Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LOUISA BURTON
1
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
SOÑANDO DESPIERTAS
2
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
3
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Demonios sexuales
4
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
5
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
6
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Casi medianoche,
30 de julio de este año
E lla estaba allí afuera en alguna parte, observándolo. A mitad del ascenso a
la torre norte del castillo, Elic se detuvo. Apretaba con una mano una grieta
de la piedra negra de hollín y hacía equilibrio con los pies descalzos sobre una
ménsula angosta. Miró por encima de su hombro, esforzándose por ver los
bosques oscuros. Sus fosas nasales se estimulaban al sentir la noche: enebro y
rosas salvajes, madreselva, tierra con olor a humedad, robles antiguos... e Ilutu-
Lili, el aceite de jazmín con el que ella se ungía la garganta y los pechos, su piel
agridulce y su calor. El deseo vagaba a su alrededor en una bocanada de aire
sofocante. '
— ¿Por qué él? —había preguntado ella más temprano esa noche, en
la extinta lengua asiría que le había enseñado para que sus conversaciones,
algunas de ellas, fueran suyas y solo suyas—. ¿Por qué Larsson?
7
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
vez. No ésta.
8
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
mesita de noche había una caja abierta de un tirón con doce barras de proteína,
una tira de preservativos y el número de junio de Sports lllustrated con una
fotografía de Larsson levantando la copa de Wimbledon en la portada. Sobre el
suelo, junto a la cama, se encontraba el ventilador eléctrico que había pedido
cuando descubrió, para su indignación, que el castillo carecía de aire
acondicionado —salvo por unos pocos aparatos de ventana en la suite de
Iñigo—. Era un ventilador viejo y hacía bastante ruido. Tal vez esa fuera la razón
por la que no estaba en funcionamiento.
—Si lo pierde, le compraré otro. Quiero que todos los hombres que la
vean sepan que es mía —esta devoción era todo un cambio para la estrella
sueca del tenis, cuyo apetito por las modelos y las actrices era legendario.
9
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
inglés, idioma en el que hablaba el grupo, se había convertido en los últimos cien
años en la lengua franca de la Grotte Cachée, debido a la preponderancia de los
visitantes que hablaban únicamente ese idioma.
10
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
En realidad, los sátiros del baño tenían una semejanza llamativa con
Íñigo en cada detalle excepto por el rubí cabuchón del lóbulo de su oreja
izquierda, el tatuaje descolorido sobre el corazón —In Vino Veritas— y el cabello,
que llevaba en una alborotada mata negra para ocultar los cuernos y las orejas.
Le habían quitado la cola quirúrgicamente poco después del advenimiento del
cloroformo en 1847 porque, según le contó a Elic en ese momento, arruinaba el
corte de sus pantalones. Lo habría hecho siglos antes de no ser un «llorón»
confeso cuando sentía dolor. De hecho, antes de que le hicieran el tatuaje, se
había embriagado hasta quedar inconsciente.
11
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Chloe tenía una mancuerna de plata en la lengua y un busto con dos firmes
esferas perfectas. Los pechos de Kat eran colosales, y se meneaban como pasteles
de Navidad cada vez que los liberaba con una de sus frecuentes carcajadas.
— ¿Son de verdad?
— Son cien veces más reales de las que tenía antes, tío.
— ¿Alegre? —dijo Chloe—. Creo que confunde las tetas de Kat con
ella misma.
—No, no —dijo él—. Los pechos son como las personas. Todos
tienen su propia personalidad, sus propias necesidades y deseos.
—Lo que deseamos todos... que los engrasen y los monten como a un
pony.
12
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Tío —rió entre dientes Íñigo cuando el pájaro se soltó con una serie
de píos discordantes e increpantes bastante poco característicos de su especie—.
Calma, tío. No vamos a entrar demasiado, solo hasta la Cella. Quiero mostrarles
al Hombre de las Tetas, eso es todo. Su lugar es su lugar.
Jolie, una de las jóvenes y bonitas asistentes del baño, paseaba con
un carro de dos pisos cargado con bebidas en la parte superior, y con montones
13
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Es probable que sea eso —Lili llamó la atención de Elic y le lanzó
una sonrisa elocuente.
Incluso después de conocer a Lili desde hacía dos siglos y medio, Elic
aún sentía una opresión en el pecho cuando le echaba una de esas miradas
íntimas que guardaba solo para él. Despreocupada y desnuda, salvo por la
tobillera de oro siempre presente, su cabello teñido se mecía sobre la superficie
del agua, sus ojos estaban oscuros y soñolientos. Cada parte de ella se parecía a
la diosa babilónica que había sido una vez…para algunos. Para otros, había sido, y
14
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
aún lo era, una súcubo que inmovilizaba a los hombres dormidos para robarles su
valiosa simiente.
Lili negó con la cabeza mientras aceptaba una copa de vino tinto de
Jolie.
—No —era verdad. Elic no había conocido a otros follets, como los
llamaban sus anfitriones, antes de llegar a la Grotte Cachée.
—El Seigneur des Ombres conoce a Iñigo de toda la vida —le contó
Elic a Larsson.
15
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Heather dijo:
16
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Heather suspiró.
17
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Johns Hopkins.
Por alguna razón este gabru en particular incitaba a algo más que el
deseo común en ella. Tal vez era su cabello sedoso color maíz; siempre tuvo
debilidad por los hombres que eran tan rubios como ella morena. O quizás era
algo más oscuro. La pasión carnal era complicada; Elic lo sabía mejor que nadie.
No le agradaba, pero no podía culparla por sus instintos primitivos más de lo
que podía culparse a sí mismo por los suyos propios.
Lili era especialista en demostrar solo lo que quería, pero Elic, que la
conocía mejor que nadie, lo vio todo, sintió todo, aborreció todo... Unas manchas
de color riñeron esos pómulos majestuosos. La dilatación de sus pupilas convirtió
sus ojos en ónice y de manera más contundente, un temblor de deseo
chisporroteó en el agua como una corriente eléctrica.
18
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Habiendo transitado esta tierra casi tres mil años, Elic aprendió a
hacer caso omiso del impulso de dar lecciones y ajustar cuentas... hasta llegar con
exactitud al momento adecuado.
Este es mío.
«¿Aún está mirando ella?», se preguntaba Elic mientras ponía sus pies
silenciosos sobre el suelo y se enderezaba en su totalidad. « ¿Podrá verme a
través de la ventana?» La vista de Lili era extraordinariamente aguda, tan aguda
como la de un halcón, y no sólo la igualaba sino que la superaba. Se quitó la
gorra en un santiamén y se sacudió el cabello, que cayó hasta la mitad de la
espalda. «Narru dishpu», lo llamaba ella. Un río de miel. Comparaba su piel con la
crema dulce y sus ojos con el agua del mar.
Será mi zorra.
Y Lili lo sabrá.
19
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elic se inclinó hacia delante, con los dedos clavados en las rodillas,
los párpados bien apretados mientras los pulmones bombeaban y lo peor llegaba
a su punto máximo y luego desaparecía. La única molestia que quedaba era la
sensación de la falta de aire mientras sus huesos se comprimían y sus músculos
se relajaban. El estrechamiento de las costillas siempre incitaba a una sensación
de asfixia nerviosa, pero en un minuto más o menos su respiración se estabilizó;
su pulso se ralentizó.
Donde había estado Elic, ahora había una nueva encarnación, idéntica
al primero en ciertos aspectos —mismo cabello y mismos ojos— pero con un
cuerpo cuya forma y química eran fundamentalmente diferentes. Ahora él era
ella, la mujer que hubiera sido Elic de no haber sido por una casualidad de la
naturaleza en el momento de la concepción. Estas metamorfosis ocasionales no
sustituían demasiado a Elic, como subsumido, incorporado en un ser cuyos
20
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Con cuidado, se puso de pie, sacudió las piernas y los brazos. Era alta
para ser mujer, casi un metro ochenta, pero aun así era quince centímetros más
baja que Elic. La diferencia de estatura conspiraba con el cuerpo más pequeño y
extrañamente equilibrado para producir un ligero desorden durante los primeros
minutos después del Cambio. Cuando sintió que podía caminar sin caerse, dio
dos pasos cautelosos hacia la cama, solo para retroceder con un grito
entrecortado de dolor cuando algo afilado le pinchó la planta del pie derecho.
Larsson giró la cabeza, soltó un pequeño suspiro gruñón, y calló. Se agachó para
levantar el objeto culpable: el anillo de compromiso de Heather.
21
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Giró el anillo para que el diamante mirara hacia adentro, dejó que la
gran piedra rozara hacia arriba y hacia abajo por su miembro hasta que se movió
como algo vivo, se elevó firme y largo contra su vientre. El emitió un pequeño
gruñido mientras ella bajaba la sábana y arrastraba la punta de los dedos por su
órgano terso y brillante. Irradiaba calor, se movía de manera nerviosa mientras lo
acariciaba.
22
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
23
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Nadie lo sabrá. Nunca más volverás a verme. Por favor, Viktor. Por
favor...
—No, Viktor, con la lengua no —le dijo—. Con los labios, como si
bebieras de un sorbete. Justo aquí. Sí —suspiraba mientras la mamaba—. Así.
Oh, Dios, sí —que te chupen el pene era maravilloso, como bien sabía, pero que
el miembro se reduzca a un órgano diminuto atestado de miles de terminaciones
nerviosas, y que te chupen eso... no había palabras para describir la sensación. El
placer escalaba con rapidez, demasiada rapidez.
—Pero no has...
—Ja —él estuvo de acuerdo y se sentó—. Está bien. Claro que sí.
24
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
de Heather.
25
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
¿Qué haces...?
26
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Lo siento, no —dijo ella tan serena como pudo debido a su propia
excitación candente—. Pero te follaré si me lo pides con amabilidad.
— ¡Sug min kuk! —gritó él, tensando las cuerdas, con el rostro
27
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Retiró el dedo del cuerpo de él. Se echó hacia atrás en la cama y dijo:
— ¡Nä, no! ¡No! ¡Varsägod! ¡Por favor! —tiraba y temblaba, las venas
sobresalían en cada músculo de su cuerpo. Era una bestia atada que se esforzaba
por liberarse.
—Vad som helst —gimió él—. Está bien. Está bien, maldita sea, pero
hazlo. Hazlo.
—Jösses, fóllame.
28
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
cabeza dentro de ella. Con un gruñido por el esfuerzo, Larsson movió las
caderas, la colmaba; ella gemía con placer angustioso. Él corcoveaba debajo,
brillaba por el sudor y gemía. No le llevó mucho tiempo, por supuesto. Con
bastante rapidez se calmó y vibró, con un chirrido grave, casi como el estertor de
la muerte, que se elevaba en su pecho.
Elle se apartó el cabello del rostro, cerró los ojos y susurró las palabras
que la transformarían nuevamente en Elic. El «boleto de regreso», así era como
pensaba en eso. De mujer a hombre... de súcubo a íncubo.
29
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
30
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
de Larsson, una novedad que nunca había probado hasta entonces. Volvió a
apoyarse en la cabecera de la cama para desenvolverla y sonrió al descubrir que
estaba bañada en chocolate, una debilidad que se le había pegado de Lili. Mordió
un trozo y lo masticó, solo para sentir arcadas por la repugnancia ante la
asquerosidad chocante que le ensanchaba los orificios nasales. Escupió la pasta
granulada en la mano, entornó los ojos hacia el envoltorio en la penumbra: «Una
combinación espléndida de dulce de chocolate y crocantes de soja garantizada
para deleitar sus papilas gustativas».
— ¿Heather?
—No exactamente.
— ¿No lo recuerdas?
31
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
plata al pensar en lo que acababa de hacer con la mujer que tenía una semejanza
asombrosa con el hombre que ahora holgazaneaba en su cama: un hombre en
pelotas y medio erecto. Se miró a sí mismo, el brillo aceitoso de su pene y sus
testículos, la pequeña botella plástica de lubricante con efecto calor; también lo
sentía en su ano.
— ¡Lárgate! —cruzó la cama con un giro salvaje que Elic esquivó con
facilidad.
—Mira la camiseta de Elic, qué gastada y raída está —le había dicho
a Lili con una pequeña sacudida de cabeza—. Ni los recogepelotas usan
32
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
33
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Arkhutus: así era como Lili llamaba a los huéspedes femeninos en los
que Elic, el íncubo encarnado, elegía plantar la semilla que le costaba tanto
cosechar. El hecho de que Heather estuviera comprometida con Larsson era solo
una casualidad. La arkhutu no necesitaba estar involucrada con el gabru que
produciría la semilla, ni siquiera conocerlo. Todo lo que necesitaban en común era
un excelente potencial genético, como los que se demostraban por factores tales
como la vitalidad física, dotes e intelecto. Archer se refería a ellas, en ese modo
árido y británico suyo, como «reserva de crías perfectas».
34
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
aunque siempre las hacía ponerse de costado, o a cuatro patas. Y además, era
esencial que las engatusara para que tuvieran el orgasmo más intenso que fuera
posible, cuyas contracciones obligarían al cuello del útero a estar en contacto con
la eyaculación.
Esa noche, sin embargo, Lili era solo una observadora distante, por no
decir bastante desinteresada.
Cruzó hasta Heather de dos zancadas; para cuando ella abrió los ojos,
él ya estaba encima de ella. Inspiró para gritar. El le puso una mano sobre la boca
y dejó que volviera a oír.
—Soy yo... Elic —dijo él, pero ella ya estaba pateando y luchando. Le
dio un puñetazo en la nariz, descargando un rayo de dolor que dejó a Elic
profiriendo blasfemias con la voz áspera aún cuando pensaba: «Buena chica».
35
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Cerró las manos alrededor de los pechos de ella y susurró contra sus
labios:
36
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 1
Mayo de 1749
37
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
rechinidos y crujidos acentuados por un irritante sonido agudo que sólo Darius
pudo oír debido a su momentánea encarnación felina.
—Eres asustadizo, ¿no es así? Sí, pero te llevarás bien con el resto de
38
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
39
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
vestíbulo.
—Ya era hora, señora Hayes. Había comenzado a pensar que los
bandidos os habían tendido una emboscada.
—Sí, pero llegarán antes de que la noche termine —rió con disimulo.
—Adelante, pues.
40
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
dio cuenta de que las damas llevaban prendedores de plata sobre la pechera de
los vestidos de profundos escotes con la siguiente inscripción: Amor y Amistad.
Dos de ellas tenían los vestidos a medio desenlazar y exhibían corsés de satén
bordado tan escotados que mostraban los senos en su totalidad. El vestido de
una de las mujeres había sido confeccionado con una falda que por la espalda se
abría hasta la cintura; las enaguas y tontillos también estaban abiertos para
revelar, cada vez que se movían, una seductora vista de su cuerpo.
« ¿... de las rayas amarillas, con aquellos enormes ojos azules? ¿No te
41
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
La meretriz batió las palmas dos veces, una señal para que sus chicas
ejecutaran embarazosas reverencias mientras se miraban entre ellas y se
aseguraban de que lo que hacían fuera lo correcto. Por el modo en que se
empujaban, estaba claro que no estaban acostumbradas a las amplias faldas con
miriñaque que llevaban puestas para la presentación.
42
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Intactas, ¿verdad?
Le hizo un gesto para que se acercara aún más hasta que estuvo
entre sus piernas abiertas y delgadas.
—Mejor que ella lo lastime a él, ¿no es así, Sandwich? —remarcó algún
bromista.
43
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Un damasco maduro abierto por la mitad que ruega ser lamido.
—Sé buen chico, Sandwich —dijo alguien con acento italiano que
estiraba el cuello para ver—. Gírala para que todos podamos echarle un vistazo.
—Bien. Servirá.
44
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Es culpa tuya por llegar tarde. Deben estar preparadas para el
banquete tan pronto haya terminado la misa —
Sandwich llamó por señas a la siguiente joven, que levantó su falda sin que
se lo pidiera y apenas se sobresaltó durante el examen—. Puede retirarse, señora
Hayes. Creo que tenemos el asunto controlado aquí.
45
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
46
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Era la mujer con máscara de plata que había golpeado con una vara al
duque junto a la fuente. Aunque parecía inglesa, al juzgar por su tono de voz,
llevaba puesta, como todas las damas a la moda, una lujosa robe á la française: la
falda superior de brocado guateado en plata se extendía cerca de un metro a
cada lado. El arma que había utilizado con anterioridad, una delgada vara, como
la de un maestro inglés, colgaba de un moño de seda alrededor de la cintura.
Tenía el rostro habilidosamente maquillado hasta un pequeño parche negro de
seda cerca de una de las comisuras de la boca; su cabello blonde tenía un
complicado peinado decorado con diamantes, y más diamantes adornaban el
moño de terciopelo que rodeaba la garganta.
— ¡Lo tengo! —se puso en cuclillas, estiró los brazos y con una sonrisa
de depredador provocó un ardiente maullido en Darius.
— ¡Aquí estás! —un par de manos femeninas lo cogió por la fuerza del
suelo antes de que Turek pudiera atraparlo. Darius extendió las garras, listo para
brincar, mientras la mujer lo llevaba a su pecho con un murmullo—. Tranquilo,
Darius. Soy Elle.
47
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Es la única clase de caricia que ella puede tolerar — dijo Turek
mientras hacía un gesto hacia la dama que acababa de acercarse.
48
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Llegó una criada con una bandeja repleta de copas y dos botellas de
cristal con vino.
—Le aconsejaría que evitara esa clase de vino a menos que tolere la
cantárida —le aconsejó Turek a Elle—. Lytta vesicatoria —respondió ante la
49
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elle dejó pasar la bandeja. Turek eligió una copa de vino sin
adulterar y expresó que consideraba el consumo de extracto de escarabajo
repulsivo y peligroso y que la cantárida, en todo caso, simplemente excitaba la
carne en contraposición a las pasiones.
—Al igual que mi hermano, soy amiga de la Dame des Ombres. Ella
pensó que podría divertirme.
50
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Sir Francis Dashwood. Como había leído algunas referencias sobre la Grotte
Cachée en las memorias eróticas de Domenico Vitturi, un noble veneciano del
siglo XVI, y ansioso por experimentar en sus propias carnes aquel santuario de
desenfreno, Dashwood aceptó la oferta. El, sus colegas y sus seguidoras
femeninas se divirtieron durante dos semanas en el castillo y tenían previsto
partir al día siguiente, por la mañana; pero no sin antes llevar a cabo una
celebración orgiástica final aquella noche.
—Es tan solo para que las monjas tengan la disposición adecuada
para el banquete. Un idolum tentiginis, según Sir Francis; uno de los tantos
juguetes que los frailes trajeron consigo desde Londres.
51
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Los ojos de Charlotte, que solo eran visibles a través de los orificios
de la máscara, se posaron en Elle para analizar su reacción frente al valor de
divertimento que poseía el objeto.
Elle lo hizo.
52
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
con la espada. Ha ganado varios duelos, a veces vestida como hombre, y otras,
como mujer.
Desde luego que ella sabía todo acerca de la misa, puesto que había
recibido un breve informe —o, mejor dicho, su otro yo masculino— tras su
iniciación en la orden el día anterior. Quizás, pensó Darius, tan solo intentaba
determinar con cuánta seriedad consideraban los miembros del Club del Fuego
del Infierno los aspectos seudo-religiosos de la orden.
53
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
estrechó los ojos al mirar a Darius y agregó—: ¿Ese gato acaba de reírse con
disimulo?
—Debo admitir que he oído rumores sobre esto. Debo decir que se
acerca el momento. He frecuentado estos encuentros cerca de dos años.
Charlotte dijo:
54
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Si cumple el rol de Bona Dea esta noche —le preguntó Elle a
Charlotte—, ¿llevará puesta la máscara o...?
Elle dijo:
55
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Qué gatito más encantador —dijo Lili con un tono de voz gutural y
dócil—. ¿Alguna de vosotras tiene una polvera de colorete para labios? Creo que
he extraviado la mía.
—Lo has dejado todo en el pene de Lord Bute, ¿no es así? —Charlotte
extrajo una pequeña polvera con incrustaciones de diamante de su bolsillo y se la
entregó—. Elle, Lili. Lili, Elle. Bien, eso fue fácil.
—Debe aprender a cerrar los oídos delante de esta mujer, Elle —Lili
honró a Elle con una sonrisa cálida y apaciguadora—. Es la única manera que las
demás podemos soportar su compañía —era una criatura exquisita de ojos
almendrados y pómulos altos; su vestido color marfil provocaba un contraste
marcado pero agradable sobre su piel aceitunada y cabello lacio negro.
Lili cubrió de colorete sus generosos labios con varios golpecitos; los
56
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elle dijo:
—No se han conocido —dijo Elle, tras lo cual las otras dos mujeres la
miraron con curiosidad, preguntándose, sin duda alguna, cómo podía estar tan
segura de lo que decía—. Es así; creo que Elic me lo hubiera contado de haber
conocido a una dama tan encantadora como usted, Lili. Es mi hermano y como
verá, estamos muy unidos.
57
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
58
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Charlotte comentó:
—No, por todos los cielos —dijo Lili—. En una época mi lugar natal
estuvo bajo el poder persa, pero no tengo sangre persa.
59
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
sonrisa atractiva. Llevaba suelto el cabello oscuro (el suyo, no una peluca). La
vestimenta era asombrosamente simple y solemne. Tomó asiento a la mesa para
conversar con Lord Sandwich. Darius acostumbró sus oídos a la conversación y
escuchó que decían:
Lili respondió:
Sir Francis Dashwood era el hombre en el que había posado sus ojos
aquella noche. Darius se dio cuenta de ello.
60
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Charlotte dijo:
Lili explicó:
—Le vice anglais —dijo Lili—. Me sorprendí la primera vez que los vi
quitarse las pelucas y los pantalones.
61
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
hora. Está llevando un poco más de tiempo que el que consideramos arreglar la
capilla apropiadamente. Mientras tanto, a Sir Francis le agradaría anunciar la
identidad de la dama que servirá como Bona Dea esta noche para que pueda
saber lo que se requerirá de ella y prepararla para que reciba nuestra adoración.
—Es mi placer informarles que la diosa para esta noche será nuestra
adorable y encantadora Lili.
62
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 2
—Por Dios, yo mismo me acostaría sobre ese altar antes de que ella lo
hiciera alguna vez —remarcó el gordinflón Bubb Doddington frente a un vendaval
de risas.
63
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Darius pensó que había sido una prueba del carácter de Lili el que
alabara a la mujer que acababa de llamarla prostituta y que la había rociado con
vino en una habitación abarrotada de gente. Le atrajo lo perspicaz y afectuosa
que era. Se preguntó qué demonios hacía una mujer con esas excelentes
cualidades entre un grupo de lujuriosos fracasados como los miembros del Fuego
del Infierno.
Lili agregó:
64
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Esta vez fue culpa mía. Debí haberle avisado de que Lili era la
elegida. Quise hacerlo, pero luego llegó la engorrosa preparación de la capilla y
se me olvidó. Hablaré con ella mañana. La haré entrar en razón.
— ¿Está nerviosa?
65
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
estos libertinos mirándome; solo sé que nadie habla del tema. No soy una virgen
tímida, Dios lo sabe, pero hacer burla de ello y de una manera tan irreverente...
Después de que Lili se retirara, Elle, que todavía sostenía con cuidado
a Darius, se las arregló para pasar entre los juerguistas y acercarse a Dashwood. El
la vio y se volvió para mirarla y expresarle su aprecio con admirable discreción.
Elle sostuvo la mirada, algo que una dama de buena educación no haría; pero el
protocolo de una sociedad educada apenas parecía poder aplicarse en aquella
reunión en concreto.
66
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Es tímido.
67
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Sugiere que debemos estar a solas... para que esta posesión suceda.
—La presencia de los demás puede ser de lo más estimulante para las
pasiones —dijo—. ¿No ha disfrutado de la diversión de Venus en una habitación
llena de gente?
Con una sonrisa, Dashwood deslizó la silla hacia atrás y se dio una
palmadita sobre su regazo.
—Venga.
68
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Mon Dieu.
69
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
con una mueca en el rostro. Elle cerró los ojos. Aferró una mano al borde de la
mesa; la otra, tomaba la copa de vino vacía.
—Merci, mademoiselle.
Se enroscó entre la paja, apoyó la cabeza sobre las patas, cerró los
70
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
No; debía ir por partes. Debía arreglar con Lord Henry el alquiler de
un coche privado y un cochero para el día siguiente. La sola idea de compartir el
alojamiento con los miembros del Fuego del Infierno, a la luz de lo que acababa
de suceder, era impensable. Regresaría a Londres sola y se libraría de una vez y
para siempre de todas esas insolentes y repugnantes bestias con sus chaquetas
de seda y modales de taberna.
No, a Londres no; sería imposible evitar a los miembros del Fuego
del Infierno allí. Iría a su finca en Cambridgeshire. Buscaría un amante joven,
varios de ellos. Organizaría sus propias fiestas estrafalarias en su casa, de una
semana de duración; orgías de sensual indulgencia que haría que toda la
71
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Contrólate, Charlotte.
72
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
El joven, vestido tan solo con una camisa larga y arrugada, levantó la
vista y le sonrió a Charlotte mientras continuaba excitando a Millie con lo que
parecía ser una estatuilla de marfil.
Charlotte pensó en el hermoso joven del segundo piso, con sus bucles
negros y sonrisa aniñada. Esa camisa ocultaba la mayor parte de su cuerpo, pero
había podido ver que tenía musculosas piernas y...
73
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Estuvo a punto de volver sobre sus pasos y subir las escaleras cuando
notó, al final del pasadizo, una puerta apenas abierta que consistía en un bloque
de roble recubierto de hierro con una pequeña ventana con barrotes; era la clase
de puerta que se encontraba en una prisión o un manicomio. Charlotte se
acercó con curiosidad y se puso de puntillas para espiar por la pequeña ventana,
pero estaba demasiado oscuro al otro lado como para que pudiera ver. Con
ambas manos, empujó la puerta para abrirla y entró.
74
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Charlotte recorrió el resto del sótano, cuyo mobiliario incluía una jaula
colgante, una picota con aberturas para la cabeza y las muñecas y una silla de
hierro con cadenas incluidas. Oculto, en un rincón alejado y oscuro, entre una
pila de paja, había un taburete bajo de madera equipado con lazos de cuero, un
75
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
76
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
77
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Con más luz, pudo ver que era más joven de lo que sugería su voz.
Llevaba el cabello negro y ondulado en una cola atada con cuero. Sin chaqueta,
tenía una camisa sencilla remetida en unos pantalones ocres y un foulard de
seda blanco y sencillo.
78
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Soy Darius.
Darius sonrió.
—Pensé que era una rata —dijo mientras se preguntaba cómo podría
79
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
80
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
como una persona educada e intelectual, no como una joven viuda descocada.
Sabía que estaba un poco perdida, por supuesto, pero también sabía que tenía
cerebro. No puedo explicarle lo estimulante que fue para mí. Cuando me habló
acerca del Club del Fuego del Infierno, le rogué ser parte de él. Todo parecía tan
ilustrado, tan exótico y excitante...
— ¿Y ahora?
81
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Lo merezco?
—Ya le dije que pensé que era una rata. Se arrojó hacia mí y me
asustó, por eso yo...
—Bien...
Charlotte no se movió.
82
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
zagual de cuero que había en la punta de la fusta El olor a cuero hizo que su
entrepierna palpitara. Cerró los ojos y trago saliva con dificultad.
83
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
84
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 3
La túnica monacal que le habían entregado para que utilizara (de seda
blanca con una capucha color escarlata, como la de los doce miembros
«superiores» del Fuego del Infierno que murmuraban en voz baja en la capilla) le
permitía ocultar su excitación. No llevaba nada puesto debajo, según le habían
instruido; una dichosa bendición ante el estrangulamiento que le había causado el
85
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
corsé rígido en forma de cono de Elle. La túnica se cerraba por delante con solo
cuatro pequeñas hebillas, para facilitar la apertura cuando así lo necesitara
durante los oscuros ritos y el banquete que se llevarían a cabo a continuación.
86
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
87
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
había una mezcla de hierbas que crujía sobre las brasas calientes. Predominaba el
hedor a abeto. Sin embargo, la aguda nariz de Elic detectó una nota amarga que
debía ser belladona y una bocanada de algo más que olía casi, pero no del todo,
a tabaco: beleño negro.
88
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
El pene de Elic se llenó y erigió cuando vio que Lili se dirigía hacia él.
Al igual que Elle, creía que esa mujer era encantadora, resumiendo, era pura
belleza; más que su belleza había admirado su carácter e intelecto. Como hombre,
lo sorprendió de un modo más corpóreo. Era una criatura magnífica, exquisita en
cuerpo y mente, serenamente sensual, una esclava para los apetitos de la carne
que, para bien o para mal, él tenía.
Lili subió los escalones del altar y se volvió para ponerse frente a la
multitud allí congregada que, al unísono, ejecutó una reverencia. Dio la espalda al
presbiterio, tras lo cual Elic, Dashwood y los dos monaguillos le rindieron honores
del mismo modo.
89
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—In nomine magni Dei nostri Satanás introibo ad altare Domini Inferí
—entonó—. En el nombre de nuestro Gran Satán, entraré en el altar de nuestro
Señor del Infierno —se abrió la túnica y asomó su miembro erecto.
Elic se volvió hacia Lili, quien, para cumplir con las instrucciones, yacía
90
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
sobre su espalda con el peso sobre sus manos y las piernas abiertas. La posición
hizo que el velo se adhiriera al contorno de su vientre plano y sus grandes
senos. Los pezones se veían rosados a través de la susurrante muselina.
Elic deslizó su mano aceitada por debajo del velo de Lili hasta que
llegó al vello que cubría su sexo, tan suave y negro como la piel donde estaba
sentada. Cerró los ojos mientras Elic separaba el vello púbico y llegaba a la suave
y húmeda abertura; contuvo la respiración cuando la penetró con dos de sus
dedos. La carne ardía, ceñida y ya resbaladiza, pero la aceitó de todos modos,
según las instrucciones. Se tomó el tiempo necesario, con caricias lentas y
rítmicas, gratificado cuando notó que los pezones de Lili se endurecían y se
marcaban contra el velo.
Gracias a que era más alto que Dashwood, Elic pudo ver sin que nada
le obstruyera la vista el momento en que el Superior de la Orden penetraba con
91
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
la punta aceitada de su pene la belle-chose que había sido preparada para él,
mientras le rogaba a Satán que demostrara todo su poder.
Lili, que aún yacía con la espalda sobre sus brazos, quedó boquiabierta
frente al abrupto empalamiento. Su cuerpo se arqueó cuando llevó la cabeza
hacia atrás; por un instante, Elic se puso nervioso al pensar que podría estar
lastimada hasta que miró su rostro debajo del velo y vio, en sus ojos, una
expresión de completa felicidad.
Elic se dio cuenta de que ése era su razón de ser: posesión sexual, el
estímulo y el socorro de los placeres carnales.
Lili abrió los ojos y miró por encima de Dashwood a Elic, con
curiosidad, sin duda, por la tensión que había en su tono de voz o quizás por la
fuerza con la que la aferraba mientras sostenía las piernas abiertas para otro
hombre. Elic no podía, por su vida, apartar la mirada de ella mientras Dashwood
lentamente retiraba y enfundaba su miembro y ofrecía una versión demoníaca de
una bendición ya conocida:
92
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elic, para cumplir con su rol en aquel desfile pagano, ayudó a Lili a
que se acostara sobre el altar recubierto con la piel de visón para que quedara
extendida boca arriba en toda su longitud. Corrió la muselina hasta la garganta
de Lili y solo dejó su rostro cubierto con el velo; el resto completa e
imponentemente desnudo. Bañada con la sanguínea bruma que llenaba la
pequeña capilla, podía ser Afrodita misma, dibujada por el famoso pintor italiano,
Tiziano, con suaves y luminosas pinceladas. Era, de hecho, la encarnación de la
belleza y el deseo erótico.
93
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Dashwood colocó el cáliz sobre el altar y estiró los brazos, las palmas
hacia abajo y le imploró a su «Señor oscuro y soberano» que se levantara para
que sus servidores se arrodillaran delante de él en adoración. Harry le entregó el
receptáculo de incienso y abrió el incensario para que lo llenara. Dashwood tomó
unas cucharadas de las pequeñas pepitas alquitranadas y las esparció sobre las
brasas calientes que produjeron un humo espeso y resinoso diferente a todo lo
que Elic había respirado alguna vez. Tampoco Lili, cuyos ojos a través del velo se
agrandaron por la sorpresiva identificación.
—Et cum tuo —Elic masajeó los exuberantes montículos hasta que
quedaron resplandecientes. Sus dedos eran tan largos que la mayoría de los
senos eran pequeños cuando quedaban acunados en ellos, pero estos abarcaban
toda su mano, cálidos, plenos e increíblemente suaves.
Los ojos de Lili se cerraron con un suspiro mientras Elic los estrujaba y
94
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
acariciaba. Sus pequeños y tensos pezones rozaron las palmas de sus manos e
hizo que su pene se agitara.
Se aceitó una vez más las manos y las deslizó sobre el abdomen y el
pubis de Lili mientras sus dedos hurgaban a través de su vello púbico. Aunque no
era parte del protocolo para esa parte de la missa niger, no pudo resistir la
urgencia de deslizar un dedo por esa vagina abierta. Las caderas de Lili se
agitaron; su respiración se aceleró.
A regañadientes, Elic siguió por las piernas de Lili, sintió los músculos
debajo de la suave carne; era fuerte para ser mujer. La esclava de oro era antigua,
una pieza primitiva gastada por los años. De la esclava pendía un disco con un
aro de oro azul oscuro que semejaba una piedra azul.
95
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
senos hacia arriba y tirando de sus pezones de un modo que Elic sospechó, por
su expresión, le produciría más placer que dolor.
Una vez que completó el ritual del incienso, Dashwood extendió los
brazos y recitó una apología al «Señor Satán, Dios de la Fuerza» concluyendo con
un «Hosanna in profundis».
96
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
97
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Ven, Señor del Templo —cantaron en coro los congregantes que aún
mostraban sus partes privadas, aunque la mayoría había dejado de masturbarse
para reprimir el deseo sexual hasta el banquete—. Ven, Señor del Mundo. Ven
desde las Puertas del Infierno.
98
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Recemos.
Junto con los miembros del Fuego del Infierno, Elic recitó:
99
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Infierno...
—Hoc est corpus Inferno Deo Nostro —rozó con la oblea teñida de
rojo cada pezón de Lili y luego la introdujo en su vagina húmeda mientras
decía—: Bendito sea el vientre que te dio vida y los senos que te amamantaron
—retiró la oblea, y la sostuvo en el aire y agregó—: Contemplad el cuerpo de
nuestro Señor Satán. Aceptad el cuerpo de Satán y el cáliz con esta sustancia
orgiástica en el nombre del Señor del Infierno.
Los congregantes, con las capuchas aún sobre los ojos, dejaron los
bancos y se aproximaron al presbiterio en una única fila. El primer hombre —al
que Elic reconoció por la estatura como Lord Bute— dejó asomar su pene
mientras subía los escalones del altar. Hizo una reverencia ante Dashwood,
quien dijo «Corpus Satanás» mientras con la oblea tocaba la punta del órgano
semierecto.
100
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Los miembros del Fuego del Infierno se turnaron uno a uno. Al final
estaba Lord Turek, quien caminó hacia Dashwood con su pene rígidamente erecto
en forma de arco, angosto hacia la punta; la forma de una daga turca. Después
de recibir la hostia, corrió la capucha y se acercó a la mesa del altar mientras
miraba a Lili con helada rapacidad.
—Caro mea veré est cibus —repitieron los miembros del Fuego del
Infierno en latín.
101
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
102
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 4
-D eja esa en su lugar —le dijo Darius a Charlotte que ya se había quitado
las prendas hasta las medias y los zapatos y se había inclinado hacia
delante para desatar la liga que llevaba por encima de la rodilla. Las medias eran
blancas y a la moda. Sin embargo, los zapatos estaban decorados con seda y
tenían los extremos en punta, una hebilla de plata excesivamente adornada y
unos tacones muy altos. Le agradaba cómo la altura de los tacones modelaba la
delgada figura del cuerpo de Charlotte y la forzaba a formar un arco con la
espalda que acentuaba sus senos y su trasero firme y de bellas proporciones—. Y
deja la cinta de alrededor del cuello, también.
103
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Lo primero.
—Dilo.
— ¿Y te someterás a mi voluntad?
—Y me someteré a tu voluntad.
104
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
más que apaciguarlo: representar ese papel para el que lo habían elegido
involuntariamente.
—Móntalo.
105
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Porqué?
—Sin vello.
Charlotte asintió.
106
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Sí.
— ¿Te golpeaba?
—No. Bueno, una vez, pero... no como algo de todos los días. No le
daba motivos para que lo hiciera —dijo con una especie de amargo
abatimiento—. Le tenía miedo. A todos. Incluso a otros hombres.
107
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Cinco años.
—S-SÍ.
108
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Charlotte vaciló.
Darius le dio otro azote al trasero de Charlotte con la fusta, con más
fuerza esta vez.
— ¿No es cierto?
109
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Darius dio un paso atrás y se dispuso a darle una paliza con la fusta;
una serie de golpes rápidos alternando la dirección para que con cada revés
golpeara la nalga izquierda de su trasero y con cada derechazo, la nalga derecha,
como si azotara a un caballo para que galopara. Charlotte aceptó cada golpe con
un grito agudo que excitó a Darius de un modo increíble, como un animal. Cada
golpe con la vara dejaba, como consecuencia, una pequeña marca rosada. Se dio
cuenta de que intensificaba los golpes para formar dos círculos colorados y
ardientes, uno en cada globo de alabastro.
—Lo... intento.
—Ay, Dios —apretó las piernas y vaciló—. Por favor, yo... yo...
Sería tan fácil darle lo que tanto deseaba y tan gratificante, también;
porque ella lo deseaba con suma urgencia y él también. Sin embargo, su deseo
más profundo y más apremiante era castigarla por algún pecado tácito
dominándola con maestría, doblegándola a su voluntad. Si le daba la buena y
110
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Por favor...
— ¿Sí? —cogió cada uno de los pequeños y duros pezones con las
manos y tiró hasta producir en Charlotte un diminuto gemido.
—Sí. Ay, sí, hazlo —le rogó mientras empujaba contra el cuerpo de
Darius—. Hazlo ahora.
111
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Colócalo una vez más en la boca —le ordenó, con el tono de voz
autoritario y tranquilo que pudo reunir bajo las circunstancias—. Profundo esta
vez, hasta donde puedas llegar.
112
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Yo... supongo...
113
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
114
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
tiempo perturbadora. Esa no era la primera vez que Darius había sido forzado a
tener un contacto casual con un ser humano para transformarse en algo que no
era, para sentir cosas que no sentía a diario, para hacer cosas que, recordadas
después, lo espantarían. La experiencia le había enseñado que cuanto más durara
ese episodio (y no terminaría hasta que el ser humano estuviera listo para
terminarlo) más profunda sería su inmersión en las sensaciones y deseos que
había sido obligado a abrazar. En ese momento, todavía había una parte de él
que era Darius, el verdadero Darius, con su conocida ideología, principios, gustos
y aversiones, él mismo. Antes de que Charlotte acabara con él, sin embargo,
podía llegar a sentirse tan consumido ante esa persona brutal que su antiguo yo
sería tan solo un recuerdo.
Charlotte dejó de luchar y lo observó con cautela por entre las barras
de hierro del barbero, preguntándose, sin lugar a duda, qué otras humillaciones
tenía preparadas para ella. Sus ojos eran de un verde dorado y bastante
atractivos, en verdad, o lo hubieran sido de no ser por todo ese ridículo
maquillaje que llevaba puesto.
115
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 5
Darius dijo:
—Existen, como debes saber al ser esta tu arma elegida, una gran
cantidad de técnicas que uno puede aplicar con la vara, que dependen de si uno
desea provocar un dolor atroz y cicatrices permanentes o simplemente algunos
moretones transitorios. Me imagino que tú debes utilizarla con relativa prudencia.
116
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Cuatro?
— ¿Menos?
117
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Cuando vaciló, Darius la azotó una vez más con la vara y dejó una
marca nueva debajo de la última.
— ¿No es verdad?
— ¿Lo disfrutaste?
— ¿Porque es doloroso?
Arrojó la vara una vez más hacia la silla, aflojó la hebilla que le
sujetaba la cabeza, tomó la cadena del barbero de hierro y tiró de él.
—De pie.
118
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Darius se volvió hacia la cama, tiró del colchón y las mantas, los arrojó
al suelo y dejó a la vista una red de sogas entrelazadas (bramante, como el que
estaba enrollado alrededor de los postes de la cama). Tiró de Charlotte y le
119
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
120
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Darius dijo:
121
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
122
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
123
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
manos detrás de la cintura y quedó de pie con los hombros hacia atrás y los
pechos hacia afuera.
—Acuéstate.
124
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
pera lo suficiente como para sentir que se abría dentro de ella y la ceñía. Gimió
por esa presión que sintió, pero no expresó objeción alguna.
—Yo...S-sí, pero...
125
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
126
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No quiero que te desmayes del hambre cuando todavía tengo algo
para ti —Darius se apoyó en una columna con los brazos cruzados mientras la
observaba—. Come.
127
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
una técnica, pero en breve, había aprendido a enroscar la lengua para poder
lamer con mayor eficiencia. Había algo que titilaba con crudeza en aquella
condesa de cabello rubio que se encontraba en cuclillas sobre la comida y tenía
el rostro sobre el tazón, las manos con obediencia detrás de la espalda; había una
perilla de acero que emergía de su trasero azotado y lleno de cicatrices.
—Soy estéril.
128
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Un hijo y un heredero; eso debe de haber hecho feliz al último Lord
Somerhurst. ¿Y cómo hace una lujuriosa viuda para deshacerse de un incómodo
conde de nueve años mientras ella levanta sus faldas para los miembros del Club
del Infierno? Me imagino que lo habrás enviado a un colegio de internos para
que aprenda a ser un auténtico lord del reino.
Charlotte suspiró.
129
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Entonces lo miró.
130
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
En cada extremo del cilindro central había una manivela de hierro con
agujeros en lugar de agarraderas; la larga barra de hierro para operar la manivela
estaba contra la pared. Darius trabó la punta de la barra en la manivela y tiró
hacia él con ambas manos junto con su peso, ya que la maquinaria era muy
antigua y muy pesada. El cilindro central giró con un crujido, tiró de las sogas y
de los brazos y piernas de Charlotte que quedaron un poco más tensos. Movió la
manivela varias veces más hasta que Charlotte estuvo estirada con las caderas en
alto a la altura del rodillo central, lo que hizo que Darius posara su atención en el
sexo que empujaba hacia arriba. Estaba, por si fuera poco, más rosado que antes.
La abertura brillaba de la humedad.
131
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
tenían clavos para ser aún más efectivos. Charlotte levantó la cabeza, la única
parte que apenas podía mover, para ver cómo pellizcaba y tironeaba de su pezón
derecho hasta que quedó tenso y colocó el pequeño instrumento en él. Ajustó
los tornillos para que las placas se unieran y se detuvo cuando Charlotte dio un
sobresalto. Hizo lo mismo con el pezón izquierdo y luego enroscó y tiró de
ambos tornillos de mariposa hasta que se oyó un gemido a través de la mordaza.
132
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
de Charlotte mientras giraba la perilla de la pera al tiempo que le hacía sexo oral
con caricias como si su lengua fuera una pluma. Charlotte se estremecía. Sus
pulmones trabajaban como fuelles. La cabeza, echada hacia atrás.
Estaba cerca ahora, tan cerca que sobrevolaba la orilla jadeante del
climax.
—No —se alejó de ella mientras negaba con la cabeza. ¿Estaba loco?
¿Era esa la forma con la que le pagaría por mentirle? ¿Dándole placer,
permitiéndole que acabara? Maldita perra, siempre se las arreglaba para
controlarlo, para alejarlo de lo que él quería. Estaba tan perdido en los
pensamientos y sentimientos de Charlotte que no podía mantener claros los
suyos. No podía ser dominado, y menos por ella.
133
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
134
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 6
135
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
136
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Una vez que Archer cerró la puerta detrás de él, Dashwood anunció
que, según la tradición del Fuego del Infierno, el Abad del Día sería el primero en
elegir entre las damas, después de lo cual el resto de los miembros podría elegir
su pareja como quisiera. Hizo un gesto con la mano, tras el cual las «monjas»
formaron una fila a ambos lados de Lili.
137
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
que Lili se había encontrado a lo largo de los años) estaban obsesionados con la
satisfacción sexual más que con la exclusión virtual de otras clases de comunión
personal. Cuando conversaban, era acerca de sexo; cuando se acariciaban, era
para follar, o succionar, o para prepararse para ese deporte. Y para ellos siempre
era un deporte, nunca significaba hacer el amor.
—Mademoiselle.
Le sonrió.
138
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
mientras los miembros importantes del Fuego del Infierno estén lo bastante
sobrios como para notar nuestra presencia.
—Quizás no, pero tienen una forma establecida para cada cosa, y si
no cumplo con ellas, me echarán enseguida de la Orden.
—Existen pocos lugares donde una dama con ciertos apetitos puede
satisfacerlos, sin tener alguna limitación — dijo—. El Club del Fuego del Infierno
puede ser absurdo en muchos puntos, pero es una bendición para alguien como
yo.
—No creo que haya nadie allí. Estaremos aún en el salón, más o
menos.
139
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elic afirmó sus manos en la pared, inclinó la cabeza y buscó los labios
de Lili, un gesto inesperado que la sorprendió un poco. Los miembros del Fuego
del Infierno muy pocas veces besaban en las orgías; cuando lo hacían, era con
más contacto labial y empuje de la lengua. El beso de Elic fue cálido, duradero...
lleno de una sensual promesa, pero con una dulzura subyacente.
Perfecto.
—Sé que no puedes rechazar al Abad del Día —murmuró cuando sus
bocas se separaron—. Pero si esto no es lo que quieres...
140
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Elic —dijo, pero éste empujó con más fuerza, casi con violencia,
pero sin demasiado resultado—. Para —le dijo con suavidad—. Elic, por favor.
Está bien.
—No a mí.
— ¿El qué?
—No soy... —se comió las palabras y miró hacia otro lado; su
mandíbula estaba rígida.
141
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 7
Lili descendió por las escaleras y bebió una taza de chocolate mientras
analizaba lo que había sucedido y evitaba cualquier clase de invitación carnal por
parte de cualquier hombre a medio vestir y con varas de azote... excepto de
Turek. El melancólico bohemio estaba sentado y apoyado sobre sus codos en un
rincón oscuro; un par de esposas de acero colgaban de modo ausente de una
142
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
143
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elic buscó entre la niebla hasta que su mirada encontró la de Lili. Tomó
asiento sobre el escalón superior de la piscina que servía de banco con un gran
suspiro.
—No, quédate —se frotó el rostro con las manos—. Por favor.
—Dios mío, eres hermosa —dijo con un tono de voz bajo y sincero—
Perfecta —Lili estuvo a punto de agradecérselo cuando le preguntó—: ¿Qué eres?
144
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Cuántos siglos? —repitió mirando hacia otro lado con una sonrisa
cautivadora y vergonzosa y se apartó los cabellos que le cubrían el rostro—.
Dieciocho.
145
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Nosotros?
146
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Lili encontró la mano de Elic bajo el agua y entrelazó sus dedos con
los de él, un gesto que fue tan natural como si lo hubiera hecho cientos de veces.
—Cuéntamelo.
147
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No era una vida difícil para una persona como yo — dijo Elic—.
Pero gradualmente, los lugares silvestres a lo largo de la costa fueron labrados
por los recién llegados y convertidos en granjas. Un año, la roya destruyó gran
parte de los cultivos. Como no tenían a nadie a quien culpar, decidieron que yo
era un dókkálfr disfrazado. Los dokkálfr son pura maldad. Solo traen enfermedad
y miseria. Los campesinos pensaron que si me destruían, se protegerían de
futuras desgracias. Emprendí la retirada hacia el bosque, cacé para obtener
comida e hice algunas incursiones en los pueblos por la noche con la esperanza
de encontrar alguna mujer.
Elic dijo:
148
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Lleva días para que cicatricen? Tan poderosas son las habilidades
de recuperación de la mayoría de los follets que las heridas, incluso las más
graves, por lo general se curan en unas horas, un día o dos cómo máximo.
149
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
tuve que vendarlas sino dejar que la piel se regenerara; todo el tiempo
encadenado. Una mañana, la nieta de Ingvarr, Sigrún, vino a visitarlo. Yo la
conocía bien, pero en un principio, ni siquiera pudo reconocerme, con toda esa
piel rosada y nueva y sin cabello ni cejas. El esposo, Valdís, era herrero y me quitó
las cadenas. Se ofrecieron a albergarme en su hogar, pero eso era impensable,
después de lo que le había sucedido a Ingvarr. Decidí abandonar Norvegr y
buscar otro lugar para que fuera mi nuevo hogar. Valdís me dio algunas prendas
de vestir y un cuchillo de caza, y Sigrún me preparó algunos alimentos. Pasé los
siguientes seis años de viaje por un sendero hacia el sudoeste, a través de
Germania y la Galia.
150
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Lili suspiró.
—Esta región.
151
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
utilizarme como semental para que les transmitiera poderes especiales y así,
perpetuar la línea druídica.
Elic dijo:
—Elle... —inspiró mientras lo miraba fijo; los ojos azul marino y la boca
152
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
sensual, la belleza de una diosa—. Dios mío, tú eres Elle. No cabe duda de que es
muy parecida a ti. Ella eres tú.
Lili dijo:
153
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Pero no puedes...
—Tú puedes.
Elic frotó el miembro contra Lili, meció las caderas lentamente pero
con firmeza. Bajó la cabeza y llevó uno de los pezones de Lili a su boca, lo
succionó y lo lamió con una profunda y rítmica presión que aumentó la excitación
de Lili hasta un punto casi intolerable. Solo un dusios, pensó, que conocía muy
bien la sensibilidad de los senos femeninos, podía hacerlo tan bien.
Elic la sostuvo con fuerza mientras Lili acababa y murmuraba cosas que
no podía entender por la explosión de sangre en su cabeza y los inevitables
gemidos de liberación. Apoyó la cabeza de Lili sobre su hombro y le acarició la
espalda con una mano temblorosa.
Se resistió a su caricia.
Lili deslizó la mano de arriba hacia abajo por todo su miembro y dijo:
—No puedo acabar excepto entre las piernas de una mujer, de una
mujer humana. Nunca en mi vida deseé que fuera de otra manera con tanta
pasión —quitó la mano de Lili con suavidad y agregó—: Si continuaras, solo
suscitaría dolor, no placer. Después de obtener la simiente de un hombre, quedo
en un estado de feroz excitación hasta que pueda transferirlo. Demasiada
154
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Ojalá... yo...
155
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Al igual que los del Fuego del Infierno —dijo Elic—. Has estado
con ellos... ¿dos meses? No puedo imaginar cómo has podido tolerarlo durante
tanto tiempo.
156
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Puedo hacer algo parecido con mis palabras antiguas —dijo Elic—
Excepto que la persona que estoy por poseer pueda moverse y hablar. Pero si
quisiera, puedo hacer que todo parezca un sueño.
157
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No del todo. Hace tres años, mientras viajaba por Alemania, me
encontré rodeada junto con otras dos mujeres (inocentes comadronas que
habían levantado la sospecha de los bürgers de la región por tener habilidad con
los remedios medicinales). Fuimos apresadas en un pueblo llamado Mühlbach y
sentenciadas a la hoguera. Quemaron a las otras dos, pobres, pero yo logré
escapar mientras construían mi hoguera al seducir a mi carcelero. Huí a Inglaterra.
Una mujer aún puede ser quemada allí por asesinar a su esposo, pero no por
aliarse con el diablo o por demostrar que es un poco ligera de cascos. Por
supuesto, aún continuaba llamando la atención y por eso me uní al Fuego del
Infierno cuando los descubrí. Con ellos, soy una lujuriosa más entre...
—Es mi amigo Darius —le dijo Elic a Lili—. Dice que me ha estado
buscando.
158
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
159
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Espera —dijo Elic mientras su amigo se volvía para irse. Las manos
formaban un puño al costado de su cuerpo. Se excusó ante Lili, caminó en el
agua al lado opuesto de la piscina y en voz baja le preguntó:
—Quelle faveur?
—Le cachot?
—Elle veut être la —dijo Darius, tenso—. Ella quiere estar allí.
—Mais si...
Darius negó con la cabeza y apareció una especie de sonrisa que borró
su sombría expresión por un instante.
—Stérile? C'est bon —se pasó los dedos de ambas manos por el
cabello y Elic dijo con firmeza—: Je vous rencontrerai la. Te encontraré allí.
160
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Au revoir.
—Debo irme.
—Lili —se acercó a ella con rapidez y la abrazó, con un abrazo casi
doloroso y el rostro enterrado en el cabello de Lili; su erección ejercía una presión
rígida sobre su estómago.
161
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Lili abrió la boca para gritar, pero fue como si su boca se hubiera
tornado de pronto gruesa e inservible. Sus pulmones estaban agitados; el corazón
le latía con fuerza, pero no pudo emitir ni un solo sonido por la boca.
162
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
goma. Intentó presionarlas para liberarse de él, pero nada sucedió, por más
fuerza que ejerciera. Las piernas, que tampoco le respondían, se hundieron como
peso muerto en el agua.
—Ahora sabes lo que se siente, míen liebes —dijo en voz baja, casi
con ternura— estar inmovilizado mientras uno inmoviliza a su presa... La parálisis
es también tu elección en armas, ¿no es así?
Los ojos de Lili reflejaron el temor que sentía porque Turek dijo:
—Ah, sí. Sé todo acerca de ti. Sé que somos iguales, tú y yo. Somos el
uno para el otro.
Abrió los labios y revelaron la línea del puente dental que usualmente
llevaba puesto, un teclado de dientes amarillentos, excepto por el par de
angostos y pequeños incisivos que flanqueaban sus dos dientes frontales, que se
curvaban con puntas afiladas, como los colmillos de una serpiente.
Apoyó los labios, fríos y secos, sobre la frente de Lili e incitó una
extraña presión sobre su cráneo. Un silbido blanco llenó las orejas de Lili, que
cerró los ojos.
163
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 8
164
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Darius cerró los ojos y negó con la cabeza; la mandíbula, hacia fuera;
las manos cerradas en un puño como si fuera todo lo que podía hacer para evitar
estrangularla.
— ¿Te dije que podías hablar? —dijo con un tono de voz amenazante.
—Yo... yo solo...
165
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
sobrevivir sin sus brazos estirados después de todo el tiempo que había
permanecido en la cama de tortura, por lo menos podría mover el cuerpo y las
piernas.
— ¿Darius?
—Entrez.
166
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Por Dios, pensó Charlotte cuando oyó que dos pares de pisadas se
acercaban en dirección a ella. No puede ser. Había invitado a alguien más allí
para que fuera testigo de su abuso y humillación en manos de Darius. Su
«contrato» era con Darius y solo Darius. ¿Cómo podía hacer algo así? ¿Cómo se
atrevía?
Que aquel hombre con el que estaba más que apenas infatuada la
viera así, desnuda, amordazada y colgando del techo. .. ¡ay, y aquella maldita
pera!
Charlotte vaciló.
167
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Darius le hizo un gesto a Elic para que girara en tor a Charlotte y así
lo hizo. Elic hizo una pausa detrás de ella. Charlotte sintió un pequeño temblor en
su ser cuando tocó la perilla de la pera de acero; el estímulo le provocó pulsos de
excitación en la vagina.
Darius suspiró:
¿Ella era exigente? ¿No era acaso Darius el amo y señor en aquella
perversa relación? Tenía una afilada réplica en la punta de la lengua. Quizás,
después de todo, fuera mejor que estuviese amordazada.
168
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
La pera giró dentro de ella otra vez; esta vez se deslizó un poco hacia
afuera, luego hacia dentro otra vez, con facilidad por el recubrimiento de aceite y
lo acostumbrada que estaba a la inflexible presencia del objeto dentro de ella.
Darius introdujo la pera y la extrajo, hacia adentro y hacia afuera, la giró y la
torció, como preparándola para lo que vendría.
De pie, frente a ella ahora, Elic le tomó los senos con las manos y los
apretó con delicadeza. Se sobresaltó cuando tocó con el pulgar sus pezones, el
tornillo de mariposa los había dejado hinchados y muy sensibles.
169
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Asintió nuevamente.
170
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
171
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No acabes antes que nosotros —le dijo Darius mientras retiraba su
pene y volvía a penetrarla—. Si no, recibirás los azotes.
172
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
del techo como un trozo de carne. Charlotte cerró los ojos y se entregó a la
felicidad de dos penes que acariciaban su carne ardiente y hormigueante... y que
se rozaban entre ellos también, porque ¿qué hombre no podía sentir la presencia
del otro dentro de ella?
173
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Ambos sabemos por qué. Esta cosa ha clavado sus garras en ti —tomó a Darius
por los hombros y le dijo—: Necesitas dar un paso a un lado y ver las cosas
desde otro...
Elic miró a Charlotte. Vaciló, luego miró en otra dirección y asintió con
la cabeza.
Volvió a asentir.
Oyó un ruido metálico que la asustó durante unos instantes hasta que
se dio cuenta qué había tomado de la pared: la cadena de flagelación.
174
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
y profundo en los huesos; una conmoción tan cegadora que por un instante no
pudo siquiera gritar, y cuando lo intentó, la mordaza la dejó muda.
175
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 9
F inalmente, pensó Antón Turek cuando dio un paso atrás para admirar la
escena de Ilutu-Lili atada y a su disposición; una ofrenda a merced de sus
caprichos.
176
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
ᚲᚲᚲ•ᚲᚲᚲᚲᚲ
177
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Con una inspección más cercana, la boca de la serpiente parecía más bien una
vagina bostezando; la cola consumida a medias, la cabeza de un pene. Del collar
del cuello colgaba el par de manillas de acero que había llevado Turek con él,
cerradas a la perfección alrededor de las muñecas de Ilutu-Lili.
— ¿Qué...?
178
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Strigoi?
—Ah, pero no veo que tú te rías, ¿verdad? Sabes, creo saber por qué
te he traído hasta aquí; qué tengo en mente para ti.
Se acercó aún más para rozar con la punta de los dedos y nunca con
tanta suavidad, la garganta de Lili; sintió la carótida que latía seductoramente
debajo de la piel. Lili cerró los ojos y aguardó.
179
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
180
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
aquellas cuyo fallecimiento atraería una molesta atención. Las monjas de la Orden
de San Francisco son bastante confiables respecto a eso, puedo asegurártelo.
—Un asesino que solo mata cuando cree que no pueden capturarlo
sigue siendo un asesino —dijo—. ¿Cuántas has matado salvajemente? ¿Miles?
181
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Lili no le respondió.
182
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Allí fue cuando descubrí lo que eras y decidí poseerte —dijo Turek
mientras le acariciaba el rostro y la garganta—. No solo por una noche de sexo
casual, sino todas y para siempre.
—Estás loco.
Lili se retorció y pateó, gritó con voz ronca mientras Turek le clavaba
los colmillos a través del músculo superficial, perforando con habilidad el
revestimiento de la carótida y la arteria misma mientras tomaba la precaución de
no atravesar la yugular. El forcejeo de Lili era tan violento que Turek se vio
forzado a desarticular su mandíbula y aferrarse con más fuerza a su garganta,
utilizando toda la boca; una técnica que no le agradaba emplear con una belleza
como Lili dados los desagradables moretones y marcas de dientes que le
quedarían, pero con una presa frenética como esa, era la única manera de
mantener los colmillos en su lugar. Le levantó las piernas, una a cada lado de él
para evitar aquellas dolorosas patadas y para elevarla a una altura conveniente
183
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
La sangre de Lili fluía con mucha calidez, con una esencia aromática
distintiva a lluvia e higos. Turek emitió un gemido desde la profundidad de la
garganta mientras succionaba la sangre; sentía cosquillas en los colmillos mientras
la sangre corría por ellos; las encías le latían. Como un bebé de pecho, movió la
lengua con un ritmo firme y rítmico para aumentar el flujo. Cogió con firmeza las
piernas de Lili y aumentó la fuerza para sujetarla mientras luchaba en vano pero
heroicamente contra las manillas de acero y el peso del cuerpo de Turek, que la
aprisionaba contra la estatua.
Si. Oh, ahí viene... La sangre de Lili se filtraba por el cerebro de Turek
como una fuerte corriente de pinchazos que lo hacía sentir ingrávido, alegre. Su
visión se tiñó de rojo, el corazón le latía en los oídos. El hambre se desvaneció,
reemplazado por la intoxicante felicidad de culminación mientras el néctar color
carmesí inundaba sus tejidos y órganos, infundiéndolos con el bendito alimento.
Tenía el pene y los pezones erectos al mismo tiempo que sentían el hormigueo
de la sangre fresca.
Mientras las venas de Lili se vaciaban dejándola más y más débil, los
forcejeos gradualmente se volvieron lánguidos acabando en retorcijones
desesperados. Aunque para ese entonces estaba demasiado delirante como para
darse cuenta, los movimientos fatigados que hacía mientras Turek presionaba
contra sus muslos, alimentándose de ella, solo servían para avivar su excitación
carnal. El pene se elevó como un pincho curvo contra su vientre.
184
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
185
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
186
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Nunca.
Turek confesó:
— ¿Médico? ¿Tu?
187
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
que devastó Italia ese año. Intenté curar a los pobres bastardos que estaban
enfermos, pensando que Dios me mantendría sano para poder continuar con Su
obra. Sin embargo, tenía otros planes para mí. Una mañana me levanté con
fiebre. Tenía las manos y los pies negros. Me salía sangre por la boca. Supe que
estaría muerto para la noche. Conocí una mujer, Galiana Solsa, un poco mayor
que yo, pero deslumbrante, inteligente, temeraria. Exudaba peligro como un
afrodisíaco.
— ¿Era un vampiro?
—Así me dijo.
—Habíamos tenido una relación muy corta, unos meses antes, pero
muy apasionada. Había querido transformarme. Me había dicho que podría vivir
por siempre si solo estaba dispuesto, según sus palabras, a cosechar seres
humanos en lugar de curarlos. Pensé que estaba desquiciada... literalmente. Pensé:
«Dios, estoy enamorado de una lunática que habla incoherencias».
— ¿La amabas?
Turek miró hacia otro lado y encogió los hombros con un esmerado
gesto de indiferencia, deseando tener la serenidad necesaria para no decirlo.
188
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Y amigos? —preguntó.
—Ya no —dijo.
189
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
de las jugosas venas azules justo debajo de su piel con el extremo de los
colmillos. Los retiró y observó dos delgados puntos rojos que emergían de la
minúscula punzadura y se deslizaban alrededor de la muñeca como un brazalete
doble.
—Estás loco si crees que alguna vez podría elegir ser como tú. Te
crees un dios, pero para mí, eres un pequeño insecto hematófago... un mosquito
con delirios de magnificencia.
Le dio una bofetada; fue un golpe tan fuerte en el rostro que golpeó la
estatua con un sonido seco del cráneo contra la piedra.
190
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
del otro, compartiremos todo, nuestros cuerpos, nuestras presas, nuestras almas.
— ¿Qué es eso?
191
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Turek bajó el frasco y sacó del bolsillo izquierdo los pequeños grilletes
adornados que hacían juego con las manillas de Lili. Lili pateó y golpeó pero no
era un buen contrincante frente a la fuerza de Turek; enseguida, tuvo sus pies
atados a la tobillera de la estatua. Levantó el cuenco de bronce martillado de la
hoguera y lo colocó en la plataforma, a un costado de donde se encontraba Lili.
Luego, armó una hoguera tan alta que ardería como el infierno en cuanto la
encendiera.
Turek cogió el velo del altar donde lo había arrojado antes, lo enrolló
192
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
193
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Mi paciencia tiene un límite, Lili, y has llegado hasta ahí. Considera
esta como mi última invitación... y la última oportunidad para alejarte de la
hoguera —le acercó aún más la muñeca a la boca y dijo —: Una gota. Una
lamida de tu lengua...
—Vete al infierno.
194
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 10
195
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
mientras se esforzaba por deshacer el terrible mal que le había causado a aquella
turbada y complicada mujer que había tenido la mala suerte de tropezar con él
en aquel sótano lleno de instrumentos de tortura. Lentamente, deslizó sus manos
hacia arriba sobre la espalda y sintió cómo las heridas curaban, la piel se unía y
se volvía fuerte y suave.
196
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Cómo te sientes?
197
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Pensé... Se sentía...
— ¿La cueva?
— ¿Vives en la cueva?
— ¿Libros?
198
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Qué traducciones?
—Soy un estúpido.
Charlotte agregó:
—No creo que te sorprenda que yo misma haya acumulado una vasta
colección más bien vergonzosa de literatura obscena. ¿No tienes ningún ejemplar
de Fanny Hill?
199
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No eres para nada el hombre que pensé que eras cuando...
cuando llegué por primera vez aquí.
200
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Nat no está en un internado —dijo con una voz suave y tensa con la
mirada posada en el colchón.
—Lo asesiné —dijo—. Fue como si lo hubiera arrojado a las ruedas del
carruaje yo misma.
—Cuéntamelo —dijo.
Guardó silencio durante tanto tiempo que Darius pensó que quizás
había cambiado de parecer, pero luego dijo con voy muy baja:
201
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
202
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Y aceptó?
—Quedó impactado por la idea. Por eso, también lo estuvo Nat. Había
ido a Londres y lo odiaba, decía que olía a humo y estiércol. Pero insistí con
terquedad y finalmente se fueron. Por supuesto, Nat necesitaba que alguien
cuidara de él, así que, en el afán de estar a solas con Hugh, envié a Carrie, la
niñera, sin pensar en las consecuencias. Carrie... verás, era muy joven, muy
atractiva y para nada familiarizada con los modos mundanos; los modos que le
agradaban a Somerhurst.
203
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
204
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Bien...
—Al poco tiempo, tuve noticia del Club del Infierno. Al fin, pensé. El
Infierno en la Tierra. Era como si Sir Francis lo hubiera creado para mí.
— ¿Querías que Nat muriera? ¿Es por eso por lo que lo enviaste a
Londres? ¿Por eso fue que...?
205
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Darius?
—Ssh. Relájate.
Con una sonrisa, bajó la cabeza y la besó en los labios, la primera vez
en toda la noche que lo había hecho.
206
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 11
-O h, Dios —Lili inspiró mientras Turek tiraba del brasero y lo acercaba aún
más; las llamas estaban tan cerca ahora que podía sentir cómo el vello de
los brazos se chamuscaba con el calor.
—Halt's maul! —se acercó con violencia hacia ella y le dio una
bofetada que le provocó un estallido de dolor en la nariz y lágrimas en los ojos.
207
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Tú qué? —Turek tiró con fuerza del pincho de hierro de una de
las grandes antorchas ubicadas en el suelo y la agitó mientras corría a zancadas
hacia Elic, quien se apoyó sobre el puente para evitar las llamas—. ¿Qué se
supone que puedes hacerme mientras ardes hasta morir, eh?
208
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
estar aquí para observarlo —se mofó al tiempo que hundía la antorcha en el
dobladillo del velo de Lili.
Elic, con una expresión de dolor mientras su piel ardía, dio una
zancada hacia el atónito Turek, llevó con fuerza la antorcha hacia atrás y embistió
con la punta el pecho del vampiro.
209
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—La llave —dijo e hizo un gesto con la mano destrozada hacia las
ataduras de Lili.
—En su bolsillo.
—Di que me amas. Ni siquiera tienes que decirlo en serio. Solo quiero
oír esas palabras pronunciadas por ti.
—Entonces yo también estoy loco —dijo Elic y la besó una vez más.
210
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 12
-¿U n vampiro, eh? ¿Aún está aquí? —Íñigo se protegió los ojos del
brillante sol de la mañana y examinó la procesión de carruajes alineados en el
camino de laja que rodeaba el castillo hasta el establo en mitad del bosque. Los
miembros del Fuego del Infierno y sus seguidores platicaban y se abanicaban en
pequeños grupos mientras aguardaban el viaje hacia el norte, a Calais y el Canal.
Mientras tanto, una legión de criados (de ellos y de la anfitriona) cargaba el
equipaje en los vehículos que aguardaban.
— ¿Lettre de cachet?
—El Rey Luis se la concede a una minoría selecta, en blanco, para que
la completen con el nombre de cualquier bribón que deseen condenar a una
reclusión indefinida en la Bastilla, por la razón que ellos prefieran.
211
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
212
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Charlotte se veía fresca y joven esa mañana con el vestido color verde
a rayas que llevaba puesto, y el rostro ensombrecido por un sombrero de paja de
ala ancha adornado con margaritas de seda. Darius y sus compañeros hicieron
una reverencia cuando se aproximó a ellos.
—Fue este lugar —dijo y luego agregó en voz baja—: Fuiste tú. No
213
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
estoy segura de cómo sucedió, pero sí sé que estoy en deuda contigo, una deuda
que nunca podré pagar, aunque no podría vivir si no te ofreciera un gesto de
agradecimiento, inadecuado de todos modos.
—No me debes nada —dijo—. Pero si estás tan emocionada, hay algo
que puedes hacer para complacerme sobremanera.
—Lo haré. Hay, sin embargo, algo más, algo que me agradaría darte,
como señal de agradecimiento y también como recuerdo de mi visita.
214
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No puedo garantizarte que sea la primera impresión del siglo XVI —
dijo—. Pero tiene todos los grabados romanos originales, así que es probable que
lo sea. Era pupilo de Rafael. ¿Lo sabías?
—Lo que me cuesta creer es que hayas puesto un pie en una tienda
de segunda mano —dijo.
Charlotte dijo:
215
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Lili se queda, ¿lo has oído? Ella y tu amigo Elic aparentemente han
congeniado bastante bien.
Unos meses, Elic había encogido los hombros con una sonrisa. Algunos
siglos. Siempre y cuando pueda soportarme.
Elic saludó a Charlotte con una reverencia, dejó a las dos mujeres para
que hablaran y se acercó a Darius.
Otra mentira piadosa, pensó Darius. Incluso entre sus amigos follets,
no podía escaparse de ellas.
216
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Con una sonrisa burlona ante el tonto intento de Darius por cambiar el
tema de conversación, Elic dijo:
—Uno de estos días, amigo mío, hay algo que tú y yo debemos hablar.
217
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
218
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 1
Agosto 1884
219
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
220
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
221
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Señor?
—Yo... —el joven miró por encima de sus gafas para examinar las
estatuas mientras curvaba las cejas por el interés—. Sí. Sí. Supongo que sí.
— ¿Por qué demonios los romanos del siglo I esculpieron sátiros con
el estilo de los griegos de los siglos anteriores? —preguntó Wheeler de manera
retórica—. Es un enigma, y exasperante. No podré dormir bien hasta descifrarlo.
222
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Yo... em... supongo que alguien posó para él... solo algún tipo común
—mentía—. Quiero decir, miradlos. Son tan realistas...
223
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Wheeler dijo:
224
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Sé muy bien quiénes eran los galos, Elijan. He estudiado otras cosas
en Cornell además de Física y Geología, ¿sabes?
— ¿Histrionismo?
225
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Dijo que los dusiis y los sátiros eran lo mismo? —preguntó Íñigo,
indignado.
Íñigo se dio la vuelta para ver a Kit Archer que se movía con pesadez
226
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Es una idea genial —dijo Archer—. Ah, debo pedirte con modestia
que no muevas de sitio ningún artefacto y que dejes todo como lo encontraste...
227
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Qué sucede si voy más lejos? —preguntó ella con una pequeña
sonrisa sarcástica—. ¿Me convertiré en calabaza?
228
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 2
-¡C ATHERINE!
—No me importa.
Sabía por qué quería estar a solas con ella. Con tanta amabilidad como
pudo, dijo:
229
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
ojos eran oscuros e intensos—. Soy el que te llevó a esa reunión sufragista, ¿lo
recuerdas?
— ¿Médica?
230
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Me agradas —le dijo con sinceridad—. Eres uno de los hombres más
bellos que conozco.
Ella apartó la mirada, buscaba las palabras, como lo hacía cada vez que
le hacía esa declaración, a la que nunca correspondía.
231
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Intentos insensatos? —se estiró para cogerle las manos, cosa que
la sorprendió dado que nunca se tocaban—. Te pido que te cases conmigo,
Catherine. Rechazas mi propuesta de plano porque el resultado es incierto y no
puedes soportarlo. No puedes soportar no tener el control total de cada paso de
tu camino; nunca has podido. Pero así es la vida. La vida está llena de
incertidumbre y riesgos, pero hay algunas oportunidades que las sacamos de la
pasión y del amor, y de la fe, solo por ser humanos.
—Pero...
232
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
ᚲᚲᚲ•ᚲᚲᚲᚲᚲ
Sus brazos aún sentían las huellas de las manos de Thomas. Nunca se
tocaban, ella y Tom. Su cortejo hacia ella —si pudiera llamarse así— había sido
tan reservado y decoroso (debido a que era un caballero y un ser cerebral) que le
había llevado más de un año darse cuenta de que se dirigía a ella.
233
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Extensión desconocida.
234
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Consultó la brújula, pero la aguja temblaba como loca. Solo una vez
había experimentado ese tipo de declinación magnética. De niña, ella y sus
primos habían ido a explorar una mina de hierro abandonada cerca de la casa de
sus abuelos al este de Pensilvania. Aquella vez la aguja oscilaba, debido a la
presencia de todo ese hierro, pero no con tanto ímpetu como en ese momento.
La explicación, por supuesto, era que estaba parada en el corazón del volcán,
aunque fuera uno que hubiera tenido su última erupción hacía mucho tiempo. La
lava, al enfriarse, debía de haber producido un flujo de energía eléctrica que
giraba con velocidad. Muy probablemente, ese vórtice magnético también era
responsable del mal funcionamiento de su reloj.
235
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
236
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
El pájaro pasó aleteando desde atrás, dio la vuelta y voló hacia ella
con una determinación tan feroz que se vio obligada a agacharse. Se enderezó,
luchó contra una oleada de vértigo, solo para apartarse cuando éste pasó a toda
velocidad a su lado una vez más y desapareció en un recodo del pasadizo que
estaba delante. Era casi como si la acosara, como un halcón perseguido por un
pájaro más pequeño. Se preguntaba si tendría un nido con polluelos en algún
lugar más adelante y por eso la veía como una amenaza. En verdad parecía que
intentara alejarla de algo.
237
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Soy más grande que tú —la amenazó con irritación mientras daba
una vuelta por la extraña biblioteca y echaba un vistazo rápido a los títulos
impresos en los lomos de los libros—. Tú vete.
238
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Catherine buscaba libros escritos en los idiomas con los que estaba
más familiarizada, francés e inglés, y hojeó algunos de ellos: Venus dans la Cloître
de Jean Barrin, Fanny Hill o Memorias de una mujer de placer de John Cleland,
Mémoires de ]. Casanova de Seingalt de Giovanni Giacomo Casanova. Se
sorprendió al reconocer uno de los libros, un tratado académico de Richard
Payne Knight titulado Discurso sobre el culto a Príapo, de la biblioteca de su
padre en su casa. Hacia el final del último estante había un conjunto de revistas
inglesas, alrededor de una docena y media, llamadas La perla. El último y más
reciente volumen de este grupo era la traducción de Sir Richard Burton de El
Kama Sutra de Vatsyayana, que se había publicado hacía un año.
— ¡Vete a la mierda! —dijo ella y luego rió asombrada por la frase tan
grosera que había salido de sus labios. ¿Qué hubiera pensado su madre?
239
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Encendió las dos velas con el farol y dirigió su atención hacia los libros.
Sacó el primero, y casi se le cae cuando el pequeño azulejo que estaba sobre el
alféizar soltó un grito feroz y estridente.
240
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
COMEDIAS,
HISTORIAS Y TRAGEDIAS
LONDRES
241
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
242
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Mucha curiosidad.
Al estar tan cerca del pájaro y con la luz de las velas y el farol, pudo
243
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
ver que no era un azulejo, sino un roquero solitario —macho, a juzgar por el
hermoso plumaje azul grisáceo—.
Entonces, otra vez. Esa no era la primera sensación extraña que tenía
desde que había entrado en la cueva. Era como si se hubiera perdido en un
mundo de sueño en el que las reglas físicas ya no se aplicaban. Era una
explicación lógica; siempre la había; debía haberla. Como solía decir su profesor
de Física: «Hay una razón para todo. Solo porque no sepas la respuesta no
significa que no exista».
Hay una razón para todo, se decía a sí misma. Estaba cansada. Estaba
sedienta; también tenía hambre. Había pasado una tarde tensa. No era de
extrañar que viera cosas.
244
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
a tener acceso a ese tipo de imágenes reveladoras? ¿Por qué no mirarlo con
detenimiento mientras no había nadie alrededor que le quitara esa fuente de
información de las manos y la acusara de impúdica, de mente pervertida a causa
de su curiosidad natural?
245
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Placer extraordinario.
No había nadie allí. Por supuesto que no había nadie allí. Estaba sola.
Lo que sintió, o creyó sentir, era pura ficción, como lo que había experimentado
246
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
247
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
lino y una pequeña sensación de tironeo cuando uno de los botones que
sujetaba la abertura de las bragas saltó del ojal... o pareció hacerlo.
248
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
sensación de que la acariciara por dentro era tan gratificante que levantó aún
más las caderas. Deseaba más; lo deseaba a él.
—Sí. Sí...
Una mano tomó la suya y sintió unos labios cálidos contra su palma.
249
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Sí puedes —se estiró para tocarla en el lugar por el que estaban
unidos.
250
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 3
Lili señaló la página y dijo algo demasiado bajo como para que
251
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Catherine lo oyera.
—Ahí estás, querida. Por fin regresas de tus aventuras —Elijah apartó
su propio libro y se puso de pie, como lo hicieron los demás caballeros—.
Continuamos y cenamos sin ti.
—Es fácil que suceda eso en ciertos lugares de la cueva —el señor
Archer, sentado al otro lado de un tablero de backgammon opuesto a Elic,
observaba a Catherine fijamente en su provecho—. La gente denuncia todo tipo
252
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
de incidentes extraños.
253
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
254
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
primera página.
C. JULII CǼ SARIS
COMMENTARII
TOMUS VII
Lili se acercó para mirar por encima del hombro de Elijah. Se inclinó de
tal manera que su cabello rozó el de él. Un perfume cálido y floral flotaba a su
alrededor, como si fuera una flor extraña y exótica.
255
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elijah. Sus rostros estaban tan cerca que hasta se podía pensar que estaban a
punto de besarse—. La que se encuentra como labrada toscamente sobre la
primera. ¿Has podido traducir eso? —ella se topó con la mirada de Elic al otro
lado de la habitación en una comunión breve y silenciosa de algún tipo. Él se
detuvo cuando estaba a punto de mover unas fichas de backgammon para
ofrecerle esa sonrisa amable que uno le hace a alguien cuando las palabras no
son necesarias.
256
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
mientras Lili se inclinaba aún más, con una mano apoyada con despreocupación
sobre su hombro—. Está escrita en el alfabeto rúnico más antiguo que
conocemos, que se llama antiguo futhark, y en realidad son dos palabras unidas
en escandinavo antiguo: kjØnn, que significa... bueno, «sexo», y prcell, que
significa «siervo» o «esclavo».
Por alguna razón, le lanzó una sonrisa a Elic, quien puso los ojos en
blanco como respuesta.
Elijah comentó:
257
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
es probable que sepas más sobre los vernaes que cualquier otro hombre vivo.
¿Alguna idea de por qué el grupo permaneció aquí?
—Qué idea tan maravillosa. Doctor Wheeler, ¿por qué no viene con
nosotros mañana? Íñigo y yo haremos una pequeña comida campestre en el
bosque. No debería desperdiciar este fantástico clima encerrado en esa vieja
biblioteca polvorienta. Hay un pequeño claro en un matorral de robles que podría
resultarle...
258
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
259
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
de suciedad.
Veía que Thomas sonreía con esa sonrisa triste y resignada... Todo
está bien... Veía los libros que se ordenaban solos en aquella pequeña alcoba de
la cueva; veía que las velas se apagaban de un soplo de manera espontánea...
Veía su bastón erguido temblando; sentía la emoción de la penetración, la
integridad de la misma, la rectitud de la misma...
260
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 4
Elijah rodeó el altar con lentitud. Pasaba los dedos por el dibujo
desgastado y complicado que estaba grabado en la superficie. En el centro se
encontraba la inscripción «DIBU EDEBU» rodeada de un diseño de ramas de roble
enredadas. En cada una de las cuatro esquinas había esculpido un círculo de
veinte centímetros de diámetro que encerraba una imagen estilizada diferente.
261
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
quien César comparaba con Mercurio. Era una deidad muy importante para los
galos, el protector de los viajeros y fuente de todas las artes. No puedo creer que
una reliquia tan extraordinaria como esta estuviera aquí sin que nadie la
descubriera todos estos años.
Debió haberse negado —la única mujer con la que había tenido ese
tipo de contacto fue Julia— pero satisfecho y en sueños como se encontraba,
262
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Elijah abrió los ojos. Pensaba lo indecoroso que sería para los demás
encontrarlo allí acostado con la cabeza en el regazo de Lili. Esperaba ver su rostro
sonriéndole. En cambio, todo lo que vio fue el sol que brillaba a través del techo
de hojas de roble sobre su cabeza.
Elijah notó que el hombre más joven escribía con un lápiz de caña
sobre un trozo de papel — ¿o era pergamino?— mientras el anciano hablaba sin
parar. Se detuvo y le preguntó algo al que hablaba, se dirigía a él como
263
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Había focos aislados de campesinos por toda Europa que aún usaban
su atuendo ancestral y hablaban dialectos casi extintos. Elijah no sabía que existía
este tipo de gente en Auvergne, pero eso no significaba que no existiera. Era
evidente que sí.
Lo ignoraron por completo, tal vez era porque sin pensar, los había
saludado en español.
¿Eran sordos?
Aunque solo estaba a unos metros de ellos, elevó la voz y los saludó
con el brazo.
—Bonjour!
— ¡ tu Brantigern! ¡Sedanias!
264
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
265
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¡Tú, allí! —en latín; no el estilo clásico que le era más familiar a
Elijah, pero aún bastante comprensible—. ¿Qué crees que haces aquí, Sedanias?
Se supone que debes cortar mármol allá abajo en la cueva. ¿Tan deseoso estás
de recibir una paliza?
—Es culpa mía —se excusó el anciano mientras luchaba por ponerse
de pie con la ayuda de un alto bastón de roble pulido por los años y
extrañamente torcido con nudos en la parte superior. Elijah no se había dado
cuenta antes de que tenía una sola mano, la izquierda. Su brazo derecho
terminaba en un muñón por encima de la muñeca.
—Sí, está bien —dijo Quintus, sin duda perplejo—. Rezabas por el
difunto emperador... Es un gesto muy loable, pero espero que comprendas que
no puedo permitir que los esclavos se salgan de las tareas que les fueron
asignadas sin mi permiso —y a Sedanias, le dijo—: Regresa a tu trabajo. Pero
primero, asegúrate de que tu abuelo regrese sano y salvo a su choza. Si algo le
sucede, yo seré quien recibirá la paliza, de manos de mi padre. Sabes cómo
depende de las predicciones del anciano —volvió grupas y se marchó.
266
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Vio un indicio de movimiento y alzó la vista para ver un gato gris que
caminaba por una rama del roble debajo del cual habían estado sentados los
hombres. Bajó de un salto. Miraba en dirección a Elijah y maullaba.
El gato dio una vuelta por el claro hacia el borde del sendero y se
sentó. Miraba fijamente a Elijah, quien caminó hacia él. Cuando estuvo a casi un
metro de distancia, se paró y se metió en el sendero.
Solo que al salir del bosque, el castillo, que se suponía debía estar
ubicado en la parte más baja del valle a unos casi doscientos metros, no estaba
allí. En su lugar, veía una enorme casa blanca con techos de tejas coloradas
rodeada de cuidados jardines.
267
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
demasiado real.
Elijan oyó un repetido tun, tun, tun que venía de la terma —o el lugar
en el que debía estar la terma, en la entrada de la cueva del volcán inactivo en el
borde este del valle—. Se abrió camino por un pequeño bosque que no existía en
su época, en cuyo lindero había un grupo de hombres con hachas vestidos como
Sedanias y Brantigern —esclavos, presumía— que talaban árboles para agrandar
un claro que ya era de por sí bastante grande. Ni uno solo de ellos se volvió para
mirarlo cuando pasó.
268
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
¿Íñigo?
—Tita, manten las piernas abiertas. ¿Para qué crees que te pagan?
269
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
raya de tu culo.
—No seas engreído con eso, cariño. No eres tú por quien late mi
corazón como el de un pájaro. Eres un niño grande y detesto a los niños. Es esa
porra tuya. Juro que es la cosa más lamible que he visto, y he lamido algunas en
mis tiempos.
—Entonces, está bien —se apartó de Tita... Por Dios, esa cosa era
inmensa. Íñigo giró y fue hacia Marcus a grandes zancadas. Su puño envolvía el
órgano en cuestión—. Pruébalo.
Entonces fue cuando Elijah vio la segunda cosa notable sobre Íñigo:
tenía una cola que se balanceaba hacia atrás y hacia adelante al caminar. Además
de la conmoción de ese momento, Elijah solo miraba absorto y se preguntaba
qué sería lo siguiente.
270
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Tita. La tomó de las caderas y volvió a dar un empujón hacia adentro provocando
que ella ronroneara de alegría.
La tercer cosa notable que Elijah descubrió sobre Íñigo —y para ese
momento, era solo una nota a pie de página de lo demás, leve curiosidad— fue
que sus orejas eran puntiagudas y tenía un par de cuernos pequeños y huesudos
que sobresalían del casco negro de la cabeza.
271
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
los pantalones. Tenía el rostro oculto por una franja de cabello ondulado marrón
dorado. El vaporoso vestido de mañana que llevaba, verde manzana con
pequeños lunares blancos, siempre había sido su preferido.
272
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Por supuesto que puedes. Debes. Nunca has sabido estar solo,
Elijah. Ningún ser humano sabe.
—Pero...
—No puedo estar tranquila si sé que estás solo y deseas esto —le
dijo señalándolos a ambos recostados juntos como si fueran uno—. Anhelas esto
pero piensas que no debes hacerlo. Lo que tuvimos fue hermoso, pero ya no
estoy, y tú aún estás aquí, metido en esta forma humana tan necesitada. El dolor
tiene sus límites naturales, Elijah. Es hora de que me guardes en tu memoria y le
abras ese corazón generoso que tienes a alguien más.
—Julia...
273
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Logró decir:
—Ahora duerme.
—Pero...
274
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Lili levantó la vista hacia él. Su sonrisa lo insinuaba con dulzura. Luego
la bajó otra vez.
—Hace calor —le dijo ella y lo tomó del brazo—. Podemos ir al baño y
refrescarnos en la piscina.
El altar se veía igual que la primera vez que habían entrado en el claro,
la piedra desgastada y descolorida por más de dos mil años de estar expuesta a
la intemperie. Elijah pasó una mano sobre la esquina que representaba a Lugus.
Recorrió su borde circular en busca de algún agujero o signo de imprecisión; no
había nada.
275
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Tiró; el disco se movió. Sonrió por el asombro y tiró con más fuerza. Se
trabó, por lo que hizo un poco de palanqueta. La giró para un lado y para el otro.
Enseguida se levantó. Era casi de ocho centímetros de ancho, con un borde de
bronce cubierto de cera y se curvaba hacia adentro para permanecer fijo y de
manera segura en la abertura. Donde se encontraba, había un túnel vertical,
también revestido en bronce, dentro del pedrusco que servía de pata para esa
esquina del altar. Miró dentro de éste y vio un paquete cilíndrico envuelto en
cuero.
276
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
No podía. Pero tampoco podía dejar que Kit supiera que lo había
encontrado, por más que odiara la idea de esconderle ese secreto tan volátil a su
más viejo amigo. Aunque era un compromiso con el que podía vivir. Devolvería el
pergamino a su lugar oculto a la mañana del día siguiente, antes de partir con
Catherine y Thomas. Pero primero, lo copiaría, palabra por palabra, para poder
traducirlo más adelante.
277
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 5
Catherine suspiró.
—Por supuesto.
— ¿Estás...?
278
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
principio. Tal vez haya una explicación de por qué algunos de los vernaes
huyeron de los romanos y otros se quedaron.
— ¿Íñigo es judío?
—No.
—Dijo que las personas tenían toda clase de razones para escribir
cosas y que no había una razón para pensar que el pergamino fuera hecho con la
intención de que lo dieran a conocer por completo. Le dije que podría contener
vasta información nueva sobre la historia y la creencia de los galos. Dijo que era
la razón principal por la que había que pensar muy bien el hecho de hacerlo
público, dado que los galos eran muy reservados con esas cosas.
279
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No tengo tiempo de cenar si quiero copiar todo esto para mañana
por la mañana. Y Thomas tampoco.
280
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Está claro?
Después de una breve pausa, Thomas dijo, con un tono muy serio:
— ¿Debo golpearte, Íñigo? Porque si alguna vez sugieres una cosa así
en presencia de otra persona, lo haré.
Thomas dijo:
—Por supuesto.
281
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Thomas dijo:
282
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Por supuesto.
—Mi única relación larga de ese tipo fue con una señora con la que
tenía relaciones sexuales en la India mientras hacía un trabajo de investigación
después de mi último año.
—Creo que a Lili le agradan todos los hombres que conoce —dijo
Thomas.
— ¿Mis necesidades?
283
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Catherine que te rechazó, no creo que haya nada que te detenga para hacerle
una visita a Lili esta noche en su apartamento. Le diré que te espere.
—Pero Catherine...
—Catherine no está interesada, Lili lo está. ¿Por qué haces que una
simple cita sea una maldita complicación?
—Ya hemos decidido que no. Y no puedo creer que permitas que
Catherine se entrometa. Te rechazó, por el amor de Dios. Te rechazó.
— ¿Nosotros?
284
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Thomas suspiró.
—No lo sé.
—No tendrás otra oportunidad de estar con Lili después de esta noche
—lo apremió Íñigo—. Y en cuanto a Catherine. .. es un techo grande, amigo.
285
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 6
—Soy Catherine.
Es probable que Thomas le haya hecho eso a las mujeres, pensaba. Las
había besado y tocado en sus lugares más íntimos, había desatado sus corsés y
bajado sus medias, se había arrodillado entre sus piernas y empujado dentro de
ellas. Se lo imaginaba acostado sobre una mujer, empujando y gimiendo, y sentía
una oleada de calor que le subía desde la garganta hasta el rostro.
— ¿Vas...?
286
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Ah, no, yo... eh... Pensaba que tal vez me vendría bien un pequeño
chapuzón de medianoche en la piscina. Es un baño muy hermoso y después de
esta noche, no tendré otra oportunidad.
—Sí, me lo prestó esta noche, después de la cena. Yo, eh, pensé que
tal vez... te agradaría acompañarme.
—Me has dicho que creías que esta parte del principio podría decirte
por qué algunos de los vernaes quedaron atrás —dijo ella—. ¿Lo hizo?
287
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Tuvo que ver con uno de sus dioses —dijo Elijah—. Es... —negaba
con la cabeza—. Es difícil de resumir.
—Mmm.
—Hay algo más —dijo Elijah—. Algo que aparece al final de esa parte.
—No todas las palabras se pueden traducir —le dijo Thomas mientras
miraba por encima de su hombro—. Donde hay una duda con respecto al
significado, colocamos un signo de interrogación.
288
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Pero el calendario.
Thomas vaciló.
—Llevas puestos los calzones y una camiseta, ¿no es cierto? Con eso
basta.
Gracias a Dios solo hay una lonja fina de luna afuera, pensaba
Catherine mientras ella y Thomas entraban en la terma. Cuanto menos fuera la
luz de la luna, mejor. Lo poco que se reflejaba en la estructura de mármol blanco,
se proyectaba en la piscina en una maravillosa noche de color índigo.
289
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Volvió a mirarlo. Aún la miraba con esos grandes ojos oscuros, como
si clasificara ese nuevo descubrimiento inesperado en su mente.
290
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Podía ver que al menos estaba un poco excitado. Saber que ella le
había hecho eso, solo con quitarse la ropa y pedirle que se quitara la suya, le
daba una sensación de satisfacción que nunca había sentido.
—Entonces...
291
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Ella se puso de pie y caminó hacia él con dificultad por el agua que le
llegaba a la cintura. Vio que su mirada de intenciones oscuras se movió desde su
rostro hasta sus pechos, y más abajo.
—Catherine, por favor, dime que no haces esto para burlarte de mí.
—Debo irme.
—Sí —respondió.
292
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
decente. Pero no quiero que esto sea por reglas y costumbres y lo que es
apropiado y lo que no. Quiero que se trate de nosotros. Solo tú deseándome a
mí y yo a ti.
—Pero...
293
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No, no... de esta manera no. Déjame llevarte adentro, a una cama
apropiada.
—Está bien, entonces —se izó sobre el suelo de mármol del baño y se
sentó en el borde, con los pies dentro del agua—. ¿Qué tal así?
294
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
hasta ese momento. Él se sentía tan caliente y firme y muy dentro de ella, tan
completamente perfecto.
295
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Qué haces?
—Un poco tarde para sentir pudor, diría, pero si quieres mi camisa, es
tuya.
Thomas la acalló con un beso que continuó por un instante muy, muy
prolongado.
296
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Miró el zurrón algunos largos minutos y luego sacó dos libretas, las
dos en las que él y Thomas habían copiado el contenido del pergamino la noche
anterior. También sacó algo más: una caja de cerillas.
297
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
298
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
299
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 1
Octubre, 52 a. C.
Apartó la piel de oso bajo la que dormía, se levantó del lecho, cogió la
túnica y los pantalones de la percha y se vistió con rapidez —o tan rápido como
pudo, habiendo nacido con una sola mano. La casa estaba en silencio y vacía esa
mañana, o más bien las casas, ya que el hogar de la familia de Bran se había
convertido con el tiempo en un grupo de chozas redondas de piedra con tejados
cónicos de paja conectados por corredores. Era la morada más grande de la
aldea. El padre de Bran, Tintigern Dovatigerni, era el jefe supremo de los vernaes,
y su abuelo materno, Artaros Biraci, su venerado druida.
300
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
les había rogado ir con ellos, pero su vocación druida —había sido aprendiz de
su abuelo Artaros desde que había nacido— y la mano que le faltaba conspiraron
para que se quedara en casa.
301
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
pidiera, Paullia se movió al lado opuesto de la chimenea para poder ver por la
entrada. Era el mejor lugar para estar atenta a los ojos entrometidos. Si Vlatucia
supiera lo de Bran y Adiega, quién sabe qué castigo merecido exigiría.
Le refirió su sueño.
— ¿Has tenido también el otro sueño? ¿El del demonio del norte?
302
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
lado a otro. Había un par de caballos enganchados al carro, y otros tres atados
atrás.
303
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
304
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Había tres cadáveres en la parte trasera del carro, cada uno oculto
bajo una manta empapada en sangre, salvo por las botas que estaban cubiertas
de una capa de barro. Había un casco de hierro sobre el pecho de cada uno de
los cuerpos. Bran reconoció que el que estaba en el medio pertenecía a Tintigern
por los colmillos de verraco.
Artaros dijo:
305
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
306
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
quisieras aceptarlo, te hubieras casado con Briaga mucho antes que esto.
No quedaban más que otros trece miembros del clan que compartían
el cada vez más extraño don de Bran de hacer hechizos y clarividencia, aunque
sus poderes eran, al igual que los de los padres de Bran, mucho más débiles que
los de él, y no estaban desarrollados a través de la formación druida. Para formar
a los niños con dones druidas, era necesario que ambos padres, no uno solo,
fueran dotados. Sin embargo una gran cantidad de hombres dotados habían
muerto en estos últimos años en la lucha contra los romanos. Dos de los
preciados trece, un niño y una niña, eran pequeños con madres viudas. El resto,
las dos hermanas embarazadas de Bran y otras ocho, eran mujeres que habían
contraído matrimonio con hombres que no tenían dones. Eso dejaba a Briaga
matir Primius, quien no solo era dotada sino también de alta cuna uxella, como la
elección natural para ser la esposa de Bran, la única elección si es que, como
siempre le recordaba su madre, quería asegurar la descendencia druida.
Por más que Bran odiara admitirlo, tenía razón. Por el bien del linaje
druida de su clan, en verdad debería contraer matrimonio con Briaga. Si no
estuviera tan enamorado de la tan poco culta y sin dotes de Adiega, ya habría
sucumbido ante la presión incesante de su madre y le habría pedido a Briaga que
fuera su esposa, aunque no le interesara. No obstante Adiega, que con rapidez
había pasado de ser su compañera de juegos de la niñez a la mujer que amaba
con todo su corazón, era la mitad de su alma. La idea de abandonarla por la
presumida y superficial Briaga, era impensable.
307
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
que hace siglos que comenzó. ¿Es eso lo que realmente quieres?
Se dio media vuelta y se marchó sin mucho más que una mirada hacia
atrás a su esposo.
308
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Has tenido ese sueño otra vez? —le preguntó Artaros—. El del
demonio del...
— ¿Tan cerca?
— ¿Cómo?
—Te lo explicaré cuando nos reunamos con los ancianos mañana por
la noche.
—Puede que sea ya mayor para darle una azotaina, pero a menudo
me tienta, aunque pueden desautorizarla. Aún ejerzo bastante autoridad sobre
los ancianos.
309
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
ejerce más, aunque a través del miedo. Gamicu Ivagenti aún está fresco en su
recuerdo.
Artaros sonrió.
310
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 2
-¿Q uéancianos
hace él aquí? —exigió saber Vlatucia la noche siguiente mientras los
vernæs, todos miembros longevos de la clase uxelli, se reunían
alrededor del fuego del nemeton. Aún llevaba el torka dorado; Bran no se habría
sorprendido de que hubiese dormido con él.
Artaros, de pie detrás del altar con Bran a un lado y Frontu al otro,
dijo:
—Alesia fue una derrota trágica para los vernaes; para nuestra tribu
madre, los Averni; en realidad, para toda Céltica. Nuestros días de autonomía
311
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
están contados. Los romanos han estado invadiendo nuestras aldeas, han
ejecutado a los jefes y vendido a la gente como esclavos, un destino incalificable.
Nuestra única esperanza es hacer lo que hacen nuestros hermanos y hermanas de
otros lugares: marcharnos de aquí antes de que lleguen los romanos.
Vlatucia miró a Bran con furia por haber hablado. Él evitó su mirada,
pero Darius le devolvió la mirada furiosa.
312
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
313
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—S-sí, pero...
—Le enseñaré algunos hechizos para evitar que eso suceda —dijo
Artaros, y agregó, hacia Bran—. Sin embargo, no me agrada la idea de que tú y
Briaga os quedéis aquí solos. Sus hijos necesitarán otros vernæs, sin parentesco,
con vosotros, niños con dones druidas con quien puedan contraer matrimonio
para poder perpetuar el linaje druida.
Vlatucia dijo:
—No tenemos más que dos niños dotados en el clan, Sergonas Rodani
y Lasrina matir Temari. Los dejaremos.
—Hay que animar a las madres para que se queden con ellos —dijo
Artaros—. Y puede haber otros que quieran quedarse, pero deben hacerlo por su
propia elección. No se presionará a ningún vassi. Bran actuará como ambas
cosas, druida y jefe, pero en secreto. De otra manera, los romanos lo matarán.
314
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
avanzar sobre Vernem —dijo Vlatucia—. Pero creo que estarán aquí para la
Temporada Fría. Eso nos dará tiempo para dejar nuestros hogares y prepararnos
para el viaje. Mientras tanto, hemos discutido todo lo que había que discutir esta
noche, por lo que declaro este consejo...
315
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
316
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
haremos, pero...
Se les consultó a los ancianos, uno por uno. Por supuesto, todos
accedieron al plan, incluso Guthor, quien probablemente imaginaba cómo se
sentiría que lo quemaran vivo en una efigie de mimbre.
317
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Por supuesto.
— ¿En confianza?
— ¿Con la vassa?
—Pero...
—Lo sé, hijo —dijo Artaros y apoyó una mano sobre el hombro de
Bran—. Alguna vez fui joven también. El amor es una fuerza poderosa. Pero
también lo es el deber.
—En esto, por desgracia, ella tiene toda la razón. Solo los druidas
pueden cuidar como se debe a un dios como Darius. Él vivirá mucho después de
que tú y Briaga seáis polvo, pero estará seguro porque vuestros hijos y los hijos
de vuestros hijos tendrán los dones necesarios para garantizar esa seguridad.
318
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
319
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 3
¡Vlatucia!
La cueva era el lugar más sagrado del valle, incluso más que el
nemeton. Los únicos vassi que Adiega sabía que tenían permitida la entrada allí
eran aquellos, incluido su hermano Sedna, que habían pasado el último medio
mes construyendo el nuevo y extraño santuario de Artaros. Ella sabía el propósito.
Bran se lo había contado a pesar de que Vlatucia les había ordenado a él y a los
ancianos que fueran reservados. No tenían secretos, ella y Bran. Compartía todo
con ella, incluso la insistencia de su madre de que contrajera matrimonio con esa
coqueta, ratita presumida de Briaga.
320
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Siempre.
—Soy Lothar —dijo un tipo con aspecto de oso con una porra de
guardia, a la entrada de la Cella. Había otros dos agachados en el suelo de la
cueva. Amarraban unos postes altos y pesados a un panel plano. Los tres
hablaban la lengua céltica con marcado acento germani, por el que deducía que
eran los mismos hombres que habían raptado y quemado al pobre Gamicu
Ivagenti el mes anterior bajo las órdenes de Vlatucia—. Me dejaréis a mí la
comida. Le permitiré comer cuando terminéis con él.
321
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
con largos músculos fibrosos, como si comiera solo lo suficiente para mantenerse
activo. El cabello rubio oscuro le colgaba por debajo de los hombros en una
masa enredada con restos de hojas y ramillas incrustadas; la barba era casi igual
de larga y de repugnante. Tenía moretones por todo el cuerpo, una herida
profunda en la frente que apenas comenzaba a coagular, una abrasión grande y
horrenda en un hombro y algunas más pequeñas en las rodillas y los codos.
322
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—¡HrØkkva!
El dusios, aún sin aliento por la pelea con Lothar, otra vez las miraba
fijo, de una manera que hizo que Adiega temblara. Gruñía por la frustración
mientras tiraba de las cuerdas que ataban sus muñecas, pero lo sujetaban con
fuerza. Ella notó que esa parte de él que colgaba entre sus piernas parecía estar
de algún modo más grande que cuando entraron a la Cella.
—Pero...
— ¿Hverr...?
323
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¡Ekki!
—Paullia.
324
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
con miembros del clan que acababan de capturarlo y atarlo en la cueva. Por fin,
dijo:
—Elic.
No respondió.
— ¿Dusios?—preguntó ella.
—Álfr ok dusios.
—Oreja.
—Así es.
—Eyra.
325
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Uuh, Adiega, mira qué guapo es sin todo ese cabello desagradable
—comentó Paullia, retrocediendo para observarlo en su totalidad—. Nos hace
desear ser una de esas matronas uxelli con las que engendrará bebés, ¿no es
cierto?
—Yo no —dijo Adiega. Notaba entretenida que Elic miraba hacia atrás
y hacia adelante entre ellas mientras hablaban, aunque no entendiera una
palabra de lo que decían—. El único hombre con el que quiero... ya sabes... hacer
eso, es Bran.
— ¡Entonces hazlo!
—No soy como tú, Paullia. No puedo sentir que hago lo correcto
respecto a eso a menos que esté casada.
—Brjóst —dijo él. Su voz tenía un tono un poco más bajo que el de
antes y esa mirada hambrienta regresaba a sus ojos.
326
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No, creo que eso es lo que significa Ekki: «detente» o «no». Está
haciendo una mueca.
—Hacen eso.
327
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
¿Elic? Por los dioses. Era él. ¿Cómo pudo suceder? ¿Cómo se habría
liberado? Cuando Adiega y Paullia lo habían dejado esa mañana, los tres
germanis aseguraron la barrera de postes de madera en la entrada de la Cella
con bandas de hierro que rodeaban las columnas naturales a ambos lados.
Además, uno de ellos, según dijo Lothar, montaría guardia en todo momento.
—Fue hermoso.
328
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¡No! —gritaba ella, y lo empujaba tan fuerte como podía, pero era
sorprendentemente fuerte para ser un hombre tan delgado—. ¡Aléjate de mí!
329
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 4
330
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
y fue a buscar a sus compañeros. Esperaba acostarse con Paullia y estar a muchas
luegae de allí para cuando el hombre despertara, pero no resultó así.
Vlatucia le gritó algo a los guardias, que con rapidez se retiraron —en
realidad, con tanta rapidez, que uno de ellos dejó el cuchillo que había utilizado
en el suelo, no muy lejos del pie derecho de Elic, entre unas cuantas ramas de
sauce—. Las ramas ayudaban a disimularlo, aunque no lo ocultaban por
completo. Por favor, FrØoya, no dejes que echen una ojeada al suelo.
— ¡Bran! —la mujer hizo un gesto con la cabeza hacia la cubeta que
llevaba el joven y dijo algo.
—¡Lothar!
Uno de los guardias entró, recogió la pastilla de jabón rota por orden
de Bran y se marchó.
331
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Sí.
332
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—En realidad, yo lo haré; al menos hasta que los vernaes dejen este
lugar. Si introduces los bebés suficientes en los úteros suficientes para ese
momento, dejaré que te quedes aquí.
—No tienes más remedio que mirar a nuestro nuevo amigo —miró
hacia la efigie de mimbre, al igual que Bran.
—Lo hará —dijo él, con una expresión que parecía una mezcla de
vergüenza y repugnancia—. Ya lo ha hecho antes.
—Es el castigo que elijo para los que desafían mi autoridad, puesto
que tiende a tener un efecto sofocante ante la desobediencia de otros —con
una mirada hacia Bran, agregó—: La mayoría de los otros. Y desde ya, es un
castigo particularmente apropiado para alguien como tú. A propósito, también
haré que te quemen si continúas desparramando tu simiente en cada vassa que
333
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
te apetezca. Anoche has escapado de aquí para acostarte con mis sirvientas.
—No con ambas —se defendió—. Solo con una — aunque con gusto
lo hubiera hecho con la otra también, si ella hubiera querido.
—No te lo quitaremos.
—Tenemos diez parejas de alta cuna con esposas dotadas, pero mis
dos hijas están embarazadas, por lo que quedan ocho. Debes transferir el semen
entre cuatro parejas por noche hasta que las esposas conciban.
334
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Realmente crees que voy a permitir que tengas en tus manos una
hoja de afeitar?
Has permitido que tenga una en mi pie, pensó él con una sonrisa.
335
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
336
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
337
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Las esposas tomaron sus turnos con Elic de una en una y de manera
más ordenada que sus maridos —no era que hubiera algo particularmente
civilizado sobre las copulaciones—. Elic era como una bestia en celo, fornicaba a
las mujeres en posiciones que Bran nunca hubiera imaginado y las poseía de
manera salvaje, con ferocidad carnal.
338
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Capítulo 5
La temporada fría
-¿D ónde está Adiega? —le preguntó Bran a Paullia mientras esta volcaba
un saco de manzanas y otro de cebollas en la parte trasera del carro
que se encontraba fuera de la choza de la cocina, junto a una jaula llena de
pollos—. La llevo buscando toda la mañana.
Paullia se sopló las manos y las frotó mientras volvía a zancadas dentro
de la choza.
—No lo sé, pero si la ves, ¿le dices que venga a echarme una mano?
—levantó el gran caldero de hierro del gancho y comenzó a arrastrarlo hacia
fuera. Su respiración era como humo en el aire helado.
Bran cogió el asa y la ayudó a colocarlo dentro del carro junto con
varias posesiones más de Vlatucia que había apartado por ser cruciales para el
largo viaje. Por toda la aldea, las familias empacaban sus pertenencias caseras
para irse a vivir lejos de Vernem: esa mañana habían recibido noticias por parte
de uno de los exploradores de Vlatucia de que una cohorte romana marchaba en
dirección a ellos y llegaría allí para el anochecer. Los únicos aldeanos que no
correteaban con los preparativos frenéticos eran aquellas personas, incluidos los
dos niños dotados y sus madres, que se quedarían con Bran.
Una de las que había previsto quedarse era Briaga, quien pasaba el día
vistiéndose y arreglándose para los ritos de la boda de la que esperaba ser
339
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
partícipe esa misma tarde a pesar de que Bran en realidad nunca le hubiera
pedido que se casara con él. En realidad, apenas le había hablado alguna vez.
Vlatucia se había ocupado de los preparativos con la colaboración de la madre de
Briaga. Por lo que le habían dicho a Bran, Briaga tenía prisa por sus inminentes
nupcias y futura vida en la Vernem ocupada por los romanos. Por un lado, sería
una esclava casada con un inválido que tendría que mantener su posición de
liderazgo en secreto. Por el otro, viviría en proximidad a los romanos, a quienes
veía como un dechado de sofisticación. Sin duda, la reconocerían como un ser
semejante y la tratarían como a una mujer libre.
—Le pregunté a toda la aldea por Adiega —dijo Bran—. Pero nadie
la ha visto.
Por el rabillo del ojo, vio que Paullia se movió al otro lado del carro,
donde podía escuchar a hurtadillas con discreción.
340
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
otra persona.
—Por supuesto.
—Mucho mejor. Los dioses sonríen con los sacrificios de las vírgenes.
Bran había sentido frío toda la mañana, pero ahora sentía como si
cada nervio de su cuerpo crujiera con escarchas. Negaba con la cabeza con temor
e incredulidad.
341
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
— ¿Quemar?
Fue entonces cuando Bran vio que Paullia le echaba una mirada de
orgullo y respeto —subrayada con miedo— cuando comprendió la manera tan
valiente con la que le había hablado a esa mujer que lo había tenido dominado
con tanta firmeza diecinueve años.
342
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No puedo permitir que la visites sin compañía. Alguien tendrá que ir
contigo, ya sea yo o alguien en quien pueda confiar para evitar que se te ocurra
alguna idea ingeniosa.
—Otra única cosa, abuelo —dijo Bran mientras el anciano elegía una
llave y luchaba con la tarea de encajarla dentro de la cerradura—. Otro favor, uno
343
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
grande. Después de que me cases con Adiega, quisiera que lleves esas llaves a la
Cella, liberes a Elic de la cadena de su cuello y lo traigas aquí. Luego, vete y no le
digas a nadie lo que has hecho.
344
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Queremos que... hagas por nosotros lo que haces por los demás, los
esposos y las esposas uxelli.
—Sí —miró a Elic por primera vez y dijo—: Pero sé que Vlatucia
amenazó con quemarte hasta tu muerte si tú... tienes relaciones con otras
personas que no sean las que ella ha elegido para ti.
Dijo algo más después pero, aunque Elic pudo oír sus palabras en
gallitunga, no pudo comprenderlas.
345
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Bran miraba a Elina deslizarse sobre la manta junto a él. Luego, tomó
el rostro de Adiega en sus manos y la besó otra vez; esta vez en la boca, de
manera persistente y con profunda pasión. Le acariciaba los pechos por encima
del vestido. La acercó hacia él y se frotó contra ella.
Para sorpresa de Elina, Adiega corrió la capa para mirar mientras Elina
descendía sobre la erección tensa de Bran. Elina desabrochó la capa y la arrojó a
un lado, después de lo cual Bran le dijo algo a Adiega y tiró con impaciencia de
su vestido. La joven dudó y luego se quitó la prenda por la cabeza. Quedó
346
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
desnuda como Elina. Era blanca y esbelta, con unos dulces pechos pequeños y
elevados. Bran la miraba de la manera en que todas las mujeres sueñan con que
las miren, con respeto y deseo.
Bran gimió sin poder hacer nada. Arqueó la espalda y tensó los brazos
alrededor de Adiega. Elina sentía los estallidos calientes de su simiente mientras
explotaba su propio placer. Una oleada tras otra mientras los espasmos llevaban
la simiente de Bran más y más profundo dentro de su cuerpo.
Elic se envolvió una vez más en la capa verde y sintió el mismo alivio
que sentía siempre al volver a su forma masculina. En el bajo vientre, percibía la
presencia del semen de Bran. La presión lo hacía sentirse listo y excitado. Se
incorporó y vio a Bran y a Adiega, ahora completamente desnudos, acostados
sobre la manta con los brazos y las piernas entrecruzados mientras susurraban y
se besaban.
Elic se estiró entre las piernas de Adiega por detrás y llevó un dedo
dentro de ella hasta encontrar su barrera virginal, que era flexible pero estaba
casi intacta; no era de sorprenderse ya que era muy joven. Por fortuna, estaba
lubricada por la excitación; eso ayudaría.
347
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Está bien —dijo Elic, aunque sabía que Bran no podía entenderle—.
Aquí, tócala así —bajó la mano de Bran hasta el sexo de Adiega. Le mostraba
cómo acariciar con suavidad el pequeño nudo de su punto clave. Ella se retorció
ante su tacto y gemía en voz baja mientras Elic resistía el impulso exasperante de
empujar.
348
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Elic.
Bran le sonreía mientras acogía a Adiega en sus brazos. Dijo algo que
no necesitaba traducirse con el Polvillo de Lenguas.
—Allí está —dijo Bran poco antes del mediodía mientras él y Adiega
caminaban de la mano por la aldea junto a Elic, Artaros y Frontu que los seguía
detrás. A su alrededor, la gente dejaba de empacar y se disponía a mirar. Él oía
rumores sobre sí mismo y Adiega, murmullos sobre Elic...
— ¿Cómo?
Ella levantó la mano; como perros bien entrenados, los tres germanis
dejaron de avanzar.
—Imposible.
349
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No tenemos ningún jefe oficial —le recordó ella—. No hay nadie
calificado, por lo que yo...
— ¡Es mío! —gritó ella mientras sujetaba con fuerza el torka con
ambas manos. Su rostro se sonrojó de un color carmesí—. Tú, impertinente —le
dijo a Bran—. Pensar que mereces usar esto. Eres un niño, un inválido. Ni siquiera
puedes ponértelo con una mano. Necesitas dos para quitármelo.
350
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Frontu —Artaros, que sabía que el torka ahora estaría frío para
tocarlo, lo señaló. El lobo corrió hacia este de manera obediente, lo levantó con la
boca y se lo devolvió a su amo.
Artaros se esforzó por extender la abertura del torka con sus viejas y
débiles manos, pero finalmente se rindió y se lo pasó a Elic, quien dobló el oro
blando con facilidad y lo cerró alrededor del cuello de Bran.
351
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
352
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
El amanecer del
—Se disculpa por ser tan tonto —un oído extraordinario era uno de
los tantos dones, sensoriales y extrasensoriales, con los que Morel había sido
agraciado al nacer y a los que se refería en conjunto como «el Don». Cogió una
caja de Sóbranie rusos negros del bolsillo de la bata y la abrió de golpe.
—Debería dejar esas cosas, mon seigneur... ahora, mientras aún pueda
hacer algo por usted.
353
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
relaciones, era Gracias por llamarme amigo. Conocidos de Archer —en especial
los norteamericanos, que rara vez entendían esas cosas— a veces le preguntaban
si no encontraba degradante dirigirse a un hombre veintisiete años más joven
como «mon seigneur». El explicaba que era similar a su experiencia como
teniente de aviación en las fuerzas aéreas británicas, en la que se espera
demostrar deferencia ante un hombre de rango superior, sin tener en cuenta la
edad o los sentimientos personales. Por supuesto, en realidad era un poco más
complejo que eso. Una mirada al torque dorado y al bastón de roble nudoso
encerrado en una vitrina en la pared opuesta al escritorio de le seigneur era
suficiente para recordar que Adrien Morel no era tanto de un rango superior sino
superior en... todo. Podría ser joven, y un mortal humano al igual que Archer,
pero había magia antigua que fluía en sus venas, y si eso no era digno de
pleitesía, ¿qué lo era?
354
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Bueno, sí, eso creo. Seguro. Por supuesto. Quiero decir, en ese
sueño hice cosas que nunca hubiera... —apartó la mirada—. Cosas que no me
imaginaría si fuera...
355
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Ella sonrió y asintió con la cabeza. Larsson suspiró con alivio y deslizó
el diamante por el dedo, y la abrazó para darle un beso prolongado.
— ¡Qué emocionante!
— ¿Solo?
356
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
357
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—No tiene que estar solo, mon seigneur —dijo Archer con sutileza—.
No tiene que morir sin tener hijos.
—No debo morir sin tener hijos, como bien sabes. Necesito un
heredero. La Grotte Cachée lo necesita. Los follets lo necesitan. Debes redoblar
tus esfuerzos, Archer. Encuentra a alguien.
—Hay mujeres druidas por todo el mundo... cientos, tal vez miles.
358
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
—Podría haber una manera para que pudiera casarse con una mujer
común —dijo Archer—. Solo alguien que conozca y de quien se enamore, no una
druida, y aun así engendrar descendencia con el Don —Morel era un tipo guapo,
con ojos conmovedores y cabello rebelde color castaño. Archer había visto la
manera en que las mujeres lo miraban en aquellas extrañas ocasiones en las que
se mezclaba con los visitantes. Si solo se abriera a esa posibilidad, podría elegir
mujeres atractivas.
359
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
diecinueve años cuando su esposa de buena posición social decretó que podía
permanecer en Londres como su marido o bien intervenir como administrateur
del recientemente huérfano Adrien Morel. No había manera de que lo siguiera a
algún «triste viejo montón de lava» en la región más aislada y campestre de
Francia. Hubiera luchado por la custodia de Isabel, pero las pocas visitas de la
niña a Grotte Cachée durante la separación la habían «asustado realmente» y
había jurado que nunca más volvería a poner un pie en el «Cháteau de los
engendros».
— ¿Cuando follemos?
360
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Solía llevarme sobre sus hombros cuando era pequeño. No podría compartir más
mi cama con él que con... bueno, cualquier viejo amigo, sin importar lo femenino
que se vea. Sabría que en realidad es él.
— ¿Está seguro?
—Tenía diecisiete años, fue justo antes de que llegaras aquí. Estaba
desnuda, por supuesto, y susurraba uno de sus mashmashus, el que se suponía
que impediría que me moviera mientras ella... hacía eso para lo que había nacido.
Pero... no funcionó. Me sentí un poco débil, pero aún podía moverme. Le dije:
«Lili, ¿qué demonios haces?». Ella dijo que quería darme algo para «levantar el
velo de tristeza de esos ojos hermosos», porque, por supuesto, acababa de
perder a mis padres y a tu padre, que había sido como un tío para mí. Por eso,
Lili era como una tía. Se sentía... no lo sé. Algo incestuoso.
Archer echó una mirada al otro lado del patio, hacia la ventana de la
torre nordeste, pero Elic y Lili ya no estaban allí. Archer se imaginaba a la maga
babilónica en su mente y con ironía dijo:
361
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
362
La casa de los placeres ocultos Louisa Burton
Acerca de la autora
363