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Fui a Port Lligat porque Dalí estaba muy triste: se había muerto uno de
sus dos cisnes que se deslizaban por la bahía. El romance se había
quebrado. No recuerdo si lo que faltaba era un cisne macho, o si había
que sustituir a la hembra. Le ofrecí el cisne, y fui a llevárselo con los
compañeros de Radio Barcelona. Fue una verdadera fiesta. Vi a Gala y
Dalí felices con aquel cisne que restablecía el equilibrio biológico. Gala
lo tomó entre sus brazos, y lo acarició tiernamente. El pintor, con un
jazmín sobre la oreja, preparó comida para todos. Eran las nupcias de
la nueva pareja. Luego asistimos a la presentación de los
contrayentes, y a sus primeros escarceos en el agua. Me sonaban
versos rubenianos.
LUCHO:
—Y monárquico.
—Iba a decirlo. Iba a decir que ante todas las cosas, usted se
pronuncia desde siempre como monárquico.
—Pero no políticamente.
— ¿Entonces?
—Total.
—Afortunadamente
—Ahora no.
—Exactamente
—Mi padre, que era notario, y tenía cierta afición a las artes, decía
que soy mucho mejor escribiendo que pintando, y seguramente es
verdad. Los pintores, en general, somos muy burros. En cambio,
los escritores son mucho más inteligentes. Sí yo fuera menos
inteligente, indiscutiblemente pintaría mucho mejor.
— ¿Qué le pasó?
— ¿Y ahí ya se acaba?
—Yo tampoco
—Exactamente.
—Paradójico.
—En la TV de Nueva York me preguntaron que si hay una buena
foto de un personaje, y Velázquez la copia fielmente, cuál es la
diferencia. Y yo dije: seis millones de dólares. Porque la foto no
vale nada, y el cuadro se vende en ese precio.
—Pero ¡hombre!
—Ya, va.
— ¿De veras?
—¿Verdad?
—Como siempre en mí, así es. Yo dije que tenían que volver a
ponerlos. Ellos que no. Yo que si. Ellos decían que ya me habían
pagado el cheque, y que no tenían nada que cambiar. Y entonces
se me ocurrió una cosa: entré en los escaparates y a patadas
rompí todos los maniquíes, y entonces cogí la bañera peluda y la
quise volcar para dejar inutilizable el escaparate con el agua que
corría, pero la bañera resbaló, se deslizó, rompió el enorme cristal
y salió a navegar por la Quinta Avenida.
—No, señor.
—Delicioso.
—Exactamente.
—No. Hace cuarenta años que investigo y escribo para ver si se quién SOY, y aún
no lo he logrado. A ver sí usted me ayuda a conseguirlo en este programa.
—En eso andamos. ¿Por que daba usted conferencias con una barra de pan en la
cabeza?
—Sí.
—De ninguno.
—¿Por qué? ¿No les deja usted llegar, o no hay nadie capaz de intentarlo?
—Toda mi pasión está en el amor que tengo por Gala, y no me queda sitio para
más.
—¿Su pintura sigue dentro de la fidelidad a lo clásico? —Cada vez más, y cada vez
más Velázquez.
—¿Y ahora?
—No.
—En el fondo, ¿no habría usted querido ser más Picasso que Dalí?