Está en la página 1de 18

MOLLY

Fernando Andrés Saad


+54 9 2664658489
saadfernando@gmail.com

ESCENA 1

El silencio se confunde con la oscuridad. Un viento impide escuchar lo que


sucede en esa cama en el foro, que lentamente va cobrando algunos
matices, casi a oscuras, donde dos cuerpos se unen entre las sábanas,
las sombras, y el deseo.

Los cuerpos se confunden en esas luces nocturnas, en un viento que antes


arrasaba, y ahora parece seguir su curso. Ana se inclina, el cuerpo de
Pedro apenas cubre parte de lo que llegamos a ver de ellos, apagándose
lentamente, hasta quedar dormido. El viento deja escuchar la noche,
mientras ella avanza, entre la cama y todo eso que la rodea,
sosteniéndose entre la mirada a ese hombre que duerme, y su cuerpo
desandando unos pasos cansinos.

ANA
Vos estabas allí. Ahí diría, también. Alabando quien sabe Dios qué dioses.
Como si fueran reales. Y lo único que hacían esos dioses era dar el miedo
que a veces dan los dioses. Como prolongación humana. Como parte de
lo que no se termina de conectar con lo divino. (Pausa) Estabas allí, y el
roce, el tenernos y tocarnos, el poseernos sin otra dependencia más que
el deseo, sólo era algo que se alejaba. (Pausa) Te pensé tantas veces, en
la noche, en la imagen de la luna en la ventana, y me sentía tan imbécil
y sola. O me dolía el pecho, en un ahogo que apaciguan las pastillas, y en
un ardor en el sexo que no hubo medicación que lo aplaque. No te
necesitaba. Pero tu mano aún podía estar allí. Y ese deseo se volatilizaba
en segundos. (Pausa) Pero volvía y yo sentía que finalmente, y a pesar
de todo lo que me había pasado, estaba sola.

La imagen funde a negro, mientras ella se quita el chal, y avanza a foro.

ESCENA 2- ANASTASIA

En el foro, como si acomodara una casa.

ANA
Para hacer esta obra es necesario el desnudo. Un desnudo. Mi cuerpo
entero, debajo de una tela, un vestido apenas mojado, buscando la
semiótica de todo eso. Y la metáfora, construirla, como si fuera un
fantasma que hay que atrapar. Un vestido mojado, como la metáfora de
algo que deja ver todo. Como la exposición de ese fantasma que a través
del cuerpo de una mujer se descubre. (Pausa) Ana Anderson. La más
famosa pretendiente a ser la gran duquesa. Y el fantasma de Anastasia,
la zarina. La bella hija de Nicolás, el cuerpo. Afirmaron que se había hecho
pasar por muerta, pero allí estaba, su metáfora era Anastasia, en cuerpo.
Escapó, entre los cadáveres hizo las veces se muerta, hasta encontrar el
momento, la puerta, la metáfora para huir del seno familiar, y convertirse
en Ana Anderson, como una metáfora. Destinada a convertirse una de las
que afirmaron ser otras, fingieron ser otras. Fingieron ser la metáfora,
para escapar de la palabra muerte. (Pausa) Pero dicen que no es verdad,
y eso que se dice sólo pasó en las palabras, porque el policía luego la
buscó. Los servicios secretos de la revolución la buscaron en casas y
trenes, en cada palabra y cada papel, buscando la metáfora que no
aparecía. (Pausa) Esa noche la familia fue despertada. Se les pidió que se
vistieran, pero las miradas ensayaron las despedidas en cada botón que
se prendía. Una vez vestidas, a medias, bellas a medias, fueron llevadas
a un sótano, la metáfora otra vez, el descenso hacia las oscuridades, y el
final. Lo ejecutores comandados por Yvrovski, entran a los pocos minutos.
El pueblo los ha condenado. Las ha condenado, debía decir. Las mentes
se agolpan, y Anastasia está lejos, en su mente, mientras el cuerpo cubre
a sus hermanas. El zar se despide sólo balbuceando, qué, qué. Incluso allí
el padre no comprende. Sus hermanas no llegan a hacerse la señal de la
cruz, Anastasia y María se van contra la pared. Y quizás Ana Anderson es
sólo el sueño que ocurre en unos segundos y dura toda una vida. Son las
palabras cobrando vida, por siempre, más allá de los disparos, más allá
de los bayonetazos golpeando su cabeza. Los últimos meses y los
posteriores, los que existieron en el recuerdo y los que se esbozaron en
el deseo, transcurrieron en las risas a pesar del encierro, columpiándonos
sin poder detener la diversión a pesar de la tragedia. Qué bien lo pasamos
a pesar de la alegría. 17 de julio de 1918. (Pausa) Aún en el andén 37 la
vieron huir, y algunos guardaron la emoción, como se guarda la palabra.
Como si gritarlo, o decirlo la hiciera desaparecer. Como si ella estuviera
hecha sólo de palabra, de metáfora, y el cuerpo entre los cuerpos del
sótano, y la sangre, sólo fuera un desliz, una equivocación del destino que
se dio una nueva oportunidad, en Ana Anderson, y en otras mujeres, en
algunas, o en todas.

ESCENA 3 - LA OBRA

Pedro se vuelve hacia la mesa de la cocina, mientras Ana ingresa con el


diario en la mano, dejándolo junto al desayuno. Se sienta en la mesa, y
toma su café, sin atender la voz que lo encierra.

ANA
Todavía se habla de la familia Manson. De Charles Manson. Lo estuve
leyendo ayer en el diario. El tipo aún vive. La familia Manson se hace cada
vez más grande en el mundo. Han cambiado sus métodos, y ahora no
mandan a matar. Ese hombre era como el diablo entonces, y hoy sería un
más de sus tantas formas y nombres. Tu jefe se convirtió al modelo desde
otro lugar. El de lo no permeable, desde no llegan las opiniones. Esas
cabezas tan grandes, pero que no tienen puertas donde dejar entrar nada.
Nada. Sólo salen cosas, y como nadie puede entrar, se tiene miedo a lo
que habita adentro, como si fuera una casa del terror, o algo así. De esas
de pueblo, que asustan tantos por sus efectos, como por sus pobrezas.
(Pausa. Se le acerca en la mesa) ¿Cuál es la voz, o la imagen que vuelve?
Cuál es la idea a la que se vuelve, a pesar de eso. De esos miedos. A eso
que da seguridad, o te devuelve la plenitud, que en algunos es una risa
que estalla de golpe un domingo por la tarde, y en otros es melancolía.
Un Macondo donde no volver. El lugar donde has sido feliz, no debieras
tratar de volver, dice Sabina. Cómo uno puede no estar tentado de volver,
si ha idealizado tanto eso que no se da cuenta del miedo que implica.
Volver, porque eso se idealizó, se pintó de colores, luces y quizás algo
triunfal. (Pausa) Pero cuando una vuelve descubre que el tiempo se ha
llevado nuestros recuerdos, y nos deja desnudos frente a la realidad. Que
es nuestra adultez, que hemos cambiado, y nos hemos hecho adultos, y
las risas no llegan, ni lo otro, ni la esencia de nada. Porque no hay lugar
para eso. Volvemos al lugar y a esas personas de ese lugar, y los
encontramos tan estériles y faltos de magia que nuestros pensamientos
hacen cortocircuito, como si no se pudiera conectar lo viejo con lo nuevo.
Y esa desilusión es el mejor regalo. Porque descubrimos que recuerdo y
memoria nos mantienen vivos, como una forma de defensa, natural, que
nace desde nuestro corazón como la creencia de que hubo un tiempo
mejor, y puede volver a haber otro pronto. Por eso estamos aquí (se
levanta) creyendo que debajo de nosotros hay un macondo que me puede
dar un golpe de realidad, o puede ser mi tiempo mejor.

Le da un beso en la mejilla, mientras él sigue metido en su periódico. Ana


avanza a proscenio, a oscuras.

ESCENA 4 - EL PREMIO

Desde un apagón total se escuchan aplausos. Se enciende la luz en


proscenio, ubicándose sobre un atril. Ana aparece desde un costado,
llevando el premio en sus manos, hasta ubicarlo sobre la superficie de
madera. Se coloca los lentes.

ANA
Gracias. Muchas gracias. Bueno, estoy agradecida. Bueno, estamos acá,
estamos todos aquí. No los conozco, pero se ve que ustedes sí. Se ve que
ciertos acontecimientos verbales disuelven las identidades. Shakespeare
lo hacía. Discépolo. Y Cervantes. Y Pinter, y Becket, claro. La sabiduría
del hombre que establece un reinado, uno de reglas y el miedo hacia ellas.
Pero es apenas un mundo masculino. Y todo lo que ello implica. (Pausa)
Cuando acepté a venir este día, y recibir este premio a la trayectoria, no
fue por un acto de vanidad. La primera obra que hice, cosa que después
fue tan imitada por colegas de éstas y otras latitudes, fue Molly. El Ulises,
tan excelso, tan profundo y bello. Tan complejo que hoy pocos se animan
a bucear en sus páginas plenas de recursos y referencialidad. Molly como
la verdad que se oscurece, como el mundo de los hombres cediendo,
bajando la guardia a la verdad. Hay tanta basura... Hay tanta mierda
alrededor de la cama de Molly... alrededor de su cama. En esa obra, que
tuvo la suerte de recorrer latitudes inimaginables, mi vanidad estaba más
a punto para este premio. Hubiera sido el momento del reconocimiento.
Yo, la del pueblo, la sin apellido, sin educación, llega donde nadie. Eso
merece un premio, un reconocimiento, por ser mejor, por el esfuerzo.
Pero sólo es pura mierda. (Pausa) Me preparé dos años para Molly.
Escribimos la obra por diez meses. Empleamos los mismos recursos
técnicos del Ulises... El mundo masculino disuelto en el aire. En este suelo
y paseando por todo el mundo, cientos de miles de mujeres llorando y
asintiendo, algunas veces negando, o quedando en silencio por no poder
cambiar nada. Pero pasaron diez, quince, veinte años. Y la obra, como mi
vida, se disolvió también en el aire. Y ese cuerpo ya no es mi cuerpo, y
ustedes sólo vienen a ver, a participar de este momento como si fuera
algo importante. (Pausa) El tema es que este premio es mucho. Porque
se vuelve como algo que le dice a una que no todo fue tan mal. Pero, de
nuevo, es pura mierda… O no. (Pausa) Hoy creo que no. Después de
veinte años está aquí mi hija. Es una historia larga, que no voy a socializar
ahora, porque es otra historia que habla mal de mí, y no les voy a dar ese
lujo esta noche. Y a quién le importa lo que diga.... Creo que… Vonnegut,
Kurt Vonnegut sentenció en Madre Noche que las personas no somos tan
simples. Que no somos de un bando o del otro. Vonnegut dice que somos
lo que fingimos ser. Así que debemos tener cuidado con lo que fingimos
ser. (Pausa) Estoy de vuelta. Hace veinte años fingí ser. O ahora finjo ser
y antes era. Solo era. Hace veinte años me fui de la que era mi casa. No
fue como en las películas. Ni me fui por dejar de amar, ni esas cosas que
salen en las revistas. Creo que me fui porque sentí que era, o me estaba
volviendo, Molly Bloom. Y no quise serlo. Allí estaba el duelo, y estaba el
dolor. Supongo que lo percibí, o me di cuenta, una noche que mi marido
dormía. Yo estaba allí. Y la respiración de mi marido se agitaba. Se
agitaba, y cada vez que emitía un ruido, como ronco, me sobresaltaba,
sentía que estaba presa allí. Presa en esa cama y esa casa. También sentí
que mi marido estaba igual, preso. Pero yo opté por cortar mi soga. Y
después de esa noche hubo charlas, unas y otras. Empezaron tibias, como
habla el miedo cuando habla, y luego vinieron verdades teñidas de
insultos, y luego los reproches de lo que fue y es, y dividimos las culpas
y pudimos hacer oídos sordos. Y allí se hizo el silencio. (Pausa) Hoy he
vuelto, y lo que ha pasado entre medio, en este paréntesis de veinte años
es algo que mi hija…, en medio de mis lágrimas y repeticiones de perdón,
algunas que siento y otras impulsadas por el oficio maternal que decidí
descuidar. Y le hablaré de tantas cosas, lo inconcluso y de los sueños,
para decirle que no significa nada. Que los sueños no son nada. Sólo el
deseo de vanidad, ejecutándose tibio y caliente. Y decirle que soy la reina
y la vulgar. La que coge y la que ama acostada bajo su hombre. La que
denunció, y fue denunciada, la puta y la de su casa. Le hablaré de los
dolores del compromiso, y lo que cuesta todo en la vida, y aun así no se
consigue nada, ni una se lleva nada. Y una sólo le sirve a la vida misma,
a veces al amor, a veces al hecho apagar los fuegos más ocultos que si
una no los consume, la consumen a una. (Pausa) Le confesaré que soy
la que la amaba, sin entender que es eso cuando soy la misma que la
abandonó, a ella y a un hombre enamorado quizás a su modo, pero que
encubría o ensuciaba ese amor adorando quién sabe Dios qué dioses.
(Pausa) Gracias por venir...

Apagón.

ESCENA 5- EL FINAL DE LA DESPEDIDA

La transformación de Ana es intensa y marcada. Ha estado llorando toda


la discusión, que encontramos en su tramo final, y sin vuelta atrás. La
acción transcurre después de la escena anterior, en la misma cocina de la
casa. Pedro está de pie, frente a ella.

ANA
No había caído en la cuenta de que esperaba un milagro... Esperaba que
me dijeras algo, que me miraras a los ojos y entendieras algo. Una cosa
que no se ve. Que sólo se puede sentir desde el silencio de dos almas que
ha permanecido una al lado de la otra tantas noches como para conocer
el ciclo de las mismas, y saber qué las enciende por la noche y las ofusca
en la mañana antes de partir a la vida obligada. Noche tras noche en el
alcohol que se había impregnado en tu pelo, en tus cabellos si lo dijera
bonito. Pero sería hacer bonito un gesto, una despedida impensada.

PEDRO
¿Qué esperabas?

Silencio.

PEDRO
¿Mi voz quebrándose en la amargura, en el deseo de las películas, ese
abarrotado, de los dos corriendo a besarnos, a apretarnos, y luego la
cama y luego el reencuentro?

Silencio.

PEDRO
¿Que me moría esperando durante veinte años por volver a verte y
sentirte?

ANA
Sí. Eso.

PEDRO
Como si no hubiera nada más en mi vida que los huecos que me dejó tu
ausencia, tu ida. Como si estos no fueran evidentes, y las marcas de esa
ausencia no estuvieran impregnadas en las el rostro, y los trazos blancos
del pelo, del cabello.

ANA
Esperaba un sí, una prueba, o algo como eso. Esperaba que abandonaras
todo, como en una película, o como la película que vivimos. Como el
comienzo de nuestros besos y nuestro odio, pero sin las partes oscuras.

Se le acerca, lagrimeando.

ANA
Hablemos. Tenemos toda la noche.

PEDRO
Es tarde ya. Cuando termine la noche llega una mañana de trabajo
temprano.

ANA
Podemos hacer eterna esta noche. Que no llegue nunca la mañana de
trabajo temprano.

PEDRO
No cuando te estabas yendo. Ya está la parte que buscabas. Tu hija te va
a acompañar, bajo la amenaza de que el mínimo dolor, o la primera
lágrima en sus ojos serán las últimas que veas.

ANA
(Siguiendo) Podemos agitar el deseo, y decirnos alguna verdad, y las
marcas del cuerpo serán testigos de nuestra nueva verdad, sin tapujos ni
temores.

PEDRO
Después de tantas marcas un cuerpo no quiere verdades, y sólo añora el
descanso y calma ganados. Demasiados vientos corrieron por entre estas
paredes, y te llevaron lejos, y allí es donde perteneces ahora.

ANA
Esto no es eso.
PEDRO
¿Qué no es?

ANA
Una súplica. No vine a pedir disculpas. Vine a buscarte. No necesito.
Quiero. No necesito tu piedad, ni tu compasión, o siquiera tu amor. Mi
cuerpo seguirá andando cuando no estés a mi lado, porque así lo ha hecho
desde que fue concebido. Pero quiero...

PEDRO
¿Querés?

ANA
Quiero y pido. No tu amor. Eso no puedo pedirlo. Porque surgirá como
una mentira. Quiero y pido, que dejes de adorar quién sabe Dios qué
dioses, y te mires.

PEDRO
Volvemos a eso. A mirar desde arriba mis errores. Ya quiero que termines
de terminar y te vayas. Esta despedida se ha vuelto aburrida.

ANA
(Siguiendo)
Adorando quién sabe Dios qué dioses y te veas. Que te aceptes en tus
dolores, y bajes las guardias. Que alejes los miedos a tener y no tener, a
sentir o abrir el corazón, y sufrir el riesgo de desangrarte en el intento. Y
que dentro de todo ese movimiento alces la vista y apures el aire, y dejes
que entre allí, en un hombre que fue y es. Uno que se define en el amor,
y no en el temor que inicia una jornada con las órdenes del verdugo.

PEDRO
No quiero escuchar más esta noche.
ANA
(Llorando)
Que los miedos y los vientos de la mañana no quiten la lucidez que nos
regala la noche.

Ana pasa junto a él. Lo besa con dolor en la mejilla. Y se apoya en su


pecho, maquinal. Apagón.

ESCENA 6: LA OBRA, SEGUNDA PARTE

El cuerpo de Ana se acelera, como si su cuerpo fuera subiendo una


montaña, y poco a poco fuera llegando a una cima imaginaria.

ANA
Ahora la obra comienza. Anastasia es el personaje central. Ubicada en el
proscenio. Está allí. (Pausa) Está allí, o dice o miente que dice que está
allí. O se sienta y dice. (Pausa) Imaginamos el amor como esa mujer que
se escapa. O se nos escapa. La que sueña, o sueña que sueña en sus
últimos segundos de respiración. Y está allí, desnuda o vestida, pero está
allí, transitando allí, lejos, los años y el siglo, en sábanas sucias y vapores
confusos. En labios que se deshacen en promesas y promesas deshechas
en el silencio mismo. La lucha diaria de Anastasia en el sueño. El poder
continuar en ese pedazo de limbo que la aleja de la muerte inevitable.
Sino la escena se repite una y mil veces, en silencio, los oficiales llegando,
llenando el sótano de plomo y muerte, y revolución para otros. Llenando
el sueño con polvo, con la tierra, apagando sus últimas sonrisas, y el
suspiro quedo, dormido, que no alcanza a ser aire nuevo, ni ser parte del
aire que la revolución estira con una bandera hecha de jirones. (Pausa) Y
pienso, y lo escribo, aquí y allá, corriendo en el tiempo, y buscando en los
resquicios de mi propio silencio y mi propio dolor, para darles nueva luz.
Pienso que es como en el libro de Molly Bloom. Avanzar en el Ulises como
lo hizo Joyce con la Odisea. Pero aquí no había el mundo de un hombre
en un día, sino el sueño de la mujer en la noche oscura. Encontrar la
Penélope que decide no desesperar por barcos nuevos o promesas. Por
esperas. Es la mujer que se condice con su verdad, y no con el destino
marcado por otros. Es soñar con el sueño de Anastasia, pero hecho
realidad, en su escape antes, antes de la madrugada, de la llegada de los
soldados, antes del sótano, y el fin. (Pausa) Anastasia. Soy la mujer y me
levanto. Anastasia. Estoy en el parque, y el palacio es sólo mi casa, donde
mis hermanas llegan corriendo, y donde la sonrisa de mi padre nos
ilumina, y su cercanía, y todo... Y ellas vienen corriendo, y el frío no
importa, porque los vestidos no dejan pasar el suspiro del hielo alrededor.
Las gasas son una misma tela dividida en cuatro almas, y la risa nos lleva
al columpio, y donde nos empujamos unas a otras, hasta el cielo. El aire
llena nuestros pulmones, y devuelve carcajadas indomables, y el viento
helado no impide la tarde, y el jardín guarda nuestras confesiones con
recelo, nuestros amores, y los besos nunca antes revelados. Como si esa
tarde fuera la única. La última. Y el oscuro telón de estrellas no apareciera
en la noche. (Pausa) El sueño de Anastasia, mi sueño, se desliza en la
posibilidad de una vida, y otras, fuera del destino de los otros, otra en la
que corro lejos, invisible, entre todos sin ser nadie, entre medio de
maletas hechas y el vapor del tren cubriendo los andenes. Subiendo los
escalones, a ese nuevo destino, lejos de Rusia, y de Europa, y del mundo.
Dejando una carta de amor en la chimenea, a ese amor que no será, y
quizás perezca en el frente de batalla para mostrar patria y valor en el
mismo gesto y sangre. Y el vapor, y los rieles dejados atrás me llevan a
otro mundo, y casi puedo verme sonriendo, por siempre... Y amando, y
siendo mi propia versión de Anastasia. No más Penélope, ni Molly Bloom,
ni siquiera yo. No más Anastasia. Soy esa otra, la nueva, donde no busco
Ulises ni héroes, ni es hija ni muerta... Sólo un ser que va donde sus
labios suspiran con pasión, y las piernas corren sin escapar. Donde los
ojos se abren cada mañana sin temor, y el cuerpo se espabila en el deseo
y la verdad. Como si la vida fuera el sueño de una y de todas, y el sol
amanece igual donde sea que despierte. (Pausa larga). Pero sigo
pensando en esa otra. Ya no soy Anastasia, ni Anne, ni Molly. Ya no soy
nadie, parece. Y el sueño termina. No son los disparos, ni las bayonetas,
ni la muerte de un hijo, ni el deseo apagado, ni la mentira, ni los temores
apabullados con violencia. Es la vida la que me desnuda, y el vestido se
viste de una luz dura de la mañana, y el viento helado transpira mi vestido
húmedo. Y mi sexo se apaga. Porque el sueño termina, para todos. No
porque la mujer o el hombre... No más tumbas de adanes o evas. El sueño
termina porque el mundo no está dormido, sino agonizando. Y el sueño
termina porque cada mañana esta mujer que antes caminaba entre risas,
ya se cansó de soñar, y decide acompañar el último suspiro de un mundo
muriendo entre monedas y sangre.

ESCENA 7: EL COMIENZO DE LA DISCUSIÓN

Ana se dirige hacia el foro. Se enciende la luz de la cocina. Ella golpea la


puerta y espera. Del otro lado de la puerta, Pedro ordena una fila de
papeles, y más papeles desperdigados por el escritorio. Ana vuelve a
golpear. Él parece presentirlo.

PEDRO
Es tarde. (Ana vuelve a golpear). Estoy ordenando los papeles. (Ana
espera, y vuelve a golpear la puerta, delicada. Pero Pedro se enoja). Estoy
ordenando los papeles.

ANA
El orden te sienta mal, Pedro.

PEDRO
(Apenas perturbado) Esa voz... Ya no quiero escucharla.

ANA
¿Ni de nuevo? ¿Ni en cuerpo y alma?

PEDRO
Ni en sonido, presencia, ni nada. Es un sonido que el viento ha llevado
lejos.

ANA
Que lo que el viento ha llevado, mis pies han traído a tu puerta. (Se acerca
a la puerta, nuevamente).
PEDRO
(Volviendo a la mesa) Los papeles, se los puede llevar este viento, y todo
lo que dicen, lo que me dijeron, lo que ordenaron en cada página con letra
clara.

ANA
¿Dicen algo de mí esos papeles?

PEDRO
Todo lo que mis papeles decían de vos se quemó en una sola noche. Fui
dejando que el viento que aún entraba los llevara lejos, hasta no verlos
cuando llegó la noche.

ANA
Quiero volver a ver esos ojos que me vieron como soy, o correr el riesgo
de la locura, aquí mismo en tu puerta.

PEDRO
La espera y el viento también arrojan la locura a un infinito. Uno quizás
negro, donde la mirada no alcanza y la respiración se vuelve impura.

ANA
(Golpeando la puerta con furia, una vez) Dejame. Dejame... Dejame que
toque esos papeles, los que me dejaron fuera aun estando dentro, los que
dicen lo que ordenan quien sabe Dios qué dioses terrenales. Pero sea
como sea... sus palabras te alejan de mis sentidos, y cada papel es un
escalón que te lleva a un lugar sordo. Donde no podría tocarte los labios,
y escucharte decir por tu boca... Y que los papeles se vuelvan cenizas
entonces, y no quede nada entre nosotros.

PEDRO
Quedaría el tiempo, de ser así. Y el dolor que con tantas cenizas esa noche
se fue volviendo negro, y no hay viento que lo arrastre entre los muros.
ANA
(Como una revelación) Lo puedo ver... Lo puedo ver desde la puerta,
como si esto fuera sólo una ilusión. Y lo veo, está como si fuera otro, y
todo el fuego ya se hubiera consumido en tantas noches.

PEDRO
La puerta no separa más de lo que ya se apartó hace tantos años.

ANA
Ya pasaron veinte años.

PEDRO
(Siguiendo) Y la puerta separa entonces algo que ya no alcanzo a
entender.

ANA
Vine para hablarte toda la noche.

PEDRO
La puerta separa el día y la noche, y los papeles ahora ocupan todo el
deseo, y debo volver a ellos antes que te vuelvas a escapar, y el viento
traiga las viejas cenizas...

ANA
No vine para escapar. Vine a encontrar. La noche es testigo del dolor que
cargo. Y que traigo conmigo tanto viento, y tanto viento... Y tanto
viento... Podría estallar tu puerta con sólo respirar...

Ambos se apoyan en la puerta, ya cansados.

PEDRO
Me intrigan las causas.
ANA
Me intrigan tus ojos...

PEDRO
(Continuando) Si la vuelta es de despedida, si es la cercanía de la muerte,
las inclemencias del cuerpo, o el deslumbramiento por profecías
imperfectas.

ANA
Lo que quería fue lo que pasó. En mi cuerpo y en mis deseos.

PEDRO
Abrir esta puerta, como lo ha hecho nuestra hija, sería aceptar finalmente
el perdón.

ANA
El regreso no es la culpa. Ni el perdón, ni el miedo, ni la enfermedad, ni
la muerte. El regreso no es una promesa incumplida ni el miedo o la culpa
penetrando el cuerpo. El regreso es algo que surgió, y surgió, tantas
veces. Y permaneció tanto en el cuerpo que no hay miedo o culpa que se
comparen a ese deseo.

PEDRO
(Suspirando) Ya es tarde. Debo seguir...

ANA
Dejame verte a los ojos, una vez más, es todo lo que pido.

PEDRO
Ya es tarde.

ANA
(Siguiendo) Una vez más...
PEDRO
(Cansado) La puerta no tiene llave.

ANA
(Súbitamente feliz) ¿Y si me inclino sobre ella, y dejo entrar el viento de
la noche que aún no termina?

PEDRO
El viento tropezará con un hombre doblegado por los miedos, por tantas
cenas silenciosas, y el cuerpo cubierto por los vestigios del tiempo.

ANA
El viento quizás encuentre el hombre del que me enamoré, y que los
papeles alejaron tanto. Y se volvió el hombre del ceño fruncido por las
ilusiones truncadas.

PEDRO
Creo que nunca ese hombre fue otra cosa.

ANA
Ese hombre me abrazaba de noche, y amaba mis besos. Y sus ojos, los
ojos que ansío ver, se deslumbraban cuando les hablaba desde las tablas.

PEDRO
El viento se ha llevado esos días.

ANA
El peso de un buen hombre permanece en su lugar a pesar del viento.

PEDRO
He sabido cerrar las puertas para evitar que todo lo que soy siga
escapando como si de cenizas se tratara.
ANA
Quiero entrar.

Ana se estira, lentamente, abriendo la puerta de a poco. Pedro ha


quedado sentado junto a la puerta, de espaldas a la misma. Ana abre. Se
acerca a él sentada. Quiere tocarlo. Él se vuelve y la descubre. Es un
instante, en que los ojos se contemplan una vez más, buscando
reconocerse. Pero todo acaba con el miedo, y Pedro se levanta. Se dirige
hacia los papeles, buscando un nuevo orden.

ANA
Ya entiendo (se le acerca). Quiero un abrazo. Aunque sea el último, y
ahora comience nuestra despedida.

Pedro sigue con los papeles, mecánico, aunque perturbado. Ella se acerca
y lo toma por detrás, casi obligándolo a dejar lo que toman sus manos.
Pedro apenas se deja, como si no pudiera hacer otra cosa que rechazar.
Ella finalmente lo abraza por detrás, como buscando descansar sobre él.
El viento golpea la puerta y azota la escena, fundiéndose en un apagón
total de las luces.

ESCENA FINAL

El viento apaga lentamente su intensidad. Se descubre el cuerpo de Ana,


habiendo transitado un largo camino. Deja caer al costado un tocado de
novia, con flores apagadas. El cuerpo está cansado, pero comienza a
andar, lento, hacia el proscenio. Ya ha quedado todo atrás, el viento sigue
moviendo sus cabellos y jugando con las prendas que la cubren. Los ojos
han dejado correr el maquillaje, pero lentamente ese caminar la anima,
la enciende. El deseo está vivo, y su rostro se ilumina frente al público.
No es felicidad, no es una alegría súbita la que llega. La inunda la enorme
sospecha de haber caminado entre el deseo y la soledad con libertad, y
la vida la vuelve a encender en cada paso, y que finalmente un sueño de
otras, de muchas, se volvió realidad en su rostro descubierto ante el
público.

La iluminación se va atenuando en la despedida, hasta dejarla el escenario


en la oscuridad total, mientras el viento arrasa todo lo que no pudo ser.

También podría gustarte