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LA ORDEN DE AKER

La Cacería

Saúl Solís
PROLOGO DEL AUTOR

A medida que avanza mi vida, me doy cuenta de que cada vez me es más obvio que el
control es en efecto sólo una ilusión. Un espejismo formado por el deseo insatisfecho de
un producto creado por la broma cósmica: “la psique humana”.

Esta conclusión no debe de causarle sorpresa alguna al observador objetivo, quien


entiende a la perfección que tal entidad fue diseñada para funcionar sin límites o
restricciones, pero condicionada a la condena de “Ser” solamente lo que le permite el tan
limitado y frágil cascarón que le contiene.

Ahora, al referirnos a los acuerdos humanos en cuanto a conceptos que nos permitan la
comunicación, nos encontramos con que el “bien y el mal” son dos términos inventados
por nuestra especie, a los que se les ha atribuido erróneamente la función y esencia de
conceptos absolutos –lo cual es una imposibilidad en el Universo en el que vivimos–. De
hecho, nada es absolutamente bueno o malo. Por lo tanto, lo más cercano a la intención
de estos términos sería lo “Conveniente y no Conveniente”. Después de todo, así como
es el observador el que influye en lo que va a suceder a un nivel subatómico, también en
un plano consciente, es el sujeto el que decide que le es conveniente, o no.
CAPÍTULO 1

UNA VELADA INOLVIDABLE

–Disculpen la interrupción, pero ya vamos a cerrar la barra, ¿Gustan ordenar algo


más? –Interrumpió la mesera del lugar.

– ¿Quieres otro? – Preguntó Daniel señalando con la mirada la taza de café casi
vacía de Tony.

–No. Si me tomo otro no voy a poder dormir –le dijo Tony a la mesera.

–Estamos bien, Lucy. Supongo que sólo la cuenta por favor.

–Ok. Enseguida se las traigo.

Daniel checó su reloj y vio que eran las 11:47. La noche era fresca, pero agradable,
y además muy tranquila y solitaria –como generalmente era un martes a esas horas en
la ciudad de Aguascalientes, en México.

El café “Azul Catedral” era un establecimiento de unos veinte metros de largo por
unos diez metros de ancho, que poseía la estructura arquitectónica típica de las casas
antiguas en México –misma que generalmente distribuía varias habitaciones alrededor
de un largo pasillo, al cual comúnmente se le llamaba “Zaguán”.

El lugar había sido pintado de una agradable combinación de blanco y azul pastel,
que lucía espléndida gracias a la perfecta iluminación en el recinto –especialmente
dentro de las habitaciones–. Una amplia variedad de macetas adornaba el zaguán y
varios rincones del café, además de una enredadera perfectamente bien podada en uno
de los muros interiores. En adición, la mayoría de las paredes estaban decoradas con
fotografías y cuadros de arte moderno, y sin excepción alguna este escenario era
siempre acompañado con música suave de fondo.

Había únicamente tres mesas ocupadas esa noche. La primera era la mesa que
ocupaban Daniel y Antonio en la pequeña terraza del lugar –la cual contaba solamente
con seis mesas, pero era sin duda la mejor elección en una noche tan placentera–. La
segunda –también en la terraza–, estaba ocupada por dos sujetos vestidos con ropa
casual formal, y que parecían estar enfocados en sus bebidas calientes, y su
conversación. Por último, dentro de una de las habitaciones contiguas a la terraza que
contaban con una amplia ventana con vista hacia la calle –justo frente a la mesa de Tony
y Daniel–, había una pareja de enamorados que entre besos y risas coquetas parecía no
darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.

–Mira. Eso es exactamente lo que te falta, hermanito –dijo Tony mientras le daba
un trago a su café, y le señalaba con la mirada a la romántica pareja.

–Si necesito un coctel de adrenalina, noradrenalina, oxitocina, serotonina y un


toque de dopamina, las tomaré vía intravenosa. Gracias –respondió Daniel.

–No es lo mismo que el calor de una mujer, hermanito. Nada como la experiencia
real –sobre todo si se trata de un cuerpo y una cara como esa–. Dijo Tony sin disimular
su agrado por la fémina.

–Claro. Lo dice el que tiene una experiencia real diferente cada que sale de fiesta.

–Dije real. No eterna –respondió defensivamente Tony antes de terminar de un


trago lo que quedaba de café en su taza–. La naturaleza del macho es polígama,
hermanito. Y tú lo sabes. No la ejerces, pero lo sabes.

–De acuerdo. Sin embargo, el sexo debe de ser utilizado solo para una cosa en la
vida de un hombre civilizado y pensante –afirmó Daniel–. Liberar estrés cuando este
llega a niveles excesivos en el cuerpo, lo cual es provocado por supuesto por el arduo
trabajo hecho en pro de la ciencia o el progreso en las diversas áreas de conocimientos
prácticos de nuestra especie –ahora fue Daniel quien tomó una pausa para terminar su
bebida–. La reproducción solo le condenaría a atarse a la responsabilidad del cuidado y
la satisfacción de las necesidades de los egoístas, narcisistas y dependientes infantes.
Y el exceso de encuentros sexuales invariablemente se vuelve una adicción, y al igual
que cualquier adicción, esto reduce la lucidez intelectual y atrofia los sentidos.

Daniel se inclinó sobre la mesa lo más que pudo para mirar fijamente a su
hermano.

–Lo que te trato de decir de la manera más simple para que puedas comprenderlo,
hermanito –dijo Daniel con fingida condescendencia y actitud paternal–. Es que esa es
muy probablemente la causa de tu estupidez.
Daniel esbozó una sonrisa malévola.

–De acuerdo con tu primer punto –accedió Tony sin inmutarse en lo más mínimo
por el insulto de su hermano–. Sin embargo, una adicción –al igual que todo en el
Universo–. Tiene propiedades convenientes e inconvenientes –como tú muy bien lo
describes en tus aportes filosóficos–. Y en este caso específico ya enlistaste
acertadamente lo inconveniente –señaló Tony con una exagerada actitud
condescendiente–. Ahora, lo conveniente es que simplifica la vida de un hombre
pensante, al reducir sus necesidades adictivas a una sola. Lo cual lo diferencia del
hombre común moderno que encuentra altos niveles de estrés al verse atrapado en una
variedad de tipos de necesidades. Además –y a diferencia de lo que la sociedad
erróneamente cree–. Todos somos adictos a algo. Hasta tú, hermanito –Tony devolvió la
sonrisa malévola–. Eres adicto a resolver el acertijo del por qué hacemos todo lo que
hacemos los humanos. Debe de ser estresante estar dentro de tu brillante mente. Te
recomiendo un poco de sexo –dijo Tony de manera burlesca.

–Aquí les dejo su cuenta –interrumpió Lucy sin poder esconder su incomodidad al
haber llegado justo al momento en que Tony había hecho su comentario abrupto, y del
cual era ya muy tarde para escapar sin obviar su pena e incomodidad.

–Creo que esto es suyo, caballero –dijo descaradamente Tony mientras deslizaba
la carpeta de la cuenta hacia Daniel.

Lucy se retiró tratando de disimular una sonrisa causada por la falta de vergüenza
de Tony. Curiosamente, era en general esta actitud la que le hacía a este tan atractivo al
sexo opuesto –además, por supuesto–, de su 1.90 de estatura, su piel blanca, cabello
negro, ojos color miel, y complexión atlética –la cual se acentuaba gracias a las horas
que pasaba practicando artes marciales mixtas.

Tony tenía 26 años de edad, y era extremadamente inteligente. Sin embargo, no


poseía la memoria eidética de su hermano, quien era oficialmente un genio de acuerdo
con diversas baterías de medición de inteligencia. En su mente, esta fue siempre su
desventaja ante él.

Daniel era el hermano menor. Tenía 24 años, era un poco más bajo que Antonio
–con 1.87 de estatura–, y a pesar de ser delgado, su complexión no era tan atlética como
la de su hermano. Sin embargo, también era un tipo atractivo. Compartía la piel blanca,
los ojos miel, y el pelo negro de su hermano –sólo que el suyo era ondulado, un poco
largo, y descuidado.

Generalmente, Daniel atraía más al tipo de mujer que buscaba a un intelectual.


–A ver si ya te consigues otro patrocinador –exigió Daniel con cierto enfado.

–Sí, amo –respondió Tony con una fingida voz grave, y agachando su cabeza en
forma de una fingida reverencia.

Daniel se inclinó un poco hacia su derecha para sacar su cartera del pantalón. Un
segundo después, tres cosas sucedieron casi al mismo tiempo.

Primero observó un semblante totalmente aterrorizado en el rostro de Tony que


no le había visto en toda su vida, después escuchó el grito agudo de una mujer a sus
espaldas, y finalmente fue aturdido por el sonido ensordecedor de lo que le pareció una
explosión a centímetros de su oído derecho.

Por un momento, todo lo que supo es que había caído al suelo al costado de la
mesa a la que estaban sentados él y su hermano. Todo lo que podía escuchar en ese
momento era un zumbido agudo dentro de su cabeza, mientras que sus ojos luchaban
por recuperar su enfoque correcto para evitar que su estómago se revolviera cada vez
más.

Después de varios segundos, el zumbido disminuyó a un nivel que Daniel


consideró soportable, y fue en ese momento cuando sintió que lo tomaban de los
hombros y lo levantaban. Todo daba vueltas, y una distorsionada voz le decía:

¡Dany! ¿Estás bien?

Le tomó al menos cinco segundos más a Daniel el reconocer por completo la voz
de su hermano.

¡Tony!

– ¡Tenemos que irnos ya! –Dijo la voz de una mujer.

– ¡Ayúdame a cargarlo! –Ordenó la voz grave de un hombre.

–Pero ¿Quiénes son ustedes? –Interrogó Tony confundido–, ¿Por qué…?


– ¡Te explicaremos cuando estemos a salvo! –Interrumpió el desconocido–, ¡Ahora
ayúdame a cargar a Daniel!

– ¿Cómo sabe mi nombre?, ¿Quién es? –Pensó Daniel.

–Ok, Dany. Vámonos de aquí –Le dijo Tony.

Daniel sintió un poco más de seguridad en sus piernas, y como pudo comenzó a
caminar a pesar de estar aún mareado. Se apoyó en su hermano –quien le sostenía a
su izquierda–, y sintió el fuerte estirón que venía del otro sujeto al que no conocía,
ubicado a su derecha.

Una camioneta tipo “Suburban” de color azul marino se detuvo junto a la banqueta
sobre la que ellos caminaban.

– ¡Entren! ¡Rápido! –Ordenó la mujer al abrir la puerta de pasajeros del asiento de


atrás.

– ¿A dónde vamos? –Pudo por fin preguntar Daniel una vez adentro de la
camioneta.

–No sé, Dany –dijo Tony con evidente preocupación–, ¿Estás bien?

Daniel asintió con un movimiento de cabeza. Después levantó la mirada, y se dio


cuenta de que la mujer que estaba sentada en el asiento del copiloto era la mujer que
estaba también en el café. Volteó a su derecha, y reconoció al sujeto con el que ella
estaba besándose hacía apenas unos minutos.

–No se preocupen. Estamos aquí para protegerlos. Y en cuanto estemos en un


lugar seguro responderemos a algunas de sus preguntas. Ahora sólo traten de
tranquilizarse –pidió la mujer mientras le entregaba una botella de agua a Daniel.
CAPÍTULO 2

UNA VISITA INUSUAL

–Mi niña. Ya llegaron las personas que estabas esperando.

–Gracias, nana. Pásalos al estudio, ofréceles algo de tomar, y diles que estaré con
ellos en diez minutos, por favor.

–Sí, mi niña.

Melisa era una mujer atractiva. Medía 1.75, su piel era morena clara, su pelo era
negro, y tenía ojos color avellana. Aunado a esto, Melisa había practicado gimnasia
desde que tenía 6 años, y esta actividad le formó un cuerpo fuerte, tonificado, y bien
proporcionado.

A pesar de saberse tan atractiva, su vestimenta habitual siempre fue conservadora


y discreta –pero sin dejar por un momento de ser sofisticada.

Melisa heredó la inmensa fortuna de sus padres –a los cuales perdió antes de
cumplir seis años de edad en un accidente aéreo mientras volaban a Europa–. Tenía
memorias muy borrosas y confusas de los mismos, y esto le llevaba a creer que tal vez
no eran memorias reales, sino creaciones del deseo de su mente de conservar vivas a
sus figuras paternas en su mundo interior.

Su nana se encargó de su crianza, incluso desde antes de que sus padres


murieran. Y aunque fue a su tío a quien se le cedió la responsabilidad legal de encargarse
de ella durante su infancia, ella nunca logró entablar un lazo afectivo profundo con él. De
hecho, este se la pasaba viajando, y envuelto en proyectos que le consumían todo su
tiempo.

Su relación con él –y a pesar de que siempre la trató bien, y le cumplía casi


cualquier capricho–, era distante, y en ocasiones hasta incómoda.

–El tío Bernardo no era bueno ni para platicar con la gente, ni mucho menos para
encariñarse con alguien, mi niña, ¡Pero él te quería mucho!, Sólo que no se le hacía fácil
decir cosas así –Le dijo su nana cuando él falleció.
Al momento del accidente, Melisa tenía 20 años, y había tenido que tomar un vuelo
desde Inglaterra para asistir al funeral en Querétaro, México –tierra natal de su tío y sus
padres–. Y aunque también había heredado varios intereses en la tierra natal de sus
progenitores, Melisa decidió que residiría permanentemente en Inglaterra. Al fin y al
cabo, llevaba la mayor parte de su vida viviendo ahí.

Unos minutos después, Melisa salió de la habitación y se dirigió hacia el estudio


de la mansión que era su hogar, y que había sido el hogar de sus padres en sus últimos
años de vida.

El complejo de veinte habitaciones que en su momento fue el castillo de un


prominente archiduque inglés durante las cruzadas, era una de esas propiedades
cargadas con un gran valor histórico, antropológico, cultural, y por consecuencia,
monetario.

Sólo alguien con la fortuna que la familia de Melisa había amasado por
generaciones podía adquirir la propiedad de este tipo de inmuebles. Y fue el padre de
Melisa quien compró el antiguo castillo hacía más de veinte años, cuando sus socios le
invitaron a invertir en varios proyectos altamente remunerables en el Reino Unido –en su
mayoría bienes raíces.

–Buenas tardes –saludó Melisa al entrar al estudio y dirigirse hacia su escritorio.

–Buenas tardes, señorita Casamayor. Soy el agente Ibáñez, y este es mi


compañero, el agente Deschamps –dijo un hombre delgado, de estatura mediana, calvo,
y con un rostro amigable. Su acento delató su nacionalidad española.

–Buenas tardes, señorita Casamayor –saludó el otro hombre. Un tipo alto y


fornido, de mirada seria y muy penetrante, que hablaba español con un muy marcado
acento francés.

–Tomen asiento, por favor, ¿Ya les ofrecieron algo de tomar?, ¿Desean algún
aperitivo?

–Nos han ofrecido ambas cosas, pero tanto el agente Deschamps como un
servidor acabamos de desayunar. Tenga la seguridad de que la dama que nos recibió ha
sido muy cortés y educada.

–De eso estoy segura. Mercedes es la mejor en su trabajo –dijo Melisa sintiéndose
incómoda por llamar “Mercedes” a su nana, a quien llamaba por su nombre
exclusivamente cuando se encontraban frente a gente de negocios, o alguna otra
situación formal que así lo exigiera. En sus adentros nunca dejó de sentir algo de culpa
por hacerlo.
–Nos encantaría entrar en el tema principal de inmediato –dijo Deschamps
tajantemente.

–Por supuesto –accedió Melisa mostrando interés en el entusiasmo del francés.

Deschamps giró su cabeza hacia Ibáñez sin necesidad siquiera de mirarlo,


indicándole con este simple movimiento que debía proceder.

–El asunto del que hemos venido a hablarle es uno muy delicado y serio. Y por lo
tanto, uno de enorme importancia –Ibáñez hizo una pequeña pausa, se inclinó un poco,
movió sus hombros hacia delante, y concentró su mirada en Melisa.

– ¿De qué se trata?

–Pertenecemos a una organización muy antigua, y muy secreta. Una organización


a la que servimos técnicamente solo unos pocos. Ahora, a diferencia de varias
organizaciones “secretas” de las que, por alguna u otra razón paradójicamente se conoce
su existencia en todo el mundo –tales como los Masones o los Iluminati–. Nosotros
hemos permanecido totalmente desconocidos para el mundo por generaciones. Nadie,
a excepción de los miembros de la misma Orden, si quiera sospecha de nuestra
existencia, y mucho menos de nuestros objetivos.

Melisa miró a Ibáñez y a Deschamps desconcertada, sin tratar de esconder que


no veía a donde se dirigían con esta conversación. Ante esto, Ibáñez hizo una pausa y
dirigió su mirada al piso por un par de segundos para organizar sus ideas.

–Tanto vuestros padres como vuestro tío pertenecían a esta organización... –


comenzó a decir Ibáñez, quien notó de inmediato en el rostro de la joven la evidente
sorpresa provocada por sus palabras, seguida del claro aumento de interés por lo que
estaba por venir.

–Vuestro padre retomó el trabajo que había quedado estancado por mucho
tiempo. De hecho –para ser justos–, él rescató la organización cuando esta estaba casi
acabada. No sólo con fondos, también con trabajo y liderazgo. Vuestro tío fue quien le
dio seguimiento a lo que vuestro padre comenzó hace muchos años, y es gracias a ellos
que en la actualidad estamos a punto de lograr nuestro objetivo principal. Y créame
cuando le digo señorita Casamayor, que esto es mucho más grande de lo que usted se
imagina.

Melisa reflexionó en silencio ante las miradas expectantes de Ibáñez y


Deschamps.

– ¿Cuál es este objetivo? –Inquirió finalmente Melisa.

–Por desgracia, señorita Casamayor, es uno que no podemos discutir en este


momento y en este lugar –apuntó Deschamps.

–No entiendo –reclamó Melisa con claro disgusto–, ¿Para qué vinieron a verme y
a contarme todo esto si al final de cuentas no me van a proporcionar toda la información?

–La información puede ser revelada sólo a un miembro de La Orden, por medidas
de seguridad –explicó Ibáñez–. Por lo que obviamente, la visita de esta noche tiene como
un objetivo secundario el invitarla a continuar con el trabajo que iniciaron vuestros padres
y vuestro tío.

– ¿A qué se refiere con “objetivo secundario” ?, ¿Cuál es la principal razón que


les ha traído aquí?

–Vuestra seguridad, señorita Casamayor. Estamos aquí para protegerle.

– ¿Protegerme?, ¿De qué?, ¿Estoy en peligro?

–No mientras estemos con usted –aseguró Deschamps.

La expresión de confusión en la cara de Melisa se volvió en una de incredulidad,


y a su vez esta se tornó en indignación en cuestión de segundos.

–Ah, ya entiendo. Vienen a ofrecerme seguridad, ¿Y cuánto me va a costar? –


Preguntó Melisa con fingida condescendencia–, No, ¡No voy a permitir que un par de
desconocidos vengan a mi casa a contarme historias de una supuesta Orden secreta!,
¡Y de mis padres!, ¡Y mi tío!, ¡Y que encima me quieran atemorizar!, ¿Qué es lo que
quieren en realidad?, ¿Dinero?, ¿Extorsionarme?

–Nos ha malentendido, señorita –dijo Ibáñez con tranquilidad en un intento por


tratar de calmar a la joven.
– ¡Fuera de mi casa!, ¡Ahora!

–Se que esto suena descabellado –intervino el español–, pero le juro, señorita...

– ¡No quiero escuchar una palabra más!, ¡No es la primera vez que alguien trata
de extorsionarme!, ¡No soy ninguna tonta!, ¡Fuera!

– ¡Esta carta es para usted! –Gritó Deschamps con autoridad después de


levantarse de un repentino y rápido movimiento de su silla.

Melisa dio un paso para atrás asustada ante la presencia imponente del francés.
Miró la hoja de papel que Deschamps tenía aún en su mano, y notó al instante como la
curiosidad por el contenido del papel le tranquilizaba un poco.

–Es de parte de su tío –afirmó Deschamps mientras colocaba la carta sobre el


escritorio, y luego se alejaba de ella para darle espacio a la joven.

– ¿Cómo sé que esto no es una carta falsa? –Inquirió Melisa aún a la defensiva,
y tratando de pretender que no estaba tan interesada en la hoja de papel a la que no le
quitaba la vista de encima.

–Es la letra y firma de su tío. Adelante, es suya –animó Deschamps.

– ¿Pasa algo niña? –Dijo Mercedes mientras entraba preocupada a la habitación.

Melisa se decidió y tomó la carta que el francés había puesto sobre su escritorio,
y comenzó a analizarla con detenimiento.

–Nana, ¿Son estas la letra y firma del tío Bernardo?

Mercedes tomó la carta de manos de Melisa aún mirándola con confusión.


Examinó la carta de arriba a abajo por un par de segundos, le dio la vuelta como
buscando alguna parte en específico, y luego dirigió su mirada hacia Ibáñez y
Deschamps.

– ¿Ustedes son…? –Intentó preguntar Mercedes.


– ¿Es esta carta de mi tío? –Insistió Melisa.

–Sí, mi niña. Me sorprende que no reconozcas la letra de tu tío Bernardo –


reprochó Mercedes mientras le mostraba la carta a Melisa.

– ¿Conoces a estos sujetos, nana?

–No, niña –dijo Mercedes mientras les lanzaba una mirada apenada a los agentes.

– ¿Qué es lo que nos iba a preguntar, señora? –Inquirió Deschamps con gran
interés.

– ¿Quién?, ¿Yo? –Preguntó sorprendida y apenada Mercedes, mientras miraba a


Melisa como pidiendo permiso para hablar.

– ¿Qué querías preguntarles a estos señores, nana?

–Sólo quería… saber si ustedes…

– ¿Si somos las personas que Berni le había dicho que se presentarían en el
momento adecuado para cuidar de su sobrina?, ¿Es esa la pregunta?, ¿Meche? –
Preguntó Ibáñez con una tenue sonrisa dibujada en su rostro.

Mercedes se llevó la mano derecha a la boca ahogando un grito.

– ¿Berni?, ¿Meche? –Preguntó Melisa confundida.

– ¡Así me decía tu tío, mi niña!, ¡Y a él así le decían sus amigos y conocidos


cercanos!, ¡Incluyendo a tu papi! –Reveló Mercedes con entusiasmo en su voz.

Melisa sintió un calor estimulante expandiéndose desde su estómago hacia todo


su cuerpo. Sintió lo que había sentido cuando en sus fantasías imaginaba lo que sería
estar con su familia en navidad. Con la nieve cayendo afuera, la chimenea encendida, el
olor a ponche de frutas, y sus padres reclinados en un sofá junto a ella, compartiendo el
calor fraternal que solo la familia le puede dar a una persona.

–Por algo algunas cosas se vuelven clichés –pensó Melisa al darse cuenta de lo
ordinaria que era su ilusión.
La anfitriona no se percató de la profundidad de la fantasía en la que se había
sumido hasta que Mercedes volvió a hablar.

– ¡Ay, no! –Exclamó Mercedes–, ¡Pero si ustedes están aquí es porque mi niña
está en peligro!

–En efecto. Pero si siguen nuestras instrucciones y cooperan con nosotros no


habrá de que preocuparse. Tiene que confiar en nosotros, señorita Casamayor –pidió
Ibáñez.

– ¿Por qué estoy en peligro?, ¡Y no digan que no me pueden decir ahora!, Quiero
al menos esa respuesta, o no voy a cooperar con ustedes –advirtió Melisa con una
postura aún defensiva, pero claramente más abierta a la negociación.

–Cumplir el objetivo de nuestra organización depende de que usted y otras


personas estén a salvo. Por desgracia, nuestros intereses están en contra de los
intereses de otra organización. Nuestros enemigos naturales, por así decirlo. Y créame
que no van a descansar hasta que terminen con ustedes –resumió Deschamps.

– ¿Ustedes?, ¿No soy la única, entonces? –Cuestionó Melisa–, Además... creí


que habían dicho que eran una organización secreta. No entiendo.

–Es cierto, no sois la única en peligro. Y en efecto, somos una organización


secreta. Pero esto se debe solamente a que nuestros enemigos deben de guardar los
mismos secretos que nosotros –respondió Ibáñez–. De hecho, eso es lo único que
tenemos en común con ellos. Y eso se debe a que no hace mucho tiempo, éramos parte
del mismo equipo.

Melisa miró a Ibáñez, y después a Deschamps –quienes la miraban fijamente y


casi sin parpadear.

–señorita Casamayor, me temo que por ahora no puedo decirle más detalles. Lo
único que puedo asegurarle es… que si quiere estar segura, y obtener respuestas, tendrá
que confiar en nosotros y acompañarnos a un lugar seguro –determinó Ibáñez.

Melisa lo miró fijamente con una clara expresión de desconfianza y desacuerdo.


Estaba a punto de negarse una vez más, cuando Mercedes habló.
–Niña, creo que confiar en estos señores es lo mejor para ti. Tu tío Berni me dijo
que estas gentes iban a venir por ti para protegerte, y para llevarte a un lugar en donde
no vayas a estar en peligro. Él nunca dejaría que algo malo te pasara, y el confiaba más
que en nadie en sus amigos de… La Orden –Mercedes buscó confirmación en las
miradas atentas de Ibáñez y Deschamps, quienes asintieron con un ligero movimiento
de cabeza.

Melisa miró a su nana con asombro y desconcierto. Sin embargo, también supo
que si ella creía en lo que estos sujetos decían, eso era prueba suficiente para que ella
pudiera confiar en ellos.

– ¿La Orden? –Preguntó Melisa mientras miraba a todos en la habitación.

–La Orden de Aker, señorita. Ese es el nombre de nuestra organización, a la cual


vuestro tío y vuestros padres pertenecían –detalló Ibáñez.

–Eso. La Orden de Aker. Así es como se llama, mi niña –dijo Mercedes cuando
Melisa le miró buscando la confirmación de la veracidad de esta información.

–No quiero alarmarle, señorita Casamayor, pero enserio es indispensable sacarle


de aquí lo antes posible. Tendrá más respuestas en cuanto estemos en una ubicación
segura –interrumpió Deschamps.

Melisa miró a su nana a los ojos por un par de segundos. Se mordió los labios,
volteó hacia un punto vacío entre los dos agentes, y les dijo sin mirarlos.

–Muy bien, señores. Si mi nana confía en ustedes… supongo que yo también lo


haré –anunció Melisa más para sí misma y para Mercedes que para ellos.

– ¡Excelente!, Necesita acompañarnos de inmediato. Su seguridad es ahora


nuestra prioridad, señorita Casamayor –dijo Ibáñez mientras fijaba su mirada en los ojos
de Melisa.

– ¿De inmediato? –Protestó Melisa, quien claramente no había entendido que los
hombres estaban ahí para llevársela con ellos en ese preciso momento–, Eso es
imposible. Tengo muchos asuntos que atender antes de irme. Necesito al menos
asegurarme de hablar con mis abogados y explicarles…
–Le aseguro que si no viene con nosotros ahora mismo, alguien la asesinará –
advirtió crudamente Deschamps–. Tuvimos mucha suerte al haber logrado llegar antes
que sus atacantes.

– ¿Atacantes? –Preguntó Melisa asustada.

–Así es, señorita. Por ahora, somos sin duda su mejor y única opción. Por favor
confíe en nosotros –rogó Ibáñez mirando a Melisa a los ojos con una cálida mirada–. Por
favor, Meche. Usted sabe de qué hablamos –Ibáñez se dirigió a Mercedes pidiéndole
apoyo.

–Tengo mi propia seguridad privada, y estoy segura de que...

–Su seguridad privada no puede ayudarle en este caso. Estamos hablando de


gente que tiene poder inclusive sobre la policía en varias ciudades principales del mundo
–advirtió Deschamps–. Si nosotros llegamos hasta aquí, ellos también pudieron hacerlo.

–Tiene que confiar en nosotros –pidió Ibáñez con tacto.

–No sé... yo...

–Mi niña, ¡Tienes que irte con ellos! –Instó Mercedes al momento que tomaba la
mano de la joven–, ¡Esto es serio, mi niña!, ¡Es lo que tu tío y tus papás hubieran querido!,
¡Confía en mí, Melisa!

– ¿Melisa? –Se preguntó extrañada la joven, puesto que las únicas ocasiones en
que su nana le llamaba por su nombre era cuando quería que le tomara enserio.
Especialmente, cuando la reprendía.

Melisa miró los ojos húmedos y angustiados de su nana por algunos segundos.
Se aferró con más fuerza al agarre de su mano, miró a los agentes, y dijo:

–Muy bien. Iré con ustedes –accedió Melisa para la satisfacción de los agentes–.
Pero mi nana viene conmigo. Esa es mi única condición.

Los dos agentes se miraron por un momento sin articular palabra alguna. Los dos
supieron que no tendrían alternativa, y que esta condición era no-negociable.
–Vale. No veo problema alguno –accedió el español.

–Antes de que lo olvide, niña –interrumpió Mercedes–. Tu tío Berni me pidió que
les entregara su libro a estos señores cuando vinieran por ti. Supongo que lo necesitarán,
¿O no?

El rostro de Ibáñez se iluminó al escuchar lo que dijo Mercedes, y ambos hombres


preguntaron al unísono:

¿El libro?

– ¿El libro de la Orden?, ¿Está aquí? –Preguntó Ibáñez directamente a Mercedes.

–Sí. Está guardado en la caja de seguridad secreta de Berni. Perdóname niña,


pero tu tío me dijo que nadie, ni siquiera tú debías de saber de ese libro. Por tu seguridad
–justificó Mercedes mientras miraba con culpabilidad a Melisa–. Pero, bueno. Ya te
explicaré más en el camino. Como dicen los señores, nos tenemos que ir rápidito, mi
niña. Ahora mismo les traigo el libro. Y traeré tu maleta de emergencia, mi niña –dijo
Mercedes mientras salía a toda prisa de la habitación.

– ¡Que no hay tiempo para eso, mujer! –Reprendió el francés.

– ¡Déjala! –Ordenó Ibáñez preocupado por un posible cambio de opinión de parte


de Melisa.

– ¿Qué importancia tiene un maldito libro? –Preguntó Deschamps.

– ¡Más de lo que os imagináis!, Es un libro con gran valor para La Orden –


respondió Ibáñez.

–Y si es tan importante, ¿Por qué está aquí? –Insistió Deschamps.

–No tengo la menor idea. Pero parece que estamos de suerte –concluyó Ibáñez
con el evidente agrado que el inesperado hallazgo le causaba.

Melisa no prestó atención a la conversación que los dos agentes tuvieron a


continuación. Su mente estaba demasiado ocupada y confundida con una plétora de
ideas y pensamientos que le impidieron el interesarse en tratar de inmiscuirse.
Pensativa, les dio la espalda a los dos sujetos y se dirigió hacia la ventana de su
estudio. Su mente estaba más activa que nunca.

¿Quién quiere asesinarme?, ¿Por qué?, ¿Habrán matado estas personas a mi


tío?, ¿A mis padres?, ¿Es irme con estos desconocidos la mejor opción?, ¿Y si mi nana
está equivocada?

Al momento, las emociones de Melisa se encontraban en plena batalla entre sí


por posicionarse en el plano principal. Por segundos sentía miedo a lo desconocido, a
confiar en estos completos extraños, y sobre todo a encontrar cosas en el pasado de sus
padres que le causaran pena y decepción. Por otro lado, sentía coraje hacia los mismos
por haberle escondido información tan relevante, por haberla puesto en peligro sin
advertencia alguna, y sin protección. Sin embargo, el estar con su nana, y que esta a su
vez se mostrara confiada y mejor informada que ella, le daba cierta tranquilidad dentro
de la incertidumbre. Después de todo, si alguien le había protegido durante toda su vida
era Mercedes.

El tren de pensamiento de Melisa se prolongó así por varios minutos, hasta que
súbitamente fue interrumpido por completo al escuchar inesperadamente gritar a
Deschamps:

¡Merde!

Melisa giró hacia donde estaba Deschamps, sólo para observar cómo su cabeza
explotaba, y su cuerpo caía al suelo después del sonido de un disparo. Acto seguido, vio
a Ibáñez sacar su arma de debajo de su saco mientras giraba con una velocidad
sorprendente, y se inclinaba sobre una rodilla. Desafortunadamente para él, el atacante
tenía la ventaja de la posición y el factor sorpresa, por lo que el rápido y ágil movimiento
del español no fue suficiente para esquivar una bala que se hundió directamente en su
estómago.

Ibáñez logró soltar dos disparos rápidos de su arma corta semiautomática antes
de recibir un segundo y mortal disparo en el pecho, que le despojó por completo de su
equilibrio, y que le mató antes de desplomarse sobre su espalda.
CAPÍTULO 3

PERSECUCIÓN

– ¡Sigue corriendo, Ixtab!, ¡No pares! –Le ordenó Imox a su hermana.

– ¡Estás lastimado! –Protestó ella.

– ¡Sigue corriendo! –Ordenó Imox con desesperación, y con la autoridad que


normalmente se gana un hermano mayor.

Imox era un joven de 1.70 de estatura, y 25 años de edad. Tenía ojos negros, piel
morena, rasgos faciales muy finos, y era de complexión muy atlética y reacia.

Era un joven callado, tímido, y aislado, que generalmente mantenía una actitud
defensiva –misma que generó desde su infancia, como un mecanismo de defensa
necesario en contra de la discriminación que en pleno siglo XXI aún se mostraba en
contra de los indígenas en varias partes de México.

Creció rodeado de personas que, aunque no lo expresaran directamente con


palabras, implicaban con su trato y conductas que eran superiores al “indio”, gracias a
una creencia irracional masiva inculcada desde la conquista española, en la que entre
menos española era tu sangre, y más obscura tu piel, menos valor social tenías.

Por su parte, Ixtab tenía 23 años de edad, y medía apenas tres centímetros menos
que su hermano mayor. Era muy delgada y ligera, su pelo era negro y le llegaba a la
cintura, su piel apiñonada era la envidia de los extranjeros de piel pálida, y su rostro era
simétrico y atractivo en su totalidad –especialmente por su sonrisa adornada con un par
de “hoyitos” en sus mejillas, una dentadura impecablemente blanca, y unos ojos negros
e inocentes que desprendían empatía y humildad–. Cabe señalar que, a pesar de su
personalidad tímida y reservada, la suma de todas estas características anteriores le
brindaba a la joven una apariencia confiable para cualquiera que le conociera, aunque
sólo fuera por un corto espacio de tiempo.

La selva Maya presenta diferentes peligros para todo aquel que no le conoce bien.
Desde ser arañado por algún tipo de planta venenosa, caer en alguna fosa escondida
entre la maleza, quedar atrapado en algún pantano de lodo, o hasta ser atacado por un
depredador.
No obstante, gracias a que Ixtab e Imox habían crecido en los alrededores, ambos
conocían los caminos principales, estaban familiarizados con los peligros más comunes
que se les podían presentar –y las maneras de evitarlos–, y sabían cómo obtener lo
necesario para sobrevivir en este tipo de hábitat.

La porción selvática que cubre la comunidad de Piste –ubicada en Yucatán,


México–, se encuentra a tan solo unos cuantos kilómetros de las místicas y maravillosas
ruinas de Chichen-Itzá. Lugar mundialmente conocido como uno de los principales
referentes de la cultura Maya.

En un lugar escondido entre estas dos ubicaciones, se localiza una pequeña y


sencilla cabaña que había sido construida con piedras de diferentes tamaños
recolectadas de los alrededores, que a su vez habían sido pegadas con una mezcla de
cal y arena. Era una construcción muy antigua, con una sola puerta de acceso, una
ventana, y una chimenea al costado izquierdo del techo de teja en forma de “V” invertida.

A pesar de no ser más que una austera choza construida en medio de la nada,
este era precisamente el destino que los hermanos querían alcanzar con urgencia.

Imox corría tan rápido como podía detrás de su hermana, pero sin dejar de voltear
atrás regularmente para tratar de asegurarse de que ya no fueran perseguidos. Tenía
una herida que sangraba en su hombro derecho, a la cual le aplicaba presión con su
mano izquierda, mientras utilizaba su mano derecha para proteger su cara de las varias
ramas que encontraba en su camino.

Saltó con facilidad por encima de un tronco muy grueso que era parte de la raíz
de un enorme y frondoso árbol, pero al aterrizar pisó una larga hoja verde que yacía
sobre una superficie de lodo, y resbaló.

– ¡Imox! –Gritó Ixtab alarmada al escuchar la queja de su hermano al caer.

– ¡Estoy bien!, ¡No te pares!, ¡Necesitamos a Ek Chuak!, ¡Rápido! –Ordenó Imox


mientras se ponía de pie.

A pesar de que sus emociones le decían lo contrario, Ixtab entendió que su


hermano tenía razón, y que su mejor opción para salvarlo sería el conseguir ayuda lo
antes posible.

Solo Ek Chuak nos puede ayudar.


Sin dudarlo ni un segundo más, la joven comenzó a correr tan rápido como pudo,
y apenas unos cuantos metros después reconoció una enorme roca que se encontraba
en medio de la nada –principalmente por los grandes orificios en los que ella e Imox
solían jugar cuando eran niños, pretendiendo que esa era su guarida secreta–. Sabía
que, pasando la roca, la cabaña estaría a tan sólo unos cuantos metros.

Ixtab se apresuró a subir por el costado de la piedra, pero antes de llegar a la


parte más alta escuchó un disparo, y casi al instante vio con terror como el proyectil se
estrellaba contra la roca –justo en el reducido espacio que había entre su mano y su
cara.

La reacción natural de su cuerpo fue la de impulsar sus hombros hacia atrás para
alejarse de la amenaza –lo cual causó que sus piernas perdieran el equilibrio y
resbalaran, haciendo que la joven se golpeara el rostro contra la áspera piedra, mientras
la gravedad deslizaba su cuerpo hacia la parte más baja de la misma.

Irónicamente, este accidente le salvó de una segunda descarga del rifle de uno
de sus atacantes.

– I got em´!, This way, sir! –Gritó uno de los atacantes con un claro acento
americano.

Ixtab miró aterrada al sujeto a menos de 20 metros, apuntando su rifle


directamente hacia ella mientras estaba en el suelo indefensa. Su mente se quedó en
blanco por una fracción de segundo, hasta que inesperadamente vio al hombre caer de
rodillas al piso en medio de un sofocado grito de dolor, después de haber recibido un
fuerte golpe en la nuca con un grueso y sólido tronco.

Imox soltó un gemido de dolor al haber tenido que utilizar su brazo herido, y por
un momento Ixtab creyó que se desmayaría, pero este sólo se había inclinado para tomar
el rifle que su atacante había soltado después de haber sido sorprendido.

–I wouldn´t do that, son –amenazó un segundo atacante con un acento americano


sureño muy marcado, apuntando su rifle hacia Imox a tan solo dos metros de su espalda.

Imox miró a su atacante de reojo, y al instante soltó el arma que acababa de tomar.
– ¡Si corres, lo mato! –Le advirtió el americano a Ixtab en un español apenas
distinguible.

– ¡Nos vas a matar de cualquier manera, maldito gringo! –Dijo Imox iracundo.

–No voy a matarlo si me da el libro –negoció el atacante–. Yo quiero el libro. Yo te


disparé porque tu atacaste –aseguró el americano mientras le señalaba a Imox el corte
que este le había hecho en la mejilla izquierda.

– ¡No sé de qué libro hablas, gringo!, ¡Ya te lo había dicho! –Reafirmó Imox con
angustia.

–Se refiere al “Libro de la Orden de Aker” –interrumpió una voz a unos cinco
metros a la izquierda del atacante, quien no pudo más que dar un salto de espanto a su
derecha, mientras dirigía el cañón de su rifle hacia el origen de la voz.

–Damn it! –Maldijo el americano ante la sorpresiva aparición de este sujeto tan
cerca de él.

–Hermano. Yo no soy el que te va a matar –dijo con una voz tranquila, Ek Chuak.

La aceleración de pisadas veloces sobre el lodo y un rugido, le dejaron saber al


americano lo que se le venía encima.

El jaguar negro –mejor conocido como “pantera” –, destrozó la cara de su


indefensa víctima en menos de cinco segundos, y terminó por darle un último y decisivo
tirón violento a la cabeza del hombre para romperle el cuello, y terminar con su vida.

En un movimiento desesperado, el otro atacante que se encontraba ahora


recuperado del golpe que Imox le había propinado se puso de pie, y corrió a toda
velocidad hacia la parte más frondosa de la jungla.

Al observar lo que ocurría, Imox se apresuró a tomar el rifle que el sujeto había
abandonado detrás de él, pero antes de que pudiera siquiera apuntarlo hacia el objetivo
en movimiento, Ek Chuak le ordenó:

– ¡Déjalo ir, Imox! Ven conmigo. Tenemos que hablar.

Imox bajó su arma lentamente mientras exhalaba, y sintió como Ek Chuak le daba
una palmadita en la espalda antes de tomar camino hacia donde estaba su hermana. El
joven se quedó sumido en sus pensamientos por varios instantes, hasta que la sensación
de la húmeda y áspera lengua del felino entre los dedos de su mano derecha le
regresaron a su realidad.

Gracias, Ah Puch.

CAPÍTULO 4

EL CUARTEL GENERAL

Dentro de una zona boscosa y aislada en alguna parte del norte de Inglaterra, se
encontraba una construcción subterránea al pie de un acantilado de unos 30 metros de
altura. Dicha construcción era un enorme rectángulo que abarcaba un área de
aproximadamente 2 hectáreas, y que se dividía en 30 compartimentos, que a su vez eran
distribuidos en dos niveles.

Lo conveniente de haber elegido este lugar para la edificación de esta


construcción, era que el acantilado le servía de sombra y protección al complejo
incrustado en su estructura, y al mismo tiempo proveía el escondite perfecto para la
ubicación del cuartel general de una organización secreta.

Al interior de dicha estructura, los compartimentos del ala Oeste del segundo nivel
tenían ventanales que se extendían a lo largo de los mismos casi en su longitud total.
Dichos ventanales poseían un sistema externo de seguridad –mismo que funcionaba con
base en sensores de movimiento–, que camuflajeaba el grueso cristal con la proyección
de un holograma en 3D de una superficie rocosa, para empatar a la perfección las
características del acantilado. Esta propiedad servía efectivamente al propósito de
mantener la ubicación secreta ante tomas satelitales, o cualquier tipo de aviación que
volara cerca del lugar.

La vista desde adentro de las diversas salas y habitaciones del segundo nivel era
placentera y estimulante. Y es que, a pesar de encontrarse a las faldas de un desfiladero,
el observador dentro de la habitación podía ver kilómetros y kilómetros de un bosque que
parecía interminable.
Dentro de una de las salas del complejo, tres personas disfrutaban de la vista, y
de la comodidad del lugar. La primera era una joven de 25 años, de piel blanca, ojos
cafés, 1.65 de estatura, y una complexión física ancha, y hasta algo masculina. Usaba
lentes, traía el pelo recogido en una cola de caballo, y tenía el semblante de una persona
que usualmente estaba a la defensiva. Su nombre era Erika.

A su derecha se encontraba Raúl. Un joven moreno de ojos muy negros, y una


mirada profunda e invasora. Medía 1.75, era muy delgado, y su físico parecía el de un
joven de 15 años, aunque ya tenía 27. Cabe señalar, que era un tipo extremadamente
curioso. Su forma de dirigirse a los demás era totalmente directa y confrontativa, a pesar
de que su intención era pocas veces la de ser agresivo.

El último sujeto en la sala era Arturo. Un hombre joven de piel blanca y ojos verdes,
que tenía notablemente unos kilitos de más, y que afeitaba su cabeza como único recurso
ante su calvicie hereditaria. Tenía 28 años de edad, medía 1.80 de estatura, y su actitud
revelaba que era un tipo muy amigable, y parlanchín –especialmente porque le
incomodaban los silencios, y porque siempre había sido el típico sabelotodo en cualquier
grupo social en el que se encontrara.

–No entiendo por qué nos tienen que mantener con tanto misterio por tanto tiempo.
Hemos esperado más que suficiente –protestó Raúl.

–Es parte de hacernos entender la importancia del misterio que encierra este
lugar. Después de todo, esta es una organización secreta. Y por lo que se ve, muy bien
fundada –respondió Erika mientras se reclinaba aún más en su cómoda silla forrada de
piel para seguir disfrutando de la vista.

–Correcto. Esta organización se ha mantenido secreta desde su inicio. Y es este


secretismo el que le mantuvo en pie hasta… –Arturo hizo una pausa, se aseguró de que
nadie más estuviera en la habitación, y terminó su frase en voz baja–. “La traición de Los
Nobles”.

– “¿La traición de Los Nobles?” –Preguntaron Erika y Raúl al mismo tiempo,


mientras dirigían toda su atención hacia Arturo.

– ¡Shhhh! –Reprobó Arturo con una mirada seria, y su dedo índice sobre sus
labios–, Se supone que nadie que no es oficialmente un miembro de La Orden sabe
estas cosas.

– ¿Y cómo es que tú lo sabes? –Cuestionó Raúl escéptico.

–Bueno, yo... sé un par de cosas por mi padre. Pero nadie debe de saber que sé
–advirtió Arturo.
–Ese es el problema con la naturaleza humana, ¿Sabes? –Comenzó Raúl–, Al
parecer no comprendemos el concepto de la palabra “Secreto”. A todos se nos confían
secretos durante toda nuestra vida. Sin embargo, todos asumimos que tenemos amigos
o familiares cercanos que son de total confianza y absoluta discreción, y les confesamos
los secretos de alguien más, sin saber que nosotros al mismo tiempo fuimos esa persona
en la que se creyó que sería conveniente depositar la información que debería
mantenerse reservada. Y cuando menos acordamos, las personas de confianza de las
personas de confianza, de nuestras personas de confianza, resultan estar enteradas de
dicho “secreto” –dijo Raúl mientras dibujaba comillas en el aire–. Y así es como el
humano y su ambición por decir lo que los demás no saben –para darse importancia al
tener información nueva y desconocida para los demás–, se convierte en la única especie
no digna de confianza.

Arturo miró a Raúl por un par de segundos antes de preguntar.

–Bueno, ¿Quieren que les diga o no?

– ¡Sí! –Exigió Erika inmediatamente.

–Ok –dijo Raúl con un suspiro de resignación.

–Básicamente, La Orden se compuso originalmente de ocho personas. “Los


Antiguos” –comenzó a relatar Arturo–. Algunos de estos antiguos eran parte de la
nobleza. Sin embargo, una de las reglas de La Orden era la de no reconocer ninguno de
estos títulos entre sus miembros –y así fue por un tiempo–, pero como ya se han de
imaginar, algunos de los descendientes de estas familias nobles comenzaron a utilizar
los medios de La Orden para sus propios intereses, y motivados con las ideas elitistas
que por lo general solo se dan entre la gente con complejo de superioridad, pues
decidieron montar un complot para deshacerse de los otros miembros de La Orden, para
así poder hacer lo que les viniera en gana sin estorbos, y asegurarse de que La Orden
se conformaría única y exclusivamente de miembros de sus familias, y de nadie más.

– ¿Por qué no me sorprende?, Nunca falta alguien con delirios de grandeza que
tiene que venir a regar la sopa –comentó Raúl.

–Mataron casi a todos. Entre los únicos sobrevivientes quedaron un par de


hermanos Mayas que lograron salvarse de la matanza, huir, y alertar a los hijos de los
miembros de La Orden que habían sido asesinados. Gracias a esta advertencia estos
pudieron desaparecer, ponerse a salvo, y así conservar la descendencia de los que
fueron traicionados, ya que estos serían los que heredarían los conocimientos secretos
de La Orden a su debido tiempo.
Arturo siempre admiró la capacidad de su padre para cautivarle al contarle
historias, y siempre anheló tener esa habilidad para atraer la atención y el interés de
quienes le escucharan. Por lo que, en este preciso momento la situación le hacía sentirse
inmensamente cómodo y feliz, ya que ni Erika o Raúl parecían tener la intención de
desviar su atención hacia algo, o alguien más.

Esto no fue fácil –continuó Arturo–. Fueron perseguidos y acechados por años por
“Los Nobles”, quienes debido a su posición social y poder económico se hicieron de
muchas conexiones y poderosos aliados. Mucha gente cercana a los sobrevivientes fue
asesinada, pero sólo así se logró mantener a salvo a “Los Descendientes” , y gracias a
ellos es que “La Orden” pudo sobrevivir.

–A eso le llamo subir a la cima después de haber estado en el fondo –aseguró


Raúl después de emitir un pequeño silbido de admiración al tiempo que miraba a su
alrededor.

Erika echó un vistazo rápido al lugar de nueva cuenta, y terminó haciendo una
mueca de acuerdo con el comentario de Raúl.

–Los dos hermanos mayas fueron los mentores de la nueva generación –retomó
Arturo–. Los Nobles nunca pudieron encontrarlos en la extensa y misteriosa selva Maya,
y…

Inadvertidamente, la puerta de la sala se abrió, y un hombre con rasgos indígenas


muy marcados y pelo casi blanco en su totalidad, les dijo:

–La cena está casi lista, jóvenes. Acompáñenme por favor.

Los tres jóvenes se levantaron de sus sillas, y siguieron al hombre por un largo y
amplio pasillo con paredes cubiertas de madera, alfombrado en su totalidad, y adornado
con una memorabilia muy peculiar.
Lo primero que saltaba a la vista, era la colección de una gran variedad de armas
antiguas que colgaba de los muros del pasillo –desde pequeños cuchillos, dagas, y
pequeños sables, hasta pistoletes, mosquetes, y fusiles–. Además de la decoración
bélica, los muros también incluían pinturas, instrumentos musicales, miras telescópicas,
mapas, y muchas otras piezas que le daban al lugar la apariencia de un muy bizarro
museo de objetos antiguos.

Erika observaba con detalle todo a su alrededor. No obstante, su atención se


quedó fija en una Katana que era contenida por una hermosa funda blanca hecha de
marfil, con la imagen del sol naciente sobre la costa japonesa, pintada en colores casi
transparentes –lo cual tenía la intención de darle al observador la impresión de un gráfico
en tercera dimensión.

Por su parte, Raúl no tenía interés alguno en ninguno de los objetos del pasillo.
Caminaba a muy corta distancia del hombre que les guiaba, como si el quedarse cerca
del mismo le garantizaría un mejor lugar o posición en algún tipo de competencia contra
los otros dos.

Arturo también caminaba muy cerca del sujeto que los guiaba, y sin la mínima
intención de detenerse –y aunque no dejaba de mirar a su alrededor, su rostro no
mostraba asombro o fascinación por ninguno de los objetos–. Sin embargo, al notar a
Erika tan interesada en lo que veía en los muros, no resistió sus impulsos de
“sabelotodo”, y decidió darle su punto de vista.

–En este ámbito existen dos tipos de personas. Aquel que puede apreciar una
pintura, una escultura, una melodía, o cualquier pieza de arte tal y como lo que es –
Arturo pausó asegurándose de tener la completa atención de Erika–. Un objeto o sonido
con la suficiente estética como para llamar la atención de los sentidos de manera
placentera, y del cual se aprecia y reconoce la habilidad y la destreza de quien le creó,
pero sin dejar de ver esto como tan sólo una creación de la expresión humana, y nada
más.

Erika le miró pensativa, y sobre todo mostrando con claridad que escucharía la
siguiente parte del discurso que estaba por venir.

–O bien –continuó Arturo sin detenerse, y observando todo lo que podía mientras
avanzaba–. Puedes ser uno más de todos aquellos que fueron enseñados a fingir que
en cualquiera de estos objetos, o cualquier obra de arte –ya sea de un “Miguel Ángel” o
un “Picasso” –, existe algo sobrehumano. Algo divino que exige que se le rinda alabanza
y admiración extrema.

–Ja. El humano y su tendencia a atribuirle a simples objetos importancia que no


tienen, y venderlos a cantidades ridículamente estrafalarias –interrumpió Raúl con un
exagerado tono de burla.

–Precisamente. Y toda esta falsedad es sólo para demostrar –según esta gente–
, que no eres uno más del montón. Que tienes sensibilidad artística y que perteneces a
una clase de humanos superiores y con clase –dijo Arturo con una voz exageradamente
pomposa y refinada–. Es patético.

–La gente es estúpidamente sugestionable –agregó Raúl–. Sólo diles lo que


quieren escuchar y promételes lo que necesitan que se les prometa y serán tuyos. Por
eso se inventaron las religiones y los dioses. Fueron unos genios los que iniciaron tan
lucrativo negocio– también unos charlatanes aprovechados, pero unos genios sin duda
alguna.

–Totalmente de acuerdo. La religión es la forma de explotación humana más vieja


de la historia –complementó Arturo.

–Sin mencionar que también es la más efectiva –añadió Erika–. Creo que está de
más decir que el utilizar el miedo y la vergüenza del humano contra sí mismo, es una
verdadera bajeza.

Arturo y Raúl asintieron con una mueca.

–En cuanto al arte –retomó Erika–. Debo confesar que me gustan varias obras,
pero al igual que ustedes, nunca les atribuí más valor que el de la admiración a la
destreza del artista, y nada más. De hecho, mi madre gastaba miles de euros en oleos y
esculturas sólo para impresionar a sus amigos e invitados. No saben cuánto detestaba
que se parara frente a cualquiera de estos objetos y fingiera asombro y emoción –dijo
Erika con un gesto de repulsión.

Raúl y Arturo sintieron más curiosidad por la parte de “los miles de Euros” que por
la aportación intelectual de Erika a la conversación. No obstante, ninguno de los dos se
decidió por ahondar en el asunto.
–Pasen, por favor –invitó el guía al llegar al final del pasillo mientras abría de par
en par dos enormes puertas de cedro.

Al abrirse las puertas, lo primero que saltaba a la vista era una mesa de caoba de
unos diez metros de longitud. Los invitados se dieron cuenta de inmediato que este era
un comedor, y que este lugar era dos veces más amplio que la sala en donde se
encontraban hacía algunos minutos.

A la derecha de la mesa había un ventanal también más grande que el de la sala


de la que habían venido, y la vista era aún más espectacular. En el extremo de la mesa
opuesto a la entrada, un hombre que aparentaba unos 40 años de edad aguardaba
sentado mientras leía un libro – “Así habló Zaratustra”, de Nietzsche–. Tenía el pelo negro
casi en su totalidad, a excepción de las dos líneas de canas que saltaban fácilmente a la
vista en los costados de su cabeza. Medía 1.80 de estatura, su piel era morena, sus ojos
negros, sus rasgos eran finos, y poseía un cuerpo bien proporcionado y atractivo.

Mostró una sonrisa discreta, pero amigable. Tenía el porte de alguien que creció
rodeado de lo mejor, y sus modales eran tan parte de sí, que le era casi imposible
esconderles. Era del tipo de persona que inspiraba seguridad y confianza casi al
momento de conocerle.

–Adelante. Pónganse cómodos por favor –dijo Máximo con voz serena y cálida.

Raúl se dirigió sin titubear hacia la izquierda de su anfitrión, y se sentó a un lugar


del mismo. Erika le siguió y se decidió por el lugar que estaba justo a la mitad de la mesa.
Arturo avanzó a la derecha de la mesa –al contrario de sus compañeros–, y tomó el lugar
que estaba entre Raúl y Erika.

– ¡Me encanta el lugar, señor!, ¡Es hermoso! –Halagó cortésmente Erika.

–Gracias, Erika. Lo es –correspondió Máximo mirando a Erika a los ojos.

–Necesito un par de sillas como estas en mi casa, ¡Son perfectas! –Dijo Raúl más
para sí mismo que para los demás.

–Supongo que sí lo son. Nunca lo había considerado –dijo Máximo con seriedad,
a pesar de lo inesperado del comentario.
Arturo y Erika se miraron con desconcierto ante la interacción inesperada entre
Raúl y Máximo. Después, un silencio incómodo pareció apoderarse de la habitación.

– ¿Y a qué se debe tanto misterio, Máximo? –Inquirió Raúl mientras aún


examinaba la silla, y justo cuando todos creyeron que el momento incómodo había
concluido.

Arturo y Erika se quedaron a la expectativa de la reacción de Máximo ante el


abordaje tan poco ortodoxo de Raúl, quien también lo miraba expectante mientras se
reclinaba cómodamente en su silla.

Máximo conservó la mirada seria que había mantenido desde el momento en que
los había recibido en la habitación, y contestó sin problemas.

–Seguridad –respondió tranquilamente.

– ¿Seguridad? –Preguntó Raúl escéptico–, Ok, Máximo. Entiendo lo de traernos


técnicamente a ciegas para no dejarnos conocer la ubicación de este lugar. Pero ahora
que estamos aquí, ninguno de esos “Nobles sangre azul” nos puede encontrar, ¿O sí?

La sangre de Arturo subió de un golpe a su cabeza al escuchar el comentario de


Raúl.

–Oh. Veo que ya conoces de su existencia. A pesar de que está prohibido hablar
de ello con alguien que no pertenece a La Orden –dijo Máximo mientras le dirigía una
mirada serena pero intencional a Arturo.

Raúl quedó desconcertado al ver lo que había sucedido, y miró a Arturo como
diciendo:

Yo no le dije que tú me habías dicho.


Erika también miró a Arturo confundida. Y un par de segundos después, los tres
jóvenes voltearon hacia los rincones del techo de la habitación.

–No hay cámaras ni micrófonos en esta habitación, o en ninguna otra en el


complejo. Solamente a las afueras y alrededores –aseguró Máximo.

¿Cómo pudo saberlo? –Pensaron los tres huéspedes atónitos.

Las puertas del comedor se abrieron en ese momento, y Santiago –o bien, el


hombre que les había llevado a la habitación anteriormente–, anunció:

La cena está lista, señor. Y el resto de los invitados está ya en la entrada.

Dos mujeres entraron al comedor con una mesa con ruedas, en la que se
encontraban listos al menos quince platos ya servidos con verduras asadas, una papa al
horno, y un corte de carne de res de tamaño muy generoso.

El olor de la comida robó toda la atención de los tres invitados, quienes no


escondieron sus ansias por probar bocado de inmediato.

–El viaje fue muy largo, y deben de estar hambrientos, jóvenes. Pero
aguardaremos al resto de los invitados antes de empezar a comer –indicó Máximo.

CAPÍTULO 5

DESTINO DESCONOCIDO
–Lo único que sabemos es que esos tipos trataron de asesinarnos, y ellos nos
salvaron el trasero.

–Técnicamente nos dieron el antídoto contra el virus con el que ellos mismos nos
infectaron. Tal y como hizo la cristiandad con sus seguidores –comparó Daniel.

–Eso no es importante ahora, Dany –por cierto, buena analogía–. Pero, en serio,
lo importante es que esto parece ser algo grande, ¿Una orden secreta a la que papá
perteneció?, Suena interesante, no lo niegues –argumentó Tony.

Daniel no hizo comentario alguno, y su mirada dejaba ver que analizaba algo con
detenimiento.

– ¿Qué pasó exactamente en el café? –Inquirió Daniel después de varios


segundos de silencio.

–Lucy nos trajo la cuenta, yo hice una broma al respecto, tú estabas sacando tu
cartera, y de repente los tipos de la otra mesa estaban de pie detrás de ti. Y el tipo que
estaba más cerca tenía una pistola en la mano –describió Tony mientras trataba de revivir
cada instante de la situación–. Y me congelé. No supe que hacer o decir cuando lo vi
apuntar su arma hacia tu cabeza.

Daniel giró ligeramente su cabeza hacia su derecha –que era donde estaba su
hermano sentado–, pero aún sin establecer contacto visual directo con él.

Conforme escuchaba el relato de Tony, imágenes borrosas del evento venían a su


mente, y regresaba a su estómago una tenue sensación de malestar.

–Se que es una frase trillada, Dany, pero todo pasó muy rápido. No pude pensar,
o actuar. Simplemente me quedé petrificado –confesó Tony–. Fue ahí donde apareció “El
Bombón” con un movimiento realmente espectacular –y a la vez aterrador–. Saltó sobre
el pistolero y golpeó su arma con una patada rapidísima de su pierna izquierda, mientras
que al mismo tiempo le disparaba directo en la sien con una pistola en su mano derecha
–relató Tony entre emocionado y aterrado–. Si a esas alturas ya estaba yo congelado,
ahora estaba congelado, y psicológicamente traumatizado –dijo Tony antes de utilizar
una mueca facial muy graciosa.
La seriedad de Daniel fue vencida por una sonrisa involuntaria en su rostro.

–El disparo pasó muy cerca de tu oído. Por eso quedaste totalmente aturdido y
perdiste el control por un momento.

– ¿En serio?, Creí que había sido mi alergia a ti reaccionando –dijo Daniel con un
desinteresado tono sarcástico.

–Tal vez fue la mezcla de las dos –siguió el juego Tony antes de continuar con su
relato–. El otro tirador no tuvo ni tiempo de disparar. Apenas levantó un poco su arma y
ya tenía una bala en el pecho, y otra en la cabeza. El afortunadísimo novio del “Bombón”
no se anda con rodeos, Dany.

–Um. No sé. Yo creo que aún así deberías de arriesgarte por ella. Pelear por su
amor –agregó Daniel con una postura estoica y seria, para darle aún más realismo a un
segundo y más vívido comentario sarcástico.

– ¡Muy bien! Veo que estás de regreso, hermanito –festejó Tony.

La mujer a la que Tony llamaba “El Bombón” –quien además había salvado sus
vidas hacía algunas horas–, se levantó del asiento del copiloto del “Dassault Falcon 7X”
en el que volaban –uno de los pocos jets privados con la capacidad de volar de Nueva
York a Londres en menos de seis horas–, se dirigió hacia el área de pasajeros, se detuvo
frente a los hermanos, y recargó su brazo derecho sobre el asiento que estaba enfrente
de Daniel.

–Se que es difícil confiar en desconocidos. Especialmente desconocidos que se


presentaron en sus vidas en una situación tan extrema. Sin embargo, creo que con lo
que pasó hace unas horas queda claro que no queremos hacerles daño alguno –dijo
Karla con una mirada paciente, y un tono de voz suave.

Karla era una mujer muy hermosa. Era rubia, tenía ojos azules, medía 1.70 de
estatura, y tenía piel blanca perfecta que parecía estar hecha de porcelana. Pocas veces
utilizaba maquillaje –puesto que no lo necesitaba para deslumbrar–. Y cuando lo hacía,
utilizaba solo porciones discretas. Su cuerpo tenía curvas muy pronunciadas, y estaba
proporcionado a la perfección.

Además de su gran atractivo físico, era una mujer muy comprensiva y atenta. Era
del tipo de persona que hacía a su interlocutor sentirse realmente escuchado, y hasta
comprendido. No obstante, aunque su carácter era en esencia tranquilo, Karla era una
experta en varios estilos de artes marciales –especialmente en Jiu-jitsu–, y estaba
entrenada para utilizar una gran variedad de armas de fuego –lo cual irónicamente
convertía a la amable y comprensiva mujer, en una muy letal amenaza.

–Tenemos demasiadas preguntas sobre muchas cosas. Pero creo que aún estoy
algo aturdido –dijo Daniel aún defensivo con la hermosa mujer.

–Te traeré una aspirina. Y no se preocupen, las respuestas vienen pronto –


prometió Karla al girar hacia la cabina del jet de nueva cuenta–. Por cierto, estamos a
unos instantes de aterrizar. Prepárense por favor.

Karla se dio media vuelta y volvió a tratar de tomar camino hacia la cabina del jet.

–Oye… Um… –interrumpió Tony algo apenado al no saber cómo llamarla.

–Karla.

–Karla. Mucho gusto… um... soy... Tony –tartamudeó con nerviosismo el hermano
mayor.

Daniel torció la mirada y suspiró en desacuerdo –cosa que hacía cada que su
hermano iniciaba lo que él definía como sus “Rituales de apareamiento”.

–Se que dijiste que por ahora no nos puedes decir mucho, pero… –Tony se aclaró
la garganta antes de preguntar–, ¿Son estos tipos los que… mataron a nuestro padre?
–Preguntó Tony para la sorpresa de Daniel, quien creyó que su hermano iba a jugar la
carta de Casanova con la atractiva mujer.

Los dos hermanos fijaron su mirada en Karla de la manera en que un depredador


observa a su presa antes de atacar. Ella giró hacia ellos de nueva cuenta, miró al suelo
por un par de segundos pensando con cuidado lo que iba a decir, tomó un poco de aire,
y después dijo:
–Por ahora no puedo decirles nada más. Lo siento. Tendrán que esperar un poco
más –insistió Karla frunciendo el ceño en señal de disculpa–. Traeré tu aspirina Daniel.

Karla se dirigió directamente hacia el botiquín que estaba ubicado en un


compartimento en el lado derecho de la cabina de control del jet.

–Los muchachos van a saber todo lo que necesitan saber a su tiempo –dijo Carlos
mientras checaba los medidores de la avioneta que piloteaba.

–Ya lo sé. Y sé que esto es lo correcto, y que es por su bien. Pero creo que no es
justo negarles tanta información. Después de todo –y a estas alturas–, para ellos ya no
hay marcha atrás.

–Sabes que las reglas se hicieron para la protección de todos los miembros de La
Orden. Además, tú y yo sabemos que la inducción es brutalmente dura. En especial para
los que ignoran todo acerca de La Orden, y la importancia de su papel en ella –como en
el caso de estos chicos.

Karla suspiró profundamente, y tomó la caja de aspirinas del botiquín.

–No le des tanta importancia. Además, es obvio que a los chicos les caíste bien.
Especialmente a Tony, ¿No lo crees, bombón? –Dijo Carlos con un tono burlesco, pero
amigable.

– ¡Carlos! –Reprendió Karla antes de salir de la cabina de nueva cuenta.

Carlos era un tipo corpulento de 1.95 de estatura. Sus rasgos faciales eran
gruesos y muy marcados, y sus ojos poseían un tono verde muy notable debido al
contraste con su piel morena.

Era un hombre admirablemente disciplinado, y centrado. No pasaban más de dos


semanas sin que se diera un corte de pelo –el cual sin excepción alguna mantenía corto–
, y lo mismo hacía con su muy poblada e impecablemente confeccionada barba. En
general, su porte y su semblante le daban la imagen que él siempre quiso proyectar. La
de alguien a quien no sería grato encontrar en un callejón obscuro a altas horas de la
noche.
–Un verdadero badass –pensaba Carlos.

A pesar de su tan deseada auto percepción, Carlos siempre había sido en esencia
un tipo noble, bonachón, y pacífico. De hecho, estaba en su naturaleza terminar como
mediador en todo conflicto o desacuerdo –lo cual no siempre le reportaba resultados
positivos–. Había aprendido a no hablar mucho a menos que fuera necesario –lo cual le
fue difícil por su personalidad parlanchina por naturaleza–, puesto que había descubierto
que era mejor no mostrar lo que había en su cabeza, a menos que estuviera rodeado de
personas en las cuales confiara por completo –tales como los miembros de La Orden, a
quienes había llegado a estimar como a miembros de su familia.

Al igual que su compañera, Carlos estaba más que bien entrenado en jiu-jitsu, y
otros estilos de artes marciales. Además, era un experto en uso de explosivos, armas de
fuego, y podía pilotear casi cualquier aeronave.

–Private flight 2509 –dijo la voz del hombre en la torre de control de la pista privada
de aterrizaje–, Do you copy?

Carlos respondió al llamado de la torre de control, esperó instrucciones, y se


preparó para aterrizar.

CAPÍTULO 6

MERCEDES IBARRA

– ¡Niña! –Llamó una casi inaudible voz desde el otro extremo de la habitación.

– ¡Nana! –Pensó Melisa.


Al ver cómo eran abatidos Deschamps e Ibáñez, Melisa se había tirado al piso, y
había logrado esconderse detrás de un antiguo librero de madera muy espacioso que
estaba ubicado en una de las esquinas del estudio, a tan sólo un metro de donde ella
estaba justo antes del inesperado ataque.

Por la posición en la que ella se encontraba –alejada de Deschamps e Ibáñez–, y


debido a que el tirador tuvo que disparar aún desde afuera del estudio –al haber sido
descubierto por Deschamps antes de haber podido acercarse más–, Melisa optó por
quedarse callada e inmóvil en ese rincón, esperando que por algún motivo el asesino
decidiera que sólo había dos personas en el estudio, y esto lo llevara a salir de ahí sin
examinar el lugar –ya que este tan afortunado pero improbable escenario le daría sin
duda alguna la oportunidad de llamar a la policía, o hasta en un acto temerario y
desesperado, arriesgarse a tratar de escapar.

Claro que, si se trataba de un asesino profesional, este no se permitiría un


descuido de tal magnitud –especialmente si tal y como le habían asegurado los hombres
que ahora estaban tirados sin vida en el piso de madera de su estudio, era
específicamente ella por quien este venía.

– ¡Niña! –Repitió una vez más la voz de Mercedes.

– ¡Aquí estoy, nana! –Dijo débilmente la voz insegura de Melisa aún detrás de su
escondite, pero ya habiéndose decidido a salir del mismo al cerciorarse de que la voz
que le llamaba era sin duda la de Mercedes.

Melisa se levantó y comenzó a caminar aún desconfiada hacia la entrada del


estudio, al tiempo que también se forzaba a ignorar los cadáveres del francés y el
español.

– ¡Nana! –Gritó Melisa aterrada al ver a Mercedes recostada boca arriba en el


suelo del pasillo a menos de un metro de la entrada al estudio.

La nana de Melisa tenía el torso totalmente ensangrentado, y trataba con dificultad


de ejercer presión sobre la herida de bala que tenía en el estómago con ambas manos.
Su rostro estaba pálido, pero lucía extrañamente tranquila para su delicada condición
actual.
Mercedes Ibarra era una mujer de 58 años de edad. Su piel era morena, y medía
apenas 1.55. Sus rasgos indígenas eran muy notables, y sus ojos negros eran muy
grandes y expresivos.

A pesar de no haber obtenido algún tipo de educación seglar, Mercedes tenía una
muy decente facilidad de palabra, y sabía ganarse la atención de la gente. Era amorosa
y muy afectiva. En especial con su niña Melisa.

–Niña. Debes irte con… Fernando. Confía en él y en nadie más. Él te va a…


proteger. Está… cerca –instruyó Mercedes con gran esfuerzo.

Melisa no comprendía lo que había pasado ahí. A pesar de ver a Mercedes tendida
en el piso con una herida de bala, y a pesar de ver el arma ensangrentada empuñada
aún por la mano derecha de la misma, le tomó un momento darse cuenta de que era su
nana quien había matado a esos dos hombres para así salvarle la vida.

Miró el arma por un momento, y después le dio a su nana una mirada que
expresaba a la perfección la pregunta que no se animaba a hacer.

–Ellos no eran de… no eran de La Orden, niña. Yo te cuidé toda la vida, niña
Melisa. Como le prometí a Berni… –Mercedes gimió de dolor–. A mi niña la prote… la
protejo con… mi vida… –dijo Mercedes con un doloroso esfuerzo, antes de toser
aparatosamente una gran cantidad de sangre.

– ¡Nana!, ¡Llamaré a una ambulancia!, ¡Resiste! –Imploró Melisa.

Pero los ojos de Mercedes se perdieron en el vacío mientras exhalaba el poco


oxígeno que aún quedaba en sus pulmones. Su mano dejó de presionar con la poca
fuerza que le quedaba la mano de Melisa, y su cuerpo perdió la postura que sólo la
presencia de la vida puede sostener.

Por varios segundos, Melisa trató de reanimar a su nana con movimientos torpes
y desesperados. Finalmente, le miró fijamente, y se desplomó sobre el pecho sin vida
del cadáver de la que le hubiera acompañado desde que tenía memoria. De la que toda
su vida le protegió.
– ¡Tenemos que irnos de inmediato! –Ordenó una voz autoritaria a las espaldas
de la joven.

Melisa quedó aterrorizada al pensar lo peor, y su paranoia le hizo creer que otro
de los atacantes había venido por ella.

– ¡La pistola de mi nana! –Pensó Melisa. Y al instante supo que no debía darse el
lujo de voltear a ver el rostro de la voz que le hablaba si quería alcanzarla a tiempo.

Extendió su mano hacia el arma tan rápido como pudo, pero en el momento en
que sintió el metal del arma entre sus dedos, también sintió una presión enorme sobre
su hombro izquierdo que le inmovilizó.

Antes de poder siquiera quejarse del dolor, todo a su alrededor se apagó.

CAPÍTULO 7

SANOS Y SALVOS

Ek Chuak era un descendiente de una familia maya muy antigua, muy mística, y
muy apartada de la sociedad en general.

La gente de las comunidades cercanas al lugar en donde Ek Chuak y varias


generaciones de sus antepasados habían residido todas sus vidas, siempre habían
catalogado a los miembros de esta familia como siniestros y obscuros –especialmente
por los significados de los nombres mayas que estos escogían para los miembros de sus
familias, tales como Imox, que significa “El nombre de todas las cosas ocultas o
secretas”. Ixtab, “La diosa del suicidio, y esposa del dios de la muerte”, Ek Chuak, “Dios
de la guerra”, y hasta su fiel compañero, Ah Puch, quien era “El dios de la muerte violenta
y los sacrificios humanos”.
La familia de Ek Chuak elegía estos nombres y estas identidades obscuras por
dos razones principales. La primera era para mantener vigentes las tradiciones y
creencias de su cultura Maya en su familia, y la segunda era para mantener a la gente a
sus alrededores a la distancia, haciéndoles creer que estos practicaban el ocultismo, y
la magia negra. Después de todo, mantenerse alejados de las personas era una prioridad
para una familia que tenía como propósito principal en sus vidas el guardar secretos
importantes.

Ek Chuak era un hombre moreno de ojos negros, y tenía una prominente cabellera
negra que le llegaba un par de centímetros debajo de los hombros –la cual generalmente
llevaba recogida en una cola de caballo–. Medía 1.75, y poseía un cuerpo
extremadamente fuerte y potente –a pesar de ya no ser un jovencito.

Su personalidad era pasiva y serena, y esto le daba la impresión a los demás de


que era un flojo, un inútil, y hasta un tonto –cosa que estaba muy lejos de ser verdad–.
Llevaba una vida despegada de la sociedad, y siempre estaba en contacto con la
naturaleza. Ese era su hábitat natural.

–Nos tenemos que ir de aquí. Y más ahora que ya saben de la cabaña –dijo Ek
Chuak con tranquilidad.

– ¿Y a dónde iremos exactamente? –Preguntó Ixtab mientras terminaba de ajustar


el vendaje en la herida de su hermano.

–Al Cuartel General. Es tiempo de que sepan lo que es La Orden. Ese es su


destino –respondió Ek Chuak con una tenue sonrisa en su rostro, mientras seguía atento
y vigilante frente a la ventana de su cabaña.

–Y supongo que no puedes decirnos la ubicación de ese lugar porque es


información ultra-secreta –dijo Imox tratando de esconder su enfado.

–Todavía no.

– ¿Comprendes lo complicado que es confiar en todo lo que nos estás diciendo


con todos estos secretos y reglas tontas? –Preguntó Imox ya sin intentar disimular su
enojo.

–Todos los miembros de La Orden pasamos por lo mismo, Imox. Luego


entenderás –respondió tranquilo Ek Chuak.

– ¿Ah, sí?, ¿Todos tienen un padre antisocial, lunático y drogadicto? –Atacó Imox
con desdén en su rostro.

– ¡Imox!, ¡No le hables así a papá! –Reprendió Ixtab.


Imox se contuvo de decir lo que probablemente sería un nuevo ataque hacia Ek
Chuak, bajó la mirada, y se giró hacia una esquina solitaria.

–Soy antisocial por las obligaciones que tengo con La Orden. Lunático, es como
me dicen los que ignoran todo lo que no puedo decir. Y drogadicto –Ek Chuak pausó
buscando una explicación razonable–. Bueno, eso sí es por gusto –finalizó Ek Chuak con
seriedad, después de no encontrar una mejor justificación a su tendencia a fumar
mariguana, e ingerir hongos alucinógenos.

Inesperadamente, Ah Puch se levantó del piso como un resorte, y comenzó a


gruñir a algo o alguien que estaba del otro lado de la puerta.

¡Regresaron!

Imox se puso frente a su hermana de inmediato, y miró expectante a Ek Chuak –


quien claramente también ya estaba alerta al ver la reacción del felino.

La cabaña se llenó de nerviosismo por el momento de incertidumbre y temor que


parecía prolongarse más y más, hasta que Ah Puch dejo de gruñir, dio un paso más hacia
la puerta, y se sentó de nueva cuenta detrás de la misma en una postura dócil.

– ¡Ek Chuak!, ¡Indio Apestoso!, ¡Venimos a bañarte! –Gritó una voz autoritaria a
unos metros de la cabaña.

Ek Chuak soltó una carcajada, y se dispuso a abrir la puerta de inmediato.

– ¡Pues vas a necesitar mucho jabón!, ¡Y eso sólo si me alcanzas, gordo tragón!
–Alegó Ek Chuak.

–Aún gordo sigo siendo más guapo que tú, apestoso –dijo burlescamente uno de
los dos hombres que se acercaban a la cabaña.
Ek Chuak y el sujeto se abrazaron con la fuerza, la fraternidad, y la confianza que
sólo una amistad genuina y de muchos años suele mostrar.

– ¿Y cómo está el gatito, eh? –Preguntó el hombre mientras acariciaba al felino


bruscamente.

–Tan ágil y fuerte como cuando era un cachorrito. Sabe conservarse bien. Es igual
que yo –fanfarroneó Ek Chuak.

– ¿Y no me digas que estos son…? –Preguntó el hombre mientras observaba


maravillado a Imox e Ixtab.

–Ya son adultos –presumió Ek Chuak–. Universitarios, y todo.

El hombre los observó por un momento con una sonrisa exploratoria e incrédula,
al tiempo que Imox e Ixtab le miraban con una sonrisa tímida, al no saber cómo actuar
frente a alguien totalmente desconocido que parecía sentir algún tipo de afecto por ellos.

El hombre suspiró profundamente, y luego su semblante cambió. Miró a Ek Chuak


con seriedad por primera vez, y le dijo:

–Las cosas no están bien, Ek. Debemos estar muy alertas. Pero, bueno. Ya te
informarán de todo en cuanto lleguemos al Cuartel. Por ahora la prioridad es llevar a
estos muchachos sanos y salvos.

El hombre volteó de nueva cuenta hacia los hermanos, les miró con amargura, y
advirtió.

–Muchachos. No saben lo que les espera.

CAPÍTULO 8
PÉRDIDA Y DUELO

Melisa abrió los ojos lentamente, y se encontró recostada sobre una cama de
tamaño individual, que estaba pegada a la pared del lado derecho del lugar donde se
encontraba. Una habitación angosta e insípida.

Le tomó unos segundos el poder enfocar bien su vista antes de examinar su


alrededor debido a la escasa luz en el lugar. Su cuerpo se sentía adormecido y débil, y
esto le recordó la ocasión en que sus anginas le fueron removidas hacía unos 10 años,
y había despertado de la anestesia en una cama del hospital.

¿En dónde estoy?

La imagen de Mercedes tendida sin vida en el piso frente a ella le llegó de golpe,
seguida del recuerdo de Deschamps e Ibáñez siendo abatidos frente a sus ojos por su
propia nana.

A continuación, su mente fue víctima de un fenómeno psicológico natural, que


consiste en la complementación imaginaria del material que no se tiene de algún
determinado evento traumático relevante, con la intención de facilitar su asimilación en
la realidad del individuo.

En este caso específico, Melisa recreó una escena ficticia en la que veía a su nana
jalar el gatillo, y al mismo tiempo recibir un impacto de bala de parte del arma de Ibáñez
–aun sabiendo que en realidad lo único que ella presenció fue la parte en que Deschamps
e Ibáñez eran abatidos, y que se dio cuenta de que había sido su nana quien había
disparado hasta que salió de su estudio, y la encontró herida en el suelo con un arma de
fuego en su posesión.

La tristeza causada por la memoria que se había evocado le hizo soltar un fuerte
gemido. Se llevó las manos a su rostro, y comenzó a llorar angustiada entre fuertes
sollozos.

¡Mercedes!

Unos minutos después, su cuerpo comenzó a recuperar su estado normal, y sus


sentidos a agudizarse poco a poco. Mientras pensaba en varias cosas, notó que la cama
sobre la que se encontraba –al igual que la habitación completa–, vibraban ligera y
constantemente.

¿Estoy en el vagón de un tren?

–Estás a salvo, Melisa. Trata de descansar –ordenó una voz seria y plana a sus
espaldas.

Fernando era un joven de 26 años. Su piel era morena clara, sus ojos cafés, y su
pelo negro y corto estaba por lo general impecablemente peinado hacia atrás. Su
complexión era delgada y atlética, y medía 1.80 de estatura.

Siempre fue muy tímido. Sin embargo, su timidez no le impedía hablar en público,
o inmiscuirse en cualquier tipo de debate o discusión –siempre y cuando él conociera del
tema–. Era un tipo sumamente letrado e inteligente. Le apasionaba la literatura, y poseía
diversos ensayos filosóficos y psicológicos originales publicados de manera anónima.

– ¿Me vas a matar? –Inquirió Melisa con voz temblorosa y entrecortada.

–No. Te repito, estás a salvo.

– ¿A dónde me llevas?

–Vamos a un lugar en donde encontrarás seguridad y respuestas. Pero por ahora


debes descansar.

Le tomó varios segundos, pero Melisa pudo reconocer la voz que le hablaba, e
inmediatamente la relacionó con la voz que escuchó justo antes de quedar inconsciente.

Confía en Fernando, y en nadie más –recordó Melisa.

– ¿Fernando? –Preguntó la joven aún sin voltear a verle.

–Así es.
– ¿Qué me pasó?, ¿Por qué me desmayé?

Fernando tomó un respiro muy profundo antes de comenzar a hablar.

–Estabas asustada e histérica por todo lo que acababa de pasar. Y cuando trataste
de tomar la pistola supe que no tenía opción. Así que tuve que dejarte inconsciente, y...
–Fernando aclaró su garganta–, administrarte un calmante, después... para así poder
ponerte a salvo.

Melisa no respondió al instante. Parecía que trataba de analizar lo que acababa


de escuchar de manera muy lenta.

– ¿Y cómo fue que…? –Intentó preguntar Melisa al tiempo que venía a su memoria
la sensación de presión en forma de prensa sobre su trapecio izquierdo, seguida por la
sensación de encogimiento involuntario que esta le provocó, y por último el apagón.

–No tenía opción. Teníamos que salir de ahí de inmediato, y en el estado de shock
en el que estabas nos hubiera tomado mucho tiempo tratar de calmarte y convencerte.
Fue lo más eficiente –dijo Fernando tratando de justificarse.

–Ah, claro. Dejaré inconsciente y sedada a la mujer loca para que no arruine mis
planes, ¡Es totalmente comprensible! –Explotó Melisa.

–Ok. Lo hecho, hecho está. Ahora necesitas descansar. No vamos a tener esta
conversación ahora –determinó Fernando.

– ¡Eres un troglodita insensible!, ¡No soy un paquete al que puedas simple y


sencillamente manipular y transportar a tu antojo!, ¡Pudiste haberme explicado!, ¡Pudiste
haberme dicho que no querías lastimarme, imbécil!, ¡Mi nana acababa de ser asesinada!,
¡Y tú me quitaste de su lado! –Vociferó Melisa.

– ¡No tengo tiempo para esto! –Gritó Fernando mientras se levantaba de su sillón
y se dirigía a la puerta del vagón.

Debido a la conmoción, la puerta se abrió antes de que Fernando pudiera siquiera


tocar la perilla, y detrás de ella apareció Karla con una inconfundible cara de
preocupación –quien obviamente se había dado cuenta del exabrupto de Melisa.
– ¿Qué pasa, Fer?

–Necesito un café –dijo Fernando sin la mínima intención de detenerse a dar


alguna explicación, y cuidando que su cuerpo no mostrara emoción alguna por lo ocurrido
ahí adentro.

Karla no cuestionó a Fernando, y sin pensarlo dos veces se dirigió hacia Melisa –
quien ya estaba sentada al costado izquierdo de la cama, y lloraba angustiada con las
manos fuertemente presionadas contra su rostro–. Se arrodilló lentamente frente a ella,
respiró tranquila pero profundamente, y procedió a hablar con tacto y serenidad.

–Se que estás pasando por demasiado, Melisa. Pero te prometo que es por tu
bien. Nuestra intención es…

– ¡Ya me cansé de escuchar sus intenciones!, ¿Por qué no protegieron a mi nana?


–Reclamó Melisa con más angustia que enojo en esta ocasión.

–Tu nana te salvó la vida, Melisa. Ese era su trabajo. Protegerte –dijo Karla con
una voz suave y empática, que hacía perfecto juego con lo que expresaban sus
hermosos ojos azules.

– ¡No era su trabajo!, ¡Ella no era como ustedes!, ¡Y menos como ese insensible
canalla que me mandó a dormir y me separó de mi nana sólo porque tenía órdenes que
cumplir! –Balbuceó Melisa entre lágrimas y sollozos.

Karla se inclinó un poco más hacia el rostro de Melisa con la intención de


asegurarse de que esta la mirara a los ojos. Le acarició la mejilla derecha con sus dedos,
y le dijo con tacto:

–Si de algo te sirve, Melisa. Ese insensible canalla prefirió ponerte a salvo esta
noche, en vez de quedarse a llorarle al cuerpo de su madre.
CAPÍTULO 9

INCERTIDUMBRE

–Con Mercedes, ya son ocho asesinatos en un mes –reportó Carlos.

–Con razón Máximo está con los pelos de punta. Sabíamos que esto estaba difícil,
pero es peor de lo que yo creía –lamentó Ek Chuak.

–No podemos seguir operando como lo hemos estado haciendo siempre. Los
Nobles tienen toda la ventaja porque no tenemos el valor de actuar en su contra como
deberíamos. Este código ético al que se apega Máximo es la causa principal por la que
estamos como estamos –determinó Bruno al tiempo que subía los pies a la mesa de
centro de la pequeña sala de estar, ubicada en el vagón de tren en el que viajaban.

Bruno medía 2.05 metros de estatura. Su porte inspiraba temor y respeto, y a


pesar de su estatura y de su complexión ancha, se movía sorprendentemente rápido.
Era rubio, tenía ojos azules, espaldas anchas, y un claro exceso de grasa corporal que
había desarrollado en los últimos años. Estaba entrenado en varios estilos de combate,
estrategia militar, operativos antiterrorismo, explosivos, y armamento en general. Todo
esto gracias a sus años en el ejército.

Las características anteriormente mencionadas le valieron la indiscutible posición


de jefe de La Guardia de La Orden de Aker, la cual se encargaba principalmente de la
seguridad de los miembros de La Orden, pero también de la logística, espionaje,
operativos de captura –y si era necesario, rescate.

A diferencia del tan conocido e incorrectamente llamado “Servicio Secreto” de los


norteamericanos –el cual era del conocimiento del mundo entero–. Esta sí era una
Guardia totalmente secreta que, en efecto, le servía a una organización secreta.

–No vamos a hacer lo mismo que Los Nobles hacen. Eso nos haría igual que esos
animales –argumentó Ek Chuak.

–No te confundas, Ek. El hecho de darles una probadita de su propia medicina no


significa que vamos a actuar igual que ellos una vez que los neutralicemos. Lo único que
digo es que... –dada nuestra situación actual–, trajimos una espada a una pelea de
pistolas –insistió Bruno.
–En eso tiene razón, Bruno. Sabemos que estamos en guerra, y la vamos
perdiendo. Y si algo prueba este ataque a los Descendientes, es que la única razón por
la que La Orden aún existe es porque a Los Nobles les conviene que nuestra comunidad
se mantenga en secreto. Pero obviamente quieren quedarse sin competencia. Al fin y al
cabo, si no fuera por nosotros a estas alturas quien sabe cuánto poder hubieran adquirido
–apuntó Carlos preocupado.

–No sé si fueron Los Nobles los que atacaron a mis muchachos –confesó Ek
Chuak.

– ¿Y quién más lo haría, Ek? –Preguntó Carlos escéptico.

–No sé. Lo que sí sé es que los hombres que atacaron a mis hijos iban en busca
de El libro de la Orden –reveló Ek Chuak reflexivo.

– ¿El libro de la Orden?, ¿Y para que querían Los Nobles ese libro?, Conocen su
contenido a la perfección. Y si no me equivoco, sus principios e ideologías clasistas no
van con las de los fundadores. Así que… –Carlos fue interrumpido y sorprendido por la
respuesta a su propia pregunta.

–Eso es lo que yo pensé –dijo Ek Chuak al darse cuenta de que Carlos había
llegado a la misma conclusión que él–. Ellos serían los últimos en querer ese libro. Y por
eso es que no estoy seguro de que hayan sido Los Nobles –complementó Ek Chuak ante
la silenciosa y atenta mirada de Bruno.

La puerta del vagón se abrió delante de Fernando, quien se dirigió directamente


a la cafetera que estaba justo a la izquierda de la entrada sobre una pequeña barra.

–Entonces no soy el único que cree que esos sujetos no eran de Los Nobles –dijo
Fernando tratando de disimular su desprecio por los atacantes en su voz.

Bruno, Ek Chuak, y Carlos adoptaron posturas incómodas a la entrada de


Fernando. Después de todo –y aunque él no demostraba emoción alguna al respecto–,
su madre acababa de ser asesinada hacía unas horas.

– ¿Qué te hace pensar eso, Fer? –Inquirió Carlos con tacto.


– ¿Por qué Los Nobles tratarían de abducir a un Descendiente que aún no ha sido
inducido ni entrenado? –Especuló Fernando–, Ninguno de ellos les podría dar
información relevante sobre La Orden.

Carlos miró a Ek Chuak triunfante, al ver que también Fernando estaba analizando
el mismo punto que ellos ya consideraban.

–Tendría todo el sentido del mundo si los hubieran asesinado a sangre fría y de
manera rápida, puesto que eso es lo que Los Nobles han buscado hacer con todos
nosotros por mucho tiempo –razonó Fernando–. Pero el hecho de que se tomaran al
menos veinte minutos para tratar de persuadir a la sobrina de Berni para que se fuera
con ellos… eso no checa –concluyó Fernando.

–Tienes razón. Así no trabajan Los Nobles –acordó Bruno con una mirada
reflexiva.

–Muy bien. Creo que estamos de acuerdo entonces en que cualquier agente de
Los Nobles sabría que Los Descendientes –por su propia seguridad–, no tienen
conocimiento alguno de La Orden antes de ser iniciados, y mucho menos información
acerca del libro –o el interés–. Esa podría ser la prueba lógica de que no fueron ellos,
pero... entonces, ¿Quién? –Inquirió Carlos.

– ¿De qué libro hablamos? –Preguntó Fernando.

–El libro de la Orden de Aker. Es lo que buscaban los hombres que lastimaron a
Imox –respondió Ek Chuak.

– ¿Le pidieron el libro de la Orden a tus hijos? –Preguntó Fernando nuevamente


con una mirada escéptica.

Ek Chuak asintió con un movimiento de cabeza. Después, un silencio reflexivo y


lleno de incertidumbre se esparció por el vagón.

–Esos definitivamente no eran agentes de Los Nobles –dijo Fernando rompiendo


el silencio después de cavilar por varios segundos.

–Pues, no –apoyó Ek Chuak.


Carlos y Bruno mostraron una mueca de acuerdo sin establecer contacto visual
con los demás.

–Entonces, lo que nos debe de preocupar más es la idea de que tenemos un


nuevo enemigo. En especial uno que conoce información tan valiosa como la identidad
de Los Descendientes –Bruno pausó para asegurarse de que todos los presentes lo
habían escuchado–. Y eso es lo que menos necesitamos ahora.

CAPÍTULO 10

ATANDO CABOS

–Espero que la cena haya sido de su agrado –dijo Máximo–. Ahora por favor les
pediré a los jóvenes que sigan a Santiago a sus habitaciones para que puedan tomar
una ducha y descansar. Mañana el desayuno será servido a las 8 de la mañana aquí en
el comedor. Después se reunirán en el estudio principal, donde comenzarán con una
sesión informativa de inducción.

–Con su permiso. Que pasen buenas noches –dijo Melisa al ser la primera en
levantarse de su silla.

Momentos después, Daniel hizo lo mismo seguido casi al instante por su hermano
–quien sólo movió tímidamente la cabeza en señal de despedida.

Arturo y Erika se miraron discretamente antes de seguirles el paso a los demás,


mientras que Imox e Ixtab evidentemente esperaban instrucciones por parte de su padre
–el cual les señaló con un movimiento de cabeza que debían de hacer lo que se les había
ordenado.

Raúl fue el último en acatar la orden –además de ser también el único que no
disimuló su enfado con un suspiro nada discreto mientras se levantaba de su lugar,
ignorando a Máximo y a los demás a su alrededor.
Bruno notó la actitud de Raúl, y sonrió maliciosamente buscando la mirada de
Máximo, quien también sonreía mientras giraba ligeramente su cabeza de izquierda a
derecha.

– ¿A quién me recuerda este chamaco? –Preguntó Ek Chuak fingiendo no saber


la respuesta a su pregunta.

Todos en la mesa sonrieron mientras las puertas del comedor se cerraban detrás
de Santiago.

Máximo se levantó de su lugar, y se acercó a una de las mesitas que se


encontraban al costado de la mesa principal. Tomó una botella de Château Mouton
Rothschild cosecha 1982 que ya estaba abierta, y se acercó a Karla –a quien le ofreció
llenar su copa vacía.

–Gracias –accedió Karla.

Continuó acercándose a todos y cada uno de los miembros de La Orden


ofreciéndoles la misma cortesía. Fernando fue el único que amablemente declinó la
oferta de Máximo, quien finalizó por rellenar su propia copa, a pesar de no estar
totalmente vacía.

Karla notó que esta era su cuarta copa de vino en la noche desde que se habían
reunido para la cena. Y este comportamiento no era para nada común en Máximo, puesto
que él generalmente disfrutaba del vino únicamente al acompañar sus alimentos, o un
par de copas como máximo para propósitos recreativos.

Un segundo después, Karla se daría cuenta de que no era la única que lo había
notado.

–Supongo que la situación debe de ser muy seria, Máximo –dijo Carlos con
seriedad mientras señalaba con la mirada la copa del vino del jefe de La Orden.

Máximo sonrió al elevar su copa hacia Carlos, y luego hacia todos los presentes.
–La situación es tan seria y grave como siempre lo ha sido. Lo complicado es que
ahora hay cosas que han cambiado, y los cambios siempre traen incertidumbre al
principio.

– ¿Te refieres a los ataques a Los Descendientes, Max?, ¿O hay algo más? –
Inquirió Karla.

–En efecto, la precisión con la que se llevaron a cabo los ataques a los jóvenes
fue… preocupante. Sin embargo –y creo que algunos de ustedes ya lo habrán analizado–
, esto no parece haber sido un ataque de Los Nobles –concluyó Máximo mientras tomaba
asiento otra vez.

–No sé si ya estás enterado, Max. Pero los sujetos que atacaron a los muchachos
de Ek estaban interesados en el Libro de la Orden –reportó Bruno.

Máximo miró a Ek Chuak con evidente confusión. Estaba a punto de preguntarle


algo, pero la voz de Karla se lo impidió.

–Obtuve algo más de Melisa mientras trataba de confortarla en el tren –dijo Karla
con un toque de culpa en su voz–. No fue con intención de… bueno, ella estaba muy
abierta y no pude evitarlo.

– ¿De qué se trata? –Preguntó Máximo minimizando el obvio pesar de Karla.

Fernando miró hacia donde se encontraba Karla. Sospechaba que lo que iba a
decir tenía que ver con lo ocurrido a su madre hacía unas horas –y estaba en lo correcto.

–Mercedes fingió no saber mucho de La Orden. Pero no negó haber conocido a


Berni, y les inventó que este le había encomendado darles un libro a quienes se
presentaran para poner a Melisa a salvo. Fue muy lista –Karla miró a Fernando con una
mirada solemne y respetuosa antes de continuar–. Esa excusa fue todo lo que necesitó
para salir de ahí y tomar su arma, y al mismo tiempo asegurar el bienestar de Melisa en
su corta ausencia al hacerles creer que estaba cooperando con ellos –Karla dirigió ahora
su mirada hacia Máximo–. Lo relevante aquí es que los sujetos sabían de la existencia
del Libro de la Orden, y asumieron que se trataba del mismo –además del claro interés
que pareció causarles el creer que este se encontraba en poder de Mercedes–. Y todo
esto los conecta en cierta manera con los atacantes de Imox e Ixtab, quienes tenían el
mismo objetivo como su prioridad.
–Creo que todos coincidimos a estas alturas en que esto no parece haber sido
obra de Los Nobles, ¿Alguien tiene alguna idea de quién puede estar detrás de esto? –
Preguntó Carlos mirando directamente a Máximo, quien aún miraba consternado a Ek
Chuak.

–Probablemente estamos hablando de agencias de inteligencia internacional –


opinó Fernando reflexivo–. Los atacantes de Imox e Ixtab eran norteamericanos. Y
cuando mi madre me llamó, mencionó que los impostores en la casa de Melisa eran un
español y un francés. Así que tal vez se podría tratar de la CIA y la interpol.

Hubo un murmullo negativo momentáneo en todo el comedor. La cara de Máximo


se tornó inexpresiva. Carlos maldijo por lo bajo, y Ek Chuak se reclinó en su silla y elevó
su barbilla hacia el techo.

Si estas agencias internacionales tenían tanta información acerca de La Orden,


esto significaría que sus secretos llegarían tarde o temprano a oídos del mundo –lo cual
tendría repercusiones totalmente desastrosas no solo para La Orden, sino para la
comunidad mundial en general.

–Creo que no se trata ni de la CIA, ni de la Interpol –interrumpió Karla de nueva


cuenta.

La afirmación de Karla convirtió la preocupación general en incertidumbre, y los


ojos de todos le demandaban ahora una explicación, mientras ella mantenía su mirada
fija en la mesa.

–Lo siento mucho, Bruno. Pero uno de los… asesinos de Mercedes –dijo Karla
con la voz entrecortada, y aún con la mirada fija en la mesa–. Era Ibáñez.

CAPÍTULO 11

LAS TRES FAMILIAS


En una zona privada y solitaria de la costa española frente al mar de Alborán, está
localizada una construcción antigua que pertenece a una opulenta familia desde hace ya
muchos años, y que ha pasado de generación en generación como parte de una herencia
multimillonaria, que incluía no sólo centenares de propiedades como esta, sino también
acciones y fondos de inversión en grandes compañías europeas, contratos millonarios
con organizaciones subsidiadas por gobiernos, y negocios propios mayormente en el
área de la logística para la exportación e importación de bienes.

En el segundo piso de dicha construcción –en una de las cuatro amplias


habitaciones que tenían un balcón con vista al mar–, se encontraban reunidas diez
personas. Don Miguel Casamayor, su primogénito Enrique, su hija Mariana, y su hijo
menor Artemis. Además, Doña Hortensia De la Riva, acompañada del que era su
guardaespaldas personal –y amante–, Gabriel De León, y por último, los hermanos Don
Rafael y Don Humberto Quiroz, acompañados de sus hijos unigénitos y herederos a sus
legados, Ernesto y Gabriel.

Estos últimos cuatro individuos habían estado bebiendo coñac desde el inicio del
banquete que ellos mismos habían ofrecido para sus invitados un par de horas antes –
por lo que su estado de embriaguez era ya demasiado notable.

En diversas ocasiones, Don Miguel Casamayor les había criticado severamente a


Don Rafael y a Don Humberto por no tomar con seriedad las reuniones a las que su
organización regularmente les convocaba –apoyado incondicionalmente por Doña
Hortensia De la Riva, quien encontraba despreciable el tipo de comportamiento
frecuentemente exhibido por los hermanos Quiroz.

–Ernesto y Gabriel fueron atacados ayer, Miguel. Pero no estamos seguros de que
los atacantes fueran miembros de La Orden –dijo Don Rafael evidentemente ebrio.

–Es difícil saberlo con seguridad. Sus hijos tienen muchos enemigos en muchos
lugares por sus vicios asquerosos y su arrogancia descarada. Eso todos lo sabemos –
señaló Doña Hortensia con una mueca de desprecio y sin dirigirle la mirada a Don Rafael.

–No cabe duda de que cada vez te gana más tu amargura, Hortensia. Acéptalo,
tienes el vientre podrido. Tu descendencia terminó contigo –dijo Don Humberto con tono
burlesco.

– ¡Maldito borracho despreciable! –Contraatacó Doña Hortensia–, Si hubiera


podido traer hijos al mundo, y fueran como tu parásito miserable, ¡Yo misma los hubiera
matado ya!
– ¿De qué sirve una mujer que no puede engendrar?, Tú eres la que debería de…

– ¡Cállate! –Gritó Don Humberto mientras le propinaba un violento revés a su hijo


Gabriel– ¡Conoce tu lugar!

Gabriel miró a su padre sin tratar de esconder su ira por lo que este le había hecho,
pero algo dentro de él le hizo detener sus impulsos agresivos, recapacitar, y llevar su
mirada al piso en un intento por apaciguarse. Por su parte, Doña Hortensia pareció
satisfecha con la acción disciplinaria impuesta al muchacho, y no continuó con su ataque
a Don Humberto.

– ¿Qué les parece si vamos al punto central antes de que nos despedacemos
entre nosotros mismos? –Sugirió Don Rafael después de un largo trago a su bebida.

Las miradas de los presentes se colocaron ahora en Don Miguel, quien aclaró su
garganta, se irguió sobre su asiento, dejó su copa en una mesita cercana a él, y comenzó
a hablar.

–La situación en la que vivimos es precaria. Cada vez es más difícil mantenernos
en secreto debido a la tecnología con la que se cuenta en nuestros días –además de la
conducta de nuestros jóvenes, quienes parecen no entender el concepto de “Sociedad
secreta”.

Don Miguel lanzó una mirada amonestadora hacia sus hijos menores a su
izquierda, y después hacia los jóvenes Quiroz. No obstante, Gabriel no se dio cuenta de
esta acción debido a que seguía con la mirada fija en el piso, y Ernesto se limitó a mirar
desinteresadamente a Don Miguel mientras le daba un trago a su bebida.

–De acuerdo contigo, Miguel. Pero ¿Qué es lo que en realidad nos quieres decir?
–Inquirió Don Rafael.

Don Miguel se aclaró la garganta otra vez, tomó una profunda bocanada de aire,
y prosiguió.
–He estado pensando que debemos utilizar todos los medios a nuestro alcance
para evitar que nuestros secretos salgan a la luz. Y para esto necesitamos estar seguros
de que no habrá nadie que nos dificulte el proceso. Necesitamos tener el camino libre
para actuar rápido y efectivamente.

Gabriel dirigió su mirada con evidente molestia hacia Don Miguel, al tiempo que
Ernesto soltaba una descarada risita burlona –antes de vaciar de un trago el contenido
de su copa.

– ¿Hay algo que te cause gracia, muchacho? –Inquirió Don Miguel con el ceño
fruncido.

–En lo absoluto, Don Miguel. Continúe por favor –respondió Ernesto con un falso
tono cortés, al tiempo que su padre le lanzaba una mirada reprobatoria.

– ¿Cuál es tu punto, Miguel? –Añadió Don Rafael después de quitarle la mirada


de encima a su hijo.

–Es obvio. Debemos proponerle una tregua a La Orden, ¿No es así, Miguel? –Se
adelantó Doña Hortensia.

Ernesto volvió a soltar una risa burlesca. Una aún más notable y descarada que
la anterior. Gabriel, por su parte –quien tenía su mirada clavada en Don Miguel–,
comenzó a girar su cuello de izquierda a derecha en negativa ante la propuesta de Don
Miguel.

– ¡Suficiente!, ¡Los dos para afuera!, ¡Ahora mismo! –Ordenó Don Rafael con una
voz grave y autoritaria.

Ernesto se levantó tranquilamente de su lugar aún esbozando una sonrisa


burlona, mientras que Gabriel únicamente se esforzó por evitar las miradas de todos los
presentes en su camino a la salida.
–Me disculpo, Miguel. No sé qué clase de estupidez nos llevó a incluir a estos dos
niños malcriados a las reuniones oficiales. Hay veces que preferiría no haberlos incluido
en nuestros asuntos –lamentó Don Rafael.

–Habla por tu propio hijo, Rafael. Déjame a mí preocuparme por el mío –dijo Don
Humberto molesto.

– ¡Es mi sobrino y come en mi casa!, ¡Lo he alimentado y vestido tanto como a ti!
Por lo tanto, tengo tanta autoridad sobre él cómo la que tienes tú. No es mi culpa que
hayas perdido tu fortuna estúpidamente –atacó Don Rafael.

Don Humberto dejó escapar un gruñido de coraje, al tiempo que desviaba la


mirada para que nadie viera su descontento –especialmente Doña Hortensia–. Don
Rafael se limitó a ignorarle, y retomó el tema principal.

–En cuanto a la idea de acudir a Máximo, ¿Qué garantías tenemos de que no nos
traicionarán? –Preguntó Don Rafael recorriendo a todos los presentes con su mirada–.
Yo lo haría. Después de todo fueron nuestros antepasados quienes les hicieron la mala
jugada a los antepasados de ellos, y desde ese entonces la situación no ha hecho más
que empeorar entre ambos bandos.

–A diferencia de los líderes de otras generaciones, Máximo tiene una visión más
flexible y abierta. Él sabe al igual que nosotros, que si queremos mantener nuestro
secretismo debemos de dejar atrás nuestro orgullo, y nuestras diferencias –Don Miguel
pausó para cerciorarse de que los Dones y Doña Hortensia le hubieran escuchado bien–
. Máximo es sensato, inteligente, y calculador. Todos sabemos eso.

–Eso no nos garantiza nada, Miguel. Y siendo honestos, todos los aquí presentes
sabemos que el daño que nos hemos hecho por tantos años es simplemente irreparable.
Tal vez no para Máximo, pero para nuestra mala fortuna él no es toda La Orden –apuntó
Don Rafael.

–Supongamos que Máximo sea diferente –lo cual dudo mucho–. Pero Bruno no lo
es, y el indio asqueroso, menos. Ese no dudaría ni por un segundo antes de arrancarnos
la piel –advirtió Hortensia.

–Y tendría razón. No creo que se haya olvidado de lo mal que dejaste a su querida
–le recriminó Don Rafael a Don Humberto.

–La vieja ya estaba a punto de enloquecer. Yo sólo le di el último empujoncito –


dijo Don Humberto con arrogancia y descaro.
– ¿Un empujoncito?, ¿En serio? –Hortensia soltó un corto pero exagerado sonido
de mofa–, No sé por qué insistes en hacerlo sonar como si no supiéramos las
bestialidades que cometiste con la pobre india.

–Si yo fuera tú, me cuidaría de mí, entonces. Sabes de lo que soy capaz –
amenazó Don Humberto con una sonrisa malévola y provocadora.

– ¡Eres una bestia! –Respondió Hortensia con desdén, mientras le hacía un


ademán a su guardaespaldas para que ignorara la amenaza y regresara a su lugar.

– ¡Suficiente! –Interrumpió Don Rafael con la intención de evitar una nueva


ofensiva de parte de cualquiera de los dos–. Ek Chuak, y Bruno, y... hasta Máximo
seguramente nos odian con ahínco. Pero si entendí bien a Don Miguel, la verdadera
intención de este movimiento no es la de volvernos amigos inseparables de La Orden.
El plan es utilizarlos para un bien común. Trabajar en conjunto para sobrevivir, ¿O me
equivoco, Miguel?

–En lo absoluto, Rafael. No necesitamos fraternizar –lo cual sería excelente para
ser honestos. Pero también una imposibilidad a estas alturas–. A mi edad no tengo ya
tantas energías para seguir peleando con La Orden, o con nadie más. Sólo necesitamos
trabajar juntos para recuperar el control que se ha estado perdiendo en los últimos años
–planteó Don Miguel–. Una vez que ganemos estabilidad, lo que pase con La Orden no
me interesa.

Don Miguel se recargó por completo sobre su silla, cerró los ojos, y comenzó a
masajearse las sienes con sus dedos en un intento por aminorar un repentino y agudo
dolor de cabeza.

–Entiendo a la perfección que esto está en nuestros mejores intereses. Pero la


verdad es que no sé si Máximo sea de confianza, Miguel –dijo Don Rafael reflexivo–.
Para ser honesto, al menos yo no veo manera alguna en la que yo podría confiar en él,
o en ningún otro miembro de…

Don Rafael fue interrumpido por algo que lo aterrorizó. Giró repentinamente hacia
la puerta de la habitación y tomó carrera hacia afuera sin importarle tirar todo a su paso
–seguido muy de cerca de su hermano, quien tuvo la misma exacta reacción en su rostro
antes de levantarse de golpe de su lugar, batallando para no perder el equilibrio debido
a su alto nivel de embriaguez.
– ¿Qué rayos está pasando? –Se preguntó Doña Hortensia confundida, pero su
confusión fue mucho más breve de lo que ella se hubiera esperado.

Un instante después se encontró soltando un involuntario gemido de horror al ver


a Don Miguel totalmente paralizado, y en medio de una expresión de profundo dolor. La
mujer trató de gritar, pero al instante sintió un golpe interno que le paralizó por completo,
y que le despojó del control sobre sus cuerdas vocales.

CAPÍTULO 12

LOS CAZADORES

–Debes saber que de ahora en adelante obedecerás mis órdenes hasta que
decida matarte, o hasta que mueras haciendo lo que te ordene hacer –dijo uno de los
dos hombres con lentes obscuros que vestía una boina francesa gris.

– ¡No! –Trató de decir en un débil gemido el agente Ibáñez.

–Tengo un plan para ti –pero, ¿Qué estoy haciendo?–, No sé porque pierdo mi


tiempo explicándotelo, si tú técnicamente no vas a estar ahí. Es cuestión de unos cuantos
minutos para que ya no tengas control alguno sobre tu persona.

– ¡Por favor! –Rogó Ibáñez aún más débilmente que antes.

– ¿Sabes?, El resultado será el mismo te resistas o no. Pero si no lo hicieras, el


dolor duraría mucho menos tiempo. Por desgracia para ti, tu cabeza nunca dejará de
resistirse. Es parte de tu instinto natural de supervivencia.

–Estoy sorprendido de lo mucho que ha durado este debilucho –comentó el


compañero del verdugo de Ibáñez.

–Sí. Para su mala suerte, está muy bien entrenado –señaló el hombre.
Ibáñez ahora emitía sonidos guturales muy débiles mientras permanecía inmóvil
en su lugar. Tanto él como los dos hombres que le habían tomado contra su voluntad
estaban sentados en una mesa dentro de un café al este de París llamado “Café Des
Anges”, ubicado a tan sólo un par de minutos de “La Place de la Bastille”.

–Sólo déjate ir –le susurró el hombre a Ibáñez mientras le observaba fijamente.

La cabeza de Ibáñez estaba recargada sobre sus brazos, dando la impresión de


estar simplemente tomando una siesta sobre la mesa. En adición, la naturalidad y
serenidad en los rostros de sus acompañantes no dejaban lugar a alguna sospecha que
los llevara a darse cuenta de lo que estaba pasando.

El sujeto que hablaba con Ibáñez era un tipo de piel muy blanca, ojos muy negros
–grandes y penetrantes–, y rasgos muy finos y simétricos que le daban la apariencia de
un muy realista maniquí.

Medía 1.90, y poseía un cuerpo delgado, resistente, y muy ágil. Su porte era
siniestro, pero al mismo tiempo se le percibía tranquilo y calculador –lo cual lo hacía aún
más peligroso–. Era elocuente, educado, culto, y centrado. Odiaba seguir órdenes, y
demandaba la atención de su audiencia cuando hablaba debido a que era un líder
narcisista por naturaleza.

Su mentor le dio el nombre de “Alfa” a una muy temprana edad, y nombró “Delta”
al sujeto que se encontraba junto a él en el café –el cual también llevaba gafas obscuras,
y una boina francesa de color café.

Delta medía 1.85, y era muy musculoso –sobre todo en las áreas del trapecio,
cuello, y hombros–. Su presencia era realmente intimidante. Tenía la piel bronceada, y
en ella saltaban a la vista varios lunares pequeños, y manchas cafés que se distribuían
en ciertos lugares de su cara y cuerpo en general.

A pesar de su sádico gusto por infligir dolor a otros, Delta no dejaba de pensar que
sus niveles de crueldad no se comparaban a los de Alfa –por el cual sentía cierto respeto
y admiración desde que tenía memoria–, quien prefería por mucho la tortura psicológica,
a la física.

–Siempre me he sentido intrigado por la respuesta del humano promedio ante


situaciones en las que sabe que terminarán inevitablemente con su vida –analizó Alfa
con su acostumbrado discurso acelerado, mismo que se originaba de su necesidad de
aprovechar la atención de sus interlocutores al máximo antes de que estos
invariablemente fueran distraídos por sus mismos pensamientos–. Como el
narcotraficante que se ve rodeado de sus peores enemigos, y aún así decide entregarse
como prisionero. Él sabe perfectamente que el simple hecho de ser asesinado por ellos
no será suficiente para saldar sus cuentas, y aún así se pone en sus manos.

–La esperanza muere al último –replicó Delta.

–Sí, claro. Entiendo a la perfección la causa –aclaró Alfa rápidamente, y con


evidente excitación por el punto que ahora su compañero tocaba–, pero…

Delta vio a su compañero girar rápida e inadvertidamente hacia él, y al momento


supo que este iba a comenzar con una de sus interesantes exposiciones filosóficas
acerca del ser humano.

–Sabes que ya vas a morir. Y sabes que es en ese preciso momento en el que tú
puedes decidir morir en tus propios términos –de hecho, con algo de habilidad, hasta
llevándote contigo a un par de los que van a matarte–, o descartar esa opción y alimentar
la esperanza. Lo cual equivale a elegir ponerte a disposición de los que sabes que serán
tus verdugos –Alfa pausó con un sonido de mofa–. Decides que en vez de recibir una
muerte que para muchos sería… digna, te pondrás a la disposición de un ser vil y
despiadado que saciará sus más bajos instintos y deseos sádicos contigo –en especial
si lo mereces, como en este caso en particular–. Pero ¿A cambio de qué?, ¿Unos cuantos
días?, ¿Horas?, ¿Minutos extra de vida?

Alfa hizo una pausa y miró aún más intensamente a Delta, al tiempo que su
postura corporal hacía obvio su deseo de conocer el punto de vista de su interlocutor –
lo cual le recordó a Delta varias ocasiones en las que Alfa tomaba el rostro de sus
víctimas con ambas manos, y se acercaba lo más posible a las mismas con el propósito
de asegurar así un dominio y control absoluto sobre su atención.

–A mí no me va a pasar eso –aseguró Delta con seguridad y sosteniendo la mirada


de Alfa sin incomodidad alguna.

–Lo sé. Pero mi punto es que, con base en esta situación tan común, ¿Podemos
entonces concluir que es la esperanza en sí una actitud irracional que no solo le estorba,
sino que llega a afectar el juicio del ser humano?

–Es ciertamente una de las causas, sí –accedió Delta.


–Lo es. Para los humanos comunes y corrientes –añadió Alfa con una sonrisa
infantil–. Sin embargo, es lo que nos da a gente como nosotros la superioridad sobre el
humano común. Porque no vivimos en la fantasía. En la espera de una realidad deseada
que dista mucho de ser como la diseñaríamos. No. Más bien vivimos en la realidad, la
aceptamos como es, y nos adaptamos a esa certeza.

–O la cambiamos si está en nuestro poder hacerlo –argumentó Delta.

– ¡Excelente punto!, La cambiamos cuando sabemos que está a nuestro alcance


el así hacerlo. Pero no con base en esperanzas irracionales, o en rezos inútiles a
deidades inventadas por nosotros mismos –agregó Alfa.

–El hombre inventó a sus dioses y a sus religiones para darse la esperanza de la
inmortalidad. Siendo un ser narcisista y centrado en sí mismo por naturaleza, es normal
que se convenciera de que al ser tan importante no podía dejar de existir –apuntó Delta.

Alfa estaba cada vez más entusiasmado y motivado por la conversación. Esto
invariablemente provocaba siempre en él un cambio en su respiración, y el enfoque de
su mirada. De hecho, entre más embelesado se encontraba con un determinado punto
en debate, más acelerado era su comportamiento en general. En especial sus
ademanes, y la velocidad de su discurso.

– ¡Claro!, Se mintió a sí mismo para darse más importancia de la que en realidad


tiene. Además, se aseguró de inventarse un falso valor especial que le situara por encima
de las demás especies. Dándose así el derecho no sólo de poseerlas como objetos
personales, sino también de asesinarlas –al principio por supervivencia, para alimentarse
y vestirse. Pero una vez que se convenció de que lo que hacía era su derecho por ser
superior y especial, lo hizo por negocio. Para tener una ganancia material.

Alfa pausó nuevamente para observar con detenimiento la reacción de Delta.

–Obviamente, no pasó mucho tiempo antes de que decidiera hacerlo por


satisfacción personal, y lo convirtiera en un deporte. O como dicen los que gustan de la
Tauromaquia: “Un arte” –concluyó Alfa dibujando comillas imaginarias en el aire con sus
dedos.

–Y aún así varios de estos religiosos fanáticos hablan de defender la “Santidad de


la vida”. Sólo que olvidan especificar que con esto se refieren solamente a la vida
humana. Y de preferencia, únicamente a la vida humana de los que compartan sus
creencias –añadió Delta.

–Es intrigante ver como una especie con la capacidad del análisis lógico y
profundo de procesos complejos, puede vivir su vida con convicción y confianza absoluta
en creencias llenas de contradicciones tan evidentes. Como ese concepto de la
“Santidad de la vida” del que me hablas ahora, ¿Sabes quién inventó dicho concepto? –
Preguntó Alfa.

–No tengo la menor idea –respondió honestamente Delta.

–Los “seres vivos” –dijo Alfa con un toque de obviedad en su tono–, ¿Quién más
tendría el interés de promover la idea de que la vida es sagrada si no un ser vivo que no
quiere morir?

–Por supuesto –dijo Delta con una risita irónica.

–Es una treta de auto interés y conveniencia. Basada también en el instinto de


conservación de la vida misma. Más específicamente de la vida humana –concluyó Alfa.

–No me sorprende nada de esto –confesó Delta compartiendo ahora el interés de


Alfa en el punto en cuestión–. Además, si algo he aprendido de tus desvaríos filosóficos,
es que básicamente el humano es un ser que no está contento con su vida y su entorno
–o en otras palabras, con su “realidad”–. Por eso se la pasa modificando su ambiente.
Tratando de poseerlo, de controlarlo –y sobre todo–, de modificarlo a una realidad más...
estética.

–Definitivamente –acordó Alfa.

–Siempre lo has dicho. Maquillamos la muerte, escondemos nuestros cuerpos


desnudos, negamos nuestros impulsos sexuales en público, las mujeres literalmente
maquillan sus rasgos físicos naturales faciales, y cientos de cosas más –enlistó Delta.

–Hacemos todo lo posible por no aceptar nuestro entorno como es. Y sobre todo
por no mostrar lo que en realidad somos –concluyó Alfa.

Delta estaba fascinado con la conversación –especialmente con los argumentos


tan válidos que el “Genio malvado misántropo” aportaba–, y de alguna manera le
reconfortaba sentir que Alfa había encontrado las justificaciones más completas y
razonables para muchos de los actos que la sociedad describiría como bárbaros y viles.

Es lo más cercano al mítico concepto de Satanás.


–Somos animales instintivos, viles y con la capacidad de asesinar no sólo por
supervivencia. Matamos por placer, por odio, o por simple interés. Somos la única
especie que tortura a sus víctimas. También la única que practica la necrofilia. Y, sobre
todo, la única que construye armamento lo suficientemente poderoso como para destruir
a su propia especie a nivel masivo, ¿No es esto brillantemente estúpido? –Alfa lanzó una
risita burlesca corta pero desproporcionalmente fuerte–, Y tú que tanto criticas mi
misantropía –protestó Alfa con desgano.

–Supongo que por eso escondemos nuestras esencias. Por eso tratamos de
cambiarlas. Estamos avergonzados y aterrados de lo que podemos hacer. De nuestra
capacidad de destrucción –aportó Delta.

– ¡Si!

– ¿Y qué les dices a todos esos ingenuos que sostienen que no todos los humanos
somos así? Qué nuestra esencia es buena por naturaleza –preguntó Delta.

– ¡Ah!, ¡Esos seguidores de Rousseau! –Quien era una mente brillante, debo
admitir. Pero cegada por su amor a su propia especie, y por consecuencia a sí mismo–.
Si somos buenos por naturaleza, ¿Entonces por qué necesitamos la educación civilizada
que las sociedades han diseñado para todos y cada uno de nosotros?, ¿Para qué existen
las reglas y los castigos para todos si esto es sólo problema de unos pocos?, ¿Por qué
existen tantas cárceles y están llenas de prisioneros?, ¿Por qué excedemos el límite de
velocidad o no usamos el cinturón cuando no está la autoridad presente, justificando que
nuestras intenciones no son malas?, ¿Por qué después de un asesinato el código del
detective le indica que los principales sospechosos a investigar son las personas más
cercanas y allegadas a la víctima?, ¿Por qué hay necesidad de armas?, ¿Contra quién
son los sistemas más avanzados de seguridad y defensa?, ¿Contra las peligrosísimas
hienas africanas? –Inquirió Alfa con enfado y sarcasmo ante lo obvio que le resultaban
los puntos que tocaba.

Delta acordó con una mueca facial reflexiva.

–Si dejaras a un grupo de infantes viviendo solos en un espacio acondicionado


con comida para seis meses sin la presencia de un adulto, ¿Qué probabilidades habría
de que al menos uno de ellos asesinara o lastimara seriamente a otro en un arranque de
cólera al disputar algún objeto o argumento?, ¿Conoces a algún niño al que nunca se le
haya tenido que ordenar que no atacara a otros niños? –” ¡No pegues! ”–, Ese es uno de
los comandos de enseñanza más comunes en la crianza de un infante –aseveró Alfa.
–Somos asesinos natos. Animales racionales –razonó Delta–. Lo cual nos hace
aún más peligrosos.

–En efecto. Y es este punto el que paradójicamente me lleva a concluir que... –


Alfa soltó una risita amarga–. Tanto la religión como la esperanza fueron inventadas para
protegernos de nosotros mismos –no puedo creer que lo esté diciendo yo, pero... creo
que son una necesidad –concluyó Alfa mirando pensativo hacia el vacío.

–Mantenlos ignorantes, y sobre todo asustados de una fuerza imaginaria mayor


que les castigará si actúan como su esencia y naturaleza genuina les ordena. La jaula
perfecta para la bestia más peligrosa –determinó Delta.

–Lástima que dicha jaula imaginaria no puede mantener atrapadas a las bestias
racionales y superiores que somos nosotros.

Alfa le dio una palmadita en el hombro izquierdo a Delta mientras lo miraba muy
de cerca –lo cual hacía con todos sus interlocutores debido a su incapacidad para medir
espacios personales–. Después de todo, era un narcisista que en lo último que pensaría
sería en que su presencia le podría causar incomodidad a alguien. Terror, angustia,
admiración, y hasta placer, sí. Pero nunca incomodidad.

–Muy bien. Ibáñez, ya no es más –anunció Alfa al regresar su atención a su


víctima, observándole como un grupo de niños observarían el cadáver de una rana en
un laboratorio de disección.

CAPÍTULO 13

LA REVELACIÓN

El desayuno se sirvió a las 8 de la mañana como Máximo había prometido. Raúl,


Melisa, Ixtab, e Imox fueron los primeros y únicos en presentarse en el comedor a las 8
en punto, y fue hasta las 8:17 que Daniel y Tony se les unieron –aún bostezando, y sin
encontrarse del todo despiertos.
Erika fue la siguiente en presentarse –quien al igual que Melisa, Ixtab, e Imox,
había tomado un baño matutino que le hacía lucir fresca y totalmente despierta–, y Arturo
se presentó hasta las 8:28, disculpándose con todos los demás por su retraso, y tratando
apresuradamente de servirse un poco de todo lo que había en las bandejas del buffet
matutino.

Erika se sentó a un lado de Melisa –quien se notaba un poco más abierta y no tan
defensiva como lo había estado la noche anterior durante la cena–, y de inmediato
comenzó a entablar una conversación amena y amigable con ella.

Raúl, Imox, e Ixtab prestaban atención ahora a Tony, mientras este les contaba lo
sucedido en el café donde Karla y Carlos los habían rescatado a él y a su hermano –el
cual permanecía en su asiento sin dejar de mirar la puerta de la habitación con ligera
impaciencia.

A las 8:45, Santiago apareció detrás de las puertas del comedor.

–Jóvenes. Ya los esperan en la sala principal de reuniones. Síganme.

Raúl fue de nueva cuenta quien se levantó de inmediato –seguido de Daniel, quien
a su vez jaló del brazo a su hermano antes de levantarse–. Todos los demás hicieron lo
propio, y se dirigieron hacia el corredor tal y como se les había indicado –con la excepción
de Arturo, quien trataba de darse un último gran bocado antes de dejar el comedor.

Santiago los condujo por el corredor del ala Este –que había sido la única parte
del Cuartel que los nuevos reclutas habían conocido hasta ese momento, ya que el
comedor principal y las habitaciones de los huéspedes se encontraban localizadas en
esta ala.

En esta ocasión, Santiago los llevó hasta el punto de intersección donde se


encontraban las escaleras de acceso al segundo piso, y ahí les indicó que deberían
seguirlo hacia el otro extremo del gran complejo –o bien, el ala Oeste del Cuartel.

El corredor del ala Oeste era idéntico en estructura a su contraparte al otro lado,
y muy similar en el tipo de decoración. De hecho, la única diferencia notable era que este
corredor albergaba 12 armaduras medievales completas –varias de ellas con marcas de
lo que parecía ser “daño auténtico de batalla”. Principalmente en el casco, y el peto.

–Por aquí jóvenes. La señorita Karla los espera en esta sala –indicó Santiago al
tiempo que les abría las puertas.
Karla los esperaba al fondo de la sala. Estaba sentada en una cómoda silla
individual reclinable de piel. Tenía su mirada fija en la puerta de entrada, y sostenía en
su mano una taza de café.

Una vez que todo el grupo estaba dentro de la sala, Karla les señaló con un
ademán el pequeño oasis en el que había pequeños bocadillos, galletas, y piezas de
pan. Además de una máquina para preparar café, té, y todo tipo de bebidas calientes.

–Por favor, siéntanse como en su casa –invitó Karla.

– ¡Que ricos se ven esos muffins! –Dijo Arturo ya a medio camino hacia los
panecillos.

– ¡Pero si acabamos de comer! –Le recriminó Erika.

–Yo llegué tarde, y no comí bien –justificó Arturo sin mirar atrás.

Tony inmediatamente tomó el rol de bartender y comenzó a llenar tazas y


repartirlas sobre pedido.

Raúl pidió solo agua caliente, y se sirvió una bolsita de té de manzanilla con dos
cucharadas de azúcar. Daniel pareció antojarse de la elección de Raúl, y terminó
sirviéndose lo mismo –solo que sin azúcar.

Una vez que todos tenían sus bebidas calientes, uno a uno comenzaron a
sentarse en los cómodos sillones que estaban en la parte central de la habitación –
mismos que estaban acomodados en forma de círculo alrededor del sillón reclinable
individual de Karla–. Dos de ellos eran sillones de tres plazas. Uno de ellos fue
compartido por Melisa, Erika, y Arturo, y el otro por Daniel, Imox, e Ixtab.

Un tercer sillón de solo dos plazas fue compartido por Raúl y Tony –quienes eran
evidentemente el par más incómodo del lugar. Especialmente por ser los únicos dos que
no habían entablado conversación alguna desde su llegada.

Karla estaba sentada frente a todos los demás. Aún tenía su taza de café en sus
manos, y miraba pensativa a todos mientras estos seguían en proceso de ponerse
cómodos en sus lugares.

–Muy bien, si les parece vamos a comenzar –inició Karla.


–Por favor –pidió Raúl en voz baja.

–Se que tienen muchas preguntas acerca de La Orden, y también sé que algunos
de ustedes saben un poco más que otros de que se trata todo esto –aseguró Karla
mientras miraba a Arturo directamente.

–Bueno, yo escuché un par de cosas por ahí, pero... –trató de explicar Arturo
claramente nervioso.

–No te preocupes Arturo, que no estoy aquí para reprenderte. En todo caso, la
reprimenda la hubiera merecido Berni. Pero a ese hombre no se le podían poner límites
–dijo Karla con una sonrisa tierna.

Melisa miró a Karla con incertidumbre en su rostro, y se preguntó si acaso esta se


refería a su tío Berni, o a alguien más con el mismo nombre.

–En efecto, Melisa. Me refiero a tu tío –indicó Karla.

Melisa le miró sorprendida y ahogó una pregunta en su garganta antes de desviar


la mirada hacia sus piernas.

–No se preocupen que vamos a responder todas sus preguntas en esta sesión.
De hecho –y para ser más exacta–, responderemos sólo las preguntas clave. Ya que
estas son las que les proporcionarán la información específica que ustedes necesitan en
este momento.

Karla le dio un pequeño trago a su café, y adoptó una postura mucho más seria
antes de continuar.

–Lo que van a conocer hoy es algo realmente maravilloso y extraordinario –


enfatizó Karla con entusiasmo–. Pero también es información muy delicada, y hasta
peligrosa si no se tiene la guía apropiada.

–Creo que eso es lo que el amable sujeto con la pistola trataba de decirnos ayer,
pero... mi amiga Karla aquí no le permitió explicarse –bromeó Tony.
Una risa general de aprobación al comentario de Tony llenó la sala –incluyendo a
Karla, quien después agregó con una sonrisa juguetona y picara:

– ¿Sabes, Tony? Me gustaba más cuando me llamabas “Bombón”.

Tony miró a su hermano de inmediato con evidente indignación.

–Él es el único que sabía –pensó Tony.

Ante la mirada encendida y avergonzada de su hermano, Daniel sólo se mostró


confundido, y moviendo su cabeza en señal de negación. Melisa y Erika se miraron con
complicidad maliciosa, Imox y Arturo miraron a Tony con una sonrisa de aprobación y
admiración, y Raúl –al igual que Ixtab–, solamente miraba inexpresivo a todos a su
alrededor.

–No, Tony. No fue Daniel quien me lo dijo. Fuiste tú.

Tony estaba tan apenado que tuvo que interrumpir el contacto visual con todos los
presentes por algunos segundos.

–Pero ya llegaremos a eso –dijo Karla sonriente.

Daniel le lanzó una mirada y un ademán amenazador a su hermano después de


que Karla le hubiera liberado del cargo del que se le acusaba, pero Tony estaba muy
ocupado en tratar de recordar en qué momento había sido descubierto.

–Se que Erika está pensando que Tony es demasiado apuesto como para fijarse
en una mujer tan mayor para él. Y menos una que aparenta ser tan falsa como yo –afirmó
Karla.
–Yo... no dije... –tartamudeó Erika inútilmente al verse descubierta.

Las miradas atentas y sorprendidas del grupo se centraron en ella ahora.

–También sé que Melisa cree que Erika es una buena chica. Pero demasiado
ingenua, y hasta inmadura –continuó Karla sin darle oportunidad a Erika de formular su
argumento defensivo.

Melisa clavó sus ojos en Karla con una mueca de sorpresa mezclada con
indignación.

–Arturo e Imox me imaginaron desnuda casi automáticamente cuando mencioné


que Tony me llamaba “Bombón” –dijo Karla notablemente divertida.

La cara de Imox se tornó roja y al momento bajó su mirada al suelo tratando de


decir algo sin poder hacerlo. Arturo, por otro lado –entre sorprendido, pero también
divertido–, admitió:

–Ok. Culpable.

–Daniel sólo pensó en lo vergonzoso que los incontrolables impulsos primitivos de


su hermano le parecían –continuó Karla–. Y Raúl me preguntó: “¿Por qué no dejas de
hablar de estupideces y mejor te centras en lo importante?”

Karla concluyó fijando su mirada tranquila en Raúl, el cual la miró intrigado, y


sonriente a la vez.

– ¡Entonces es cierto!, ¡Lo estás haciendo ahora!, ¿Verdad? –Pensó Raúl sin
quitar su completa atención de Karla.

–Sí, Raúl. Es cierto.


– ¡Esto es increíble!, ¡Lo sabía! –Gritó Raúl al lanzar un golpe con su puño derecho
al espacio vacío frente a él, y rompiendo por primera vez la actitud de “no
impresionabilidad” que le había caracterizado hasta ese momento.

–Ok. Hay claramente algo que no nos están diciendo estos dos. Y a propósito,
¿Cómo pudiste deducir todas esas cosas acerca de nosotros? –Preguntó Arturo.

–No fueron deducciones, Arturo –corrigió Karla–. Por un momento tuve acceso a
sus pensamientos.

Los rostros de incertidumbre se tornaron en incrédulos, y después en analíticos.


Todos, excepto el de Raúl –en el cual se dibujaba una sonrisa similar a la de un niño que
estaba a punto de contemplar algo fascinante.

–Buena broma –dijo Arturo con la intención de que Karla clarificara con seriedad
si esta había sido o no una broma. Y deseando secretamente que no lo fuera.

–No bromeo, jóvenes –reafirmó Karla.

Daniel no soportaba la charlatanería, y nunca dejaba escapar la oportunidad de


poner en evidencia a cualquier farsante. Claro que en esta ocasión –y dadas las
circunstancias tan extraordinarias acontecidas en los últimos dos días–, algo dentro de
él le hacía pensar que Karla hablaba muy enserio, a pesar de que esto no era algo que
su mente lógica y racional aceptaría con facilidad.

Podría ser. La ciencia ha avanzado muchísimo, pero ¿Cómo?

– ¿A qué te refieres con que tuviste acceso a nuestros pensamientos? –Preguntó


Daniel finalmente.

–Creo que no puedo ser más específica, Daniel. Leí sus mentes –aseguró Karla.

–No existe eviden...

–Evidencia científica que demuestre la veracidad de la telepatía o la telequinesis


–Interrumpió Karla con una sonrisa amigable–. Por lo que estas se encuentran
invariablemente –y hasta la fecha–, en el campo de la charlatanería.
Daniel quedó congelado al escuchar su pensamiento en la voz de Karla.

–Esta mujer es tan rara como mi papá –le dijo Karla ahora directamente a Imox,
quien se quedó boquiabierto al escuchar su pensamiento saliendo también de la boca de
la bella mujer–. Marlene es el nombre de la primera chica que Arturo besó –Arturo soltó
una carcajada de asombro y júbilo al haber comprobado que Karla en efecto estaba
leyendo su mente–. Y no, Tony. No les inyectamos la droga de la verdad mientras
dormían para obtener información y después fingir que podíamos leer sus mentes. Si
hubiera sido así, ¿Cómo explicas que los pensamientos que estoy leyendo son de aquí
y ahora?

Un silencio expectante por parte de todos los presentes impregnó la sala. Arturo y
Raúl eran los únicos que mantenían una sonrisa de obvia excitación por lo que estaba
sucediendo. Daniel, Melisa, y Erika se mostraban aún escépticos. Imox parecía estar
asustado, Ixtab seguía seria, pensativa y observante, y Tony mantenía ahora su mirada
fija en Karla –como si luchara por decidirse a confiar o no en ella.

– ¡He aquí el secreto de La Orden! –Dijo Arturo emocionado.

–Uno de tantos, Arturo –corrigió Karla–. Pero sí el más importante.

– ¿Cómo es esto posible? –Se preguntó Daniel en un susurro, claramente curioso


por encontrar el “Cómo” y el “Porqué” del fenómeno en cuestión.

–La primera vez que se me dio esta información también me mostré escéptica –
comenzó a relatar Karla–. Aún después de que mi mentor me demostró varias veces que
podía leer mi mente –y a pesar de todos mis esfuerzos por evocar recuerdos o
información que nadie más que yo pudiera conocer–. La verdad es que una vez que me
convencí de que esto era real, me sentí aterrada e invadida. Y es por esto que deben
creerme cuando les digo que comprendo a la perfección por lo que están pasando ahora
mismo.

La mirada de Karla desprendía ahora empatía y sensibilidad que era fácil de


identificar por todos los presentes. Indudablemente, ese era el mejor de sus talentos.

No obstante, los rostros de Melisa y Erika mostraban confusión, Tony estaba


reflexivo, Daniel trabajaba ya en los procesos psicológicos y fisiológicos que este
fenómeno requeriría para su funcionamiento, Imox e Ixtab se miraban asombrados, y
tanto Arturo como Raúl seguían fascinados y ansiosos por descubrir más de este secreto
que se les había revelado.

–Les aseguro que sus dudas se disiparán por completo en el momento en que
puedan crear una conexión con la mente de otra persona –aseguró Karla con total
convicción–. Es realmente una experiencia... indescriptible.

Ante el reflexivo y necesario silencio general en la sala, Karla decidió darle espacio
al grupo y esperar pacientemente para responder las preguntas que iban a surgir.

– ¿Qué cantidad tengo en la mente ahora mismo? –Retó Daniel rompiendo


abruptamente el silencio.

–299,792.458. O bien, la velocidad de la luz en el vacío si le agregamos los


kilómetros por segundo –respondió Karla rápidamente–. Yo la verdad ignoraba ese dato
específico. Sólo repito lo que Daniel pensó.

–Ok –dijo Daniel después de un largo suspiro que simbolizaba su rendición.

Tony miró a su hermano mientras se mordía los labios, encogía los hombros, y
levantaba sus manos al aire como indicación de que lo que estaba pasando parecía ser
auténtico.

– ¿Alguien más quiere asegurarse de que esto es real? –Invitó Karla


amigablemente.

–No –dijeron rotundamente Melisa, Imox, Ixtab, y Erika de inmediato.

–Ok –accedió Karla–, ¿Podemos continuar entonces con…?

– ¡Esta es una invasión a nuestra privacidad! –Interrumpió Melisa abruptamente.

–Estoy de acuerdo, Melisa –y este es un punto crucial, chicos–. Sé que es


invasivo. Sin embargo –y en nuestra defensa–, esa es exactamente la razón por la que
se creó La Orden –argumentó Karla con convicción–. Para asegurarnos de que ninguna
persona que posea estas habilidades las utilice con propósitos de manipulación o abuso
de quien no las tiene.

Los semblantes de Melisa y Erika continuaban mostrando insatisfacción a pesar


del coherente argumento de Karla.

–Yo también fui invadida al principio. Todos lo fuimos en el momento de nuestra


inducción –incluyendo a tus padres y a tu tío, Melisa–. Es una situación realmente difícil.
Pero también una necesidad para el proceso por el que deben de pasar para poder
dominar este asombroso privilegio.

– ¿Pueden tú y los miembros de La Orden ver todo lo que hay en nuestras


mentes? –Preguntó Erika angustiada.

–Sí, y no –respondió Karla con un gesto de indecisión–. Para empezar, deben de


saber que todos los psíquicos tenemos la facilidad de leer cualquier pensamiento de
cualquier persona “normal” que se encuentre en su mente consciente. Pero no todos sus
pensamientos están en su mente consciente –al menos no sus pensamientos más
importantes y personales. Ese material psíquico es exclusivo de sus mentes
preconsciente e inconsciente.

–Con personas normales, ¿Supongo que te refieres a cualquiera que no posea


estas habilidades? –Preguntó Raúl.

–Correcto –respondió Karla–. Ahora, tengo que informarles que existen psíquicos
aún más experimentados y poderosos que sí podrían accesar a casi cualquier
pensamiento. Especialmente los Extractores.

– ¿Extractores? –Preguntó Raúl de nueva cuenta.

–Existen básicamente tres tipos de psíquicos. Los Extractores, los Insertores, y


los Bloqueadores –enlistó Karla–. Los primeros –tal y como el nombre lo indica–. Son los
que toman o extraen información de la mente de una persona. Los segundos, más bien
insertan o implantan información en la misma. Y los últimos, bloquean a cualquier
psíquico el acceso a su mente, y hasta a la de otras personas, o psíquicos.

–Cómo en la película incepción, ¿Cierto? –Comparó Arturo.

–Algo así. Sólo que nosotros no necesitamos estar dormidos, ni sedados, y mucho
menos estar conectados a algún tipo de artefacto –aclaró Karla.

– ¡Aún mejor, entonces! –Exclamó Arturo.


–Debo de aclarar que cualquier psíquico tiene la capacidad de desarrollar todas
estas habilidades con entrenamiento y disciplina. Sin embargo, generalmente todos
estamos predispuestos a poseer una inclinación más fuerte hacia alguna de estas tres
habilidades, de la misma manera en que todos estamos genéticamente predispuestos a
ser zurdos, o diestros.

– ¿Ósea que básicamente ahora mismo tú puedes insertar ideas en mi cabeza?,


¿Cualquier idea? –Preguntó Erika consternada.

–No cualquier idea. Para ser honesta, el insertar ideas no es mi fuerte, puesto que
soy una Extractora. Esa es mi especialidad. En cambio, Ek Chuak y Max son demasiado
buenos en esa área. Ellos podrían realmente crearle toda una vida diferente a una
persona si así lo decidieran –aseguró Karla–, ¡Qué bueno que están de nuestro lado!

– ¿Así que toda La Orden ha entrado en nuestras cabezas?, ¿Solo así porque sí?
–Reclamó Melisa.

– ¡Eso carece de toda ética y moral! –Apoyó Erika.

–Les aseguro que ningún miembro de La Orden utilizaría ninguna lectura de sus
pensamientos para afectarles –afirmó Karla con vehemencia–. Les repito que el objetivo
principal por el que existe La Orden, es el de asegurarse de que nadie que posea estas
habilidades abuse del poder que las mismas le proveen.

–Información igual a poder –murmuró Tony.

–Puede que así sea –retomó Melisa–. Pero el punto aquí es que nunca nos dieron
la opción de elegir.

–Supongo que te hubiera gustado más la opción de ser un cadáver –dijo Raúl con
fastidio ante la actitud de Melisa–. Disculpa si no comparto tus instintos suicidas.

– ¿Cómo te atreves a hablarme así?, ¡Ni siquiera te conozco! –Protestó Melisa


indignada.

–De hecho, técnicamente los que no nos dieron opciones fueron los tipos que
decidieron tratar de asesinarnos –intervino Arturo–. La Orden nos rescató.

–Tal vez. Pero aún así creo que Melisa tiene un poco de razón –dijo Erika–, ¿Por
qué esperaron hasta que estábamos en peligro para informarnos de todo esto?, Si nos
hubieran alertado desde antes, lo más probable es que nos hubiéramos ahorrado la
necesidad de ser rescatados.

–De hecho, hubiera sido peor. Nos hubieran expuesto sin necesidad –dijo Daniel
más para sí mismo que para los demás–. Ahora todo tiene sentido. Por eso no nos
dejaron conocer la ubicación del lugar, y por eso no nos revelaron ningún tipo de
información relacionada con La Orden hasta ahora que estamos en esta ubicación
secreta. Manteniéndonos ignorantes no teníamos valor alguno para quien quisiera
obtener información sobre La Orden.

– ¡Exactamente, Daniel! –Dijo Karla enérgicamente–, El no haberles compartido


esta información antes, obedecía simplemente a una cuestión de seguridad para todos
ustedes. Por desgracia, de alguna manera alguien logró saber de su existencia. Por eso
tuvimos que actuar. De otra manera, ustedes hubieran continuado con sus vidas de
manera normal.

La sala se llenó de rostros sumidos en pensamientos profundos una vez más, y


Karla decidió no ahondar en el punto que trataba de comprobarle a su audiencia.

Tienen mucho que procesar aún. Será mejor darles espacio.

– ¿Y cuando comenzamos a leer mentes? –Preguntó finalmente Raúl con su


característica desfachatez y su ausencia de tacto.

–Respecto a eso, chicos –dijo Karla antes de aclararse la garganta–. Hay cosas
que deben saber antes de dar ese gran paso. Una de ellas es que ustedes están aquí
porque sus antepasados les heredaron habilidades psíquicas extraordinarias, que
necesitan ser desarrolladas y canalizadas de la manera más productiva posible, por
medio de la guía y el entrenamiento que nosotros les proporcionaremos –y no les miento
cuando les digo que este proceso cambiará su vida por completo.

Las sonrisas triunfantes de Arturo y Raúl se hicieron notar al escuchar esta última
parte.

–Creo que no me di a entender correctamente en esa última frase –enfatizó Karla–


. No estaría haciendo bien mi trabajo si no les advirtiera que este “privilegio” que les ha
sido heredado, es una herramienta que puede ser muy destructiva si no saben controlarla
–y no solo para otras personas–. Hablo especialmente del efecto que tendrá en ustedes
mismos.
Karla pausó lo suficiente como para asegurarse de que todos los presentes
escucharan bien lo que iba a decir a continuación.

–El tener acceso a tanta información de la gente que nos rodea –y en especial
información inconsciente de uno mismo–, suele llevar a varios psíquicos a diferentes
escenarios desastrosos, tales como la locura, y el suicidio.

Hubo un claro e inmediato cambio de actitud y postura en el grupo en general.


Como era de esperarse, la incertidumbre creció notablemente, pero las actitudes
defensivas se tornaron en receptivas.

Karla no tuvo que leer la mente de sus pupilos para conocer la pregunta que ahora
debía contestar.

–Una vez que su potencial psíquico sea liberado, conocerán aspectos de la psique
humana que les parecerán aterradores, y que cambiarán por completo su visión de la
humanidad, y de ustedes mismos –reveló Karla–. Por eso les ruego que desde este
momento en adelante tomen en consideración que están a punto de entrar en un mundo
muy complicado y doloroso –sobre todo a nivel personal–. Deben de ser muy cuidadosos,
y seguir al pie de la letra nuestras instrucciones y procedimientos. De otra manera
podrían terminar muy dañados.

Karla recorrió los rostros de todos y cada uno de los presentes con la intención de
transmitir de mejor manera la seriedad de lo que les acababa de decir.

Arturo ya no sonreía, pero aún había una chispa de entusiasmo en sus ojos. Ixtab,
Imox, y Tony denotaban preocupación en sus rostros. Melisa y Erika mantenían posturas
corporales de inconformidad –pero sin perder atención a detalle alguno de lo que se
hablaba en la sala, por supuesto–. Daniel seguía evidentemente ocupado en tratar de
encontrarle pies y cabeza a este nuevo hallazgo, y Raúl no podía esconder sus ansias
por escuchar más acerca del tema en cuestión.

– ¿Cómo te acostumbras a vivir así?, Sabiendo que estás rodeada de gente que
conoce todos tus secretos –preguntó Melisa angustiada.

–Eso no es del todo correcto, Melisa –aclaró Karla rápidamente–. Y es importante


que les explique algunas cosas que les tranquilizarán antes de contestar esa pregunta.
Karla se empujó hacia la orilla de su sillón, juntó sus piernas, y apoyó sus
antebrazos sobre las mismas.

–Nuestra psique se divide básicamente en tres partes de acuerdo con la


clasificación de Sigmund Freud: “Consciente, Preconsciente, e Inconsciente” –siendo
este último el mayor de los tres, seguido del preconsciente, que es la frontera y al mismo
tiempo el mediador entre los otros dos.

–El tipo era un genio sin duda alguna –agregó Arturo.

–De hecho, se cree dentro de nuestra comunidad que Freud era psíquico –esto
debido a las teorías tan acertadas que aportó a la sociedad con respecto al
funcionamiento de la mente humana.

–Psíquico o no psíquico, sus aportaciones acerca del funcionamiento de la mente


humana son sorprendentemente atinadas –aportó Tony.

–Totalmente de acuerdo, jóvenes –Interrumpió Karla cortésmente al notar que la


conversación se había desviado del punto principal–. En resumen, todo psíquico tiene la
habilidad de extraer información del plano consciente de la mente humana. Pero no todos
pueden accesar al preconsciente. Y son en realidad muy pocos los que logran accesar
al inconsciente –lo cual es no sólo muy complicado, sino también peligroso.

– ¿Peligroso para el extractor, o para la víctima? –Preguntó Raúl inmediatamente.

–Para ambos. La mente de cualquiera de los dos podría quedar atrapada en una
neurosis psicótica. O en términos coloquiales, “la locura” –describió Karla.

– ¿Ósea que ni siquiera un psíquico experimentado tiene el control en planos


inconscientes ajenos? –Preguntó Raúl.

–No tenemos control sobre nuestro propio inconsciente. Mucho menos en uno
ajeno que se defenderá agresivamente ante la presencia de algún intruso –aportó Daniel.

–Perdóname si no entendí Karla, pero no veo como algo de lo que has dicho
pueda tranquilizarme –dijo Arturo con ironía.

–Oh, cierto. La parte que debe tranquilizarlos –recordó Karla–. Es que a pesar de
que cualquier psíquico puede accesar al menos a su mente consciente, el contenido
psíquico más íntimo, vergonzoso, traumático, o relevante para una persona, se
encuentra en los planos preconsciente e inconsciente. Y no hay muchos psíquicos que
puedan tener acceso a esas áreas –dijo Karla con una sonrisa optimista–. Además –y
como mencioné anteriormente–, alguien entrenado para bloquear puede negar el acceso
aún a su mente consciente.

–Supongo entonces que nos enseñarán a bloquear, ¿Verdad? –Preguntó Melisa


por primera vez con un toque de optimismo en su voz.

–Por supuesto. En La Orden es básico, y obviamente obligatorio. Todos ustedes


aprenderán a bloquear como prioridad –incluso antes de aprender a extraer o insertar.

–Lo más pronto posible, por favor –dijo Tony con fingida urgencia.

–Basándome en tu premisa, Karla. Me atrevo a decir que el bloquear consiste en


aprender a controlar el contenido que viene del plano preconsciente al consciente. Ya
que de lo inconsciente no tenemos control alguno –formuló Daniel.

–Ni yo lo pude haber dicho mejor, Daniel. Veo que tu formación como psicoanalista
te ayudará mucho en este proceso –alabó Karla.

– ¡Uf!, ¡Eso sí que será difícil!, ¿Cómo controlas el flujo de ideas? –Preguntó Erika
preocupada.

–Ya llegaremos a esa parte, Erika. Pero no hoy. Recuerden que esta sesión es
básicamente informativa –Karla hizo una pausa antes de dirigir su mirada hacia Ixtab–.
Y hablando de eso, he notado que no has tenido participación alguna hoy Ixtab, ¿Tienes
alguna pregunta? –Inquirió Karla con interés.

–Um... no. Hasta ahora todo está claro –muy raro y algo aterrador–, pero… claro
–respondió Ixtab con una sonrisa tímida y nerviosa al tener la atención del grupo sobre
ella.

Karla sonrió cortésmente antes de retirar su mirada de Ixtab y llevarla hacia al


suelo por un momento.

–Y ya que entramos en tema –comenzó a decir Arturo–, ¿Por qué no nos hablas
un poco de los inicios de...?

– ¿Por qué le preguntaste a Ixtab su opinión? –Preguntó Raúl con actitud


inquisitiva.

– ¿Tienes algún problema con eso? –Preguntó Imox agresivamente y para la


sorpresa de todos.
– ¡Eres un grosero! –Atacó Melisa, aprovechando la oportunidad para desahogar
un poco del descontento que Raúl le había causado hacía unos minutos.

Raúl ignoró por completo a Imox y a Melisa y mantuvo su total atención fija en
Karla.

–El punto de Raúl es totalmente válido –determinó Daniel, causando al instante la


indignación de Imox, Melisa, y Erika.

–Y aquí vamos –advirtió Tony.

–Ixtab fue a la única a quien Karla no le hizo una lectura de mente –o al menos no
lo mencionó–. Es a la única a quien le preguntó con un notable interés si tenía alguna
pregunta, y al escuchar su respuesta negativa no pudo disimular un gesto de
insatisfacción al no poder obtener información relevante de ella –Daniel se inclinó un
poco más hacia adelante sosteniendo sus codos sobre sus muslos, y su barbilla sobre
sus puños cerrados–. Lo cual nos podría indicar dos posibles escenarios. Puede que
Karla esté siendo discreta con lo que pudo leer en la mente de Ixtab, ¿Tal vez porque
ella así se lo pidió en privado… mentalmente?

Ixtab mostró un gesto de desacuerdo de inmediato, así que Daniel continuó con
su tren de pensamiento.

–No –concluyó Daniel–. Ergo, el segundo escenario se vuelve el más lógicamente


probable. Karla –por alguna razón–, ¿No pudo leer la mente de Ixtab?

Daniel volvió a detenerse, y esta vez buscó confirmación en el rostro de Karla –


quien lo miraba boquiabierta con una sonrisa de asombro.

–Muy bien –continuó Daniel–. Entonces podríamos concluir que Ixtab...

–Es una bloqueadora –dijeron Tony y Raúl al mismo tiempo.


Todo el grupo tenía ahora sus ojos fijos en Ixtab –quien no sabía qué hacer con
tantas miradas sobre ella.

– ¡Eso fue brillante, Daniel! –Elogió Karla–, Especialmente tratándose de alguien


sin habilidades psíquicas desarrolladas aún.

–Tenemos a un “Cerebrito” en el grupo –añadió Arturo.

–No fue más que un sencillo proceso de lógica inferencial. De hecho, es altamente
efectivo cuando no se comete el error de utilizar... –Daniel pausó de golpe su acelerada
explicación al darse cuenta de que ahora era él quien tenía todas las miradas encima–,
el error de utilizar las teorías para modificar los hechos, y no… viceversa.

Expresiones de asombro y halagos hacia Daniel se hicieron presentes entre los


miembros del grupo, haciendo evidente la incomodidad que este tipo de estímulos
causaba en el joven.

–Gracias –dijo Daniel con una voz apenas audible.

– ¡No!, ¡Por favor no halaguen a este nerd narcisista!, ¡No saben lo complicado
que es vivir en el limitado espacio que me dejan su enorme cerebro, y su aún más grande
ego! –Protestó Tony llevándose las manos a la cara para exagerar su fingida queja.

Risas y comentarios sarcásticos y juguetones fueron intercambiados por algunos


momentos entre varios miembros del grupo. La tensión e incertidumbre que se vivían
hacía unos minutos habían disminuido considerablemente, y aún los rostros de Erika y
Melisa dibujaban una sonrisa ante el agradable ambiente que en ese momento se
respiraba en la sala.

CAPÍTULO 14

LA ALIANZA NECESARIA
–Gracias por presentarte a esta reunión, Máximo. Esto habla de tu madurez, y de
tu acertado criterio –dos cualidades que necesitaremos en abundancia en un futuro que
no pinta nada bien.

–Agradezco mucho que nos reciba, Don Miguel –respondió Máximo mientras
estrechaba la mano de su anfitrión.

–Don Miguel –dijo Bruno al darle también un firme apretón de manos al líder de
“Los Nobles”.

–Bruno. Bienvenido –correspondió Don Miguel–. Tomen asiento por favor.

Un joven alto, delgado, de piel blanca, y pelo negro muy corto entró a la habitación
al momento en que se sentaban Bruno y Máximo.

–Caballeros. Creo que ya conocen a mi hijo mayor, Enrique –introdujo Don Miguel
con un ademán.

–Señor Máximo, señor Bruno, no se levanten, por favor –pidió Enrique al inclinarse
para estrechar las manos de los invitados.

–Mi hijo nos acompañará en esta reunión, y en las que puedan surgir en un futuro,
caballeros. Tengan la seguridad de que hablar con él es igual que hablar conmigo –
aseguró Don Miguel.

–Me parece perfecto, Don Miguel. Es importante asegurarnos de que las nuevas
generaciones estén bien informadas e inmersas en los acontecimientos que conciernen
a nuestra causa –afirmó Máximo.

–Definitivamente. Es crucial diría yo –aseguró Don Miguel con seriedad–. Máximo,


estoy seguro de que esta cosecha especial de Cabernet Sauvignon 1954 te va a
encantar. Bruno, si no me equivoco usted prefiere un escocés en las rocas, ¿Cierto? –
Preguntó Don Miguel al tiempo que caminaba hacia la rústica y antigua barra de madera
barnizada.

–Hay cosas que nunca cambian, Don Miguel –respondió Bruno cortésmente.

Don Miguel sonrió mientras tomaba una copa para vino, y un vaso “On the rocks”
de debajo de la barra.
–Háblame Máximo, te escucho –dijo Don Miguel.

–Son insertores poderosos, Don Miguel. Despiadados, bien entrenados, y para


nuestra mala fortuna, una incógnita total hasta el momento –resumió Máximo.

–Tengo entendido que los miembros de tu guardia estaban… “¿Poseídos” por


estos psíquicos? –Inquirió Don Miguel sin quitar su mirada de la copa en la que ahora
servía el vino tinto.

–Totalmente. Si no hubiera sido por el olfato de Fernando, yo no estaría aquí –


confesó Bruno aún con una chispa de agradecimiento en sus ojos.

– ¿El niño de Mercedes? –Preguntó Don Miguel.

–El mismo –claro que ya no es un niño, Don Miguel–. De hecho, se ha convertido


en un psíquico muy habilidoso –agregó Bruno.

– ¡Magnífico! –Opinó Don Miguel–, Espero que sea prudente y perspicaz en


proporcionalidad a sus habilidades.

–Es un chico muy centrado y confiable, afortunadamente –describió Máximo.

–Esas son siempre buenas cualidades –no solo en un psíquico–. En cualquier


persona por supuesto –razonó Don Miguel al tiempo que les entregaba sus bebidas a
sus invitados–. Mi hijo Enrique aquí presente posee esas cualidades también. Ha hecho
mi vejez mucho menos pesada de lo que debería de ser.

–Es usted muy afortunado. No todos los hijos sirven de soporte a sus padres estos
días –lamentó Bruno.

–Eso es muy cierto. En especial ahora que los jóvenes están idiotizados por la
tecnología. Es ridículo lo que se vive en las reuniones familiares con todos esos “aparatos
inteligentes” robándose las conversaciones familiares –lamentó Don Miguel–. Estoy
convencido de que la tecnología es siempre un paso adelante para aquel que la utiliza y
manipula a su conveniencia, y no para el que se deja esclavizar por la misma.

–Como la adicción a cualquier estupefaciente –añadió Bruno.

–Sin duda alguna –acordó Don Miguel.

–Como la adicción a cualquier adicción. Los estupefacientes al menos le dejan


saber al adicto que es un adicto, y que está en una posición peligrosa de la cual tal vez
no podrá salir tan fácilmente.
– ¿Justificas el uso de estupefacientes, Máximo? –Cuestionó Don Miguel
sorprendido y escéptico a la vez.

–No. Mi punto es que todos somos adictos a algo –como lo son una gran mayoría
de las nuevas generaciones a la tecnología–. El hecho de que esta adicción sea legal no
significa que sea menos nociva que cualquier otra –explicó Máximo.

–Podría ser, Max. Pero la adicción a la tecnología no causa daño físico –Debatió
Bruno.

–Generaciones que requieren lentes cada vez más jóvenes, túnel carpiano,
obesidad, problemas de circulación, depresión, y ansiedad –enlistó Máximo–. Esas son
manifestaciones físicas serias –especialmente las últimas dos–. Y lo peor es que la vida
sedentaria y solitaria de este tipo de adicción –que aísla al individuo de las respuestas
fisiológicas naturales que las interacciones sociales en todo su amplio espectro le
proporcionan–, en algún momento podrían llevarle a buscar dichas sustancias
estimulantes legales o ilegales a las que llamamos “drogas”.

Bruno sostuvo una mirada pensativa por un par de segundos antes de mostrar
una mueca de acuerdo total ante la postura de Máximo –escenario que se presentaba
muy a menudo–, y Enrique miró a Máximo desde su asiento con una tenue sonrisa de
fascinación por lo que acababa de escuchar.

Por su parte, Don Miguel soltó una risa discreta antes de darle un trago a su copa
de vino.

–No cabe duda de que tienes una mente sagaz, Máximo. Y lo mejor es que te
mantienes humilde –alabó Don Miguel con sinceridad.

–Es usted muy gentil, Don Miguel. Pero esta es únicamente una observación
sencilla sobre un fenómeno que –como usted mencionó al principio–, está a la vista de
cualquiera –dijo Máximo con modestia.

–Puede que el fenómeno esté a la vista de cualquiera. Pero el razonamiento con


el que le desglosaste... –Don Miguel le dio un trago a su bebida–. Ese es un don tuyo
muy especial, Máximo –insistió Don Miguel.

–Le agradezco de nueva cuenta.

Máximo le dio un trago a su copa de vino, y aclaró su garganta antes de continuar.


–Se que hemos vivido separados por diferencias muy antiguas que no han hecho
más que crear conflictos fuertes entre los miembros de nuestras organizaciones.

Bruno hizo una mueca de amargo acuerdo antes de darle también un buen trago
a su bebida, y Don Miguel mantenía su mirada fija en Máximo –una mirada que dejaba
ver con claridad la fatiga que el tema le provocaba, pero también su disposición al
diálogo.

–Se muy bien que sería demasiado complejo reconciliar a los Dones y a Ek Chuak
–reconoció Máximo.

–Imposible –corrigió Bruno.

–Sin embargo, no necesitamos iniciar una amistad. Basta con que entendamos
que la alianza que estamos tratando de formar es por un bien común –continuó Máximo.

–Es muy cierto que los Dones y Ek Chuak tienen un pasado muy complicado. El
convencerles de ajustarse a cualquier tipo de alianza está fuera de toda consideración –
determinó Don Miguel apoyado en el punto de Bruno–. Así que debemos estar
conscientes de que este acuerdo comprenderá más específicamente a las nuevas
generaciones, Máximo. Nosotros simplemente nos encargaremos de que así suceda.

Don Miguel miró a su hijo, al tiempo que Máximo y Bruno reflexionaban en silencio.

–Eso suena apropiado, Max –Bruno rompió el silencio–. Al final de cuentas,


hablamos de gente nueva sin resentimientos ni rencores.

Máximo siguió reflexionando en total silencio ante las miradas expectantes de los
presentes.

–Es cierto –dijo por fin Máximo–. Pero aún así, necesitaremos un poco más que
eso, Don Miguel. Y usted lo sabe.
–Yo me comprometo a garantizar que los Dones no intentarán nada, si tú
garantizas que Ek Chuak no les cazará más –negoció Don Miguel.

–Ek Chuak tiene toda la razón al buscar su venganza. Ni siquiera yo podría


convencerle de renunciar a buscar satisfacción por la infamia que Don Humberto le hizo
al amor de su vida –Máximo hizo su mejor esfuerzo por disimular su descontento.

Los semblantes de Máximo y Bruno cambiaron su cordialidad y temple tranquilo,


por una actitud de absoluta inflexibilidad en cuanto a este punto específico.

–Yo no tuve nada que ver con eso –se deslindó Don Miguel–. Las acciones de
Humberto fueron despreciables. Sin embargo –y como el líder que soy–, el haber tomado
medidas en su contra hubiera sido una traición no sólo a él y a nuestra organización, sino
a mi propia familia –justificó Don Miguel señalándole a Máximo a su hijo Enrique con su
palma extendida.

Máximo tomó un profundo respiro. Giró su vista hacia Bruno por un instante, y
terminó recargando sus codos sobre sus rodillas al tiempo que frotaba su cara con sus
manos.

–No quiero ser negativo, Don Miguel. Pero no habrá manera de convencer al buen
Ek de... simplemente olvidarse de todo –aseguró Bruno.

Don Miguel suspiró con la mirada perdida en el espacio que se encontraba entre
Máximo y Bruno.

–No veo otra opción, Don Miguel –determinó Máximo–. Si queremos que esta
alianza se lleve a cabo de manera cordial, tanto los Dones como Ek Chuak tendrán que
ser despedidos de nuestras organizaciones. Tendrán que ser dejados fuera de este
nuevo proyecto.

–Eso significaría una traición para los Dones. Me matarían sin duda alguna –
afirmó Don Miguel tranquilamente.

–Lo intentarían –intervino Enrique desafiante.


Máximo, Bruno, y Enrique miraron fijamente a Don Miguel mientras este le daba
un último trago a su copa de vino.

–Y ese sería el pretexto perfecto para sacar del camino de una vez por todas a
esos animales degenerados, y a su aún peor descendencia –afirmó Don Miguel con un
dejo de desprecio reflejado en su cara.

CAPÍTULO 15

LA CAÍDA DE LOS NOBLES

Don Rafael bajó las escaleras tan rápido como pudo, seguido muy de cerca por
su hermano. El nivel de ebriedad de los dos era el suficiente como para que su equilibrio
no fuera el de su entera confianza –y mucho menos al intentar que las piernas corrieran
a toda velocidad.

Un gran cubo de luz cubierto por un domo de cristal en medio del recibidor principal
de la propiedad, le daba la oportunidad de ver todo lo que sucedía en el mismo a todo
aquel que se encontrara en el pasillo del segundo piso.

Don Rafael y Don Humberto ya sabían lo que había pasado en el recibidor. De


hecho, Don Rafael presenció una parte de la terrible escena que ahí había tomado lugar
en su camino hacia abajo.

– ¡No!, ¡Malnacido Desgraciado! –Gritó Don Rafael ante la vista que encontró al
bajar la escalera.

Gabriel estaba sentado en el suelo del recibidor con las piernas estiradas hacia el
frente, y el torso recargado sobre las palmas de sus manos que le sostenían por detrás
de su espalda. Su mirada desencajada estaba fija en el cuerpo de su primo Ernesto –
mismo que yacía inerte a tan sólo un par de metros de donde él se encontraba.

Hacía no más de un minuto, Gabriel se había abalanzado sobre la espalda de su


primo con su cuchillo NR-40 de uso militar listo en su mano derecha, y le había abierto
la garganta de izquierda a derecha de un solo movimiento rápido y certero.

Ernesto se llevó las manos al cuello instintivamente, y cayó al suelo boca abajo –
y mientras su cuerpo aún con vida se convulsionaba–, Gabriel clavó con fuerza su
cuchillo en la parte posterior de su cráneo con inhumana frialdad.

– ¡No te atrevas, Rafael! –Advirtió Don Humberto en un grito de desesperación e


impotencia.

Pero Don Rafael había sacado ya su revólver automático Webley-Fosbery de 9mm


–y sin desviar su dirección con paso firme y apresurado hacia el cadáver de su hijo–,
disparó seis veces sobre su sobrino.

Sólo dos de los seis tiros dieron en su objetivo. El primero se hundió en el pómulo
derecho de Gabriel, y el segundo en su frente –extrañamente, el joven no mostró ni la
más mínima intención de defenderse o huir antes de la inminente agresión de su tío.

– ¡Ernesto! –Gritó Don Rafael antes de caer de rodillas frente al cadáver de su hijo
con lágrimas de rabia en sus ojos.

– ¡Eres un perro maldito, Rafael! –Gritó Don Humberto al momento de comenzar


a disparar sobre la espalda de su hermano–, ¡Te lo advertí, y no me escuchaste!, ¡Nunca
me escuchaste, maldito imbécil!, ¡Nunca me tomaste enserio! –Reprochó Don Humberto
mientras terminaba de vaciar el cartucho completo de su Desert eagle calibre 50 sobre
el cuerpo ya sin vida de Don Rafael.

Don Humberto miraba angustiado los cadáveres de su hermano, su sobrino, y su


hijo, al tiempo que los recién llegados elementos de seguridad observaban asombrados
e impotentes la situación que ahí se había desarrollado –y es que a pesar de que algunos
de ellos lograron ver a Don Humberto disparar varias veces sobre su hermano, ninguno
se decidió a hacer algo al respecto contra el que irónicamente también era uno de sus
jefes.
– ¡Don Humberto!, Pero ¿Que hizo? –Le preguntó desconcertado uno de sus jefes
de seguridad mientras le daba la orden a su equipo para que bajaran sus armas.

Don Humberto hizo caso omiso a la pregunta que se le había hecho. Dio media
vuelta, dejó caer su arma vacía, y dirigió una mirada de desprecio hacia la habitación en
el segundo piso en donde estaban los demás miembros de Los Nobles.

– ¡Hortensia!, ¡Vieja de mierda! –Gritó Don Humberto al tomar carrera hacia las
escaleras por donde había bajado hacía unos minutos.

Subió las escaleras tan rápido como pudo, y maldiciendo a cada paso que daba.
Estaba seguro de que era Hortensia quien tenía algo que ver con toda esta horrible
situación.

¡Gabriel nunca mataría a su propio...!, A menos que...

Antes de llegar a la habitación en donde se habían encontrado las tres familias


reunidas hacía unos momentos, varias ráfagas de disparos rugieron en la planta baja.
Don Humberto se detuvo, y presenció desde el segundo piso a los miembros de su
seguridad disparándose entre ellos mismos, y supo al momento que algo no encajaba.
Que algo más complejo estaba ocurriendo.

¿Pero qué demonios está...?, ¿La Orden?, ¡Claro que La Orden!, ¿Quién más?,
¡Esos malditos perros! –Pensó Don Humberto.

– ¡Miguel!, ¡Están aquí!, ¡Esos malditos están...!

Apenas entró a la amplia habitación, Don Humberto quedó congelado ante la vista
de la tétrica escena que nunca imaginó encontrar ahí.
El cuerpo de Hortensia yacía en el sofá en donde la había visto sentada hacía
unos minutos, sólo que ahora estaba decapitado. La cabeza de la mujer se encontraba
en el piso, a unos cuantos centímetros de los pies rígidos del resto del cadáver.

– ¡Ah! –Chilló Don Humberto cuando el guardaespaldas de Hortensia salió de la


nada, y clavó su Katana en su costado izquierdo.

Con el rostro desencajado de dolor, y tomando con la fuerza que le quedaba la


mano de su atacante –quien se aferraba a la empuñadura del arma que ahora le
atravesaba–, Don Humberto dejó caer su peso sobre su rodilla izquierda, sintiendo como
el brusco movimiento hundía más la filosa espada dentro de su estómago.

–Eres patético –dijo una voz en la cabeza de Don Humberto, y este supo en ese
preciso momento que había bajado sus defensas psíquicas, y que alguien se había
apoderado de su mente casi en su totalidad en un muy breve espacio de tiempo.

¡No puede ser!, ¿Cómo pudo...?

– ¿Cómo es posible que hayas vivido toda la vida odiándola y peleándola...? –Y


que al final de cuentas al verla muerta–, ¿Te sientas culpable por ella? –Continuó la voz
en su cabeza.

Don Humberto sintió un súbito golpe interno que le paralizó por completo, y fue en
este momento de desesperanza y desconcierto que alcanzó a visualizar a Don Miguel –
recostado sobre el sillón, y con sus ojos fijos en él–. Sólo que ahora, sin vida.

– ¿Qué?, ¿Don Miguel está...?

–Así es, Humberto. Y aclaro que él no mató a tu hijo, ni a tu sobrino, ni a tu


hermano, ni a Hortensia, ni a ti. Pero no vayas a sentir lástima por él, porque... esos eran
sus planes.
Don Humberto reconoció la voz de Mariana justo detrás de él.

Enrique y Artemis –quienes eran físicamente casi idénticos–, aparecieron frente


al limitado y ahora borroso campo visual que le quedaba a Don Humberto. Artemis se
quedó a unos cuantos metros de él analizándolo en silencio, y Enrique se puso en
cuclillas muy cerca de su rostro.

– ¿Encontraste algo relevante? –Le preguntó Enrique a su hermana.

–No –respondió Mariana secamente antes de dar media vuelta hacia la puerta
principal de la habitación.

–Bueno, Don Humberto. Es hora de despedirnos –dijo la voz de Enrique en la


cabeza del agonizante hombre.

Enrique se puso de pie nuevamente, y dio dos pasos a su izquierda al tiempo que
le hacía un ademán a su hermano menor con su mano derecha –quien estaba ya a la
espera de esta señal para proceder con la parte final plan.

Artemis lanzó una mirada firme a Gabriel De León –el que había sido el
guardaespaldas de Hortensia por muchos años–, quien tenía ahora una mirada fría, y
perdida, como si fuera algún tipo de robot que ejecutara únicamente los comandos que
se le ordenaran.

Acto seguido –y en un movimiento totalmente magistral de agilidad, destreza, y


estética–, Gabriel De León sacó su Katana del cuerpo del moribundo Don Humberto de
un rápido tirón –y antes de que el cuerpo tambaleante de este golpeara el suelo–, el
samurái giró 180 grados sobre su pierna de apoyo hacia su espalda, y utilizó el impulso
del movimiento para cortar de un solo tajo el cuello de su víctima.

–Hora de irnos, Amis –dijo la voz de Mariana en la cabeza del joven Artemis.

Artemis dirigió su mirada de nueva cuenta al verdugo de Don Humberto, a lo que


este –sin titubear por un instante una vez que recibió la orden telepática del joven hijo de
Don Miguel–, tomó la empuñadura de su arma a dos manos dirigiendo el filo hacia abajo,
la levantó a la altura de su frente, y con gran destreza y poderío clavó su katana con
fuerza y precisión en su propio pecho.
CAPÍTULO 16

UNA NUEVA AMENAZA

– ¿Estás seguro de esto, Uri? –Preguntó Fernando escéptico.

–Totalmente. Pasé tres meses encubierto en París siguiéndole el rastro a un grupo


de musulmanes radicales que planeaban llevar a cabo varios atentados terroristas el año
pasado, y ese café era el lugar donde me reunía con mi contacto semanalmente.

Uri era un excelente espía en toda la extensión de la palabra –y aunque no era el


más mortal o agresivo de los agentes de La Guardia de La Orden–, su habilidad para
actuar impecablemente el rol de diferentes personalidades psicológicas manipuladoras
sin ser detectado –las cuales diseñaba a detalle con base en la necesidad pertinente de
cada misión–, era un verdadero talento que varios actores profesionales le envidiarían si
le conocieran.

Básicamente, Uri era lo que el célebre personaje ficticio “Hannibal Lecter” había
descrito como un “Eideteker” –el cual básicamente tenía la capacidad de empatizar a un
nivel tan profundo con otros, que podía desconectarse casi por completo de sí mismo, y
vivirse casi tal y como lo hiciera otra persona.

Uri medía 1.80, tenía 35 años de edad, y era delgado –pero no muy atlético–. Su
piel era morena clara, sus ojos de un tono verde muy claro, y tenía una barba no muy
poblada que no dejaba crecer más de dos días.

Gustaba de la impecabilidad en su manera de vestir, así como en su vida en


general. Cuidaba mucho las apariencias –y en secreto–, despreciaba lo desaliñado y
descuidado de varios de sus compañeros y subordinados.

Uri era ahora el segundo al mando de La Guardia de La Orden –tomando el lugar


del agente Ibáñez después de su deceso–. Bruno lo eligió por sus habilidades
camaleónicas, además de la meticulosidad que tan bien le distinguía en cualquier
actividad que este llevara a cabo.
–Su nombre era Pierre Deschamps, y no era más que el dueño de un café en
París. No tenía antecedentes de ningún tipo, no estaba involucrado en ningún tipo de
negocio turbio, era divorciado, no tenía hijos, tenía un par de amigos que no veía con
frecuencia –y lo más importante– no creo que conociera a Ibáñez. Casi lo podría asegurar
–reportó Uri mientras le mostraba las fotografías del expediente de lo ocurrido en la
mansión de Melisa Casamayor.

Una punzada se hizo presente brevemente en el estómago de Fernando, cuando


las imágenes del cuerpo ensangrentado de su progenitora le llegaron momentáneamente
a la mente.

Madre.

–Estamos tratando con un psíquico muy hábil –aseguró Fernando sin despegar
su vista del expediente en sus manos–. Y obviamente un psicópata desalmado.

–Hasta ahora yo tenía entendido que ningún psíquico podía poseer la mente de
otras personas –dijo Uri confundido.

–Así lo creímos por mucho tiempo –a pesar de que parecía posible desde un plano
hipotético–. Sobre todo, para psíquicos tan experimentados como Máximo y Ek Chuak –
afirmó Fernando aún sin establecer contacto visual con Uri–. Ahora tenemos evidencia
de que es posible, y por lo tanto se ha convertido en un asunto que va más allá del “poder,
o no poder”. Es principalmente una cuestión de seguridad, sí. Pero también de ética y
humanidad.

– ¿Ética y humanidad? –Preguntó Uri.

–A nosotros nos enseñaron las tres habilidades básicas del psíquico: Extraer,
insertar, y bloquear. Sin embargo, la mente es como una computadora. Tiene puertos de
accesos diversos, y esto significa que un buen psíquico –al igual que un buen hacker–,
puede tener acceso a cuanta información quiera, y a su vez, puede plantar tanta
información externa como le plazca –claro que esto depende en mucho de cada mente,
y su susceptibilidad. Una mente ingenua e irracional es generalmente más fácil de
invadir–. Lo que es cierto, es que un psíquico experimentado puede ir muy lejos. De
hecho, hasta se puede aventurar en el inconsciente si así lo desea –pero esto es
peligroso –advirtió Fernando con seriedad.
– ¿De qué tipo de peligro hablamos?

–Del peor peligro que le pueda acaecer a cualquier persona. El quedar atrapado
en el lugar en el que no se puede distinguir con facilidad lo que es real de lo que no lo es
–describió Fernando.

–La locura –complementó Uri.

–El problema con accesar al inconsciente, es que este lugar no tiene limitaciones
en espacio, tiempo, o coherencia en general, y que el encontrarse en este tipo de hábitat
evoca el material inconsciente de la psique del mismo intruso –y al ser este tan parecido
en condiciones al de cualquier otro humano–, es muy fácil confundirse, y quedarse
estancado en la psique ajena.

–Pero un psíquico experimentado está en control de la situación. Sabe que esto


no es real, ¿O no? –Inquirió Uri.

–Esa es la creencia errónea más grande que el humano en su narcicismo ha


adoptado. No tenemos control absoluto sobre nosotros mismos. No es nuestra mente
consciente la que da las órdenes –y mucho menos–, la que determina nuestros objetivos
más importantes –enfatizó Fernando–. Es nuestra mente inconsciente la que en realidad
nos controla.

Uri le miró algo escéptico y confundido.

– ¿Has notado lo común que es el arrepentirse de haber dicho o hecho algo


impulsivamente? –Preguntó Fernando retóricamente–, Las invariables y trilladas
justificaciones a tales situaciones son algo muy humanamente común. “No sé por qué
hice o dije eso”. “Ese no era yo”. “No sé qué me pasó”.

–No lo había analizado –dijo Uri con una sonrisa de tenue asombro–. Mi favorito
es: “Estaba muy borracho”.

–El estado de embriaguez puede ser un desinhibidor muy efectivo –acordó


Fernando con seriedad, y sin mostrar reacción alguna ante la broma de Uri–. Pero no
siempre es necesaria una droga para manifestar el poder del material inconsciente sobre
la vida de las personas. Por ejemplo, toma en cuenta a toda la gente que vive en batallas
internas al tratar de disciplinarse en sus hábitos alimenticios, en sus actividades físicas,
en aprender un nuevo oficio, un idioma, o hasta en tratar de leer un libro.

Uri reflexionó en silencio.


–Estamos en batallas constantes contra nosotros mismos. Y por lo general
perdemos –concluyó Fernando.

Uri giró su cabeza hacia Fernando aún profundamente concentrado en una idea
en su mente, y su boca entreabierta avisaba la inminente llegada de una pregunta.

–Entonces aún para un psíquico experimentado el encontrarse en el inconsciente


de otra persona, ¿Le ubica invariablemente en una posición vulnerable?

–Correcto –confirmó Fernando.

– ¿Y se necesita acceso a la mente inconsciente de la víctima para controlarle?

–No estoy seguro de eso puesto que... nunca he intentado algo así. Pero en La
Orden creemos que para obtener control total sobre la psique de otro individuo, debes
operar a niveles inconscientes –señaló Fernando.

– ¿Creí que ustedes podían tomar control momentáneo de la mente de las


personas?

–No. Insertamos ideas en su preconsciente, y detenemos el flujo de otras ideas


momentáneamente para que el material insertado sea la única opción a seguir. Pero no
poseemos sus identidades y su psique como si fueran nuestras –explicó Fernando.

–Pero supongo que si se lo propusieran podrían hacerlo, ¿O me equivoco? –


Insistió Uri.

–Es posible para psíquicos muy experimentados. Me refiero a gente que ha


confrontado su inconsciente, y se ha reconciliado con su Sombra. Y no todos hemos
llegado a ese punto –aceptó Fernando con un dejo de auto decepción.

– ¿Sombra?

– “La Sombra” es el término que el renombrado Psicólogo Carl Gustav Jung utilizó
para nombrar al material que la psique humana reprime en el inconsciente, debido a la
carga emocional negativa que este nos podría ocasionar en un plano consciente o
preconsciente. Con esto me refiero a todas las memorias de naturaleza traumática –o,
en otras palabras–, todo aquello de nuestra esencia natural e instintual que es
rechazado, prohibido, y hasta negado por El Otro.
–Claro. Las condiciones que tanto la sociedad como nuestros seres queridos
exigen para aceptarnos como individuos civilizados –complementó Uri.

–Correcto. Y la consecuencia de esta no aceptación es el destierro de lo no


deseado al sótano de nuestra mente –ya que la mente no puede destruir información,
solo reprimirla–. Pero al ser esta información una parte mayoritaria de nuestra esencia
como humanos, en nuestro interior se libra una batalla en la que este material reprimido
constantemente se disfraza para poder escapar hacia nuestra mente consciente, y
manifestarse.

–Razón por la cual nuestra identidad consciente no le reconoce –agregó Uri.

–Y es así como el inconsciente termina por lo general saliéndose con la suya.


Haciendo o diciendo lo que así le plazca –aunque por lo general sea bajo un disfraz–. De
hecho, un ejemplo muy común de estas manifestaciones son los “Lapsus Linguae” –
agregó Fernando–. Estas afirmaciones que para la mente consciente son simples
equivocaciones sin sentido, son generalmente la expresión del inconsciente con toda
intencionalidad y propósito.

– ¡Asombroso! –Calificó Uri.

–Sí que lo es, Uri. La mente humana es una complejidad exquisita, y a la vez,
aterradora.

Uri reflexionó por algunos instantes antes de retomar el tema.

–Ya veo por qué la razón principal para no llevar a cabo esta práctica es
principalmente una cuestión de seguridad. Es básicamente una práctica suicida –analizó
Uri.

–Lo es –concedió Fernando.

Uri miró a Fernando con curiosidad. Pero un segundo después pareció ahogar en
arrepentimiento la pregunta que tenía en mente.

– ¿Qué pasa, Uri? –Preguntó Fernando al haber notado lo que había pasado.
–No todos los agentes que fueron poseídos murieron asesinados. Lo que me lleva
a preguntarme... –Uri se aclaró la garganta–. Olvídalo. No importa –se interrumpió una
vez más Uri.

Fernando tomó una profunda bocanada de aire, y por primera vez en toda la
conversación buscó la mirada de Uri antes de continuar.

–Hasta ahora –y con base en la evidencia encontrada–, todo indica que para lograr
la posesión absoluta de tu víctima, debes literalmente tomar su lugar en su psique. Y
esto se consigue solamente... –Fernando pausó buscando un verbo no tan explícito y
crudo para su oración, mientras que en su mente la imagen del cuerpo sin vida de Ibáñez
le provocaba ahora un vacío en el estómago.

–Asesinándola –completó Uri con firmeza, pero sin poder disimular su tono de
preocupación.

CAPÍTULO 17

ANOMALÍAS

–Si me hubieras dicho esto hace 10 años... mi respuesta hubiera sido hasta
agresiva. Pero ahora sé que tengo que ver también por mis hijos. Sobre todo, por su
bienestar, y su futuro. Y su futuro ya es el mismo que el futuro de La Orden –dijo Ek
Chuak antes de darle un trago a su té caliente.

Bruno y Máximo le miraban con seriedad y tacto. Como el observador que teme
causarle daño a un objeto preciado tan sólo con mirarle.

–Bueno, sin darle tantas vueltas al asunto. Mientras no tenga que estar en el
mismo lugar que ellos, ni se preocupen por mí –prometió Ek Chuak.
A pesar de la respuesta positiva, las posturas de Bruno y Máximo demandaban
una fracción más de una respuesta que les resultaba incompleta. Ek Chuak les miró uno
a uno, torció la mirada con un tenue gruñido de enfado, y agregó.

–Hace muchos años que dejé de rastrearlos –Ek Chuak hizo una pausa para
observar la reacción de sus escépticos interlocutores–. Pero eso no quiere decir que no
los mataría si me los encuentro de frente. Y eso no va a cambiar –estableció firmemente
Ek Chuak.

–Suena justo –dijo Bruno al instante, al tiempo que miraba de reojo a Máximo.

– ¿Tengo tu palabra, Ek? –Pidió Máximo.

Ek Chuak exhaló mientras miraba a Máximo a los ojos y asentía con un


movimiento de cabeza.

–Prometo que no les voy a hacer nada a… las bestias que asesinaron a la madre
de mis hijos –dijo Ek Chuak con un muy intencionalmente marcado odio en su tono de
voz–. Por el futuro de mis hijos, y de La Orden –juró Ek Chuak con seriedad.

Los rostros de Máximo y Bruno se llenaron con un gesto de gratitud hacia Ek


Chuak. Sabían que lo que le pedían no era sólo excesivo, sino también –a su sentir
personal–, un cierto tipo de traición hacia su amistad.

–Esa promesa no va a ser necesaria, Ek –dijo Fernando entrando apresurado a la


habitación.

Ek Chuak era el único sentado frente a la entrada de la habitación –por lo que fue
el único que levantó su mirada desconcertada hacia Fernando–. Bruno y Máximo sólo
pudieron escuchar su voz, y sus pisadas apresuradas acercándose a ellos por su costado
derecho.

Fernando esperó hasta estar frente a todos los presentes. Los miró uno a uno, y
anunció:
–Los Dones han sido asesinados.

Las miradas atónitas de Bruno y Ek Chuak se fijaron sobre Fernando, y Máximo


se hundió en su silla totalmente reflexivo.

– ¿Todos? –Preguntó Ek Chuak.

–Al parecer los únicos que quedaron con vida son los hijos de Don Miguel.

– ¿Cómo pasó? –Preguntó Máximo distante.

–Lo que sé por ahora es que al parecer se mataron entre ellos. Don Humberto
asesinó a sangre fría a Don Rafael, después de que este hubiera asesinado a su propio
sobrino, el cual a su vez inició todo al matar a su primo –explicó Fernando.

Ek Chuak y Máximo se miraron por un momento.

–No sé si entendí. El hijo de Don Humberto mata a su primo. Don Rafael lo asesina
para vengarse, y ¿Don Humberto asesina a su hermano para cobrársela? –Preguntó
Bruno.

–Así inició todo de acuerdo con el informe preliminar –confirmó Fernando.

–No me extraña que esas basuras hubieran terminado así –Concluyó Ek Chuak
asqueado.

–Lo siento, Ek. Sabes que yo mismo te hubiera ayudado a obtener tu merecida
venganza –dijo la ira personal de Fernando por lo ocurrido a su madre, escondida en
forma de apoyo a Ek Chuak.

Ek Chuak inclinó su cabeza en señal de agradecimiento a Fernando.

–Y pensar que era a ti a quien llamaban “salvaje”, Ek –Bruno lanzó una risita
burlesca–, ¡Terminaron matándose entre ellos mismos! –Comentó Bruno con ironía.
– ¿Y cómo murieron los demás? –Inquirió Ek Chuak ignorando el comentario de
Bruno por completo.

–Don Humberto y Doña Hortensia fueron degollados, y todo indica que el autor de
sus muertes fue el gemelo –respondió Fernando.

– ¿Gabriel? –Preguntó Máximo atónito.

–La única Katana en la habitación era la de él –reveló Fernando–. El informe indica


que decapitó a Doña Hortensia, hizo lo mismo con Don Humberto, y después… –hizo
una pausa y miró hacia afuera de la habitación–, se suicidó con su propia espada.

Ek Chuak, Bruno, y Máximo se miraron boquiabiertos.

–No, no, no, ¿Por qué diablos mataría Gabriel a Hortensia?, Estaba enamorado
de esa mujer –Inquirió Bruno–. Además, pueden llamarle traidor a Gabriel, pero nunca
fue el tipo de hombre que cometería algo tan terrible.

–Podría tratarse de otro caso de manipulación. Como con Ibáñez –especuló


Fernando.

–Esa es una posibilidad –concordó Máximo.

– ¡Ese maldito no merecía una muerte rápida! –Murmuró Ek Chuak con la quijada
trabada de rabia, y desviándose totalmente del tema en cuestión.

Bruno y Fernando le miraron, y asintieron en un gesto de solidaridad. Máximo le


miró de reojo por un par de segundos, y después volvió a perderse en sus pensamientos.

–Al menos está muerto, Ek –Bruno rompió finalmente el incómodo silencio–. No


dará más problemas a nadie más.

– ¿Y los problemas que me dio a mí? –Renegó Ek Chuak mientras se levantaba


de su asiento, y se dirigía al minibar en la habitación.

Máximo y Bruno comprendieron que a su amigo no le había caído del todo bien
esta noticia –a pesar de que por lógica ellos hubieran esperado todo lo contrario.
–Y entonces, ¿Qué se supone que debemos hacer con los muchachos de Don
Miguel? –Bruno de nueva cuenta habló más con la intención de disipar los silencios
incómodos que con la de llegar a algún punto en concreto.

–No lo sé –dijo Máximo en un profundo suspiro–. Supongo que por ahora sólo
trataremos de encontrarlos, y ofrecerles protección. Después de todo, Enrique es a quien
Don Miguel hubiera querido apuntar como nuevo jefe de Los Nobles.

–Protección –Murmuró Fernando con los brazos cruzados y un gesto de


indecisión.

– ¿Hay algún inconveniente? –Preguntó Máximo serenamente, pero con un toque


de inconformidad ante la postura de Fernando.

–Son sólo unos chicos, Fernando. Ellos no tienen la culpa de… lo que ha pasado
–Bruno se detuvo justo antes de haber hablado impertinentemente en cuanto a lo
ocurrido a la madre de Fernando–. Los verdaderos culpables ahora están en bolsas
negras –concluyó Bruno en un intento por corregir su error.

Fernando miró a Bruno con descontento hasta que logró incomodarlo y hacerlo
bajar la mirada, y Bruno agradeció en secreto que este hubiera sido el único castigo
recibido ante su falta.

–Fernando no es de los que hacen estupideces por rencores o cuentas


personales. Y tampoco alguien que castigaría a justos por pecadores –aseguró Ek Chuak
desde la barra del minibar sosteniendo un trago en su mano derecha–, ¿Qué estás
pensando, muchacho?

Las miradas de los tres se fijaron en Fernando una vez más.

–Hortensia y Don Humberto fueron decapitados –dijo Fernando antes de


comenzar a caminar lentamente a lo ancho de la habitación–. No obstante, de acuerdo
con el reporte que nuestro infiltrado le dio a Uri, Don Miguel fue envenenado –reportó
Fernando.

– ¿Y eso nos indica...? –Bruno miró a Fernando rogando por el fragmento faltante.
–Creo que podemos concluir con base en esta descripción de la escena, que Don
Miguel fue el único que no encontró una muerte violenta –concluyó Fernando–. Si
comparamos el envenenamiento con la decapitación.

Ek Chuak y Bruno asintieron, pero aun torcían su boca hacia un lado mostrando
que no terminaban de comprender la relevancia de este hallazgo.

–Crees que fueron sus hijos –afirmó Máximo con un dejo de incredulidad.

Los ojos de Bruno y Ek Chuak se abrieron tanto como les era físicamente posible
al escuchar la conjetura en cuestión.

–Hasta ahora es sólo una hipótesis –justificó Fernando–, pero encuentro


interesante el hecho de que a Don Miguel se le haya dado una muerte sin contacto físico
violento. Y si le agregamos a eso el hecho de que los únicos que salieron con vida del
lugar fueron sus hijos...

–Le dieron una muerte misericordiosa a su padre –musitó Ek Chuak.

–Ahora, si fue Gabriel quien los traicionó a todos, ¿Por qué darle una muerte
benévola a Don Miguel en vez de a Doña Hortensia? –Razonó Fernando–, Sabemos que
siempre estuvo enamorado de ella.

Máximo y Ek Chuak parecían convencidos con la hipótesis que Fernando


planteaba, pero Bruno gruñía mientras sacudía la cabeza en señal de negación.

–No sé. El muchacho... Enrique... no es ese tipo de rufián –argumentó Bruno


mientras buscaba el respaldo de Máximo–. Y los otros dos... son demasiado jóvenes
para algo así.

Ek Chuak gimió abruptamente y torció la mirada en señal de total desacuerdo –


causando con esto que el rostro de Bruno se encendiera inmediatamente–.
Afortunadamente, bastó con un ademán de la mano izquierda de Máximo para que el
jefe de La Guardia de La Orden se abstuviera de iniciar su ofensiva en contra de Ek
Chuak.

–Por ahora no tenemos suficiente evidencia para descartar o comprobar esta


hipótesis. Yo tampoco creo que Enrique y sus hermanos hubieran cometido tal
barbaridad, pero los puntos que toca Fernando son más que razonables –analizó
Máximo.

Ek Chuak volvió a mostrar una notable mueca de desacuerdo.

–Además –continuó Máximo ignorando la actitud negativa de Ek Chuak–, también


creo que los hijos de Humberto y Rafael eran demasiado cercanos como para asesinarse
el uno al otro. Así que no deberíamos descartar la manipulación como una posibilidad.

–Yo estaba pensando lo mismo, Max –de hecho, en lo que respecta al gemelo–,
no encuentro otra razón para que Gabriel se hubiera atrevido a tocarle un pelo a la mujer
de su vida –opinó Bruno.

– ¿Sugieren entonces que los tipos que manipularon a Ibáñez están detrás de
esto? –Preguntó Fernando.

– ¿Y por qué olvidar tan pronto a los hijos de Don Miguel?, ¿Y si son ellos los que
se metieron en la cabeza de Ibáñez? –Cuestionó Ek Chuak.

– ¡Claro que no! –Refutó Bruno tajantemente.

– ¿Creen que serían capaces de algo así? –Inquirió Fernando.

Las miradas se dirigieron a Máximo en esta ocasión, pero el tono de la discusión


ahora le colocaba a este entre Bruno y Ek Chuak –lo cual lo dejó paralizado y sin
palabras.

–Don Miguel no hubiera sido capaz de permitirle a sus hijos si quiera intentar algo
así, Max –afirmó Bruno–. Era nuestro enemigo, pero tenía principios.

– ¡Don Miguel era una rata ambiciosa!, ¡No te engañes! –Despotricó Ek Chuak
contra Bruno.
– ¡Tú nunca lo conociste!, ¡No tienes derecho a juzgarlo! –Defendió Bruno.

– ¡Nada más necesitas ver sus acciones para conocerlo! –Ek Chuak alzó aún más
la voz.

–Por favor, Ek –pidió Máximo con una actitud mediadora–. Entiendo que…

– ¡No entiendes nada!, ¡Ninguno de ustedes entiende nada!

Ek Chuak reventó con violencia su vaso de cristal contra el piso frente a él. Su
postura era completamente amenazadora, y sus ojos estaban impregnados de rabia.

Bruno, Fernando y Máximo fueron abrumados por la imponente presencia del


poderoso maya.

– ¡La violaron! –Gritó Ek Chuak con lágrimas de ira en los ojos–, ¡Deshonraron su
cuerpo, y su cara!

Frente a la insostenible incomodidad que la situación actual había generado,


Fernando simplemente decidió evadir las miradas de todos los presentes, y Bruno dirigió
su avergonzada y atormentada mirada hacia sus pies.

El llanto amargo y lleno de ira le impedía a Ek Chuak articular sus palabras con
claridad, y esto le recordó a Máximo la noche en que habló con él acerca de lo que le
había sucedido a su esposa –varios meses después de lo ocurrido.

En aquella ocasión Máximo había tenido que ser fuerte para su amigo, pero la
realidad era que las horribles imágenes que había conseguido extraer de las memorias
del jefe de seguridad de Don Humberto –quien había sido capturado por La Orden en un
operativo llevado a cabo por Berni Casamayor–, habían causado un daño psíquico
irreparable en su persona. Al fin y al cabo, ella era una amiga muy cercana a él –además
de un miembro leal de La Orden.

CAPÍTULO 18
CRIMEN IMPERDONABLE

Máximo estaba sentado frente al ex-jefe de seguridad de Don Humberto cuando


comenzó con el proceso de extracción. El hombre se veía totalmente desorientado, y su
evidente nerviosismo lo tenía empapado en sudor.

A diferencia de lo que Máximo hubiera esperado, el sujeto no pudo poner la más


mínima resistencia ante sus habilidades psíquicas, y bastó un esfuerzo mínimo de su
parte para extraer la memoria que terminaría por revolverle el estómago.

La horrenda escena mostraba el cuerpo ensangrentado y sin vida de Gabriela


Chuak sobre la cama de la habitación de Don Humberto –quien se encontraba sentado
en el piso, con la espalda recargada en la pared ubicada apenas a un par de metros de
la entrada.

– ¡Eres un maldito enfermo, Humberto!, ¿Qué demonios estabas pensando? –


Gritaba Don Miguel asqueado.

–Era sólo una india, ¿A quién le importa? –Balbuceó Don Humberto antes de darle
otro trago a la botella de whisky en su mano derecha.

– ¡Sabes exactamente quién era, idiota! –Insultó Don Miguel–, ¿Sabes lo que esto
significa?

–Que hay una sabandija inferior menos en el mundo. Y también uno menos en...
–Don Humberto eructó involuntariamente antes de poder continuar–. La Orden. Así que...
de nada, Miguel.

– ¡Esto no es obra de un ser superior!, ¡Más bien de un animal!, ¡Ahora tendremos


más que nunca a La Orden entrometiéndose en todos nuestros movimientos, imbécil! –
Vociferó Don Miguel.

– ¡Excelente!, Después de todo son tus amiguitos, ¿No?, ¡Viejo traidor! –Acusó
Don Humberto.

Don Miguel enmudeció detrás de una expresión de ira y desprecio hacia Don
Humberto –quien ahora le lanzaba una risita burlesca.
–Supongo que esto le dirá adiós a tus planes de colaboración con La Orden,
Miguel –dijo Don Rafael desde la entrada de la habitación–. De cualquier manera, nunca
me gustó esa idea.

– ¿Unirnos a esos imbéciles?, ¡Eres patético! –Dijo Don Humberto con desdén.

Don Rafael caminó hecho una furia hacia donde estaba su hermano.

– ¡Esos imbéciles ya no son los mismos incompetentes de antes!, ¡Ahora están


mejor organizados que nosotros, y cuentan con los mismos o más recursos! Gracias a ti,
¡Ahora los tendremos totalmente encima!, ¡Esto podría ponernos contra las cuerdas,
borracho inepto! –Recriminó Don Rafael.

– ¡Que vengan! –Retó Don Humberto–, A diferencia de ustedes, yo no me he


suavizado con el tiempo.

–Yo no puedo con todo esto, Rafael –dijo Don Miguel después de inhalar
profundamente–. Encárgate de… lo que se tenga que hacer –ordenó Don Miguel
forzándose a no ver el cadáver de la esposa de Ek Chuak–. Y tú –Don Miguel se acercó
lentamente hacia Don Humberto y se posicionó justo frente a él–. Será mejor que te
asegures de eliminar cualquier rastro de esta porquería. Porque si el indio se entera de
lo que sucedió aquí... –dijo Don Miguel con un tono pasivo-agresivo, y una sonrisa
malévola en su rostro–. Bueno, tú sabes exactamente lo que le pasaría a una escoria
como tú.

Don Humberto gruñó al tiempo que giraba su cabeza en señal de descontento.


Don Miguel dio media vuelta y salió de la habitación apresuradamente.

Mientras Don Miguel salía de la habitación, Don Rafael se acercó lentamente a su


hermano –quien al momento decidió tratar de levantarse para evitar el sermón que venía
a continuación–, pero antes de que este pudiera ponerse de pie, Don Rafael le propinó
una potente patada frontal en el costado.

El golpe fue tan fuerte y sofocante, que Don Humberto se retorció tratando de
recuperar su oxígeno por casi un minuto. Don Rafael le lanzó una mirada de desprecio,
dio media vuelta, y se dirigió hacia quien era el jefe de seguridad de su hermano –mismo
que se encontraba observando en silencio la horrible escena desde la puerta de la
habitación.
–Escúchame bien –dijo Don Rafael con autoridad y tono amenazador–. Vas a
cortar el cuerpo de esa india en tan pocas y pequeñas partes como te sea posible.
Después meterás esas partes en un horno, y no pararás de quemarlas hasta que estés
seguro de que todo se ha reducido a ceniza. Una vez que tengas las cenizas, te
asegurarás personalmente de arrojarlas al mar –Don Rafael hizo una pausa para
acercarse aún más a su interlocutor–. Por tu propia seguridad, nadie más sabrá de esto.
Lo que significa que nadie más se encargará de ayudarte con esta tarea, ¿Te queda
claro?

–Sí, señor –respondió temeroso el jefe de seguridad de Don Humberto.

Hasta este punto, Máximo debió haber discernido que no necesitaría más
evidencia para reportarle a La Orden el desafortunado paradero de Gabriela –quien
había estado extraviada ya por varias semanas–. Sin embargo, su apego a la misma le
llevó a buscar más información, y debido a su inexperiencia como Extractor en aquel
entonces, Máximo cayó en lo que en el mundo de los psíquicos se conoce como “Un
espejismo proyectivo”. El cual consiste en la proyección involuntaria de la identidad del
“Extractor”, en la del “Extraído” –fenómeno que es parte de la naturaleza psíquica del
humano, pero al encontrarse en este caso en los dominios inconscientes de otra persona,
el Extractor puede llegar a olvidar por completo su identidad, y adoptar la del Extraído. A
veces, permanentemente.

A pesar de haber recibido de antemano esta información preventiva durante su


entrenamiento, Máximo fue arrastrado por sus emociones y apego sentimental a
Gabriela, y a Ek Chuak –con quienes era especialmente cercano–. Y como a cualquier
familiar o persona cercana que pierde a alguien de forma imprevista y violenta, la
curiosidad le llevó a ahondarse de más en la mente del extraído –decisión que lamentó
poco después, al encontrarse con las escenas horribles en las que este llevaba a cabo
su encomienda tal y como se le había ordenado.

Las memorias del jefe de seguridad de Don Humberto llevaban una muy pesada
carga emocional de culpa extrema –mismas que Máximo vivió como si fueran suyas–.
Esta experiencia le sumió en una crisis existencial que le duró varias semanas –y si no
hubiera sido por las atenciones de Melisa Casamayor madre–, el ahora jefe de La Orden
hubiera muy probablemente quedado atrapado en un escenario psicótico.

Berni y Damián Casamayor fueron los encargados de darle las malas noticias a
Ek Chuak, quien obviamente perdió el control total por varios minutos, y se tornó tan
agresivo como un animal salvaje arrinconado –al grado de que tuvo que ser sometido y
tranquilizado por varios miembros de La Orden, y confinado a una habitación bajo estricta
vigilancia por las siguientes dos semanas.
Ek Chuak se rehusó a comer por varios días –lo cual le puso débil y enfermo–. No
habló con nadie por dos meses. Se encerró en un proceso doloroso de duelo e
introspección completamente aislado del mundo.

Fue hasta que Máximo comenzó a recuperarse de su propio evento traumático –


y después de escuchar de parte de Melisa Casamayor madre la preocupante situación
en la que se encontraba su amigo–, que comenzó a visitarlo diariamente, logrando así
que este finalmente rompiera el silencio.

Todos creían que la labor de Máximo perseguía el único interés de ayudar a la


recuperación de su amigo, y le encomiaban por ello. No obstante, Máximo sabía que el
hablar con Ek era una necesidad para su propia recuperación personal.

Pasó un mes más antes de que Ek Chuak se recuperara casi en su totalidad de


su debilidad física. Pero a pesar de esta mejoría –además de un gran avance en su
estabilidad emocional y mental en general–, no se involucró en ningún asunto
relacionado con La Orden por al menos otros seis meses.

Pasaba sus días cazando en los alrededores del Cuartel –en ocasiones por varios
días seguidos–. Entre sus nuevos comportamientos y rutinas, comenzó a ejercitarse
vigorosamente todos los días, meditaba tan seguido como le fuera posible, y desarrolló
un gran gusto por la mariguana y los hongos alucinógenos –dicho gusto se volvió
dependencia, y esta dependencia se mantenía activa hasta la fecha.

A diferencia de Ek Chuak, Máximo se reincorporó a las actividades de La Orden


un mes después de iniciar las conversaciones con su amigo.

A pesar de que su personalidad siempre fue seria y ordenada, Máximo había


poseído un ímpetu compulsivo juvenil que le había distinguido notablemente desde sus
inicios en La Orden. Sin embargo, después de lo ocurrido con Gabriela esta característica
de su personalidad había disminuido considerablemente, y en su lugar, su actitud de
liderazgo se había desarrollado con creces –razón principal por la que, a la muerte de
los Casamayor, nadie dudó en apuntarle como Jefe de La Orden.

CAPÍTULO 19

LA CONEXIÓN
Raúl no dudó ni un segundo en ofrecerse como el primer voluntario para el inicio
del entrenamiento. Ahora se encontraba sentado frente a Karla con los ojos cerrados, y
escuchando con atención las indicaciones que se le daban tanto a él como a los demás
miembros del grupo de pupilos –quienes observaban sin perder detalle alguno, sentados
en un semicírculo a unos cuantos metros de su entrenadora.

–Es parte de nuestro entrenamiento el aprender a no dejar rastro alguno cuando


nos introducimos a la mente de otra persona. Claro que cuando hablamos de psíquicos
esto es mucho más complicado, debido a que entre nosotros reconocemos las
sensaciones que experimentamos mientras llevamos a cabo el procedimiento. Pero aun
así es posible lograrlo con trabajo duro, y práctica –Karla hizo una pausa y miró al grupo
entero buscando la confirmación de su atención–. Ahora, esas sensaciones de las que
les hablo en este momento son de hecho la clave para que una persona que tiene estas
habilidades escondidas –como en el caso de ustedes–, pueda despertarlas y utilizarlas
por primera vez. En otras palabras, el identificarlas es la puerta de entrada, y el primer
paso para que ustedes puedan convertirse en psíquicos. Por lo tanto, lo primero que haré
para comenzar su proceso de aprendizaje y entrenamiento será conectarme a sus
mentes sin esconder mi presencia. Me aseguraré de que sepan que estoy entablando
una conexión con su mente, con la intención de que puedan experimentar el proceso.

– ¿Y cómo se siente eso?, ¿De qué tipo de sensación hablamos? –Inquirió Raúl
sin abrir los ojos.

–Hablamos de una… muy tenue sensación de una descarga eléctrica recorriendo


tu cerebro. Casi imperceptible para cualquiera que no sepa que alguien se está
conectando a su mente –describió Karla–. Especialmente para alguien que no tenga ni
la más remota idea de que esto es posible.

–Entonces el saber que vas a conectarte a nuestra mente, y el tener una idea del
tipo de sensaciones que experimentaremos, ¿Despertará nuestras habilidades psíquicas
dormidas? –Preguntó Arturo con un toque de incredulidad–, ¿Eso es todo?

–Digamos que eso cubrirá el 50% de ese despertar. Y me atrevo a decir que el
50% restante es el más sencillo del proceso –alentó Karla.

–Una leve descarga eléctrica en el cerebro –dijo Raúl antes de inhalar y exhalar
nerviosamente–, ¿Algo más?

–Sí. Tu mente será forzada a enfocarse en la idea invasora sin posibilidad alguna
de concentrarse en algo más. Si eres consciente de esto ahora, cuando estemos en el
proceso te será más sencillo identificarlo –describió Karla con una voz suave–. Créanme,
no es una sensación agradable el no poder controlar tu flujo de ideas, pero eso
únicamente sucederá hasta que puedan entablar conexiones con otros psíquicos, y no
tengan que ser forzados como ahora.

Raúl sacudió su cabeza, se inclinó hacia enfrente recargando sus codos sobre sus
muslos, y apretó sus párpados con fuerza.

–Estoy listo.

Karla fijó su mirada en Raúl al igual que todos los demás. Al fin y al cabo, él era
ahora el “Conejillo de Indias” del grupo.

–Ya estoy aquí –anunció Karla en la mente de Raúl–. Concéntrate en las


sensaciones que experimentas ahora. Date cuenta de que no tienes control sobre el flujo
de ideas en tu mente, y que no puedes dejar de enfocarte en mi voz, y en la imagen que
tu mente ya tiene de referencia con respecto a mí.

El rostro de Raúl dibujó muecas de esfuerzo e incomodidad por varios segundos,


pero Karla se mostraba tranquila y satisfecha con lo que el joven manifestaba.

–Lo está haciendo muy bien –dijo Karla para el grupo.

El grupo se mostraba interesado, curioso, y entusiasmado –a excepción de Erika


y Melisa, quienes contemplaban la escena con algo de preocupación.

Eso será suficiente por ahora –dijo Karla al tiempo que Raúl parecía ser liberado
de algún tipo de atadura o restricción invisible–. Puedes abrir tus ojos, si así lo deseas.

Raúl abrió los ojos y se encontró frente a la mirada atenta de Karla.


– ¿Y bien? –Preguntó Karla con una leve sonrisa curiosa dibujada en su rostro.

Raúl resopló con fuerza antes de responder.

–No sentí una descarga eléctrica, pero definitivamente supe que estabas ahí. Me
sentí... invadido, y forzado al mismo tiempo. Definitivamente sin control alguno sobre mi
mente –Relató Raúl con una expresión facial que por primera vez le hacía mostrar que
tenía emociones humanas–. Fue desesperante, y frustrante.

–Se exactamente a que te refieres, Raúl. Y te recuerdo que la primera habilidad


que ustedes van a desarrollar es la de aprender a bloquear a cualquier intruso –prometió
Karla mientras miraba a todos sus pupilos–. Es imperativo que le demos prioridad a sus
defensas antes que a cualquier otra habilidad psíquica.

Todos asintieron con un movimiento de cabeza.

– ¿Cómo te sientes, Raúl? –Preguntó Karla.

–Bien. Continuemos –respondió Raúl sin pensarlo.

–Me encanta tu actitud entusiasta –reconoció Karla–. Bien, ahora que ya has
experimentado lo que es que alguien introduzca ideas en tu mente, lo siguiente es que
reconozcas lo que es estar dentro de otra mente. En este caso, la mía –Karla hizo una
pausa, y giró su cabeza momentáneamente hacia todos los demás–. Tengo que
advertirles que en este proceso sentirán que son sacados de sí mismos. Absorbidos de
una manera muy violenta. Sin embargo, deben confiar en mí y dejarse llevar. De otra
manera no lograremos entablar la conexión –advirtió Karla–. Y deben de saber para su
tranquilidad, que la única cosa que ni el psíquico más poderoso puede obligarles a hacer
es... –Karla hizo una pausa y se aseguró de hacer contacto visual con todos sus pupilos
antes de terminar su enunciado–, sacarles de su mente, e introducirles en otra mente de
manera permanente.

Todos le miraron aterrados al escuchar esta última parte –a pesar de que la


intención de Karla era más bien la de tranquilizarlos.
–De hecho, esto es imposible –continuó Karla en un intento más por tratar de
cambiar la reacción general de sus pupilos–. Su mente se opondrá por naturaleza a esta
acción. Sería como tratar de suicidarse dejando de respirar por decisión propia. Su
cuerpo nunca les permitiría esto.

Karla volvió su completa atención de nueva cuenta hacia Raúl.

–Comencemos entonces, Raúl. Cierra tus ojos, confía en mí, y trata de dejarte
llevar.

–Adelante.

Karla se concentró en Raúl de nueva cuenta, y al instante este gimió en un


esfuerzo por plantar con fuerza sus piernas en el piso, y extender sus brazos hacia
adelante en un intento por mantener su balance –tal como si hubiera sido jalado por
algún tipo de fuerza invisible.

Ante esto, Karla le extendió ambas manos a Raúl en forma de apoyo.

– ¡Oh!... Eso fue... ¡Wow!... ¡Terrible! –Dijo Raúl mientras trataba de adoptar una
postura no tan vulnerable sobre su silla.

–Lo sé, Raúl. Y eso que ni siquiera te forcé –confesó Karla–. Esa sólo fue una
muestra amigable de lo que es más o menos el proceso, ¿Quieres descansar un poco
antes de intentarlo otra vez?

Raúl tomó una gran bocanada de aire, cerró sus ojos, y dijo:

–Estoy listo. Venga.

–Ok. Recuerda que, aunque la sensación es la de ser succionado hacia un vacío


–lo cual es horrible, no les voy a mentir–, debes de dejarte llevar para que esto funcione.
De lo contrario –y aunque yo trate con toda mi voluntad–, no pasará nada, y sólo sentirás
esa horrible sensación por más tiempo de manera innecesaria –advirtió Karla con
seriedad–. Se que es difícil hacerlo la primera vez, pero debes dejarte llevar, Raúl.
En esta ocasión, Karla tomó las manos de Raúl antes de comenzar.

–Dejarme llevar. Entendido.

Raúl gimió otra vez, y sus extremidades volvieron a tensarse de la misma manera
que había ocurrido la vez anterior –sólo que esta vez se aferró a las manos de Karla,
quien le contuvo con fuerza y sin intención de soltarle tan fácilmente.

–Déjate llevar –pidió la voz de Karla dentro de la cabeza de Raúl.

Raúl emitió un sonido gutural por un par de segundos, seguido de un silencio


repentino en el que su cuerpo claramente se relajó, y su respiración comenzó a
normalizarse lentamente.

–Bienvenido –escuchó Raúl dentro de su mente una vez más.

– ¿Estoy... dentro de ti?... Así es… ¡Lo logré! –Celebró Raúl en voz alta.

Sus compañeros se reclinaron aún más sobre sus asientos –como si esta postura
les diera la capacidad de observar lo que pasaba dentro de las mentes de su entrenadora
y su compañero–, mientras que Karla dibujaba una gran sonrisa de triunfo y satisfacción
en su rostro.

–No tienes que hablar en voz alta para comunicarte conmigo aquí –instruyó la voz
de Karla en la mente de Raúl.

– ¿Estoy hablando en voz alta? –Preguntó Raúl para confusión de sus


compañeros, quienes de inmediato buscaron clarificación en Karla.

–Sí. Estás hablando en voz alta, Raúl –respondió Karla con una sonrisa–. Trata
de concentrarte en hablar conmigo solo con tu mente –sugirió Karla al tiempo que miraba
a todos sus pupilos con la intención de que supieran que esta instrucción era para todos.
–Ok –Respondió Raúl con una mueca de concentración profunda dibujada en su
rostro.

–Sólo debes contactar con tu cuerpo. El hecho de que tu mente consciente esté
conectada a la mía no significa que hayas abandonado tu cuerpo. Estamos conectados
únicamente por medio de un puente de información psíquica –describió Karla–. Por eso
te sientes como si estuvieras fuera de ti, pero no es así.

– ¿Que tal ahora? –Preguntó Raúl exitosamente dentro de la mente de Karla.

–Ahora sí –confirmó Karla con gusto.

– ¿Con que este lugar es tu mente consciente? –Inquirió Raúl.

–Así es. Aunque para ser más específica, lo que ves alrededor es más bien un
diseño creado por nuestras mentes para darle una forma y un espacio a nuestra conexión
–pero es un hecho que estamos en mis dominios.

El lugar en el que Karla y Raúl se encontraban poseía características muy


similares a las de la sala de entrenamiento en la que se encontraban sus cuerpos. Las
únicas diferencias notables eran que en este lugar estaban completamente solos, y que
detrás de Karla se encontraba una estructura negra enorme que no encajaba con el
escenario realista que Raúl visualizaba.

Dicha estructura se parecía al estereotipo visual con el que comúnmente


identificamos un agujero negro, y sus contornos dejaban ver un cierto tipo de movimiento
vibratorio –lo cual era la principal razón por la que esa figura llamaba tanto la atención
del invitado.

– ¿Qué es esa cosa detrás de ti? –Preguntó Raúl.

–La estructura negra tan bizarra que ves detrás de mí en este lugar de mi mente
consciente –dijo Karla en voz alta para asegurarse de que todo el grupo la escuchara–,
es la entrada a mi mente preconsciente –la cual nunca dejo a la vista de nadie–. Hoy
estoy haciendo una excepción únicamente como parte del entrenamiento.

– ¿Y me vas a llevar ahí? –Preguntó Raúl de nueva cuenta.

–No –respondió Karla tajantemente–. No es recomendable darle acceso a nadie


a su mente preconsciente.
Karla recorrió a todos los presentes con su mirada, y se aseguró de que esta
expresara la seriedad de lo que acababa de decir.

–Supongo que si lo hacemos, alguien podría apoderarse de nuestra mente –infirió


Raúl.

–Así es, Raúl. Un psíquico poderoso podría causar mucho daño ahí adentro –
enfatizó Karla.

Erika y Melissa se miraron entre sí, al igual que Imox e Ixtab. Daniel y Tony
mantenían sus miradas perdidas en sus pensamientos, y Arturo comentó:

– ¿Y alguien poderoso… podría eliminar memorias traumáticas de nuestras


mentes?

Karla miró a Arturo con la intención de responderle, pero repentinamente algo


dentro de ella le hizo desistir de su intento, y desviar rápidamente su mirada hacia el piso
–claramente intentando esconder lo que proyectaba su semblante.

Arturo supo que involuntariamente le había dado acceso a Karla a una de sus
memorias más horribles, y se arrepintió de inmediato de haber formulado su pregunta.

¡Idiota!

–Es hora de regresar, Raúl –ordenó Karla notablemente afectada por lo que había
visto.

Raúl abrió los ojos, sacudió su cabeza brevemente, y se disculpó mientras se


levantaba de su silla para ir al baño.

–Darle acceso a alguien a tu preconsciente... es simple y sencillamente entregarle


a alguien gran parte de tu esencia –retomó Karla después de aclararse la garganta–. La
única razón por la que alguna vez le daría acceso a alguien –quien por supuesto tendría
que ser uno de los pocos psíquicos que tienen mi total y absoluta confianza–, sería
exclusivamente si necesitara una “Reestructuración psíquica”.

– ¿Reestructuración psíquica? –Preguntó Erika.

–Rehabilitación general de la mente de un individuo después de un dado evento


traumático –definió Daniel con facilidad y seriedad.

–Exacto –dijo Karla después de haberse quedado con la respuesta en la boca–.


Y en cuanto a lo que Arturo preguntó hace unos segundos –agregó Karla sin poder hacer
contacto visual con un muy avergonzado Arturo–. No es posible destruir material
psíquico. No es posible borrar memorias, ideas, sueños, etc.

–Pero tú nos dijiste que un psíquico poderoso podría destruirle... bueno...


construirle toda una vida totalmente diferente a alguien, ¿Cómo sería esto posible si no
se pueden borrar sus memorias, ideas, sueños, y todo lo que hace la vida de una
persona? –Preguntó Melisa.

–Si no me equivoco, Melisa –interrumpió Tony con tacto–. La razón por la que no
se puede destruir material psíquico, es porque este no es más que información
almacenada, que a su vez es contenida y distribuida en forma de energía. Y todos
sabemos que: “La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma” –citó Tony–.
Basándonos en esta premisa –y en el hecho de que se nos acaba de comprobar que la
telepatía es posible–, sabemos que la información de toda una identidad no se podría
destruir, pero también sabemos que si se podría reprimir en el inconsciente. En cierta
manera, la represión es una forma de olvidar contenidos –claro que por lo general son
únicamente los que no son muy agradables para el sujeto, y no toda una identidad.

–Sin embargo... –dijo Daniel con un tono de voz y una expresión facial que
denotaban insatisfacción.

– ¿Sin embargo? –Preguntó Tony sin disimular su enfado por lo que veía venir.

–Olvidas que el inconsciente tiene esa indomable capacidad de manifestarse en


la consciencia cuando se le viene en gana –usualmente de manera sutil, otras veces no
tanto–. Y entre más fuerte sea la carga emocional que el material psíquico reprimido
tenga sobre el sujeto, más fuerte será su manifestación. Por lo que podemos inferir que
para lograr una infalible reconstrucción total de la realidad de un individuo tendríamos
que deshacernos del material psíquico original –el cuál no puede ser destruido por ser
información en forma de energía–. Por lo tanto, la hipótesis más lógica y probable es que
el invasor tendría que tomar toda esa información y almacenarla en su propia psique –
dijo Daniel con su vista fija en el vacío–. De otra manera, la identidad anterior encontraría
más de una forma de regresar.
Tony y Arturo hicieron una mueca de aprobación ante lo que acababan de
escuchar, y el resto del grupo buscó de inmediato la asesoría de Karla.

–Ni yo lo pude haber explicado mejor. Estamos totalmente de acuerdo en que el


material psíquico no se puede destruir, pero si se puede... um… tomar –Karla decidió
cambiar la palabra “robar” por una menos negativa–. Para ser sincera, nunca había
analizado que la información que nuestra mente posee es una forma de energía, y que
por lo mismo no nos es posible destruirla, pero si transferirla a otra ubicación.

–A otra mente –complementó Melisa en voz muy baja.

–Según la física, no somos más que energía contenida en materia –dijo Imox por
primera vez en toda la sesión–. A mí personalmente me gusta creer que esto podría
significar nuestra inmortalidad. Ya que, si nuestra esencia está hecha de información en
forma de energía, entonces no podemos ser destruidos. Sólo modificados o
transformados. Es la materia que nos contiene la única que se separaría de nosotros en
todo caso.

–Interesante –dijo Tony.

–Esperen, ¿En serio soy la única que piensa que es horrible el meterse en la
mente de alguna persona y atreverse a cambiar su vida? –Interrumpió Melisa
angustiada–, El solo hecho de considerar la idea de que ustedes pueden hacer esto es...
vergonzoso... y aterrador.

–Pero esa no es la intención de La Orden, Melisa. Recuerda que si existimos es


para proteger a la gente normal del mal uso que se le pueden dar a estas habilidades
magníficas –defendió Karla de inmediato.

–No deja de ser una invasión a la privacidad –Refutó Melisa.

–Lo es. Pero creo que el fin justifica los medios en este caso –intervino Tony–. El
juicio final que se le dé al uso que un determinado psíquico le dé a esta habilidad,
dependerá invariablemente de los resultados que este busque obtener.

–Tony tiene razón. Podríamos utilizar nuestras habilidades como una manera de
terapia. Por ejemplo, para ayudar a personas cercanas a superar eventos traumáticos
dolorosos. O bien, para neutralizar criminales peligrosos, asesinos seriales, o sociópatas
–aportó Arturo después de una muy notable ausencia en la conversación.
–Aunque eso suena bien –y aunque las intenciones de La Orden no sean malas–
. Yo coincido con Melisa en lo de la invasión a la privacidad. Eso tampoco me gusta ni un
poquito –opinó Erika.

–Me siento mal por ustedes –dijo la voz de Ek Chuak desde la entrada de la sala–
. Porque a estas alturas ya no se pueden echar para atrás.

Ek Chuak comenzó a caminar lentamente hacia el respaldo del sillón en el que


estaban sentadas Erika y Melisa.

–Así que, si es bueno o malo, ético o no. Ya no importa –dijo Ek Chuak a espaldas
de las jóvenes–. Esta es su nueva vida.

– ¿Cómo está Raúl? –Preguntó Karla en privado en la mente de Ek Chuak.

–Tranquila. Carlos se está encargando.

–Ustedes son un grupo de gente que heredó estas habilidades... horribles, sí. Pero
privilegiadas –dijo Ek Chuak con firmeza–. A todos nosotros nos robaron la opción de
decirle que no a esta responsabilidad desde antes de nacer. Así que será mejor que se
vayan acostumbrando.

Ek Chuak caminó hacia donde se encontraba Karla, y se detuvo detrás de ella


apoyando las palmas abiertas de sus manos sobre el respaldo de la silla.

–No les voy a decir mentiras, muchachos. La cosa no está nada bien. Nuestros
enemigos son más fuertes y peligrosos de lo que creíamos. Así que les voy a dar las
mismas dos opciones que tenemos todos los miembros de La Orden –Ek Chuak pausó
para enfatizar aún más lo que iba a decir–. O aceptan su realidad y se preparan lo mejor
que puedan para sobrevivir, o... los van a matar.

El lugar fue invadido por un silencio total, caras de frustración, y miedo.

–La única manera de estar a salvo es estar con La Orden, y aprender lo más que
puedan de los que tenemos experiencia –Ek Chuak levantó su barbilla hacia el techo, y
suspiró–. Allá afuera no durarían ni un minuto sin su entrenamiento ahora que ya los
tienen identificados. Así que entre más rápido aprendan a dominar sus habilidades, más
serán sus posibilidades de llegar a viejos.

Ek Chuak recorrió a cada uno de los presentes con su mirada penetrante antes
de volver a tomar camino hacia la puerta.

–Necesito preguntarte unas cosas sobre Berni cuando termines tu entrenamiento


hoy, Arturo. Te veo en el comedor después de la cena –ordenó Ek Chuak sin detenerse.

–Claro, señor –respondió Arturo titubeante, y sorprendido.

–Estás haciendo un gran trabajo, hermosa. Sigue así –encomió Ek Chuak en la


cabeza de Karla.

– ¡Gracias, Ek!

Ek Chuak salió de la sala cerrando la puerta a sus espaldas casi sin hacer ruido.

–Muy bien, ¿Quién quiere intentarlo ahora? –Invitó Karla.

Todos se miraron y soltaron una risita nerviosa al mismo tiempo.

–Si no tienen inconveniente. Me gustaría intentarlo –pidió Tony.

Nadie objetó, y Karla le señaló con su mano derecha la silla que había ocupado
Raúl momentos antes.

La sesión de entrenamiento de ese día duró 6 horas en total, y sólo hubo una
interrupción de una hora para comer. Durante el proceso, Tony y Daniel fueron los pupilos
que más tiempo y esfuerzo invirtieron en sus turnos con Karla –el primero logró
conectarse a la mente de Karla después de varios intentos, mientras que el segundo no
lo pudo lograr, y terminó por frustrarse y bloquearse por completo.

Erika, Melisa, e Imox no encontraron problema alguno en llevar a cabo la


asignación –a pesar de ser los más renuentes, y los últimos en tomar turno–. Ixtab logró
conectarse con la mente de Karla sin mucho problema –pero al igual que había sucedido
anteriormente, Karla no pudo accesar la mente de Ixtab a pesar de la amplia cooperación
de esta última.

El último en intentarlo fue Arturo –quien a pesar de sentirse muy apenado e


incómodo con Karla–, tampoco tardó mucho en lograr la conexión y mantenerla.

–Yo no quería que vieras eso. Ni tú, ni nadie –confesó Arturo en privado durante
su conexión.

–Todos tenemos demonios, Arturo. Y el saber que otros tendrán acceso a esta
parte de nosotros es lo que hace este proceso especialmente complicado –pero bueno,
este no es ni el lugar ni el momento para hablar de esto–. Por ahora hemos terminado.
Buen trabajo, Arturo.

CAPÍTULO 20

EL LIBRO DE LA ORDEN

Al haber tomado el lugar de Ibáñez como segundo al mando de La Guardia de La


Orden, Uri se convirtió en uno de los pocos agentes sin habilidades psíquicas que habían
obtenido la autorización para tener acceso total al Cuartel.

Entre sus nuevas responsabilidades Uri tenía que estar al tanto de todo lo que
correspondía a la seguridad, planeación, inteligencia, y logística de La Orden –y esto
invariablemente le demandaba hacer más visitas al Cuartel para mantenerse en
constante comunicación con Bruno y Máximo.

En esta ocasión fue Bruno quien le citó en una de las salas de reuniones del
enorme complejo que era El Cuartel. Los dos se encontraban ahora frente a un escritorio,
examinando un libro muy viejo con signos evidentes de deterioro por el paso del tiempo.
–Este libro fue escrito por uno de los primeros psíquicos que existieron en la tierra.
Los mismos psíquicos que también nos dejaron esta Orden que nos da tantos dolores
de cabeza –relató Bruno con ironía.

– ¿Y por qué el libro es tan importante para estos sujetos? –Preguntó Uri.

–Eso aún no lo sabemos. Sólo sabemos que estos tipos son peligrosos, y que
para nuestra mala suerte también son buenos en lo que hacen –respondió Bruno sin
quitar su mirada del libro.

–Supongo que mi asignación será examinar los contenidos de este vejestorio, y


encontrar lo que sea que estén buscando.

Bruno asintió moviendo su cabeza lentamente de arriba a abajo, sin despegar por
un momento su mirada del libro.

–Muy bien. Supongo que comenzaré por leerlo –Uri Exhaló en señal de desgano
mientras medía con sus dedos índice y pulgar el grosor del libro–. Tú lo has leído,
¿Cierto?

–Ni una sola vez –respondió Bruno con inexpresiva indiferencia.

Uri le miró entre sorprendido e inquisitivo.

– ¿Qué?, Es sólo un libro con valor sentimental y nostálgico. Durante nuestro


entrenamiento se nos habla de las partes principales del mismo, pero… en realidad no
es un requisito indispensable u obligatorio el leerlo. Es sólo historia.

–Entonces... ¿Nadie en La Orden lo ha leído?

–No sé si los demás, pero Máximo, sí. Y créeme, si hubiera algo muy relevante o
crucial en ese libro Max nos lo hubiera informado de inmediato –aseguró Bruno–. De
hecho, tú no tienes por qué leerlo si no quieres, Uri. Más bien necesitamos un análisis
forense del mismo. Ya sabes, que lo analice la computadora para ver si encuentra
mensajes ocultos, o algún tipo de código. Por eso necesitamos que lo lleves al laboratorio
de La Guardia.

–Entiendo.
–Tu misión es encontrar cualquier indicio que nos oriente hacia cualquiera que sea
el interés de estas bestias por el libro. Probablemente eso nos dará lo que necesitamos
para dar con ellos, y eliminarlos.

–Cuenta con eso, Bruno. Si hay indicios forenses o patrones de cualquier tipo los
encontraremos.

Uri tomó el libro con el mayor tacto posible, y lo introdujo en un portafolio metálico
con un sistema blindado de seguridad electrónica, que era rastreado todo el tiempo vía
GPS desde el Centro de Operaciones de La Guardia. Además, el dispositivo requería de
identificación de voz y retina para abrirse, y poseía un mecanismo de seguridad que
autodestruiría el contenido dentro del mismo, si detectaba que iba a ser abierto a la
fuerza, o hackeado.

–De cualquier manera, creo que le daré una hojeada en el camino. Por curiosidad.
No siempre se tiene acceso a este tipo de reliquias históricas –comentó Uri mientras
cerraba el portafolio, y activaba el sistema digital de seguridad del contenedor blindado–
. Especialmente reliquias históricas que nunca formarán parte de la historia seglar de
manera oficial.

–Diviértete –dijo Bruno indiferente.

Ambos hombres salieron de la sala en la que se encontraban, y se pusieron en


marcha por el largo pasillo que llevaba hacia las escaleras para bajar al primer piso –y a
su vez, al elevador que era la única entrada al interior del Cuartel.

Uri le dio la mano al jefe de La Guardia antes de entrar al ascensor.

–Por cierto, ¿Qué noticias me tienes del operativo de búsqueda de los hijos de
Don Miguel? –Recordó preguntar Bruno antes de dar media vuelta, y tomar las escaleras
hacia su habitación.

–Nada. Ni un solo rumor acerca de su paradero –dijo Uri al tiempo que se encogía
de hombros–. Precisamente mañana me encontraré con el agente que teníamos
infiltrado con Los Nobles. Al parecer, el pobre se ha quedado desempleado –bromeó Uri.

–Mantenme informado –ordenó Bruno con una inevitable risita arrebatada por el
chiste con tintes obscuros de Uri.
Uri presionó el botón del elevador que le llevaría 15 metros bajo tierra, en donde
se encontraba una pequeña estación de tren construida a un costado de las vías
subterráneas.

Se abrieron las puertas del elevador, y Uri tomó camino hacia el tren subterráneo
que era el único acceso directo a la ubicación secreta del Cuartel. El medio de transporte
era eléctrico, moderno, y muy similar al tipo de máquina que utilizan los metros
subterráneos de las grandes urbes –sólo que este medio de transporte estaba bien
equipado en cada uno de sus ocho vagones.

Cuatro de estos vagones contenían literas y baños, dos eran lounges con minibar
y cocineta cada uno, uno era una mini-sala de juntas y proyección, y el restante era la
cabina de mando, y controles.

–Buenas tardes, agente Caballero –saludó la voz computarizada del sistema de


seguridad, procesos, y operaciones cibernéticas generales de La Orden.

–Hola, Aker –respondió Uri.

Aker era el nombre del antiguo “Guardián de los secretos de la Duat” –el cual era
el nombre que se le daba al inframundo en la cultura egipcia–. Él era el único que tenía
acceso al mundo de los mortales, y los inmortales. En adición, no sólo resguardaba el
único pasaje entre ambas dimensiones, sino también los secretos que los mortales no
debían de conocer aún –principalmente porque no estarían listos para comprenderlos, y
mucho menos para asimilarlos.

Las características de este mítico guardián de los secretos de la antigua mitología


egipcia –representado por dos leones contrapuestos–, encajaban a la perfección con el
propósito principal de la existencia de La Orden. Por consiguiente, no era de extrañarse
que se hubiera tomado la decisión de adoptar su nombre como estandarte principal del
organismo.

–Al igual que esta mañana, seré el único pasajero a mi destino. Por lo que puedes
ponernos en marcha en cuanto así lo desees, Aker –informó Uri–. Claro que tú estás ya
enterado de todo eso. Así que no sé por qué me empeño en tratar de ponerte al tanto
siempre –dijo Uri más para sí mismo que para Aker.
–Estoy enterado, agente Caballero. Y tengo autorización para iniciar el trayecto
de regreso hacia el Centro de Operaciones de la Guardia de la Orden.

–Gracias, Aker.

Uri colocó el portafolio sobre el lado izquierdo de uno de los cómodos asientos en
el lounge que se encontraba justo a un lado de la cabina de mando, y después se dejó
caer sobre el lado derecho del mismo. Cerró los ojos, y se masajeó las sienes con sus
pulgares por un par de minutos.

– ¿Qué nos estás escondiendo? –Se preguntó Uri al tiempo que pensaba en el
antiguo libro dentro del portafolio.

CAPÍTULO 21

DESCONFIANZA

–Todos tenemos secretos vergonzosos que salen a la luz durante el entrenamiento


–dijo Ek Chuak.

– ¿Quién más sabe de esto? –Preguntó Arturo con lágrimas en los ojos y la voz
entrecortada.

–Pues, Karla. Y... pues tú sabes... –Ek Chuak se aclaró la garganta antes de
continuar–. Raúl estaba conectado con Karla en ese momento.

Arturo sacudió su cabeza en señal de vergüenza y coraje a la vez.

–No fue adrede. Ella tenía que estar muy abierta para que Raúl se conectara sin
problemas. Por eso no pudo parar una memoria tan fuerte.
Arturo continuó evitando la mirada de Ek Chuak en total silencio.

–Mira, muchacho. El entrenamiento es muy duro –afirmó Ek Chuak con frialdad–.


Y se les advirtió desde el principio que les iban a pasar estas cosas. A todos nos pasó,
hasta que aprendimos a bloquear.

Arturo miró a Ek Chuak a los ojos con clara insatisfacción en cuanto a lo que
escuchaba.

–Si de algo te sirve, muchacho. Te apuesto que no vas a ser el único al que se le
va a salir información vergonzosa. Es parte de todo este embrollo. Es normal –minimizó
Ek Chuak–. Y lo más importante es que cuando conozcas los verdaderos secretos que
debemos cuidar, pues... esos secretillos serán insignificantes.

Arturo no pudo dormir bien esa noche, y al día siguiente se presentó al


entrenamiento con una actitud muy reservada. Carlos se encargó de la sesión de
entrenamiento del día, argumentando que Karla tenía una sesión informativa importante
con La Guardia, y que Raúl no se había presentado por encontrarse en cama con una
infección estomacal muy fuerte.

La realidad fue que la memoria que Karla y Raúl habían captado de la mente de
Arturo, sorpresivamente resultó estar profundamente ligada a ellos de manera directa, e
impactante.

En dicha memoria, la escena mostraba a una mujer muy atractiva de piel morena
y complexión delgada. Lucía un vestido negro muy entallado –el cual le llegaba apenas
a la mitad de los muslos–, con un escote muy pronunciado en forma de V sobre su pecho.

La mujer estaba sentada en una esquina de la habitación con la cabeza recargada


sobre la pared, las piernas estiradas y desinteresadamente abiertas, y su mirada fría e
inexpresiva fija sobre la escena que se desarrollaba frente a sus ojos.

Arturo –quien era aún un niño–, se encontraba tendido boca abajo sobre la cama
de la habitación, llorando desconsolado e impotente al no poder liberarse del fuerte
agarre del hombre que le tenía sometido por la espalda –mismo que le había roto ya la
muñeca derecha cuando este trató de defenderse, y que ahora le sujetaba de la izquierda
con tal fuerza que Arturo creía que se rompería también en cualquier momento.
Pero el dolor físico no se comparaba en lo más mínimo al dolor emocional, a la
impotencia, y sobre todo al pavor que estaba viviendo Arturo en ese momento, ya que el
hombre que le lastimaba y sujetaba contra su voluntad, también le estaba penetrando
analmente con violencia y fuerza descomunal –sin inmutarse en lo más mínimo ante los
gemidos de dolor y el llanto de su víctima.

Afortunadamente para Arturo, la puerta de la habitación se abrió violenta y


repentinamente, provocando que su verdugo lo soltara para tratar de reaccionar ante la
sorpresa –lo cual fue totalmente inútil–, ya que una fracción de segundo después Arturo
escuchó dos disparos, y casi al mismo tiempo su rostro fue salpicado por la sangre de
quien había abusado ventajosamente de él.

Acto seguido, el tirador miró a la mujer directamente a los ojos, y vio que su rostro
dibujaba lo que parecía ser una sonrisa de alivio antes de que una certera bala de su
arma le atravesara la frente.

– ¡Perdóname, hijo!, ¡Te fallé! –Imploró la voz entrecortada de Bernardo


Casamayor, después de haberles disparado a quemarropa y sin el menor remordimiento
a Raúl, y Cristina De Alba –padres de uno de los nuevos reclutas en entrenamiento de
La Orden de Aker. Raúl De Alba hijo.

La versión oficial que La Guardia había entregado con respecto a la muerte de los
De Alba, era que habían sido emboscados por los hombres de Los Nobles en un
operativo fallido en España.

Karla era muy cercana tanto a los padres de Raúl, como a Berni. Por lo que se
sintió asqueada al conocer lo que realmente había sucedido –no solo por el acto obsceno
e infame que se había cometido contra Arturo cuando era aún un niño, sino también
porque tanto Cristina como Raúl eran un par de excelentes agentes a quienes les hubiera
confiado su vida.

Su dolor y confusión se convirtieron rápidamente en decepción y coraje. Y esa


misma noche convocó a una junta urgente en la cual compartió la memoria extraída de
Arturo, antes de despotricar contra Máximo y Bruno como nunca lo había hecho antes.

– ¡¿Por qué demonios nos mintieron?!, ¡¿Qué más nos están escondiendo?!
¡Quiero la verdad! –Gritó Karla con los ojos llenos de lágrimas mientras recorría con ira
y desprecio a sus superiores en el comedor del Cuartel.
La mirada que Bruno le lanzó a Máximo delató su culpa, y el jefe de La Orden
agachó su cabeza y suspiró en silencio. Karla los miraba impacientemente en espera de
una respuesta, y los rostros inconformes de Carlos y Fernando mostraban que ambos
estaban claramente del lado de la agente.

–En ese momento esa mentira fue lo mejor para mantenernos unidos. No
sabíamos contra qué nos estábamos metiendo, y ocupábamos mantener la confianza
entre nosotros –intervino Ek Chuak.

– ¿Qué demonios quiere decir eso? –Dijo Karla tratando de contener su rabia.

–Que en aquel entonces no sabíamos porque Berni había hecho lo que hizo.
Creímos que estaba… inestable –justificó Máximo–. Lo juzgamos mal basándonos en su
paranoia, y en los comportamientos bizarros que había desarrollado en los últimos
meses. Tú sabes de que hablo, Karla.

–No lo tomamos en serio porque hasta apenas hace unas semanas comprobamos
lo que él ya sabía con certeza en ese momento. Él sabía de estas... posesiones –agregó
Bruno.

Karla aún estaba batallando por recuperar la compostura, al tiempo que Fernando
y Carlos se mostraban insatisfechos con las explicaciones que se les habían
proporcionado.

– ¡Aún no entiendo por qué la mentira!, ¡Y no me salgan con esa patraña de que
tenían que mantenernos unidos! –Insistió Karla.

– ¡Pero esa es la verdad! –Reafirmó Máximo con contundencia, pero


asegurándose de mantener un tono cordial–, La Orden estaba al borde de su disolución.
Berni con sus operaciones secretas e ideas que... en su momento sonaban
descabelladas. Cristina y Raúl y sus teorías de conspiración, culpando a Bruno de haber
dado órdenes a La Guardia para asesinar a los Casamayor. Ek Chuak y su obsesión por
conseguir su venganza, más que por inmiscuirse en los asuntos de La Orden –Máximo
hizo una pausa para frenar su discurso agitado–. Todo esto nos tenía pendiendo de un
hilo como organización. Lo menos que necesitábamos era saber que nuestros miembros
estaban asesinándose entre ellos.

–Entiendo que esta es una organización que se encarga de mantener secretos


con el exterior, y no de manera interna. Pero en ese momento lo más conveniente era no
compartir esa información con ustedes, puesto que en realidad no había pasado tanto
tiempo desde su inducción a La Orden. Era mejor que no supieran tanto. Que se
encargaran de asignaciones apropiadas para su corta experiencia –complementó Bruno
adivinando la siguiente pregunta en la mente de Fernando, Carlos, y Karla.

– ¿Y qué sigue ahora que ya sabemos que nos mintieron acerca de la muerte de
Cristina y Raúl?, ¿Esperan que sigamos confiando en ustedes?, ¿Qué otras mentiras
han creado para mantenernos unidos? –Atacó Carlos.

Máximo y Ek Chuak desviaron sus miradas al vacío para evadir el contacto visual
con los demás, Bruno sacudió su cabeza y exhaló ruidosamente, y el comedor se inundó
de un ambiente hostil y negativo por varios segundos –mismos que fueron percibidos por
todos los presentes como largas horas.

–Les anuncio oficialmente mi renuncia a La Orden, efectiva desde este momento.


Desde mañana me limitaré a las misiones de campo como agente de La Guardia. Buenas
noches –anunció seriamente Karla antes de dar media vuelta y caminar a toda prisa
hacia la puerta del comedor sin mirar atrás.

Todos se quedaron pasmados con lo que acababan de escuchar. Máximo trató de


decir algo, pero Ek Chuak lo detuvo con un simple movimiento de su mano derecha.

– ¡Karla!, ¡Espera, por favor! –Pidió Carlos sin éxito.

Karla estaba ya en el pasillo, y no tenía la más mínima intención de mirar atrás.

CAPÍTULO 22

SANTIAGO DE LEÓN
La familia De León había servido a los Casamayor desde hacía ya varias
generaciones –inclusive después de que estos últimos los liberaran oficialmente de su
esclavitud–. Los De León decidieron quedarse y seguir prestando sus servicios a cambio
de una vida cómoda, y sin riesgos. Al fin y al cabo, la vida de los sirvientes de gente
poderosa y adinerada posee privilegios como el de vivir en una mansión lujosa y cómoda,
disfrutar de los mejores alimentos, seguridad en general, y hasta un estatus social más
alto que el de la gente regular.

Sus fieles servicios terminaron cuando Jaime De León decidió ir en contra de las
órdenes de su patrón, y advirtió a los hermanos Mayas del plan de Los Dones para
asesinarlos por no ser de ascendencia noble, y por haber cuestionado y confrontado sus
ideales elitistas –además de su sed de poder.

Después de meses de ardua búsqueda, Los Dones se las arreglaron para


encontrar a Jaime De León y le dieron una muerte horrenda y humillante. Ante esto, su
hermano –Omar De León–, decidió abandonar a Los Dones –quienes ahora se hacían
llamar Los Nobles–, y unirse a la causa de los hermanos Mayas –sobrevivientes a la
“Traición de Los Nobles”, y protectores de los ideales originales de La Orden de Aker–, y
a Rubén Casamayor hijo, quien se unió a los hermanos Mayas al haber condenado los
actos de traición que su padre –Don Rubén Casamayor–, y dos Dones más habían
llevado a cabo en contra de los demás miembros de La Orden.

A diferencia de su hermano Jaime, Omar carecía de las habilidades psíquicas que


poseían los demás miembros de La Orden, pero poseía habilidades físicas
extraordinarias, y una aún mejor disciplina.

Estas cualidades llamaron la atención de Rubén Casamayor hijo, quien le entrenó


en el arte de la espada samurái, y las técnicas ninjas –mismas que él había aprendido
en un “retiro espiritual” de dos años en Japón, del cual tuvo que regresar al escuchar
sobre la muerte de su abuelo, Don José Casamayor.

Cinco años después, el alumno de Rubén Casamayor hijo se convirtió en un


excelente y talentoso agente de la recién creada Guardia de la Orden. A pesar de esto,
Omar no dejó de cubrir la posición de mayordomo y guardaespaldas personal de Rubén
–a quien admiraba y respetaba no solo como su Sensei, sino como un hombre sabio,
benévolo, y justo.

Los gemelos Santiago y Gabriel De León fueron los herederos del legado de su
tatarabuelo Omar –y al igual que él–, los dos aprendieron de su padre los conocimientos
y técnicas ninja-samurái, y siguieron sirviendo y protegiendo a los descendientes de
Rubén Casamayor hijo, hasta el fatal accidente que terminó con la vida de los padres de
Melisa, y el inesperado suicidio de Berni.
Gabriel era muy cercano a Berni –y a pesar de que en los últimos años este había
parecido perder lucidez y cordura–, el gemelo nunca dejó de admirarle, y confiar en él.
De hecho, fue gracias a su lealtad hacia el mismo que pudo conocer a Doña Hortensia
De la Riva –con quien Berni y él mantenían reuniones estrictamente secretas, en las que
la mujer les facilitaba información clave acerca de los movimientos de Don Rafael y Don
Humberto, a cambio de la promesa de Berni de que La Orden se encargaría de
eliminarlos.

Por desgracia, Berni terminó con su propia vida antes de cumplir su promesa. No
obstante, para ese entonces ella y Gabriel ya se habían enamorado perdidamente, y este
último no sólo le juró amor eterno, sino que también le prometió ser su protección
personal hasta agotar su último aliento –siendo así como oficialmente abandonó La
Orden para unirse al amor de su vida, y a Los Nobles.

–En serio lo siento, Santi –dijo Ek Chuak con honestidad.

La hinchazón en los ojos de Santiago De León delataba lo mal que había tomado
la noticia de la terrible muerte de su hermano, a pesar de no haber tenido contacto con
él desde que este le había dado la espalda a su familia.

–El amor lo volvió distraído y confiado. Esa mujer fue lo peor que le pudo haber
pasado a mi hermano –afirmó Santiago–. O tal vez no. La verdad es que nunca lo vi tan
feliz en toda su vida.

–El amor atonta a los hombres –acordó Ek Chuak–. Pero lo vale, hermano –replicó
con una sonrisa.

Santiago mostró su acuerdo con una sonrisa discreta y corta.

–Ya nada de eso importa –retomó Santiago–. Lo que sí importa es que tú sabes
bien lo que quiero.

Ek Chuak le miró con un gesto de interrogación en su rostro.


–Tú me conoces muy bien, Ek –aseguró Santiago con seriedad–. Y sabes que
estoy en mi derecho de exigir sólo una cosa.

Ek Chuak comprendió ahora lo que Santiago estaba pidiéndole.

–Me aseguraré de que tengas tu venganza, Santi –prometió Ek Chuak.

– ¿Tengo tu palabra, hermano? –Preguntó Santiago sin quitar su penetrante


mirada de Ek Chuak.

Ek Chuak hizo una pausa para asegurarse de hacer notar en su rostro la seriedad
y la convicción puestas en las palabras que estaba a punto de decirle a su amigo.

–Lo juro por Gabriela, hermano.

CAPÍTULO 23

UN PROCESO DOLOROSO

Los últimos tres meses de entrenamiento habían sido tan difíciles como
normalmente lo eran para todo iniciado. Tal como se les advirtió desde un principio, la
parte más difícil del proceso era invariablemente la tensión e incomodidad que se
generaba entre los miembros del grupo, por la salida a la luz de memorias o
pensamientos íntimos e incómodos –justamente como sucedió al inicio del
entrenamiento con Arturo y Raúl, quienes se encontraban distanciados ante la negativa
del último de dirigirle la palabra al primero más que para lo muy necesario–. Está de más
decir que Arturo se sentía abrumado a causa de la vergüenza generada por la íntima y
aterradora memoria revelada a Karla y a Raúl –misma que acrecentaba la pesada carga
que Arturo ya llevaba con él desde su infancia.
Los estragos psicológicos causados por el estrés, el dolor psíquico, y la carga
emocional que causaba el entrenamiento, normalmente desencadenaban cuadros
depresivos y de ansiedad en la mayoría de los iniciados –y este grupo no fue la
excepción.

Apenas una semana después del incidente que habían tenido Arturo y Raúl, Imox
extrajo una memoria del ritual que Melisa llevaba a cabo cuando se masturbaba. En esta
específica memoria extraída, ella se encontraba fantaseando con Tony –lo cual la hacía
sentirse mucho más apenada y frustrada, al tratarse de alguien con quien convivía todos
los días, y que además tenía el potencial para descubrir estos pensamientos.

Tony descubrió que Erika había fantaseado con un escenario en el que se


apoderaba del cuerpo de Karla, y lo utilizaba para seducir a dos chicos que la rechazaron
y humillaron en el pasado. El primero se había enfurecido cuando ella le confesó lo que
sentía por él –mostrándose ofendido por el simple hecho de que una “gorda y fea” como
ella llegara a pensar que podía tener una oportunidad con él–, y el segundo la obligaba
a hacerle sexo oral cada que así le viniera en gana, pero siempre rehusándose a besarla,
o tocarla.

Arturo extrajo una memoria de Daniel en la que su ebria madre le decía que él
nunca podría tener tanto éxito como su hermano, quien tenía todo el encanto y atributos
físicos necesarios para conseguir lo que quisiera en la vida. Le dijo que él debía de
conformarse con lo que pudiera conseguir de la sociedad, y que tendría que concentrarse
en estudiar mucho para poder tratar de aspirar a algo no tan común y mediocre.

Dos días después, se suicidó.

Erika visualizó a Imox siendo emboscado y sometido por varios compañeritos de


clase a la salida de la escuela. Entre todos lo amarraron con una cuerda a las faldas de
un árbol, le escupieron en la cara y en la cabeza, y se mofaron de él por ser un indio que
ni siquiera sabía hablar bien el español. El pequeño Imox permaneció ahí casi toda la
tarde, hasta que un anciano que pasaba por el lugar lo encontró llorando, lo desató, y lo
llevó a su casa.

Imox tardó dos meses en volver a utilizar frases completas al hablar con la gente,
y desde ese día comenzó a tartamudear cada vez que se encontraba en una situación
estresante.

Ixtab descubrió que Tony llevaba una vida depresiva con una marcada inclinación
hacia las conductas autodestructivas –todo esto desde el suicidio de su madre–. Dichas
conductas permanecieron en reposo por mucho tiempo, pero fueron violentamente
desencadenadas cuatro años atrás por la trágica muerte de su novia –una hermosa y
brillante joven que murió ahogada en las hermosas playas de la Riviera Maya mientras
ambos se encontraban de vacaciones con sus compañeros de la maestría.
Daniel fue quien más problemas tuvo para lograr establecer las conexiones
psíquicas en los entrenamientos. Sin embargo, aún así fue capaz de extraer una serie
de memorias algo siniestras de la mente de Raúl, en las cuales lo veía capturando,
torturando, y asesinando animales desde que tenía unos 11 años.

Aproximadamente diez años más tarde Raúl decidió que se convertiría en un


asesino serial. Planeó todos los detalles de su primer asesinato con pulcritud, e incluso
consiguió y acondicionó un lugar perfecto para llevar a cabo su crimen. Una semana
después secuestró a una víctima al azar –para así evitar levantar sospechas al no tener
lazo alguno que le relacionara con la misma–, pero al momento de tener a la chica atada
sobre una mesa con una venda muy ajustada sobre los ojos y totalmente indefensa frente
a él, algo en sus adentros le lastimó profundamente, y le detuvo. La durmió con
cloroformo una vez más, la liberó de sus ataduras, la llevó a un lugar alejado de la ciudad,
e hizo una llamada anónima a la policía reportando su paradero desde un teléfono
público.

Ixtab fue la única persona de quien nadie podía extraer pensamiento o memoria
alguna gracias a su don innato de bloqueadora –lo cual le hizo la carga más liviana en
esta etapa del entrenamiento–. Sin embargo, conforme avanzaba el proceso y se
encontraba interactuando cada vez más con conexiones que activaban funciones en su
mente que jamás habían sido utilizadas, Ixtab tuvo que confrontar a sus propios
demonios con la misma intensidad que cualquiera de sus compañeros.

Esta etapa ya no tenía nada que ver con la vergüenza provocada por el saber que
otros habían descubierto secretos, o memorias íntimas y privadas de sus mentes. Más
bien, consistía en una exagerada manifestación agresiva de los inconscientes de cada
uno de los miembros del grupo, a niveles conscientes. Esto incluía la repetitiva aparición
de múltiples memorias traumáticas registradas a lo largo de sus vidas, pero
principalmente las acontecidas en los primeros años de la infancia –contenido que para
la gente normal permanece típicamente reprimido en su mente inconsciente a lo largo de
su vida, y rara vez se manifiesta de una manera tan devastadora, y/o autodestructiva.

En el caso de los iniciados, lograr el acceso involuntario a memorias tan


traumáticas como la primera vez que sintieron miedo, la primera vez que perdieron el
control de su cuerpo y cayeron, la primera vez que algo se atoró en su garganta y les
impidió respirar, y muchas otras experiencias que suceden en los primeros años de
nuestras vidas –las cuales revivían exactamente como si fuera la primera vez–, les
significó un proceso de semanas de dolor, y horror extremos –ya que en ellos se
presentaban con una exagerada carga de miedo irracional e incontrolable durante su
actividad onírica –más específicamente, mediante pesadillas.

A consecuencia de los puntos anteriores, cada uno de los pupilos seguía un


proceso semanal de valoración psicológica individual obligatorio a cargo de la doctora
Eréndira Almeida –Psiquiatra más experimentada con quien contaba la Guardia de la
Orden desde hacía ya diez años.

CAPÍTULO 24

EL SÁTIRO

La atención de todos los sujetos en el bar fue robada por la entrada de una chica
joven y hermosa de unos 20 años de edad, piel blanca, y pelo negro suelto que llegaba
hasta sus hombros.

Lucía un vestido rojo muy entallado y muy costoso que dejaba ver a detalle su
figura esbelta y atractiva, y que hacía más que evidente la firmeza y excelente
proporcionalidad de sus pantorrillas, piernas, glúteos, y cintura –además de un par de
senos que, aunque eran pequeños en tamaño, resultaban estéticamente placenteros a
la vista.

Un hombre calvo, alto, musculoso, y con un tatuaje en forma de espiral que le


cubría el lado izquierdo del rostro se levantó de su lugar tan pronto como se dio cuenta
de que la hermosa joven se sentaba frente a la barra, a tan sólo unos lugares de donde
él estaba.

–Hola, hermosa, ¿Puedo invitarte algo de beber?

–No molestes –dijo indiferente la bella chica y sin siquiera hacer contacto visual
con el sujeto.

El hombre bajó la mirada al piso con una sonrisa de indignación –especialmente


al darse cuenta de las miradas burlescas de los otros tres sujetos que habían visto lo que
había ocurrido.

Acto seguido, tomó a la chica fuertemente por la barbilla, forzándola así a mirarlo
a los ojos.
– ¡Traté de ser cordial contigo, perra!, Pero ya veo que no eres más que una de
esas divas que creen que su mierda vale más que la de los demás. Y no hay nada que
odie más que esa maldita actitud –dijo el hombre muy cerca del rostro de la chica–. Así
que nos tendremos que saltar ese trago que te ofrecí de buena manera, y lo que va a
pasar es lo siguiente. Primero, pagarás lo que debo –ordenó el sujeto mientras le pedía
al bartender la cuenta con un ademán autoritario y arrogante–. Después, nos iremos al
callejón obscuro detrás del bar, y ahí me vas a dar el mejor sexo oral que hayas dado en
toda tu insignificante vida –el hombre ahora tomó el rostro de la chica con ambas manos–
. Y cuando yo lo decida, te voy a levantar ese vestidito sexy que traes puesto, y te lo voy
a hacer muy duro por atrás.

Había una muy clara excitación en la agitada voz del hombre, quien además ni por
un segundo despegaba su mirada autoritaria de los ojos de la chica. No obstante, a
diferencia de la contundente actitud de rechazo que la joven había mostrado al principio,
ahora su postura dejaba ver que no tenía intención alguna de rehusarse ante el agresivo
movimiento del sujeto –ya que lo veía fijamente a los ojos con una mirada inexpresiva, y
su cuerpo ya no ponía resistencia alguna al invasivo acercamiento del mismo.

–Mañana vas a sentirte una mierda al respecto. Pero a pesar de todo esto no vas
a levantar cargos contra mí, puesto que ni siquiera recordarás mi rostro. Además, en los
próximos días cuando la depresión y pesadez dentro de ti sean demasiado, simple y
sencillamente vas a terminar con tu vida –concluyó el hombre.

Ante la presencia del bartender que se acercaba con la cuenta en la mano –


manteniendo una mirada sospechosa al haber notado la rudeza con la que el sujeto
había estrujado el rostro de la joven–, la chica le soltó una sonrisa coqueta y juguetona
al hombre del tatuaje en el rostro, sacó dinero de su bolsa, lo puso sobre el recibo en la
barra, tomó al desconocido de la mano, y los dos se dirigieron hacia la salida de
emergencia que daba al callejón en la parte trasera del bar.

El bartender compartió su mirada de sorpresa y admiración con un par de sujetos


que al igual que él habían contemplado lo que parecía haber sido el trabajo de un
verdadero Casanova en acción.
–No cabe duda de que, entre más hermosas, más fáciles son de controlar –se
mofó el hombre mientras tocaba con lascivia el trasero de la chica al salir del lugar.

Una vez afuera, la chica empujó al sujeto contra la pared de al lado de la puerta
de salida de emergencia del bar, puso sus manos en su rostro, y se acercó lo suficiente
como para besarlo.

–Solo basta causarle una erección a un hombre para dejarlo indefenso –dijo la
hermosa chica con una sonrisa traviesa dibujada en su rostro.

No le tomó mucho tiempo al hombre el darse cuenta de lo que estaba por ocurrir.
Sintió que una sensación muy familiar le recorría desde la cabeza hasta la espina dorsal,
y una milésima de segundo después su cuerpo se paralizó sin que él pudiera hacer algo
al respecto.

–Este poder es un verdadero desperdicio en trogloditas como tú –dijo una voz en


la cabeza del hombre.

CAPÍTULO 25

CONJETURAS

–No hay patrones ocultos o codificación alguna dentro de los contenidos de este
libro. El papel y el material del encuadernado no cuentan con ningún tipo de anomalía
oculta tampoco –reportó la agente especial Rincón, quien fungía como la especialista
encargada del laboratorio de La Guardia de la Orden.

–En pocas palabras, dos días de trabajo perdidos –lamentó Karla.

–No del todo, agente. Al menos la lectura fue interesante e instructiva –difirió Uri.
–Claro, porque eso es lo que necesitamos ahora. Clases de historia –refunfuñó
Karla sarcásticamente, sentada sobre el escritorio de Uri con los brazos cruzados, y un
semblante que denotaba fastidio y negatividad.

Uri le miró con una sonrisa comprensiva. Después se dirigió a la agente Rincón.

–Eso será todo por el momento, agente. Deje el libro sobre el escritorio, por favor.

–Con permiso –dijo la agente antes de girar y salir de la oficina.

Uri se recargó aún más sobre su silla, y suspiró.

–Las cosas ya no serán iguales de ahora en adelante, ¿Cierto?

–No –respondió Karla aún sin establecer contacto visual con él.

–No creo que Max, Bruno, y Ek hubieran hecho lo que hicieron para traicionarnos
–comentó Uri.

–Sólo para manipularnos y hacernos seguir órdenes con base en mentiras –dijo
Karla aún defensiva.

–Si de algo te sirve, yo prefiero pensar que lo que hago es por el bien mayor de
nuestra causa. Y me gusta creer que aunque no lo sepa todo, hago mi parte siempre con
la mejor intención. Y eso es más que suficiente para llegar a nuestros objetivos. Ha
funcionado hasta ahora –rescató Uri.

– ¿Funcionado? –Karla hizo contacto visual con Uri por primera vez en varios
minutos–, Debes de estar bromeando. Tenemos al enemigo más peligroso al que alguna
vez nos hemos enfrentado justo encima de nosotros. Tú mejor que nadie sabe cuántas
bajas ha tenido La Guardia a últimas fechas. Y lo peor de todo es que no tenemos ni idea
de con quién estamos lidiando. Todo indica que ellos fueron quienes terminaron con Los
Nobles en un abrir y cerrar de ojos –cosa que nosotros no pudimos lograr en décadas.

Uri trató por un momento de encontrar algún argumento, pero no tuvo recursos
para defenderse de los sólidos puntos que tocaba Karla.
–Sabes que sé que tienes razón, Karla. Sólo trataba de ser positivo, y... siendo
muy optimista, persuasivo –confesó Uri.

–Por órdenes de Bruno, por supuesto –supuso Karla.

– ¿Está leyendo mi mente, agente? –Jugueteó Uri.

–Como si fuera necesario para conocer los movimientos de ese viejo gruñón.

Ambos sonrieron.

– ¿Qué demonios crees que buscaban esos sujetos en este vejestorio? –Preguntó
Uri echándole un vistazo al libro sobre el escritorio.

–No tengo la menor idea. Si la computadora no encontró algo, no veo que más
podamos hacer nosotros.

–Tal vez no tiene nada que ver con computadoras. Tal vez existe algo en la lectura
que debe de darnos alguna información relevante desde la perspectiva humana –sugirió
Uri.

– ¿Cómo un acertijo? –Inquirió Karla.

–Probablemente. El autor maneja analogías, proverbios, y lenguaje simbólico en


general. Tal vez el problema principal es que el mensaje oculto está dirigido hacia un
destinatario en particular –especuló Uri.

Karla le miró confundida.

–A lo que me refiero es a que tal vez el mensaje está dirigido a alguien que sabe
lo que busca. Por lo tanto, para este personaje el mensaje saltará a la vista de manera
mucho más sencilla.

–Entonces, si Máximo no encontró algo relevante al analizar este libro, y las


computadoras tampoco... supongo que tiene sentido el descartar la tecnología y a los
miembros de La Orden como destinatarios de la información oculta que este libro pueda
contener –conjeturó Karla.
–Lo cual me lleva a pensar que los únicos que saben lo que están buscando, y
saben que está contenido aquí, son nuestros desconocidos nuevos enemigos –concluyó
Uri.

Ambos agentes miraron el libro por algunos instantes en total silencio.

–Muy bien, ahora estoy más que interesada en esto, Uri. Supongo que tendré que
leerlo y ver si hay algo relevante que tal vez... bueno, solo quiero leerlo, ¿Está bien si...?
–Pidió Karla señalando el libro con su dedo índice.

–Por supuesto. De cualquier manera, es el informe forense el que le interesa a


Bruno como prioridad. Y aunque al principio se suponía que debería regresarlo al Cuartel
General en cuanto se le hicieran las pruebas en el laboratorio, ahora la nueva instrucción
es que el libro deberá de ser protegido por La Guardia –Explicó Uri–. Así que, adelante.
Sólo asegúrate de que nadie más que tú tenga acceso a él.

–Cuenta con eso.

CAPÍTULO 26

BLOQUEAR, EXTRAER, E INSERTAR

Tal y como Karla lo había anticipado, la primera etapa del entrenamiento consistió
en aprender a bloquear las conexiones no deseadas a la mente propia, y a la de otros.
En esta etapa, Ixtab siguió demostrando su grandiosa habilidad innata, negándole
acceso no sólo a sus compañeros, sino también a Carlos, Bruno, y Máximo.

Sin embargo, este talento tenía también su lado no conveniente–como todo en el


Universo–, puesto que su mecanismo de defensa natural le impedía mantener
conexiones con otras mentes por mucho tiempo, causando que hasta la fecha no le fuera
posible insertar ideas –y aunque había logrado hacer extracciones, estas habían sido
apenas unas pocas, y sin lograr avances considerables en su control sobre las mismas.
Imox desarrolló también con rapidez y alta eficacia su bloqueo, y a diferencia de
su hermana este era capaz de mantener conexiones por tanto tiempo como lo deseara,
y podía extraer decentemente. Sin embargo –y tal como en el caso de Ixtab–, su punto
débil era la inserción –en la cual trabajaba con más dedicación y atención especial todos
los días.

Daniel comenzó teniendo problemas con las tres habilidades. Su actividad mental
tan traficada le dificultaba controlar su amplio flujo de ideas –razón por la que su bloqueo
era el más débil del de todos los del grupo–. En resumen, no le era sencillo establecer
conexiones, y cuando lograba hacerlo no solía sostenerlas por mucho tiempo.

Después de varias sesiones de entrenamiento –y conforme mejoraba en sus


conexiones–, se hacía más que evidente que su inserción tampoco era su fuerte, pero
que su extracción era simplemente magnífica –según Máximo, esto era atribuido a las
impresionantes capacidades de deducción e inferencia que ya todos le conocían–. Al
grado de que hasta el mismo Ek Chuak se vio forzado a cortar la conexión en una sesión
de entrenamiento, al sentirse algo invadido por el novato en cuestión de unos cuantos
segundos.

En el caso de Melisa, solamente bastó la primera fase del entrenamiento para que
esta cayera en una depresión muy profunda –a pesar de que no estaba tan
comprometida con el proceso desde un principio–. No pasó mucho tiempo antes de que
los estragos de dicha depresión se agravaran, y eventualmente terminó por pasar toda
una semana sufriendo de severos ataques de ansiedad que le incapacitaron para
presentarse a las sesiones de entrenamiento, y que dentro de las siguientes tres
semanas harían menos que intermitente su asistencia a las mismas.

El resultado obvio que dejó su ausentismo fue un claro retraso en el desarrollo de


sus habilidades –especialmente si se comparaba su desempeño con el de sus
compañeros–. No había logrado una sola extracción o inserción en el tiempo que llevaba
entrenando con La Orden, pero gracias al gran empeño y dedicación puesto en su
bloqueo, Melisa logró dominar esta habilidad con muy buenos resultados, y en un corto
lapso de tiempo –motivada fuertemente por su paranoia, rabia, e impotencia ante la
invasión de su privacidad, y su vida en general.

En el caso del resto del grupo –Arturo, Erika, Tony, y Raúl–, el desarrollo de sus
habilidades se presentó de una manera equilibrada, y con relativa facilidad. De hecho,
los cuatro jóvenes podían extraer, insertar, y bloquear sin gran esfuerzo. Sin embargo,
ninguno de los anteriores había mostrado las características propias de una habilidad
superdesarrollada –tal como el “Bloqueo” de Ixtab, o la “Extracción” de Daniel.
CAPÍTULO 27

UN CASO INTERESANTE

Existe una pequeña comunidad en medio de un extenso y frondoso bosque al


norte de Inglaterra. Su población no rebasa los 1000 habitantes, y la mayoría de esos
habitantes son gente mayor retirada.

Dicha comunidad cuenta con varios negocios de diferentes rubros. Principalmente


supermercados, farmacias, y tiendas con productos de primera necesidad, pero también
algunos negocios familiares, unas cuantas franquicias más que conocidas a nivel
mundial –tales como Starbucks y McDonald’s–, y una oficina central del corporativo de
una empresa de seguros que coordina varias sedes en toda Europa y Norteamérica.

Dicha oficina es un inmueble de 2 pisos –asentado sobre un terreno de unos 150


metros cuadrados–, y posee un diseño arquitectónico muy moderno, que hace un notable
contraste con las características conservadoras de la comunidad.

A lo alto de la fachada del complejo, un llamativo rótulo con letras en color azul
claro y sombreado amarillo, anuncia:

“AKER INSURANCE.”

Justo debajo del rótulo, un par de puertas corredizas automáticas de cristal dan
acceso al amplio lobby de paredes blancas –con una notable pulcritud tanto en su
apariencia, como en su diseño–, y cuatro sillones cafés de piel sintética se reparten a
ambos lados de la entrada, acompañados de un par de mesitas de centro que siempre
muestran una amplia variedad de revistas de temas diversos que cumplen el propósito
de brindarle entretenimiento a los visitantes que se encuentren en espera.

El área de recepción se encuentra frente a la entrada –justo debajo de una pantalla


LCD de alta definición de 50 pulgadas–, y esta es invariablemente el primer contacto con
los clientes locales, empleados de otras sucursales, o cualquier otra persona que tenga
asuntos que atender con la aseguradora –la cual lleva a cabo toda su operación
corporativa en el segundo piso de las instalaciones, y utiliza el primero como un espacio
para el almacenamiento de formas y documentos, una cafetería para empleados, y un
área de juntas que cuenta con varias salas de usos múltiples.
Dos hombres vestidos con gabardinas largas entraron al estacionamiento de la
propiedad en un camáro negro del año, y al ingresar al edificio se encontraron en la
recepción con una agradable joven pelirroja que tenía varias pecas en sus mejillas –
quien les aguardaba con una sonrisa que utilizaba para tratar de disimular su notable
cansancio.

–Good afternoon, gentlemen –dijo Eileen con un sofisticado acento británico.

–Hello Eileen, we are being expected –dijo un hombre alto, rubio, de ojos azules,
y un rostro serio con varias líneas de expresiones faciales muy marcadas –especialmente
en la frente–, que tenía un acento alemán muy marcado.

Su nombre era Hans Günter.

–Of course, Sir –confirmó Eileen mientras tecleaba rápidamente en su


computadora de escritorio.

–Te ves cansada, caperucita. Supongo que es difícil mantenerse despierto con un
trabajo tan aburrido como el tuyo –dijo con una sonrisa juguetona el hombre moreno,
corpulento, calvo, y de barba partida parado a la izquierda del alemán.

Su nombre era David Sandoval.

– ¡Argggh! –Gruñó Eileen al tiempo que torcía su mirada en señal de desagrado–


. Me muero por ser ascendida a… ejecutiva –confesó Eileen en voz baja, y con un muy
buen español.

–Eso decíamos todos al principio –comentó Günter con amargura, al tiempo que
daba media vuelta hacia los elevadores a su izquierda, pasando por detrás de su
compañero –quien se rezagó a propósito por un par de segundos más.

–Tienes talento. Y lo han notado –animó Sandoval en voz baja antes de alejarse
del mostrador.
Günter y Sandoval entraron al elevador, y justo después de que las puertas se
cerraran frente a ellos, un panel con un dispositivo de reconocimiento de voz y retina
descendió de un compartimento secreto, al tiempo que la voz de Aker pedía:

–Identifíquese, por favor.

Sandoval acercó su rostro al artefacto, y dijo:

–Agente David Sandoval.

–Bienvenido, agente Sandoval –respondió Aker dos segundos después.

El agente Günter también se identificó, y después de ser bienvenido por Aker sintió
como el elevador comenzaba a descender.

–Es una buena chica. No debería estar pensando en involucrarse en esto –opinó
Günter con respecto a Eileen.

–Todos merecemos al menos una oportunidad de hacer lo que creemos que nos
gusta, Hans.

–Al menos estamos de acuerdo en que ambos sabemos que no le va a gustar si


alguna vez la hacen agente –concluyó Günter.

Sandoval se encogió de hombros en señal de acuerdo, al tiempo que la voz de


Aker se escuchaba de nueva cuenta:

–Bienvenidos al Centro de Operaciones de La Guardia de la Orden de Aker.

Las puertas del ascensor se abrieron y los agentes salieron hacia un pasillo
angosto con una sola dirección hacia su lado izquierdo. Dicho pasillo estaba elevado
sobre lo que era un espacio enorme lleno de cubículos, con unos cien agentes trabajando
frente a computadoras, y portando diademas con audífonos y micrófonos sobre sus
cabezas.

Al fondo de la gran sala se podía apreciar otra sección separada de esta anterior,
que se dividía en tres estaciones diferentes –de supervisión, de asistencia, y de
valoración de la información recibida–. En esta sección se encontraban unos cincuenta
agentes más trabajando en condiciones similares a las del área principal, sólo que este
espacio no se dividía en cubículos, mostraba mucho más movimiento, y nadie parecía
tener un lugar permanente de trabajo.

El pasillo los llevó alrededor de la sala de operaciones hasta llegar a donde se


encontraban cinco oficinas –las cuáles habían sido construidas sobre un esqueleto
metálico cubierto con tablaroca -exceptuando su parte frontal, la cual se componía de un
largo panel de cristal con puertas de acceso para cada oficina.

Solamente tres de las cinco oficinas eran utilizadas en la actualidad. La primera


oficina era la del agente Uri –la cual había pertenecido a Ibáñez por muchos años antes
de su desafortunado deceso–, la siguiente la ocupaba ahora la agente Karla –quien al
igual que Uri, no se encontraba en ese momento ahí–, y la última era la de Bruno –el jefe
de La Guardia–, quien a últimas fechas había estado frecuentemente ausente por tener
que atender otras cuestiones de mayor importancia y prioridad para La Orden, junto a
Máximo, y Ek Chuak.

Alguien que rehusó una oficina en el Centro de Operaciones de La Guardia –


debido a que normalmente tampoco se encontraba en la misma–, era Fernando, quien
prefería la acción que le proporcionaba el trabajo del agente de campo, a la relativa
comodidad de un escritorio –claro que, en esta ocasión, era él quien aguardaba a
Sandoval y a Günter dentro de la oficina de Bruno.

–Nunca me gustó seguirles la pista a asesinos seriales. Me dan asco las cosas
que pueden llegar a hacer esos tipos –declaró Günter mientras caminaba hacia la oficina
de Bruno.

– ¿De qué hablas?, ¡Son los casos más interesantes que podemos tener!, ¿Cuál
es el reto en perseguir a los criminales comunes? –Argumentó Sandoval.

–A ti te fascinan porque eres un retorcido –dijo Günter ya con un pie dentro de la


oficina de Bruno.

–Buenos días, agentes. Tomen asiento por favor –ordenó cortésmente Fernando.

–Gracias, señor –respondieron los dos.


Fernando tenía varios expedientes apilados sobre el escritorio de Bruno, y una
libreta que mostraba una lista en la que obviamente estaba trabajando antes de ser
interrumpido por Günter y Sandoval.

Mientras se inclinaba para sentarse, Sandoval alcanzó a ver un par de fotos en


las que aparecían los hijos de Don Miguel Casamayor.

– ¿Cómo va la búsqueda, señor? –Preguntó Sandoval.

–Seguimos con las manos vacías –admitió Fernando decepcionado–. Si no


estuviera tanto tiempo encerrado aquí, y si fuera el único caso abierto que tuviera bajo
mi supervisión, sería distinto –Fernando señaló la pila de archivos sobre el escritorio con
la mirada.

–Pronto serán encontrados. Es cuestión de tiempo –animó Günter.

–Eso espero, Hans –respondió Fernando dubitativo–. Pero ese es otro asunto.
Pasemos al perfil del asesino serial del que me hablaban.

Günter miró a Sandoval, quien al momento sacó una tablet de 12 pulgadas que
guardaba debajo de su abrigo.

–Tenemos a 47 mujeres jóvenes de entre 17 y 25 años, de diversas ciudades


principales de Europa, y sobre todo, muy atractivas –resaltó Sandoval–. Todas fueron a
un bar o antro un fin de semana a tomar unos tragos –la mayoría de ellas, con amigas y
amigos–. A pesar de esto, un sujeto se acerca a hablar con ellas, y en cuestión de un par
de minutos las convence de dejar el lugar, e irse con él. En todos los casos, todo esto ha
sucedido sin que alguien hubiera visto el momento en que se fueron, y sin que alguien
tuviera la más mínima memoria del más mínimo detalle de la apariencia del sujeto. Lo
único que tienen en común las declaraciones de los testigos es que las chicas regresaron
a sus casas al día siguiente sanas y salvas, pero mostrándose sombrías y lejanas, y
diciendo que no se sentían bien. Todas cayeron en un coma mientras dormían dentro de
los siguientes dos o tres días, y todas murieron en un lapso no mayor a dos semanas.

Fernando miró entre intrigado e interesado a ambos agentes.


–Las autopsias revelaron que la causa principal del fallecimiento había sido una
“muerte cerebral repentina” –agregó Sandoval.

Fernando se recargó sobre el respaldo de su silla analizando profundamente lo


que acababa de escuchar.

–Este podría ser el psíquico –o uno de los psíquicos–, que están detrás de las
posesiones de Ibáñez, y de tantos otros miembros de La Guardia –especuló finalmente
Fernando.

– ¡Exacto! –Dijo Sandoval entusiasmado.

Fernando levantó el teléfono y marcó un número con rapidez.

–Necesito que me comuniques con Bruno a la brevedad –ordenó Fernando en el


teléfono.

–Señor, nosotros…

–Voy a informar a La Orden de este hallazgo de inmediato –anunció Fernando


interrumpiendo a Sandoval–, ¡No saben lo importante que esta información nos puede
resultar con el seguimiento adecuado! –Dijo Fernando con un leve y poco común
entusiasmo en su tono de voz–, Lo que necesito ahora de ustedes es que identifiquen
patrones que nos puedan llevar a rastrear a este sujeto.

–De hecho, señor...

–Movilizaremos a cuantos agentes disponibles tengamos en toda Europa si así se


requiere –aseguró Fernando con la bocina del teléfono pegada a su oído izquierdo, e
interrumpiendo de nueva cuenta los débiles esfuerzos de Sandoval por hablar.

– ¡Ya tenemos a un sospechoso identificado, señor! –Interrumpió Günter con voz


alta y firme–, Y queremos que usted esté con nosotros en el operativo esta misma noche.

– ¿Esta noche? –Preguntó Fernando entre escéptico y asombrado.

–Los últimos tres casos se han dado en Londres en las últimas seis semanas,
señor. Naturalmente, en cuanto supimos de los dos primeros casos –gracias a nuestros
reportes de inteligencia–, nos esparcimos por varios bares, pubs, y antros nocturnos en
la ciudad, y gracias a esto uno de nuestros agentes identificó al que ahora es nuestro
principal sospechoso en un pub en Manchester. Pero necesitamos estar seguros de que
ese tipo es el psíquico que buscamos –reportó Sandoval.

– ¿Y quién mejor que tú para cerciorarnos con seguridad, Fernando?, Además, si


es el hombre que buscamos, nosotros solos no podremos con él –reconoció Günter.

– ¿Y saben dónde estará? –Preguntó Fernando.

–Inteligencia utilizó un algoritmo muy sofisticado para determinar los tres lugares
con el más alto grado de probabilidad en los que podría aparecer, y tendremos a varios
agentes más monitoreando otros cinco establecimientos –nunca está de más ser
prevenidos–. Nosotros nos posicionaremos estratégicamente al centro del área de más
probabilidad, y en cuanto cualquiera de los agentes nos confirme la localización exacta
del sospechoso, tanto el agente Günter como yo le asistiremos personalmente en el
operativo –detalló Sandoval.

–A menos que prefieras llevar a alguien más experimentado. Tal vez Karla, o Uri
–sugirió Günter para el descontento de Sandoval, quien se encontraba más que
dispuesto a participar en el que podría ser el más importante operativo de su vida.

–No creo que sea necesario, Günter. Estoy seguro de que la presencia de
Fernando en el operativo será más que suficiente para atrapar a este tipo –afirmó
Sandoval–. Claro que... si usted cree que es conveniente llevar a alguien más
experimentado... –agregó Sandoval al sentir que su comentario le hacía ver demasiado
impetuoso.

–Karla y Uri no están aquí –lamentó Fernando–. De cualquier manera, les dejaré
un mensaje en caso de que puedan…

–Te escucho, Fer –dijo la voz de Bruno en el auricular del teléfono.

–Tenemos a un sospechoso en el caso de las posesiones, Bruno. Salgo a Londres


ahora mismo.

CAPÍTULO 28

AL ACECHO
–Puedo ver a la chica, pero no hay señal de los muchachos o de alguien que le
escolte –reportó el agente Sandoval por radio.

–No es posible que se encuentre sola, y menos en un lugar como este. Abran bien
los ojos, agentes –ordenó Fernando.

–Entendido –respondieron los agentes Sandoval y Günter.

Fernando fingía tomar tragos de la cerveza que tenía sobre la mesa en la que se
encontraba –pero en realidad lo que había hecho era derramar la mitad del tarro a un
costado de la mesa asegurándose de que nadie lo viera–, ya que no tomaba bebidas
embriagantes con regularidad, y mucho menos cuando se encontraba en servicio.

Después de observar el lugar una y otra vez con gran detenimiento, Fernando se
convenció de que la joven estaba en el lugar sin la compañía de ninguno de los otros
hijos de Don Miguel, y aparentemente sin algún tipo de seguridad personal.

¿Pero qué demonios está haciendo la hija de Don Miguel aquí sola? –Se preguntó
Fernando desconcertado.

– ¡El objetivo sé está acercando a la chica, señor! –Advirtió Günter con su marcado
acento alemán.

Los ojos de Fernando se abrieron grandes al confirmar aún escéptico lo que


Günter le había descrito.

–Lo veo, agente. Quédense en sus posiciones y manténganse alerta –ordenó


Fernando con relativa calma.

–Entendido –respondieron los dos hombres.

Ninguno de los agentes de La Guardia hubiera esperado encontrarse en este lugar


con los dos objetivos que en la actualidad eran los más importantes para La Orden –y
mucho menos juntos.
Fernando no creía en las coincidencias –su olfato de detective no le permitía ese
lujo–, así que decidió que dejaría que los eventos se desarrollaran lo más posible antes
de tomar parte en el asunto.

Adelante, muéstranos quién eres en realidad.

Cuidándose de no lucir interesado en la escena, Fernando vio al sujeto tomar con


fuerza el rostro de la hija de Don Miguel, y lograr que esta cambiara de renuente a
complaciente en cuestión de segundos –dándole así la evidencia suficiente para saber
que este era en efecto el psíquico que buscaban, y que nada de lo que ahí sucedía era
lo que parecía.

– ¡Lo tenemos, señor!, ¡Este es nuestro hombre!, ¡La está controlando! –Dijo
Sandoval acelerado.

– ¡Debemos salir de aquí de inmediato, agentes! –Ordenó Fernando.

–Pero ¡Tenemos al objetivo confirmado!, ¡Y a la hija de Don Miguel! –Protestó


Sandoval.

– ¡Es una orden, Sandoval!, ¡Obedezca! –Intervino Günter con autoridad, quien al
igual que Fernando tenía un sexto sentido en este tipo de operaciones.

A diferencia de Günter y Fernando –quienes dejaron un billete en su mesa para


pagar su cuenta, y después se pusieron en marcha tranquilamente para salir del lugar
sin llamar la atención–, Sandoval golpeó la mesa con su mano extendida, se levantó de
su silla con evidente molestia, y comenzó a caminar hacia el acceso principal del lugar
sin quitarle la vista de encima a sus objetivos.

A Fernando tampoco le había gustado la idea de dejar ir al sujeto –y mucho menos


con la hija de Don Miguel–, pero todo lo ocurrido le hacía temer que se encontraran en
medio de una trampa, y que sus agentes expuestos pudieran ser fácilmente asesinados
–o aún peor, poseídos.

Sandoval estaba furioso, y por un momento dudó si debería de desobedecer la


orden de Fernando y seguir a su objetivo cuando este salía con la joven por la puerta de
salida de emergencia –y fue ese pequeño momento de distracción e ira el que bastó para
que bajara por completo sus defensas psíquicas.
El agente se dio cuenta de su grave error al encontrarse paralizado, y sin control
alguno sobre sus pensamientos. Cuatro segundos después, cayó sobre sus rodillas, y la
luz se apagó para él.

– ¡Sandoval! –Gritó Günter–, ¡Agente caído!

Fernando vio a Sandoval tirado boca abajo en medio de un círculo de gente que
le había visto caer repentinamente. Vio a Günter caminar apresuradamente hacia él con
su arma discretamente lista en su mano derecha, y girando su cabeza alrededor
buscando a un posible tirador.

Al llegar a un costado de Sandoval, Günter lo giró boca arriba, y buscó señales de


heridas en su cuerpo mientras utilizaba sus dedos índice y medio para checar el pulso
en su cuello.

– ¡Fernando!, ¿En dónde estás? –Gritó Günter desesperado, y elevando su


mirada para buscarle alrededor.

– ¡He’s got a gun! –Gritó una mujer aterrorizada al ver el arma de Günter.

Fernando vio a la gente del lugar alejarse aterrorizada –o al menos sorprendida y


en estado de alerta–, al haber escuchado la advertencia de la chica, y/o al haber visto la
pistola de Günter. Todos, excepto un hombre Afroamericano alto y muy delgado que
vestía unos jeans y una playera tipo polo muy ajustados, y que miraba muy atentamente
a Sandoval sin que su rostro mostrara ni la más mínima señal de sobresalto.

– ¡Aléjate de Sandoval! –Advirtió Fernando en la mente de Günter.

Günter volteó de inmediato hacia Sandoval, y miró aterrado como este sacaba un
arma de detrás de su cintura. Su rápida reacción llegó justo a tiempo para desviar de un
manotazo la dirección del arma en la mano de su compañero –evitando así un disparo
que iba directo a su cara, pero no lo suficientemente rápido para evitar que la bala le
atravesara la clavícula derecha.
Günter chilló de dolor al recibir el impacto. Pero el dolor físico no se comparaba a
la angustia de ver a su compañero de tantos años de servicio apuntándole directamente
a la cabeza a tan sólo un metro de distancia, y sin la menor expresión de compasión, o
duda.

Fernando vio lo que estaba a punto de pasarle a Günter –y al mismo tiempo–,


observó la mirada maliciosa de triunfo adelantado en el rostro del sujeto que manipulaba
la mente de Sandoval –quien ya lo había identificado, se encontraba en una posición
muy ventajosa, y levantaba ya su arma hacia él.

En tan solo una milésima de segundo Fernando decidió lo que iba a hacer, y se
dio cuenta de que sólo tendría una oportunidad para lograrlo.

¡Ahora o nunca!

Con una velocidad sorprendente, Fernando se lanzó de costado hacia detrás de


una mesa a su izquierda buscando cubrirse de los disparos de su atacante, y al mismo
tiempo –con su Beretta px4 lista en su mano derecha–, disparó la única bala que su
limitado campo de visión le permitió disparar.

Günter vio la bala de Fernando hundirse en la frente de Sandoval, y sintió gotas


de la sangre de este salpicarle la cara. Su estado de shock fue inmediatamente
interrumpido por el sonido de tres descargas más a su izquierda –las cuales iban dirigidas
a Fernando–. Günter intuyó que la siguiente ronda de disparos iría hacia él, y casi
automáticamente se apoyó sobre su brazo izquierdo, y sus dos piernas –con un grito de
esfuerzo y dolor causado por su herida–, y se lanzó tan rápido como pudo hacia la parte
de atrás de una de las mesas que estaban tumbadas a unos cuantos centímetros de su
actual posición.

El movimiento de Günter le salvó de una bala que le pasó rozando la nuca, pero
le costó que un segundo proyectil le hiriera la parte lateral interna del muslo derecho. Sin
embargo –y a pesar de sus dos heridas de bala–, Günter levantó su arma desde su
incómoda posición en el suelo, y soltó tres disparos a ciegas hacia donde calculaba que
se encontraba su atacante –con la intención de ahuyentarlo en caso de que este quisiera
acercarse a terminar el trabajo–, pero este ya se encontraba en su carrera de escape
hacia la entrada principal del lugar.

– ¡Fernando!, ¡Estoy herido! –Gritó Günter.


– ¡Tenemos que huir de aquí, Günter!, ¡Vamos! –Fernando abrazó a Günter por la
espalda a la altura del tórax, metiendo sus brazos por debajo de sus hombros con la
intención de ponerlo de pie de un fuerte tirón.

Günter cooperó con este movimiento a pesar de la enorme cantidad de dolor que
el mismo le causó, pero Fernando se dio cuenta de que la herida en la pierna del alemán
le imposibilitaría caminar. Así que se inclinó frente a él, lo abrazó por la cintura, y lo cargó
sobre su hombro izquierdo.

– ¡Agente herido!, ¡Solicito extracción por la salida principal, ya! –Ordenó


Fernando por radio apresurándose a la entrada del establecimiento.

– ¡Negativo señor!, ¡Quédese dentro del lugar!, ¡Repito!, ¡Quédese den…! –Trató
de decir una voz femenina antes de ser interrumpida por algo, o alguien.

Fernando estaba a punto de protestar sin detener su paso acelerado entre la gente
que aún lo miraba como una amenaza y se hacía a un lado sin titubear, cuando escuchó
disparos que venían justo de afuera del pasillo que les conduciría a él y a Günter a la
salida.

Fernando se detuvo rápidamente al tiempo que apuntaba su arma hacia donde


había escuchado los disparos.

– ¿Cuál es la situación?, ¿Alguien me copia? –Preguntó Fernando en un


ininterrumpido estado de alerta sin obtener respuesta alguna.

Alrededor de diez disparos más se escucharon, y se podía percibir que cada


descarga estaba cada vez más cerca de la entrada al bar, ubicada a tan sólo un par de
metros a la izquierda del final del pasillo en donde Günter y Fernando ahora aguardaban
expectantes.

Lo primero que Fernando pensó fue que su mejor oportunidad de sobrevivir sería
frustrando el muy probable intento de emboscada saliendo rápidamente del lugar -
además de que regresar pondría en peligro a los civiles-, pero reconsideró su situación
cuando no pudo obtener respuesta alguna de su equipo, y entendió que con Günter sobre
su hombro izquierdo, y con los disparos justo a la vuelta de la esquina de un pasillo de
ocho metros de largo –en el cual se había quedado a la mitad–, su mejor opción era estar
listo al encuentro de un posible atacante, y disparar primero sin margen de error.

Dos disparos más se escucharon, y esta vez uno de ellos se estrelló contra uno
de los muros al final del pasillo.

–Sea quien sea, claramente se dirige hacia acá –pensó Fernando sin dejar de
apuntar hacia la esquina que daba a la puerta.

Acto seguido, un alto y musculoso guardia de seguridad del bar apareció en el


pasillo, caminando de espaldas y con las manos en el aire.

– ¡I’m unarmed mate! –Gritó el inglés asustado.

Fernando casi le disparó al momento de verlo aparecer frente a él. Por desgracia,
la satisfacción de no haber disparado sobre un inocente terminó muy pronto, ya que al
menos cuatro disparos más se escucharon, y el joven cadenero cayó abatido sobre la
pared detrás de él.

– ¡Scheiße! –Maldijo Günter desesperado.

La abrumadora tensión que tanto Fernando como Günter ya experimentaban por


la incertidumbre de la situación, subió de nivel desproporcionadamente al escuchar a sus
espaldas varios disparos más, seguidos de los gritos de terror de los civiles que seguían
adentro.

¡Estamos rodeados!

Fernando se inclinó sobre su rodilla derecha, y bajó a Günter lo más rápida y


cuidadosamente posible. Tomó la Walther P99 calibre 45 de su compañero herido, y con
un arma en cada mano apuntó hacia ambos lados del pasillo con sus brazos totalmente
extendidos.
Dos agentes de la Guardia de la Orden aparecieron de golpe a la derecha de
Fernando con un movimiento rápido y estratégico. La primera agente giró rápidamente
sobre la esquina del pasillo en donde se encontraba agazapada, cayó sobre su rodilla
derecha, y soltó dos disparos –el primero pasó muy por encima de su objetivo, pero el
segundo pasó a sólo centímetros de la cabeza de Fernando.

A diferencia de su atacante, Fernando era un excelente tirador –y al igual que


había ocurrido momentos antes con Sandoval–, el psíquico sólo necesitó un disparo para
derribar a la agente después de herirla justo en el pecho.

Por desgracia para el psíquico, el segundo atacante se había lanzado sobre su


costado izquierdo, y había disparado también dos veces en contra de su objetivo –con
mucha mejor certeza que su compañera–. El primer disparo rozó el costado izquierdo de
Fernando, y el siguiente le dio de lleno en la parte frontal del hombro derecho –
provocando con esto que soltara su arma al absorber el impacto, y haciéndole caer de
espaldas en una posición más que vulnerable.

Fernando estaba consciente de que el agente sabía que lo tenía en sus manos, y
supo que no había manera de que pudiera recuperarse a tiempo en esta ocasión.
Además, lo más seguro era que alguien más estuviera ya emboscándolo por el lado
contrario del pasillo.

El recuerdo de su madre tomó prioridad en su mente. Se preguntó si ella también


había sabido que el final venía antes de ser herida por Ibáñez la noche de su muerte.

Tuviste un final honorable, madre.

Fernando ya ni siquiera se esforzó por tratar de disparar el arma que aún sostenía
en su mano izquierda, y mucho menos por volver a tomar el arma que soltó al ser
alcanzado por la bala de uno de sus ex-subordinados –quien ya le apuntaba desde el
extremo del pasillo.

El psíquico esperó escuchar en cualquier momento el sonido explosivo de la


descarga de la .45 que terminaría con su vida –el cual nunca llegó–. En vez de eso,
escuchó dos veces el tenue silbido característico de los silenciadores –mismo que
provenía de un pistolero ubicado detrás de él.

Ambos disparos se hundieron en la cabeza del que estaba a punto de asesinar a


Fernando hacía décimas de segundos. La precisión fue tal que las balas encontraron su
objetivo a tan sólo unos cuantos milímetros de separación entre las mismas.
Günter y Fernando quedaron totalmente atónitos ante lo ocurrido. Ambos giraron
sus miradas inmediatamente hacia el extremo del pasillo de donde habían salido los
disparos, pero se encontraron con que este estaba totalmente vacío.

– ¡Tenemos que irnos, Günter! –Determinó Fernando con gran esfuerzo al tratar
de ponerse de pie.

– ¡Aquí, agente Santini!, ¿Alguien me copia? –Escucharon Fernando y Günter en


su radiotransmisor.
– ¡Aquí, Fernando!, ¿Cuál es la situación, agente?

– ¡Sufrimos muchas bajas, señor!, ¡Debemos irnos de aquí antes de que llegue la
policía!, ¿Cuál es su ubicación? –Preguntó Santini justo antes de girar hacia el pasillo en
donde se encontraban Fernando y Günter aún tratando de ponerse de pie.

La agente Santini se congeló por una fracción de segundo al ver los cuerpos de
sus ex-compañeros en el piso.

–Tenía que hacerse –se dijo a sí misma.

– ¡Agentes heridos!, ¡Repito!, ¡Agentes heridos!, ¿Alguien me copia?, ¡Solicito


extracción de inmediato! –Requirió Santini con su arma aún lista en su mano derecha, y
caminando apresuradamente hacia Fernando y Günter.

– ¡Tengo un auto!, ¡Diríjanse ahora mismo hacia la salida de atrás del bar para
extracción! –Indicó el agente Robles.

– ¡Vamos para allí! –Confirmó la agente Santini con su marcado acento argentino–
, ¿Puede caminar, señor? –Preguntó Santini señalando la herida en el costado de
Fernando, que había dejado una considerablemente amplia mancha de sangre sobre su
camisa a pesar de haber sido solamente un rozón.

–Estoy bien, agente. Vamos, Hans –Fernando le tendió su mano izquierda a


Günter, y Santini ayudó a ponerlo de pie.
Los tres agentes se dirigieron hacia la salida de atrás tan rápido como pudieron.
La mayoría de las personas en el bar aún se encontraban escondidas debajo de las
mesas, algunas detrás de la barra, y otras más escondidas en los baños.

Fernando, Santini, y Günter, quedaron pasmados con la escena que presenciaban


en su camino a la salida del bar. Había al menos diez cadáveres. Cuatro de ellos eran
agentes de La Guardia –incluyendo a Sandoval–, y los demás a simple vista parecían
ser civiles.

Siguieron avanzando apresuradamente –a pesar de que Günter gemía a cada


paso que daba aún apoyado sobre los hombros de Fernando, y Santini–. Llegaron a la
puerta de la salida trasera, y Santini se aseguró de que no hubiera peligro antes de darles
la señal de salida a su compañero, y a su superior.

–Es seguro, ¡Vamos!

Fernando y Günter avanzaron con ella, y continuaron caminando por el callejón


de la parte de atrás del bar hacia una avenida pequeña, pero algo transitada. Acto
seguido, una Acadia de cuatro puertas dio vuelta violentamente hacia el callejón, y siguió
desplazándose rápidamente hacia donde estaban ellos.

Ante esto, Santini soltó a Günter e inmediatamente apuntó su arma con ambas
manos hacia el conductor del vehículo.

– ¡Baja tu arma, Pamela!, ¡Soy yo! –Anunció Robles por radio.

Fernando y Santini auxiliaron a Günter a entrar en el asiento trasero del vehículo


en cuanto Robles se detuvo junto a ellos, y después Santini decidió acompañar al alemán
en un intento por comenzar a atender sus heridas. Por su parte, Fernando tomó el asiento
del copiloto, y Robles arrancó en reversa a toda velocidad hasta incorporarse a la
avenida.

– ¿Qué diablos pasó aquí? –Preguntó Robles desconcertado.

–Una maldita trampa –murmuró Fernando–. Ese era un psíquico muy poderoso.
Se apodero de Sandoval en segundos, y sin ninguna dificultad –relató Fernando
preocupado–, ¡Y lo peor es que el otro maldito se escapó con la hija de Don Miguel! –
Explotó Fernando mientras golpeaba con fuerza el tablero del vehículo.

Fernando no se caracterizaba por este tipo de despliegue de emociones frente a


otras personas. Lo cual hablaba de lo mucho que la situación en la que se encontraba
La Orden –sumada a la situación que acababan de vivir hacía unos minutos–, estaba
afectándolo profundamente en todo aspecto.

–Lo último que recuerdo es al boludo de Márquez golpeándome con fuerza. No


me defendí por qué no esperaba un golpe de él –relató Santini al apretar el torniquete
que había puesto sobre el muslo de Günter–. Cuando desperté vi el cadáver de González
muy cerca de mí, además de varios civiles heridos, y otros tantos asesinados. Fue en
ese momento cuando me comuniqué con ustedes, y me dirigí a la entrada del bar solo
para encontrar… –La voz de Santini se cortó cuando recordó el cuerpo de su compañero
Márquez tendido en el suelo frente a ella, junto al de la agente Halpert, quien había sido
su compañera durante el entrenamiento de inducción a La Guardia–. Bueno, eso ya no
importa.

El hombro de Fernando punzaba de dolor y no le permitía pensar con claridad.


Todo lo que sabía en ese momento era que se sentía culpable por la muerte de tantos
agentes de La Guardia en un operativo bajo su mando, y que sentía un terrible
remordimiento por haber tenido que disparar sobre Sandoval, y Halpert –a pesar de
saber que ya no eran ellos en realidad a quienes les había disparado, sino a una especie
de zombie que había sido programado para asesinarle.

Hicieron un gran trabajo, agentes. Yo les fallé.

CAPÍTULO 29

VALORACIÓN PSICOLÓGICA
Hacía dos meses que el entrenamiento en el Cuartel General de La Orden había
terminado, y los novatos habían sido transferidos al Centro de Operaciones de La
Guardia –en donde además de someterles a acondicionamiento físico intenso, y
entrenamiento en técnicas de combate cuerpo a cuerpo–, ahora se les adiestraba en el
uso de armas, explosivos, y tácticas de operaciones especiales.

A todos los novatos se les asignó un agente de experiencia a quien asistirían en


misiones y situaciones reales –siempre y cuando dicho agente decidiera que estos
estaban preparados para una determinada misión.

Conforme avanzaba el entrenamiento físico –el cual había comenzado en el


Cuartel General de La Orden–, los novatos se dieron cuenta de que sus habilidades
corporales se habían agudizado anormalmente. Su velocidad, agilidad, resistencia, y
fuerza en general, habían aumentado considerablemente desde que sus habilidades
psíquicas se habían activado.

Carlos escuchó una parte de la conversación entre Erika y Arturo en la que ambos
coincidían en que no podían creer las cantidades de energía y fuerza tan inusuales que
poseían a últimas fechas –especialmente porque ninguno de los dos tuvo habilidades
atléticas decentes en su vida antes del entrenamiento.

–Como ya lo comenzaron a notar algunos de ustedes. Su cuerpo está sufriendo


cambios extraordinarios que se reflejan en sus habilidades físicas –Carlos se dirigió al
grupo entero–. Su actividad sináptica neuronal se ha vuelto más rápida de lo que era,
por lo que su cuerpo tiene la capacidad de producir y soportar cantidades de energía
mucho mayores a las del cuerpo del humano común. Y este fenómeno es el que acelera
y eleva la potencia de procesos importantes, tales como el metabolismo, y la
regeneración celular.

Obviamente, los cambios acelerados y repentinos en los cuerpos de los novatos,


sumados al pesado proceso psicológico y existencial que el entrenamiento exigía de los
mismos, demandaban sin duda alguna la atención y el seguimiento psicológicos
pertinentes.

Eréndira Almeida –una de cinco agentes especializados en la impartición de


terapia y atención psicológica a miembros de La Guardia–, era una psiquiatra española
con una maestría en ciencias de la conducta, y un doctorado en neuropsicología.
La española rebasaba el 1.80 de estatura. Era de rasgos fuertes y toscos, y sus
hombros y espaldas eran irregularmente anchos para la estructura física de una mujer.
En adición, era una mujer que se esforzaba en que su vestimenta dejara muy en claro
que era una intelectual, y le fascinaban los desplantes emocionales intensos en las
personas, ya que sostenía –basada en los aportes del creador de la psicoterapia Gestalt,
Fritz Perls–, que son estos exabruptos poco civilizados los que muestran la verdadera
esencia del humano.

Nada más genuino y transparente que una buena rabieta, un buen orgasmo, una
buena carcajada, o un buen susto –decía Eréndira con frecuencia.

Durante la etapa del entrenamiento inicial, la psiquiatra se reunía con Carlos una
vez al mes para darle su informe de valoración psicológica sobre cada uno de los novatos
–a los cuales veía una vez a la semana–. Pero una vez que estos llegaron a la parte final
de su entrenamiento en el Centro de Operaciones de La Guardia, Eréndira se reunió con
Carlos para presentar su informe final –ya que la incorporación oficial de los ex-pupilos
a La Guardia de la Orden dependía en gran parte de lo que ella presentara en su reporte.

Raúl presentaba conductas cada vez más agresivas y confrontativas –que iban
acompañadas de ideas obscuras–, y su actitud competitiva le llevaba a tratar
constantemente de entrar en las mentes de sus compañeros aún cuando no se
encontraban entrenando –razón que le valió un par de enfrentamientos con varios de los
mismos.

Arturo presentaba un trastorno generalizado de ansiedad acompañado de


pensamientos suicidas ocasionales, y una fijación traumática manifestada en pesadillas
recurrentes que por lo general revivían el momento en que había sido abusado en su
infancia.

Melisa insistía en renunciar a La Orden y regresar a su vida normal –mediante


brotes histéricos abruptos–. Además, comenzó a desarrollar ideas paranoides y delirios
de persecución con respecto a los miembros de La Orden, y a sus compañeros –dichos
delirios de persecución le provocaron un par de crisis nerviosas serias durante todo su
proceso.

Los miembros restantes del grupo presentaron también cuadros de estrés,


ansiedad, y depresión. Pero en estos casos específicos, Eréndira describió los niveles
de estas manifestaciones como normales, en proporción a las condiciones a las que
habían sido sometidos durante su entrenamiento.
Por lo señalado anteriormente, la psiquiatra no agregó observaciones especiales
en ninguno de los expedientes de estos últimos, y tampoco recomendó seguimiento
psicológico obligatorio.

– ¿Cuál es tu recomendación en cuanto a estos tres casos específicos? –Preguntó


Carlos.

–Melisa ha dejado muy en claro que no tomará parte en operaciones de campo


por el momento. Pero en las últimas sesiones ha admitido estar muy entusiasmada con
sus nuevas habilidades, y el bien que podría aportarle a la sociedad si las utiliza de buena
manera –reportó Eréndira con optimismo.

–Lo único que necesita es tiempo, entonces –afirmó Carlos.

–Así es.

– ¿Y qué me dices de Arturo?

–Nada, que Arturo estaría mejor sólo en operaciones de logística por ahora –dijo
Eréndira con seriedad–. Su entusiasmo, dedicación, y compromiso con su entrenamiento
y con La Orden en general son obvios. Sin embargo, sus altibajos emocionales, sus crisis
de ansiedad, y sobre todo sus ideas suicidas no deben tomarse a la ligera –advirtió la
española–. Por lo que, recomiendo monitoreo constante, la medicación que ya le he
prescrito, y seguimiento terapéutico.

–Muy bien. Entonces supongo que lo mantendremos cerca, ocupado, y rodeado


de agentes –resolvió Carlos–, ¿Qué hay de Raúl?

–Mira que Raúl es el tío más comprometido de todos. Que de eso no tengo duda
alguna.

–También uno de los más avanzados –reconoció Carlos.

–Es una realidad que su actitud con tendencias antisociales podría causar
estragos en operativos reales. Especialmente por su problema con las figuras de
autoridad, y su actitud retadora –describió Eréndira.

–De tal palo tal astilla –murmuró Carlos.

–Pero privarle de lo que más quiere en este momento sería contraproducente, ya


que podría alimentar su necesidad de ir contra las reglas. Así que recomiendo que se le
ponga en acción, pero directamente con un miembro de La Orden. De preferencia alguien
con carácter, y algo de dureza –recomendó Eréndira.
–No veo una mejor opción que Fernando. No hay nadie mejor para meter en
cintura a este… agente novato –dijo Carlos con una sonrisa malévola.

A Eréndira se le escapó una risita por el comentario de Carlos.

–Es un buen muchacho –justificó Eréndira tratando de recuperar su postura


profesional de nueva cuenta–. De hecho, creo que todo esto es simplemente una
reacción pasajera normal ante la memoria de sus padres que accidentalmente obtuvo de
Arturo.

–Esa memoria me hubiera vuelto loco –aseguró Carlos con amargura.

–Por cierto. Creí que Fernando aún estaba en recuperación.

–Así es. Pero eso no lo ha detenido, ¡Es una verdadera máquina!

–Sí que lo es. Especialmente después de sentirse responsable por la pérdida de


tantos hombres en un solo operativo. Y dos de ellos por sus propias balas –señaló
Eréndira con el ceño fruncido en señal de pesar–. Y supongo que lo más decepcionante
y aterrador es saber que todo esto ha sido provocado por sólo uno de ellos.

Carlos tomó una profunda bocanada de aire antes de hablar.

–Todos estamos preocupados por estos sujetos y lo que pueden hacer –aceptó
Carlos–. Poseer la mente de una persona ya era lo suficientemente preocupante. Pero
poseer las mentes de al menos seis agentes entrenados de La Guardia con tanta
facilidad es… alarmante.

– ¿Y qué opinan Máximo, Bruno, y Ek acerca de esto? –Preguntó Eréndira.

Carlos pausó nuevamente antes de responder.

–Las cosas no han estado del todo bien en La Orden. Y es por eso que no he
tenido muchas noticias de ellos. Pero supongo que deben de estar también sumergidos
en el asunto.
– ¿Que podemos hacer contra algo así, Carlos?

–No lo sé. Estoy tan preocupado y confundido como todos los demás en La Orden.
Pero te pido por supuesto que nadie más en La Guardia sepa de esto. No podemos
alterarlos –pidió Carlos al darse cuenta de que su sinceridad había sido impertinente–.
Además, tenemos de nuestro lado a dos de los psíquicos más poderosos que existen.

– ¡Claro!, ¡Máximo y Ek Chuak seguro nos sacarán de esta como siempre! –Dijo
Eréndira con renovado optimismo.

–Bueno. Yo hablaba de mí, y de Ek. Pero supongo que Max es bueno también –
Bromeó Carlos.

CAPÍTULO 30

KAPPA Y OMEGA

– ¡No hubo nada que pudiera hacer!, ¡Tenia al menos a seis agentes de La Orden
detrás de mí!, Incluyendo al tipo ese… Fernando, creo que se llama –argumentó Omega–
, ¡No sé cómo diablos supieron que Kappa estaría ahí!, ¿Cómo pudieron identificarlo?

– ¿Cómo sabes que estaban ahí por Kappa? –Inquirió Delta.

Omega sabía que Delta no confiaba en él, y que esta conversación era
oficialmente un interrogatorio en su contra.

–Cuando llegué al bar vi que había un taxi estacionado a unos metros de la


entrada. Y me llamó la atención ver que el chofer reaccionó muy sorprendido al escuchar
que una pareja abría la puerta de atrás para abordar, y que antes de que estos pudieran
siquiera intentar entrar al auto, este les negó el servicio casi con desesperación. Ahí supe
que ese no era taxista –describió Omega con detalle–. No lo pensé dos veces. Me
aproveché de la distracción, me metí a su cabeza, y descubrí que era un agente
encubierto de La Guardia de La Orden, y que estaba ahí en un operativo de identificación
y captura de un posible psíquico asesino serial de jovencitas.
– ¡Ese idiota! –Exclamó Delta iracundo al tiempo que le daba un golpe a la mesa
con el puño cerrado.

–Actué de inmediato y me apoderé de él por completo. Rápidamente le extraje la


ubicación de dos agentes más que estaban cerca. Una de ellas estaba en la acera de
enfrente en un café, y la otra estaba sentada en la terraza de un restaurante, a tan solo
unos metros frente a mí –describió Omega–. Fue muy sencillo distraerla y poseerla. Sólo
bastó hacer a un comensal lanzar un plato al piso con fuerza, y voila. Ya tenía a dos
agentes de La Guardia a mi disposición cubriendo mi escape –ya que me olía que
seguramente habría más agentes de La Guardia con la mira en Kappa adentro del bar–
. Entré al lugar, y tal como lo había previsto Kappa ya estaba en la boca del lobo. Para
ese entonces era ya muy tarde para advertirle telepáticamente, puesto que no me iba a
arriesgar a delatar mi posición si algún miembro de La Orden se encontraba por ahí. Por
eso decidí que, si aún tenía una oportunidad de sacar al imbécil del hoyo, tendría que
mantener el factor sorpresa de mi lado.

– ¡Debiste dispararle a ese idiota! –Dijo Delta iracundo–, ¡A estas alturas La Orden
ya debe de haberlo exprimido!

–Kappa estaba totalmente distraído con una chica –Omega continuó su relato
ignorando por completo la rabieta de Delta–, y yo pensé que lo mejor sería utilizarlo de
carnada para ubicar a sus posibles atacantes, asesinarlos, y tratar de sacarlo de ahí lo
antes posible. Pero el muy idiota decidió que era hora de llevarse a su víctima a otro
lugar, y nunca se le ocurrió checar si alguien lo seguía. Lo extraño fue que mientras él
tomaba camino con la chica hacia la puerta de atrás, un hombre se levantó de su lugar
golpeando aparatosamente la mesa con su mano. El tipo estaba enfurecido.

Delta miraba atento a Omega sin perder detalle alguno de su relato –a diferencia
de Alfa–, quien también escuchaba la historia, pero sin dejar de ver por la ventana el
tráfico de personas que circulaban por la calle.

–El tipo no dejaba de ver a Kappa y a la chica. Pero lo que lo delató por completo
es que se detuvo por un momento con su mano por detrás de su cintura. Fue ahí donde
supe que ese hombre estaba armado, y que era seguramente uno de los hombres de La
Guardia. Así que me apoderé de él. Cayó al suelo, y otro de los agentes se acercó
corriendo a ayudarle, pero para su mala suerte yo ya le había ordenado que les disparara
a todos sus compañeros –y así lo hizo, aunque el muy idiota no pudo más que herirlo en
el hombro–. Pero gracias a esa acción sorpresiva es que logré ver entre la gente al tipo
ese de La Orden... Fernando –el rostro de Omega se llenó de culpa y vergüenza antes
de continuar relatando lo ocurrido. Bajó su mirada al piso, y continuó–. Lo tenía frente a
mí, pero... nunca se distrajo como todos los demás. No bajó la guardia, y de algún modo
me identificó instantes antes de que le disparara.

Delta se ponía más y más molesto conforme escuchaba a Omega. Alfa se


mantenía inmutable, pero atento.

– ¡Vaya que es rápido ese malnacido!, Saltó hacia un lado buscando cobertura, y
le disparó a su propio agente al mismo tiempo. Él ya sabía que estaba bajo mi control,
¿Cómo demonios pudo saberlo? –Se preguntó Omega molesto–, El punto es que esa
había sido mi única oportunidad y la desperdicié. Todavía traté de matar al otro agente
que estaba herido, pero... se alcanzó a cubrir detrás de unas mesas.

– ¿Trataste de comunicarte con Kappa en ese momento? –Preguntó Delta con un


tono más tranquilo.

–Um… no –respondió Omega contrariado.

– ¿Por qué no?, Tu identidad ya no era secreta en ese momento.

–Supongo que no, pero… Kappa ya estaba perdido a esas alturas. Lo único que
yo tenía en mente en ese momento era salir de ahí –se justificó Omega.

– ¿Tanto miedo te causó Fernando?, Tu nunca huyes de un asesinato seguro –le


restregó Delta en la cara con un tono burlesco.

– ¡Claro que no! –Se defendió Omega indignado–, ¡Quedarme hubiera sido
estúpido!, ¡Y lo comprobé al salir del lugar!, Ahí ya me esperaban otros cuatro agentes
de La Guardia que me ordenaron que me detuviera. Pero los pobres bastardos no
esperaban el ataque a traición de sus propios compañeros bajo mi poder. Yo me escabullí
mientras se mataban entre ellos, y todavía logré manipular a uno más para que
sorprendiera al tal Fernando por la puerta de atrás.

Delta giró su cabeza hacia Alfa exigiendo algún tipo de comentario u opinión sobre
el asunto. Después de todo, él era el líder.

–Ahora La Orden conoce el rostro de uno de nosotros –y en el mejor escenario–,


mató a otro –dijo Alfa con voz tranquila y serena–. Pero eso no importa. Lo importante
es que ahora debemos acelerar nuestro plan.
Delta y Omega miraron a Alfa girar lentamente hacia ellos por primera vez en toda
la conversación.

–Es hora de hacer una limpieza general –declaró Alfa inexpresivo.

CAPÍTULO 31

UNA GRAN OPERACIÓN

La Guardia de La Orden de Aker cumplía varias funciones de gran importancia.


Su motor principal era el Departamento de Inteligencia, que contaba con el mayor
número de agentes en su estructura –de los cuales la mayoría se encargaba de investigar
amenazas, y casos de alto riesgo alrededor del mundo por medio de su tecnología de
espionaje de punta–, y su amplia red de informantes esparcidos estratégicamente en
varias ciudades importantes del globo.

La mayoría de estos informantes había sido conseguida por medio de ideas


insertadas en las mentes de importantes blancos específicos –con acceso a información
relevante en áreas políticas, sociales, criminales, etc.–, y el resto eran personas o
instituciones que compartían las ideologías y objetivos de La Orden. Obviamente, estos
últimos no sabían que esta institución se llamaba “La Orden de Aker”, y mucho menos el
hecho de que entre sus miembros se encontraban individuos con habilidades telepáticas.
Solo sabían que era una entidad secreta que tenía la capacidad de hacer cambios
importantes con la información que recibían.

Un segundo departamento –que a diferencia del anterior estaba instalado dentro


del Centro de Operaciones de la Guardia–, era el de Recepción y Análisis de información,
y se encargaba de manejar el amplio volumen de los datos recibidos por Inteligencia.
Una vez que se elegían los asuntos de más relevancia y prioridad, estos se pasaban al
Departamento de Logística y Operaciones, mismo que asignaba los casos a diferentes
agentes y/o unidades de campo, y les proveía los recursos y planeación necesaria para
llevar a cabo los operativos pertinentes –si es que estos eran requeridos.
Los diferentes casos de los que La Guardia se encargaba iban desde el rastreo y
localización de asesinos seriales, sociópatas, terroristas, violadores, y abusadores de
menores, hasta la inserción de ideas en la mente de grandes empresarios, políticos,
figuras populares de opinión pública, y hasta dirigentes de varios países.

Cabe señalar que, aunque Máximo y Bruno eran jerárquicamente las cabezas de
La Orden y La Guardia respectivamente, cientos de operaciones –las categorizadas
como de media o baja prioridad–, se llevaban a cabo día a día sin el visto bueno de
alguno de ellos. Sólo las operaciones calificadas como de alta prioridad eran
supervisadas y analizadas personalmente por los mismos.

Las operaciones de alta prioridad comprendían cualquier evento de impacto


internacional –principalmente en el área política–, cualquier caso en el que un psíquico
estuviera implicado, y en especial cualquier acontecimiento que estuviera relacionado
con Los Nobles –al menos hasta antes de que sus miembros más importantes hubieran
sido asesinados.

El alto volumen de trabajo de esta sociedad secreta demandaba un alto grado de


delegación de responsabilidades y repartición del trabajo. Razón por la que sólo había
alguien que estaba al tanto de todo lo que ocurría en La Orden. Y ese era Aker.

Aker almacenaba toda la información que pertenecía a La Orden, se encargaba


de los sistemas de seguridad, y controlaba la organización casi en su totalidad –ya que
el 90% de los procesos estaban automatizados.

Si alguien llegara a hackear a Aker, La Orden se vería más que comprometida.

A diferencia de lo que habían creído por muchos años, ahora La Orden sabía que
Los Nobles no eran sus únicos enemigos en el mundo, y que la reciente aparición de
psíquicos hostiles no sólo significaba una nueva amenaza, sino también el hecho de que
La Orden ya no era una sociedad tan secreta como alguna vez lo había sido.

En los últimos cinco años, habían surgido más casos de psíquicos solitarios
causando estragos, o cometiendo crímenes en diversas partes del mundo –contrario a
lo que La Orden creía, aparentemente sin necesidad de una inducción psíquica, y sin
que estos tuvieran algún tipo de relación sanguínea con los árboles genealógicos de los
psíquicos conocidos por ellos–. Esto era alarmante por varias razones, pero
especialmente por el poder que un solo psíquico podía ejercer sobre un gran número de
personas normales.

En uno de sus últimos casos, Karla y Uri habían rastreado a un psíquico que se
había apoderado de toda una pequeña comunidad en Japón. Al verse emboscado y
acorralado, el sujeto se suicidó.
CAPÍTULO 32

ADVERTENCIA TARDÍA

La puerta de la oficina de Uri se abrió violenta e inesperadamente. Karla y Uri casi


saltaron de la sorpresa que les causó la aparición del agente que acababa de entrar –el
cual sangraba de heridas en la cabeza y rostro, tenía el hombro izquierdo dislocado, y
caminaba con dificultad.

– ¡No tenemos mucho tiempo! –Dijo el hombre aún tambaleante–, ¡Están a punto
de atacarnos!, ¡Llamen a un código rojo!, ¡Alerten a todos!

Román era un agente del área de telecomunicaciones que se distinguía por su


comportamiento antisocial, aislado, y apático –razón por la que sus compañeros
invariablemente lo evitaban.

– ¿Qué está pasando, agente?, ¿De qué habla? –Preguntó Karla.

Uri y Karla intentaban asimilar lo que veían y escuchaban. Román estaba


claramente desesperado, y el dolor le hacía aún más difícil el transmitir el mensaje tan
importante que tenía para sus superiores.

– ¡Ahora mismo hay aproximadamente cien hombres fuertemente armados


rodeando el lugar!, ¡Vienen a acabar con La Guardia! –Gritó con gran esfuerzo el agente–
, ¡Trataron de asesinarme en mi camino hacia acá!, ¡Están aquí!

– ¿Quiénes vienen?, ¿Y cómo saben la ubicación de este lugar? –Preguntó Karla


dando un paso atrás con una actitud defensiva.
Uri puso su mano derecha sobre su arma por debajo de su saco.

– ¿Y cómo sabes todos estos detalles acerca de este supuesto ataque, Román?,
¿Hay algo más que debamos saber? –Indagó Uri.

El rostro de Román mostró una mueca de impotencia y frustración al saber que


ahora estaba siendo interrogado como un sospechoso.

– ¡Le estoy diciendo que están a punto de atacarnos!, ¡No tenemos tiempo que
perder ahora con estos detalles! –Gritó Román desesperado.

– ¡Baje su tono de voz, agente! –Advirtió Karla.

– ¡No entienden!, ¡Deben prevenir a todos ahora mismo!, ¡Los tenemos enci…!

Román fue interrumpido por el estruendo de una explosión proveniente del piso
de arriba, que a su vez fue seguido por la sacudida que la misma provocó en la estructura
de la oficina.

Karla y Uri se miraron aterrados.

– ¡No hay tiempo!, ¡Deben de alertar a todos ahora! –Gritó Román cubriéndose la
cabeza instintivamente e inclinándose.

Uri estaba por tomar el teléfono cuando una explosión mucho más cercana cimbró
con fuerza su oficina, y la ubicación del estallido les reveló a los agentes que había
ocurrido en el área de los elevadores de acceso al piso.

– ¿Por qué Aker no activó las alarmas? –Se preguntó Karla totalmente perpleja.
Dos explosiones más se hicieron sentir a los pocos segundos. En esta ocasión
por debajo de ellos en el piso de telecomunicaciones.

Uri y Karla estaban totalmente desconcertados y angustiados por el inesperado


ataque que La Guardia estaba recibiendo –y justo cuando los dos pensaban que no podía
suceder algo peor–, el sonido de un fuerte y agudo silbido en el aire fue reconocido por
ambos agentes –quienes no lo pensaron dos veces antes de lanzarse al suelo buscando
protección detrás del sólido escritorio de caoba de Uri.

Las primeras explosiones habían creado un orificio enorme en donde antes se


encontraban los elevadores de acceso al segundo y tercer nivel del Centro de
Operaciones de La Guardia –y fue por este orificio que al menos una docena de hombres
armados había descendido con cuerdas desde el área de recepción.

Dos de estos hombres armados habían lanzado granadas al piso de


telecomunicaciones, mientras que un tercero había disparado un proyectil con una
bazuca contra la oficina de Bruno, la cual no únicamente era la más grande, sino que
también era la que estaba ubicada justo al centro de la estructura –causando con esto el
inevitable colapso de toda la plataforma de oficinas alrededor del piso de operaciones.

Los intrusos se cubrieron de las explosiones por algunos instantes, y después


comenzaron a disparar sin piedad en contra de todo agente de La Guardia que estuviera
aún con vida.

CAPÍTULO 33

ATRAPADOS

Un segundo grupo de hombres armados descendió rápidamente por el orificio


creado por la explosión –pero a diferencia del primer grupo de invasores–, esta unidad
de hombres se precipitó hasta el tercer y último nivel de la construcción subterránea –
que era el de mayor tamaño en el Centro de Operaciones.

Este nivel se componía de una sala de recreación, una cafetería, un área de


entrenamiento y adiestramiento para los miembros de La Guardia –que contaba con un
cuarto de tiro, un gimnasio totalmente equipado, y un dojo de artes marciales mixtas–, el
servidor general de La Orden, y veinte habitaciones con capacidad para cuatro personas,
en las que actualmente setenta y tres miembros activos de La Guardia residían
permanentemente –incluyendo a los recién incorporados novatos.

En total eran veintisiete hombres fuertemente armados los que bajaron hasta el
último nivel, en donde se dividieron en tres unidades de cinco hombres –los cuales se
esparcieron por el piso con rapidez–, y el resto se quedó rezagado cubriendo el acceso
al piso.

Sus órdenes consistían en colocar explosivos en lugares estratégicos, asesinar a


quien se pusiera en su camino, y encontrarse con el agente Grint –de quien recibirían un
dispositivo con toda la información, contraseñas, y códigos de acceso satelital
almacenados en el servidor general.

Ian Grint era el jefe de IT de La Guardia. Su responsabilidad principal era la


seguridad electrónica, y el mantenimiento del servidor en el Centro de Operaciones. Por
desgracia para La Guardia, Grint llevaba tres meses bajo el control de Delta, y por
órdenes del mismo había desactivado los sistemas de seguridad de Aker para facilitarles
el acceso a los que ahora dirigían el ataque.

Los intrusos comenzaron a recorrer cada espacio del tercer nivel con la intención
de asegurarse de que nadie sobreviviera, pero después de las potentes explosiones en
los niveles anteriores, el factor sorpresa ya no estaba de su lado.

– ¡Tenemos que irnos! –Urgió enérgicamente Imox al entrar de golpe a uno de los
dormitorios de mujeres.

– ¡Oye!, ¡¿Qué no sabes que debes de tocar antes de entrar?! –Protestó Melisa
desde el otro extremo de la habitación.

– ¡Shhhh! –Ordenó Imox con una actitud autoritaria nada común en él.

– ¿Que está pasando allá afuera, Imox? –Preguntó Ixtab con el teléfono en la
mano derecha–. La línea está muerta.

– ¡Nos están atacando! –Advirtió Imox tratando de no elevar tanto el volumen de


su voz–, ¡Debemos irnos ahora mismo!

Imox avanzó rápidamente hacia su hermana y la jaló del brazo con fuerza, pero
con el cuidado suficiente como para no lastimarla. Ixtab estuvo a punto de protestar y
resistirse, pero una ráfaga de balas se escuchó en el pasillo que estaba a la vuelta del
dormitorio.
¡Oh, no!

Melisa e Ixtab se miraron aterrorizadas, mientras que Imox caminaba rápida pero
sigilosamente hacia la puerta de la habitación. Inclinó su cabeza y cerró sus ojos tratando
de concentrarse en escuchar con detalle lo que sucedía afuera, al tiempo que su mano
izquierda empuñaba con fuerza la cerradura. Era evidente que su postura mostraba que
ya había tomado la decisión de salir de ahí. Sólo esperaba el momento adecuado.

– ¡Síganme! –Ordenó Imox después de asir con fuerza la mano de su hermana de


nueva cuenta, abrir la puerta, y comenzar a correr por el pasillo.

Los disparos se incrementaron considerablemente, pero Imox no miró atrás. De


hecho, el joven se desplazaba sin titubear en lo más mínimo, y su paso acelerado y
decidido mostraba que sabía con exactitud hacia donde se dirigía.

El tren.

Los disparos se acercaron al inicio del pasillo en el que se encontraban, así que
Imox les cedió el paso a Ixtab y a Melisa con la intención de protegerlas –después de
darse cuenta de que los disparos estaban cada vez más cercanos a sus espaldas.

Giraron a la izquierda, corrieron diez metros más, y se toparon con un pasillo


mucho más amplio y largo que los que rodeaban el área de las habitaciones. No obstante,
apenas giraron hacia la derecha, la sangre de Imox subió a su cabeza y le congeló al ver
que Arturo iba saliendo de la sala de tiro, apuntando amenazadoramente dos armas
cortas calibre .45 en su dirección.

Ixtab y Melisa quedaron inmovilizadas por el miedo al instante. Por fortuna para
ellas, Imox ya tenía un movimiento en mente.

El joven psíquico se lanzó sobre las espaldas de ambas y las empujó con fuerza
hacia al suelo, al tiempo que él también se dejaba caer, y en su mente ordenaba:

¡No debo disparar!


Seis balas fueron disparadas en menos de dos segundos, y así, los tres hombres
armados que habían salido del gimnasio en búsqueda de víctimas fueron abatidos por
un decidido y certero Arturo, quien mantuvo un rostro desencajado e inexpresivo antes y
después de lo ocurrido.

Ninguno de los hombres pudo disparar ni una sola vez –a pesar de haber tenido
a sus objetivos desarmados, y de espaldas–, gracias a la rápida y exitosa inserción de
Imox en sus mentes.

–Si estos tipos llegaron tan lejos es porque probablemente todos allá arriba están
muertos. Nuestra mejor opción es llegar al tren antes que ellos –aseguró Arturo antes de
lanzarle una de sus armas a Imox.

Los cuatro novatos comenzaron a caminar apresuradamente hacia el acceso a la


estación del tren subterráneo en La Guardia.

– ¡Esta es la vida real!, ¡Debes de estar atenta! –Exigió Imox con una mezcla de
enojo y preocupación.

Ixtab no tuvo que responderle a su hermano para expresar su acuerdo con lo que
él decía, y Melisa comprendió que esta reprimenda iba dirigida indirectamente a ella
también.

Imox vigilaba sus espaldas a cada paso que daba, y era notable que su estado de
alerta era proporcional a sus instintos sobreprotectores para con su hermana. Melisa e
Ixtab seguían frustradas y atemorizadas, y era más que obvio que ambas aún luchaban
por asimilar lo que ocurría a su alrededor.

Liderando al grupo, Arturo caminaba con paso firme, y sin un rastro de tensión en
su rostro. El Arturo juguetón, bromista, y bonachón que habían conocido al inicio de su
entrenamiento se había transformado en una persona muy diferente hacía ya algún
tiempo.

Al llegar al final del amplio pasillo, los cuatro jóvenes giraron a la derecha para
internarse en un estrecho y corto corredor, que les llevaría hacia una solitaria y maltratada
puerta con una gastada placa de aluminio que decía:
“Mantenimiento”.

El interior era un pequeño almacén de seis metros cuadrados, lleno de utensilios


de limpieza, accesorios, refacciones, y herramientas.

Melisa se adelantó y abrió la puerta con algo de torpeza nerviosa –principalmente


porque los disparos cada vez se escuchaban con mayor frecuencia y cercanía.

– ¡Agente Melisa Casamayor!

Nada pasó. Al contrario de lo que todos esperaban, la voz de Aker no se escuchó.

– ¡Agente Melisa Casamayor solicitando acceso al tren por código rojo! –Gritó
Melisa con desesperación.

– ¡Ay no! –Exclamó Ixtab aterrorizada.

–No hay Aker, no hay salida, y por lo visto no hay refuerzos –dijo Arturo más para
sí mismo que para los demás–. Tendremos que defendernos por nuestra propia cuenta.

– ¡Son demasiados!, ¡Y tienen muchas más armas que nosotros! –Refutó Melisa.

–Nosotros somos psíquicos entrenados por La Orden. Ellos no –aseguró Imox.

– ¿Como lo sabes? –Preguntó Ixtab.

– ¿Creen que esos tipos no nos llenaron de balas por no saber cómo utilizar sus
armas? –Preguntó Arturo sarcásticamente–, Imox los detuvo mientras yo les disparaba.

Ixtab y Melisa observaron a Imox con asombro, y en ese momento se dieron


cuenta de que este no sólo les había salvado la vida al tirarlas al suelo y proteger sus
espaldas, sino también al haber insertado el pensamiento que evitó que les dispararan
en tan vulnerable posición.

Al haber comprendido esto –y al ver que Arturo e Imox tenían toda la intención de
poner un plan en acción–, ambas jóvenes se resignaron a la idea de lo que tenía que
pasar a continuación. A final de cuentas, parecía que esa era la única opción que tenían
para tratar de salir vivos de ahí.
– ¿Qué obtuviste, hermano? –Le preguntó Arturo a Imox.

–Tienen órdenes de no dejar sobrevivientes, y de explotar todo antes de salir.


Tienen el lugar rodeado, y trabajan para la CIA –reportó Imox.

–Lo mismo que yo –confirmó Arturo–. Muy bien, Imox y yo nos encargaremos de
disparar, y ustedes de que no nos disparen –organizó Arturo.

Imox asintió después de una fuerte exhalación, al tiempo que Melisa e Ixtab
pasaron un trago amargo de saliva, y respiraron profundamente.

–Ixtab. Quiero equivocarme en esto, pero… creo que debe de haber al menos un
psíquico detrás de esto. Necesito que estés alerta y nos protejas –ordenó Arturo–. Eres
la mejor bloqueadora de todos nosotros.

Ixtab se sintió halagada y al mismo tiempo presionada con la encomienda de


Arturo.

–Así lo haré –respondió Ixtab después de una breve pausa reflexiva.

–Muy bien. Nosotras insertamos, y ustedes disparan, ¿Algo más? –Intervino una
Melisa mucho más decidida y menos recatada.

–Salimos de aquí matando a quien se ponga frente a nosotros que no sea de los
nuestros, y nos encargamos de encontrar y desactivar los explosivos antes de que nos
vuelen en pedazos –resumió Imox.

–Me gusta –dijo Arturo.

– ¿Matarlos?, ¿Por qué no tratamos de neutralizarlos primero? –Propuso Melisa.

–No. Son demasiados, y no sabemos cuánto tenemos antes de que detonen los
explosivos. No tenemos tiempo para convencerlos de que no nos ataquen –expuso Imox
con decisión.

–Ya no tenemos tiempo de negociar, Melisa. Ellos ya están disparando. Si hubo


alguna negociación, nos la perdimos –razonó Ixtab aún nerviosa, pero decidida.
–Salgamos de aquí, entonces –dijo Arturo ya caminando hacia la salida.

En cuanto Arturo puso su mano en la perilla de la puerta, los cuatro psíquicos –ya
perceptivamente abiertos a conexiones mentales–, extrajeron varios pensamientos de
un grupo de intrusos que ya estaba a unos cuantos pasos de su posición.

– ¡Son nuestros! –Celebró Arturo en la mente de sus compañeros, quienes al igual


que él habían extraído información más que relevante de sus atacantes.

La primera extracción fue obtenida de la mente del líder del escuadrón, quien
visualizó la escena de la orden que le daría a su unidad, y después recreó todos los
movimientos que cada uno de sus subordinados llevaría a cabo –tal y como lo habían
efectuado decenas de veces en operativos reales, y en rutinas de entrenamiento.

Otro de los hombres de la unidad se había roto el antebrazo derecho hacía apenas
unos meses, y esta era su misión de reincorporación después de su terapia de
rehabilitación. La realidad era que el sujeto no había recuperado del todo la confianza en
sí mismo, y precisamente en este operativo había cometido ya un error que terminó
costándole la vida a uno de sus compañeros.

Por último, uno de los atacantes acababa de ser asignado a este escuadrón
después de que seis meses antes hubiera sido el único sobreviviente a una emboscada
en una misión especial. A pesar de haber asistido a varias sesiones de seguimiento
terapéutico, el sujeto estaba lleno de ira y culpa por lo sucedido a su anterior escuadrón,
y actuaba de manera temeraria debido a los pensamientos suicidas recurrentes que
venían a su mente desde el incidente. Siempre había tenido problemas con la autoridad,
y consideraba especialmente a su nuevo líder de unidad un idiota lento y demasiado
precavido.

La táctica que el líder había ordenado consistía en que un hombre del escuadrón
se posicionaría al costado izquierdo de la puerta y dispararía dos veces contra la
cerradura de la misma. Inmediatamente después, un segundo hombre patearía la puerta
para forzar su apertura, y luego se giraría sobre su espalda buscando protección en el
muro a su derecha. Ante esto, el hombre que disparó anteriormente contra la cerradura
cubriría ahora la apertura de la puerta en caso de que alguien se encontrara esperando
su entrada –protegiéndose así del posible agresor al acecho, y protegiendo también a un
tercer hombre posicionado detrás de él que portaría ya activada una granada de mano
de fragmentos –misma que lanzaría al interior del lugar una vez abierta la puerta.
Después de lanzar la granada al interior, todos los hombres de la unidad buscarían
la protección de los muros laterales a la puerta, donde esperarían una nueva orden de
su líder que les indicaría el momento exacto en el que deberían entrar y neutralizar a
cualquier sobreviviente a la explosión.

La táctica era prácticamente infalible cuando los objetivos estaban acorralados, y


a ciegas. En este caso, los objetivos no solo estaban al tanto del plan, sino también de
las debilidades del escuadrón.

Justo antes de que el hombre a la izquierda disparara sobre la perilla de la puerta,


el líder del grupo levantó su puño derecho –siendo esta última la señal de “Alto” en el
lenguaje de comandos por señas para operaciones policiacas y militares.

Extrañamente, el líder dudó por varios segundos, en los que repentinamente el


recién incorporado miembro del escuadrón comenzó a recordar las escenas de los
cuerpos de sus ex-compañeros de unidad acribillados –lo cual provocó que fuera
invadido por un sentimiento de furia y desesperación–. Obedeciendo a un impulso, este
desplazó con su brazo izquierdo hacia un lado al líder del escuadrón, tomó la delantera,
y disparó dos veces sobre la cerradura. Pero el hombre que debía de patear la puerta –
tal y como el procedimiento lo requería–, se quedó paralizado mirando a su líder en
espera de alguna indicación.

–Move, idiot! –Gritó el hombre enfurecido al no ver acción de parte de su


compañero, al tiempo que le empujaba con fuerza contra el hombre inseguro que
acababa de reincorporarse después de su lesión –mismo que portaba la granada en su
mano derecha, ya con el seguro retirado casi por completo, y totalmente desconcertado
por lo que ahora ocurría.

Al recibir el impacto del peso del cuerpo del compañero que había sido lanzado
hacia él, el recuerdo del dolor intenso de su lesión en el antebrazo derecho le fue revivido
inesperadamente en su mente –haciendo que su brazo derecho se levantara
rápidamente en un acto involuntario de autoprotección, y provocando con esto la
momentánea pérdida de presión que sus dedos ejercían sobre el artefacto explosivo
sostenido en su mano.

El sujeto no pudo localizar a tiempo la granada, y sintió una repentina sensación


de pánico recorrerle la espina dorsal antes de la explosión.

Unos segundos antes, Ixtab recordó lo que Bruno había dicho en una sesión de
entrenamiento de inserción de ideas.
Una idea insertada debe de ser lo suficientemente sutil como para que sea
confundida con una idea propia del objetivo. De otra manera, lo único que le provocará
será una muy breve duda.

– ¡Vámonos! –Ordenó Imox telepáticamente antes de abrir la puerta con


precaución, y seguido muy de cerca de un frio e inexpresivo Arturo.

Imox y Arturo tomaron la delantera con los ojos bien abiertos, y sus armas listas –
ignorando los cadáveres desgarrados de los sujetos que iban a tratar de asesinarlos
hacía apenas unos segundos.

Melisa e Ixtab trataron de ignorar también la escena tan poco placentera a la vista,
pero Melisa notó que uno de los atacantes seguía aún con vida.

– ¿Qué pasa, Melisa?, ¡Tenemos que irnos! –Urgió Imox en la mente de Melisa al
notar su rezago, pero esta le indicó que esperara un momento con un movimiento de su
mano.

–Los explosivos principales fueron instalados en el segundo y el tercer nivel, y


están siendo resguardados por dos escuadrones de hombres de la CIA. Desactivaron a
Aker, tomaron los primeros dos pisos con facilidad, y ahora sólo esperan la extracción
del objetivo primario para evacuar y detonar –reveló Melisa.

–Podemos con ellos. Además, no tenemos otra opción –analizó Arturo.

–Aunque pudiéramos con ellos, afuera hay al menos cincuenta hombres más
esperando –agregó Melisa.

Todos se miraron entre sí con preocupación y frustración.

–Entonces tenemos que restablecer a Aker, activar el tren, y huir al cuartel general.
Estamos cerca del servidor –propuso Imox con optimismo.

–Se supone que el sistema de seguridad bloquea la entrada al servidor si Aker es


hackeado, o desconectado a la fuerza. Así que, aunque lográramos llegar, no podríamos
entrar. De hecho, supongo que Grint debe de haberse quedado encerrado ahí adentro,
pero ¿Por qué no ha reactivado el sistema de seguridad? –Razonó Ixtab.
– ¡Porque Grint es un traidor!, ¡Él desactivó a Aker!, Y él es el contacto que ellos
vienen a extraer antes de explotar el lugar. Al parecer les entregará un dispositivo con
toda la información de Aker –reveló Melisa.

– ¡Ese maldito gordo traidor! –Despotricó Imox.

Arturo les hizo una señal repentina con su brazo derecho para advertirles que algo
estaba sucediendo.

–Ya tienen el dispositivo. Están ordenándoles que salgan para poder detonar los
explosivos –advirtió Arturo.

Las miradas preocupadas de Imox e Ixtab se fijaron en Arturo.

–Ósea que de una u otra forma estamos muertos –dijo Melisa mientras se
inclinaba para tomar un arma del piso, y sin preocuparse más por comunicarse
telepáticamente para no hacer ruido–. Pero al menos no nos quedaremos con los brazos
cruzados.

Melisa e Ixtab trataron de tomar las Uzis que sus atacantes portaban antes de la
explosión, pero los estragos de esta les habían dejado totalmente inservibles –así que
ambas tuvieron que conformarse con las armas cortas que habían sido protegidas por
las fundas en las cinturas de sus antiguos dueños.

–Imox y yo tomaremos la punta, ustedes cúbrannos las espaldas –ordenó Arturo


al tomar la delantera.

Avanzaron por el amplio pasillo tan rápido como pudieron. No encontraron


enemigo alguno a su paso, solo varios cadáveres –tanto de miembros de La Guardia,
como de varios intrusos–, entre los que resaltaba el de la doctora Eréndira, quien parecía
ser la única que estaba desarmada al momento de ser acribillada.
–Ya no hay nada que podamos hacer por ellos. No se detengan –dijo Arturo sin
detenerse y sin mirar atrás.

Giraron a la izquierda al final del amplio pasillo, avanzaron veinte metros más, y
después giraron a la derecha –posicionándose frente al amplio lobby de acceso a ese
piso, el cual ahora mostraba un enorme orificio en el lugar en el que antes había un
elevador.

Doce hombres más estaban estacionados ahí. Pero a pesar de esta amenaza, los
novatos no se detuvieron.

Arturo e Imox dispararon sus armas sin escatimar en balas, mientras corrían hacia
dos de cuatro columnas que se encontraban a unos diez metros frente al orificio que
significaba su único escape del lugar –seguidos muy de cerca por Melisa e Ixtab.

El fuego se centró momentáneamente en las columnas del centro –en las que
Arturo e Imox habían logrado resguardarse por muy poco–, dejando el camino libre para
que Ixtab tomara una columna en el flanco derecho, y Melisa otra en el izquierdo.

Aprovechando la ventaja momentánea que tenían, Ixtab eliminó fácilmente a uno


de los sujetos que buscaba cobertura detrás de los restos de un sillón, y Melisa derribó
a dos hombres que estaban a punto de flanquear a Imox.

La respuesta no se hizo esperar, y una lluvia de balas comenzó a esparcirse


alrededor de las cuatro columnas en las que los psíquicos se habían protegido, sin darles
la más mínima oportunidad de contraatacar.

Gracias a las oportunas inserciones de Arturo e Ixtab, tres de los atacantes


dejaron de disparar repentinamente, corrieron desesperados hacia el enorme orificio, y
comenzaron a ascender tan rápido como pudieron por las cuerdas que los habían traído
hasta este nivel. Sin embargo, a pesar de este cambio de eventos a favor de los novatos,
los seis hombres restantes continuaron abriendo fuego casi sin cesar, y tomando ventaja
de que estaban sin duda alguna mucho mejor armados que sus oponentes –cada uno
de ellos disparaba una Uzi semiautomática–. Aunado a esto, los sujetos no parecían
estar asustados, y tampoco parecían preocuparse mucho por buscar una buena
protección.

– ¡No puedo extraer ni insertar nada! –Dijo Melisa de nueva cuenta en la mente
de sus compañeros–, ¿Alguien puede hacer algo?

– ¡Nada!, ¡Estos tipos son mejores bloqueadores que Ixtab! –Respondió Imox
tratando de pegar su espalda aún más en la columna que era su única protección.
– ¡Chequen sus flancos y cuiden sus municiones!, ¡Pase lo que pase no pierdan
su posición! –Ordenó Arturo justo antes de que una bala pasara muy cerca de su sien
derecha.

– ¡Imox! –Gritó Ixtab desde el lado derecho del lobby, totalmente aterrorizada y
haciendo todo su esfuerzo por pegarse a la columna que apenas le brindaba protección
de varias ráfagas de balas que le rozaban por ambos lados.

Imox gritó de desesperación al ver como una bala alcanzaba el muslo izquierdo
de su hermana menor. Ixtab soltó su arma, y cayó al suelo en medio de un agudo grito
de dolor –movimiento que inmediatamente la dejó aún más expuesta a la lluvia de balas
que ya la rodeaba.

Imox no dudó por un solo segundo antes de correr hacia donde estaba su
hermana, y Arturo comprendió que tendría que exponerse para cubrir a su amigo, y la
posición tan importante que este había abandonado.

¡Maldita sea, Imox!

Arturo tomó una profunda bocanada de aire, y giró rápidamente hacia su derecha
–quedando totalmente al descubierto–, para poder así disparar cuatro veces sobre los
sujetos que asediaban a Ixtab, y provocar que estos cambiaran la dirección de su fuego
hacia él.

A pesar de que su movimiento había sido más un acto improvisado de cobertura,


que uno de precisión. Arturo logró poner una bala en la cabeza de uno de sus atacantes,
y herir el hombro izquierdo de otro. Sin embargo, su movimiento arriesgado le costó una
herida en el hombro izquierdo –una bala que entró y salió–, que le desbalanceó casi por
completo, y estuvo a punto de hacerle tirar su arma al piso.

Melisa –al igual que Arturo–, discernió que con Ixtab vulnerable, Imox al
descubierto, y ahora Arturo herido y en la mira; ella tenía ahora el camino libre para soltar
los últimos tres disparos que quedaban en su cartucho, antes de que la ubicaran y la
atacaran.

Giró hacia su izquierda rápidamente, disparó, y falló –revelando su posición y


perdiendo así el factor sorpresa–, pero acertó su segundo disparo –que se hundió en el
pecho del hombre justo frente a ella–, y también el tercero y último que le quedaba, con
el que atravesó la muñeca de uno de los dos hombres que ya le apuntaban.

A consecuencia de lo ocurrido, Melisa quedó en la mira del atacante al que le


había perdonado la vida al fallar su primer disparo, y sabía muy bien que no habría
manera de llegar a tiempo a la cobertura de la columna en la que estaba anteriormente.
Paralizada ante lo inevitable, y sin tener la capacidad de al menos pensar en que esos
podrían ser sus últimos momentos con vida, Melisa presenció confundida dos cosas que
le resultaron totalmente inesperadas.

Primero, escuchó un disparo muy cerca de su oído derecho, que provenía del
arma de alguien que estaba justo a un costado de ella. Inmediatamente después –y con
la mirada fija en el sujeto que ahora disparaba contra ella–, sintió un golpe muy fuerte en
el lado derecho de su cara, y todo se obscureció.

Carlos había aparecido repentinamente en la escena. Sangraba profusamente de


un costado, y tenía una grave herida de un arma punzocortante en la mejilla izquierda –
debido al encuentro que tuvo con una unidad de hombres armados en el área cercana al
servidor de La Guardia, a los cuales pudo neutralizar, pero no antes de que estos le
hirieran seriamente.

Después de darse por vencido en su esfuerzo por encontrar y desactivar el


explosivo que había en este piso –pero al haber podido activar las funciones primarias
de Aker–, se había decidido a dirigirse hacia el segundo nivel de La Guardia para ayudar
a sus compañeros a tratar de evacuar a tantos agentes como les fuera posible,
escoltándolos a todos hacia el tren subterráneo. No obstante, la escena con la que se
encontró apenas entró al lobby le llenó de desesperación y gran pesar.

Escuchó a Ixtab gritar al estar acorralada e indefensa detrás de una columna, y


vio a Imox barriéndose hacia ella cubriéndola con su cuerpo bajo una lluvia de balas. En
ese momento, Carlos decidió no debatir con su impulso de lanzarse al auxilio de sus ex-
pupilos, a pesar de la colosal desventaja que tenía ante sus atacantes.

– ¡Oh, no!, ¡No los hijos de Ek! –Pensó Carlos.

Al contrario de lo que Carlos hubiera esperado, la situación empeoró conforme se


acercaba a donde Imox e Ixtab estaban. Vio a un valiente Arturo exponiéndose para
cubrir a sus compañeros y recibir un disparo en un brazo –quedando así totalmente
expuesto a los tiradores frente a él–, y a Melisa rescatándolo momentáneamente al
disparar exitosamente sobre dos hombres, pero quedando a merced de un tercero.
En un esfuerzo mayor a sus posibilidades físicas actuales –y sobreponiéndose al
dolor–, Carlos hizo un sprint a velocidad metahumana, y con su arma levantada en su
brazo extendido a la altura de su cara, logró con un solo disparo derribar al intruso que
estaba a punto de vaciar su arma sobre Arturo –y casi simultáneamente–, se lanzó sobre
Melisa al momento preciso para interponerse entre ella y una ráfaga de balas.

El veterano psíquico estaba consciente de que esta acción sería la última que
haría en su vida, pero no cuestionó o reprochó por un solo instante las razones que le
habían llevado a tomar esta decisión. De hecho, no vio pasar su vida en un flash delante
de sus ojos. Tampoco pensó en la gente que lo iba a extrañar, o en lo que no alcanzó a
decir o hacer en su vida. El único pensamiento en la mente de Carlos en ese momento
era el de lograr llegar a tiempo para rescatar a Melisa Casamayor.

Carlos experimentó un dolor agudo que le destrozaba el interior de varias partes


de su cuerpo, sintió el sólido y helado golpe del piso contra su cara, y finalmente fue
castigado por una punzada en el pecho que le impidió por completo respirar.

Tranquilo. Terminará pronto.

CAPÍTULO 34

CAOS

– ¡Vamos, Uri!, ¡Reacciona! –Exigió Karla en la mente de su compañero–, ¡Nos


están acribillando!

Uri sangraba de la cabeza y yacía inconsciente debajo de restos de lo que antes


era su escritorio de caoba, y varios pedazos de tablaroca. Karla también había quedado
aturdida por algunos minutos. Todo era confusión, dolor en varias partes de su cuerpo, y
náuseas.

¿Qué me pasó?
Transcurrieron tres minutos antes de que la agente pudiera recuperar el sentido
de la orientación, y la memoria a corto plazo –y fue esta última la que le recordó sus
prioridades.

¡Uri!

Afortunadamente para ella, los escombros que la habían lastimado después de la


explosión, irónicamente ahora le habían cubierto y le habían salvado de la carnicería que
los intrusos habían llevado a cabo con los agentes de La Guardia que se encontraban
en piso esa noche.

Aún un poco aturdida y confundida, comenzó a salir lentamente de por debajo de


los escombros que le pesaban en la espalda y piernas. Una vez liberada –y estando casi
de pie–, escuchó disparos al fondo del área de piso –lugar donde se encontraban
atrincherados unos pocos agentes que habían sobrevivido al ataque.

Karla volvió a ponerse pecho a tierra al instante, y agachó su cabeza tanto como
pudo –y gracias a este movimiento–, la psíquica logró ver el brazo de Uri por debajo de
los escombros.

Se arrastró lo más rápido, pero sigilosamente posible hacia él, le quitó


cuidadosamente los escombros que le cubrían el hombro y la cabeza, y trató de
comunicarse telepáticamente con él para no hacer ruido, mientras le tomaba el pulso
para asegurarse de que estuviera aún con vida.

–We’re done here, sir. Explosives have been set-up successfully. Waiting on
confirmation for extraction, sir. Over –escuchó decir Karla a uno de los intrusos por radio.

– ¿Americanos? –Se preguntó Karla, y de inmediato se concentró en tratar de


extraer tanta información como le fuera posible.

La CIA.

Para el sobresalto de Karla, Uri comenzó a quejarse un poco al tiempo que se


movía lentamente por debajo de los escombros.
– ¡Silencio, Uri!, ¡Estamos rodeados!, ¿Estás herido? –Preguntó Karla en la mente
de Uri.

–No lo sé. Creo que… creo que sí. Al menos muy adolorido –confesó Uri aún en
proceso de volver en sí–. De hecho, estaba esperando que intentaras besarme como
último recurso, pero elegí una posición muy incómoda para esperar –bromeó Uri.

Karla trató de lanzarle una mirada reprobatoria, pero fue vencida por una sonrisa
involuntaria –provocada principalmente porque esta broma le dejaba saber que su
compañero estaba en buen estado–, pero que se obligó a disipar de inmediato para
volver a concentrarse en la compleja circunstancia en la que se encontraban.

– ¿Cuál es la situación? –Preguntó Uri en un tono más serio.

–Son agentes de la CIA. Pero en realidad están trabajando para los psíquicos que
hemos tenido encima desde hace un tiempo.

– ¿Cómo lo sabes?

–Hay nueve atacantes en total. De esos nueve, seis han sido poseídos –respondió
Karla con preocupación.

–No pudiste leerlos –complementó Uri.

–Así es.

– ¿Crees que podamos con ellos?

–Tenemos que intentarlo. Van a explotar el lugar al salir de aquí –reveló Karla.

–Hermoso –dijo Uri sarcásticamente–, ¿Algún contacto con alguien más?

–Fer no parece estar aquí, Uri –afirmó Karla sabiendo que era a Fernando a quien
Uri se refería en específico–. Somos sólo tú y yo, y no hay otra mane…

–Acabo de reactivar algunas funciones de Aker. El acceso al tren está disponible


ahora, y es la única salida. Haré lo que pueda para limpiar la ruta de escape –anunció
inadvertidamente la voz de Carlos en la mente de la psíquica.
Karla escuchó algo raro en Carlos. Notó que su tono de voz era demasiado
tranquilo y débil para el mensaje tan importante que acababa de transmitir.

– ¡Carlos!, ¿Estás bien? –Trató de averiguar la agente. Pero Carlos no respondió.

– ¿Qué pasa? –Preguntó Uri.

–Carlos reactivó el tren, y al parecer está resistiendo el ataque allá abajo. No sé


cómo lo vamos a hacer, pero ¡Tenemos que llegar a ese tren!, ¡Es nuestra única opción!

–Muy bien –dijo Uri antes de soltar un largo suspiro–, ¡Haz lo tuyo, hermosa!

– ¿Qué vas a...?, ¡No!, ¡Uri espe...! –Karla intentó detener a su compañero, pero
el segundo al mando de La Guardia de la Orden ya estaba de pie.

Uri se levantó de entre los escombros con su arma levantada en la mano derecha.
Disparó seis veces mientras avanzaba hacia una nueva posición de cobertura, y tres de
sus disparos hirieron mortalmente a dos de los hombres armados que estaban de
espaldas al montón de escombros donde Uri y Karla habían encontrado un escondite
accidental. Un disparo más rozó el hombro de un tercer atacante, quien rápidamente se
lanzó a un costado –esquivando así dos descargas más del arma de Uri.

– ¡No voy a dispararle a ese hombre!, ¡Primero debo buscar cobertura! –Insertó
Karla en la mente de otros dos atacantes–, quienes al instante desviaron sus miras de
Uri, y buscaron desesperadamente un refugio a sus alrededores –a pesar de que su
objetivo estaba totalmente al descubierto y vulnerable.

Karla tuvo suerte de que los dos hombres que tenían la mejor posición para
dispararle a Uri eran dos de los únicos sujetos que no estaban poseídos –dándole así la
posibilidad de insertarles una idea–. Uri notó esta acción tan bizarra e incoherente de
parte de sus atacantes, y supo de inmediato que su ángel de la guarda lo había salvado
una vez más.

– ¡Eres la mejor! –Gritó Uri eufórico una vez que encontró protección detrás de
otra pila de escombros.
Tres hombres más entraron en la escena –abandonando por completo su posición
de asedio sobre los pocos agentes que seguían atrincherados en la cafetería y baños
del piso–, y concentraron su fuego sobre el lugar en donde Uri se había cubierto. Por
desgracia para este, los escombros eran demasiado débiles para proporcionar buena
protección ante el poder de las armas de sus atacantes –razón por la que Uri tuvo que
rodar a su derecha, esquivando por muy poco dos disparos que seguramente le hubieran
alcanzado.

Desafortunadamente, lo que Uri no sabía al haber iniciado su ataque era que Karla
estaba desarmada –lo cual nunca pasaba–. Además, los tres sujetos que ahora lo
atacaban estaban poseídos, así que la inserción no era una posibilidad en esta ocasión.

Uno de los hombres se dio cuenta de lo expuesto que estaba Uri, y avanzó con
determinación a flanquearlo por la izquierda, justo frente a las narices de Karla –quien
notó de inmediato que aún no había sido detectada, y entendió que ahora tenía solo dos
opciones. Atacar con rapidez, o ver a uno de sus mejores amigos morir.

Salió de su escondite utilizando su velocidad metahumana –recorriendo ocho


metros y medio en menos de dos segundos–, sosteniendo en su mano derecha un filoso
trozo de lámina que había tomado de entre los escombros.

Cuando el atacante se dio cuenta de que Karla se le venía encima, trató


desesperadamente de girar su arma hacia ella, y disparar –pero la rapidez de la agente
de La Orden fue demasiada para el desafortunado sujeto–, quien al sentir el filo de la
lámina atravesar su ojo derecho, gritó de dolor y se llevó las manos instintivamente a la
cara.

Karla aprovechó este movimiento para arrebatarle su ametralladora, aferrarse a la


parte frontal del chaleco antibalas que vestía –el cual no protegía por completo a su
portador de altos calibres–, y utilizarlo como un escudo humano ante los disparos de al
menos otros tres de los cinco atacantes que ahora se concentraban en ella y Uri.

La agente tomó ventaja de los instantes de protección que su escudo humano le


había proporcionado, y lanzó dos ráfagas de disparos hacia los agresores que les
asediaban –logrando así hacerles retroceder por el tiempo suficiente para poder avanzar
y lanzarse detrás de los restos de un escritorio, y porciones de lo que antes habían sido
las divisiones de un cubículo.

Uri aprovechó el arriesgado pero impresionante movimiento de Karla y soltó dos


disparos más –de los cuales uno se hundió exactamente en el espacio entre la orilla del
chaleco antibalas y la axila de uno de los intrusos, con el ángulo suficiente para lograr
perforar el pulmón izquierdo del mismo.
– ¡Esas fueron mis últimas dos balas, Karla! –Reveló Uri con preocupación.

– ¡Quédate donde estás, Uri! –Ordenó enérgicamente Karla, quien al momento se


encontraba también protegiéndose de varios disparos, y sin ver una sola posibilidad de
siquiera echar un vistazo.

Frente a ella estaba el enorme agujero por donde habían descendido los intrusos.
Calculó que podría llegar ahí a toda velocidad después de lanzar un par de ráfagas de la
ametralladora que ahora tenía en su poder, pero de ninguna manera dejaría a Uri solo
para que fuera ejecutado como una rata acorralada.

¡Solo necesito un par de segundos!, ¡Eso es todo!

Karla estaba tratando desesperadamente de ingeniarse una estrategia que le


ayudara a lograr su cometido –pero antes de que esto sucediera–, su desesperación se
volvió en desesperanza, al ver que un sujeto más acababa de descender por las cuerdas
que colgaban del orificio frente a ella.

Era un sujeto afroamericano que vestía un traje de operaciones especiales negro


y un chaleco antibalas –al cual ella reconoció al instante gracias a una de las memorias
que Fernando les compartió para que pudieran identificar al psíquico responsable de las
numerosas bajas en el bar de Londres.

– ¡Corre, Uri!, ¡Crearé una distracción! –Ordenó Karla.

– ¡Claro que no! –Protestó Uri.

Los ojos de Omega se posaron sobre Karla, y esta sintió un fuerte jalón interno
tan poderoso, que dudó poder resistirlo por mucho tiempo.

¡Es demasiado fuerte!


Pero en el momento más débil del intento de Karla por resistirse, los ojos de su
atacante se desviaron de ella, y se abrieron grandes en señal de sorpresa por lo que
ahora observaba –inclusive haciéndole retroceder un paso defensivamente.

A continuación, Karla vio varias balas perseguir a Omega –quien rodó hacia su
lado izquierdo con una velocidad increíble, logrando posicionarse detrás de un escritorio
muy cercano al orificio por donde había entrado hacía unos instantes.

– ¿Por qué…?, ¿Quién…? –Se preguntó Karla totalmente sorprendida.

Segundos antes –y aprovechando la distracción que Karla y Uri habían


provocado–, Fernando había saltado sobre uno de los intrusos sin que este lo viera venir,
logrando envolver el cuello de este entre sus muslos, para después romperlo al dejar
caer el peso de su cuerpo en forma de un giro violento hacia su lado derecho.

En cuanto Fernando aterrizó sobre su espalda, lanzó sus piernas con fuerza hacia
su costado derecho para ponerse de pie en un poderoso y veloz movimiento que le ubicó
a un paso de un segundo atacante –quien se dio cuenta de la presencia del psíquico
demasiado tarde–. Fernando le propinó un golpe rápido y poderoso con la punta de los
dedos de su mano derecha sobre la garganta, antes de arrebatarle con facilidad la Uzi
semiautomática que el sujeto soltó al momento de recibir el ataque –misma que utilizó
un segundo después para dispararle en el estómago a quemarropa.

La agente Santini apareció muy oportunamente unos cuantos metros atrás


disparando su última bala sobre la frente del intruso que ahora apuntaba peligrosamente
su arma hacia Fernando, después de haber sido ella misma quien disparara tres veces
sobre Omega.

¡Justo a tiempo!

Karla tuvo que desentenderse de Omega y disparar sobre los dos hombres
restantes en el piso –los cuales ahora habían dejado de dispararles a ella y a Uri para
defenderse de la nueva amenaza que representaban Fernando y Santini a sus espaldas–
. Como era de esperarse, Omega aprovechó esta situación para saltar hacia una de las
cuerdas que colgaban del orificio que era el único acceso a este nivel, y comenzar a
impulsarse hacia arriba con una rapidez realmente extraordinaria.
– ¡Maldita sea! –Gritó Karla frustrada al saber que Omega se le había escapado.
Después de todo, ella era quien tenía la mejor posición para dispararle.

– ¿Estás bien? –Preguntó Uri aún checando sus alrededores con precaución.

– ¡Estoy bien! –Dijo Karla cortante y enfurecida.

–Lleven a los sobrevivientes y heridos al tren. No hay mucho tiempo –Le ordenó
Fernando a Santini.

–De inmediato, señor.

–Carlos y los chicos necesitan ayuda ahí abajo –Le indicó Fernando a Karla sin
detenerse.

– ¿Y tú, Fer? –Preguntó Karla.

–Yo cubriré la retirada.

Sin dar más explicaciones, Fernando también se lanzó hacia una de las cuerdas
y comenzó a ascender con facilidad y destreza.

–Ayuda a Santini. Yo les limpiaré el camino –ordenó Karla.

–Cuenta con ello –accedió Uri de inmediato.

Karla tomó una de las cuerdas y descendió con rapidez hacia el tercer nivel.

Hay que llevar a todos al tren.

La agente escuchó disparos conforme descendía, y supo que debería de estar


lista para atacar apenas aterrizara. No obstante, lo primero que vio al llegar al tercer nivel
aletargó sus extremidades.

¡No!
El cuerpo ensangrentado de Carlos yacía en el suelo a un costado del de Melisa,
y dos hombres avanzaban concentrando su fuego sobre una columna al lado derecho
del lobby, en la que un herido Arturo se encontraba acorralado y sin municiones.

Karla disparó sin odio sobre los dos hombres. Simplemente accionó el gatillo
porque esto era lo último que debía hacer antes de llegar a donde en realidad quería
estar en ese momento.

– ¡Carlos! –Murmuró con la voz entrecortada al acercarse al cadáver


ensangrentado del que había sido su compañero y, sobre todo, su amigo.

Dejó caer su arma y cayó de rodillas con lágrimas en los ojos. Se inclinó sobre el
cuerpo de Carlos y lo besó tiernamente en la frente mientras acariciaba su mejilla
derecha con suavidad.

¡Tú no, Carlos!, ¿Por qué tú?

Inadvertidamente, Melisa abrió los ojos en medio de un ataque de pánico. Se


incorporó sobre las palmas de sus manos posicionadas detrás de su espalda, tomando
violentas bocanadas de aire mientras miraba a su alrededor totalmente aterrada.

– ¡Están... aquí! –Balbuceó una agitada Melisa entre lágrimas.

A diferencia de lo que cualquiera que conociera a Karla hubiera esperado, esta


decidió ignorar a Melisa y no despegarse del cuerpo de Carlos –razón por la que Arturo
se vio en la necesidad de acercarse a su prima en un intento por confortarla, a pesar de
saber de antemano que esto no era su fuerte.

–Tranquila. Ya estamos bien –le dijo Arturo tocando su hombro con gentileza, y
extendiéndole su mano izquierda para ayudarle a levantarse.
Melisa se levantó con un claro estado de shock impregnado en su rostro, y
manifestado también en la rigidez de su cuerpo.

–Tenemos que irnos –dijo Arturo con debilidad mientras ejercía presión sobre la
herida que tenía en su hombro.

Karla sabía que Arturo tenía razón –y por más que quería estar con el cuerpo de
Carlos–, sabía que tenía que poner a salvo a sus expupilos, y asegurar el paso seguro
hacia el tren para todos los sobrevivientes.

Mientras Karla batallaba por enfriar su cabeza y pensar con claridad, el estruendo
de una explosión en el segundo piso cimbró fuertemente el lobby, provocando que el
techo del mismo se cuarteara debido a la sacudida.

– ¡Uri! –Pensó Karla aterrorizada.

Las paredes volvieron a crujir, y las cuarteaduras se expandieron aún más en


cuestión de segundos.

– ¡Lo siento! –Dijo Karla antes de besar con ternura la fría piel de la frente del
cadáver de Carlos por última vez–, ¡Tenemos que llegar al tren cuanto antes!

Tan pronto como se puso de pie, Karla tomó la mano izquierda de Melisa y
comenzó a jalar de la misma para llevarla hacia el pasillo. Sin embargo, Arturo –quien
claramente había perdido mucha sangre–, era ahora el que permanecía inmóvil,
cabizbajo, y con su mirada fija en el otro extremo del lobby.

Karla se enfocó tanto en el dolor que la pérdida de Carlos le había causado desde
el momento en que lo vio tendido en el piso, que no se percató de que al otro lado del
lobby estaba el cuerpo ensangrentado y sin vida de Imox, yaciendo inerte entre los
delicados brazos de su hermana menor –quien parecía aferrarse a él con todas sus
fuerzas.

Ante esta horrible vista, Karla cayó sobre sus rodillas, se abandonó al dolor, y
decidió que en ese momento quería estar ahí llorándole a Carlos, y a Imox. Decidió que
no quería ser la profesional que debía mantenerse estoica ante la desgracia de ver morir
injustamente a gente buena y valiosa, a manos de gente ruin, y sin escrúpulos.

Recordó la manera en que los padres de Raúl habían muerto a manos de Berni
después de haber sido poseídos como títeres. Tres personas buenas –y agentes
ejemplares–, siendo víctimas de psicópatas y desalmados.

– ¡Karla!, ¡Karla! –Un grito llamándole y una sacudida de hombros la hicieron


regresar a su realidad actual.

Fernando, Uri y Santini se las habían arreglado para escapar de la explosión de


alguna manera, y aún se encontraban en proceso de asimilar el golpe recibido por la
cruda escena que ahora se vivía en el lobby.

Santini hacía todo lo que le era humanamente posible por controlar su llanto, y al
igual que Fernando y Uri intentaba sacarle la vuelta al cuerpo de Carlos.

– ¡Tenemos que irnos ya!, ¡Llévate a Melisa! –Le ordenó Fernando a Santini con
firmeza y autoridad.

–Ven conmigo, hermosa –dijo Uri con tristeza mientras ayudaba a Karla a
levantarse.

Fernando corrió hacia el otro extremo del pasillo, y de inmediato trató de separar
el cuerpo de Imox de su hermana –quien se aferró aún con más fuerza a él–. El psíquico
tuvo que utilizar la fuerza de sus dos brazos en cada una de las manos de Ixtab para
poder así despegarlas del cuerpo de su hermano.

– ¡No!, ¡Déjame! –Gritó Ixtab ahogada en dolor.

Fernando la ignoró, y después de un par de jalones más logró alejar el cuerpo de


Imox del agarre de su hermana.

– ¡Tu hermano murió para que tú vivieras!, ¡Y no voy a dejar que su muerte sea
en vano! –Gritó Fernando con evidente molestia y desesperación.
Ixtab miró a Fernando asustada –y es que este no era el tipo de persona que
perdiera el control y levantara la voz con facilidad. Al menos no era lo que se sabía de él
en La Orden.

Fernando cargó a Ixtab en sus brazos con el mayor cuidado posible para no
lastimar aún más sus heridas.

– ¡Vamos, agente! –Le ordenó Fernando a Arturo al pasar junto a él en su camino


apresurado hacia el pasillo.

Arturo obedeció, pero no sin antes darles una última mirada a los cuerpos de su
mentor, y su amigo.

–Adiós –dijo en un casi inaudible suspiro, antes de forzarse a seguir a Fernando


hacia el tren.

CAPÍTULO 35

RENDEZ VOUS

– ¡Dos segundos más y ese loco nos convierte en lluvia rosa! –Exclamó Erika.

– ¿Lluvia rosa? –Preguntó Daniel.

–Es como los del escuadrón antibombas le llaman a la nube de restos humanos
después de una explosión –describió Erika.

–Oh. Tiene… sentido –analizó Daniel brevemente.


Daniel y Erika estaban en la terraza del “Zebra Bar”, que era un pequeño pero
acogedor café-bar en Bruselas. El clima era perfecto para tomar una bebida caliente,
pero sin la necesidad de llevar puesto un abrigo muy grueso –a pesar de estar a la
intemperie.

Una hora antes, un equipo de ocho agentes –incluyendo a Tony, Raúl, Erika y
Daniel–, había llevado a cabo exitosamente un operativo en el que neutralizaron por
completo a toda una célula de cuarenta y tres terroristas, pertenecientes a un grupo de
musulmanes radicales que operaban en Europa central –con planes específicos de llevar
a cabo ataques en Bruselas, y París.

–Estuviste muy bien –halagó Daniel con el aplanamiento emocional que le


distinguía–. Yo aún tengo mucho que mejorar en mis inserciones –aceptó con pesar.

–Ese es el precio que debes de pagar por ser un genio.

Erika trató de halagarlo cortésmente, pero un segundo después se dio cuenta de


que su halago apoyaba el hecho de que Daniel no era un muy buen insertor.

– ¡Me refiero a que todos admiramos tus capacidades detectivescas de


deducción!, Y eso fue desde antes de que te volvieras un súper extractor –dijo Erika con
una sonrisa que le traicionaba, y dejaba ver lo mucho que Daniel le gustaba.

Irónicamente, el experto en comportamiento humano y procesos psicológicos no


se había dado cuenta de lo que Erika sentía por él desde hacía ya un tiempo.

– ¿En dónde están? –Preguntó Daniel mirando hacia la calle impaciente–,


Quedamos a las 1930 horas.

Al sentirse tan bien en la compañía de Daniel, Erika se había olvidado por


completo de la hora establecida para el “Rendez-vous”. Miró su reloj, y vio que eran ya
las 7:41 –o bien, las 1941 en hora militar.
Esto no se trataba de una invitación informal con un amigo en un café. Esta era
una misión real –y en misiones reales, aún cinco minutos de retraso eran realmente
relevantes.

–De hecho, es raro que ni siquiera el imbécil de Raúl esté aquí a tiempo –señaló
Erika.

–Buen punto –accedió Daniel con aún más preocupación en su mirada.

La razón principal por la que Raúl era considerado insoportable por la mayoría del
grupo, era que él prácticamente desayunaba, comía, y cenaba asuntos de La Orden, y
habilidades psíquicas. No tenía otros temas de conversación. Y aún en su tiempo libre
siempre estaba practicando, y tratando de utilizar a los demás como sus conejillos de
Indias.

Obviamente, siempre era el primero y el más puntual de todos en lo que se refería


a reuniones o entrenamiento.

– ¿Qué hacemos? –Preguntó Erika ahora también mirando hacia la calle con
cierta inquietud.

–No estoy seguro –confesó Daniel–. No debemos utilizar ningún tipo de


comunicación por radio o celular por ahora, puesto que la policía debe de estar
monitoreando toda el área después de… los eventos de hoy –concluyó Daniel en voz
más baja, y volteando a su alrededor antes de terminar la frase.

Erika miró su reloj de nueva cuenta, y suspiró. Estaba a punto de hablar, pero fue
distraída por algo que vio en la calle.

– ¿Ese es Tony? –Preguntó Erika.

Daniel miró sobre su hombro derecho hacia la esquina de la calle.


–A toda velocidad. Y no creo que sea porque está apenado por llegar tarde –afirmó
Daniel.

Conforme se acercaba, Daniel y Erika notaron que las facciones en el rostro de


Tony denotaban pánico, paranoia, y desesperación.

– ¿Qué te pasa? –Inquirió Daniel alarmado.

– ¡Raúl mató a Gómez y a Castillo! –Exclamó Tony agitado sosteniéndose del


pequeño barandal que separaba las mesas del lugar de la calle–, Yo me retrasé un
poco… –Tony pausó para tomar aire–. Ellos me esperaban afuera de la habitación. Salí,
cerré la puerta, nos dirigimos hacia las escaleras, y… Raúl salió de la nada disparándoles
por la espalda –relató Tony mientras miraba rápidamente a su derecha y a su izquierda–
. Yo corrí en cuanto escuché los disparos y alcancé a barrerme por las escaleras. Traté
de sacar mi pistola, pero por las prisas la olvidé en el cuarto del hotel.

Erika y Daniel le miraron atónitos.

–Salté sobre el pasamanos hacia el piso de abajo. Miré hacia arriba, y vi a Raúl
darle el tiro de gracia a Castillo. Gritó mi nombre cuando iba escaleras abajo, pero yo no
me detuve sino hasta llegar aquí.

– ¡No podemos quedarnos aquí! –Dijo Daniel al levantarse de golpe de su silla y


comenzar a buscar su arma en su espalda debajo de su sweater. Erika hizo exactamente
lo mismo, dejó un billete de 50 euros en la mesa, y después giró junto con Daniel hacia
su izquierda, que era en donde estaba el final del barandal que les dejaría salir a la calle.

– ¡Baggio!, ¿Estás bien? –Preguntó Tony.

Daniel y Erika se detuvieron al escucharlo, y voltearon de nueva cuenta hacia él,


notando de inmediato que su rostro se había tornado pálido de horror, y que tenía
levantadas sus manos a la altura de sus hombros en señal de rendición.

– ¡No!, ¡Espera! –Gritó Tony.


Daniel vio frustrado e impotente como una bala entraba por la quijada derecha de
Tony, y salía por el lado izquierdo de la parte superior de su cuello.

– ¡Tony! –Gritaron Daniel y Erika al unísono –delatando así su posición.

Daniel instintivamente dio un paso hacia su hermano al verlo herido –mismo que
le hizo perder un segundo y dárselo de ventaja al italiano–, quien no dudó en disparar al
instante sobre Daniel.

La bala de Baggio pasó tan cerca de la cara de Daniel, que este pudo sentir como
el aire que la misma desplazaba le tocaba la frente. Daniel se dejó caer al suelo sin
siquiera pensarlo, esquivando así un segundo disparo del arma del italiano.

Erika había desenfundado su arma desde antes de que le hubieran disparado a


Tony –por lo que, a diferencia de Daniel–, estaba más que lista para atacar en este
momento. Así que, sin dudarlo ni por un instante, se aprovechó de su ventaja y le disparó
a Baggio intencionalmente en el hombro izquierdo.

– ¡Tire su arma al suelo, agente! –Advirtió Erika–, Pero el vacío en la mirada del
italiano, su falta de humanidad aún después de haber sido herido por un disparo de bala,
y su posición corporal de ataque ininterrumpida –a pesar de saber que un agente
entrenado a esa distancia no iba a fallar–, le dijeron a Erika lo que le había sucedido a
Baggio, y lo que ella debía hacer.

¡Está poseído!

Recordó en ese momento la descripción que Fernando les había dado a los
novatos en una orientación informativa durante su entrenamiento.

Son técnicamente zombies. Lo único que hay en su mente es el objetivo que se


les ha asignado, memorias básicas de su identidad, y rutinas diarias. Por lo tanto, no se
les puede insertar idea alguna, y básicamente no sienten emociones, pero si las pueden
fingir –esto los hace realmente peligrosos.
–Es por un bien mayor –se decía Erika cada que tenía que eliminar algún objetivo.

Antes de que Baggio volviera a levantar su arma por completo, Erika ya le había
disparado dos veces en el pecho.

– ¿Estás bien, Dany?

– ¡Tony! –Exclamó Daniel mientras trataba de ponerse de pie para ir al auxilio de


su hermano.

Daniel no supo con exactitud que sucedía a su alrededor hasta que escuchó otro
disparo detrás de él. Simultáneamente, sintió la mano izquierda de Erika empujarle con
fuerza hacia abajo cuando estaba por levantarse –y una vez que su rostro se estrelló en
el piso–, escuchó un segundo disparo, y después sintió el peso del cuerpo de Erika caer
por completo sobre su espalda.

– ¡Raúl! –Pensó inmediatamente al darse cuenta de que el fuego había venido de


un segundo atacante, que había esperado el momento adecuado para encontrarlos con
la guardia baja.

Tan rápido como pudo –puesto que tenía el cuerpo de su compañera encima–,
giró sobre su espalda para enfrentar a su atacante, y tratar de dispararle antes de que
este le disparara a él –aunque sabía con exactitud que Raúl tenía toda la ventaja, y que
era además de los mejores tiradores que había conocido.

– ¡Eres un bastardo miserable, Raúl! –Pensó Daniel con la intención de que este
recibiera su insulto lleno de ira antes de que lo matara cobardemente por la espalda.

Daniel sintió su arma colocada en perfecta posición en su mano, y se dio cuenta


de que nunca había sentido tanta convicción para jalar el gatillo como la que sentía ahora
–a pesar de que las probabilidades de que estuviera muerto antes de disparar eran muy
altas.
El joven psíquico escuchó un disparo más detrás de él, pero el dolor del impacto
del proyectil en alguna parte de su cuerpo nunca llegó.

¡Falló!

Sin haber sido herido antes de girar sobre su espalda, Daniel tenía ahora la
posibilidad de al menos poder hacer un disparo.

Sin margen de error.

Una vez sobre su espalda –y con el dedo índice casi jalando el gatillo por
completo–, Daniel consideró que tanta ventaja no podía ser una coincidencia. Y no se
equivocaba.

Su sorpresa fue enorme al ver a Günter tumbado sobre el barandal de la terraza,


colgando el peso de su cuerpo sobre sus brazos y su barbilla. Su semblante reflejaba el
dolor intenso que estaba sintiendo, sus ojos estaban inyectados de sangre, y ambas
manos le temblaban involuntariamente.

Daniel no disparó. Pero tampoco bajó su arma.

A sólo un metro de distancia de la espalda de Günter, Raúl apareció checando


sus flancos, y con su arma levantada.

–No tenemos mucho tiempo, Daniel. Nos están cazando a todos –dijo con
tranquilidad.

Daniel no dejaba de apuntar su pistola hacia Raúl a pesar de que este no le


apuntaba a él. Notó que su compañero miraba ahora hacia donde se encontraba el
cuerpo de Tony, y por primera vez en el tiempo que llevaba de conocerlo, Daniel pudo
identificar en su rostro una emoción que nunca le había visto antes. Tristeza.

Al ver la reacción de Raúl, Daniel bajó su arma. Se recargó sobre su codo y su


rodilla izquierda para levantarse, y este movimiento le llevó a encontrarse frente a frente
con el rostro sin vida de Erika –el cual tenía un ojo totalmente lleno de sangre debido a
un derrame interno, provocado por la bala que le había atravesado la ceja izquierda–. Se
dio cuenta en ese momento de lo cómodo que se sentía alrededor de ella, y de lo mucho
que admiraba su valor para hacer cambios cruciales en su vida a pesar de tener que ir
contra sus principios.

Erika.

Mientras tanto, Raúl volvió a checar sus flancos una vez más, y dejó su arma
levantada y lista para atacar a la altura de su hombro mientras se inclinaba a checar el
pulso de Tony.

– ¡Sigue vivo!, ¡Tiene pulso! –Gritó Raúl.

Daniel –quien ya estaba de pie–, aceleró el paso hacia donde Raúl ahora se
quitaba su chaqueta de algodón y la ponía a presión contra las heridas sangrantes de
Tony.

– ¡Resiste, hermano! –Dijo Daniel cayendo de rodillas junto al cuerpo inconsciente


de Tony–, ¡Te llevaremos a una clínica de inmediato!

Acto seguido –y gracias a su personalidad que le permitía poner en un segundo


plano sus emociones para pensar fríamente–, Daniel se levantó de un salto, y sin
pensarlo mucho se atravesó frente a un auto que iba atravesando la calle –el cual se
amarró al tener que pisar el pedal del freno a fondo.

–Esta gente tiene una emergencia y necesita mi auto sin demora alguna. Tomaré
un taxi a casa, y mañana me dedicaré a buscarlo.

El conductor descendió del auto rápidamente, y sin hacer pregunta alguna le cedió
el vehículo a Daniel con un ademán, justo antes de tomar camino hacia una avenida más
traficada en donde algunos minutos después tomaría un taxi.
Daniel abrió la puerta trasera del auto compacto de cuatro puertas, corrió hacia la
acera dónde Raúl lo esperaba sin despegarse de Tony, y con el mayor cuidado posible
entre los dos cargaron e introdujeron a su hermano en los asientos de atrás del automóvil.

Raúl tuvo que quedarse con Tony en la parte trasera del coche para seguir
haciendo presión sobre las graves heridas causadas por la entrada y salida del proyectil
en su cabeza, mientras Daniel manejaba a toda velocidad.

–Debemos buscar una clínica privada y pequeña. De ninguna manera podemos


regresar al punto de reunión –advirtió Raúl con seriedad.

CAPÍTULO 36

INFORMACIÓN CLASIFICADA

–Nunca me gustaron estos lugares. Son las madrigueras de ratas y víboras –


confesó Santiago.

–Al menos habrá mujeres hermosas, amigo –bromeó Ek Chuak.

–Si tan solo tuviera 40 años menos –lamentó Santiago con decepción.

Ek Chuak y Santiago entraron a un burdel disfrazado de antro de diversión,


localizado en la hermosa ciudad de Marbella, en España.

Llevaban ropa clara y ligera. La temperatura era de 30 grados centígrados, y la


brisa marina refrescaba placenteramente el ambiente.

Apenas entraron al lugar, una de las chicas se acercó a Ek Chuak preguntando si


quería invitarle un trago.

–Estos sujetos no tienen dinero. No voy a perder mi tiempo con ellos –insertó Ek
Chuak.
–Mira, tío. Que me he olvidado de que tengo que prepararme para mi turno en el
escenario –dijo la chica alejándose de los dos sin mirar atrás.

– ¿En serio necesitabas lavarle el coco?, Solo con conocernos un poco se hubiera
ido en menos de cinco minutos –bromeó Santiago.

En la mesa del centro del lugar –situada justo frente a la orilla del escenario
principal para las bailarinas–, se encontraba un sujeto que vestía un pantalón blanco de
vestir, y una camisa de manga corta del mismo color con una pronunciada forma en V
alrededor del cuello que dejaba a la vista su prominente pelo en pecho.

El sujeto estaba aparentemente solo en su mesa. Sostenía un habano en su mano


izquierda, y bebía tragos de su copa de Martel VSOP en su mano derecha.

–Ahí está nuestro hombre, Santi –señaló Ek Chuak aún con disimulo.

–Es todo tuyo, Ek.

El sujeto al que Ek Chuak y Santiago se referían era el ex-jefe de la Seguridad de


Los Nobles –mismo que se encontraba mucho más despreocupado y relajado de lo que
Ek Chuak y Santiago hubieran esperado.

–No confío en que esté solo aquí, Santi. Abre bien los ojos y cuídame la espalda
–pidió Ek Chuak.

–Te tengo cubierto, Ek –confirmó Santiago antes de tomar camino hacia uno de
los rincones del lado izquierdo del lugar.

Ek Chuak avanzó hacia la derecha aún tratando de detectar algo raro en alguno
de los pocos sujetos que se encontraban en el recinto.

–No os será necesario invadir mi mente a la fuerza, señor –escuchó Ek Chuak en


su mente cuando comenzó a leer a su objetivo–. Sólo siéntese a la mesa conmigo,
disfrutemos de las chicas, y pregunte –ofreció Pablo Sánchez–. Ah, sí. El señor Santiago
puede venir también si así lo desea. Os aseguro que estoy solo.
Ek Chuak se sorprendió por la invitación que acababa de recibir, y a pesar de su
desconfianza se dirigió hacia la mesa de Pablo mientras que Santiago se limitaba a
observar la situación en general desde su posición.

–Pablo –saludó Ek Chuak con un ligero movimiento de cabeza.

–Señor. Tome asiento, por favor –ofreció Pablo con un ademán.

Ek Chuak se sentó a la derecha de Pablo manteniendo aún una actitud cautelosa.

– ¿Le ofrezco una copa de mi cognac?, U ¿Os apetece alguna otra cosa? –Ofreció
Pablo.

–No, Pablo. Pero te lo agradezco.

–Supongo que el señor Santiago no nos acompañará –Pablo miró sobre su


hombro a la izquierda–. No lo culpo. Estos no son tiempos para confiar.

–Cierto –acordó Ek Chuak con su mirada intencionalmente fija en los ojos de su


interlocutor–. No son tiempos para confiar.

–Joder –dijo Pablo con una sonrisa–. Ha utilizado mis propias palabras en mí
contra, señor.

Pablo le dio un trago a su copa.

–Está bien, señor –se resignó Pablo–. De cualquier manera, aunque quisiera no
podría detenerlo.

Ek Chuak estableció lo que se conocía en la juerga de los psíquicos como “Una


llamada por cobrar”. O bien, una conexión que el receptor decidiría aceptar sin
resistencia alguna.

Ek Chuak visualizó a Enrique, Mariana, y Artemis Casamayor bajando de las


escaleras del segundo piso de una de las propiedades de Don Rafael después de haber
asesinado a los miembros restantes de Los Nobles.
–Encárguense de limpiar el lugar y quemen los cuerpos –ordenó Enrique
Casamayor–. Esta es la última orden que recibirás de mi parte. Nadie debe seguirnos o
rastrearnos. Desde este momento, Los Nobles ya no existen.

– ¿Y qué haremos nosotros, señor?, ¿Qué pasará con la operación? –Preguntó


Pablo con inquietud.

–Desaparezcan –dijo Mariana con el rostro inexpresivo al tiempo que caminaba


hacia la salida–. O mueran. Esa es su decisión.

Artemis miró a Pablo y se despidió inclinando levemente su cabeza antes de


seguir a su hermana.

–Gracias por todo, Pablo.

Ek Chuak suspiró profundamente.

–Se que no tienes ni idea de donde están los hijos de Don Miguel. Así que sólo
tengo una pregunta para ti, Pablo –anunció Ek Chuak–, ¿Mataron ellos a todos Los
Nobles esa noche?

–Sin duda. Ellos planearon y llevaron a cabo todo –respondió Pablo sin pensar su
respuesta.

Ek Chuak miró sobre su hombro hacia donde Santiago se encontraba aún


vigilante, y vino a su mente la promesa que le hizo de ayudarle a vengar a su hermano.

– ¿Cómo pudieron matar a su propio padre? –Se preguntó Ek Chuak indignado


en voz alta.

Pablo se aseguró de tener la atención de Ek Chuak antes de decir lo que estaba


en su mente.
–No, señor –Corrigió Pablo serenamente–. Técnicamente Don Miguel había
muerto ya para ese entonces. Los chavales solo han eliminado un cascarón.

CAPÍTULO 37

EL RECUENTO DE LOS DAÑOS

Carlos logró activar algunas funciones de Aker en modo de emergencia –tal y


como lo había anunciado antes de morir–, y gracias a esto los únicos sobrevivientes al
ataque llegaron sanos y salvos al tren subterráneo que los llevaría al Cuartel de La
Orden.

El tren no contaba con el sistema automatizado que Aker le proveía a la


organización todo el tiempo, por lo que Uri tuvo que encenderlo y conducirlo
manualmente. Sin embargo, apenas se habían alejado unos cien metros de la estación
en el Centro de Operaciones, una violenta sacudida les dio la impresión a los pasajeros
de que su medio de transporte se iba a descarrilar.

El estruendo que vino junto con la sacudida –además del repentino apagón de las
luces en los vagones y el motor de la máquina–, les dejó saber a los pasajeros que el
Centro de Operaciones de La Guardia había sido destruido por completo.

– ¿Cómo reponernos de esto? –Pensó Fernando.

A medida que la velocidad del tren disminuía en la total obscuridad de la vía


subterránea, Uri comenzó a preocuparse por tener que encontrar alguna manera de
arrancar la máquina, y de inmediato utilizó la lámpara de su Smartphone para registrar
una de las esquinas de la cabina de control en busca de una linterna.
–Conexión a servidor secundario completa –dijo inesperadamente la voz de Aker–
. Iniciando protocolo de emergencia.

Las luces, los paneles de control, y el motor se encendieron automáticamente.

– ¡Nunca pensé que me sentiría feliz de escuchar tu fastidiosa voz artificial, Aker!
–Gritó Uri entusiasmado.

–Protocolo de emergencia iniciado –anunció Aker antes de que el tren volviera a


tomar velocidad hacia su destino.

Unas horas después –al llegar a la estación del Cuartel General–. Máximo se
encontraba ya en la pequeña terminal a la expectativa de la llegada de los sobrevivientes.

Caminaba reflexivo de un lado a otro con su mano derecha sosteniendo su


muñeca izquierda por detrás de su espalda, pensando en lo mucho que La Orden había
perdido esa noche –sobre todo en todos los agentes que habían muerto–, y en lo
ingenuos que habían sido al no tomar medidas de seguridad más estrictas, a pesar del
gran número de agentes que habían sido poseídos en los últimos meses.

–Arrogancia –pensó Máximo.

El jefe de La Orden vio la señal que indicaba la llegada del tren a la pequeña
estación, y se posicionó frente al lugar donde sabía que la puerta principal se abriría en
cuanto se detuviera por completo.

La puerta se abrió, y frente a Máximo apareció Uri con su propia sangre seca aún
sobre el lado izquierdo de su cabeza.

–Nos acribillaron, señor. No pudimos hacer mucho –reportó Uri con pesar y
decepción en su voz–. Algunos logramos escapar sólo antes de que... explotaran el lugar.

– ¿Están todos bien?

–Ixtab y Arturo tienen heridas de bala. Los demás tenemos solo rasguños –
interrumpió Fernando con pesadez y cansancio.
Fernando había limpiado la herida en el hombro de Arturo con un hemostático
para detener el sangrado, y había suturado las partes anterior y posterior del mismo –ya
que la bala había entrado y salido.

Santini y Uri hicieron lo mejor que pudieron con el rozón en el antebrazo derecho,
y las dos heridas en la parte exterior del muslo y la pantorrilla de la pierna derecha de
Ixtab. De hecho, fue Santini quien tuvo que extraer la bala de la herida en el muslo para
evitar necrosis en los tejidos afectados –lo cual fue extremadamente doloroso para Ixtab,
ya que no se contaba con un anestésico lo suficientemente fuerte en el equipo de
emergencia con el que contaba el tren.

– ¿Cómo estás? –Preguntó Máximo a un pálido y desgastado Arturo.

–Totalmente jodido, señor –respondió Arturo con debilidad y cansancio en su voz.

–Te vas a reponer pronto, muchacho –prometió Máximo.

–Señor –dijo Santini al hacer su entrada al vagón donde se encontraban los


demás.

–Agente Santini. Me da gusto que esté bien.

–Gracias, señor –respondió la agente–. Hicimos lo que pudimos con lo que


teníamos a nuestra disposición, señor –dijo la Argentina sin mirarle a los ojos–. Pero
sería mejor si un doctor examinara la pierna de Ixtab lo antes posible.

–Estoy seguro de que hicieron un buen trabajo, agente.

La agente Santini agradeció con un movimiento de cabeza.

–Si me disculpan, necesito salir de aquí por un momento –anunció Santini.

–Adelante –dijo Máximo al dar un paso atrás para dejarla pasar–, Por cierto,
¿Dónde está Imox?

Fernando y Uri se miraron incómodamente con una mueca de pesar, al tiempo


que intentaban escoger las palabras que mejor embellecieran la terrible verdad.
–Lo asesinaron –dijo fríamente Arturo a espaldas de Máximo–. También a Carlos.

Máximo giró un poco para mirar sobre su hombro al novato por un par de
segundos. Después regresó su mirada hacia Fernando y Uri para hacer una pregunta,
pero Arturo continuó hablando.

–Imox murió evitando que su hermana fuera acribillada, Carlos hizo lo mismo por
Melisa, y de no haber sido por la tan oportuna llegada de Karla… –Arturo gruñó al sentir
una punzada repentina de dolor en su hombro–, yo no estaría contándoles esto.

Máximo parecía examinar a Arturo con preocupación al encontrarlo bizarramente


inexpresivo y distante mientras hablaba.

–Pero para que les cuento si les puedo mostrar –dijo Arturo preparándose para
darles acceso a sus memorias de lo ocurrido.

–Ahora no, Arturo –dijo Fernando tajantemente–. Ahora necesitas descansar y


recuperarte.

–De hecho –dijo Arturo antes de levantarse lentamente del sillón–, me gustaría
descansar en mi antigua habitación dentro del Cuartel.

–Muy bien –accedió Máximo de inmediato, con la actitud de alguien que siente
que debe de aportar algo a una situación en la que no ha participado–. Le pediré a la
agente Santini que...

–No hace falta, señor. Estoy bien –insistió Arturo.

–Muy bien. Sólo déjame saber si necesitas algo.

–Claro –dijo Arturo ya tomando camino hacia la puerta de salida del vagón.

– ¿Dónde está Karla? –Preguntó Máximo.

–En el dormitorio, señor –señaló Uri–. Tuvo un colapso nervioso después de…
todo lo sucedido, y… le dimos un calmante.
– ¡Oh, Karla! –Dijo Máximo en un suspiro con un gesto de angustia en su rostro–.
Ella era la más cercana a Carlos sin duda alguna.

–Ella estará bien en un par de semanas –aseguró Fernando–. Ek, por otro lado…
–Fernando sacudió su cabeza e hizo una mueca de preocupación–. No sé cómo pueda
reaccionar esta vez.

–Todo a su tiempo, Fernando. Por ahora nuestro mayor problema y preocupación


es que estamos totalmente a ciegas, incomunicados, y básicamente acabados como la
organización masiva que éramos –explicó Máximo–. Necesitamos contactar de
inmediato a nuestros agentes de campo esparcidos por el mundo, y reagruparnos.
Nuestra ventaja es que estos sujetos creen que destruyeron nuestro único centro de
operaciones. De otra manera, a estas alturas ya nos hubieran atacado aquí.

Las posturas generales que denotaban ya una clara mezcla de fatiga y desgano
en Uri y Fernando se intensificaron ante lo comentado por Máximo.

–Se que ha sido un día difícil y que deben de estar cansados, pero necesito que
se encarguen de comunicarse lo antes posible con nuestros agentes activos y les pidan
regresar a sus centros de reunión locales –ordenó Máximo–. Además, necesitamos
asegurarnos de mantener una vía segura de comunicación abierta en caso de que
alguien requiera de nuestra ayuda.

–Pero el servidor principal fue destruido, señor –Apuntó Uri.

–Tenemos un respaldo en una nube secreta en la web –informó Fernando.

–Así es –confirmó Máximo–. Aker requiere que lo reconfiguren, actualicen, y


conecten a ese respaldo con el servidor local de respaldo aquí en el Cuartel. Sólo así
podremos contactar a nuestros agentes de manera segura, recuperar toda nuestra
información, y la mayor parte de nuestra funcionalidad.

–Entendido, señor –respondió Fernando–. Comenzaremos a la brevedad.

–Se los agradezco, agentes –dijo Máximo.

–A propósito, ¿Dónde está Bruno, señor? –Inquirió Uri.

– ¿Bruno? –Preguntó Máximo sorprendido–, ¿Creí que ustedes sabrían…?, Él


salió esta mañana hacia La Guardia.
CAPÍTULO 38

CONTACTO

–Corría hacia la cafetería para ayudar a Santini a comenzar a evacuar a los demás
sobrevivientes al ataque, cuando la vi inclinada analizando con gran interés algo en el
suelo –comenzó a relatar Uri–. Pero antes de que pudiera preguntarle qué era lo que
observaba ella corrió hacia mí, me jaló del brazo con fuerza y me dijo que teníamos
menos de veinte segundos para huir. Que era muy tarde para tratar de salvar a los
demás.

Uri miró a Santini con la intención de invitarla a que relatara con más detalle lo
que había sucedido en ese momento. Ella se tomó dos segundos para reunir el valor
necesario para comenzar a hablar, se aclaró la garganta, y comenzó a decir.

–Yo... escuché un bip. Y al buscar la fuente del sonido vi que se trataba del
detonador del explosivo, el cual todavía estaba sobre la palma de la mano de uno de
esos tipos. El contador digital mostraba que restaban treinta y tres segundos cuando lo
descubrí. Rápidamente examiné el dispositivo y presioné un botón rojo que decía “Stop”,
pero me di cuenta de que este comando estaba a su vez protegido por un código de
seguridad numérico que yo no conocía. Fue una decisión difícil, pero supe que no tendría
tiempo suficiente para tratar de desactivar el aparato, y mucho menos para advertir a los
pocos agentes que seguían atrincherados en los baños y la cafetería. Tuve que aceptar
que lo único que podía hacer era salir de ahí junto con Uri.

A pesar de no expresarlo verbalmente, el semblante de Santini mostraba la


enorme carga emocional que llevaba sobre sus hombros desde el día de la emboscada
–y es que, a pesar de llevar ya dos semanas instalados en el Cuartel General de La
Orden, esta era la primera vez que habían hablado abiertamente de lo ocurrido ese día.
–La explosión nos sacudió mientras todavía nos deslizábamos por las cuerdas
hacia el tercer nivel, y nos hizo caer. Yo quedé aturdido por unos segundos, hasta que
escuché un fuerte crujido en los cimientos y me forcé a levantarme y ubicar a Santini.
Pero fuiste tú a quien encontré –le detalló Uri a Fernando.

Para todos los que conocían a Fernando, era muy evidente que su habitual
semblante sereno y reflexivo había sido reemplazado por uno de preocupación e
intranquilidad interminable desde lo sucedido en el bar de Londres, y que no mejoraría
después de esta tragedia.

Esa tarde, los tres agentes se encontraban sentados en una sala que contaba con
un modesto pero muy moderno equipo de telecomunicaciones que era operado por una
mesa de control y monitoreo, y que era alimentado directamente del servidor local
ubicado en el Cuartel General –el cual no contaba ni con la mitad de la capacidad del
servidor principal que fue destruido en la Guardia.

Los tres pasaban la mayor parte de su tiempo en este lugar desde el día del
ataque. La primera semana se dedicaron a configurar y actualizar el servidor con su
respaldo secreto en la nube, reinstalaron a Aker, y una vez que todo funcionaba como
debería comenzaron a concentrar sus esfuerzos en tratar de encontrar información
relevante acerca de la situación actual de La Orden –en especial cualquier noticia de Ek
Chuak, Bruno, o alguno de los novatos.

–Karla no me dice mucho, ¿Has tenido mejor suerte tú, Uri? –Fernando cambió
abruptamente el tema después de un breve pero incómodo periodo de silencio.

–No –respondió Uri decepcionado–. Pero al menos está comiendo y durmiendo


mucho mejor. Melisa ha ayudado mucho. A pesar de no encontrarse tampoco en su mejor
forma anímica –reconoció Uri sorprendido.

– ¿Qué hay de Arturo?

–Yo veo lo mismo que ustedes –respondió Uri–. El chico se ha endurecido con
todo lo ocurrido. De hecho –y a pesar de su herida–, ha pasado la mayor parte de su
tiempo entrenando desde que llegamos aquí –lo cual es francamente la mejor válvula de
escape para cualquiera.

–Muy cierto. Además, lo mejor que puede hacer ahora es prepararse para una
situación que no va a mejorar con el tiempo. Y eso lo sabemos bien –aseguró Fernando
con total seguridad.
Santini y Uri acordaron en silencio con Fernando. Sabían por experiencia propia
que la vida de un agente de La Orden no era sencilla, y se volvía aún más complicada
ahora que básicamente habían sido despojados de la mayoría de sus recursos más
importantes –en especial, de la mayoría de sus agentes.

–La buena noticia es que la pierna de Ixtab se recupera bien. No hay señal de
infección, y creo que a este paso…

Santini fue interrumpida por un largo bip emitido por la mesa de control, que fue
seguido por la voz de Aker.

–He recibido un mensaje de voz proveniente de una fuente desconocida que ha


pasado exitosamente los filtros de seguridad.

Fernando, Uri y Santini se levantaron de sus lugares de inmediato. Y es que


después de dos semanas en las que creyeron que recibirían decenas de mensajes –lo
cual no ocurrió–, la moral del grupo se encontraba realmente por los suelos.

– ¡Transmítelo, Aker! –Ordenó Fernando entusiasmado.

–Transmitiendo mensaje.

Agente Raúl De Alba reportándose desde punto de reunión post-misión en


Bruselas, ¿Alguien me copia?

–Aker, conéctanos con la fuente siguiendo protocolo de comunicación segura –


volvió a ordenar Fernando.

–Conexión lista –anunció Aker cinco segundos después.

–Aquí Fernando, ¿Cuál es la situación, agente?

–Me reporto hasta ahora por motivos de seguridad. Fuimos atacados por nuestro
propio equipo después de haber completado la misión –reportó Raúl–. Tuve que eliminar
a los agentes Castillo y Gómez al descubrir que habían sido poseídos, y que habían
conspirado junto a Baggio y Günter –también poseídos– para matarnos. A Baggio lo
eliminó la agente Erika después de que este le disparara a Tony. Por desgracia, no pude
llegar a tiempo para terminar con Günter antes de que este la asesinara a ella.

Santini rompió en llanto en esta ocasión, Uri no podía asimilar lo que escuchaba,
y una vena saltada en la sien izquierda de Fernando era la manifestación de la rabia y la
impotencia que experimentaba en ese momento.

–Tony está estable y se recupera en una clínica privada –continuó Raúl–. Hace
dos días que despertó de un coma que el disparo le causó, pero la bala provocó daño
irreparable en su lóbulo occipital, dejándolo ciego de manera permanente.

Santini dio media vuelta y caminó hacia una de las esquinas de la habitación con
su mano derecha cubriendo su boca.

–Daniel no se despega de él, por supuesto. Y yo me he asegurado de que nadie


nos esté siguiendo.

– ¿Cuál es la situación en el punto de reunión?, ¿Hay alguien más ahí? –Preguntó


Uri.

–Había tres sujetos escondidos en este lugar de reunión. Asesinaron a todos, y


supongo que nos esperaban a Daniel y a mí. Eliminé a dos y le saqué tanta información
como pude a uno de ellos antes de romperle el cuello –reportó Raúl con frialdad–. Tal
vez suene trillado, pero en realidad estamos “cayendo como moscas”. Y al parecer están
utilizando a la CIA y a la Interpol para exterminarnos.

Uri y Fernando se quedaron boquiabiertos, y se miraron sabiendo lo que debían


preguntar.

– ¿A qué te refieres con “cayendo como moscas”? –Preguntó Uri.

– ¿Cómo que a qué me refiero? –Preguntó Raúl sorprendido–. A la cacería de


hace dos semanas. Y con esto me refiero no sólo al ataque al Centro de Operaciones de
La Guardia, sino a la emboscada a todos los que nos encontrábamos esparcidos en otras
partes del mundo. La mayoría de los que lograron escapar ese día han sido rastreados
y asesinados al buscar ayuda.

Los rostros de Fernando y Uri se opacaron con desesperanza una vez que
comprendieron lo que había pasado.

– ¡Por eso nadie se había comunicado! –Musitó Uri angustiado.

–Necesito que cambien su ubicación lo antes posible. Nadie debe saber dónde
están. Ni siquiera nosotros –enfatizó Fernando para sorpresa de Uri–. Mantengan un
perfil bajo y encuentren la manera de comunicarse de manera segura lo más seguido
posible. Has hecho un gran trabajo, Raúl. Y precisamente ahora más que nunca
necesitaremos de tu ayuda. Estamos prácticamente a ciegas aquí, por lo que cualquier
tipo de información relevante de lo que pasa allá afuera nos ayudará muchísimo.

–Entiendo, señor. Me mantendré en contacto tan seguido como me sea posible –


prometió Raúl.

– ¡Bravo! –Dijo una voz detrás de Fernando y Uri, acompañada del sonido de
cuatro lentos y fuertes aplausos–, Para el descontento general de los miembros de La
Orden, el raro obsesivo sigue vivo –bromeó Arturo.

– ¡Ja!, ¡Ni creas que me van a matar antes que a ti!, Esa si sería una vergüenza –
contraatacó Raúl con un inesperado tono competitivo algo infantil–, A propósito, olvidé
decirte que batí tu récord en Bubble crasher. Eso me hace mejor que tú en otra cosa
más. Chécalo, si no me crees –fanfarroneó Raúl.

Arturo sonrió por un momento mientras se acercaba un poco más hacia donde
Fernando y Uri se encontraban. Se detuvo cerca de ellos, y su rostro se tornó serio.

–En serio me da gusto saber que… al menos ustedes tres están bien –confesó
Arturo.

–Ella no sufrió. Daniel me aseguró que fue instantáneo –reveló Raúl al saber que
Arturo era especialmente cercano a Erika.
Arturo enmudeció por completo, y Fernando pensó que debía decir algo –pero
nada apropiado llegó a su mente al momento.

– ¿Alguien más murió? –Preguntó Raúl con su distintiva incompetencia para


utilizar el tacto.

Fernando y Arturo fueron nuevamente incapaces de hablar –en especial porque


esta pregunta les había caído como un balde de agua helada sobre sus cuerpos.

–Perdimos a... Carlos, y... a Imox –intervino Uri antes de aclararse la garganta–, y
hasta ahora no sabemos nada de Ek ni de Bruno.

Raúl se quedó en silencio por algunos segundos ante los rostros incómodos de
todos los presentes en la sala de controles –incluyendo a Santini, quien observaba la
escena con atención, pero sin intención alguna de inmiscuirse en la misma.

–Creo que debo irme –anunció Raúl después de aclararse la garganta–. Este lugar
ya no es seguro, y ya pasé demasiado tiempo aquí. Estaremos en contacto.

CAPÍTULO 39

EL ENEMIGO DE MI ENEMIGO ME ES TEMPORALMENTE ÚTIL

–Esos son definitivamente los sujetos que nos siguieron el día que contactamos a
Pablo –confirmó Ek Chuak en la mente de Santiago.

– ¿Quiénes son?, ¿Agentes de Los Nobles? –Preguntó Santiago.

–Eso es lo peor. No puedo leer nada –confesó Ek Chuak.


– ¿Buenos bloqueadores?

–No. Están poseídos.

– ¡Oh, mierda! –Maldijo Santiago al tiempo que llevaba discretamente la mano


hacia su cintura para alistar su arma.

El restaurante del Hotel que Santiago y Ek Chuak habían escogido era un lugar
limpio y pintoresco. Estaba ubicado muy cerca de la costa –y aunque no era un 5
estrellas–, era un muy buen lugar para turistas con bajo presupuesto, o bien, alguien que
quisiera mantener un bajo perfil.

La recepción estaba ubicada al lado izquierdo de la entrada. Al lado derecho, el


acceso a los cuatro pisos de habitaciones era por medio de dos elevadores, y unas
escaleras que eran raramente utilizadas por los huéspedes.

Al fondo del área de recepción, se encontraba el restaurante del hotel en donde


ahora Ek Chuak y Santiago estaban sentados a la mesa. Mientras ambos analizaban la
situación, Ek Chuak notó que el lugar contaba sólo con una salida de emergencia, que a
su vez conectaba el restaurant con un callejón de descarga angosto y no muy transitado
–haciéndolo el sitio perfecto para una emboscada.

– ¿Crees que esos malditos estén aquí? –Preguntó Santiago.

–Espero que no. Pero si saben que estoy aquí lo más seguro es que van a querer
asegurarse de hacer ellos mismos el trabajo –analizó Ek Chuak con frialdad.

–Bueno, pues... si así debe de ser. Tú dices cuando, Ek –dijo Santiago listo para
actuar.

–Lo malo es que lo que vemos es nada más la carnada. Si atacamos podríamos
quedar en una posición muy expuesta –examinó Ek Chuak.

– ¿Más expuesta, aún? –Preguntó Santiago con ironía al haber notado también
que la salida de emergencia no era una buena opción, y el volver a las habitaciones
significaría intentar pasar por en medio de sus atacantes –lo cual sería prácticamente
una acción suicida.

A estas alturas la situación había llegado a tal grado de obviedad, que los dos
hombres que les acechaban ya no hacían lo posible por disimular su interés en ellos, y
sus incontenibles ansias por atacar.
–No creo que estos dos nos den tiempo para planear una estrategia, Ek. Y lo malo
es que no sabemos cuántas ratas más hay escondidas –dijo Santiago ya con arma en
mano por debajo de la mesa.

–Entonces no veo otra opción, hermano. Prepárate. Cuando salgan las ratas de
su escondite, toma la izquierda –ordenó Ek Chuak.

Ek Chuak vio a la amable y hermosa mesera andaluz que les había atendido esa
tarde a tan solo un paso de la barra de bebidas que estaba ubicada al otro extremo de
donde él y Santiago se encontraban, y esta sostenía sobre su mano izquierda una
bandeja con varias copas de cristal vacías, un contenedor metálico con hielo, y una
botella de vino tinto.

–Esta bandeja pesa mucho y no puedo sostenerla más –Insertó Ek Chuak.

La mesera trató de maniobrar después de ver que la bandeja se le iba de las


manos, pero su esfuerzo no hizo más que empeorar la situación –ya que su intento fallido
solamente aceleró la caída de los objetos.

Las copas y la botella se rompieron ruidosamente al chocar contra el piso, pero


fue el sonido del contenedor metálico el que especialmente llamó la atención de todo el
lugar.

¡Ahí están!

Santiago vio con satisfacción la delatadora reacción de sus tres próximos


objetivos. Los primeros dos inclinaron la cabeza en busca de protección al tiempo que
llevaban sus manos hacia su cintura en busca de sus armas, y un tercero –que era mucho
más impetuoso y paranoide–, se inclinó rápidamente al costado de la mesa y sacó su
arma de su funda tan rápido como le era posible.

El gemelo se lanzó rápidamente sobre sus víctimas, mientras que Ek Chuak –


quien estaba justo frente a sus blancos–, disparó dos veces sobre el pecho de uno de
los dos sujetos en la mesa, y una vez más sobre el segundo –quien se tiró al suelo antes
de que el disparo del arma de Ek Chuak le alcanzara, y se apresuró a refugiarse debajo
de una mesa cercana.

Al haber sido el primero en disparar, Ek Chuak se había convertido ahora en el


blanco principal del ataque, lo cual le dejó a Santiago una valiosísima y ventajosa
oportunidad de atacar que no desperdiciaría. Primero disparó sobre el sujeto que se
había inclinado al costado de la mesa –quien no pudo reaccionar ante la rapidez de
Santiago, y una bala en su cuello le dejó agonizando por varios segundos mientras se
ahogaba con su propia sangre–. Después le disparó en las costillas y en la parte lateral
derecha de la cabeza al siguiente sujeto –evitando por muy poco que este disparara
sobre Ek Chuak–. Sin embargo, a estas alturas el tercer hombre ya se había dado cuenta
de lo cerca que tenía a Santiago, y esto le dio la posibilidad de soltar un disparo que pasó
rozando la clavícula de este último, y que precedería sin duda alguna a un segundo y
probablemente certero disparo que nunca llego, gracias a la puntual intervención de Ek
Chuak, quien rápidamente hundió dos balas en su costado antes de que pudiera afinar
la puntería.

Al tiempo que Ek Chuak le salvaba la vida, Santiago vio al sujeto que había
escapado de las balas del psíquico en primera instancia, gateando rápidamente detrás
de una mesa con dirección hacia la salida.

– ¡Refuerzos! –Gritó el sujeto mientras se cuidaba las espaldas de un inevitable


segundo ataque de Ek Chuak, quien ya se desplazaba hacia su lado derecho con la
intención de flanquearlo.

El sujeto se cuidaba tanto del acecho de Ek Chuak, que se olvidó por completo de
Santiago, quien para su mala fortuna había notado ya este error de su parte, y se
disponía a desenfundar una pequeña espada parecida a una Katana samurái de detrás
de su cuello –la cual guardaba en una funda metálica cubierta de cuero que colgaba en
su espalda por debajo de su playera–, llamada originalmente: “Wakizashi”.

Se movió tan rápido y sigilosamente hacia su víctima, que el sujeto ni siquiera se


enteró de que su cabeza había sido desprendida de su cuello antes de morir.

–Veo que la edad no te ha pegado tan duro –halagó Ek Chuak.

–Y eso que no calenté –fanfarroneó Santiago.

–Hay que irnos antes de que… –Ek Chuak se interrumpió al ver un Jeep Wrangler
sin capota bloquear la entrada al hotel.
El vehículo era tripulado por cinco sujetos, de los cuales tres eran mercenarios
marroquís que portaban AK-47s. No obstante, no fueron estos tipos los que llamaron la
atención del psíquico, sino los otros dos personajes que también descendieron del Jeep.

Uno de ellos era alto y muy musculoso. Su mirada no denotaba miedo alguno, y
una tenue sonrisa en su rostro hacía evidente el placer que obtenía de estas situaciones.
El segundo sujeto era un afroamericano delgado y alto –al cual Ek Chuak reconoció como
el responsable del asesinato de varios agentes en Londres, gracias a la memoria que
Fernando había compartido para su identificación.

¡Son ellos!

– ¡A la cocina, hermano! –Gritó Ek Chuak eufórico.

Tanto Ek Chuak como Santiago dispararon un par de veces contra los recién
llegados mercenarios, con la intención de hacerlos buscar cobertura y así ganar tiempo
para llegar a la cocina –pero antes de que pudieran si quiera acercarse un poco–, la
puerta de la salida de emergencia se abrió de un golpe, y dos mercenarios más entraron
disparando sobre Ek Chuak con sus M-16.

Ek Chuak se lanzó con una velocidad sorprendente hacia detrás de una de las
mesas, esquivando las ráfagas de disparos por muy poco, y sorprendiendo a sus
atacantes con sus habilidades meta-humanas.

De nueva cuenta, Santiago había quedado en muy buena posición fuera de la


vista de los recién aparecidos atacantes –y sin perder un solo segundo–, disparó sus
últimas cuatro balas sobre las espaldas de ambos mercenarios.

Santiago dejó caer su arma vacía al piso y preparó su sable, justo al momento en
que otro desafortunado sujeto entraba por la salida de emergencia –quien, sin haber
tenido el tiempo suficiente para apuntar su arma, y mucho menos para disparar–,
presenció cómo Santiago cortaba su mano izquierda, y la mitad del antebrazo derecho
con un movimiento descendente de su sable.

El mercenario ahogó un grito de espanto y dolor al mirar chorros de su propia


sangre salir por los cortes en sus antebrazos –pero antes de que su cuerpo entrara en
estado de shock por la horrible manera en que había perdido sus extremidades–,
Santiago levantó su sable a una sola mano en la forma de un magistral corte diagonal
ascendente, que rebanó el torso del marroquí desde la zona inferior derecha del
abdomen hasta la zona frontal del hombro izquierdo.

Dos hombres más dispararon desde afuera de la puerta de emergencia, haciendo


a Santiago retroceder hacia su antigua posición detrás de la misma, y rodar hacia la parte
de abajo de una mesa en la cercanía –movimiento que Santiago decidió hacer al haber
previsto que los mercenarios en la recepción podrían comenzar a abrir fuego sobre todo
el lugar en cualquier momento–. Y no se equivocó.

– ¡Hay civiles aquí! –Gritó Ek Chuak impotente desde su escondite, al darse


cuenta de que los mercenarios abrían fuego contra los comensales refugiados bajo las
mesas.

La protesta de Ek Chuak no detuvo la carnicería, y el psíquico tuvo que aceptar


que no podía hacer nada al respecto. Estaban rodeados.

–De esta no salimos vivos. Y no sé tú, pero yo no moriré escondido como un


cobarde –dijo Santiago en la mente de Ek Chuak.

–Precisamente eso estaba pensando, hermano, ¿Qué te parece si yo te cubro


mientras tú me cortas un par de filetes? –Sugirió Ek Chuak resignado.

–Muy bien, hermano, ¡Fue un placer vivir y morir a tu lado!, ¡Cuando tú digas!

Ek Chuak analizó que el movimiento menos arriesgado –y también el más


productivo si lograba concretarlo–, era el de lanzarse hacia su izquierda, y disparar sobre
los hombres agazapados afuera de la puerta de salida de emergencia para forzarlos a
buscar cobertura –lo cual le daría la oportunidad de correr hacia los cadáveres de los
sujetos a los que Santiago había ejecutado y tomar alguna de las armas que estos traían
consigo.

Si todo salía bien, Ek Chuak tendría al menos una poderosa arma en su poder
que le permitiría contraatacar –además de cubrir el ataque de Santiago–. El problema
era que, aunque esta parecía ser su opción menos riesgosa, las probabilidades de que
no terminaran siendo acribillados –o al menos con heridas graves–, eran demasiado
escasas.

Ek Chuak pensó en Imox e Ixtab, y lo orgulloso que se sentía de ambos y su


excelente desempeño en el dificilísimo proceso que era la inducción a La Orden. Sin
embargo, también se sintió triste de no llegar a estar con sus hijos para protegerles de
los tiempos sombríos que se avecinaban para ellos, y esto le llevó a recordar a su amada
esposa, y a la posibilidad de que, si existía algo más después de esta vida, tal vez estaría
muy cerca de reunirse con ella.

¡Ahora o nunca!

El psíquico se lanzó sobre su costado izquierdo y disparó cuatro tiros de los seis
que le quedaban sobre los dos hombres que le acechaban detrás de la puerta de
emergencia –y a pesar de que uno de ellos logró dejarse caer sobre su lado derecho y
quedar fuera de la mira del psíquico–, uno de sus disparos alcanzó a herir al hombre más
cercano a la puerta en el hombro derecho, justo antes de que este se cubriera detrás del
muro a su izquierda.

Ek Chuak avanzó sobre sus pies y manos como lo haría un cuadrúpedo por un
par de metros –lo cual causó que los disparos de los hombres en la recepción se
concentraran sobre él–, y finalmente se impulsó con la impresionante fuerza de sus
piernas hacia la ametralladora que estaba ya a su alcance.

Uno de los mercenarios en la recepción trató de acercarse a toda velocidad a


donde ahora estaba Ek Chuak –con la intención de acribillarlo por la espalda–. Ante esto,
Santiago lanzó su sable con absoluta precisión hacia el cuello del marroquí, dejándolo
totalmente fuera de combate –pero provocando que los otros dos mercenarios
concentraran ahora su fuego sobre él.

Ek Chuak logró tomar el arma, levantarse, y disparar una ráfaga de balas sobre
los dos sujetos que ahora asediaban a Santiago –matando a uno, e hiriendo al otro de
gravedad en el torso.

Hasta este punto, Ek Chuak estaba sorprendido de lo lejos que había llegado en
ese movimiento tan arriesgado, y sin un solo rasguño –pero antes de que terminara
siquiera de analizar ese pensamiento–, el psíquico fue inevitablemente alcanzado por
dos balas que provenían de uno de los sujetos posicionados al otro lado de la salida de
emergencia.

Una de las balas entró y salió por su antebrazo izquierdo –haciéndole soltar su
arma en medio de un grito de dolor–, y la otra entró y salió por su costado izquierdo,
perforando una de sus costillas en su recorrido, pero sin ser una herida lo suficientemente
profunda como para tocar algún órgano interno.

El sujeto que había logrado herirlo se acercó apresuradamente apuntando su


arma hacia él al verlo caer sobre sus rodillas –seguido del hombre al que Ek Chuak había
herido en el hombro hacía un par de minutos–, quien a pesar del disparo parecía
encontrarse en buenas condiciones.

– ¡No disparen! –Ordenó Omega acercándose lentamente a Ek Chuak.

Los dos hombres se limitaron a apuntar sus armas a la cabeza del psíquico de La
Orden a muy corta distancia.

–Aquí tenemos al poderoso Ek Chuak. Al que tanto temían los Nobles –dijo
Omega en la mente del maya.

–Ni lo intentes. No vas a poder –advirtió Ek Chuak al sentir los esfuerzos del
psíquico por apoderarse de su mente.

Omega lo miró con una sonrisa burlesca justo antes de comenzar su ataque
psíquico contra él –al tiempo que Ek Chuak se ponía de pie con lentitud y dificultad, pero
sin despegar la vista de su contrincante.

La concentración de Ek Chuak se podía ver con claridad en su rostro, pero esta


no le hacía perder su serenidad. En cambio, la sonrisa malévola y retadora de Omega
se tornaba cada vez más en una expresión de esfuerzo, y consecuentemente de
frustración.

A pesar de lo anterior, Ek Chuak tomó un profundo respiro, y dio un paso atrás con
la postura de alguien que estuviera por recibir un fuerte golpe. Ante esto, Omega retomó
su expresión burlesca y dio un paso hacia adelante sin dejar de mirar fijamente al
psíquico de La Orden.

–Esto no fue tan difícil –fanfarroneó Omega.

–Bienvenido –respondió Ek Chuak.

Omega se aventuró hacia la mente preconsciente de su oponente tal y como lo


había hecho cientos de veces con todas sus víctimas. Sin embargo, su arrogancia no le
permitió considerar que un psíquico tan poderoso y experimentado como Ek Chuak –
quien además era uno de los bloqueadores más poderosos que existían–, podría conocer
aún mejor que él los terrenos preconscientes e inconscientes.

El arrogante psíquico se encontró de repente en un cuarto con poca luz, con


ambas manos ensangrentadas y con un muy afilado cuchillo de unos 20 centímetros de
largo entre las mismas. Se sentía asqueado, lleno de culpa, y estaba llorando
incontrolablemente. Levantó su cara, y presenció aterrado como el rostro sin vida de la
ex-esposa de Ek Chuak parecía mirarle a los ojos.

¡Este no soy yo!

Omega reaccionó demasiado tarde, y se encontró sintiendo un incontrolable


espasmo que recorría su columna vertebral, que comenzaba a contraer
involuntariamente sus músculos, y que le había impedido ya el control de sí mismo –
física, y psíquicamente.

–El problema con poseer una mente… –comenzó a decir Ek Chuak pausada y
tranquilamente en la cabeza de Omega–, es que al entrar al inconsciente nos pasa lo
mismo que cuando soñamos. Y cuando soñamos –por muy bueno que seas en estos
asuntos tuyos de poseer las mentes de otras gentes–, tu mente inconsciente es la que
manda. Y a esta le cuesta un poquito de trabajo distinguir entre una realidad lógica y
ordenada, de una que no tiene ni pies ni cabeza –y sobre todo, distinguir tu propia
realidad de la de tu víctima.

Omega cayó de rodillas, y su semblante reflejaba un esfuerzo sobrehumano por


liberarse de algo invisible que le inmovilizaba. Ek Chuak se paró erguido esta vez, y tronó
su cuello con movimientos laterales lentos.

–Esa pequeña distracción te ha costado el control de tus pensamientos, Omega.


Todo lo que tuve que hacer fue dejarte entrar a donde yo quería que entraras, y no a
donde tú quisieras entrar –anunció Ek Chuak con total serenidad.

El torso de Omega se había arqueado ligeramente hacia atrás, y su rostro estaba


lleno de pánico y desesperación.
– ¡Suficiente! –Ordenó el otro sujeto en la mente de Ek Chuak –quien de nueva
cuenta dio un paso atrás al encontrarse ahora en una batalla mental con dos poderosos
psíquicos a la vez –especialmente el segundo, quien era mucho más fuerte y vil que el
anterior.

Omega aprovechó el ataque de su compañero, y poco a poco fue acomodándose


en una postura más cómoda que la anterior. Por su parte, Ek Chuak retrocedía aún más,
y el esfuerzo en su rostro era mayor conforme pasaban más segundos.

Apenas a unos pasos de donde Omega seguía tratando de recuperarse por


completo, Santiago había estado haciendo un esfuerzo inhumano para no dejar al
enorme sujeto apoderarse de su mente –claro que, al no poseer habilidades psíquicas,
su esfuerzo máximo no le ayudaría a evitar lo que le ocurriría en cuestión de minutos–.
Sin embargo, la concentración y esfuerzo que le tomó a su atacante el neutralizar a Ek
Chuak y rescatar a su compañero, le dio la oportunidad a Santiago de arrastrarse tan
rápido como pudo hasta llegar a donde estaba su sable –mismo que tuvo que sacar del
cuello del mercenario a quien había asesinado hacía unos minutos.

Santiago se levantó con un gran esfuerzo, y utilizó toda su fuerza de voluntad para
concentrarse en dirigir su sable hacia la espalda del psíquico que le mantenía casi
sometido. Elevó su wakizashi sobre su cabeza, dio un paso atrás con su pierna derecha,
arqueó su espalda ligeramente hacia atrás, y lanzó todo el peso de su cuerpo hacia
adelante.

¡No debo fallar!

Pero antes de poder concretar su lanzamiento, el gemelo quedó totalmente


paralizado –y esta vez, su atacante había logrado entrar aún más en la profundidad de
su mente.

¡Santi!

Ek Chuak intentó comunicarse telepáticamente con su amigo, pero ya era


demasiado tarde. El psíquico de La Orden volvió a caer sobre sus rodillas, y Omega
aprovechó esta acción para acercarse a él y apuntar su arma directo a su cabeza.
– ¡No!

– ¿De qué hablas, Delta?, ¡Es muy peligroso para llevarlo con vida! –Protestó
Omega.

–Tal vez para ti –respondió Delta con toda la intención de humillarlo–. Además, no
dije que no va a morir hoy. Pero que mejor muerte que la que da un buen amigo.

Santiago se acercó a Ek Chuak con una mirada vacía e inexpresiva, y su sable


débilmente empuñado en su mano derecha.

Ek Chuak lo miró a los ojos, y sonrió.

–Ahora que lo pienso, sí es mejor morir a manos de un amigo –dijo Ek Chuak


antes de bajar su cabeza en señal de rendición.

Santiago elevó su sable por encima de su cabeza nuevamente –ahora con ambas
manos–. Inhaló profundamente, y emitió un sonido gutural al utilizar toda su fuerza para
empujar su Wakizashi hacia abajo.

– ¿Pero qué demonios? –Maldijo Omega tan atónito como su compañero.

Ek Chuak sintió la sangre de su amigo salpicar su cara, vio su cuerpo desplomarse


frente a él con su sable hundido en su propio pecho, y supo que Santiago De León de
alguna manera había logrado salirse con la suya, y se había suicidado antes que matar
a su mejor amigo.

Santi.

Después de un par de segundos tratando de asimilar lo que había ocurrido –y al


ver las caras de desconcierto en Omega, y de rabia en Delta–, Ek Chuak comenzó a
reírse levemente mientras aún miraba el cuerpo de su amigo en el suelo.
– ¿De qué se ríe este idiota? –Preguntó Omega indignado.

La risa leve rápidamente escaló en una carcajada burlesca –dirigida con toda
intencionalidad hacia sus enemigos.

–No te preocupes, amigo. Esto de seguro les pasa hasta a los poseedores de
mentes profesionales –bromeó Ek Chuak tratando aún de contener el ataque de risa que
le había invadido.

Delta se acercó a Ek Chuak, lo tomó fuertemente de la quijada, y acercó su cara


a pocos centímetros de la de él.

– ¡Cortarás tantos miembros de tu cuerpo como te sea posible antes de morir


desangrado! –Amenazó seriamente Delta–, Y esta vez, no fallaré.

El rostro desafiante y burlesco que Ek Chuak mantenía frente a sus atacantes


cambió repentinamente a sorprendido –y casi de inmediato, a confundido.

Los dos mercenarios detrás de él dieron un paso defensivo hacia atrás, y trataron
torpemente de levantar sus armas –y esta acción fue más que suficiente para que los
dos psíquicos se dieran una idea de lo que esto significaba.

– ¿Una trampa de La Orden?, ¡Pero si están acabados! –Renegó Omega en su


mente antes de comenzar a girar con la intención de atacar.

Varios silbidos provocados por los disparos de armas cortas con silenciadores
sonaron a sus espaldas, y dos balas atravesaron las frentes de los mercenarios antes de
que estos pudieran siquiera apuntarle a sus objetivos.

El intento de Omega de girar rápidamente para enfrentar a los agresores fue


demasiado tardío, e inútil. Gritó de dolor, soltó su arma, y cayó sin siquiera proteger su
rostro con las manos –golpeándose la nariz con fuerza contra el piso.
Delta no cometió el mismo error, y desde el momento en que vio las reacciones
en los rostros de Ek Chuak y de los mercenarios, decidió que la opción más sabia era
salir de ahí.

Sobrevivir hoy para poder pelear mañana.

Para su buena fortuna, la salida de emergencia estaba a solo unos metros de su


actual posición. Así que sin dudarlo ni por una fracción de segundo, dio una maroma a
gran velocidad hacia la cobertura de una de las mesas a su derecha, donde se cubrió de
los disparos de sus agresores a sus espaldas momentáneamente. Una vez ahí, elevó su
arma por encima del nivel de la mesa que le cubría ahora, y disparó a ciegas cuatro
veces hacia distintas direcciones para hacer a sus atacantes retroceder y cubrirse –y al
mismo tiempo–, se perfiló hacia la salida de emergencia, y un paso le dio el poderoso
impulso necesario de sus piernas para lograr saltar manteniendo su torso casi a nivel de
suelo, y llegar con más de medio cuerpo al exterior de la puerta que daba al callejón.

Ek Chuak no daba crédito a lo que acababa de presenciar, y miraba con gran


sorpresa a quienes le habían salvado la vida.

– ¡No siento mis piernas!, ¡Malditos! –Vociferó Omega a unos cuantos pasos de
donde Ek Chuak se mantenía inmóvil y atento.

–Es normal para alguien que acaba de recibir un disparo en la espina dorsal –dijo
Artemis Casamayor con la frialdad con la que un médico diagnostica una gripe–. Al
menos no pasarás el resto de tu vida en una silla de ruedas –aseguró el joven antes de
dispararle en la cabeza.

Enrique, Mariana y Artemis Casamayor miraron pacientemente a Ek Chuak


mientras este se levantaba con gran esfuerzo, y Enrique lo miró fijamente a los ojos aún
con su arma lista en su mano derecha una vez que este se incorporó.

–Tenemos mucho de qué hablar –dijo el mayor de los hijos de Don Miguel.
CAPÍTULO 40

DELETE

–I got a reservation under Glen Swanson, son –dijo en un acento americano un


canoso y alto sujeto caucásico.

–Welcome, sir –contestó el recepcionista del Ritz London hotel.

Después de encontrar los datos de la reservación del nuevo huésped en su


computadora, el recepcionista le informó al mismo el número de su habitación y le
entregó su llave. El americano rehusó amablemente la ayuda del “Bellboy” en turno, tomó
camino directamente hacia el elevador, y comenzó su ascenso hacia su piso mientras
pensaba en lo bien que le caería una larga ducha con agua caliente.

Las puertas del ascensor se abrieron y el hombre caminó con rapidez hacia el lado
izquierdo del corredor que le llevó a la habitación 305. Abrió la puerta con su tarjeta
inteligente, dio un paso hacia el interior, y lo primero que saltó a la vista lo hizo retroceder
con un aparatoso salto –haciéndole soltar abruptamente su maleta y llevarse
instintivamente la mano derecha hacia su cintura en busca de su arma de servicio.

– ¡Fuck! –Maldijo el director de la CIA–, Why are you here?

Alfa le miró inexpresivo desde el único sillón en la habitación.

–Siéntate –ordenó el psíquico en la mente del americano.

Glen no hablaba una palabra de español, y Alfa odiaba hablar inglés –razón por
la cual su comunicación era totalmente telepática–. Esto se podía lograr gracias a que la
actividad mental funciona con base en imágenes, que a su vez se relacionan con sonidos,
conceptos, situaciones, emociones, etc.
De hecho, lo único que podría permitirle a un no-psíquico el comunicarse con
alguien que no hablara su idioma sería el lenguaje no verbal –pero a diferencia de la
comunicación telepática–, este podría ayudar solamente con mensajes simples y
básicos, más nunca con una conversación compleja y detallada.

– ¿Qué más necesita de mí?, ¡Hice lo que me pidió!, ¡Alguien pudo haberle visto
entrar aquí! –Protestó Glen mientras cerraba apresuradamente la puerta a sus espaldas.

Alfa no dejaba de mirar a Glen fijamente con sus ojos penetrantes y siniestros –y
esta acción nunca dejaba de poner al americano con los nervios de punta.

–Muchas veces me pregunté cómo una nación con tantos idiotas se pudo convertir
en la superpotencia mundial por tantos años. Después me di cuenta de que esa fue
exactamente la razón por la que esto sucedió.

El psíquico pausó tratando de ver la expresión en el rostro del americano, quien


estaba ahora sentado a la orilla de la cama y trataba nerviosamente de no ver a los ojos
a su intimidante interlocutor.

–Los verdaderos titiriteros del mundo –en su mayoría judíos super ricos, agiotistas,
avaros, y faltos de escrúpulos, que por desgracia sobrevivieron a los intentos de
exterminio a manos del único hombre que les detectó como la plaga que eran en
realidad–, se dieron un verdadero festín con la sencillez que significó manipular las
mentes del americano promedio. Individuos pertenecientes a una cultura en la que se les
enseñó a creer que por haber nacido en “América” –que de hecho ese es el nombre de
todo el continente y no sólo de su país–, eran especiales y superiores a los demás. Lo
cual también significaba que merecían lo mejor de lo mejor, y sin tener que preocuparse
por hacer mérito alguno para conseguirlo.

Alfa apoyó sus codos sobre sus muslos y entrelazó sus dedos a la altura de sus
rodillas.
–Lógica y consecuentemente, esta actitud ha desencadenado inevitablemente un
gran número de tiroteos y asesinatos a manos de sociópatas y asesinos seriales, que no
son más que sujetos narcisistas que han desarrollado delirios de grandeza –razón por la
que creen que al ser superiores tienen derechos sobre las vidas de sus propios
paisanos–, y otros tantos que obviamente no han podido con los altos estándares que el
país demanda de ellos, por lo que deciden que si no pueden ser lo mejor de lo mejor,
nadie debería de serlo.

Alfa se levantó de su asiento súbitamente y se dirigió hacia el americano. Se


arrodilló con gran facilidad frente a él, y su rostro quedó a muy poca distancia del rostro
del director de la CIA.

–Se les enseñó que su país había sido bendecido por Dios –Alfa soltó una corta
carcajada burlesca y desproporcionada–, y que era su deber protegerlo con sus vidas, o
hasta las de sus hijos –quienes son estúpidamente demasiado entusiastas cuando se
trata de unirse a los “Marines”–. Pero no me malinterpretes. Esta mentalidad funcionó
bien por mucho tiempo. Sobre todo con las mentes brillantes. Es un hecho que ha habido
muchísimos americanos brillantes –reconoció Alfa con honestidad–. Lo negativo de esta
situación es que el magnífico efecto productivo y efectivo que esta mentalidad tuvo –y
sigue teniendo en la minoría de mentes brillantes americanas–, tiene proporcionalmente
el efecto contrario en la gran mayoría conformada por los idiotas. Y enfatizo, son mayoría.

Glen seguía haciendo un enorme esfuerzo por no entablar contacto visual alguno
con Alfa –y es que su simple presencia le estremecía intensamente.

–Generaciones de millones de idiotas con muy alta autoestima y una enorme


confianza en una ficticia grandeza interna que supuestamente les fue dada solo por ser…
–Alfa pausó y se aseguró de que Glen le mirara–. “American” –dijo el psíquico imitando
exageradamente un acento sureño americano.

Alfa se puso de pie con un veloz movimiento que aparentó carecer de algún
esfuerzo físico por parte del psíquico –resaltando sus magníficas habilidades físicas
metahumanas–, que hicieron que a Glen se le escapara un gemido de miedo ante el
inesperado e inusual movimiento, y que reafirmaron la idea en su mente que le hacía
creer que el psíquico era algún tipo de entidad sobrenatural.
Sin ponerle la más mínima atención al comportamiento del americano, Alfa caminó
hacia la puerta de la habitación, se detuvo frente a la misma, elevó su barbilla hacia
arriba, y comenzó a mover su cabeza lentamente en círculos.

–Terminarás definitivamente con el proyecto de investigación que busca


comprobar la existencia de psíquicos alrededor del mundo y matarás a cualquiera que
se rehúse a parar. Eliminarás toda la información al respecto de la base de datos de la
CIA, y te encargarás de hacer lo mismo con los enlaces de la Interpol y cualquier otra
agencia de inteligencia que esté de cualquier manera involucrada, o que conozca la más
mínima información al respecto.

Alfa empuñó y giró la manija de la puerta, y se quedó recargado sobre la misma


por unos cuantos segundos más –y es que aún analizaba una idea que no le permitía
retirarse.

–Una vez que cumplas con lo que te ordené, suicídate –ordenó fríamente Alfa sin
mirar atrás.

El rostro del americano palideció, y su garganta se tornó totalmente líquida


mientras el psíquico abría la puerta y comenzaba a caminar decididamente hacia afuera.

– ¡Pero hice todo lo que me pidió! –Protestó Glen aterrorizado.

Alfa se detuvo en seco, giró rápidamente hacia Glen, lo miró genuinamente


desconcertado, y le dijo con un genuino tono de obviedad:

–Por eso no te mataré yo. Eres libre de morir como tú lo desees.


CAPÍTULO 41

CONFIAR O NO CONFIAR

Arturo abrió los ojos totalmente desorientado y paralizado. Su cuerpo experimentó


una sensación de pánico que inició en su estómago, y que se expandió hacia su pecho
y garganta al darse cuenta de que se encontraba sujeto a una silla con cinta adhesiva
alrededor de su tronco, brazos, y piernas.

En cuanto asimiló la situación en la que se encontraba, Arturo comenzó a


sacudirse desesperadamente con el propósito de zafarse de sus amarres, pero notó al
instante que esta acción no le llevaría a lograr su cometido.

–No te resistas más –dijo una voz cansada y temblorosa a su izquierda–. Es un


esfuerzo inútil.

Arturo reconoció la voz de Ixtab, y después escuchó un profundo y entrecortado


respiro a su derecha que provenía de Melisa.

– ¿Qué pasó?, ¿En dónde estamos? –Preguntó Arturo agitadamente aún tratando
de controlar su ataque de pánico.

– ¡Suéltenme, traidores de mierda! –Maldijo una voz familiar afuera de la única


puerta del lúgubre espacio en el que se encontraban.

La puerta se abrió de golpe frente a ellos, y dos figuras enmascaradas y vestidas


con uniformes de la CIA lanzaron a Raúl al piso con fuerza. Detrás de ellos, otros dos
sujetos enmascarados más entraron al lugar. Uno de ellos prácticamente arrastraba a
Daniel –quien apenas podía caminar–, y uno más dirigía a empujones a Tony hacia la
entrada de la habitación –el cual llevaba una prenda blanca ensangrentada alrededor de
los ojos, y caminaba temeroso con sus manos extendidas frente a él.

Tony y Daniel fueron forzados a hincarse frente a Arturo, al tiempo que Raúl aún
trataba de recuperarse del golpe en la cara que se había dado al ser lanzado
violentamente al suelo –con ambas manos atadas detrás de su espalda–. Ahogando
cualquier queja de dolor, Raúl hizo un esfuerzo por ponerse de rodillas por sus propios
medios, pero antes de que lo lograra uno de los sujetos enmascarados le disparó con
frialdad directamente en la nuca.

– ¡No!

Al haber visto a su amigo morir ejecutado cobardemente por la espalda, el ataque


de pánico de Arturo se disipó por completo. Su corazón seguía latiendo rápida y
fuertemente, pero su agitación era ahora alimentada por la ira.

–No debieron meterse donde no los llamaban –dijo una voz bien conocida por
Arturo.

Ek Chuak se descubrió la cara frente a Arturo. Seguido de Máximo, Bruno, y


Santiago.

–Lástima. Eran un buen grupo –reconoció Máximo.

–Terminemos con esto de una vez –dijo Bruno justo antes de disparar sobre la
cabeza de Tony a quemarropa.

– ¡No!, ¡Maldito cobarde!

Arturo maldijo con todas sus fuerzas y se sacudió violentamente sobre su silla en
un arranque de ira, e impotencia. No obstante, a pesar de esta protesta –y sin inmutarse
en lo más mínimo por el insulto del novato–, Bruno le disparó ahora a Melisa, y Máximo
a Daniel.

– ¡Ratas cobardes!
La rabia y la impotencia de Arturo gritaron con fuerza una vez más, pero esta vez
fue interrumpido por Ek Chuak –quien lo tomó con fuerza de la quijada, puso su arma en
su boca, lo miró con desprecio, y le dijo:

– ¡Si hubieras sido más competente mis hijos seguirían vivos!

Arturo probó en su lengua el frio metal del arma. Escuchó la descarga dentro de
su boca, y sintió el calor de la bala atravesar su paladar y salir por su nuca.

– ¡No! –Gritó Arturo al momento de haber despertado a la mitad de su cama con


ambas piernas colgando a la orilla del colchón.

Estaba empapado en sudor, su corazón latía desenfrenadamente, sentía un


hormigueo intenso en el lado izquierdo de la cara, y su brazo izquierdo estaba totalmente
adormecido.

– ¡Qué horrible pesadilla! –Se dijo a sí mismo al momento en que comenzaba a


buscar un frasco de pastillas ansiolíticas en el cajón del mueble de al lado.

Desde el momento en que despertó, Arturo supo con certeza que regresar a
dormir ya no sería una opción. Se frotó la cara por varios segundos, y luego miró su reloj.

Las 3:22.

Se levantó de su cama y se vistió con ropa deportiva. Tenía la intención de


entrenar –tal como lo había estado haciendo diariamente desde un par de días después
de su llegada al Cuartel–, pero su trastorno de ansiedad, su falta de horas de sueño, y
su exceso de ejercicio físico le habían provocado fatiga crónica.

Me duele todo. Necesito otra distracción.


Salió de su habitación y se dirigió hacia la sala de monitoreo y comunicaciones.
Santini estaba en turno esa madrugada.

Seguro querrá dormir si me ofrezco a cubrirla.

Arturo recorrió el largo pasillo que llevaba hacia su destino. Estaba mareado y
agitado por el ataque de ansiedad que aún le agobiaba.

Inhala… exhala...

Al entrar en la sala de monitoreo y comunicaciones, Arturo encontró a Santini


recostada sobre su silla frente al panel de control, sumergida en lo que parecía ser un
muy profundo sueño.

¡Que envidia!

A pesar de ya haber convivido con la agente por una considerable cantidad de


tiempo, Arturo no se había dado la oportunidad de apreciar lo atractiva que era la
argentina –particularmente ahora que no tenía un semblante sombrío y desgastado–.
Pensó que sería grosero despertarla, y decidió que utilizaría una de las computadoras
en el lugar sin tener que molestarla.

Arturo se sentía realmente mal al momento. Pero al haber lidiado con su condición
por los últimos seis meses, había aprendido que la manera más efectiva de controlar sus
ataques era con múltiples distracciones.

Vamos internet. Muéstrame algo interesante.


Utilizando audífonos para evitar despertar a Santini, Arturo reprodujo una lista de
música clásica relajante –misma que había obtenido de parte de la doctora Eréndira,
junto con una prescripción de ansiolíticos y antidepresivos.

Comenzó por buscar páginas de noticias relevantes alrededor del mundo, y esto
le llevó a enfocarse en encontrar algún indicio que le proporcionara alguna conexión con
los atacantes del día de la emboscada –infructíferamente.

Conforme buscaba, se dio cuenta de que estos asuntos no le ayudaban mucho a


calmar su ansiedad. De hecho, le estresaba aún más el saber que si no fuera por la
información que obtuvieron de Raúl, estarían totalmente a obscuras.

Decidió que por el momento buscaría algún otro tipo de material que le ayudara a
enfocarse en algo más, por lo que recurrió a un tema que generalmente solía ser su
deleite: Las teorías de conspiración –especialmente ahora que él pertenecía a una
organización real que podría pertenecer a la categoría en cuestión, si es que de alguna
manera algunos de sus detalles llegaran a ser parte del conocimiento público.

– ¿Llevas mucho aquí? –Preguntó Santini después de alrededor de una hora en


la que Arturo había estado explorando internet.

–Perdóname. No podía dormir y quería ofrecerme a cubrirte esta noche, pero al


llegar aquí no quise despertarte –confesó Arturo.

–Estás teniendo ataques de ansiedad otra vez, ¿Cierto? –Preguntó Santini


mientras masajeaba su cuello.

–Sí.

–Sé que es difícil tener algo de credibilidad por mi estado anímico actual, pero…
créeme, ya pasará –animó Santini.

–Gracias.

– ¿Seguro que no prefieres ir a recostarte? –Ofreció Santini.

–Créeme, cuando me pongo así es lo peor que puedo hacer. Necesito distraer mi
mente –explicó Arturo.

–Bueno. Creo que entonces aceptaré tu oferta si aún sigue en pie. Mi cuello está
hecho trizas.

–Claro. Adelante, yo me encargo de todo –aseguró Arturo.


–Gracias, Arturo. Y no te preocupes, por desgracia Aker no ha recibido mensaje
alguno desde que Raúl se comunicó. Por lo que estoy segura de que será una noche
tranquila –pronosticó Santini con un dejo de decepción–. Es triste aceptar la realidad,
pero a menos de que los agentes estén enviando mensajes por... no sé, algún otro medio
seguro del que no estemos enterados. Todo apunta a que no quedamos muchos
sobrevivientes –lamentó Santini.

– ¿Otros medios? –Pensó Arturo.

–Bueno, por ahora solo podemos esperar. Gracias otra vez, y buenas noches.

–Descansa, Santini.

Arturo se quedó pensando en lo que Santini había dicho acerca de utilizar otros
medios para enviar mensajes, y esto le hizo recordar lo fuera de lugar que había sonado
el comentario de Raúl cuando se comunicó con ellos hacía unos días, con respecto al
juego en línea en el que según él había establecido un nuevo récord.

¡Bubble crasher!

Arturo recordó que al conectarse en línea a la plataforma de “Bubble crasher”, los


usuarios tenían acceso a un área de mensajes entre grupos de contendientes –los cuales
generalmente utilizaban para hablar de las fantasías que alguno de ellos hubiera tenido
con Karla o Melisa, para criticar los métodos de entrenamiento de Carlos, lo
desesperante que podía ser Erika, discutir la posibilidad de que Fernando fuera un
asesino serial en secreto, y varios otros temas que preferían mantener entre ellos tres –
Arturo, Raúl, y Tony–, ya que Imox participaba en la competencia, pero no en los
comentarios; y Daniel encontraba este juego patético y aburrido.

Arturo abrió de inmediato la página web del juego e ingresó su nombre de usuario
y contraseña para accesar. Una vez en línea, dio clic al icono de mensajes y vio una
nueva entrada del usuario “PSYCHOKING” –que era el nickname de Raúl en el sitio.

Extraje información de un agente de alto rango de la CIA. Hay un traidor entre los
lideres de La Orden. Organizó la emboscada, y manipuló a Grint para que desactivara
los sistemas de seguridad de Aker y robara toda su información.
No confíes en ninguno de ellos y saca a Ixtab y a Melisa de ahí lo antes posible.
Los atacantes saben dónde está el Cuartel, pero su plan es atacar hasta que nos tengan
a todos ahí reunidos. Mantén contacto con nosotros únicamente por este medio.

CAPÍTULO 42

CAMBIO DE PLANES

–Los Nobles no están acabados –anunció Delta al entrar a la sala del lujoso y
amplio penthouse donde él y Alfa se hospedaban.

El lujoso lugar –localizado en el corazón de Londres–, pertenecía a un magnate


japonés, quien después de entrevistarse con Alfa por unos cuantos segundos en la
recepción del edificio, decidió que se tomaría unas vacaciones por tiempo indefinido en
su país –dejando a Alfa con la autorización para quedarse en el lugar por el tiempo que
este lo deseara, y con total crédito abierto en la cuenta del lugar para room-service y
otros servicios.

– ¿Qué sucedió? –Inquirió Alfa interesado.

–El incompetente de Omega casi fue poseído por el indio, así que tuve que
intervenir. No fue fácil, pero lo tenía bajo control. Y fue en ese momento en el que los
hijos de Miguel Casamayor se nos escabulleron silenciosamente. Le dispararon a
nuestros hombres, y después a Omega. Obviamente, yo fui demasiado rápido para ellos
–fanfarroneó Delta antes de dejarse caer en uno de los cómodos sofás del lugar.

– ¿Estás seguro de que eran los hijos de Miguel Casamayor? –Preguntó Alfa.

–De hecho, no los vi directamente. Ya que aproveché el poco tiempo que tuve
para reaccionar y escapar. Pero tomé la memoria de uno de los marroquís antes de que
su actividad cerebral muriera por completo. Chécalo tú mismo –invitó Delta mientras
comenzaba a compartir la memoria de lo sucedido.
Alfa observó a Enrique, Mariana y Artemis salir de la nada a tan solo unos metros
de la espalda de Omega y disparar sobre los marroquís.

–Nunca pensé que esos chicos se volverían un problema tan grande para nosotros
–confesó Alfa después de ver la memoria extraída por Delta.

– ¿Un problema?, ¡Por favor!, ¡Son sólo unos niños! –Menospreció Delta con
arrogancia–, El verdadero problema ahora es que tenemos dos hombres menos. Pero al
menos el indio está muerto.

–Gracias a la debilidad de Kappa ante sus propios instintos sexuales es que La


Orden nos identificó, y la arrogancia de Omega era desproporcionada con respecto a sus
verdaderas habilidades. Así que no veo como sus muertes puedan hacer otra cosa más
que beneficiarnos –analizó Alfa fríamente–. En cuanto a esos jóvenes, creo que deberías
de respetarlos un poco más. Especialmente porque te acaban de perdonar la vida.

– ¿Qué? –Delta soltó una risita burlona–, ¿Cómo puedes…?, ¿Es en serio?

–Tu arrogancia no te deja ver los hechos. Esos chicos no necesitaron más que un
disparo para asesinar a los mercenarios a diez metros. Sus manos no temblaron, y
ninguno mostró miedo o duda al disparar. Al menos la chica y el más joven tienen la
mirada fría de un verdadero asesino –analizó Alfa.

–Lo sé. Estuve ahí –afirmó Delta con molestia–. Pero ¿Qué tiene que ver todo eso
con que según tú me perdonaron la vida? –Insistió el orgullo herido del psíquico.

–Por muy rápido que seas, no eres más rápido que una bala. Y mucho menos que
las balas de tiradores expertos como estos chicos –y a tan corta distancia–. Por otro lado,
hasta un asesino no tan experimentado hubiera disparado sobre las verdaderas
amenazas primero, y las sabandijas después –y a ti te tenían de espaldas–, así que es
obvio que si te hubieran querido matar lo hubieran hecho –tal y como lo hicieron con
Omega–. Por lo tanto, el haberles disparado primero a los marroquís fue sin duda alguna
para alertarte y darte la oportunidad de huir.

Delta miró a Alfa por unos segundos aún con una actitud inconforme, pero
reflexionando con seriedad lo que acababa de escuchar.

–Digamos que tienes razón, ¿Para qué me dejarían escapar? –Inquirió Delta.
–No lo sé con seguridad. Y eso es exactamente lo que me intriga ahora –confesó
Alfa–. Ya que estoy seguro de que ese no fue un acto sin un propósito, y mucho menos
un acto de buena fe.

Delta no terminaba de aceptar que unos jovencitos le hubieran hecho el favor de


perdonarle la vida. Su narcicismo le exigía una justificación más que relevante para esta
acción. Después de todo, él era uno de los psíquicos más poderosos y desalmados que
existían en el mundo.

–No podemos perder más tiempo. Tendremos que dar el siguiente paso antes de
lo previsto –determinó Alfa.

El rostro de Delta fue invadido por una sonrisa maliciosa.

– ¿Quieres que le envíe el mensaje? –Preguntó Delta expectante.

Alfa tomó un largo y profundo suspiro antes de contestar.

–Sí. Que prepare todo para la siguiente fase –ordenó Alfa antes de levantarse y
girar hacia las escaleras de acceso al segundo nivel del penthouse.

–Con gusto –respondió Delta con una amplia sonrisa dibujada en su rostro
mientras tomaba su Smartphone de la bolsa derecha en su pantalón.

CAPÍTULO 43

INFORMACIÓN ES PODER
Para las sorpresas de Fernando y Uri, dos días atrás Karla se había aparecido en
el cuarto de monitoreo para dejarles saber que tomaría el turno de la noche.

Ninguno de los dos se opuso a la decisión de Karla, ya que esta situación –al
menos desde su percepción optimista–, significaba un progreso enorme en su
comportamiento general, y en su interés por los asuntos de lo que quedaba de La Orden
en las últimas semanas –además de que ambos reconocían la enorme ayuda que
significaría tener a Karla de regreso en la escena.

La realidad de este repentino interés por encargarse del turno de monitoreo


encontraba su razón de ser en una motivación totalmente opuesta a la de preocuparse
por el progreso de los asuntos de La Orden. Más bien, obedecía al hecho de que ahora
Karla estaba convencida de que había una “rata” entre sus compañeros, y estaba más
que decidida a encontrarla,y acabar con ella.

Su nueva actitud consistía en no confiar ni en su propia sombra. Razón por la que


había estado distanciada de casi todos a su alrededor, exceptuando a su compañera de
habitación, Melisa –quien había sido especialmente atenta y comprensiva con ella en las
últimas semanas, a pesar de saber que su actitud no había sido la mejor desde su llegada
al Cuartel.

Karla tenía un secreto que no había compartido ni siquiera con Uri –quien era tan
cercano a ella como lo había sido Carlos–. Mientras lloraba abrazada al cuerpo sin vida
de Carlos el día de la emboscada, notó que este tenía un objeto cuadrado dentro de uno
de los bolsillos de su chaqueta.

Al sacar el objeto de la misma, se dio cuenta de que era un dispositivo de


almacenamiento de información portátil, y que muy probablemente este era el dispositivo
que los intrusos buscaban obtener de las manos de Grint.

En ese preciso momento, decidió que su duelo por su amigo era más importante
que este hallazgo –por lo que decidió guardarlo en uno de sus bolsillos, y preocuparse
por entregárselo a alguien de su confianza si llegaban a sobrevivir.

Con el paso de los días, Karla se sentía triste, decepcionada, y, sobre todo,
desconfiada. Su cabeza daba vueltas, y sus ideas paranoides –las cuales consideraba
irracionales al principio–, comenzaban a tener más y más sentido conforme las analizaba
con detenimiento.

La agente conectó el dispositivo que había tomado de la chaqueta de Carlos al


ordenador principal del servidor en el Cuartel, y pudo comprobar que este era en efecto
el respaldo de la información principal necesaria en cuanto a las configuraciones y claves
de acceso de Aker para toda la información encriptada en la nube de La Orden.
Al menos no los dejaste llevarse esto, amigo.

A pesar de toda la información a la que ahora Karla podría tener en su poder, la


agente se enfocó sólo en los videos de vigilancia del Centro de Operaciones de La
Guardia –por supuesto, concentrándose en lo sucedido el día de la emboscada–. Analizó
con atención las diferentes tomas captadas por las diversas cámaras ubicadas dentro y
fuera del Centro de Operaciones sin poder encontrar algo relevante, y confirmó que justo
antes del ataque todos los sistemas de seguridad –incluyendo las cámaras de video–,
fueron desactivados por Grint.

Karla se retiró decepcionada a descansar cuando Arturo se presentó a relevarla a


las 8 de la mañana. Se aseguró de tomar consigo el dispositivo de almacenamiento, y
decidió que regresaría más tarde para seguir buscando algo que le pudiera dar alguna
pista que le llevara a la identidad del traidor.

Sus candidatos principales eran Ek Chuak, Máximo, y Bruno, quienes


sospechosamente no habían estado presentes el día del ataque –además de la
desconfianza que ya sentía por ellos desde que descubrió que los tres les habían
guardado información importante a los demás miembros de La Orden.

Máximo dijo haber estado en el Cuartel todo el tiempo. Bruno supuestamente


había dejado el Cuartel y se había dirigido al Centro de Operaciones de La Guardia esa
mañana –sin embargo, Karla no logró verlo en los videos de seguridad–, y Ek Chuak
había desaparecido repentinamente junto con Santiago –lo cual no era atípico en Ek
Chuak, pero tampoco una justificación suficiente para descartarlo como sospechoso.

Aunque hasta ahora ninguna de estas situaciones tenía bases sólidas para
incriminar a alguno de estos psíquicos –o a los tres juntos–, la psíquica decidió que no
abandonaría la investigación sino hasta dar con la verdad.

Esa misma noche Karla repitió la escena del día anterior y se quedó a cargo del
turno nocturno en el cuarto de monitoreo, al encontrar cero resistencias de parte de una
Santini que comenzaba a mostrar en su semblante los signos del insomnio que le
agobiaba ya por varias semanas.

El único problema de Karla esa noche era que no sabía por dónde comenzar.

–Por ahora no tengo los recursos para rastrear a Ek Chuak, y mucho menos para
saber en dónde estaba el día de la emboscada. Por otro lado, no puedo asegurarme de
que Bruno estuvo en La Guardia al momento del ataque, porque no hay grabaciones de
dicho momento –analizó Karla con ambas manos sobre su cabeza, y completamente
reclinada sobre la silla frente al monitor principal de la sala de monitoreo–. Sin embargo…
¡Puedo checar las grabaciones de aquí! –Pensó Karla con una repentina sensación de
júbilo que le llenó de energía–, Así descubriré si Bruno estaba aquí como lo dice Máximo,
y si es cierto que se fue esa misma mañana. Además, con algo de suerte también me
aseguraré de que Máximo no dejó el lugar.

Karla sabía que las únicas cámaras de seguridad con las que contaba El Cuartel
estaban ubicadas en la periferia del complejo, y en la estación subterránea del tren. En
este caso específico, Karla estaba interesada solamente en los videos de la estación, ya
que bastaría con ver a Bruno abordar el tren para saber que en efecto había estado en
El Cuartel, y que se había dirigido al Centro de Operaciones tal como Máximo lo había
asegurado.

La agente no perdió el tiempo y comenzó su búsqueda en las carpetas que


contenían los archivos de video de las cámaras de seguridad. Los videos de esa mañana
en la estación del Cuartel mostraban a Bruno y a Máximo sosteniendo una corta
conversación antes de que el primero abordara el tren y saliera de ahí –y esa fue la última
vez que se utilizó el tren, hasta el momento en que ella y los demás sobrevivientes al
ataque llegaron al Cuartel horas más tarde.

Ahora Karla había obtenido confirmación de que Máximo y Bruno habían estado
en el Cuartel, y que el Jefe de La Guardia en efecto había abandonado el complejo –por
desgracia para ella, esto no significaba ningún avance.

Karla se desesperanzó después de sus irrelevantes hallazgos. Pensó que tal vez
se estaba obsesionando con encontrar a un culpable cuando probablemente no lo había.

– ¡Claro que no, Karla!, ¡Alguien que conocía la operación debió de haber estado
involucrado!, Si no, ¿Cómo supieron que Grint era el encargado de seguridad de
sistemas?, Y ¿Cómo sabían que teníamos un servidor autónomo? Es demasiada
casualidad que ese psíquico se presentara con los intrusos solo así porque sí –Se
corrigió Karla.

La agente cerró sus ojos por un momento –después de todo eran las 4 de la
mañana, y esta era su segunda desvelada consecutiva.

–Yo también pensé en revisar los videos de seguridad al principio –dijo la voz de
Arturo a sus espaldas.
Karla trató torpemente de cerrar el reproductor de video en el monitor frente a ella.

–Claro que no contaba con las claves de acceso de Aker para la información en
la nube del servidor de La Guardia –continuó Arturo sin ponerle atención a lo que hacía
Karla.

– ¿Me ha estado espiando, agente? –Preguntó Karla tratando de utilizar su


autoridad como su último recurso al verse descubierta.

–He estado espiando a todos. No es personal –afirmó Arturo–. Ya que, si quieres


saber que hago levantado a estas horas, la respuesta es “insomnio y ansiedad”.

–Es inútil seguir fingiendo –pensó Karla resignada.

–Veo con satisfacción que no soy el único que desconfía de los demás por aquí –
confesó Arturo–. Irónicamente, el sorprenderte haciendo lo que estás haciendo me hace
confiar un poco más en ti.

Karla mantuvo su mirada fatigada en el vacío.

–Si buscas en el servidor local del Cuartel en una carpeta llamada DOC.SYS,
encontrarás una subcarpeta llamada Extensiones –continuó Arturo.

Karla lo miró con una mueca de incertidumbre al escuchar sus instrucciones.

–Hay dos cosas que me hicieron interesarme en el contenido de esa carpeta.


Primero, es una de las carpetas ocultas en el sistema –de hecho, me enfoqué en
investigar ese tipo de carpetas por obvias razones–. Y segundo –Arturo se acercó hacia
una silla cercana a la de Karla frente a otro monitor, se sentó, y movió el mouse para que
su computadora despertara–, es la única que he encontrado en todo el servidor que pide
una contraseña.
Los ojos de Karla se abrieron grandes al escuchar lo que Arturo acababa de
decirle, y su cansancio se disipó por completo al instante.

–Comencé a crackear la encriptación del folder antier. Así que sólo es cuestión de
tiempo antes de que podamos tener acceso al contenido.

CAPÍTULO 44

EL LEGADO

–No necesito leer su mente para saber que si quisieran ya me hubieran matado –
dijo Ek Chuak al ver a los hermanos Casamayor entrar a la habitación en donde él
reposaba–. Así que vamos a saltarnos esa parte, muchachos.

Mariana y Enrique sonrieron brevemente ante el comentario de Ek Chuak, y


Artemis permaneció alejado en una de las esquinas de la habitación en silencio.

–Es usted muy perceptivo –halagó Enrique.

–Soy un perro muy viejo, muchacho. Hay muchas cosas que son obvias para mí
después de tantos años –respondió Ek Chuak.

–Creo que esta plática va a ser muy corta entonces, señor –afirmó Enrique.

–Tenemos el mismo enemigo, muchacho.

Enrique miró a Ek Chuak con una pequeña sonrisa de aprobación.


–Quiero asumir que logró extraer mucha información de ese arrogante psíquico
antes de que Artemis lo asesinara –dijo Enrique.

–La verdad es que al principio me costó algo de trabajo por los balazos que me
habían dado –bromeó Ek Chuak.

Enrique y Mariana rieron discretamente.

–Bueno, muchachos. Ya sé lo que necesitan saber de mí, y ya sé que estamos


contra reloj, así que no les voy a quitar mucho tiempo –resumió Ek Chuak–. Para
entender exactamente a lo que nos enfrentamos, es necesario conocer bien la historia
del comienzo de todo este embrollo.

–Lo escuchamos, señor –dijo Enrique cortésmente.

–Hay una parte de la historia que no nos contaron –inició Ek Chuak–. Es cierto
que hubo una pelea, y que La Orden de Aker se dividió en los dos grupos que ya
conocemos. Pero también es cierto que hubo un hombre que no estaba de acuerdo con
ninguno de los dos nuevos grupos de psíquicos. Un Don español que tenía posesiones
y riqueza en la Nueva España, y que tuvo que escapar y esconderse al saber que Los
Nobles comenzaron a...

–Asesinar a los demás –dijo Mariana inexpresiva.

–El asunto es que este hombre huyó y se perdió por el mundo. Se creé que se
escondió en una parte de la India, pero nunca se supo bien. Si no, lo hubieran
encontrado, y lo hubieran matado –aseguró Ek Chuak–. Este hombre tuvo dos hijos. A
los dos les enseñó a despertar sus habilidades psíquicas, y les enseñó el odio que le
tenía a los psíquicos que le habían echado a perder su vida. Uno de estos dos
muchachos era un salvaje desalmado. Un asesino sin corazón que terminó por asesinar
a su padre, a su madre, y a su hermano.

Ek Chuak estiró su brazo izquierdo –con evidente esfuerzo–, para alcanzar un


vaso de cristal con agua que había en el buró a un lado de la cama.

–No se esfuerce, señor. Yo me encargo –dijo Enrique antes de alcanzarle el vaso


con agua al lastimado psíquico.
–Gracias, muchacho –Ek Chuak tomó un trago de agua y se aclaró la garganta
antes de continuar–. Esta bestia se fue del lugar donde él y su familia se habían
escondido por muchos años, y se cree que se unió a una comunidad de monjes en el
Tíbet –pero en vez de haber aprendido a tener paz interior y todas esas cosas que los
monjes aprenden–, aprendió a hacer cosas muy malas con su mente.

–La posesión –agregó Enrique.

–Unos años después se fue del monasterio y regresó a la civilización. Viajó por el
mundo, y utilizó sus poderes para volverse muy rico y poderoso –y por algunos años se
dedicó a disfrutar de su dinero y de los lujos que se daba, pero no pasó mucho tiempo
antes de que volviera a las andadas–. La bestia que llevaba adentro volvió a salir.

Los hermanos Casamayor escuchaban atentamente el relato que contaba Ek


Chuak, y sus rostros le confirmaban al psíquico de La Orden que esta era la primera vez
que escuchaban este relato.

–Mandó a construir una mansión en algún lugar secreto y alejado de cualquier


ciudad principal. Tomó a 20 mujeres hermosas con él, las convirtió en sus zombies
personales, y tuvo hijos con todas ellas –Ek Chuak pausó para volver a tomar un trago
de agua–. Tuvo más o menos unos 40 hijos, de los que nada más 10 llegaron a la
adolescencia. De los otros 30, muchos murieron en el entrenamiento inhumano que su
padre les daba –algunos por lo duro que este era, y otros a manos de sus propios
hermanos–. Pero lo más horrible de todo es que a todas las mujercitas, y a los varoncitos
que después de sus primeros años de vida no mostraron poderes psíquicos, los mató el
mismo.

El descontento en el rostro de Enrique fue evidente al escuchar lo que Ek Chuak


le contaba. En cambio, Artemis y Mariana se miraron con una sonrisa malévola, y
divertidamente sorprendida.

Ek Chuak se dio cuenta de este detalle macabro, pero decidió no darle importancia
y continuar con su relato.

–El hombre quería construir su propio ejército de psíquicos para terminar con
todos los demás psíquicos en el mundo. No quería una venganza en el nombre de su
padre. Nada más quería demostrarles a todos que él era el más poderoso –aclaró Ek
Chuak.
–Además de saber que logrando esto básicamente dominaría el mundo entero –
añadió Enrique.

–No, muchacho. Ni este tipo ni sus hijos buscan el control del mundo. Más bien lo
quieren destruir –corrigió Ek Chuak.

El rostro de Enrique se tornó reflexivo y preocupado.

–Lo único que este hombre tomó de su padre antes de matarlo como a un perro,
fue su idea de que los humanos éramos malos por naturaleza, y que destruíamos todo
lo que se nos ponía enfrente –explicó Ek Chuak.

–No podemos negar que tenía algo de razón –opinó Artemis desde la esquina en
la que estaba.

Mariana hizo una mueca de acuerdo ante el argumento de su hermano menor.

–Quiero suponer que la descendencia de este sujeto... –Enrique dejó su frase


incompleta para que Ek Chuak la terminara por él.

–Son los psíquicos que terminaron con Los Nobles y La Guardia –confirmó Ek
Chuak–. Omega y Kappa –antes de que ustedes los mataran–. Y ahora los peores. Alfa
y Delta.

– ¿Y son estos los únicos hermanos sobrevivientes? –Preguntó Mariana.

–Los únicos sobrevivientes que nos quieren matar, sí.

Los tres hermanos miraron a Ek Chuak inconformes al escuchar su respuesta.

–Hay un tercer hijo que aún está con vida. Su nombre es Beta –respondió Ek
Chuak a la pregunta implícita.

– ¿Por qué alguien les pondría a sus hijos nombres del alfabeto griego? –Preguntó
Enrique contrariado.

–La verdad, no sé –contestó Ek Chuak con honestidad.


–Es obvio. Esa era una manera de desapegarse de los mismos para entrenarles
como soldados, y no como sus hijos –infirió Artemis.

–Me agrada ese sujeto –confesó Mariana con una sonrisa juguetona.

–Como sea –interrumpió Enrique a sus hermanos menores–, ¿Cómo es que no


hemos sabido nada de este... Beta?, ¿Es una amenaza?

–Para ser sincero, espero que no. No me gustaría tenerlo como enemigo –confesó
Ek Chuak.

Mariana se dirigió ahora directamente a Ek Chuak por primera vez en toda la


conversación.

–Hablas de él como si lo conocieras –dijo la joven.

–Lo conozco muy bien –respondió Ek Chuak con una tenue sonrisa–. O al menos
eso creía.

– ¿Y nos va a decir quién es este sujeto? –Preguntó Enrique con paciencia y tacto.

–Su nombre original es Beta. Pero el nombre que sus padres adoptivos le dieron
fue... –Ek Chuak suspiró–, Máximo De La Riva. Jefe de La Orden de Aker.

CAPÍTULO 45

ULTIMÁTUM

– ¿Quién es? –Preguntó Karla desde el interior de su habitación.

–Arturo, ¿Podemos hablar?

–Oh. Claro, adelante.


Arturo entró a la habitación, cerró la puerta detrás de él, y echó un rápido vistazo
alrededor.

– ¿Podemos hablar? –Preguntó Arturo de nueva cuenta para asegurarse de que


estaban solos.

–Melisa está en la sala de entrenamiento –informó Karla al darse cuenta de que


Arturo quería hablar en privado–, ¿Hay algo nuevo en la sala de monitoreo?

–No. Eso no es por lo que estoy aquí –dijo Arturo antes de pasar saliva, limpiar su
garganta, y tomar un profundo respiro–. No me quiero andar con rodeos, Karla. La verdad
es que ya no me siento seguro aquí. Eres la única persona en la que confío en este lugar,
y es por eso que quiero decirte que… bueno… primero que nada, recibí un mensaje de
Raúl en el que me dice que lo mejor es que me vaya de aquí lo antes posible. Y eso es
exactamente lo que voy a hacer.

Karla miró a Arturo confundida.

– ¿Es en serio? –Preguntó Karla incrédula.

–Cada palabra.

–No sé porque… ok. Primero que nada, ¿Qué lugar puede ser más seguro que el
Cuartel de La Orden para cualquiera de nosotros?, Y segundo, ¿Cómo puedes confiar
tanto en Raúl? –Preguntó Karla.

–Es mi mejor amigo, y una de las pocas personas en quien puedo confiar
actualmente –defendió Arturo de inmediato.

– ¿Y crees que Raúl te va a defender en contra de esos psíquicos que buscan


acabar con nosotros?, ¿Cómo puedes confiarle tu vida a un jovencito que aún tiene tanto
que aprender? –Cuestionó Karla.

–Ese jovencito que tiene tanto que aprender detectó a tiempo la trampa que les
tendieron a él, a Daniel, y a Tony –Justificó Arturo–, Ellos siguen con vida gracias a él.

– ¡Eso es lo que él dice!, ¿Cómo puedes estar seguro de que no ha sido poseído?,
¿Cómo sabes que no es una trampa para llevarte a tu muerte?, O ¿Cómo aseguras que
no te está mintiendo?
– ¿Y cómo aseguras tú que los miembros de La Orden no nos han estado
mintiendo a nosotros?, ¿Puedes garantizarme que no fue al menos uno de ellos el que
planeó la emboscada en la que mataron a la mayoría de La Guardia?, ¿A Imox, y a
Carlos?

Las memorias de Berni y de los padres de Raúl llegaron a la mente de Karla


automáticamente al escuchar las preguntas de Arturo.

–No… no puedo garantizar nada de eso –aceptó Karla resignada–. Supongo que
tienes el derecho a confiar en quien quieras confiar. Y si lo que quieres es abandonar
este lugar y unirte a tus compañeros… adelante.

Arturo no dijo nada más ante la última respuesta de Karla. Los ojos de los dos
psíquicos se encontraron por un par de silenciosos segundos.

– ¿Por qué me estás diciendo esto a mí? –Indagó Karla.

–Estaba esperando convencerte de venir conmigo –confesó Arturo.

–Yo no… aún no creo que sea una buena idea. Pero… respeto tu decisión.

–Entiendo –añadió Arturo–. Agradecería que nadie supiera de esto, por favor.

–No te preocupes por eso, Arturo. Puedes confiar en mí.

–Lo sé. Gracias.

Arturo dio dos pasos hacia atrás antes de girar hacia la puerta.

–Salgo en dos días. A las 3 de la mañana del jueves para ser más exacto. Tomaré
el tren hasta la estación de La Guardia –o lo que quede de ella–, y luego lo mandaré de
regreso.

–Gracias por la invitación, Arturo. Pero no creo cambiar de parecer –concluyó


Karla.
Arturo inclinó su cabeza en señal de resignación y salió de la habitación sin decir
ni una palabra más.

Mientras tanto –en un compartimento subterráneo secreto del Cuartel–, Máximo


estaba reclinado sobre una silla frente a un pequeño escritorio, y se masajeaba las sienes
con sus dedos índices y medios.

El jefe de La Orden había escuchado la conversación de Karla y Arturo hacía


apenas unos segundos, gracias a los micrófonos ocultos que él mismo había instalado
en varias ubicaciones estratégicas del Cuartel –incluyendo el comedor, las diversas salas
de usos múltiples, y todas las habitaciones.

Su momento de reflexión fue interrumpido por el sonido y la vibración de su


teléfono celular en el bolsillo del pantalón. Se recargó sobre su lado derecho para poder
sacar el aparato de su bolsillo izquierdo, lo tomó, y leyó lentamente el contenido de un
mensaje de texto que acababa de llegarle.

La expresión facial de Máximo se llenó de pesadez, y algo en su interior lo dejó


pensativo por varios segundos antes de permitirle decidirse a responder.

–Olvida el sentimentalismo, Máximo. Ya es muy tarde para eso. Así debe de ser –
se dijo a sí mismo el jefe de La Orden antes de responder al mensaje, levantarse
lentamente de su lugar y salir de la habitación.

CAPÍTULO 46

EL INICIO

– ¡Se lo juro por mi mamacita, señor!

Don José confiaba en la honestidad del joven –ya que lo había visto crecer bajo
su propio techo–, y la angustia que ahora detectaba en sus ojos lo llenó de preocupación,
así que optó por dejar a un lado la parte de la “bola de lumbre caída del cielo” –al haber
decidido que tal vez se trataría de algún tipo de creencia ridícula indígena–, y se dirigió
al joven con seriedad.

– ¡Espero que no me estéis mintiendo, chaval! –Advirtió Don José–, ¿Le ha


pasado algo a mi hijo?

–Pos es que cuando se acercó al hoyo onde había caido la bola de lumbre, ¡La
tierra se abrió y el niño se cayó pa bajo!

– ¡Joder!, ¡Llevadme para allá de inmediato! –Ordenó Don José ahora realmente
exaltado.

– ¿Pero que os sucede, José?, ¿Por qué los gritos? –Preguntó Don Rodrigo De
La Vega al entrar al recinto.

– ¡Que Rubén se ha caído en un agujero en medio de la selva! –Respondió Don


José sin detener su paso detrás de su criado.

– ¡Os acompañaré, entonces! –Ofreció Don Rodrigo.

– ¿A dónde vas, Jaime? –Inquirió Don José al ver a su criado dirigirse hacia un
pequeño almacén ubicado al lado izquierdo de la finca.

– ¡Voy a agarrar unos mecates y una pala que me pidió mi Apá pa sacar al niño!,
¡No mi tardo, Patroncito!

– ¡No os demoréis! –Ordenó Don José exasperado.

Jaime tardó menos de un minuto en tomar un par de cuerdas y una pala antes de
acelerar su paso hacia la salida de la hacienda en donde se encontró con Don José y
Don Rodrigo –ambos ya esperándolo montados en un par de caballos.

El joven se montó en el mismo caballo que su patrón, y los tres hombres


avanzaron a todo galope hacia donde él les indicaba –pero antes de internarse en la
parte más profunda de la selva maya–, se encontraron con tres hombres más que
viajaban a caballo en la dirección contraria a la que ellos se dirigían.

–Caballeros, ¿A dónde se dirigen con tanta prisa?, ¿Está todo bien? –Saludó un
hombre bien vestido con una voz naturalmente amigable.

– ¡Que el hijo de Don José ha caído en una zanja en medio de la selva! –Explicó
rápidamente Don Rodrigo.
– ¡Pues no hay tiempo que perder!, ¡Los acompañamos! –Dijo un hombre gordo
con voz muy grave desde su caballo.

Don Alejandro Villagrana, Don Pedro De Alba, y Don Mateo Montalbo se


incorporaron al rescate del hijo de Don José sin pensarlo dos veces. Después de todo,
todos los anteriores compartían la mayoría de las tierras alrededor de la selva maya, y
era la colaboración comunitaria la que les había permitido prevalecer en esa parte del
sur de la Nueva España –con el consentimiento de la corona española, por supuesto.

Al internarse en la selva maya, Don José comenzó a perder la paciencia al notar


que su paso era ralentizado debido a la gran cantidad de árboles, vegetación, pantanos,
y maleza –sin importar el hecho de que iban a caballo.

– ¿Estáis seguro de que este es el camino? –Preguntó Don José desesperado.

–Si, patroncito. Yo conozco muy bien estos lugares desde que era un chilpayate –
aseguró Jaime –ya casi lleganos, patroncito.

Avanzaron por al menos diez minutos más antes de dar con el lugar del que Jaime
les había hablado, y Los Dones presenciaron anonadados el enorme cráter que había
arrasado por completo con todo lo que había a su alrededor –dejando un orificio circular
de un radio de aproximadamente treinta metros, y una profundidad de al menos veinte.

– ¡No se acerque mucho a la orilla, Patrón! –Advirtió el padre de Jaime.

– ¿Dónde está mi hijo, Ignacio? –Preguntó Don José después de descender de


su caballo.

–Aquí está, Patrón.

El sirviente de Don José señaló hacia un notable deslave cerca de una de las
orillas del enorme cráter, y de inmediato los recién llegados fueron conscientes de que el
terreno en el que estaban parados podría ser peligrosamente inestable.

Ignacio De León era el hijo bastardo de un general español y una indígena maya.
No obstante, a pesar de tener sangre española –pero al no ser un hijo reconocido por el
militar–, a lo más que pudo aspirar fue a ser el sirviente de uno de los Dones más ricos
del lugar –Don José Casamayor–, al cual llegó a respetar enormemente por todas las
consideraciones y el trato que este les había dado a él y a su madre antes de que esta
falleciera.

– ¿Qué es esa cosa? –Preguntó Don Pedro.

Al fondo del cráter se encontraba ahora una figura circular rodeada de lo que
parecía ser fuego de color verde, que emitía un resplandor altamente incandescente –a
pesar de que la luz del atardecer era aún muy brillante–, y un tenue pero agudo sonido
que iba aumentando de volumen conforme pasaba el tiempo.

–No sé qué es, pero no se ve bien. Tenemos que sacar a su hijo de ahí y alejarnos
de este lugar lo antes posible, Don José –determinó Don Mateo Montalbo.

– ¡Esa cosa es del mismísimo Diablo! –Aseguró Jaime claramente nervioso.

– ¡Si fuera del Diablo no habría bajado del cielo, indio ignorante! –Reprendió Don
Alejandro.

– ¡No tienes por qué hablarle así! –Intervino Don Mateo.

– ¡Como siempre defendiendo a estos salvajes!, ¿Por qué no te consigues una


india como esposa? –Atacó Don Alejandro.

– ¡Caballeros, por favor!, ¡No os olvidéis que estamos aquí para rescatar a Rubén!
–Interrumpió Don Rodrigo.

Don Mateo y Don Alejandro siguieron discutiendo acaloradamente a pesar de la


sensata recomendación de Don Rodrigo.

– ¡Menuda ayuda de estos gilipollas! –Pensó Don José antes de ignorarles y


dirigirse hacia el lugar donde su hijo se encontraba.

– ¡Rubén! –Llamó Don José sin recibir respuesta alguna.


–Ya tratanos de llamarle al niño muchas veces, pero no nos contesta, patrón –
informó Ignacio.

– ¡Debo bajar por él de inmediato! –Dijo Don José con decisión.

– ¡No, patrón! ¡Usted, no! –Dijo Jaime a sus espaldas–, Yo toy más livianito que
ustedes. Amarrenmen al caballo y bajenmen por el hoyo. Cuando tenga al niño les grito
pa que nos suban.

– ¡Claro que no, Jaime!, No te pienso exponer así –dijo Don José.

–Pero, patroncito...

– ¡Que no! –Determinó Don José tajantemente.

Don José dio un par de pasos hacia su caballo, tomó las cuerdas que Jaime había
traído, y luego comenzó a amarrar uno de los extremos de una de ellas a la silla de su
caballo de manera apresurada.

–El muchacho tiene razón –intervino Don Pedro–. Él es mucho más ligero y joven
que usted.

–Y un indio patarrajada sin valor, ¿No? –Respondió Don José con una mirada de
enfado hacia Don Pedro.

– ¿Quién es más importante para nuestras tierras?, ¿Los Dones, o los indios?

– ¡Vosotros y vuestras malditas ideas de superioridad! –Despotricó Don José


mientras se dirigía a toda prisa hacia un sólido y grueso árbol que estaba a unos diez
metros del cráter.

– ¡Di lo que quieras, José!, ¡Pero aún tu hijo comprende esa realidad! Tal vez
deberías de aprender de él –contraatacó Don Pedro.

– ¡Suficiente, Pedro!, ¡No olvidéis por qué estamos aquí! –Volvió a interceder Don
Rodrigo.

Don José se centró en lo más importante para él, pero no pudo evitar sentir rabia
al ver como los demás Dones se habían inmiscuido en el debate interminable de sus
complejos de superioridad con respecto a los indígenas de la región.
– ¡Les hemos despojado de lo que les pertenecía, y aún así los tratáis peor que a
animales! –Pensó Don José.

–Patrón, deje a Jaimito bajar por el niño –insistió Ignacio.

– ¡He dicho que no! –Respondió Don José con enojo–, Aseguraos de que la
cuerda no se suelte.

–Sí, patrón –dijo Ignacio resignado.

Don José descendió por la orilla del orificio lentamente, y en un par de ocasiones
un par de deslaves menores volvieron a ocurrir. De no haber sido por la cuerda que
sujetaba su cintura –que a su vez era sostenida por Ignacio, Jaime, y Don Rodrigo–, Don
José definitivamente hubiera sufrido la misma suerte que su hijo.

Justo cuando Ignacio comenzó a pensar que tal vez la longitud de la cuerda no
sería suficiente, la tensión de la misma disminuyó considerablemente –lo cual les hizo
pensar que esto indicaba que Don José había tocado ya un fondo firme.

– ¿Está bien, patrón? –Preguntó Ignacio.

– ¡Rubén se ha roto una pierna y ha quedado inconsciente!, ¡Le sujetaré con la


cuerda para que lo saquéis lentamente cuando os lo indique! –Ordenó la casi inaudible
voz de Don José desde el fondo del orificio.

– ¡Sí, patrón! –Respondió Ignacio–, ¡Prepara el caballo, mijo!

Jaime se apresuró hacia el caballo, y se preparó a recibir la orden de su padre


para hacerlo avanzar.

– ¡Ya está!, ¡Sacadlo lentamente, Ignacio! –Ordenó Don José.

– ¡Sí, patrón!, ¡Despacito, mijo!

Jaime comenzó a jalar las riendas del caballo de Don José tan lentamente como
le era posible, y Rubén Casamayor comenzó a ascender por la orilla del cráter en la que
había caído. No obstante, la posición incómoda en la que el cuerpo de Rubén era
transportado –amarrado alrededor de la cintura–, hacía que invariablemente sus
extremidades colgaran sin control por la fuerza de la gravedad –causándole un dolor tan
intenso en su pierna fracturada, que le hizo volver en sí, y gritar de dolor y miedo al
despertar en la situación en la que se encontraba –suspendido en el aire en un lugar
obscuro.

– ¡Ya casi llega, niño!, ¡Aguante un poquito más! –Le pidió Ignacio a Rubén.

– ¡Tranquilo, Rubén!, ¡Os llevaremos a la hacienda y os pondréis bien! –Animó


Don José desde la profundidad.

Rubén reunió toda su fuerza de voluntad para tratar de tranquilizarse, y se aferró


con fuerza a la cuerda que ahora le lastimaba la cintura –pero que era sin duda alguna
el único objeto que le proporcionaba seguridad en esta confusa y dolorosa situación.

–La roca caída del cielo los va a matar si no se van de aquí –dijo una voz a algunos
metros de distancia de donde se encontraban todos ahora.

– ¿Quiénes son esos? –Preguntó Don Alejandro con desprecio en su voz.

– ¡Son los brujos! –Advirtió Don Mateo alarmado.

Balam y Canek eran dos hermanos mayas que vivían en la profundidad de la


selva. Tenían fama de ser brujos malvados –y a pesar de que esto no era cierto–, a ellos
les resultaba mucho más cómodo que la gente tuviera esa idea, ya que esto hacía que
nadie los buscara, o molestara.

– ¡No digas tonterías, Mateo!, No son más que un par de indios locos que viven
en la selva –agregó Don Pedro.

–Tenemos que sacar a nuestros patrones del hoyo –dijo Ignacio ya sosteniendo la
mano de Rubén.

– ¿Necesitas ayuda, hermano? –Ofreció Balam.

– ¡No necesitamos nada de un par de indios ignorantes!, ¡Lárguense! –Ordenó


Don Alejandro.
Canek estuvo a punto de sacar su cuchillo de por debajo de su piel de tapir, pero
Balam lo detuvo con un movimiento de su mano derecha.

– ¿Te atreves a amenazarme, indio maldito? –Despotricó Don Pedro al momento


que tomaba el fusil en su cintura.

– ¡No, Pedro!, ¡Tranquilo!, ¡No hay necesidad! –Intervino Don Mateo mientras
sujetaba con fuerza la mano de Don Pedro para evitar que este apuntara su arma hacia
los indígenas.

–Tienen que irse de aquí, hermano –advirtió Balam antes de dar media vuelta para
continuar su camino.

–Nomas sacanos a mi Patroncito, y nos vamos –respondió Ignacio.

Don Rodrigo había desatado ya la cuerda de la cintura de Rubén, y ahora él y


Jaime lo llevaban a toda prisa hacia uno de los caballos.

– ¡Ya tenemos al niño Rubén, Patrón!, ¡Ahí le va la cuerda! –Anunció Ignacio.

– ¡Apresuraos, Ignacio!, ¡Que aquí está más caliente que el mismísimo infier...!

Don José fue interrumpido por el agudo y denso sonido ensordecedor provocado
por un poderoso impulso electromagnético que provenía directamente del meteorito
incrustado al fondo del cráter.

Debido a lo ocurrido, Ignacio De León cayó por el orificio en el que se encontraba


Don José, al tiempo que todos los demás –incluyendo a los hermanos mayas que se
habían alejado sólo un par de decenas de metros del cráter–, se llevaron las manos a
los oídos, y cayeron sobre sus rodillas aturdidos.

El sonido se prolongó por aproximadamente diez segundos antes de desaparecer


por completo –pero antes de que alguno de los hombres en el lugar lograra
reincorporarse–, hubo un estruendo alrededor de ellos, y una explosión de luz azul los
cegó.

Los hombres se hundieron cuando el suelo bajo ellos se colapsó, y la mayoría no


supo que sucedía sino hasta que se encontraron bajo el agua.
Una de las características más atractivas del sur de México es su abundancia de
“Cenotes”, o bien, cuevas subterráneas de agua dulce que suelen ser un gran atractivo
para los turistas que visitan estas regiones.

Por algunos instantes después de la emisión del poderoso impulso


electromagnético, los hombres sintieron que tanto el interior como el exterior de sus
cuerpos ardían intensamente –y fue sólo hasta que tuvieron contacto con el agua del
cenote en el que habían caído–, que el dolor desapareció por completo casi
instantáneamente.

Al salir por primera vez a la superficie para tomar aire, cada uno de ellos
experimentó una sensación que le resultaba totalmente desconocida. Sus corazones
latían fuertemente dentro de sus pechos, y podían sentir su sangre recorriendo
rápidamente cada una de sus arterias. Además, fueron repentinamente invadidos por
una energía que parecía interminable, y sus extremidades se sentían más ligeras, y
poderosas.

Desafortunadamente, Ignacio De León y Don José Casamayor perdieron la vida


al momento de la explosión de energía emitida por el meteorito –al ser estos dos los
únicos expuestos directamente a la misma–. Por su parte, tanto Rubén Casamayor como
los Dones sólo sufrieron heridas menores, que sorprendentemente sanaron mucho más
rápido de lo que lo hubieran esperado.

De hecho, todos los implicados comenzaron a notar cambios físicos


sobresalientes en los siguientes días. Su visión y audición habían mejorado
considerablemente, al igual que su fortaleza y habilidades físicas en general –pero lo
más relevante para el grupo–, era que todos notaron que podían ver imágenes en sus
mentes que provenían de la gente que les rodeaba. Imágenes que iban desde
actividades rutinarias, hasta escenarios privados e íntimos.

El meteorito que impactó contra la selva maya contenía un tipo de virus muy
evolucionado que debió de haberles matado en cuestión de horas, ya que su
composición subatómica le dotaba con la capacidad de almacenamiento y
procesamiento de enormes cantidades de energía, las cuales exprimía de cualquier tipo
de materia al que se adhiriera.

Para la fortuna de los involucrados, el agua contenida en las grutas subterráneas


de la selva maya poseía ciertas propiedades en sus partículas subatómicas que parecían
contener los niveles de radiación que el meteorito irradiaba –y a su vez–, estos niveles
de radiación en el meteorito eran lo suficientemente altos como para causar una
deformación a nivel subatómico en la composición del virus –causando un tipo de
mutación en el mismo–, que le permitiría aún adherirse a cualquier tipo de materia, pero
en vez de consumir por completo su energía y después abandonarla, le fusionaba
permanentemente a la estructura subatómica de esta nueva estructura, dotando a la
misma de su capacidad excepcional de almacenamiento de energía.

Debido a que el cuerpo humano puede almacenar y producir energía, las nuevas
capacidades que el virus le había proporcionado a la composición fisiológica de estos
sujetos lograban acelerar las conexiones sinápticas y aumentar miles de veces su
potencial de acción –proporcionándoles las cantidades de energía suficientes para lograr
generar campos electromagnéticos capaces de atravesar otros campos
electromagnéticos ajenos a su cuerpo–, especialmente los que cubrían las mentes de
otros humanos, ya que estos eran campos electromagnéticos mucho más débiles que
los que ellos ahora poseían.

CAPÍTULO 47

DESCIFRANDO EL CÓDIGO

– ¿Es eso lo que creo que es? –Preguntó Daniel sorprendido.

–En vivo y a todo color –respondió Raúl con una sonrisa triunfal.

Raúl acababa de sacar de su maleta de viaje un portafolio metálico que contaba


con un dispositivo digital de seguridad adaptado al mismo, y que requería de una
contraseña para su apertura.

Tecleó la clave de acceso en la pantalla digital del portafolio, lo abrió, y Daniel


identificó de inmediato el libro de La Orden al momento en que Raúl lo colocaba
cuidadosamente sobre la mesa de la sala del departamento donde se alojaban.

– ¿Cómo pudiste tomarlo? –Preguntó Daniel aún incrédulo y guardando su


distancia del libro –como si este le representara algún tipo de peligro desconocido.

–Tengo mis métodos, agente –fanfarroneó Raúl.


– ¿Le molestaría a alguno de los presentes describirme lo que está sucediendo?
–Protestó Tony desde uno de los sillones de la sala.

–Oh, claro. Es... el libro de La Orden –dijo Daniel avergonzado.

Naturalmente, Daniel se había mostrado sobreprotector con Tony desde el


incidente en Bruselas, hasta que este tuvo un exabrupto algunas semanas atrás en el
que exigió no ser tratado con lástima, y se rehusó a recibir el trato especial que hasta
ahora Raúl y su hermano le daban.

Daniel trató de comprender el mensaje de su hermano –pero al no tener las


capacidades de interacción social de las que los genios de su clase por lo general
carecen–, ahora trataba de evitar hablar con él, o inclusive estar en el mismo lugar que
él en todo momento.

En contraste, Raúl hablaba con Tony de la misma manera en que siempre lo había
hecho, y en un par de ocasiones hasta llegó a mencionar su ceguera con frialdad –lo
cual hizo sin la intención de ofenderlo o atacarlo, más bien, simple y sencillamente
señalando lo que era obvio.

Después de convivir con Raúl por ya algunas semanas de manera más íntima,
Daniel y Tony se habían dado cuenta de lo bien que encajaban con la personalidad
directa, transparente, y honesta que tenía su compañero. Además, su parte agresiva y
confrontativa había desaparecido desde que los tres habían comenzado a participar en
operativos reales. Especialmente desde el ataque en Bruselas.

–Tengo motivos para pensar que este libro esconde más que una historia aburrida
acerca de los orígenes de los psíquicos –explicó Raúl.

–Uri y Karla estuvieron buscando todo tipo de indicios de algún mensaje o código
secreto en el contenido y no encontraron nada. Ni siquiera los del laboratorio de La
Guardia encontraron algo relevante, y eso que utilizaron supercomputadoras para su
búsqueda –refutó Daniel.

–Estoy enterado de eso. Y también estoy enterado de que tanto Karla como Uri
coincidieron en que, si había algún tipo de mensaje escondido, no era un código lógico
y secuencial que una computadora pudiera detectar. Más bien, era un mensaje que iba
dirigido a alguien que conociera el contexto del mensaje que se quería transmitir, y la
manera abstracta en la que este se traduciría –insistió Raúl.

–Lo cual reduciría el posible mensaje oculto a un código diseñado para ser
desencriptado solamente por la subjetividad de un humano –resumió Daniel.
–Y descartaría automáticamente las millones de posibilidades que un código o
mensaje oculto hecho por una computadora generaría –analizó Raúl.

–El problema ahora es que al no tratarse de algo lógico y secuencial –sino de algo
abstracto y subjetivo–, esto también nos puede llevar a caer en el error de la ambigüedad
en nuestras conclusiones –argumentó Daniel.

–A los humanos normales, sí. Pero a una máquina lógica y objetiva como tú, no lo
creo.

Daniel se dejó llevar por el profundo interés que Raúl había logrado contagiarle
con éxito, y de inmediato comenzó a hojear con delicadeza el libro.

–Supongo que podemos iniciar por leer el contenido y enfocarnos en las analogías
y frases simbólicas en general –retomó Daniel.

– ¿Analogías y frases simbólicas?

–Estamos buscando un mensaje oculto de un humano a otro, ¿Qué otras


herramientas lingüísticas pueden utilizar los humanos para disfrazar sus mensajes? –
Indicó Daniel.

– ¡Sabía que eras el hombre indicado para este trabajo! –Celebró Raúl.

–Muy bien. Comencemos, entonces –dijo Daniel con una sonrisa entusiasta en su
rostro.

CAPÍTULO 48

LA RATA

¿Qué...? ¿Dónde estoy?


Karla volvió en sí con el cuerpo adormecido e inmóvil, y de inmediato se percató
de que había sido sujeta a una incómoda y fría silla de aluminio con cinta adhesiva
plateada. Su boca estaba también rodeada con la cinta desde la parte posterior de su
cráneo, sufría de un dolor de cabeza muy similar al provocado por una resaca severa, y
se sentía bajo los efectos de algún tipo de droga que no le permitía recuperar su lucidez
por completo.

– ¿Karla?, ¿Eres tú? –Preguntó una voz familiar en su mente.

– ¡Fernando!, ¿Qué está sucediendo?

–No lo sé. También desperté aquí. Creo que fuimos sedados, o algo así.

– ¿Sedados?

–No encontramos otra explicación lógica. Ninguno recordamos haber sido


atacados o golpeados –intervino la voz de Uri.

– ¡Uri! –Exclamó Karla–, Entonces todos fuimos... ¡Fue Máximo!, ¡Él es el traidor!

Una inevitable e incómoda pausa fue propiciada por las serias acusaciones que
Karla acababa de hacer.

– ¿Máximo? –Preguntó Uri escéptico–, ¿Cómo...? ¿Por qué Máximo?

– ¡Nos ha estado espiando desde hace no sé cuánto tiempo!, ¡Las habitaciones


del Cuartel están llenas de micrófonos! –Reveló Karla.

– ¿Qué? –Preguntó Uri sorprendido.

– ¿Cómo sabes esto? –Preguntó Fernando.

–Arturo descubrió y crackeó una carpeta encriptada que estaba escondida en el


servidor local de La Orden en el Cuartel, que contenía miles de archivos de audio
provenientes de varios dispositivos de grabación esparcidos por todo el edificio. El
siguiente paso era obvio. Le tendimos una trampa al espía inventando una plática en la
que Arturo me confesaba que abandonaría el Cuartel la madrugada de hoy –y tuvimos
suerte–, puesto que mientras Arturo salía de madrugada para tomar el tren en total
secreto, Máximo se presentó en la estación y trató de convencerlo de quedarse.

– ¡Ese maldito bastardo! –Dijo Fernando con rabia y desprecio–, Espero que estén
satisfechos ahora.
– ¡Eso no justifica lo que hiciste!, ¡No tenías ningún derecho! –Rompió el silencio
Santini.

– ¿Santini? –Preguntó Karla sorprendida al no haber notado la presencia de la


agente en el lugar debido a su muy adormecido estado actual.

–Como sea –continuó Santini–, creo que al menos ahora sabemos que no eres la
rata que buscábamos.

– ¿De qué están hablando? –Preguntó Karla confundida–, ¿Quién más está aquí?

–Sólo nosotros cuatro. No sabemos dónde estén Melisa, Ixtab, y... supongo que
sabemos ahora que Máximo está bien –Respondió Uri decepcionado–. Respecto al
reclamo hacia Fernando... bueno, Santini descubrió que Fer desvió toda la entrada de
mensajes y llamadas de agentes de La Orden hacia su laptop personal después de que
Raúl hiciera contacto con nosotros.

–Tiene sentido. Yo hubiera hecho lo mismo –agregó Karla para sorpresa de Uri y
Santini.

–Entonces, ¿Dónde está Arturo? –Preguntó Fernando con preocupación–, ¿Está


a salvo?

–Arturo tuvo que tomar el tren y dirigirse hacia los restos de la estación de La
Guardia para asegurarnos de que Máximo no sospechara de nuestra trampa –en caso
de que llegara a checar la ruta por medio de Aker–. Se suponía que debería de regresar
esta misma tarde para que pudiéramos hablar con ustedes, mostrarles la evidencia de
todo, y... encargarnos del traidor –concluyó Karla con desdén en su voz.

– ¡Ese maldito traidor!, ¡Cerdo traidor! –Gritó Fernando debajo de su mordaza


mientras se sacudía violentamente sobre su silla.

La puerta de la habitación se abrió súbitamente, y la figura de Máximo apareció


frente a Karla –quien se encontraba justo frente a la misma–. Estaba desnudo, tenía el
rostro totalmente ensangrentado, sus ojos estaban apenas abiertos debido a la
hinchazón provocada por lo que parecía haber sido una golpiza brutal, sus manos
estaban atadas detrás de su espalda, y tenía decenas de cortes profundos en diferentes
partes del cuerpo.

– ¡He aquí al poderoso jefe de La Orden de Aker! –Anunció la voz grave de Delta
antes de lanzar a Máximo al suelo con gran fuerza.
Fernando logró ver a Delta de reojo, y al instante revivió el momento en el que
subió por el orificio en el Centro de Operaciones mientras trataba de perseguir a Omega
cuando este huía del lugar antes de la explosión.

Una vez en el área que antes había sido la recepción de “Aker Insurance”,
Fernando había disparado sobre los dos hombres que estaban resguardando la retirada
de los equipos especiales que habían sido enviados a colocar los explosivos y a recibir
el dispositivo de almacenamiento que Grint les entregaría.

Acto seguido, Fernando vio con claridad a Omega caminando directamente hacia
Delta, quien le gritaba con autoridad y le exigía con violentos ademanes que regresara
al lugar de inmediato –no fue difícil entender que este sujeto corpulento era su superior,
o al menos alguien que le infundía un gran temor–. Por desgracia para Fernando, a estas
alturas la opción de atacar hubiera sido un deliberado acto suicida, puesto que había al
menos treinta hombres más que ahora buscaban un ángulo para dispararle.

Debo darle tiempo a los demás para que lleguen al tren.

Detrás de la cobertura que le proporcionaba una pila de escombros, Fernando


asomó su arma en repetidas ocasiones –sin apuntar a algún objetivo en específico–, y
disparó varias ráfagas hacia el estacionamiento del lugar con el objetivo de mantener a
sus atacantes lejos del orificio de entrada a los siguientes niveles –hasta que escuchó el
estruendo de la explosión en el piso debajo de él, y sintió los cimientos bajo sus pies
temblar y comenzar a desmoronarse.

–Hora de irnos –pensó Fernando antes de saltar de regreso hacia una de las
cuerdas y sumergirse en medio de una muy densa nube de polvo en su camino hacia
abajo.

De regreso a la escena presente, Karla y Fernando vieron impotentes como el


cuerpo de Máximo golpeaba con fuerza el piso del lugar, mientras que Uri y Santini –
quienes se encontraban ubicados espalda a espalda con Fernando y Karla
respectivamente–, no podían más que especular lo que sucedía a sus espaldas.

–Al parecer tus subordinados estaban hablando pestes de ti a tus espaldas, Beta.
Así que decidí traerte frente a ellos para que pudieras defenderte de sus falsas
acusaciones –dijo Delta con fingida seriedad–. Para eso es la familia, ¿No es así,
hermano?

– ¿Hermano? –Pensaron los cuatro agentes de La Orden totalmente estupefactos.

Delta era un peligroso psicópata que no podía resistirse ante sus instintos
asesinos despiadados de control y sadismo, y uno de sus deleites consistía en insertar
escenarios de atrocidades horrendas cometidas por él mismo en las mentes de sus
víctimas, con la intención principal de lograr infundir niveles de pánico y horror extremos
ante lo que sería tan sólo una muestra de cómo iba a ser su inminente y doloroso final –
y esta no sería la excepción–, ya que los cuatro agentes de La Orden se encontraron
contemplando impotentes la escena en que Máximo era torturado brutalmente a manos
de su sádico y despiadado hermano.

– ¡No, por favor!, ¡No así! –Pensó Santini al ser presa del pavor que la idea de
morir en las manos de un tipo así le causaba, después de imaginar las cosas horribles
que este sujeto podría llegar a hacerle.

Por desgracia para la argentina, el poderoso psíquico pudo leer su pensamiento


con facilidad –y tal como el tiburón que detecta la sangre de una presa herida–, se dirigió
rápidamente hacia ella, tomó violentamente su cuello, y comenzó a presionarlo con su
poderosa mano derecha casi hasta romperlo.

– ¡Ya! –Gritó Delta con gran fuerza mientras casi caía sobre su espalda, como si
hubiera sido empujado por una fuerza frente a él que le hubiera separado de su presa–,
¡Espera! –Se ordenó a sí mismo el psíquico mientras tragaba saliva y jadeaba
violentamente–. Espera. A su tiempo.

El poderoso psíquico sacudió su cabeza y exhaló con fuerza –pero sin poder quitar
su aterradora y perversa mirada de Santini–, y su semblante denotaba que estaba
peleando contra un potente impulso que era mucho más fuerte que él mismo.

Tranquilo. No hay prisa.


Aún con el rostro temblando por lo que ocurría en su interior, Delta caminó
lentamente hasta quedar muy cerca de Santini, y se aseguró de poner su pene
completamente erecto debajo de su pantalón sobre la cara de la aterrorizada agente –
mientras intentaba mantener sus temblorosas manos detrás de su espalda, en un
esfuerzo enorme por controlar sus impulsos sexuales violentos contra la argentina.

Santini permanecía inmóvil con los ojos cerrados en un completo estado de terror.
Respiraba aceleradamente, sollozaba aterrada detrás de la cinta que cubría su boca, y
su piel blanca se había tornado ahora en amarilla.

– ¡Ya!, ¡Suficiente por... por ahora! –Se ordenó a sí mismo Delta una vez más al
alejarse violentamente de Santini por segunda ocasión.

La agitada respiración del psíquico evidenciaba su enorme excitación ante la


reacción que lograba generar en su víctima, y se valió de toda su determinación para ir
en contra de sus instintos y caminar decididamente hacia donde un débil y adolorido
Máximo respiraba con dificultad.

–Muy bien, hermano. Es hora de que...

Delta enmudeció por varios segundos, hasta que fue interrumpido de nueva
cuenta por el bestial impulso que a estas alturas ya le era imposible de controlar, y al
cual decidió abandonarse por completo.

– ¡Al demonio el plan!

Cambió rápidamente de dirección, se abalanzó sobre Santini –sin rastro alguno


de auto resistencia en esta ocasión–, y golpeó con brutal fuerza el pómulo izquierdo de
la agente con su poderoso puño derecho, haciéndola caer junto con su silla de aluminio
sobre su costado –apenas a un metro de donde Uri la miraba impotente sobre su hombro.

Delta saltó sobre Santini en medio de gemidos grotescos y desproporcionados,


golpeándola con gran violencia en la cara en un par de ocasiones más, y dejando
después caer el peso de su cuerpo en su rodilla sobre el costado de la agente.
– ¡Hagan algo, por favor! –Imploró Uri en las mentes de Karla y Fernando,
implicando que estos podrían tratar de detener a Delta utilizando sus poderes psíquicos
a pesar de estar físicamente imposibilitados.

Desafortunadamente, el fármaco que les habían administrado para drogarles aún


se encontraba ejerciendo un fuerte efecto dentro de sus cuerpos, y no les permitía a
Fernando y a Karla utilizar sus habilidades psíquicas en todo su potencial –a tal grado
que Delta ni siquiera se molestó en concentrarse en sus defensas psíquicas, ya que
confiaba en el potente efecto inhibidor de dicha sustancia.

El poderoso psíquico había perdido totalmente el control de sí mismo. Desgarró


por completo la blusa de Santini para dejar sus senos al desnudo, al momento que
presionaba con gran fuerza el cráneo de la misma con su mano izquierda.

Delta puso uno de los senos de la agente en su boca con torpeza y desesperación
–y después de un impulso violento que se reflejó en la tensión repentina de todo su
cuerpo–, mordió con toda su fuerza el pezón de su víctima y lo arrancó de un sólo tirón
en medio de un gruñido de placer.

Santini lanzó un grito enmudecido de dolor antes de quedar inconsciente, mientras


que Delta masticaba y tragaba pedazos del pezón que ahora estaba en su boca, y se
empapaba el rostro con la sangre de su indefensa víctima.

Tres disparos retumbaron en los oídos de Uri, Fernando, y Karla –quienes al


momento estaban sumidos en un estado de rabia, impotencia, e indignación–. Delta no
supo quien le había disparado, y su muerte fue tan rápida que ni siquiera tuvo la
oportunidad de considerar que estaba a punto de morir.

Karla había sido la única en ver con gran sorpresa y alegría al jefe de La Guardia
apuntando su arma hacia Delta, antes de soltar tres certeros disparos que se hundieron
en la cabeza y pecho de su objetivo.

– ¡Bruno!, ¡Es Bruno! –Anunció con alegría la agente en las cabezas de Uri y
Fernando.

– ¡Jefe!, ¿Dónde se había...?, ¿Qué importa?, ¡Qué bueno que está aquí! –
Celebró Uri emocionado.

– ¡Aún tenemos tiempo, Bruno!, ¡Debes encontrar a los novatos!, ¡Algo me dice
que aún están con vida! –Señaló Karla.
A pesar de tenerla frente a él, Bruno no miró a Karla. Su mirada perdida y vacía
se dirigió ahora hacia el cuerpo malherido de Máximo a su derecha.

– ¡Oh, Bruno! –Lamentó Fernando con amargura al darse cuenta de lo que en


realidad pasaba con su ex-mentor.

El jefe de La Guardia se posicionó justo encima del cuerpo malherido del jefe de
La Orden, le miró a los ojos, y disparó dos veces sobre su cabeza.

– ¡No! –Protestaron Karla y Uri.

Bruno siguió sin prestar atención a ninguno de sus compañeros en la habitación.


Miró a Máximo por un par de segundos más, como tratando de asegurarse de que este
no hubiera sobrevivido a su ataque. Una vez satisfecho, y sin quitar su vista del cuerpo
del ex-jefe de La Orden, metió su arma en su propia boca, y disparó.

Karla y Uri se quedaron en silencio al haber comprendido lo que había pasado.


Bruno ya no era Bruno. Ese era solo su cuerpo poseído por alguno de los psíquicos que
habían terminado con La Guardia, que habían desintegrado a La Orden, y que estaban
a punto de terminarla por completo.

La confusión fue más fuerte que el miedo y la ira en las mentes de los tres agentes
de La Orden. En cuestión de sólo algunos minutos, Máximo había dejado de ser el
principal enemigo y traidor a la causa, para convertirse en el mártir que había sido
torturado por uno de los psíquicos más poderosos y viles que existían, y después
asesinado por uno de sus compañeros y amigos más íntimos en La Orden.

– ¡Tenemos que ayudar a Santini!, ¡Está perdiendo mucha sangre! –Urgió Uri
alarmado en la mente de sus compañeros.

Fernando y Karla fueron enmudecidos por su impotencia ante la situación.


–Esto no tiene sentido –pensó Fernando para sí mismo–. Ese sujeto era uno de
ellos. Si no fueron ellos los que le hicieron eso a Bruno, ¿Quién?

–Para ser una organización de espías superdotados con habilidades telepáticas –


escucharon Uri, Karla, y Fernando en sus mentes–, son demasiado incompetentes para
detectar una verdadera amenaza frente a sus narices –dijo la voz burlesca de Melisa
Casamayor.

CAPÍTULO 49

POLIZONTE

A diferencia de lo que había esperado, Arturo no se sintió enojado después de


comprobar que era Máximo quien los había estado espiando quien sabe por cuánto
tiempo. Más bien, estaba lleno de decepción y tristeza.

Máximo, ¿Quién lo pensaría?

–Soy el agente Arturo Casamayor. Necesito que me lleves a la estación de La


Guardia –pidió Arturo.

–Identificación de voz exitosa. Bienvenido, agente Casamayor. Comenzando viaje


–respondió Aker.

–Eso fue demasiado fácil –pensó Arturo al haber considerado la posibilidad de


que Máximo podría bloquear fácilmente los permisos de salidas del tren.

Con la intención de dejar a un lado el asunto por el momento, el novato se dirigió


directamente hacia el lounge en el tren, en donde se sirvió un shot de tequila y se lo tomó
de un solo trago –y mientras experimentaba el calor que envolvió su garganta–, un sólo
pensamiento cruzó su mente.
Necesito decirles a Raúl y a los demás.

El tren comenzó a avanzar lentamente mientras Arturo se ahogaba en una multitud


de pensamientos y emociones.

No puedo pensar con claridad. Necesito un baño.

Entró al baño, se miró al espejo, y notó con satisfacción todo el peso que había
perdido en los últimos meses, pero también se dio cuenta de un semblante pálido y
maltratado que le hacía aparentar una edad más avanzada de la que en realidad tenía.

Al menos ahora estamos delgados.

Arturo se desvistió y se metió en la regadera, cerró los ojos mientras dejaba que
el agua le cayera directo en la cara, y sintió un escalofrío recorrer su piel cuando el líquido
caliente la tocó –después de todo, a últimas fechas sus baños le servían más como un
relajante que como un simple medio de limpieza.

Necesito más momentos como este.

Veinte minutos más tarde, Arturo salió del baño y comenzó a secarse lentamente
frente al sillón en donde había dejado su ropa antes de ducharse.

–Arturo –dijo una voz desde el vagón contiguo.

El novato inmediatamente saltó en busca de su pantalón en un acto desesperado


por tratar de alcanzar su arma.
–Soy Ixtab –dijo la joven con tranquilidad.

– ¿Ixtab?, ¿Qué haces aquí? –Preguntó Arturo sorprendido con su arma lista en
su mano derecha.

–Te contaré cuando estés listo para salir.

Arturo no bajó su arma aún después de reconocer la voz de su compañera. Se


vistió tan rápido como pudo, y después caminó con cautela hacia el vagón en donde
Ixtab lo esperaba.

–No estoy armada, Arturo –aseguró Ixtab.

–Tenía que... perdón –dijo Arturo antes de ponerle el seguro a su arma y ponerla
detrás de su cintura.

–No te disculpes. Así debe de ser de ahora en adelante.

Arturo asintió con la cabeza en señal de acuerdo.

–Máximo me dijo que te ibas. Y me dijo que no sería una mala idea que te
convenciera de que me acompañaras.

– ¿Acompañarte?

Ixtab le mostró una aplicación en su Smartphone que mostraba un punto azul


parpadeante en un mapa.

– ¿Una ubicación? –Preguntó Arturo.

–Así es.

–Máximo no es de fiar, Ixtab. La razón por la que me voy... bueno, la razón por la
que finjo que me voy es porque Karla y yo le pusimos una trampa a Máximo, y
descubrimos que nos ha estado espiando a todos –Aseguró Arturo indignado.
–Eso es exactamente lo que Máximo me dijo que dirías –confesó Ixtab con una
sonrisa tierna en su rostro.

– ¿Qué? –Preguntó Arturo contrariado.

–También me dijo que debería de asegurarme de convencerte de no regresar al


Cuartel. Me dijo que sería sencillo, ya que de ninguna manera me dejarías abandonar
este lugar sola –dijo Ixtab.

Arturo se quedó boquiabierto.

–Este punto azul marca la ubicación del Libro de La Orden –explicó Ixtab–. Si lo
seguimos nos llevará con mi papá.

– ¿Tu papá?

–Mi Papá es el principal encargado de mantener el libro a salvo –afirmó Ixtab–. Y


estaremos más seguros con él.

–Pero ¿Cómo pudo Máximo...? –Arturo se llevó la mano izquierda a la cara, y frotó
sus ojos con sus dedos índice y pulgar.

–Creo que irnos de aquí tiene sentido. El ambiente en el Cuartel es de


desconfianza total. Y hay un soplón entre nosotros –argumentó Ixtab.

–Máximo es el soplón –dijo Arturo tajantemente.

–Máximo tiene micrófonos en las habitaciones del Cuartel. Pero eso no lo hace el
soplón –afirmó Ixtab–. Fernando ha estado desviando todas las llamadas y mensajes de
agentes de La Orden a su laptop personal, Karla y tu han estado crackeando archivos
secretos en el servidor, y tú tienes conversaciones secretas con Raúl en uno de sus
juegos en internet.

– ¿Y tú cómo sabes todo esto? –Preguntó Arturo atónito.

–Máximo me lo dijo. Al parecer el jefe está enterado de todo.

Arturo se quedó callado. Su rostro reflejaba su esfuerzo por escoger la emoción


más adecuada para lo que estaba viviendo en su interior.
–No sé si Máximo es o no el soplón. No sé si lo sea Fernando, o Uri, o Karla. Lo
único que sé, es que no eres tú. Y que me siento mucho más segura a tu lado, y sobre
todo fuera del Cuartel. No sé si esta sea una trampa –Ixtab apuntó hacia el Smartphone
que Máximo le había facilitado unas horas antes–, pero estoy segura de que tenemos
una mejor oportunidad de sobrevivir allá afuera.

Arturo miró a Ixtab a los ojos por un par de segundos, y supo de inmediato que no
le era posible desconfiar de la hermosa indígena.

–No puedo dejar sola a Karla –dijo Arturo.

–Karla puede defenderse muy bien sola, Arturo –argumentó Ixtab.

Arturo apartó su mirada de Ixtab con una mueca de insatisfacción.

–Creo que, si Máximo nos quisiera muertos ya lo estaríamos, ¿No lo crees? –


Preguntó Ixtab.

–Eso... no lo sé. Supongo que tienes razón –acordó Arturo.

Arturo tomó asiento al lado de su compañera. Esta lo miró con una sonrisa tierna
y le acarició el rostro suavemente.

–Extraño a tu hermano –dijo Arturo antes de que su voz se quebrara, cediendo a


un repentino, triste, incontrolable y sincero llanto–, ¡Él no debió...!, ¡No fue justo!

–No fue nuestra culpa, Arturo. Yo así lo creí al principio, pero entendí que mi
hermano murió valientemente y por su propia decisión. Sé que mi padre debe de estar
orgulloso de él –Ixtab tenía ahora lágrimas en sus ojos también, pero su expresión era
cálida y optimista–. Debemos de ser valientes y hacer lo correcto. Así como Imox.

Arturo se soltó llorando como un niño. Ixtab lo abrazó contra su pecho y lo llenó
de besos en la frente.
–Todo estará bien si estamos juntos –prometió Ixtab en la mente de Arturo.

Después de varios minutos de lágrimas abundantes –y encontrando consuelo en


los brazos de la hermosa joven–, Arturo sintió que finalmente había quitado un gran peso
de encima de sus hombros, y se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no sentía la
seguridad que ahora le proporcionaba el contacto con la mano de Ixtab.

CAPÍTULO 50

LA NAVAJA DE OCKHAM

Daniel despertó con la cabeza sobre sus antebrazos, y con un agudo dolor en el
cuello por la mala posición en la que había estado por varias horas. Volteó a su alrededor,
y vio que Raúl también estaba dormido –solo que, este yacía en uno de los sillones de
la sala, y en una posición mucho más cómoda que la de él.

¿Qué hora es?

El libro de La Orden estaba abierto sobre la mesa, junto con al menos una docena
de hojas que contenían apuntes, dibujos, diagramas, y mapas mentales.

Daniel se levantó aún medio dormido después de haber mirado con enfado y
frustración las últimas notas que había tomado esa madrugada, y sin tener la menor idea
de lo que quería hacer con toda esa información.

Café. Necesito café.


Tomó camino hacia la cocina del departamento y prendió la cafetera. Abrió un par
de puertas de la alacena, sacó un contenedor cilíndrico con crema para café, una
pequeña tacita con azúcar, y regresó a la mesa de la sala para tomar de ahí su taza
favorita.

Eran las 9 de la mañana, y los únicos ruidos en el departamento eran los de la


cafetera, y los leves ronquidos de un agotadísimo Raúl.

Extraño el café del Cuartel. Máximo tiene un gusto espléndido.

Daniel sirvió dos cucharadas de crema y una de azúcar en su taza, y el bip de la


cafetera le indicó que el café estaba listo para ser servido. Tomó el mango de hule del
recipiente de cristal, y comenzó a verterlo lentamente.

– ¡Hay alguien ahí afuera, Dany! –Dijo Tony alarmado al salir rápidamente de la
habitación.

–Hay... ¿Qué?, ¿Quién? –Preguntó Daniel confundido.

– ¿Qué pasó? –Preguntó Raúl al tiempo que se levantaba del sillón buscando su
arma.

–Hay dos psíquicos afuera. Estuvieron en los alrededores un rato, y ahora están
en el edificio –explicó Tony.

–Tony –suspiró Daniel con enfado–, lo que dices no tiene sentido. Tal vez tuviste
un mal sueño y esta es una manera de...

– ¡No fue un sueño! –Dijo Tony exasperado.

–Ok, ok –retrocedió Daniel.

– ¿Cómo podrías saber que alguien viene hacia acá?, ¿Y cómo sabes que son
psíquicos?, ¿Se comunicaron contigo? –Preguntó Raúl aún incrédulo, pero sin bajar su
arma.

– ¡Silencio! –Ordenó Tony.


Raúl miró a Daniel en un intento por recibir una explicación al inesperado
comportamiento de su hermano, pero este estaba tan desconcertado como él –razón por
la que sólo le miró y se encogió de hombros con su taza de café aún en su mano derecha.

Tony se acercó un poco más a la puerta con su cabeza ligeramente inclinada hacia
la derecha en señal de una completa concentración, y con su mano derecha levantada
frente a él a la altura de su hombro –observado en total silencio por los rostros
desconcertados de Raúl y de su hermano.

A pesar de no confiar del todo en lo que Tony les estaba diciendo, Raúl ya se
encontraba en un completo estado de alerta, y listo para atacar –a diferencia de Daniel,
a quien le preocupaba que su hermano estuviera sufriendo algún tipo de episodio
psicótico causado por el estrés postraumático originado por su accidente.

Después de varios segundos de espera, Raúl logró ver una sonrisa dibujada en el
rostro de Tony –pero antes de que pudiera preguntar qué le causaba tal reacción–, Raúl
escuchó una voz muy familiar en su cabeza.

– ¿Me extrañaste?

– ¿Arturo? –Preguntó Raúl con su mirada fija en la puerta.

Daniel también había escuchado la voz en su cabeza, y al momento comenzó a


caminar hacia donde estaba su hermano –tratando torpemente de dejar su taza sobre la
barra de la cocina, y derramando gran parte del líquido sobre la misma en el intento–. No
obstante, Tony no se tomó el tiempo para preguntar la opinión de sus compañeros, y
abrió la puerta sin pensarlo dos veces.

– ¡No! –Gritó Raúl elevando su arma nuevamente.

– ¡Espera, Tony! –Ordenó Daniel.

–Bajen sus armas. Estoy desarmado –anunció Tony mientras salía con las manos
en alto.

Al presenciar esto, Daniel también sacó su arma y comenzó a correr hacia su


hermano con la finalidad de protegerlo –ante lo que él consideraba que podía ser una
amenaza desconocida–, pero se detuvo en seco al escuchar la inconfundible dulce voz
de Ixtab en el pasillo.
– ¡Tony! –Exclamó la hermosa indígena antes de lanzarse hacia su cintura y
abrazarlo con fuerza.

Daniel bajó su arma en cuanto pudo ver a Ixtab frente a él –seguida de cerca por
Arturo–, quien apareció a unos cuantos centímetros de Tony e Ixtab en espera de su
turno para saludar.

– ¡Arturo!, Me da... me da gusto ver que... estás bien –dijo Daniel titubeante.

– ¡Igual tú, Dany! –Respondió Arturo con entusiasmo al tiempo que se internaba
en la sala del lugar–, ¿Y tú qué necesitas saber para guardar tu arma?

A pesar de que Daniel y Tony se mostraban ahora totalmente confiados y


contentos con su llegada, Arturo conocía muy bien a Raúl para saber que este no bajaría
sus defensas con tanta facilidad –y sabía que esto era lo correcto.

La confianza es un lujo que no nos podemos dar ahora.

– ¿Cómo supieron que estábamos aquí? –Inquirió Raúl con total seriedad.

–Pregunta justa –dijo Arturo de inmediato–, Máximo le puso un rastreador al libro


de La Orden.

Arturo le mostró a Raúl el Smartphone que mostraba el mapa digital en la


aplicación que los había llevado hasta ahí.

– ¿Alguna otra pregunta?

– ¿Máximo los envió? –Volvió a preguntar Raúl.

–Técnicamente, sí. Es una larga historia –respondió Arturo.


– ¡Hola, Dany! –Ixtab se lanzó ahora a los brazos de Daniel –a quien le resultaba
realmente difícil romper la barrera del contacto físico.

–Guarda tu arma, Raúl. Creo que podemos continuar con las preguntas sin
amagarnos unos a otros –pidió Tony.

–Sabes que si quisiera matarte ya lo hubiera hecho. Soy mucho más letal que tú
–bromeó Arturo antes de acercarse a Raúl y extenderle su mano derecha–, misma con
la que lo jaló hacia él una vez que sus manos se estrecharon para darle un forzado y
brusco abrazo.

A continuación, Ixtab se le acercó a Raúl y también le abrazó con fuerza.

– ¡Qué gusto me da que estés bien!, ¡Qué gusto me da que todos estén bien!, ¡Me
imagino que también la han estado pasando muy mal! –Dijo Ixtab aún muy emocional y
sin soltarse de la cintura de Raúl –quien poco a poco fue perdiendo la rigidez que su
cuerpo tenía al momento, y terminó por corresponder la muestra de afecto.

–Imox era un gran... –trató de decir Raúl, pero para la gran sorpresa de todos, su
voz se quebró momentáneamente.

– ¡Lo sé, Raúl!, ¡Gracias! –Dijo Ixtab antes de darle un dulce beso en la mejilla.

Daniel y Arturo se miraron atónitos ante lo ocurrido, y el semblante de Tony


reflejaba exactamente la misma reacción ante lo que escuchaba –y es que sin duda
alguna Raúl era para ellos uno de los tipos más duros y fríos que habían conocido.

–Supongo que el rastreador del que hablan está en alguna de las pastas del libro
–dijo Raúl en un intento por cambiar el tema de inmediato–. Porque estoy seguro de que
desactivé el sistema de rastreo de seguridad en el portafolio.

–Tiene sentido –intervino Daniel–. Ya que nadie que valorara el contenido del libro
se atrevería a hacerle alguna modificación, y mucho menos imaginar que alguien lo haría
–especialmente por las condiciones tan frágiles en las que el paso del tiempo le ha
dejado.
–Y Máximo sabía eso –aseguró Arturo con una risita–. Ese tipo es un verdadero
genio. Sólo espero que en realidad esté de nuestro lado.

Ixtab y Arturo se miraron con complicidad.

– ¿Cómo que de nuestro lado? –Preguntó Raúl.

–La verdad es que... es difícil confiar en alguien de La Orden en estos momentos


–comenzó a decir Arturo–. Karla y yo descubrimos que Máximo tenía micrófonos en las
habitaciones. Fernando desvió todas las llamadas y mensajes entrantes del servidor del
Cuartel a su laptop personal. Bruno desapareció sospechosamente antes del día del
ataque a La Guardia, y... a propósito, ¿Dónde está Ek Chuak?

– ¿Ek Chuak? –Preguntaron Daniel y Raúl al unísono.

–No sabemos dónde... ustedes creyeron que Ek Chuak sería quien tenía el libro,
¿No es así? –Preguntó Daniel.

– ¿Mi papá no está aquí?, ¿Y cómo es que ustedes...?

–Raúl robó el libro de la caja de seguridad en la oficina de Karla antes de que


saliéramos a la última misión –respondió Tony.

– ¡Lo tomé prestado para tratar de encontrar el mensaje secreto! –Se defendió
Raúl–, Bueno, eso si es que tiene uno.

Raúl señaló con un ademán la mesa en donde se encontraba el libro.

– ¿Encontraron algo? –Preguntó Arturo.

–Nada en concreto –aceptó Daniel decepcionado.

– ¿Han escuchado algo de mi papá? –Insistió Ixtab.

Daniel y Raúl negaron con un movimiento de cabeza.

–Lo siento –dijo Tony con un dejo de culpa en su voz.


Ixtab movió su cabeza en señal de comprensión.

–Mira todos estos garabatos –dijo Arturo antes de hacer una trompetilla con sus
labios en señal de desagrado ante lo que veía en la mesa.

–Hemos tratado de analizar el lenguaje simbólico contenido en el libro para tratar


de encontrar algún tipo de significado abstracto, que a su vez pudiera traducirse en un
código concreto para descifrar un mensaje oculto –explicó Daniel.

–De hecho, llevamos cuatro días trabajando en esto –complementó Raúl.

–Sus caras y su actitud me dicen que no han encontrado nada relevante –aseguró
Arturo–. Y supongo que trabajan en lo simbólico porque los resultados del laboratorio de
La Guardia descartaron todo lo que una computadora podría encontrar.

–Precisamente –dijo Daniel.

–Dejando solo la complejidad de un mensaje o código oculto que podría ser


descifrado sólo por la compleja subjetividad de un humano –agregó Arturo con una
mueca de negatividad.

Raúl y Daniel asintieron con la cabeza sin despegar sus cansadas miradas del
libro.

–O por su simplicidad –dijo Ixtab.

Las miradas de todos se posaron ahora sobre la joven.

– “La navaja de Ockham” –murmuró Daniel.

– ¿La navaja de quién? –Preguntó Raúl.

– “La navaja de Ockham”, o bien, el “Principio de Parsimonia” –respondió Tony–.


El cual dice que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla es por lo general
la más probable.
–Y en este caso, lo más sencillo sería... –comenzó a decir Arturo con la intención
de que alguien terminara su frase.

–Que después de todo, usualmente los humanos actuamos –y creamos cosas o


actividades nuevas–, con base en el sentido común de la sociedad, ¿No creen? –Agregó
Ixtab–, ¿Para qué inventar una nueva medicina contra una enfermedad que nadie tiene?,
o en este caso, ¿Para qué crear un idioma que solo el creador entendería?

–Buen punto. Así nadie le podría dar valor a lo creado –dijo Raúl.

–Porque nadie puede entender lo que no conoce –complementó Daniel.

–Creo que nadie le explicó eso a Picasso –dijo Arturo sarcásticamente.

–Tal vez han estado buscándole interpretaciones brillantes y complejas al


contenido del libro, cuando podría ser que lo que el libro nos quiere decir es en realidad
totalmente sencillo, y hasta literal –analizó Ixtab–. Claro, para quien sepa que está
buscando en este caso.

– ¿Literal? –Susurró Daniel antes de echarle un vistazo a sus notas de nueva


cuenta.

Daniel y Raúl habían creado una lista con las analogías y frases con lenguaje
simbólico contenidas en el libro, pero esta recopilación se componía de ciento catorce
elementos, y cada uno de ellos era tan abstracto y subjetivo como el anterior.

– “El conocimiento secreto arde en el interior de aquellos escogidos por la flama


sagrada” –leyó Raúl.

–Lo literal es más que obvio –afirmó Daniel.

–Los primeros psíquicos –complementó Arturo.

–Ok. Esa no nos sirve –dijo Raúl.

– “La verdad morderá y arañará el interior del iniciado, y le consumirá tal y como
el fuego consume a la vela” –leyó Daniel.

–El entrenamiento –dijo Ixtab.

–Un nauseabundo y destructivo bastardo, sin duda alguna. Pero no nos dice nada
nuevo –determinó Raúl.
Por al menos otros veinte minutos, Daniel y Raúl continuaron leyendo frases en la
lista con la intención de que entre todos pudieran descifrarlas de la manera más literal y
simple posible –pero sin encontrar alguna que les diera algún indicio de algo que pudiera
ser relevante.

–Parece que todas estas frases tienen un significado literal muy simple. Y lo que
nos dicen en realidad no es un mensaje que no conozcamos los ya iniciados –dijo Daniel
desesperanzado–. Tal vez no hay un mensaje oculto. Tal vez esos hombres querían el
libro sólo con la intención de poseerlo como una reliquia antigua.

La mirada cansada de Raúl miró a Daniel en total acuerdo. Al final de cuentas,


eran ya días los que llevaban buscando mensajes ocultos en el libro sin haber obtenido
si quiera una tenue señal que les apuntara hacia alguna dirección concreta que perseguir.

–Lo mejor será dejar todo esto a un lado, comenzar a trabajar en algún plan para
reorganizarnos, y... no sé. Seguir con la operación por nuestra cuenta, tal vez –sugirió
Daniel resignado–. De otra manera, esto sólo nos provocará un efecto pantano.

– ¿Efecto pantano? –Preguntó Ixtab.

–Una vez adentro, entre más empeño le pones al esfuerzo por salir, más te hundes
–definió Raúl.

–Oh. Ok –respondió Ixtab.

–Claro que, en este caso, lo que queremos es sumergirnos aún más –comentó
Arturo–. Quiero decir, en el contenido del libro.

–Sí entendimos. No necesitas explicarnos, sabelotodo –intervino Raúl.

–Irónicamente, en algunos pantanos eso te ayudaría a sobrevivir –señaló Ixtab.

– ¿Qué?, ¿Sumergirte en el pantano? –Preguntó Raúl extrañado con el


comentario de Ixtab.

–Sí. Mi Papá nos decía que muchos pantanos están encima de cuevas
subterráneas. Así que la única manera de sobrevivir era dejarte llevar hasta que cayeras
en la cueva. La selva maya está llena de estos lugares –relató Ixtab.

–Interesante –dijo Raúl–. Por desgracia eso no...


– ¡Sumergirte en un pantano para llegar a una cueva subterránea! –Exclamó Tony
con entusiasmo–, ¿Eso dijo Ek Chuak?

–Sí. Eso dijo –respondió Ixtab sorprendida por la inadvertida reacción de Tony.

– ¡Ek Chuak es uno de los Guardianes del Santuario secreto de los primeros
psíquicos! –Continuó Tony.

Daniel y Raúl se miraron entre sí con los ojos muy abiertos justo antes de saltar
impetuosamente sobre la lista.

– ¡Era algo de hundirse o sumergirse! –aseguró Raúl mientras seguía el dedo


índice de Daniel, quien leía las frases recopiladas una a una a gran velocidad.

–No quiero interrumpir, pero ¿Qué demonios está pasando? –Inquirió Arturo.

–Una de las frases en el libro habla de una analogía similar a la de hundirse en un


pantano –resumió Tony con una gran sonrisa dibujada en su rostro.

Daniel y Raúl dejaron de leer, y se miraron atónitos.

–Veo que estabas escuchando todo este tiempo –dijo Raúl.

–No había nada bueno que ver en la tele –respondió Tony sarcásticamente.

–Ja, ¡Muy buena! –Alabó Raúl brevemente antes de regresar a su búsqueda.

Ixtab y Arturo no supieron cómo reaccionar ante la manera en que Tony se burlaba
de su propia condición, y ambos consideraron indignarse ante el apoyo de Raúl a tan
insultante broma –pero la actitud relajada y divertida de Tony les reveló al instante que
esto era algo que ocurría a menudo entre estos dos.

– “La roca de luz lastimó nuestras entrañas –comenzó a leer Daniel–, pero la tierra
nos sumergió en el camino sagrado de la serpiente emplumada, y esta se instaló dentro
de nuestras almas mortales para protegerlas del inmenso poder divino proveniente del
cielo”.
–Ok. La roca de luz es el meteorito que cayó y liberó el virus que lastimó las
entrañas de los antepasados. Después, el impulso electromagnético causó el deslave
que les hizo caer en las aguas de las grutas subterráneas, lo cual –junto con la radiación
del meteorito–, contuvo el virus dentro de sus átomos, y les protegió de una muerte
segura –desglosó Raúl aún con la esperanza de haber pasado por alto algo que fuera
relevante.

–Eso tampoco nos dice nada nuevo –aceptó Daniel decepcionado–. Solo nos
cuenta la historia que ya conocemos.

Todos –a excepción de Ixtab quien ahora los miraba un poco extrañada–, se


quedaron en silencio por un momento reflexionando en lo que Daniel y Raúl acababan
de decir.

–Creo que estamos perdiendo el tiempo, entonces –opinó Arturo.

–No lo creo así –dijo Ixtab aún recorriendo a todos los presentes con su mirada–.
Creo que al menos nos está dando una ubicación.

– ¿Una ubicación?, ¿En dónde? –Preguntó Raúl incrédulo antes de volver a leer
en voz muy baja la frase que analizaban ahora.

– “El camino de la Serpiente Emplumada” –señaló Ixtab–. Ese es el nombre que


mi papá le da a la ruta subterránea de cenotes más larga del lugar, la cual inicia –o
termina según como lo quieran ver–, justo debajo de la pirámide.

Los rostros estupefactos de Daniel, Raúl, Tony, y Arturo se llenaron de esperanza


y excitación en una fracción de segundo.

–Ixtab tiene razón. Nos está dando una ubicación –dijo Daniel con una pequeña
sonrisa entusiasta.

– ¡Ese es el mensaje secreto!, ¡La ubicación del Santuario de los Antiguos! –


Exclamó Raúl emocionado.

–Y eso es lo que esos sujetos buscaban, pero ¿Para qué? –Inquirió Daniel.
–No lo sé. Tal vez exista algo más ahí. Algo muy valioso que no está mencionado
en el libro –especuló Ixtab–. Por algo su ubicación se ha mantenido en secreto todo este
tiempo. Por eso solo Los Guardianes conocían la ubicación.

–Tal vez podrías crear un ejército de psíquicos si llevaras a cientos de personas


normales y las expusieras al lugar –dijo Raúl–. Es ahí donde se hicieron los primeros
psíquicos.

–Esconder el lugar que le daría poderes psíquicos a toda la humanidad –razonó


Tony–, ¿Pueden imaginar un escenario en el que un mundo lleno de psíquicos no
terminaría en el caos total?, Por si no lo recuerdan, aún con el entrenamiento y apoyo
que tuvimos de otros psíquicos, la transición fue una experiencia...

– ¡Horrible! –Dijeron Ixtab y Arturo al unísono.

– ¡Interesante! –Dijo Daniel también al mismo tiempo.

– ¡Poderosa! –Dijo Raúl uniéndose al coro de fonemas diferentes mezclados.

El semblante de Tony denotó su confusión ante la clara diferencia de opiniones


respecto al mismo evento vivido por todos los presentes.

–Intensa. Es lo que yo... iba a decir –concluyó Tony.

–Al final de cuentas Uri y Karla tenían razón. Este mensaje oculto estaba
destinado sólo para aquel que supiera de lo que se estaba hablando –dijo Arturo mientras
miraba a Ixtab con admiración–. No sé ustedes, pero creo que yo estoy viendo a uno de
los nuevos Guardianes aquí frente a mí.

Ixtab sonrió cortésmente, pero en sus adentros no supo cómo sentirse ante ese
comentario.

–Y supongo que sabes cómo llegar al camino de la “Serpiente Emplumada”,


¿Cierto? –Inquirió Raúl.

–Conozco un lugar –confesó Ixtab–. Imox siempre me llevaba ahí a escondidas,


pero la verdad es que nunca llegamos muy lejos de la entrada. Supongo que será un
buen lugar para comenzar a buscar.
CAPÍTULO 51

DETRÁS DE LA MÁSCARA

– ¡Levántate, mujer!, ¡Que no te queda mucho tiempo antes de que mueras! –Le
ordenó Melisa a la agente Santini.

La agente se levantó sin dificultad alguna, y su rostro desencajado no mostraba


dolor, ni miedo. Caminó hacia Melisa, y esta le entregó un plateado y afilado cuchillo de
veinte centímetros de largo.

Melisa se inclinó frente a Karla y comenzó a examinarla.

–Debo confesar que esto es totalmente personal. Mira ese rostro totalmente
simétrico, la piel blanca y perfecta como la porcelana, ojos hermosos. Todo un verdadero
estándar de belleza –dijo Melisa antes de enderezarse y dar un paso hacia su derecha.

Sin el menor aviso o señal, Santini hizo un corte diagonal desde la parte superior
derecha de la frente de Karla, hasta la parte izquierda de su barbilla. Karla gimió por la
sorpresa del movimiento, y un segundo después soltó un grito enmudecido –ya que
seguía amordazada–, cuando el dolor por la herida en su rostro se agudizó.

– ¡Oh no!, ¡Eso dejará cicatriz! –Dijo Melisa en tono burlesco.

Santini continuó haciendo cortes superficiales sobre el rostro de Karla, teniendo el


cuidado suficiente para infligir daño permanente sobre su piel y sus músculos faciales,
pero no para matarla.
Melisa miraba con atención lo que Santini hacía ahora bajo su mando. Disfrutando
evidentemente de cada corte producido por la mano de la argentina, tal y como si lo
hiciera ella misma.

Los gritos de Karla ya no eran de dolor, eran su impotencia y su ira las que ahora
le hacían gritar en protesta con toda su fuerza.

–Creo que eso será suficiente –ordenó Melisa una vez que se sintió satisfecha–.
Gracias por tus servicios, Pamela.

La argentina colocó el filo del cuchillo que sostenía en su mano derecha en su


garganta, y sin dudarlo ni un segundo abrió su cuello de un decisivo y letal corte.

¡Santini!

Al instante, Melisa se encargó de transmitirles a Fernando y a Uri la memoria de


lo ocurrido, y después la del rostro de Karla completamente ensangrentado y desgarrado.

Karla ahora hacía un esfuerzo enorme por no mover sus muy dañados músculos
faciales –y aunque la mordaza que le cubría anteriormente había sido cortada por el
ataque a manos de Santini–, el simple hecho de hablar le hubiera causado un dolor
verdaderamente insoportable.

Fernando evaluó la situación de inmediato, y comenzó a hacer todo su esfuerzo


por bloquear su mente a cualquier conexión. Comprendió lo que Melisa trataría de hacer
con él a continuación, y sabía que la única oportunidad que tendría de frustrar sus planes
era la de morir sin ser poseído.

Por otro lado, Uri se entregó al dolor emocional que le provocaba ver el horrendo
final que tuvo su agente y aprendiz favorita –especialmente al imaginar el horror que esta
tuvo que vivir en sus últimos momentos al ser presa de los deseos más viles y sádicos
de un psicópata sin escrúpulos–, ya que Santini le había confesado lo mucho que le
horrorizaba la idea de terminar en las manos de alguien así.

–Ya pasó, Pamela. Ya pasó –pensó Uri en un intento de consolarse ante lo que ya
no podía cambiar.
–Así es, Uri. Para ella el dolor ya terminó –dijo Melisa mientras se inclinaba para
tomar el cuchillo tirado a un lado del cuerpo de Santini–. Para ti, en cambio...

Melisa comenzó a acercarse lentamente a Uri.

–La dinámica será sencilla –explicó Melisa–. Yo haré las preguntas, y ustedes me
darán las respuestas que requiero al instante, o Uri perderá un dedo, ¿Está claro?

Fernando y Karla se quedaron helados e impotentes ante lo que sabían que


pasaría a continuación con Uri –y lo que era aún peor, es que no había nada que pudieran
hacer o decir para evitarlo.

Acto seguido, Uri gimió y se retorció de dolor detrás de su mordaza, después de


que Melisa cortara el dedo meñique en su mano derecha de un solo tajo.

– ¿Está claro? –Volvió a preguntar Melisa con una voz amenazadora.

– ¡Sí!, ¡Sí! –Gritó Karla en la mente de Melisa–, ¡No lo lastimes!, ¡Te diré lo que
quieras!

–Bien. Creo que ahora que entendemos las reglas podemos continuar con el juego
–dijo Melisa con una fingida condescendencia–, ¿Dónde está la india?

– ¿La india?, ¿Ixtab? –Preguntó Karla en la mente de Melisa.

–Sí. Ixtab –respondió Melisa con tranquilidad.

–No... no lo sé. Creí que ustedes...

Uri volvió a gemir aparatosamente de dolor cuando Melisa cortó su dedo anular.

– ¡No!, ¡Por favor!, ¡Te juro que no lo sé!, ¡Creí que ustedes la tenían prisionera!,
¡Lo juro! –Imploró Karla en la mente de Melisa.

–Repetiré la pregunta una vez más, ¿Dónde está la india? –Volvió a preguntar
Melisa mientras Uri seguía retorciéndose de dolor.
– ¡Por favor, Melisa!, ¡Te juro que no...!

Uri gimió de dolor aún con más fuerza y desesperación esta vez, y sus ojos
inyectados de sangre daban la impresión de que se saldrían de sus cuencas en cualquier
momento.

Tal y como Karla y Fernando lo habían anticipado, Melisa se aseguró de insertar


la imagen de lo ocurrido en sus mentes.

– ¿Olvidé mencionar que si me mentían dos veces seguidas no sería solo un dedo
lo que cortaría? –Preguntó Melisa con un tono falso de disculpa, mientras les mostraba
la mano derecha de Uri ahora desprendida de su cuerpo.

– ¡Perdóname, Uri! –Imploró Karla impotente ante el sufrimiento de su amigo.

Inesperadamente –y arruinando por completo esta parte del plan de la malvada


psíquica–, Uri dejó de gemir y retorcerse de dolor en su silla, provocando de inmediato
que el rostro de Melisa se llenara de ira.

– ¡No debiste hacer eso! –Advirtió Melisa entre dientes al tiempo que le lanzaba
una mirada de total odio y desprecio a Fernando.

–Te estoy esperando, ¡Perra falsa! –Retó el psíquico.

Fernando no tenía ni la fuerza ni la lucidez suficientes para tratar de enfrentarse a


un psíquico en un combate mental –mucho menos a uno de la talla de Delta, o a uno con
las sorprendentes y malvadas habilidades que Melisa había ocultado todo este tiempo–.
Pero lo que Melisa no había visto venir, era que Fernando sí era lo suficientemente
poderoso como para ejercer control sobre la mente de alguien no psíquico, y sobre todo,
de alguien que le daba entrada a su mente con puertas abiertas.

Fernando tomó control de la mente de Uri momentáneamente y logró dejarle


inconsciente y desconectado de su cuerpo –evitándole así sufrir la tortura por la que
Melisa le haría pasar, pero irónicamente también arriesgándose a producirle un daño
psíquico permanente a su amigo.
Desafortunadamente, esta acción heroica le había dejado a Fernando con las
defensas aún más bajas de lo que ya las tenía antes, por lo que Melisa pudo entrar a su
mente sin dificultad alguna, e insertar material psíquico con un alto volumen de dolor y
pena en su mente inconsciente.

¡Vas a rogarme que te mate, Fernando!

Melisa pudo haber poseído a Fernando en un santiamén, pero había decidido que
mejor le arruinaría la vida por completo –asegurándose de convertir varias de sus
memorias más felices en sombrías y grises–, y dejándolo vivir miserablemente hasta que
ella decidiera matarlo, o dejarlo suicidarse.

Fernando no pudo hacer nada para defenderse del ataque de la poderosa psíquica
que había resultado ser Melisa, y tan sólo momentos después de que la misma
comenzara a modificar cosas en su mente, el psíquico ya había quedado atrapado en un
estadío psicótico del que le sería imposible escapar. Sin embargo, gracias a un
mecanismo de defensa natural, la psique de Fernando se encerró en sí misma para evitar
que el daño ya causado se acrecentara –auto induciéndose así un coma físico, pero
escapando de la tortura que recibía al momento.

Justo cuando Melisa disfrutaba más del caos que creaba en la mente de su
indefensa víctima, una fuerza tremenda le expulsó sorpresivamente de la psique de
Fernando.

– ¡Estás acorralada! –Advirtió Mariana Casamayor al girar con su arma levantada


hacia la entrada a la habitación.

A pesar de estar armada, Mariana fue deslumbrada por la sorprendente velocidad


de su prima lejana, y su aún mejor capacidad de reacción –y es que antes de que pudiera
tenerla en la mira–, Melisa se lanzó al suelo, rodó entre el espacio en el que Uri y
Fernando se encontraban –y utilizando al primero como un escudo humano–, lanzó el
cuchillo que aún tenía en su mano derecha en un solo movimiento potente y veloz,
dirigiendo el proyectil directo al pecho de Mariana –quien se quedó congelada ante la
sorpresa del rápido e inesperado movimiento, y su propia incapacidad de aceptar que su
oportunidad se había esfumado.
– ¡Ah! –Gritó Artemis Casamayor al sentir el afilado cuchillo hundirse en su
costado izquierdo.

La capacidad de reacción de Artemis era mucho más rápida que la de su hermana,


y a pesar de ser más joven que ella, él era más maduro, perspicaz, y mucho más
precavido –y fueron estas características las que le hicieron intuir que al tener contra las
cuerdas a quien ya había demostrado ser una fría, cruel, y despiadada psíquica, esta no
dudaría en hacer cualquier cosa con tal de no ser atrapada.

No se equivocó al asumir que su hermana –quien había estado ya mucho tiempo


en una posición muy expuesta–, no había abierto fuego porque su objetivo había
encontrado la manera de ganar tiempo y espacio suficiente para contraatacar –y esa
breve duda era la que le iba a costar la vida si él no hacía algo al respecto.

Artemis se lanzó sobre su hermana tan rápido como pudo para empujarla hacia
una posición en donde ambos encontraran cobertura. Sin embargo, su movimiento le
costó la herida del arma punzocortante que Melisa había hundido entre dos de sus
costillas –quedando a muy pocos milímetros del corazón, y logrando perforar su pulmón
izquierdo.

– ¡Amis! –Gritó Mariana al ver lo que le había pasado a su hermano.

– ¡El arma! –Gritó Artemis con gran esfuerzo, y haciéndole ver a su hermana que
había cometido otro grave error.

Mariana había soltado su FNX 45 después de haber sido tacleada por su hermano
–al cual trató de acercarse en un movimiento protector al escucharlo gritar–, y este
movimiento la hizo alejarse unos cuantos centímetros aún más del arma–. Centímetros
que Melisa no desaprovechó.

Tan pronto como vio su cuchillo atravesar a Artemis, Melisa dio tres zancadas a
gran velocidad, y después se lanzó sobre su estómago –logrando así llegar al arma antes
que Mariana, quien para ese momento ya sabía que había perdido la posesión de la
misma.

¡Soy una estúpida!


Dadas las circunstancias, a Mariana no le quedó más que aferrarse a la muñeca
de Melisa con toda su fuerza con el objetivo de desviar la dirección del arma lejos de su
hermano caído, o de ella misma.

Melisa disparó dos veces en cuanto tuvo la FNX 45 en su poder, pero el


movimiento preventivo de Mariana fue más que oportuno y puntual esta vez. Sin
embargo, Melisa quedó en mejor posición, y aprovechó el muro a sus espaldas para
impulsarse con las piernas sobre Mariana, y evitar así que esta se levantara –además
de lograr con esto posicionarse completamente sobre el torso de la joven.

Sumado a la ventaja de la posición, Melisa era físicamente más fuerte que su


oponente –y a pesar de que las dos jóvenes sostenían con ambas manos el arma–, era
claro que Melisa poco a poco lograba apuntarla cada vez más en dirección al rostro de
Mariana.

En un intento por darle un respiro a su hermana, Artemis juntó la poca fuerza que
le quedaba a su cuerpo, y se lanzó contra Melisa –quien cayó sobre su costado derecho
al ser golpeada por el antebrazo del joven, pero sin soltar su agarre del arma que
disputaba con Mariana–. Le tomó tan solo unas cuantas décimas de segundo retomar su
equilibrio –utilizando la fuerza de resistencia de Mariana como palanca–, y con un
movimiento potente y veloz le propinó un fuerte golpe a la cabeza de Artemis con su
rodilla izquierda.

El tremendo golpe de Melisa dejó inconsciente a Artemis al instante –


principalmente porque la pérdida de sangre por su herida le había debilitado demasiado–
. Sin embargo, este efectivo y necesario ataque le había costado la posición de ventaja
que había mantenido sobre Mariana hasta ese momento, y fue esta última la que en esta
ocasión dejó a un lado su impulso de ayudar a su hermano, y aprovechó la oportunidad.

Mariana lanzó sus piernas con gran velocidad hacia el brazo derecho de Melisa,
logrando así envolverlo con fuerza entre ambas extremidades. Inmediatamente después,
utilizó las plantas de sus pies y sus pantorrillas para empujar el hombro izquierdo de su
oponente –además de neutralizar su cuello y tronco momentáneamente–, al tiempo que
utilizaba sus dos manos para jalar con todas sus fuerzas del brazo que había podido
atrapar –asegurándose de que el arma estuviera apuntada hacia donde no pudiera
herirla a ella.

Melisa gritó de dolor al encontrarse atrapada en una muy bien ejecutada llave de
brazo –pero no por mucho tiempo, puesto que al igual que Mariana ella también era muy
habilidosa para el combate en piso–, así que antes de que fuera demasiado tarde,
empujó sus piernas, cadera, y torso hacia encima de su cabeza, logrando así poner fuera
de peligro su brazo atrapado, y ponerse ventajosamente casi de pie.
En el forcejeo, ambas jóvenes perdieron la posesión del arma –la cual cayó a unos
centímetros del cuerpo inconsciente de Artemis–. Mariana se lanzó de inmediato hacia
la misma, y Melisa aprovechó para correr hacia la puerta de salida del estrecho pasillo
donde peleaban –localizada a unos 10 metros de su actual posición.

Tan pronto como Mariana tomó el arma se giró sobre su espalda y disparó en
posición incómoda dos veces, logrando que uno de sus disparos rozara el hombro
derecho de Melisa justo cuando esta se barría a través de la puerta, y utilizaba el marco
de la misma para columpiar su cuerpo hacia la izquierda.

Mariana se incorporó utilizando un movimiento similar al de un látigo, en el que


elevaba sus piernas al aire, arqueaba su espalda, se impulsaba con toda la fuerza de
sus brazos por detrás de su cabeza hacia arriba, y terminaba por aterrizar de frente sobre
sus piernas.

La joven comenzó a correr con toda la intención de perseguir a Melisa.

– ¡Déjala ir, Mariana!, ¡Debes ayudarnos primero! –Imploró la voz de Karla en la


mente de la joven.

– ¡Se va a escapar! –Protestó Mariana.

– ¡Todos necesitamos atención médica urgente, Mariana!, ¡Tu hermano está


perdiendo mucha sangre!, ¡Piénsalo! –Insistió Karla.

Mariana se quedó parada a medio camino sabiendo que Karla tenía razón, pero
también sabiendo que Melisa era demasiado peligrosa para dejarla ir.

– ¡Maldita sea! –Gritó Mariana al resignarse a la idea de que Melisa se iba a


escapar–, ¡Necesito apoyo al fondo del primer piso!, ¡Tenemos varios heridos!, ¡Mujer
joven en traje negro es uno de los objetivos!, ¡No traten de detenerla!, ¡Repito!, ¡Si se
encuentran con ella no traten de detenerla!

La orden por radio que Mariana había dado a su equipo táctico tenía la intención
de proteger a sus hombres de lo que sería una muerte segura e innecesaria ante Melisa,
quien sorpresivamente había resultado ser el oponente más complicado al que ella se
hubiera enfrentado en toda su vida.
La subestimé.

Mariana corrió ahora hacia el charco de sangre que rodeaba el cuerpo


inconsciente de su hermano, arrancó una gran porción de su camisa, y comenzó a ejercer
presión sobre la herida en su costado.

– ¡Tranquilo, Amis!, ¡Ya viene la ayuda!, ¡Tú eres muy fuerte!, ¡Sólo...! ¡Resiste!

CAPÍTULO 52

TU CASA ES MI CASA

–Bienvenido a mi humilde pocilga –dijo Ek Chuak con una sonrisa, al señalarle a


Enrique Casamayor con un ademán de su brazo izquierdo la que había sido su cabaña
por muchos años dentro de la selva maya.

–Es... acogedor –mintió cortésmente Enrique.

–Por favor, hijo. No hay necesidad de mentir –dijo sinceramente Ek Chuak sin
perder la sonrisa amigable que aún pintaba su rostro–. Es lo que es.

Enrique sonrió apenado y cerró su boca después de no encontrar algo más que
agregar ante la transparencia del veterano psíquico.

– ¡Cuidado, señor! –Gritó Enrique.

Ah Puch había aparecido entre la maleza que rodeaba la cabaña de su dueño, y


se había detenido en seco ante la reacción defensiva de Enrique –quien ahora tenía su
arma apuntada al felino.
–No habrá necesidad de eso, muchacho. Es tan solo mi gatito, –indicó Ek Chuak–
, ¡Ven pa´ca amigo!

Ah Puch trotó de manera juguetona hacia su viejo amigo, y al darle alcance elevó
sus patas anteriores sobre sus hombros. Ek Chuak lo recibió con un exagerado gruñido
de esfuerzo, y acarició su cabeza mientras este lamía su cara en repetidas ocasiones.

–O tú te estás poniendo gordo, o yo me estoy volviendo viejo, mi amigo –bromeó


Ek Chuak.

Era evidente que las heridas de Ek Chuak aún se encontraban en proceso de ser
sanadas, y que su energía y su fuerza tampoco eran las de siempre –a pesar de que los
cuerpos de los psíquicos tardaban menos tiempo en recuperarse por completo.

Por su parte –y a pesar de la confianza con la que Ek Chuak se mostraba ante Ah


Puch–, Enrique bajó su arma aún con cautela y sin avanzar un solo paso.

–Tranquilo muchacho, Ah Puch solo ataca a mis enemigos.

Ek Chuak comenzó a caminar hacia la puerta de la cabaña, pero el felino se quedó


rezagado y comenzó a gruñir en esa dirección.

– ¿Qué pasa, Ah Puch? –Preguntó Ek Chuak antes de darse cuenta de que su


amigo trataba de advertirle de la presencia de algo o alguien dentro de la cabaña.

Ambos psíquicos alistaron sus armas, y Ek Chuak le hizo una señal a Enrique
para que le cubriera mientras este se disponía a echar un vistazo por la pequeña y única
ventana que tenía la cabaña –ubicada a unos dos metros a la izquierda de la puerta de
entrada.
Ek Chuak se pegó a la pared y caminó lenta y sigilosamente hacia la ventana.
Pero antes de que pudiera echar un vistazo, el rugido de Ah Puch y el disparo del arma
de Enrique le hicieron detenerse y mirar atrás.

Ah Puch se había lanzado inesperadamente sobre Enrique –quien había bajado


la guardia con respecto al felino por indicaciones de Ek Chuak–. El joven psíquico trató
de reaccionar ante el ataque y pudo dispararle a Ah Puch en el estómago antes de tenerlo
encima, pero esto no fue suficiente para salvarse de lo inevitable.

Ek Chuak presenció impotente como el felino arrancaba una buena porción de la


garganta de Enrique de un sólo tirón de sus poderosas fauces.

– ¡No, bestia estúpida!

Corrió con su arma levantada y apuntada hacia el cuerpo del felino, pero no tuvo
el corazón para dispararle a quien había sido su compañero por tantos años en la soledad
de la selva.

Ek Chuak tiró su arma al piso, abrazó a Ah Puch con gran fortaleza física, lo
arrancó del cuerpo de Enrique, y lo lanzó varios metros por el aire hacia su lado izquierdo.

– ¡Lárgate de aquí! –Amenazó Ek Chuak.

Enrique se ahogaba desesperado con su propia sangre, y Ek Chuak sabía que no


podía hacer más que esperar y verlo morir –y aunque sentía lástima por el muchacho–,
sabía que su muerte sería rápida, y que debido al shock en el que su cuerpo y mente se
encontraban no sufriría demasiado.

– ¿Por qué hiciste eso, amigo?, ¿Por qué? –Le preguntó Ek Chuak al felino en
medio de su confusión.

–Porque yo se lo ordené –dijo una voz desconocida en la mente del maya.

Ek Chuak no se inmutó al escuchar la voz en su cabeza. Miró de reojo a su


atacante, y después bajó su mirada al suelo.
– ¿Qué pasa, Ek Chuak?, ¿Ni siquiera tratarás de defenderte? –Preguntó la voz
nuevamente en su cabeza–, Mi hermano me habló de tus aptitudes, y... ahora que te
encuentro sé que al menos eres tan sabio como él te describía. Después de todo, sabes
que no estás totalmente recuperado de tus heridas, que soy mucho más poderoso que
tú, y que por lo tanto resistirse sería estúpido –dijo Alfa con su mirada perdida en el
vacío–. Eso muestra sabiduría de tu parte. Es aburrido que esto termine así, pero... es lo
más coherente.

–Hay una cosa que quiero que sepas antes de que intentes algo más, Alfa –
advirtió Ek Chuak–. No me vas a convertir en tu títere. Moriré antes de darte el gusto.

–Temo que sé a qué te refieres con eso. Y por desgracia, sé que es verdad –dijo
Alfa con un tono de decepción.

–Máximo te traicionó, ¿Verdad? –Preguntó Ek Chuak con su mirada fija ahora en


el cadáver de Enrique Casamayor.

–Lo hizo. Él se volvió uno de ustedes desde hace mucho tiempo. Era tan fiel a La
Orden como tu jaguar a ti –dijo Alfa con una mueca de admiración–. A pesar de ser una
bestia salvaje no pude hacerlo matarte. No sé cómo... bueno. Eso no importa ya.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Ek Chuak antes de que sus ojos se cerraran.

–Veo que te reconforta la idea de que tus amigos fueron... ¿Cómo decirlo?, Leal y
genuinamente tus “amigos” al final de sus vidas –agregó Alfa intrigado–. Me hubiera
gustado ser como tú. Ser como la mayoría. Simples, ingenuos, ignorantes, emocionales.
Eso... eso hubiera sido... normal.

CAPÍTULO 53

EL CAMINO DE LA SERPIENTE
–Entonces, ¿Lo que ves son un montón de luces? –Preguntó Arturo.

–Algo así –Respondió Tony.

– ¿Campos electromagnéticos? –Preguntó Daniel.

–Creo que es más complicado que eso. Más específicamente, si hay energía en
un determinado objeto, la puedo percibir. Especialmente si el objeto está en movimiento
–trató de explicar Tony–. También escucho ondas sonoras que antes no hubiera podido
escuchar.

–Es normal. Perdiste un sentido y los demás se agudizaron. Claro que, en nuestro
caso, al parecer se convierten en una especie de super poder muy cool –dijo Arturo con
una sonrisa.

– ¿Y cómo haces para darte cuenta de donde están ubicados los objetos
inanimados?, Esos no poseen energía activa –Inquirió Daniel.

–Hace tres semanas descubrí que, al tratar de entablar una conexión psíquica, mi
mente liberaba energía en forma de ondas hacia mi alrededor, y me di cuenta de que
todo se iluminaba alrededor de donde estas ondas pasaban. Supongo que por la acción
de fotones presentes en la energía liberada –describió Tony.

–Como una cámara fotográfica –complementó Raúl.

–O un radar –agregó Daniel.

– ¿Por qué no puedo ser el único que dijo una cosa brillante por una sola vez,
Daniel? –Reclamó Raúl con fingida indignación.

–Sabes que eso no pasará. Él es el cerebro del grupo –dijo Arturo.

–A propósito, me dices que hace tres semanas te diste cuenta de que podías...
ver... técnicamente –dijo Raúl.

–Un día menos, un día más. Sí –contestó Tony.

– ¿Y por qué no te ofrecías a prepararte tus propias comidas, bebidas calientes,


salir a hacer las compras, etcétera, etcétera? –Inquirió Raúl con una sonrisa maliciosa.

–Estoy ciego, no idiota –respondió Tony descaradamente.

El grupo entero compartió una pequeña carcajada por la respuesta de Tony –con
la excepción de Daniel–, quien más bien ahogó lo que hubiera podido ser un acalorado
reclamo ante lo revelado por su hermano.
–Aquí es –anunció Ixtab.

Los jóvenes miraron una angosta abertura entre dos rocas que se encontraban
enterradas en medio de la extensa selva maya –y de acuerdo con Ixtab–, ese lugar era
uno de los muchos accesos a los varios cenotes que componían lo que Ek Chuak
llamaba: “El camino de la serpiente emplumada”.

Ixtab e Imox se aventuraban de vez en cuando dentro de esa gruta, pero nunca
con la intención de explorar con detenimiento el interior –ya que nunca se imaginaron
que podría llevarlos a algún lugar importante.

– ¡Uf!, ¡No saben lo bien que me va a caer este chapuzón! –Festejó Raúl mientras
comenzaba a quitarse su ropa exterior, para quedar cubierto solamente por su traje
semiseco de neopreno.

– ¡Ya sé, hermano!, Con este calorcito sí se antoja –apoyó Arturo.

Además del traje semiseco de neopreno –el cual es comúnmente utilizado por
equipos de tácticas especiales para sumergirse en escenarios acuáticos de poca
profundidad, y temperaturas moderadas–, todos contaban con una lámpara resistente al
agua adaptada a una máscara de snorkeling, y una mochila impermeable en la que
guardaron su ropa seca, sus armas, y sus Smartphones.

–Muy bien, ¿Todos listos? –Preguntó Arturo antes de que comenzaran a


internarse uno a uno en la limpia y cristalina agua dulce del cenote.

Ixtab tomó la delantera, y sus compañeros la siguieron por varios metros a través
de las enigmáticas cuevas llenas de las peculiares formas diversas de estalactitas,
estalagmitas, columnas, y otros espeleotemas que distinguen a este hermoso
ecosistema.
–Supongo que debemos seguir este camino hasta que demos con un anuncio
grande en luz neón que diga: “Bienvenidos al Santuario de Los Guardianes de La Orden
de Aker” –bromeó Arturo.

–Prometo que les avisaré en cuanto lo vea –dijo Tony con una sonrisa juguetona.

Las risas y los comentarios graciosos no se hicieron esperar, y el ambiente cordial


continuó así mientras los novatos avanzaban sin detenerse en su búsqueda de lo que
hasta este momento aún les era desconocido.

CAPÍTULO 54

MÁXIMO

–La cirugía no presentó complicación alguna, señorita. Su hermano no necesitará


más que diez días de reposo absoluto, pero es importante que no le permita hacer
esfuerzos físicos grandes durante al menos un par de meses más –dijo un hombre de
unos cincuenta años, con pelo y barba totalmente blancos.

–Le agradezco por todo, doctor Garrido. Especialmente por su disposición para
venir hasta acá y dejar desatendida su clínica –dijo Mariana Casamayor.

–Usted sabe muy bien que yo haría lo que fuera por los hijos de Don Miguel. No
dude en llamarme cuando me necesite.

–Gracias, doctor. Así lo haré –aseguró Mariana con un tenue pero sincero gesto
de agradecimiento en su rostro–. A propósito, ¿Qué noticias me tiene de los demás?

El doctor Garrido le echó un vistazo a los archivos que tenía en un sujetapapeles


negro de plástico antes de continuar.
–El señor... Uri Caballero se encuentra débil por la pérdida de sangre, pero
estable. Por desgracia, fue muy tarde para que mi equipo salvara su mano debido a la
avanzada necrosis en el tejido de la extremidad amputada. Sin embargo, pudimos suturar
las arterias y tendones dañados por el corte con éxito, por lo que le puedo asegurar que
no habrá ningún tipo de complicación secundaria debido a la amputación –Garrido dio la
vuelta a un par de páginas más en su sujetapapeles–. Me temo que no le tengo buenas
noticias respecto a la señora Karla Montalbo, y a... Fernando... Ibarra. La señora no sólo
quedó horriblemente desfigurada, sino que sufrió heridas muy graves en varias
terminales nerviosas y músculos faciales, y esto le ha causado una parálisis casi
completa en la mayor parte del rostro.

Mariana recordó el rostro ensangrentado de Karla y la manera tan violenta en la


que su cuerpo temblaba cuando el dolor le resultaba insoportable.

–Creemos que, con un tratamiento postraumático de recuperación la señora Karla


podría eventualmente recuperar algo de movilidad en algunos de sus músculos faciales.
De otra manera, tendrá problemas hasta para hablar –aseguró el médico.

–Entiendo –dijo Mariana secamente.

–En cuanto al señor Fernando Ibarra, su estado físico en general está en muy
buena forma. Por desgracia, se encuentra en un coma profundo –del cual hemos
descartado ya toda causa orgánica como un posible detonante–, y esto nos lleva a
diagnosticar que el evento encuentra su etiología en un trauma severo de tipo psicológico
–concluyó Garrido.

–Sin duda alguna –murmuró Mariana.

–Su actividad cerebral es extrañamente normal para su condición –apuntó


Garrido.

– ¿Extrañamente normal?

–A pesar de que su sistema nervioso envía a su cerebro la información de


estímulos externos existentes –como son los sonidos fuertes y sorpresivos a su
alrededor, contacto físico, etc. –, este decide ignorarlos, y se mantiene en un estado de...
ausencia.

– ¿Se mantiene?, ¿Cómo si lo hiciera a propósito? –Inquirió Mariana.

–Es una hipótesis. Por desgracia, un electroencefalograma sólo nos puede revelar
si hay actividad cerebral, y en qué áreas está ocurriendo. Pero no nos dice con exactitud
que pensamientos está teniendo, y mucho menos las razones que le llevan al paciente
a pensar lo que sea que esté pensando –resumió Garrido.

–Buenas tardes –saludó un alto joven afroamericano.

–Buenas tardes –respondieron Mariana y el doctor al mismo tiempo.

–Rastreamos todas las llamadas y mensajes de texto salientes y entrantes de este


celular –dijo el joven con el Smartphone de Máximo en su mano derecha–. Y créame que
lo que encontramos le va a interesar –afirmó el agente Marcell con un ligero acento
francés en su español.

Garrido entendió al instante que lo que Marcell tenía que decir era información
que él no quería conocer, y al igual que lo había hecho varias veces con su amigo Don
Miguel Casamayor, decidió retirarse de la conversación.

–Me retiro, jóvenes. Debo reunirme con mi equipo –se disculpó el médico antes
de tomar camino hacia el pasillo de donde había venido anteriormente.

–Gracias de nueva cuenta, doctor –dijo Mariana.

Marcell y Mariana esperaron un par de segundos antes de comenzar a hablar.

– ¿Y bien?

–Máximo se comunicaba con uno de los sujetos detrás de los ataques a La Orden.
De hecho, este sujeto llamado Alfa con el que mantenía contacto es su hermano –reveló
Marcell con una sonrisa de orgullo por sus hallazgos–. Así es. El cerebro de todo este
caos es el hermano del ex-jefe de La Orden, al cual conocíamos como Máximo, pero en
realidad se llamaba Beta.

–Beta –dijo Mariana en un suspiro al recordar la charla en la que Ek Chuak les


había revelado esta información.

–El último mensaje que recibió de parte de su hermano dice textualmente:.

“Es tu última oportunidad, Beta. Debemos continuar con lo que nuestro padre nos
encomendó. Comenzaremos por destruir a todos los psíquicos, y después terminaremos
con el veneno que es la raza humana de una vez por todas. Repito. Esta es tu última
oportunidad de unirte, o asumir las consecuencias.”

–Esa es más una amenaza de cortesía que una orden o petición fraternal –analizó
Mariana.

–Oui. Y la respuesta de Máximo fue:

“Mi posición no ha cambiado. No traicionaré a La Orden. Y te aseguro que haré


todo en mi poder para frustrar tus planes.”

Mariana quedó boquiabierta, y de inmediato arrebató el celular de Máximo de la


mano de Marcell para leerlo por sí misma.

–Entonces... Máximo... –trató de decir Mariana mirando a Marcell a los ojos.

–No era la rata que traicionó a La Orden. Y se pone aún más interesante –dijo
Marcell con evidente excitación por la información que poseía–. Encontramos un sótano
secreto debajo del almacén en el primer piso en el que había una habitación donde
Máximo monitoreaba las conversaciones entre los inquilinos de La Orden.

Mariana mostró una mueca de desacuerdo e indignación al escuchar lo que


Marcell había encontrado.

–Y así nos dimos cuenta de que fue él quien le entregó a Ixtab Chuak –por cierto,
Chuak es parte del nombre “Ek Chuak”, no un apellido. Pero al parecer la gente del
registro lo convirtió en apellido necesario, ya que Ek Chuak no tenía un apellido que
darles a sus hijos... mais, ça c'est une tout autre chose–. Como dije al principio, Máximo
le dio un dispositivo de rastreo a la chica con el cual encontraría a su padre. Además, le
dijo que Arturo Casamayor pretendería escapar del Cuartel esa misma noche, y que ella
debía de convencerlo de irse con ella para que ambos estuvieran seguros –reveló
Marcell.

–Alejó a los novatos del peligro, ¿Pero no a Melisa? –Cuestionó Mariana.


–Eso es porque Máximo descubrió a la verdadera Melisa antes que nadie más.
Por desgracia, eso le costó la vida.

– ¿Cómo? –Preguntó Mariana.

–Máximo iba a ordenarle a Melisa que acompañara a sus compañeros en su viaje


de huida –pero cuando la encontró–, ella platicaba con Fernando y Uri acerca de algo
que tenía que ver con temas filosóficos y éticos, y defendía a los griegos como la base
de la civilización social que conocemos en la actualidad... or quelque chose comme ça.
El punto es que escuchó a Melisa decirle a Uri y a Fernando:

“Antes de la A y la Z, existieron el Alfa y el Omega.”

Mariana miró a Marcell confundida al no terminar de entender como esa frase


descubriría a Melisa ante Máximo.

–Esa línea les fue repetida una y otra vez a Máximo y a Alfa por su padre mientras
ellos crecían, y al parecer Alfa la había adoptado como si fuera una frase propia.

–Y fue de él de quien Melisa la aprendió. No pudo haberla aprendido de nadie más


que de ellos. No es una frase común y corriente –razonó Mariana para sí misma.

–Voilà.

– ¿Y cómo fue que Máximo no la detuvo al momento?, ¿Por qué no hizo nada? –
Protestó Mariana.

–Al parecer Máximo no sabía quién era la verdadera Melisa. Supongo que creyó
que simplemente era una novata que había estado dándole información a su hermano
por el miedo que este generalmente le inspiraba a la gente.

–La menospreció. Al igual que yo –se reprochó Mariana.

–Se acercó a hablar con ella a solas, y le confesó que sabía que ella era quien
había estado en contacto con su hermano. Le dijo que comprendía su situación, y que
comprendía que lo que había hecho había sido por miedo. Por desgracia para Máximo,
Melisa ya había puesto su plan en marcha, y se había encargado de manipular a las
únicas sirvientes de todo el Cuartel –la esposa y las dos hijas de Santiago De León, el
mayordomo que desapareció junto con Ek Chuak–, para que pusieran la poderosa droga
en la comida que todos consumieron esa tarde algunos minutos antes –de hecho el
reporte farmacológico reveló que se trataba de una fusión de Rohypnol, y Bromuro de
Pancuronio–, por lo que lo único que tuvo que hacer Melisa fue esperar a que la poderosa
sustancia actuara sobre Máximo –Marcell aclaró su garganta antes de continuar–. Como
ya lo dijo usted, señorita. Él la menospreció.

–Eso ya no pasará –se prometió a sí misma Mariana–, ¿Y todo esto está en las
conversaciones grabadas de las que me hablaste? –Preguntó Mariana.

–Todo está grabado. Pero en realidad la mayor parte de la confirmación de todos


estos detalles se encuentra en la grabación en la que Delta y Melisa torturan
horriblemente a Máximo –reveló Marcell.

Mariana se quedó reflexiva por varios segundos, y Marcell respetó su silencio


hasta que ella volvió a hablar.

–Máximo era un buen sujeto. Era noble, leal, y sobre todo alguien que se
preocupaba más por sus compañeros y amigos de lo que se preocupaba por sí mismo –
dijo Mariana con seriedad.

–Bien sûr –reconoció Marcell.

–Y es precisamente por todo eso que terminó como terminó.

CAPÍTULO 55

EL SANTUARIO DE LOS GUARDIANES

– ¿Alguien más siente esa sensación extraña? –Preguntó Raúl.

– ¿Cómo si tu energía aumentara conforme avanzamos en esta dirección? –


Respondió Arturo.

–Exactamente –acordó Raúl.

–Creí que era solo la adrenalina teniendo un efecto en mi cuerpo. Pero ahora que
lo mencionan, puede que se trate de algo más –agregó Daniel.
– ¿Será una indicación de que nos acercamos al Santuario? –Preguntó Ixtab.

–No sé si al Santuario, pero sí a un lugar lleno de un tipo extraño, y a la vez familiar


de energía –describió Tony.

– ¿Puedes verlo?, Bueno... ¿Sentirlo? –Se corrigió Daniel abochornado, y supo


de inmediato que era muy tarde para corregir su error.

– ¡Buena! –Gritaron Raúl y Arturo para implicar que Daniel había bromeado con
respecto a la ceguera de Tony –a pesar de saber que este no se prestaría a este tipo de
juego, y que esta había sido solamente una referencia accidental.

– ¡Eso no fue lo que quise decir! –Protestó Daniel entre molesto y apenado ante
la burla de sus compañeros.

–Se lo que quisiste decir, hermanito. Y sí puedo verlo. No igual que ustedes, por
supuesto –intervino Tony.

–Irónicamente, eres el único que puede verlo –señaló Ixtab con una tímida sonrisa.

– ¡Wow!, ¡Ixtab sabe jugar el juego! –Celebró Raúl.

– ¡Muy bien aplicada! –Elogió Arturo.

–Sin duda la mejor que he escuchado hasta ahora –aseguró Tony.

Aún Daniel se encontró dejando escapar una sonrisa de aprecio por la experiencia
positiva que los jóvenes psíquicos estaban viviendo juntos en ese momento –
especialmente después de todo lo mal que lo habían pasado en los últimos meses.

– Al menos tenemos algunos buenos momentos –pensó Daniel.

Siguieron nadando por varios minutos más, y conforme avanzaban sentían con
más intensidad la energía que sus cuerpos habían detectado anteriormente –como si
esta les invitara a acercarse más y más.

Extrañamente, esta sensación los llevó hasta lo que parecía ser un callejón sin
salida. Un muro de roca sólida sin aberturas o espacios por los que se pudiera pasar.
–Aquí es –aseguró Tony cuando se acercaban a lo que parecía ser el final del
camino.

– ¿Aquí? –Cuestionó Arturo.

–Aquí no hay nada más que agua, y esa roca –señaló Raúl extrañado.

–Está detrás de esa roca. Debemos sumergirnos para rodearlo –Indicó Tony.

Ixtab, Raúl, Arturo, y Daniel miraron hacia la profundidad del agua debajo de ellos.

– ¿Estás seguro? –Preguntó Daniel un poco incrédulo.

–Confíen en mí. Lo que sea que esté ahí atrás es lo que emite toda esta energía
–aseguró Tony con seriedad.

– ¿Y qué tan profundo es? –Preguntó Ixtab preocupada.

–Ese es el problema. Yo calculo que la piedra tiene unos veinte metros más por
debajo de la superficie, y al menos unos seis metros de espesor –describió Tony.

–Cuarenta y seis metros de recorrido en total consumiendo rápidamente el


oxígeno en nuestra sangre con cada brazada y pataleo –analizó Daniel–. Sin mencionar
que se gastará el doble una vez que la presión del agua esté por encima de nuestros
cuerpos en el punto más profundo, y tratemos de nadar hacia la superficie.

– ¡Eso prueba que este debe de ser el lugar! –Aseguró Raúl victorioso.

–No veo la conexión –dijo Arturo confundido.

–Esta es una prueba física fuera de las capacidades de cualquier humano normal
–respondió Daniel.

–Pero no de psíquicos con habilidades físicas metahumanas –complementó Ixtab


aún tratando de no parecer escéptica con respecto a sus palabras.

–Es una buena manera de despistar y alejar a quien no tenga nada que ver con
este lugar. En especial si ni siquiera saben que hay algo de importancia en los
alrededores –razonó Arturo después de un largo suspiro.

–Los veo del otro lado, agentes –anunció Raúl antes de tomar una gran bocanada
de aire y sumergirse.

– ¡Raúl! –Gritó Ixtab en un fallido intento por detenerlo.


–Muy bien. Sólo hay una manera de saber si puedo, o no –se dijo Tony a sí mismo
antes de seguir a Raúl.

Daniel vio a Tony sumergirse con total decisión, y no tuvo otra opción más que
seguir a su hermano hacia el otro lado de la roca –a pesar de no estar muy convencido
de que este plan fuera el más conveniente–, y siendo incapaz de luchar contra su actitud
sobreprotectora con respecto a Tony.

–Muy bien Ixtab, ¿Estás lista? –Preguntó Arturo.

–Creo que sí –respondió la joven con un profundo suspiro.

–Ok. Una, dos, ¡Tres!

Ambos psíquicos se impulsaron hacia la profundidad de la gruta después de llenar


sus pulmones de oxígeno, y Arturo se mantuvo intencionalmente detrás de Ixtab –quien
comenzó a nadar tan rápido como le era posible.

– ¡Wow!, ¡Sí que es rápida! –Pensó Arturo arrepentido por haberla subestimado
ahora que había tenido que acelerar el paso para tratar de seguirle el ritmo.

La sorpresa de Arturo fue aún mayor al darse cuenta de su propia velocidad, ya


que les había tomado aproximadamente tres segundos alcanzar la parte baja de la roca
que tenían que rodear –y a pesar de que ambos nadaban con toda su fuerza y velocidad–
, ni él ni Ixtab sufrían los estragos de la falta de oxígeno en sus cuerpos en lo más mínimo.

– ¡No tenemos todo el día, agente Casamayor! –Dijo la voz burlesca de Raúl en
la mente de Arturo.

Al salir a la superficie, Arturo e Ixtab se encontraron con Daniel y Tony al pie de


una escalera de cinco peldaños –situada a su vez al pie de un pasillo de unos veinte
metros de longitud, que era iluminado por seis antorchas repartidas a lo largo del mismo.
–No sé ustedes, ¡Pero yo hubiera podido ir y venir otra vez sin tener que tomar
aire! –Presumió Arturo eufórico por la gran potencia física que poseía.

– ¡Yo también!, ¡Es como si ni siquiera me hubiera esforzado! –Compartió Ixtab.

–Es impresionante lo que nuestros cuerpos pueden soportar ahora. Creí que esto
sería al menos... demandante –confesó Daniel.

–Agentes –interrumpió Raúl sin dejar de observar con gran atención cada detalle
del pasillo–. No estamos solos aquí.

Los cuatro psíquicos recuperaron su compostura y se tornaron serios y cautelosos


al instante.

– ¿Viste a alguien? –Preguntó Arturo mientras se posicionaba junto a Raúl a la


entrada del pasillo.

–No. Pero alguien encendió esas antorchas –señaló Raúl.

–Es Ek Chuak –Anunció Tony con un toque de confusión en su rostro.

– ¡Papá! –Gritó Ixtab antes de comenzar a adentrarse en el pasillo.

– ¡Espera Ixtab! –Ordenó Arturo–. Primero debemos cerciorarnos de que es


seguro.

–Pero... es papá, ¿Que más necesitas saber? –Reprochó Ixtab.

– ¿Estás seguro de que es Ek Chuak? –Le preguntó Raúl a Tony directamente.

–Esa es la energía de Ek Chuak. Pero está... débil –describió Tony–. Además,


parece que hay alguien más con él. Sólo que no sé... no es alguien que yo conozca. Y
para ser honesto, es confuso lo que pasa ahí.

–Debemos ser cautelosos, y sobre todo mantenernos úni... –Raúl se interrumpió


al ver la figura de un hombre al final del estrecho pasillo.

–Bienvenidos al Santuario de los Guardianes de La Orden de Aker, jóvenes –dijo


Alfa en una voz tenue y educada que se acentuaba en volumen y cuerpo por el eco de
la cueva en la que se encontraban–. Debo admitir que no creí que alguien pudiera
encontrar este lugar sin la ayuda de uno de los Guardianes.

– ¿Quién eres? –Preguntó Arturo ya con arma en mano.


–Eso no importa –aseguró Alfa–. Lo que importa es el propósito por el que hoy me
encuentro en este antiguo lugar.

–Es uno de ellos –musitó Daniel.

–Bajen sus armas, jóvenes. No las necesitarán –afirmó Alfa con tranquilidad–.
Síganme por favor.

Alfa volvió a internarse en el mismo lugar del que había salido anteriormente, y sin
dudarlo por un solo instante Ixtab y Raúl fueron los primeros en avanzar con cautela
hacia el final del pasillo –mismo que terminaba en un muro que doblaba hacia la
izquierda.

Se detuvieron en la esquina del pasillo con sus armas listas, y fue hasta después
de la señal de Raúl que Ixtab y él giraron al mismo tiempo –Raúl cubriendo la parte de
arriba, e Ixtab en cuclillas cubriendo la parte de abajo–, para encontrarse con doce
escalones más que conducían a una amplia cámara que despedía una especie de luz
azul fluorescente y parpadeante.

–Esa cosa es la que desprende toda esta energía –aseguró Tony.

Raúl hizo un movimiento de cabeza que les indicaba a los demás que debían
avanzar mientras él los cubría. Arturo tomó la delantera en esta ocasión, y Daniel se le
emparejó rápidamente para cubrir el muro derecho que quedaba frente a él, mientras
Arturo se encargaba del muro contrario –movimiento que les protegería mutuamente de
algún posible atacante escondido a la vuelta.

En cuanto Arturo y Daniel lograron avanzar un par de peldaños, ambos se


quedaron pasmados por lo que ahora podían contemplar frente a ellos por encima del
último escalón.

– ¿Qué es eso? –Preguntó Arturo.

–Un meteorito –respondió Daniel.

Arturo y Daniel subieron lentamente y al mismo tiempo los últimos tres escalones
hasta que pudieron asegurarse de que las esquinas estaban completamente despejadas.
Daniel checó su muro contrario inclinándose rápidamente sobre su rodilla derecha, y
Arturo checó su muro contrario manteniéndose de pie –seguidos muy de cerca de Raúl
e Ixtab, quienes ya se aseguraban de cubrir a sus compañeros de algún posible atacante
al frente de la cámara.

– ¡Wow! –Exclamó Raúl al ver el meteorito.

El centro de la cámara albergaba una especie de fuente construida con diversos


cristales transparentes de distintos tamaños, que habían sido clavados en forma de
círculo alrededor del meteorito que iluminaba todo el lugar.

La roca se encontraba sumergida en agua que fluía cíclica y constantemente de


las grutas subterráneas –la cual parecía ser atraída por el meteorito–, y esta era la que
extrañamente se había tornado en un color azul fluorescente, y daba la impresión de
sostener al meteorito en el centro de la fuente.

– ¡Es hermoso! –Dijo Ixtab maravillada.

–Y un arma de destrucción masiva en potencia, también –dijo Alfa desde el otro


lado de la fuente.

– ¡Estás superado en número! –Amenazó Raúl con autoridad–, ¡Por muy poderoso
que seas ni tu podrías con los cinco!

–A menos que presione este botón –advirtió Alfa levantando un control remoto en
su mano derecha, pero sin dejar de admirar la fuente por un solo instante–. La explosión
desintegraría el meteorito, liberando así el virus mortal para nuestra especie que esta
roca contiene dentro de su estructura.

Ixtab, Daniel y Arturo bajaron sus armas lentamente al escuchar la advertencia de


Alfa, Tony ni siquiera había desenfundado la suya, y Raúl fue el único que no la bajó a
pesar del evidente sobresalto que su lenguaje corporal evidenciaba.

–Para ser más específico, la explosión le liberaría al virus de las propiedades que
hacen que tenga un efecto positivo en nuestros cuerpos humanos. Se dispersaría en el
aire, y se propagaría rápidamente a varios kilómetros a la redonda –describió Alfa con
cierto desinterés–. Delta creía que con la capacidad de energía que este virus puede
almacenar y manipular, las formas de vida que conocemos en el planeta entero podrían
ser destruidas por completo en cuestión de un par de meses.

Raúl comenzó a bajar su arma poco a poco, y dirigió su mirada en busca de apoyo
a Daniel –sólo para encontrar que este estaba tan preocupado y alarmado como todos
los demás.

–Este siempre fue el plan de mi padre. El comprendió a la perfección lo peligrosos


y nocivos que somos los seres humanos –y no sólo para el planeta y los animales, incluso
para nosotros mismos–. Es evidente que solamente una especie tan estúpida como la
nuestra es capaz de visualizar objetos y herramientas que servirían para dañar directa o
indirectamente a nuestro entorno, a nuestro prójimo, y a nosotros mismos.

– ¡Ese es un cliché tan viejo como las pirámides de Egipto! –Despotricó Arturo–,
¿Con qué cara te quejas del poder destructivo del humano?, ¡Tú mismo has sido
responsable de quien sabe cuántos asesinatos de gente inocente!

–Estás en lo correcto. Yo –un humano–, maté a esa gente por una simple y sencilla
razón. Porque podía –confesó Alfa sin intención alguna de alardear–. Nací con un talento
especial para estas habilidades que solo nosotros poseemos, y sacié mis más bajos
instintos gracias a las mismas. Siempre fui un psicópata puro, y siempre me gustó
controlar a la gente –aunque para ser sincero–, cuando lo hacía a la fuerza por medio de
mis poderes mentales –Alfa se interrumpió con una mueca de descontento y una rápida
sacudida de cabeza–. Eso dejó de ser satisfactorio para mí demasiado rápido. Ese no
era un reto. Así que decidí que haría las cosas de manera diferente, y comencé a
hacerme un verdadero maestro de la manipulación. Me volví un experto en hacer que las
personas hicieran lo que yo quería que hicieran, pero creyendo que actuaban según sus
intereses, sentimientos, principios, o su sentido común.

Alfa miró por primera vez a su audiencia.

–Ustedes están aquí esta noche porque yo así lo dispuse –continuó Alfa–. Máximo
fue asesinado por Bruno porque así lo ordené. Melisa engañó a todos porque eso fue lo
que yo le enseñé a hacer. Inclusive, ella mató a Delta porque yo le instruí que lo matara
si este no controlaba sus impulsos bestiales irracionales.
Las miradas sorprendidas y escépticas de cada uno de los jóvenes psíquicos se
clavaron en Alfa. Después de todo, hasta este punto ninguno de ellos sabía nada de lo
que se les acababa de revelar.

–Si nadie en La Orden tuvo la más mínima sospecha de Melisa es porque así...
lo... planeé –dijo Alfa con su penetrante mirada recorriendo a cada uno de sus
interlocutores–. Y es que cuando se conoce la esencia de los deseos primitivos más
profundos del humano, y la manera en que trabaja su mente en general... nada es más
sencillo que manipularle y encausarle hacia donde tú desees que se mueva. Es como
dirigir a un asno con una zanahoria.

Alfa comenzó a caminar lentamente hacia los novatos.

–Delta podía encontrar satisfacción sólo cuando tenía el poder absoluto sobre los
más débiles que él, Melisa quería destruir a la organización que le arrebató una infancia
normal alrededor de sus padres, Bruno era totalmente incorruptible y honorable, y mi
hermano estuvo siempre dispuesto a dar la vida por la familia que siempre quiso, y que
nosotros nunca le pudimos dar.

– ¿Hermano? –Preguntó Raúl.

–Ustedes lo llamaban Máximo, pero su nombre verdadero era Beta.

La confusión y la incertidumbre se plasmaron en las caras de los novatos, al


tiempo que Alfa se detenía a unos pasos de donde Arturo le encaraba con actitud
retadora.

–A lo que quiero llegar es... a que yo nunca tuve lo que todos ellos... a lo que
todos ustedes tienen. Siempre fui temido y rechazado por todos a mi alrededor, incluso
por mis hermanos y mi padre –confesó Alfa fijando su mirada penetrante en cada uno de
los jóvenes psíquicos–. Por más que quise sentir las emociones que ustedes parecen
sentir, y encontrar mi lado sensible y humano... no lo logré.

Los hombros de Alfa y su postura en general se encontraban inusualmente


decaídos, y su mirada estaba ahora fija en el suelo de la cámara.
–Soy un humano que no podía sentir eso a lo que le llaman empatía por los demás.
Que podía sentir sólo el miedo, la ira, el rechazo, y la insatisfacción deprimente en
general. Me sentía decepcionado de haber sido tan sólo una víctima más de la gran
“broma cósmica”, ya que mi rol en este mundo era el de desear con toda mi alma ser
normal –tan normal como para poder llegar a sentir algo por los demás, y... tal vez así no
sentirme tan solo.

Para el asombro de todos los presentes, un par de lágrimas comenzaron a


descender lentamente por las mejillas de Alfa.

–Me dediqué solamente a controlar a los demás. A utilizar sus características


ordinarias, predecibles, y hasta patéticas para manipularlos a mi antojo. Pero entre más
lo hacía, más deseaba ser como ustedes. Ser ordinario, predecible, y patético. Por eso
decidí que llevaría a cabo el plan de mi padre, y que destruiría a nuestra especie –Alfa
se aclaró la garganta y se limpió las lágrimas en sus mejillas con su mano izquierda–. Mi
padre tenía razón en sus motivos, después de todo. Existe evidencia más que irrefutable
que demuestra que el planeta estaría mejor sin nosotros. Tal vez hasta el Universo. No
lo sé.

–No te engañes –confrontó Arturo–. Quieres destruirnos a todos porque no puedes


adaptarte. No porque sea justo o provechoso.

–Sí –aceptó Alfa con una tenue sonrisa en su rostro–. Esa es exactamente la
razón por la que hoy estamos aquí. La razón por la que diseñé un plan maravillosamente
astuto e infalible con el que logré engañar a gente brillante y capaz –Alfa levantó su
mirada y recorrió a cada uno de sus interlocutores–. Mi hermano era brillante. Pero
demasiado humano en un mundo donde los que no lo somos, tomamos ventaja de los
que sí lo son. Y por desgracia, somos demasiados. No mayoría, pero... demasiados.

Alfa clavó su fatigada y triste mirada en el vacío.

–No vas a explotar este lugar –dijo Tony tranquilamente.

Alfa observó a Tony con genuina curiosidad.


–Hablas con gran certeza, ¿Qué te hace estar tan seguro de que no lo haré? –
Indagó Alfa.

–Eres un psicópata sin escrúpulos. Estoy seguro de que has hecho cosas mucho
peores, así que, si en verdad quisieras hacerlo ya lo hubieras hecho –aseveró Tony con
firmeza–. En vez de eso –y por alguna razón que desconozco–, lo único que has estado
haciendo es contarnos la historia de tu vida.

Tony dio un paso hacia adelante antes de continuar.

–No sé cuáles son tus verdaderas intenciones aquí, pero no vas a detonar esa
bomba.

Alfa miró el control remoto que tenía en su mano con una tenue sonrisa.

–Veo que tu mutación ha evolucionado de manera diferente debido a tu


discapacidad –afirmó Alfa–. La manera en la que ahora ves las cosas es realmente
fascinante.

Tony frunció el ceño en señal de incomodidad y escepticismo, al darse cuenta de


que Alfa parecía haber entrado en su cabeza sin que este se diera cuenta.

–Tú vives esperando no despertar más cada que te acuestas a dormir. No te juzgo,
tu cuerpo está cansado de cargar tanto miedo. La ansiedad es una carga horrible que
muchos resistimos día con día –le dijo Alfa directamente a Arturo, quien a pesar de su
asombro no abandonó su postura física defensiva–. Tú odias tu personalidad, y tu miedo
a defraudar a los demás. Todo viene de tu incapacidad de demostrarle a tu padre que no
eras un idiota lento –Alfa ahora se dirigió a Daniel–. Murió antes de que pudieras
demostrarle que tu introversión era debido a tu coeficiente intelectual tan elevado, y no
a un retraso o limitación –Daniel inclinó su cabeza en un intento por esconder su rostro–
. Tú tienes tanto respeto por los demás, y necesitas tanto de su aprobación y protección,
que sientes que el mentirles en lo más mínimo es una ofensa en su contra. Por desgracia,
también sabes que al ser tan directo y honesto con ellos sólo los alejas más de ti –aún
si esa no es tu intención–. Crees que si no mientes, la gente no te mentirá a ti. Así como
te mintieron acerca de tus padres toda la vida –le dijo esta vez a Raúl, quien no le quitaba
la mirada de encima, y no dejaba de sostener su arma con firmeza en su mano derecha–
. Y tú, hermosa. Tú sólo estás aterrada de lo poderosa que puedes ser, porque sabes
muy bien qué es lo que requieres para explotar todo tu potencial.

– ¿Dónde está Ek Chuak? –Preguntó Ixtab con aplomo y autoridad, causando de


inmediato la sorpresa de todos sus compañeros –ya que esta no era la chica insegura y
tierna que todos conocían.

Alfa bajó su mirada al suelo y tomó un profundo respiro.

–Un niño. De unos diez... once años, tal vez. Él... tenía un nivel de madurez
superior, y su visión de la vida y el mundo era... extraordinaria para su corta edad –dijo
Alfa con una notable desesperación por elogiar la figura del niño del que hablaba–. El
punto es que... él tenía dos hermanos gemelos menores a él, y ellos habían nacido con
un defecto en sus cuerpos que había causado que sus riñones dejaran de funcionar
como deberían a la temprana edad de ocho años. Por si esto no fuera suficiente, su
sangre era también de un tipo muy especial, y raro –y como en cualquier historia que le
de vida al cliché–, también pertenecían a una familia de muy bajos recursos –La voz de
Alfa pareció quebrarse un poco, y sus ojos se humedecieron por segunda ocasión–. Los
doctores no presagiaban nada bueno para estos niños. La lista de espera para el
trasplante era larga, y el tipo de donante requerido para el mismo complicaba aún más
la situación.

Los rostros y posturas defensivas de los jóvenes psíquicos habían desaparecido


para este momento. Sus caras ahora denotaban confusión ante la escena que
presenciaban, y ninguno de ellos podía entender si esto era una trampa, la confesión de
un criminal suicida que estaba a punto de llevárselos junto con él y el mundo entero, o si
en realidad el más poderoso y malvado psíquico que habían conocido estaba mostrando
genuinamente su lado vulnerable.

–El padre había muerto cinco años atrás a causa de un cáncer que le había
fulminado en tan solo siete meses. La madre se esforzaba por traer tanto dinero como
pudiera a la casa, y el hermano mayor se encargaba de cuidar de los gemelos la mayor
parte del día –Alfa comenzó a caminar alrededor de la fuente–. Un día, uno de los
gemelos terminó en el hospital en un estado verdaderamente crítico, y los doctores les
dijeron que a menos de que el niño obtuviera un nuevo riñón en cuestión de días, el daño
en su cuerpo sería irreparable, y con consecuencias fatales. Esto obviamente destrozó
a la madre, pero fue la reacción del gemelo más joven la que causó el mayor impacto en
la historia.

Sin previo aviso –y sin que ninguno de los jóvenes psíquicos lo pudiera evitar–,
Alfa les insertó la memoria de un niño pequeño que se acercó a su madre al verla llorar,
y le dijo tiernamente:

“Yo le daré mis riñones a mi hermanito, mami. No te preocupes. Él quiere vivir


mucho tiempo y salir en la tele. Y si el sale en la tele va a ganar mucho dinero, y te lo
dará a ti, y así ya no vas a llorar, y así vas a estar mucho tiempo con él para que lo
cuides, y para que ya no se enferme”.

La voz de Alfa se rompió en un sollozo abrupto, y sus ojos esta vez no pudieron
contener sus lágrimas por varios segundos.

–Esa noche –continuó Alfa con la voz entrecortada–, el hermano mayor no durmió.
Salió sigilosamente de la habitación del hospital en donde él y su familia cuidaban a su
hermano, y escribió esto –anunció Alfa antes de insertar la memoria de la nota.

“Señores doctores:

Yo no soy igual a las demás personas. Tengo pensamientos muy feos que no se
van nunca. Muchas veces imagino que mato a mis hermanitos, a mi mamá, y a cualquier
persona que me haga enojar. No soy bueno, y lo que me asusta es que no puedo sentir
el amor y el cariño que mi mamá y mis hermanitos sienten. Para ellos es muy fácil
demostrarlo, y ellos tienen sueños y cosas que les hacen felices en la vida. Yo no tengo
ganas de hacer cosas buenas como ellos. Yo sólo me sentía contento con mis
pensamientos malos. Y por eso, le doy mis riñones a mis hermanitos. Uno para cada
uno.
–El niño tomó una sábana de una de las camillas vacías en una habitación
contigua a la de su hermanito, salió al corredor, y amarró uno de los extremos de la
misma al barandal de las escaleras del tercer piso –Alfa se detuvo para tratar de
sacudirse la imagen del cuerpo del niño colgando frente a él–. Su cuello se rompió en
cuanto la gravedad y la resistencia de la sábana disputaron el peso de su cuerpo, y
pasaron más de quince minutos antes de que una enfermera se encontrara con la horrible
escena. Lo único que tocó el suelo, fue la nota que sostenía en su mano derecha.

El psíquico se detuvo a un costado de la fuente y volvió a dirigir su mirada hacia


su audiencia.

–Este niño tuvo la madurez de hacer lo que yo no pude en todos estos años. Él
supo que era totalmente diferente, y que al estar entre la gente normal sólo les haría mal.
Este niño hizo uno de los únicos actos que... casi fueron desinteresados. A pesar de no
poder sentir empatía para con los demás –dijo Alfa en una voz serena y aliviada–. Este
niño me hizo hacer algo que nunca había podido hacer, y me hizo saber que, si yo no
me permitía a mí mismo hacerlo, es porque no lo resistiría. Me hizo sentir. Sentir tristeza,
y felicidad, y esperanza, y desesperanza. Sentir miedo ante la muerte, y, sobre todo,
sentir empatía por los que sienten, al saber que el sentir no siempre es una experiencia
positiva. Sabiendo que también en ocasiones te desgarrará el interior. Y yo... yo no sé
cómo controlar esto. No quiero controlar esto, pero no... no voy a... Ek Chuak me insertó
esta memoria del niño que era como yo. Lo hizo antes de desconectarse de su cuerpo
para evitar que yo lo torturara y lo despojara de su identidad psíquica. Era un hombre
muy sabio, y hábil. Y fue el único psíquico que me venció en mi propio juego. En mi propio
mundo. Él le dio una segunda oportunidad a este mundo, a la humanidad, a ustedes, y...
y a mí.

– ¿Dónde está mi padre? –Preguntó Ixtab iracunda y mostrando un rostro que


jamás le habían visto los demás.

–Ek Chuak ya no pertenece a este mundo material. Por decisión propia –aclaró
Alfa–. Pero ustedes sí. Y ustedes sobrevivirán y tratarán de hacer este mundo uno mejor.
Aunque creo que... creo que no podrán. Creo que la humanidad terminará provocando
su propia extinción.

– ¿Dónde está mi padre? –Volvió a preguntar Ixtab con lágrimas de ira sobre su
rostro, su arma apuntada hacia la cabeza de Alfa, y caminando rápidamente hacia él.

– ¡Espera!, ¡Ixtab! –Gritó Arturo.


–Si te refieres a su cuerpo. Él está en su hogar en medio de la selva –respondió
Alfa.

– ¡No mientas!, ¡Tony sabe que él está aquí! –Despotricó Ixtab mientras golpeaba
la cabeza de Alfa con la cacha de su pistola, haciéndolo caer sobre su rodilla derecha
gimiendo de dolor–, ¡No me mientas otra vez o te mataré, maldito!

–No, muchacha. Lo siento, pero... fue tu padre quien ya me mató –afirmó Alfa
mientras se sacudía el golpe que la joven le había propinado.

Ixtab estaba a punto de pedirle a Alfa que aclarara lo que acababa de decir, pero
este hizo un repentino movimiento que resultó ser demasiado rápido para ella –tan rápido
que ni siquiera le dio tiempo de disparar su arma, la cual cayó al piso después del golpe
que Alfa le dio a la joven en la muñeca derecha–. El psíquico acercó su rostro a un par
de centímetros del rostro de la joven después de aferrarlo con firmeza con ambas manos.

“In yaakumech” –susurró Alfa antes de besar la frente de Ixtab con ternura.

– ¡Déjala! –Gritaron Arturo y Raúl al unísono, al tiempo que ambos se lanzaban


sobre Alfa con todo lo que tenían –pero antes de que cualquiera de ellos alcanzara a
tocarlo–, el cuerpo de este perdió el control de sí mismo, cayó sobre sus rodillas, y
después se desplomó frente a los pies de Ixtab.

Alfa exhaló su último aliento sobre el suelo de la sala del Santuario.

– ¡No! –Gritó Ixtab mientras se dejaba caer sobre el cuerpo de Alfa.

– ¡Ixtab! –Exclamó Arturo con preocupación.

– ¿Estás bien? –Preguntó Raúl desconcertado.

– ¡No!, ¡papi!, ¡papi! –Gritaba Ixtab desconsolada mientras se abrazaba


fuertemente al cuerpo de Alfa.

– ¿Qué está pasando?, ¿Por qué...? –Se preguntó Daniel lleno de confusión ante
lo que sucedía.

–Ek Chuak estaba...


Las miradas inquisitivas de Arturo, Daniel, y Raúl demandaron impacientes que
Tony terminara su frase.

–Ek Chuak entró a la mente de este tipo. Se convirtió en una parte de él. Por eso
yo podía sentir su energía aquí. Su nombre era... Alfa –explicó Tony aún tratando de
asimilar lo que estaba diciendo.

–Con que ese era Alfa –dijo Raúl para sí mismo.

Raúl recordó una de las memorias extraídas que obtuvo de uno de los hombres
que intentaron asesinarlo en el punto de reunión en Bélgica, y entendió que los nombres
de los sujetos a cargo de toda la operación –Alfa, Delta, y Omega–, eran en realidad los
nombres de los psíquicos que habían terminado con el Centro de Operaciones de La
Guardia, y no sólo los alias de jefes de alto rango de la CIA.

– ¡Ese era mi papá! ¡Se despidió de mí! –Dijo Ixtab con tristeza y pesar.

Arturo se sentó a un lado de la joven, la abrazó, besó su pelo, y comenzó a


acariciar su mejilla con delicadeza.

– ¿Qué fue lo que... te dijo? –Inquirió Arturo con el mayor tacto posible.

– “In yaakumech” –respondió Ixtab aún sollozando–. Significa “Te amo”, en maya.

CAPÍTULO 56

SEGREGACIÓN
Karla estaba en el balcón de una de las cuatro habitaciones con vista al mar en
una de las propiedades que le habían pertenecido a Don Miguel Casamayor todavía
hacía algunos meses. Este sitio era el actual lugar de residencia de Uri y Karla –ahora
que se recuperaban de sus heridas–, y también el refugio de Fernando, quien
permanecía en estado de coma después de haber sido atacado por Melisa Casamayor.

Uri se sentó cerca de donde Karla estaba sentada, y se quedó mirando el mar por
algunos segundos en silencio.

– ¿Y bien? –Preguntó Karla con una voz enmudecida por su parálisis facial.

– ¿Cómo te sientes? –Preguntó Uri tratando de aplazar por unos segundos más
lo que en realidad venía a decir.

–Ya no hay una mala noticia que me pueda dañar. Solo dime, Uri –respondió Karla,
cuyo rostro era aún simétricamente estético cuando se le veía desde un perfil.

–Ek Chuak y Enrique Casamayor murieron en México –informó Uri–. El psíquico


que los mató era el líder de... de esos malditos. Era también el hermano de Máximo, y el
mentor de Melisa –enlistó Uri–. Si de algo sirve, al parecer Ek Chuak le hizo algo a su
cabeza antes de morir, y... el tipo se suicidó frente a los chicos.

Karla se quedó pensativa por algunos segundos.

– ¿Y los novatos? –Preguntó Karla de inmediato tratando de ocultar cualquier tipo


de reacción emocional ante la noticia.

–Todos están bien. Y eso prueba que ya no son novatos, hermosa –respondió Uri.

–No me digas hermosa –pidió Karla.

–Sabes que siempre serás hermosa, sin impor...

– ¡Mírame! –Explotó Karla contra Uri mientras lo miraba de frente y le mostraba


su rostro con su mano derecha–, ¡No vuelvas a llamarme hermosa!, ¡Se cómo me veo!,
¡No necesito tu...!

Avergonzado, Uri bajó su mirada, y ambos se quedaron en silencio por al menos


un minuto.
–Por favor. No lo hagas –pidió Karla en un tono mucho más sereno.

–Muy bien. Discul...

–No te disculpes. No es tu culpa, ni la de Santini, ni la de nadie más que la de...


¡Esa perra! –Dijo Karla con la mandíbula trabada de ira.

–La vamos a encontrar –prometió Uri.

Karla miró a Uri y movió su cabeza de arriba a abajo en señal de acuerdo.

– ¿Cómo está tu herida? –Preguntó Karla.

–No muy bien –respondió Uri preocupado mientras miraba su antebrazo–. No


estoy seguro del proceso de curación, pero... después de seis semanas, yo creo que mi
mano ya debería de estar regenerándose, ¿No lo crees?

Karla trató infructuosamente de no reírse ante la broma de Uri, y recordó que hacía
mucho tiempo que no se permitía encontrar graciosa una broma –o al menos sonreír por
algo que le causara algún tipo de placer.

–De hecho, el doctor Garrido dijo que me referiría con un colega de él que se
especializa en prótesis robóticas –compartió Uri con un toque de optimismo–. Le dije que
nunca podría pagar algo así, pero me dijo que Mariana y Artemis eran los que le habían
sugerido la idea, y que por supuesto ellos se encargarían de los gastos.

–Eso es... demasiado noble de su parte –elogió Karla.

–Son buenos chicos –reconoció Uri–. Aunque se esfuercen por no demostrarlo.

Karla inclinó su cabeza en señal de acuerdo.

–Raúl se despidió de todos en México. No dijo a donde iría, pero prometió que
escucharían de él de vez en cuando. Ixtab es ahora oficialmente la nueva “Guardiana del
Santuario de La Orden de Aker”, y Arturo decidió quedarse a ayudarla cuando ella se lo
pidió –reportó Uri.

– ¿Tú crees que Ixtab y Arturo...? –Preguntó Karla con mirada juguetona.

–No lo sé. Lo que sé es que no hay nadie mejor que Arturo para protegerla. Ese
muchacho se volvió un tipo muy duro.

–El buen Arturo. Y pensar que era el gordito simpático del grupo –recordó Karla.

–Por último, Mariana me aseguró que Daniel seguirá en contacto con Ixtab y
Arturo para asistirlos si así se requiere –agregó Uri–. Él y Tony regresaron a su ciudad
natal en México.

– ¿Crees que Melisa conozca la ubicación del Santuario?

–Confiamos en que no es así, puesto que Ixtab y Arturo tienen en su poder y


resguardo el libro de La Orden dentro del Santuario. Por lo que conseguir la ubicación
del libro significaría tener que conseguir la ubicación del Santuario primero –explicó Uri–
. Eso disminuye las posibilidades.

– ¿Y cómo sabemos que ese sujeto no le reveló la ubicación del Santuario a


Melisa antes de morir? –Inquirió Karla.

–Daniel está seguro de que la única razón por la que el sujeto rastreó y atacó a
Ek Chuak, fue para extraer de él la ubicación del Santuario. Y suena muy lógico, puesto
que sólo había dos maneras de conocer esa información. Por medio del libro –el cual ni
Melisa ni él tenían en sus manos gracias a Raúl–, u obteniéndola directamente de Ek
Chuak.

–Tiene sentido. Pero aún así yo les recomendaría tomar precauciones –insistió
Karla.

–Estoy seguro de que así lo harán. Especialmente Arturo.

–Eso espero –dijo Karla en un suspiro–. A propósito, ¿Cómo es que ese diablillo
nos robó el Libro de La Orden?

– ¡No tengo la menor idea! –Aceptó Uri con fingida indignación–, ¡Eso habla muy
mal de nosotros, agente!

– ¡Claro que no!, En todo caso, habla muy bien de él –bromeó Karla.

–Disculpen la interrupción –dijo la voz de Artemis aún desde adentro de la


habitación.
Uri y Karla voltearon hacia donde el joven psíquico se encontraba.

–No interrumpes nada, Artemis –dijo Uri–. Esta es tu casa.

–Y también la de ustedes –respondió Artemis cortésmente.

–Siento mucho lo sucedido con tu hermano –expresó Karla.

–Enrique era valiente, y muy capaz –dijo Artemis con frialdad–. Se que si murió
fue porque ese sujeto era habilidoso y poderoso. Y sé que ese tipo de reto le causaba
felicidad. Así que creo que, en cierta manera, murió feliz.

Karla y Uri bajaron sus miradas en señal de respeto al duelo de Artemis.

–O tal vez eso es lo que quiero creer –admitió Artemis–. La razón por la que los
interrumpo es porque debo avisarles que mi hermana y yo continuaremos con las
operaciones que La Orden llevaba a cabo. Tenemos los recursos, la gente, los contactos,
y todo lo necesario para mantener esta organización funcionando.

Uri y Karla miraron a Artemis, y después se miraron entre sí sabiendo la razón por
la que el joven psíquico les visitaba esa tarde.

–Ya sé que por ahora ustedes tienen otros planes. Se que la van a encontrar y se
van a encargar de ella primero. Y sé que los demás también han tomado otros caminos
distintos, y que tal vez por ahora La Orden no está en sus planes. Pero queremos que
sepan que las puertas están abiertas para todos. Sabemos lo que pueden hacer –Artemis
enfatizó esta última parte–. Sería muy conveniente contar con su apoyo.

Artemis miró a Karla y a Uri esperando notar algún tipo de reacción en los mismos
ante su propuesta.

–Como ya lo dije, no esperamos una respuesta ahora. Solo quiero asegurarme de


que sepan que la operación sigue funcionando, y que podemos trabajar juntos por un
objetivo en común –aseguró Artemis–. Bueno, me tendrán que disculpar, pero tengo
asuntos que atender. Con su permiso.

Artemis dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la habitación por la que había
entrado anteriormente.

– ¿Dijiste que retomarán las operaciones de La Orden? –Preguntó Karla


extrañada.

–Así es –respondió Artemis después de girar hacia Karla y Uri de nueva cuenta.

– ¿De qué Orden hablamos, Artemis? –Preguntó Karla con curiosidad.

–De la primera y única Orden de psíquicos que nuestros antepasados crearon –


dijo Artemis con un toque de solemnidad en su tono de voz–. La Orden de Aker.

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