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¿EXISTE UNA CONCIENCIA AMBIENTAL EN EL PERÚ?

Cuando se instituyó el Día Mundial del Medio Ambiente, en 1972, uno de sus
propósitos fue motivar y sensibilizar a la opinión pública global respecto de la situación
que atravesaban las condiciones ambientales del planeta, sea comprometiendo a la
acción política o concitando la atención de estados y sociedades.

En el Perú no se dispone aún de investigaciones empíricamente sustentadas sobre la


conciencia ambiental que nos puedan proporcionar tantas certezas cuanto
correlaciones entre variables ambientales, sociales, educativas o económicas. Esta
ausencia no nos permite, por ejemplo, establecer hipótesis y causalidades tal como lo
hizo el investigador estadounidense Riley Dunlap, quien orientó sus investigaciones a
precisar las características del ambientalismo como fenómeno social y cultural en los
Estados Unidos, impulsando así el desarrollo de lo que se llamó la sociología
ambiental.

¿Qué sabemos entonces? ¿Qué se puede aseverar académicamente respecto de la


conciencia ambiental en el Perú? En términos generales, se podría sostener que no
existe en el país una opinión pública conductualmente comprometida con las causas
ambientales. Las movilizaciones acaecidas al calor del avance de las industrias
extractivas no son movimientos con agendas ambientalistas; son más que nada
respuestas en proceso de articulación ante lo que se consideran agresiones y
amenazas a los recursos naturales y medios de vida de las poblaciones que se sienten
afectadas. Que en esos conflictos se vayan adoptando algunos compromisos o que la
idea del objeto ambiente se consolide como un valor, como algo positivo y deseable,
incluso políticamente correcto, eso no confiere a dichos movimientos un carácter
ambientalista que valide la hipótesis de que está en formación una vigorosa conciencia
ambiental.

Sin embargo, se percibe que, en la última década, en el Perú se han difundido ideas,
sucesos, normas, iniciativas empresariales y políticas gubernamentales alrededor del
objeto ambiente. Los diversos actores han internalizado en sus discursos, y algunos
en sus prácticas, las consideraciones ambientales. Ahora, si bien existe un mayor
conocimiento y una aparente buena disposición hacia lo que significa un mayor
cuidado de nuestros paisajes, recursos naturales y ecosistemas, eso no compromete a
acciones decididas y convencidas. La clásica dicotomía entre las palabras y los
hechos, tan conocida entre nosotros por causa de los profesionales de la política.

Uno de los pocos datos disponibles sobre la preocupación ciudadana en torno a los
problemas ambientales proviene de algunas encuestas de opinión pública. Ipsos Perú
incluye en sus preguntas sobre los principales problemas del Perú, desde al menos el
2006, el ítem “Destrucción/Contaminación del medio ambiente”. En los dos primeros
años este problema no recibía ninguna mención de parte de los encuestados. Es
recién desde el 2008 a la fecha que la ciudadanía le confiere cifras relevantes a esta
situación dentro del ranking de problemas nacionales, lo que indicaría un avance
interesante. El debate sobre la creación del Ministerio del Ambiente en 2008, las
recurrentes informaciones sobre los riesgos del cambio climático para el Perú, las
menciones ambientalistas aparecidas al calor de los conflictos minero-energéticos,
podrían haber contribuido a que la gente ahora piense que los impactos humanos en
el ambiente constituyen un problema para el país, aunque a distancia de otros “más
importantes”, como la delincuencia, la corrupción, las deficiencias de la educación
pública o las malas condiciones laborales.

Esta debilidad informativa compromete a la academia, a la universidad, a los


investigadores de las ciencias sociales, a ir más allá de las impresiones y las
imágenes comúnmente aceptadas, a generar conocimiento e información relevantes,
que sustenten las decisiones de política. Pero también significaría que las ciencias
sociales dejan de lado los viejos paradigmas que propendían a excluir el medio físico
en la explicación de los hechos sociales. No sería la primera vez que estas disciplinas
experimentan algún tipo de agitación teórica, metodológica, y ahora diríamos fáctica,
que las lleva a ser más creativas, permeables y productivas.

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