocidos por ellos–. Esto era alarmante por varias razones, pero
especialmente por el poder que un solo psíquico podía ejercer sobre un gran número de
personas normales.
En uno de sus últimos casos, Karla y Uri habían rastreado a un psíquico que se
había apoderado de toda una pequeña comunidad en Japón. Al verse emboscado y
acorralado, el sujeto se suicidó.
CAPÍTULO 32
ADVERTENCIA TARDÍA
– ¡No tenemos mucho tiempo! –Dijo el hombre aún tambaleante–, ¡Están a punto
de atacarnos!, ¡Llamen a un código rojo!, ¡Alerten a todos!
– ¿Y cómo sabes todos estos detalles acerca de este supuesto ataque, Román?,
¿Hay algo más que debamos saber? –Indagó Uri.
– ¡Le estoy diciendo que están a punto de atacarnos!, ¡No tenemos tiempo que
perder ahora con estos detalles! –Gritó Román desesperado.
– ¡No entienden!, ¡Deben prevenir a todos ahora mismo!, ¡Los tenemos enci…!
Román fue interrumpido por el estruendo de una explosión proveniente del piso
de arriba, que a su vez fue seguido por la sacudida que la misma provocó en la estructura
de la oficina.
– ¡No hay tiempo!, ¡Deben de alertar a todos ahora! –Gritó Román cubriéndose la
cabeza instintivamente e inclinándose.
Uri estaba por tomar el teléfono cuando una explosión mucho más cercana cimbró
con fuerza su oficina, y la ubicación del estallido les reveló a los agentes que había
ocurrido en el área de los elevadores de acceso al piso.
– ¿Por qué Aker no activó las alarmas? –Se preguntó Karla totalmente perpleja.
Dos explosiones más se hicieron sentir a los pocos segundos. En esta ocasión
por debajo de ellos en el piso de telecomunicaciones.
CAPÍTULO 33
ATRAPADOS
En total eran veintisiete hombres fuertemente armados los que bajaron hasta el
último nivel, en donde se dividieron en tres unidades de cinco hombres –los cuales se
esparcieron por el piso con rapidez–, y el resto se quedó rezagado cubriendo el acceso
al piso.
Los intrusos comenzaron a recorrer cada espacio del tercer nivel con la intención
de asegurarse de que nadie sobreviviera, pero después de las potentes explosiones en
los niveles anteriores, el factor sorpresa ya no estaba de su lado.
– ¡Tenemos que irnos! –Urgió enérgicamente Imox al entrar de golpe a uno de los
dormitorios de mujeres.
– ¡Oye!, ¡¿Qué no sabes que debes de tocar antes de entrar?! –Protestó Melisa
desde el otro extremo de la habitación.
– ¡Shhhh! –Ordenó Imox con una actitud autoritaria nada común en él.
– ¿Que está pasando allá afuera, Imox? –Preguntó Ixtab con el teléfono en la
mano derecha–. La línea está muerta.
Imox avanzó rápidamente hacia su hermana y la jaló del brazo con fuerza, pero
con el cuidado suficiente como para no lastimarla. Ixtab estuvo a punto de protestar y
resistirse, pero una ráfaga de balas se escuchó en el pasillo que estaba a la vuelta del
dormitorio.
¡Oh, no!
Melisa e Ixtab se miraron aterrorizadas, mientras que Imox caminaba rápida pero
sigilosamente hacia la puerta de la habitación. Inclinó su cabeza y cerró sus ojos tratando
de concentrarse en escuchar con detalle lo que sucedía afuera, al tiempo que su mano
izquierda empuñaba con fuerza la cerradura. Era evidente que su postura mostraba que
ya había tomado la decisión de salir de ahí. Sólo esperaba el momento adecuado.
El tren.
Los disparos se acercaron al inicio del pasillo en el que se encontraban, así que
Imox les cedió el paso a Ixtab y a Melisa con la intención de protegerlas –después de
darse cuenta de que los disparos estaban cada vez más cercanos a sus espaldas.
Ixtab y Melisa quedaron inmovilizadas por el miedo al instante. Por fortuna para
ellas, Imox ya tenía un movimiento en mente.
El joven psíquico se lanzó sobre las espaldas de ambas y las empujó con fuerza
hacia al suelo, al tiempo que él también se dejaba caer, y en su mente ordenaba:
Ninguno de los hombres pudo disparar ni una sola vez –a pesar de haber tenido
a sus objetivos desarmados, y de espaldas–, gracias a la rápida y exitosa inserción de
Imox en sus mentes.
–Si estos tipos llegaron tan lejos es porque probablemente todos allá arriba están
muertos. Nuestra mejor opción es llegar al tren antes que ellos –aseguró Arturo antes de
lanzarle una de sus armas a Imox.
– ¡Esta es la vida real!, ¡Debes de estar atenta! –Exigió Imox con una mezcla de
enojo y preocupación.
Ixtab no tuvo que responderle a su hermano para expresar su acuerdo con lo que
él decía, y Melisa comprendió que esta reprimenda iba dirigida indirectamente a ella
también.
Imox vigilaba sus espaldas a cada paso que daba, y era notable que su estado de
alerta era proporcional a sus instintos sobreprotectores para con su hermana. Melisa e
Ixtab seguían frustradas y atemorizadas, y era más que obvio que ambas aún luchaban
por asimilar lo que ocurría a su alrededor.
Liderando al grupo, Arturo caminaba con paso firme, y sin un rastro de tensión en
su rostro. El Arturo juguetón, bromista, y bonachón que habían conocido al inicio de su
entrenamiento se había transformado en una persona muy diferente hacía ya algún
tiempo.
Al llegar al final del amplio pasillo, los cuatro jóvenes giraron a la derecha para
internarse en un estrecho y corto corredor, que les llevaría hacia una solitaria y maltratada
puerta con una gastada placa de aluminio que decía:
“Mantenimiento”.
– ¡Agente Melisa Casamayor solicitando acceso al tren por código rojo! –Gritó
Melisa con desesperación.
–No hay Aker, no hay salida, y por lo visto no hay refuerzos –dijo Arturo más para
sí mismo que para los demás–. Tendremos que defendernos por nuestra propia cuenta.
– ¡Son demasiados!, ¡Y tienen muchas más armas que nosotros! –Refutó Melisa.
– ¿Creen que esos tipos no nos llenaron de balas por no saber cómo utilizar sus
armas? –Preguntó Arturo sarcásticamente–, Imox los detuvo mientras yo les disparaba.
Al haber comprendido esto –y al ver que Arturo e Imox tenían toda la intención de
poner un plan en acción–, ambas jóvenes se resignaron a la idea de lo que tenía que
pasar a continuación. A final de cuentas, parecía que esa era la única opción que tenían
para tratar de salir vivos de ahí.
– ¿Qué obtuviste, hermano? –Le preguntó Arturo a Imox.
–Lo mismo que yo –confirmó Arturo–. Muy bien, Imox y yo nos encargaremos de
disparar, y ustedes de que no nos disparen –organizó Arturo.
Imox asintió después de una fuerte exhalación, al tiempo que Melisa e Ixtab
pasaron un trago amargo de saliva, y respiraron profundamente.
–Ixtab. Quiero equivocarme en esto, pero… creo que debe de haber al menos un
psíquico detrás de esto. Necesito que estés alerta y nos protejas –ordenó Arturo–. Eres
la mejor bloqueadora de todos nosotros.
–Muy bien. Nosotras insertamos, y ustedes disparan, ¿Algo más? –Intervino una
Melisa mucho más decidida y menos recatada.
–Salimos de aquí matando a quien se ponga frente a nosotros que no sea de los
nuestros, y nos encargamos de encontrar y desactivar los explosivos antes de que nos
vuelen en pedazos –resumió Imox.
–No. Son demasiados, y no sabemos cuánto tenemos antes de que detonen los
explosivos. No tenemos tiempo para convencerlos de que no nos ataquen –expuso Imox
con decisión.
En cuanto Arturo puso su mano en la perilla de la puerta, los cuatro psíquicos –ya
perceptivamente abiertos a conexiones mentales–, extrajeron varios pensamientos de
un grupo de intrusos que ya estaba a unos cuantos pasos de su posición.
La primera extracción fue obtenida de la mente del líder del escuadrón, quien
visualizó la escena de la orden que le daría a su unidad, y después recreó todos los
movimientos que cada uno de sus subordinados llevaría a cabo –tal y como lo habían
efectuado decenas de veces en operativos reales, y en rutinas de entrenamiento.
Otro de los hombres de la unidad se había roto el antebrazo derecho hacía apenas
unos meses, y esta era su misión de reincorporación después de su terapia de
rehabilitación. La realidad era que el sujeto no había recuperado del todo la confianza en
sí mismo, y precisamente en este operativo había cometido ya un error que terminó
costándole la vida a uno de sus compañeros.
Por último, uno de los atacantes acababa de ser asignado a este escuadrón
después de que seis meses antes hubiera sido el único sobreviviente a una emboscada
en una misión especial. A pesar de haber asistido a varias sesiones de seguimiento
terapéutico, el sujeto estaba lleno de ira y culpa por lo sucedido a su anterior escuadrón,
y actuaba de manera temeraria debido a los pensamientos suicidas recurrentes que
venían a su mente desde el incidente. Siempre había tenido problemas con la autoridad,
y consideraba especialmente a su nuevo líder de unidad un idiota lento y demasiado
precavido.
La táctica que el líder había ordenado consistía en que un hombre del escuadrón
se posicionaría al costado izquierdo de la puerta y dispararía dos veces contra la
cerradura de la misma. Inmediatamente después, un segundo hombre patearía la puerta
para forzar su apertura, y luego se giraría sobre su espalda buscando protección en el
muro a su derecha. Ante esto, el hombre que disparó anteriormente contra la cerradura
cubriría ahora la apertura de la puerta en caso de que alguien se encontrara esperando
su entrada –protegiéndose así del posible agresor al acecho, y protegiendo también a un
tercer hombre posicionado detrás de él que portaría ya activada una granada de mano
de fragmentos –misma que lanzaría al interior del lugar una vez abierta la puerta.
Después de lanzar la granada al interior, todos los hombres de la unidad buscarían
la protección de los muros laterales a la puerta, donde esperarían una nueva orden de
su líder que les indicaría el momento exacto en el que deberían entrar y neutralizar a
cualquier sobreviviente a la explosión.
Al recibir el impacto del peso del cuerpo del compañero que había sido lanzado
hacia él, el recuerdo del dolor intenso de su lesión en el antebrazo derecho le fue revivido
inesperadamente en su mente –haciendo que su brazo derecho se levantara
rápidamente en un acto involuntario de autoprotección, y provocando con esto la
momentánea pérdida de presión que sus dedos ejercían sobre el artefacto explosivo
sostenido en su mano.
Unos segundos antes, Ixtab recordó lo que Bruno había dicho en una sesión de
entrenamiento de inserción de ideas.
Una idea insertada debe de ser lo suficientemente sutil como para que sea
confundida con una idea propia del objetivo. De otra manera, lo único que le provocará
será una muy breve duda.
Imox y Arturo tomaron la delantera con los ojos bien abiertos, y sus armas listas –
ignorando los cadáveres desgarrados de los sujetos que iban a tratar de asesinarlos
hacía apenas unos segundos.
Melisa e Ixtab trataron de ignorar también la escena tan poco placentera a la vista,
pero Melisa notó que uno de los atacantes seguía aún con vida.
– ¿Qué pasa, Melisa?, ¡Tenemos que irnos! –Urgió Imox en la mente de Melisa al
notar su rezago, pero esta le indicó que esperara un momento con un movimiento de su
mano.
–Aunque pudiéramos con ellos, afuera hay al menos cincuenta hombres más
esperando –agregó Melisa.
–Entonces tenemos que restablecer a Aker, activar el tren, y huir al cuartel general.
Estamos cerca del servidor –propuso Imox con optimismo.
Arturo les hizo una señal repentina con su brazo derecho para advertirles que algo
estaba sucediendo.
–Ya tienen el dispositivo. Están ordenándoles que salgan para poder detonar los
explosivos –advirtió Arturo.
–Ósea que de una u otra forma estamos muertos –dijo Melisa mientras se
inclinaba para tomar un arma del piso, y sin preocuparse más por comunicarse
telepáticamente para no hacer ruido–. Pero al menos no nos quedaremos con los brazos
cruzados.
Melisa e Ixtab trataron de tomar las Uzis que sus atacantes portaban antes de la
explosión, pero los estragos de esta les habían dejado totalmente inservibles –así que
ambas tuvieron que conformarse con las armas cortas que habían sido protegidas por
las fundas en las cinturas de sus antiguos dueños.
Giraron a la izquierda al final del amplio pasillo, avanzaron veinte metros más, y
después giraron a la derecha –posicionándose frente al amplio lobby de acceso a ese
piso, el cual ahora mostraba un enorme orificio en el lugar en el que antes había un
elevador.
Doce hombres más estaban estacionados ahí. Pero a pesar de esta amenaza, los
novatos no se detuvieron.
Arturo e Imox dispararon sus armas sin escatimar en balas, mientras corrían hacia
dos de cuatro columnas que se encontraban a unos diez metros frente al orificio que
significaba su único escape del lugar –seguidos muy de cerca por Melisa e Ixtab.
El fuego se centró momentáneamente en las columnas del centro –en las que
Arturo e Imox habían logrado resguardarse por muy poco–, dejando el camino libre para
que Ixtab tomara una columna en el flanco derecho, y Melisa otra en el izquierdo.
– ¡No puedo extraer ni insertar nada! –Dijo Melisa de nueva cuenta en la mente
de sus compañeros–, ¿Alguien puede hacer algo?
– ¡Nada!, ¡Estos tipos son mejores bloqueadores que Ixtab! –Respondió Imox
tratando de pegar su espalda aún más en la columna que era su única protección.
– ¡Chequen sus flancos y cuiden sus municiones!, ¡Pase lo que pase no pierdan
su posición! –Ordenó Arturo justo antes de que una bala pasara muy cerca de su sien
derecha.
– ¡Imox! –Gritó Ixtab desde el lado derecho del lobby, totalmente aterrorizada y
haciendo todo su esfuerzo por pegarse a la columna que apenas le brindaba protección
de varias ráfagas de balas que le rozaban por ambos lados.
Imox gritó de desesperación al ver como una bala alcanzaba el muslo izquierdo
de su hermana menor. Ixtab soltó su arma, y cayó al suelo en medio de un agudo grito
de dolor –movimiento que inmediatamente la dejó aún más expuesta a la lluvia de balas
que ya la rodeaba.
Imox no dudó por un solo segundo antes de correr hacia donde estaba su
hermana, y Arturo comprendió que tendría que exponerse para cubrir a su amigo, y la
posición tan importante que este había abandonado.
Arturo tomó una profunda bocanada de aire, y giró rápidamente hacia su derecha
–quedando totalmente al descubierto–, para poder así disparar cuatro veces sobre los
sujetos que asediaban a Ixtab, y provocar que estos cambiaran la dirección de su fuego
hacia él.
Melisa –al igual que Arturo–, discernió que con Ixtab vulnerable, Imox al
descubierto, y ahora Arturo herido y en la mira; ella tenía ahora el camino libre para soltar
los últimos tres disparos que quedaban en su cartucho, antes de que la ubicaran y la
atacaran.
Primero, escuchó un disparo muy cerca de su oído derecho, que provenía del
arma de alguien que estaba justo a un costado de ella. Inmediatamente después –y con
la mirada fija en el sujeto que ahora disparaba contra ella–, sintió un golpe muy fuerte en
el lado derecho de su cara, y todo se obscureció.
El veterano psíquico estaba consciente de que esta acción sería la última que
haría en su vida, pero no cuestionó o reprochó por un solo instante las razones que le
habían llevado a tomar esta decisión. De hecho, no vio pasar su vida en un flash delante
de sus ojos. Tampoco pensó en la gente que lo iba a extrañar, o en lo que no alcanzó a
decir o hacer en su vida. El único pensamiento en la mente de Carlos en ese momento
era el de lograr llegar a tiempo para rescatar a Melisa Casamayor.
CAPÍTULO 34
CAOS
¿Qué me pasó?
Transcurrieron tres minutos antes de que la agente pudiera recuperar el sentido
de la orientación, y la memoria a corto plazo –y fue esta última la que le recordó sus
prioridades.
¡Uri!
Karla volvió a ponerse pecho a tierra al instante, y agachó su cabeza tanto como
pudo –y gracias a este movimiento–, la psíquica logró ver el brazo de Uri por debajo de
los escombros.
–We’re done here, sir. Explosives have been set-up successfully. Waiting on
confirmation for extraction, sir. Over –escuchó decir Karla a uno de los intrusos por radio.
La CIA.
–No lo sé. Creo que… creo que sí. Al menos muy adolorido –confesó Uri aún en
proceso de volver en sí–. De hecho, estaba esperando que intentaras besarme como
último recurso, pero elegí una posición muy incómoda para esperar –bromeó Uri.
Karla trató de lanzarle una mirada reprobatoria, pero fue vencida por una sonrisa
involuntaria –provocada principalmente porque esta broma le dejaba saber que su
compañero estaba en buen estado–, pero que se obligó a disipar de inmediato para
volver a concentrarse en la compleja circunstancia en la que se encontraban.
–Son agentes de la CIA. Pero en realidad están trabajando para los psíquicos que
hemos tenido encima desde hace un tiempo.
– ¿Cómo lo sabes?
–Hay nueve atacantes en total. De esos nueve, seis han sido poseídos –respondió
Karla con preocupación.
–Así es.
–Tenemos que intentarlo. Van a explotar el lugar al salir de aquí –reveló Karla.
–Fer no parece estar aquí, Uri –afirmó Karla sabiendo que era a Fernando a quien
Uri se refería en específico–. Somos sólo tú y yo, y no hay otra mane…
–Muy bien –dijo Uri antes de soltar un largo suspiro–, ¡Haz lo tuyo, hermosa!
– ¿Qué vas a...?, ¡No!, ¡Uri espe...! –Karla intentó detener a su compañero, pero
el segundo al mando de La Guardia de la Orden ya estaba de pie.
Uri se levantó de entre los escombros con su arma levantada en la mano derecha.
Disparó seis veces mientras avanzaba hacia una nueva posición de cobertura, y tres de
sus disparos hirieron mortalmente a dos de los hombres armados que estaban de
espaldas al montón de escombros donde Uri y Karla habían encontrado un escondite
accidental. Un disparo más rozó el hombro de un tercer atacante, quien rápidamente se
lanzó a un costado –esquivando así dos descargas más del arma de Uri.
– ¡No voy a dispararle a ese hombre!, ¡Primero debo buscar cobertura! –Insertó
Karla en la mente de otros dos atacantes–, quienes al instante desviaron sus miras de
Uri, y buscaron desesperadamente un refugio a sus alrededores –a pesar de que su
objetivo estaba totalmente al descubierto y vulnerable.
Karla tuvo suerte de que los dos hombres que tenían la mejor posición para
dispararle a Uri eran dos de los únicos sujetos que no estaban poseídos –dándole así la
posibilidad de insertarles una idea–. Uri notó esta acción tan bizarra e incoherente de
parte de sus atacantes, y supo de inmediato que su ángel de la guarda lo había salvado
una vez más.
– ¡Eres la mejor! –Gritó Uri eufórico una vez que encontró protección detrás de
otra pila de escombros.
Tres hombres más entraron en la escena –abandonando por completo su posición
de asedio sobre los pocos agentes que seguían atrincherados en la cafetería y baños
del piso–, y concentraron su fuego sobre el lugar en donde Uri se había cubierto. Por
desgracia para este, los escombros eran demasiado débiles para proporcionar buena
protección ante el poder de las armas de sus atacantes –razón por la que Uri tuvo que
rodar a su derecha, esquivando por muy poco dos disparos que seguramente le hubieran
alcanzado.
Desafortunadamente, lo que Uri no sabía al haber iniciado su ataque era que Karla
estaba desarmada –lo cual nunca pasaba–. Además, los tres sujetos que ahora lo
atacaban estaban poseídos, así que la inserción no era una posibilidad en esta ocasión.
Uno de los hombres se dio cuenta de lo expuesto que estaba Uri, y avanzó con
determinación a flanquearlo por la izquierda, justo frente a las narices de Karla –quien
notó de inmediato que aún no había sido detectada, y entendió que ahora tenía solo dos
opciones. Atacar con rapidez, o ver a uno de sus mejores amigos morir.
Frente a ella estaba el enorme agujero por donde habían descendido los intrusos.
Calculó que podría llegar ahí a toda velocidad después de lanzar un par de ráfagas de la
ametralladora que ahora tenía en su poder, pero de ninguna manera dejaría a Uri solo
para que fuera ejecutado como una rata acorralada.
Los ojos de Omega se posaron sobre Karla, y esta sintió un fuerte jalón interno
tan poderoso, que dudó poder resistirlo por mucho tiempo.
A continuación, Karla vio varias balas perseguir a Omega –quien rodó hacia su
lado izquierdo con una velocidad increíble, logrando posicionarse detrás de un escritorio
muy cercano al orificio por donde había entrado hacía unos instantes.
En cuanto Fernando aterrizó sobre su espalda, lanzó sus piernas con fuerza hacia
su costado derecho para ponerse de pie en un poderoso y veloz movimiento que le ubicó
a un paso de un segundo atacante –quien se dio cuenta de la presencia del psíquico
demasiado tarde–. Fernando le propinó un golpe rápido y poderoso con la punta de los
dedos de su mano derecha sobre la garganta, antes de arrebatarle con facilidad la Uzi
semiautomática que el sujeto soltó al momento de recibir el ataque –misma que utilizó
un segundo después para dispararle en el estómago a quemarropa.
¡Justo a tiempo!
Karla tuvo que desentenderse de Omega y disparar sobre los dos hombres
restantes en el piso –los cuales ahora habían dejado de dispararles a ella y a Uri para
defenderse de la nueva amenaza que representaban Fernando y Santini a sus espaldas–
. Como era de esperarse, Omega aprovechó esta situación para saltar hacia una de las
cuerdas que colgaban del orificio que era el único acceso a este nivel, y comenzar a
impulsarse hacia arriba con una rapidez realmente extraordinaria.
– ¡Maldita sea! –Gritó Karla frustrada al saber que Omega se le había escapado.
Después de todo, ella era quien tenía la mejor posición para dispararle.
– ¿Estás bien? –Preguntó Uri aún checando sus alrededores con precaución.
–Lleven a los sobrevivientes y heridos al tren. No hay mucho tiempo –Le ordenó
Fernando a Santini.
–Carlos y los chicos necesitan ayuda ahí abajo –Le indicó Fernando a Karla sin
detenerse.
Sin dar más explicaciones, Fernando también se lanzó hacia una de las cuerdas
y comenzó a ascender con facilidad y destreza.
Karla tomó una de las cuerdas y descendió con rapidez hacia el tercer nivel.
¡No!
El cuerpo ensangrentado de Carlos yacía en el suelo a un costado del de Melisa,
y dos hombres avanzaban concentrando su fuego sobre una columna al lado derecho
del lobby, en la que un herido Arturo se encontraba acorralado y sin municiones.
Karla disparó sin odio sobre los dos hombres. Simplemente accionó el gatillo
porque esto era lo último que debía hacer antes de llegar a donde en realidad quería
estar en ese momento.
Dejó caer su arma y cayó de rodillas con lágrimas en los ojos. Se inclinó sobre el
cuerpo de Carlos y lo besó tiernamente en la frente mientras acariciaba su mejilla
derecha con suavidad.
–Tranquila. Ya estamos bien –le dijo Arturo tocando su hombro con gentileza, y
extendiéndole su mano izquierda para ayudarle a levantarse.
Melisa se levantó con un claro estado de shock impregnado en su rostro, y
manifestado también en la rigidez de su cuerpo.
–Tenemos que irnos –dijo Arturo con debilidad mientras ejercía presión sobre la
herida que tenía en su hombro.
Karla sabía que Arturo tenía razón –y por más que quería estar con el cuerpo de
Carlos–, sabía que tenía que poner a salvo a sus expupilos, y asegurar el paso seguro
hacia el tren para todos los sobrevivientes.
Mientras Karla batallaba por enfriar su cabeza y pensar con claridad, el estruendo
de una explosión en el segundo piso cimbró fuertemente el lobby, provocando que el
techo del mismo se cuarteara debido a la sacudida.
– ¡Lo siento! –Dijo Karla antes de besar con ternura la fría piel de la frente del
cadáver de Carlos por última vez–, ¡Tenemos que llegar al tren cuanto antes!
Tan pronto como se puso de pie, Karla tomó la mano izquierda de Melisa y
comenzó a jalar de la misma para llevarla hacia el pasillo. Sin embargo, Arturo –quien
claramente había perdido mucha sangre–, era ahora el que permanecía inmóvil,
cabizbajo, y con su mirada fija en el otro extremo del lobby.
Karla se enfocó tanto en el dolor que la pérdida de Carlos le había causado desde
el momento en que lo vio tendido en el piso, que no se percató de que al otro lado del
lobby estaba el cuerpo ensangrentado y sin vida de Imox, yaciendo inerte entre los
delicados brazos de su hermana menor –quien parecía aferrarse a él con todas sus
fuerzas.
Ante esta horrible vista, Karla cayó sobre sus rodillas, se abandonó al dolor, y
decidió que en ese momento quería estar ahí llorándole a Carlos, y a Imox. Decidió que
no quería ser la profesional que debía mantenerse estoica ante la desgracia de ver morir
injustamente a gente buena y valiosa, a manos de gente ruin, y sin escrúpulos.
Recordó la manera en que los padres de Raúl habían muerto a manos de Berni
después de haber sido poseídos como títeres. Tres personas buenas –y agentes
ejemplares–, siendo víctimas de psicópatas y desalmados.
Santini hacía todo lo que le era humanamente posible por controlar su llanto, y al
igual que Fernando y Uri intentaba sacarle la vuelta al cuerpo de Carlos.
– ¡Tenemos que irnos ya!, ¡Llévate a Melisa! –Le ordenó Fernando a Santini con
firmeza y autoridad.
–Ven conmigo, hermosa –dijo Uri con tristeza mientras ayudaba a Karla a
levantarse.
Fernando corrió hacia el otro extremo del pasillo, y de inmediato trató de separar
el cuerpo de Imox de su hermana –quien se aferró aún con más fuerza a él–. El psíquico
tuvo que utilizar la fuerza de sus dos brazos en cada una de las manos de Ixtab para
poder así despegarlas del cuerpo de su hermano.
– ¡Tu hermano murió para que tú vivieras!, ¡Y no voy a dejar que su muerte sea
en vano! –Gritó Fernando con evidente molestia y desesperación.
Ixtab miró a Fernando asustada –y es que este no era el tipo de persona que
perdiera el control y levantara la voz con facilidad. Al menos no era lo que se sabía de él
en La Orden.
Fernando cargó a Ixtab en sus brazos con el mayor cuidado posible para no
lastimar aún más sus heridas.
Arturo obedeció, pero no sin antes darles una última mirada a los cuerpos de su
mentor, y su amigo.
CAPÍTULO 35
RENDEZ VOUS
– ¡Dos segundos más y ese loco nos convierte en lluvia rosa! –Exclamó Erika.
–Es como los del escuadrón antibombas le llaman a la nube de restos humanos
después de una explosión –describió Erika.
Una hora antes, un equipo de ocho agentes –incluyendo a Tony, Raúl, Erika y
Daniel–, había llevado a cabo exitosamente un operativo en el que neutralizaron por
completo a toda una célula de cuarenta y tres terroristas, pertenecientes a un grupo de
musulmanes radicales que operaban en Europa central –con planes específicos de llevar
a cabo ataques en Bruselas, y París.
–De hecho, es raro que ni siquiera el imbécil de Raúl esté aquí a tiempo –señaló
Erika.
La razón principal por la que Raúl era considerado insoportable por la mayoría del
grupo, era que él prácticamente desayunaba, comía, y cenaba asuntos de La Orden, y
habilidades psíquicas. No tenía otros temas de conversación. Y aún en su tiempo libre
siempre estaba practicando, y tratando de utilizar a los demás como sus conejillos de
Indias.
– ¿Qué hacemos? –Preguntó Erika ahora también mirando hacia la calle con
cierta inquietud.
Erika miró su reloj de nueva cuenta, y suspiró. Estaba a punto de hablar, pero fue
distraída por algo que vio en la calle.
–Salté sobre el pasamanos hacia el piso de abajo. Miré hacia arriba, y vi a Raúl
darle el tiro de gracia a Castillo. Gritó mi nombre cuando iba escaleras abajo, pero yo no
me detuve sino hasta llegar aquí.
Daniel instintivamente dio un paso hacia su hermano al verlo herido –mismo que
le hizo perder un segundo y dárselo de ventaja al italiano–, quien no dudó en disparar al
instante sobre Daniel.
La bala de Baggio pasó tan cerca de la cara de Daniel, que este pudo sentir como
el aire que la misma desplazaba le tocaba la frente. Daniel se dejó caer al suelo sin
siquiera pensarlo, esquivando así un segundo disparo del arma del italiano.
– ¡Tire su arma al suelo, agente! –Advirtió Erika–, Pero el vacío en la mirada del
italiano, su falta de humanidad aún después de haber sido herido por un disparo de bala,
y su posición corporal de ataque ininterrumpida –a pesar de saber que un agente
entrenado a esa distancia no iba a fallar–, le dijeron a Erika lo que le había sucedido a
Baggio, y lo que ella debía hacer.
¡Está poseído!
Recordó en ese momento la descripción que Fernando les había dado a los
novatos en una orientación informativa durante su entrenamiento.
Antes de que Baggio volviera a levantar su arma por completo, Erika ya le había
disparado dos veces en el pecho.
Daniel no supo con exactitud que sucedía a su alrededor hasta que escuchó otro
disparo detrás de él. Simultáneamente, sintió la mano izquierda de Erika empujarle con
fuerza hacia abajo cuando estaba por levantarse –y una vez que su rostro se estrelló en
el piso–, escuchó un segundo disparo, y después sintió el peso del cuerpo de Erika caer
por completo sobre su espalda.
Tan rápido como pudo –puesto que tenía el cuerpo de su compañera encima–,
giró sobre su espalda para enfrentar a su atacante, y tratar de dispararle antes de que
este le disparara a él –aunque sabía con exactitud que Raúl tenía toda la ventaja, y que
era además de los mejores tiradores que había conocido.
– ¡Eres un bastardo miserable, Raúl! –Pensó Daniel con la intención de que este
recibiera su insulto lleno de ira antes de que lo matara cobardemente por la espalda.
¡Falló!
Sin haber sido herido antes de girar sobre su espalda, Daniel tenía ahora la
posibilidad de al menos poder hacer un disparo.
Una vez sobre su espalda –y con el dedo índice casi jalando el gatillo por
completo–, Daniel consideró que tanta ventaja no podía ser una coincidencia. Y no se
equivocaba.
–No tenemos mucho tiempo, Daniel. Nos están cazando a todos –dijo con
tranquilidad.
Erika.
Mientras tanto, Raúl volvió a checar sus flancos una vez más, y dejó su arma
levantada y lista para atacar a la altura de su hombro mientras se inclinaba a checar el
pulso de Tony.
Daniel –quien ya estaba de pie–, aceleró el paso hacia donde Raúl ahora se
quitaba su chaqueta de algodón y la ponía a presión contra las heridas sangrantes de
Tony.
–Esta gente tiene una emergencia y necesita mi auto sin demora alguna. Tomaré
un taxi a casa, y mañana me dedicaré a buscarlo.
El conductor descendió del auto rápidamente, y sin hacer pregunta alguna le cedió
el vehículo a Daniel con un ademán, justo antes de tomar camino hacia una avenida más
traficada en donde algunos minutos después tomaría un taxi.
Daniel abrió la puerta trasera del auto compacto de cuatro puertas, corrió hacia la
acera dónde Raúl lo esperaba sin despegarse de Tony, y con el mayor cuidado posible
entre los dos cargaron e introdujeron a su hermano en los asientos de atrás del automóvil.
Raúl tuvo que quedarse con Tony en la parte trasera del coche para seguir
haciendo presión sobre las graves heridas causadas por la entrada y salida del proyectil
en su cabeza, mientras Daniel manejaba a toda velocidad.
CAPÍTULO 36
INFORMACIÓN CLASIFICADA
–Si tan solo tuviera 40 años menos –lamentó Santiago con decepción.
–Estos sujetos no tienen dinero. No voy a perder mi tiempo con ellos –insertó Ek
Chuak.
–Mira, tío. Que me he olvidado de que tengo que prepararme para mi turno en el
escenario –dijo la chica alejándose de los dos sin mirar atrás.
– ¿En serio necesitabas lavarle el coco?, Solo con conocernos un poco se hubiera
ido en menos de cinco minutos –bromeó Santiago.
En la mesa del centro del lugar –situada justo frente a la orilla del escenario
principal para las bailarinas–, se encontraba un sujeto que vestía un pantalón blanco de
vestir, y una camisa de manga corta del mismo color con una pronunciada forma en V
alrededor del cuello que dejaba a la vista su prominente pelo en pecho.
–Ahí está nuestro hombre, Santi –señaló Ek Chuak aún con disimulo.
–No confío en que esté solo aquí, Santi. Abre bien los ojos y cuídame la espalda
–pidió Ek Chuak.
–Te tengo cubierto, Ek –confirmó Santiago antes de tomar camino hacia uno de
los rincones del lado izquierdo del lugar.
Ek Chuak avanzó hacia la derecha aún tratando de detectar algo raro en alguno
de los pocos sujetos que se encontraban en el recinto.
– ¿Le ofrezco una copa de mi cognac?, U ¿Os apetece alguna otra cosa? –Ofreció
Pablo.
–Joder –dijo Pablo con una sonrisa–. Ha utilizado mis propias palabras en mí
contra, señor.
–Está bien, señor –se resignó Pablo–. De cualquier manera, aunque quisiera no
podría detenerlo.
–Se que no tienes ni idea de donde están los hijos de Don Miguel. Así que sólo
tengo una pregunta para ti, Pablo –anunció Ek Chuak–, ¿Mataron ellos a todos Los
Nobles esa noche?
–Sin duda. Ellos planearon y llevaron a cabo todo –respondió Pablo sin pensar su
respuesta.
CAPÍTULO 37
El estruendo que vino junto con la sacudida –además del repentino apagón de las
luces en los vagones y el motor de la máquina–, les dejó saber a los pasajeros que el
Centro de Operaciones de La Guardia había sido destruido por completo.
– ¡Nunca pensé que me sentiría feliz de escuchar tu fastidiosa voz artificial, Aker!
–Gritó Uri entusiasmado.
Unas horas después –al llegar a la estación del Cuartel General–. Máximo se
encontraba ya en la pequeña terminal a la expectativa de la llegada de los sobrevivientes.
El jefe de La Orden vio la señal que indicaba la llegada del tren a la pequeña
estación, y se posicionó frente al lugar donde sabía que la puerta principal se abriría en
cuanto se detuviera por completo.
La puerta se abrió, y frente a Máximo apareció Uri con su propia sangre seca aún
sobre el lado izquierdo de su cabeza.
–Nos acribillaron, señor. No pudimos hacer mucho –reportó Uri con pesar y
decepción en su voz–. Algunos logramos escapar sólo antes de que... explotaran el lugar.
–Ixtab y Arturo tienen heridas de bala. Los demás tenemos solo rasguños –
interrumpió Fernando con pesadez y cansancio.
Fernando había limpiado la herida en el hombro de Arturo con un hemostático
para detener el sangrado, y había suturado las partes anterior y posterior del mismo –ya
que la bala había entrado y salido.
Santini y Uri hicieron lo mejor que pudieron con el rozón en el antebrazo derecho,
y las dos heridas en la parte exterior del muslo y la pantorrilla de la pierna derecha de
Ixtab. De hecho, fue Santini quien tuvo que extraer la bala de la herida en el muslo para
evitar necrosis en los tejidos afectados –lo cual fue extremadamente doloroso para Ixtab,
ya que no se contaba con un anestésico lo suficientemente fuerte en el equipo de
emergencia con el que contaba el tren.
–Adelante –dijo Máximo al dar un paso atrás para dejarla pasar–, Por cierto,
¿Dónde está Imox?
Máximo giró un poco para mirar sobre su hombro al novato por un par de
segundos. Después regresó su mirada hacia Fernando y Uri para hacer una pregunta,
pero Arturo continuó hablando.
–Imox murió evitando que su hermana fuera acribillada, Carlos hizo lo mismo por
Melisa, y de no haber sido por la tan oportuna llegada de Karla… –Arturo gruñó al sentir
una punzada repentina de dolor en su hombro–, yo no estaría contándoles esto.
–Pero para que les cuento si les puedo mostrar –dijo Arturo preparándose para
darles acceso a sus memorias de lo ocurrido.
–De hecho –dijo Arturo antes de levantarse lentamente del sillón–, me gustaría
descansar en mi antigua habitación dentro del Cuartel.
–Muy bien –accedió Máximo de inmediato, con la actitud de alguien que siente
que debe de aportar algo a una situación en la que no ha participado–. Le pediré a la
agente Santini que...
–Claro –dijo Arturo ya tomando camino hacia la puerta de salida del vagón.
–En el dormitorio, señor –señaló Uri–. Tuvo un colapso nervioso después de…
todo lo sucedido, y… le dimos un calmante.
– ¡Oh, Karla! –Dijo Máximo en un suspiro con un gesto de angustia en su rostro–.
Ella era la más cercana a Carlos sin duda alguna.
–Ella estará bien en un par de semanas –aseguró Fernando–. Ek, por otro lado…
–Fernando sacudió su cabeza e hizo una mueca de preocupación–. No sé cómo pueda
reaccionar esta vez.
Las posturas generales que denotaban ya una clara mezcla de fatiga y desgano
en Uri y Fernando se intensificaron ante lo comentado por Máximo.
–Se que ha sido un día difícil y que deben de estar cansados, pero necesito que
se encarguen de comunicarse lo antes posible con nuestros agentes activos y les pidan
regresar a sus centros de reunión locales –ordenó Máximo–. Además, necesitamos
asegurarnos de mantener una vía segura de comunicación abierta en caso de que
alguien requiera de nuestra ayuda.
CONTACTO
–Corría hacia la cafetería para ayudar a Santini a comenzar a evacuar a los demás
sobrevivientes al ataque, cuando la vi inclinada analizando con gran interés algo en el
suelo –comenzó a relatar Uri–. Pero antes de que pudiera preguntarle qué era lo que
observaba ella corrió hacia mí, me jaló del brazo con fuerza y me dijo que teníamos
menos de veinte segundos para huir. Que era muy tarde para tratar de salvar a los
demás.
Uri miró a Santini con la intención de invitarla a que relatara con más detalle lo
que había sucedido en ese momento. Ella se tomó dos segundos para reunir el valor
necesario para comenzar a hablar, se aclaró la garganta, y comenzó a decir.
–Yo... escuché un bip. Y al buscar la fuente del sonido vi que se trataba del
detonador del explosivo, el cual todavía estaba sobre la palma de la mano de uno de
esos tipos. El contador digital mostraba que restaban treinta y tres segundos cuando lo
descubrí. Rápidamente examiné el dispositivo y presioné un botón rojo que decía “Stop”,
pero me di cuenta de que este comando estaba a su vez protegido por un código de
seguridad numérico que yo no conocía. Fue una decisión difícil, pero supe que no tendría
tiempo suficiente para tratar de desactivar el aparato, y mucho menos para advertir a los
pocos agentes que seguían atrincherados en los baños y la cafetería. Tuve que aceptar
que lo único que podía hacer era salir de ahí junto con Uri.
Para todos los que conocían a Fernando, era muy evidente que su habitual
semblante sereno y reflexivo había sido reemplazado por uno de preocupación e
intranquilidad interminable desde lo sucedido en el bar de Londres, y que no mejoraría
después de esta tragedia.
Esa tarde, los tres agentes se encontraban sentados en una sala que contaba con
un modesto pero muy moderno equipo de telecomunicaciones que era operado por una
mesa de control y monitoreo, y que era alimentado directamente del servidor local
ubicado en el Cuartel General –el cual no contaba ni con la mitad de la capacidad del
servidor principal que fue destruido en la Guardia.
Los tres pasaban la mayor parte de su tiempo en este lugar desde el día del
ataque. La primera semana se dedicaron a configurar y actualizar el servidor con su
respaldo secreto en la nube, reinstalaron a Aker, y una vez que todo funcionaba como
debería comenzaron a concentrar sus esfuerzos en tratar de encontrar información
relevante acerca de la situación actual de La Orden –en especial cualquier noticia de Ek
Chuak, Bruno, o alguno de los novatos.
–Karla no me dice mucho, ¿Has tenido mejor suerte tú, Uri? –Fernando cambió
abruptamente el tema después de un breve pero incómodo periodo de silencio.
–Yo veo lo mismo que ustedes –respondió Uri–. El chico se ha endurecido con
todo lo ocurrido. De hecho –y a pesar de su herida–, ha pasado la mayor parte de su
tiempo entrenando desde que llegamos aquí –lo cual es francamente la mejor válvula de
escape para cualquiera.
–Muy cierto. Además, lo mejor que puede hacer ahora es prepararse para una
situación que no va a mejorar con el tiempo. Y eso lo sabemos bien –aseguró Fernando
con total seguridad.
Santini y Uri acordaron en silencio con Fernando. Sabían por experiencia propia
que la vida de un agente de La Orden no era sencilla, y se volvía aún más complicada
ahora que básicamente habían sido despojados de la mayoría de sus recursos más
importantes –en especial, de la mayoría de sus agentes.
–La buena noticia es que la pierna de Ixtab se recupera bien. No hay señal de
infección, y creo que a este paso…
Santini fue interrumpida por un largo bip emitido por la mesa de control, que fue
seguido por la voz de Aker.
–Transmitiendo mensaje.
–Me reporto hasta ahora por motivos de seguridad. Fuimos atacados por nuestro
propio equipo después de haber completado la misión –reportó Raúl–. Tuve que eliminar
a los agentes Castillo y Gómez al descubrir que habían sido poseídos, y que habían
conspirado junto a Baggio y Günter –también poseídos– para matarnos. A Baggio lo
eliminó la agente Erika después de que este le disparara a Tony. Por desgracia, no pude
llegar a tiempo para terminar con Günter antes de que este la asesinara a ella.
Santini rompió en llanto en esta ocasión, Uri no podía asimilar lo que escuchaba,
y una vena saltada en la sien izquierda de Fernando era la manifestación de la rabia y la
impotencia que experimentaba en ese momento.
–Tony está estable y se recupera en una clínica privada –continuó Raúl–. Hace
dos días que despertó de un coma que el disparo le causó, pero la bala provocó daño
irreparable en su lóbulo occipital, dejándolo ciego de manera permanente.
Santini dio media vuelta y caminó hacia una de las esquinas de la habitación con
su mano derecha cubriendo su boca.
Los rostros de Fernando y Uri se opacaron con desesperanza una vez que
comprendieron lo que había pasado.
–Necesito que cambien su ubicación lo antes posible. Nadie debe saber dónde
están. Ni siquiera nosotros –enfatizó Fernando para sorpresa de Uri–. Mantengan un
perfil bajo y encuentren la manera de comunicarse de manera segura lo más seguido
posible. Has hecho un gran trabajo, Raúl. Y precisamente ahora más que nunca
necesitaremos de tu ayuda. Estamos prácticamente a ciegas aquí, por lo que cualquier
tipo de información relevante de lo que pasa allá afuera nos ayudará muchísimo.
– ¡Bravo! –Dijo una voz detrás de Fernando y Uri, acompañada del sonido de
cuatro lentos y fuertes aplausos–, Para el descontento general de los miembros de La
Orden, el raro obsesivo sigue vivo –bromeó Arturo.
– ¡Ja!, ¡Ni creas que me van a matar antes que a ti!, Esa si sería una vergüenza –
contraatacó Raúl con un inesperado tono competitivo algo infantil–, A propósito, olvidé
decirte que batí tu récord en Bubble crasher. Eso me hace mejor que tú en otra cosa
más. Chécalo, si no me crees –fanfarroneó Raúl.
Arturo sonrió por un momento mientras se acercaba un poco más hacia donde
Fernando y Uri se encontraban. Se detuvo cerca de ellos, y su rostro se tornó serio.
–En serio me da gusto saber que… al menos ustedes tres están bien –confesó
Arturo.
–Ella no sufrió. Daniel me aseguró que fue instantáneo –reveló Raúl al saber que
Arturo era especialmente cercano a Erika.
Arturo enmudeció por completo, y Fernando pensó que debía decir algo –pero
nada apropiado llegó a su mente al momento.
–Perdimos a... Carlos, y... a Imox –intervino Uri antes de aclararse la garganta–, y
hasta ahora no sabemos nada de Ek ni de Bruno.
Raúl se quedó en silencio por algunos segundos ante los rostros incómodos de
todos los presentes en la sala de controles –incluyendo a Santini, quien observaba la
escena con atención, pero sin intención alguna de inmiscuirse en la misma.
–Creo que debo irme –anunció Raúl después de aclararse la garganta–. Este lugar
ya no es seguro, y ya pasé demasiado tiempo aquí. Estaremos en contacto.
CAPÍTULO 39
–Esos son definitivamente los sujetos que nos siguieron el día que contactamos a
Pablo –confirmó Ek Chuak en la mente de Santiago.
El restaurante del Hotel que Santiago y Ek Chuak habían escogido era un lugar
limpio y pintoresco. Estaba ubicado muy cerca de la costa –y aunque no era un 5
estrellas–, era un muy buen lugar para turistas con bajo presupuesto, o bien, alguien que
quisiera mantener un bajo perfil.
–Espero que no. Pero si saben que estoy aquí lo más seguro es que van a querer
asegurarse de hacer ellos mismos el trabajo –analizó Ek Chuak con frialdad.
–Bueno, pues... si así debe de ser. Tú dices cuando, Ek –dijo Santiago listo para
actuar.
–Lo malo es que lo que vemos es nada más la carnada. Si atacamos podríamos
quedar en una posición muy expuesta –examinó Ek Chuak.
– ¿Más expuesta, aún? –Preguntó Santiago con ironía al haber notado también
que la salida de emergencia no era una buena opción, y el volver a las habitaciones
significaría intentar pasar por en medio de sus atacantes –lo cual sería prácticamente
una acción suicida.
A estas alturas la situación había llegado a tal grado de obviedad, que los dos
hombres que les acechaban ya no hacían lo posible por disimular su interés en ellos, y
sus incontenibles ansias por atacar.
–No creo que estos dos nos den tiempo para planear una estrategia, Ek. Y lo malo
es que no sabemos cuántas ratas más hay escondidas –dijo Santiago ya con arma en
mano por debajo de la mesa.
–Entonces no veo otra opción, hermano. Prepárate. Cuando salgan las ratas de
su escondite, toma la izquierda –ordenó Ek Chuak.
Ek Chuak vio a la amable y hermosa mesera andaluz que les había atendido esa
tarde a tan solo un paso de la barra de bebidas que estaba ubicada al otro extremo de
donde él y Santiago se encontraban, y esta sostenía sobre su mano izquierda una
bandeja con varias copas de cristal vacías, un contenedor metálico con hielo, y una
botella de vino tinto.
¡Ahí están!
Al tiempo que Ek Chuak le salvaba la vida, Santiago vio al sujeto que había
escapado de las balas del psíquico en primera instancia, gateando rápidamente detrás
de una mesa con dirección hacia la salida.
El sujeto se cuidaba tanto del acecho de Ek Chuak, que se olvidó por completo de
Santiago, quien para su mala fortuna había notado ya este error de su parte, y se
disponía a desenfundar una pequeña espada parecida a una Katana samurái de detrás
de su cuello –la cual guardaba en una funda metálica cubierta de cuero que colgaba en
su espalda por debajo de su playera–, llamada originalmente: “Wakizashi”.
–Hay que irnos antes de que… –Ek Chuak se interrumpió al ver un Jeep Wrangler
sin capota bloquear la entrada al hotel.
El vehículo era tripulado por cinco sujetos, de los cuales tres eran mercenarios
marroquís que portaban AK-47s. No obstante, no fueron estos tipos los que llamaron la
atención del psíquico, sino los otros dos personajes que también descendieron del Jeep.
Uno de ellos era alto y muy musculoso. Su mirada no denotaba miedo alguno, y
una tenue sonrisa en su rostro hacía evidente el placer que obtenía de estas situaciones.
El segundo sujeto era un afroamericano delgado y alto –al cual Ek Chuak reconoció como
el responsable del asesinato de varios agentes en Londres, gracias a la memoria que
Fernando había compartido para su identificación.
¡Son ellos!
Tanto Ek Chuak como Santiago dispararon un par de veces contra los recién
llegados mercenarios, con la intención de hacerlos buscar cobertura y así ganar tiempo
para llegar a la cocina –pero antes de que pudieran si quiera acercarse un poco–, la
puerta de la salida de emergencia se abrió de un golpe, y dos mercenarios más entraron
disparando sobre Ek Chuak con sus M-16.
Ek Chuak se lanzó con una velocidad sorprendente hacia detrás de una de las
mesas, esquivando las ráfagas de disparos por muy poco, y sorprendiendo a sus
atacantes con sus habilidades meta-humanas.
Santiago dejó caer su arma vacía al piso y preparó su sable, justo al momento en
que otro desafortunado sujeto entraba por la salida de emergencia –quien, sin haber
tenido el tiempo suficiente para apuntar su arma, y mucho menos para disparar–,
presenció cómo Santiago cortaba su mano izquierda, y la mitad del antebrazo derecho
con un movimiento descendente de su sable.
–Muy bien, hermano, ¡Fue un placer vivir y morir a tu lado!, ¡Cuando tú digas!
Si todo salía bien, Ek Chuak tendría al menos una poderosa arma en su poder
que le permitiría contraatacar –además de cubrir el ataque de Santiago–. El problema
era que, aunque esta parecía ser su opción menos riesgosa, las probabilidades de que
no terminaran siendo acribillados –o al menos con heridas graves–, eran demasiado
escasas.
¡Ahora o nunca!
El psíquico se lanzó sobre su costado izquierdo y disparó cuatro tiros de los seis
que le quedaban sobre los dos hombres que le acechaban detrás de la puerta de
emergencia –y a pesar de que uno de ellos logró dejarse caer sobre su lado derecho y
quedar fuera de la mira del psíquico–, uno de sus disparos alcanzó a herir al hombre más
cercano a la puerta en el hombro derecho, justo antes de que este se cubriera detrás del
muro a su izquierda.
Ek Chuak avanzó sobre sus pies y manos como lo haría un cuadrúpedo por un
par de metros –lo cual causó que los disparos de los hombres en la recepción se
concentraran sobre él–, y finalmente se impulsó con la impresionante fuerza de sus
piernas hacia la ametralladora que estaba ya a su alcance.
Ek Chuak logró tomar el arma, levantarse, y disparar una ráfaga de balas sobre
los dos sujetos que ahora asediaban a Santiago –matando a uno, e hiriendo al otro de
gravedad en el torso.
Hasta este punto, Ek Chuak estaba sorprendido de lo lejos que había llegado en
ese movimiento tan arriesgado, y sin un solo rasguño –pero antes de que terminara
siquiera de analizar ese pensamiento–, el psíquico fue inevitablemente alcanzado por
dos balas que provenían de uno de los sujetos posicionados al otro lado de la salida de
emergencia.
Una de las balas entró y salió por su antebrazo izquierdo –haciéndole soltar su
arma en medio de un grito de dolor–, y la otra entró y salió por su costado izquierdo,
perforando una de sus costillas en su recorrido, pero sin ser una herida lo suficientemente
profunda como para tocar algún órgano interno.
Los dos hombres se limitaron a apuntar sus armas a la cabeza del psíquico de La
Orden a muy corta distancia.
–Aquí tenemos al poderoso Ek Chuak. Al que tanto temían los Nobles –dijo
Omega en la mente del maya.
–Ni lo intentes. No vas a poder –advirtió Ek Chuak al sentir los esfuerzos del
psíquico por apoderarse de su mente.
Omega lo miró con una sonrisa burlesca justo antes de comenzar su ataque
psíquico contra él –al tiempo que Ek Chuak se ponía de pie con lentitud y dificultad, pero
sin despegar la vista de su contrincante.
A pesar de lo anterior, Ek Chuak tomó un profundo respiro, y dio un paso atrás con
la postura de alguien que estuviera por recibir un fuerte golpe. Ante esto, Omega retomó
su expresión burlesca y dio un paso hacia adelante sin dejar de mirar fijamente al
psíquico de La Orden.
–El problema con poseer una mente… –comenzó a decir Ek Chuak pausada y
tranquilamente en la cabeza de Omega–, es que al entrar al inconsciente nos pasa lo
mismo que cuando soñamos. Y cuando soñamos –por muy bueno que seas en estos
asuntos tuyos de poseer las mentes de otras gentes–, tu mente inconsciente es la que
manda. Y a esta le cuesta un poquito de trabajo distinguir entre una realidad lógica y
ordenada, de una que no tiene ni pies ni cabeza –y sobre todo, distinguir tu propia
realidad de la de tu víctima.
Santiago se levantó con un gran esfuerzo, y utilizó toda su fuerza de voluntad para
concentrarse en dirigir su sable hacia la espalda del psíquico que le mantenía casi
sometido. Elevó su wakizashi sobre su cabeza, dio un paso atrás con su pierna derecha,
arqueó su espalda ligeramente hacia atrás, y lanzó todo el peso de su cuerpo hacia
adelante.
¡Santi!
– ¿De qué hablas, Delta?, ¡Es muy peligroso para llevarlo con vida! –Protestó
Omega.
–Tal vez para ti –respondió Delta con toda la intención de humillarlo–. Además, no
dije que no va a morir hoy. Pero que mejor muerte que la que da un buen amigo.
Santiago elevó su sable por encima de su cabeza nuevamente –ahora con ambas
manos–. Inhaló profundamente, y emitió un sonido gutural al utilizar toda su fuerza para
empujar su Wakizashi hacia abajo.
Santi.
La risa leve rápidamente escaló en una carcajada burlesca –dirigida con toda
intencionalidad hacia sus enemigos.
–No te preocupes, amigo. Esto de seguro les pasa hasta a los poseedores de
mentes profesionales –bromeó Ek Chuak tratando aún de contener el ataque de risa que
le había invadido.
Los dos mercenarios detrás de él dieron un paso defensivo hacia atrás, y trataron
torpemente de levantar sus armas –y esta acción fue más que suficiente para que los
dos psíquicos se dieran una idea de lo que esto significaba.
Varios silbidos provocados por los disparos de armas cortas con silenciadores
sonaron a sus espaldas, y dos balas atravesaron las frentes de los mercenarios antes de
que estos pudieran siquiera apuntarle a sus objetivos.
– ¡No siento mis piernas!, ¡Malditos! –Vociferó Omega a unos cuantos pasos de
donde Ek Chuak se mantenía inmóvil y atento.
–Es normal para alguien que acaba de recibir un disparo en la espina dorsal –dijo
Artemis Casamayor con la frialdad con la que un médico diagnostica una gripe–. Al
menos no pasarás el resto de tu vida en una silla de ruedas –aseguró el joven antes de
dispararle en la cabeza.
–Tenemos mucho de qué hablar –dijo el mayor de los hijos de Don Miguel.
CAPÍTULO 40
DELETE
Las puertas del ascensor se abrieron y el hombre caminó con rapidez hacia el lado
izquierdo del corredor que le llevó a la habitación 305. Abrió la puerta con su tarjeta
inteligente, dio un paso hacia el interior, y lo primero que saltó a la vista lo hizo retroceder
con un aparatoso salto –haciéndole soltar abruptamente su maleta y llevarse
instintivamente la mano derecha hacia su cintura en busca de su arma de servicio.
Glen no hablaba una palabra de español, y Alfa odiaba hablar inglés –razón por
la cual su comunicación era totalmente telepática–. Esto se podía lograr gracias a que la
actividad mental funciona con base en imágenes, que a su vez se relacionan con sonidos,
conceptos, situaciones, emociones, etc.
De hecho, lo único que podría permitirle a un no-psíquico el comunicarse con
alguien que no hablara su idioma sería el lenguaje no verbal –pero a diferencia de la
comunicación telepática–, este podría ayudar solamente con mensajes simples y
básicos, más nunca con una conversación compleja y detallada.
– ¿Qué más necesita de mí?, ¡Hice lo que me pidió!, ¡Alguien pudo haberle visto
entrar aquí! –Protestó Glen mientras cerraba apresuradamente la puerta a sus espaldas.
Alfa no dejaba de mirar a Glen fijamente con sus ojos penetrantes y siniestros –y
esta acción nunca dejaba de poner al americano con los nervios de punta.
–Muchas veces me pregunté cómo una nación con tantos idiotas se pudo convertir
en la superpotencia mundial por tantos años. Después me di cuenta de que esa fue
exactamente la razón por la que esto sucedió.
–Los verdaderos titiriteros del mundo –en su mayoría judíos super ricos, agiotistas,
avaros, y faltos de escrúpulos, que por desgracia sobrevivieron a los intentos de
exterminio a manos del único hombre que les detectó como la plaga que eran en
realidad–, se dieron un verdadero festín con la sencillez que significó manipular las
mentes del americano promedio. Individuos pertenecientes a una cultura en la que se les
enseñó a creer que por haber nacido en “América” –que de hecho ese es el nombre de
todo el continente y no sólo de su país–, eran especiales y superiores a los demás. Lo
cual también significaba que merecían lo mejor de lo mejor, y sin tener que preocuparse
por hacer mérito alguno para conseguirlo.
Alfa apoyó sus codos sobre sus muslos y entrelazó sus dedos a la altura de sus
rodillas.
–Lógica y consecuentemente, esta actitud ha desencadenado inevitablemente un
gran número de tiroteos y asesinatos a manos de sociópatas y asesinos seriales, que no
son más que sujetos narcisistas que han desarrollado delirios de grandeza –razón por la
que creen que al ser superiores tienen derechos sobre las vidas de sus propios
paisanos–, y otros tantos que obviamente no han podido con los altos estándares que el
país demanda de ellos, por lo que deciden que si no pueden ser lo mejor de lo mejor,
nadie debería de serlo.
–Se les enseñó que su país había sido bendecido por Dios –Alfa soltó una corta
carcajada burlesca y desproporcionada–, y que era su deber protegerlo con sus vidas, o
hasta las de sus hijos –quienes son estúpidamente demasiado entusiastas cuando se
trata de unirse a los “Marines”–. Pero no me malinterpretes. Esta mentalidad funcionó
bien por mucho tiempo. Sobre todo con las mentes brillantes. Es un hecho que ha habido
muchísimos americanos brillantes –reconoció Alfa con honestidad–. Lo negativo de esta
situación es que el magnífico efecto productivo y efectivo que esta mentalidad tuvo –y
sigue teniendo en la minoría de mentes brillantes americanas–, tiene proporcionalmente
el efecto contrario en la gran mayoría conformada por los idiotas. Y enfatizo, son mayoría.
Glen seguía haciendo un enorme esfuerzo por no entablar contacto visual alguno
con Alfa –y es que su simple presencia le estremecía intensamente.
Alfa se puso de pie con un veloz movimiento que aparentó carecer de algún
esfuerzo físico por parte del psíquico –resaltando sus magníficas habilidades físicas
metahumanas–, que hicieron que a Glen se le escapara un gemido de miedo ante el
inesperado e inusual movimiento, y que reafirmaron la idea en su mente que le hacía
creer que el psíquico era algún tipo de entidad sobrenatural.
Sin ponerle la más mínima atención al comportamiento del americano, Alfa caminó
hacia la puerta de la habitación, se detuvo frente a la misma, elevó su barbilla hacia
arriba, y comenzó a mover su cabeza lentamente en círculos.
–Una vez que cumplas con lo que te ordené, suicídate –ordenó fríamente Alfa sin
mirar atrás.
CONFIAR O NO CONFIAR
– ¿Qué pasó?, ¿En dónde estamos? –Preguntó Arturo agitadamente aún tratando
de controlar su ataque de pánico.
Tony y Daniel fueron forzados a hincarse frente a Arturo, al tiempo que Raúl aún
trataba de recuperarse del golpe en la cara que se había dado al ser lanzado
violentamente al suelo –con ambas manos atadas detrás de su espalda–. Ahogando
cualquier queja de dolor, Raúl hizo un esfuerzo por ponerse de rodillas por sus propios
medios, pero antes de que lo lograra uno de los sujetos enmascarados le disparó con
frialdad directamente en la nuca.
– ¡No!
–No debieron meterse donde no los llamaban –dijo una voz bien conocida por
Arturo.
–Terminemos con esto de una vez –dijo Bruno justo antes de disparar sobre la
cabeza de Tony a quemarropa.
Arturo maldijo con todas sus fuerzas y se sacudió violentamente sobre su silla en
un arranque de ira, e impotencia. No obstante, a pesar de esta protesta –y sin inmutarse
en lo más mínimo por el insulto del novato–, Bruno le disparó ahora a Melisa, y Máximo
a Daniel.
– ¡Ratas cobardes!
La rabia y la impotencia de Arturo gritaron con fuerza una vez más, pero esta vez
fue interrumpido por Ek Chuak –quien lo tomó con fuerza de la quijada, puso su arma en
su boca, lo miró con desprecio, y le dijo:
Arturo probó en su lengua el frio metal del arma. Escuchó la descarga dentro de
su boca, y sintió el calor de la bala atravesar su paladar y salir por su nuca.
Desde el momento en que despertó, Arturo supo con certeza que regresar a
dormir ya no sería una opción. Se frotó la cara por varios segundos, y luego miró su reloj.
Las 3:22.
Arturo recorrió el largo pasillo que llevaba hacia su destino. Estaba mareado y
agitado por el ataque de ansiedad que aún le agobiaba.
Inhala… exhala...
¡Que envidia!
Arturo se sentía realmente mal al momento. Pero al haber lidiado con su condición
por los últimos seis meses, había aprendido que la manera más efectiva de controlar sus
ataques era con múltiples distracciones.
Comenzó por buscar páginas de noticias relevantes alrededor del mundo, y esto
le llevó a enfocarse en encontrar algún indicio que le proporcionara alguna conexión con
los atacantes del día de la emboscada –infructíferamente.
Decidió que por el momento buscaría algún otro tipo de material que le ayudara a
enfocarse en algo más, por lo que recurrió a un tema que generalmente solía ser su
deleite: Las teorías de conspiración –especialmente ahora que él pertenecía a una
organización real que podría pertenecer a la categoría en cuestión, si es que de alguna
manera algunos de sus detalles llegaran a ser parte del conocimiento público.
–Sí.
–Sé que es difícil tener algo de credibilidad por mi estado anímico actual, pero…
créeme, ya pasará –animó Santini.
–Gracias.
–Créeme, cuando me pongo así es lo peor que puedo hacer. Necesito distraer mi
mente –explicó Arturo.
–Bueno. Creo que entonces aceptaré tu oferta si aún sigue en pie. Mi cuello está
hecho trizas.
–Bueno, por ahora solo podemos esperar. Gracias otra vez, y buenas noches.
–Descansa, Santini.
Arturo se quedó pensando en lo que Santini había dicho acerca de utilizar otros
medios para enviar mensajes, y esto le hizo recordar lo fuera de lugar que había sonado
el comentario de Raúl cuando se comunicó con ellos hacía unos días, con respecto al
juego en línea en el que según él había establecido un nuevo récord.
¡Bubble crasher!
Arturo abrió de inmediato la página web del juego e ingresó su nombre de usuario
y contraseña para accesar. Una vez en línea, dio clic al icono de mensajes y vio una
nueva entrada del usuario “PSYCHOKING” –que era el nickname de Raúl en el sitio.
Extraje información de un agente de alto rango de la CIA. Hay un traidor entre los
lideres de La Orden. Organizó la emboscada, y manipuló a Grint para que desactivara
los sistemas de seguridad de Aker y robara toda su información.
No confíes en ninguno de ellos y saca a Ixtab y a Melisa de ahí lo antes posible.
Los atacantes saben dónde está el Cuartel, pero su plan es atacar hasta que nos tengan
a todos ahí reunidos. Mantén contacto con nosotros únicamente por este medio.
CAPÍTULO 42
CAMBIO DE PLANES
–Los Nobles no están acabados –anunció Delta al entrar a la sala del lujoso y
amplio penthouse donde él y Alfa se hospedaban.
–El incompetente de Omega casi fue poseído por el indio, así que tuve que
intervenir. No fue fácil, pero lo tenía bajo control. Y fue en ese momento en el que los
hijos de Miguel Casamayor se nos escabulleron silenciosamente. Le dispararon a
nuestros hombres, y después a Omega. Obviamente, yo fui demasiado rápido para ellos
–fanfarroneó Delta antes de dejarse caer en uno de los cómodos sofás del lugar.
– ¿Estás seguro de que eran los hijos de Miguel Casamayor? –Preguntó Alfa.
–De hecho, no los vi directamente. Ya que aproveché el poco tiempo que tuve
para reaccionar y escapar. Pero tomé la memoria de uno de los marroquís antes de que
su actividad cerebral muriera por completo. Chécalo tú mismo –invitó Delta mientras
comenzaba a compartir la memoria de lo sucedido.
Alfa observó a Enrique, Mariana y Artemis salir de la nada a tan solo unos metros
de la espalda de Omega y disparar sobre los marroquís.
–Nunca pensé que esos chicos se volverían un problema tan grande para nosotros
–confesó Alfa después de ver la memoria extraída por Delta.
– ¿Un problema?, ¡Por favor!, ¡Son sólo unos niños! –Menospreció Delta con
arrogancia–, El verdadero problema ahora es que tenemos dos hombres menos. Pero al
menos el indio está muerto.
– ¿Qué? –Delta soltó una risita burlona–, ¿Cómo puedes…?, ¿Es en serio?
–Tu arrogancia no te deja ver los hechos. Esos chicos no necesitaron más que un
disparo para asesinar a los mercenarios a diez metros. Sus manos no temblaron, y
ninguno mostró miedo o duda al disparar. Al menos la chica y el más joven tienen la
mirada fría de un verdadero asesino –analizó Alfa.
–Lo sé. Estuve ahí –afirmó Delta con molestia–. Pero ¿Qué tiene que ver todo eso
con que según tú me perdonaron la vida? –Insistió el orgullo herido del psíquico.
–Por muy rápido que seas, no eres más rápido que una bala. Y mucho menos que
las balas de tiradores expertos como estos chicos –y a tan corta distancia–. Por otro lado,
hasta un asesino no tan experimentado hubiera disparado sobre las verdaderas
amenazas primero, y las sabandijas después –y a ti te tenían de espaldas–, así que es
obvio que si te hubieran querido matar lo hubieran hecho –tal y como lo hicieron con
Omega–. Por lo tanto, el haberles disparado primero a los marroquís fue sin duda alguna
para alertarte y darte la oportunidad de huir.
Delta miró a Alfa por unos segundos aún con una actitud inconforme, pero
reflexionando con seriedad lo que acababa de escuchar.
–Digamos que tienes razón, ¿Para qué me dejarían escapar? –Inquirió Delta.
–No lo sé con seguridad. Y eso es exactamente lo que me intriga ahora –confesó
Alfa–. Ya que estoy seguro de que ese no fue un acto sin un propósito, y mucho menos
un acto de buena fe.
–No podemos perder más tiempo. Tendremos que dar el siguiente paso antes de
lo previsto –determinó Alfa.
–Sí. Que prepare todo para la siguiente fase –ordenó Alfa antes de levantarse y
girar hacia las escaleras de acceso al segundo nivel del penthouse.
–Con gusto –respondió Delta con una amplia sonrisa dibujada en su rostro
mientras tomaba su Smartphone de la bolsa derecha en su pantalón.
CAPÍTULO 43
INFORMACIÓN ES PODER
Para las sorpresas de Fernando y Uri, dos días atrás Karla se había aparecido en
el cuarto de monitoreo para dejarles saber que tomaría el turno de la noche.
Ninguno de los dos se opuso a la decisión de Karla, ya que esta situación –al
menos desde su percepción optimista–, significaba un progreso enorme en su
comportamiento general, y en su interés por los asuntos de lo que quedaba de La Orden
en las últimas semanas –además de que ambos reconocían la enorme ayuda que
significaría tener a Karla de regreso en la escena.
Karla tenía un secreto que no había compartido ni siquiera con Uri –quien era tan
cercano a ella como lo había sido Carlos–. Mientras lloraba abrazada al cuerpo sin vida
de Carlos el día de la emboscada, notó que este tenía un objeto cuadrado dentro de uno
de los bolsillos de su chaqueta.
En ese preciso momento, decidió que su duelo por su amigo era más importante
que este hallazgo –por lo que decidió guardarlo en uno de sus bolsillos, y preocuparse
por entregárselo a alguien de su confianza si llegaban a sobrevivir.
Con el paso de los días, Karla se sentía triste, decepcionada, y, sobre todo,
desconfiada. Su cabeza daba vueltas, y sus ideas paranoides –las cuales consideraba
irracionales al principio–, comenzaban a tener más y más sentido conforme las analizaba
con detenimiento.
Aunque hasta ahora ninguna de estas situaciones tenía bases sólidas para
incriminar a alguno de estos psíquicos –o a los tres juntos–, la psíquica decidió que no
abandonaría la investigación sino hasta dar con la verdad.
Esa misma noche Karla repitió la escena del día anterior y se quedó a cargo del
turno nocturno en el cuarto de monitoreo, al encontrar cero resistencias de parte de una
Santini que comenzaba a mostrar en su semblante los signos del insomnio que le
agobiaba ya por varias semanas.
El único problema de Karla esa noche era que no sabía por dónde comenzar.
–Por ahora no tengo los recursos para rastrear a Ek Chuak, y mucho menos para
saber en dónde estaba el día de la emboscada. Por otro lado, no puedo asegurarme de
que Bruno estuvo en La Guardia al momento del ataque, porque no hay grabaciones de
dicho momento –analizó Karla con ambas manos sobre su cabeza, y completamente
reclinada sobre la silla frente al monitor principal de la sala de monitoreo–. Sin embargo…
¡Puedo checar las grabaciones de aquí! –Pensó Karla con una repentina sensación de
júbilo que le llenó de energía–, Así descubriré si Bruno estaba aquí como lo dice Máximo,
y si es cierto que se fue esa misma mañana. Además, con algo de suerte también me
aseguraré de que Máximo no dejó el lugar.
Karla sabía que las únicas cámaras de seguridad con las que contaba El Cuartel
estaban ubicadas en la periferia del complejo, y en la estación subterránea del tren. En
este caso específico, Karla estaba interesada solamente en los videos de la estación, ya
que bastaría con ver a Bruno abordar el tren para saber que en efecto había estado en
El Cuartel, y que se había dirigido al Centro de Operaciones tal como Máximo lo había
asegurado.
Ahora Karla había obtenido confirmación de que Máximo y Bruno habían estado
en el Cuartel, y que el Jefe de La Guardia en efecto había abandonado el complejo –por
desgracia para ella, esto no significaba ningún avance.
Karla se desesperanzó después de sus irrelevantes hallazgos. Pensó que tal vez
se estaba obsesionando con encontrar a un culpable cuando probablemente no lo había.
– ¡Claro que no, Karla!, ¡Alguien que conocía la operación debió de haber estado
involucrado!, Si no, ¿Cómo supieron que Grint era el encargado de seguridad de
sistemas?, Y ¿Cómo sabían que teníamos un servidor autónomo? Es demasiada
casualidad que ese psíquico se presentara con los intrusos solo así porque sí –Se
corrigió Karla.
La agente cerró sus ojos por un momento –después de todo eran las 4 de la
mañana, y esta era su segunda desvelada consecutiva.
–Yo también pensé en revisar los videos de seguridad al principio –dijo la voz de
Arturo a sus espaldas.
Karla trató torpemente de cerrar el reproductor de video en el monitor frente a ella.
–Claro que no contaba con las claves de acceso de Aker para la información en
la nube del servidor de La Guardia –continuó Arturo sin ponerle atención a lo que hacía
Karla.
–Veo con satisfacción que no soy el único que desconfía de los demás por aquí –
confesó Arturo–. Irónicamente, el sorprenderte haciendo lo que estás haciendo me hace
confiar un poco más en ti.
–Si buscas en el servidor local del Cuartel en una carpeta llamada DOC.SYS,
encontrarás una subcarpeta llamada Extensiones –continuó Arturo.
–Comencé a crackear la encriptación del folder antier. Así que sólo es cuestión de
tiempo antes de que podamos tener acceso al contenido.
CAPÍTULO 44
EL LEGADO
–No necesito leer su mente para saber que si quisieran ya me hubieran matado –
dijo Ek Chuak al ver a los hermanos Casamayor entrar a la habitación en donde él
reposaba–. Así que vamos a saltarnos esa parte, muchachos.
–Soy un perro muy viejo, muchacho. Hay muchas cosas que son obvias para mí
después de tantos años –respondió Ek Chuak.
–Creo que esta plática va a ser muy corta entonces, señor –afirmó Enrique.
–La verdad es que al principio me costó algo de trabajo por los balazos que me
habían dado –bromeó Ek Chuak.
–Hay una parte de la historia que no nos contaron –inició Ek Chuak–. Es cierto
que hubo una pelea, y que La Orden de Aker se dividió en los dos grupos que ya
conocemos. Pero también es cierto que hubo un hombre que no estaba de acuerdo con
ninguno de los dos nuevos grupos de psíquicos. Un Don español que tenía posesiones
y riqueza en la Nueva España, y que tuvo que escapar y esconderse al saber que Los
Nobles comenzaron a...
–El asunto es que este hombre huyó y se perdió por el mundo. Se creé que se
escondió en una parte de la India, pero nunca se supo bien. Si no, lo hubieran
encontrado, y lo hubieran matado –aseguró Ek Chuak–. Este hombre tuvo dos hijos. A
los dos les enseñó a despertar sus habilidades psíquicas, y les enseñó el odio que le
tenía a los psíquicos que le habían echado a perder su vida. Uno de estos dos
muchachos era un salvaje desalmado. Un asesino sin corazón que terminó por asesinar
a su padre, a su madre, y a su hermano.
–Unos años después se fue del monasterio y regresó a la civilización. Viajó por el
mundo, y utilizó sus poderes para volverse muy rico y poderoso –y por algunos años se
dedicó a disfrutar de su dinero y de los lujos que se daba, pero no pasó mucho tiempo
antes de que volviera a las andadas–. La bestia que llevaba adentro volvió a salir.
Ek Chuak se dio cuenta de este detalle macabro, pero decidió no darle importancia
y continuar con su relato.
–El hombre quería construir su propio ejército de psíquicos para terminar con
todos los demás psíquicos en el mundo. No quería una venganza en el nombre de su
padre. Nada más quería demostrarles a todos que él era el más poderoso –aclaró Ek
Chuak.
–Además de saber que logrando esto básicamente dominaría el mundo entero –
añadió Enrique.
–No, muchacho. Ni este tipo ni sus hijos buscan el control del mundo. Más bien lo
quieren destruir –corrigió Ek Chuak.
–Lo único que este hombre tomó de su padre antes de matarlo como a un perro,
fue su idea de que los humanos éramos malos por naturaleza, y que destruíamos todo
lo que se nos ponía enfrente –explicó Ek Chuak.
–No podemos negar que tenía algo de razón –opinó Artemis desde la esquina en
la que estaba.
–Son los psíquicos que terminaron con Los Nobles y La Guardia –confirmó Ek
Chuak–. Omega y Kappa –antes de que ustedes los mataran–. Y ahora los peores. Alfa
y Delta.
–Hay un tercer hijo que aún está con vida. Su nombre es Beta –respondió Ek
Chuak a la pregunta implícita.
– ¿Por qué alguien les pondría a sus hijos nombres del alfabeto griego? –Preguntó
Enrique contrariado.
–Me agrada ese sujeto –confesó Mariana con una sonrisa juguetona.
–Para ser sincero, espero que no. No me gustaría tenerlo como enemigo –confesó
Ek Chuak.
–Lo conozco muy bien –respondió Ek Chuak con una tenue sonrisa–. O al menos
eso creía.
– ¿Y nos va a decir quién es este sujeto? –Preguntó Enrique con paciencia y tacto.
–Su nombre original es Beta. Pero el nombre que sus padres adoptivos le dieron
fue... –Ek Chuak suspiró–, Máximo De La Riva. Jefe de La Orden de Aker.
CAPÍTULO 45
ULTIMÁTUM
–No. Eso no es por lo que estoy aquí –dijo Arturo antes de pasar saliva, limpiar su
garganta, y tomar un profundo respiro–. No me quiero andar con rodeos, Karla. La verdad
es que ya no me siento seguro aquí. Eres la única persona en la que confío en este lugar,
y es por eso que quiero decirte que… bueno… primero que nada, recibí un mensaje de
Raúl en el que me dice que lo mejor es que me vaya de aquí lo antes posible. Y eso es
exactamente lo que voy a hacer.
–Cada palabra.
–No sé porque… ok. Primero que nada, ¿Qué lugar puede ser más seguro que el
Cuartel de La Orden para cualquiera de nosotros?, Y segundo, ¿Cómo puedes confiar
tanto en Raúl? –Preguntó Karla.
–Es mi mejor amigo, y una de las pocas personas en quien puedo confiar
actualmente –defendió Arturo de inmediato.
–Ese jovencito que tiene tanto que aprender detectó a tiempo la trampa que les
tendieron a él, a Daniel, y a Tony –Justificó Arturo–, Ellos siguen con vida gracias a él.
– ¡Eso es lo que él dice!, ¿Cómo puedes estar seguro de que no ha sido poseído?,
¿Cómo sabes que no es una trampa para llevarte a tu muerte?, O ¿Cómo aseguras que
no te está mintiendo?
– ¿Y cómo aseguras tú que los miembros de La Orden no nos han estado
mintiendo a nosotros?, ¿Puedes garantizarme que no fue al menos uno de ellos el que
planeó la emboscada en la que mataron a la mayoría de La Guardia?, ¿A Imox, y a
Carlos?
–No… no puedo garantizar nada de eso –aceptó Karla resignada–. Supongo que
tienes el derecho a confiar en quien quieras confiar. Y si lo que quieres es abandonar
este lugar y unirte a tus compañeros… adelante.
Arturo no dijo nada más ante la última respuesta de Karla. Los ojos de los dos
psíquicos se encontraron por un par de silenciosos segundos.
–Yo no… aún no creo que sea una buena idea. Pero… respeto tu decisión.
–Entiendo –añadió Arturo–. Agradecería que nadie supiera de esto, por favor.
Arturo dio dos pasos hacia atrás antes de girar hacia la puerta.
–Salgo en dos días. A las 3 de la mañana del jueves para ser más exacto. Tomaré
el tren hasta la estación de La Guardia –o lo que quede de ella–, y luego lo mandaré de
regreso.
–Olvida el sentimentalismo, Máximo. Ya es muy tarde para eso. Así debe de ser –
se dijo a sí mismo el jefe de La Orden antes de responder al mensaje, levantarse
lentamente de su lugar y salir de la habitación.
CAPÍTULO 46
EL INICIO
Don José confiaba en la honestidad del joven –ya que lo había visto crecer bajo
su propio techo–, y la angustia que ahora detectaba en sus ojos lo llenó de preocupación,
así que optó por dejar a un lado la parte de la “bola de lumbre caída del cielo” –al haber
decidido que tal vez se trataría de algún tipo de creencia ridícula indígena–, y se dirigió
al joven con seriedad.
–Pos es que cuando se acercó al hoyo onde había caido la bola de lumbre, ¡La
tierra se abrió y el niño se cayó pa bajo!
– ¡Joder!, ¡Llevadme para allá de inmediato! –Ordenó Don José ahora realmente
exaltado.
– ¿Pero que os sucede, José?, ¿Por qué los gritos? –Preguntó Don Rodrigo De
La Vega al entrar al recinto.
– ¿A dónde vas, Jaime? –Inquirió Don José al ver a su criado dirigirse hacia un
pequeño almacén ubicado al lado izquierdo de la finca.
– ¡Voy a agarrar unos mecates y una pala que me pidió mi Apá pa sacar al niño!,
¡No mi tardo, Patroncito!
Jaime tardó menos de un minuto en tomar un par de cuerdas y una pala antes de
acelerar su paso hacia la salida de la hacienda en donde se encontró con Don José y
Don Rodrigo –ambos ya esperándolo montados en un par de caballos.
–Caballeros, ¿A dónde se dirigen con tanta prisa?, ¿Está todo bien? –Saludó un
hombre bien vestido con una voz naturalmente amigable.
– ¡Que el hijo de Don José ha caído en una zanja en medio de la selva! –Explicó
rápidamente Don Rodrigo.
– ¡Pues no hay tiempo que perder!, ¡Los acompañamos! –Dijo un hombre gordo
con voz muy grave desde su caballo.
–Si, patroncito. Yo conozco muy bien estos lugares desde que era un chilpayate –
aseguró Jaime –ya casi lleganos, patroncito.
Avanzaron por al menos diez minutos más antes de dar con el lugar del que Jaime
les había hablado, y Los Dones presenciaron anonadados el enorme cráter que había
arrasado por completo con todo lo que había a su alrededor –dejando un orificio circular
de un radio de aproximadamente treinta metros, y una profundidad de al menos veinte.
El sirviente de Don José señaló hacia un notable deslave cerca de una de las
orillas del enorme cráter, y de inmediato los recién llegados fueron conscientes de que el
terreno en el que estaban parados podría ser peligrosamente inestable.
Ignacio De León era el hijo bastardo de un general español y una indígena maya.
No obstante, a pesar de tener sangre española –pero al no ser un hijo reconocido por el
militar–, a lo más que pudo aspirar fue a ser el sirviente de uno de los Dones más ricos
del lugar –Don José Casamayor–, al cual llegó a respetar enormemente por todas las
consideraciones y el trato que este les había dado a él y a su madre antes de que esta
falleciera.
Al fondo del cráter se encontraba ahora una figura circular rodeada de lo que
parecía ser fuego de color verde, que emitía un resplandor altamente incandescente –a
pesar de que la luz del atardecer era aún muy brillante–, y un tenue pero agudo sonido
que iba aumentando de volumen conforme pasaba el tiempo.
–No sé qué es, pero no se ve bien. Tenemos que sacar a su hijo de ahí y alejarnos
de este lugar lo antes posible, Don José –determinó Don Mateo Montalbo.
– ¡Si fuera del Diablo no habría bajado del cielo, indio ignorante! –Reprendió Don
Alejandro.
– ¡Caballeros, por favor!, ¡No os olvidéis que estamos aquí para rescatar a Rubén!
–Interrumpió Don Rodrigo.
– ¡No, patrón! ¡Usted, no! –Dijo Jaime a sus espaldas–, Yo toy más livianito que
ustedes. Amarrenmen al caballo y bajenmen por el hoyo. Cuando tenga al niño les grito
pa que nos suban.
– ¡Claro que no, Jaime!, No te pienso exponer así –dijo Don José.
–Pero, patroncito...
Don José dio un par de pasos hacia su caballo, tomó las cuerdas que Jaime había
traído, y luego comenzó a amarrar uno de los extremos de una de ellas a la silla de su
caballo de manera apresurada.
–El muchacho tiene razón –intervino Don Pedro–. Él es mucho más ligero y joven
que usted.
–Y un indio patarrajada sin valor, ¿No? –Respondió Don José con una mirada de
enfado hacia Don Pedro.
– ¿Quién es más importante para nuestras tierras?, ¿Los Dones, o los indios?
– ¡Di lo que quieras, José!, ¡Pero aún tu hijo comprende esa realidad! Tal vez
deberías de aprender de él –contraatacó Don Pedro.
– ¡Suficiente, Pedro!, ¡No olvidéis por qué estamos aquí! –Volvió a interceder Don
Rodrigo.
Don José se centró en lo más importante para él, pero no pudo evitar sentir rabia
al ver como los demás Dones se habían inmiscuido en el debate interminable de sus
complejos de superioridad con respecto a los indígenas de la región.
– ¡Les hemos despojado de lo que les pertenecía, y aún así los tratáis peor que a
animales! –Pensó Don José.
– ¡He dicho que no! –Respondió Don José con enojo–, Aseguraos de que la
cuerda no se suelte.
Don José descendió por la orilla del orificio lentamente, y en un par de ocasiones
un par de deslaves menores volvieron a ocurrir. De no haber sido por la cuerda que
sujetaba su cintura –que a su vez era sostenida por Ignacio, Jaime, y Don Rodrigo–, Don
José definitivamente hubiera sufrido la misma suerte que su hijo.
Justo cuando Ignacio comenzó a pensar que tal vez la longitud de la cuerda no
sería suficiente, la tensión de la misma disminuyó considerablemente –lo cual les hizo
pensar que esto indicaba que Don José había tocado ya un fondo firme.
Jaime comenzó a jalar las riendas del caballo de Don José tan lentamente como
le era posible, y Rubén Casamayor comenzó a ascender por la orilla del cráter en la que
había caído. No obstante, la posición incómoda en la que el cuerpo de Rubén era
transportado –amarrado alrededor de la cintura–, hacía que invariablemente sus
extremidades colgaran sin control por la fuerza de la gravedad –causándole un dolor tan
intenso en su pierna fracturada, que le hizo volver en sí, y gritar de dolor y miedo al
despertar en la situación en la que se encontraba –suspendido en el aire en un lugar
obscuro.
– ¡Ya casi llega, niño!, ¡Aguante un poquito más! –Le pidió Ignacio a Rubén.
–La roca caída del cielo los va a matar si no se van de aquí –dijo una voz a algunos
metros de distancia de donde se encontraban todos ahora.
– ¡No digas tonterías, Mateo!, No son más que un par de indios locos que viven
en la selva –agregó Don Pedro.
–Tenemos que sacar a nuestros patrones del hoyo –dijo Ignacio ya sosteniendo la
mano de Rubén.
– ¡No, Pedro!, ¡Tranquilo!, ¡No hay necesidad! –Intervino Don Mateo mientras
sujetaba con fuerza la mano de Don Pedro para evitar que este apuntara su arma hacia
los indígenas.
–Tienen que irse de aquí, hermano –advirtió Balam antes de dar media vuelta para
continuar su camino.
– ¡Apresuraos, Ignacio!, ¡Que aquí está más caliente que el mismísimo infier...!
Don José fue interrumpido por el agudo y denso sonido ensordecedor provocado
por un poderoso impulso electromagnético que provenía directamente del meteorito
incrustado al fondo del cráter.
Al salir por primera vez a la superficie para tomar aire, cada uno de ellos
experimentó una sensación que le resultaba totalmente desconocida. Sus corazones
latían fuertemente dentro de sus pechos, y podían sentir su sangre recorriendo
rápidamente cada una de sus arterias. Además, fueron repentinamente invadidos por
una energía que parecía interminable, y sus extremidades se sentían más ligeras, y
poderosas.
El meteorito que impactó contra la selva maya contenía un tipo de virus muy
evolucionado que debió de haberles matado en cuestión de horas, ya que su
composición subatómica le dotaba con la capacidad de almacenamiento y
procesamiento de enormes cantidades de energía, las cuales exprimía de cualquier tipo
de materia al que se adhiriera.
Debido a que el cuerpo humano puede almacenar y producir energía, las nuevas
capacidades que el virus le había proporcionado a la composición fisiológica de estos
sujetos lograban acelerar las conexiones sinápticas y aumentar miles de veces su
potencial de acción –proporcionándoles las cantidades de energía suficientes para lograr
generar campos electromagnéticos capaces de atravesar otros campos
electromagnéticos ajenos a su cuerpo–, especialmente los que cubrían las mentes de
otros humanos, ya que estos eran campos electromagnéticos mucho más débiles que
los que ellos ahora poseían.
CAPÍTULO 47
DESCIFRANDO EL CÓDIGO
–En vivo y a todo color –respondió Raúl con una sonrisa triunfal.
En contraste, Raúl hablaba con Tony de la misma manera en que siempre lo había
hecho, y en un par de ocasiones hasta llegó a mencionar su ceguera con frialdad –lo
cual hizo sin la intención de ofenderlo o atacarlo, más bien, simple y sencillamente
señalando lo que era obvio.
Después de convivir con Raúl por ya algunas semanas de manera más íntima,
Daniel y Tony se habían dado cuenta de lo bien que encajaban con la personalidad
directa, transparente, y honesta que tenía su compañero. Además, su parte agresiva y
confrontativa había desaparecido desde que los tres habían comenzado a participar en
operativos reales. Especialmente desde el ataque en Bruselas.
–Tengo motivos para pensar que este libro esconde más que una historia aburrida
acerca de los orígenes de los psíquicos –explicó Raúl.
–Uri y Karla estuvieron buscando todo tipo de indicios de algún mensaje o código
secreto en el contenido y no encontraron nada. Ni siquiera los del laboratorio de La
Guardia encontraron algo relevante, y eso que utilizaron supercomputadoras para su
búsqueda –refutó Daniel.
–Estoy enterado de eso. Y también estoy enterado de que tanto Karla como Uri
coincidieron en que, si había algún tipo de mensaje escondido, no era un código lógico
y secuencial que una computadora pudiera detectar. Más bien, era un mensaje que iba
dirigido a alguien que conociera el contexto del mensaje que se quería transmitir, y la
manera abstracta en la que este se traduciría –insistió Raúl.
–Lo cual reduciría el posible mensaje oculto a un código diseñado para ser
desencriptado solamente por la subjetividad de un humano –resumió Daniel.
–Y descartaría automáticamente las millones de posibilidades que un código o
mensaje oculto hecho por una computadora generaría –analizó Raúl.
–El problema ahora es que al no tratarse de algo lógico y secuencial –sino de algo
abstracto y subjetivo–, esto también nos puede llevar a caer en el error de la ambigüedad
en nuestras conclusiones –argumentó Daniel.
–A los humanos normales, sí. Pero a una máquina lógica y objetiva como tú, no lo
creo.
Daniel se dejó llevar por el profundo interés que Raúl había logrado contagiarle
con éxito, y de inmediato comenzó a hojear con delicadeza el libro.
–Supongo que podemos iniciar por leer el contenido y enfocarnos en las analogías
y frases simbólicas en general –retomó Daniel.
– ¡Sabía que eras el hombre indicado para este trabajo! –Celebró Raúl.
–Muy bien. Comencemos, entonces –dijo Daniel con una sonrisa entusiasta en su
rostro.
CAPÍTULO 48
LA RATA
–No lo sé. También desperté aquí. Creo que fuimos sedados, o algo así.
– ¿Sedados?
– ¡Uri! –Exclamó Karla–, Entonces todos fuimos... ¡Fue Máximo!, ¡Él es el traidor!
Una inevitable e incómoda pausa fue propiciada por las serias acusaciones que
Karla acababa de hacer.
– ¡Ese maldito bastardo! –Dijo Fernando con rabia y desprecio–, Espero que estén
satisfechos ahora.
– ¡Eso no justifica lo que hiciste!, ¡No tenías ningún derecho! –Rompió el silencio
Santini.
–Como sea –continuó Santini–, creo que al menos ahora sabemos que no eres la
rata que buscábamos.
– ¿De qué están hablando? –Preguntó Karla confundida–, ¿Quién más está aquí?
–Sólo nosotros cuatro. No sabemos dónde estén Melisa, Ixtab, y... supongo que
sabemos ahora que Máximo está bien –Respondió Uri decepcionado–. Respecto al
reclamo hacia Fernando... bueno, Santini descubrió que Fer desvió toda la entrada de
mensajes y llamadas de agentes de La Orden hacia su laptop personal después de que
Raúl hiciera contacto con nosotros.
–Tiene sentido. Yo hubiera hecho lo mismo –agregó Karla para sorpresa de Uri y
Santini.
–Arturo tuvo que tomar el tren y dirigirse hacia los restos de la estación de La
Guardia para asegurarnos de que Máximo no sospechara de nuestra trampa –en caso
de que llegara a checar la ruta por medio de Aker–. Se suponía que debería de regresar
esta misma tarde para que pudiéramos hablar con ustedes, mostrarles la evidencia de
todo, y... encargarnos del traidor –concluyó Karla con desdén en su voz.
– ¡He aquí al poderoso jefe de La Orden de Aker! –Anunció la voz grave de Delta
antes de lanzar a Máximo al suelo con gran fuerza.
Fernando logró ver a Delta de reojo, y al instante revivió el momento en el que
subió por el orificio en el Centro de Operaciones mientras trataba de perseguir a Omega
cuando este huía del lugar antes de la explosión.
Una vez en el área que antes había sido la recepción de “Aker Insurance”,
Fernando había disparado sobre los dos hombres que estaban resguardando la retirada
de los equipos especiales que habían sido enviados a colocar los explosivos y a recibir
el dispositivo de almacenamiento que Grint les entregaría.
Acto seguido, Fernando vio con claridad a Omega caminando directamente hacia
Delta, quien le gritaba con autoridad y le exigía con violentos ademanes que regresara
al lugar de inmediato –no fue difícil entender que este sujeto corpulento era su superior,
o al menos alguien que le infundía un gran temor–. Por desgracia para Fernando, a estas
alturas la opción de atacar hubiera sido un deliberado acto suicida, puesto que había al
menos treinta hombres más que ahora buscaban un ángulo para dispararle.
–Hora de irnos –pensó Fernando antes de saltar de regreso hacia una de las
cuerdas y sumergirse en medio de una muy densa nube de polvo en su camino hacia
abajo.
–Al parecer tus subordinados estaban hablando pestes de ti a tus espaldas, Beta.
Así que decidí traerte frente a ellos para que pudieras defenderte de sus falsas
acusaciones –dijo Delta con fingida seriedad–. Para eso es la familia, ¿No es así,
hermano?
Delta era un peligroso psicópata que no podía resistirse ante sus instintos
asesinos despiadados de control y sadismo, y uno de sus deleites consistía en insertar
escenarios de atrocidades horrendas cometidas por él mismo en las mentes de sus
víctimas, con la intención principal de lograr infundir niveles de pánico y horror extremos
ante lo que sería tan sólo una muestra de cómo iba a ser su inminente y doloroso final –
y esta no sería la excepción–, ya que los cuatro agentes de La Orden se encontraron
contemplando impotentes la escena en que Máximo era torturado brutalmente a manos
de su sádico y despiadado hermano.
– ¡No, por favor!, ¡No así! –Pensó Santini al ser presa del pavor que la idea de
morir en las manos de un tipo así le causaba, después de imaginar las cosas horribles
que este sujeto podría llegar a hacerle.
– ¡Ya! –Gritó Delta con gran fuerza mientras casi caía sobre su espalda, como si
hubiera sido empujado por una fuerza frente a él que le hubiera separado de su presa–,
¡Espera! –Se ordenó a sí mismo el psíquico mientras tragaba saliva y jadeaba
violentamente–. Espera. A su tiempo.
El poderoso psíquico sacudió su cabeza y exhaló con fuerza –pero sin poder quitar
su aterradora y perversa mirada de Santini–, y su semblante denotaba que estaba
peleando contra un potente impulso que era mucho más fuerte que él mismo.
Santini permanecía inmóvil con los ojos cerrados en un completo estado de terror.
Respiraba aceleradamente, sollozaba aterrada detrás de la cinta que cubría su boca, y
su piel blanca se había tornado ahora en amarilla.
– ¡Ya!, ¡Suficiente por... por ahora! –Se ordenó a sí mismo Delta una vez más al
alejarse violentamente de Santini por segunda ocasión.
Delta enmudeció por varios segundos, hasta que fue interrumpido de nueva
cuenta por el bestial impulso que a estas alturas ya le era imposible de controlar, y al
cual decidió abandonarse por completo.
Delta puso uno de los senos de la agente en su boca con torpeza y desesperación
–y después de un impulso violento que se reflejó en la tensión repentina de todo su
cuerpo–, mordió con toda su fuerza el pezón de su víctima y lo arrancó de un sólo tirón
en medio de un gruñido de placer.
Karla había sido la única en ver con gran sorpresa y alegría al jefe de La Guardia
apuntando su arma hacia Delta, antes de soltar tres certeros disparos que se hundieron
en la cabeza y pecho de su objetivo.
– ¡Bruno!, ¡Es Bruno! –Anunció con alegría la agente en las cabezas de Uri y
Fernando.
– ¡Jefe!, ¿Dónde se había...?, ¿Qué importa?, ¡Qué bueno que está aquí! –
Celebró Uri emocionado.
– ¡Aún tenemos tiempo, Bruno!, ¡Debes encontrar a los novatos!, ¡Algo me dice
que aún están con vida! –Señaló Karla.
A pesar de tenerla frente a él, Bruno no miró a Karla. Su mirada perdida y vacía
se dirigió ahora hacia el cuerpo malherido de Máximo a su derecha.
El jefe de La Guardia se posicionó justo encima del cuerpo malherido del jefe de
La Orden, le miró a los ojos, y disparó dos veces sobre su cabeza.
La confusión fue más fuerte que el miedo y la ira en las mentes de los tres agentes
de La Orden. En cuestión de sólo algunos minutos, Máximo había dejado de ser el
principal enemigo y traidor a la causa, para convertirse en el mártir que había sido
torturado por uno de los psíquicos más poderosos y viles que existían, y después
asesinado por uno de sus compañeros y amigos más íntimos en La Orden.
– ¡Tenemos que ayudar a Santini!, ¡Está perdiendo mucha sangre! –Urgió Uri
alarmado en la mente de sus compañeros.
CAPÍTULO 49
POLIZONTE
Entró al baño, se miró al espejo, y notó con satisfacción todo el peso que había
perdido en los últimos meses, pero también se dio cuenta de un semblante pálido y
maltratado que le hacía aparentar una edad más avanzada de la que en realidad tenía.
Arturo se desvistió y se metió en la regadera, cerró los ojos mientras dejaba que
el agua le cayera directo en la cara, y sintió un escalofrío recorrer su piel cuando el líquido
caliente la tocó –después de todo, a últimas fechas sus baños le servían más como un
relajante que como un simple medio de limpieza.
Veinte minutos más tarde, Arturo salió del baño y comenzó a secarse lentamente
frente al sillón en donde había dejado su ropa antes de ducharse.
– ¿Ixtab?, ¿Qué haces aquí? –Preguntó Arturo sorprendido con su arma lista en
su mano derecha.
–Tenía que... perdón –dijo Arturo antes de ponerle el seguro a su arma y ponerla
detrás de su cintura.
–Máximo me dijo que te ibas. Y me dijo que no sería una mala idea que te
convenciera de que me acompañaras.
– ¿Acompañarte?
–Así es.
–Máximo no es de fiar, Ixtab. La razón por la que me voy... bueno, la razón por la
que finjo que me voy es porque Karla y yo le pusimos una trampa a Máximo, y
descubrimos que nos ha estado espiando a todos –Aseguró Arturo indignado.
–Eso es exactamente lo que Máximo me dijo que dirías –confesó Ixtab con una
sonrisa tierna en su rostro.
–Este punto azul marca la ubicación del Libro de La Orden –explicó Ixtab–. Si lo
seguimos nos llevará con mi papá.
– ¿Tu papá?
–Pero ¿Cómo pudo Máximo...? –Arturo se llevó la mano izquierda a la cara, y frotó
sus ojos con sus dedos índice y pulgar.
–Máximo tiene micrófonos en las habitaciones del Cuartel. Pero eso no lo hace el
soplón –afirmó Ixtab–. Fernando ha estado desviando todas las llamadas y mensajes de
agentes de La Orden a su laptop personal, Karla y tu han estado crackeando archivos
secretos en el servidor, y tú tienes conversaciones secretas con Raúl en uno de sus
juegos en internet.
Arturo miró a Ixtab a los ojos por un par de segundos, y supo de inmediato que no
le era posible desconfiar de la hermosa indígena.
Arturo tomó asiento al lado de su compañera. Esta lo miró con una sonrisa tierna
y le acarició el rostro suavemente.
–No fue nuestra culpa, Arturo. Yo así lo creí al principio, pero entendí que mi
hermano murió valientemente y por su propia decisión. Sé que mi padre debe de estar
orgulloso de él –Ixtab tenía ahora lágrimas en sus ojos también, pero su expresión era
cálida y optimista–. Debemos de ser valientes y hacer lo correcto. Así como Imox.
Arturo se soltó llorando como un niño. Ixtab lo abrazó contra su pecho y lo llenó
de besos en la frente.
–Todo estará bien si estamos juntos –prometió Ixtab en la mente de Arturo.
CAPÍTULO 50
LA NAVAJA DE OCKHAM
Daniel despertó con la cabeza sobre sus antebrazos, y con un agudo dolor en el
cuello por la mala posición en la que había estado por varias horas. Volteó a su alrededor,
y vio que Raúl también estaba dormido –solo que, este yacía en uno de los sillones de
la sala, y en una posición mucho más cómoda que la de él.
El libro de La Orden estaba abierto sobre la mesa, junto con al menos una docena
de hojas que contenían apuntes, dibujos, diagramas, y mapas mentales.
Daniel se levantó aún medio dormido después de haber mirado con enfado y
frustración las últimas notas que había tomado esa madrugada, y sin tener la menor idea
de lo que quería hacer con toda esa información.
– ¡Hay alguien ahí afuera, Dany! –Dijo Tony alarmado al salir rápidamente de la
habitación.
– ¿Qué pasó? –Preguntó Raúl al tiempo que se levantaba del sillón buscando su
arma.
–Hay dos psíquicos afuera. Estuvieron en los alrededores un rato, y ahora están
en el edificio –explicó Tony.
–Tony –suspiró Daniel con enfado–, lo que dices no tiene sentido. Tal vez tuviste
un mal sueño y esta es una manera de...
– ¿Cómo podrías saber que alguien viene hacia acá?, ¿Y cómo sabes que son
psíquicos?, ¿Se comunicaron contigo? –Preguntó Raúl aún incrédulo, pero sin bajar su
arma.
Tony se acercó un poco más a la puerta con su cabeza ligeramente inclinada hacia
la derecha en señal de una completa concentración, y con su mano derecha levantada
frente a él a la altura de su hombro –observado en total silencio por los rostros
desconcertados de Raúl y de su hermano.
A pesar de no confiar del todo en lo que Tony les estaba diciendo, Raúl ya se
encontraba en un completo estado de alerta, y listo para atacar –a diferencia de Daniel,
a quien le preocupaba que su hermano estuviera sufriendo algún tipo de episodio
psicótico causado por el estrés postraumático originado por su accidente.
Después de varios segundos de espera, Raúl logró ver una sonrisa dibujada en el
rostro de Tony –pero antes de que pudiera preguntar qué le causaba tal reacción–, Raúl
escuchó una voz muy familiar en su cabeza.
– ¿Me extrañaste?
–Bajen sus armas. Estoy desarmado –anunció Tony mientras salía con las manos
en alto.
Daniel bajó su arma en cuanto pudo ver a Ixtab frente a él –seguida de cerca por
Arturo–, quien apareció a unos cuantos centímetros de Tony e Ixtab en espera de su
turno para saludar.
– ¡Arturo!, Me da... me da gusto ver que... estás bien –dijo Daniel titubeante.
– ¡Igual tú, Dany! –Respondió Arturo con entusiasmo al tiempo que se internaba
en la sala del lugar–, ¿Y tú qué necesitas saber para guardar tu arma?
– ¿Cómo supieron que estábamos aquí? –Inquirió Raúl con total seriedad.
–Guarda tu arma, Raúl. Creo que podemos continuar con las preguntas sin
amagarnos unos a otros –pidió Tony.
–Sabes que si quisiera matarte ya lo hubiera hecho. Soy mucho más letal que tú
–bromeó Arturo antes de acercarse a Raúl y extenderle su mano derecha–, misma con
la que lo jaló hacia él una vez que sus manos se estrecharon para darle un forzado y
brusco abrazo.
– ¡Qué gusto me da que estés bien!, ¡Qué gusto me da que todos estén bien!, ¡Me
imagino que también la han estado pasando muy mal! –Dijo Ixtab aún muy emocional y
sin soltarse de la cintura de Raúl –quien poco a poco fue perdiendo la rigidez que su
cuerpo tenía al momento, y terminó por corresponder la muestra de afecto.
–Imox era un gran... –trató de decir Raúl, pero para la gran sorpresa de todos, su
voz se quebró momentáneamente.
– ¡Lo sé, Raúl!, ¡Gracias! –Dijo Ixtab antes de darle un dulce beso en la mejilla.
–Supongo que el rastreador del que hablan está en alguna de las pastas del libro
–dijo Raúl en un intento por cambiar el tema de inmediato–. Porque estoy seguro de que
desactivé el sistema de rastreo de seguridad en el portafolio.
–Tiene sentido –intervino Daniel–. Ya que nadie que valorara el contenido del libro
se atrevería a hacerle alguna modificación, y mucho menos imaginar que alguien lo haría
–especialmente por las condiciones tan frágiles en las que el paso del tiempo le ha
dejado.
–Y Máximo sabía eso –aseguró Arturo con una risita–. Ese tipo es un verdadero
genio. Sólo espero que en realidad esté de nuestro lado.
–No sabemos dónde... ustedes creyeron que Ek Chuak sería quien tenía el libro,
¿No es así? –Preguntó Daniel.
– ¡Lo tomé prestado para tratar de encontrar el mensaje secreto! –Se defendió
Raúl–, Bueno, eso si es que tiene uno.
–Mira todos estos garabatos –dijo Arturo antes de hacer una trompetilla con sus
labios en señal de desagrado ante lo que veía en la mesa.
–Sus caras y su actitud me dicen que no han encontrado nada relevante –aseguró
Arturo–. Y supongo que trabajan en lo simbólico porque los resultados del laboratorio de
La Guardia descartaron todo lo que una computadora podría encontrar.
Raúl y Daniel asintieron con la cabeza sin despegar sus cansadas miradas del
libro.
–Buen punto. Así nadie le podría dar valor a lo creado –dijo Raúl.
Daniel y Raúl habían creado una lista con las analogías y frases con lenguaje
simbólico contenidas en el libro, pero esta recopilación se componía de ciento catorce
elementos, y cada uno de ellos era tan abstracto y subjetivo como el anterior.
– “La verdad morderá y arañará el interior del iniciado, y le consumirá tal y como
el fuego consume a la vela” –leyó Daniel.
–Un nauseabundo y destructivo bastardo, sin duda alguna. Pero no nos dice nada
nuevo –determinó Raúl.
Por al menos otros veinte minutos, Daniel y Raúl continuaron leyendo frases en la
lista con la intención de que entre todos pudieran descifrarlas de la manera más literal y
simple posible –pero sin encontrar alguna que les diera algún indicio de algo que pudiera
ser relevante.
–Parece que todas estas frases tienen un significado literal muy simple. Y lo que
nos dicen en realidad no es un mensaje que no conozcamos los ya iniciados –dijo Daniel
desesperanzado–. Tal vez no hay un mensaje oculto. Tal vez esos hombres querían el
libro sólo con la intención de poseerlo como una reliquia antigua.
–Lo mejor será dejar todo esto a un lado, comenzar a trabajar en algún plan para
reorganizarnos, y... no sé. Seguir con la operación por nuestra cuenta, tal vez –sugirió
Daniel resignado–. De otra manera, esto sólo nos provocará un efecto pantano.
–Una vez adentro, entre más empeño le pones al esfuerzo por salir, más te hundes
–definió Raúl.
–Claro que, en este caso, lo que queremos es sumergirnos aún más –comentó
Arturo–. Quiero decir, en el contenido del libro.
–Sí. Mi Papá nos decía que muchos pantanos están encima de cuevas
subterráneas. Así que la única manera de sobrevivir era dejarte llevar hasta que cayeras
en la cueva. La selva maya está llena de estos lugares –relató Ixtab.
–Sí. Eso dijo –respondió Ixtab sorprendida por la inadvertida reacción de Tony.
– ¡Ek Chuak es uno de los Guardianes del Santuario secreto de los primeros
psíquicos! –Continuó Tony.
Daniel y Raúl se miraron entre sí con los ojos muy abiertos justo antes de saltar
impetuosamente sobre la lista.
–No quiero interrumpir, pero ¿Qué demonios está pasando? –Inquirió Arturo.
–No había nada bueno que ver en la tele –respondió Tony sarcásticamente.
Ixtab y Arturo no supieron cómo reaccionar ante la manera en que Tony se burlaba
de su propia condición, y ambos consideraron indignarse ante el apoyo de Raúl a tan
insultante broma –pero la actitud relajada y divertida de Tony les reveló al instante que
esto era algo que ocurría a menudo entre estos dos.
– “La roca de luz lastimó nuestras entrañas –comenzó a leer Daniel–, pero la tierra
nos sumergió en el camino sagrado de la serpiente emplumada, y esta se instaló dentro
de nuestras almas mortales para protegerlas del inmenso poder divino proveniente del
cielo”.
–Ok. La roca de luz es el meteorito que cayó y liberó el virus que lastimó las
entrañas de los antepasados. Después, el impulso electromagnético causó el deslave
que les hizo caer en las aguas de las grutas subterráneas, lo cual –junto con la radiación
del meteorito–, contuvo el virus dentro de sus átomos, y les protegió de una muerte
segura –desglosó Raúl aún con la esperanza de haber pasado por alto algo que fuera
relevante.
–Eso tampoco nos dice nada nuevo –aceptó Daniel decepcionado–. Solo nos
cuenta la historia que ya conocemos.
–No lo creo así –dijo Ixtab aún recorriendo a todos los presentes con su mirada–.
Creo que al menos nos está dando una ubicación.
– ¿Una ubicación?, ¿En dónde? –Preguntó Raúl incrédulo antes de volver a leer
en voz muy baja la frase que analizaban ahora.
–Ixtab tiene razón. Nos está dando una ubicación –dijo Daniel con una pequeña
sonrisa entusiasta.
–Y eso es lo que esos sujetos buscaban, pero ¿Para qué? –Inquirió Daniel.
–No lo sé. Tal vez exista algo más ahí. Algo muy valioso que no está mencionado
en el libro –especuló Ixtab–. Por algo su ubicación se ha mantenido en secreto todo este
tiempo. Por eso solo Los Guardianes conocían la ubicación.
–Al final de cuentas Uri y Karla tenían razón. Este mensaje oculto estaba
destinado sólo para aquel que supiera de lo que se estaba hablando –dijo Arturo mientras
miraba a Ixtab con admiración–. No sé ustedes, pero creo que yo estoy viendo a uno de
los nuevos Guardianes aquí frente a mí.
Ixtab sonrió cortésmente, pero en sus adentros no supo cómo sentirse ante ese
comentario.
DETRÁS DE LA MÁSCARA
– ¡Levántate, mujer!, ¡Que no te queda mucho tiempo antes de que mueras! –Le
ordenó Melisa a la agente Santini.
–Debo confesar que esto es totalmente personal. Mira ese rostro totalmente
simétrico, la piel blanca y perfecta como la porcelana, ojos hermosos. Todo un verdadero
estándar de belleza –dijo Melisa antes de enderezarse y dar un paso hacia su derecha.
Sin el menor aviso o señal, Santini hizo un corte diagonal desde la parte superior
derecha de la frente de Karla, hasta la parte izquierda de su barbilla. Karla gimió por la
sorpresa del movimiento, y un segundo después soltó un grito enmudecido –ya que
seguía amordazada–, cuando el dolor por la herida en su rostro se agudizó.
Los gritos de Karla ya no eran de dolor, eran su impotencia y su ira las que ahora
le hacían gritar en protesta con toda su fuerza.
–Creo que eso será suficiente –ordenó Melisa una vez que se sintió satisfecha–.
Gracias por tus servicios, Pamela.
¡Santini!
Karla ahora hacía un esfuerzo enorme por no mover sus muy dañados músculos
faciales –y aunque la mordaza que le cubría anteriormente había sido cortada por el
ataque a manos de Santini–, el simple hecho de hablar le hubiera causado un dolor
verdaderamente insoportable.
Por otro lado, Uri se entregó al dolor emocional que le provocaba ver el horrendo
final que tuvo su agente y aprendiz favorita –especialmente al imaginar el horror que esta
tuvo que vivir en sus últimos momentos al ser presa de los deseos más viles y sádicos
de un psicópata sin escrúpulos–, ya que Santini le había confesado lo mucho que le
horrorizaba la idea de terminar en las manos de alguien así.
–Ya pasó, Pamela. Ya pasó –pensó Uri en un intento de consolarse ante lo que ya
no podía cambiar.
–Así es, Uri. Para ella el dolor ya terminó –dijo Melisa mientras se inclinaba para
tomar el cuchillo tirado a un lado del cuerpo de Santini–. Para ti, en cambio...
–La dinámica será sencilla –explicó Melisa–. Yo haré las preguntas, y ustedes me
darán las respuestas que requiero al instante, o Uri perderá un dedo, ¿Está claro?
– ¡Sí!, ¡Sí! –Gritó Karla en la mente de Melisa–, ¡No lo lastimes!, ¡Te diré lo que
quieras!
–Bien. Creo que ahora que entendemos las reglas podemos continuar con el juego
–dijo Melisa con una fingida condescendencia–, ¿Dónde está la india?
Uri volvió a gemir aparatosamente de dolor cuando Melisa cortó su dedo anular.
– ¡No!, ¡Por favor!, ¡Te juro que no lo sé!, ¡Creí que ustedes la tenían prisionera!,
¡Lo juro! –Imploró Karla en la mente de Melisa.
–Repetiré la pregunta una vez más, ¿Dónde está la india? –Volvió a preguntar
Melisa mientras Uri seguía retorciéndose de dolor.
– ¡Por favor, Melisa!, ¡Te juro que no...!
Uri gimió de dolor aún con más fuerza y desesperación esta vez, y sus ojos
inyectados de sangre daban la impresión de que se saldrían de sus cuencas en cualquier
momento.
– ¿Olvidé mencionar que si me mentían dos veces seguidas no sería solo un dedo
lo que cortaría? –Preguntó Melisa con un tono falso de disculpa, mientras les mostraba
la mano derecha de Uri ahora desprendida de su cuerpo.
– ¡No debiste hacer eso! –Advirtió Melisa entre dientes al tiempo que le lanzaba
una mirada de total odio y desprecio a Fernando.
Melisa pudo haber poseído a Fernando en un santiamén, pero había decidido que
mejor le arruinaría la vida por completo –asegurándose de convertir varias de sus
memorias más felices en sombrías y grises–, y dejándolo vivir miserablemente hasta que
ella decidiera matarlo, o dejarlo suicidarse.
Fernando no pudo hacer nada para defenderse del ataque de la poderosa psíquica
que había resultado ser Melisa, y tan sólo momentos después de que la misma
comenzara a modificar cosas en su mente, el psíquico ya había quedado atrapado en un
estadío psicótico del que le sería imposible escapar. Sin embargo, gracias a un
mecanismo de defensa natural, la psique de Fernando se encerró en sí misma para evitar
que el daño ya causado se acrecentara –auto induciéndose así un coma físico, pero
escapando de la tortura que recibía al momento.
Justo cuando Melisa disfrutaba más del caos que creaba en la mente de su
indefensa víctima, una fuerza tremenda le expulsó sorpresivamente de la psique de
Fernando.
Artemis se lanzó sobre su hermana tan rápido como pudo para empujarla hacia
una posición en donde ambos encontraran cobertura. Sin embargo, su movimiento le
costó la herida del arma punzocortante que Melisa había hundido entre dos de sus
costillas –quedando a muy pocos milímetros del corazón, y logrando perforar su pulmón
izquierdo.
– ¡El arma! –Gritó Artemis con gran esfuerzo, y haciéndole ver a su hermana que
había cometido otro grave error.
Mariana había soltado su FNX 45 después de haber sido tacleada por su hermano
–al cual trató de acercarse en un movimiento protector al escucharlo gritar–, y este
movimiento la hizo alejarse unos cuantos centímetros aún más del arma–. Centímetros
que Melisa no desaprovechó.
Tan pronto como vio su cuchillo atravesar a Artemis, Melisa dio tres zancadas a
gran velocidad, y después se lanzó sobre su estómago –logrando así llegar al arma antes
que Mariana, quien para ese momento ya sabía que había perdido la posesión de la
misma.
En un intento por darle un respiro a su hermana, Artemis juntó la poca fuerza que
le quedaba a su cuerpo, y se lanzó contra Melisa –quien cayó sobre su costado derecho
al ser golpeada por el antebrazo del joven, pero sin soltar su agarre del arma que
disputaba con Mariana–. Le tomó tan solo unas cuantas décimas de segundo retomar su
equilibrio –utilizando la fuerza de resistencia de Mariana como palanca–, y con un
movimiento potente y veloz le propinó un fuerte golpe a la cabeza de Artemis con su
rodilla izquierda.
Mariana lanzó sus piernas con gran velocidad hacia el brazo derecho de Melisa,
logrando así envolverlo con fuerza entre ambas extremidades. Inmediatamente después,
utilizó las plantas de sus pies y sus pantorrillas para empujar el hombro izquierdo de su
oponente –además de neutralizar su cuello y tronco momentáneamente–, al tiempo que
utilizaba sus dos manos para jalar con todas sus fuerzas del brazo que había podido
atrapar –asegurándose de que el arma estuviera apuntada hacia donde no pudiera
herirla a ella.
Melisa gritó de dolor al encontrarse atrapada en una muy bien ejecutada llave de
brazo –pero no por mucho tiempo, puesto que al igual que Mariana ella también era muy
habilidosa para el combate en piso–, así que antes de que fuera demasiado tarde,
empujó sus piernas, cadera, y torso hacia encima de su cabeza, logrando así poner fuera
de peligro su brazo atrapado, y ponerse ventajosamente casi de pie.
En el forcejeo, ambas jóvenes perdieron la posesión del arma –la cual cayó a unos
centímetros del cuerpo inconsciente de Artemis–. Mariana se lanzó de inmediato hacia
la misma, y Melisa aprovechó para correr hacia la puerta de salida del estrecho pasillo
donde peleaban –localizada a unos 10 metros de su actual posición.
Tan pronto como Mariana tomó el arma se giró sobre su espalda y disparó en
posición incómoda dos veces, logrando que uno de sus disparos rozara el hombro
derecho de Melisa justo cuando esta se barría a través de la puerta, y utilizaba el marco
de la misma para columpiar su cuerpo hacia la izquierda.
Mariana se quedó parada a medio camino sabiendo que Karla tenía razón, pero
también sabiendo que Melisa era demasiado peligrosa para dejarla ir.
La orden por radio que Mariana había dado a su equipo táctico tenía la intención
de proteger a sus hombres de lo que sería una muerte segura e innecesaria ante Melisa,
quien sorpresivamente había resultado ser el oponente más complicado al que ella se
hubiera enfrentado en toda su vida.
La subestimé.
– ¡Tranquilo, Amis!, ¡Ya viene la ayuda!, ¡Tú eres muy fuerte!, ¡Sólo...! ¡Resiste!
CAPÍTULO 52
TU CASA ES MI CASA
–Por favor, hijo. No hay necesidad de mentir –dijo sinceramente Ek Chuak sin
perder la sonrisa amigable que aún pintaba su rostro–. Es lo que es.
Enrique sonrió apenado y cerró su boca después de no encontrar algo más que
agregar ante la transparencia del veterano psíquico.
Ah Puch trotó de manera juguetona hacia su viejo amigo, y al darle alcance elevó
sus patas anteriores sobre sus hombros. Ek Chuak lo recibió con un exagerado gruñido
de esfuerzo, y acarició su cabeza mientras este lamía su cara en repetidas ocasiones.
Era evidente que las heridas de Ek Chuak aún se encontraban en proceso de ser
sanadas, y que su energía y su fuerza tampoco eran las de siempre –a pesar de que los
cuerpos de los psíquicos tardaban menos tiempo en recuperarse por completo.
Ambos psíquicos alistaron sus armas, y Ek Chuak le hizo una señal a Enrique
para que le cubriera mientras este se disponía a echar un vistazo por la pequeña y única
ventana que tenía la cabaña –ubicada a unos dos metros a la izquierda de la puerta de
entrada.
Ek Chuak se pegó a la pared y caminó lenta y sigilosamente hacia la ventana.
Pero antes de que pudiera echar un vistazo, el rugido de Ah Puch y el disparo del arma
de Enrique le hicieron detenerse y mirar atrás.
Corrió con su arma levantada y apuntada hacia el cuerpo del felino, pero no tuvo
el corazón para dispararle a quien había sido su compañero por tantos años en la soledad
de la selva.
Ek Chuak tiró su arma al piso, abrazó a Ah Puch con gran fortaleza física, lo
arrancó del cuerpo de Enrique, y lo lanzó varios metros por el aire hacia su lado izquierdo.
– ¿Por qué hiciste eso, amigo?, ¿Por qué? –Le preguntó Ek Chuak al felino en
medio de su confusión.
–Hay una cosa que quiero que sepas antes de que intentes algo más, Alfa –
advirtió Ek Chuak–. No me vas a convertir en tu títere. Moriré antes de darte el gusto.
–Temo que sé a qué te refieres con eso. Y por desgracia, sé que es verdad –dijo
Alfa con un tono de decepción.
–Lo hizo. Él se volvió uno de ustedes desde hace mucho tiempo. Era tan fiel a La
Orden como tu jaguar a ti –dijo Alfa con una mueca de admiración–. A pesar de ser una
bestia salvaje no pude hacerlo matarte. No sé cómo... bueno. Eso no importa ya.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Ek Chuak antes de que sus ojos se cerraran.
–Veo que te reconforta la idea de que tus amigos fueron... ¿Cómo decirlo?, Leal y
genuinamente tus “amigos” al final de sus vidas –agregó Alfa intrigado–. Me hubiera
gustado ser como tú. Ser como la mayoría. Simples, ingenuos, ignorantes, emocionales.
Eso... eso hubiera sido... normal.
CAPÍTULO 53
EL CAMINO DE LA SERPIENTE
–Entonces, ¿Lo que ves son un montón de luces? –Preguntó Arturo.
–Creo que es más complicado que eso. Más específicamente, si hay energía en
un determinado objeto, la puedo percibir. Especialmente si el objeto está en movimiento
–trató de explicar Tony–. También escucho ondas sonoras que antes no hubiera podido
escuchar.
–Es normal. Perdiste un sentido y los demás se agudizaron. Claro que, en nuestro
caso, al parecer se convierten en una especie de super poder muy cool –dijo Arturo con
una sonrisa.
– ¿Y cómo haces para darte cuenta de donde están ubicados los objetos
inanimados?, Esos no poseen energía activa –Inquirió Daniel.
–Hace tres semanas descubrí que, al tratar de entablar una conexión psíquica, mi
mente liberaba energía en forma de ondas hacia mi alrededor, y me di cuenta de que
todo se iluminaba alrededor de donde estas ondas pasaban. Supongo que por la acción
de fotones presentes en la energía liberada –describió Tony.
– ¿Por qué no puedo ser el único que dijo una cosa brillante por una sola vez,
Daniel? –Reclamó Raúl con fingida indignación.
–A propósito, me dices que hace tres semanas te diste cuenta de que podías...
ver... técnicamente –dijo Raúl.
El grupo entero compartió una pequeña carcajada por la respuesta de Tony –con
la excepción de Daniel–, quien más bien ahogó lo que hubiera podido ser un acalorado
reclamo ante lo revelado por su hermano.
–Aquí es –anunció Ixtab.
Los jóvenes miraron una angosta abertura entre dos rocas que se encontraban
enterradas en medio de la extensa selva maya –y de acuerdo con Ixtab–, ese lugar era
uno de los muchos accesos a los varios cenotes que componían lo que Ek Chuak
llamaba: “El camino de la serpiente emplumada”.
Ixtab e Imox se aventuraban de vez en cuando dentro de esa gruta, pero nunca
con la intención de explorar con detenimiento el interior –ya que nunca se imaginaron
que podría llevarlos a algún lugar importante.
– ¡Uf!, ¡No saben lo bien que me va a caer este chapuzón! –Festejó Raúl mientras
comenzaba a quitarse su ropa exterior, para quedar cubierto solamente por su traje
semiseco de neopreno.
Además del traje semiseco de neopreno –el cual es comúnmente utilizado por
equipos de tácticas especiales para sumergirse en escenarios acuáticos de poca
profundidad, y temperaturas moderadas–, todos contaban con una lámpara resistente al
agua adaptada a una máscara de snorkeling, y una mochila impermeable en la que
guardaron su ropa seca, sus armas, y sus Smartphones.
Ixtab tomó la delantera, y sus compañeros la siguieron por varios metros a través
de las enigmáticas cuevas llenas de las peculiares formas diversas de estalactitas,
estalagmitas, columnas, y otros espeleotemas que distinguen a este hermoso
ecosistema.
–Supongo que debemos seguir este camino hasta que demos con un anuncio
grande en luz neón que diga: “Bienvenidos al Santuario de Los Guardianes de La Orden
de Aker” –bromeó Arturo.
–Prometo que les avisaré en cuanto lo vea –dijo Tony con una sonrisa juguetona.
CAPÍTULO 54
MÁXIMO
–Le agradezco por todo, doctor Garrido. Especialmente por su disposición para
venir hasta acá y dejar desatendida su clínica –dijo Mariana Casamayor.
–Usted sabe muy bien que yo haría lo que fuera por los hijos de Don Miguel. No
dude en llamarme cuando me necesite.
–Gracias, doctor. Así lo haré –aseguró Mariana con un tenue pero sincero gesto
de agradecimiento en su rostro–. A propósito, ¿Qué noticias me tiene de los demás?
–En cuanto al señor Fernando Ibarra, su estado físico en general está en muy
buena forma. Por desgracia, se encuentra en un coma profundo –del cual hemos
descartado ya toda causa orgánica como un posible detonante–, y esto nos lleva a
diagnosticar que el evento encuentra su etiología en un trauma severo de tipo psicológico
–concluyó Garrido.
– ¿Extrañamente normal?
–Es una hipótesis. Por desgracia, un electroencefalograma sólo nos puede revelar
si hay actividad cerebral, y en qué áreas está ocurriendo. Pero no nos dice con exactitud
que pensamientos está teniendo, y mucho menos las razones que le llevan al paciente
a pensar lo que sea que esté pensando –resumió Garrido.
Garrido entendió al instante que lo que Marcell tenía que decir era información
que él no quería conocer, y al igual que lo había hecho varias veces con su amigo Don
Miguel Casamayor, decidió retirarse de la conversación.
–Me retiro, jóvenes. Debo reunirme con mi equipo –se disculpó el médico antes
de tomar camino hacia el pasillo de donde había venido anteriormente.
– ¿Y bien?
–Máximo se comunicaba con uno de los sujetos detrás de los ataques a La Orden.
De hecho, este sujeto llamado Alfa con el que mantenía contacto es su hermano –reveló
Marcell con una sonrisa de orgullo por sus hallazgos–. Así es. El cerebro de todo este
caos es el hermano del ex-jefe de La Orden, al cual conocíamos como Máximo, pero en
realidad se llamaba Beta.
“Es tu última oportunidad, Beta. Debemos continuar con lo que nuestro padre nos
encomendó. Comenzaremos por destruir a todos los psíquicos, y después terminaremos
con el veneno que es la raza humana de una vez por todas. Repito. Esta es tu última
oportunidad de unirte, o asumir las consecuencias.”
–Esa es más una amenaza de cortesía que una orden o petición fraternal –analizó
Mariana.
–No era la rata que traicionó a La Orden. Y se pone aún más interesante –dijo
Marcell con evidente excitación por la información que poseía–. Encontramos un sótano
secreto debajo del almacén en el primer piso en el que había una habitación donde
Máximo monitoreaba las conversaciones entre los inquilinos de La Orden.
–Y así nos dimos cuenta de que fue él quien le entregó a Ixtab Chuak –por cierto,
Chuak es parte del nombre “Ek Chuak”, no un apellido. Pero al parecer la gente del
registro lo convirtió en apellido necesario, ya que Ek Chuak no tenía un apellido que
darles a sus hijos... mais, ça c'est une tout autre chose–. Como dije al principio, Máximo
le dio un dispositivo de rastreo a la chica con el cual encontraría a su padre. Además, le
dijo que Arturo Casamayor pretendería escapar del Cuartel esa misma noche, y que ella
debía de convencerlo de irse con ella para que ambos estuvieran seguros –reveló
Marcell.
–Esa línea les fue repetida una y otra vez a Máximo y a Alfa por su padre mientras
ellos crecían, y al parecer Alfa la había adoptado como si fuera una frase propia.
–Voilà.
– ¿Y cómo fue que Máximo no la detuvo al momento?, ¿Por qué no hizo nada? –
Protestó Mariana.
–Al parecer Máximo no sabía quién era la verdadera Melisa. Supongo que creyó
que simplemente era una novata que había estado dándole información a su hermano
por el miedo que este generalmente le inspiraba a la gente.
–Se acercó a hablar con ella a solas, y le confesó que sabía que ella era quien
había estado en contacto con su hermano. Le dijo que comprendía su situación, y que
comprendía que lo que había hecho había sido por miedo. Por desgracia para Máximo,
Melisa ya había puesto su plan en marcha, y se había encargado de manipular a las
únicas sirvientes de todo el Cuartel –la esposa y las dos hijas de Santiago De León, el
mayordomo que desapareció junto con Ek Chuak–, para que pusieran la poderosa droga
en la comida que todos consumieron esa tarde algunos minutos antes –de hecho el
reporte farmacológico reveló que se trataba de una fusión de Rohypnol, y Bromuro de
Pancuronio–, por lo que lo único que tuvo que hacer Melisa fue esperar a que la poderosa
sustancia actuara sobre Máximo –Marcell aclaró su garganta antes de continuar–. Como
ya lo dijo usted, señorita. Él la menospreció.
–Eso ya no pasará –se prometió a sí misma Mariana–, ¿Y todo esto está en las
conversaciones grabadas de las que me hablaste? –Preguntó Mariana.
–Máximo era un buen sujeto. Era noble, leal, y sobre todo alguien que se
preocupaba más por sus compañeros y amigos de lo que se preocupaba por sí mismo –
dijo Mariana con seriedad.
CAPÍTULO 55
–Creí que era solo la adrenalina teniendo un efecto en mi cuerpo. Pero ahora que
lo mencionan, puede que se trate de algo más –agregó Daniel.
– ¿Será una indicación de que nos acercamos al Santuario? –Preguntó Ixtab.
– ¡Buena! –Gritaron Raúl y Arturo para implicar que Daniel había bromeado con
respecto a la ceguera de Tony –a pesar de saber que este no se prestaría a este tipo de
juego, y que esta había sido solamente una referencia accidental.
– ¡Eso no fue lo que quise decir! –Protestó Daniel entre molesto y apenado ante
la burla de sus compañeros.
–Se lo que quisiste decir, hermanito. Y sí puedo verlo. No igual que ustedes, por
supuesto –intervino Tony.
–Irónicamente, eres el único que puede verlo –señaló Ixtab con una tímida sonrisa.
Aún Daniel se encontró dejando escapar una sonrisa de aprecio por la experiencia
positiva que los jóvenes psíquicos estaban viviendo juntos en ese momento –
especialmente después de todo lo mal que lo habían pasado en los últimos meses.
Siguieron nadando por varios minutos más, y conforme avanzaban sentían con
más intensidad la energía que sus cuerpos habían detectado anteriormente –como si
esta les invitara a acercarse más y más.
Extrañamente, esta sensación los llevó hasta lo que parecía ser un callejón sin
salida. Un muro de roca sólida sin aberturas o espacios por los que se pudiera pasar.
–Aquí es –aseguró Tony cuando se acercaban a lo que parecía ser el final del
camino.
–Aquí no hay nada más que agua, y esa roca –señaló Raúl extrañado.
–Está detrás de esa roca. Debemos sumergirnos para rodearlo –Indicó Tony.
Ixtab, Raúl, Arturo, y Daniel miraron hacia la profundidad del agua debajo de ellos.
–Confíen en mí. Lo que sea que esté ahí atrás es lo que emite toda esta energía
–aseguró Tony con seriedad.
–Ese es el problema. Yo calculo que la piedra tiene unos veinte metros más por
debajo de la superficie, y al menos unos seis metros de espesor –describió Tony.
– ¡Eso prueba que este debe de ser el lugar! –Aseguró Raúl victorioso.
–Esta es una prueba física fuera de las capacidades de cualquier humano normal
–respondió Daniel.
–Es una buena manera de despistar y alejar a quien no tenga nada que ver con
este lugar. En especial si ni siquiera saben que hay algo de importancia en los
alrededores –razonó Arturo después de un largo suspiro.
–Los veo del otro lado, agentes –anunció Raúl antes de tomar una gran bocanada
de aire y sumergirse.
Daniel vio a Tony sumergirse con total decisión, y no tuvo otra opción más que
seguir a su hermano hacia el otro lado de la roca –a pesar de no estar muy convencido
de que este plan fuera el más conveniente–, y siendo incapaz de luchar contra su actitud
sobreprotectora con respecto a Tony.
– ¡Wow!, ¡Sí que es rápida! –Pensó Arturo arrepentido por haberla subestimado
ahora que había tenido que acelerar el paso para tratar de seguirle el ritmo.
– ¡No tenemos todo el día, agente Casamayor! –Dijo la voz burlesca de Raúl en
la mente de Arturo.
–Es impresionante lo que nuestros cuerpos pueden soportar ahora. Creí que esto
sería al menos... demandante –confesó Daniel.
–Agentes –interrumpió Raúl sin dejar de observar con gran atención cada detalle
del pasillo–. No estamos solos aquí.
–Bajen sus armas, jóvenes. No las necesitarán –afirmó Alfa con tranquilidad–.
Síganme por favor.
Alfa volvió a internarse en el mismo lugar del que había salido anteriormente, y sin
dudarlo por un solo instante Ixtab y Raúl fueron los primeros en avanzar con cautela
hacia el final del pasillo –mismo que terminaba en un muro que doblaba hacia la
izquierda.
Se detuvieron en la esquina del pasillo con sus armas listas, y fue hasta después
de la señal de Raúl que Ixtab y él giraron al mismo tiempo –Raúl cubriendo la parte de
arriba, e Ixtab en cuclillas cubriendo la parte de abajo–, para encontrarse con doce
escalones más que conducían a una amplia cámara que despedía una especie de luz
azul fluorescente y parpadeante.
Raúl hizo un movimiento de cabeza que les indicaba a los demás que debían
avanzar mientras él los cubría. Arturo tomó la delantera en esta ocasión, y Daniel se le
emparejó rápidamente para cubrir el muro derecho que quedaba frente a él, mientras
Arturo se encargaba del muro contrario –movimiento que les protegería mutuamente de
algún posible atacante escondido a la vuelta.
Arturo y Daniel subieron lentamente y al mismo tiempo los últimos tres escalones
hasta que pudieron asegurarse de que las esquinas estaban completamente despejadas.
Daniel checó su muro contrario inclinándose rápidamente sobre su rodilla derecha, y
Arturo checó su muro contrario manteniéndose de pie –seguidos muy de cerca de Raúl
e Ixtab, quienes ya se aseguraban de cubrir a sus compañeros de algún posible atacante
al frente de la cámara.
– ¡Estás superado en número! –Amenazó Raúl con autoridad–, ¡Por muy poderoso
que seas ni tu podrías con los cinco!
–A menos que presione este botón –advirtió Alfa levantando un control remoto en
su mano derecha, pero sin dejar de admirar la fuente por un solo instante–. La explosión
desintegraría el meteorito, liberando así el virus mortal para nuestra especie que esta
roca contiene dentro de su estructura.
–Para ser más específico, la explosión le liberaría al virus de las propiedades que
hacen que tenga un efecto positivo en nuestros cuerpos humanos. Se dispersaría en el
aire, y se propagaría rápidamente a varios kilómetros a la redonda –describió Alfa con
cierto desinterés–. Delta creía que con la capacidad de energía que este virus puede
almacenar y manipular, las formas de vida que conocemos en el planeta entero podrían
ser destruidas por completo en cuestión de un par de meses.
Raúl comenzó a bajar su arma poco a poco, y dirigió su mirada en busca de apoyo
a Daniel –sólo para encontrar que este estaba tan preocupado y alarmado como todos
los demás.
– ¡Ese es un cliché tan viejo como las pirámides de Egipto! –Despotricó Arturo–,
¿Con qué cara te quejas del poder destructivo del humano?, ¡Tú mismo has sido
responsable de quien sabe cuántos asesinatos de gente inocente!
–Estás en lo correcto. Yo –un humano–, maté a esa gente por una simple y sencilla
razón. Porque podía –confesó Alfa sin intención alguna de alardear–. Nací con un talento
especial para estas habilidades que solo nosotros poseemos, y sacié mis más bajos
instintos gracias a las mismas. Siempre fui un psicópata puro, y siempre me gustó
controlar a la gente –aunque para ser sincero–, cuando lo hacía a la fuerza por medio de
mis poderes mentales –Alfa se interrumpió con una mueca de descontento y una rápida
sacudida de cabeza–. Eso dejó de ser satisfactorio para mí demasiado rápido. Ese no
era un reto. Así que decidí que haría las cosas de manera diferente, y comencé a
hacerme un verdadero maestro de la manipulación. Me volví un experto en hacer que las
personas hicieran lo que yo quería que hicieran, pero creyendo que actuaban según sus
intereses, sentimientos, principios, o su sentido común.
–Ustedes están aquí esta noche porque yo así lo dispuse –continuó Alfa–. Máximo
fue asesinado por Bruno porque así lo ordené. Melisa engañó a todos porque eso fue lo
que yo le enseñé a hacer. Inclusive, ella mató a Delta porque yo le instruí que lo matara
si este no controlaba sus impulsos bestiales irracionales.
Las miradas sorprendidas y escépticas de cada uno de los jóvenes psíquicos se
clavaron en Alfa. Después de todo, hasta este punto ninguno de ellos sabía nada de lo
que se les acababa de revelar.
–Si nadie en La Orden tuvo la más mínima sospecha de Melisa es porque así...
lo... planeé –dijo Alfa con su penetrante mirada recorriendo a cada uno de sus
interlocutores–. Y es que cuando se conoce la esencia de los deseos primitivos más
profundos del humano, y la manera en que trabaja su mente en general... nada es más
sencillo que manipularle y encausarle hacia donde tú desees que se mueva. Es como
dirigir a un asno con una zanahoria.
–Delta podía encontrar satisfacción sólo cuando tenía el poder absoluto sobre los
más débiles que él, Melisa quería destruir a la organización que le arrebató una infancia
normal alrededor de sus padres, Bruno era totalmente incorruptible y honorable, y mi
hermano estuvo siempre dispuesto a dar la vida por la familia que siempre quiso, y que
nosotros nunca le pudimos dar.
–A lo que quiero llegar es... a que yo nunca tuve lo que todos ellos... a lo que
todos ustedes tienen. Siempre fui temido y rechazado por todos a mi alrededor, incluso
por mis hermanos y mi padre –confesó Alfa fijando su mirada penetrante en cada uno de
los jóvenes psíquicos–. Por más que quise sentir las emociones que ustedes parecen
sentir, y encontrar mi lado sensible y humano... no lo logré.
–Sí –aceptó Alfa con una tenue sonrisa en su rostro–. Esa es exactamente la
razón por la que hoy estamos aquí. La razón por la que diseñé un plan maravillosamente
astuto e infalible con el que logré engañar a gente brillante y capaz –Alfa levantó su
mirada y recorrió a cada uno de sus interlocutores–. Mi hermano era brillante. Pero
demasiado humano en un mundo donde los que no lo somos, tomamos ventaja de los
que sí lo son. Y por desgracia, somos demasiados. No mayoría, pero... demasiados.
–Eres un psicópata sin escrúpulos. Estoy seguro de que has hecho cosas mucho
peores, así que, si en verdad quisieras hacerlo ya lo hubieras hecho –aseveró Tony con
firmeza–. En vez de eso –y por alguna razón que desconozco–, lo único que has estado
haciendo es contarnos la historia de tu vida.
–No sé cuáles son tus verdaderas intenciones aquí, pero no vas a detonar esa
bomba.
Alfa miró el control remoto que tenía en su mano con una tenue sonrisa.
–Tú vives esperando no despertar más cada que te acuestas a dormir. No te juzgo,
tu cuerpo está cansado de cargar tanto miedo. La ansiedad es una carga horrible que
muchos resistimos día con día –le dijo Alfa directamente a Arturo, quien a pesar de su
asombro no abandonó su postura física defensiva–. Tú odias tu personalidad, y tu miedo
a defraudar a los demás. Todo viene de tu incapacidad de demostrarle a tu padre que no
eras un idiota lento –Alfa ahora se dirigió a Daniel–. Murió antes de que pudieras
demostrarle que tu introversión era debido a tu coeficiente intelectual tan elevado, y no
a un retraso o limitación –Daniel inclinó su cabeza en un intento por esconder su rostro–
. Tú tienes tanto respeto por los demás, y necesitas tanto de su aprobación y protección,
que sientes que el mentirles en lo más mínimo es una ofensa en su contra. Por desgracia,
también sabes que al ser tan directo y honesto con ellos sólo los alejas más de ti –aún
si esa no es tu intención–. Crees que si no mientes, la gente no te mentirá a ti. Así como
te mintieron acerca de tus padres toda la vida –le dijo esta vez a Raúl, quien no le quitaba
la mirada de encima, y no dejaba de sostener su arma con firmeza en su mano derecha–
. Y tú, hermosa. Tú sólo estás aterrada de lo poderosa que puedes ser, porque sabes
muy bien qué es lo que requieres para explotar todo tu potencial.
–Un niño. De unos diez... once años, tal vez. Él... tenía un nivel de madurez
superior, y su visión de la vida y el mundo era... extraordinaria para su corta edad –dijo
Alfa con una notable desesperación por elogiar la figura del niño del que hablaba–. El
punto es que... él tenía dos hermanos gemelos menores a él, y ellos habían nacido con
un defecto en sus cuerpos que había causado que sus riñones dejaran de funcionar
como deberían a la temprana edad de ocho años. Por si esto no fuera suficiente, su
sangre era también de un tipo muy especial, y raro –y como en cualquier historia que le
de vida al cliché–, también pertenecían a una familia de muy bajos recursos –La voz de
Alfa pareció quebrarse un poco, y sus ojos se humedecieron por segunda ocasión–. Los
doctores no presagiaban nada bueno para estos niños. La lista de espera para el
trasplante era larga, y el tipo de donante requerido para el mismo complicaba aún más
la situación.
–El padre había muerto cinco años atrás a causa de un cáncer que le había
fulminado en tan solo siete meses. La madre se esforzaba por traer tanto dinero como
pudiera a la casa, y el hermano mayor se encargaba de cuidar de los gemelos la mayor
parte del día –Alfa comenzó a caminar alrededor de la fuente–. Un día, uno de los
gemelos terminó en el hospital en un estado verdaderamente crítico, y los doctores les
dijeron que a menos de que el niño obtuviera un nuevo riñón en cuestión de días, el daño
en su cuerpo sería irreparable, y con consecuencias fatales. Esto obviamente destrozó
a la madre, pero fue la reacción del gemelo más joven la que causó el mayor impacto en
la historia.
Sin previo aviso –y sin que ninguno de los jóvenes psíquicos lo pudiera evitar–,
Alfa les insertó la memoria de un niño pequeño que se acercó a su madre al verla llorar,
y le dijo tiernamente:
La voz de Alfa se rompió en un sollozo abrupto, y sus ojos esta vez no pudieron
contener sus lágrimas por varios segundos.
–Esa noche –continuó Alfa con la voz entrecortada–, el hermano mayor no durmió.
Salió sigilosamente de la habitación del hospital en donde él y su familia cuidaban a su
hermano, y escribió esto –anunció Alfa antes de insertar la memoria de la nota.
“Señores doctores:
Yo no soy igual a las demás personas. Tengo pensamientos muy feos que no se
van nunca. Muchas veces imagino que mato a mis hermanitos, a mi mamá, y a cualquier
persona que me haga enojar. No soy bueno, y lo que me asusta es que no puedo sentir
el amor y el cariño que mi mamá y mis hermanitos sienten. Para ellos es muy fácil
demostrarlo, y ellos tienen sueños y cosas que les hacen felices en la vida. Yo no tengo
ganas de hacer cosas buenas como ellos. Yo sólo me sentía contento con mis
pensamientos malos. Y por eso, le doy mis riñones a mis hermanitos. Uno para cada
uno.
–El niño tomó una sábana de una de las camillas vacías en una habitación
contigua a la de su hermanito, salió al corredor, y amarró uno de los extremos de la
misma al barandal de las escaleras del tercer piso –Alfa se detuvo para tratar de
sacudirse la imagen del cuerpo del niño colgando frente a él–. Su cuello se rompió en
cuanto la gravedad y la resistencia de la sábana disputaron el peso de su cuerpo, y
pasaron más de quince minutos antes de que una enfermera se encontrara con la horrible
escena. Lo único que tocó el suelo, fue la nota que sostenía en su mano derecha.
–Este niño tuvo la madurez de hacer lo que yo no pude en todos estos años. Él
supo que era totalmente diferente, y que al estar entre la gente normal sólo les haría mal.
Este niño hizo uno de los únicos actos que... casi fueron desinteresados. A pesar de no
poder sentir empatía para con los demás –dijo Alfa en una voz serena y aliviada–. Este
niño me hizo hacer algo que nunca había podido hacer, y me hizo saber que, si yo no
me permitía a mí mismo hacerlo, es porque no lo resistiría. Me hizo sentir. Sentir tristeza,
y felicidad, y esperanza, y desesperanza. Sentir miedo ante la muerte, y, sobre todo,
sentir empatía por los que sienten, al saber que el sentir no siempre es una experiencia
positiva. Sabiendo que también en ocasiones te desgarrará el interior. Y yo... yo no sé
cómo controlar esto. No quiero controlar esto, pero no... no voy a... Ek Chuak me insertó
esta memoria del niño que era como yo. Lo hizo antes de desconectarse de su cuerpo
para evitar que yo lo torturara y lo despojara de su identidad psíquica. Era un hombre
muy sabio, y hábil. Y fue el único psíquico que me venció en mi propio juego. En mi propio
mundo. Él le dio una segunda oportunidad a este mundo, a la humanidad, a ustedes, y...
y a mí.
–Ek Chuak ya no pertenece a este mundo material. Por decisión propia –aclaró
Alfa–. Pero ustedes sí. Y ustedes sobrevivirán y tratarán de hacer este mundo uno mejor.
Aunque creo que... creo que no podrán. Creo que la humanidad terminará provocando
su propia extinción.
– ¿Dónde está mi padre? –Volvió a preguntar Ixtab con lágrimas de ira sobre su
rostro, su arma apuntada hacia la cabeza de Alfa, y caminando rápidamente hacia él.
– ¡No mientas!, ¡Tony sabe que él está aquí! –Despotricó Ixtab mientras golpeaba
la cabeza de Alfa con la cacha de su pistola, haciéndolo caer sobre su rodilla derecha
gimiendo de dolor–, ¡No me mientas otra vez o te mataré, maldito!
–No, muchacha. Lo siento, pero... fue tu padre quien ya me mató –afirmó Alfa
mientras se sacudía el golpe que la joven le había propinado.
Ixtab estaba a punto de pedirle a Alfa que aclarara lo que acababa de decir, pero
este hizo un repentino movimiento que resultó ser demasiado rápido para ella –tan rápido
que ni siquiera le dio tiempo de disparar su arma, la cual cayó al piso después del golpe
que Alfa le dio a la joven en la muñeca derecha–. El psíquico acercó su rostro a un par
de centímetros del rostro de la joven después de aferrarlo con firmeza con ambas manos.
“In yaakumech” –susurró Alfa antes de besar la frente de Ixtab con ternura.
– ¿Qué está pasando?, ¿Por qué...? –Se preguntó Daniel lleno de confusión ante
lo que sucedía.
–Ek Chuak entró a la mente de este tipo. Se convirtió en una parte de él. Por eso
yo podía sentir su energía aquí. Su nombre era... Alfa –explicó Tony aún tratando de
asimilar lo que estaba diciendo.
Raúl recordó una de las memorias extraídas que obtuvo de uno de los hombres
que intentaron asesinarlo en el punto de reunión en Bélgica, y entendió que los nombres
de los sujetos a cargo de toda la operación –Alfa, Delta, y Omega–, eran en realidad los
nombres de los psíquicos que habían terminado con el Centro de Operaciones de La
Guardia, y no sólo los alias de jefes de alto rango de la CIA.
– ¡Ese era mi papá! ¡Se despidió de mí! –Dijo Ixtab con tristeza y pesar.
– ¿Qué fue lo que... te dijo? –Inquirió Arturo con el mayor tacto posible.
– “In yaakumech” –respondió Ixtab aún sollozando–. Significa “Te amo”, en maya.
CAPÍTULO 56
SEGREGACIÓN
Karla estaba en el balcón de una de las cuatro habitaciones con vista al mar en
una de las propiedades que le habían pertenecido a Don Miguel Casamayor todavía
hacía algunos meses. Este sitio era el actual lugar de residencia de Uri y Karla –ahora
que se recuperaban de sus heridas–, y también el refugio de Fernando, quien
permanecía en estado de coma después de haber sido atacado por Melisa Casamayor.
Uri se sentó cerca de donde Karla estaba sentada, y se quedó mirando el mar por
algunos segundos en silencio.
– ¿Y bien? –Preguntó Karla con una voz enmudecida por su parálisis facial.
– ¿Cómo te sientes? –Preguntó Uri tratando de aplazar por unos segundos más
lo que en realidad venía a decir.
–Ya no hay una mala noticia que me pueda dañar. Solo dime, Uri –respondió Karla,
cuyo rostro era aún simétricamente estético cuando se le veía desde un perfil.
–Todos están bien. Y eso prueba que ya no son novatos, hermosa –respondió Uri.
Karla trató infructuosamente de no reírse ante la broma de Uri, y recordó que hacía
mucho tiempo que no se permitía encontrar graciosa una broma –o al menos sonreír por
algo que le causara algún tipo de placer.
–De hecho, el doctor Garrido dijo que me referiría con un colega de él que se
especializa en prótesis robóticas –compartió Uri con un toque de optimismo–. Le dije que
nunca podría pagar algo así, pero me dijo que Mariana y Artemis eran los que le habían
sugerido la idea, y que por supuesto ellos se encargarían de los gastos.
–Raúl se despidió de todos en México. No dijo a donde iría, pero prometió que
escucharían de él de vez en cuando. Ixtab es ahora oficialmente la nueva “Guardiana del
Santuario de La Orden de Aker”, y Arturo decidió quedarse a ayudarla cuando ella se lo
pidió –reportó Uri.
– ¿Tú crees que Ixtab y Arturo...? –Preguntó Karla con mirada juguetona.
–No lo sé. Lo que sé es que no hay nadie mejor que Arturo para protegerla. Ese
muchacho se volvió un tipo muy duro.
–El buen Arturo. Y pensar que era el gordito simpático del grupo –recordó Karla.
–Por último, Mariana me aseguró que Daniel seguirá en contacto con Ixtab y
Arturo para asistirlos si así se requiere –agregó Uri–. Él y Tony regresaron a su ciudad
natal en México.
–Daniel está seguro de que la única razón por la que el sujeto rastreó y atacó a
Ek Chuak, fue para extraer de él la ubicación del Santuario. Y suena muy lógico, puesto
que sólo había dos maneras de conocer esa información. Por medio del libro –el cual ni
Melisa ni él tenían en sus manos gracias a Raúl–, u obteniéndola directamente de Ek
Chuak.
–Tiene sentido. Pero aún así yo les recomendaría tomar precauciones –insistió
Karla.
–Eso espero –dijo Karla en un suspiro–. A propósito, ¿Cómo es que ese diablillo
nos robó el Libro de La Orden?
– ¡No tengo la menor idea! –Aceptó Uri con fingida indignación–, ¡Eso habla muy
mal de nosotros, agente!
– ¡Claro que no!, En todo caso, habla muy bien de él –bromeó Karla.
–Enrique era valiente, y muy capaz –dijo Artemis con frialdad–. Se que si murió
fue porque ese sujeto era habilidoso y poderoso. Y sé que ese tipo de reto le causaba
felicidad. Así que creo que, en cierta manera, murió feliz.
–O tal vez eso es lo que quiero creer –admitió Artemis–. La razón por la que los
interrumpo es porque debo avisarles que mi hermana y yo continuaremos con las
operaciones que La Orden llevaba a cabo. Tenemos los recursos, la gente, los contactos,
y todo lo necesario para mantener esta organización funcionando.
Uri y Karla miraron a Artemis, y después se miraron entre sí sabiendo la razón por
la que el joven psíquico les visitaba esa tarde.
–Ya sé que por ahora ustedes tienen otros planes. Se que la van a encontrar y se
van a encargar de ella primero. Y sé que los demás también han tomado otros caminos
distintos, y que tal vez por ahora La Orden no está en sus planes. Pero queremos que
sepan que las puertas están abiertas para todos. Sabemos lo que pueden hacer –Artemis
enfatizó esta última parte–. Sería muy conveniente contar con su apoyo.
Artemis miró a Karla y a Uri esperando notar algún tipo de reacción en los mismos
ante su propuesta.
Artemis dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la habitación por la que había
entrado anteriormente.
–Así es –respondió Artemis después de girar hacia Karla y Uri de nueva cuenta.