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Dios nos espera en la tierra del hombre:

“Ha sido inmolada la víctima pascual: Cristo Jesús”.


En ese Hijo, que lo es de Dios y de mujer, Dios se nos ha manifestado como amor
desmedido, amor tan humano como nuestra propia carne, amor tan nuestro como nuestra
propia debilidad.
Es Pascua: Es la consumación del misterio de la entrega de Dios a la humanidad, de la
entrada de la humanidad en la vida de Dios.
Es Pascua: Cristo ha resucitado; resucitemos con él.
Éste es el corazón de nuestra fe: Que Dios nos dio a su Hijo Unigénito, y que este Hijo
nos habló y nos curó y nos amó hasta el extremo, hasta morir y resucitar por nosotros para
que vivamos con él, hasta entregarse por nosotros para darnos su espíritu, para hacer de
nosotros hijos de Dios.
Confesamos que en darnos a su Unigénito, Dios Padre nos ha dado la medida sin
medida de su amor, que no tiene ya otro modo de decirnos que nos ama, no tiene ya otro
modo de decirnos que somos su alegría, no tiene ya otro modo de decirnos nada más. En
darnos a su Unigénito, Dios Padre nos ha revelado su predilección por los pequeños, su
debilidad por los enfermos, su pasión por nosotros pecadores.
Confesamos al mismo tiempo nuestros pecados, pues todavía no hemos empezado a
creer lo que Dios nos ha revelado de sí mismo y de nosotros en la Pascua de su Hijo.
Confesamos que al hombre a quien Dios ama, al hombre por quien Jesucristo el Señor
entregó su vida, al hombre en quien Dios ha puesto su Espíritu, al hombre a quien el Padre
divinizó en Cristo Jesús, lo despreciamos, lo humillamos, lo perseguimos, lo maltratamos, lo
ultrajamos, lo explotamos, lo esclavizamos, lo asesinamos.
Con razón y con indignación identificamos y señalamos al terrorista que sacrifica hijos
de Dios en el altar de una ideología con pretensiones de valor universal. Con razón y con
indignación identificamos y señalamos al poderoso que, imitando deidades monstruosas,
decide sobre la vida y la muerte de innumerables inocentes. Pero puede que utilicemos esas
figuras sanguinarias para olvidarnos de nosotros mismos, puede que ocultemos detrás de su
crueldad manifiesta la vergüenza de nuestros pecados contra el hombre y contra Dios.
El hecho es que adoramos ídolos que ocupan en nuestras vidas el lugar sagrado que
Dios ha querido que estuviese reservado para el hermano, para el pobre, para el otro.
Ofendemos gravemente a Dios –negamos a Cristo muerto y resucitado- quienes
usamos el nombre de Cristo para discriminar en las fronteras refugiado de refugiado, africano
y ucraniano, negro y blando, musulmán y cristiano, como si Cristo hubiese muerto y resucitado
para que en el mundo hubiese hombres y mujeres privilegiados, y no para enviar hombres y
mujeres ungidos para evangelizar a los pobres.
Ofendemos gravemente a Dios –negamos a Cristo muerto y resucitado- quienes
sacrificamos a los hijos de Dios sobre la mesa del poder político, del prestigio social, del
beneficio económico; lo ofendemos gravemente quienes dejamos de servir al hombre para
servir al dinero.
Es Pascua. Es la revelación plena del compromiso de Dios con el hombre.
Es pascua. Es hora de que hagamos nuestra la lucha de Dios por el hombre, de que nos
pongamos con Dios en busca del hombre, de que salgamos con Cristo al encuentro del
hombre.
Dios nos espera en la tierra del hombre.
Feliz Pascua.

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