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UN RÍO INVISIBLE

Ensayos sobre política, conflictos, memoria


y movilización indígena en el Perú y los Andes
UN RÍO INVISIBLE
Ensayos sobre política, conflictos, memoria
y movilización indígena en el Perú y los Andes

Ramón Pajuelo Teves


El presente volumen corresponde a la Serie Editorial:

LIMBOS TERRESTRES (Ciencias Sociales), N° 1.

Pajuelo Teves, Ramón

Un río invisible. Ensayos sobre política, conflictos, memoria y movilización


indígena en el Perú y los Andes. Lima: Ríos Profundos Editores, 2016.

1era ed. / 468 pp. / 23 x 15.5 cm. / Serie Editorial: Limbos Terrestres
(Ciencias Sociales), N° 1.

© Ríos Profundos Editores / Ramón Pajuelo Teves


Jr. Sáenz Peña 525, dpto. 1803, Magdalena del Mar, Lima, Perú.
riosprofundos.editores@gmail.com
www.facebook.com/riosprofundos.editores

ISBN: 978-612-46761-2-3
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú, N° 2016-07811
Registro del Proyecto Editorial en la Biblioteca Nacional del Perú:
11501201600621

Coordinación editorial: Ríos Profundos Editores


Diseño de carátula: Carolina Carrillo Román
Diagramación de interiores: Rosario Cristina Rojas

Fotografía de carátula: Movilización de comuneros de Macchamarca, Umachiri,


Puno, 2002. Diario La República, Edición Regional Cusco.

Primera edición, agosto de 2016

Impresión: Editorial Súper Gráfica E.I.R.L.


Av. Naciones Unidas 1830, Lima, Perú.

Impreso en el Perú
Tiraje: 1,000 ejemplares

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier
medio, sin la autorización expresa del autor o del sello editorial.
En el cauce vacío

En verano,
según ley de aguas, el río Vichanzao no viene a los cañaverales.
Los parceleros lo detienen arriba
y lo conducen al panllevar.
Aquí en el cauce queda fluyendo una brisa, un río
invisible
Camino pisando los cantos rodados enterrados en el limo
y mirando los charcos donde sobreviven diminutos peces grises
que muerden el reflejo de mi rostro.
Los pequeños sorbedores de mocos ya no los atrapamos en
botellas.
Tampoco tejemos trampas para camarones
y nuestro lejano bullicio se esfuma
sin dolor.
Supuse más dolor. En el regreso todo se convierte en zarza,
dijo Issa.
Pero yo camino extrañamente aliviado,
ni herido ni culposo,
por el cauce
en cuyas altas paredes asoman raíces de sauces. Las muerdo
y este sabor amargo es la única resistencia que hallo
mientras avanzo contra la corriente.

José Watanabe
Para Anita Campana Ocampo, que se fue dejándonos su luz…

Para Paul Flores, la inolvidable Ana Pau de alegre rebeldía…



Y también para todas y todos los “compas” del Colectivo Amauta
y Movimiento Raíz, pequeñas organizaciones de la izquierda pe-
ruana que en los 90s y 2000, a pesar del escenario adverso en el
país, supieron apostar por socialismo, democracia y revolución,
asumiendo la utopía como lucha cotidiana por el pan y la belleza:

“La política se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolu-


cionaria. Y la verdad de nuestra época es la revolución. La revo-
lución que será para los pobres no sólo la conquista del pan, sino
también la conquista de la belleza…”
José Carlos Mariátegui

“Lo que los socialistas no deben nunca hacer es permitirse de-


pender enteramente de instituciones establecidas: casas editoras,
medios de comunicación comerciales, universidades, fundaciones.
No quiero decir que todas estas instituciones sean represivas: des-
de luego pueden hacerse en ellas muchas cosas positivas. Pero los
intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin
condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teóri-
cos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le concedan
títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; lu-
gares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero también de
ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácti-
cos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro.”

E. P. Thompson
Índice

En el cauce vacío, de José Watanabe 7


Listado de cuadros, gráficos, figuras y mapas 13
Agradecimientos 15

Introducción 17

Parte 1. Neoliberalismo, violencia y memoria 49

•• Guerra y transformación neoliberal: la experiencia peruana. 51


•• Memoria, diferencias étnicas y desigualdad ciudadana. 91
•• Violencia, conflictos interculturales e identidades indígenas. 101
•• Violencia, discriminación étnica y exclusión. 121
•• Miradas del horror: la violencia política en las pinturas
campesinas. 136
•• Huellas de una memoria silenciada. Violencia política y
agencia campesina en los retablos de Edilberto Jiménez. 162

Parte 2. Política, gobierno y conflictividad social 195

•• El movimiento social nacional en el corto siglo XX peruano. 197


•• Protestas sociales y renacimiento de una izquierda social plural. 210
•• Una década después de Ilave: tragedia y lecciones profundas. 215
•• Perú: movilización social y régimen nacionalista. 221
•• La “gran transformación” del nacionalismo y los laberintos
del régimen humalista. 229
•• La izquierda que merecemos. 245
•• El Cuzco y sus protestas indígenas y “mistis”. 251
•• El sur (andino) también existe. Elecciones, interculturalidad
y desarrollo en la macro región sur. 256
•• Perú: crisis política permanente y nuevas protestas sociales. 269
Parte 3. Movilización campesino-indígena en el Perú 293

•• Perú: nuevo ciclo de movilización campesina e indígena. 295


•• Avances y dificultades de la participación y representación
política indígena en el Perú. 307
•• El despertar del movimiento indígena en el Perú. 323
•• ¿Qué nación? Discursos, luchas indígenas y demandas de
nación en el Perú actual: una reflexión a propósito de la
movilización aimara del 2011. 332
•• La tragedia de Bagua en contexto: derechos indígenas y
explotación de recursos naturales en el Perú. 351
•• Nuevas tendencias de participación y movilización indígena
en el Perú. 357

Parte 4. Movimientos indígenas en los Andes:


Ecuador, Perú y Bolivia en perspectiva 371

•• Movimientos indígenas y política nacional en los Andes


centrales: ideas para un balance. 373
•• Movimientos indígenas y poder en los Andes. 390
•• Movilización étnica, democracia y crisis estatal en los
•• países andinos. 413
•• Fronteras, representaciones y movimientos indígenas en los
países centroandinos en tiempos de globalización. 434

Bibliografía 449
Listado de cuadros, gráficos, figuras y mapas

CUADROS
Cuadro 1: Modelos de desarrollo previos a la implementación del neoliberalismo.
Cuadro 2: Principales medidas del shock económico del 8 de agosto de 1990.
Cuadro 3: Principales agencias reguladoras creadas como parte de las reformas
neoliberales.
Cuadro 4: Conflictos sociales 2004-2007.
Cuadro 5: Retablos de la Colección Edilberto Jiménez.

GRÁFICOS
Gráfico 1: Víctimas según ocupación, 1980-2000.
Gráfico 2: Víctimas según idioma materno, 1980-2000.
Gráfico 3: Víctimas según lugar de nacimiento, 1980-2000.
Gráfico 4: Total de víctimas según año de fallecimiento/desaparición, 1980-2000.
Gráfico 5: Evolución del Producto Bruto Interno (PBI), 1980-2004.
Gráfico 6: Inversión extranjera directa, 1980-2004.
Gráfico 7: Evolución de la inflación, 1980-2005.
Gráfico 8: Comercio exterior como % del PBI, 1980-2004 (Coeficiente de
apertura externa).
Gráfico 9: Inversión extranjera directa como % del PBI 1980-2004.
Gráfico 10: Presupuesto estatal destinado a gasto social, 1993-2004.
Gráfico 11: Evolución del empleo estatal y privado, 1990-1998.
Gráfico 12: Monto recaudado por concepto de privatizaciones, 1991-2005.
Gráfico 13: Número de empresa privatizadas entre los años 1991-2005.
Gráfico 14: Número de huelgas entre los años 1980-2005.
Gráfico 15: Cantidad de trabajadores comprendidos en huelgas entre 1980-2005.
Gráfico 16: Acciones subversivas del PCP-SL.
Gráfico 17: Perú: número de conflictos sociales, 2004-2012.
Gráfico 18: Conflictos sociales en las regiones, 2004-2010.

FIGURAS
Figura 1: Fotografía de Edmundo Camana convertida en símbolo de la CVR.
Figura 2: Ricardo Abregú Durand. S/T. (Pintura 7309).
Figura 3: Filomeno Palomino Sicha. Exceso de fuerzas armadas. (Pintura 6247).
Figura 4: Rosa Pacheco Gomez. La batida y las torturas. (Pintura 6589).
Figura 5: Francisco Rivera Rondón. Toma del pueblo por militares. (Pintura
7310).
Figura 6: Yolanda Ramos Huamanñahui. Los abusos. (Pintura 7388).
Figura 7: Pío Manuel Ríos Villasante. ¿Hasta cuándo 24 de junio día del
campesino? (Pintura 6621).
Figura 8: Mariano Sulca Laura. Costumbres. (Pintura 6956).
Figura 9: Rogelio Chávez Huamán. Enfrentamiento. (Pintura 6253).
Figura 10: Freddy Coronado Gallardo, Enfrentamiento (Pintura 6858).
Figura 11: Fausto Prado Pacheco. Vivencias en el campo serrano. (Pintura 6080).
Figura 12: Celia Palomino de Meléndez. Abuzos y humillaciones en algunas
comunidades campesinas, ante los soldados. (Pintura 6216).
Figura 13: Raúl Castro Lazo. Incursión militar a un pueblo - Masacre total.
(Pintura 6629).
Figura 14: Antonio Oré Lapa. Llanto y lamentos de mi pueblo. (Pintura 6254).
Figura 15: Carlos Sacsara Huayhua. Rondas campesinas de Huanta. (Pintura
6894).
Figura 16: Guido Godofredo Guillén de la Barra. Fiesta campesina. (Pintura
6857).
Figura 17: Vladimir Condo Salas. S/T. (Pintura 6117).
Figura 18: Anónimo. S/T. (Pintura 6624).
Figura 19: Edilberto Jiménez. Dibujo de Florentino Jiménez Toma. S/F.
Figura 20: Florentino Jiménez, Amalia Quispe y sus hijos Neil, Edilberto y
Eleudora.
Figura 21: Edilberto Jiménez en su casa-taller de San Juan de Lurigancho,
restaurando el retablo El hombre.
Figura 22: Retablo Cuernos y garras. 1986.
Figura 23: Retablo Flor de retama. 1986.
Figura 24: Retablo Lucía. 1988.
Figura 25: Boceto del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982.
Figura 26: Detalle del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982.
Figura 27: Retablo Abuso a las mujeres. 2007.
Figura 28: Detalle del retablo Lirio qaqa, profundo abismo. 2007.
Figura 29: Retablo con forma de ataud: Lirio Qaqa, profundo abismo.2007.
Figura 30: Retablo Asesinato de niños en Huertahuaycco. 2007.
Figura 31: Retablo Fosa en Chuschihuaycco. 2007.
Figura 32: Detalle del retablo Basta, no a la tortura. 2006.
Figura 33: Detalle del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la
violencia.1988.
Figura 34: Boceto del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la
violencia. 1988.
Figura 35: Detalle del retablo Picaflorcito. 2006.
Figura 36: Detalle del retablo Los condenados.1987.
Figura 37: Retablo Fiestas del Ande.1989.
Figura 38: Retablo Mi Ande y su amor profundo.1987.

MAPAS
Mapa 1: Total de acciones subversivas 2000-2005 por departamentos.
Agradecimientos

Al pie de cada uno de los ensayos de este libro se incluyen los respectivos
agradecimientos, por lo cual aquí solo quisiera mencionar a las instituciones que
han hecho posible mi labor en estos años. En primer lugar quisiera agradecer al
Instituto de Estudios Peruanos (IEP) por ofrecerme un espacio para trabajar y
pensar con libertad, lo cual es un privilegio en un medio académico e intelectual
como el peruano, en el cual, como señalo en la introducción, se ha reducido en
gran medida la posibilidad de pensamiento crítico. Ojalá el IEP, mi casa durante
largos años, pueda mantener su autonomía y diversidad, equilibrando la subsis-
tencia institucional con la vocación por la investigación y el conocimiento.
Durante cinco años viví en el Cuzco, donde trabajé en el Colegio Andino
del Centro Bartolomé de las Casas (CBC). Agradezco a esta institución por las
experiencias y aprendizajes, que me acercaron al mundo de los Andes del sur, y
permitieron un vínculo especial con la ciudad, su región y otras instituciones,
especialmente el Centro Guaman Poma de Ayala, así como la Universidad San
Antonio Abad, el programa SIT Study Abroad de World Learning, el Gobierno
Regional del Cuzco, CRESPIAL, entre otras. La relación con el Cuzco se ha
proyectado a mi participación actual en la Asociación Periferia, junto a un grupo
de amigos empeñados en continuar la agenda sobre poder, culturas indígenas e
interculturalidad que nos reunió en dicha ciudad.
En Lima, recuerdo con nostalgia mi paso por la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR), en cuyo equipo de estudios en profundidad pude des-
cubrir la dimensión de la violencia política sufrida en el país. También quisiera
agradecer al Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), que me brindó una
beca de investigación que se convirtió en un libro sobre los movimientos indíge-
nas andinos. Durante algún tiempo, los amigos de la Asociación SER me invita-
ron a escribir pequeños ensayos que se publicaron en la revista Cabildo Abierto,
en una columna de inspiración arguediana titulada: Ríos profundos. Esa columna
fue el origen del sello editorial que alberga este libro. También quisiera agradecer
a otras instituciones para las cuales preparé artículos, consultorías, reportes de
investigación, ponencias o conferencias: DESCO, IDEA Internacional, Coo-
perAcción, GRADE, Chirapaq, CNA, Grupo Propuesta Ciudadana, CIES,
PNUD, IBIS, OXFAM, JNE, ONPE, Convenio Andrés Bello, APRODEH,
CNDDHH, Ministerio de Cultura, Ministerio de Educación, Grupo Parlamen-
tario Indígena del Congreso de la República, blog La Mula, Facultades de Cien-
cias Sociales de la UNMSM y PUCP, UARM, entre varias otras.
Fuera del Perú, agradezco al Área de Historia de la Universidad Andi-
na Simón Bolívar, Ecuador, por la oportunidad de compartir varias estancias
dedicadas a estudios de postgrado e investigación. También al Centro de In-
vestigación Postdoctoral de la Universidad Central de Venezuela, y al Instituto
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional
de Colombia, instituciones a las cuales estuve vinculado mediante una estan-
cia de investigación sobre los movimientos indígenas en el primer caso, y un
proyecto comparado colaborativo sobre neoliberalismo y violencia política en
el segundo. Incorporado al Grupo de Investigación sobre Escrituras Silencia-
das de la Universidad de Alcalá de Henares, España, pude conocer de cerca su
interesante línea de investigación historiográfica, que se ha reflejado en varios
eventos y publicaciones. Agradezco también al Centre Tricontinental, con sede
en Bruselas, Bélgica, por invitarme a escribir reportes anuales sobre la coyuntura
peruana. Durante algunos años, elaboré también cronologías mensuales sobre la
conflictividad social en el Perú para el Observatorio Social de América Latina
de CLACSO, Argentina. También gracias a CLACSO, junto a colegas de varios
países impulsamos un Grupo de Trabajo sobre movimientos indígenas. Otro
espacio enriquecedor sobre esta temática fue una red de investigación formada
por investigadores y dirigentes indígenas de varios países andinos, que contó
con el auspicio del IFEA. Agradezco asimismo las invitaciones para participar
en seminarios y conferencias organizadas por FLACSO Ecuador, la Universi-
dad Autónoma Metropolitana de México, el Museo de Etnografía y Folclore, la
Fundación Tierra y el CIDES de la Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia,
la KAS de Alemania, el Center for Integrated Area Studies de la Universidad
de Kyoto, Japón, y la Casa de América de Madrid, España. Otras instituciones
internacionales son mencionadas en las referencias y agradecimientos de los en-
sayos del libro.
Más allá de los agradecimientos institucionales, quiero expresar mi grati-
tud a la gente que les da vida: tantas personas con quienes he podido compartir
diálogos y experiencias. Sería muy largo mencionar a todos y todas. Un viejo
proverbio señala que la inmensidad del mundo existe en las personas que nos ro-
dean diariamente. Agradezco por eso, finalmente, a mi pequeño mundo: Flor y
nuestra hija Lara, por todas las aventuras de la comunidad del anillo. Y también
a mi familia más amplia, sobre todo a mi madre Blanca, mis hermanos Ronald,
Silvia, José (pepe), Felicia, Alberto (chemo) y Liz, junto a nuestro recordado
padre Alberto.
Introducción

La imagen que otorga título a este libro proviene del poema En el cauce
vacío, del recordado José Watanabe. Por esa razón, como habrá percibido
el lector, aparece aquí a manera de umbral que inicia el recorrido de estas
páginas. Sus versos nos hablan sobre una experiencia personal: el retorno del
poeta –ya adulto- al río que acompañó sus juegos infantiles. Lo sorprendente
es que al recorrer el lecho providencialmente seco debido a la estación vera-
niega, caminando en sentido contrario al curso natural de las aguas, y de
cierta manera al propio transcurrir del tiempo, descubre la presencia de otro
caudal invisible e inesperado. Se trata de un río formado por aquellos ele-
mentos que adquieren presencia en pleno cauce vacío: el fluir de la brisa, los
cantos rodados enterrados en el limo, diminutos peces atrapados en charcos
de agua, raíces de sauces brotando en las altas paredes de tierra, y, sobre todo,
la memoria de su propia infancia extraviada. Una memoria cargada de dolor
pero también de una extraña sensación de alivio, que orienta el retorno (por
demás imposible) al tiempo del pasado.
Como sugiere el poema, el río invisible no puede ser percibido con
facilidad. Pero bajo ciertas circunstancias y coincidencias -la sequedad de las
aguas, el regreso a un escenario entrañable, el resurgir de la memoria- inunda
completamente la experiencia vital, mostrándose con toda plenitud y miste-
rio: de forma volátil pero a la vez potente, indetenible. En un ensayo escla-
recedor, Víctor Vich (2013) plantea precisamente que la poesía de Watanabe
logra su punto más alto de expresión al iluminar la búsqueda o reencuentro
con lo que hemos perdido; es decir, con aquello que no podemos alcanzar
pero que sí existe y es verdadero. Especialmente al describir el vínculo con la
naturaleza, frente a la cual el lenguaje poético resulta fallido e insuficiente,
pero consigue evidenciar la presencia -la posibilidad- de lo imposible.

*
El río invisible que este libro se propone mostrar, aunque de forma frag-
mentaria e incompleta, en tanto se compone de ensayos escritos en diversas
circunstancias, es el caudal de luchas, resistencias y acciones de movilización
18

colectiva que han venido ocurriendo en el Perú durante casi tres décadas de
predominio neoliberal. En ese sentido, estas páginas nos invitan a pensar que
en la sociedad peruana actual, más allá del asfixiante discurso celebratorio
del orden impuesto desde los 90s, hace falta considerar fenómenos y procesos
de cambio que se orientan en una lógica distinta a la que nos rige desde en-
tonces. También en el ámbito de los movimientos y luchas sociales, aquello
lejano y aparentemente inalcanzable -la transformación de la sociedad en que
vivimos- puede tener una presencia inadvertida que necesitamos apreciar y
tomar en cuenta para seguir adelante.
Las cuatro partes o secciones temáticas que dan forma al libro, brin-
dan elementos para una imagen crítica sobre el Perú de las últimas décadas:
una sociedad profundamente transformada y deteriorada por la hegemonía
neoliberal, en la cual, sin embargo, podemos reconocer procesos alentadores,
expresados en nuevas tendencias de movilización y lucha social. Los ensayos
del volumen nos acercan a estos cambios que vienen ocurriendo en distin-
tos ámbitos de la política, memoria, conflictividad y movimientos sociales.
Destaca la reflexión en torno al devenir de los movimientos indígenas en
los Andes, planteándose que en el caso peruano se aprecia un nuevo ciclo de
movilización comunitaria e indígena. Se trata de un río invisible acerca del
cual se llama la atención, a la luz de una perspectiva histórica de comprensión
de las luchas por ciudadanía, democracia y nación, en una sociedad marcada
por la terrible experiencia de la violencia política reciente. 1
En términos más precisos, el libro aporta materiales para comprender
la sociedad peruana actual como escenario de una profunda modificación
estructural, ocurrida desde los 90s por vía de una neoliberalización frené-
tica e irreversible. Ante ello, cualquier opción alternativa requiere construir
posibilidades inéditas, dejando atrás la nostalgia por el pasado que todavía
orienta el ideario y la acción de muchos actores, especialmente en el campo
de la izquierda. Esto no significa el abandono de la perspectiva histórica.
Por el contrario, se hace más necesario pensar nuestra época, en el país y en
el mundo, historizando el análisis del poder hegemónico que se presenta a sí
mismo como único futuro posible. Por ello, el neoliberalismo aún en curso

1 Pienso que es posible entender este novedoso ciclo de movilización comunitaria e indí-
gena, como parte de un proceso más amplio de expresión de movimientos ciudadanos
críticos del orden neoliberal. Este proceso se inició con el “arequipazo” del 2002, y alcanzó
sus momentos de mayor alcance con los paros amazónicos de 2008 y 2009, así como la
reciente movilización juvenil en contra de la denominada “Ley pulpín”. Como muestra
un interesante trabajo sobre la revuelta juvenil de los llamados “pulpines”, en el Perú se
aprecian nuevas protestas ciudadanas que ya no se ajustan al estilo de las movilizaciones
clásicas del período anterior al neoliberalismo. Véase: Fernández-Maldonado (2015).
19

en la sociedad peruana, es abordado aquí a partir del interés por rastrear


las formas de respuesta o resistencia que su propia hegemonía puede estar
generando.
Se trata de reflexionar o explorar, de acuerdo a los rasgos de la escritura
ensayística, algunos asuntos que considero centrales para avanzar hacia una
interpretación crítica del actual escenario peruano: el vínculo entre neoli-
beralismo y violencia política, la expresión de memorias subalternas ante las
secuelas y heridas de la violencia, las formas de gobernar o hacer política en
condiciones de crisis de representación y ausencia de partidos, las característi-
cas de la protesta y movilización social bajo predominio neoliberal, así como
el devenir de los movimientos comunitarios e indígenas. Dichos problemas
se analizan en relación al telón de fondo de la exclusión y discriminación
étnica o sociocultural, como elemento central en la construcción histórica de
ciudadanía, nación y democracia, en el largo plazo de la experiencia peruana
republicana.
Ad portas del primer bicentenario del Perú como nación, resulta clave
situar el momento neoliberal como desenlace de un recorrido y principal
factor generador de una nueva realidad en la sociedad. Una realidad que
reproduce (y reformula) relaciones de poder, dominación y desigualdad que,
históricamente hablando, han modelado el ideal republicano de acceso pleno
a la condición de ciudadanos libres e iguales ante la ley. La situación posterior
a los 90s, contrariamente a ello, exhibe la persistencia de fuertes brechas y
clivajes sociales, que limitan severamente las posibilidades de efectiva ciu-
dadanía. Pero también persiste el ideal de igualdad.2 Hoy por hoy, cada vez
más peruanos aspiran alcanzar progreso, modernidad, desarrollo y derechos
a través de vías clásicas, tales como la educación, ascenso socioeconómico o
acceso a oportunidades relacionadas a movilidad geográfica (no solo a Lima
y otras ciudades sino al exterior). Lo novedoso es el mayor optimismo en re-
lación al mercado, hecho vinculado a una singular conciencia de pertenencia
e identidad que, si bien no logra dejar atrás las marcas de la discriminación,
al menos avanza a cuestionarlas. Sobre todo en un terreno que hasta hace
poco resultaba de difícil acceso: el espacio o ámbito público. Ocurre así la
coexistencia entre un amplio respaldo a la avanzada del libre mercado neoli-
beral y una fuerte sensación de exclusión e injusticia. Esta mezcla explosiva
se halla en el origen de nuevos conflictos y protestas sociales, sobre todo en
un contexto de posguerra en que prevalece una severa crisis de representación

2 A esto se refiere Alberto Vergara (2013) cuando habla de “ciudadanos sin república”, vol-
teando así la figura utilizada originalmente por Alberto Flores Galindo (1988), quien más
bien buscaba destacar la persistencia del racismo.
20

e inexistencia de partidos políticos. Dicho escenario sigue planteando la ur-


gencia de considerar el llamado de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
a combatir el olvido, como manera de avanzar hacia la promesa republicana
de justicia y plena democratización (CVR, 2003).

**
En el Perú, un territorio periférico del mundo globalizado, durante casi
tres décadas ha ocurrido una experiencia extrema de neoliberalización, la
cual se sostiene hasta hoy mediante un discurso falaz, que pretende ensalzar
un supuesto modelo exitoso de “revolución capitalista”.3 Según este discurso,
el modelo actual de modernización neoliberal habría enrumbado definitiva-
mente a la sociedad peruana hacia un futuro de desarrollo y progreso. Este
razonamiento se encuentra en el trasfondo de una actitud represiva e intole-
rante cada vez más recurrente, consistente en demonizar y atacar cualquier
intento de cuestionamiento al orden neoliberal.4 Sin embargo, esta reacción
tiene cada vez mayores dificultades. En relación a ello, este libro se propone
contribuir a desvelar el chantaje ideológico que impide comprender históri-
camente el “neoliberalismo a la peruana”,5 el cual no es explorado aquí como
mito de salvación, sino más bien como problema: un momento y proceso
histórico en medio del cual irrumpen también nuevas expresiones de movili-
zación, resistencia y lucha social.6

3 El libro de Jaime De Althaus, La revolución capitalista en el Perú, es el ejemplo más impor-


tante del discurso celebratorio de la brutal neoliberalización ocurrida desde los 90s (De
Althaus, 2008). Su aparición en pleno momento de auge neoliberal, remite a las ideas
de Hernando de Soto y Mario Vargas Llosa, formuladas con anterioridad a la dictadura
fujimorista (Véase: De Soto, 1986 y Vargas Llosa, 1986). Posteriormente, el discurso le-
gitimador de la modernización neoliberal se convirtió en moneda corriente de la escena
política peruana.
4 Los defensores a ultranza del modelo neoliberal usan para ello diversas estrategias, inclu-
yendo la acusación de “agitadores”, “violentistas” y hasta “terroristas”. A veces la misma
lógica se reviste mediante el uso de otros adjetivos más elaborados, tales como “premoder-
nos”, “antimodernos” o “antidesarrollistas”.
5 La frase corresponde a Efraín Gonzáles de Olarte (1998).
6 Conviene mencionar que la noción de neoliberalismo es objeto de una amplia discu-
sión (véase Campbell and Pedersen, 2001; Harvey, 2007; Plehwe, Walpen y Neunhöffer,
2006). Detrás de los textos reunidos aquí, se entiende que se trata fundamentalmente
de un momento de reacomodo o reajuste, que se extiende a todos los planos de la vida
social, en torno al ideal de la desregulación absoluta en favor del mercado, la primacía de
lo individual y el control privado del Estado y lo público. Por esa razón, en el Perú resulta
difícil hablar de posneoliberalismo, a pesar de que en sentido estricto nos encontramos en
términos globales en dicho tránsito.
21

Hegemonía neoliberal, conflictos y luchas sociales


Debido al predominio de un sentido común funcional a la reproducción
del orden neoliberal, resulta fundamental discutir en voz alta las supuestas
verdades que el propio discurso dominante elabora para efectos de su legiti-
mación. Una muestra de ello es la forma negativa de explicar los conflictos y
luchas sociales, de acuerdo a una lógica que las presenta como amenaza para
el “desarrollo” y el “progreso”, o bien como factor de riesgo que incrementa
el llamado “ruido político”. Esta interpretación negativa se ha convertido en
un supuesto bastante extendido, que puede rastrearse en los medios de pren-
sa, los mensajes de muchos políticos, en discursos aparentemente “objetivos”
elaborados en el ámbito académico, así como entre think tanks dedicados al
flamante mercado de las consultorías.7
Su influencia se extiende también al ámbito de las políticas públicas.
Así, apreciamos una situación peculiar en relación a los denominados “con-
flictos sociales”. El concepto de conflicto social ha sido convertido en instru-
mento para la gestión tecnocrática de las protestas sociales. Dejando de lado
su importancia como categoría analítica, se usa para sustentar el diseño y
ejecución de políticas públicas orientadas a cautelar la continuidad del orden
neoliberal. De ese modo, las luchas, movimientos y conflictos, dejan de ser
expresión de demandas insatisfechas, de intereses sociales legítimos y dere-
chos ciudadanos, pasando a verse como simples amenazas a la estabilidad, o
expresión de actos irracionales de descontento. Incorporada al vocabulario
público cotidiano, la idea de conflicto social funciona como un estigma: seña-
la algo a rechazar de antemano. Completamente vaciada de su utilidad como
herramienta para la comprensión teórica de la sociedad o para la gestión
democrática de los problemas sociales, acaba convertida en simple jerga de la
administración tecnocrática estatal o privada.
Producto de ello, constatamos todos los días el avance de la crimina-
lización de las luchas sociales, basada en normas legales y procedimientos
represivos. El lado oscuro de esta situación es la estadística trágica de la con-
flictividad social. Son centenares los casos de dirigentes sociales procesados
por la justicia, enjuiciados o presos debido a su participación en protestas. Se-
gún la Defensoría del Pueblo -una de las pocas instituciones peruanas que se
guían por una auténtica vocación de servicio público-, durante el gobierno de

7 Ejemplo de esto es el triste papel del economista Miguel Santillana, quien en diversos
momentos ha protagonizado campañas de persecución a líderes de organizaciones y mo-
vimientos sociales opuestos a diversos proyectos mineros. Lo escandaloso es que no lo
hace como operador remunerado por las empresas mineras, sino más bien como consultor
académico.
22

Ollanta Humala la violencia en los conflictos arrojó el saldo de 73 muertos y


2,226 heridos.8 Para muchos acólitos neoliberales, estas cifras representan un
costo necesario. Son incapaces de percibir que esas personas también tienen
derechos. Sin embargo, las secuelas de la violencia política y la neoliberaliza-
ción extrema, junto a fenómenos más recientes, tales como el incremento de
la delincuencia e inseguridad, atizan una persistente cultura de la violencia
que resulta funcional a la criminalización de la protesta.9
La preocupación en torno al tema de la conflictividad social, junto a
otras discusiones importantes ocurridas en los últimos años, revelan el avan-
ce de la tecnocratización del conocimiento académico. Al respecto, en gran
medida se ha dejado de lado la reflexión sobre las causas y consecuencias
menos inmediatas de los conflictos.10 El énfasis se ha trasladado al ámbito de
la gestión de los mismos, o hacia debates “especializados” sobre los criterios
para su registro y clasificación. Obviamente, no digo que estos aspectos no
sean significativos, pero al quedar desvinculados de un esfuerzo explicati-
vo exhaustivo y teóricamente ambicioso, resultan movilizando esfuerzos de
investigación, sistematización y/o consultoría que no logran ir más allá del
plano de las apariencias o de lo suficientemente conocido.11
Al respecto, cabe recordar que ni siquiera las instituciones estatales de-
dicadas al seguimiento de los conflictos sociales tienen coincidencia respec-
to a la conflictividad. Sus actividades, dirigidas a identificar o monitorear

8 “Gobierno de Ollanta Humala deja a PPK más de 200 conflictos sociales sin resolver”
(La República, 2016). Los reportes e informes de la Defensoría del Pueblo se encuentran
disponibles en su sitio web: http://www.defensoria.gob.pe/conflictos-sociales/
9 Al respecto, es importante anotar que en el Perú, a diferencia de otros casos de posvio-
lencia política como los de Centroamérica, no ocurrió un trasvase automático hacia el
incremento de la inseguridad y delincuencia común. La escalada de acciones como asaltos,
asesinatos, secuestros, extorsiones, entre otros, tienen mayor vinculación con el estilo sal-
vaje de la neoliberalización a la peruana. La abrupta modernización ocurrida en el país,
implica el incremento de economías subterráneas, narcotráfico, contrabando, sicariato, en
un escenario en el cual prácticamente conviven lo legal/ilegal, lo formal/informal, junto a
la absoluta carencia de normas e instituciones.
10 Por ello cabe destacar los aportes de Henríquez (2015), Arce (2015), Arellano (2011),
entre otros trabajos dedicados al tema.
11 Ejemplo de ello fue un intento de explicación teórica e histórico-cultural de la conflic-
tividad, difundido por la oficina estatal a cargo del manejo de los conflictos sociales. Su
planteamiento se reduce a sostener que en el Perú existiría una tendencia inmemorial a la
conflictividad: “culturas del conflicto” fuertemente sedimentadas en el imaginario social,
y “reforzadas por una serie de elementos propios de la diversidad cultural del país” (Véase:
PCM, 2013). Este discurso esencialista, termina culpabilizando a los pueblos indígenas
por el incremento de la conflictividad. La primera parte de este informe elaborado para el
boletín oficial Willaqniki generó diversas reacciones críticas, por lo cual nunca salió a luz
la segunda parte.
23

los alcances, dimensión, tipología, contenidos y características básicas de los


conflictos, se ejecutan al margen de un esfuerzo serio de interpretación y
análisis.12 Entonces se cae en el círculo vicioso de la discusión que gira sobre
sí misma, centrada en torno a los aspectos procedimentales o técnicos que
plantean los conflictos sociales. Ya no resulta posible avanzar a su mejor co-
nocimiento, sobre la base de consensos y de nuevas preguntas. Esto a pesar
de tratarse de información básica, indispensable para cualquier esfuerzo diri-
gido a su gestión desde el aparato de Estado.

Falacias del discurso neoliberal


Mencionemos otro ejemplo de discurso a desmitificar. Es muy exten-
dida la idea de que gracias al modelo de acumulación y desarrollo vigente,
el Perú logró salir del estancamiento, caos y crisis, tomando rumbo seguro
hacia un futuro de progreso y estabilidad. A través de este planteamiento,
convertido desde los 90s en sentido común, el neoliberalismo peruano se
muestra a sí mismo como factor de salvación del conjunto de la sociedad.
Este mensaje oculta una operación ideológica que lo sostiene y le otorga cre-
dibilidad, pero que a la luz de un esfuerzo más amplio de comprensión de los
hechos no resiste el análisis.
En primer lugar, no es cierto que la imposición neoliberal ocurrida en
la década de los 90s, como parte del régimen autoritario más corrupto de la
historia peruana, haya salvado a los peruanos de la violencia y el terror. Más
bien, como sostiene el primero de los ensayos de este libro, lo ocurrido en
Perú fue que el declive de la violencia facilitó la imposición exitosa del neo-
liberalismo y el autoritarismo. Sin embargo, durante todos estos años, se ha
atribuido al fujimorismo y al modelo neoliberal el éxito en la lucha contra la
insania senderista. ¿Cómo ocurrió que en la experiencia peruana el neolibe-
ralismo pudo revestirse de semejante legitimidad?
Una clave de respuesta se halla en el desenlace de la guerra interna.
Mientras que en otros países las guerras civiles terminaron mediante solucio-
nes negociadas, en el Perú esto no fue necesario. Sendero Luminoso era un
actor estratégicamente derrotado cuando se impuso la dictadura fujimorista,

12 La Oficina de Gestión de Conflictos Sociales de la PCM, y la Defensoría del Pueblo,


entregan mes a mes reportes muy diferentes entre sí. Recientemente, las cifras de la De-
fensoría en torno a la magnitud de los conflictos durante el gobierno de Ollanta Humala,
fueron cuestionadas por un investigador y ex-funcionario de la otra institución, que objetó
sus “anuncios apocalípticos”, así como carencias metodológicas y conceptuales (Caballero,
2016). Pero la cantidad de muertos y heridos, a la cual olvidó referirse, simplemente no
deja margen de dudas respecto a la dimensión de la conflictividad en la sociedad peruana
bajo predominio neoliberal.
24

pero la magnitud de violencia y terror dejada a su paso, allanó el camino


hacia una vía de “mano dura”. De modo que el fantasma del “terrorismo”
acabó justificando el desenlace autoritario, así como la estabilización neoli-
beral asociada a dicho rumbo.13 Inclusive hasta la actualidad, los peruanos
seguimos pagando los costos de este chantaje, tal como pudo verse durante
las últimas elecciones presidenciales del 2016, que mostraron a un fujimoris-
mo empeñado en seguir utilizando una imagen “salvadora” ante el peligro
del “terrorismo”, aparentando junto a ello una supuesta transformación de-
mocrática.14
En segundo lugar, es necesario poner en cuestión la idea que atribuye al
modelo vigente el logro del crecimiento económico, así como la generación
de bienestar en el conjunto de la sociedad, incluyendo la reducción la pobre-
za como tendencia estable hacia el futuro. Según esta lógica, solamente se
necesitaría mayor tiempo de vigencia del modelo para que se hagan efectivos
los resultados del crecimiento, el bienestar y la desaparición de la pobreza
extrema. Pero esto, en realidad, resulta ser una falacia insostenible. Ocurre
que el crecimiento no ha sido una tendencia sostenida en el tiempo a lo largo
de las tres décadas de vigencia del neoliberalismo. Ni siquiera durante la dé-
cada de dictadura fujimorista se pudo apreciar dicha estabilidad, pues cabe
recordar que en los años finales de ese régimen el Perú tuvo un fuerte declive
económico. Posteriormente, a pesar de que los gobiernos democráticamente
elegidos mantuvieron a rajatabla el curso neoliberal, lo que se aprecia es un
movimiento variable de alza y caída de los índices de crecimiento.

13 La situación peculiar de asociación entre violencia, autoritarismo y neoliberalización ocu-


rrida en Perú, se estudia en un contexto más amplio en: Gutiérrez y Schönwälder (2010).
Con base en una data global y en el estudio detallado de seis países de África y América
Latina, dicho trabajo demuestra que el vínculo entre guerras civiles y liberalización econó-
mica no ha sido unidireccional. En muchos casos la estabilización neoliberal propició la
democratización posterior a las guerras civiles, pero en el Perú ocurrió lo contrario.
14 Se trata de la versión fujimorista de la “memoria salvadora” estudiada para el Chile de Pi-
nochet por Steve Stern (2010, 2013). Keiko Fujimori buscó mostrar un perfil democrático
y de estadista, a partir de su publicitada presentación en la Universidad de Harvard, ocurri-
da en octubre del 2015 a instancias del politólogo Steven Levitsky. Posteriormente, dicha
careta se fue desacreditando al ritmo de la aceleración de la campaña. Sobre todo debido a
las denuncias sobre vínculos de miembros de su organización con el narcotráfico, a la acti-
vación de un rechazo frontal a su candidatura en la forma de masivas movilizaciones en las
calles, así como a las acciones de un sector extremista de su propio partido (el grupo de los
llamados “albertistas”, liderado nada menos que por su propio hermano, Kenji Fujimori).
Así, durante la campaña de la segunda vuelta, Keiko Fujimori sacó a relucir su verdadero
rostro autoritario, reacomodando su discurso (lejos de lo que había dicho meses atrás ante
la “ingenua” audiencia de Harvard) y mostrando que su liderazgo representa la continui-
dad del fujimorismo en la política peruana, por encima de la disputa entre “albertistas” y
“keikistas”.
25

El factor fundamental que explica el ritmo del desempeño económico


peruano bajo el neoliberalismo, no ha sido otro que el vaivén del mercado
global de materias primas, especialmente la demanda de minerales. El Perú
llegó a alcanzar un índice ciertamente espectacular de crecimiento en años
anteriores, pero dicho ciclo parece haber llegado a su fin debido a la reduc-
ción de la demanda y precios de los minerales. Sobre todo por parte del nuevo
gigante del capitalismo globalizado: la economía China.
A inicios del presente siglo, Giovanni Arrighi concluía su magistral aná-
lisis de la crisis del poder estadounidense y el ascenso de China como nuevo
polo de acumulación a escala mundial, señalando la posibilidad de mayor
equidad internacional (la comunidad de civilizaciones soñada por Adam
Smith), o el riesgo del caos, la violencia y las tendencias a la desintegración.
Resulta obvio, a estas alturas del siglo XXI, que la segunda opción es la que
alcanzó mayores bríos. Con singular perspicacia, el propio Arrighi señaló que
ello podría vincularse a dos factores: la incapacidad de China para empujar
globalmente otra vía de desarrollo ecológicamente sostenible, socialmente
igualitaria y abierta al mundo, así como la recuperación del poder estadou-
nidense mediante mecanismos y vías mucho más sutiles que en el pasado.15
El “milagro” peruano ocurrió entonces en un escenario mundial en
plena transición hacia la situación actualmente prevaleciente. Perú fue uno
de los territorios periféricos que logró beneficiarse del desplazamiento desde
Occidente hacia Oriente -especialmente China- como nuevo polo de acumu-
lación capitalista, pero dicha situación se halla lejos de asegurar una tenden-
cia estable de crecimiento para el futuro de países como el nuestro. Lo que
apreciamos es más bien una mayor debilidad ante los vaivenes del mercado
internacional de materias primas. El crecimiento neoliberal ha ocasionado
una fuerte reprimarización de la economía peruana. En términos generales,
la desindustrialización de la sociedad peruana ha ido de la mano con el dina-
mismo asociado al reciente boom de la demanda externa de minerales. En re-
lación a ello el crecimiento peruano destaca por su extrema vulnerabilidad.16

15 Véase el libro de Arrighi: Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI
(Arrighi 2007).
16 A diferencia del anterior ciclo de modernización y expansión, la economía peruana neo-
liberal es básicamente terciaria. Un resultado clave de la desindustrialización ha sido la
desaparición de la clase obrera, junto a buena parte de sus organizaciones y movimientos
sociales. Los trabajadores en su conjunto, muestran las consecuencias de un modelo de
crecimiento basado en la máxima precarización del trabajo, incluyendo el desmontaje de
derechos fundamentales, tales como la seguridad social. La privatización del sistema de se-
guridad social a través de las AFPs, es uno de los muchos saqueos y negociados impulsados
desde el Estado, bajo control de una influyente tecnocracia neoliberal que se ha mantenido
26

Ni el impulso que muestran otros sectores económicos (comercio, servicios,


turismo, agroindustrias, por ejemplo), ni el consumo interno en expansión
durante estos años, resultan suficientes o determinantes para asegurar un
rumbo firme de crecimiento, eliminación de la pobreza y mayor bienestar.

Apariencias de igualdad y democratización


Más que una tendencia estable hacia la eliminación de la pobreza, a pe-
sar de su reducción como resultado del dinamismo económico neoliberal, lo
que en Perú parece estar avanzando es una nueva estratificación social. Aquí
no es posible abordar adecuadamente dicho fenómeno. Pero cabe mencionar
que en estas décadas de afiebrado neoliberalismo, una modificación clave ha
sido el ascenso de nuevas capas sociales emergentes. Sin lugar a dudas, se tra-
ta de un cambio que no se reduce a sus aspectos económicos, sino que va de la
mano con un fuerte correlato social y cultural. El entusiasmo por el ascenso
social, el consumo, el emprendedurismo y la moda de la cultura empresarial,
parece obviar el otro lado de la medalla: la pauperización de los más pobres,
el incremento de las desigualdades a niveles escandalosos de distancia entre
ricos y pobres, el agravamiento de la miseria y la fuerte movilidad descenden-
te (hacia abajo) de muchos otros, que terminan convertidos en simples cifras
de la denominada “pobreza estructural”.17
Sin embargo, el sentido común neoliberal da por sentado que todos
disfrutan como por arte de magia del bienestar asociado al crecimiento ma-
croeconómico. Crea la apariencia de distribución equitativa del bienestar
neoliberal. Crea la apariencia de igualdad, a fin de ocultar las verdaderas des-
igualdades e inequidades. El salto desde la economía hacia la cultura resulta
automático: presenta una comunidad de ciudadanos allí donde en realidad
existen severas fracturas de acceso básico a derechos y ciudadanía. El resulta-
do es un discurso celebratorio de un estado de bienestar más imaginado que
real, que oculta los verdaderos problemas a combatir para crear una autén-
tica comunidad de ciudadanos. Un discurso que maquilla las cuestiones de
fondo: la verdadera dimensión de la exclusión; la desigualdad e inequidad de
ingresos, oportunidades y derechos; las brechas sociales cada vez más escan-
dalosas; la injusticia social que acompaña el orden neoliberal bajo la aparien-
cia de un futuro prometedor para todos.

desde los 90s. Todo ello con la justificación de la necesidad de abrir las puertas al “libre
mercado” y la inversión privada.
17 Es la categoría utilizada por muchos economistas para nombrar a quienes integran un
sector condenado a la situación de pobreza extrema. Se trata de gente que en el fondo es
vista como desechable, al considerarse que su situación no podrá modificarse, por ser parte
“estructural” del conjunto.
27

Para muestra un botón. Como muchas empresas, la consultora y think


tank Ipsos Apoyo -famosa por sus encuestas electorales- edita libros de lujo
con fines comerciales, propagandísticos o de difusión. Un esfuerzo que vale
la pena resaltar en un país donde el mercado editorial sigue siendo raquítico.
Pero el problema es que muchas veces se trata de materiales cuestionables en
cuanto a sus contenidos y mensajes. Es el caso de un libro fotográfico que
ofrece un acercamiento visual a los oficios y estilos de trabajo populares en
Lima. De forma fallida, los personajes retratados y descritos mediante breves
textos en castellano e inglés, aparecen en el libro bajo la aureola de una Lima
de antaño criolla. La apelación al criollismo, presentado románticamente,
edulcora la dura realidad del trabajo informal y el autoempleo. Así, los traba-
jadores resultan retratados como si fueran turistas felices, completamente al
margen de su esforzada vida diaria. Es el caso de Isaías, niño trabajador que
es retratado sonriente, lustrando zapatos en una calle de Miraflores. El texto
que acompaña su fotografía dice lo siguiente:

“Isaías es un niño de 12 años que vino a Lima desde Huancavelica para visitar
a su hermano mayor. En su tiempo libre recorría la ciudad y lustraba zapatos.
Así, entre lustradas al paso, conoció el Parque del Amor y disfrutó de un rico
chapuzón en la playa Redondo. Ser lustrabotas te permite admirar el paisaje y
disfrutarlo mientras sacas brillo a una bota.” (Echecopar, 2012: 88).

La real experiencia vital del pequeño lustrabotas, es desplazada por un


relato visual y narrativo que instrumentaliza su presencia física en las ca-
lles miraflorinas. El niño termina reducido a la condición de adorno: un
artificio al servicio del mensaje triunfante del bienestar asociado al orden
vigente. Ocurre que bajo las condiciones de la hegemonía neoliberal globali-
zada, gana espacio un modo perverso de aparente integración de quienes -en
realidad- son percibidos como los otros inferiores, debido a razones como la
pertenencia social (clase), ocupación, procedencia geográfica y condición ét-
nico-cultural, entre otros factores. La colonialidad del poder (Quijano, 2000)
opera eficazmente como mecanismo de simultánea diferenciación y asimila-
ción al sistema.
Pero la fantasía del bienestar generalizado se estrella todos los días ante
una realidad marcada por el grave deterioro de la vida social. Ésta es la carac-
terística definitoria del nuevo orden de cosas establecido desde la década de
1990. La cohesión social ya no se sustenta en vínculos cotidianos (la socia-
bilidad), sino que pasa a depender de una lógica de costo/beneficio, la cual
permea en su totalidad las formas de relación social. Antes que ciudadanos
pasamos a percibirnos como consumidores. Y la propia condición de seres
humanos termina reducida a un sentido instrumental que pone por encima
28

de todo el afán de conseguir beneficios económicos, así como poder y status.


Se imponen así nociones de distinción y diferenciación (superiores frente a
inferiores, ricos frente a pobres, exitosos frente a fracasados) por encima de
cualquier sentido de solidaridad e igualdad en el ámbito de lo público.

Arremetida contra las comunidades


Otra muestra de ello es el discurso que propone disolver la existencia
de las comunidades campesinas, a fin de hacerlas estallar como formas de
sociabilidad colectiva, con el objetivo de convertirlas en simples agrupaciones
de propietarios privados. Sobre todo en relación al acceso a sus recursos bási-
cos, que en el contexto de globalización neoliberal han pasado a convertirse
en opciones de negocios rentables. Así, se propone la desaparición de la vida
comunal a través de diversos mecanismos: titulación privada de las tierras,
privatización de recursos escasos como el agua, reparto de bienes comunes
como pastizales de altura dedicados al pastoreo, así como planes para el tras-
lado territorial de sus habitantes. Nos hallamos de esa forma a un paso de
otras ideas o propuestas aún más drásticas, como aquella de Pedro Pablo Ku-
czynski -recientemente electo presidente del país- durante la campaña elec-
toral del 2006. Entonces señaló que el voto a favor de Ollanta Humala y la
oposición al TLC con los Estados Unidos entre los habitantes de los Andes,
era resultado de la falta de oxígeno en sus cerebros debido a las condiciones
de la altura. No es nuevo el engranaje entre origen social, diferencia cultural,
procedencia geográfica y racialización (explícita o velada) de la desigualdad
en las relaciones de poder, como han mostrado diversas investigaciones en
torno al tema.18
En el contexto de las últimas elecciones presidenciales del 2016, nue-
vamente salieron a relucir las propuestas supuestamente “modernizadoras”
de la derecha neoliberal. Hernando de Soto pretendió ganar notoriedad (y
poder político) como abanderado de una modernización privatizadora de las
comunidades campesinas y nativas, esta vez desde las filas del fujimorismo.19

18 Véanse por ejemplo los trabajos de Méndez (2011, 2009, 1992), De la Cadena (2004,
2003), Orlove (1993) y Poole (2004).
19 Esto permite recordar que De Soto fue uno de los más importantes promotores del dis-
curso celebratorio del “cambio de época” neoliberal, que a la postre resultó siendo bastante
exitoso, en medio de la desintegración de los partidos y sus respectivas ideologías, así como
el colapso del orden socio-estatal anterior, regido por la primacía del Estado y el funcio-
namiento de distinciones de tipo clasista. En reemplazo de ello, la retórica del mercado y
éxito empresarial llegó a imponer un horizonte de expectativas completamente distinto al
que regía en Perú hasta la década de 1990. Ejemplo de ello es el anhelo de transformación
de los trabajadores -por ejemplo los ambulantes- en empresarios. Más recientemente, este
29

Luego de la elección de Pedro Pablo Kuczynski, el fundamentalismo neoli-


beral no tardó en insistir sobre el tema. Es el caso de prestigiosos tecnócratas
como Alfredo Thorne, y también de periodistas como Jaime de Althaus,
quien ha elaborado el discurso más influyente en torno al objetivo de priva-
tizar las comunidades.
En su argumentación, De Althaus confunde completamente las cosas,
a fin de jalar agua para su propio molino ideológico: privatizar los bienes co-
munales como vía para desaparecer a las comunidades mediante un supuesto
“proceso de emancipación y progreso individual de los campesinos”, que se
reduce a la fórmula mágica de su “conversión en empresarios” (De Althaus,
2016). Según De Althaus, las comunidades serían víctimas de ideologías de
izquierda retrógradas y conservadoras, que prolongarían el paternalismo co-
lectivista de origen colonial, oponiéndose a la propia voluntad de los campe-
sinos de acceder plenamente al mercado a través de la titulación individual
de sus tierras. En su opinión la comunidad campesina:

“no es otra cosa que una asociación relativamente endogámica de pequeños


propietarios no formales con ciertas reglas de manejo común para determi-
nados usos. En las tierras agrícolas las parcelas se heredan de padres a hijos
desde tiempos inmemoriales. En la práctica son propiedades privadas, con
cierto grado de control comunal cuando se trata de tierras de secano.” (De
Althaus, 2016).

Esta es una manera completamente insuficiente de comprender la reali-


dad comunal, aunque se muestra con cierta coherencia debido a que presenta
solo una parte de las cosas. Reduce las formas de vida comunitaria de los An-
des y la Amazonía a la simple condición de agricultura parcelaria. Asimismo,
presenta la dimensión privada existente en las comunidades como si se tratase
de propiedad privada capitalista, la cual estaría oculta -casi secuestrada- por
una envoltura comunal que es entendida como un simple artificio.
Sin embargo, esta lectura resulta completamente pobre y reduccionista,
si se confronta con el amplio conocimiento en torno a las comunidades ela-
borado a través de décadas de investigación de las ciencias sociales, especial-
mente antropológica e histórica.20 Las comunidades son una expresión insti-
tucional de organización y regulación de la vida colectiva en las condiciones
propias de los territorios andinos y amazónicos. Son el producto de un largo

discurso sigue reverberando en la extendida ideología del emprendedurismo, como su-


puesta vía para alcanzar el desarrollo y progreso.
20 La bibliografía al respecto es inmensa. Sorprende que De Althaus no la tome en cuenta, a
pesar de su formación como antropólogo.
30

proceso de adecuación sociocultural que se expresa en múltiples estrategias


organizativas, cuyo funcionamiento asegura la reproducción del conjunto de
familias que componen el tejido comunal. Las comunidades, como formas
de autoridad colectiva en relación a un territorio específico, así como a un
grupo de familias nucleares y extensas que las habitan, organizan el usufruc-
to de bienes comunes, muchas veces escasos o sumamente frágiles, y ponen
en acción conocimientos, tecnologías y niveles de cooperación específicos.
Solamente eliminando la dimensión cultural e histórica que hace parte de la
vida comunal, se puede plantear que se trata de simples asociaciones de par-
celarios que podrían sobrevivir de manera individual. En la medida que esa
dimensión configura formas de etnicidad presentes en la realidad cotidiana
e institucional de muchas comunidades, se trata de un objetivo que pone en
riesgo la diversidad cultural del país.
Los patrones y lógicas de organización comunal se hallan inscritos en
muchas comunidades en lo que podemos reconocer como una racionalidad
propiamente indígena. Claro que este no es el caso de todas las comunidades,
pues el universo de la comunalidad es mucho más amplio que el de aquellas
que podemos denominar indígenas.21 Pero en muchos casos, se trata de si-
tuaciones en las cuales la propia lógica comunitaria -incluyendo la estructura
de autoridad colectiva, la naturaleza de vínculos entre sus miembros y los
modos de pertenecer o vincularse al orden comunal- hace parte de una ra-
cionalidad claramente distinguible, cuyas raíces no pueden ser reducidas a
una lógica occidental moderna. Esto no quiere decir que las comunidades
campesinas y nativas sean atávicas o pre-modernas, como quiere presentarlas
el discurso desarrollista neoliberal. Por el contrario, se trata de un actor co-
lectivo que encarna la posibilidad de otras vías de desarrollo, y el anhelo de
alcanzar sus propias formas de modernidad: andinas, amazónicas y, a fin de
cuentas, peruanas. Sin embargo, el discurso único neoliberal insiste en ver a
las comunidades de forma sesgada y reduccionista, como si fueran colectivi-
dades encerradas en su rasgos tradicionales, o como simples asociaciones de
propietarios desprovistos de cultura y racionalidad propias. A fin de cuentas,
se trata de un discurso ideológico esencialista que, más allá de las aparien-
cias de objetividad y neutralidad analítica, se dirige a eliminar los rasgos de
organización sociocultural comunitarios; es decir, las formas de etnicidad -la
diversidad cultural- concomitante a la existencia de las comunidades.

21 De hecho, en los Andes y específicamente en el Perú, las comunidades existen en el cruce


de vínculos pero también de diferencias entre lo indígena, lo rural y lo campesino. Sobre
el laberinto de la identificación de lo indígena en Perú, véase: Pajuelo (2006).
31

Orden y ausencia de conocimiento crítico


Todo esto se retroalimenta con un escenario social en el cual los vín-
culos inmediatos, cotidianos, que sustentan nociones profundas de igual-
dad, pertenencia y solidaridad, han sido arrojados en gran medida al ámbi-
to de lo privado. La desarticulación social y el retroceso de lo público, son
moneda corriente de un orden tutelar 22 neoliberal, asentado en estructuras
de dominación social -clasistas, culturales, étnicas, raciales, sexuales, entre
otras- reacomodadas por la hegemonía del mercado, pero que se hallan lejos
de desaparecer en cuanto tales. A pesar de ello, buena parte de las ciencias
sociales, acomodándose al ritmo de los tiempos, han dejado de lado el interés
por dar cuenta de los problemas de fondo de la exclusión, desigualdad, vio-
lencia y pérdida de cohesión social. La investigación y el conocimiento de la
sociedad, terminan siendo convertidos en prácticas instrumentales, aparen-
temente desprovistas de nociones o sentidos políticos y/o éticos, en realidad
imprescindibles para hablar de condiciones mínimas de objetividad.23
La ausencia de conocimiento crítico y debate público acompaña la
vigencia del orden neoliberal.24 En el Perú actual, las fronteras del mun-
do académico se limitan al funcionamiento de un puñado de instituciones
que, cada vez en mayor medida, sobreviven de espaldas al pulso diario de
la política o de la lucha social. Asimismo, son muy pocos los espacios no
universitarios dedicados a la investigación social.25 En las últimas décadas,
junto al retroceso de la izquierda, prácticamente fue desmontado el funcio-
namiento de instituciones y espacios alternativos, incluyendo a centros pri-
vados (ONGs) que, en relación a la investigación social, lograron asumir en
gran medida el papel que no podían cumplir las universidades. La mayoría
de esos centros desapareció. Otros se convirtieron en think tanks o empresas
dedicadas al creciente mercado de consultorías, siendo muy pocos los que

22 La noción ha sido planteada por Guillermo Nugent (2010).


23 Hace mucho que la discusión sobre la objetividad del conocimiento social se halla lejos del
paradigma de su neutralidad valorativa y, a fin de cuentas, política.
24 Un dato revelador al respecto es la ausencia de revistas y prensa cultural de izquierda. Por
ese motivo, es una buena noticia la aparición de Ojo Zurdo, revista de política y cultura
editada merced al esfuerzo de un colectivo de intelectuales y artistas vinculados al Frente
Amplio, del cual formo parte.
25 Hablo en referencia estricta a la investigación académica en ciencias sociales. Felizmente
el campo cultural e intelectual es siempre más diverso, y las prácticas de conocimiento e
investigación no se supeditan a lo académico. Tal vez en relación a esto, es que las formas
de expresión artística siguen mostrando mayor alcance y fecundidad. Junto a la constancia
de la escritura poética, existe una nueva narrativa en pleno auge, en tanto que la actividad
teatral tiene un ritmo frenético. Nada de ello se sujeta al dinamismo del mercado del con-
sumo cultural. Pero explorar en mayor medida esto nos llevaría lejos de nuestro cometido.
32

compatibilizan actividades de promoción del desarrollo, consultoría e inves-


tigación académica.26 Por su parte, el ámbito educativo se ha expandido de
forma desenfrenada, pues la educación en todos sus niveles se ha convertido
en un negocio rentable. La cifra de universidades resulta escandalosa: 152 en
total (51 públicas y 101 privadas). Pero más allá de la cantidad, el problema
es que dicha multiplicación no ha ido de la mano con avances en calidad de
la enseñanza e investigación. Más bien ha ocurrido todo lo contrario. Son
muy pocas las universidades que impulsan la investigación, y que además
logran difundir sus resultados mediante publicaciones adecuadas, o a través
de otras herramientas disponibles para ello.
La readecuación de las disciplinas académicas va más allá de los aspec-
tos institucionales. En el ámbito de las ciencias sociales, el panorama ha cam-
biado completamente. La mayor especialización, de hecho imprescindible,
no siempre asegura mayor profundidad analítica. En todo caso, el giro alen-
tador hacia la desideologización de las disciplinas, luego de varias décadas
de proliferación de un marxismo empobrecedor, en distintas variantes que
acompañaron a la izquierda política hasta su colapso en los 90s, derivó hacia
una mayor fragmentación reflejada en múltiples brechas -académicas e insti-
tucionales- que distancian el ejercicio de las ciencias sociales en lugares como
Lima y provincias, o ámbitos como las universidades privadas y estatales.
La debilidad de una comunidad académica, o más bien de varias según
criterios disciplinarios básicos, en un escenario cada vez más diversificado
y presionado por el abismo entre formación y mercado de trabajo, actúa en
desmedro de la vocación hacia el conocimiento y la investigación. Contribu-
ye así a la situación descrita en los párrafos anteriores: la ausencia de debate
público, el avance de un sentido tecnocrático que relega las posibilidades de
discurso crítico.27

26 En ese sentido, es meritoria la edición de la serie Perú Hoy de DESCO, así como de la
revista digital Argumentos del IEP. En ambos casos, se trata de publicaciones periódicas
que tienden puentes entre la investigación académica y un público más amplio. El IEP,
además, ha logrado mantener una actividad editorial permanente de alto prestigio inter-
nacional. Fuera de Lima, aunque con muchas dificultades, continúa editándose la Revista
Andina del CBC en el Cuzco, aunque dirigida a un público especializado en los estudios
andinos.
27 Una disciplina de desarrollo reciente que muestra estos dilemas es la ciencia política (Véa-
se: Tanaka, 2005; Panfichi, 2009; Meléndez y Vergara, 2010; Tanaka y Dargent, 2015).
Su institucionalización por fuera del derecho o la sociología, a las cuales estuvo ligada
anteriormente, coincidió con la recuperación democrática posfujimorista, pero también
con la creciente demanda de gestión pública, así como de opinión mediática especializada
(la opinología política de moda en los medios masivos, que ha conducido a algunos jóve-
nes politólogos a la incómoda situación de aparentar objetividad académica, como forma
de respaldar opiniones parcializadas sobre la coyuntura y la política). La tensión entre los
33

Racismo y discriminación
Acerca del racismo y la discriminación étnico-racial, desde diversas dis-
ciplinas de las ciencias sociales se viene generando una discusión interesante.
Esto contrasta con el panorama visible hasta hace poco tiempo, pues era muy
escasa la investigación acerca de dicha temática. Algunos trabajos logran sal-
tar más allá del ámbito académico, logrando convocar mayor audiencia y
ampliando así el interés al respecto.28 Como en el tema de los conflictos so-
ciales, la cuestión del racismo ha motivado mayor interés público. De cuando
en cuando observamos que algunos casos de discriminación son respondidos
mediante denuncias que alcanzan cierto impacto. Algunas de ellas se con-
vierten en escándalos mediáticos. Además, se realizan campañas impulsadas
por redes de activistas e instituciones dedicadas a ello.
En el Perú, a diferencia de otros contextos, la idea de racismo envuel-
ve distintos tipos de relaciones de discriminación y exclusión sociocultural.
Ello facilita una conciencia de rechazo, pero también dificulta los esfuerzos
dirigidos a su comprensión o eliminación. Una discusión reveladora en el
ámbito de las ciencias sociales, muestra la complejidad (y extrema sensibi-
lidad) que hace parte de dicha problemática. La misma tuvo lugar en dos
momentos diferentes, pero puso en debate posiciones similares. El primer
momento de la discusión fue protagonizado por el psicoanalista Jorge Bruce

roles de gerencia y/o investigación, es visible en las propuestas formativas universitarias, así
como en los avatares de una posible comunidad académica cohesionada por el flamante
ejercicio de la ciencia política. Pero más allá de los aspectos institucionales, otra tensión
evidente tiene que ver con el tipo de vínculo con el propio objeto de estudio: la política.
Según Meléndez y Vergara (2010), la evolución de la disciplina puede rastrearse a través
de dos modelos divergentes de comprensión de la política: el de la “política vasta” y el de
la “política acotada”. Sin embargo los autores no consideran suficientemente que con la
institucionalización de la disciplina, el segundo de estos modelos analíticos logró ganar
preponderancia. Es decir, un modelo especializado en el análisis de la autonomía de la
política, que dejó relegado al otro modelo, dedicado más bien a analizar la interrelación
entre la política y el conjunto de la vida social. Ocurrió entonces -si así puede verse- un
salto desde la narrativa crítica de la sociología política hacia la narrativa despolitizada en
política comparada y gestión pública. Lo interesante es que dicha transición -léase institu-
cionalización- ocurrió mediante una renovación generacional que expresa bien los nuevos
tiempos de la vida académica peruana, y también del modo de vínculo entre la academia
y la política práctica o militante. Un reciente balance de Martín Tanaka resulta útil, con-
siderando que se trata de un miembro destacado de dicha transición en el gremio. Tanaka
propone retomar la tradición crítica del pasado, pues: “la creciente influencia de la ciencia
política dentro de los estudios políticos en general habría hecho perder a estos tanto po-
tencia analítica como relevancia política práctica” (Tanaka, 2015).

28 Es el caso del valioso libro de Jorge Bruce: Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y
racismo (Bruce, 2007).
34

y el sociólogo Martín Tanaka, luego de la edición del libro ya mencionado de


Bruce (2007). Se desarrolló en diversos paneles y artículos periodísticos que
aquí no podemos citar in extenso. El segundo momento, ocurrido reciente-
mente, fue motivado por la publicación de un importante libro del historia-
dor Paulo Drinot (2016). A pesar de su mayor profundidad, este segundo
momento de discusión alcanzó menor difusión.29
En el debate, salieron a luz dos miradas muy diferentes en torno a la
presencia y dimensión del racismo en la sociedad peruana actual. Desde una
posición se planteó que el racismo continúa siendo un ingrediente funda-
mental de las relaciones sociales y de poder en el país. Desde la otra, se
sostuvo más bien que el racismo se encuentra en retroceso o ha perdido im-
portancia: se trataría de un rezago incómodo, en una sociedad fuertemente
sacudida de su pasado colonial mediante sucesivos procesos de moderniza-
ción y cambio sociocultural.
Nadie negó la existencia del racismo,30 pero tampoco se alcanzó una
explicación convincente acerca de la dinámica y magnitud de la discrimina-
ción basada en criterios raciales (fenotípicos), étnicos y culturales. ¿Qué es
entonces el racismo? ¿Cómo permea las relaciones de poder, dominación y
discriminación? ¿Hasta qué punto sigue vigente en la sociedad peruana bajo
primacía neoliberal? La elaboración de respuestas a estas preguntas, a pesar
del debate mencionado y lo avanzado por la investigación en los últimos
años, sigue siendo una agenda pendiente que desborda largamente el ámbito
estrictamente académico.
El entramado colonial de las relaciones de poder, así como las formas
de discriminación, explotación y dominación profundamente arraigadas en
la sociedad peruana, no son históricamente fijas e inmutables. De modo que
el planteamiento del debate en términos de eliminación o permanencia del

29 El debate se inició con un conversatorio entre Nelson Manrique y Paulo Drinot acerca del
libro de éste, The Allure of Labor, que fue rápidamente publicado en castellano (Drinot,
2016). Un comentario crítico del sociólogo Guillermo Rochabrún en torno al libro y
conversatorio, generó un intercambio de ideas que ha sido recogido en un libro reciente
(Rochabrún, Drinot y Manrique, 2014).
30 Aunque Guillermo Rochabrún, de acuerdo a su estilo provocador, llegó a poner en duda
la utilidad del término, planteando que resulta más útil hablar de racialización en vez de
raza y racismo. Es bastante útil la demanda de rigor analítico por parte de Rochabrún, evi-
denciada también en su cuestionamiento previo del uso de otras nociones, como sociedad
rural, crisis de paradigmas, desigualdad e interculturalidad. Respecto a este último con-
cepto pude participar, junto a Rochabrún y Fidel Tubino, en un conversatorio organizado
por el Ministerio de Cultura en septiembre de 2014, en el cual Rochabrún cuestionó la
utilidad de la noción de interculturalidad. El audio de la discusión puede escucharse en
internet: https://www.youtube.com/user/wwwICorg
35

racismo y la discriminación, brinda un marco analítico general, pero no con-


tribuye necesariamente a dar cuenta de su dinámica de reproducción y trans-
formación. Sobre todo en un contexto de modernización conflictiva como
la que acompaña el período neoliberal aún en curso en la sociedad peruana.
Hacen falta investigaciones dirigidas a dar cuenta del nuevo lugar que ocu-
pan el racismo y la discriminación étnico-racial en la sociedad peruana neo-
liberal. En ese sentido, es muy interesante el trabajo de Danilo Martuccelli,
quien estudia las transformaciones socioculturales ocurridas en Lima duran-
te las últimas décadas. Empalmando el análisis de los cambios demográficos
en el largo plazo, de la encrucijada vivida en la década de 1980 y el impacto
posterior del neoliberalismo, Martuccelli plantea que ocurrió una auténtica
“revolución en la sociabilidad” de raigambre popular, así como el ascenso de
un nuevo individualismo, que han replanteado las jerarquías socioculturales
así como el papel del racismo.31 Si bien ha colapsado el racismo estamental,
ello no implica que las relaciones de poder, las formas de diferenciación y
distinción social, así como las luchas por ciudadanía que tienen lugar desde
un horizonte popular, se encuentren al margen de expresiones de racismo y
discriminación étnico-racial. ¡Más bien ocurre todo lo contrario!
Desde mi punto de vista, la colonialidad racial/cultural de las relaciones
de poder, constituye el rasgo fundamental de la experiencia social e histórica
peruana contemporánea.32 El orden republicano construido desde inicios del
siglo XIX, tuvo como fundamento el engranaje de la dominación social y
racial/cultural; es decir, la superposición de relaciones de dominio clasista,
étnico, racial, económico, sexual, geográfico-territorial, etcétera, a la cual ya
nos hemos referido. Se trata de una textura de dominación y desigualdad per-
sistente (Tilly, 2000), que se expresa frecuentemente en los términos de un
discurso racista, sea de forma explícita o velada. De esa manera, cabe pensar
que la racialización de las relaciones sociales opera simultáneamente en dos

31 Véase Martuccelli (2015). Con mucha perspicacia, el autor destaca la insuficiencia del
análisis político e institucional, tan de moda entre las ciencias sociales peruanas en la
actualidad, a fin de conocer toda la dimensión y profundidad de los cambios ocurridos.
Los mismos incluyen un fuerte “sentimiento de incomprensión” entre los propios actores,
especialmente en Lima, bajo las condiciones de un “proyecto reglamentador” asociado a la
vigencia del neoliberalismo. Por esa razón, el autor recurre a una interpretación sociocul-
tural que hilvana el análisis de los vertiginosos cambios ocurridos en distintas “arenas” de
la vida social.
32 La noción de colonialidad del poder es la contribución más importante de la extensa tra-
yectoria de Aníbal Quijano (2014), pero prácticamente no fue incorporada en el debate
mencionado, salvo una breve alusión de Rochabrún. Lo urgente es pasar de utilizar esta
noción a manera de paraguas explicativo, a fin de convertirla en una herramienta para el
análisis concreto de la reproducción histórica del poder y la dominación. Agradezco los
largos años de amistad y diálogo con Aníbal Quijano al respecto.
36

sentidos: en primer término, como elemento que contribuye a la reproduc-


ción de las relaciones de poder cotidianas; y, en segundo lugar, como discur-
so que justifica dichas relaciones, presentándolas como naturales o legítimas
(tanto entre los dominadores como entre los dominados). El lenguaje racista,
que entrecruza prácticas y significados, opera de ese modo como eficaz fun-
damento invisible33 de las relaciones de poder.
En relación a la lucha en defensa de la diversidad cultural, un resultado
de ello es la situación aparentemente contradictoria visible en Perú: en gran
medida los propios actores indígenas son los más interesados en desprenderse
de sus propios rasgos étnico-culturales. Esfuerzos dirigidos a promover la
interculturalidad, desarrollo con identidad, promoción de las lenguas y co-
nocimientos tradicionales, preservación del patrimonio cultural, entre otros,
simplemente se estrellan contra la pared inquebrantable de la propia volun-
tad de los denominados “portadores”, interesados más bien en usar todos los
medios posibles para dejar de ser considerados indios. De allí el desfase entre
conocimiento y políticas públicas dirigidas a la protección de la diversidad
cultural, que no consideran el entramado de colonialidad implícita en la re-
producción de las relaciones de poder.34
Ocurre que la condición de indio e indígena se halla intrínsecamente
relacionada al hecho de ser campesino, pobre, ignorante, más rural, menos
civilizado, menos moderno y, a fin de cuentas, a tener menos valor como
persona.35 Durante mucho tiempo, esta superposición entre condición étnica

33 Esta idea fue elaborada por Gonzalo Portocarrero (1995) en torno al rol del racismo du-
rante la República Aristocrática. Junto a sus aportes sobre racismo y mestizaje, Portoca-
rrero (2007) y otros autores como Manrique (2000) y Flores Galindo (2005), plantearon
la necesidad de estudiar el papel de las ideas racistas. Sus trabajos plantearon una cuestión
aún pendiente: el estudio histórico-etnográfico de la reproducción de las relaciones de
poder, dominación y discriminación étnica articuladas en torno al racismo.
34 Históricamente, las poblaciones campesino-indígenas han desarrollado por ello luchas y
movimientos sociales dirigidos a alcanzar el progreso, la modernidad y la condición ciuda-
dana, a través de la apropiación de los mecanismos de dominación de raigambre colonial
(aprendizaje del castellano, acceso a saber leer y escribir, uso del sistema de justicia, reco-
nocimiento por parte del Estado, acceso al mercado, igualdad en términos de ciudadanía,
etcétera).
35 El entramado entre desigualdad étnica y socioeconómica, como parte de una configu-
ración móvil, porosa y sumamente evanescente de la discriminación, fue resaltado por
Carlos Iván Degregori en diversos trabajos sobre la peculiaridad de lo étnico en el Perú.
Lo condujo asimismo a elaborar la idea de que el anhelo de modernización y acceso a
ciudadanía, se halla en la base de los fenómenos de movilización social más importantes
de la historia peruana contemporánea, tales como las migraciones, luchas por educación,
luchas por la tierra, entre otros (véase: Degregori, 1993 y 1986). Como parte de sus Obras
Escogidas, una reciente edición de sus trabajos sobre los cambios socioculturales vinculados
37

y dominación social sustentó el anhelo de alcanzar igualdad mediante la


renuncia a la propia identidad. Fue uno de los elementos centrales de una vía
de modernización que actuó como poderoso motor de cambio sociocultural,
en una sociedad que a resultas de ello, antes del actual período de moderniza-
ción neoliberal, parecía enrumbarse a tientas hacia una ruta singular de mo-
dernización y nacionalización expresada en el fenómeno de la cholificación.36
Actualmente es posible apreciar que está ocurriendo un proceso hasta
cierto punto inverso al de las décadas previas a la hegemonía neoliberal: la
búsqueda de igualdad parece reencontrarse poco a poco con la reivindicación
de la identidad, incluyendo la defensa de etnicidades indígenas que anterior-
mente eran ocultadas o negadas en el ámbito público. Asistimos, de esa for-
ma, en medio de la frenética modernización neoliberal, a un nuevo momento
de redescubrimiento de lo que es considerado propio. Esta vez -a diferencia
de lo ocurrido con la cholificación- el reclamo de igualdad parece incluir en
mayor medida la reivindicación o revalorización de las identidades étnicas
indígenas, mediante una novedosa defensa del idioma, los conocimientos
tradicionales, la vestimenta y, en general, las propias formas de vida y co-
nocimiento. Algunos ensayos incorporados en la tercera parte de este libro,
plantean justamente que en el Perú actual puede observarse una peculiar mo-
vilización campesino-indígena, la cual viene ocurriendo a partir de la disputa
por recursos colectivos comunitarios amenazados por la avalancha neolibe-
ral. Estos novedosos movimientos campesino-indígenas, incluyen la defensa
de elementos importantes de la identidad étnica, tales como la organización
comunal, la noción de pertenencia a comunidades y pueblos indígenas, la
defensa de la identidad, etc.
Sin embargo, en relación al tema específico del racismo y la discrimi-
nación racial, hasta ahora no conocemos suficientemente cómo los distintos
ciclos de cambio sociocultural ocurridos a lo largo de dos siglos de experien-
cia republicana, avanzaron a desmontar o, más bien, a reformular la lógica de
reproducción del poder y la colonialidad.37 Trabajar sobre este problema de

a la modernización y los movimientos sociales permite volver sobre sus hallazgos (Degre-
gori, 2013).
36 El proceso de cholificación fue estudiado en forma pionera por Aníbal Quijano (1980),
Con el tiempo, la idea de lo cholo se ha convertido en un símbolo frecuentemente utili-
zado, en tanto seña de una identidad propiamente peruana, que ya no es indígena pero
tampoco resulta ser una copia de lo occidental o extranjero.
37 Atisbos importantes sobre esa problemática pendiente, fueron planteados desde la década
de 1960 en torno a la discusión de lo cholo y el proceso de cholificación (Quijano, 1980).
Sin embargo, la discusión derivó luego hacia otros temas, siendo retomada parcialmente
en las décadas posteriores.
38

investigación resulta urgente en las ciencias sociales peruanas. Obviamente,


en estos ensayos no es posible hacerlo de manera específica, pero se trata de
una preocupación presente en el trasfondo del quehacer que orientó su escri-
tura y publicación.

Memoria y sociedad de posguerra


Antes del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
(CVR, 2003), se pensaba que el total de víctimas mortales causadas por la
violencia política en el Perú era de aproximadamente 25,000 personas. La
CVR estableció que dicho número era mucho más elevado: cerca de 70,000
muertos. Más allá del aspecto estadístico, lo que esta cifra sacó a luz fue la
invisibilidad de miles de personas en su condición de seres humanos, ciu-
dadanos y peruanos. Sobre todo porque -según lo remarcó la propia CVR
y recuerdan varios ensayos de este libro- el perfil social de la mayoría co-
rrespondió a un sector específico: campesinos e indígenas de comunidades
rurales andinas y amazónicas (los quechua hablantes fueron el 75% del total
de muertos, en tanto es difícil determinar la real magnitud de la barbarie
ocurrida en las comunidades nativas amazónicas).
La violencia política de las dos últimas décadas del siglo XX, fue una
tragedia que solo recientemente -en gran medida debido al impacto del tra-
bajo de la CVR- comienza a ser asumida en su real dimensión. Un aspecto de
ello es la elaboración de memorias que expresan diversas formas de compren-
der e interpretar los hechos ocurridos. Como en toda sociedad de posguerra,
esto viene manifestándose en el Perú a través de batallas o disputas por la
memoria.38 Se trata de la elaboración de diferentes maneras de recordar, ol-
vidar, seleccionar, silenciar o desvelar el pasado reciente de horror y destruc-
ción. Estas memorias ponen en disputa distintos significados en torno a la
violencia reciente, pero también interpelan el presente y las posibilidades de
futuro.39
Aunque los peruanos no hemos avanzado suficientemente hacia la for-
mación de una conciencia pública sobre nuestra condición de sociedad de
posguerra, sí se puede destacar que la irrupción de distintas memorias -en
gran medida confrontadas entre sí- trasluce la modificación de las condicio-
nes que en el período de la guerra interna y los años posteriores, hicieron de

38 La noción ha sido elaborada por Elizabeth Jelin (2012).


39 Quisiera destacar aquí el legado excepcional de Carlos Iván Degregori. Uno de sus últimos
trabajos, junto a un grupo de jóvenes colaboradores, fue justamente la exploración de las
batallas por la memoria en el contexto de posviolencia. Véase: Degregori, Salazar, Portugal
y Aroni (2015).
39

la violencia un tema sobre el cual era preferible no hablar. Pero el silencio y


el ocultamiento implican también maneras de memorizar las situaciones del
pasado. Por esa razón, el momento actual en que podemos ver un estallido
de memorias, pone sobre el tapete la necesidad de discutir en voz alta temas
previamente ocultos o silenciados, avanzando así hacia una memoria justa a
la cual se refiere Paul Ricoeur (2008).
Varios trabajos recientemente publicados dan cuenta del mayor interés
por la temática de la memoria, como ámbito de indagación académica y dis-
cusión pública cuyo contenido excede el ámbito estrictamente académico.40
En este contexto, cabe fijar la mirada en un tipo más preciso de materiales:
los relatos y testimonios de quienes vivieron en carne propia los sucesos de la
guerra.41Al hacerse públicas, estas memorias resultan excepcionales, debido
a que cuestionan la invisibilidad que define la condición de víctimas, replan-
teando al mismo tiempo los contenidos de esta categorización. Durante los
años de posviolencia, democratización y neoliberalización desenfrenada pos-
terior a la dictadura fujimorista y la CVR, entre las expresiones de memoria
que han aparecido públicamente, destacan aquellas que testimonian directa-
mente las experiencias de personas que vivieron lo irreparable de la violencia.
Sea como miembros de los grupos subversivos, de las fuerzas estatales o de la
población civil, sus relatos confrontan nuestra propia noción de comunidad
(humana, ciudadana, nacional), exponiéndonos como en espejo frente al pa-
sado reciente que no queremos ver en toda su dimensión.
Entre los testimonios que han concitado mayor interés se encuentran
el de Lurgio Gavilán, Memorias de un soldado desconocido (Gavilán, 2012) y
el de José Carlos Agüero, Los rendidos (2015)42. En los dos casos, se trata de
testimonios reflexivos que al hacerse públicos, consiguieron romper la coraza
que anteriormente impedía la difusión de voces (y experiencias) como las
suyas: el niño senderista que con el paso del tiempo integró además las filas
del ejército y la iglesia (Gavilán), y el hijo de padres senderistas asesinados
extrajudicialmente por el Estado (Agüero). Ambos relatos resultan difíciles

40 En el Perú, entre los aportes recientes cabe destacar: Del Pino y Yezer (2013), Vich (2015),
Huber y Del Pino (2015), Degregori (2014), Degregori y otros (2015), Macher (2014),
Manrique (2012).
41 Aún son pocos los trabajos basados en los casi 17,000 testimonios recogidos por la CVR.
Véanse al respecto los importantes aportes de Silva-Santisteban (2008) y Ulfe (2013).
42 Se trata de los que han tenido mayor impacto público y que plantean más claramente los
temas sobre los que aquí se llama la atención. También podríamos incluir, entre otros re-
cientes, los valiosos testimonios de Alberto Gálvez Olaechea (2015, 2009), exdirigente del
MRTA, y de Mark Willems (2014), excooperante de origen belga que vivió largo tiempo
en lugares fuertemente azotados por la violencia.
40

de clasificar, pues no se fijan en un único lugar de enunciación, de manera


que sobrepasan largamente una categorización rápida (resulta irresponsable
decir, en términos demasiado genéricos, que se trata de memorias represen-
tativas de los exsenderistas y exsoldados en el primer caso, y de los hijos de
senderistas en el segundo). Explicitan más bien memorias de posguerra que
reconstruyen o reelaboran experiencias límite acerca de lo inenarrable, acerca
del horror y la destrucción, vividas desde situaciones sociales envueltas en la
negación, represión y silenciamiento que acompañan las disputas en torno a
una memoria pública oficial. Sus testimonios exhiben una humanidad de la
mirada (de la memorización) que desborda la propia experiencia personal de
ambos, desestabilizando así los sentidos comunes atribuidos a la condición de
víctimas, culpables e inocentes.
Sacar a luz lo inenarrable. La operación de la memoria, en este caso,
pasa a ser un dispositivo que hurga en la textura más profunda de lo social,
revelándonos aquello que de alguna manera hace de todos víctimas, culpa-
bles e inocentes enfrentados ante aquello que no puede ser narrado en su
totalidad. Por ello los testimonios de Lurgio Gavilán y José Carlos Agüero
logran trascender su propia experiencia, su propia voz particular, convocando
una identificación mucho más amplia, reflejada en una necesidad de memo-
rias que desvelen de algún modo lo inenarrable, aquella dimensión del horror
vivido en el país que, hasta hace poco, resultaba vetado o proscrito por la
memoria oficial.43
La producción de memorias de posguerra de ese tipo, implica además
la reelaboración de dos categorías centrales de la reflexión crítica contem-
poránea: representación y agencia.44 En relación a la idea de representación,
cabe destacar que se trata de memorias que sobrepasan su propio lugar de
enunciación, su propia ubicación en la dinámica histórica de la violencia. En
su relato, Lurgio Gavilán adopta varios roles, hablando como niño senderista
-envuelto en gran medida por circunstancias que no maneja-, como soldado
defensor de la patria, como religioso en auto exculpación o búsqueda de paz
interior, pero también como antropólogo preocupado por la verosimilitud de
un testimonio que no calza en el canon del discurso académico. José Carlos
Agüero, por su parte, habla desde la vivencia del estigma, soledad e inde-
fensión, como hijo huérfano de militantes senderistas inmisericordemente

43 Los libros de ambos autores se han convertido por ello en éxitos editoriales, a través de
múltiples reediciones a las que se suman ediciones piratas, alcanzando así a un público
amplio y variado.
44 Ambas nociones se encuentran en el centro de los debates planteados desde perspectivas
como la teoría crítica, los estudios culturales y los estudios de la subalternidad.
41

asesinados por el Estado; pero también como poeta -de hecho, reiteradamen-
te su voz hace eco con remembranzas de poesía-, como activista de derechos
humanos y como historiador que elabora un testimonio que tampoco se su-
pedita a la narración académica. La memoria de lo inenarrable en situaciones
de posguerra, sobrepasa las posibilidades del conocimiento académicamente
situado, llevando a sus límites las posibilidades de representación narrativa de
la experiencia vivida. Como relata Agüero al reflexionar sobre el sentido de
su propio testimonio, se trata de una memoria exploratoria, escrita desde la
duda y el dolor, que intenta sobreponerse a sí misma y aportar en un sentido
político y moral más amplio:

“No pretendo representar a nadie. Al escribir lo hago con una única regla,
procuro ser honesto, lo hago como si escribiera para mí. Como no soy excep-
cional, entonces espero que haya algunos que encuentren aquí algún reflejo”
(Agüero, 2015:15).

El cuestionamiento de la búsqueda de representación, conduce justa-


mente a la posibilidad de que la memoria sirva para que algunos encuentren
en ella “algún reflejo”. Es decir, otra forma de representación. Se trata, en ese
sentido, de una memoria que desde el punto ciego de lo inenarrable, avanza a
tientas hacia la posibilidad del diálogo y el perdón, más allá del señalamiento
de culpables, víctimas e inocentes. Y que implica, sin duda, la obtención de
justicia y reconciliación. Esta memoria es un lugar de llegada que solo se hace
posible a través de la enunciación pública (íntima, honesta hasta lo posible)
de la experiencia, y no tanto como posición de partida claramente situada en
términos morales, éticos, políticos o académicos.
Al reflexionar sobre las memorias de Lurgio Gavilán, Agüero identi-
fica un discurso que logra empatar con un sector de población (sobre todo
de Ayacucho).45 Posteriormente se pregunta por la estrategia que permite a
Lurgio Gavilán contarse a sí mismo o “sacar adelante su historia, que es una
historia terrible, de guerra finalmente” (Op. cit: 79). Encuentra que lo hace
construyéndose un narrador: un niño que relata los acontecimientos como
testigo y no tanto como protagonista. Se trataría de una voz que, además,
convoca fascinación entre académicos que “pasman su crítica”, en parte por

45 En su opinión, es un discurso que: “los ayuda a exculparse. Los ayuda a encontrar también
algún grado de racionalidad en esas cosas que en Ayacucho todos saben: que muchos
apoyaron a Sendero Luminoso. Que en las comunidades también los apoyaron. Que luego
aprendieron la realidad de la guerra total de Sendero y en muchos casos, para sobrevivir,
tuvieron que matar. El mito de la comunidad inocente ya no se puede sostener, hay que
matizarlo con el nuevo mito de la comunidad despojada de su campo idílico, parida al
mundo con dolor” (Agüero, 2015: 74).
42

su condición de “subalterno, un indio manejando el lenguaje, escribiendo,


exótico.” (Ibíd: 80).
En un artículo también reciente, Lurgio Gavilán responde estos comen-
tarios, desde su condición de antropólogo indígena que investiga el postcon-
flicto armado entre las comunidades ayacuchanas. Al hacerlo pone el dedo
en la llaga al rechazar la idea de un apoyo masivo de las comunidades ayacu-
chanas a Sendero Luminoso. Sitúa así el debate no tanto en la cuestión del
sujeto, su lugar de enunciación y su nivel de representación, sino más bien en
el tema de la agencia campesino-indígena en medio de la violencia. En su
opinión, los planteamientos de Agüero “no reposan en sólidos datos de cam-
po” (Gavilán, 2015: 27). Las comunidades ayacuchanas tuvieron hasta cierto
punto una convivencia con Sendero Luminoso en tanto “masas”, pero ello
se agotó mediante la formación de rondas campesinas denominadas “mesna-
das” por los senderistas. En su opinión, Sendero Luminoso aprovechó con
eficacia el miedo, reclutando a los hijos de las comunidades a fin de avanzar a
convertirlas en “masas” de apoyo. Pero la violencia senderista, a su vez, abrió
una caja de pandora: los ajustes de cuentas por “odios y rencores guardados
en la memoria” entre las propias comunidades. Así, su tesis es que “no había
opción para elegir si deseaban o no formar parte de las masas o bases de apo-
yo a SL; el miedo dominaba y muchos de sus hijos pasaron a formar parte de
la pirámide senderista.” (Op. cit: 27).
El debate con Agüero queda planteado, pues en su reflexión, éste más
bien pone el acento en el fin del “mito de la comunidad inocente”, plantean-
do la necesidad de dejar de lado estereotipos y esencialismos políticamente
correctos, a fin de acercarnos a la complejidad de la condición humana de
aquellos a quienes consideramos exclusivamente como víctimas. Esto supone
dejar atrás la subalternización de los otros, a fin de considerar por ejemplo
“que los campesinos actuaron con intencionalidad” (Ibíd: 28).
Lurgio Gavilán se preocupa fundamentalmente por el sentido de la
agencia de los campesinos y las comunidades ayacuchanas. En su interpre-
tación, la posibilidad de acción individual y colectiva de los campesinos in-
dígenas, bajo condiciones de violencia extrema, los llevó a asumir distintas
actitudes frente a Sendero Luminoso y otros actores de la violencia. El trán-
sito desde la condición de “masas” a “mesnadas”, revela las posibilidades y
también los límites de su agencia colectiva en tanto comunidades, en medio
del escenario de dolor y destrucción. José Carlos Agüero, por su parte, cues-
tiona la noción de representación, a partir de recuperar la complejidad de la
construcción de víctimas, inocentes y culpables en el contexto de postguerra.
Se preocupa así por recuperar la capacidad de acción de las comunidades,
43

como protagonistas de la violencia, más allá del “mito” de la comunidad


inocente y de la subalternización políticamente correcta de su propia agencia.
El diálogo crítico entre ambos autores plantea un debate necesario, que
a pesar de todas las dificultades, poco a poco va ganando condiciones de
posibilidad en la sociedad peruana de posguerra, en el contexto actual de
disputas por la memoria. Se trata de dos maneras de procesar e interpretar,
a partir de sus experiencias personales en la historia reciente de violencia,
los contenidos de representación y agencia, como herramientas que permiten
aproximarnos a lo inenarrable.46 Ambos plantean el reto de memorizar un
período de violencia que resulta imposible de abarcar o comprender en toda
su dimensión de horror y tragedia. El tema que logran sacar a luz, gracias al
cuestionamiento de la memoria oficial predominante en el ámbito público,
es el de la voluntad, victimización y condición de inocencia de los invisibles
o estigmatizados. Es decir, la cuestión de la agencia o capacidad de acción
de aquellos que, debido a su posición social subordinada, justamente se en-
cuentran imposibilitados de ejercerla. Sobre todo en un contexto de violencia
inenarrable y deshumanizadora.
Junto a ello, y a pesar de sus diferencias, resignifican el sentido de la
representación, en un país que sigue negándose a asumir (y elaborar colec-
tivamente) su condición de sociedad de posguerra. Sus valiosos testimonios
llevan al límite la famosa pregunta de Spivak (1988): ¿puede hablar el subal-
terno?, pues la asumen desde el punto ciego de lo inenarrable, sin proponerse
elaborar una respuesta concluyente. El conocimiento que la memoria aporta,
a fin de cuentas, no se dirige a la reconstrucción fidedigna del pasado, sino
fundamentalmente a su comprensión, en base a la búsqueda de reconstrucción
de la experiencia, pero también en base a silencios y olvidos. Sobre todo, en
un escenario de posguerra como el de la sociedad peruana, en que las dispu-
tas por memoria plantean más interrogantes y desafíos que certezas sobre lo
ocurrido.
En ese sentido, el diálogo crítico entre Agüero y Gavilán, sin ser todavía
un debate en el sentido preciso del término, también logra mostrar aquellos
puntos ciegos de incomprensibilidad de la experiencia, con los cuales tam-
bién tienen que lidiar los procesos de hacer memoria en una sociedad de pos-
guerra como es el Perú actual. Es el caso de las violaciones, como prácticas

46 Llevando al límite el uso (explícito e implícito) de dichas categorías, más allá de su im-
portancia teórica en el pensamiento crítico contemporáneo, los autores hacen de ellas
herramientas que permiten una aproximación cuestionadora respecto a lo inenarrable de
violencia, y aportan a otras formas de memoria y conocimiento. Al respecto véase: Pajuelo
(2015).
44

de violencia que interpelan profundamente a una sociedad en gran medida


inclemente ante la subsistencia de un orden patriarcal que incluye relaciones
de género que sustentan y reproducen cotidianamente las desigualdades de
poder.47

***
Una preocupación de fondo a lo largo del recorrido de este libro, desde
la primera hasta la última página, tiene que ver con las condiciones histó-
ricas de la exclusión y dominación étnico-cultural. A manera de urdimbre
constante, aunque de textura variable en los diversos ensayos, se exploran los
problemas de discriminación y exclusión étnica, considerando que se trata de
un elemento fundamental de la desigualdad más amplia de acceso a derechos
y ciudadanía. Es decir, de una incompleta democratización (social y política)
que ha acompañado la construcción histórica de la nación peruana a lo largo
del tiempo.
La preocupación por el largo plazo de la dominación étnica en su inte-
rrelación con la construcción nacional y democrática, se despliega en estos
ensayos mediante el análisis de las décadas recientes de transformación neo-
liberal. A pesar de la extraordinaria diversidad sociocultural que caracteriza a
la realidad peruana, hasta la actualidad sigue planteado el desafío de alcanzar
igualdad plena para todos -al margen del origen social y pertenencia cultural-
en el ámbito de la ciudadanía y otros derechos fundamentales. Las brechas de
acceso a ciudadanía, se entrelazan perversamente con la procedencia social y
étnico-cultural. Esto significa que, en términos concretos, luego de dos siglos
de experiencia republicana, sigue existiendo un diseño colonial que se refleja
en el vínculo inversamente proporcional entre ciudadanía y origen étnico: en
el Perú, quienes acceden a mayor ciudadanía son los menos indígenas y vice-
versa. La condición indígena implica menores posibilidades de acceso efec-
tivo a derechos fundamentales, tales como la igualdad en tanto ciudadanos.
De ese modo, a través de la reproducción de la colonialidad de las relaciones
de poder, ocurre cotidianamente que los indígenas siguen siendo ciudadanos
de segunda clase.
La primera parte del libro examina el proceso de neoliberalización, en-
tendido como un proceso de transformación estructural que ha modificado

47 Al respecto, en relación al crudo relato de Gavilán sobre el uso de violaciones en medio


de la guerra, los distintos puntos de vista de ambos autores simplemente muestran este
tipo de dificultad extrema, que impide establecer un diálogo crítico al respecto. La propia
Comisión de la Verdad y Reconciliación, se limitó a sacar a luz la dimensión de la violencia
de género durante los años de guerra interna, sin poder elaborar una interpretación más
abarcadora sobre la vinculación entre las dinámicas de poder, género y violencia política.
45

aceleradamente la realidad peruana, durante un tiempo signado por la vio-


lencia política más letal de nuestra historia republicana. El punto de partida
es el análisis de la vinculación entre imposición del neoliberalismo y violen-
cia. Asimismo, se analiza la expresión de memorias subalternas que logran
sacar a luz la voz del sector más golpeado por la violencia: el campesinado
indígena. Estas memorias, evidenciadas en el arte de las pinturas campesinas,
o los extraordinarios retablos de Ediberto Jiménez, claman por justicia y ver-
dad, cuestionando al mismo tiempo las formas oficiales de recordar el pasado
reciente de horror y destrucción. Entre los peruanos, a diferencia de otros
países que atravesaron situaciones recientes de violencia, no existe, como ya
hemos anotado, una conciencia extendida en torno a nuestra condición de
sociedad de posguerra. A pesar de ello, se aprecia un momento particular
de disputas por la memoria, que se relaciona en gran medida al legado de la
Comisión de la Verdad y Reconciliación.
La segunda parte del libro se aproxima a las formas de funcionamiento
del gobierno y la política. Para ello se toman en cuenta dos aspectos con-
textuales. El primero es el desmoronamiento del sistema de representación
política vigente hasta la década de 1990, reflejado en la crisis de los partidos.
El segundo es la expresión de nuevas formas de conflictividad social, que
pueden apreciarse en el estallido de los denominados “conflictos sociales”
durante las décadas de acelerada neoliberalización. Los distintos ensayos re-
flexionan sobre algunas situaciones de conflictividad social, y aportan ele-
mentos para pensar la política en relación a los aspectos mencionados.
El punto de inicio es una reflexión de largo plazo sobre el movimiento
social nacional del siglo XX. Posteriormente, el análisis se enfoca en las déca-
das recientes, abordando diversos escenarios de conflictividad social, disputa
electoral y gestión política. Recientes expresiones de conflictividad vincula-
das a disputas de poder local, así como a la expansión de la minería, se anali-
zan en relación a novedosos escenarios electorales, como los que se reflejaron
en el ascenso del nacionalismo y el reciente gobierno de Ollanta Humala.
Se trata de una experiencia política que deja muchas lecciones en país y el
contexto latinoamericano, pues este personaje pasó de ser elegido mediante
un discurso nacionalista radical que ofrecía una “gran transformación”, a un
mediocre desempeño como simple garante de la continuidad de las políticas
neoliberales. Desde la irrupción del nacionalismo humalista en la política pe-
ruana, el sur andino -en torno al cual se incluye un breve ensayo- ha pasado a
ocupar un lugar crucial en la política nacional, pues despierta los temores de
los poderosos, pero también expresa las expectativas y esperanzas de sectores
sociales en plena ebullición.
46

Se incluye también una reflexión sobre la izquierda peruana, que gra-


cias al prometedor desempeño electoral del Frente Amplio, ha vuelto a la
palestra desde las últimas elecciones del 2016. Contra todos los pronósticos,
esta agrupación logró un significativo respaldo -casi un 20% de los votos
válidos- gracias a circunstancias fortuitas ocurridas en la campaña, así como
al liderazgo de Verónika Mendoza. En los próximos años, el Frente Amplio
tiene planteado el desafío de representar una alternativa de transformación
del orden neoliberal vigente en el país. Esto requiere la valentía y lucidez
para asumir un rol de continuidad y cambio en la identidad de izquierda,
especialmente en relación a la idea de democracia, así como el vínculo con
los movimientos y luchas sociales populares.
Las dos partes finales del libro, “abren” la mirada hacia un escenario
más amplio: la trayectoria de los movimientos indígenas en la región andi-
na, considerando los casos de Perú, Ecuador y Bolivia. En la actualidad, las
ciencias sociales latinoamericanas se hallan constreñidas en gran medida a
un ámbito de reflexión que se reduce a los propios países de los investigado-
res. Sin embargo, un tema como el de los movimientos indígenas solo puede
comprenderse a la luz de una perspectiva mayor, cuando menos subregional,
más aun tratándose de un fenómeno de escala continental y global. En los
Andes, la experiencia de los tres países mencionados demuestra mucho más
que un origen histórico común, pues los movimientos indígenas presentan
semejanzas y diferencias importantes que vale la pena tomar en cuenta. Los
ensayos incluidos al respecto, recuerdan la trayectoria de los movimientos
indígenas en las últimas décadas. Conducen a pensar que el ciclo de movili-
zación indígena contemporánea, visto en clave regional, parece haber llegado
a su límite, aunque también se aprecian novedades interesantes en el caso
peruano.48
En Ecuador y Bolivia, los movimientos indígenas enfrentan el dilema
de renovarse o seguir perdiendo presencia política. Luego de haber alcanzado
momentos de singular protagonismo e influencia pública, al punto de con-
vertirse en actores políticos importantes de dichos países, los movimientos
indígenas enfrentan situaciones de crisis que pueden entenderse en perspec-
tiva más amplia. El impacto logrado por las organizaciones indígenas, sacu-
dió fuertemente la realidad política boliviana y ecuatoriana. Sin embargo,
en gran medida resultó rebasado por el ascenso de nuevos nacionalismos

48 Por motivos de espacio, en un libro ya demasiado extenso, no se incluyen varios trabajos


sobre los temas analizados, de modo especial una monografía sobre la movilización indí-
gena en los Andes publicada el 2004 en Caracas, la cual dio inicio a mi preocupación por
dicho tema. Véase: Pajuelo (2004). Disponible en el portal Cholonautas del IEP: http://
www.cholonautas.edu.pe/modulos/biblioteca2.php?IdDocumento=0485
47

populares expresados en los actuales regímenes “progresistas” y los liderazgos


plebiscitarios de Rafael Correa y Evo Morales. Es en Bolivia que se ha avan-
zado en mayor medida hacia una transformación del sentido histórico de la
construcción nacional, sustentada actualmente en un imaginario (una nueva
hegemonía) de raíz indígena y popular. En Ecuador, en cambio, la crisis del
movimiento indígena brindó espacio al auge de un proyecto político impul-
sado por la movilización de clases medias urbanas. En la actualidad, el régi-
men de Correa se encuentra en declive, en ausencia de un horizonte político
propio que luego del último proceso constituyente, ha sido reemplazado por
la exhibición de un talante claramente autoritario, enfrentado inclusive a los
propios movimientos sociales. En Bolivia y Ecuador, como en las demás ex-
periencias de los gobiernos “progresistas” latinoamericanos, se hizo evidente
la dificultad de llevar la retórica de cambio hacia la implementación concreta
de nuevos modelos de desarrollo, realmente alternativos y anticapitalistas,
más allá de la lógica neoliberal y extractivista.
En cuanto al Perú, es bastante común mencionar que muestra una si-
tuación atípica, debido a la inexistencia de movimientos indígenas semejan-
tes a los de otros países. Por eso resultan interesantes los ensayos de la tercera
parte del libro, en los cuales se plantea que la sociedad peruana actual es
escenario de un nuevo ciclo de luchas comunitarias e indígenas. El eje de
este proceso es el redescubrimiento y defensa colectiva de los bienes y recur-
sos comunitarios. Se trata de un fenómeno que responde a las condiciones
propias de las últimas décadas de predominio neoliberal, crisis de represen-
tación política y redefinición de la conflictividad social. Asimismo, expresa
las particularidades de la identificación étnica en una sociedad que alberga
-en términos cuantitativos- la mayor población indígena entre los países de
los Andes. El reciente despertar de luchas étnico-comunitarias, a pesar de su
dispersión territorial, alcance básicamente local y precariedad organizativa,
expresa sin embargo un nuevo ciclo histórico de movilización indígena co-
munitaria en la sociedad peruana.
Tales luchas colectivas, en gran medida anónimas, rurales y de rostro
indígena, que vienen emergiendo a pesar de la continuidad aparentemente
incontestable de la hegemonía neoliberal, representan el río invisible que re-
corre las páginas de este libro: un río de luchas por el pan y la belleza de las
utopías cotidianas.
Lima, julio de 2016.
PARTE 1

NEOLIBERALISMO, VIOLENCIA Y MEMORIA


Guerra y transformación neoliberal:
la experiencia peruana*

Introducción1
Durante las dos décadas finales del siglo XX, el Perú
fue escenario de una guerra fratricida que dejó el saldo de
casi 70,000 muertos. El conflicto se inició el 18 de mayo
de 1980, con la quema de ánforas electorales por parte del
PCP-SL2 en la localidad de Chuschi, comunidad cam-
pesina de Ayacucho, una de las regiones más pobres del
país. Ese día, cumpliendo sus planes político-militares,
Sendero Luminoso decidió iniciar la “guerra popular” en

* Publicado como: “War and Neoliberal Transformation: The Pe-


ruvian Experience”, en: Gerd Schönwalder y Francisco Gutiérrez
(eds.), Economic Liberalization and Political Violence. London:
Pluto Press, 2010, pp. 245-284. En castellano, una versión preli-
minar fue publicada en: Francisco Gutiérrez y Ricardo Peñaranda,
Mercados y armas. Conflictos armados y paz en el período neolibe-
ral. América Latina, una evaluación. Bogotá: La Carreta Editores,
2009.
1. Este trabajo es resultado del proyecto de investigación “Liberali-
zación económica, política y guerra. Estudio comparado África
– América Latina”, realizado en el Instituto de Estudios Políticos
y Relaciones Internacionales (IEPRI), de la Universidad Nacional
de Colombia, bajo la coordinación de Francisco Gutiérrez. El es-
tudio abordó comparativamente las experiencias de guerra y neo-
liberalización de Colombia, Perú, El Salvador, Guatemala, Sudán
y Costa de Marfil. Agradezco las sugerencias de los investigadores
participantes del proyecto en seminarios y talleres realizados en
Bogotá, París, Lima y Ayacucho. Especialmente a Francisco Gu-
tiérrez, Ricardo Peñaranda y Gerd Schönwalder. En el Instituto de
Estudios Peruanos agradezco la colaboración de Dynnik Asencios,
asistente de investigación del proyecto.
2. Partido Comunista Peruano Sendero Luminoso, en adelante PCP-SL o
Sendero Luminoso.
52

contra del Estado peruano, justamente cuando se realizaban las elecciones


presidenciales que reinstauraban el régimen democrático en el país, luego de
12 años de peculiar dictadura militar.3
A lo largo de la década de 1980, la guerra entre Sendero Luminoso y
el Estado peruano se fue intensificando y expandiendo territorialmente, al
punto de convertirse en el mayor episodio de violencia ocurrido en la his-
toria republicana del Perú. En 1984, también se alzó en armas el MRTA,4
otra organización armada proveniente de la izquierda radical peruana que,
de esa manera, incrementó la vorágine de violencia. El enfrentamiento entre
el Estado y las organizaciones alzadas en armas se concatenó con una grave
crisis económica y política, cuyos principales rasgos fueron la hiperinflación
y la pérdida de credibilidad de los partidos políticos, respectivamente. Dicho
panorama generó entonces los peores pronósticos: hacia fines de la década
se pensaba que el colapso del Estado era una posibilidad a tomar en cuenta,
en medio del incremento de la guerra, el descalabro de la economía nacional
y el desmoronamiento del precario sistema democrático que reemplazó a la
dictadura militar.
Sin embargo, lo ocurrido durante la década posterior fue completa-
mente diferente. En las elecciones presidenciales de 1990 el triunfador fue
Alberto Fujimori, un outsider político que, contra todos los pronósticos, logró
derrotar al candidato favorito, el famoso escritor Mario Vargas Llosa. Fuji-
mori ganó las elecciones con un discurso frontalmente opuesto al programa
neoliberal de su contendor, pero al asumir el poder dirigió un gobierno que se
caracterizó justamente por su ortodoxia neoliberal. Las reformas económicas
comenzaron con un severo shock económico, anunciado apenas dos semanas
después de iniciado su gobierno. La drástica receta neoliberal elegida por
Fujimori para estabilizar la economía, fue acompañada poco tiempo después
por la instauración de un régimen político autoritario mediante el golpe de
Estado del 5 abril de 1992. Golpe merced al cual logró el control de todos
los poderes públicos. Dichos cambios en la economía y la política peruanas
coincidieron además con la derrota de Sendero Luminoso. Un hecho clave
de esta historia fue la captura de Abimael Guzmán, líder máximo de esa

3. En 1968 el general Juan Velasco Alvarado llegó al poder mediante un golpe de Estado, ins-
taurando un régimen militar bastante sui géneris, que impulsó diversas reformas pro-
gresistas entre las cuales destaca la reforma agraria, una de las más drásticas implemen-
tadas en América Latina. Desde 1975, el general Francisco Morales Bermúdez sacó del
poder a Velasco mediante otro golpe de Estado, iniciando la denominada “segunda fase”
del régimen militar. Luego de intensas protestas populares, el gobierno se vio obliga-
do a convocar a una Asamblea Constituyente en 1978 y a elecciones generales en 1980.
4. Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, en adelante MRTA.
53

agrupación, en septiembre de 1992. Con la captura de Guzmán, el curso de


la guerra cambió por completo, pues Sendero Luminoso se desplomó como
un castillo de naipes con la captura de su líder, y en los años posteriores
fue plenamente derrotado en términos estratégicos por parte del Estado. En
cuanto al MRTA, aunque su accionar nunca alcanzó la magnitud de Sendero
Luminoso, también sufrió una derrota similar con la captura de sus princi-
pales líderes por esos años.
Una apreciación ligera del caso peruano puede llevarnos a pensar que la
culminación de la guerra fue el resultado automático de la aplicación de las
reformas neoliberales. Durante el régimen fujimorista esta idea fue difundi-
da ampliamente desde el Estado con la finalidad de legitimar políticamente
al régimen. Contrariamente a ello, el presente texto sostiene, más bien, la
idea inversa: el caso peruano muestra que el fin de la guerra facilitó en gran
medida el éxito de la estabilización neoliberal. Lo ocurrido en Perú fue una
asociación exitosa entre la imposición del neoliberalismo y la instauración de
un modelo político autoritario, en un contexto marcado por el desenlace de
la guerra interna.
La estabilización económica neoliberal, el declive de la guerra y la arre-
metida política en contra de los llamados “partidos tradicionales” otorgaron
a Fujimori una gran popularidad, la cual facilitó en gran medida el afianza-
miento de su régimen autoritario. El control mafioso del aparato de Estado
fue acompañado por la implementación de una eficaz estrategia de apoyo
social dirigida hacia la población más pobre del país, a través de programas
sociales administrados mediante una extensa red de clientelismo y preben-
dalismo político. Este modelo de gobierno instaurado por Fujimori y sus
aliados mediante el aprovechamiento del control del Estado, se sostuvo me-
diante una férrea alianza de poder entre una nueva tecno-burocracia estatal
neoliberal, las Fuerzas Armadas y los grupos empresariales.5
A través de sucesivas reelecciones presidenciales, Fujimori logró mante-
nerse en el poder durante toda la década de 1990. En las elecciones de 1995,
derrotó por una amplia mayoría electoral al prestigioso diplomático peruano
Javier Pérez de Cuéllar, obteniendo así su primera reelección. Posteriormente,
en las elecciones del año 2000, volvió a reelegirse mediante un escandaloso
fraude electoral que terminó aislándolo políticamente a nivel internacional.
A pesar de ello y de la creciente oposición social al régimen, Fujimori jura-
mentó por tercera vez en julio de ese año, en medio de fuertes protestas. Sin

5. Al respecto, para una visión de conjunto sobre dicho régimen, que fue denominado como
“fujimorismo”, véanse los estudios de Murakami (2007), Cotler y Grompone (2000), De-
gregori (2000), Crabtree y Thomas (2000) y Quijano (2005).
54

embargo, el colapso del régimen fujimorista se inició de manera sorpresiva


dos meses después, al descubrirse que el gobierno se había asegurado el con-
trol del parlamento mediante el soborno de congresistas de otras bancadas
políticas.
Las denuncias acerca de la existencia de una inmensa red de corrupción
montada por Fujimori y sus aliados para asegurarse el control político, eran
moneda corriente en el Perú desde los primeros años de la década de 1990,
pero se habían estrellado frente a la popularidad del régimen. Por fin, en
septiembre del 2000, la propalación de un video en el cual se apreciaba al
asesor Vladimiro Montesinos comprando con fajos de dinero el apoyo de
un congresista, terminó de revelar el carácter mafioso del régimen y desató
una crisis política que obligó a Fujimori a anunciar la convocatoria a nuevas
elecciones sin su participación. Poco tiempo después, aprovechando un viaje
al exterior, Fujimori escapó del país y renunció al poder mediante un fax
enviado desde el Japón.
La transición democrática que sucedió a la caída de Fujimori trajo con-
sigo importantes reformas dirigidas a restaurar la gestión democrática del
Estado, pero dejó incólume el modelo económico dejado por su régimen. Los
gobiernos democráticos posteriores se han esmerado por mantener la estabi-
lización neoliberal. Tras casi dos décadas de adopción ortodoxa de las refor-
mas neoliberales en el Perú, resulta sorprendente constatar que dicho modelo
sigue aplicándose sin mayores ajustes. Desde que en 1990 el neoliberalismo
fuera impuesto como salida ante una situación de extrema crisis económica y
guerra interna, no solo reviste la forma de un modelo de desarrollo que es vis-
to como única alternativa para asegurar el mantenimiento de la paz y el creci-
miento económico. Se trata además de un paradigma ideológico hegemónico
en Perú, reflejado en la permanencia de una suerte de “consenso neoliberal”
fervientemente defendido por las élites económicas y políticas del país.
Sin embargo, este consenso neoliberal que arrastró un amplio respal-
do popular durante los tiempos del fujimorismo, ha ido perdiendo respaldo
entre los sectores populares, sobre todo desde la transición democrática con
que se inició la década del 2000. Durante los últimos años, la vigencia del
neoliberalismo se ha visto cuestionada por un creciente clima de descontento,
evidenciado en múltiples protestas y conflictos sociales. Aunque el modelo
neoliberal ha generado bastante dinamismo económico, persiste la situación
de pobreza y extrema pobreza en medio de la cual subsiste la mayoría de la
población. Ello alimenta el descontento, al tiempo que profundiza el desfase
entre las elevadas cifras de crecimiento macroecónomico y la inestabilidad
social del país. Además, junto a las protestas y conflictos sociales, se aprecia
un cierto rebrote localizado de la violencia política de las décadas pasadas,
55

asociada al accionar de algunos remanentes de Sendero Luminoso y el incre-


mento del narcotráfico.
Lo ocurrido en el Perú, en síntesis, ha sido una experiencia de estabili-
zación neoliberal exitosa que, a pesar de los vaivenes políticos ocurridos en
el país, ha logrado mantenerse desde inicios de la década de 1990. Entre los
mecanismos que permitieron el afianzamiento de la estabilización neoliberal
durante el gobierno de Fujimori, se puede mencionar la eficacia de una ad-
ministración política sustentada en la distribución clientelista de los recursos
estatales. Mediante el uso de ingentes cantidades de dinero provenientes de
las privatizaciones y el incremento de la recaudación fiscal, el gobierno logró
montar una eficaz red de distribución de ayudas, a través de programas so-
ciales altamente personalizados y dependientes de las necesidades políticas
del régimen. Al mismo tiempo, el Estado fue copado por una mafia política
que logró centralizar sus actividades criminales en el interior del aparato pú-
blico, bajo el férreo control del propio Fujimori, así como de sus principales
allegados y colaboradores.
Entre los factores asociados a la estabilización neoliberal que redun-
daron en un amplio respaldo popular al régimen, se hallan especialmente
el control de la inflación y el triunfo del Estado en la guerra contra los gru-
pos alzados en armas. Junto a ello, las cifras de crecimiento económico y el
rechazo de la población a los llamados “políticos tradicionales”, quienes se
convirtieron en el blanco de la retórica antipolítica característica del régimen,
ampliaron también las bases de apoyo social del fujimorismo.
Con el colapso del régimen y la transición democrática ocurrida a ini-
cios de la década de 2000, se abrió un nuevo escenario político y social en el
Perú. En este nuevo contexto, el modelo económico neoliberal fue continua-
do por los gobiernos elegidos democráticamente que sucedieron al fujimoris-
mo, pero también se ha hecho evidente la continuidad de severas fracturas y
contradicciones sociales que, en gran medida, resultan alimentadas por las
propias insuficiencias de la estabilización neoliberal autoritaria.
El Perú no ha logrado superar los problemas que originaron la crítica
situación de las décadas de 1980 y 1990, signadas por la guerra, la crisis
económica, el desmoronamiento del sistema de representación política y la
imposición neoliberal. Pese al crecimiento económico derivado de la estabi-
lización neoliberal, siguen reproduciéndose fuertes brechas y desigualdades
de orden social, territorial y étnico-cultural de larga data en la sociedad pe-
ruana. El orden neoliberal no ha logrado transformar el cuadro estructural
de exclusión y miseria que afecta a las mayorías populares. Esta situación se
ha reflejado en el incremento de protestas y conflictos sociales, los cuales
56

eventualmente podrían generar nuevas situaciones críticas en el horizonte


futuro de la sociedad peruana.
Tal historia es la que relata analíticamente este documento. Para ello,
en la primera sección se realiza una narrativa sintética de la experiencia de
guerra interna ocurrida en el Perú. La segunda sección describe las vincu-
laciones entre el fin de la guerra y la transformación neoliberal autoritaria,
ampliando la información en torno a las características de la “revolución”
neoliberal vigente en el país desde inicios de la década de 1990. En la tercera
y última parte, se aborda la situación posterior a la imposición de las reformas
neoliberales, analizando la evolución de la conflictividad social y los indicios
que muestran un rebrote localizado de las acciones subversivas.

1. La guerra
De acuerdo a los cálculos efectuados por la Comisión de la Verdad
y Reconciliación6 creada en el Perú para el esclarecimiento de las violacio-
nes a los derechos humanos ocurridas durante la guerra interna, el total de
víctimas fatales fue de aproximadamente 70,000 personas. Esta cifra, como
recordó la propia CVR, supera largamente el número de víctimas de las an-
teriores guerras civiles y también de las guerras externas ocurridas en el país.
En cuanto al perfil social de los muertos y desaparecidos, se trató bá-
sicamente de personas humildes, pertenecientes a los estratos sociales más
pobres y excluidos del país. En su gran mayoría eran campesinos indígenas
que, envueltos en la vorágine de la guerra, se convirtieron en sus principales
víctimas (ver Gráfico 1).

Gráfico 1
Víctimas según ocupación, 1980-2000

7500

6000

4500

3000

1500

0
s
os nt e sa tes tes res tes ado
s s
are bre ro
s
al e
s nes
p e sin d irige de ca rci an ndie n ofes o udi an ple y mi li t O c tu ac io
am s y as m e p e Pr Es t E m s tele c up
C d e Am c o d e ía in o
a sy In Pol
ic se as
ori d ore n ale O tr
Aut ded
en r ofes io
V P

Fuente: CVR (2003).

6. En adelante: CVR.
57

El 75% tenían como lengua materna el quechua (ver Gráfico 2). Por el
lugar de origen de las víctimas –las regiones más pobres, excluidas y territo-
rialmente alejadas del país- puede notarse que la violencia se ensañó con la
franja de población más vulnerable de la sociedad peruana (ver Gráfico 3).

Gráfico 2
Víctimas según idioma materno, 1980-2000

12000

10000

8000

6000

4000

2000

0
Quechua Castellano Otras lenguas nativas

Fuente: CVR (2003).

Gráfico 3
Víctimas según lugar de nacimiento, 1980-2000

8000
7000
6000
5000
4000
3000
2000
1000
0
co ín ca c ín o li os
uc h
o
ánu Ju n a ve li ma ar t a ll a Pu
no s co ay a Ot r
ac Hu c p ur í a n M ma/C Cu Uc
Ay a n A S L i
Hu

Fuente: CVR (2003).

Al observar la evolución de la guerra de acuerdo a la cantidad de vícti-


mas, se aprecia que hubo dos momentos de mayor intensidad en el conflicto.
El primero correspondió a los años de militarización ordenada por el Estado
a inicios de la década de 1980. El segundo fueron los años de extremo en-
frentamiento desatado por Sendero Luminoso a fines de esa década, con el
objetivo de establecer el llamado “equilibro estratégico” con las fuerzas esta-
tales (ver Gráfico 4).
58

Gráfico 4
Total de víctimas según año de fallecimiento/desaparición, 1980-2000

4500
4000
3500
3000
2500
2000
1500
1000
500
0

Fuente: CVR (2003).

Asimismo, al indagar por las razones que hicieron de este conflic-


to el más mortal de la historia peruana, la CVR encontró que la violen-
cia desatada por Sendero Luminoso abrió una caja de pandora que re-
sultó inmanejable para los distintos actores armados. La violencia tuvo
un crecimiento exponencial durante la década de 1980, entre otras ra-
zones, debido a la existencia de un caldo de cultivo que facilitó su re-
producción. Las condiciones de extrema pobreza y marginación de
amplios sectores sociales, así como la existencia de múltiples conflictos desa-
tados por un acelerado proceso de modernización inacabada durante las dé-
cadas previas, conformaron un terreno propicio para el accionar de Sendero
Luminoso. El trasfondo que condujo al estallido de la guerra, muestra ade-
más el desfase entre una acelerada modernización que en pocas décadas cam-
bio el rostro del país, y la permanencia de un régimen político sumamente
excluyente y restrictivo.7

El trasfondo histórico
Desde mediados del siglo XX, la sociedad peruana vivió un intenso
ciclo de modernización. Fue así como se transformaron de manera acelerada

7. Algunas cifras resultan ilustrativas al respecto. Mientras que en la década de 1940 el 35%
de la población vivía en las ciudades y el 65% en el campo, cuatro décadas después, en
1980, dicha situación se había invertido: quedaba apenas un 35% de población rural, en
tanto que un mayoritario 65% vivía en las ciudades. En cuanto a la vigencia del carác-
ter restrictivo del sistema político, puede destacarse que recién en 1979 se reconoció el
derecho al voto de los analfabetos (entonces la mayoría de la población, de procedencia
indígena y rural). Sobre los procesos de modernización inacabados en la sociedad peruana
véase la sección del tomo I del Informe Final de la CVR referida al despliegue regional del
conflicto (CVR, 2003).
59

los rasgos tradicionales del país. Algunos procesos de cambio ilustran muy
bien la intensidad de la modernización que cambió completamente el rostro
tradicional del Perú oligárquico. Podemos destacar los siguientes: a) el cam-
bio del patrón de poblamiento, cuyos rasgos rurales tradicionales se vieron
trastocados hacia un nuevo patrón predominantemente urbano en el lapso de
pocas décadas; b) el acelerado proceso de urbanización que desencadenó pro-
fundos cambios socioculturales y de hábitat en las ciudades en expansión, así
como en las zonas rurales expulsoras de población; c) se desarrolla un proceso
de industrialización sin precedentes en la historia nacional previa, al amparo
del cual emergen nuevos sectores de trabajadores asalariados; d) el Estado se
expande y crece significativamente en términos institucionales, a la par que
se incrementa su presencia en el territorio; e) se desarrollan los medios de
comunicación masiva (radio, tv y medios impresos); f) se expande en gran
medida el mercado, incluso en ámbitos territoriales caracterizados por la in-
accesibilidad geográfica y la lejanía territorial respecto a los centros urbanos
de poder económico y social; g) el acceso a educación se expande a un nivel
sin precedentes, no solo en los grados básicos de primaria y secundaria, sino
también la educación superior (universidades e institutos).
La sociedad peruana que dio origen al PCP-SL y acabó envuelta en el
conflicto más grave de su historia republicana, fue pues aquella que resultó
de un proceso de modernización trunco, que si bien cambió completamente
el rostro del país, dejó sembradas múltiples brechas y contradicciones so-
ciales, las cuales estallaron junto al accionar político de Sendero Luminoso.
Los avances hacia la apertura del sistema político hacia fines de la década de
1970, en un contexto de transición democrática que sucedió al largo régimen
militar, llegaron demasiado tarde. De ese modo, el retorno a la democracia
en 1980 justamente coincidió con el inicio de la historia de violencia y des-
trucción desatada por Sendero Luminoso.

Trayectoria de la guerra
La agrupación política que dio inicio a la guerra, el PCP-SL, tuvo su
origen en una escisión ocurrida al interior de la izquierda comunista peruana
en 1970.8 Se trataba, al momento de su surgimiento, de una agrupación bas-
tante pequeña liderada por Abimael Guzmán, un profesor de filosofía de ori-

8. El origen de la izquierda peruana se remonta a la formación del Partido Socialista por parte
de José Carlos Mariátegui, en 1928. Muerto este en 1930, el nombre de dicho partido fue
cambiado a Partido Comunista Peruano (PCP). En 1964, el PCP se escinde en dos ver-
tientes, la “pro-rusa” y la “pro-china”, representadas por el PCP-Unidad y el PC-Bandera
Roja, de tendencias leninista y maoísta, respectivamente. El PCP-SL fue una escisión del
PC-Bandera Roja, ocurrida en 1970.
60

gen arequipeño que había llegado a Ayacucho para trabajar en la Universidad


Nacional San Cristóbal de Huamanga (UNSCH). Esta Universidad de ori-
gen colonial, que resulta importante por ser el lugar en el cual surgió el PCP-
SL, había sido reabierta en 1959 luego de permanecer cerrada durante largo
tiempo. La importancia de la UNSCH se comprende atendiendo a la reali-
dad de Ayacucho, la cual es hasta ahora una de las regiones más deprimidas
de la sierra peruana. En este contexto regional que en las décadas de 1960 y
1970 se caracterizaba por la extrema pobreza, alta ruralidad y estancamiento
económico, con una población compuesta predominantemente por campesi-
nos indígenas adscritos a las haciendas o pertenecientes a comunidades, la re-
apertura de la universidad significó una esperanza de cambio profundamente
valorada por los ayacuchanos de la ciudad y el campo (Degregori 2010).
Durante la década de 1970, el PCP-SL era una minúscula agrupación
política compuesta apenas por unas decenas de militantes articulados férrea-
mente en torno a la figura de Abimael Guzmán, quien ya era considera-
do un ideólogo. Pero esta pequeña agrupación logró ganar el control de la
universidad y expandirse paulatinamente hacia diversos lugares del campo
ayacuchano. Ello ocurrió debido a la captación de militantes pertenecientes
a un sector social sumamente particular: los maestros y estudiantes univer-
sitarios. Sendero Luminoso obtuvo así una eficaz correa de transmisión que
lo condujo desde la universidad hacia otros ámbitos sociales de importancia
estratégica para sus planes de crecimiento, tales como comunidades rurales y
barrios populares urbanos.
En los últimos años de la década, se conformó a nivel nacional un am-
plio movimiento popular que logró oponerse a la dictadura militar, obligan-
do al gobierno de Francisco Morales Bermúdez a convocar a una Asamblea
Constituyente y, posteriormente, a las elecciones generales de mayo de 1980.
La retirada de los militares del poder y el retorno al régimen democrático,
constituyó un verdadero desafío para la izquierda, pues la obligó a definir su
participación –o rechazo- al sistema democrático electoral. A diferencia de
la mayoría de agrupaciones de izquierda, las cuales decidieron participar en
las elecciones, el PCP-SL se mantuvo al margen, manifestando su oposición
a integrarse al sistema democrático. En esa coyuntura de definiciones, dicho
partido decidió llevar a la práctica su discurso en torno a la necesidad de
iniciar la lucha armada. Fue así como, contando con una cierta base social en
la ciudad y el campo ayacuchanos, el 17 de mayo de 1980 los senderistas pa-
saron de la retórica a la acción, iniciando la guerra en la localidad de Chuschi
al boicotear la realización de las elecciones. Había terminado el largo período
de conformación del PCP-SL e incubación de la lucha armada en el escenario
ayacuchano.
61

A partir de los sucesos de Chuschi, se puede establecer un primer mo-


mento del conflicto armado correspondiente a sus inicios, el cual cubre los
tres primeros años de la década de 1980. Este momento inicial de la guerra
fue, sin lugar a dudas, el que registra los mayores éxitos de Sendero Lumi-
noso. No solo porque creció de manera importante el número de militantes
del Partido, el cual además se fue consolidando orgánicamente, sino también
porque los miembros senderistas lograron echar raíces en múltiples comuni-
dades ayacuchanas, que de esa manera se fueron convirtiendo en “bases de
apoyo” para el PCP-SL. Con ese caudal en expansión, Sendero Luminoso
logró impactar fuertemente en la política nacional, mediante la realización
de múltiples acciones armadas que tomaron sorpresa al Estado y las fuerzas
del orden.
Ante el crecimiento de la lucha armada senderista en Ayacucho, que
rápidamente se había expandido hacia los departamentos vecinos de Apurí-
mac y Huancavelica, a fines de 1982 el gobierno decidió tomar una medida
drástica: declarar en emergencia los territorios afectados directamente por
la violencia y encargar a las Fuerzas Armadas el control de los mismos y la
lucha contra el PCP-SL. Esto cambió por completo las condiciones del con-
flicto, con lo cual se dio inicio a un segundo momento de la guerra, definido
por la militarización del enfrentamiento entre los senderistas y el Estado. Al
amparo de la nueva política antisubversiva, en Ayacucho se conformó un
Comando Político Militar que desde 1983 paso a controlar de manera abso-
luta la vida política regional. Así, el Estado peruano dejaba en manos de los
militares el control político e institucional, supeditando las funciones civiles
al control militar en las áreas declaradas en emergencia.
La decisión de militarizar el conflicto ocasionó un escalamiento del mis-
mo a niveles que ni los propios senderistas habrían imaginado al momento de
diseñar sus planes político-militares. Esto se vio reflejado en el incremento de
las acciones de violencia, cuyos efectos fueron sentidos especialmente por la
población civil. Se agudizaron en ese contexto las violaciones a los derechos
humanos de pobladores y campesinos, cometidas tanto por los miembros de
las Fuerzas Armadas como por los miembros de Sendero Luminoso.
Los tres años de horror vividos en Ayacucho entre 1983-1985, gene-
raron una suerte de guerra civil generalizada en el campo. No solo se daba
el enfrentamiento entre el PCP-SL y las Fuerzas Armadas, sino también las
tensiones entre estos contendientes y las comunidades, vistas como presuntas
subversivas por parte de las fuerzas del orden y, de otro lado, como colabo-
radoras del Estado por parte de los senderistas. Ello condujo a muchas ma-
sacres y asesinatos colectivos, cometidos de manera brutal por unos u otros.
62

Al mismo tiempo, se acentuó la situación de enfrentamiento entre las propias


comunidades.
Con el ascenso al poder del presidente electo Alan García Pérez en 1985,
se esperaba que la situación tomase otro rumbo. Durante los primeros meses
de su gobierno, efectivamente, parecía retomarse el mando civil de la guerra,
buscándose asegurar el respeto a los derechos humanos. Sin embargo, el 18 y
19 de junio de 1986 ante un motín de presos ocurrido en los penales, bajo la
estrategia senderista de atizar las contradicciones a fin de incrementar la vio-
lencia, la respuesta estatal fue el uso indiscriminado de la fuerza. El resultado
fue una masacre de centenares de presos que abrió un nuevo período de la
guerra. Este hecho, asimismo, obligó al Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru (MRTA), una segunda organización armada que se había formado en
1984, a declarar el fin de la tregua de un año que le había dado al gobierno
aprista, declarando el reinicio de sus acciones armadas en contra del Estado.
El MRTA, organización de inspiración guevarista, contribuyó así a la esca-
lada nacional de la guerra, aunque siempre fue una agrupación de carácter
distinto al PCP-SL.9
El tercer período de la guerra, que puede describirse como de escalada
nacional de la violencia, comenzó justamente desde la masacre de los penales
y se prolongó hasta inicios de 1989. La principal característica de este período
fue la diseminación territorial de la violencia sobre gran parte del territorio
nacional. Mientras que en la zona inicial compuesta por los departamentos
de Ayacucho, Apurímac y Huancavelica continuaba la situación de terror,
se abrieron otros frentes regionales de conflicto de similar o incluso mayor
importancia, en zonas como Puno, la selva central, la costa y sierra norte y,
por supuesto, Lima.
A partir del año 1989 y hasta la captura de Abimael Guzmán en sep-
tiembre de 1992, ocurre un nuevo período crucial de la guerra. Es el momen-
to en el cual coinciden la mayor crisis estatal y la mayor expansión territorial
del conflicto. De acuerdo a los planes políticos del PCP-SL, se trataba de
un momento en el cual tenía que alcanzarse lo que llamaban el “equilibro
estratégico”; es decir, la paridad de fuerzas con el Estado. Según las directivas
de Abimael Guzmán, se trataba de atizar la violencia hasta un nivel máximo,
con la finalidad de quebrar el espinazo de la resistencia estatal, pasando a

9. Una diferencia importante era ideológica, por cuanto el MRTA no era una agrupación
maoísta sino que asumía una ideología de izquierda inspirada en las guerrillas latinoame-
ricanas. Asimismo, era una organización que usaba uniformes de guerra y se sometía a
las convenciones de Ginebra declarando respetar los derechos humanos, lo que permitía
distinguir a sus miembros de la población civil y establecer otro tipo de relación con esta.
63

una situación posterior de definición del control del poder en el país. En


tal sentido, el PCP-SL acrecentó los aniquilamientos, voladuras de torres de
alta tensión, incursiones y llamamientos a los denominados “paros armados”.
Esta situación coincidió con una severa crisis económica y política que, su-
mada a las acciones senderistas en pos del “equilibrio estratégico”, contribuyó
a generar una situación de caos. Sin embargo, luego de casi una década de
guerra, los avances en la política antisubversiva estaban comenzando a gene-
rar sus frutos. Desde 1989 ocurrió una redefinición de los planes estratégicos
militares, los cuales suplantaron la política de “tierra arrasada” que había
causado tantos estragos, por una forma selectiva de combate a la subver-
sión, basada más bien en el intento de ganarse el apoyo de la población civil.
Asimismo, el grado de infiltración y avances de inteligencia comenzaron a
redundar en las acciones policiales y militares. Un suceso que contribuyó
decisivamente a inclinar la correlación de fuerzas a favor del Estado, fue la
movilización campesina efectuada a través de la formación de las “rondas” o
“comités de autodefensa”, los cuales se habían ido expandiendo a lo largo de
la década, generándose una alianza con las fuerzas del orden. El rechazo de
los campesinos al PCP-SL, así como su apuesta a favor del Estado a través de
la formación de rondas campesinas, generó un giro de carácter estratégico en
el curso de la guerra.
La situación de crisis extrema, ofensiva senderista y contraofensiva esta-
tal ocurrida entre 1989 y 1992, durante el período en el cual se transitó hacia
el neoliberalismo, se terminó de definir con la captura de Abimael Guzmán
en septiembre de 1992. Desde entonces, lo ocurrido fue el desmoronamiento
político del PCP-SL, más aún porque su cúpula en las cárceles enfrentó se-
veras diferencias, que acabaron generando una escisión. Ante el llamado de
Abimael Guzmán a pactar un “acuerdo de paz” con el régimen de Alberto
Fujimori, la reacción de un grupo del partido fue desconocer dicha directiva,
acusando al gobierno de montar una patraña mediática y a Abimael Guz-
mán de traidor. El PCP-SL se dividió así entre dos sectores: la línea de los
llamados “acuerdistas” (seguidores de la táctica de buscar un acuerdo de paz)
y quienes proponían continuar la lucha armada (el grupo denominado “pro-
seguir”, compuesto sobre todo por un sector subsistente en la selva central).
La derrota de Sendero Luminoso fue utilizada hábilmente por el régimen de
Fujimori, a fin de legitimarse políticamente al presentarse como vencedor,
poniendo en práctica la implementación de un agresivo plan de transforma-
ción neoliberal desde el Estado. La permanencia de un régimen corrupto y
autoritario a lo largo de toda una década, coincidió así con la derrota de la
guerra y la imposición de un nuevo orden hegemónico de signo neoliberal.
64

2. La “revolución” neoliberal
Las reformas neoliberales fueron impuestas en el Perú desde mediados
de 1990, por una coalición política conformada por el entonces flamante
presidente electo Alberto Fujimori, las Fuerzas Armadas y las élites empre-
sariales del país. A esta coalición se sumó durante toda esa década la tecno-
burocracia neoliberal encargada de la gestión estatal de las reformas y el Ser-
vicio de Inteligencia Nacional (SIN), controlado por el asesor presidencial
Vladimiro Montesinos.
Esta coalición de poder que impulsó la apertura y estabilización neo-
liberal de la economía peruana, tuvo como antecedentes varios intentos de
estabilización implementados desde la década de 1970 por diversos gobiernos
que, de ese modo, buscaron remontar la crisis económica en la cual se vio en-
vuelto el país desde el estallido de la crisis internacional del petróleo a inicios
de dicha década. A fin de comprender el neoliberalismo peruano, es necesa-
rio considerar la trayectoria y vicisitudes seguidas por el conjunto del país en
las décadas previas, durante las cuales también se incubó la violencia política.

Antecedentes políticos de la estabilización neoliberal


En 1968, el general Juan Velasco Alvarado encabezó un golpe de Es-
tado e instauró un régimen militar de signo progresista autodenominado
como “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas”. Durante esos años
de intensos cambios en la sociedad peruana, se desarrollaron importantes
reformas, entre las cuales cabe destacar la reforma agraria, una de las más
radicales aplicadas en América Latina. La reforma agraria transformó com-
pletamente la tenencia de la tierra en el país, eliminando del escenario al sec-
tor terrateniente tradicional. En reemplazo de la estructura señorial-terrate-
niente, basada en el predominio de la hacienda y el control servil de la fuerza
de trabajo campesina, se estableció en el campo un régimen de producción
cooperativista, mediante la creación de empresas de propiedad social como
las Sociedades Agropecuarias de Interés Social (SAIS). La reforma agraria se
vio acompañada por otras medidas, que buscaron la transformación estruc-
tural de la economía nacional bajo un signo estatista dirigido a promocionar
la industrialización y el dinamismo interno. Así, los más importantes sectores
productivos fueron puestos bajo el manejo del Estado, a través de una ambi-
ciosa política de nacionalizaciones, las cuales fueron acompañadas por sendas
reformas en los aspectos educativo y laboral. Junto a ello, el régimen impulsó
el Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS), organismo dirigi-
do al control directo de las masas beneficiadas por las reformas, movilizadas
en apoyo del régimen.
65

Sin embargo, el experimento velasquista llegó abruptamente a su térmi-


no en 1975, debido a un golpe de Estado militar encabezado por Francisco
Morales Bermúdez. Aunque Bermúdez anunció que impulsaría una segunda
fase del llamado “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas”, en la
práctica inició el desmontaje del modelo de desarrollo estatista legado por
su antecesor. Por esos años se agudizó el arrinconamiento político del ré-
gimen militar, el cual llegó a un punto crítico al ocurrir masivas movili-
zaciones y paros nacionales como el de julio de 1977, que obligaron a los
militares a negociar la restauración democrática. Se convocó así a elecciones
para la instalación de una Asamblea Constituyente, la cual se encargó de
redactar una nueva carta magna. El año 1980 se realizaron las elecciones
presidenciales en las cuales el candidato ganador fue Fernando Belaúnde,
quien había sido derrocado por Velasco Alvarado en 1968. En dicho contexto
de transición a la democracia, los partidos de izquierda intentaron una coa-
lición electoral mediante la conformación de la UI.10 Sin embargo, no todas
las agrupaciones de izquierda, las cuales se habían multiplicado durante las
décadas de 1960 y 1970, decidieron integrarse al juego democrático. Una
de ellas, el PCP-SL, decidió iniciar su lucha armada en contra del Estado el
mismo día de las elecciones presidenciales, frustrando los comicios mediante
la quema de las ánforas electorales en la comunidad campesina de Chuschi,
Ayacucho. El retorno democrático coincidió de esa forma con el comienzo
de la guerra interna.
Durante la primera mitad de la década de 1980, el régimen de Fernan-
do Belaúnde utilizó la definición económica de la Constitución de 1979 -la
cual estipulaba que el Estado peruano se basada en una “economía social de
mercado”- para avanzar en el desmontaje de los legados del velasquismo. Ello
implicó cierto empuje hacia la liberalización comercial, especialmente para
alentar el incremento de las exportaciones no tradicionales. Sin embargo, pe-
saron más las dificultades en el manejo económico del Estado, relacionadas
a la falta de una clara política monetaria, las dificultades de gestión de las
empresas estatales y la incapacidad del manejo de la creciente deuda externa
(sobre todo en un contexto internacional en el cual se desató la llamada crisis
de la deuda). El modelo social de mercado no logró erigirse en una estrategia
de desarrollo consistente, quedando reducido a una retórica política divor-
ciada en términos reales del control del Estado (Wise, 2003: 199). A ello se
sumaron otros factores críticos, tales como la expansión de las acciones de

10. Unidad de Izquierda, frente político que luego pasaría a llamarse Izquierda Unida (IU),
logrando la alcaldía de Lima en 1983 con el liderazgo de Alfonso Barrantes Lingán. En
1989, este frente de izquierda se rompió definitivamente, debido a las pugnas internas.
66

Sendero Luminoso y desastres naturales (inundaciones y sequías asociadas al


fenómeno del niño, que devastaron gran parte del país). Así, durante el régi-
men de Belaúnde se empezó a manifestar la crisis que se desataría con toda
fuerza durante la segunda mitad de la década.
En las elecciones de 1985 triunfó Alan García, candidato del Partido
Aprista Peruano. Su gobierno generó amplias expectativas, no solo por ser la
primera vez que el aprismo llegaba al poder después de sesenta años de in-
tervención protagónica en la política peruana, sino también porque el joven
presidente García llegaba con un discurso basado en promesas de cambio y
renovación. La fórmula aplicada por el gobierno aprista consistió en utilizar
el enorme aparato de Estado para impulsar el despegue económico y el des-
empeño creciente de los agentes privados, mediante la expansión del gasto
fiscal. De esa manera, durante los dos primeros años de gobierno, se obtuvo
un alto nivel de crecimiento y fuerte dinamismo económico, acompañados
por el incremento del nivel de consumo interno. Sin embargo, desde 1987
las cosas cambiaron abruptamente, debido a que el gasto fiscal superó larga-
mente el nivel de ingresos. La heterodoxia económica del gobierno, reflejada
en decisiones como la restricción del pago de la deuda externa, el control
estatal del sector financiero y el impulso al bienestar económico mediante
una amplia política de subsidios, se estrelló con el agravamiento del déficit
fiscal. En 1988, la inflación se disparó a siete veces el nivel del año anterior,
desatándose un desequilibrio económico que ya no pudo ser controlado por
el gobierno. Al mismo tiempo, el incremento de la violencia política aumentó
la sensación de caos e ingobernabilidad en los cuales se sumía el país.
La situación al final de la década de 1980 no podía peor. Se vivía una
sensación de fracaso nacional, no solo por la aguda crisis económica sino
también por la amenaza que representaba Sendero Luminoso, cuyas accio-
nes lograron poner en jaque al Estado. El nivel de la inflación llegó a cifras
alucinantes: casi el 3,000% en 1989 y 7,000% en 1990, en tanto que en los
últimos tres años de gobierno aprista el PBI se redujo en 24%, se acrecentó
el déficit fiscal y cayó en más de 150% el nivel de los salarios reales. En ese
caótico contexto, el neoliberalismo y la necesidad de un “mano dura” en la
política, aparecieron como única alternativa de solución, más aún debido al
fracaso de los modelos económicos aplicados previamente (ver Cuadro 1).

La imposición del neoliberalismo: 1990-1992


Tres factores allanaron el terreno para la imposición neoliberal autori-
taria ocurrida en el Perú desde 1990. El primero de ellos fue la aguda crisis
nacional que condujo a los resultados de las elecciones de ese año. El segun-
do fue la debacle de los partidos políticos y la pérdida de credibilidad de la
67

Cuadro 1
Modelos de desarrollo previos a la implementación del neoliberalismo

Administración
Política económica Modelo de desarrollo
presidencial
1968-1980 •• Sustitución de importaciones
Gobierno •• Inversión en infraestructura
Capitalismo de Estado
Revolucionario de las •• Amplia nacionalización
Fuerzas Armadas •• Reforma Agraria
•• Política redistributiva
Fase I: 1968-1975 •• Tipo de cambio sujeto
Fase expansionista
Juan Velasco Alvarado •• Política monetaria errática
•• Aumento de endeudamiento publico
•• Promoción de exportaciones no tradicionales
Fase II: 1975-1980 •• Liberalización comercial
Francisco Morales Fase de ajuste •• Tipo de cambio competitivo
Bermúdez •• Ajuste monetario
•• Negociación e incremento de la deuda
•• Promoción de exportaciones primarias
•• Inversiones en infraestructura pública
1980-1985 •• Expansión fiscal
Estabilización ortodoxa
Fernando Belaúnde •• Tipo de cambio que se modula o modifica
con políticas populistas
Terry •• Manejo monetario errático
•• Renegociación y aumento de la deuda
•• Goteo “ralentalizado” de la política social
•• Controles de precios y salarios
•• Reactivación liderada por los consumidores
•• Protección comercial
1985-1990 •• Retórica redistributiva
Neoestructuralismo •• Tipo de cambio escalonado
Alan García Pérez
•• Política fiscal y monetaria expansiva
•• Descuido de la infraestructura
•• Moratoria unilateral de la deuda
Fuente: Wise (2003: 32-33).

democracia. El tercero fue la existencia de un plan militar dirigido a esta-


bilizar la situación política peruana mediante la imposición de un gobierno
autoritario.
En las elecciones de 1990, el candidato favorito era el escritor Mario
Vargas Llosa, quien desde 1987 se había convertido en líder del Movimien-
to Libertad, conformado para oponerse al intento del gobierno aprista de
estatización de la banca. Vargas Llosa saltó a la palestra política difundien-
do un discurso económico neoliberal, que fue propuesto como la única re-
ceta a la cual podía acogerse el país, en medio de la debacle reflejada en
la hiperinflación y el agravamiento de la violencia. Para el posicionamiento
del pensamiento neoliberal en el país, jugó también un papel importante el
68

economista Hernando de Soto, quien publicó en 1986 su libro El otro sende-


ro, en clara alusión a Sendero Luminoso. Vargas Llosa y Hernando De Soto
propusieron que el gran problema del Perú había sido la continuidad del mer-
cantilismo y el estatismo, ante lo cual resultaba necesaria una liberalización
drástica, capaz de barrer las trabas burocráticas que impedían el impulso al
libre mercado. El libro de De Soto, cuyo prologuista fue justamente Vargas
Llosa, tuvo el efecto de demostración de sus tesis políticas para un campo
específico: el manejo de bienes inmuebles y su conversión en activos econó-
micos para el desarrollo y la superación de la pobreza (De Soto, 1986). Por
estos años, en vinculación con el Movimiento Libertad, emergió un grupo de
jóvenes políticos neoliberales, principalmente economistas y abogados, que
posteriormente se convertirían en los técnicos que desde el Estado conduje-
ron la estabilización económica.
Las elecciones de 1990 enterraron las aspiraciones presidenciales de
Vargas Llosa, quien fue derrotado por un desconocido profesor universitario
llamado Alberto Fujimori. Semanas antes de las elecciones, Fujimori atrajo
la simpatía popular en contra de la candidatura de Vargas Llosa, quien fue
visto como candidato de los ricos. Fue así como Fujimori se convirtió en
el segundo candidato más votado en la primera votación, pasando a ser el
incuestionable ganador en la segunda vuelta electoral. Durante su campaña,
Fujimori utilizó un discurso frontalmente antineoliberal, oponiéndose a la
posibilidad del shock económico propuesto por Vargas Llosa. Su lema de
campaña, que simplemente ofrecía “honradez, tecnología y trabajo”, fue visto
como alternativa ante la arremetida de los ricos, encarnada en la candidatura
del famoso escritor que resultó derrotado. De esa forma, Fujimori llegó al
poder capitalizando la crisis de los partidos políticos, al mando de un movi-
miento independiente llamado Cambio 90. Era un candidato sin ideología
propia, sin aparato político propio y sin una receta de gobierno consistente
para enfrentar la grave situación del país.
Apenas un día después de la victoria electoral de Fujimori, se inició la
imposición de las reformas neoliberales. El suceso clave para ello fue el en-
cuentro entre el electo candidato y el economista Hernando de Soto, quien
convenció a Fujimori de la necesidad de aplicar una agenda extrema de refor-
mas neoliberales como única salida posible ante la grave crisis que envolvía al
Perú. Lo que siguió después del encuentro entre Fujimori y Hernando de Soto
fue una sucesión de acontecimientos que resultaron claves: antes de asumir
el poder, Fujimori se deshizo de su primer equipo económico, emprendiendo
una gira al exterior en la cual tomó contacto con empresarios y burócratas
neoliberales, varios de los cuales se convirtieron en funcionarios de Estado. A
casi dos semanas de haber asumido el poder, se aplicó el llamado “fujishock”
69

de agosto de 1990, continuado por centenares de decretos implementando las


reformas neoliberales. Asimismo, el 5 de abril de 1992 Fujimori dio un golpe
de Estado que anunció el largo ciclo autoritario de su gobierno.
Todos estos acontecimientos calzaron con la existencia de un plan po-
lítico desarrollado en 1989 por las Fuerzas Armadas, a fin de ejecutar un
conjunto de reformas dirigidas a liberalizar la economía y derrotar a Sendero
Luminoso mediante la imposición de un gobierno dictatorial de las Fuerzas
Armadas por un lapso de 25 años. Este plan, conocido como “El Plan Verde”,
fue descubierto unos años después y hecho público por la revista Oiga (1993).
Gracias a ello se supo, asimismo, que al ser elegido presidente Fujimori tuvo
que negociar con las Fuerzas Armadas la aplicación parcial de este plan. El
encuentro resultó providencial: Fujimori encontró en gran medida los ele-
mentos del recetario de gobierno que le faltaban, mientras que los militares
encontraron a la persona que les permitiría desarrollar los lineamientos de
su plan sin tener que recurrir a un golpe de Estado típico, a fin de controlar
directamente las riendas del país.
Entre la llegada de Fujimori al poder en 1990 y el golpe de Estado del
5 de abril de 1992, dos ministros de Economía fueron los encargados de dar
impulso a las reformas económicas. El primero de ellos, Juan Carlos Hurtado
Miller, anunció el drástico shock económico que ha sido considerado como
uno de los más ortodoxos y severos aplicados a nivel mundial (Chossudovsky,
1992). Esto ocurrió apenas once días después que Fujimori asumió el poder
(ver Cuadro 2).
Cuadro 2
Principales medidas del shock económico del 8 de agosto de 1990

• Eliminación del control de cambios.


• Incremento del precio de la gasolina en 3.000%.
• Eliminación total de subsidios.
• Liberalización general de precios de bienes y servicios, para su regulación por el mercado.
• Establecimiento de un régimen arancelario con un mínimo de 10% y 50% como máximo.
• Aumento del salario mínimo en 300%.
• Entrega de una compensación extraordinaria del 100% a los sueldos del mes de julio.
• Eliminación de todas las exenciones tributarias.
• Incremento del Impuesto General a las Ventas (IGV) al 14%.

Fuente: Lajo (1991).

Pero el verdadero arquitecto de la transformación neoliberal fue el se-


gundo ministro de Economía del régimen fujimorista: Carlos Boloña Behr.
Este ministro reemplazó a Hurtado Miller desde febrero de 1991 y continuó
70

en dicha cartera incluso después del golpe de Estado de 1992. En su libro


Cambio de rumbo, Boloña (1993) realizó una detallada descripción de la im-
plementación del programa de ajuste estructural (PAE) asumido por el go-
bierno. Los principales objetivos de este programa fueron tres: a) la absoluta
liberalización económica, b) la reinserción del país en el sistema financiero
internacional y c) la transformación institucional del Estado.
Durante la gestión de Boloña, las reformas estructurales se aplicaron en
tres olas sucesivas.11 La primera de ellas se dio entre marzo y abril de 1991,
a través de 61 decretos supremos destinados a la liberalización de la econo-
mía. Entre otras medidas, se redujeron los aranceles, se liberalizó el mercado
cambiario, se dio el impulso inicial a la privatización de las empresas y se
liberalizó el régimen laboral. La segunda ola de reformas se dio entre mayo
y noviembre de 1991, aprobándose 171 decretos legislativos que el ejecutivo
pudo promulgar gracias a una Ley de delegación de facultades otorgada por
el Congreso, a fin de legislar en tres temas: promoción de la inversión, pro-
moción del empleo y pacificación. La tercera y última ola de reformas estruc-
turales durante la gestión de Boloña, se dio entre abril y diciembre de 1992;
es decir, una vez ocurrido el golpe de Estado. El gobierno dictó 745 decretos
supremos a través de los cuales se profundizaron las reformas neoliberales en
los sectores comercial, financiero, público y productivo.
Si el ajuste económico cambió el rumbo de la economía nacional, el
giro político que consolidó las reformas neoliberales fue el golpe de Estado
del 5 de abril de 1992, gracias al cual Fujimori se aseguró el control de todos
los poderes. De esa manera, el neoliberalismo terminó asociado con la impo-
sición de un régimen dictatorial que se prolongó hasta el año 2000.

1992-2000: neoliberalismo y autoritarismo


Durante los años posteriores a la imposición autoritaria del modelo neo-
liberal ocurrida entre 1990 y 1992, el neoliberalismo peruano atravesó por
dos momentos bien marcados. El primero de ellos se extendió entre 1993 y
1997, y puede ser visto como un período de auge del modelo económico. La
estabilización económica del país comenzó a rendir sus frutos, expresados
en la mejora de los distintos indicadores macroeconómicos. Se incrementó
sustantivamente el nivel de dinamismo de la economía, hecho reflejado cla-
ramente en el crecimiento del PBI, control del déficit fiscal, estabilización
de la inflación, aumento de la inversión extranjera, incremento comercial a
través de la rebaja arancelaria, etc. (ver gráficos 5, 6, 7, 8 y 9).

11. Seguimos en adelante la propia descripción de Boloña (1993:55) sobre la arquitectura de


las reformas estructurales.
71

Gráfico 5
Evolución del Producto Bruto Interno (PBI) 1980-2004

15.0

10.0

5.0

0.0
1980
1981

1982

1983

1984

1985

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004*
-5.0

PBI
-10.0

-15.0

Fuente: INEI.

Gráfico 6
Inversión Extranjera Directa 1980 - 2004 (Millones de US$)
14 000

12 000

10 000

8 000

6 000

4 000

2 000

0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004

Fuente: INEI.

Gráfico 7
Evolución de la inflación 1980 - 2005

8000

7000

6000

5000

4000

3000

2000
INFLACIÓN

1000

0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005

Fuente: INEI.
72

Gráfico 8
Comercio exterior como % del PBI 1980-2004 (Coeficiente de apertura externa)

40.00
35.00
30.00
25.00
20.00
15.00
10.00
5.00
0.00
1980

1981

1982

1984

1985
1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992
1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004
1983

Fuente: INEI.

Gráfico 9
Inversión Extranjera Directa como % del PBI 1980-2004
25.00

20.00

15.00

10.00

5.00

0.00
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004

Fuente: INEI.

Al mismo tiempo, se incrementó el nivel de ingresos del Estado, no


solo por la mejora de la recaudación tributaria sino también por el ingreso
de capitales provenientes de la privatización de las empresas estatales. Con
estos recursos, el gobierno pudo implementar un programa agresivo de apoyo
social y ejecutar obras en sectores como educación, transporte y salud. La
confluencia entre la derrota de la subversión, la estabilización económica y la
ejecución de las políticas de apoyo social, redundó en un alto nivel de apro-
bación del régimen. Ello permitió la reelección de Fujimori en las elecciones
de 1995, derrotando al ex secretario general de las Naciones Unidas, Javier
Pérez de Cuellar. (ver Gráfico 10).
73

Gráfico 10
Presupuesto estatal destinado a gasto social 1993-2004 (en millones de nuevos soles)

2003

2001

1999

1997
OTROS GASTOS SOCIALES
PROGRAMA DE EXTREMA POBREZA
1995
EDUCACION Y SALUD

1993
0 2000 4000 6000 8000 10000 12000

Fuente: INEI.

En esos mismos años, bajo el manto del éxito neoliberal, se institucio-


nalizó un tipo de gobierno aparentemente democrático, pero que en la prácti-
ca constituía un régimen autoritario bastante sui géneris. De allí la confusión
en torno a su denominación, pues resultaba difícil catalogarlo como dictadu-
ra, razón por la cual algunos analistas prefirieron usar otros términos, tales
como los de dictablanda y democradura (López, 1993). Se habló entonces de
la figura de un triunvirato, compuesto por el presidente Fujimori, el general
Nicolás de Bari Hermoza, máximo jefe de las FFAA, y el asesor Vladimiro
Montesinos, jefe del SIN. Este último organismo se convirtió durante el ré-
gimen fujimorista en un verdadero aparato de control social e institucional.
Además, mediante el uso de medios de comunicación sometidos a los dicta-
dos del gobierno y beneficiados por jugosos sobornos, el gobierno también se
aseguró un eficaz manejo de la opinión pública.12
Desde el año 1998, se ingresó a un segundo momento en el cual la
situación económica comenzó a mostrar los rasgos de una crisis. El deterioro
de la economía mundial como producto de la sucesión de las crisis mexica-
na y asiática, implicó una transformación de las condiciones externas en las
cuales, en gran medida, se había sustentado el modelo. Por primera vez desde
la aplicación del neoliberalismo los indicadores macroeconómicos mostraron
una situación preocupante, pues ocurrió una fuerte disminución del PBI,
en tanto era cada vez más evidente que se ingresaba a un ciclo recesivo de la
economía.

12. Cabe destacar en este contexto la experiencia de medios que se resistieron al chantaje y las
presiones políticas, manteniendo una línea independiente y fuertemente crítica al gobier-
no, como fue el caso del diario La República.
74

Esta situación se prolongó durante los años 1989 y 1990; sin embargo,
no llegó al punto de generar una desestabilización e hiperinflación semejan-
tes a las de la década previa, por lo cual la opinión pública siguió percibiendo
una situación de estabilidad. El descontento y la pérdida de confianza en
el régimen, no fueron el resultado de una toma de conciencia en torno al
retroceso económico, sino sobre todo por la sensación de que junto al auto-
ritarismo, ocurría que el sacrificio iniciado con el ajuste económico de 1990
había beneficiado a unos pocos, en tanto que la pobreza y desigualdad no
habían disminuido.
El retroceso de la economía coincidió con el intento de Fujimori por
reelegirse una vez más, para lo cual hizo aprobar en el Congreso la llamada
“Ley de de interpretación auténtica”, que le permitía postular a una nueva
reelección. El contexto político, sin embargo, era distinto al de las elecciones
de 1995. En todo el país surgieron organizaciones opuestas a la prolongación
de la dictadura y se comenzó a hacer evidente un clima de creciente rechazo
al orden neoliberal. Los tres últimos años del régimen fujimorista, vieron el
retorno de las protestas sociales, protagonizadas por sectores como los es-
tudiantes universitarios y trabajadores. En las elecciones del año 2000, el
principal contendor de Fujimori fue un economista de origen provinciano,
Alejandro Toledo, quien fue visto como el “cholo” exitoso que enrumbaría al
país por un camino democrático en lo político y económico. Para reelegirse,
el gobierno tuvo que ejecutar un escandaloso fraude electoral, frente al cual
aumentaron las protestas durante los meses siguientes.
El día de la juramentación de Fujimori para su tercer período de gobier-
no, la oposición encabezada por Toledo convocó a una multitudinaria mo-
vilización por la recuperación democrática llamada “Marcha de los 4 suyos”.
Mientras Fujimori juramentaba nuevamente en el Congreso, las calles de
Lima se convertían en un auténtico campo de batalla entre miles de personas
movilizadas que intentaron evitar dicha juramentación, siendo reprimidas
violentamente por las fuerzas del orden.
La caída del régimen, sin embargo, no ocurrió debido a la movilización
popular sino a la propalación, en septiembre del 2000, de un video en el cual
se podía apreciar al asesor Vladimiro Montesinos comprando con dinero
contante y sonante el apoyo político de un congresista de oposición. El desta-
pe de la corrupción fujimorista fue, de esa forma, el factor que desestabilizó
por completo al régimen. Mientras Montesinos fugaba del país, Fujimori
anunció que se realizarían nuevas elecciones en las cuales ya no participaría
como candidato. Finalmente, en noviembre de ese año, aprovechando su
participación en un foro internacional, Fujimori fugó al Japón, renunciando
vergonzosamente a la presidencia de la República mediante una carta trans-
mitida vía fax.
75

La transformación neoliberal del Estado


De acuerdo al economista Efraín Gonzáles de Olarte (1993, 1994,
1998), la transformación estatal en el marco de las reformas neoliberales tuvo
tres partes esenciales. Una primera consistió en la reforma fiscal. La segunda
fue el desmontaje de la actividad empresarial del Estado mediante la privati-
zación de las empresas públicas. La tercera fue la reforma de las instituciones
descentralizadas integrantes del aparato de Estado.
La liberalización de la economía se vio acompañada por un ambicioso
proceso de reajuste institucional del Estado. Este plan contó con el apoyo de
organismos internacionales como el FMI y Banco Mundial, principalmen-
te. Consistió en el impulso de reformas en áreas como el empleo estatal, la
recaudación tributaria, el manejo del sistema financiero, diseño e implemen-
tación de políticas sociales sectoriales, modernización de la administración
de justicia, entre otros sectores. El objetivo fue redefinir el rol del Estado en
la economía, asegurando la eficacia de la gestión pública para la expansión
del libre mercado.
Según Durand y Thorp (2000), se impuso una drástica reforma del Es-
tado como única salida ante la excesiva burocratización y el descontrol ante
la crisis económica. Teóricamente, dicha reforma debía ser hecha por fases, a
fin de transitar de un Estado desarrollista grande e inmanejable a un Estado
mas pequeño pero activo, funcional al desarrollo del libre mercado (Wise
2003). Uno de los ámbitos en los cuales dicho objetivo se reflejó claramente
fue el del empleo. Cientos de miles de trabajadores fueron despedidos, como
forma de preparar a las empresas para su posterior privatización, reduciendo
asimismo la dimensión institucional del Estado (ver Gráfico 11).

Gráfico 11
Evolución del empleo estatal y privado 1990-1998
160.00

140.00
Total empleo público
120.00 Empleo transferido al sector privado
Total empleo público y privado
100.00

80.00

60.00

40.00

20.00

0.00
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998

Fuente: INEI, Ministerio de Trabajo, Ministerio de Economía.


76

Los cambios institucionales se dieron paralelamente a la aplicación del


programa de ajuste estructural, en tres momentos sucesivos (Gonzáles de
Olarte, 1993 y 1994). El primero de ellos comprendió el fujishock de agosto
de 1990, prolongándose hasta enero de 1991. El segundo se inició con la pro-
mulgación de los decretos neoliberales de febrero de 1991 y continuó hasta el
golpe de Estado del 5 de abril de 1992. El tercer momento fue el de consoli-
dación de las reformas, que incluyó la aprobación de una nueva Constitución
Política a fines de 1992.
La transformación neoliberal del aparato institucional del Esta-
do, se desarrolló de acuerdo a los plazos prioritarios del programa de
ajuste, incluyendo por ello coyunturas de aceleración y otras de retroce-
so durante los sucesivos gobiernos de Fujimori.13 Entre las reformas cla-
ves figura el reajuste de los organismos estatales cruciales para el manejo
económico, tales el Banco Central de Reserva (BCR) y el Ministerio de
Economía y Finanzas (MEF). Posteriormente, con la finalidad de ace-
lerar las privatizaciones, se creó una Comisión de Promoción a la Inver-
sión Privada (COPRI) y diversos Comités Especiales de Privatización
(CEPRIS). El siguiente paso fue la creación de entidades estatales orientadas
a lograr las metas de política económica. Se cambió para ello el sistema de
recaudación tributaria, mediante la reforma de instancias como la Superin-
tendencia Nacional de Administración Tributaria (SUNAT), que permitió
elevar los ingresos del Estado para la prestación de planes de apoyo social.
La reforma tributaria empezó con la reestructuración de la SUNAT.
En 1991 esta institución tenía alrededor de 3,000 trabajadores, los cuales
ganaban en promedio $50 mensuales. Tras el proceso de reformas, se con-
trajo severamente el número de trabajadores y se generó un sector de élite,
con salarios promedio de 800 dólares mensuales.14 El siguiente paso fue au-
mentar la recaudación, a través de la nivelación de los impuestos a niveles
internacionales y la creación de un registro minucioso de contribuyentes. La
SUNAT fue dotada de atribuciones para hacer respetar la legislación tributa-
ria, convirtiéndose de ese modo en una de las instituciones más influyentes
durante el proceso de estabilización.
Otro sector que fue objeto de una profunda readecuación institucio-
nal, destinada a incrementar la participación privada y dejar al Estado con
estrictas funciones de regulación, fue el del comercio exterior. El sistema de

13. Hasta la fecha, se habla en el Perú de la pendiente reforma de sectores como el Poder
Judicial, a pesar de que durante varios años, y con ingentes recursos, se intentaron dichos
cambios.
14. Existía sin embargo un pequeño grupo de funcionarios con salarios mucho mayores que el
promedio, bajo un régimen conocido como “planillas doradas”.
77

Aduanas fue reconvertido al esquema neoliberal durante 1990-1994, a través


de una serie de normas que incluyeron una nueva Ley de Aduanas dirigida a
promover la primacía del libre mercado en las importaciones y exportaciones.
Para la administración de las políticas sociales, en agosto de 1991 se
creó una nueva institución, denominada Fondo Nacional de Compensación
y Desarrollo Social (FONCODES). El objetivo de este organismo fue con-
centrar el gasto social y focalizarlo entre los sectores más pobres, a fin de
compensar los efectos del ajuste y ganar el apoyo de la población de las zonas
afectadas directamente por la guerra interna. Se privilegió por ello a las zonas
rurales y urbanas de extrema pobreza, en las cuales se construyó infraes-
tructura de educación y salud, acompañada por la entrega de ayuda directa
mediante alimentos, donaciones de ropa, etc. El FONCODES se constituyó
en una importante fuente de legitimación del gobierno, debido a que pudo
realizar una labor intensa, gracias a los recursos provenientes de las priva-
tizaciones y al apoyo presupuestal recibido de organismos como el Banco
Mundial, el BID y diversas entidades de cooperación internacional.15
El flujo de recursos con que contó el gobierno para la inversión en pro-
gramas sociales que le acarrearon un amplio respaldo social, sobre todo en
los sectores más pobres, provino principalmente de la privatización de las em-
presas estatales. Hasta el 2005, en el Perú fueron privatizadas 235 empresas
estatales, con lo cual fue completamente desmontada la capacidad produc-
tiva y empresarial del Estado heredada en gran medida del régimen militar
velasquista. Durante la primera mitad de la década de 1990 se logró el mayor
éxito en las privatizaciones. Más de 65 empresas fueron vendidas hasta 1996,
generándose un ingreso directo para el Estado de más de 3 mil millones de
dólares. Entre las privatizaciones más significativas y económicamente jugo-
sas, podemos mencionar las de empresas estatales de telefonía, generación y
transmisión de electricidad, minería, hidrocarburos, manufacturas, agricul-
tura, entre otros sectores.
Fue durante el segundo gobierno de Fujimori que se contrajo el ritmo
de las privatizaciones, dándose impulso a las concesiones de obras de infraes-
tructura a manos de empresas privadas vinculadas a la red de poder político
del fujimorismo. Se promovieron, asimismo, jugosos negocios de importación

15. La labor del FONCODES se reflejó en la construcción de muchas escuelas, miles de kilóme-
tros de caminos y centros para la atención de salud en las zonas más pobres del país. Muchas
veces, fue el propio Fujimori quien inauguraba dichas obras, llegando hasta los lugares más
inhóspitos. Se generalizó así la percepción de que con el gobierno del “chino” el Estado llegaba
por fin a los más pobres, los cuales devolvieron la atención recibida con un amplio apoyo al
gobierno. Con los años, sin embargo, se destapó la corrupción existente en el manejo de los
programas sociales y la administración de los fondos provenientes de la cooperación interna-
cional y las privatizaciones.
78

y exportación gracias a los cuales los allegados del gobierno lograron amasar
inmensas fortunas. Asimismo, el dinero proveniente de las privatizaciones
sustentó la creación de una extensa red de clientelismo político, dirigida de
manera personal por el presidente Fujimori y su asesor Vladimiro Montesi-
nos. La red de corrupción se extendió al interior del aparato estatal, generán-
dose diversas mafias que desde el Estado controlaron importantes sectores
económicos, a través del otorgamiento de facilidades para la realización de
negocios e inversiones. De esa forma, las privatizaciones aseguraron el man-
tenimiento de la estabilización económica neoliberal, a través del uso indis-
criminado de los inmensos recursos provenientes de la venta de las empresas
estatales y la entronización de la corrupción y el control mafioso del poder de
Estado (ver gráficos 12 y 13).

Gráfico 12
Monto recaudado por concepto de privatizaciones 1991-2005 (millones de US$)
3,000,000

2,500,000

2,000,000

1,500,000

1,000,000

500,000

0
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004

Fuente: INEI, Ministerio de Economía.

Gráfico 13
Número de empresas privatizadas entre los años 1991-2005

40

35 35

30 30
29

25
23 23
20

16
15
13 13
10 10 10 10
8 7
6
5
2
0
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005

Fuente: INEI, Ministerio de Economía.


79

La privatización de las empresas públicas fue acompañada por la crea-


ción de diversos organismos encargados de regular y supervisar el funcio-
namiento de las nuevas empresas privatizadas, así como el otorgamiento de
contratos de concesión y la estimación tarifaria por servicios básicos como
telefonía y electricidad (ver Cuadro 3). Sin embargo, hasta la fecha estas en-
tidades son objeto de cuestionamiento, debido a conflictos de intereses con
las empresas transnacionales beneficiarias de las privatizaciones, que han ge-
nerado múltiples protestas por parte de los usuarios.

Cuadro 3
Principales agencias reguladoras creadas
como parte de las reformas neoliberales

• Comisión de Tarifas Eléctricas (CTE)


• Comisión Nacional de Medio Ambiente (CONAM)
• Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual
(INDECOPI)
• Organismo Supervisor de la Inversión Privada en Energía (OSINERG)
• Organismo Supervisor de la Inversión Privada en Transporte (OSITRAN)
• Organismo Supervisor de la Inversión Privada de las Telecomunicaciones (OSIPTEL)
• Superintendencia de Banca y Seguros (SBS)
• Superintendencia nacional Aseguradoras de Fondos de Pensiones (SAFP)
• Superintendencia Nacional de servicios de Saneamiento (SUNASS)

Fuente: Proinversión.

3. El escenario posterior a la estabilización neoliberal


El escenario peruano posterior al régimen fujimorista de la década de
1990, demuestra que si bien ocurrió una estabilización neoliberal exitosa,
subsisten aún severas brechas de orden económico, social y territorial en la
sociedad peruana, que no han logrado ser reducidas por la aplicación de las
reformas. Como resultado de la imposición del neoliberalismo, ocurrió un
cambio significativo en el patrón de organización socio-estatal del país, pues
el modelo estado-céntrico vigente desde mediados del siglo XX fue definiti-
vamente reemplazado por un nuevo patrón socio-estatal de signo neoliberal.
Sin embargo, bajo el nuevo orden de cosas vigente, las desigualdades socia-
les y las fracturas regionales no han desaparecido. Existe un agudo desfase
entre los altos índices de crecimiento económico y la situación de pobreza y
extrema pobreza aún predominantes para la mayoría de la población. Esta
situación viene generando nuevos conflictos y expresiones de violencia social,
80

como se aprecia al analizar la situación de las protestas sociales y el rebrote


localizado de Sendero Luminoso.
Desde el fin del autoritarismo fujimorista y el retorno a la democracia,
las inconsistencias del neoliberalismo parecen crear las condiciones para el
estallido de múltiples conflictos sociales, que están generando serios pro-
blemas de gobernabilidad en el país. Las expectativas abiertas por la transi-
ción democrática no han logrado ser cubiertas por la continuidad del modelo
neoliberal, cuyas cifras de crecimiento son vistas desde lejos por los sectores
populares, debido a la persistencia de altos índices de pobreza y exclusión.
De otro lado, durante los últimos años en el Perú se registra un elevado
crecimiento de la economía cocalera. El incremento del narcotráfico ha sig-
nificado una oportunidad para el incremento de actividad de los remanentes
de Sendero Luminoso, quienes han estrenado un renovado discurso político.
Todo ello indica que Sendero Luminoso ha ingresado a una nueva etapa de
su historia: no solo muestra un reagrupamiento político, sino que el incre-
mento de sus acciones armadas permiten sostener que estaríamos ante un
rebrote localizado, vinculado a la expansión de la economía del narcotráfico.
Sin embargo, no se trata de una amenaza a la hegemonía del Estado, tal como
ocurrió en la década de 1980.

2000-2007: reconstrucción democrática y continuismo neoliberal


En noviembre del año 2000, con el fin del régimen fujimorista se inició
un período promisorio de transición democrática en la vida política peruana.
Esta tarea fue encomendada a Valentín Paniagua, quien presidió un gobierno
de transición durante ocho meses, hasta julio del 2001. En este contexto, se
destapó el nivel de corrupción al cual se había llegado durante el fujimoris-
mo, al hacerse públicos los llamados “vladivideos” o videos de la corrupción,
que guardaban registro del manejo mafioso del Estado.
Durante el gobierno de Paniagua, se convocó a un nuevo proceso elec-
toral en el cual fue elegido presidente Alejandro Toledo, quien en las eleccio-
nes del 2000, al encabezar una amplia movilización social contra el fujimo-
rismo, había sido víctima del fraude electoral. Entretanto, la candidata de la
derecha neoliberal, Lourdes Flores Nano, fue desplazada por un resucitado
Alan García Pérez. El gobierno de transición, en sus pocos meses de vigen-
cia, definió una ejemplar agenda política de recuperación democrática, pero
dejó intocados los aspectos económicos, a fin de mantener la estabilidad ma-
croeconómica. Se inició así un rasgo que ha sido seguido por los gobiernos
posteriores: considerar que el manejo de la economía debía dejarse en “piloto
automático”, a fin de no afectar la continuidad del modelo neoliberal de los
90s.
81

Al gobierno de Alejandro Toledo le tocó brindar señales más claras en


torno al manejo económico. Se anunció de esa forma que se continuaría con
el modelo, buscando su reestabilización luego del declive iniciado en 1998.
El gobierno anunció que mantendría las “vigas maestras” de la estabilización
y crecimiento económico de la década del 90, aumentando los atractivos para
la inversión externa. Al mismo tiempo, se anunció que se iniciaría un segun-
do ciclo de reformas, destinadas a apuntalar el éxito macroeconómico del
modelo con la consolidación institucional. En ese sentido, se anunció un pro-
ceso de regionalización y descentralización del Estado que se inició el 2003.
Después del derrumbe político del fujimorismo, el relanzamiento del
modelo neoliberal tuvo la ventaja de tener un contexto internacional favora-
ble, que en gran medida impulsó el crecimiento de sectores como la minería.
En la medida que el modelo económico impuesto desde 1990 es de tipo
primario-exportador, se basa fuertemente en el incremento de las exportacio-
nes de materias primas. El alto precio de los minerales impulsó de esa forma
un nuevo ciclo de expansión económica, vinculado a los altos niveles de cre-
cimiento anual del PBI. El Perú fue visto por ello como uno de los países con
el mayor crecimiento en América Latina.
Sin embargo, la reestabilización económica lograda en la primera mi-
tad de la década del 2000, no logró asociarse con un mayor nivel de redis-
tribución ni tampoco con una adecuada reforma institucional del Estado.
La persistencia de la pobreza y el incremento de la desigualdad, revelan las
inconsistencias del modelo vigente –basado en la reprimarización económica
y el auge del sector terciario de la economía- y sus dificultades para gene-
rar eslabonamientos efectivos con otros sectores económicos generadores de
empleo y mayor redistribución del crecimiento. De otro lado, el proceso de
regionalización fracasó estrepitosamente, no solo por los errores de diseño de
la reforma institucional, sino también por los temores de la población ante
un cambio que implicaba dejar atrás las identidades departamentales, larga-
mente asentadas en el Perú desde el siglo XIX. Pero la situación de fragilidad
institucional incluye también a los partidos políticos, pues hasta la fecha no
se ha logrado reconstruir un sistema de representación política fundado en
la existencia de partidos sólidamente constituidos. Continúa vigente el des-
crédito de la política en general, y de los llamados “partidos tradicionales”, lo
cual ha significado la primacía de agrupaciones independientes. Al margen
de ideologías políticas, el ciclo de los independientes ha instalado una pers-
pectiva sumamente pragmática de la participación política, entendida como
un simple negocio.
El desfase entre crecimiento económico y redistribución, se ha visto re-
flejado en los últimos años en el incremento de las protestas sociales. Diversos
82

lugares del país han sido escenario de estallidos de fuerte conflictividad so-
cial, generadas por reclamos locales o regionales. Asimismo, se han confor-
mado nuevas organizaciones sociales con capacidad de movilización social,
entre las cuales logró destacar la Confederación Nacional de Comunidades
Afectadas por la Minería (CONACAMI), que agrupó a las comunidades
afectadas por el reciente ciclo de expansión minera.
Además del regreso de la protesta social, otra de las presencias inespe-
radas ha sido un cierto rebrote de las acciones subversivas vinculado al in-
cremento del narcotráfico, tal como se puede apreciar al revisar la estadística
reciente del accionar de esta agrupación.
De otro lado, el gobierno de Alan García, quien fue elegido presidente
en los comicios del año 2006, decidió continuar al pie de la letra el programa
neoliberal. Se trató de un gobierno democrático que prefirió el camino de
la continuidad económica en el afán de borrar el mal recuerdo de su prime-
ra gestión. La tendencia al crecimiento, entretanto, siguió desarrolllándose,
pero también las inconsistencias del modelo para generar una efectiva re-
distribución de la riqueza eficaz para asegurar una amplia redistribución de
bienestar y menor inequidad.

Conflictos y protestas sociales


La vigencia del neoliberalismo ha acarreado un nuevo ciclo de conflicti-
vidad social en el país. Las protestas sociales clásicas de tipo sindical o políti-
co, que prácticamente desaparecieron de la escena política durante la década
de 1990, fueron reemplazadas por el estallido de esporádicas protestas y con-
flictos sociales bastante localizados, muchas veces violentos, que responden
generalmente a demandas locales. A diferencia de la situación previa a la
estabilización neoliberal, el ciclo actual de conflictividad social no se halla
asociado al accionar de partidos políticos de izquierda, ni muestra formas
claras de representación política expresadas en organizaciones y liderazgos
claramente identificables.
Desde finales de la década de 1970, la protesta social en el Perú se ca-
racterizó por las numerosas huelgas y paros convocados por gremios sindica-
les vinculados a partidos políticos, tales como la Confederación General de
Trabajadores del Perú (CGTP), el Sindicato Unitario de Trabajadores de la
Educación Peruana (SUTEP), la Federación Nacional de Trabajadores Mine-
ros Metalúrgicos y Siderúrgicos del Perú (FNTMMSP), entre otros. Durante
la década de 1980, las huelgas siguieron manteniendo vigencia como forma
privilegiada de protesta social, pero prácticamente se eclipsaron durante la
década siguiente. La aplicación de las reformas neoliberales, así como la crisis
83

de los partidos, acarrearon un serio desgaste de las formas sindicales de orga-


nización. La reestructuración laboral asociada a la estabilización económica
neoliberal, significó además la desaparición de muchas organizaciones sindi-
cales, y la pérdida de ascendencia de los gremios entre los trabajadores.
Además de las huelgas, durante la década de 1990, en el contexto de
aplicación de las reformas neoliberales y vigencia del régimen autoritario, se
eclipsaron otras formas de protesta social, tales como las marchas, moviliza-
ciones, paros locales y regionales, etc. Solamente en la segunda mitad de la
década, se registraron algunas protestas y movilizaciones, principalmente de
jóvenes universitarios, en respuesta a la continuidad del régimen fujimorista.
Posteriormente, se realizaron diversas movilizaciones regionales, articuladas
por nuevas organizaciones como los Frentes Regionales y Frentes de Defensa,
que surgieron en diversas partes del país. Movilizaciones como las realizadas
por el Frente Regional de Loreto durante fines de la década de 1990, arti-
cularon las demandas por la descentralización política y económica, con el
rechazo a la permanencia del régimen.
Las huelgas también mostraron una leve reaparición hacia finales de la
década, pero sobre todo desde la transición democrática, pues en los últimos
años se observa un significativo retorno de las huelgas como forma de protes-
ta de los trabajadores sindicalizados. Si bien no se trata de huelgas equipara-
bles a las de las décadas de 1970 y 1980 en cuanto a su cantidad, el número de
trabajadores implicados o el discurso político asociado a la protesta, resulta
importante constatar que crecientes sectores de los trabajadores hayan optado
por retomar dicha forma de defensa de sus intereses ante los empresarios y el
Estado. (ver gráficos 14 y 15).

Gráfico 14
Número de Huelgas entre los años 1980-2005

1000

900
871

800 809 814

739
720
700
667
643 648
600 613
579

500 509

400
315
300
219
200
168
151 102
100 77 66
107
71 68 65
58 40 64
37
0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005

Fuente: INEI, Ministerio de Trabajo.


84

Gráfico 15
Cantidad de trabajadores comprendidos en huelgas entre 1980-2005

1000000

900000
856915
800000 785545
700000 693252

600000
572263
500000 481484
400000

300000
249374 258234
200000 208235
100000 52080 19022
5280
0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Fuente: INEI, Ministerio de Trabajo.

Este retorno de las protestas sindicales a través de la convocatoria a


huelgas, debe comprenderse como parte de un nuevo ciclo de conflictividad
social, iniciado a partir de la caída del régimen fujimorista. En este nuevo
escenario, las protestas y conflictos sociales se han convertido en moneda
corriente de la situación social y política del país. Desde el año 2000 se evi-
dencia un notable resurgimiento de movilizaciones y protestas sociales, a las
cuales recurren los actores más diversos, en pos del logro de múltiples tipos
de demandas. Con la excepción de la convocatoria a algunos paros nacio-
nales que no han logrado gran contundencia, se trata de protestas más bien
locales y hasta regionales, que no muestran niveles nacionales de articulación
efectivas, pero que esporádicamente sacuden por completo sus realidades lo-
cales (Pajuelo 2004).
Las demandas que subyacen a los conflictos son al menos de cinco tipos:
a) conflictos locales y regionales entre la población y sus autoridades, b) con-
flictos entre poblaciones locales y empresas extractivas (mineras, petroleras,
madereras, entre otros), c) conflictos provenientes de demandas sindicales
y laborales, de trabajadores estatales y privados, d) protestas de campesinos
y productores agrarios (comuneros y cocaleros sobre todo), en demanda de
mejores precios y contra políticas estatales, y e) disputas entre sectores socia-
les diversos (al interior de las universidades, entre comunidades campesinas,
entre sectores de trabajadores, entre otros). Ver Cuadro 4.
Durante el gobierno de Alejandro Toledo, la irrupción de estas protes-
tas y conflictos puso en evidencia el contraste entre la precariedad institu-
cional y la inestabilidad política, frente al impulso de la economía reflejado
en altos índices de crecimiento. La multiplicación de protestas, asimismo, ha
mostrado el desfase entre el incremento de las expectativas de la población
85

Cuadro 4
Conflictos sociales 2004-2007

Escenario/ 2007
Descripción 2004 2005 2006
tipo (abril)

Municipal Cuestionamientos a autoridades locales 64 35 39 22

Enfrentamientos entre poblaciones y empre-


Ambiental 6 14 20 27
sas que explotan recursos naturales

Conflictos entre comunidades por delimita-


Comunal - 12 17 9
ción, propiedad, acceso a recursos

Gremial–sectorial Reivindicaciones laborales o gremiales 18 7 11 7

Conflictos entre departamentos por demarca-


Regional 5 2 7 7
ción territorial o acceso a recursos

Cuestionamientos de agricultores de hoja de


Cultivo de coca coca a politicas gubernamental de erradica- - 2 3 4
ción de cultivos

Centro de estu- Cuestionamiento a autoridades o funcionarios


3 1 - -
dios superiores universitarios

  TOTAL 96 73 97 76

Fuente: Defensoría del pueblo, prensa, recopilación propia.

y la permanencia de altos niveles de pobreza, lo cual no se condice con las


tendencias del crecimiento económico. Esta situación continuó durante el
régimen de Alan García. Asimismo, las dificultades del modelo para irradiar
socialmente el crecimiento, ha generado situaciones explosivas de desconten-
to social, evidenciadas en la ola de protestas y conflictos que actualmente
sacuden el país. La conflictividad social estaría relacionada con las dispari-
dades y desigualdades generadas por las transformaciones neoliberales, por
cuanto la estabilización económica no ha cubierto las demandas insatisfe-
chas de la población, sino que contrariamente, ha generado mayor inequidad
y descontento. Ante ello la respuesta del gobierno aprista fue institucional:
se dejaron incólumes los términos de manejo de la economía, ofreciéndose
cambiar institucionalmente algunos ámbitos del Estado.16 Para manejar la
situación planteada por el incremento de los llamados “conflictos sociales”,

16. Ejemplo de ello es el manejo de las ganancias de las empresas mineras. Como no existe un
marco tributario que establezca las obligaciones de dichas empresas, el gobierno de Alan
García optó por solicitarles una contribución voluntaria destinada a los programas socia-
les.
86

el gobierno creo una unidad de conflictos al interior del Consejo de Minis-


tros. Sin embargo, esta instancia apenas logró monitorear la evolución de los
conflictos, llegando a establecer algunas negociaciones dirigidas a aplacar las
protestas. Ello resultó insuficiente frente a una situación de desborde social
que, además, puede asociarse a nuevas violencias, así como a mayor inesta-
bilidad política.

El rebrote localizado de Sendero Luminoso


Durante la década de 1980, Sendero Luminoso llevó a cabo tres gran-
des planes político-militares, cada uno de ellos de mayor intensidad que el
anterior. Entre 1980 y 1990, esta organización incrementó significativamen-
te sus acciones subversivas, llegándose a reportar un total de 20,139 acciones,
tales como voladuras de torres eléctricas, toma de poblaciones civiles con
fines de agitación y propaganda, derribamiento de puentes, ataques a puestos
policiales, ataques a locales municipales, entre otros.
A fines de los años 80, Sendero Luminoso ingresó a una segunda fase
de su “guerra prolongada”, que en sus documentos partidarios fue denomi-
nada como inicio del “equilibrio estratégico”; es decir, una situación de pari-
dad con las fuerzas estatales. Esta situación se expresó en el recrudecimiento
de las acciones subversivas, incluyendo el uso de coches bomba cargados de
explosivos, el llamamiento a los denominados “paros armados” y la intensi-
ficación de los asesinatos selectivos. Sin embargo, el pretendido “equilibrio
estratégico” coincidió con un significativo cambio en la estrategia contra
subversiva implementada por el Estado, que consistió en la suplantación de
los golpes militares indiscriminados por un paciente trabajo de inteligencia
e infiltración de las organizaciones subversivas. Este cambio de estrategia
estatal empezó dar sus frutos a inicios de la década de 1990, ya iniciado el
régimen de Fujimori, al lograrse la captura de los principales dirigentes de
Sendero Luminoso y el MRTA. Con la captura del máximo líder senderista,
Abimael Guzmán, en septiembre de 1992, la guerra ingresó a una nueva fase
definida por el triunfo estratégico del Estado.
Un año después de su captura, Abimael Guzmán solicitó mediante
cartas enviadas al entonces presidente Fujimori, el inicio de conversaciones
dirigidas a establecer un acuerdo de paz. Fujimori utilizó dicha proposición
para obtener mayores réditos políticos, haciendo públicas las cartas de Guz-
mán. Ello generó una división al interior de Sendero Luminoso, entre una
facción que desconoció a Abimael Guzmán anunciando la continuación de
la llamada “guerra popular”, y una facción que decidió respaldar a su líder en
búsqueda de un acuerdo de paz. Durante toda la década de 1990, el divisio-
nismo al interior de Sendero Luminoso fue aprovechado por el gobierno para
87

conseguir réditos políticos nacional e internacionalmente. Entretanto, Sen-


dero Luminoso vio sumamente disminuida su capacidad operativa. Muchos
de sus militantes decidieron dejar las armas y otros optaron por el arrepen-
timiento. Sin embargo, quedaron algunos contingentes que decidieron refu-
giarse e internarse en las zonas más agrestes de la selva y sierra. Se hablaba
de la existencia de una o dos columnas, que desarrollaron algunas acciones
esporádicas de propaganda.
Sin embargo, desde inicios de la década del 2000 las acciones desarro-
lladas por los senderistas se incrementaron, sobre todo en una zona bastan-
te localizada de la selva y sierra central. El contexto para dicho rebrote del
senderismo ha sido el incremento del narcotráfico en las zonas donde antes
ya tenía fuerte influencia. Las áreas de cultivo de coca, se han extendido
asimismo a otros lugares vecinos. Así, el crecimiento de la economía del nar-
cotráfico ha brindado a los remanentes senderistas –quienes cuentan con
armas, experiencia militar y necesidad de controlar recursos económicos- un
momento propicio para su reagrupamiento.
Se tiene información periodística según la cual grupos de Sendero Lu-
minoso han llegado a controlar la producción y comercialización de cocaína,
al tiempo que brindan apoyo a los productores cocaleros y protección a algu-
nas firmas de narcotraficantes. Muchos miembros de las columnas senderis-
tas que se quedaron desconectadas, estarían enrolados a la economía cocale-
ra, cambiando su discurso hacia la defensa del cultivo de la hoja de coca. Este
hecho ha posibilitado que se mantenga hasta el día de hoy la presencia de los
remanentes de Sendero al menos en dos zonas: el alto Huallaga y las selvas
de Ayacucho, desde las cuales realizan acciones de propaganda, emboscadas,
tomas de pueblos e incursiones armadas. (ver Gráfico 16).

Gráfico 16
Acciones subversivas del PCP-SL 1980
3,500

3,000

2,500

2,000

1,500

Total
1,000 Lima
Ayacucho
500

0
1980

1981

1982

1983

1984

1985

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

Fuente: CVR, Ministerio de Interior


88

En la primera mitad de la década del 2000 se reportaron más de 800 accio-


nes subversivas, sobre todo en Ayacucho, Huancavelica, Junín, Huánuco,
San Martín y en menor medida en Lima y la Libertad (ver Mapa 1).

Mapa 1
Total de acciones subversivas 2000 - 2005 por departamentos

Loreto

Piura
Amazonas

Cajamarca

San Martín

La Libertad

Ancash
Huánuco
Ucayali

Pasco

Región
de Lima
Junín

Callao
Madre de Dios
Lima

Huancavelica
Cusco

Apurímac
Ica Ayacucho

Puno

Acciones subversivas 2000 - 2005


457 135 Arequipa

259 81
215 52
Tacna
139 < 50

Fuente: INEI - Ministerio del Interior.


89

El tipo y cantidad de acciones, así como su realización en los lugares


donde anteriormente Sendero Luminoso tuvo presencia, indican pues que
estamos ante un cierto rebrote localizado de esta organización, vinculado
a la expansión de la economía del narcotráfico. Los miembros de Sendero
Luminoso habrían empezado a reunificarse luego de años de divisionismo,
asumiendo un nuevo discurso político que acompaña el desarrollo de sus
acciones. Aunque no se trata de una amenaza al triunfo estratégico obtenido
por el Estado en la década de 1990, podría hablarse de un nuevo momento
en el desarrollo histórico de esta organización, definido por un intento de
reagrupamiento político.

4. Conclusión
El caso peruano muestra la asociación exitosa entre la culminación de
la guerra y la implementación del neoliberalismo. Sin embargo, más que una
experiencia de finalización de la guerra debido a la estabilización neoliberal,
se trata de una situación en la cual el triunfo militar del Estado posibilitó en
gran medida la estabilización neoliberal, debido a los réditos políticos que
acarreó el término del conflicto.
La guerra interna se convirtió en un factor sumamente influyente en
la vida política peruana, aún después de la derrota de los grupos alzados en
armas. A lo largo de la década de 1990, el gobierno de Alberto Fujimori apro-
vechó la derrota de Sendero Luminoso para avanzar en la implementación de
las reformas neoliberales, ofreciendo una imagen de orden, estabilidad y cre-
cimiento. Este discurso resultó muy eficaz, pues gran parte de la población
asoció la pacificación a la profundización de las reformas.
La estabilización se mantuvo, asimismo, mediante la instauración de
un régimen político autoritario, que se prolongó a lo largo de una década.
La política de privatizaciones permitió al gobierno contar con una inmensa
masa de dinero, que sustentó la ejecución de diversos programas de bienestar
social, dirigidos a la población más pobre. Simultáneamente, desde el Estado
se construyó una inmensa red de clientelismo, a través del manejo personali-
zado de los asuntos públicos, especialmente de los programas de apoyo social.
El control mafioso del Estado y el manejo corrupto de los recursos públicos
a través del propio aparato estatal, permitió al régimen mantener la centrali-
zación de la red de corrupción, en estrecha vinculación con la participación
política en las organizaciones fujimoristas.
Una vez ocurrido el colapso del régimen autoritario, se mantuvo el mo-
delo económico neoliberal, pero se han puesto en evidencia nuevos problemas
sociales y políticos. Es innegable que la economía peruana se ha diversificado
90

y dinamizado, alcanzando altos niveles de crecimiento, en lo que podría ca-


lificarse como un nuevo ciclo económico neoliberal que ha dejado atrás el
período estadocéntrico vigente en las décadas pasadas.17 Pero el éxito de la
estabilización neoliberal también ha ocultado muchas cosas. No solo se ha
mantenido el nivel de pobreza y extrema pobreza de amplios sectores socia-
les, sino que han estallado protestas y conflictos sociales que expresan las
brechas e inequidades del crecimiento neoliberal.
De otro lado, se registra en los últimos años un cierto rebrote localizado
de las acciones de Sendero Luminoso. Se trata de un intento de reaparición
de esta organización, estrechamente ligado a la expansión del narcotráfico.
En este nuevo contexto, los senderistas intentan cambiar su discurso político
y sus formas de acción, buscando insertarse en las organizaciones populares
para, desde allí, impulsar acciones de protesta radicalizadas y generarse una
nueva base social.
Los nuevos conflictos y protestas, así como el incremento de la presen-
cia de Sendero Luminoso, revelan un escenario paradójico. A medida que se
afirma la estabilización neoliberal exitosa ocurrida en el Perú, aparecen nue-
vos factores que apuntan en sentido contrario. Nuevos actores sociales movi-
lizados y renovadas formas de protesta social, coinciden con el incremento de
los conflictos sociales a lo largo y ancho del país. El neoliberalismo parece in-
cubar expectativas sociales que, al mismo tiempo, no logra satisfacer, debido
a sus problemas para generar crecimiento equitativo. Esos desfases podrían
generar nuevas situaciones de inestabilidad y violencia en el futuro.

17. Se trata de una tendencia visible en toda América Latina: véase Garretón (2002).
Memoria, diferencias étnicas y
desigualdad ciudadana*

Acaba de cumplirse la primera década desde la pre-


sentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad
y Reconciliación (CVR). Fui uno de los muchos que tra-
bajamos en la CVR. Específicamente, tuve la inolvidable
experiencia de contribuir, como parte del equipo encar-
gado de elaborar los llamados “estudios en profundidad”,
a la realización de investigaciones muy sensibles, tales
como las referidas a la discriminación étnico-racial en la
dinámica de la violencia, el caso Uchuraccay, entre otros.
Después de diez años se podría decir mucho al res-
pecto, pero una manera de acercarnos a la CVR es se-
ñalar que uno de sus aspectos fue elaborar un discurso.
Un discurso que ha estado circulando toda esta década
en la sociedad peruana, generando bastante discusión al
respecto. El de la CVR fue un discurso surgido en cier-
ta medida de la perplejidad, resultado de su propio des-
cubrimiento de la dimensión de la historia reciente de
violencia y horror que enlutó al país. Un discurso con
muchas voces cruzadas en su interior que, a su vez, ha
generado otras voces, otros discursos a favor y en con-
tra de su diagnóstico y recomendaciones. Lo que quiero

* Ponencia presentada al “II Congreso Peruano y I Congreso Lati-


noamericano de Derechos Humanos”, realizado en la UNMSM,
Lima, 1 - 4 de octubre de 2013. Una versión previa fue publi-
cada en: Memoria, posconflicto y nuevos conflictos socioambientales.
Aportes y reflexiones del II Congreso Peruano y I Congreso Latino-
americano de Derechos Humanos. Lima, Coordinadora Nacional
de Derechos Humanos - APRODEH - Unión Latinoamericana
de Mujeres, 2014, pp. 21-27. Agradezco la invitación de Emma
Robles, así como su interés para la publicación preliminar de este
texto.
92

destacar es que el discurso elaborado por la CVR reflejó en gran medida los
avances y también los límites de las ciencias sociales en el Perú. Sobre todo
respecto a temas como las diferencias étnicas y su entrecruzamiento con las
exclusiones y desigualdades de acceso a ciudadanía.
Hablaba de perplejidad porque creo que esa fue la reacción que la CVR
iba encontrando a medida que destapaba la dimensión del desgarramiento,
del dolor ocasionado por la guerra interna. El vendaval de violencia que su-
frió la población indígena y, en general, la historia de violencia que vivimos
en Perú, sobrepasaron completamente todo lo que se había escrito o pensado
desde las ciencias sociales. Eso se vio en la propia reacción de los comisiona-
dos de la CVR, varios de ellos provenientes de las ciencias sociales, quienes
al ver lo que tenían delante, lo que se iba destapando con los avances de
la CVR, notaron que desbordaba largamente el panorama que ellos habían
imaginado sobre lo ocurrido en el país.

Las cifras de la CVR y las víctimas indígenas


Un recuerdo personal puede ilustrar bien esto. Como saben, el recorda-
do antropólogo Carlos Iván Degregori tuvo un papel clave en la elaboración
del discurso de la CVR, en el diseño de contenidos del Informe Final y del
resumen Hatun Willakuy.1 Esto y muchos otros aspectos de la CVR ahora
son de dominio público, porque todos sus documentos constan en el archivo
conservado en la Defensoría del Pueblo. Bueno, ocurre que un día en que
tenía que entregar uno de los informes a mi cargo, recién se terminaban de
procesar los testimonios recogidos en todo el país. Podíamos tener al fin
resultados estadísticos de todos los testimonios acopiados por la CVR. Du-
rante meses los investigadores habíamos estado esperando con mucha ex-
pectativa dichos resultados, a fin de ir cerrando nuestros propios informes,
para que sean discutidos en el pleno de Comisionados y, luego de aprobados,
enviados a los encargados de armar el Informe Final. Ese día recién salían las
estadísticas de los aproximadamente 17,000 testimonios recogidos. Fui la
oficina de estadística y solicité un reporte inmediato al saber que acababan
de registrarse las últimas fichas de testimonios. El reporte incluía varias en-
tradas, pero una de ellas, la que más me interesaba en ese momento, era la de
lengua. El resultado que arrojó la computadora fue terrible: la gran mayoría
de víctimas eran quechua hablantes. Entonces, me fui directamente con el
papel a la oficina de Carlos Iván Degregori y le dije: “mira esto”. Carlos Iván
vio las cifras de 75% de víctimas quechuahablantes y se desdibujó comple-
tamente. En medio de una inmensa pena solamente pudo decir: “¡carajo!”
Tomó enseguida el teléfono y llamó a Salomón Lerner, el presidente de la

1. Véase: CVR (2003 y 2004).


93

CVR. Esa es la perplejidad a la cual me refería. Nadie imaginaba la brutali-


dad de los resultados encontrados.
En lo que respecta a la cantidad de víctimas indígenas, esto tiene que
ver con el modo diferenciado del impacto de la violencia en el país. No lo co-
nocíamos suficientemente, y aún después del informe de la CVR, justamente
uno de los puntos en debate tiene que ver con esa diferenciación de la vio-
lencia. Recuerdo un artículo de Martín Tanaka 2 sosteniendo justamente que
el número tan alto de muertos indígenas respondía a la mayor intensidad de
la violencia en territorios de población mayoritariamente quechua hablante.
En su lectura, el problema de fondo no era tanto de exclusión sino más bien
de marginalidad de los segmentos más pobres de la población. Así, los más
pobres e indígenas resultan vistos como seres pre-políticos, pre-modernos,
viviendo en una situación pre-hobbesiana. Esta lectura, desde mi punto de
vista, obviamente desvía el análisis, aunque en ese momento planteó un tema
que luego reapareció en las ciencias sociales: el del racismo y su persistencia
o más bien desmoronamiento en la sociedad peruana actual. En mi opinión,
se trata más bien de considerar a la violencia como un fenómeno político de
dimensión nacional, con causas nacionales, pero de impacto claramente di-
ferenciado entre diferentes grupos sociales y áreas territoriales. El argumento
de la marginalidad de las poblaciones golpeadas en mayor medida por la vio-
lencia, no alcanza a explicar cabalmente la dinámica y engranajes de la gue-
rra. Convierte en explicación lo que justamente debemos explicar: las razones
de fondo de la exclusión persistente sufrida por los más pobres e indígenas.
La perplejidad que generó lo hallado por la CVR respecto al alto por-
centaje de muertos indígenas, revela también cuán lejos se encontraban las
ciencias sociales peruanas de poder comprender cabalmente las décadas de
horror del final del siglo XX. Después de haber vivido cuatro años seguidos
en el Cuzco, no me cabe la menor duda de que parte de esa incapacidad tiene
que ver con la distancia existente entre los propios científicos sociales y el país
que se proponen explicar. Es que la trayectoria de las disciplinas académicas
no se encuentra al margen de la propia historia de dominación, exclusión y
poder que estudian. En ese contexto, fue notable la intuición de Carlos Iván
Degregori respecto a la importancia de la dimensión étnica en la violencia
peruana. Fue quien influyó para que la CVR tenga un alto componente de
investigación propia de las ciencias sociales, que es un aspecto peculiar de la
experiencia peruana respecto a otras comisiones de la verdad en el mundo.
Carlos Iván vio convalidadas de cierta manera sus propias intuiciones en los
resultados de la CVR al respecto. Pensaba por ejemplo que era mucho ma-
yor el impacto que la violencia había tenido sobre la gente más pobre y más

2. Véase: Tanaka (2004).


94

excluida, por lo cual insistió tanto en la CVR a fin de que pueda elaborarse
un estudio específico sobre violencia y discriminación étnica/racial, mucho
antes de contar con los resultados estadísticos sobre el perfil de las víctimas.

Diferencia étnica y desigualdad ciudadana: una verdad incómoda


Es más o menos conocido lo que la CVR encontró, pues se ha repetido
mucho en estos años: el peso tan fuerte de la condición étnica y rural en el
perfil de las víctimas. Aproximadamente el 79% del total de víctimas eran
habitantes de zonas rurales, 75% hablaban idiomas indígenas, específica-
mente quechua y en menor medida otras lenguas. Es decir, el peso de la vio-
lencia en relación al perfil de las víctimas cae como un ladrillo sobre el poco
conocimiento que teníamos acerca de la real dimensión del horror ocurrido.
La violencia desatada con tanta fuerza sobre esa población indígena,
campesina, y los entrecruzamientos complejos entre etnicidad, desigualdad,
dominación y ciudadanía tan propios del Perú, fue lo que las cifras de la
CVR comenzaron a sacar a luz. La CVR evidenció una situación de indife-
rencia, racismo y desprecio ante las tragedias sufridas por estas poblaciones.
Eran tantos los muertos y no nos habíamos dado cuenta.
¿Qué es lo que la CVR logró develar con estas cifras, con toda la in-
formación que consignó en su voluminoso informe? Me parece que se trata
fundamentalmente de una verdad muy incómoda. Lo fue hace cuando se
presentó el Informe Final y lo sigue siendo ahora. La verdad incómoda con-
siste en que la CVR demuestra, a través de su exhaustivo trabajo, el perver-
so entrecruzamiento existente en Perú entre diferencia étnica y desigualdad
ciudadana. Es decir, el hecho de que en Perú vivimos una situación terrible
de brechas históricas de desigualdad en relación al acceso a ciudadanía, la
cual se distribuye desigualmente, entre otros factores, según la condición
etnica. Así, ocurre que el grado de ciudadanía está asociado en gran medida
a la mayor o menor condición indígena. Casi dos siglos después del inicio de
nuestra historia republicana, la ciudadanía entendida como acceso en igual-
dad de condiciones a derechos sociales y políticos sigue siendo una promesa
incumplida. Es decir, siguen irresueltas las brechas que limitan el horizonte
de ciudadanía como igualdad plena, con formas individuales y colectivas de
pertenencia a una misma comunidad política, sin menoscabo de la diversi-
dad cultural, social, religiosa, etc. Es decir, ser efectivamente iguales pero
diferentes.
La CVR muestra cómo en el Perú siguen activas las brechas que con-
forman un horizonte de absoluta desigualdad ciudadana tramada con la di-
ferencia étnica. ¿A qué me refiero? A que la CVR revela que el Perú sigue
manteniendo un lugar infra-ciudadano para la diferencia étnica. Así, se sigue
invisibilizando cotidianamente la existencia de diferencias socioculturales.
95

Solamente se aceptan como recursos del marketing neoliberal, o como ador-


nos que no cuestionan el sustrato colonial de las relaciones de poder y domi-
nación. Lo vemos todos los días en los comerciales de televisión e incluso en
las políticas culturales impulsadas desde el propio Estado. No existe un reco-
nocimiento real de las diferencias culturales, sino más bien una apropiación
de lo que es visto como simples costumbres folclóricas más o menos exóticas.
Un ejemplo perverso de esto son las fotografías publicitarias de Mario Testi-
no en las cuales sus modelos visten trajes con diseños inspirados en motivos
indígenas, incluso aparecen adornadas por las propias mujeres indígenas que
aparecen cargando a sus pequeños hijos.
La etnicidad no es solamente un asunto que se refiere a las poblaciones
indígenas, en la medida que todos los seres humanos tenemos etnicidad. Pero
se sigue considerando desechable la identidad étnica de aquellos considera-
dos inferiores e infra-ciudadanos, y se arroja a la inferioridad a las expresio-
nes culturales de los pueblos indígenas en el país. Ante ello, lo que la CVR
muestra es que la violencia política puede entenderse como experiencia límite
que revela toda la complejidad de la vida peruana, y el lugar que tiene la di-
ferencia étnica en el entramado republicano de la ciudadanía. No existe una
ciudadanía igualitaria, lo que hay es una situación absolutamente desigual de
acceso a ciudadanía y derechos. De acceso a recursos, poder, voz, nociones
de pertenencia, visibilidad política y pública. Lo que la CVR muestra es que
la diferencia étnica, sobre todo la que poseen quienes portan una identidad
cultural indígena, sigue condenando a esas personas a una condición de in-
visibilidad e inferioridad.
La diferencia étnica se empalma con otro tipo de brechas y desigualda-
des, como las socio económicas -entre ricos y pobres-, las brechas de género,
las brechas culturales, las brechas ligadas al racismo, las fuertes brechas terri-
toriales (es decir el hecho de nacer y vivir en territorios más cerca o lejos de
Lima, las grandes ciudades o de las capitales de provincia y de distrito). Lo
que hacen estas múltiples brechas tramadas con la diferencia étnica, es con-
figurar el panorama complejo de la desigualdad ciudadana en el Perú. Así,
arrojan al último escalón de acceso a derechos y ciudadanía a las poblaciones
indígenas; es decir, a los pueblos indígenas y a las comunidades rurales. Es lo
que en mi opinión la CVR logra sacar a luz, de la forma más dramática y al
mismo tiempo más contundente.
Se ha hablado en mayor medida sobre las comunidades andinas que-
chuas afectadas por la violencia. Pero la CVR destacó también el hecho de
que otros pueblos indígenas, por ejemplo los asháninkas, sufrieron un ver-
dadero holocausto. Aproximadamente el 10% del total de la población as-
háninka fue víctima de la violencia. O sea, en el momento de la violencia,
sobre un total de 50,000 a 60,000 asháninkas, murieron alrededor de 5,000
96

a 6,000 de acuerdo a los cálculos de la CVR. Alrededor de 44 comunidades


ashaninkas fueron completamente arrasadas, desaparecidas. Sin embargo, la
CVR solo logró identificar a unas pocas víctimas. La diferencia es enorme
respecto al cálculo de víctimas y la evidencia tangible de la existencia de esas
personas. Se trata pues de muertos invisibles.
Lo mismo ocurre en relación a las víctimas de otros pueblos indíge-
nas, sobre todo quechua hablantes de las zonas más pobres y alejadas. En
general, en relación al conjunto de víctimas, la CVR recupera casi 24,000
nombres y establece que el total de víctimas se aproxima a las 70,000 per-
sonas. Ahora podemos decir que fueron más, por ejemplo si tomamos en
cuenta nuevos hallazgos de entierros y fosas clandestinas en regiones como
Ayacucho y Apurímac. Hay un vacío de información que jamás se va a poder
llenar. Entre otras razones porque esos muertos no dejaron más rastro que la
memoria de sus propios familiares. Muchos no tenían DNI, no hay registros
oficiales de su existencia. Sin embargo, algunos políticos, como Rafael Rey,
llegan al colmo de afirmar que esas personas tal vez no murieron. El asunto
es que no tenemos forma de recuperar concretamente la identidad de muchos
muertos. Es esa invisibilidad a la cual me refería, porque la gran mayoría de
esos muertos sin identidad son sin duda miembros de comunidades indíge-
nas de los Andes y la Amazonía. Personas que portaron en sus vidas el hecho
de pertenecer a esa masa de gente que podemos tildar de indígenas en el Perú,
y que viven arrojados al último escalón de la ciudadanía oficial.
La CVR muestra ese panorama en relación al cruce de desigualdad
ciudadana y diferencia étnica. El hecho de que en el Perú existe una brecha
étnica muy fuerte que marca todas las desigualdades de acceso a recursos y
derechos. Una brecha étnica que en el discurso de la CVR hace parte de un
telón de fondo más profundo. De diferenciaciones, brechas, desigualdades
de orden histórico, que finalmente conducen al país -hacia la década de los
80- a un escenario en el cual fue posible que la violencia estalle. La etnicidad
y las diferencias raciales, mezcladas con las diferencias culturales y sociales,
fueron entonces ingredientes de un escenario bastante más complejo, que
debe ser leído de forma dinámica, atendiendo a su carácter cambiante. Pero
los enfoques analíticos de las ciencias sociales todavía se muestran lejos de la
agenda planteada por los hallazgos de la CVR. En ese sentido, resulta inte-
resante constatar que la CVR se alimentó en gran medida del conocimiento
de las ciencias sociales, logrando ir más allá en algunos temas, tales como la
vinculación entre diferencia étnica y ciudadanía en la construcción histórica
de la nación peruana durante dos siglos de experiencia republicana.
A partir de los hallazgos de la CVR, podemos comprender cómo al
entrelazarse como ingredientes del caldo de cultivo que engendró la violen-
cia, componentes como el racismo, la discriminación y la exclusión fueron
97

factores activos que permitieron dos cosas: primero, que se configure un es-
cenario en el país en que la violencia pudo desatarse de forma brutal; y en
segundo término, que existan grupos sociales sensibles al discurso senderis-
ta. No hablo solamente de los jóvenes más o menos descampesinizados que
asumieron el discurso senderista. Diversos grupos, incluyendo comunidades
andinas y amazónicas, escucharon el discurso senderista en un primer mo-
mento. Luego se distancian tajamentemente del terror senderista, debido a
situaciones límite como el asesinato de sus autoridades, y definen claramente
que Sendero Luminoso es el enemigo. Optan entonces por el Estado y desa-
rrollan una lucha frontal contra Sendero, contribuyendo decisivamente a su
derrota en el campo.
Otro aspecto fundamental es que el empalme de múltiples brechas de-
finió territorios o zonas geográficas del país más o menos envueltas en una
situación de penumbra. Es decir, zonas que al final resultaron invisibles para
el resto de peruanos en medio del escenario de violencia. Diversos lugares
del país donde el conflicto mostró su mayor crudeza, constituyen la muestra
dolorosa, terrible, de esta situación de transición inconclusa hacia una mo-
dernización efectiva que se halla en el trasfondo de la guerra. La suma de
modernizaciones truncas del Perú que la CVR reconoció en su informe. Una
idea fuerte que la CVR nos entrega, es justamente que el empalme de brechas
y desigualdades que nos afectan a todos como comunidad de peruanos, en
un contexto de modernización inconclusa generó un escenario proclive a la
violencia. Así, distintos sectores sociales acabaron convirtiéndose en los acto-
res directos de este proceso.
Esta tesis resulta muy interesante para intentar releer o comprender la
guerra y sus engranajes. Y para obtener mejores luces respecto a la situación
actual de conflictividad y su relación con los pueblos indígenas. Porque ese
entrelazamiento explosivo de brechas no ha desaparecido en el Perú. Más
bien se han recolocado, está cambiando fuertemente, pero todavía es posi-
ble rastrear el empalme entre distintas formas de desigualdad y diferencias
étnico-culturales. No digo que la situación de hoy sea la misma de hace diez,
veinte o treinta años. Digo que hay cambios muy fuertes, pero a pesar de esos
cambios todavía podemos rastrear una situación de fondo que la CVR sacó
a luz en su informe.

Modernización neoliberal y conflictividad


Vivimos ahora un nuevo contexto de modernización en un sentido
neoliberal extremo, el cual se ha afirmado y acelerado desde que se inició
en la década de 1990. La CVR trabajó en un momento particular de ese
escenario, cuando tenía lugar la última transición democrática después del
derrumbe del fujimorismo. Posteriormente, la modernización neoliberal se
98

ha acentuado fuertemente, a pesar de sacudones como los que hemos visto


estos años, por ejemplo en distintos conflictos sociales o en fenómenos polí-
ticos como el liderazgo de Humala, antes de ser fagocitado desde adentro por
la hegemonía neoliberal una vez que alcanzó la presidencia.
Se trata de una modernización de talante neoliberal extremo, en la cual
el peso del Estado es mucho menor que en coyunturas anteriores de fuerte
modernización en el país.3 El proceso de modernización actual está reaco-
modando el conjunto de categorías sociales que nos componen como sujetos
individuales y como colectividad. Está transformando asimismo la textura
de las profundas brechas y desigualdades a las que me he referido. Pero las
mismas siguen actuando en la sociedad peruana, no han desaparecido como
tales. El modo de funcionamiento, los cruces, los empalmes, el peso social
y geográfico de esas brechas es lo que está cambiando aceleradamente. Pero
no tenemos la evidencia suficiente para saber con claridad cómo vienen cam-
biando.
En este contexto, se han venido incubando y manifestando nuevas for-
mas de conflictividad social que responden a la situación actual del país, pero
que también se vinculan con el pasado. Los pueblos y comunidades indíge-
nas hacen parte plena de este escenario de cambios. No es casual que sean
las comunidades campesinas e indígenas las que reaparecen en el Perú en
los últimos años, como actores con sus propias demandas que protagonizan
los denominados “conflictos sociales”. Y tampoco es casual que nuevamente
sean negadas e invisibilizadas por el discurso dominante de la hegemonía
neoliberal. Ejemplo de ello fueron las declaraciones públicas del ex presidente
Alan García en torno al “perro del hortelano”. Asimismo, las declaraciones
más recientes de Roque Benavides, el empresario con aspiraciones a ser Presi-
dente, respecto a que en Perú solamente habría comunidades indígenas en la
Amazonía, no así en los Andes. Y aquellas del presidente Humala, quien sos-
tiene que la Ley de Consulta solamente podría aplicarse para algunas comu-
nidades amazónicas de no contactados, y no así para todas las comunidades
del país. Un afirmación absolutamente contradictoria respecto a su discurso
electoral, y que le saca la vuelta a la propia Ley de Consulta promulgada al
inicio de su gobierno. El discurso del “perro del hortelano” de Alan García,
el temor de los empresarios ante la aplicación de la consulta previa, así como
la patética “gran transformación” del discurso de Humala, muestran el mis-
mo ánimo de hacer invisible la voz de las comunidades movilizadas en pos
de sus derechos. Ese afán de borrar del mapa a quienes son vistos como una
amenaza, tiene una cuota de cinismo similar o peor que la mostrada durante

3. Pienso especialmente en aquella de la segunda mitad del siglo XX en medio de la cual, no


por casualidad, se originó Sendero Luminoso
99

el contexto de la violencia política. Y revela las enormes distancias que nos


siguen fragmentando como país, como nación.
Lo que no se quiere ver en este contexto, es que hay ingredientes que
hicieron estallar la violencia que desangró al Perú en las dos últimas décadas
del siglo XX, que han seguido actuando en la sociedad peruana. No han
desaparecido, más bien se han recolocado, ha cambiado su peso e intensi-
dad, pero siguen activas en la sociedad peruana actual las fuertes brechas,
desigualdades y diferenciaciones clasistas, espaciales, generacionales y étnico-
culturales. Allí cabe indicar que necesitamos una nueva agenda crítica de las
ciencias sociales, pues requerimos dar cuenta del papel de esos ingredientes:
¿Qué lugar ocupan ahora? ¿Cómo están constituidos? ¿Cómo permean a los
nuevos conflictos sociales? ¿Qué peso tiene en ellos el factor de la exclusión
indígena y la desigualdad?

Recomendaciones y escenario post-CVR


Otro aspecto fundamental de la CVR es su paquete de recomenda-
ciones. En relación a los pueblos y comunidades indígenas se establecieron
cuatro tipos de recomendaciones. Primero, la agenda pendiente de recono-
cimiento, no de simple inclusión sino más bien de reconocimiento político,
reconocimiento de la diferencia en el tapiz de la ciudadanía, en el terreno de
largo plazo de ciudadanía. Es decir, la agenda que plantea reconocer plena-
mente la existencia de pueblos y comunidades que aspiran a una condición
de igualdad de derechos, que es su gran demanda histórica en el país. No se
trata, insisto, solamente de una demanda de inclusión social -ya existe un
flamante Ministerio de Inclusión Social-, sino de una demanda histórica de
igualdad de derechos. Es decir, de reconocimiento pleno en un engranaje
de ciudadanía complicado e incompleto, que hasta ahora ha sido incapaz de
asegurar esa igualdad de derechos para una población social y étnicamente
diferenciada.
En segundo lugar, la CVR estableció recomendaciones acerca de la im-
plementación de la interculturalidad. Para empezar, en el propio funciona-
miento del Estado. Por eso la palabra interculturalidad aparece varias veces
en su paquete de recomendaciones. Lo tercero es la cuestión de territoriali-
dad, con varios aspectos allí que incluyen temas como el reconocimiento de
territorios indígenas por parte del Estado. Y en cuarto lugar, la CVR llamó la
atención sobre el funcionamiento del conjunto del Estado y específicamente
de la justicia, como ámbito en el cual avanzar concretamente en relación a
sus recomendaciones.
A pesar de lo interesante de las recomendaciones, en mi opinión existe
un abismo entre el diagnóstico elaborado por la CVR y su paquete de reco-
mendaciones institucionales. Es decir, las recomendaciones quedan cortas,
100

pues el diagnóstico es abrumador en relación a lo que implicó la violencia


para los pueblos indígenas, pero el paquete de recomendaciones, si bien es
interesante, resulta insuficiente.
Además, lamentablemente, el balance del paquete de recomendaciones
de la CVR arroja un diagnóstico negativo en lo que respecta a su implemen-
tación posterior. Se ha avanzado muy poco en relación a estos cuatro ámbitos
de recomendaciones que la CVR elaboró para los pueblos indígenas. A pesar
de que se trata de factores sumamente activos en fenómenos como el estallido
actual de conflictos en torno a actividades mineras o de hidrocarburos. Se
trata por ahora de conflictos básicamente dispersos, como sembrados a lo
largo del territorio, pero donde los niveles de violencia siguen siendo muy
fuertes, sobre todo en espacios rurales, capitales de distrito, comunidades, en
algunos casos capitales de provincia o región. Desgraciadamente muchos de
estos conflictos nuevamente son vistos con mucha lejanía desde Lima.
Para terminar, quisiera destacar que resulta muy aleccionador releer el
informe de la CVR a la luz de la situación actual de conflictividad social,
luego de más de una década de haber sido elaborado. Específicamente, para
quienes estudian ciencias sociales, creo que se trata de una experiencia muy
provechosa, porque muchos de los temas, preguntas y cuestiones planteadas
por la CVR siguen siendo verdaderos enigmas irresueltos por las diversas
disciplinas sociales. Así, la CVR sigue planteándonos una agenda pendiente
en términos de conocimiento, sobre todo por parte de las distintas ciencias
sociales. Por ejemplo en lo referido a la importancia de la discriminación ét-
nica y racial en la reproducción de una ciudadanía desigual con hondas raíces
históricas, la cual nos sigue fragmentando como peruanos.
La CVR elaboró una imagen del país en un momento específico de
nuestra historia reciente: la transición democrática inmediatamente posterior
al desmoronamiento del régimen fujimorista. Pero, como he intentado soste-
ner en esta reflexión, logró sacar a luz cuestiones que sobrepasan largamente
su contexto inmediato, así como la propia historia de horror y violencia de las
décadas finales del siglo XX. El discurso legado por la CVR contiene valio-
sas preguntas que aún podemos recuperar, en la tarea de seguir elaborando
conocimiento crítico, como aporte a la construcción del Perú como país de
ciudadanos en plena igualdad de derechos.
Violencia, conflictos interculturales
e identidades indígenas*

Quiero comenzar pidiéndoles disculpas por no te-


ner conmigo unas diapositivas para guiar o acompañar
mi exposición, tal como lo han hecho quienes me han
antecedido. Pero les confieso que vengo apenado y sobre-
saltado desde el Cuzco. Es por esa razón que no logré ter-
minar de escribir un texto para compartirlo con ustedes,
así como para preparar las correspondientes diapositivas.
Ocurre que no pude terminar de escribir mi ponencia de-
bido a una razón estrictamente subjetiva: no podía hacer-
lo, me encontraba agobiado, triste, furioso, impotente al
mismo tiempo, al enterarme por los medios de la muerte
del señor Edmundo Camana, de quien ustedes sin duda
también han oído hablar en estos días. Entonces, con la
triste noticia de la muerte de Edmundo Camana y el viaje
para llegar hasta aquí, no logré completar esas tareas, por
lo cual voy a reflexionar en voz alta en torno a los temas
que me han sido planteados.

Parlamento y sociedad: una antigua distancia


Una primera cosa que quisiera decirles es que es-
tar aquí sentado en las instalaciones del Congreso de la

* Exposición realizada en la sesión de trabajo de la “Comisión Es-


pecial Multipartidaria encargada de estudiar y recomendar la solu-
ción a la problemática de los pueblos indígenas”, Lima, Congreso
de la República del Perú, 27 de marzo de 2008. En publicación
en: Debate parlamentario de la Ley de Consulta Previa a los pueblos
indígenas (2003-2013). Lima: Congreso de la República del Perú,
Colección Debate Parlamentario de Leyes Fundamentales, Tomo
I (en prensa). Agradezco la invitación de Hilaria Supa y el interés
de Rafael Tapia para su transcripción y publicación.
102

República, me plantea una duda: no sé si se trata de algo satisfactorio o


es más bien un castigo. Digo esto porque mi sensación de esta mañana, al
encontrarme en este recinto y tener que hablar sobre el tema planteado con-
firma una vieja impresión: la persistencia de la absoluta distancia entre parla-
mento y sociedad en el Perú. Enseguida voy a explicarles esto.
Hace años trabajé durante seis meses en los archivos de este Congreso
haciendo una investigación histórica sobre los discursos parlamentarios en
torno a los indios en los siglos XIX y XX. Me dediqué a hurgar en los papeles
acerca de las imágenes parlamentarias sobre los indios, comenzando por ese
vendaval de ideologías que es el siglo XIX, un siglo sacudido entre ideologías
liberales y conservadoras, unas más democráticas, otras menos. Me pasé me-
ses constatando que hubo diversos tipos de liberalismo que brotaron en Perú,
y que promovieron el surgimiento, hacia fines del siglo XIX, de perspectivas
que podríamos llamar progresistas. Ideologías que de alguna forma germi-
nan después, en las décadas iniciales del siglo XX, en un discurso de tipo
socialista que tuvo como uno de sus rasgos una nueva manera de contemplar
la denominada “cuestión” o “problema” indígena. Pero a donde voy es que
gracias a esa experiencia de investigación de archivo, pude notar el abismo
existente entre los debates parlamentarios en torno a la población indígena y,
de otro lado, la situación concreta de dominación, explotación y discrimina-
ción a la cual se enfrentaban las comunidades indígenas en diversos momen-
tos de los siglos XIX y XX.
Esa distancia entre Parlamento y sociedad es lo que uno vuelve a consta-
tar cuando ve los periódicos estos días, y se entera de noticias como la muerte
de Edmundo Camana. Una muerte que ha ocurrido con la intervención di-
recta de representantes de este recinto. Esa distancia es justamente la que me
envuelve al hablar ahora ante ustedes. Una distancia que cuesta vidas, ¿no es
cierto?

Celestino Ccente y Edmundo Camana: la imagen y el personaje


Bueno, para quienes no lo saben, Edmundo Camana fue el personaje
de la imagen emblemática de la Comisión de la Verdad (CVR): la foto de
un campesino víctima de la violencia senderista, que aparecía con el rostro
vendado y una mirada de infinita tristeza y desolación, en la cual se reflejaba
toda la desgracia, toda la tragedia de la violencia en que nos vimos envueltos
los peruanos durante la pasada guerra interna (Ver Figura 1).
103

Figura 1
Fotografía de Edmundo Camana convertida en símbolo de la CVR.
Foto: Óscar Medrano /Archivo CVR.
104

Esa fotografía extraordinaria y conmovedora, se convirtió en uno de


los símbolos de la CVR, sin que la Comisión se proponga convertirla en di-
cho símbolo. Porque la gente de la Comisión no sabía -para empezar- que el
personaje fotografiado estaba vivo. Apenas sabían que se llamaba Celestino
Ccente y que era víctima de la matanza de Lucanamarca.1
Óscar Medrano fue el periodista de Caretas que tomó la foto de Ed-
mundo Camana con la tela cubriéndole parte del rostro. No el ojo, tal como
ha señalado el inefable congresista Edgar Núñez, sino un corte de hacha en la
cabeza, cerca al ojo. Ante el periodista, el campesino victimado por Sendero
Luminoso había declarado que su nombre era Celestino Ccente, y no me
parece casual que haya utilizado un apellido propio de las alturas de Huanta,
señalando además que era de Iquicha. Esta comunidad tan representativa de
los procesos de construcción nacional y de fracaso en la construcción de una
nación democrática en el país.
Los denominados “iquichanos”, comuneros de las alturas de Huanta,
pelearon en contra de la Independencia cuando las guerras de emancipación,
y luego pelearon a favor del Perú en la Guerra con Chile. Al final del siglo
pasado, durante la guerra interna, muchas comunidades de las alturas de
Huanta fueron masacradas en medio de una violencia que llegó a convertirse
en una guerra fratricida. Entre estas se encontraron las llamadas “comunida-
des madre” de la zona: Iquicha, Ccarhuaurán y Uchuraccay.
Iquicha da nombre a toda el área, conocida desde antaño como la re-
gión de los “iquichanos”. Aunque dicha denominación se expandió tardía-
mente, merced a los intelectuales huantinos y huamanguinos de los siglos
XIX y XX, que de ese modo describieron a los campesinos indígenas, no
puede negarse la antigüedad y la peculiaridad étnica de estas comunidades.
Otra de ellas es Uchuraccay, famosa pues fue la comunidad en la cual ocurrió
la trágica muerte de ocho periodistas y su guía en enero de 1983. En cuanto
a Ccarhuaurán, se trata de una comunidad de avanzada hacia la selva, don-
de Kimberly Theidon realizó un brillante estudio antropológico sobre las
secuelas de la violencia, el cual ha inspirado además el guión de la afamada
película peruana La teta asustada.2

1. La CVR usó esta fotografía en la exposición Yuyanapaq, así como en el catálogo de la


misma, acompañándola con la siguiente leyenda: “En el hospital regional de Ayacucho,
Celestino Ccente, un campesino natural de Iquicha, Huanta, se recupera de las heridas que
le infligieron los senderistas en 1983. La tela cubre un corte perpetrado con machete. Foto:
Oscar Medrano, revista Caretas.” (CVR, 2003b: s/n).
2 Véase: Theidon 2004.
105

Desconozco qué vínculos tenía en realidad Edmundo Camana con


Iquicha y las alturas de Huanta, pero el hecho es que al ser interrogado por el
periodista de Caretas usó esa identidad a fin de ocultar que era una víctima
de la matanza de Lucanamarca. Mucho después se supo que estaba vivo. Para
mucha gente esto ocurrió por la campaña de denuncia de una supuestauti-
lización de su imagen por parte de la CVR. La misma fue impulsada por
el programa Panorama, de Panamericana Televisión, que durante semanas,
con el pretexto de desarrollar una campaña contra el terrorismo, difundió la
misma foto convertida en símbolo de la CVR. Lo indignante es que usaron
dicha fotografía cambiando la tela que cubría el rostro del personaje: el re-
tazo de tela que cubría las huellas del hachazo que nuestro personaje había
recibido en Lucanamarca por parte de los senderistas, fue transformado por
los inescrupulosos periodistas de Panamericana Televisión en una bandera
con la hoz y el martillo. Así, el mensaje subliminal de la campaña era que
la propia CVR hacía una apología del terrorismo. ¡Un mensaje a todas luces
indignante!
Solo después del trabajo de la CVR supimos que Celestino Ccente era
en realidad Edmundo Camana, y que fue uno de los primeros comuneros
de Lucanamarca atacados por los senderistas durante la matanza ocurrida
en esta comunidad ayacuchana en abril del 2003. Esto pocas semanas des-
pués de la tragedia de Uchuraccay. Ocurre que Lucanamarca, al igual que
Uchuraccay, fue una de las primeras comunidades que se rebelaron contra las
imposiciones senderistas, encabezando levantamientos intercomunales muy
tempranamente, en los años 1982 y 1983. Estos levantamientos se basaron
en reuniones intercomunales masivas, con presencia de centenares de co-
muneros. En Uchuraccay, por ejemplo, días antes de la muerte de los ocho
periodistas, se reunieron alrededor de 700 comuneros de las distintas comu-
nidades, a fin de decidir colectivamente pelear contra Sendero. Debido a una
decisión comunal similar, Lucanamarca fue atacada por los senderistas, con
las consecuencias atroces que todos conocemos. Por esos años el rechazo ini-
cial de las comunidades a Sendero y a la violencia en que se sumergía el país,
lamentablemente no contó con el apoyo decidido del Estado, que más bien
vio en las comunidades movilizadas una amenaza antes que un aliado contra
el PCP-SL. Pero lo ocurrido en diversas zonas de Ayacucho fue una verda-
dera rebelión intercomunal, severamente reprimida por Sendero Luminoso y
lamentablemente también por el Estado, a través de la política de militariza-
ción y uso indiscriminado de la violencia por parte de los agentes del Estado.
Entonces, les comentaba que Camana fue el primer comunero en ser
atacado y uno de los cuatro sobrevivientes que quedaron vivos de toda la
comunidad de Lucanamarca. El programa Panorama utilizó descaradamente
106

su imagen para cambiar la tela que cubría la evidencia del ataque senderista,
a fin de poner una tela con la hoz y el martillo sobre su rostro. De esa forma,
prácticamente mostraban la imagen del propio Edmundo Camana como si
se tratase de un senderista. Su fotografía, convertida por la CVR en símbolo
de la insania de la violencia, terminaba de esa forma convertida en ícono del
terrorismo. Pero además, lo que quiero destacar es que al mostrar el rostro de
Camana como la imagen de lo que debemos combatir hoy en Perú, la cam-
paña transmitía el mensaje de que lo indígena resulta siendo una amenaza.
Porque ocurre que Edmundo Camana era un indígena proveniente de una
comunidad ayacuchana. Voy a entrar después a decir algo sobre lo que pode-
mos entender como indígena y sobre lo indio.
La nefasta campaña impulsada por Panorama y Panamericana Televi-
sión indignó entre otros a Óscar Medrano, el autor de la foto en mención, y
también a Abilio Arroyo, quien es un periodista huantino muy comprometi-
do con su tierra y con la búsqueda de memoria y justicia en Huanta. Ambos
decidieron averiguar qué había sido de la vida de Celestino Ccente.
Fueron a Lucanamarca y encontraron que Celestino Ccente no era tal,
sino que se llamaba Edmundo Camana. Y Edmundo ya no vivía en Lu-
canamarca, sino a dieciocho kilómetros de distancia, lejos del pueblo. La
condición indígena en el Perú está asociada entre otras cosas a distancias
geográficas respecto a los centros de poder, con todo lo que eso implica. El
personaje se encontraba bastante lejos de Lucanamarca, en un lugar con un
nombre precioso: kuntur wachana, que quiere decir: el lugar donde brotan o
nacen los cóndores. Recuerdo que este nombre fue el título, además, de una
célebre película peruana sobre las tomas de tierras en Cuzco, que no sé si
alguno de ustedes logró ver.
Bueno, el hecho es que los periodistas encontraron al personaje de la
foto, tuvieron una entrevista con él y confirmaron así su verdadera identi-
dad. Esto ocurrió el año 2008. Escribieron entonces un reportaje en el cual
contaron que Camana se encontraba postrado, no se sabía si por efecto del
hachazo o por otras razones, pero fue una de las cosas resaltantes: su pos-
tración por un problema de movilidad en los miembros inferiores. Dicho
reportaje, publicado en Caretas, nos devolvía entonces la verdadera identidad
del personaje símbolo de la CVR y mostraba además toda su tragedia, o más
bien toda nuestra tragedia colectiva como nación.
Hace un tiempo Edmundo Camana reapareció en escena al ser uti-
lizado burdamente por el congresista aprista Edgar Núñez. De modo que
primero Panamericana Televisión echó mano de su imagen y, posteriormen-
te, dicho congresista inició una campaña mediática, una verdadera patraña
107

en realidad, utilizando al propio Camana, a quien quiso presentar en un


reportaje como alguien que denunciaba haber sido utilizado por la CVR sin
su autorización. El afán de desprestigiar a la CVR de cualquier forma, y por
cualquier medio, condujo a este congresista a montar semejante barbaridad
en su afán de conseguir protagonismo.
Ayer pensaba: ¿qué diría Haya de la Torre al ver esta situación? Sin
duda se moriría de vergüenza al ver que un congresista aprista, elegido en
un país de 28 millones de habitantes con apenas 5 mil votos, haya decidido
convertirse en instrumento de una burda campaña de desprestigio contra la
CVR. Una campaña que obviamente tergiversa un momento interesante de
la historia reciente de Perú: ese momento de búsqueda de verdad y democra-
tización que siguió a la caída del régimen fujimorista, como parte del cual se
conformó y trabajó la CVR.
El congresista Núñez tuvo el desparpajo de montar toda una campaña
usando al propio Edmundo Camana, diciendo entre otras cosas que el pro-
blema que tenía era un orzuelo, o sea que jamás habría sido victimado por
Sendero y por lo tanto la CVR habría mentido. Eso entre otras falsedades,
mentiras que solo a un congresista de su calaña se le puede ocurrir, que re-
sultan inadmisibles para alguien que pretende representar al país, a un sector
de la sociedad, o cuando menos a los 5 mil peruanos que le dieron su voto.
Bueno, al enterarme de la muerte de Edmundo Camana sentí que dicho
fin mostraba también las deficiencias de una historia trágica que nos com-
pete a todos: la del fracaso en la construcción del Estado, la ciudadanía y la
democracia luego de casi dos siglos de experiencia republicana. Es decir, la
tragedia de la inoperancia del Estado, del desencuentro entre Estado y socie-
dad, y el modo en que estamos construyendo un país que aún muestra -con
actitudes como la del congresista Edgar Núñez- esa distancia que encontré
al leer los papeles parlamentarios del siglo XIX en los archivos del Congreso.
Se trata de un abismo particularmente grave en relación a un componente
del país: las poblaciones indígenas, los pueblos indígenas, sus comunidades,
sus culturas, su dignidad y su derecho a no morir como ha muerto Edmundo
Camana. Desgraciadamente estamos ante una historia muy vieja, de larga
data, que muestra toda la flaqueza de nuestra construcción republicana.

Uchuraccay
Otro caso terrible fue el de Uchuraccay, al cual ya me he referido y
con el que he tenido una vinculación personal intensa, haciendo trabajo de
campo en dicha comunidad y debido a mi participación en la elaboración
del informe sobre dicho caso en la CVR. Uchuraccay, como ustedes saben,
108

fue el escenario de la muerte de los ocho periodistas. Hubo un debate muy


fuerte en ese momento al respecto, pero ahora está absolutamente probado
por diversas investigaciones, además de la propia CVR, que los comuneros
fueron quienes mataron a los periodistas. Pero esto ocurrió en el contexto de
una rebelión intercomunal en contra de Sendero Luminoso. Una rebelión
mediante la cual los campesinos buscaban defenderse frente a la arremetida
punitiva de Sendero, buscando así una alianza con el Estado que en ese mo-
mento lamentablemente no fue escuchada.
Un año después de la muerte de los periodistas Uchuraccay ya no exis-
tía. Los comuneros sobrevivientes habían sido masacrados por los miembros
del Ejército, que entraron tres veces a la comunidad en un lapso de pocos
meses cometiendo múltiples abusos y asesinatos. También por las columnas
de Sendero, quienes buscaron vengar la rebelión comunera arrasando a las
comunidades llamadas “iquichanas” de las zonas altas de Huanta.
Tres comuneros de Uchuraccay fueron acusados y llevados a un proceso
judicial debido a la muerte de los periodistas: Diniosio Morales, Mariano
Casani y Simeón Auccatoma. Estos tres comuneros enfrentaron un juicio
muy complicado que duró varios años, y nunca se pudo probar que habían
sido físicamente culpables de la muerte de los periodistas. Uno de ellos ni
siquiera había estado en la comunidad ese día. Sin embargo, fueron conde-
nados a ocho, diez y quince años de prisión.
Simeón Auccatoma, el de mayor edad entre ellos, era una autoridad en
la comunidad, un sabio muy respetado, y murió de tuberculosis en la cárcel,
en el olvido absoluto. Su cadáver hubiese acabado en la fosa común si es que
una de esas ONG “caviares” que algunos odian tanto (me refiero por ejemplo
al congresista Núñez, que usa mucho esa denominación en su campaña anti-
CVR), no hubiese ayudado para darle al menos un entierro digno.
De los otros dos enjuiciados, Mariano Casani salió de la cárcel y murió
años después. Al tercero de los comuneros, Dionisio Morales, logré encon-
trarlo en la comunidad el año 2006. Ahora no sé si aún vive, pero el 2006
encontré que era el comunero más wajcha de Uchuraccay. Era el comunero
más pobre, abandonado y sin familia. Es terrible la orfandad que tuvo que
vivir incluso en su comunidad, por ser estigmatizado como mata periodistas,
víctima del olvido y el abandono absoluto.
Dos casos entonces: el de Edmundo Camana y la comunidad de Uchu-
raccay, muestran el destino de muchos comuneros indígenas en un país des-
trozado por una guerra interna que sin embargo fue vista por muchos como
una historia que no les incumbía. La misma actitud de quienes pensaban en
la década de 1980 que la desaparición y muerte de tantas personas era algo
109

ajeno, es la que ahora vemos resurgir en el intento de algunos medios como


Panamericana, o de algunos congresistas como el señor Núñez, por despres-
tigiar a la CVR usando todas las patrañas y mentiras posibles, incluyendo la
manipulación de las personas más humildes.
Uchuraccay desapareció por completo el año 1984. No quedó ninguna
familia en la comunidad, y recién desde 1993 se comienza a repoblar. En ese
repoblamiento ocurrió algo muy interesante para nuestra reflexión, que es a
donde quiero llegar o por donde puedo levantar un asunto que me interesa
discutir con ustedes.
El hecho es que muchos de los comuneros que regresaron a Uchurac-
cay lo hicieron en oleadas, desde que un primer grupo pequeño retornó en
1993. Muchos de esos comuneros que repoblaron Uchuraccay eran niños
cuando ocurrió la matanza. La mayoría de sus padres murieron en medio
de la guerra y la diáspora. Es que en 1983 Uchuraccay tenía poco más de
400 comuneros, y murieron aproximadamente 150 de ellos. Muchos de los
que retornaron eran los descendientes de los que murieron, y al regresar al
pueblo lo primero que hicieron fue decir: “¿Cuál era la tierra de mis papás?
¿Cuál era el terreno que les tocaba?”. Muchos eran huérfanos que al repoblar
el pueblo no solamente estaban reconstruyendo su comunidad, sino también
a sus propias familias.
Recuperaron primero una memoria colectiva del territorio, a partir de
las propiedades familiares. Incluso igualaron la propiedad, pues las autorida-
des dijeron por ejemplo: “Bueno, tu papá era caporal cuando existía la ha-
cienda y tenía diez hectáreas en tal lado, pero ahora te tocan cinco hectáreas,
y las otras cinco serán para el descendiente del comunero tal que tuvo una
trayectoria”. Reconstruir el territorio fue una suerte de igualación del acceso
colectivo a los recursos.
Además, los retornantes reconstruyeron los patrones de organización
comunal de manejo del territorio, los ciclos de cultivo, la organización de la
autoridad comunal, en este caso con el Comité de Autodefensa, un nuevo
tipo de organismo comunal vigente hasta ahora en las alturas de Huanta. Fue
una reconstrucción de la comunidad que recuperó muchas cosas y modificó
otras, pues estos nuevos comuneros, como les decía, eran niños cuando se
fueron del pueblo. A pesar de ello, lo que les sirvió para reconstruirse como
comunidad fue aquello que jamás se pierde: la cultura, la memoria transmiti-
da colectivamente. Es interesante notarlo, porque a pesar de esas tendencias a
escapar siempre de la condición de indio que ha descrito Wilfredo Ardito en
su exposición, eso ocurre sin que la gente logre sacarse plenamente lo que se
no puede sacar: su cultura, sus formas de comprensión del mundo, su forma
110

de vivir y, en el caso concreto de Uchuraccay, el modo de organizar la vida en


común al vivir la experiencia del retorno.
Este fenómeno tan peruano de desindigenización sin pérdida total de
la cultura propia, lo hemos visto mucho en las ciudades con la experiencia
migratoria. Las ciudades se convirtieron en las décadas pasadas en sitios su-
mamente dinámicos de encuentros y desencuentros culturales. Lugares para
una intensa recreación de las culturas indígenas. De allí el dinámico proceso
de transformación de las formas de vida indígenas, incluyendo expresiones
culturales como la música; expresiones culturales totalmente atravesadas por
la pertenencia o ascendencia cultural previa de los nuevos habitantes de las
ciudades. La música “chicha” es uno de los fenómenos culturales que muestra
mejor esta fascinante historia.
Entonces, ocurre que los uchuraccaínos no habían perdido su cultura,
su memoria colectiva, a pesar de todo el horror ocurrido en la comunidad.
Tuvieron que recuperar formas de organización comunitaria con procesos
muy complejos de manejo del territorio, de los tiempos o ciclos de organiza-
ción de la agricultura, de manejo de las aguas, de la lluvia, etc. Lo interesante
es que recuperar esta forma comunitaria era el único modo de organizar la
vida colectiva en Uchuraccay, pues otra no funciona, por el sencillo motivo
de que los principios andinos de organización social son los que permiten
la reproducción de las familias en las condiciones específicas del territorio
y clima de los Andes. Pero al lado de esto, ¿qué había? El intento de llegar a
ser un núcleo urbano en medio de la desolada puna. Esto mediante el sueño
del centro poblado menor, a fin de tener algunos recursos del Estado, agua
potable, luz y desagüe. Así lo hicieron. Se convirtieron en centro poblado,
construyeron un nuevo pueblo en una zona más alta que la anterior por ra-
zones de seguridad, y desde entonces sueñan con el objetivo de llegar a ser
un distrito. Luego Fujimori los engañó con sus promesas, por ejemplo llevó
computadoras sin haberles instalado electricidad, y también les construyó
módulos de vivienda útiles para la ciudad pero no para las duras condiciones
de la puna rural.
Pero lo que vemos es esta simultaneidad de pertenencia a una cultu-
ra indígena en pleno momento de cambio, con el intento de reafirmar la
condición de peruanos, de ser miembros del país en la misma condición de
igualdad que el resto. El anhelo profundo de igualdad que tienen los cam-
pesinos indígenas en el país, es en realidad el otro lado de la medalla de la
larga historia de exclusión, discriminación y distanciamiento que ya hemos
mencionado.
111

Lo indígena y su invisibilidad
Quisiera entrar enseguida a decir algo más en torno a este asunto de
las identidades indígenas, quizá con algunas ideas un poco sueltas, pero que
pueden ayudar a nuestra discusión. Les propongo hacerlo a partir de recono-
cer un escenario o situación histórica estructural en el país, de invisibilidad
de las poblaciones indígenas, con sucesos dramáticos como los que he men-
cionado. Una situación de invisibilidad y violencia histórica cuyas víctimas
intentan remontar a través de la permanente reafirmación de su condición
de peruanos iguales que el resto. A pesar de ello, lo que se aprecia es el cons-
tante abismo entre Estado y sociedad, el desfase entre un modo de construir
el Estado que no toma en cuenta a las poblaciones indígenas, y los impulsos
constantes de los de abajo para democratizarlo, haciéndolo cada vez más am-
plio e igualitario. Un capítulo de esta historia es el de la vinculación fallida
entre Parlamento y sociedad, la cual he querido ilustrar al contarles la trágica
historia de Edmundo Camana, pues muestra cómo se mantiene un abismo
que muchas veces se refleja en acciones vergonzosas e indignantes, como la
del congresista Núñez. Asimismo, al hablar sobre la historia de los uchurac-
caínos he querido mostrarles que la cultura no es un artificio fácil de perder,
sino que es un rasgo muy fuerte, que nos constituye como personas y que
se mantiene a la par de cambios y transformaciones sumamente dinámicos.
¿Qué es lo indígena en este contexto? ¿Cómo podemos comprender hoy
la presencia de lo indígena en la sociedad peruana? Quisiera mencionar, para
abordar estas preguntas, que no estoy de acuerdo con la idea de Wilfredo
Ardito de que podemos llamar indígenas simplemente a aquellos que han
nacido en un lugar. Me parece una definición muy ligera, pobre, insuficiente
para describir la complejidad de la condición indígena, de la condición ét-
nica de poblaciones que en lugares como los Andes tienen miles de años de
experiencia de poblamiento. Pongamos este ejemplo de lo andino pensado
en términos muy amplios. Para los antropólogos, los Andes constituyen uno
de los lugares prístinos de formación civilizatoria en el mundo, nada menos.
La India, China, Mesoamérica, el norte de África, los Andes y algunos otros
pocos territorios del mundo, presentan miles de años de poblamiento y de
experiencia de formación de culturas, con religiones, cosmovisiones, formas
de organización política, social, cultural propia. Es decir, de culturas origi-
narias que mantienen hasta hoy una racionalidad diferente a la occidental y
europea, a pesar de experiencias como la colonización, la modernidad y el
capitalismo.
La palabra “indígena” es de uso muy amplio, y no se puede usar en
realidad una sola noción para describirla adecuadamente. Hay distintos
112

significados de lo indígena en lugares como África, Canadá, Centroamérica,


en distintos lugares del mundo donde hay una suerte de reapropiación de
identidades originarias en medio de los fenómenos actuales de globalización.
Se trata de procesos mediante los cuales la gente busca recuperar su historia,
a fin de posicionarse mejor para hacer frente a profundos cambios políticos
y sociales que vienen ocurriendo. En este contexto se conforman los actuales
movimientos indígenas que vemos desde hace unas décadas en distintos lu-
gares del mundo.
Para hablar de la experiencia andina, propongo llamar como indígenas
a los descendientes de pueblos originarios anteriores a la colonización espa-
ñola, que tienen aún racionalidades propias expresadas en formas de vivir y
pensar que no se agotan en el horizonte occidental moderno. Aquí hay un
asunto interesante, porque una cosa es ser descendiente de pueblos origina-
rios en los cuales solamente queda lo que Wilfredo ha descrito, por ejemplo
el sitio de nacimiento y los rasgos físicos, pero otra cosa es ser descendiente en
términos socioculturales más profundos. Y en medio de complejos procesos
de mestizaje y cambio cultural, que ocurren históricamente en un contexto
de difícil formación del Estado y el orden republicano. Lo que me parece
clave es reconocer, en este contexto, que muchos descendientes de los pueblos
indígenas del pasado, a pesar de la experiencia colonial, aún son portadores
de una racionalidad colectiva que no se reduce a la racionalidad occidental
moderna; o sea, tienen sus propias lógicas, formas de organización de la vida
colectiva, maneras de sentir y de vivir. Y no es solamente lo que Giovanna
Peñaflor ha utilizado en su interesante encuesta con el nombre de “forma de
vida”, según nos acaba de contar en su ponencia. Es algo más profundo: lo
que aún existe son patrones colectivos de organización de la vida social, for-
mas de racionalidad, principios organizadores de la vida en común y lógicas
propias que sustentan dicho principios, permitiendo de ese modo organizar
la vida colectiva en el territorio. Esto es lo que todavía existe en sociedades
como la peruana, como hemos visto al hablar un poco de cómo los uchurac-
caínos retornantes reconstruyen sus formas de organización colectiva en el
territorio comunal.
Un ejemplo sencillo puede ayudarnos a comprender mejor esto. Los
comuneros en muchos lugares del Perú creen que las cosas viven. Esto quiere
decir que lo que en Occidente es considerado como materia inerte, en las so-
ciedades indígenas andinas aparece dotado de vida. La idea occidental entre
lo vivo y no vivo es una relación entre el espíritu y la materia. No ocurre así
en pueblos indígenas donde los cerros viven, la tierra vive, las aguas viven.
En general, se cree que todas las cosas están animadas y es por eso que los
hombres buscan un equilibro con ese mundo animado que les rodea. Sobre
113

los cerros, considerados apus, es decir seres tutelares y dadores de vida, se cree
por ejemplo que son los que otorgan la vida y así como la ofrecen la pueden
quitar. Por eso hay un vínculo mutuo de crianza entre los apus y el resto de
seres vivos, entre ellos los humanos pero también los animales y plantas. Hay
una relación entre los apus y el conjunto de los seres que pueblan el mun-
do, en que la energía o ánimu que estos apus otorgan resulta central. Esta
relación está expresada en una hermosa palabra quechua que es uyway, que
quiere decir criarse mutuamente. Porque el cerro, el apu te da la vida pero
tú también lo tienes que cuidar. Y esa vida, esa relación se organiza a través
de principios que establecen formas de vivir, definen las relaciones entre los
humanos, así como con todo lo que nos rodea. No se trata de un cuento ro-
mántico indigenista: estas formas de racionalidad existen y conforman en la
sociedad peruana una realidad negada, rechazada, invisibilizada por el orden
dominante oficial.
Los principios básicos que regulan la vida de los pueblos andinos son
resultado de milenios de poblamiento en este territorio. Es el único lugar del
mundo donde encontramos millones de personas viviendo sobre más de tres
mil metros sobre el nivel del mar. En Europa los campesinos de los Pirineos
fueron llevados a las zonas bajas en el siglo XIX. Acá siguen organizándose
formas complejas de vida y reproducción en condiciones durísimas de clima
y altitud, en ese papel arrugado que uno ve desde el avión que es el espacio
andino. Formas de vida que requieren principios de manejo territorial, ecoló-
gico, principios de organización política, patrones de organización de la vida
colectiva que remiten a racionalidades que no son modernas y occidentales.
Se trata de patrones de vida indígena que tienen una relación con lo
moderno, o sea con la modernidad europea impuesta aquí desde el momento
de la conquista, pero que no se agotan en ella. Y lamentablemente, ocurre
que el conjunto de la estructura del Estado se basa más bien en el horizonte
moderno, el cual no abarca las formas de existencia indígenas. De allí ese
abismo profundo entre Estado y sociedad al cual me he referido antes. Esta
situación se refleja asimismo en una relación de conflicto. Entonces, formas
de organización indígena que no se agotan en la modernidad de hechura
occidental, sustentan una relación de tensión con el Estado. Un ejemplo de
ello lo vimos en Ilave, donde el año 2004 la muerte del alcalde Cirilo Ro-
bles, quien fue asesinado por una turba de pobladores, sacó a luz el peso y la
importancia de las autoridades étnicas tradicionales, bajo la figura aparen-
temente moderna de los municipios, que en realidad aloja la vieja autoridad
étnica de los tenientes gobernadores.
Entonces, no se trata de que los indígenas sean seres premodernos que se
resisten al progreso y la modernidad, o que en el fondo resultan “primitivos”.
114

Todo lo contrario. Lo que pasa es que hay una construcción histórica de la


dominación, el poder, el Estado y la ciudadanía, que ha invisibilizado a los
descendientes de las sociedades indígenas, con sus principios, con sus cultu-
ras, sus propias formas de racionalidad, arrojándolos así al último piso del
acceso a derechos y ciudadanía en el país. Por eso los indígenas son los más
pobres, los quienes viven muchas veces en zonas inaccesibles y, asimismo,
quienes en la práctica tienen menos derechos que el resto. El resultado de
esto es una correlación dramática entre diferencia étnica y desigualdad ciu-
dadana, tal como lo demostró la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Es
decir, en el Perú, ocurre que eres más ciudadano en la medida que eres menos
indio, y viceversa. Esta relación perversa entre ciudadanía y condición étnica
se encuentra en la base del abismo persistente entre Estado y sociedad que
vemos en sucesos como la triste historia de Edmundo Camana.
Entonces ese abismo, ese desfase entre la construcción histórica del Es-
tado republicano y la sociedad culturalmente diversa que es el Perú, expresa
siglos de sedimentación histórica, cultural, ideológica, política, de esta co-
rrelación perversa. Sobre todo desde el siglo XIX, se ha dado un gran ciclo
histórico en el país según el cual había que llegar a ser modernos, a ser pe-
ruanos, a ser ciudadanos, dejando de ser indios. Este ideal alienta procesos de
cambio fundamentales en el Perú, tales como las migraciones, la expansión
de la escuela, la ampliación institucional del Estado, entre muchos otros. Iró-
nicamente, los actores más dinámicos de estos fenómenos fueron los propios
indígenas, empujados por el anhelo de llegar a ser peruanos de pleno derecho,
iguales al resto.
Sin duda alguna, las migraciones han sido el mayor factor de cambio
social en este contexto. Yo he encontrado comunidades en Apurímac, en
donde los comuneros todavía guardan como propiedad colectiva las platafor-
mas o explanadas donde despedían a sus familiares que se iban a Lima en las
décadas de 1940 y 1950. Son lugares denominados waccana, es decir “lugares
de llanto”, porque era el sitio en que se hacía la despedida final a quienes par-
tían. Se les despedía llorando, haciendo música y también baile, con penas y
alegrías entremezcladas. Hasta estos sitios los comuneros acompañaban a sus
familiares que se iban hacia Lima u otras ciudades, a buscar su futuro, dejan-
do atrás todo lo que hasta entonces tenían. Como sugirió Carlos Franco, se
trató de una actitud moderna que cambió el destino de millones de personas
y del país en su conjunto. Pero lo que puede ser visto como una actitud mo-
derna individual, en realidad era la expresión de una modernidad colectiva
en pleno desarrollo. La antropología peruana ha documentado suficiente-
mente cómo el destino de los migrantes en las ciudades se hallaba vinculado a
redes extensas de parentesco, de paisanaje y de vecindad que brindaron en las
115

urbes el soporte necesario para continuar. Esta historia sigue escribiéndose


en estas décadas, en que el Perú enfrenta el desafío de constituir una cultura
nacional plenamente democrática, moderna y al mismo tiempo diversa.
Quisiera destacar una cosa adicional: en la historia peruana el acto de
migrar consistió en salir de la comunidad, dejar de ser indio, asimilarse de
alguna forma. Entonces, migrar era también acercarse a todo aquello que en
las comunidades indígenas resultaba deseado: alcanzar educación, dejar de
ser indios, sentirse iguales a los demás, es decir peruanos de manera plena.
El gran movilizador de todo esto fue el anhelo de igualdad, como forma de
superar la discriminación y las enormes distancias que todavía nos separan.
Considero que en Perú el gran movilizador contemporáneo es el anhelo de
igualdad. El sueño de los indígenas de las comunidades, de los comuneros,
es llegar a ser iguales al resto de peruanos. Sin embargo, ocurrió y aún ocurre
que no les dejan. Por eso los gamonales eran los más interesados en prohibir
el funcionamiento de escuelas, en mantener a los indios como siervos que-
chua hablantes, reprimiendo así sus luchas por igualdad expresadas en de-
mandas por educación, tierra, acceso al mercado, acceso al castellano y otros.
Sin embargo, creo que este horizonte contemporáneo en el Perú está llegando
a su fin. Es decir, este viejo horizonte de respuesta a la discriminación y el
racismo mediante el anhelo de alcanzar igualdad social, aunque sea a través
de la renuncia a la identidad cultural.
Más bien estamos en un momento de tránsito hacia otra cosa. Estamos
en un momento en que el país muestra una novedad de especial connotación
histórica: en estos años están surgiendo formas de lucha social por igualdad
que incluyen la reivindicación de la pertenencia étnica. Eso no había antes
en Perú. Es decir, si antes se pensaba que la manera de llegar a ser “iguales”
y “modernos” era renunciando a sus propias raíces, ahora se ha comenzado
a pensar que una vía posible de igualdad pasa por reafirmar dichas raíces.
Lo interesante, desde mi punto de vista, es que este proceso que recién está
comenzando no parece conducirnos a una situación semejante a las de Ecua-
dor y Bolivia. Es que la reivindicación de la igualdad no necesariamente se
da a través de la formación de movimientos indígenas como los que hemos
visto surgir en los países vecinos. En Perú hay un proceso más complejo, que
expresa las propias particularidades de la construcción histórica de las iden-
tidades indígenas en el país.

Identidad étnica y ámbito público-ciudadano


No me parece una casualidad que uno de los mecanismos a través de
los cuales viene emergiendo esto que he mencionado, sea la defensa de recur-
sos colectivos comunales en contra de la avalancha de empresas extractivas
116

coludidas con el Estado. Hay un nuevo proceso de búsqueda de igualdad


en el Perú, vinculado a nuevas formas de reivindicación de la pertenencia
cultural, que no se expresa necesariamente en términos de un “movimiento
indígena”. Es decir, la única vía no es la formación de organizaciones in-
dígenas, sino que la reivindicación cultural pasa también por afirmar una
forma de modernidad sui géneris, una modernidad propiamente peruana, o
chola si se quiere. No es que la igualdad se afirma desde la diferencia, sino
al contrario: parece que en Perú hemos pasado a una situación en la cual la
diferencia étnica se comienza a afirmar a partir de una extendida conciencia
de igualdad. De allí que muchos de los conflictos sociales que vemos estos
años sean en realidad conflictos por demandas de inclusión y reconocimien-
to; es decir, la gente reclama porque se sienten excluidos de los beneficios que
ven que los demás tienen. Una muestra de ello es el reclamo de participación
democrática en los espacios políticos locales, a través de la multiplicación de
centros poblados menores, o en contra de alcaldes que siguen creyendo que
las municipalidades deben ser gobernadas como si fueran haciendas.
De otro lado, cabe despejar un equívoco bastante recurrente: la idea
de que en Perú no hay movimientos indígenas porque no existe una identi-
ficación con lo propio, o sea formas de orgullo étnico. Según esta idea, los
campesinos peruanos habrían sido despojados de su conciencia y sentido de
pertenencia étnica, a diferencia de sus similares de Ecuador y Bolivia. En esta
lógica, lo que en Perú no habría es una conciencia u orgullo de la identidad
étnica. Sin embargo, yo quisiera introducir un matiz, una precisión necesa-
ria que nos permita despejar equívocos. Ocurre que en Perú los comuneros
tienen un orgullo profundo por ser de tal comunidad, de tal familia, de tal
distrito, por el quechua, por sus trajes, su comida, su música, etc. Es decir,
no es cierta la idea de que no exista identificación y sentido de pertenencia
de la condición étnica. En mi opinión, el problema peruano es más sutil. El
profundo orgullo de los indígenas por su identidad no tiene cómo expresarse
en el ámbito público. Por ello, acaba confinado a la dimensión de lo privado.
De manera que los campesinos indígenas viven una situación de escisión de
su identificación étnica. De un lado, exhiben un profundo orgullo que mani-
fiestan sobre todo en su vida privada, o en ámbitos en que se encuentran en-
tre quienes son considerados iguales, por ejemplo en las comunidades (pienso
en las fiestas o en las ferias, como lugares de encuentro e intercambio entre
“iguales”). Pero cuando van a los espacios públicos del orden dominante, esa
conciencia y orgullo étnicos se contraen, no se manifiestan en una reivindi-
cación de su condición indígena.
El orgullo profundo de la condición étnica, presenta entonces una si-
tuación de conflicto con el ámbito de lo público-ciudadano dominante. Ello
117

obliga a los campesinos indígenas a escindir sus maneras de manifestar iden-


tidad, lo que implica que cada persona debe manejar varios registros de iden-
tidad al mismo tiempo, que va exhibiendo en la medida que se encuentre en
ámbitos propios o ajenos. Este conflicto es bastante profundo y complicado,
y es característico de la situación peruana. Además, se retroalimenta todo el
tiempo por la permanencia del racismo, la discriminación y la vigencia del
paradigma de igualdad según el cual los indígenas deben perder su propia
identidad para llegar a ser iguales al resto. Este paradigma se instaló, se im-
puso en el Perú durante mucho tiempo, como resultado de la dominación
étnica colonial y republicana, y mantiene una situación conflictiva que se
expresa en el hecho de que los indígenas peruanos no pueden manifestar su
diferencia étnica en el ámbito de lo público. Este entramado complejo es lo
que resulta urgente estudiar, como venimos haciendo en un proyecto inte-
rinstitucional sobre conflicto cultural y ciudadanías diferenciadas.3
Un problema clave entonces, viendo las cosas desde otro ángulo, es que
no hay en Perú las condiciones políticas para que el orgullo étnico pueda ex-
presarse libremente en el ámbito de lo público-ciudadano. Por tanto, más que
un problema de identificación de los indígenas con su cultura e identidad, en
Perú podemos hablar de un problema en la manera de construir lo público, el
ámbito público-ciudadano. Se trata de una esfera que, en gran medida, sigue
siendo colonial, y esa colonialidad de la constitución de la ciudadanía política
en el ámbito de lo público prolonga entonces viejas formas de exclusión y
discriminación. No se trata de un asunto restringido a los ámbitos rurales,
por cierto. Lo hemos visto actuando, con toda su violencia, en el bochornoso
incidente de la juramentación de las congresistas quechuas cuzqueñas en este
mismo Congreso.
Entonces, ocurre que en el ámbito político público, para muchos indí-
genas aquello que es motivo de orgullo se convierte en motivo de rechazo y
estigmatización; o sea, esta vieja semejanza entre ser indio, ignorante, pobre,
atrasado e incluso de menor valor como persona. Este engranaje perverso
de la dominación étnica es un asunto clave en el Perú, y consiste en aquello
que justamente debemos combatir desde instancias como el Congreso de la
República. Uno de los mayores legados de la CVR consiste justamente en
habernos mostrado que la desigualdad étnico-racial sigue siendo un asunto
central en el país, vinculado a nuestras dificultades de constituirnos como
comunidad nacional o republicanos de ciudadanos efectivamente iguales.

3. Se trata del proyecto de investigación “Exclusión étnica y ciudadanías diferenciadas”, en el


cual participan investigadores del IEP, CEPES y CBC.
118

Para terminar, quisiera decir que en el Peru estamos en pleno momen-


to de tránsito hacia otra forma de ubicación de las diferencias étnicas en el
espacio de lo público-ciudadano. Esto se manifiesta en el hecho de que ese
viejo engranaje de reproducción de la exclusión, la violencia étnica y la discri-
minación que es el racismo, está quebrándose o erosionándose poco a poco.
Ello ocurre por distintas vías. Una de ellas es la propia vía del mercado. Pa-
radójicamente, el dinamismo neoliberal que vivimos en el Perú desde 1990,
asociado en su primer momento a un modelo autoritario, está erosionando
muchas de las formas de construcción de identidades políticas y pertenencias
sociales en el país. El desarrollo acelerado del mercado genera remezones,
quiebres, agrietamientos de estructuras sociales instaladas por largo tiempo.
Por eso en Perú vemos ahora que diversos sectores emergentes cuestionan las
viejas jerarquías. Un fenómeno interesante al respecto es la pérdida de legi-
timidad del racismo. Por eso encontramos que en estos años el viejo racismo
va perdiendo legitimidad de forma acelerada. Eso no quiere decir que haya
perdido vigencia para algunos sectores, pero sin duda se encuentra fuerte-
mente cuestionado.
Otro factor de cambio tiene que ver con el rol de las comunidades.
Ocurre que en momentos como el actual, en que los recursos comunales se
ven amenazados, emerge una reivindicación de lo colectivo que resulta muy
interesante. Este fenómeno está activo en todo el territorio del país, y se está
manifestando junto a una novedosa reivindicación de las identidades consi-
deradas propias, originarias o indígenas. Se trata de un fenómeno que se en-
cuentra en la base del ciclo actual de movilización y conflictividad social vin-
culado al boom de las exportaciones primarias, especialmente de minerales.
Otro elemento clave es el incremento de información y, junto a ello, de
nociones de pertenencia e igualdad. Hay en Perú, junto al cuestionamien-
to de las viejas jerarquías, el surgimiento de formas de ciudadanía plebeya,
campesinas y populares, muy teñidas de nuevas nociones de igualdad, ali-
mentadas por información que ahora circula muchísimo más que antes. Se
trata de nuevas demandas de igualdad, pero que hasta ahora no encuentran
posibilidades de entroncarse con procesos de democratización desde arriba.
Una pregunta clave es si veremos en los próximos años cómo estos cambios
pueden expresarse políticamente.
Un caso interesante es el de Ilave. Allí vimos en acción las demandas de
las comunidades para acceder a democracia local, participar en el gobierno
local y fiscalizar al alcalde mediante lógicas comunales. Expresión de ello es
la exigencia de administrar el municipio mediante mecanismos propios de
las comunidades, tales como la rendición de cuentas en asambleas, la coor-
dinación con las autoridades tradicionales, el uso de formas de rotación para
119

la designación de cargos, etc. Esto entra en conflicto con las lógicas esta-
tales, y con un proceso de descentralización que no ha tomado en cuenta
la existencia de un orden político propio en muchos espacios indígenas del
país. El resultado de este conflicto, en un contexto de agudo enfrentamiento
entre diversos grupos de interés enfrentados por el control del municipio, fue
lamentablemente una tragedia que culminó con el linchamiento del burgo-
maestre.
En Perú vienen surgiendo entonces nuevas formas de ciudadanía, in-
dígena, comunera, popular. Se trata de una ciudadanía construida “desde
abajo” que, sin embargo, no calza con el mundo de lo oficial hegemónico. Y
no logra empatar con procesos de reforma estatal como la descentralización
por ejemplo. Ocurre que en el Estado sigue predominante una perspectiva
monocultural del país y de sus procesos de desarrollo, de modo que el diseño
de reformas institucionales como la descentralización o participación acaba
reproduciendo la exclusión y no calza con las demandas populares. El tipo
de reforma hace que los campesinos indígenas nuevamente sean convidados
de piedra, porque la participación y descentralización responden a criterios
“técnicos”, que generalmente no son comprendidos por los participantes.
Ejemplo de ello son los presupuestos participativos, por ejemplo. He visto
en diversos lugares cómo los técnicos de las municipalidades a duras penas
implementan el presupuesto participativo. Convocan a los campesinos a los
talleres, pero al llegar éstos encuentran un proceso tortuoso, y encima mu-
chas veces se prefiere utilizar el castellano, lo cual anula la voz de muchos
participantes, entre ellos mujeres o varones monolingües, o que hablan el
castellano con dificultades. Pero el asunto es que los técnicos se sienten supe-
riores a los campesinos, de manera que el conocimiento de éstos acaba supe-
ditado a los instructivos enviados desde el Ministerio de Economía. Al final,
los comuneros muchas veces no tienen voz ni voto en la toma de decisiones
en el uso de los recursos. Sus expectativas, su conocimiento colectivo y sus
necesidades se ven sometidas a cuestionables criterios técnicos que solamente
manejan los funcionarios.
Otro ejemplo clave es el de los jóvenes. Como estamos en un momen-
to de aceleración de cosas, de cambio, de incremento de información, los
jóvenes rurales están en otra cosa, no están en lo que estaban sus padres.
Las distancias generacionales se han incrementado enormemente en estas
décadas. Los jóvenes manejan más información, van a internet, manejan no-
ciones más amplias de derechos y ciudadanía, junto a nuevas demandas por
participación política. Eso cristaliza en procesos nuevos como, por ejemplo,
la expansión de los centros poblados menores. Buena parte de los centros po-
blados menores actualmente existentes en el Perú son gobernados por lógicas
120

comunitarias, son en realidad una suerte de avanzada de las comunidades en


el último escalón del Estado, para imponerle lógicas comunales. Pero no se
acaba de definir cuál es su estatuto.
Entonces, hay procesos empujados “desde arriba” con muy buenas in-
tenciones, pero que no calzan con tendencias sociales democratizadoras que
están ocurriendo en el país “desde abajo”. Todo esto apunta, finalmente, a la
siguiente cuestión: ¿qué modernidad buscamos? Un ejemplo que puede brin-
darnos muchas lecciones para ello es el de las propias comunidades. Si vemos
la historia de las comunidades, apreciamos que todo el tiempo transitan entre
un mundo, el propiamente comunal e indígena, y el otro, el del orden do-
minante. No se trata de ninguna manera de poblaciones atávicas que buscan
encerrarse sobre sí mismas. Al contrario, los comuneros indígenas en Perú lu-
chan día a día para ser “peruanos” y “modernos” a su manera. De modo que
quienes ven en las comunidades y sus comuneros a sujetos denominados “pre
modernos” o hasta “primitivos”, porque supuestamente se oponen al progre-
so y la modernidad, se equivocan completamente. No conocen el mundo real
de los indígenas de carne y hueso, y de las comunidades realmente existentes
en el territorio peruano. Las comunidades, más bien, se encuentran en plena
lucha por acceder a igualdad, a derechos, a opciones de futuro y desarrollo.
Y lo interesante es que por fin vemos que se trata de luchas con un potencial
transformador de sentido histórico, pues están saliendo del viejo paradigma
de asimilarse dejando de ser lo que son. De manera que el viejo ideal de llegar
al “progreso” o a ser “modernos” dejando atrás su identidad y cultura, se en-
cuentra bastante deteriorado. Muchos comuneros saben ahora que no deben
abandonar su idioma, su identidad y su cultura para afirmar el derecho de ser
modernos, ser peruanos y progresar a su manera. Creo que es la gran lección
de los indígenas para el Perú del futuro.
Era esto lo que quería reflexionar con ustedes. Les agradezco entonces
y quiero finalizar pidiendo a las congresistas presentes que la muerte de Ed-
mundo Camana no quede allí, como una más de las muchas muertes impu-
nes de indígenas y comuneros que pueblan la historia nacional. Algo tenemos
que hacer al respecto. Para comenzar, necesitamos saber qué es lo que ocurrió
realmente en su triste caso. Creo que dar pasos concretos en ese sentido re-
sultaría muy significativo, considerando la subsistencia del profundo abismo
entre parlamento y sociedad que mencioné al iniciar esta exposición. Muchas
gracias por invitarme y escucharme.
Violencia, discriminación étnica
y exclusión*

“[…] nos encontramos marginados. De repente será


porque somos de la altura, ¿no? Así yo me siento. Y
ojalá esta Comisión de la Verdad, esta investigación
a la larga nos lleve a una vida de igualdad de dere-
chos. Ojalá de acá a diez años o quince años, nosotros
también seamos considerados como peruanos, ¿no?,
o como hijos peruanos” (Testimonio de Abraham
Fernández Farfán en la Audiencia Pública de la CVR
realizada en Huanta, 12 de abril de 2002).

“[…] en el futuro los aborígenes no serán llamados


indios ni naturales, son hijos y ciudadanos de Perú y
serán conocidos como peruanos” (Decreto de José de
San Martín, 1821).

Chacca es una de las comunidades de altura ubica-


das en el norte ayacuchano en las cuales la gran mayoría
de la gente es quechua hablante. La experiencia vivida por
sus pobladores durante el tiempo de la guerra es una de
las muchas historias de horror sacadas a luz en el Infor-
me Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
(CVR). A inicios de la década de 1980 la comunidad
sufrió varias incursiones de los senderistas, quienes bus-
caron imponer por la fuerza su “nuevo orden”. Cometie-
ron abusos contra los pobladores y autoridades, así como

* Ponencia discutida en el taller: “Violencia, discriminación étni-


ca y exclusión”, realizado en el Instituto de Estudios Peruanos
(IEP), en el marco del proyecto “La CVR y la agenda del debate
político e intelectual en el Perú”, Lima, 2 de diciembre de 2004.
Este texto, que aquí se publica por vez primera, fue escrito gra-
cias a la invitación del recordado colega y amigo Carlos Iván De-
gregori, a quien agradezco su aliento para estudiar la etnicidad.
122

asesinatos -entre ellos el de un ex hacendado local- que tuvieron el efecto


contrario: los campesinos de Chacca, al igual que otras comunidades de la
zona, se rebelaron contra Sendero Luminoso. Debido a su pobreza muchas
familias no lograron huir hacia otros lugares, y Chacca se convirtió en una
“concentración” (nombre que se dio en ese momento a los lugares de refugio
de diversas comunidades). Desde 1984 fue el blanco de sucesivos ataques
senderistas que causaron mucha muerte y destrucción. A pesar de que los
comuneros llevaban varios años enfrentándose a Sendero Luminoso, fueron
vistos como sospechosos por los militares, quienes también realizaron incur-
siones violentas contra ellos.
El terror duró todo el resto de la década e incluso se prolongó hasta la
siguiente. En 1990, el ejército llegó y reunió con amenazas a los comuneros,
llevándose a varios de ellos, de los cuales sus familiares nunca más pudieron
tener razón. El 31 de julio de 1991 un ataque senderista causó la muerte de
catorce personas, entre las cuales se hallaban niños y mujeres. Un año des-
pués, el 30 de julio de 1993, otra incursión dejó el saldo de nueve personas
muertas, varios heridos y más de cien viviendas quemadas. En total, según
se recuerda en Chacca, durante los años de guerra sufrieron alrededor de 26
incursiones cometidas tanto por los senderistas como por los militares. El
saldo irreparable dejado por esa violencia fue de 56 muertos, 40 viudas, 96
huérfanos, decenas de heridos y muchos enfermos.
Recién desde 1993 la guerra amainó y los sobrevivientes comenzaron la
tarea de reconstruir la comunidad y sus vidas. Desde entonces el camino no
ha sido fácil. Han tenido que lidiar contra las enormes secuelas cotidianas
dejadas por la guerra en la vida comunal, pero también contra la indiferencia
y los prejuicios externos. A pesar de las gestiones realizadas ante diversas
instituciones, ha sido poco el apoyo externo conseguido para la tarea de re-
construcción. El año 1994 solicitaron al Ministerio de Energía y Minas la
electrificación. En 1995 enviaron oficios al Ministerio de Educación para
la creación de una escuela. En 1996 gestionaron ante FONCODES la cons-
trucción de letrinas. Ninguno de esos pedidos fue atendido. Pero la comuni-
dad sigue adelante.

La incómoda verdad de la CVR: diferencia étnica y desigualdad


ciudadana
La historia de Chacca fue contada por uno de sus miembros, Abraham
Fernández Farfán, en la Audiencia Pública realizada en Huanta el 12 de abril
de 2002.1 El primero de los epígrafes que inician este texto es un pequeño

1. Figura en el Anexo Nº 10 del Informe Final de la CVR, titulado “Audiencias Públicas”.


123

fragmento de su testimonio. Como allí se indica, ellos sienten que son mar-
ginados “por ser de altura”. Pero no han perdido el anhelo de alcanzar “una
vida de igualdad de derechos” y de ser “considerados como peruanos”. Los
comuneros guardan la esperanza de que la labor desarrollada por la CVR los
pueda ayudar a alcanzar ese objetivo.
El segundo epígrafe es parte de un famoso decreto dictado por el liber-
tador José de San Martín en 1821. Entre ese decreto de inicios de la Repú-
blica ordenando que los indígenas sean llamados peruanos, y el testimonio
de Abraham Fernández Farfán pidiéndole a la CVR que los habitantes de
Chacca sean reconocidos como ciudadanos peruanos con todos sus dere-
chos, existen 181 años de distancia. Sin embargo, ambos hechos ponen en
evidencia una realidad que se mantiene vigente: no todos los peruanos son
ciudadanos de pleno derecho aunque el ordenamiento legal les extienda (no-
minalmente) dicha condición. Persiste una forma históricamente establecida
de acceso diferenciado a derechos y ciudadanía, definido por las profundas
desigualdades de las relaciones de poder en el país. Desigualdades existentes
a nivel más amplio en la sociedad, y que distancian a los “ciudadanos perua-
nos” por razones económicas, de clase, procedencia geográfica, origen social
o cultural, sexo y edad, entre otros factores. Se trata de un sistema ciudadano
de exclusión que no solo expresa estas desigualdades, sino que las reproduce,
prolongándolas indefinidamente.
En un artículo reciente, Marisol de la Cadena sugiere que el Informe
Final de la CVR hace necesario reescribir la historia del Perú, pues logra
revelar una verdad genealógicamente inscrita en nuestra historia como nación:

“que el acceso a la ciudadanía en condiciones de igualdad -en la pobre medi-


da en que el Estado peruano puede garantizar dicha ciudadanía- pasa, en
última instancia, por la renuncia a maneras de ser no modernas. Así norma-
do implícitamente, los peruanos acceden a grados de ciudadanía determi-
nados de acuerdo con distancias o proximidades con lo moderno. Y la nor-
ma -aunque sea implícita (o quizá por serlo)- no se cuestiona. Esa verdad,
claramente racializada, es históricamente profunda -lidiar con ella equi-
vale, ni más ni menos, a enfrentarse a la historia del país” (De la Cadena,
2003).

Esta reflexión permite comprender por qué, en el andamiaje vigente


de la ciudadana, el lugar de la diferencia étnica indígena resulta ser el de la
invisibilidad y la insignificancia. De allí que la tragedia vivida por miles de
personas de origen indígena como consecuencia de la guerra, haya pasado
desapercibida para el resto (ciudadano) del país. A lo largo de sus miles de
páginas el informe de la CVR documenta ampliamente el problema de la
invisibilidad de las poblaciones indígenas que sufrieron los mayores embates
124

de la violencia. De hecho nunca sabremos el nombre de alrededor de 46,000


víctimas, las cuales solamente “aparecen” como tales en las proyecciones es-
tadísticas.
Pero el caso más dramático es el de los asháninkas. Según la CVR, de
un total aproximado de 55,000 personas, entre 5,000 y 6,000 perdieron la
vida, 10,000 fueron desplazados y 5,000 vivieron en el cautiverio impuesto
por Sendero Luminoso. ¡El 10% del total de la población asháninka murió,
a pesar de lo cual resultan ser víctimas inexistentes!2 Ante el anonimato de
la gran mayoría de muertos asháninkas, el esfuerzo de la CVR para lograr
devolverles su identidad resultó imposible. Al final, en la base de datos apenas
figuran 208 nombres consignados como víctimas hablantes de “otras lenguas
nativas”.3
Esto nos recuerda las reflexiones de Andrés Guerrero, quien llama la
atención sobre la existencia de un sistema ciudadano de exclusión en el cual
“los dominados quedan relegados a un ámbito contingente, ni público ni
privado” (Guerrero, 2000: 47). Además de ello, nos hemos acostumbrado a
pensar en la ciudadanía de manera básicamente jurídica, esencializada en el
Estado o la política electoral, desgajada de los contextos históricos de luchas
por el poder de los cuales hace parte, y de las realidades cotidianas en los
cuales existe de manera concreta (Guerrero, 2000: 13).

El impacto diferenciado de las conclusiones de la CVR


A inicios del 2002 la Defensoría del Pueblo difundió los resultados de
una investigación sobre la desaparición forzada de personas, en la cual se ha-
lló que el 57% del total de desaparecidos en dieciséis años de violencia -entre
1980 y 1996- eran campesinos de las zonas rurales. En el caso de las víctimas
de ejecuciones extrajudiciales, dicha cifra se elevaba al 62%.4 Un año y medio
después, con la presentación del Informe Final de la CVR, descubrimos que
el diagnóstico sobre las víctimas era aún más grave y complejo.
La CVR reveló que el conflicto armado interno ocurrido en el Perú
durante las dos últimas décadas del siglo XX -catalogado como el más in-
tenso, extenso y prolongado de nuestra historia republicana- tuvo un fuerte
componente étnico, el cual en gran medida resultó imperceptible para la

2. Véase el estudio en profundidad presentado como subcapítulo 8 de la Primera Parte, Sec-


ción Tercera, Capítulo 2, Tomo V, titulado “Los pueblos indígenas y el caso de los As-
háninkas”. Asimismo, el sub capítulo 9 de la Primera Parte, Sección Cuarta, Tomo VI,
titulado “La violación de los derechos colectivos”.
3. Véase el anexo 4 del Informe Final de la CVR, titulado “Compendio estadístico”.
4 Ver Defensoría del Pueblo (2002).
125

opinión pública nacional. Los datos que permitían establecer dicha conclu-
sión, motivaban también un inevitable sentimiento de consternación. El pri-
mero de ellos era que la gran mayoría de muertos y desaparecidos -las tres
cuartas partes, o sea el 75% de un total de casi 70,000 personas- fueron
campesinos indígenas que tenían como lengua materna el quechua u otros
idiomas nativos, y que residían en los distritos rurales más pobres y alejados
del país. En Ayacucho, el epicentro del conflicto, la cifra se elevaba al 98%.
El segundo dato, de orden más bien cualitativo, fue descrito con precisión
por el ex presidente de la CVR, Salomón Lerner, en su discurso de entrega
del Informe Final:

“Agobia encontrar en esos testimonios, una y otra vez, el insulto racial, el


agravio verbal a personas humildes, como un abominable estribillo que pre-
cede a la golpiza, la violación sexual, el secuestro del hijo o la hija, el disparo
a quemarropa de parte de algún agente de las fuerzas armadas o la policía.
Indigna, igualmente, oír de los dirigentes de las organizaciones subversivas
explicaciones estratégicas sobre porqué era oportuno, en cierto recodo de la
guerra, aniquilar a esta o aquella comunidad campesina”.5

Estos aspectos revelados por la CVR alcanzaron amplio impacto y re-


sonancia pública,6 hecho que parecía mostrar que se estaban dando las con-
diciones para una recepción activa del Informe Final. Sin embargo, con el
transcurrir de las semanas y meses, fue evidente que las personas dispuestas
a apropiarse de su mensaje, seguían conformando un sector reducido de la
población: básicamente, aquel que desde la creación de la CVR logró mo-
vilizarse para respaldarla públicamente, conformando redes ciudadanas y
nuevas organizaciones (entre ellas las de jóvenes y afectados por la violencia).
Considerando el pasado reciente del cual salía el país en el momento de la
creación de la CVR, esto resulta alentador, a pesar de que se trata de un sector
demasiado débil como para presionar con efectividad ante el Estado, a fin de
alcanzar el cumplimiento de las recomendaciones y propuestas efectuadas.
Resultó interesante, asimismo, constatar que el impacto de las revela-
ciones de la CVR referentes al racismo y la discriminación, no solo respondía
a la crudeza de los datos consignados en su Informe Final, sino también a
la expansión de una conciencia sensible a estos temas en los últimos años.

5. Salomón Lerner, “Discurso de presentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad


y Reconciliación”, se encuentra como “Prefacio” del Informe Final (Lerner 2003).
6. Diversas declaraciones efectuadas en la televisión, la radio y los periódicos, luego de la
entrega del Informe Final a fines de agosto del 2003, son una muestra de dicha actitud.
También, la puesta en marcha de algunas campañas de apoyo social para comunidades
asháninkas o ayacuchanas.
126

Mucha gente se muestra más consciente de la existencia de desigualdades


y formas de discriminación que debemos combatir en el país. Diversas en-
cuestas de opinión han reflejado este importante giro en la opinión pública
respecto a algunos temas que en el pasado constituían tabúes, tales como el
racismo, la discriminación o el sexo. Por ejemplo, la costumbre secular que
impedía hablar públicamente de la existencia de racismo y discriminación
entre los peruanos, parece ceder frente a las presiones hacia una cierta iguala-
ción en el mercado, así como a la expansión entre ciertos sectores -sobre todo
de la antigua clase media y de los nuevos grupos sociales emergentes- de una
conciencia de derechos mucho más amplia.7
Sin embargo, no todas las reacciones generadas por la CVR correspon-
dieron a una actitud reflexiva, respetuosa y solidaria frente a la tragedia su-
frida por mucha gente. No faltaron quienes dijeron sentirse irritados ante la
magnitud de las cifras, poniéndolas en duda con argumentos que justamente
evidenciaron la permanencia del racismo, la discriminación y hasta rezagos
de paternalismo.8

Conclusiones generales referidas a la dimensión étnica del conflicto


Las principales apreciaciones de la CVR referidas a la dimensión étnica
del conflicto, fueron presentadas entre los numerales iniciales de las conclu-
siones generales de su Informe Final. Estas conclusiones son las siguientes:

Conclusión 5. La CVR ha constatado que la población campesina fue la prin-


cipal víctima de la violencia. De la totalidad de víctimas reportadas, el 79

7. En una encuesta reciente aplicada por el IDS en Lima y Huamanga, frente a la pregunta
de si era cierto que la ley se aplica a todos por igual, el 87.6% y el 77,5%, respectivamente,
contestaban que era en parte y totalmente falso. De otro lado, frente a la pregunta de si
consideraba que se respetaban por igual los derechos de los cholos y provincianos con el
resto de personas, el 81,4% y el 70,5% respondió que era en parte y totalmente falso (Ver
Córdova, 2004). Resulta interesante la diferencia entre las respuestas de los limeños y
ayacuchanos. Sobre todo en la última pregunta, pareciera que estos -por percibirse como
cholos y provincianos- están menos dispuestos a considerar que sus derechos no se respetan
por igual. De manera similar, en una reciente encuesta de la Universidad de Lima sobre el
racismo, el 75,4% responde que los peruanos sí son racistas, pero ante la pregunta de si se
considera racista, solo el 15,5% responde afirmativamente.
8. Muestra de ello son las reiteradas declaraciones efectuadas por algunos congresistas, como
Rafael Rey Rey y José Barba Caballero. Ambos negaron en diversos medios la existencia del
racismo, y acusaron a la CVR de buscar la división entre los peruanos, manipulando para
ello las estadísticas sobre el número de muertos. El congresista José Carrasco, por su parte,
señaló en un programa sabatino de televisión, en el canal del Estado, que la gran cantidad
de muertos quechua hablantes resultaba explicable “porque los indios son como niños que
se dejaron convencer fácilmente por Sendero Luminoso”.
127

por ciento vivía en zonas rurales y el 56 por ciento se ocupaba en actividades


agropecuarias.

Conclusión 6. La CVR ha podido apreciar que, conjuntamente con las bre-


chas socioeconómicas, el proceso de violencia puso de manifiesto la gravedad
de las desigualdades de índole étnico-cultural que aún prevalecen en el país.
Del análisis de los testimonios recibidos resulta que el 75 por ciento de las víc-
timas fatales del conflicto armado interno tenían el quechua u otras lenguas
nativas como idioma materno.

Conclusión 9. La CVR ha constatado que la tragedia que sufrieron las pobla-


ciones del Perú rural, andino y selvático, quechua y asháninka, campesino,
pobre y poco educado, no fue sentida ni asumida como propia por el resto
del país; ello delata, a juicio de la CVR, el velado racismo y las actitudes de
desprecio subsistentes en la sociedad peruana a casi dos siglos de nacida la
República.

Otras dos conclusiones permiten ubicar ese diagnóstico del horror vi-
vido por las poblaciones indígenas en el contexto más amplio en el cual la
violencia surgió y se reprodujo. La primera constata que el conflicto “reve-
ló brechas y desencuentros profundos y dolorosos en la sociedad peruana”
(Conclusión 1). La evidencia de que entre los peruanos persisten enormes
brechas que segmentan el acceso a los derechos ciudadanos básicos, ayuda a
explicar aquellas distancias reveladas en el desprecio, el racismo y la indiferen-
cia. Tal como se sugiere en la introducción del Informe Final,9 que la tragedia
de miles de asesinatos y vejaciones haya pasado desapercibida para el resto
del país, constituye un escándalo que muestra los límites de la construcción
ciudadana y estatal en el país luego de dos siglos de experiencia republicana,
así como la necesidad de su refundación democrática.
La segunda constatación es que existió “una notoria relación entre si-
tuación de pobreza y exclusión social y probabilidad de ser víctima de violen-
cia” (Conclusión 4). Hubo, pues, una correlación directa entre la condición
de pobreza, ruralidad y origen étnico indígena, y la probabilidad de conver-
tirse en una de las miles de víctimas anónimas en medio del escenario de
guerra interna.

Un mundo del pasado que a ratos parece ser parte del actual
A pesar de que muy pocos capítulos del Informe Final analizan de ma-
nera específica el componente étnico de la violencia, a lo largo de sus miles de

9. “El mandato de la CVR como oportunidad histórica para el país”. Acápite 4 de la “Intro-
ducción” , en el Tomo I del Informe Final de la CVR.
128

páginas podemos encontrar múltiples evidencias de la estrecha vinculación


entre desigualdad étnica y las dinámicas de la violencia de distinta escala.10
De manera similar, las manifestaciones -abiertas o sutiles- de discriminación
racial, permean completamente la descripción de la relaciones sociales coti-
dianas en medio de la guerra, al punto de que en muchos momentos resultan
abrumadoras e indignantes.11
Por momentos, la imagen del conflictivo mundo descrito en las páginas
del informe de la CVR parece corresponder a una realidad que pensábamos
cancelada. Carlos Iván Degregori (2004) y Romeo Grompone (2004) han
mencionado que el mundo del pasado señorial relatado en las grandes nove-
las indigenistas (Ciro Alegría), o en las recientes novelas de la nueva narrativa
andina (Edgardo Rivera Martínez), parece reverberar en los testimonios que
aparecen desperdigados a lo largo del Informe Final. Justamente, uno de los
retos que es necesario asumir frente al informe, consiste en saltar por encima
de este efecto engañoso, a fin de lograr comprender la contemporaneidad del
mundo que reflejan sus páginas. Obviamente, no se trata de pensar que los
conflictos, la violencia cotidiana y las desigualdades étnico-raciales constitu-
yen simples “rezagos” del pasado señorial.
Esto se relaciona con otro de los hallazgos del informe: que la gue-
rra interna “volvió a erigir las fronteras étnicas rígidas que estaban siendo
erosionadas por la modernización”.12 La CVR sustenta esta afirmación en
los testimonios recogidos, gran parte de los cuales grafican vívidamente los
agravios, insultos y menosprecios raciales que acompañaron el uso de la vio-
lencia física, legitimándola. Esta constatación del informe no solo permite
apreciar la intensidad del racismo y su carácter funcional a la acentuación de
la violencia. También muestra, como han sugerido algunos analistas, que los
procesos de modernización y democratización ocurridos a lo largo del siglo
XX, habían sido menos intensos de lo que pensábamos. O en todo caso, no

10. Las partes del Informe Final en que el tema étnico es objeto de análisis específico, son las
siguientes: el capítulo 3 de la Primera Parte, Sección Primera, Tomo I, titulado “Rostros y
perfiles de la violencia”; el sub capítulo 9 de la Primera Parte, Sección Cuarta, Tomo VI,
titulado “La violación de los derechos colectivos”; el capítulo 1 de la Segunda Parte, Tomo
VIII, titulado “Explicando el conflicto armado interno”; y el subcapítulo 2 de la Segun-
da Parte, Tomo VIII, titulado “Violencia y desigualdad racial y étnica”. Adicionalmente,
diversos capítulos de otras secciones también presentan información sobre estos temas,
especialmente: los “estudios en profundidad” publicados en el Tomo V; el análisis de los
patrones de crímenes y violaciones a los derechos humanos del Tomo VI, así como las
investigaciones sobre casos específicos del Tomo VII.
11. Véase especialmente el subcapítulo 2 de la Segunda Parte, Tomo VIII, titulado “Violencia
y desigualdad racial y étnica”.
12. Op. cit.
129

habían sido lo suficientemente fuertes y constantes como para quebrar defi-


nitivamente las jerarquías étnicas tradicionales. Sin negar la validez de esta
idea, vale la pena recordar que en realidad, no es tan inusual que en contextos
de alta conflictividad ocurran procesos de etnogénesis, cuya manifestación
más visible resulta ser una extremada racialización de las relaciones cotidia-
nas. Más aún cuando se trata de conflictos armados internos.13
De otro lado, también vale la pena recordar que el conflicto no solo
generó solidaridades étnicas y demarcó diferencias expresadas mediante un
lenguaje racial sumamente violento. También quebró y fragmentó tejidos
organizativos y solidaridades étnicas, al punto de que en gran parte de las
zonas en que la guerra se expandió, los comuneros indígenas aprovecharon el
contexto para solucionar sus propios diferendos mediante la violencia. Tan-
to entre comunidades vecinas, como entre grupos de familias al interior de
estas, muchos conflictos y micro conflictos locales se convirtieron en caldo
de cultivo de mayor violencia. De allí que la actuación de los Comités de Au-
todefensa conformados por los propios campesinos, haya dejado un número
elevado de víctimas, la mayoría de las cuales también eran quechua hablantes
de las comunidades inmiscuidas.14

El lugar de la brecha étnica


La CVR identifica la existencia de una “brecha étnica” como parte de
un telón de fondo histórico del conflicto, compuesto además por otras bre-
chas: la brecha entre ricos y pobres, la brecha entre Lima y provincias y la
brecha regional entre costa, sierra y selva. De ellas, la primera es considerada

13. Pero esto no ocurre solamente en contextos de conflicto armado. Para no ir muy lejos en el
tiempo y el espacio, vale la pena citar lo ocurrido este año en Ilave. Desde inicios del mes
de abril, los campesinos aymaras de este distrito puneño se mantuvieron movilizados, en
protesta por la supuesta corrupción del alcalde. Debido a la inexistencia de canales efecti-
vos para la solución del conflicto, con el transcurso de los días este se fue agudizando cada
vez más, hasta el punto de que los pobladores llegaron a linchar al alcalde cuestionado.
El suceso se convirtió en noticia nacional, y los campesinos fueron estigmatizados como
“salvajes” en diversos medios de prensa que circularon profusamente en Ilave a través de
fotocopias. Durante los meses de mayo y junio, el conflicto pasó de ser un asunto ligado
a los problemas de gobernabilidad local, a convertirse en un enfrentamiento entre los
campesinos y el Estado central, el cual repetidas veces derivó en enfrentamientos con las
fuerzas del orden acantonadas en la zona. En este contexto de aguda conflictividad, ha
ocurrido un interesante proceso de etnogénesis que se manifiesta en la reivindicación de la
identidad aymara y el proyecto de construcción de una “nación aymara”.
14. Véase en el capítulo 5 de la Primera Parte, Sección Segunda, Tomo II, titulado “Los comi-
tés de autodefensa”.
130

“la más visible y dramática”,15 por cuanto expresa la desigualdad de distribu-


ción de la riqueza (diferencia entre ricos y pobres), y de poder (inequidad) en
el conjunto del país.
La CVR sostiene también que a lo largo del siglo XX, la brecha étni-
ca fue resquebrajada por el desarrollo de diversos procesos modernizadores.
Estos son básicamente cinco: migraciones, escolarización, expansión de los
medios de comunicación, expansión mercantil y densificación de las redes
y organizaciones sociales.16 Por su magnitud e influencia, estos procesos de
modernización en la sociedad peruana, lograron hacer más porosas y borro-
sas las viejas divisiones estamentales, pero no las desaparecieron por comple-
to. De modo que en el Perú “siguieron pesando las discriminaciones étnico-
culturales y raciales”,17 entretejidas con las desigualdades generadas por las
otras brechas. Además, el proceso discontinuo -y, a la larga, bloqueado e in-
concluso- de modernización, acentúo algunas de estas brechas e hizo emerger
otras, entre las cuales destacan la generacional y la de género.
Un argumento central de la CVR es que el factor que moldea un con-
texto histórico proclive al surgimiento de la violencia, es el profundo entre-
lazamiento de esas brechas en un contexto inconcluso de modernización.18
Esto habría generado: a) la existencia de capas sociales sensibles al proyecto
senderista, y b) la existencia de extensas zonas geográficas en las cuales no se
agotó completamente el orden tradicional, y tampoco surgió plenamente un
nuevo orden moderno. Para el estallido de la violencia, a este telón de fondo
histórico se añadieron problemas institucionales, ligados a la dificultad de
constituir un orden estatal democrático, y factores coyunturales, tales como
la formación de Sendero Luminoso y su decidida voluntad política.
La brecha étnica, entonces, es situada por la CVR entre los factores his-
tóricos más importantes de la guerra interna, pues conformaron un contexto
propicio al estallido y reproducción de la violencia. Además, en el plano coti-
diano, esta brecha se expresó entre otras cosas, en la permanencia de formas
de discriminación étnico-racial muy acendradas (de allí proviene la racializa-
ción extrema del conflicto). Pero lo nuevo que la CVR aporta no es destacar
la brecha étnica, ni sacar a luz la existencia del racismo y discriminación.

15 Véase el capítulo 1 de la Segunda Parte, Tomo VIII, titulado “Explicando el conflicto


armado interno”
16. Se podría agregar un sexto proceso que en el análisis de la CVR aparece como factor insti-
tucional: la construcción y expansión del Estado.
17. Op. cit.
18. Véase el capítulo 1 de la Segunda Parte, Tomo VIII: “Explicando el conflicto armado in-
terno”.
131

Todo ello lo sabíamos con cierta claridad antes de la presentación del Informe
Final. Lo novedoso en destacar el profundo entrelazamiento entre las dife-
rencias étnicas y las desigualdades provenientes de otras brechas sociales e
históricas que se fueron conformando en la sociedad peruana a la par de un
intenso proceso de sucesivas modernizaciones inconclusas, cuando menos
desde la mitad del siglo XX. En este aspecto, la CVR logra llevar su diag-
nóstico de la violencia que enlutó a la sociedad peruana en las dos décadas
finales de esa centuria, más allá de las evidencias provenientes de las ciencias
sociales. En ese sentido, plantea asimismo una agenda de temas e interrogan-
tes que pueden ser asumidas en el futuro por las distintas disciplinas sociales.

Un conflicto traspasado por relaciones étnicas, no un conflicto étnico


Durante buena parte de la década del 80, la ausencia de información
sobre la dinámica de la guerra interna en los territorios declarados en emer-
gencia, fue uno de los factores que jugó a favor de Sendero Luminoso. En
ese contexto, no faltaron aquellas caracterizaciones fáciles que le otorgaron
a Sendero contenidos étnicos que en realidad nunca tuvo. Incluso algunos
renombrados intelectuales cayeron en la trampa de ver en sus acciones una
suerte de revancha de contenidos históricos, o de pensar que expresaban una
rabia colectiva de rasgos étnicos andinos, preservada a lo largo del tiempo
desde los lejanos siglos coloniales. A pesar de su discurso clasista, los propios
senderistas parecían complacidos de proyectar hacia fuera una imagen más
campesina o, en términos generales, andina (ello fue notorio en algunas pu-
blicaciones extranjeras, así como en videos que transmitían la imagen de una
revolución campesina con membretes étnicos o nacionalistas).
Resulta importante, por ello, la afirmación de la CVR en el sentido de
que el conflicto ocurrido en el Perú no puede caracterizarse como un con-
flicto étnico:

“[…] el conflicto armado interno ocurrido en el Perú no puede caracterizarse


como un conflicto étnico o racial, debido a que ninguno de los actores de la
violencia asumió motivaciones, ideologías o demandas étnicas explícitas. No
se trató, pues, de un enfrentamiento desatado por actores autodefinidos en
tales términos, sino más bien por grupos autonombrados como organizaciones
políticas”19

19. “Violencia y desigualdad racial y étnica” (Op. cit.). En su discurso de presentación del
Informe Final, Salomón Lerner también destacó esta conclusión: “La Comisión no ha en-
contrado bases para afirmar, como alguna vez se ha hecho, que este fue un conflicto étnico.
Pero sí tiene fundamento para asegurar que estas dos décadas de destrucción y muerte no
habrían sido posibles sin el profundo desprecio a la población más desposeída del país”.
132

Otro tema que es motivo de análisis en el Informe Final de la CVR


en relación con el supuesto carácter étnico de Sendero Luminoso, y que no
ha sido suficientemente destacado, es el referente al origen sociocultural de
sus militantes. La CVR logró construir una base de datos personales de los
testimoniantes procesados por terrorismo, que hasta el momento constituye
la fuente más confiable para conocer el origen social de los miembros de las
organizaciones subversivas (el PCP-SL y el MRTA). Los datos de 821 proce-
sados permiten saber que el perfil social y étnico de los subversivos no corres-
pondía a sus supuestos orígenes indígenas. Mientras que entre las víctimas el
75% eran quechua hablantes, entre los senderistas apenas el 26%, y mucho
menos entre los miembros del MRTA (13%).

Ciclos de modernización inconclusa


Una de las hipótesis más sugestivas manejadas por la CVR, es la que
vincula la expansión de la violencia a la existencia de contextos de moderni-
zación inacabada o trunca. La idea es que en dichos escenarios, los procesos
inconclusos de modernización dejaron un terreno “sembrado” por múltiples
conflictos, utilizados hábilmente por Sendero Luminoso para lograr arraigo
y legitimidad.20 Así, la violencia se expandió, entre otras razones, porque Sen-
dero Luminoso logró abrir la caja de pandora que eran los territorios rurales
sembrados de múltiples conflictos y contradicciones. Sin embargo, el análisis
efectuado por la CVR no logró profundizar demasiado en este asunto, sobre
todo en relación al tema de la discriminación étnica y el racismo. Por ejem-
plo, en el capítulo dedicado al análisis de las diferentes dinámicas regionales
de la violencia, las diferencias étnicas no aparecen como factor influyente en
la configuración de esas dinámicas territoriales del conflicto.21
Siguiendo la hipótesis de la CVR, resulta interesante “leer” la violencia
de las décadas previas, como desenlace lógico de un ciclo inconcluso de su-
cesivas modernizaciones iniciadas décadas atrás, al menos desde la segunda
posguerra. Aquí cabe hacer referencia al otro factor, de orden más bien insti-
tucional: el rol cumplido por el Estado en la sociedad peruana.
También cabe preguntarse por la irrupción de nuevas formas de violen-
cia y conflictividad que, desde el inicio de la reciente transición democrática,

20. Véase el capítulo 2 de la Primera Parte, Sección Primera, Tomo I, titulado “El despliegue
regional”. Asimismo, el capítulo 1 y subcapítulo 2 de la Segunda Parte, Tomo VIII, titula-
dos “Explicando el conflicto armado interno” y “Violencia y desigualdad racial y étnica”,
respectivamente.
21. Véase el capítulo 1 de la Sección Tercera, Primera Parte, Tomo IV, titulado “La violencia
en las regiones”. Las dinámicas regionales analizadas son seis: Sur Central, Centro, Sur
Andino, Nororiente, Lima Metropolitana y los denominados “ejes complementarios”.
133

parecen expandirse en todo el país. Hasta el momento, su manifestación


más fuerte es una gama de protestas sociales que parecen ir en aumento, a
medida que se profundiza el deterioro de la legitimidad política del régimen
vigente. En un contexto en que se mantienen los problemas de representa-
ción política y fragmentación social, estas protestas no parecen dirigirse a
generar articulaciones políticas más amplias, y tampoco pueden ser vistas
-en sentido estricto- como movimientos sociales ideologizados y organizados
nacionalmente (Pajuelo, 2004). Pero sacan a luz nuevos discursos y formas de
acción colectiva, en los cuales vemos actuar los ingredientes clasistas y movi-
mientistas del período previo, a los cuales se añaden reivindicaciones de tipo
étnico, o que aluden a cierto nacionalismo. ¿Estos nuevos conflictos expresan
los límites de otro ciclo modernizador inconcluso, en este caso el neoliberal?
¿En qué medida se articulan con la violencia del anterior ciclo modernizador?
¿De qué manera, en este contexto, la globalización favorece la irrupción de
discursos y demandas étnicas o nacionalistas? Buscar elementos de respuesta
a estas y otras preguntas, constituye otro desafío que se vincula directamente
con la agenda planteada por la CVR.

Las recomendaciones institucionales


En cuanto a las recomendaciones institucionales de la CVR referidas
a los pueblos indígenas y sus comunidades, la evaluación es doble. De un
lado debe destacarse que constituyen un paso importante en la definición
de un orden democrático que considere la existencia en el país de amplias
poblaciones étnicamente diferenciadas. Es decir, de un estado de derecho
que responda a la existencia de una amplia y compleja diversidad cultural
constitutiva de nuestra sociedad.
Dos recomendaciones generales dan pie a la formulación de un conjun-
to de propuestas específicas. El norte de estas es la necesidad de reconocer los
derechos indígenas e integrarlos al marco jurídico nacional. En este contexto,
una propuesta resulta sumamente significativa: que el Estado peruano debie-
ra definirse como “multinacional, pluricultural, multilingüe y multiconfe-
sional”. Cabe destacar esto porque en otros países, a pesar de la existencia de
poderosos e influyentes movimientos indígenas, no resulta posible imaginar
que se hable con tanta facilidad de multinacionalidad, más aún como pro-
puesta de reconocimiento constitucional. En el Perú, justamente debido a la
inexistencia de un movimiento indígena influyente y organizado a escala na-
cional, esto parece ser más fácil, pero en gran medida acaba siendo un simple
ejercicio de retórica política.
Las recomendaciones específicas de la CVR pueden agruparse en cua-
tro temas principales: a) Reconocimiento legal de los derechos de los pueblos
134

indígenas, b) Interculturalidad, c) Territorialidad de las comunidades y pue-


blos indígenas, y d) Justicia consuetudinaria.
Esto nos lleva al segundo punto de evaluación. A todas luces, las reco-
mendaciones formuladas, a pesar de su importancia, resultan insuficientes
y distan mucho de ofrecer un instrumento más claro que permita asumir el
reto de evitar que todo el horror de la violencia vuelva a repetirse. Es decir, la-
mentablemente no existe concordancia entre la profundidad del diagnóstico
de la CVR -referido a la influencia de problemas como el racismo, discrimi-
nación étnica y articulación de las diferencias étnicas con otras desigualdades
persistentes en el país- y las propuestas institucionales. Estas últimas se refie-
ren estrictamente a un problema de reconocimiento legal y de integración en
la normatividad vigente.
Hubiese sido necesario que la CVR incluya un acápite especial de reco-
mendaciones referidas a los pueblos y comunidades indígenas, que no sean
solamente institucionales. Hacen falta propuestas más integrales que recojan
toda la complejidad de la necesidad de reconocimiento para las poblacio-
nes indígenas. De ese modo, habría mayor concordancia entre la dimensión
moral de algunas conclusiones (por ejemplo, aquella que señala la necesidad
de una “refundación nacional”) y la magnitud de la tragedia sufrida por las
poblaciones campesinas e indígenas, reflejada en las cifras sobre las víctimas
y en los miles de testimonios recogidos.
Temas como el racismo, la interculturalidad (pensada no solamente
como política estatal referida a la educación y salud), y la prolongación de la
invisibilidad de las organizaciones indígenas en el plano político público, no
aparecen en las recomendaciones institucionales desarrolladas por la CVR.
En relación a ello, resulta clave plantear que la interculturalidad, al ser usada
como política transversal del Estado, puede permitirnos avanzar hacia otra
forma de ciudadanía efectiva con y en una sociedad étnicamente diferenciada.
Se trata de dar pasos concretos hacia el logro del reconocimiento de los sujetos
étnicos individuales y colectivos en la trama de la ciudadanía. Esto no puede
ser abarcado por una perspectiva meramente legal o institucional, como pa-
reciera ser la premisa que orienta las recomendaciones de la CVR referidas a
los pueblos indígenas y sus comunidades.
De otro lado, también resulta discutible la lectura según la cual el pro-
blema sería básicamente de exclusión y marginalidad de las poblaciones indí-
genas, hecho que conduce a un recetario centrado en el objetivo de la inclu-
sión. Sin negar la dimensión de pobreza, exclusión y marginación (distinta a
marginalidad), sugiero que estamos más bien ante un problema de igualdad y
reconocimiento. Esto en el sentido más fuerte de dichos términos. Es decir, de
135

la existencia de formas de ciudadanía individual y colectiva de pleno derecho


ante en el Estado, así como en las relaciones con el resto de la sociedad.

Reparaciones, poblaciones indígenas y Estado


Volvamos al primer epígrafe con que se inicia este texto. Las palabras de
Abraham Fernández Farfán no solo recuerdan las desigualdades e insuficien-
cias que definen la construcción de la ciudadanía realmente existente en el
país. También muestran la enorme expectativa por los resultados del trabajo
de la CVR, como esperanza de cambio frente al estado vigente de cosas en el
país. Sin embargo, luego de casi dos años de la presentación del Informe Final,
el balance no resulta alentador. Las condiciones políticas y sociales que po-
drían permitir la implementación eficaz de las recomendaciones efectuadas
por la CVR, no parecen posibles en el horizonte inmediato. A diferencia de
lo que ocurría en el momento en que se conformó la CVR, ahora no resulta
posible pensar que sus conclusiones y recomendaciones puedan dar sustento
a una política estatal clara y decidida, dirigida a reparar en algo los daños,
pero sobre todo a resarcir moralmente -como personas y ciudadanos- a las
miles de víctimas sobrevivientes, sobre quienes la guerra dejó profundas heri-
das individuales y colectivas que permanecerán para siempre.
Entonces, no es en lo referente a las propuestas de reparaciones entre-
gadas al gobierno por la CVR que podemos visualizar posibilidades para un
balance positivo. Por el contrario, resulta evidente la ausencia de verdadera
voluntad política gubernamental, la debilidad de las demandas efectuadas
por los sectores organizados en respaldo a la CVR, y el crecimiento de la
simple indiferencia a medida que va transcurriendo el tiempo.22
Ante la ausencia de voluntad política estatal, la Comisión Multisectorial
conformada para dar seguimiento a las recomendaciones de la CVR, se halla
completamente limitada en sus funciones. Asistimos a la paradoja de que
mientras el régimen reivindica a escala internacional su preocupación por
el destino de las poblaciones indígenas, en la práctica sigue prolongando la
invisibilidad e insignificancia ciudadana de estas. Se privilegia la difusión de
una imagen inspirada en el indigenismo y multiculturalismo (propio de otras
realidades en las cuales los problemas étnicos son completamente diferentes a
los nuestros), pero no se considera la posibilidad de implementar políticas de
Estado efectivas en las cuales las poblaciones indígenas sean sujetos activos.

22. En ese contexto, acciones como las que viene implementando el Gobierno Regional de
Huancavelica, dirigidas a efectivizar las reparaciones, resultan sumamente significativas y
meritorias.
Miradas del horror:
la violencia política en las
pinturas campesinas*

Inicio
Gracias a la labor realizada por la Comisión de la
Verdad y Reconciliación (CVR), cuyo Informe Final fue
entregado al país en agosto del 2003, los peruanos hemos
podido conocer toda la dimensión de la tragedia en la
cual nos vimos envueltos durante las dos últimas décadas
del siglo XX. La CVR establece que se trató del perío-
do de violencia política más cruento de toda la historia
peruana republicana. Al mismo tiempo, muestra que el
horror de la guerra afectó sobre todo a los campesinos e
indígenas de los departamentos más pobres del país en las
dos zonas que se constituyeron en escenarios neurálgicos
de la guerra: la sierra sur central y la selva central.
Las cifras entregadas por la CVR dan una muestra
cabal de esta situación. Resulta terrible recordar que el
75% de los casi 70,000 muertos calculados por la CVR
eran personas de habla quechua; es decir, se trataba de
campesinos indígenas de las centenares de comunidades

* Ponencia presentada en el coloquio: “Imágenes de la tierra. Re-


presentaciones visuales de la vida campesina”, organizado por el
Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(UNMSM), Lima, 11 y 12 de agosto de 2005. Una versión pre-
liminar fue publicada en: Imágenes de la tierra. Archivo de pintura
campesina. Lima: Centro Cultural de la UNMSM, 2006, pp. 94-
111. Agradezco la invitación y sugerencias de María Elena del So-
lar, así como el interés de Gabriela Germaná para su publicación.
Figura 2
Ricardo Abregú Durand. S/T. Junín. 1990. Plumones y lapicero sobre cartulina. 22.9
x 33.1 cm. (Pintura 7309). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 3
Filomeno Palomino Sicha. Exceso de fuerzas armadas. C.C. Acco Capillapata, Socos, Huamanga, Ayacucho.
1992. Lapicero y colores sobre cartón dúplex. 33 x 50 cm.
(Pintura 6247). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 4
Rosa Pacheco Gomez. La batida y las torturas. Junín. 1988. Lápiz y colores sobre cartulina.
32.8 x 50.4 cm. (Pintura 6589). Foto: Archivo de Pintura Campesina.

Figura 5
Francisco Rivera Rondón. Toma del pueblo por militares. Chilca, Huancayo, Junín. 1990. Lápiz y
colores sobre cartulina. 23.9 x 32.1 cm. (Pintura 7310). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 6
Yolanda Ramos Huamanñahui. Los abusos. C.C. Huayllabamba, Abancay, Apurímac. 1990.
Acuarela y lápiz sobre cartulina. 25 x 35 cm. (Pintura 7388).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.

Figura 7
Pío Manuel Ríos Villasante. ¿Hasta cuándo 24 de junio día del campesino? Juliaca, San Román, Puno.
1985. Acuarela, témpera sobre cartulina. 32 x 50 cm. (Pintura 6221).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 8
Mariano Sulca Laura. Costumbres. Rancha, Huamanga, Ayacucho, 1992. Lápiz sobre
cartulina. 60 x 65 cm. (Pintura 6956). Foto: Archivo de Pintura Campesina.

Figura 9
Rogelio Chávez Huamán. Enfrentamiento. Tambo, La Mar, Ayacucho. 1992.
Lapicero negro y colores sobre cartulina. 49 x 32.4 cm (Pintura 6253).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 10
Freddy Coronado Gallardo, Enfrentamiento. Soccos, Ayacucho. 1992 (Pintura 6858).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 11
Fausto Prado Pacheco. Vivencias en el campo serrano. C.C. Rancas, Cerro de Pasco. 1990.
Témpera sobre cartón dúplex. 53.5 x 71 cm. (Pintura 6080).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 12
Celia Palomino de Meléndez. Abuzos y humillaciones en algunas comunidades campesinas,
ante los soldados. Lucuchanga, Apurímac. 1988. Colores, lápiz, lapicero sobre papel
cuadriculado. 32.5 x 42.5 cm. (Pintura 6216). Foto: Archivo de Pintura Campesina.

Figura 13
Raúl Castro Lazo. Incursión militar a un pueblo - Masacre total. Junín. 1990.
Plumones y colores sobre cartulina. 32.3 x 50.2 cm. (Pintura 6629).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 14
Antonio Oré Lapa. Llanto y lamentos de mi pueblo. Lorenzayocc, Quinua, Huamanga,
Ayacucho. 1992. Plumones, acuarela, tintes naturales sobre cartón dúplex.
32.5 x 50.5 cm. (Pintura 6254). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 15
Carlos Sacsara Huayhua. Rondas campesinas de Huanta. C.C. Monjapata, Socos,
Huamanga, Ayacucho. 1992. Plumón, lapicero y colores sobre papel craft.
47.3 x 78.3 cm. (Pintura 6894). Foto: Archivo de Pintura Campesina.

Figura 16
Guido Godofredo Guillén de la Barra. Fiesta campesina. Comunidad San Melchor,
San Juan Bautista, Huamanga, Ayacucho, 1992. Colores, plumones, lapicero sobre
cartulina. 32.7 x 49.8 cm. (Pintura 6857). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 17
Vladimir Condo Salas. S/T. Yanaoca, Canas, Cuzco. 1992. Lapicero, lápiz y colores
sobre cartulina. 59.9 x 47.5 cm. (Pintura 6117). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 18
Anónimo. S/T. Ayacucho. 1984. Carboncillo sobre cartulina. 25.3 x 37.5 cm.
(Pintura 6624). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
149

de departamentos como Ayacucho, Apurímac, Huancavelica, Junín, que fue-


ron totalmente arrasados por la violencia. En el departamento de Ayacucho
-el epicentro del conflicto en la sierra sur central- dicha situación es aún
más dramática, pues el 98% del total de muertos registrados eran quechua
hablantes. En la selva central -el otro escenario de la tragedia- las víctimas
fueron principalmente indígenas asháninkas y campesinos quechuas que ha-
bían migrado desde los Andes hacia los valles amazónicos en búsqueda de
mejores opciones de vida. Lo ocurrido con el pueblo Asháninka tiene ribetes
de un verdadero etnocidio: de acuerdo a la CVR, aproximadamente el 10%
del total de asháninkas -es decir, 6,000 personas de un total de 55,000 perte-
necientes a dicho pueblo- perdieron la vida a consecuencia de las acciones de
Sendero Luminoso y las fuerzas del Estado. Asimismo, unas 10,000 personas
fueron desplazadas y alrededor de 5,000 estuvieron cautivas por el PCP SL.
Sin embargo, en los registros de víctimas de la CVR el total de nombres
asháninkas es prácticamente inexistente. Ocurre que la inmensa mayoría de
muertos asháninkas desapareció sin siquiera dejar rastros de su memoria,
pues sus familiares y conocidos directos también desaparecieron.1

Archivo de Pintura Campesina: testimonio visual de la violencia


Muchas obras del Archivo de Pintura Campesina ofrecen un excep-
cional testimonio visual de estos sucesos tan terribles. La temática de la vio-
lencia se encuentra reflejada en diversas pinturas, a pesar de que no fue un
tema considerado en la convocatoria a las distintas versiones del Concurso
Nacional de Pintura Campesina, el cual dio origen al Archivo. Sin embargo,
no es difícil pensar que esta presencia puede explicarse por dos factores: la
cronología del Concurso y el tipo de participantes. No resulta casual que el
Concurso Nacional de Pintura Campesina se haya realizado durante toda la
década de 1980 y los primeros años de la década de 1990; es decir, justamen-
te durante el período más crudo de la guerra. De otro lado, ocurre que los
participantes fueron pintores campesinos aficionados, los cuales, a lo largo y
ancho del país -especialmente en los escenarios de violencia- trabajaron sus
obras con la intención de participar en el Concurso pero, sobre todo, para
expresarse, para ser vistos, para gritar mediante sus imágenes acerca de una
tragedia que en esos momentos era prácticamente ignorada por el resto del
país. Recurro a la palabra “gritar” para empezar esta reflexión acerca de las
pinturas campesinas sobre la violencia, porque creo que estas constituyen,

1. Véase el Informe Final de la CVR, especialmente los capítulos “Violencia y desigualdad racial
y étnica” (Tomo VIII, cap. 2.2), y “Los pueblos indígenas y el caso de los Asháninkas” (Tomo
V, cap. 2.8).
150

justamente, un grito colectivo, un doloroso testimonio hecho de imágenes


que ofrecen un retrato vívido y descarnado acerca de uno de los períodos más
alucinantes de la historia peruana reciente.
Inicialmente recibí catorce pinturas -varias de ellas recogidas en la
muestra “Imágenes de la Tierra”- para analizarlas y elaborar esta ponencia.
Sin embargo, mi primera impresión fue que esas imágenes no reflejaban todo
lo que el Archivo encerraba en torno al tema de la violencia. Por esa razón
decidí hacer una búsqueda más exhaustiva, logrando seleccionar un total de
treinta y cuatro pinturas. Lo que he hecho posteriormente ha sido clasificar
estas obras de acuerdo a lo que nos dicen, a su relato visual sobre la violencia,
encontrando ocho temas que abordaré enseguida, tomando solamente algu-
nas pinturas a modo de ejemplo, de manera rápida, debido a las restricciones
de espacio y de tiempo.

Sasachakuy tiempo: tiempo difícil


Antes de presentar los distintos temas, quisiera detenerme en una pin-
tura sin título del año 1990 cuyo autor es el pintor Ricardo Abregú, origina-
rio de Junín.2 Lo hago porque me parece que esta pintura refleja muy bien
la noción campesina acerca de la violencia, entendida como un período de
disrupción y ruptura -es decir, un “sasachakuy tiempo”, o “tiempo difícil”,
como dicen los campesinos ayacuchanos actualmente al referirse a la vio-
lencia- que se inscribe en una historia mucho más larga. Esta pintura está
compuesta por cuatro cuadros numerados, los cuales brindan un relato cro-
nológico acerca de la irrupción de la violencia y sus graves efectos sobre la
vida rural. El autor consideró necesario describir los cuatro cuadros mediante
breves testimonios que vale la pena reproducir. El primer cuadro presenta un
mundo del pasado que es descrito como un mundo feliz, en el cual la vida
era sumamente tranquila:

“Antes vivíamos tranquilos criando animales, sembrábamos bastante, en armonía,


en armonía repito, preparábamos harta comida, patachi para los peones” (cuadro
1).

El segundo busca retratar la vida cotidiana campesina, la cual es descri-


ta como tranquila y carente de mayores necesidades:

“Trabajábamos en comunidad tomando licor, había buenas sementeras, vacas le-


cheras, chacchábamos coca y cultivo de maíz, la señora lleva merienda para los
peones como pastando los animales” (cuadro 2).

2. Ricardo Abregú Durán. s/t. 1990. Junín. (Pintura 7309). En adelante utilizamos la nume-
ración con la cual las pinturas han sido clasificadas en el Archivo de Pintura Campesina.
151

El tercer cuadro presenta la irrupción de la violencia mediante los abu-


sos de los militares:

“Ya no estábamos tranquilos, llegaban soldados matando inocentes, acusándonos


por terrucos, quemaban nuestras casas, mataban nuestros animales, llorando pe-
díamos de rodillas que no nos castigaran, pero ellos no comprendían nada, ellos no
comprendían nada” (cuadro 3).

Finalmente, el cuarto cuadro describe la diáspora, la migración forzada,


el abandono de los hogares y las tierras. De manera directa, el cuadro presen-
ta la imagen de una viuda escapando con sus niños, para denunciar la muerte
de muchos esposos y varones de las comunidades:

“Qué nos quedaba, solo abandonar nuestras casas, rematar nuestros animales,
emprendíamos viaje a patitas, llorando, de nuestras tierras porque ya no se podía
vivir tranquilos, porque los soldados nos quitaban comida, animales, nuestras
casas, todo, por eso decidimos retirarnos de nuestro pueblo” (cuadro 4).

Esta historia corresponde al pueblo de Pucarbamba (Junín), pero muy


bien podría referirse a lo ocurrido en cualquiera de centenares de comunida-
des andinas que fueron completamente arrasadas por la violencia (ver Figura
2).
Enseguida quisiera presentar los distintos temas referidos a la violencia
que he encontrado al analizar las pinturas escogidas. La clasificación rea-
lizada me ha permitido identificar un total de ocho temas, los cuales son
graficados de manera diferenciada -en cuanto al nivel de detalle y minucio-
sidad de la expresión gráfica- en las distintas pinturas. Presentaré los temas
siguiendo el orden de predominancia de los mismos en las pinturas; es decir,
desde aquellos más recurrentes hasta los que solamente se grafican en algu-
nas de las pinturas. Al hacer este recuento solo me referiré a las pinturas más
significativas sobre cada uno de los temas.

Tema 1: incursiones militares


El primer tema recurrente en las pinturas es el de las incursiones mili-
tares. Lo que encontramos es una representación visual de denuncia, la cual
intenta sacar a luz las atrocidades cometidas por las fuerzas contrasubversivas
del Estado. Resulta ilustrativo un cuadro elaborado por el artista Filomeno
Palomino Sicha, de la comunidad de Acco Capillata (Socos, Ayacucho).3 Esta

3. Filomeno Palomino Sicha. Exceso de fuerzas armadas. CC Acco Capillapata, distrito Socos,
provincia Huamanga, Ayacucho. (Pintura 6247).
152

obra retrata la incursión a dicha comunidad ocurrida en 1987.4 Se muestra la


llegada de los militares en helicóptero, y cómo después de reunir a los comu-
neros les pidieron sus documentos, matando a tres de ellos. Los tres muertos
aparecen retratados con detalle: ajusticiados mediante balazos en la cabeza
y rodeados por sus viudas y huérfanos. Mientras los familiares lloraban a
sus víctimas, los militares obligaron a las mujeres del pueblo a cocinarles. Al
mismo tiempo, llama la atención que el helicóptero haya sido retratado de
manera protagónica, ocupando el espacio central del cuadro. Ocurre que esta
pintura, como varias otras, refleja el asombro de los campesinos por estos
aparatos que se convirtieron en sinónimo del arribo de los militares, con la
consecuente muerte y destrucción (ver Figura 3).
La pintura 65895 muestra una incursión nocturna realizada por efec-
tivos policiales de la Guardia Civil y la Policía de Investigaciones,6 quienes
llegaron por tierra a la comunidad y, aprovechando la oscuridad de la noche,
cometieron torturas y asesinatos. Una de las imágenes del cuadro, ubicada
en el extremo inferior derecho, muestra la desaparición de los cadáveres, los
cuales fueron arrojados a un barranco y a un río. Algunos cuerpos fueron
arrastrados por las aguas del río, mientras que otros se convirtieron en presa
de los perros (ver Figura 4).
Otra pintura de Junín,7 muestra la toma de un pueblo por militares lle-
gados en tres helicópteros a plena luz del día. Los campesinos son obligados a
reunirse en la plaza del pueblo, donde varios de ellos son acribillados por los
efectivos (ver Figura 5).
Pero quisiera destacar, para terminar la exposición sobre el tema de in-
cursiones militares, el cuadro “Incursión militar a un pueblo - masacre total”,
elaborado por el artista Raul Castro Lazo, originario de Junín.8 Creo que
esta pintura refleja toda la dimensión, todo el significado de las incursiones
militares ocurridas durante el período de violencia, de cara al contexto más
amplio de luchas campesinas por acceso a ciudadanía. Como sabemos, a
lo largo del siglo XX la expansión del acceso a ciudadanía por parte de las

4. Se trata de una incursión militar anterior a la ocurrida en Socos en noviembre de 1983, en


la cual fueron asesinados 32 campesinos.
5. Rosa Pacheco Gomez. La batida y las torturas. 1988. Junín. (Pintura 6589).
6. En 1985, la Guardia Civil (GC), la Policía de Investigaciones del Perú (PIP) y la Guardia
Republicana (GR), fueron reunidas en un solo cuerpo policial.
7. Francisco Rivera Rondón. Toma del pueblo por militares. 1990. Distrito Chilca, provincia
Huancayo, Junín. (Pintura 7310).
8. Raúl Castro Lazo. Incursión militar a un pueblo - Masacre total. 1990. Junín. (Pintura
7388).
153

poblaciones indígenas y campesinas, no es solo el resultado de las acciones


estatales sino, sobre todo, de los propios esfuerzos y luchas populares. Buena
parte de la infraestructura educativa y de salud existente hasta hoy en las
comunidades, por ejemplo, fue construida por las propias comunidades, las
cuales hasta la fecha, en muchos lugares, asumen el pago de salarios de los
profesores. De ese modo, el acceso a ciudadanía resulta siendo resultado de
los propios esfuerzos de los campesinos por alcanzar plenamente la condición
de peruanos. Lo que el cuadro hace es mostrar el significado de esta lucha
histórica de los campesinos para alcanzar la peruanidad -léase convertirse en
ciudadanos de pleno derecho-, confrontando dicha situación con las atroci-
dades militares.
En síntesis, el mensaje que el cuadro transmite es que las incursiones
militares representan un abuso de lesa humanidad contra los propios perua-
nos, cometido por militares que actuaron como si fuesen parte de ejércitos
extranjeros. Los techos de las casas de la comunidad aparecen retratados con
los colores de la bandera peruana, a pesar de lo cual los militares arrasan con
toda la población del pueblo, sin hacer distingos entre los pobladores y los
senderistas. El artista no solo pinta cómo desde los helicópteros los poblado-
res son acribillados sin miramientos, sino también la persecución por tierra
efectuada por los miembros de las fuerzas del orden. Incluso llega a dibujar
un cañón, el cual resulta utilizado por los militares para desaparecer a todo el
pueblo con el pretexto de atacar a los senderistas (ver Figura 6).

Tema 2: guerra total


El segundo tema puede ser denominado como “guerra total”. Lo que
se encuentra es una descripción gráfica de la fuerte ruptura del ritmo de la
vida campesina como efecto de la violencia. El conflicto entre los grupos in-
surgentes y el Estado es presentado no tanto como un enfrentamiento entre
diversos actores opuestos entre sí, sino más bien como una guerra generali-
zada, como un período de violencia descontrolada, sin sentido y sin rumbo.
Violencia que -literalmente- rompe todos los cánones sociales previos, des-
troza los tejidos sociales preexistentes, tiñe de sangre y terror al conjunto de
la existencia. Una violencia demencial que transforma por completo la vida
cotidiana y el destino de la gente.
La pintura 6221,9 grafica claramente cómo en una comunidad la vio-
lencia irrumpe y destroza la cotidianeidad representada por la fiesta. La
guerra total aparece representada por imágenes fantasmales, nocturnas, de

9. Pío Manuel Ríos Villasante. ¿Hasta cuándo 24 de junio día del campesino? 1985. Distrito
Juliaca, provincia San Ramón, Puno. (Pintura 6221).
154

seres monstruosos que irrumpen sobre la vida cotidiana de la comunidad.


Asimismo, se retrata a los dos actores armados que generan la destrucción co-
munal: los militantes senderistas y las fuerzas contrasubversivas del Estado.
Otras pinturas muestran escenas que bien podrían corresponder a una guerra
internacional: imágenes de helicópteros y militares que -como un verdade-
ro ejército de ocupación extranjero- dominan a la población civil median-
te bombardeos y ametrallamientos inmisericordes. No faltan imágenes que
constituyen verdaderas denuncias de sucesos ocurridos en lugares específicos,
con víctimas que apenas dejaron el rastro del recuerdo entre sus familiares
y amigos: una iglesia en la cual los campesinos son ajusticiados; personas
rogando y llorando frente a soldados que los acribillan; casas destruidas en
lugares que antes albergaban a pueblos y comunidades; campesinos muertos,
regados en los campos, sin cabezas, con sus cuerpos quemados o arrojados a
los barrancos (ver Figura 7).
La pintura 6956,10 presenta la completa destrucción de la vida de una
comunidad ayacuchana, la cual es arrasada por la fuerza descomunal de la
violencia. El pintor retrata en los bordes del cuadro diversas escenas de las
costumbres comunales y, en el centro, grafica el impacto brutal de la vio-
lencia reflejado en la violación de las mujeres. Estas imágenes de los ultrajes
contra las mujeres presentan a seres animalizados, difícilmente reconocibles
como seres humanos. Esto es algo que concuerda con muchos testimonios re-
cogidos en diversas comunidades, en las cuales la violación es relatada como
un acto inhumano. En la pintura, efectivamente, los violadores pierden sus
formas humanas y adquieren rasgos animales, lo cual refleja hasta qué punto
-desde la perspectiva campesina- la “guerra total” convirtió a la propia socie-
dad en una sociedad completamente animalizada en el contexto de violencia
(ver Figura 8).

Tema 3: campesinos entre dos fuegos


El tercer tema podemos titularlo, recogiendo la sugerencia de los pro-
pios cuadros, como “campesinos entre dos fuegos”. Esta situación es conse-
cuencia directa del tipo de violencia ejercida por las fuerzas contrasubversivas
estatales, así como por los grupos insurgentes, ninguno de los cuales respetó
a la población civil de las zonas que se convirtieron en escenario del con-
flicto. Las pinturas de este grupo tienden a representar a los campesinos en
medio del enfrentamiento entre los senderistas y los militares. Un cuadro del
año 1992, correspondiente al distrito de Tambo (La Mar, Ayacucho), resulta

10. Mariano Sulca Laura. Costumbres. 1992. Rancha, distrito Ayacucho, provincia Huaman-
ga, Ayacucho. (Pintura 6956).
155

ilustrativo al respecto.11 Su autor, Rogelio Chávez Huamán, retrata el enfren-


tamiento entre militares y senderistas ocurrido en una quebrada altoandina,
cerca de una laguna ubicada al pie de un grupo de montañas que se habían
convertido en refugio de los subversivos. En medio del enfrentamiento se
grafica una humilde casa de piedras e ichu, desde la cual, asustado, huye un
campesino para no morir acribillado (ver Figura 9). Otra pintura del año
1992,12 retrata también un enfrentamiento entre militares y senderistas, en
medio del cual una pareja de campesinos logra huir a duras penas, llevándose
consigo apenas un par de maletas con algunas de sus pertenencias básicas.
Su hogar, convertido en refugio de los militares, así como sus sementeras y
animales, resultan completamente perdidos (ver Figura 10).

Tema 4: violencia contra las mujeres


Otro suceso recurrente en la guerra, que corresponde al cuarto tema
identificado, es el de la violencia contra las mujeres. Justamente uno de los
cuadros más bellos y al mismo tiempo más tristes de la muestra es el titu-
lado “Vivencias en el campo serrano”, cuyo autor es el pintor Fausto Prado
Pachecho, de la comunidad de Rancas, Cerro de Pasco.13 Su pintura retrata a
una joven campesina que hila tranquilamente mientras pasta su rebaño. En
apariencia, reina la tranquilidad en la escena, dominada por el paisaje solem-
ne e infinito de la sierra, poblado por animales que, como el zorro o atoq,
parecen acompañar a la campesina en su labor cotidiana. Sin embargo, hay
un elemento sutilmente recogido en el cuadro que convierten a esta pintura
tan linda y calmada en una imagen violenta: el acecho del cual es objeto la
campesina por parte de militares y senderistas camuflados. De esa manera,
lo que el cuadro comunica es que la campesina posteriormente será objeto de
una violación, o deberá huir en medio de un enfrentamiento (ver Figura 11).
Otras pinturas, como las numeradas con los códigos 621614 y 6629,15
son mucho más explícitas en su representación de la violencia contra las mu-
jeres. La primera de ellas muestra a un poblado en el cual las mujeres son
objeto de detenciones por parte de los militares, los cuales cometen, como

11. Rogelio Chavez Huamán. Enfrentamiento. 1992. Distrito Tambo, provincia La Mar, Aya-
cucho. (Pintura 6253).
12. Freddy Coronado Gallardo, Enfrentamiento. 1992. Soccos, Ayacucho (Pintura 6858)
13. Fausto Prado Pacheco. Vivencias en el campo serrano. 1990. CC Rancas, provincia Cerro de
Pasco, Cerro de Pasco. (Pintura 6080).
14. Celia Palomino de Meléndez. Abuzos y humillaciones en algunas comunidades campesinas,
ante los soldados. 1988. Distrito Lucuchanga, Apurímac. (Pintura 6216).
15. Yolanda Ramos Huamanñahui. Los abusos. 1990. CC. Huayllabamba, distrito Abancay,
provincia Abancay, Apurímac. (Pintura 6629).
156

dice el título del cuadro, diversos “abusos y humillaciones” en las comunida-


des del distrito de Lucuchanga (Apurímac) (ver Figura 12). El cuadro 6629
es mucho más descarnado, pues muestra el asalto de una humilde vivienda
ubicada en la puna, en la comunidad de Huayllabamba (Abancay, Apurímac)
por parte de un grupo de senderistas. Estos no solamente asesinan al esposo
y torturan a un niño, también roban los pocos enseres de la familia y violan
brutalmente a una mujer, aprovechando la oscuridad de la noche y con los
rostros cubiertos por pasamontañas (ver Figura 13).

Tema 5: incursiones y atentados senderistas


El quinto tema identificado en nuestro análisis de las pinturas, corres-
ponde a las incursiones y atentados senderistas. Un testimonio estremecedor
al respecto se halla en el cuadro titulado “Llanto y lamentos de mi pueblo”,
proveniente del anexo Lurenzayocc, comunidad de Quinua (Ayacucho).16 El
autor, Antonio Oré Lapa, grafica detalladamente las circunstancias del ata-
que senderista contra dicha comunidad ocurrido el 13 de junio de 1991.
El cuadro consta de siete escenas, en las cuales se plasma un relato
cronológico de los acontecimientos previos y posteriores al ataque senderista.
La parte central del cuadro es reservada por el artista para graficar el hecho
mismo de la incursión. Se aprecia a una decena de miembros de la columna
senderista, en el momento mismo en que someten a los hombres y mujeres
del pueblo, quienes son obligados a tirarse o arrodillarse en el suelo. La es-
cena muestra también cómo los senderistas proceden a la ejecución de dos
comuneros, los cuales son asesinados a sangre fría, frente a sus familiares
y vecinos. Nótese que dos de los senderistas estaban ataviados con trajes y
botas militares. Este detalle constituye un elemento muy importante del re-
lato del cuadro, debido a que el ataque sufrido por esta comunidad fue una
de centenares de incursiones punitivas cometidas por Sendero Luminoso en
contra de las comunidades que se habían organizado para hacerle frente. En
Lurenzayocc, como ocurrió en muchas otras comunidades, los senderistas
lograron ingresar hasta la plaza del pueblo, asesinando enseguida a los líderes
de la resistencia de la comunidad -tales como las autoridades y “comandos”,
como eran llamados los jefes de los Comités de Autodefensa- debido a que
los pobladores y vigías los habían confundido con militares. En el testimonio
con el cual el autor envió su cuadro, relata que al momento de ajusticiar a los
comuneros los senderistas les increpaban diciéndoles: “por qué están contra de

16. Antonio Oré Lapa, Llanto y lamentos de mi pueblo. 1992. Lurenzayooc, distrito de Quinua,
Ayacucho. (Pintura 6254).
157

nosotros, por qué hacen caso a los militares, perros, y no daba ninguna explica-
ción por que mataron a los inocentes”.
El otro mensaje que el cuadro transmite es el abandono y soledad de
las comunidades ante las arremetidas senderistas. La escena séptima, con la
cual finaliza el cuadro, grafica el entierro de los muertos por parte de los co-
muneros sobrevivientes. Es la imagen de un pueblo que ante el abandono del
Estado, específicamente de aquellos que debían protegerlos (las fuerzas del
orden), se vio obligado a seguir luchando, a seguir viviendo a pesar del dolor
inmenso de perder a sus seres más queridos (ver Figura 14). Como relata el
artista en su testimonio:

“Cuando amaneció, toda la gente estaban asustados, lleno de llantos y lamenta-


ciones, sus familiares ya no podían hacerlo nada al verlo que estaban en el suelo
ensema de la sangre que sus sesos estaban botado en el suelo; viendo a ese condición
la gente lluraba desesperadamente pediendo al Señor Divino.”

Tema 6: rondas campesinas y comités de autodefensa


En medio de la violencia, una de las principales manifestaciones de la
capacidad de acción propia de los campesinos, de su persistencia por seguir
viviendo y por hacerle frente al terror, fue la formación de innumerables “ron-
das campesinas” o “comités de autodefensa”. Estas organizaciones fueron el
factor clave en la derrota del senderismo y, hasta la actualidad, constituyen
uno de los componentes más importantes de la nueva forma de organiza-
ción comunal prevaleciente en regiones como Ayacucho en la situación de
posguerra.17 Las llamadas “rondas” o “comités de autodefensa” constituyen
justamente el sexto de los temas que se pueden observar en las pinturas cam-
pesinas sobre la violencia. El cuadro 689418 resulta ejemplar al respecto. Se
trata de una obra que retrata el desplazamiento de las rondas campesinas de
la provincia de Huanta, la más castigada de las provincias del país en medio
de la violencia y que contó con las “rondas” más famosas. El mismo, muestra
a las rondas en plena acción de patrullaje y coordinación con las comunida-
des de otras zonas del departamento de Ayacucho. Como relata el autor en

17. De acuerdo a la Comisión de la Verdad y Reconciliación, las rondas campesinas consti-


tuyeron un actor clave en el desenlace de la violencia, al permitir la derrota de Sendero
Luminoso en las zonas que, de acuerdo a sus planes, justamente estaban llamadas a cons-
tituir sus “bases de apoyo”. El accionar de las rondas, sin embargo, no estuvo exento de la
ejecución de múltiples violaciones a los derechos humanos. Véase el informe: “Los comités
de autodefensa”, en el Informe Final de la CVR (Tomo II, cap. 1.5).
18. Carlos Sacsara Huayhua. Rondas campesinas de Huanta. 1992. CC Monjapata, distrito
Socos, provincia Huamanga, Ayacucho. (Pintura 6894).
158

el texto que forma parte del cuadro, los ronderos de Huanta viajaron hasta el
distrito de Vinchos para “ hacer organización con comuneros o comunidades”.
En la pintura, también se puede observar con claridad el fenómeno de milita-
rización de las rondas campesinas. Los jefes de las mismas se hicieron llamar
“comandos”, y aplicaron una disciplina militar que hasta la actualidad se
nota en muchas comunidades que cuentan con rondas. El “pacto” ocurrido
entre las rondas y los militares, aparece sugerido en el cuadro por la imagen
del helicóptero que ocupa la parte central de la pintura (ver figura 15).

Tema 7: vida cotidiana con militares


El séptimo de los temas recogidos en los cuadros, retrata justamente
una de las dimensiones del “pacto” entre militares y campesinos que condujo
a la derrota de Sendero Luminoso. Podríamos denominarlo como “vida co-
tidiana con militares”. Se trata de imágenes que básicamente retratan cómo
los militares terminaron siendo parte de la vida cotidiana de muchas comu-
nidades, sobre todo en los lugares en que se instalaron bases contrasubversi-
vas. La pintura titulada “Fiesta Campesina”19 resulta sumamente ilustrativa
al respecto. Se trata de un cuadro compuesto prácticamente por una sola
imagen: la realización de una fiesta religiosa en la cual los comuneros y mi-
litares comparten los distintos actos de la celebración. Los militares no solo
aparecen bailando en ronda con los campesinos, sino que también galantean
a las mujeres e incluso llegan al extremo de quedarse dormidos en el suelo,
borrachos (ver Figura 16).

Tema 8: reconciliación
El octavo y último de los temas recogidos en las pinturas analizadas
es el de la reconciliación. Se trata de un grupo de imágenes que llaman la
atención acerca de la posibilidad de la pacificación y la reconciliación. Pero
no se dibuja el anhelo de la paz como si la misma se hallase en el aire, sino
más bien en un contexto marcado por el dolor y la destrucción. Las tensio-
nes de la reconciliación, se reflejan justamente en una perspectiva de largo
plazo, la cual ubica la violencia y las posibilidades de superación como parte
de un discurso histórico acerca del pasado, el presente y el futuro. Es el caso
de un cuadro sin título numerado con el código 6117.20 Esta pintura recoge
tres momentos históricos, presentándolos como parte de un continuum de

19. Guido Godofredo Guillén de la Barra. Fiesta campesina. 1992. Comunidad San Melchor,
distrito San Juan Bautista, provincia Huamanga, Ayacucho. (Pintura 6857).
20. Vladimir Condo Salas. s/t. 1992. Distrito Yanaoca, provincia Canas, Cuzco. (Figura
6117).
159

violencia que debe ser superada por la reconciliación. El primero es el de la


conquista española, en el cual la violencia de los europeos ocasionó la pérdida
de muchas vidas de los pobladores indígenas originarios de estas tierras. El
segundo momento presentado en el cuadro corresponde a la violencia políti-
ca, en medio de la cual son nuevamente los campesinos e indígenas las prin-
cipales víctimas. Finalmente, el tercer momento del cuadro grafica el anhelo
de paz y reconciliación. Las imágenes de destrucción y muerte del pasado,
resultan suplantadas por una imagen en la cual la vida (es decir los campos,
las casas, las personas y los propios animales) vuelven a florecer y a germinar.
Esta posibilidad, este reclamo, está inscrito en la imagen del abrazo entre las
personas que, al perdonarse, se reencuentran y reconcilian (ver Figura 17).
Es justamente lo que ha pasado en muchas comunidades, en las cuales
la reconstrucción de la vida ha sido posible debido al perdón mutuo, el cual
ha dado paso a un tiempo de reconciliación. Sin embargo, a nivel nacional
las posibilidades de reconciliación aún se hallan remotas. Esto, entre otras
razones, debido a la escasa voluntad política de los gobiernos de turno para
impulsar políticas de reparación a las víctimas, juzgar efectivamente a los
culpables de crímenes y violaciones a los derechos humanos, y abrir paso a
la apertura de reales posibilidades -sociales y políticas- para construir una
reconciliación efectiva.

Final
Lo que sigue primando en el país, hecho que resulta plenamente refle-
jado en las pinturas campesinas, es el dolor ocasionado por un tiempo de
violencia que aún muestra sus heridas abiertas. Justamente quisiera finalizar
señalando que, en relación al tema de la guerra interna, lo significativo del
Archivo de Pintura Campesina es que nos permite acercarnos a las miradas
campesinas e indígenas sobre el horror en medio del cual los peruanos nos
vimos envueltos recientemente. Esto es así porque se trata de pinturas elabo-
radas por los propios artistas campesinos. Utilizando los recursos que tenían
a su alcance, con materiales sumamente modestos, estos artistas lograron
plasmar en sus cuadros un testimonio visual excepcional de los hechos te-
rribles que les tocó vivir en medio de la violencia. Al realizar este esfuerzo,
es importante considerar que las pinturas fueron realizadas para un público
no campesino, lo cual explica que las imágenes transmitan ideas simples y
directas acerca de los hechos de la guerra, o que más bien traten de abundar
en detalles minuciosos. Asimismo, este aspecto ayuda a comprender porqué
las pinturas frecuentemente se acompañan de descripciones y explicaciones
escritas en los propios cuadros, los cuales parecen asemejarse de esa forma a
pergaminos escolares. El uso de la letra no solo podría interpretarse como un
160

recurso que permite enfatizar las descripciones de las imágenes, sino también
como una reivindicación de la apropiación de la letra -ese viejo instrumento
de dominación y discriminación- por poblaciones que vienen luchando desde
hace mucho tiempo por alcanzar un efectivo acceso a la palabra escrita, a la
voz, a la ciudadanía plena.
Estas pinturas campesinas, merecen ser objeto de un estudio cuidadoso
y minucioso, el cual logre relacionar elementos como los contextos de su
creación -lugares y fechas de producción de las obras-, los mensajes que los
artistas intentaron plasmar a través de las imágenes, y las maneras en que
intentan realizar dicha comunicación, mediante el uso de recursos visuales y
narrativos específicos. Al realizar dicho análisis, es necesario salir de los mar-
cos impuestos por el canon académico; es decir, no mirar a las pinturas desde
la perspectiva de la crítica académica de arte solamente, la cual nos llevaría
a considerar que la mayoría de obras, por el hecho de haber realizadas por
artistas aficionados, tienen escaso valor artístico.
Un ejemplo claro de esto ocurre con la pintura identificada con el có-
digo 6624,21 la cual durante la mesa inaugural del seminario fue mostrada
como ejemplo de “pobreza simbólica” y escasez de “valor artístico” que, su-
puestamente, tendrían muchas obras del Archivo de Pintura Campesina.22
Desde una perspectiva más preocupada por la normatividad del canon artís-
tico, efectivamente, esta pintura puede verse como un tosco garabato infan-
til. Sin embargo, resulta valiosa al apreciarla en relación con el contexto so-
cial, político e histórico en el cual fue producida, en relación al cual adquiere
todo su significado. Se trata de una pintura de autor anónimo, lo cual ya nos
dice mucho, pues ¿qué pudo buscar su autor al presentar su obra de manera
anónima a un concurso en el cual la idea es participar para ganar y hacerse
visible? ¿Porqué ocultar su identidad y autoría? ¿Qué buscaba decirnos el
autor mediante el silenciamiento de su propia identidad?
Lo que las obras del Archivo de Pintura Campesina dicen, no es so-
lamente lo que nuestros ojos ven en ellas a primera vista. Se trata de pintu-
ras que también revelan cosas mediante el silencio y el ocultamiento, como
ocurre justamente con esta pintura. En ella, lo que el autor logra es algo que
trasciende completamente su supuesta carencia de riqueza pictórica o artís-
tica: en realidad es un grito que evidencia toda la tragedia y el horror de la
guerra vivida en el Perú. Al ocultar su nombre, el autor logra revelar el miedo,

21. Anónimo. s/t. 1984. Ayacucho. (Figura 6624).


22. Fueron las tesis sostenidas por Jürgen Golte en su ponencia sobre el arte pictórico prehis-
pánico y las pinturas del Archivo de Pintura Campesina, y de Jesús Ruiz Durand en su
evaluación artística de las pinturas del Archivo.
161

la desesperación y la tragedia que impresa en su propia obra. Saca a luz, al


mismo tiempo, la necesidad de que los peruanos conozcamos la verdad de lo
ocurrido. La tristeza, el desastre y la inmensa desolación dejada por la guerra,
aparecen cabalmente inscritas en las escasas y aparentemente burdas imáge-
nes que componen el cuadro: se puede reconocer un enfrentamiento de todos
contra todos -grupos de hombres armados de siluetas irreconocibles, que a
pie o desde helicópteros y tanquetas se enfrentan entre sí de manera frenética-
en medio de una situación de caos generalizado. Caos y destrucción del cual
también parece participar un niño que porta un arma de guerra en la mano,
pero que en realidad resulta ser una víctima indefensa del terror.
La pintura no nos permite saber de nombres, sitios, acontecimientos ni
fechas de manera precisa. No conocemos el nombre de su autor ni el título
de su obra. Solo sabemos que fue elaborada en Ayacucho el año 1984, me-
diante el uso de modesto carboncillo sobre cartulina. Estos escasos datos, sin
embargo, también nos dicen mucho: 1984 fue -de acuerdo a la estadística de
víctimas elaborada por la CVR- el año más cruento de toda la guerra. Y la
región de Ayacucho era por entonces el más cruento escenario de la violencia
y destrucción en el país. La pintura nos ofrece así un testimonio estremece-
dor de un momento trágico de nuestra historia reciente, y nos impregna con
todo el dolor ocurrido en una región que sigue siendo el gran enigma de los
desgarramientos del Perú (ver Figura 18).
Huellas de una memoria silenciada.
Violencia política y agencia
campesino-indígena en los retablos
de Edilberto Jiménez*

Comienzo agradeciendo la ocasión de compartir


esta mesa de discusión con Jürgen y Edilberto, ambos
amigos entrañables, porque después de haber elaborado
un libro sobre los retablos de Edilberto, es la primera vez
que nos juntamos a reflexionar conjuntamente.1 Además,
resulta interesante hacerlo en un espacio de discusión so-
bre las llamadas “escrituras silenciadas”. Justamente, en
esta ponencia quiero tener dos momentos de reflexión.
Uno primero para reaccionar un poco a estos días de in-
tenso trabajo en relación a las escrituras silenciadas. Y en
segundo lugar, a partir de esa reflexión, proponer algunos
elementos de análisis sobre la representación de la agencia
campesino-indígena en los retablos.

El “campo” de las escrituras silenciadas


Mi primer elemento de reacción tiene que ver con la
idea de que necesitamos mirar con cuidado la evolución
del “campo” que denominamos escrituras silenciadas, en
tanto espacio de debate, de interlocución, de discusión

* Ponencia presentada en el IV Congreso Internacional de Escritu-


ras Silenciadas: “Poder y Violencia en la Península Ibérica y Amé-
rica”, organizado por el Grupo de Investigación sobre Escrituras
Silenciadas de la Universidad de Alcalá de Henares. Cuzco, 16-18
de septiembre de 2014. Agradezco la invitación y sugerencias de
Paulina Numhauser y Donato Amado.
1. Véase el libro Universos de memoria. Aproximación a los retablos de
Edilberto Jiménez sobre la violencia política (Golte y Pajuelo, 2012).
163

académica transnacional, globalizada. Pienso además en los volúmenes edi-


tados hasta ahora y cómo ha ido transitando el debate. Entonces, me parece
que podemos observar la transición desde una primera elaboración estricta-
mente historiográfica -de allí el nombre de escrituras silenciadas- en la cual
lo que se buscaba era tener un contexto institucional, un ámbito, un espacio
para poder rescatar textos olvidados. Un espacio para rescatar, además, las
voces inscritas en esos textos olvidados, y poder -historiográficamente ha-
blando- producir contra discursos historiográficos. Retar en ese sentido las
narrativas historiográficas hegemónicas de los países, a partir del rescate de
textos silenciados en su momento. Esto es, obviamente, exquisito para los his-
toriadores. Sin embargo -este seminario es la muestra de ello- lo que tenemos
ahora es un campo en construcción. Un campo -resulta ineludible recurrir
a la noción de Bourdieu (2012)- en el cual ese objetivo inicial como que ha
estallado. En ese sentido, no me parece casual la asistencia a esta reunión de
gente de distintos países, especialmente jóvenes en plena tarea de elaboración
de sus investigaciones, tesis, etc. Se trata de investigadores que ven en la no-
ción de escrituras silenciadas una posible perspectiva analítica, de trabajo, de
comprensión de sus propios temas y de los dilemas existentes en los países, en
términos de la construcción de las respectivas comunidades académicas. Eso
me parece muy interesante. Creo que después de esta reunión necesitamos
en el grupo de estudio de las escrituras silenciadas volver un poco la mirada
hacia atrás, a fin de discutir más claramente a qué le estamos llamando escri-
turas silenciadas. Discutir aspectos como los alcances y límites de la propia
noción de escritura, para efectos de mirar y analizar formas de discurso que
han resultado silenciados por el poder. Esto supone un trabajo teórico y me-
todológico muy fuerte, al cual obviamente todos los que hacemos parte de
esta reunión estamos convocados.
Una de las nociones más utilizadas en estos días ha sido la idea de silen-
ciamiento. Y creo -es mi propio intento de llegar a algo luego de estos días de
intenso trabajo- que cabe pensar en escrituras silenciadas, en tanto perspec-
tiva analítica y de trabajo, como una forma de aproximación a las dinámicas
de poder y silenciamiento que configuran las realidades sociales. Estas diná-
micas de poder y silenciamiento son las que necesitamos mirar con una pers-
pectiva que vaya más allá del análisis de textos. De hecho, ocurre que los si-
lencios son parte esencial de la construcción del poder. Fue Michel Foucault,
especialmente en Vigilar y castigar (Foucault, 1994) quien mostró, de forma
descarnada, cómo la construcción y reproducción del poder, de los distintos
sistemas de poder, se sustenta en gran medida en formas de silenciamiento
que hacen parte del ejercicio de la dominación. La dominación y el poder
implican entonces silenciamiento. Implican formas de ocultamiento de los
164

propios mecanismos por los cuales, o mediante los cuales, esa dominación y
poder se hacen efectivos. De modo que necesitamos mirar esos sistemas de
poder sacando a luz tales mecanismos de silenciamiento. Metodológicamente
hablando, esto me parece es muy interesante, muy rico: considerar que no
se puede comprender la construcción, el funcionamiento y la reproducción
de los sistemas de poder -históricos, sociales y políticos-, sin atender a esas
zonas oscuras, silenciadas, sin voz y ensombrecidas por el poder, gracias a las
cuales el poder y la dominación se reproducen. Esto no es ninguna novedad,
ya mencioné a Foucault. Además, en el pensamiento contemporáneo varias
perspectivas teóricas han intentado abordar este problema. No estamos en-
tonces ante una perspectiva -la de escrituras silenciadas- que comienza a in-
ventar la pólvora. Más bien requerimos delimitar el propio campo de las
escrituras silenciadas en relación a otros abordajes de esta problema de las
dinámicas de poder y silenciamiento. Pienso por ejemplo en los análisis de
discurso y en la larga tradición de trabajos literario-culturales en relación al
discurso, y al modo en qué funciona allí la noción de suplemento elaborada
entre otros por Roland Barthes. En dichos análisis literarios y lingüísticos la
idea de suplemento resulta clave: ocurre que el poder y la hegemonía, en su
centro o núcleo, no pueden funcionar sin crearse suplementos, restos que en
realidad reproducen su hegemonía todo el tiempo, incesantemente.
En segundo lugar, pienso en otras corrientes, como los estudios de la
subalternidad, los estudios poscoloniales y los estudios culturales. Se trata
de perspectivas de investigación que han puesto en el primer plano asuntos
de singular importancia, tales como la necesidad de rescatar o sacar a luz la
voz de los dominados y silenciados. Esto a partir del rescate de la agencia,
la capacidad de acción de los sujetos y grupos sociales populares silenciados
bajo el manto de la hegemonía del poder. Una pregunta se abre paso: ¿Qué
es entonces lo propio de algo que podemos llamar escrituras silenciadas en
este contexto?
En tercer lugar, podemos mencionar los estudios sobre la colonialidad
del poder y descolonialidad. Se trata de una corriente propiamente latinoa-
mericana, que hunde sus raíces en la trayectoria del pensamiento crítico
latinoamericano.2 Es una línea de reflexión abocada a desmontar aquellas
zonas ocultas de la formación del mundo moderno -su lado colonial-, que

2. En ese sentido, cabe mencionar que no se trata de una vertiente local de los estudios pos-
coloniales. La noción de colonialidad del poder, acuñada por el sociólogo peruano Aníbal
Quijano a inicios de la década de 1990, remite más bien a una trayectoria de pensamiento
social crítico propiamente latinoamericana, cuyos orígenes pueden rastrearse en la obra de
José Carlos Mariátegui. De hecho, es a partir de su exégesis de Mariátegui, que Quijano
logra arribar a la noción de colonialidad del poder, como categoría útil para la comprensión
Figura 19
Edilberto Jiménez. Dibujo de Florentino Jiménez Toma. S/F.
Archivo Edilberto Jiménez.
Figura 20
Florentino Jiménez, Amalia Quispe y sus hijos Neil, Edilberto y Eleudora.
Foto: archivo Edilberto Jiménez.

Figura 21
Edilberto Jiménez en su casa-taller de San Juan de Lurigancho,
restaurando el retablo El hombre. Foto: Malú Cabellos.
Figura 22
Retablo Cuernos y garras. 1986. Foto: José Loo.
Figura 23
Retablo Flor de retama. 1986. Foto: José Loo.
Figura 24
Retablo Lucía. 1988. Foto: José Loo.
Figura 25
Boceto del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982.
Figura 26
Detalle del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982. Foto: José Loo
Figura 27
Retablo Abuso a las mujeres. 2007. Foto: José Loo.
Figura 28
Detalle del retablo Lirio qaqa, profundo abismo. 2007. Foto: José Loo.
Figura 29
Retablo con forma de ataud: Lirio Qaqa, profundo abismo.2007.42 x 37 x 18 cm.
Foto: José Loo

Figura 30
Retablo Asesinato de niños en Huertahuaycco. 2007. Foto: José Loo
Figura 31
Retablo Fosa en Chuschihuaycco. 2007. Foto: José Loo.

Figura 32
Detalle del retablo Basta, no a la tortura. 2006. Foto: José Loo.
Figura 33
Detalle del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la violencia. 1988.
Foto: José Loo.
Figura 34
Boceto del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la violencia. 1988.
Figura 35
Detalle del retablo Picaflorcito. 2006. Foto: José Loo.

Figura 36
Detalle del retablo Los condenados. 1987. Foto: José Loo.
Figura 37
Retablo Fiestas del Ande. 1989. Foto: José Loo
Figura 38
Retablo Mi Ande y su amor profundo.1987. Foto: José Loo.
181

justamente permitió la formación de ese mundo moderno y la reproducción


del sistema de poder global capitalista, en el cual todos estamos metidos.
Necesitamos entonces avanzar delimitando las fronteras de la perspecti-
va de las escrituras silenciadas. El seminario ha mostrado además el recurso a
distintas herramientas. Hemos escuchado ponencias que dialogan con la idea
de escrituras silenciadas a partir de estudios de análisis de discurso, análisis
textuales y literarios. Asimismo, ponencias que hacen uso de la teoría crítica
para dialogar desde allí con la perspectiva de la escrituras silenciadas, o que
tienden puentes con ella. Asimismo, se han presentado trabajos que hacen
uso de los estudios de la subalternidad, estudios poscoloniales en general.
Otras ponencias presentadas en este congreso se sitúan más bien en las disci-
plinas de las ciencias sociales: antropología, historia, sociología, a partir de las
cuales intentan hacer un abordaje a las escrituras silenciadas. Lo interesante
es que estamos ante un campo en construcción que convoca la interdiscipli-
nariedad. Y esto supone una discusión clave, respecto a cómo podemos ha-
blar de escrituras silenciadas en términos de inter o transdisciplinariedad. Lo
complicado de esto es que hemos tenido a ratos una lluvia de ideas demasiado
dispersa, debido a la cantidad de temas abordados y a la intensa secuencia de
las ponencias.
En este contexto, podemos distinguir algunos tipos de discurso abor-
dados a lo largo del congreso, que nos pueden ayudar a situar los retablos
de Edilberto Jiménez, que son el motivo de la presente reflexión. Tenemos
en primer término los textos o escrituras silenciadas: los escritos silenciados,
ocultos o reprimidos que los historiadores intentan sacar a la luz. En segundo
lugar, a lo largo del congreso varios ponentes se han referido a testimonios,
relatos y textos en tono de denuncia, que cuestionan o enjuician el silencia-
miento del cual son objeto. Un tercer tipo de relatos o discursos corresponde
a aquellos que logran sacarse de encima dicha condición. Es decir, logran
remontar el silenciamiento, produciendo otros contenidos. Me parece que los
retablos de Edilberto Jiménez corresponden a este tercer tipo de discursos.
En la medida que se trata de piezas de arte y no de textos escritos, contienen
un discurso que reta la propia noción de lo que venimos denominando escri-
turas silenciadas.

Los retablos de Edilberto Jiménez y la colección del IEP


Los retablos de Edilberto Jiménez son resultado de una serie de elemen-
tos cruzados entre sí. En su ponencia, Jürgen Golte mencionó dos de ellos:

de la formación del mundo moderno colonial, y específicamente del lado oscuro -racista,
colonialista e imperialista- del orden mundial capitalista.
182

la tradición ayacuchana o más precisamente huamanguina de producción


de retablos y, de otro lado, la influencia intelectual de Carlos Iván Degre-
gori en su diálogo con Edilberto. Quisiera añadir dos elementos más. En
primer lugar, cuando hablamos de una tradición huamanguina de retablos,
generalmente hablamos de una tradición urbana, en la cual se inserta desde
mediados del siglo XX una vieja tradición artística rural. Creo que el arte de
Edilberto corresponde sobre todo a esta raigambre rural de retablos campesi-
nos. El segundo elemento a destacar es la influencia de la tradición artística
familiar de la cual Edilberto hace parte, y que intenta prolongar en sus crea-
ciones, en gran medida como homenaje a su padre. Pero lo hace confrontado
a la experiencia límite de la violencia política. Es allí que brota el gran artista,
pues el antropólogo Edilberto, el periodista Edilberto, el recopilador de mú-
sica, de tradición oral Edilberto, somete sus distintas experiencias vitales a la
necesidad de expresar a través del uso de los retablos, el escenario de horror
que le tocó vivir. Esto es común en muchas creaciones artísticas: el juego con
la forma implica siempre una pelea con esa forma, en este caso con la forma
retablo, y con toda esa tradición múltiple de la cual Edilberto se nutre (véase
figuras 19 y 20).
En el Instituto de Estudios Peruanos lo que hay es una colección de
retablos a la cual ahora voy a referirme. Una colección que se fue confor-
mando a partir de la década de 1980, pues Edilbeto los fue refugiando en
el IEP, específicamente en la oficina de Carlos Iván Degregori, y luego en
otras oficinas, donde iban guardándose como adornos. Ocurre que en plena
década de 1980 los retablos, que comenzaban a incorporar la temática de la
violencia, podían generarle problemas a Edilberto en Huamanga, por lo cual
fueron llevados a Lima, específicamente al IEP.3
Posteriormente, a inicios de la década del 2000 Edilberto trabajó en la
Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Producto de esta experien-
cia, elabora un conjunto de retablos que impresionan por mostrar de manera
cruda la violencia. Pienso sobre todo en la serie dedicada a Chungui. Esta
localidad de Ayacucho, ubicada en la zona conocida como “oreja de perro”,
es un lugar sobre el cual no se sabía nada en el resto del Perú. Es decir, no se
sabía nada sobre el horror que allí había ocurrido. De modo que el silencia-
miento de lo ocurrido en Chungui es denunciado por Edilberto mediante la
elaboración de retablos y dibujos, a los cuales acompaña el recojo de testi-
monios directos de las víctimas. Contribuir a sacar a luz el horror ocurrido

3 Vease: Golte y Pajuelo (2012). Y para una lectura más amplia sobre los retablos andinos:
Ulfe (2011).
183

en Chungui, es uno de los aportes significativos que Edilberto hace al país a


través de su obra de artista y antropólogo.4
Pero volvamos a la colección del IEP. La misma está compuesta por un
conjunto de 26 retablos. Obviamente los retablos que Edilberto ha hecho son
más, sin embargo no hay un registro preciso de cuántos son. Pero la colección
que logramos “rescatar” del silenciamiento en el cual se hallaban dentro del
propio IEP, está compuesta por esa cantidad. Algunos retablos estaban muy
deteriorados, otros menos. Fue necesario en primer lugar restaurarlos, y fue
el propio Edilberto que se encargó de ello, volviendo a reencontrarse así con
sus “hijos”, como los denomina (véase Figura 21).
Una vez culminada la tarea de restaurar los retablos dijimos: ¿Qué po-
demos hacer ahora con los retablos restaurados? Allí salió la idea de armar
una galería, la cual lleva el nombre de Carlos Iván Degregori, como home-
naje y recuerdo de su propia vinculación con los retablos y su entrañable
amistad con Edilberto. Cabe mencionar que en la colección hay un retablo
elaborado especialmente por Edilberto, que fue un obsequio personal para
Carlos Iván. Se trata del retablo Cuernos y garras, el cual retrata la oposición
étnica entre “indios” y “mistis” o “señores” en la sociedad ayacuchana. La es-
cena del mismo es una competencia en que ambos grupos participan de una
corrida de toros tradicional, conocida como “yawar fiesta”. En el retablo los
“indios” alientan al cóndor, mientras que los “señores” se vinculan más bien
con el toro, en medio de un clima festivo atravesado por la violenta oposición
étnica, la cual se manifiesta en aspectos como el toreo, la música, los trajes,
etc. (ver Figura 22)
La galería del IEP fue inaugurada al cumplirse el primer año de falleci-
miento de Carlos Iván Degregori, en mayo de 2012. En esa ocasión, también
se presentó el libro Universos de memoria (Golte y Pajuelo, 2012), preparado
especialmente como catálogo de los retablos alojados en la galería. Para su
exposición, los retablos han sido divididos en dos grupos, de modo que deben
ir alternándose cada cierto tiempo.
La colección puede ser divida en términos cronológicos y temáticos.
Así, podemos reconocer una división en tres tipos y grupos de retablos, que
corresponden a momentos distintos del discurso visual de Edilberto Jiménez
sobre la violencia política. El primer grupo corresponde a retablos que mues-
tran básicamente aspectos de la historia social ayacuchana (por ejemplo el
retablo Flor de retama. Ver Figura 23). El segundo está conformado por reta-
blos que van dejando atrás el formato clásico, típico del retablo ayacuchano, y

4. Véase su libro Chungui: violencia y trazos de memoria (Jiménez, 2009).


184

reflejan escenas de la realidad social regional (por ejemplo Lucia. Ver Figura
24). Finalmente, el tercer grupo se aboca a retratar directamente el horror
de la violencia politica, destacando lo ocurido en Chungui, el cual aparece
entonces como un momento de desenlace del relato visual del conjunto (ver
Cuadro 5).

Cuadro 5
Retablos de la colección Edilberto Jiménez

Grupo Retablo Año


Inicio del año escolar 1973
Ventura Ccalamaqui 1978
La leva 1978
Masa 1986
Grupo 1
Flor de retama 1986
El hombre 1987
Los condenados 1987
Picaflorcito 2006
Cuernos y garras 1986
Mis recuerdos 1987
Mi Ande y su amor profundo 1987
Grupo 2
Pasñacha 1987
Lucía 1988
Fiestas del Ande 1989
Peregrinaje de la semana santa 1982
La muerte 1984
Labor humanitaria de la Cruz Roja Internacional 1985
Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de
1988
la violencia
El huamanguino 1988

Grupo 3 Wasillaykis purmachkan 1996


Basta, no a la tortura 2006
Muerte en Yerbabuena 2007
Fosa en Chuschihuaycco 2007
Abuso a las mujeres 2007
Asesinato de niños en Huertahuaycco 2007
Lirio qaqa, profundo abismo 2007

Fuente: Colección Edilberto Jimenéz / IEP.


185

Veamos en primer lugar el retablo Peregrinaje de la Semana Santa, ela-


borado en 1982, o sea dos años después del inicio de la guerra interna. En
Ayacucho, y específicamente en Huamanga, como sabemos, la Semana Santa
es una ocasión muy importante. Lo que hizo Edilberto en este retablo es
incluir por primera vez, en una representación visual de la Semana Santa
ayacuchana, el tema de la violencia política, específicamente la presencia de
las víctimas. Justamente en el boceto del retablo, se puede apreciar el trazo
de las imágenes ubicadas en el lado inferior izquierdo, y lo que se lee junto
a ellas es la frase: “víctimas de la violencia política”. Edilberto retrata aquí a
un grupo de personas que ruegan a Jesucristo que la violencia se acabe, que
las almas de sus familiares alcancen un buen destino, o que los desaparecidos
aparezcan. Se trata entonces de un retablo temprano muy revelador, porque
en gran medida resulta premonitorio: anuncia todo el horror que seguiría
desatándose en los años posteriores (ver Figuras 25 y 26).
En esta pieza la violencia política es solamente una huella: una inscrip-
ción en un retablo dedicado más bien a graficar la celebración de la Semana
Santa. Posteriormente, lo que ocurre después es que la violencia pasa a ocupar
el centro del discurso visual de los retablos. Esto tiene lugar paulatinamen-
te, en los tres momentos a los cuales ya me he referido. De modo que son
muchos los relatos o discursos que aparecen en los retablos. Quería sobre
todo enfatizar esto: uno puede apreciar diversos órdenes de discurso -por
lo tanto distintos órdenes de memoria- simultáneos en los retablos. Pero en
esta ponencia quisiera enfocar la reflexión sobre uno de ellos: se trata del
discurso campesino-indígena en relación a la violencia. Un discurso (y una
memoria) en gran medida silenciados hasta el momento. Se trata entonces de
reflexionar sobre la presencia de la agencia campesino-indígena en las figuras
labradas por Edilberto. Planteo que tal agencia es la que aparece inscrita en
los retablos de la violencia, otorgándole al arte de Edilberto su potencialidad
como conocimiento y propuesta de transformación social.
Podemos notar esto si fijamos la mirada en los retablos de los dos mo-
mentos finales que hemos identificado. Pensemos por ejemplo en retablos
como Picaflorcito (2006), y aquellos de la serie dedicada a Chungui: Basta
no a la tortura (2006), Muerte en Yerbabuena (2007), Fosa en Chuschihuaycco
(2007), Asesinato de niños en Huertahuaycco (2007), Lirio Qaqa, profundo
abismo (2007), Abuso a las mujeres (2007). Este último retablo aborda un
tema sobre el cual se ha hablado poco: el modo en que los asesinatos, vio-
laciones, desapariciones y migración forzada de las mujeres, ha implicado
una grave destrucción de los tejidos locales en los territorios afectados por la
186

violencia. Este retablo muestra también que los esfuerzos de reconstrucción


recaen en gran medida sobre la acción y lucha de las mujeres (ver Figura 27).

Más allá de la memoria oficial


En el relato de los retablos sobre la violencia, específicamente en la re-
presentación de la agencia campesino-indígena, lo que Edilberto Jiménez
hace es retar la construcción oficial de memoria en el Perú. Porque ocurre
que en Perú, a diferencia de otros países con experiencias de violencia po-
lítica reciente -pienso por ejemplo en Argentina o Chile-, lo que existe es
una memoria hegemónica en la cual desaparecen los rastros de las víctimas.
¿Y quiénes son las víctimas? Obviamente muchos, pero los que sufrieron la
mayor crueldad de la violencia fueron los más desprotegidos, justamente los
campesinos indígenas que aparecen ocupando el centro discursivo de los re-
tablos. Esto es fundamental porque ocurre que en Perú, a diferencia de otros
países, la memoria pública de la violencia no se ha convertido en un asunto
político. Es decir, no genera debate acerca de la forma de construcción repu-
blicana de democracia, nación, ciudadanía, Estado. Un debate político sobre
la pertenencia a la propia nación peruana.
Sería muy largo hablar de esto, pero quisiera anotar solamente que aquí
en Perú, la construcción social de una memoria pública acerca de la violencia
saca del espacio de lo público, o de lo considerado público, a aquellos que
fueron las víctimas, a quienes sufrieron en mayor grado los impactos de la
guerra interna. Es decir, los campesinos indígenas, las poblaciones periféri-
cas, rurales, mayormente excluidas y alejadas de los centros de poder urbano.
El problema es que en Perú, cuando empezamos a descubrir la dimensión del
horror ocurrido, la idea vigente de lo público no logra incorporar a esas vícti-
mas. Frente al horror de la violencia, la imagen de los campesinos indígenas
justamente se des-victimiza (si así se puede decir) a través del uso de la noción
de víctima. El Estado implementa, en realidad muy erráticamente, un con-
junto de planes y acciones que no logran ir más allá de lo público oficial. La
Comisión de la Verdad tuvo la virtud de romper esto, ofreciendo por primera
vez una imagen cuestionadora de la violencia, como episodio que muestra los
dilemas de nuestra construcción como nación de ciudadanos aparentemente
libres e iguales. Posteriormente, se cierra un poco ese espacio, ese campo de
debate y memoria abierto por la CVR, y estamos ahora en ese momento.
Cabe recordar algunos datos de la CVR sobre el impacto de la violen-
cia. 75% de los muertos eran quechua hablantes. Antes de la CVR se pen-
saba en Perú que los muertos eran aproximadamente 20,000 personas, pero
los registros de los organismos de derechos humanos condujeron a subir un
poco dicha cifra. La CVR encontró que los muertos eran aproximadamente
187

70,000. De estos, los nombres, o sea las identidades identificadas, son más
o menos 24,000. Cálculos posteriores nos permiten pensar que los muertos
sobrepasan las 100,000 personas. Uno puede entender esto cuando mira es-
cenas como las que se muestran en los retablos. Es decir, la violencia desatada
con la mayor crueldad sobre poblaciones indefensas por el conjunto de los
actores de la guerra: el Estado, Sendero Luminoso y el MRTA -los grupos
insurgentes en contra del Estado- y también los grupos campesinos organi-
zados en rondas.
El retablo Lirio Qaqa, profundo abismo (2007), que usamos con Jürgen
Golte como carátula del libro Universos de memoria, muestra justamente la
acción de las fuerzas armadas y miembros de las rondas campesinas (ver Fi-
gura 28). Estos grupos campesinos alzados por su propia voluntad en contra
de Sendero Luminoso, son culpables de aproximadamente un 4% del total
de muertos. Esa cifra revela el hecho de que en determinados momentos y
lugares la violencia fue una suerte de guerra civil en el campo, una violen-
cia completamente desbordada. Un poco más sobre los datos. Pensemos por
ejemplo en el 98% de quechua hablantes del total de muertos en Ayacucho, la
región que fue el epicentro del conflicto. Alrededor de esto se abrió en el país
un debate inconcluso, pues hubo quienes decían que esto simplemente era
resultado de una casualidad geográfica. Es decir, el hecho de que en regiones
como Ayacucho la mayor parte de la población hable quechua, sería la causa
del gran porcentaje de quechua hablantes muertos. Para otros, entre quienes
me inscribo, las cifras revelan algo bastante más profundo que la mera ubica-
ción geográfica: revelan los engranajes históricos de exclusión, dominación y
discriminación que se encuentran en el trasfondo de la invisibilidad ciudada-
na de los campesinos indígenas. Es decir, sacan a luz la precaria construcción
de una comunidad nacional de ciudadanos efectivamente iguales. El debate
al respecto sigue planteado.

Retablos, silenciamiento e invisibilidad


Aproximadamente 800 comunidades campesinas fueron arrasadas,
como parte ello sus formas propias de gobierno fueron descabezadas, en gran
medida por el asesinato de sus autoridades. Por cierto, aquí radica una pista
interesante para pensar por qué, durante las décadas de los 80s y 90s, mien-
tras que en países vecinos como Ecuador y Bolivia se conforman influyentes
movimientos indígenas, en Perú eso no ocurre. Muchas comunidades y sus
autoridades resultan aniquiladas físicamente, mientras que en los países veci-
nos iban ganando espacios políticos públicos. El caso del pueblo asháninka
es dramático. Es el pueblo amazónico con la mayor cantidad de muertos.
De un total aproximado de 50,000 a 60,000 asháninkas, murieron 6,000.
188

O sea el 10% del total, pero esa cifra esconde el hecho de que decenas de
comunidades desaparecieron completamente en los lugares y momentos más
cruentos de la guerra. Otros 6,000 asháninkas lograron huir, refugiarse o ser
desplazados. En todo el país hubo más de medio millón de desplazados. Sin
embargo, en los registros de la CVR son muy pocos los nombres asháninkas
que se pudo identificar. Fui uno de los investigadores que trabajamos en la
Comisión, y créanme, en un momento andábamos desesperados buscando
los nombres de los muertos asháninkas. ¿Cuántos creen que la Comisión lo-
gró identificar? Alrededor de 208 apenas. ¿Y nombres y apellidos completos,
con identidades plenamente confirmadas por testimonios de familiares o ve-
cinos? Apenas 17. Entonces, de un total de aproximadamente 6,000 muertos,
solamente 17 tienen rostro en los registros de la CVR. Estas cifras revelan la
dimensión del silenciamiento y la invisibilidad de la diferencia étnica en la
sociedad peruana.
Ese silenciamiento que incluye la invisibilidad estadística, resulta con-
frontado por el relato visual inscrito en los retablos de Edilberto Jiménez.
El artista presenta al fenómeno de violencia como lo que fue: una violencia
descarnada y desenfrenada en la sociedad, que golpeó especialmente a los
campesinos indígenas más pobres y excluidos. Al hacer esto, Edilberto pelea
con la forma artística establecida del retablo. Lo que hace es transformar la
forma retablo. Es normal que todo soporte artístico sufra transformaciones
en relación a procesos como la influencia del mercado, la influencia de otros
artistas, el diálogo con otras personas como los intelectuales amigos de los
artistas, o el cambio de las formas de uso y consumo de los objetos artísticos.
Pero en este caso noto una transformación que responde específicamente a
las necesidades de expresión del artista. De modo que la forma tradicional del
retablo, de una caja con pisos y puertas laterales, con motivos como pétalos
de flores sobre fondos blancos, termina siendo rota, rebasada completamente
por la necesidad de Edilberto de revelar toda la dimensión del horror y el
sufrimiento ocasionados por la violencia.
Esta transformación de la forma retablo ocurre de manera sucesiva. No
aparece de golpe. En la evolución de los tres momentos temáticos y crono-
lógicos de la colección, podemos rastrear el contrapunto entre la alteración
de la forma y el desarrollo de un discurso visual que cada vez brinda mayor
centralidad a los campesinos indígenas en gran medida invisibilizados en la
memoria pública sobre la violencia. Dicha modificación termina en la cons-
trucción de retablos que asemejan ataúdes. Sobre todo en los retablos de la
tercera fase o grupo que hemos identificado, los cuales narran con crudeza
los hechos ocurridos en Chungui (ver Figuras 29, 30 y 31).
189

Hay otros cambios que acompañan la modificación paulatina de la for-


ma tradicional del retablo. Por ejemplo, el modo en que se presenta visual-
mente el discurso de los retablos. El modo en que se inscribe un relato visual,
en este caso un relato sobre la violencia, narrada desde el modo de compren-
sión campesino-indígena. Esto es extraordinario. Ocurre mediante elemen-
tos como la introducción de nuevas figuras y personajes, junto a la irrupción
de nuevos colores, distintos a los acostumbrados. La paulatina aparición del
rojo y el negro para escenarios en los cuales la sangre tiñe el transcurso so-
bresaltado de los días, y el luto se convierte en un elemento generalizado de
la realidad cotidiana. Lo que no conocemos muy bien es qué significa esto en
las historias largas, en los procesos de larga duración de las culturas campe-
sinas en relación al color. Pienso en el hermoso libro de Gabriela Siracusano
(2008) sobre la llegada a los Andes de los colores europeos, y lo que la autora
llama “el poder de los colores” para la transformación de las prácticas cultu-
rales. Sin duda el arribo a los Andes de materiales y tonalidades provenientes
del renacimiento europeo, fue un elemento que contribuyó a la formación
del barroco andino, el cual consigue adecuar materiales y matices corres-
pondientes a los propios colores de las tierras andinas. Pero que expresaron
desde los primeros siglos coloniales esa articulación conflictiva con el mundo
moderno occidental que podemos rastrear hasta el presente inclusive.
Otro aspecto muy importante es el manejo del espacio. El relato visual
inscrito en los retablos de Edilberto, es un relato de que desborda el soporte
físico de los mismos. Esto rompe la estructura tradicional de los retablos
ayacuchanos. El soporte físico, las paredes de los retablos, acaban siendo
inundados por escenas y textos correspondientes a la violencia. De modo
que se despliega una forma de elaboración del discurso hacia el exterior de la
propia caja de los retablos. Y siguiendo esto, como acabo de decir, se aprecia
la inserción de textos en las puertas de los retablos. Textos que en realidad
son testimonios de las víctimas recogidos por Edilberto. O sea, la propia voz
de los que carecen de voz. Lo que Edilberto hace es trasladar literalmente los
testimonios de los campesinos indígenas, colocándolos mediante el uso de la
escritura en los retablos.
De este modo, al apreciar los retablos nos encontramos con las voces de
las víctimas no reconocidas en el discurso público oficial, en la memoria he-
gemónica oficial sobre la violencia. Estas voces aparecen relatando los hechos.
Entonces, al apreciar los retablos hallamos un relato directo que acompaña
la representación visual de los hechos. Al hacer esto, los retablos plantean la
relación compleja entre la letra y la oralidad, en el modo como se representan
los hechos de la violencia.
190

Otro aspecto muy interesante corresponde al manejo del tiempo. Lo


que hace Edilberto es construir una temporalidad diferente. El típico retablo
ayacuchano se carga así de una secuencia que responde a la necesidad de tes-
timoniar y denunciar cosas que no resultan comprensibles. Lo inenarrable -el
horror y la brutal deshumanización de la guerra- aparece así inscrito en el len-
guaje visual que elaboran los retablos. Esto, a pesar de que desde la noción de
temporalidad culturalmente construida en el mundo quechua, tales cosas no
resultan comprensibles. Se adecúan a lo indecible, a lo indescifrable, y pelean
con ello, hay nociones indígenas de temporalidad que de esa forma acaban
posibilitando la comprensión de la brutalidad de la violencia. Asimismo, se
juntan formas de entendimiento correspondientes a la temporalidad hege-
mónica, digamos occidental, urbana o moderna, frente a las formas indíge-
nas de comprender y narrar los sucesos. Esto con la intención de construir
una narración verídica. Si apreciamos retablos como Basta, no a la tortura del
año 2006, vemos cómo se incorpora una temporalidad secuencial, en recua-
dros sucesivos, de los hechos que acabaron con la muerte cruel de la persona
torturada. Entonces la caja retablo ya no muestra la temporalidad tradicio-
nal, sino que es inundada por una secuencia que responde a otra lógica, y
que permite relatar de manera fidedigna lo que pasó, pero desde el punto de
vista de la comprensión campesino-indígena. A eso responde el hecho de que
en los retablos aparezcan personajes como los apus o dioses tutelares andinos
junto a otros personajes míticos, y también aparezca graficada la alteración
de las nociones indígenas sobre la vida y la muerte, en escenas que muestran
la falta de entierro de los cuerpos y de reposo de las almas (ver Figura 32).
Fijémonos en el retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años
de la violencia, de 1988. Es un retablo maravilloso y sumamente doloroso.
El mismo muestra el sueño de una mujer, de una viuda, que en realidad está
refugiada en el interior de un apu o montaña tutelar andina, y sueña sobre un
mar de lágrimas de sangre. El refugio de la viuda es el apu Razuwilka, el ce-
rro sagrado tutelar de las alturas de Huanta. Protegida en las entrañas de oro
del apu, ella sueña el horror que vive su familia, y específicamente la tragedia
de su esposo. El apu le revela lo ocurrido con su compañero: la secuencia de
su detención por parte de los militares, su encarcelamiento, su muerte y el
triste final de su cuerpo, arrojado en un huayco donde los animales se lo co-
men a pedazos. Pero el sueño también le revela -esto es impresionante en los
retablos, porque grafican esa otra temporalidad a la cual me he referido- la
posibilidad de su redención. En este caso, dicha redención consiste más bien
en el reposo del alma del muerto. Porque los dioses tutelares, no solamente el
apu andino sino también los dioses cristianos, envían un ángel para recoger
el alma del cuerpo y redimirlo. Edilberto mezcla entonces una secuencia
191

narrativa en la cual podemos notar elementos andinos indígenas y elementos


occidentales cristianos, en pelea pero también en consonancia, elaborando
una manera de narrar lo inenarrable. Un relato que sin duda va más allá de
la memoria oficial de la violencia construida en el país en estas décadas (ver
Figuras 33 y 34).

Discursos entrecruzados
Otros elementos incluyen aspectos como el uso de nuevos materiales
para la elaboración de las figuras. Edilberto es de esos artistas que requieren
elaborar sus propios materiales. Crea entonces sus propias pastas y colores,
a fin de moldear sus figuras. Todos estos elementos que he mencionado,
confluyen en la creación de escenas en las cuales se plasma la agencia cam-
pesino-indígena. Este aspecto de los retablos incluye dos tipos de discursos
entrelazados. De un lado, aparece un discurso -que resulta ser el más visible-
mediante el cual se denuncia la violencia política. Por ejemplo en el retablo
Abuso a las mujeres del año 2007, lo que hace Edilberto es denunciar sin tapu-
jos los asesinatos, violaciones, detenciones, torturas, ajusticiamientos sufridos
por las mujeres. Esos actos de violencia que nos permiten explicar por qué en
el Perú buena parte de esas mujeres víctimas no tienen nombre. Hacen parte
de la masa de víctimas anónimas que conforma la mayor parte de los muertos
y desaparecidos (ver figura 27).
De otro lado, aparece un segundo discurso, el cual denuncia las cues-
tiones de fondo detrás de estos actos de la violencia. Es decir, el modo como
funciona el poder, como se ha construido el poder, la democracia y la ciuda-
danía en el país. Esto en retablos tan tempranos como Picaflorcito (1986).5
Las autoridades estatales son descritas como absolutamente lejanas respecto
a la vida cotidiana de la gente, y específicamente respecto a la situación de
violencia que las envuelve. Por ello aparece una mujer campesina cantando
a las aves, a fin de que le ayuden a llevar su mensaje hasta las autoridades:

“Picaflorcito, picaflorcito, / tu alita préstame picaflorcito. / Si me prestas tu alita


/ puedo entrar al pueblo de Lima / (…) Puedo entrar al palacio, / (…) puedo
conversar con el Presidente, / mi picaflorcito. / (…) Seguro por estar lejos, ni los
periodistas llegan, / ni los congresistas llegan.”

El canto busca romper la distancia, que en este retablo aparece repre-


sentada por los dos cuadros separados que lo conforman: uno con las auto-
ridades reunidas en Lima y otro que muestra a los campesinos olvidados,

5. Actualmente, este retablo puede apreciarse como parte de la muestra del Lugar de la Me-
moria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM).
192

pues como dice al final la canción: “así llora mi pueblo / cuando ya nadie se
recuerda” (ver Figura 35).
Otro retablo en cierta medida semejante en su denuncia de las cues-
tiones de fondo del poder en el país, es Los condenados (1987). En este caso,
se muestra un juicio popular a las autoridades, que acaban arrojadas en el
infierno, donde seres maléficos esperan darles castigo eternamente entre las
llamas. Hay nuevamente la reverberación de viejas formas de memoria cam-
pesina en relación a la justicia, el orden y la soberanía que aparecen retratados
en el retablo (ver Figura 36).
Finalmente, creo que los retablos de Edilberto Jiménez nos retan, en el
sentido de mostrarnos la necesidad de seguir ampliando el campo de estudios
de las escrituras silenciadas. Lo que hacen estos retablos es confrontarnos
ante la dinámica compleja del silenciamiento e invisibilidad ciudadana de
los campesinos indígenas en un escenario límite: el de la violencia política.
Un silenciamiento que en realidad mezcla múltiples formas y mecanismos
de silenciamiento, discriminación y exclusión. Muestra de ello es el silencia-
miento en la escena pública peruana de las víctimas de la violencia. El silen-
ciamiento de los propios retablos de Edilberto durante las décadas de los 80s
y 90s. El silenciamiento de los hechos que los retablos denuncian: los abusos,
la crueldad extrema contra los más indefensos. Pero los retablos logran hacer
lo contrario: sacar a luz los hechos más extremos e indecibles, yendo más
allá de las narrativas textuales, oficiales, incluyendo el propio informe de la
CVR. O sea, van más allá de la letra, porque la letra no resulta suficiente para
expresar toda la dimensión del horror vivido.
Al hacer esto, los retablos nos transmiten algo fundamental, justamente
en escenas como el sueño de la mujer huamanguina: la posibilidad de que la
violencia ceda lugar a un momento posterior de redención o reparación. No
es solamente un momento de pacificación, sino más bien de restauración del
tejido social destrozado. Un momento de reconciliación, de reconstrucción
de los lazos sociales. En esto, los retablos se compenetran aún más con las
memorias campesinas sobre la violencia reciente. Ejemplo de esto es el es-
fuerzo de ONgs y del propio Estado para llevar apoyo a las víctimas. Muchos
proyectos se ejecutan actualmente en el campo ayacuchano, en los cuales es-
tos actores se acercan a las víctimas pensando que la violencia todavía existe:
los otros son las víctimas. Pero los campesinos no se asumen como víctimas.
Despliegan una identidad de víctimas cuando les interesa hacerlo, pero la
vinculan con una memoria según la cual la violencia ya transcurrió, ya pasó.
O sea: el tiempo de la violencia ya ocurrió, fue semejante a una fiebre en
medio de la cual todos se mataron, pero que felizmente quedó atrás. Eso no
quiere decir que no tenga secuelas, sino que ya ocurrió, pues ahora estamos
193

en otro tiempo. Un tiempo en el cual hay nuevos problemas, nuevos retos, y


en el cual estamos obligados a reencontrarnos, a reconstruir nuestras vidas
cotidianas. De allí los procesos de micro-reconciliación en las comunidades
que ahora los antropólogos vienen estudiando. Entonces el desfase entre las
memorias campesinas y los discursos oficiales sobre quienes son considerados
víctimas, resulta tremendo para la implementación de proyectos de repara-
ción y reconciliación. Porque no incorporan la comprensión de reconcilia-
ción que la propia gente elabora.
Los retablos de Edilberto, en cambio, muestran las visiones campesinas
de reconciliación profunda. En escenas como la del retablo de la mujer hua-
manguina, en que el alma de su esposo asesinado es rescatada. O en escenas
como la del retablo Fiestas del Ande (1989), en que la música, la fiesta colec-
tiva, la vida finalmente, logra imponerse sobre la deshumanización. Y es que
estos elementos siempre estuvieron allí, y es a partir de ellos que puede pen-
sarse una posibilidad de reconciliación verdadera (ver Figura 37). La misma
es mostrada justamente en retablos como Mi Ande y su amor profundo (1987).
Aquí la secuencia temporal del relato visual no va de izquierda a derecha, sino
más bien de arriba hacia abajo. En su parte superior, el retablo teñido del
luto del color negro, contiene sin embargo flores de colores, en que el blanco
representa la esperanza, como en los demás retablos de Edilberto. Esa zona
oscura de la parte superior del retablo, que representa la época de la violencia,
paulatinamente es reemplazada por la reconstitución de la vida cotidiana.
De modo que en las escenas de la parte inferior, incluyendo las puertas del
retablo, se muestra cómo la vida retorna. Pero a pesar de lo que podría pen-
sarse a simple vista, no es una vida cotidiana idílica, de un mundo andino
idealizado en realidad inexistente. Es una vida cotidiana en la cual también
existen tensiones. Las dos puertas del retablo muestran bien esa situación: la
presencia de la luna y del sol, presidiendo dos campos de fuerza que en reali-
dad están en plena tensión, envolviendo la escena aparentemente romántica
de la campesina hilando y pasteando sus ovejas. O sea: no desaparecen del
todo ni la violencia, ni la tensión de la vida cotidiana. Pero a pesar de ello el
retablo retrata la esperanza en un orden nuevo.
En este retablo los cóndores retratan justamente el influjo de los seres
tutelares andinos, seres ordenadores o cuidadores de un tiempo cotidiano
que, aunque no deja de estar cargado de tensiones, exclusiones e injusticias,
es un tiempo de paz. Se trata de un tiempo sustancialmente distinto al que
rige durante la fiebre de violencia, en que todos parecen dispuestos a matarse
entre sí, rompiendo los límites básicos, fundamentales de la convivencia. La
presencia de los cóndores transmite el anhelo campesino de un orden utó-
pico si se quiere, de progreso y armonía. El vuelo de esos cóndores resulta
194

contrapuesto al de los helicópteros y loros, que aparecen en otros retablos y


representan justamente lo contrario: la amenaza de la violencia y de la muerte
(ver Figura 38).
Así, lo que Edilberto logra como artista es desplegar a través de sus re-
tablos el mensaje de la vigencia del anhelo de un orden utópico. Es un anhelo
que, a pesar del infierno de la violencia reciente, late aún en la memoria de los
propios campesinos indígenas. Los retablos de Edilberto son entonces una
evidencia sobrecogedora, pero al mismo tiempo esperanzadora, en la cual
late con toda su fuerza dicha memoria silenciada.
PARTE 2

POLÍTICA, GOBIERNO
Y CONFLICTIVIDAD SOCIAL
El movimiento social nacional
en el corto siglo XX peruano*

Quisiera iniciar esta conferencia destacando el he-


cho de que la Semana de Historia 2015 se aboque a la
discusión del siglo XX peruano. Y que ello se haga a par-
tir de un conjunto de ejes analíticos, los cuales resultan
fundamentales no solo para pensar dicha centuria, sino
para hacerlo tomando en cuenta los dilemas del presente
en el país. Nos convoca hoy un eje importante pero a la
vez sumamente elusivo en términos analíticos: el de los
movimientos sociales. Para abordarlo con cierta agilidad
en el breve tiempo disponible, y para facilitar la exposi-
ción, omitiré abundar en referencias y datos.
Acabo de mencionar la importancia de los movi-
mientos sociales, pensando en aquellos momentos histó-
ricos en los cuales la protesta social, la movilización de
las masas, en suma las acciones colectivas antihegemó-
nicas, se hacen visibles generando situaciones críticas y
en ocasiones auténticas coyunturas revolucionarias. Los
movimientos sociales, entonces, aluden sin duda a un fe-
nómeno caracterizado por su importancia y contunden-
cia. Y sin embargo, son a la vez fenómenos elusivos, por
cuanto las ciencias sociales no han elaborado hasta hoy
una teoría consensual respecto a lo que podemos deno-
minar como movimientos sociales. Por el contrario, lo
que existen son interpretaciones diferenciadas, incluso
contrapuestas, respecto a lo que son los movimientos so-
ciales, cómo se constituyen y cómo se interrelacionan con

* Conferencia magistral presentada en la “Semana de Historia de la


UNMSM”. Lima, 17 de noviembre de 2015. Agradezco la invita-
ción y comentarios de Cristóbal Aljovín.
198

factores y/o contextos más amplios de poder y dominación en determinados


contextos históricos. Se trata además de fenómenos que, si bien han sido
estudiados por los historiadores, no siempre se ha hecho mediante el uso del
concepto ni de los marcos analíticos correspondientes a las distintas teorías
en boga sobre las formas de movilización social y sus alcances históricos.
Considerando esto, quisiera iniciar explicitando sintéticamente mi propia
comprensión de los movimientos sociales.
En primer lugar, cabe manifestar que todo movimiento social es una
forma de acción colectiva, desarrollada en relación a un contexto y según de-
terminados fines u objetivos. Se trata entonces de luchas sociales que solo en
determinados momentos logran desplegarse y alcanzar una magnitud o esca-
la variable (en términos temporales, sociales, políticos, etc.). La pregunta por
la dimensión o escala de los movimientos sociales es una de las que han di-
vidido más a los estudiosos. Para algunos, una simple protesta, sin importar
el rango o la cantidad de gente inmiscuida, puede constituir un movimiento
social e interpretarse como tal. Para otros, un movimiento social requiere de
todas maneras de una estructura organizativa, un discurso político, objetivos
y repertorios de acción y movilización más o menos identificables. Creo que
no estamos obligados a tomar partido por alguna de estas interpretaciones
extremas. Es más útil considerar que los movimientos sociales pueden tener
determinadas escalas, pero siempre en relación a un contexto de moviliza-
ción o lucha por el poder. Se trata entonces de formas de acción colectiva
que echan a andar determinados actores, en vinculación a un discurso de
confrontación y en contra de un determinado oponente. De todas maneras,
los movimientos sociales expresan las expectativas de una cierta base social
movilizada, lo cual implica que tengan un determinado nivel organizativo y
un liderazgo.
Nos interesa en esta ocasión lo que en el título de la conferencia, si-
guiendo a Sidney Tarrow, podemos denominar como “movimiento social
nacional” (Tarrow 1997). Es decir, se trata de identificar aquellos procesos
de movilización que por su alcance, dimensión o proyección podemos consi-
derar como efectivamente nacionales. Para avanzar en el asunto permítanme
una breve digresión.

El corto siglo XX peruano


Como es sabido, durante las últimas dos décadas es más bien en torno
al estudio del siglo XIX que ha venido ocurriendo un auténtico “giro histo-
riográfico”, el cual se ha reflejado en importantes debates en torno a asuntos
como la crisis y desarticulación del imperio hispánico, la formación de los
actuales Estados nacionales, el republicanismo, las formas de liberalismo po-
pular, las raíces de la cultura política en nuestros países, entre otros temas
199

interesantes. A la luz de renovados enfoques y herramientas analíticas, tales


como las correspondientes a la “nueva historia política” y la “nueva historia
cultural”, y en diálogo con la denominada “historia global” o “historia co-
nectada”, la historiografía sobre dicha centuria muestra en la actualidad una
importante renovación de sus contenidos y problemáticas.
Ello contrasta con la situación que podemos encontrar en lo que respec-
ta a la investigación histórica sobre el siglo XX. Sobre todo en nuestro medio,
pues a un nivel más amplio podríamos mencionar interesantes avances en
torno al estudio de temas como las guerras mundiales por ejemplo. Pero entre
nosotros, historiográficamente hablando, el siglo XX aún sigue siendo una
centuria por descubrir y explicar. Por ello comencé felicitando el acierto de
dedicar la Semana de Historia a la discusión de esta centuria tan cercana a
nosotros y que, al mismo tiempo, nos resulta tan desconocida.
Hasta la fecha, en las ciencias sociales peruanas, han sido disciplinas
como la sociología y la antropología las que se han abocado al estudio del
siglo XX. De hecho, ocurre que las principales imágenes sobre los aconteci-
mientos ocurridos en dicho siglo fueron elaboradas desde las ciencias socia-
les, por parte de disciplinas como las mencionadas. Como trasfondo de ello,
podemos mencionar el hecho de que el desarrollo institucional de dichas
disciplinas, ocurrido durante la segunda mitad del siglo XX, coincidió justa-
mente con su vocación por el estudio del presente. Fue así que sociólogos y
antropólogos se vieron abocados al estudio de su tiempo, dejando a los his-
toriadores arrinconados a otros períodos más lejanos, o a lo sumo interesados
en trabajar sobre las primeras décadas del siglo XX.
En segundo lugar, en estrecha vinculación con dicha situación, pode-
mos mencionar el enorme peso que tuvo la concepción tradicional de la his-
toria como disciplina abocada al conocimiento del pasado. Felizmente, hoy
por hoy esa noción tradicional ha sido reemplazada por una agenda que más
bien coloca a la temporalidad como eje o centro de la preocupación histo-
riográfica. Es decir, la historia en tanto disciplina, ya no se concibe como el
conocimiento del pasado, sino más bien de la temporalidad que constituye
toda realidad social. Como toda sociedad vive imbuida de temporalidad, es
la disciplina histórica la que muy bien puede abocarse a reflexionar sobre
el presente, tal como viene ocurriendo merced a corrientes historiográficas
novedosas, como la denominada “historia del presente” o la “historia global”.
Asumir la preocupación por la temporalidad, como componente funda-
mental de la existencia social del pasado y del presente, requiere junto a ello
la precisión de ejes analíticos o de problemáticas bien definidas. Una de ellas
es sin duda la que corresponde al tema de esta conferencia: la importancia de
los procesos de movilización social -es decir los denominados “movimientos
sociales”- en el transcurso histórico del siglo XX peruano. A fin de delimitar
200

mi aproximación, me he propuesto utilizar la imagen de Eric Hobsbawm


(1995, 2003) acerca de la existencia de un “corto siglo XX”: aquel que cubre
el transcurso de la historia mundial comprendido entre la primera guerra
mundial iniciada en 1914 y el desmoronamiento de la Unión Soviética a
comienzos de la década de 1990. Sugiero entonces que puede resultar útil
referirnos también a un “corto siglo XX peruano”, que más o menos corres-
pondería a ese mismo período de poco más de siete décadas plenas. Pero no
como reflejo automático de la historia mundial. Ocurre más bien que en la
experiencia peruana, sobre todo si consideramos el tema de la movilización
social, bien podemos reconocer una temporalidad específica que va desde el
final de la segunda década del siglo XX hasta inicios de la última década. Es
decir, desde más o menos el inicio del régimen de Leguía en 1919 hasta el
inicio del régimen de Fujimori en 1990.
A fin de delimitar los contornos de este período de tiempo, entendido
como unidad analítica en términos historiográficos, puede resultar útil la
idea de “movimiento social nacional” elaborada por Sidney Tarrow (1997).
En opinión de Tarrow, es recién en el siglo XVIII que cuaja esto que deno-
mina como movimiento social nacional. Ello merced a la concatenación de
una serie de condiciones y procesos, tales como la formación de una amplia
plataforma asociativa más allá del ámbito estrictamente local. En segundo
término, Tarrow destaca la difusión de un horizonte común de ideas y ex-
pectativas compartidas, vinculadas en gran medida a la expansión de la letra
impresa. Y en tercer lugar, ocurre una cierta unificación política y cultural.
Digamos que una primigenia nacionalización en un puñado de sociedades
europeas, pero no solo en ellas sino también en sus periferias, como en la
naciente Norteamérica. Este tercer proceso resulta fundamental para Tarrow,
por cuanto en su elaboración, los movimientos sociales se aprecian como for-
mas de lucha social colectiva que responden a los contextos políticos estatales
de los cuales hacen parte. Solo así, de acuerdo al análisis de Tarrow, irrumpe
una forma de acción política colectiva que puede ser vista en términos de un
“movimiento social nacional”. Una imagen usada por el autor ilustra bien
esto: el salto desde las protestas esporádicas por el “precio justo” del pan -los
motines y estallidos de protesta local- hacia las protestas colectivas amplias y
sostenidas de escala nacional, que más bien ponen en cuestión la continuidad
del orden político de dominación. Un movimiento social nacional, entonces,
es aquel que puede poner en cuestión el conjunto del orden de dominación
en una escala nacional o, si se quiere, estatal-nacional.

Ciclos y procesos de movilización social nacional


En Perú, antes del segundo gobierno de Leguía, podemos apreciar una
prolongación del régimen de dominación política establecido después de la
201

catástrofe que significó la guerra del Pacífico, al cual la historiografía sue-


le denominar como “República Aristocrática”. Este régimen de dominación
aparece como una continuidad política del siglo XIX enclavado en pleno
siglo XX cronológico. Cabe destacar que solo en el contexto del régimen
leguiísta, se fueron incubando las fuerzas y actores que derrumbaron plena-
mente a dicho régimen entre las décadas de 1920 y 1930. Es recién a partir
del leguísmo, entonces, que podemos apreciar la formación de un movimien-
to social nacional en sentido estricto. El mismo puede ser tomado como hilo
conductor para una lectura de la movilización social en el siglo XX peruano.
Tarrow sugiere tomar en cuenta lo que denomina como “ciclos” de moviliza-
ción o protesta. A la luz de esta sugerencia, propongo que en el Perú del siglo
XX podemos identificar un gran ciclo de movilización social nacional que se
inicia -tal como decíamos- durante el leguiísmo, y que llega a su fin durante
el inicio del régimen fujimorista en la década de 1990. Al interior de este gran
ciclo de movilización social nacional, podemos apreciar otras temporalidades
menores, las cuales, sin embargo, se ubican en el contexto de la vigencia de
las tendencias hacia la movilización social, sobre todo de las capas populares,
en pos de transformaciones sustantivas del conjunto del país. En cambio, a
partir de la década de 1990, apreciamos otro gran ciclo consistente en el des-
montaje de la movilización social nacional, en medio del cual nos hallamos
situados hasta la actualidad.
El régimen de Leguía otorgó el contexto propicio para el despliegue
de un efectivo movimiento social nacional, el cual se desata en las décadas
posteriores, en una historia de idas y vueltas que tiene diversos momentos de
auge y declive, así como distintas expresiones sociales y políticas. En cambio,
el régimen fujimorista de la década de 1990 significó más bien un contexto
político de sentido inverso, pues acarreó la completa desarticulación y des-
moronamiento de las tendencias y actores de la movilización social nacional.
El fujimorismo implicó además la imposición de un modelo de acumulación
y desarrollo que se ha prolongado desde entonces, por lo cual podríamos
señalar que, en términos de movilización social, la situación actual tiene su
punto de arranque en las postrimerías del siglo XX.
Al interior de este gran ciclo de movilización social nacional, podemos
observar algunas coyunturas precisas: las décadas de 1920 e inicios de los 30,
las décadas de 1960 y 1970, así como la de 1980. Se trata de tres “picos” en
los cuales los procesos de movilización social nacional ganan presencia y pro-
tagonismo, convirtiéndose en factores centrales de determinados desenlaces
sociales y políticos. Apreciamos entonces, a lo largo del corto siglo XX perua-
no, un gran ciclo de movilización nacional que aloja diversos procesos o sub-
ciclos, en los cuales resulta visible el protagonismo de los sectores populares.
202

Leguiísmo y movimiento social nacional


Entre 1919 y 1930, el oncenio leguísta puede ser visto claramente como
un momento que expresa la irrupción de distintos sectores sociales “interme-
dios” confrontados a la continuación del régimen aristocrático. Se trata de
sectores entre los cuales destacan los trabajadores asalariados en sus distintas
vertientes (por ejemplo la burocracia estatal en rápido crecimiento, el na-
ciente proletariado urbano, sectores de asalariados rurales, obreros mineros,
entre otros). Asimismo, otros sectores emergentes como fueron los estudian-
tes e intelectuales, o el sector popular urbano, que anteriormente, antes del
leguiísmo, venían protagonizando acciones de protesta importantes. Sectores
como estos fueron los que encontraron en el proyecto de la “Patria Nueva”
una plataforma para expresar sus propias necesidades y demandas, otorgando
así un respaldo inédito a un líder que se encumbró como adalid de la con-
frontación con el viejo civilismo de cuño aristocrático.
La modernización leguiísta, si bien implicó un dinamismo que cobijó la
expansión de nuevos sectores sociales, en realidad se sustentó -tal como había
ocurrido en las décadas previas- en el crecimiento de la agro-exportación.
Esto merced al desarrollo, en directa vinculación con el orden capitalista
mundial, de la producción para el mercado externo de productos primarios
tales como la caña de azúcar, algodón, lana de animales y minerales. A los
mismos habría que añadir la expansión de capitales monopolicos destinados
a la producción minera e industrial (Cerro de Pasco Copper Corporation
principalmente). El leguiísmo transmitió sin duda un fuerte impulso desa-
rrollista, que fue de la mano con la percepción de que se vivía una nueva
época a escala mundial. Esta inquietudse reflejó también en el surgimiento
de modernas ideologías políticas, tales como el comunismo y el aprismo, que
dejaron atrás al anarquismo y socialismo de las décadas anteriores.
Para ilustrar cómo en medio del leguiísmo se fue configurando un mo-
vimiento social nacional que anteriormente no había tenido posibilidad de
cuajar y desarrollarse, puede ser ilustrativo acercarnos a la experiencia del
movimiento obrero minero surgido por esos años en las minas del centro del
Perú. Se trataba de un sector de larga historia, pero que merced a la llegada de
la empresa norteamericana Cerro de Pasco Copper Corporation a inicios de
siglo, se transformó rápidamente durante las tres primeras décadas del siglo.
A pesar de ello, es solo tardíamente, hacia el final de la década de 1920,
que puede notarse el surgimiento de nuevas formas de protesta, movilización
y organización laboral en los campamentos mineros. Es decir, solo en las
postrimerías de esa década logra cuajar un movimiento obrero en sentido es-
tricto. Anteriormente, las luchas obreras no habían respondido a plataformas
de organización y discurso de rasgos sindicales, sino que correspondieron
203

a motines y levantamientos esporádicos y extremadamente localizados. El


malestar de los mineros, así como sus formas de percibir su explotación, des-
de inicios de siglo se asemejó más bien al grito espasmódico de los pobres
urbanos y rurales ante el alza del precio del pan, y no tanto a lo que podemos
denominar como un movimiento social que expresa a una clase obrera en
plena constitución.
El cambio ocurrió durante dos años especialmente significativos, entre
1928 y 1930, merced a la activación de una red sindical que cubrió los distin-
tos campamentos mineros de la empresa monopólica Cerro de Pasco Corpo-
ration. El epicentro o sitio neurálgico de este movimiento fue la localidad de
Morococha. Desde allí, un grupo extraordinario de obreros intelectuales logró
tomar contacto con el llamado “Grupo de Lima” dirigido por José Carlos
Mariátegui, a partir de la situación crítica generada por el hundimiento de la
laguna de Morocha, tragedia que dejó tras de sí a una cantidad nunca deter-
minada plenamente de muertos y heridos.
Aunque la inmensa mayoría de los trabajadores de las minas eran en-
tonces campesinos indígenas obligados por sus circunstancias a laborar en
los socavones y, en ese sentido, mantenían básicamente una conciencia étnica
campesina, un pequeño sector tomó las riendas de la formación de un fla-
mante movimiento sindical. Esto ocurrió en relación al endurecimiento de
las condiciones laborales, el acercamiento con novedosas ideas políticas como
el socialismo, así como la acentuación de la represión empresarial y guberna-
mental. Esto en relación al hundimiento de la laguna de Morococha debido
a los malos trabajos de ingeniería de la empresa transnacional.
Un accidente fortuito como el hundimiento de la laguna no hubiese
despertado automáticamente lo que ocurrió en Morococha: la demanda de
mejores condiciones laborales, la paulatina conciencia de la especificidad de
su condición como trabajadores mineros, la activación de una red asociativa
entre los distintos campamentos, el encuentro con las nuevas ideologías polí-
ticas y, finalmente, la convocatoria a la creación de la primera central sindical
minera del centro del país en 1930. La misma acabó trágicamente con la
masacre de Malpaso y, así, el primer momento de movilización social nacio-
nal protagonizado por los obreros de las minas, terminó ahogado a sangre y
fuego.1 Entre los trabajadores mineros podemos apreciar, entonces, cómo se
vinculan factores contextuales, así como elementos propios o específicos de

1 Resulta revelador de ello el triste destino de sus principales dirigentes, como Gamaniel
Blanco, quien luego de encabezar la protesta sindical minera y llegar a participar activa-
mente en la creación de la CGTP, fue apresado y confinado a la isla penal de El Frontón,
falleciendo debido a las duras condiciones de encierro.
204

un grupo social (los obreros de las minas), que de forma generan nuevas de
protesta y movilización, completamente distintas a las del pasado inmedia-
to. Tanto en las minas como en las fábricas limeñas, el nuevo sindicalismo
obrero en formación, se desarrolla además junto a un peculiar cultura obrera.
Un movimiento social nacional, entonces, no llega a ser tal solamente en re-
lación a sus alcances inmediatos, sino sobre todo por su proyección, discurso
y perspectivas. Y no hay duda que el florecimiento del primer momento de
agitación sindical en las minas del centro, ahogado a sangre y fuego por la
represión desatada justo en el momento de creación de la primera Federación
Obrera del Centro, consistía en una protesta que iba mucho más allá de
demandas y expectativas estrictamente locales. Un sector de los obreros mi-
neros -aquellos vinculados a la naciente sindicalización- fueron desarrollando
así una conciencia de su movilización que asumía plenamente situaciones
como la crisis capitalista, desatada en ese momento a escala mundial, o si-
tuaciones locales como la imposición de régimen de mano dura de Sanchez
Cerro, en medio de la coyuntura revolucionaria que ocurrió entre las décadas
de 1920 y 1930.
La historia puntual de la formación de un movimiento de alcance na-
cional en las minas del centro, nos permite apreciar los alcances de dicha
coyuntura. Se trata de un momento en el cual va cuajando un movimiento
social de proyección nacional, el cual se expresó en nuevas ideologías y plata-
formas políticas, tales como el comunismo y el aprismo. El punto de mayor
ascenso, o más bien de desborde de ese movimiento social nacional configu-
rado en las primeras décadas del siglo, ocurrió en la coyuntura de extremo
enfrentamiento social desatado inmediatamente después del derrumbe del
leguiísmo. Si bien el movimiento social en ciernes resultó derrotado -como
de hecho vimos en las minas del Centro, o en otros escenarios como las
fábricas limeñas y las plantaciones cañeras-, el resultado del mismo fue la
conformación de una plataforma política de alcance nacional como fue el
APRA, la cual rápidamente dejó en segundo plano a comunistas y socialistas
como alternativas de representación política popular. El impasse producido
por la represión y derrota de la movilización social nacional a inicios de la
década del 30, se dejó notar por casi todo el resto del siglo, en la forma de un
insalvable enfrentamiento entre el aprismo y el ejército. El APRA se convir-
tió, de esa forma, en el principal actor político de buena parte del siglo XX.
En cuanto a los militares, podemos apreciar justamente la transforma-
ción de las condiciones de su intervención en el juego político. Es lo que dife-
rencia a un golpe como el de Benavides (1914), frente a los de Sánchez Cerro
(1930) y Odría (1948). En estos dos últimos casos, se trató de golpes militares
restauradores o conservadores, en oposición a la amplia movilización de sec-
tores populares y la influencia clandestina pero sumamente eficaz del APRA.
205

Durante las décadas de los 40s, 50s y 60s, se acentuaron las profun-
das transformaciones sociales que configuran por esos años una sociedad
completamente diferente a la que existió en las décadas anteriores. Intensos
procesos de cambio social, tales como las migraciones, el boom educativo, la
formación de inmensos asentamientos populares en los cordones de pobreza
de las ciudades, el desarrollo de los medios de comunicación masiva (radio
y televisión), así como el incremento de la red de carreteras y caminos, van
de la mano con el ascenso de una nueva generación política e intelectual. Se
va afirmando, asimismo, una noción más amplia de pertenencia al país. Se
desató así un importante proceso de movilización social, imparable desde
entonces y que podemos registrar aún en nuestros días: el afán de progreso
e igualdad social, en gran medida contra la permanencia de un régimen oli-
gárquico con aires de pasado y evidente desencuentro con un país cada vez
más popular, cholificado, de rostro popular, en pleno proceso de desembalse
o desborde ante el orden oficial hegemónico.

Las décadas de 1960 y 1970


Si hay un momento en el siglo XX durante el cual podemos apreciar
la mayor presencia de una nacionalización empujada en gran medida desde
abajo, este corresponde a las décadas de 1960 y 1970. En dicha coyuntura, se
rompen completamente los diques sociales y políticos heredados de la situa-
ción anterior, y se va configurando una nueva correlación de fuerzas sociales
y políticas en el país. De forma imparable, sea por la vía de una movilización
subterránea pero de rasgos estructurales (grandes migraciones, urbanización
acelerada, expansión escolar, carreteras y medios masivos de comunicación,
etc.), o en la forma de procesos de movilización social y política explícita-
mente contestatarios (ciclo de tomas campesinas de tierras, sindicalización
urbana, surgimiento de nuevas agrupaciones de izquierda) va ganando terre-
no una nacionalización o peruanización antioligárquica de claro sentido po-
pular. Políticamente, este proceso implicó la erosión de la hegemonía aprista,
es decir de la predominancia del APRA entre las masas populares, como pla-
taforma política de representación y movilización. Parte importante de esta
historia fue el ascenso de la llamada nueva izquierda y las guerrillas. También
la transformación del ejército que, mediante el velasquismo, presionado por
los de abajo en plena movilización, mostró que había dejado de ser el simple
garante de los privilegios de la vieja élite oligárquica dominante.
Un movimiento social especialmente significativo de ese período, sobre
el cual se ha escrito bastante pero en mi opinión de manera sesgada, es el que
corresponde al ciclo de tomas campesinas de tierras. Se trata de un movi-
miento en el cual podemos notar varias oleadas -temporales y territoriales- de
movilización y lucha social. En un primer momento, en las postrimerías de
206

la década de 1950, es en Pasco y algunas zonas de Cuzco que se desatan las


primeras movilizaciones, protagonizadas por un sector de campesinos “cho-
lificados”. Este sector en ascenso encabeza las tomas de tierras efectuadas
por parte de las comunidades, grupos de campesinos siervos o trabajadores
indígenas de las haciendas. En un segundo momento, el movimiento se ex-
pande a regiones del centro como Junín, y cubre no solo los valles tropicales
del Cuzco sino incluso las zonas altas con predominancia de haciendas tra-
dicionales (esas con siervos indígenas vestidos literalmente de harapos, con
hacendados y capataces de “horca y cuchillo”).
La novedad de esta movilización impresionante, no fue solo su amplio
espectro social (incluyó campesinos de comunidades “libres”, siervos de ha-
ciendas, trabajadores asalariados, colonos, etc., en buena parte del centro y
sur del país). Fue además una movilización sustentada en el reclamo de re-
cuperación de tierras, mediante formas novedosas de discurso y politización,
plataformas asociativas y redes de colaboración política, así como la demanda
de ocupación de un espacio político público que comenzó a ser visto como
propio, y sentido como auténticamente “nacional”. La plazas públicas lo-
cales se convirtieron en megáfono de esta movilización de amplio alcance
nacional, la cual dispersó como reguero de pólvora una nueva concepción de
nación, tal como se aprecia en lugares como Cuzco, y en la actuación de un
amplio liderazgo campesino-indígena que se configuró por entonces, pero
que ha quedado registrado apenas en la memoria de los propios actores lo-
cales. Una muestra representativa de ello es el liderazgo campesino-indígena
surgido en regiones como Cuzco, con líderes como el legendario Saturnino
Huilca, entre muchos otros. Podríamos recordar a personajes similares en
otras regiones. Cabe resaltar, asimismo, que se trató de un proceso de movi-
lización fuertemente ligado a la formación de una cultura nacional de rasgos
propios, expresada en múltiples expresiones culturales, artísticas y literarias,
pero sobre todo en un sentido común de raigambre popular acerca de la na-
ción peruana. Baste recordar que entre las décadas de 1960 y 1970, surgen
diversas variedades de música y canto regional, que se proyectan hacia todo
el país.2
Un asunto que vale la pena examinar con mayor cuidado, a la luz de una
comprensión más amplia de las dinámicas culturales y sociales que sustentan
la movilización política, tiene que ver con la presencia de una plataforma

2. Pienso en el arte de cantantes y músicos como Pastorita Huaracina, Picaflor de los Andes,
Indio Mayta, la guitarra de Raúl García Zárate, el surgimiento de la “cumbia andina” en la
selva y la costa, e incluso en el renacer de la música criolla con un nuevo sentido nacional
(el zambo Cavero, los Morochucos, los Embajadores Criollos, entre muchos otros). Estos
y muchos otros artistas, desde entonces, pasaron a representar una emergente cultura na-
cional de rostro popular.
207

organizativa étnica -es decir, comunitaria e indígena- concatenada con la


formación de un liderazgo “cholo” altamente politizado. Ocurre que la ma-
raña de la representación política, no se redujo simplemente al protagonismo
de líderes innatos como Hugo Blanco u otros, sino que incluyó a muchos
anónimos dirigentes locales y regionales, los cuales vehiculizaron la amplia
movilización comunitaria. La desconsideración analítica de cultura y etnici-
dad por parte de nuestras ciencias sociales, que hasta ahora no han podido
considerar estos factores como ingredientes activos de la acción colectiva, ha
dejado en la sombra el conocimiento de las nociones y expectativas que se en-
cuentran en la base de los procesos de movilización. En vez de fijar la mirada
en la supuesta tradicionalidad de los actores, cabe destacar la importancia de
la plataforma étnica comunitaria que incluye la novedosa dirigencia política
“chola”. Fue un engranaje clave para los partidos y organizaciones de izquier-
da que por entonces ganaron protagonismo.

Violencia, fujimorismo y colapso del movimiento social nacional


La década de 1980 muestra el desenlace trágico del inmenso proceso de
movilización social nacional que tuvo en las tomas de tierras a las cuales nos
hemos referido uno de sus más activos escenarios. Pero un análisis más ex-
haustivo debería re-examinar experiencias como la explosiva sindicalización
urbana en los cordones industriales conformados entonces en las grandes
ciudades como Lima, así como la movilización magisterial y en general edu-
cativa, a través de la constitución de una red de cooperación política que cla-
ramente se montó sobre la base de décadas de anhelos educativos acumulados
a lo largo y ancho del país. Asimismo, cabe considerar la intensa movilización
política popular relacionada a derechos de hábitat urbano (servicios básicos
como agua, luz, pistas y veredas, junto a derechos laborales y reclamos por la
carestía de productos de pan llevar).
Otra problemática clave a reconsiderar corresponde a la vinculación en-
tre la plataforma de organización política y sindical vinculada a los diferentes
partidos de izquierda, y los grupos sociales en movilización. Es necesario
efectuar al respecto, análisis capaces de ir más allá de la retórica extrema-
damente politizada de los militantes izquierdistas, a fin de sacar a flote las
lógicas culturales populares y campesinas, que actúan como resortes de la
movilización al interior de las propias masas. Esto resulta clave a fin de avan-
zar hacia una mejor comprensión de las consecuencias que acarreó la historia
posterior de apertura política y transición democrática de fines de los 70s
e inicios de los 80s. En dicha coyuntura, al ocurrir la ruptura de la Alian-
za Revolucionaria de Izquierda (ARI), la izquierda fue incapaz de articular
una plataforma político-electoral común. Su fragmentación la condujo así
al despeñadero político, aunque en 1983 por primera vez es elegido en Lima
208

un alcalde izquierdista, Alfonso Barrantes, quien logró representar -con su


especial carisma provinciano- a solo una fracción de la izquierda política
nacional, como fue evidente en las elecciones de 1985. La división formal de
la Izquierda Unida a fines de esa década, podría releerse así como la tardía
consecuencia de un impase de trágicas consecuencias entre movilización so-
cial y representación política de izquierda.
Por entonces, el PCP Sendero Luminoso, que hasta la década de 1970
había sido una pequeña organización maoísta afincada en Ayacucho, comen-
zó a escribir el capítulo de mayor violencia y destrucción de la historia perua-
na. De modo que la década de los 80s, signada por la violencia armada entre
las huestes de Sendero Luminoso y el Estado, aparece como el desenlace de
una historia de movilización social, desencuentros y frustraciones de repre-
sentación política cuyos antecedentes se hunden décadas atrás, pero que aún
no conocemos suficientemente, a pesar de la monumental labor de la Comi-
sión de la Verdad y Reconciliación (CVR, 2003).
Junto al horror desatado desde los 80s, todavía como corolario del des-
encuentro profundo entre movilización social y participación política de las
décadas previas, a partir de 1990 se impuso en el país -merced a un régimen
dictatorial mafioso que se entronizó una década en el poder- una profunda
transformación del sentido histórico predominante en el país. Décadas de
horizonte desarrollista hacia adentro, vinculado al protagonismo del Estado,
fueron dejadas atrás y reemplazadas manu militari por un nuevo modelo de
acumulación y desarrollo neoliberal ortodoxo. Ello requirió la imposición de
un golpe de Estado ocurrido el 5 de abril de 1992, así como la implemen-
tación de sucesivas oleadas o paquetes de reformas, dirigidas a la completa
modificación económica, laboral e institucional del país. Pero además, un
aspecto que muestra la gravedad de la neoliberalización extrema que sufrió
la sociedad peruana luego de décadas de violencia política, crisis económica
y autoritarismo estatal, es el profundo desmontaje y desarticulación de la
movilización social. Desde los 90s, el país sufrió un dramático proceso de
desmovilización social y política. Es decir, tuvo lugar un proceso de signo
contrario al de las décadas anteriores.
A inicios del presente siglo, a pesar de que el derrumbe del fujimorismo
estuvo acompañado por un importante rechazo expresado en protestas y mo-
vilizaciones, se trató de un movimiento social en gran medida fragmentario,
que no tenía las fuerzas para arrinconar de manera efectiva al régimen. El
colapso político del régimen ocurrió más bien debido al destape público de su
carácter mafioso y de su sustento en la corrupción política. Posteriormente al
colapso del fujimorismo, la reconstrucción del sistema político ocurrida me-
diante la última transición democrática, ha dado lugar a uno de los períodos
más largos de vigencia electoral en el país, pero el modelo de acumulación y
209

desarrollo neoliberal impuesto desde la década de 1990 ha permanecido al


pie de la letra, como resultado de un consenso de sentido común neoliberal
ampliamente extendido en el país. Junto a ello, permanece la debilidad de la
representación política realmente existente, con un sistema de partidos colap-
sado, sin formas de agregación o articulación política de intereses sociales, en
un contexto en que prima la informalización de la política.
La profunda crisis de representación política que afecta a la sociedad
peruana desde fines del siglo XX, ha dejado atrás a ideologías y partidos, en
el sentido estricto del término. Predominan ahora intereses privados, articu-
lados por redes de poder de distinta escala -desde lo local hasta lo nacional,
no necesariamente interrelacionadas entre sí- en competencia por los bene-
ficios y privilegios que asegura el poder político derivado de las elecciones.
Contrariamente a la idea de un “movimiento social nacional”, lo que aprecia-
mos es la prolongación de la desarticulación de intereses, la imposibilidad de
representación política de los sectores populares, así como la inexistencia de
tejidos sociales organizativos, desarticulados en las décadas previas. La lucha
social en el país parece devuelta al plano de lo local, reducida sobre todo a
la capacidad de respuesta de poblaciones básicamente rurales, campesinas e
indígenas en gran medida, ante el incremento de la presión extractivista, que
amenaza sus recursos colectivos imprescindibles para sobrevivir o, en todo
caso, resulta incapaz de colmar sus expectativas de ascenso social.
En este contexto, es importante insistir en la necesidad de que los histo-
riadores puedan ser capaces de incorporar el presente inmediato en sus aná-
lisis e interpretaciones, a fin de entender con mayor profundidad los alcances
y límites del movimiento social nacional que acompañó el transcurso del
siglo XX peruano. Se trata de un proceso de movilización que influyó fuer-
temente en la sociedad peruana, pero que con el fin del siglo llegó también a
sus límites y colapsó. Esto en medio del episodio de violencia más dramático
de la historia peruana, y de la imposición autoritaria del modelo neoliberal
ortodoxo de acumulación y desarrollo que sigue vigente hasta nuestros días.
Protestas sociales y renacimiento
de una izquierda social plural
en el Perú*

Una evaluación de la situación de las protestas so-


ciales en el Perú de inicios del siglo XXI, requiere algu-
nas consideraciones previas acerca del contexto político
más amplio del país. Estas consideraciones permitirán
sostener la tesis de que en el Perú actual no existen movi-
mientos sociales organizados, sino determinadas formas
de protesta y movilización, que responden a los cambios
que desmovilizaron a los sectores populares del país en
las últimas tres décadas. El Perú muestra, sin embargo, el
resurgimiento de un campo político popular compuesto
por distintos sectores populares en reconstitución, y que
han generado el ciclo actual de protestas y movilizaciones
cada vez más expandidas. Tendencialmente, de esta si-
tuación podrían emerger movimientos sociales populares
capaces de transformar la hegemonía neoliberal actual-
mente imperante en el país.

Apogeo y crisis de los movimientos populares y la


izquierda
Durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, el Perú
fue uno de los países de América Latina con el mayor
grado de politización y conflicto social. No solo fue es-
cenario de la formación de una izquierda sumamente
organizada, educada políticamente y bastante amplia en

* Publicado como: “Pérou: reinaissance d’une gauche sociale plurie-


lle?”, en: Francois Polet (coord.), État des résistances dans le Sud -
2008. Points de vue du Sud. Alternatives Sud, Volume 14, 2007 / 4.
París, Centre Tricontinental - Éditions Sillepse, 2008, pp. 59-63.
211

términos sociales y territoriales, la cual en su mejor momento electoral llegó


a tener el 30% del respaldo de la población. El país también vivió el prota-
gonismo de poderosos movimientos sociales, que transformaron la sociedad
tradicional en esas décadas bullentes de cambio social. Los movimientos
campesinos fueron la punta de lanza de la transformación de la sociedad
agraria tradicional y la desaparición del orden terrateniente. En las ciudades
se conformaron también otros movimientos, tales como el sindical obrero, el
movimiento popular urbano y el de otros sectores de los trabajadores, entre
ellos los empleados públicos. El movimiento obrero se conformó sobre la base
de la expansión de la actividad industrial y la continuidad de las actividades
de explotación minera, dando origen a un amplio conglomerado de orga-
nizaciones que protagonizaron diversas acciones colectivas de protesta. El
movimiento popular urbano, se conformó como resultado de la intensa urba-
nización, que amplió el ámbito de las ciudades generando anillos populares
urbanos sumidos en la pobreza, pero en los cuales los pobladores supieron
construir alternativas colectivas y convertirse en un importante actor políti-
co. Otros sectores de los trabajadores, tales como los empleados estatales, y
sobre todo los maestros, conformaron también un amplio movimiento orga-
nizado sindicalmente, que desarrolló distintas luchas en pos del logro de sus
reivindicaciones. Hacia fines de la década de 1970, los movimientos sociales
mostraron un nivel de maduración que se reflejó en las protestas que arrin-
conaron a la dictadura militar de Francisco Morales Bermúdez, obligando
a los militares a convocar a una Asamblea Constituyente para el retorno al
régimen democrático.
Esta situación fue transformada completamente en el tránsito hacia
el orden neoliberal, que se efectiviza durante las décadas de 1980 y 1990.
Tránsito de rasgos trágicos en el caso peruano, pues incluyó el desarrollo
de un cruento conflicto armado interno que dejó aproximadamente 70,000
víctimas fatales. La concatenación entre los efectos de la violencia política,
la aguda crisis económica y el estilo autoritario de modernización neoliberal
impuesto durante el régimen de Alberto Fujimori (de 1990 al 2000), desar-
ticuló por completo a los movimientos sociales del período previo. Además,
transformó completamente las condiciones de representación política de los
intereses populares. A consecuencia de ello, prácticamente desapareció la iz-
quierda política, en tanto que se afianzó el orden neoliberal heredado del
tiempo de la dictadura fujimorista. Este orden ha sido continuado al pie de la
letra, en los términos neoliberales más ortodoxos, por los tres gobiernos de-
mocráticos posteriores: el de transición de Valentín Paniagua, el de Alejandro
Toledo y el de Alan García.
212

De la desmovilización al momento actual de resurgimiento de las


protestas sociales
La trágica desmovilización del campo popular en el Perú, de su iz-
quierda política y de sus movimientos sociales, resultó funcional al éxito del
neoliberalismo autoritario. La neoliberalización drástica implementada en el
país, al mismo tiempo, transformó la contextura del conjunto de la sociedad,
convirtiéndose en un modelo incontestado, y exitoso en sus propios térmi-
nos, de gestión económica y política del país. Los altos niveles de crecimiento
-alrededor de 6 a 7 por ciento anual desde la década pasada-, estabilización
macroeconómica y modernización neoliberal del Estado, tuvieron su contra-
parte en la debacle del sistema de partidos. Esto ocurrió debido a la crisis de
legitimidad del sistema político, y la desaparición de canales efectivos -sean
partidos o movimientos sociales- de representación política de los sectores
populares. Situación aún más compleja si se considera que, de acuerdo a las
propias estadísticas oficiales, el éxito macroeconómico neoliberal no se ha
visto reflejado en una sustancial reducción de la pobreza extrema y las con-
diciones de vida populares. Esto no quiere decir que nada ocurra. La pobreza
se ha reducido, sin duda, pero al mismo tiempo se ha incrementado el nivel
de desigualdad social.
La situación de inmovilidad social que acompañó la imposición neoli-
beral, comenzó a dar muestras de cambio con el retorno al régimen demo-
crático a inicios de la década del 2000. Desde entonces, han ido creciendo
las protestas y movilizaciones sociales, al tiempo que adoptan un perfil cla-
ramente antineoliberal, inexistente en el período político previo. Los más
importantes escenarios de protesta social, actualmente, son los siguientes:
a) Movilización de las comunidades campesinas e indígenas en dis-
tintas zonas del país, en rechazo a las empresas mineras y sus pre-
tensiones de expandir sus actividades a los territorios comunales.
La organización que articula a las comunidades es la Coordinadora
Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería (CONACA-
MI), la cual agrupa a más de un millar de comunidades, movi-
lizadas por la defensa de sus territorios y recursos naturales. Sin
embargo, en los últimos años la CONACAMI ha sido desbordada
por las protestas de comunidades locales, lo cual revela la carencia
de formación de una capa de dirigentes sociales y políticos capaz
de articular nacionalmente las demandas opuestas a la expansión
minera.1

1. Posteriormente la CONACAMI tuvo severos conflictos internos y acabó dividiéndose y


perdiendo todo el protagonismo que había ganado.
213

b) Protestas de la población en ámbitos locales urbanos y rurales, en


contra de las gestiones de sus autoridades electas (alcaldes y regido-
res), los cuales son acusados generalmente de corrupción, nepotis-
mo e ineficiencia administrativa. Muchas veces, estas protestas se
vinculan a otras reivindicaciones locales. Sobre todo, se registra la
mayor cantidad de estas protestas en los departamentos más pobres
y predominantemente indígenas, entre los cuales destaca el caso
de Puno. Se trata de una de las regiones más pobres e indígenas
del Perú, pero en la cual se ha desarrollado en las últimas décadas
un acelerado proceso de modernización, que ha incubado a nuevos
sectores dominantes locales, los que muchas veces abrazan reivindi-
caciones de tintes étnicos.
c) Movilizaciones regionales y en las grandes ciudades urbanas, por
demandas tales como la defensa de recursos naturales, rechazo a
la privatización de servicios públicos y defensa de los derechos la-
borales. Desde la revuelta de Arequipa el 2002, en rechazo de la
privatización de la empresa local de agua, han ocurrido este tipo
de movilizaciones en ciudades tales como Ayacucho, Cajamarca,
Ancash, Huancayo, Pucallpa, Puno, Apurímac, Abancay, etc. El
protagonismo en estas protestas recae muchas veces en flamantes
organizaciones regionales (los denominados Frentes Regionales o
Frentes de Defensa), en tanto que las capas movilizadas son los sec-
tores populares urbanos. Puede apreciarse, asimismo, que se trata
de un sector social en el cual los jóvenes son los más activos.
d) Protestas de los campesinos de distintas regiones, con demandas
de tipo campesino-clasista, pero que recurren a formas de protesta,
movilización y plataformas organizativas de tipo étnico (bloqueos
comunitarios, organización por turnos y distribución de territorios,
etc). Entre los escenarios más dinámicos de este tipo de protestas se
encuentran regiones como Apurímac y Junín, donde los campesi-
nos se han movilizado en defensa de precios justos para sus produc-
tos agropecuarios.
e) Otros sectores específicos, tales como los campesinos cocaleros de
las doce cuencas cocaleras existentes en el Perú, los maestros sindi-
calizados en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación
Peruana (SUTEP), otros gremios de trabajadores del sector público
(médicos, enfermeras, empleados, etc) y nuevas capas de trabaja-
dores asalariados urbanos, constituyen sectores que muestran un
despertar de su potencial de organización y movilización.
214

Como resultado de estas renovadas formas de acción colectiva de pro-


testa, en el Perú se observa una escalada de protestas sociales, que en distintos
momentos han puesto en situación difícil los gobiernos de turno.
Cabe anotar, sin embargo, que se trata de protestas, movilizaciones y
plataformas organizativas que difícilmente pueden ser descritas como un
movimiento social plenamente constituido. Persiste aún la desarticulación de
las capas populares en el país, por lo cual lo que se aprecia son diversos niveles
de protesta social pero que difícilmente congregan una audiencia capaz de
conformar movimientos sociales en cuanto tales (es decir, formas de conflic-
to social con estructuras organizativas y liderazgos propios, un discurso de
confrontación y una base social movilizada, capaces de poner en cuestión los
patrones vigentes de poder).

Conclusión
En síntesis, se aprecia una cierta recomposición de tejidos sociales y
organizativos, así como de formas colectivas de protesta, pero que aún no
alcanzan un grado de articulación, liderazgo y solidez organizativa caracte-
rístico de los movimientos sociales. Resulta posible vislumbrar, sin embargo,
que esta tendencia al incremento de las protestas irá en incremento en los
próximos años, generando cada vez mayores niveles de politización. En ese
sentido, lo que se aprecia en el Perú es la manifestación, creciente y cada vez
más politizada, del descontento generado por el propio éxito del modelo neo-
liberal, el cual se muestra a sí mismo como sumamente exitoso, pero resulta
incapaz de superar los problemas endémicos de pobreza, exclusión y expec-
tativas de ascenso social insatisfechas. Si bien el orden neoliberal ha activado
nuevas formas de movilidad social, reproduce todo el tiempo desigualdades
que se hallan en la base de las nuevas protestas y conflictos.
Una década después de Ilave:
tragedia y lecciones profundas*

El 26 de abril de 2004, la localidad de Ilave, capi-


tal de la provincia de El Collao, en Puno, fue escenario
de una tragedia que sacudió al país dejándonos lecciones
profundas. Ese día, el alcalde Cirilo Robles Callomama-
ni en un último y desesperado intento por evitar la decla-
ratoria de vacancia de su cargo, intentó realizar una se-
sión de concejo municipal junto a un grupo de regidores
aliados. El rumor de la presencia del cuestionado alcalde
corrió como reguero de pólvora por las calles de Ilave. 
Hacía cuatro semanas que la ciudad se hallaba to-
mada por las comunidades rurales. Los campesinos man-
tenían clausurado el municipio, en espera de solución a
sus reclamos. La demanda inicial -que el alcalde rinda
cuentas sobre su gestión- se había convertido al calor de
los acontecimientos de esas semanas, en la exigencia de
su renuncia. Además de los campesinos movilizados, di-
versos grupos de interés político y económico en la zona,
así como caudillos locales, entre ellos varios enemigos po-
líticos del alcalde, se hallaban empeñados en evitar que
Cirilo Robles regrese a ocupar el sillón municipal.

Muerte, conmoción y prejuicios


Ilave era un polvorín y la noticia de la presencia del
burgomaestre fue tomada como una afrenta. Lo que si-
guió después fue el horror. Una turba de manifestantes

* Publicado en el blog: lamula.pe. Lima, 28 de abril de 2014. Dis-


ponible en: http://social.lamula.pe/2014/04/28/ilave-una-deca-
da-despues/cienciassociales/
216

se dirigió al domicilio en el cual se encontraban reunidos el alcalde y sus


regidores. Se produjo entonces un enfrentamiento. El burgomaestre y regi-
dores fueron capturados, golpeados y arrastrados inmisericordemente por las
calles. En plena plaza de armas, el alcalde desfalleciente continúo sufriendo
golpes y maltratos, siendo obligado a pedir perdón ante la multitud. Su ca-
dáver, finalmente, fue arrojado en las afueras de la ciudad, junto al llamado
“puente viejo” que había ofrecido reconstruir durante su campaña electoral.
La noticia de lo ocurrido de Ilave causó honda conmoción en el país.
Ese mismo día, imágenes de los hechos fueron propaladas ampliamente, tan-
to en medios nacionales como internacionales. La tragedia suscitó diversas
reacciones, haciéndose evidente el trasfondo de desconocimiento y prejuicios
de muchos medios y analistas, quienes se refirieron a los ilaveños como “sal-
vajes” e “incivilizados”, asociando ello a su condición de indígenas y ayma-
ras. Esta lectura, así como el temor ante un posible levantamiento indígena
o étnico entre los aymaras puneños, contribuyeron a expandir una imagen
exótica, distante y completamente falaz sobre los hechos.

Desembalse de descontento
Aspectos como la delicada arquitectura de poder local, el derrumbe de
la legitimidad política del alcalde, así como las dificultades que bloquearon
su gestión, durante algunos meses de tensión entre grupos de poder enfren-
tados por el control del municipio, pueden ser mencionados como elementos
del trasfondo de los hechos. Otro factor clave y definitorio fue la protesta de
las comunidades rurales. 
El desembalse de descontento rural ocurrió inmediatamente después de
una frustrada rendición de cuentas, que acabó en un enfrentamiento entre
partidarios y opositores del alcalde, cuatro semanas antes de los hechos del 26
de abril. Entonces las comunidades se movilizaron hacia la ciudad: tomaron
la plaza de armas, manteniendo cerradas las puertas del municipio, en espera
de una solución. Uno de los objetivos de esta medida fue que no se pierdan
los documentos de la gestión municipal, pues se pensaba que contenían las
pruebas de la supuesta corrupción y malos manejos del alcalde.
A fin de vigilar que la municipalidad se mantenga clausurada, y en es-
pera de atención a sus reclamos, los comuneros dividieron la plaza en sectores
y organizaron turnos, según las zonas de procedencia de las comunidades,
a fin de mantener su presencia en la ciudad durante las 24 horas del día.
Tanto el viejo local municipal, como uno nuevo construido recientemente
-un flamante edificio de varios pisos cubierto enteramente de lunas pola-
rizadas- fueron celosamente “cuidados”, a través de este sistema de turnos
217

rotativos. Por eso, ningún vidrio del nuevo local municipal fue roto durante
cuatro semanas de movilización e incremento del clima de tensión en el lu-
gar. El conflicto pudo resolverse entonces, pero lamentablemente los intentos
de llegar a una solución fracasaron, entre otras razones debido a la inercia de
diversas autoridades, la negativa del alcalde a verse vencido por sus oposito-
res, y las carencias del diseño normativo e institucional referido referida a los
gobiernos locales.

Protagonismo de la soberanía étnica rural


Entretanto, la situación iba agravándose velozmente. La hegemonía ur-
bana del poder local fue completamente trastocada. Las comunidades, repre-
sentadas por sus autoridades tradicionales, sobre todo tenientes gobernadores
y presidentes de comunidad, impusieron su soberanía en la ciudad, despla-
zando así al orden formalmente establecido.
En otros trabajos1 he sostenido que este reemplazo de la soberanía local,
ocurrido en plena efervescencia de la crisis, se vincula a la legitimidad de las
autoridades étnicas tradicionales, sobre todo de los tenientes gobernadores.
Ocurre que en el mundo aymara, los tenientes gobernadores representan una
forma de autoridad étnica ampliamente legitimada e incluso ritualizada. Esto
es resultado de una compleja transformación histórica de los jilacatas ayma-
ras en los actuales tenientes gobernadores, ocurrida sobre todo a lo largo del
siglo XX, y se refleja en la permanencia de una estructura de poder local que
alberga distintas soberanías.
Así, la tragedia de Ilave nos mostró una vez más que la realidad polí-
tica y sociocultural vigente en amplias zonas del país, no se limita al fun-
cionamiento del Estado y la competencia formal por el poder. Persiste un
profundo conflicto entre la institucionalidad oficial y la compleja textura
étnico-cultural de la sociedad local. A veces, este conflicto se hace patente,
como ocurrió con los acontecimientos que rodearon al trágico fin del alcalde
de Ilave.

Los meses posteriores


Después del 26 de abril, la provincia de El Collao careció de gobierno
municipal durante seis meses, hasta que se realizaron nuevas elecciones. La
protesta de las comunidades derivó entonces hacia nuevas demandas, sobre
todo de desarrollo local. La exigencia de asfaltado de la carretera Ilave-Mazo-
cruz, se convirtió entonces en el eje de las demandas, incluyendo la ejecución

1. Véase especialmente: Pajuelo (2009).


218

de diversas obras públicas, mejora de los servicios básicos y promoción de la


producción agropecuaria. La vida política local giró durante esos meses en
torno a la soberanía de las comunidades aymaras, representadas por sus auto-
ridades tradicionales. Ocurrieron asimismo diversos enfrentamientos entre la
población y las fuerzas del orden, así como negociaciones entre representan-
tes locales y comisiones estatales, que se reflejaron en algunos compromisos.
Con la elección de un nuevo burgomaestre y la reapertura del municipio, la
normalidad fue recuperándose paulatinamente en la zona, en tanto que los
problemas de fondo resultaron nuevamente postergados.
Durante los años siguientes, la gravedad de los hechos ocurridos en Ila-
ve se dejó notar en otros acontecimientos. La reapertura de la municipalidad
fue el ingrediente principal de la situación de aparente normalidad dejada por
el conflicto. Paralelamente al restablecimiento del gobierno local, las comu-
nidades rurales mantuvieron su presencia expectante, reflejada en el control
y supervisión permanente de la gestión municipal. Un suceso ocurrido el año
2008 grafica claramente esta situación. El alcalde Fortunato Calli fue citado
por los 300 tenientes gobernadores de las tres zonas territoriales de la pro-
vincia, siendo obligado a arrodillarse y pedir perdón por incumplir diversas
promesas electorales.
Tanto en El Collao como en otras provincias aymaras, después de los
sucesos de Ilave ganó cierta notoriedad el discurso reivindicativo de la “na-
ción aymara”. El asunto saltó pronto a la arena política, llegando a confor-
marse instancias como la Unión de Municipalidades Aymaras (UMA), así
como diversos movimientos políticos que parecían encarnar el fantasma de
un discurso radical de reivindicación étnica. Sin embargo, existe aún una
enorme distancia entre el orgullo étnico prevaleciente en las comunidades
rurales, así como entre muchos aymaras urbanos, y el uso de una retórica
etnicista que no logra traspasar los límites de la política electoral.

Problemas de fondo y nuevos conflictos


Los problemas de fondo, entre ellos el funcionamiento de un Estado
y un orden político oficial que no consideran la compleja textura étnico-
cultural de la sociedad local, han seguido evidenciándose, sobre todo a través
de sucesivos conflictos sociales. Entre ellos, cabe mencionar la lucha de las
comunidades ribereñas del lago Titicaca en torno al control de los recursos
hídricos, la resistencia de diversas comunidades ante la arremetida de empre-
sas extractivas, así como el estallido del denominado “aymarazo” ocurrido
en mayo de 2011.
219

Si la tragedia de Ilave fue el desenlace de una aguda crisis de legimiti-


dad política local, el “aymarazo” fue más bien una reacción regional ante el
incremento del asedio extractivista sobre los recursos comunales, junto a la
ausencia de alternativas efectivas de desarrollo. Sobre todo en un escenario
en el cual campean la informalidad, el deterioro social, el narcotráfico, la
débil gobernabilidad y la pérdida de todo límite en el afán de sobrevivir u
obtener recursos económicos. En un contexto de grave pérdida de cohesión
social, el caldo de cultivo para el estallido de nuevos “ilaves” o “aymarazos”
está ciertamente abonado.
Un aspecto más amplio que se vincula a todo este escenario, es la au-
sencia de políticas públicas democráticas dirigidas a los pueblos y comuni-
dades indígenas del país. El capítulo más reciente de este drama, ha sido la
promulgación de la Ley de Consulta. Luego de utilizar dicha medida como
ejemplo de cumplimiento de sus promesas electorales, el régimen de Ollanta
Humala viene haciendo todo lo posible para convertir dicho mecanismo en
un perfecto maquillaje de la continuidad de la inexistencia de políticas indí-
genas merecedoras de ese nombre. No existe en el Estado peruano un orga-
nismo capaz de diseñar e implementar políticas reales, en las cuales se tome
en cuenta la voz y expectativas de los pueblos y comunidades. Esto es más
dramático, en la medida que las pocas organizaciones indígenas existentes en
el país, tienen serias dificultades y debilidades.
Sin embargo, el Ministerio de Cultura funciona como una mesa de
partes, en la cual los pueblos y comunidades entregan sus petitorios de de-
fensa y escucha, hallando generalmente que las solicitudes resultan inútiles,
o que la instancia encargada de cautelar sus derechos prefiere hacerse de la
vista gorda, como ha ocurrido recientemente con los escandalosos casos de
los lotes 188 y 116. En el primer caso, el EIA fue aprobado entre gallos y
medianoche, en tanto que en el segundo, se ha rechazado la solicitud de los
pueblos Awajún y Wampis para efectuar una consulta previa que a todas lu-
ces resulta urgente e imprescindible, por tratarse de un proyecto que pone en
grave riesgo sus territorios. Pero el Viceministerio de Interculturalidad, que
acabó absorbiendo las funciones del extinguido y fallido INDEPA, prefiere
seguir actuando como la ONG de una empresa transnacional o la simple
ventanilla burocrática del Ministerio de Energía y Minas, antes que trazar la
línea y avanzar hacia la gestión de políticas públicas indígenas efectivas. En
el caso de los pueblos Awajún y Wampis, luego de la dolorosa experiencia del
Baguazo del 2009, hay una clara voluntad de diálogo y negociación con el
Estado, pero el sometimiento de este a las exigencias del capital extractivista,
puede generar un nuevo escenario de conflictividad de graves consecuencias.
220

La poca importancia de la voz de pueblos y comunidades indígenas, que


protagonizan estos años un nuevo ciclo histórico de movilización en pos de
sus derechos, puede apreciarse también en el caso de Río Corrientes, región
Loreto. Los pueblos Achuar, Kichwa y Urarina, articulados en la FENACO,
mantienen una lucha tenaz en defensa de su medioambiente, pero apenas
son tomados en cuenta por parte del Estado, interesado más bien en blindar
las actividades petrolíferas. Hace pocos días, la noticia de la toma de diversas
instalaciones de la empresa Pluspetrol Norte por parte de las comunidades
indígenas, ha vuelto a sembrar la alerta sobre lo que podría ocurrir posterior-
mente.
En distintos lugares del Perú, comunidades y pueblos indígenas han
comenzado a reaccionar ante la verdadera agresión que sufren en estos años,
debido al incremento del saqueo y depredación de sus territorios y recursos
colectivos. Eso explica la aparición de un discurso medioambientalista, uni-
do a la novedosa reivindicación de pertenencia a sus pueblos y culturas. No
es una anomalía que se refleja en el incremento de la conflictividad. Se trata
más bien de un novedoso ciclo de luchas indígenas, que trasluce las carencias
de acceso a igualdad y ciudadanía, en un mundo en el cual la información y
conciencia básica de derechos se expanden indeteniblemente.
Sin embargo, el rumbo de crecimiento y desarrollo vigente en el país,
así como la hegemonía del modelo de acumulación neoliberal primario-ex-
portador, con un Estado que apenas en apariencia representa a todos sus
miembros, siguen incubando desfases y abismos profundos. Es decir, dis-
tancias, desigualdades, imperfecciones institucionales e injusticias dolorosas,
que a veces irrumpen de forma imprevisible, cuando todo parece demasiado
tarde, como nos mostró hace una década la tragedia de Ilave.
Perú: movilización social y régimen
nacionalista*

Se ha enfatizado mucho el hecho de que durante la


última década, en América Latina viene ocurriendo un
“giro” hacia la izquierda evidenciado en el surgimiento
de gobiernos que han adoptado un perfil declaradamente
posneoliberal. Sin embargo, se puede discutir dicha ima-
gen si se examinan hechos recientes como los ocurridos
en Ecuador o Bolivia. En Ecuador el gobierno de Rafael
Correa mantiene una situación de enfrentamiento con las
organizaciones indígenas, en medio del impulso a mega
proyectos de inversión minera. En Bolivia el gobierno de
Evo Morales ha llegado a la situación límite de reprimir
violentamente una marcha indígena realizada en defensa
del territorio de la reserva natural Isiboro Secure, amena-
zada por la construcción de una carretera. Con ello queda
claro que el “giro a la izquierda” ocurrido en América
Latina plantea temas esenciales de discusión, en torno al
verdadero carácter de los denominados “gobiernos pro-
gresistas”, o bien en torno al sentido de una izquierda
política enfundada en un discurso posneoliberal que, sin
embargo, no deja de representar modelos de desarrollo de
tipo extractivista y desarrollista.
Es cierto que regímenes como los mencionados lle-
garon al poder mediante procesos electorales con rotun-
do apoyo popular, pero no por ello debemos admitir que

* Publicado como: “Pérou: changement de régime en phase avec


les nouvelles mobilisations sociales?”, en: Bernard Duterme (ed.),
État des résistances dans le Sud - Amérique Latine. Alternatives Sud,
Volume 18, 2011/4. París, Centre Tricontinental - Éditions Si-
llepse, 2011, pp. 61-68.
222

se trata de gobiernos de los propios movimientos sociales, o que representan


directamente a las organizaciones populares e indígenas. Por el contrario,
lo que se aprecia son coaliciones políticas progresistas asociadas a liderazgos
carismáticos, que lograron establecer alianzas con sectores populares y mo-
vimientos sociales, llegando de esa forma a obtener victorias electorales que
inauguran nuevos regímenes políticos de talante “progresista”.
En dicho contexto la experiencia reciente del Perú resulta alecciona-
dora. En primer lugar porque se trata de un país en el cual, a pesar de la
inexistencia de un movimiento social organizado y la larga hegemonía del
neoliberalismo, convertido en un modelo de desarrollo prácticamente incon-
testado, también ha ocurrido el triunfo electoral de una propuesta política
que ofreció una serie de transformaciones económicas y políticas de sentido
neoliberal. Fue justamente la plataforma que permitió al actual presidente
Ollanta Humala irrumpir en el escenario político en las elecciones del 2006
arrastrando una importante votación -de claro origen popular- que se repitió
en las pasadas elecciones permitiéndole el triunfo electoral ante la derrota de
la derecha política.

Fujimorismo, autoritarismo, neoliberalismo


Comprender el significado del triunfo electoral de Ollanta Humala re-
quiere considerar que en el Perú, desde la década de 1990 se implementó un
régimen autoritario que impuso por la fuerza un paquete de reformas econó-
micas y políticas que terminaron por instaurar el neoliberalismo como mo-
delo de desarrollo. Ello fue resultado de la concatenación de algunos factores
de cambio cruciales, tales como la violencia política que desangró al país des-
de 1980 y la crisis económica que alcanzó altos niveles a fines de esa década.
Fue en ese escenario que el régimen autoritario de Fujimori pudo emer-
ger como una alternativa de transformación de la situación caótica prevale-
ciente en el país, contando para ello con un fuerte respaldo popular. Con el
éxito de la imposición neoliberal, sobre el terreno político y social del país
diezmado por la guerra y la crisis, el régimen operó como un auténtico liqui-
dador político de las organizaciones y movimientos sociales populares que
habían alcanzado singular importancia en las décadas previas. Baste recordar
que el Perú fue escenario de una de las reformas agrarias más radicales del
continente y, durante décadas, exhibió la presencia de una izquierda políti-
ca altamente organizada, con fuertes bases sociales entre sectores como el
campesinado, los asalariados, sectores populares urbanos, estudiantes, entre
otros. Sin embargo, durante la década de 1990 prácticamente desaparecieron
los movimientos sociales populares del escenario, al tiempo que la izquierda
223

quedó en escombros ante el avasallador avance del fujimorismo y su neolibe-


ralización autoritaria.
Solamente a finales de la década de 1990 emergió tenuemente un nuevo
movimiento popular, justamente en la lucha por la recuperación democrá-
tica, al tiempo que quedaba claro que el régimen entronizado en el poder
consistía en una forma peculiar de dictadura, que se había convertido ade-
más en la red de corrupción más escandalosa de toda la historia nacional.
Pero el fujimorismo no fue derrotado por la movilización popular, a pesar
de manifestaciones masivas de protesta como la Marcha de los Cuatro Suyos
convocada a nivel nacional, para evitar que Fujimori asumiera el poder por
tercera vez consecutiva. Más bien, el régimen estalló debido a que se agudi-
zaron sus tensiones internas, desatadas por las luchas de poder e influencia
entre distintas facciones, que fueron puestas en evidencia al hacerse públicos
unos videos que demostraban la corrupción reinante a través de hechos como
la compra -con dinero contante y sonante- de la lealtad al gobierno de legis-
ladores electos en otras agrupaciones.
La transición democrática a la cual dio paso la estrepitosa caída del fu-
jimorismo canceló el régimen político pero de ninguna manera significó una
transformación del orden neoliberal impuesto durante una década. Por el
contrario, los gobiernos democráticos que sucedieron al fujimorismo no solo
continuaron implementando al pie de la letra las recetas del famoso Consen-
so de Washington, con la directa asesoría de organismos multilaterales y la
propia embajada de los Estados Unidos, sino que hicieron de la defensa del
neoliberalismo a la peruana -llamado eufemísticamente un “modelo de de-
sarrollo” propio y exitoso- un tema sobre el cual no cabía ninguna discusión
posible.
El “consenso” neoliberal impuesto por la fuerza de la dictadura durante
la década de 1990, encontró así a sus mejores defensores en los gobiernos
electos en las urnas de Alejandro Toledo (2001-2006) y Alan García Pérez
(2006-2011). Y es que el neoliberalismo peruano no resultaba solamente un
“modelo” para el desarrollo, sino sobre todo un extendido sentido común
acerca de la marcha de la economía, el papel de la política, el papel del Estado
y, en general, del rumbo a seguir en el país.
Los altos niveles de crecimiento macroeconómico registrados durante la
última década, sobre todo desde el gobierno de Toledo, parecían convalidar
la certeza de ese rumbo, a no ser por un problema que empezó a convertirse
en un auténtico talón de Aquiles del neoliberalismo peruano: los niveles de
224

pobreza y desigualdad no cedían, a pesar de la bonanza de las cifras macro-


económicas.1
Detrás de las cifras escandalosas de pobreza en un país en crecimien-
to, de la profundización de la inequidad y del incremento de las presiones
generadas por el propio modelo de desarrollo sobre sectores como las comu-
nidades indígenas y campesinas -cuyos territorios se convirtieron en blanco
de la inversión para la extracción minera, petrolífera, etc.- venía ocurriendo
de manera subrepticia un auténtico descrédito de la legitimidad del modelo.
Sobre todo entre las víctimas de su vigencia: sectores populares desorganiza-
dos y socialmente fragmentados o comunidades de campesinos e indígenas
desguarnecidos ante la avalancha de proyectos de explotación de materias
primas en sus tierras.
Fue así como a partir de la primera mitad de la década, lentamente, fue-
ron emergiendo movimientos de contestación que apuntaban al cuestiona-
miento del modelo neoliberal y, sobre todo, a la reorganización de un bloque
popular organizado. Movilizaciones como las ocurridas en Arequipa a inicios
de la década en contra de la privatización de los servicios básicos, hicieron
evidente que el “consenso” neoliberal iba agrietándose rápidamente. Pero el
tema que terminó de sacar a luz la resistencia de los sectores populares -cam-
pesinos y pobres urbanos con muy bajos niveles de organización, ausencia de
liderazgos, carencia de discursos de movilización y pérdida de ligazón con
partidos políticos nacionales- fue el estallido de los denominados “conflictos
sociales”. Esto requiere una breve reflexión específica.

Conflictos sociales, sentido común antineoliberal, movilizaciones


indígenas
En el contexto de predominio del modelo de crecimiento neoliberal,
con las organizaciones gremiales y sindicales en crisis, en ausencia de parti-
dos políticos con arraigo nacional o con capacidad de movilización de bases
populares, surgió una forma de protesta peculiar: en múltiples zonas del te-
rritorio se fueron manifestando pequeños conflictos que en ocasiones escala-
ban hasta convertirse en auténticos desbordes sociales locales, con quema de
edificios estatales o privados, toma de espacios públicos y muchas veces una

1. El Perú alcanzó niveles de crecimiento superiores a los de toda la región. Inclusive, durante
la crisis internacional que desaceleró dramáticamente la economía internacional el año
2009, pasó del 8% al 1% de crecimiento. Pero a pesar de esa caída, los niveles de consumo
de muchos sectores, y especialmente la sensación de bonanza magnificada por los medios
de comunicación, no disminuyó.
225

situación de crisis social que generaba la declaratoria de “estado de emergen-


cia” por parte del gobierno de turno.
En un primer momento los principales asuntos que desataron los deno-
minados “conflictos sociales” fueron problemas ligados a temas de goberna-
bilidad: el cuestionamiento de la población a sus autoridades electas, la acu-
sación a funcionarios públicos de actos de corrupción e ineficiencia, así como
el reclamo específico por la realización de obras públicas e inversión concreta
en beneficio de la población. Hasta más o menos los años 2004 y 2005 este
tipo de conflictos ligados al funcionamiento de los gobiernos locales y re-
gionales ocupó buena parte de los “conflictos sociales”. Un momento clave
en este contexto fue lo ocurrido en la localidad de Ilave, donde la población
predominantemente indígena y rural, luego de un mes de movilizaciones
exigiendo la renuncia de su alcalde llegó al extremo de lincharlo de manera
despiadada, generando hondo estupor a nivel nacional.2
Posteriormente, a partir del año 2006 la mayor parte de los conflic-
tos sociales dejan de estar vinculados a temas de gobernabilidad, pasando
a manifestar más bien la confrontación creciente entre poblaciones locales
interesadas en la defensa de sus territorios y empresas privadas con el aval
del Estado interesadas en la ejecución de proyectos de explotación minera
o de otros recursos. Es así como se fue articulando, desde el nivel local o
territorial más básico del país -correspondiente muchas veces a comunidades
campesinas o indígenas o bien a poblaciones locales básicamente rurales en
las regiones más pobres, ubicadas básicamente en la sierra y Amazonía- un
emergente sentido común antineoliberal, articulado por el interés en la de-
fensa de los estilos de vida y los recursos asociados a dichos estilos o a dichas
formas de cotidianeidad local.
Por el hecho de que buena parte de los proyectos de explotación de
recursos mineros, petroleros, madereros, etc., afectaban territorios de comu-
nidades indígenas y campesinas, fueron estos sectores los que empezaron
a movilizarse de manera creciente. Un ingrediente adicional a dichas mo-
vilizaciones consistió en el uso de un discurso de reivindicación indígena,
basado en la lucha en pos de la defensa de lo colectivo; específicamente,
de recursos considerados bienes colectivos que resultan fundamentales para
la sobrevivencia grupal en las comunidades (como es el caso de las tierras,
bosques, lagos, nacientes de los ríos en las montañas, etc.). Sobre la base

2. El “caso Ilave” fue objeto de un fuerte debate en torno a las razones del linchamiento del
alcalde, llegando a mencionarse que se trataba de un desborde de violencia étnica por
tratarse de una zona de población predominantemente aymara. Al respecto véase: Pajuelo
(2009).
226

de las organizaciones comunales existentes y de las alicaídas organizacio-


nes gremiales subsistentes de las décadas anteriores o recientemente creadas,3
justamente para articular luchas antineoliberales. Se fueron articulando así
bloques de movilización política y social que confluyeron en los más impor-
tantes movimientos sociales que ha tenido el Perú recientemente.
Cabe destacar la realización de dos protestas que por su mag-
nitud y significación constituyen la evidencia más clara de la emer-
gencia de un nuevo proceso de movilización indígena articulado a la
defensa de la territorialidad y los recursos colectivos comunales. El pri-
mero de ellos es la realización de dos paros indígenas amazónicos con-
secutivos en los años de 2008 y 2009, convocados por AIDESEP,
la principal organización indígena de la Amazonía peruana, en contra de la
aprobación por parte del gobierno de Alan García de una serie de decretos
que favorecían impunemente la inversión en territorios indígenas para el de-
sarrollo de proyectos de explotación de materias primas. La realización de es-
tos paros constituye la primera vez en que se movilizan miles de indígenas en
defensa de sus territorios, reivindicando además la pertenencia a sus pueblos
de origen. Lamentablemente, en el contexto del segundo de estos paros, ocu-
rrió la tragedia de Bagua en la cual perdieron la vida al menos 34 personas
entre indígenas y policías.
La segunda protesta de mayor significación ocurrió a mitad del presente
año. El escenario de la misma ya no fue el territorio amazónico sino el altipla-
no de la región de Puno, ubicado al extremo sur del país, en la frontera con la
vecina Bolivia. Un conflicto local ubicado en el distrito de Huacullani, en el
cual desde hace unos años se desarrolla un proyecto minero por parte de una
empresa que hasta entonces creía contar con el aval de la población, o más
bien de buena parte de ella, terminó desatando una movilización sin prece-
dentes. En un primer momento la convocatoria a la realización de protestas
en contra del proyecto minero realizada por parte del Frente de Defensa de
los Intereses del Sur de Puno desató algunas protestas localizadas. Posterior-
mente, ante la falta de atención por parte del Estado y las autoridades de la
región, se desarrolló una impresionante movilización que condujo a miles
de comuneros a la propia capital regional, la ciudad de Puno, la cual resultó
tomada por los manifestantes.

3. Es el caso de organizaciones como la Confederación Campesina del Perú (CCP) de lar-


ga historia como protagonista de las luchas campesinas y fuerte ligazón con la izquierda
peruana, o bien de organizaciones de talante más bien indígena creadas posteriormente,
como la Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) y la
Confederación de Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI).
227

La indolencia de las autoridades ante las protestas, derivó en un esca-


lamiento de la tensión, la cual llegó a su punto de estallido el 27 de mayo,
día en el cual ocurrieron actos violentos como la quema de distintos edi-
ficios públicos y saqueos. Posteriormente, el gobierno alcanzó un acuerdo
con autoridades de la región (sobre todo alcaldes), pero la protesta continuó,
adoptando un carácter claramente comunal-indígena. Ante la cercanía de
las elecciones nacionales que se veían amenazadas por la situación, se llegó a
un punto límite que solamente pudo calmarse mediante el otorgamiento de
sendos decretos en los cuales se aceptaban las demandas campesinas.
Esto fue visto como un retroceso de la autoridad del Estado, pero a
todas luces constituye un triunfo de la movilización comunitaria e indígena
regional, regional y un punto de inflexión clave en las movilizaciones indí-
genas de un país respecto al cual, hasta hace poco, se pensaba que no podían
existir movimientos sociales indígenas o que pudiesen articularse contando
entre sus ingredientes el componente de identidad étnica.

La metamorfosis de Ollanta Humala


Con estos antecedentes, el inicio del régimen de Ollanta Humala,
quien fue elegido con buena parte de la votación proveniente de los sectores
populares urbanos y rurales, fue visto como un punto de clivaje o de “no
retorno”, en el sentido de que se anunciaba la transformación definitiva del
neoliberalismo peruano hegemónico desde la década de 1990. De hecho, el
discurso posneoliberal del propio Humala, así como muchas de sus promesas
electorales, así lo dejaban entrever. Sin embargo, al cabo de la primera vuelta,
comenzó a operarse una metamorfosis política al interior del humalismo que
se hizo evidente con el inicio del régimen.
Esta metamorfosis consiste en el abandono de las banderas antineoli-
berales y su reemplazo por el objetivo de la “inclusión social”. Es decir, por
el proyecto de mantener el orden de cosas imperante en el Perú, sobre todo
en lo económico, pero mostrando una decidida voluntad de redistribución
de los beneficios del crecimiento neoliberal. Es así como el nuevo régimen
humalista dejó de lado la promesa de una reforma constitucional -o de un
cambio total de la Constitución impuesta ilegalmente por el fujimorismo a
inicios de los 90s-, reemplazando el discurso nacionalista antineoliberal de
las primeras horas por una monótona retórica basada en el objetivo de la “in-
clusión social”. Es decir, como si se tratase de incluir a los pobres y excluidos
en los beneficios del modelo actual, y no de buscar otras formas de desarrollo
diferentes a las que predominan en el país como herencia del gobierno más
corrupto y autoritario de la historia republicana peruana.
228

Recientemente, el nuevo gobierno ha aprobado -con bombos y platillos-


algunas medidas importantes, tales como la Ley de Consulta Previa, según
la cual solamente podrán ejecutarse proyectos de desarrollo o explotación de
recursos naturales en territorios de poblaciones indígenas con el aval de las
mismas, a través de procesos de consulta. No es el momento para hacer un
análisis exhaustivo de dicha norma, pero cabe anotar, para cerrar esta comu-
nicación, que se trata de un mecanismo de defensa de los derechos comunales
muy significativo. Sin duda será utilizado por muchas comunidades amena-
zadas actualmente por proyectos de explotación minera, de hidrocarburos,
de explotación maderera o de construcción de infraestructura que afecta sus
territorios.
Sin embargo, cabe destacar que el gobierno aprobó rápidamente esta
medida, recuperando un proyecto legislativo rechazado el año pasado por
el régimen de Alan García, con la obvia finalidad política de mostrar cierta
continuidad entre el discurso previo y posterior al inicio de la gestión presi-
dencial de Ollanta Humala. De esa manera, una medida que estaba llamada
a ser el símbolo de una fuerza política que se presentó como antineoliberal
en tiempos electorales, pasa a ser utilizada como fachada para maquillar la
metamorfosis política del humalismo una vez en el gobierno: la metamorfosis
de la promesa de una “gran transformación” nacionalista de carácter antineo-
liberal hacia el membrete de la “inclusión social”. Es decir, de la continuidad
del orden de cosas reinante en el Perú, pero esta vez con la clara intencionali-
dad de hacer que el “chorreo” de los beneficios del crecimiento neoliberal no
provenga de la mano invisible del mercado, sino de la bondad de un Estado
empeñado en seguir impulsando el actual modelo extractivista y reprimari-
zador del desarrollo peruano.
La “gran transformación” del
nacionalismo y los laberintos
del régimen humalista*

“El nacionalismo no es clasista. A diferencia de los


partidos del pasado que eran la vanguardia de una
clase social, el nacionalismo es un proyecto de familia
en el cual se incluye a todas las clases sociales.”1

Desde que retornó a la discusión política latinoame-


ricana, la noción de populismo ha ganado bastante im-
portancia, al punto de convertirse en la principal herra-
mienta teórica que permite caracterizar la emergencia de
regímenes políticos basados en liderazgos plebiscitarios
personalistas, los cuales logran acceder electoralmente al
poder, merced a promesas de cambio socioeconómico y
político que logran captar importante audiencia popular.
Así, mediante el uso de dos variantes conceptuales -ex-
presadas en las ideas de “neopopulismo” y “progresismo”
o “populismo de izquierda”- se ha etiquetado de populis-
tas a regímenes muy distintos.2

* Una versión preliminar fue presentada en el seminario internacio-


nal: “Ecuador, Bolivia y Perú: nuevos escenarios democráticos”.
FLACSO - Ecuador, 14 y 15 de marzo de 2012. Agradezco los
comentarios y conversaciones con Simón Pachano, Felipe Bur-
bano de Lara, Santiago Ortiz, Jorge León, Aldo Panfichi, Anahí
Durand, Alberto Vergara y Julio Cotler.
1. Palabras de Ollanta Humala en entrevista realizada por el periodis-
ta Emilio Camacho, publicada en el diario Perú 21, Lima, 24 de
mayo de 2009. Disponible en: http://peru21.pe/noticia/290937/
nacionalismo-proyecto-familia-senala-ollanta-humala
2. Como los de Carlos Salinas de Gortari (México, 1988-1994),
Carlos Andrés Pérez (Venezuela, 1989-1993), Alberto Fujimori
(Perú, 1990-2000), Carlos Saúl Menem (Argentina, 1989-1999),
230

Las dos orientaciones en el análisis que acabamos de mencionar, se


nutren de miradas distintas. La primera enfatiza los rasgos “populistas” o
“neopopulistas” de dichos regímenes en lo político, dejando a un lado la
consideración de sus orientaciones en relación al mercado y el desarrollo. La
segunda, opta más bien por caracterizar las opciones de política económica
y social, destacando así el carácter “progresista” o “izquierdista” de algunos
de los gobiernos considerados también como populistas. Sin duda, ambas
perspectivas han contribuido a alimentar el debate en torno a los rasgos que
ha ido adoptando la política latinoamericana tras el colapso del ciclo de de-
sarrollismo estatal-nacional de las décadas pasadas, y el agotamiento del pe-
ríodo neoliberal que lo reemplazó. Sin embargo, al privilegiar los rasgos “neo
populistas” o “progresistas” de gobiernos tan diferenciados por sus orígenes
y resultados, han opacado el uso de otras variables o enfoques que pueden
resultar fructíferos para la comprensión de sus semejanzas y especificidades.
Una de ellas consiste en la discusión del nacionalismo que acompaña muchas
veces a los regímenes considerados populistas. El análisis de la experiencia re-
ciente del nacionalismo peruano encarnado en el liderazgo político del actual
presidente Ollanta Humala, puede brindar luces respecto a los límites de las
nociones de “populismo”, “neo populismo” o “progresismo de izquierda”, a
la hora de analizar el componente de nacionalismo que tienen muchas veces
los gobiernos de este tipo.
Los nuevos regímenes políticos como los que hemos enumerado arriba,
lograron beneficiarse en gran medida del colapso de los sistemas políticos
establecidos, cuyos liderazgos, partidos y discursos terminaron siendo pre-
sentados como “tradicionales” por parte de nuevos caudillos.3 Surgidos en
escenarios marcados por la desinstitucionalización, la crisis de las organi-
zaciones partidarias y la pérdida de credibilidad de los discursos políticos
ideológicos, estos nuevos líderes considerados “neo populistas”, así como los
regímenes que logran impulsar, resultan sin embargo ser bastante disímiles
en sus resultados, tanto económicos como políticos. Sin embargo, la sola
consideración de sus actitudes frente a la democracia liberal, de un lado, o de

Fernando Collor de Mello (Brasil, 1990-1992), Hugo Chávez (Venezuela, 1999-2013),


Néstor Kirchner (Argentina, 2003-2007), Evo Morales (Bolivia, 2006 a la fecha), Rafael
Correa (Ecuador, 2006 a la fecha), Daniel Ortega (2006 a la fecha), y Ollanta Humala
en Perú (julio 2011 a la fecha).
3. Un ejemplo preciso ese sentido fue el caso de Alberto Fujimori, quien gobernó el Perú
entre 1990 y 2000 utilizando un discurso antipolítico radical, dirigido a capitalizar el des-
prestigio de los llamados “políticos tradicionales”. En torno al fujimorismo véase: Cotler y
Grompone (2000), Degregori (2001), Murakami (2007).
231

sus orientaciones de política económica, de otro, conduce a etiquetarlos como


meramente “populistas” o “progresistas” a pesar de sus notorias diferencias.4
Una vez en el poder, dichos líderes encabezan regímenes que optan por
implementar o acelerar reformas de mercado de talante neoliberal o que, por
el contrario, adoptan el rumbo de impulsar políticas redistributivas susten-
tadas en el incremento de la renta proveniente de la explotación de recursos
naturales. Esto último, algunas veces merced a un discurso que viene sien-
do descrito como “progresista”, y que en algunos casos se ha reflejado en la
negociación de nuevas reglas de juego económicas, asociadas generalmente
a la creciente intervención del Estado en la regulación del extractivismo de
recursos naturales, o bien al fortalecimiento de la capacidad de regulación del
destino de la renta producida por las actividades extractivas de tipo primario
exportador.
En este contexto, un caso particular es el del gobierno autodenomina-
do nacionalista del presidente peruano Ollanta Humala, quien asumió las
riendas del poder desde el 28 de julio de 2011. Debido a que Humala ha sido
considerado uno de los líderes populistas progresistas emergidos reciente-
mente en la política latinoamericana, cabe reflexionar sobre la experiencia de
su flamante régimen, a partir de constatar que el discurso político nacionalis-
ta que lo condujo al poder, envolvió en realidad una singular transformación
de su identidad política. Su recorrido de la última década, va desde su irrup-
ción el año 2000 como militar de afiebrado discurso nacionalista sublevado
en contra del régimen autoritario de Fujimori, hasta su triunfo electoral el
2011 encarnando el proyecto de una “gran transformación” política y socioe-
conómica, que en el camino fue reemplazado por la “hoja de ruta” centrada
sobre todo en el objetivo de la “inclusión social”. Así, la trayectoria de Hu-
mala muestra sobre todo un fuerte pragmatismo reflejado en la permanente
adaptación a las circunstancias, en el empeño de ganar visibilidad y posicio-
namiento político.
En este contexto, el ingrediente ideológico del nacionalismo, parece
consistir sobre todo en una retórica que se arraiga en la tradición de nacio-
nalismo militar peruano, y no tanto en el discurso del llamado “populismo
de izquierda” o “progresismo” latinoamericano actual. De allí que las difi-
cultades que muestra el flamante régimen humalista en Perú, no se asocian

4. Algo similar ocurre con propuestas interesantes que aportan con nuevos conceptos, tales
como el de “autoritarismo competitivo” planteado por Levistsky y Way (2010). Tal como
ocurre con el uso actual de la noción de populismo, la consideración exclusiva de los
aspectos políticos de los regímenes de autoritarismo competitivo, conduce a incluir en
esta categoría a gobiernos de variada orientación ideológica y distintos desempeños en la
administración económica y política del poder.
232

a un dilema entre el “populismo progresista” o la “democracia liberal”, sino


sobre todo al drama de buscar conciliar políticamente sus contenidos de na-
cionalismo militar autoritario, su carácter de “empresa” política familiar y su
pretendida voluntad democrática.

El nacionalismo peculiar del régimen


Hace poco, el presidente peruano Ollanta Humala señaló que no es un
líder político de izquierda ni de derecha, dando a entender que por eso ha
logrado expresar expectativas bastante amplias de la población peruana, re-
presentando una opción distinta que tiene como mandato alcanzar la unidad
nacional en el Perú.5 Este discurso bien podría calificarse como típicamente
populista: la invocación al pueblo por parte de un líder que busca deslindar
con orientaciones ideológicas de izquierda y derecha, reivindicando más bien
una imprecisa conciencia nacionalista y cierta predestinación personal para
conducir los destinos del pueblo.
Sin embargo, antes de intentar cualquier caracterización apresurada,
este vago intento de ubicación ideológica realizado por el presidente debe
enmarcarse en el contexto en que tuvo lugar: ocurre que luego de asumir el
poder en julio de 2011, Humala nombró un gabinete ministerial de concer-
tación nacional, el cual incluía algunos ministros de izquierda. Luego de una
fuerte crisis política desatada en octubre y noviembre pasados, dicho gabine-
te fue removido, generándose un severo distanciamiento entre el gobierno y
los miembros de la izquierda asociados al proyecto nacionalista (básicamente
intelectuales y políticos de larga trayectoria en distintas organizaciones de
la izquierda peruana). El asunto que desató la crisis política fue el estallido
de protestas sociales en contra de la minería en regiones como Cajamarca y
Apurímac.
En Cajamarca, un amplio bloque social opuesto al proyecto minero
Conga llevó adelante una paralización que condujo al gobierno a un dile-
ma entre dos opciones: ceder ante la presión popular en contra del proyecto
minero, o más bien optar por respaldar la inversión privada. Lo interesante
es que en cualquiera de ambos casos podía cosechar una fuerte oposición:

5. Las palabras del presidente Humala fueron las siguientes: “El nacionalismo se construye en
la fraternidad. Nadie ha ahondado en el concepto de la fraternidad. Yo no soy de izquierda
ni de derecha, soy de abajo. Eso me da la capacidad de empatar con el sentimiento de la
población. Que nosotros hayamos recogido banderas sociales, muy bien, pero no exclui-
mos a nadie. Acá se trata de darle una nueva visión al país. Mi mandato implícito es unir al
Perú”. Palabras de Ollanta Humala en entrevista con periodistas de RPP noticias, realizada
con motivo del fin de año. Lima, 31 de diciembre de 2011. Dichas declaraciones fueron
reproducidas por distintos medios de comunicación en el Perú.
233

la movilización de la población opuesta al proyecto, si es que optaba por la


segunda opción, o bien el rechazo de los sectores empresariales del país, si es
que prefería la primera.
La respuesta del gobierno, bajo la conducción del ex premier Salomón
Lerner, consistió en tratar de armonizar las dos agendas enfrentadas en torno
al proyecto Conga: la de defensa de la naturaleza y el agua, y la que más bien
busca privilegiar las condiciones para la inversión privada. Ante la imposibi-
lidad de llegar a un acuerdo, en gran medida debido a la falta de voluntad
política real de los distintos actores inmiscuidos en el tema, y al hacerse evi-
dente fracturas al interior del gabinete en torno a las orientaciones a tomar,
ocurrió la renuncia del premier, en un contexto de serios cuestionamientos
a la presencia de la izquierda en el gobierno. El presidente optó inmediata-
mente por convocar a un gabinete más unificado, nombrando como premier
a Óscar Valdés, un ex militar dedicado posteriormente a actividades empre-
sariales, quien no tardó en implementar un estrategia de “mano dura” ante
las protestas sociales, incluyendo la declaratoria de estado de emergencia en
Cajamarca.
Este cambio de orientación política del gobierno, desató muchas dudas
en torno a una probable derechización y militarización del régimen de Hu-
mala. El alejamiento de sus aliados provenientes de la izquierda, así como la
avanzada en posiciones claves de poder por miembros del nacionalismo de
ascendencia militar, se vio acompañado por la ratificación del apoyo guber-
namental a los proyectos de inversión minera. Esto abrió un nuevo escenario
en la vinculación entre el nacionalismo humalista -una vez instalado en el
poder-, los sectores populares que votaron por Humala como representante
de una opción política antineoliberal, y los grupos empresariales que vieron
en su candidatura una amenaza al orden y la estabilidad económica. Sin
embargo, lo ocurrido posteriormente con el régimen inclinó la balanza hacia
la conformación de una alianza entre el régimen y este último sector. De
modo que el régimen humalista, dejó completamente atrás su retórica anti-
neoliberal, tratando más bien de conciliar el discurso de “inclusión social”
junto al intento de mantener la conducción de la economía del país en “piloto
automático”.6
Esto último requiere una breve explicación. Pasa que desde la imposi-
ción en Perú de una brutal reforma neoliberal del Estado y la economía, ocu-
rrida desde inicios de la década de 1990 mediante el gobierno autoritario de

6. En Perú, desde la década de 1990 se ha pasado a denominar así al manejo económico que
da continuidad al neoliberalismo ortodoxo impuesto desde la década de 1990.
234

Alberto Fujimori,7 todos los gobiernos posteriores han continuado la agenda


del neoliberalismo ortodoxo adoptado desde entonces. Un grupo de tecnó-
cratas neoliberales encaramado firmemente en el control del aparato estatal,
sobre todo de los ámbitos de decisión económica, conforma desde entonces
una élite de funcionarios que desde el seno del propio Estado cumple el rol
de vigilar o tutelar la continuidad del orden neoliberal. Se trata de un grupo
de interés sumamente influyente en el Perú actual, que actúa eficazmente
al interior del Estado, pero depende directamente de los intereses empresa-
riales privados que representa. De esa forma, ocurre que el Estado peruano
actual se ha convertido en el escenario principal de actuación de un sector
burocrático sumamente influyente, que ha desplazado la representación de
exclusivos intereses empresariales desde el ámbito de la política hacia el de la
gestión directa del aparato de Estado. Esto ocurrió en otros momentos de la
historia peruana, a lo largo de casi doscientos años de experiencia republica-
na. Sin embargo, lo que muestra Perú a partir de la década de 1990 no tiene
parangón en lo que respecta a la eficacia de ese control, así como a los niveles
de corrupción, manipulación política y privatización del aparato público.8
En este contexto, la irrupción el año 2006 del fenómeno electoral del
humalismo nacionalista, representó sin duda el principal cuestionamiento
político a la continuidad neoliberal. En dichas elecciones Ollanta Humala
irrumpió como una figura que prometía una frontal oposición al statu quo
neoliberal, razón por la cual le resultó fácil arrastrar a lo poco que quedaba
por entonces de la izquierda peruana. Sin embargo, en las elecciones del 2011
lo ocurrido fue una verdadera metamorfosis: el discurso político nacionalis-
ta basado en el plan denominado de “gran transformación”, fue reempla-
zado para la segunda vuelta electoral por la denominada “hoja de ruta”, un
plan de acción bastante más moderado que el anterior, con un claro matiz

7. Véase al respecto: Pajuelo (2010).


8. Todo esto sostenido en una verdadera “revolución” del sentido común ocurrido en la
sociedad peruana a partir de la década de 1990. Ocurre que la crítica situación del país a
inicios de esa década, signada por una violenta guerra interna, así como la hiperinflación
y el desgaste de la legitimidad de los partidos políticos, fue resuelta de forma autoritaria,
por parte del régimen dictatorial de Alberto Fujimori, que durante una década impul-
só una profunda neoliberalización del Estado y la sociedad. Un componente clave de
este proceso, fue la imposición de un nuevo “sentido común” de talante neoliberal, el
manejo de la opinión pública. De modo que Perú, un país con una acendrada tradición
de izquierda y sectores populares con amplios niveles de organización y movilización,
pasó a mostrar el escenario de la mayor derrota política sufrida por las clases populares,
incluyendo en ello no solamente la crisis de los partidos de izquierda, sino también la
desaparición del liderazgo social, así como el descrédito de las ideas de transformación y
cambio que durante décadas nutrieron la imaginación de izquierda, así como las luchas
populares.
235

institucionalista. Sin embargo, una vez en el poder, el radicalismo naciona-


lista terminó diluyéndose casi por completo, hasta el punto de que el régimen
dejó atrás el plan de la “hoja de ruta”, el cual terminó reemplazado por un
impreciso discurso político, que une el anhelo de “inclusión social” a la sim-
ple continuidad neoliberal.
¿Cómo ocurrió este sorprendente giro político del gobierno nacionalista
en Perú? ¿Cómo se está reconfigurando el escenario político a la luz de la
nueva orientación política del régimen? ¿Qué posibilidades de futuro tiene la
izquierda peruana en dicho contexto? A fin de brindar algunos elementos de
respuesta a estas preguntas, cabe mencionar en primer lugar que la genérica
y fácil caracterización del régimen humalista como “populista”, “neo popu-
lista” o “progresista”, resulta completamente equivocada. Y no tanto por la
metamorfosis de su gobierno, sino a la luz de los sorprendentes cambios que
han acompañado la trayectoria de Ollanta Humala a lo largo de su trayecto-
ria, sobre todo durante toda la década pasada.
Más que un caso de “progresismo” o “neo populismo”, el nacionalismo
humalista parece mostrar las ambivalencias del nacionalismo militar perua-
no de hondas raíces autoritarias. Lo que puede ser visto como una verdadera
ironía histórica, es que dicho nacionalismo de origen militar haya terminado
expresando, en dos coyunturas electorales sucesivas, a otra forma de nacio-
nalismo, de raigambre popular, surgido en el Perú de las dos últimas décadas
en oposición al neoliberalismo y autoritarismo. Esto fue posible porque el na-
cionalismo pudo ganar terreno y arrastró una importante votación popular,
así como a los rezagos de la izquierda política, en un contexto caracterizado
por la ausencia de partidos políticos, y el surgimiento de intereses populares
de carácter antineoliberal, carentes sin embargo de medios de representación
política efectiva.

De Locumba a Palacio de Gobierno


La vocación del actual presidente peruano por el transformismo po-
lítico no resulta reciente. Contra lo que podría pensarse, ocurre que desde
su aparición en el escenario peruano, Ollanta Humala ha dado muestras de
un singular pragmatismo, que le ha conducido a adoptar varias identidades
políticas en su afán por llegar al poder.
La aparición pública de Ollanta Humala tuvo lugar el 29 de octubre del
año 2000, cuando encabezó junto a su hermano Antauro un levantamiento
militar desde el cuartel Arica, ubicado en la localidad de Locumba, región
236

Tacna.9 En dicha ocasión, en las postrimerías del régimen de Alberto Fuji-


mori, los dos hermanos Humala protagonizaron un alzamiento armado de-
nunciando el carácter ilegal e ilegítimo del régimen fujimorista, mediante un
pronunciamiento a la nación en el cual desconocían al gobierno, reclamando
el derecho a la insurgencia. La gesta tuvo dos momentos. El primero fue el
levantamiento militar liderado por el entonces comandante Ollanta Huma-
la, a quien se sumó su hermano Antauro, entonces en situación de retiro. El
levantamiento en sí consistió en que con un grupo de 9 soldados, abandona-
ron el cuartel de locumba, dirigiéndose hacia la localidad de Toquepala, en
la región Tacna. En el camino se les unió un grupo de 69 reservistas -como
se llama a los ex soldados que completaron su servicio militar en las fuerzas
armadas- quienes de esa forma hicieron también su debut como principales
actores del nacionalismo en gestación. Dicho grupo, una vez en Toquepala,
tomó las instalaciones de la empresa minera, haciendo pública su insurgencia
en contra de la permanencia en el poder de Alberto Fujimori.
El segundo momento de la gesta de Locumba, consistió en la marcha
por distintas localidades de la serranía de Moquegua, realizada por los rebel-
des en su afán por escabullirse de la persecución del ejército. Emulando las
correrías de Andrés Avelino Cáceres durante la guerra con Chile, los reser-
vistas y sus jefes decidieron internarse en las alturas de Moquegua, siendo re-
cibidos con entusiasmo por la población campesina de distintas localidades,
especialmente de Calacoa. Por esos días en que el régimen de Fujimori se
estaba desmoronando, el levantamiento de los hermanos Humala consistió
en un gesto político que ganó bastante audiencia, pues se trataba del pri-
mer levantamiento de un sector militar en contra de quien había dirigido
las riendas del poder durante una década, justamente gracias al apoyo de las
fuerzas armadas. Al ocurrir la renuncia de Fujimori en noviembre del 2000,
los protagonistas de la gesta de Locumba continuaban internados en las se-
rranías. Posteriormente, Ollanta Humala decidió entregarse, reconociendo
así la legitimidad del régimen de transición de Valentín Paniagua, en tanto
que el Congreso de la República le otorgó una amnistía.
Cuando los nacionalistas recuerdan los hechos de Locumba como una
gesta no dejan de tener razón, pues se trató de un acto político fundacional,
que permitió a los hermanos Humala, pero especialmente al entonces co-
mandante Ollanta, convertirse en figuras públicas. Un ingrediente especial
de dicha aparición, consistió en el discurso conocido como etnocacerismo.

9. En el actual discurso nacionalista, dicho suceso es recordado como “la gesta de Locumba”,
siendo considerando la hazaña fundacional a partir de la cual se dio inicio a la larga marcha
que ha llevado a Ollanta Humala desde Locumba hasta el poder.
237

Los hermanos Humala irrumpieron con un ideario propio, basado en la de-


fensa del honor nacional, así como en la reivindicación de los rasgos étnicos
presentados como propios u originarios de los “auténticos” peruanos. El dis-
curso etnocacerista común a ambos hermanos, fue ganando desde entonces
una singular audiencia, compuesta sobre todo por jóvenes reservistas, quie-
nes de esa forma pasaron a convertirse en la columna vertebral del proyecto
nacionalista aún en formación.
Durante los años posteriores, los etnocaceristas dirigidos por Antauro
Humala, debido al alejamiento del país de su hermano Ollanta, realizaron
una activa labor de agitación política. Se hizo común por entonces reme-
morar la gesta de Locumba mediante la formación de grupos de reservistas,
quienes con atuendo militar, premunidos de banderas del Tahuantinsuyu y
megáfonos recorrían los pueblos más alejados, haciendo llegar de ese modo
a la población, de manera directa, su mensaje con la promesa de una restau-
ración nacional. Mediante el uso de videos, folletos y hasta un periódico de
nombre Ollanta, cuya venta permitía a los reservistas contar con algunos
ingresos económicos propios, el discurso etnocacerista logró alcanzar cierta
difusión, al tiempo que se incrementaba el número de sus miembros en todo
el país.
Pero el suceso que cambió el curso del proyecto político compartido
hasta entonces por los hermanos Humala, tuvo lugar el 1 de enero del 2005,
al ocurrir la toma de la comisaría de Andahuaylas por parte de un batallón
de militantes etnocaceristas dirigidos por Antauro Humala. La madrugada
del 1 de enero, al mando de un grupo de 150 etnocaceristas, éste encabezó la
toma de la comisaría de dicha localidad, reduciendo a la decena de policías
encargados de su custodia y apropiándose del armamento. De manera que el
amanecer del año nuevo, el país despertó con la sorpresa de un levantamien-
to armado que desconocía la autoridad del gobierno de Alejandro Toledo.
Tres días antes Ollanta Humala, quien entonces se hallaba destacado como
agregado militar de la embajada peruana en Corea del Sur, había sido pasado
a retiro por el gobierno. Esto desencadenó dicho levantamiento, conocido
como “Andahuaylazo”, pues uno de los motivos explícitos del mismo fue
exigir al gobierno de Toledo que se respete a los militares que -como Ollanta
Humala- no habían tenido participación en el régimen de Fujimori.10

10. Ocurre que el General Luis Muñoz Díaz, quien había sido nombrado Comandante Ge-
neral del Ejército y en esa condición había dispuesto el pase a retiro de Ollanta Humala,
fue uno de los militares vinculados a Vladimiro Montesinos, el ex asesor presidencial y
cómplice de Fujimori.
238

El levantamiento protagonizado por Antauro Humala culminó bastan-


te mal, debido al saldo lamentable de seis muertos (4 miembros de las fuerzas
del orden y 2 etnocaceristas). Luego de ocurrida la toma de la comisaría du-
rante la madrugada del 1 de enero, los etnocaceristas se atrincheraron en di-
cho local, efectuándose tensas negociaciones con representantes del gobierno,
que no pudieron impedir los hechos de violencia. Al final, Antauro Humala y
sus seguidores decidieron rendirse, siendo confinados en la cárcel. Así, dicho
acto político, que pudo haber sido el disparador de la participación electoral
de los hermanos Humala en las elecciones del año 2006, fue por el contrario
el suceso que devino en su separación y alejamiento. A pesar de que Ollanta
Humala apoyó la actitud de su hermano mediante declaraciones efectuadas
desde Seúl que fueron reproducidas por distintos medios de comunicación,
no tardó en desmarcarse de los hechos de violencia que ensombrecieron el
levantamiento. Hasta el propio Antauro se desdijo respecto a la participación
de su hermano, luego de haber manifestado inicialmente que la asonada res-
pondía a una orden de Ollanta.
Luego de los sucesos de Andahuaylas, se registra una auténtica división
de aguas en la trayectoria de los hermanos Antauro y Ollanta. Mientras que
el primero fue apresado, recibiendo posteriormente una condena de 25 años
de cárcel, el segundo retornó al país y se abocó a la formación del partido
nacionalista, el cual fue creado oficialmente ese mismo año, con vistas a la
participación en las elecciones del 2006. La separación entre los dos herma-
nos que habían protagonizado la gesta de Locumba fue al mismo tiempo una
fuerte división ideológica. Antauro desarrolló un discurso etnonacionalista
exacerbado, basado en la reivindicación racista de una supuesta “raza cobri-
za” originaria del Perú, que estaría destinada a la refundación étnico-nacional
del país, con elementos religiosos inclusive.11 En cambio, Ollanta Humala se
dedicó a la formación del Partido Nacionalista, desarrollando para ello un
discurso más amplio, cercano en gran medida al del progresismo latinoame-
ricano (de allí que fuera acusado durante las elecciones del 2006 de chavista,
al tiempo que ha sido comparado también con Evo Morales y Rafael Correa).
Con muy poco tiempo antes de las elecciones del 2006, Ollanta Huma-
la se dedicó a trabajar políticamente con vistas a su candidatura presidencial,
gozando para ello de bastante popularidad, pues al momento de retornar al
país luego de su retiro ya era una figura bastante conocida. El año 2005, al

11. Hasta la fecha, Antauro Humala, aún desde la prisión, sigue escribiendo y publicando
artículos y libros de agitación etnonacionalista, muchas veces en un lenguaje extravagante
que mezcla reflexiones cósmicas con alusiones a la raza cobriza y a la autenticidad de la
religiosidad cosmológica andina.
239

conformarse formalmente el Partido Nacionalista, éste consistía sobre todo


en un grupo compacto de allegados al líder natural (es decir al propio Ollan-
ta Humala). De allí que entre sus militantes fundadores, figuran sobre todo
sus propios familiares y los de su esposa, así como varios de sus compañeros
de armas en el ejército. A este núcleo inicial, se fueron sumando otros com-
ponentes, a medida que el nacionalismo se desplegó como una alternativa
política, a través de la formación de comités partidarios, mediante la insta-
lación de locales en todo el país y, sobre todo, a medida que su discurso de
refundación nacional a través de la vía democrática fue ganando audiencia.
Para las elecciones del 2006, Ollanta Humala se encontró bastante le-
jos, como figura política, del personaje que había encabezado la gesta de
Locumba. El militar etnocacerista del primer momento, había cedido paso
al líder de talante más bien izquierdista, que prometía restaurar la dignidad
nacional mediante una reforma política y económica profunda, que requería
la convocatoria a una Asamblea Constituyente para el cambio de la Constitu-
ción, así como la modificación del modelo económico en aras de una forma
de desarrollo centrada en la defensa de los intereses nacionales. En un con-
texto político caracterizado por la crisis profunda de los partidos, así como
por la ausencia de propuestas ideológicas de cambio, el discurso nacionalista
comenzó a ganar audiencia, sobre todo en sectores populares del interior del
país. Poco a poco, al núcleo inicial de los fundadores, se fueron sumando
núcleos de militantes compuestos en gran medida por ex miembros de las
organizaciones de la izquierda peruana, quienes de esa forma hallaron una
posibilidad de hacer política partidaria. Formalmente, los partidos subsis-
tentes de la izquierda, así como otras agrupaciones ubicadas en el centro del
espectro político, miraron con cierto recelo el surgimiento del nacionalismo,
al tiempo que iban tendiendo puentes que se evidenciaron después en su
respaldo electoral.
Debido a las dificultades para el logro de la inscripción electoral, Hu-
mala terminó postulando como candidato del partido Unión por el Perú, el
cual contaba con inscripción vigente ante las autoridades electorales. La sor-
presa de la primera vuelta electoral realizada en abril del 2006, fue que Hu-
mala obtuvo el primer lugar con un 30% de los votos válidos, por encima de
Alan García, su principal contendor. Lo que siguió posteriormente fue que
Humala se convirtió en el centro de una fuerte campaña de desprestigio po-
lítico, la cual se basó en gran medida en el uso de los medios masivos de co-
municación, los cuales lo presentaron como una amenaza que ponía en riesgo
lo avanzado en el país, después de años de violencia política, crisis económica
y recuperación de la democracia. Humala, quien por entonces usaba un polo
rojo como símbolo de movilización política, terminó siendo identificado de
240

esa forma con el chavismo, hecho al cual abonó en gran medida su propio
acercamiento al régimen venezolano, así como las declaraciones del propio
Hugo Chávez a su favor y en contra de Alan García. A la postre, dicha iden-
tificación terminó despertando un fuerte voto anti-Humala que se reflejó en
los resultados de la segunda vuelta, los cuales dieron como ganador a Alan
García. Se evidenció asimismo una tajante polarización socioeconómica, te-
rritorial y política en el país, pues la votación por Humala correspondió a los
sectores populares, sobre todo de las regiones del interior. Alan García, por
el contrario, concentró su votación entre distintos sectores sociales, ganando
ampliamente en Lima, donde se concentra un tercio de la población del país.
A pesar de su derrota en las urnas, luego de las elecciones del 2006 lo
que quedó claro fue que Olllanta Humala se había convertido en el líder de
raigambre popular de mayor importancia en el país. Los remanentes políti-
cos de la izquierda peruana que fuera tan importante en las décadas pasadas,
quedaban desplazados ante la primacía del nacionalismo, convertido en una
identidad política popular de contestación al statu quo y la continuidad del
orden neoliberal instaurado en el país desde inicios de la década de 1990.
Durante los años posteriores, en el período comprendido entre las elec-
ciones del 2006 y la competencia en las urnas del 2011, Ollanta Humala mo-
deró fuertemente su discurso, inclinándose hacia el centro político, al tiem-
po que su organización política se expandía significativamente. El primer
elemento que contribuyó al fortalecimiento político del nacionalismo fue el
propio resultado en las urnas. Convertido en una auténtica sorpresa electoral,
Humala pasó a ser uno de los presidenciables, siendo considerado el Evo o
Chávez peruano. En muchas zonas del interior alejadas de Lima, en las cuales
la votación por su candidatura fue apabullante, registrando más del 70% y
80% de respaldo, no resultó difícil la irradiación del Partido Nacionalista en
comités locales y regionales. Fue el caso de regiones como las del sur andi-
no, donde el voto nacionalista se transformó en los años posteriores en una
fuerza política organizada, bajo la cual se reunieron tirios y troyanos, con la
perspectiva de contribuir auténticamente a la transformación nacionalista del
país, o bien movidos por el afán de beneficiarse con alguna cuota de poder
electoral o administrativo.
A pesar del mediocre desempeño de los parlamentarios nacionalistas
elegidos en las elecciones del 2006, el ex candidato Ollanta Humala logró
mantener su liderazgo y recomponer su organización partidaria, pero sin
permitir que el férreo control familiar y amical sea reemplazado por una
auténtica organización basada en la participación amplia de sus militantes.
El nacionalismo se mantuvo así, durante los años cruciales entre el 2006 y
2011, como el proyecto “de familia” al cual se refirió Humala en el epígrafe
241

con que se abre este trabajo. Sin embargo, ello no fue un obstáculo para que
pudiese captar la participación de diferentes conglomerados de nuevos nacio-
nalistas, incluyendo el respaldo de importantes organizaciones de izquierda,
que de esa manera abandonaron la perspectiva de la reunificación para su-
marse con singular pragmatismo al coche del nacionalismo.
El nacionalismo se convirtió en una bandera política identificada con
la defensa democrática de intereses populares, en un contexto caracterizado
por la ausencia de partidos y la poca capacidad de convocatoria de las or-
ganizaciones gremiales y sociales existentes.12 Elementos como el antineoli-
beralismo, la defensa de los recursos naturales ante las actividades extracti-
vas de empresas transnacionales y la demanda de una nueva Constitución,
abonaron a un programa que fue envolviendo así a un amplio espectro de
integrantes. A pesar de que nadie tenía en claro qué significaba en concreto
la identidad nacionalista, se le identificó con la defensa de los pobres, de los
intereses del país avasallado ante la presencia de empresas transnacionales,
con un fuerte sentimiento de defensa de los recursos naturales y con la lucha
anticorrupción.

La “gran transformación” del nacionalismo en el poder


El 28 de julio de 2011, Ollanta Humala asumió el poder como re-
presentante de una amplia coalición política, después de triunfar en una de
las elecciones más dramáticas que se han visto en el país en las últimas dé-
cadas. Parte del dramatismo que marcó las elecciones, provino de los es-
fuerzos realizados por Humala, para convencer a los sectores renuentes a su
candidatura -especialmente a los grupos de poder económico y político- de
que su proyecto de “gran transformación nacionalista” no representaba una
amenaza al orden democrático, ni al ciclo de crecimiento económico que
viene registrándose en el país desde la década pasada. Fue así como el plan

12. La crisis de representación que muestra la política peruana desde bien entrada la década
de 1980, ha generado la desaparición de los partidos políticos. Las organizaciones ideo-
lógicas estructuradas del pasado, con fuerte arraigo entre distintos sectores de población
en distintas escalas del territorio, han sido reemplazadas por agrupaciones denominadas
independientes, que generalmente nacen y mueren al calor de las coyunturas electorales.
Actualmente, hasta el APRA, sin duda alguna el partido más organizado y con mayor
trayectoria del siglo XX peruano, muestra una situación crítica. En lo que respecta a las
organizaciones sociales y gremiales, también se registra una severa disminución de su posi-
bilidad de representación. Muchas desaparecieron en las últimas décadas, en tanto que las
aún existentes se encuentran bastante debilitadas. En este contexto de absoluta despoliti-
zación y desideologización de la sociedad peruana, el nacionalismo pudo encumbrarse con
relativa facilidad como agrupación política de oposición al modelo neoliberal y demanda
de cambios políticos.
242

de gobierno nacionalista de la primera hora, que planteaba realizar una “gran


transformación” dirigida básicamente a redistribuir los beneficios del creci-
miento, mediante cambios al modelo económico y reformas institucionales,
fue reemplazado por la denominada “hoja de ruta”. Este segundo ideario,
presentado a la opinión pública para la segunda vuelta electoral, privilegió la
búsqueda de “inclusión social”, de manera gradual, en el marco del Estado
de derecho vigente, respetando la división de poderes y honrando todos los
compromisos asumidos por el Estado, según reza su declaración de princi-
pios. El prometido gobierno de la “gran transformación” se convirtió así, una
vez pasadas las elecciones y tras el inobjetable triunfo electoral de Humala,
en el flamante régimen de la “hoja de ruta” y la “inclusión social”.
Durante sus primeros cien días, el gobierno no mostró mayores dificul-
tades. Se conformó un primer gabinete ministerial de concertación y, merced
a la promesa de aplicar la “hoja de ruta”, se dejó atrás el objetivo de cambiar
la Constitución. Sin embargo, al poco tiempo se evidenciaron las inconsis-
tencias del gabinete reclutado bajo el membrete de la concertación política
por el ex premier Salomón Lerner. Dicho equipo, que incluía a políticos e
intelectuales de izquierda, junto a tecnócratas neoliberales comprometidos
con el objetivo de la inclusión social y ex militares interesados en posicionar-
se prontamente en el control de áreas estratégicas del Estado, no soportó las
presiones generadas por la contradicción evidente entre el discurso inclusivo
del régimen y la continuidad del modelo de acumulación vigente desde la
década de 1990.
Las protestas sociales en contra de la minería en regiones como Apu-
rímac y Cajamarca, fueron el detonante de una crisis política que terminó
con la renuncia del premier, y la práctica expulsión del sector de izquierda
aupado al proyecto nacionalista en los últimos años. Ante la situación de
fuerte protesta social registrada en Cajamarca en contra del proyecto minero
Conga, el gobierno optó por decretar el estado de emergencia y militarizar la
zona, al tiempo que se nombraba en el cargo de premier a Óscar Valdez, mi-
litar retirado convertido en empresario bastante cercano al presidente. Este
nuevo premier nombró a una decena de nuevos ministros, y no tardó en
hacer evidente un nuevo estilo político, de “mano dura”, como medio para
administrar la conflictividad social.
A partir de este primer cambio en la conducción del gabinete ministe-
rial, el régimen humalista mostró una fuerte inestabilidad de la figura de los
primeros ministros. Detrás se encuentra un ramillete de problemas y dilemas
irresueltos del régimen. Junto al dilema de optar por conservar de manera
ortodoxa el modelo económico imperante (el “piloto automático”), o privile-
giar más bien el empuje a las políticas sociales “inclusivas”, se aprecian otros
243

problemas de fondo. Uno de ellos tiene que ver con la fuerte influencia del
Ministerio de Economía, el cual para todos los efectos -junto a otros minis-
terios estratégicos- actúa como un eficaz operador de intereses económicos
privados desde el interior del Estado. Otro implica más bien el rol de la pri-
mera dama, Nadine Heredia, quien desde el inicio del régimen exhibió una
cuota de poder a todas luces excesiva, considerando que no fue elegida para
gobernar.

Cierre
Recapitulando, puede señalarse que la “gran transformación” del régi-
men de Ollanta Humala muestra un sorprendente giro de orientación políti-
ca, especialmente del discurso nacionalista que lo condujo al poder. Se trató
de una metamorfosis ocurrida en apenas unos meses, desde su juramentación
en julio de 2011. El presidente Ollanta Humala se desvinculó rápidamente de
los sectores de izquierda que lo secundaron en los años previos a las elecciones
de ese año, buscando el respaldo político de la derecha política y empresarial
del país, más que en los cuarteles de los cuales proviene. Sin embargo, su as-
cendencia militar también se dejó notar en su gobierno. Esto se evidencia en
el reemplazo de la concertación política por la “mano dura” de estilo militar
para la aplicación de la llamada “hoja de ruta”. Asimismo, para la conducción
del aparato de Estado, optó por convocar a una nueva tecnocracia posfuji-
morista, que apuesta por mantener el modelo de crecimiento imperante en el
país, convirtiendo la vieja teoría del “chorreo” en un vago discurso en torno
al objetivo de la “inclusión social”.
De esa manera, el discurso nacionalista de los primeros tiempos de Hu-
mala en torno a la necesidad de una “gran transformación”, terminó convir-
tiéndose en una retórica pragmática en torno a las bondades de la “inclusión”.
Sin embargo, lo que queda claro es que dicho discurso no pasa de sustentar
algunas políticas sociales, hallándose bastante lejos de otorgar al régimen
un horizonte ideológico y político propio. En este contexto, las evidencias
respecto al hecho de que en la práctica, buena parte de la conducción del
gobierno recae más bien en la habilidad política de la primera dama Nadine
Heredia, afectaron fuertemente la imagen de Humala y su gobierno. Esto
incluye el espinoso tema de la posible candidatura presidencial de Nadine
Heredia.
Todo esto no hace más que levantar mayores dudas y discusiones en
torno a la naturaleza política real del gobierno de Humala, planteándose así
un capítulo interesante en el debate más amplio que recorre América Latina,
en torno a las verdaderas orientaciones políticas e ideológicas de los llamados
regímenes “populistas” o “progresistas”. Lo que resulta urgente en ello, es ir
244

más allá de los espejismos que arrastra el uso de categorías bastante impreci-
sas en su uso y contenidos, a fin de avanzar hacia una discusión mucho más
provechosa, en torno a la democracia y sus posibilidades de albergar procesos
de transformación social realmente significativos. El nacionalismo del ré-
gimen de Humala será recordado en dicho contexto como una experiencia
política sumamente mediocre y fallida.
La izquierda que merecemos*

Producto del sorprendente resultado electoral del


2016, la izquierda peruana se encuentra ante una encru-
cijada de dimensiones históricas. En el futuro inmediato,
el Frente Amplio podría dar el salto hacia adelante que le
permita cuajar como alternativa política y social capaz de
disputar -en las urnas y más allá de ellas- la hegemonía
neoliberal impuesta en el Perú desde la década de 1990.
Para ello sus organizaciones deben asumir que es el mo-
mento de ceder terreno propio, a fin de avanzar hacia
un posicionamiento estratégico más amplio. Dar paso a
un efectivo proceso organizativo de alcance nacional per-
mitirá constituir instancias locales y regionales de ancha
base, así como un discurso -un proyecto político- arraiga-
do en las expectativas y demandas populares de cambio,
progreso y democratización del país “desde abajo”.1
Otra posibilidad es que el Frente Amplio repita los
errores del pasado, opte por mirarse el ombligo y acabe
engullido por sus propias divergencias internas. Perdería
así la oportunidad de reconstruir a la izquierda como
actor político anti-hegemónico en el país, pero además
arrojaría por la borda su propio discurso, traicionando el
encargo histórico de renovación expresado en las urnas.
Si esto ocurre, debido a estrechez de miras democráticas

* Publicado en: Ojo Zurdo. Lima, Año 1, N° 1, junio de 2016. El


título de este artículo parafrasea el del recordado crítico cultural
Douglas Crimp: “El Warhol que merecemos”, que fuera escrito
por su autor para recuperar el significado de la figura y obra de
Andy Warhol. Véase: Crimp (2005).
1 Esto es válido especialmente para Tierra y Libertad, organización
que mantiene el control de la inscripción electoral que permitió al
Frente Amplio participar en las elecciones.
246

e incapacidad política, el Frente Amplio simplemente desaparecerá más tem-


prano que tarde del escenario.
Para lograr convertirse en una real alternativa de poder, las organiza-
ciones del Frente Amplio requieren sacudirse un poco de sí mismas, dejando
atrás el ensimismamiento e intolerancia heredados del viejo radicalismo de
izquierda. Un nuevo proyecto histórico requiere una izquierda capaz de re-
inventarse a sí misma, asumir una nueva radicalidad basada en un sentido
auténticamente democrático de la política y recuperar el vínculo profundo
con las luchas populares de nuestro tiempo. En caso contrario, la expectativa
electoral generada por el Frente Amplio no pasará de ser un dato anecdótico
de la reciente historia política peruana.
El dilema poselectoral del Frente Amplio puede sintetizarse así: en lo
inmediato, puede optar por “abrirse” hacia un proceso organizativo de an-
cha base, construyéndose como real alternativa de poder; o, por el contrario,
puede “cerrarse” desperdiciando la oportunidad abierta por el resultado elec-
toral. En este caso, quedaría atrapado en sus propias divergencias internas,
sin capacidad de saltar por encima del pasado de caudillismo, sectarismo y
pobreza democrática de la izquierda peruana.

Explicaciones
En 1989, la división de Izquierda Unida aceleró el desmoronamiento
de la influyente izquierda política y social que hasta entonces exhibía el país.
Pero el fin de IU fue parte de un drama más amplio: el avance de una pro-
funda crisis de representación que afectó al conjunto de la sociedad peruana,
y que desde entonces caracteriza el funcionamiento de nuestra vida política.
Es que en Perú existe un sistema político que carece de representación efec-
tiva. La crisis de representación no solo arrinconó a la izquierda, sino que
canceló el ciclo político que desde mediados del siglo XX se había expresado
en la formación de un sistema nacional de partidos. Entre las décadas de
1980 y 1990, en un contexto marcado por el conflicto armado interno, la
crisis económica y la imposición de la dictadura fujimorista, llegó a su límite
la historia de varias décadas de protagonismo de la izquierda. El resultado
fue una completa reorganización de la sociedad peruana, en el marco de una
nueva hegemonía neoliberal que cambió profundamente los sentidos comu-
nes predominantes en el país. Como parte de ello, la izquierda que sobrevivió
al aluvión neoliberal, se vio en la triste situación de ser vista por la inmensa
mayoría de la población como un fantasma del pasado.
Dicha situación acaba de cambiar de forma inesperada. Gracias al re-
sultado hasta cierto punto fortuito de la primera vuelta electoral del 10 de
247

abril, la izquierda tiene el desafío de consolidarse como actor decisivo en la


vida política peruana, dejando atrás la marginalidad derivada de su derrota
frente a la imposición neoliberal de las décadas previas. Esta oportunidad
es resultado del formidable desempeño electoral de Verónika Mendoza. En
octubre del 2015, fue la candidata que ganó las elecciones internas del Frente
Amplio, asumiendo contra todo pronóstico el reto de representar en las urnas
a una organización minúscula, golpeada además por el divisionismo que can-
celó tempranamente el anhelo de lograr la unidad de las distintas fuerzas de
izquierda. Organizaciones como Tierra y Libertad y el Movimiento Sembrar,
entre otras, tuvieron entonces el coraje de seguir empujando el barco contra
viento y marea. Fue así como la flamante candidata asumió una campaña
presidencial en la cual podemos reconocer dos momentos y dos transforma-
ciones que la condujeron a obtener un resultado exitoso.
En un primer momento, Verónica Mendoza pasó a ser simplemente
“Vero”, pero en esos primeros meses de campaña no logró superar el 2%
de respaldo electoral, a pesar de presentarse como una mujer valiente. Lue-
go ocurrió una coincidencia feliz. Al tiempo que Vero sacaba a relucir sin
ningún temor su identidad de izquierda, el retiro de los candidatos Acuña
y Guzmán dejó un espacio que permitió la aparición de otras candidaturas,
beneficiadas por el atributo de la novedad y, en el caso de Vero, de la juven-
tud. Entonces ocurrió el fenómeno: la candidata del Frente Amplio terminó
de asumir sin ambages un discurso de izquierda, planteando una agenda de
cambios -el reemplazo del modelo neoliberal y de la Constitución fujimoris-
ta, por ejemplo- y dirigiéndose con renovado énfasis hacia un sujeto redescu-
bierto: el pueblo peruano y específicamente los sectores desfavorecidos por la
primacía neoliberal.
Se puede abrir un debate más amplio respecto a las razones que
rodearon el triunfo de Verónika Mendoza. Porque hasta el mes de enero, ya
en plena efervescencia electoral, su candidatura se hallaba estancada en no
más del 2% de respaldo. Muchos pensaban que el Frente Amplio perdería
incluso su inscripción electoral, debido a no lograría superar la valla del 5%
en la votación congresal. Sin embargo, lo ocurrido desde mediados de enero
resultó sorprendente. La tenacidad, el carisma y el discurso claramente a la
izquierda de Vero, lograron rendir frutos a medida que obtenía cierta notorie-
dad pública. Un suceso resultó clave: el intento del periodista Aldo Mariáte-
gui de burlarse de ella al intentar hablarle en francés durante una entrevista,
sin imaginar que Vero le respondería en quechua, dejando en ridículo su
intención subliminal de arrinconarla mostrando una supuesta falta de pe-
ruanidad. El quechua canceló la afrenta y produjo el efecto contrario, pues a
partir de entonces irrumpía en la competencia electoral una opción distinta:
248

una candidatura nueva, con rostro de mujer, joven, plenamente de izquierda


y además peruanísima por el origen cuzqueño y quechua de Vero Mendoza.
Este hecho anecdótico funcionó como lanzamiento simbólico de una
apuesta por la izquierda que a partir de entonces fue ganando mayor audien-
cia. El retiro de Julio Guzmán y César Acuña por parte del JNE, resultó
importante en un sentido preciso: colocó a Vero en una posición expectante,
pues seguía siendo la candidata menos conocida entre los electores. Esta cir-
cunstancia coincidió con el factor que, desde mi punto de vista, constituye el
motivo principal que explica el respaldo obtenido por el Frente Amplio en las
urnas: un claro discurso de izquierda que enfatizó aspectos como el cambio
del modelo neoliberal y la Constitución fujimorista. Un discurso que logró
hacer suya una dimensión moral, reflejada en la apelación a las nociones de
justicia, igualdad, democracia plena y derechos fundamentales. Que además
consiguió dirigirse, construyendo discursivamente su propio sujeto político,
al pueblo como destinatario fundamental de una propuesta de transforma-
ción profunda del país. Todo esto fue brindando espacio a una candidatura
que se mostró de forma renovada, con un liderazgo femenino, joven y pro-
vinciano, pero al mismo tiempo global o “moderno”.
Así, el aspecto fundamental del fenómeno Vero consiste en haber po-
dido expresar expectativas de cambio y renovación en la política, a través de
una explícita agenda de izquierda. Por ello, su caudal de votantes incluyó
fundamentalmente a jóvenes y población de origen popular, especialmente
en provincias, destacando claramente las regiones del sur andino. Es allí don-
de el Frente Amplio obtuvo su principal respaldo, junto al que pudo convocar
en regiones proclives a los candidatos del continuismo neoliberal (Keiko Fu-
jimori y PPK fueron ganadores en Lima, el Norte y la Amazonía). El voto por
Verónica Mendoza fue claramente un voto popular orientado a la demanda
de cambio social. Es decir, convocó a las víctimas de las nuevas desigualdades
e injusticias producidas por la hegemonía neoliberal de las últimas décadas
en el país. La pregunta del millón sale a flote por su propia importancia: ¿Se
trata de una posible base social para un proyecto de izquierda contundente
y de largo plazo?

Perspectivas
El hecho es que el respaldo obtenido en las urnas por el Frente Amplio,
trae la novedad del retorno de la izquierda a la escena política, luego de tres
décadas durante las cuales prácticamente fue borrada del mapa. Ahora reapa-
rece merced a un éxito electoral reflejado en casi 19% de respaldo (votos váli-
dos), ocupando el tercer lugar, a menos de dos puntos de disputar la segunda
vuelta. El Frente Amplio ha obtenido además una bancada parlamentaria
249

propia integrada por una veintena de congresistas. Pero, fundamentalmente,


exhibe un respaldo contundente en territorios como las regiones del sur an-
dino, especialmente entre la población más humilde, en gran medida rural
e indígena.
Merece especial atención el caso de regiones azotadas por la violencia
política, tales como Ayacucho, Apurímac o Huancavelica, donde el Frente
Amplio obtuvo una elevada votación, incluso en localidades rurales bastante
distanciadas geográficamente, y a donde la candidata no logró llegar física-
mente. Si la política se juega sobre todo en el plano de las expectativas, las
ilusiones y los anhelos profundos expresados en proyectos de futuro, el fenó-
meno del voto a favor de Verónika Mendoza en el sur andino, especialmente
en aquellas zonas que fueron escenario de la guerra interna, expresa un cam-
bio sustancial que abarca la memoria histórica: Asistimos, probablemente, al
agotamiento de la “memoria emblemática” a la cual se refiere Steve Stern en
sus estudios sobre el pinochetismo.2 Es decir, al quiebre del sentido común
impuesto como relato triunfante e identidad histórica desde el poder -en
nuestro caso por el fujimorismo- acerca de los hechos recientes de violencia.
El agrietamiento de la memoria emblemática fujimorista, puede ser leído
como señal de cambio profundo en el plano de los sentidos, expectativas y
esperanzas colectivas en torno al presente y futuro. Algo de eso parece mos-
trar el contundente voto a favor de la izquierda en las regiones más castigadas
por la guerra interna.3
Una izquierda para el futuro requiere reencontrarse con nuevas formas
de memoria y esperanza colectiva, enraizadas en procesos concretos de trans-
formación social a través de los cuales, contra viento y marea, los sectores po-
pulares siguen rompiendo -en gran medida de forma subterránea- los diques
de exclusión, injusticias y desigualdades tan profundas en el país. Hemos
avanzado hacia una importante pérdida de legitimidad del racismo de viejo
cuño que, hasta hace poco, era percibido como natural en la sociedad perua-
na, por ejemplo. De otro lado, la impresionante expansión de mercado que
ha transformado sustantivamente al país en estas décadas, se halla en la base
de un dinamismo que está generando nuevas demandas de igualdad social,
progreso y bienestar. Merecemos un proyecto de transformación social ca-
paz de expresar demandas de modernidad, progreso y democratización social

2 Véase: Steve Stern (2000).


3 A pesar del respaldo electoral obtenido por el fujimorismo a nivel nacional, y a que en
segunda vuelta posiblemente logre primacía en las regiones mencionadas, es contundente
el voto por el Frente Amplio en muchos distritos y provincias de los territorios más pobres,
olvidados y golpeados por la violencia.
250

desde abajo, que aún se hallan lejos de contar con vías de expresión política
propia.
Bajo la propia hegemonía neoliberal, apreciamos entonces desafíos y
posibilidades abiertas de lucha, movilización social y organización de izquier-
da. Pero tampoco debemos ser ingenuos. La sociedad peruana actual, mer-
ced al predominio neoliberal, se halla bajo amenaza de mayor desintegración
social, mayor deterioro de lo público y mayor privatización del Estado. La
idea de ciudadanía efectiva, como agenda de plena igualdad política y au-
téntica diversidad de derechos, viene siendo arrinconada por la expansión de
un sentido orientado hacia el lucro, la búsqueda de beneficios al margen de
cualquier límite, y el individualismo como conducta cotidiana.4
Ante ello, en el futuro inmediato, con base en el voto expresado en
las urnas, la izquierda puede asumir su rol de oposición a la continuidad
neoliberal, encarnando un nuevo proyecto de país doblemente significati-
vo. Un proyecto que, en términos amplios, implica repensar el ideario, la
ideología, la teoría que siempre ha nutrido los pasos zurdos. Es momento de
volver a encontrarnos con la potencia de las ideas y sueños en movimiento.
Ideas y sueños que trazan un horizonte ético reconocible, propio de la iz-
quierda en todo el mundo, en torno a nociones de justicia, libertad, cambio
social, democracia e igualdad. En términos inmediatos, de cara a la situación
postelectoral del país, se trata de construir nuevas formas de acción política
radical, en el proceso concreto de lucha, resistencia y reencuentro con los
actores sociales de carne y hueso. Una izquierda peruana con capacidad de
confrontar el orden hegemónico neoliberal. Una izquierda a la altura de su
historia, de sus sueños y de las luchas del pueblo en movimiento. La izquierda
que merecemos.

4 La expansión sin límites de la delincuencia común, sicariato, narcotráfico, extorsiones,


entre otros, revelan claramente estas tendencias a la desintegración social, alentadas por
una ética propia del “mercado salvaje” que predomina en la sociedad peruana.
El Cuzco y sus protestas
indígenas y “mistis”*

Dos conflictos sociales ocurridos el año 2009 en


el Cuzco han captado la atención regional y nacional.
Las protestas ocurridas en Canchis y en Chumbivilcas,
han colocado al Cuzco entre las regiones con mayor in-
tensidad de conflictividad reciente. Desataron también
reacciones públicas que revelan la desarticulación y los
abismos sociales persistentes en la región. Además, se tra-
ta de dos conflictos que se concatenaron con la tragedia
ocurrida a inicios de junio en Bagua y posteriormente
en Andahuaylas, profundizando así la crisis política que
acabó con el gabinete presidido por Yehude Simon. Por
todo ello, vale la pena reflexionar con más detalle sobre el
significado de estos conflictos en relación con la situación
regional y nacional.

Los conflictos cuzqueños en perspectiva


Desde inicios de la presente década, se viene mani-
festando en el Perú un ciclo de conflictos sociales que se
ha ido agudizando durante los regímenes de Alejandro
Toledo y Alan García. El trasfondo de estos conflictos
es la transición doble procesada en el país durante las
décadas de 1990 y 2000. La primera fue la transición
socioeconómica hacia un nuevo patrón de acumulación,
de tipo neoliberal, que reemplazó el anterior patrón so-
cioeconómico estadocéntrico, vigente desde los tiempos
del velasquismo. Esta transición requirió de un régimen

* Publicado en: Parlante, Año 24, N° 100. Cuzco: Centro Guaman


Poma de Ayala, julio-agosto de 2009, pp. 23-25.
252

autoritario y estuvo aparejada a una grave desarticulación social y política,


generada por los efectos de la guerra interna, la crisis económica y las pro-
pias políticas autoritarias del fujimorismo. La segunda transición, más bien
política, ocurrió con el colapso del fujimorismo y la restauración de la demo-
cracia. Ambas transiciones cambiaron completamente la faz social y política
nacional, modelando el escenario que propició el estallido del ciclo actual de
conflictos sociales.
Como anotan Romeo Grompone y Martín Tanaka en un libro reciente1
se puede reconocer la acción de múltiples factores que generan el estallido de
los conflictos sociales a lo largo de esta década, pues la transición democráti-
ca implicó un contexto de apertura de oportunidades y expectativas políticas
acumuladas. En una sociedad carente de canales de representación política,
en la cual lo que queda del anterior sistema de partidos son redes informales
de movilización política sumamente precarias, la agudización del abismo en-
tre el crecimiento económico neoliberal y las expectativas insatisfechas de la
población resulta explosiva y acaba generando espasmos de protesta que, ade-
más, son pésimamente manejados por un gobierno que no deja de mostrar
su enorme incapacidad de gestión política. El resultado es una expansión de
la conflictividad social que pone cada cierto tiempo al país, o más bien a las
zonas afectadas directamente por las protestas, al borde del colapso, tal como
lo hemos visto en diversos lugares.
Hasta ahora, la región Cuzco se hallaba relativamente al margen de la
tendencia a la agudización de la conflictividad social. Protestas como las ocu-
rridas en Espinar y en La Convención o el conflicto territorial entre las pro-
vincias de Calca y La Convención mostraron anteriormente que en la región
también se manifiestan los procesos nacionales que hacen estallar conflictos.
Sin embargo, no se registraban los niveles de conflictividad que se aprecian
en regiones como Puno y Cajamarca, por poner dos ejemplos de zonas en
las cuales la modernización neoliberal desbocada ha sembrado formas de
conflictividad que estallan de manera incontrolada llevando las cosas a una
situación límite. Sin embargo, con protestas como las ocurridas en Canchis
desde el año pasado, y en Chumbivilcas las semanas pasadas, las cuales se
suman a la situación de tensa calma persistente en algunas provincias (como
Espinar, Acomayo y Anta), a las protestas amazónicas en La Convención y a
otras protestas como las ocurridas en torno a la defensa del patrimonio el año
2008, la región de Cuzco ha entrado de lleno a ser una de las regiones del país
donde se avizoran mayores problemas.

1. Véase Grompone y Tanaka (2009).


253

Protestas “construidas”
Un factor parece ser sumamente peculiar en el Cuzco, a diferencia de
lo que ocurre en otras regiones: durante los últimos años, pareciera que se
viene generando un liderazgo social bastante expandido que, sin embargo,
todavía no se articula en plataformas políticas más institucionalizadas. Al
amparo de las expectativas generadas por factores como la regionalización, el
boom turístico actual y la ejecución de obras como la carretera Interoceánica,
o bien debido al temor ante las concesiones mineras y los posibles impactos
en la región del TLC, se han activado corrientes de opinión pública locales y
regionales que alimentan nuevas formas de liderazgo y representación social.
De allí que las protestas ocurridas en Canchis y Chumbivilcas, a diferencia
de otras en la misma región o en otros lugares del país, aparezcan como pro-
testas “construidas”. Es decir, no se trata de avalanchas espontáneas de mo-
vilización, sino de protestas convocadas por una dirigencia local que, de esa
manera, en gran medida “construye” o busca el desembalse de movilización
social. Resulta interesante constatar que se trata de una dirigencia que cabal-
ga entre lo rural y lo urbano e incorpora a personas de diversa procedencia
social (profesionales, trabajadores, estudiantes, campesinos) y variadas tra-
yectorias políticas.
El caso de Canchis es el más claro en este sentido. Luego de un primer
momento de protesta ocurrido el año pasado, un grupo de dirigentes decide
convocar a una nueva movilización, acatando supuestamente la convocatoria
a un “Levantamiento de los pueblos” acordado en la Cumbre de los Pueblos
realizada en Puno. En realidad, en la mencionada Cumbre no fue claramente
acordada la convocatoria a dicho levantamiento, en tanto que la propia par-
ticipación de un grupo de dirigentes de Canchis destacó sobre todo por su
intolerancia en la plenaria final del evento, en la cual buscaron imponer la
aprobación de la convocatoria a la insurgencia de los pueblos. La búsqueda
de notoriedad, con un discurso extremadamente radicalizado, los condujo
al final a convocar a una rueda de prensa desconociendo la Cumbre. Poste-
riormente, cambiando de posición y utilizando el membrete de la Cumbre,
se sostuvo que la provincia de Canchis debía tener protagonismo y dar el
ejemplo, por lo cual convocaron a la movilización bajo la promesa de que se
sumaría el resto de pueblos del país.
Hasta aquí el componente de “construcción” política del conflicto:
la acción de un grupo de dirigentes, quienes utilizando su red de amigos,
aliados y allegados políticos, logran convocar a la protesta. El segundo acto
ocurre por la efectividad de la convocatoria. Es decir, lo ocurrido el año pa-
sado en Canchis, y también ahora, es que la convocatoria logra calzar con
254

el descontento de la población, generándose una movilización social impor-


tante. Insisto: no se trata de una protesta espontánea como la mayoría de las
que ocurren en el país, sino de un conflicto generado por el cálculo político
de una dirigencia local que comparte el deseo de protesta y ciertos vínculos
políticos más bien informales, en cierta medida fraguados gracias a coordi-
naciones y actividades previas como la organización exitosa de los cabildos
comunales o Hatun Tinkuy desde el 2007. Tampoco hay un horizonte pro-
gramático compartido, tal como se pudo apreciar en las negociaciones con
Yehude Simon del año pasado y ahora: no se trata de una plataforma política
y ni siquiera de demandas claramente establecidas. Más bien confluyen dife-
rentes “estados de ánimo” políticos: desde el interés de los campesinos indí-
genas por defender sus recursos colectivos comunales (tierra, agua), pasando
por el rechazo de la población urbana a la actual gestión municipal, hasta el
cálculo político de quienes aspiran a convertirse en figuras políticas locales
y regionales.
Estos elementos, una vez lanzada la protesta, aparecen articulados debi-
do a la gestión política de una capa de dirigentes que incluye no solamente a
los más destacados, sino también a una dirigencia intermedia bastante expan-
dida, básicamente rural, proveniente de las comunidades indígenas. Ocurre
pues la confluencia entre dirigentes “mistis”, o más bien dirigentes urbanos
y profesionales pero vinculados fuertemente al mundo comunal, y dirigentes
propiamente comuneros. El pegamento que suelda esta confluencia y desata
la movilización masiva de la población, sobre todo rural, no es tanto ideoló-
gico, sino más bien emotivo: el descontento expandido y profundo, que en
realidad revela las inconsistencias reales, cotidianas, del “desarrollo” neolibe-
ral regional y nacional. Al mismo tiempo, no existe una plataforma política
sólida ni una agenda de demandas plenamente establecida. Se utiliza la exis-
tencia de gremios ad hoc, al interior de los cuales los dirigentes no controlan
todo, sino que, por el contrario, están obligados a soportar la enorme presión
de las masas en movilización, cuyo sentido común es el de ir hasta el final
con las protestas y los bloqueos.
De otro lado, en el escenario regional -esto resulta sumamente revela-
dor- protestas como las de Canchis y Chumbivilcas acaban mostrando las
inconsistencias de la construcción y existencia de la región: la ausencia de
identificación real entre la ciudad del Cuzco, embriagada por el turismo y
encandilada por la realización de su prestigiosa fiesta jubilar, y un Cuzco
rural largamente empobrecido y olvidado en movilización social. Lamenta-
blemente, fueron las propias autoridades del Gobierno Regional y la Muni-
cipalidad Provincial, es decir quienes estaban obligados a mirar más a fondo
y dar una lección de amplitud y sentido democrático, quienes mostraron
255

verbalmente este hondo abismo que lacera a la región. Al considerar que la


marcha de los canchinos era una amenaza para la realización de las fiestas y
hacer declaraciones públicas en ese sentido, prolongaron un sentido común
arraigado desde antaño entre los sectores dominantes del Cuzco oficial: que
los campesinos indígenas finalmente son ajenos, extraños y representan una
amenaza latente. En medio de una situación de delicada conflictividad so-
cial, las fiestas del Cuzco de este año mostraron cuán divorciado sigue el
sector dominante de la ciudad imperial respecto a una región que manejan,
pero que no comprenden ni valoran en términos de igualdad, ni sienten que
pueda requerir de un horizonte efectivamente común.
El sur (andino) también existe.
Elecciones, interculturalidad y
desarrollo en la macro región sur*

Normalmente, la opinión pública de alcance nacio-


nal elaborada desde una óptica limeña, a través de un
puñado de medios de prensa escrita y televisada, ignora
completamente la diversidad territorial y socio-cultural
del país. Por razones históricas –la ubicación de la capital
en la costa desértica, la concentración del poder político y
económico en Lima- el Perú es una de las sociedades más
fuertemente centralistas. Y aunque en los últimos años se
aprecia un mayor dinamismo en las regiones, se mantiene
todavía un fuerte imaginario centralista, reflejado en el
lugar que sigue ocupando Lima como centro simbólico
del país. Sin embargo, al menos en dos ocasiones las re-
giones del sur andino logran pasar al primer plano del
interés nacional: en temporadas de friaje y en coyunturas
de elecciones.
Año a año, junto a la cercanía de las fiestas patrias,
los peruanos apreciamos las penurias de la gente del sur
andino en su lucha contra el frío inclemente. Las cifras
de las personas muertas debido a los efectos del friaje -bá-
sicamente niños y ancianos de origen rural e indígena-
son un escandaloso reflejo de la desigualdad, pobreza e
ineptitud estatal. Pero también representan el lado oculto
de los festejos patrióticos ocurridos cada 28 de julio, y
muestran de paso los límites del predominio neoliberal,
reflejado en la celebración acrítica del dinamismo y el

* Ponencia presentada en la “Conferencia Regional sobre Desarro-


llo Social de la Macro Región Sur”, Abancay, setiembre de 2009.
Agradezco la invitación de Inés Fernández Baca.
257

crecimiento macroeconómico. Según la teoría del llamado “chorreo econó-


mico”, el progreso y la eliminación de la pobreza son simple cuestión de tiem-
po: lo importante es mantener el rumbo del crecimiento, y poco a poco éste
beneficiará a todos los peruanos. Nuestros neoliberales criollos, en el fondo,
consideran que el sacrificio de muchas vidas humanas es quizá el inevitable
costo a pagar para alcanzar el ansiado desarrollo.
Decíamos que el otro momento de protagonismo del sur andino son
las elecciones. Sobre todo desde las presidenciales del 2006, son muchos los
políticos, analistas, académicos y periodistas preocupados por la situación
de la región y sus posibilidades de futuro. Respecto a las regiones del sur
andino, y en cierta medida de las zonas indígenas de la Amazonía después
de la tragedia de Bagua, viene ganando terreno una interpretación que las ve
como regiones o poblaciones “fallidas” o “fracasadas”, al estilo de las teorías
en boga entre ciertos círculos conservadores de las ciencias políticas nortea-
mericanas. Lo terrible es que este razonamiento conduce a pensar que se trata
de zonas y poblaciones desechables.
Los principales temas de discusión sobre el sur tienen que ver con la
pobreza extrema, las dificultades de articulación con el desarrollo nacional,
la supuesta tradicionalidad de su gente y las posibilidades de que el descon-
tento expresado en las urnas pueda ser canalizado mediante formas violentas
de protesta y movilización social. De allí la fuerza de las voces que insisten
en la necesidad de “hacer algo por el sur”, a fin de lograr que esta región se
articule al tren del desarrollo neoliberal, entendido a través de las cifras ma-
croeconómicas.1

Elecciones y la imagen del sur andino


Uno de los fenómenos notables resultantes de las elecciones del 2006,
ha sido un cierto “redescubrimiento” del sur andino por parte de un amplio
sector de la opinión pública nacional.2 El respaldo obtenido por Ollanta Hu-
mala ha generado mucha preocupación en torno a la situación de regiones
como Cuzco, Puno, Apurímac o Ayacucho, sobre todo porque se trata de
regiones altamente rurales, pobres e indígenas del país. Como sugiere un

1 Por ejemplo, una nota editorial de El Peruano, diario oficial de circulación nacional, habla
en términos de un “gran desafío” consistente en tenderle las manos al sur, generando por
fin la superación de su estancamiento, derivado de la “fractura de la conquista” y el peso de
las “castas raciales” y “estructuras coloniales”. La receta propuesta es la acción coordinada
entre el Estado y el sector privado en pos de “la exportación de productos agropecuarios, la
industrialización destinada a brindar apoyo a ese proyecto exportador y la mayor promo-
ción del turismo”. Véase: “Nuestro gran desafío”, en El Peruano (2006).
2 Sobre las elecciones véase: Vergara (2007).
258

destacado analista, las elecciones tuvieron el resultado de haber “lanzado los


reflectores sobre la pobreza del sur andino” (Lauer, 2006).
Diversos medios expanden la idea de que el respaldo a Ollanta Hu-
mala provino de un sector específico: los pobres y excluidos de las regiones
mencionadas.3 Se difunde así la siguiente idea: que las preferencias políticas
radicales estarían asociadas a situaciones de atraso, exclusión, pobreza y con-
dición indígena de la población. El desconocimiento, la desconfianza, los
prejuicios y temores en torno a la situación del sur, levantan una receta que
no admite dudas ni espacio para la discusión: la solución para el sur consiste
en su modernización. En este contexto, el gobierno aprista no se quedó atrás,
pues anunció el impulso a un ambicioso programa de desarrollo denominado
“Plan sur”. Sin embargo, no se sabe nada acerca de este plan.4
El sentimiento de urgencia por hacer algo a favor del sur, se acompaña
de una imagen sumamente distorsionada acerca de su realidad. Dicha ima-
gen remarca la supuesta tradicionalidad e invisibiliza todo rasgo de dinamis-
mo y de modernidad. El resultado es la idea de una región atrapada por su
pasado y marcada por la pobreza, ruralidad e indigenidad. En suma: una
región estancada en términos sociales e históricos. De esta forma, podemos
notar cómo la imagen predominante sobre el sur andino corresponde al tiem-
po anterior a la aplicación de la reforma agraria. Los procesos de cambio que
transformaron completamente el rostro de la región desde entonces resultan
eliminados. El crecimiento poblacional, expansión de las ciudades, urbaniza-
ción rural, dinamización y diversificación económica, migraciones, así como
los impulsos hacia la integración macro regional, terminan borrados por una
interpretación a la medida de las necesidades discursivas del modelo econó-
mico y de desarrollo hegemónico en el país.
Algunos medios de comunicación, asimismo, refuerzan diagnósticos
y recetas que se hallan lejos de brindan un conocimiento apropiado sobre
la realidad presente del sur andino. Las propias ciencias sociales carecen de
un diagnóstico actualizado acerca de la región. Desde el quehacer actual
de las ciencias sociales, no existe la investigación necesaria que podría per-
mitir una imagen más elaborada. Grosso modo, ocurre que conocemos más
o menos bien la evolución del sur andino en el largo plazo (es decir, desde
tiempos prehispánicos hasta más o menos la primera mitad del siglo XX).

3 Se olvida así que, en realidad, el voto a favor de Humala también incluyó las localidades
más pobres y más rurales de otras regiones del país
4 Antes de las elecciones, Alan García anunció el “Plan Sierra Exportadora”, orientado a
promover la oferta exportadora de la región. Se trata de un plan insuficiente, pues apenas
contempla el lado de la oferta, sin considera la demanda interna y de generación de cade-
nas productivas regionales. Véase: Gonzáles de Olarte (2006).
259

Sin embargo, es insuficiente lo investigado sobre las décadas posteriores a


la reforma agraria. De modo que las ciencias sociales ofrecen una idea de la
unidad y continuidad histórica de la región, pero es muy poca la información
sobre la actualidad.5 La insuficiente investigación académica, entonces, acaba
desconectada de la construcción de opinión pública acerca del sur andino, la
cual se sustenta básicamente en prejuicios, sesgos y temores sobre una región
percibida aún como ignota, arcaica y carente de posibilidades de futuro.

Temores y prejuicios acerca del sur andino


Dos elementos orientan buena parte de las lecturas e interpretaciones
sobre el sur andino. Se trata del temor y los prejuicios en torno al territorio,
así como sobre la gente que lo habita. Ambos moldean una imagen suma-
mente distorsionada de la región, al punto de que es vista como desconocida,
dura e inhóspita, poblada por personas sumidas en la miseria, e incluso en un
estado semejante al de la barbarie. Dicha imagen, que presenta al sur como
un espacio anti moderno, marcado por una geografía dura e inhóspita, llevó
a inicios del siglo XX al escritor e historiador José de la Riva Agüero, luego
de una expedición realizada desde Lima hasta Cuzco, a describir un espacio
prácticamente deshabitado, dominado por la presencia telúrica del paisaje y
las inmensas montañas (Riva Agüero, 1916). Décadas después, continuando
esta descripción, en su novela Pantaleón y las visitadoras Mario Vargas Llosa
presentó al sur como lugar de castigo.
El otro extremo de esta imagen de un sur andino casi deshabitado,
donde lo destacable resulta ser la majestuosidad y dureza del paisaje, son
los prejuicios raciales en torno a una región vista como colmada de indíge-
nas sumidos en la miseria, ignorancia y atraso. Los ejemplos al respecto son
abundantes. No es difícil trazar una línea de continuidad entre los discursos
coloniales de europeos y criollos en torno a la inferioridad de los indios, el
pesimismo de los modernistas decimonónicos en torno al atraso y falta de
“civilización” en el país, y las imágenes paternalistas de los indigenistas de
inicios del siglo XX acerca del silencio y la tristeza de los indios. Pero aún en
el presente, algunos discurso enfatizan el supuesto estancamiento y ausencia

5 En las décadas previas existía abundante información sociológica y antropológica sobre la


realidad del sur andino, pero se carecía de investigación histórica. Actualmente la situa-
ción parece haberse invertido: es mucha y de gran calidad la investigación historiográfica
sobre la región, pero hay escasez de investigaciones referidas a su realidad y tendencias
actuales. Un trabajo valioso, que además logra intersectar la preocupación de conjunto por
el pasado y el presente, es el de Rénique (2004), que estudia la evolución de Puno a lo largo
del siglo XX.
260

de modernidad en la región, recurriendo al argumento de la inferioridad


indígena.
La imagen atávica del sur, como un espacio definido por una condición
de pre-modernidad, remite a arraigadas formas de interpretación de la na-
ción, así como a la falta de valoración de la diferencia cultural por parte de las
élites latinoamericanas. Esto a partir de moldes racistas de hechura colonial.6
Tal imagen tiene eco hasta la actualidad, entre los medios de comunicación
masiva, pero también entre políticos y otros personajes públicos. Una mues-
tra de ello son las declaraciones en torno a las razones del voto a favor de
Ollanta Humala, por parte de personajes como el escritor y periodista Jaime
Bayly, el ex ministro de economía Pedro Pablo Kuczynski,7 el ex presidente
del Congreso Antero Flores-Aráoz y el periodista Aldo Mariátegui. Todos
ellos llegaron a tener declaraciones racistas en torno a los resultados electora-
les y la firma del TLC con los Estados Unidos.
Comentando el resultado de las elecciones presidenciales, Jaime Ba-
yly señaló que la mayoría de votantes por Humala vivían por encima de los
1,200 metros, lo cual podía explicar el comportamiento político y menor
rendimiento intelectual de los serranos, pues a mayor altitud existe menor
cantidad de oxígeno. Casi parafraseándolo, en una conferencia pública, Pe-
dro Pablo Kuczynski sostuvo que la oposición al TLC era la idea de una parte
de la gente de los Andes, debido a que la altura impide que el oxígeno llegue
a sus cerebros. Flores-Aráoz, en alusión a la propuesta de un referéndum so-
bre el TLC, señaló que no tenía ningún sentido preguntarle sobre ese tema
a las “llamas y vicuñas”. Aldo Mariátegui, por su parte, se refirió a quienes
votaron por Humala calificándolos de “electarados”. Otro ejemplo aún más
descarnado es el del periodista Jaime Bedoya Ugarteche, quien reiteradamen-
te exhibe racismo y desprecio por los habitantes de los Andes en sus artículos
del diario Correo.8

6 Para el caso de Venezuela, que resulta ilustrativo para el conjunto de América Latina,
véase los formidables estudios de Beatriz Gonzáles Stephan (1999) acerca de las nociones
de civilidad y modernidad propias de las élites locales a fines del siglo XIX, y la manera en
que estas orientaron sus percepciones morales acerca del cuerpo y el supuesto estado de
naturaleza de los “otros”, es decir, de la inmensa población parda y negra de la costa y los
llanos.
7 Elegido presidente de la República en las elecciones de 2016.
8 Este periodista ha tildado reiteradamente a los habitantes andinos como “inferiores por-
que son quechuas y aymaras”, además de “menos que humanos: antropoides, primates”
(Bedoya Ugarteche, 2005). Aunque escuda sus ataques en supuestos fines pedagógicos,
resulta evidente que saca a luz acendrados prejuicios racistas, que permanecen en lo más
profundo de la subjetividad de los peruanos, como si se tratase de un cierto imaginario
oligárquico aún vigente pero muy escondido (Manrique, 2005).
261

Estas opiniones también dejan entrever los temores una eventual “bom-
ba de tiempo” que podría representar el sur del país. Como indica el investi-
gador Javier Portocarrero:

“En las décadas de los 60 y 70 las élites de Lima vivían asustadas por el temor
de que los pobladores de las barriadas pudiesen bajar de los cerros para invadir
los barrios residenciales de la capital. Hasta el domingo 4 de junio, esas mis-
mas élites han sufrido pánico frente a la eventualidad de un triunfo de Ollanta
Humala, lo que explica la votación arrolladora de Alan García en distritos
como San Isidro. Aunque Humala fracasó en la segunda vuelta, la votación
que logró -solo 5 puntos por debajo de García- ha dejado una sensación de
peligro en futuras elecciones. En particular, se cree que el sur andino, donde
Humala obtuvo el 56% de los votos válidos en la primera vuelta y 74% en la
segunda, constituye una bomba de tiempo” (Portocarrero, 2006).

El racismo acaba escudando, así, el desprecio y el miedo ante quienes


son percibidos como extraños, pero además como poco comprensibles. Todo
ello refuerza las interpretaciones exotizantes y esencialistas acerca de la re-
gión, que de esa forma termina representando un problema para el resto del
país. Como indica un reciente artículo periodístico de Carlos Iván Degregori:

“El país ha cambiado, pero se sigue imaginando al «sur» como a un Otro radi-
calmente diferente y con frecuencia incomprensible. Una piedra en el zapato,
más si se trata de territorios aymaras, especialmente a raíz de la evolución po-
lítica de Bolivia. La imagen del sur-problema se ha reforzado con los recientes
resultados electorales.” (Degregori, 2006).

En este contexto, resulta imprescindible aportar a la tarea de construc-


ción de una imagen más ajustada a la realidad del sur andino, como región
ciertamente conflictiva y afectada por la pobreza, exclusión y deterioro en
diversos aspectos de la vida social, pero que también muestra tendencias sig-
nificativas hacia la integración, así como a la búsqueda de una vía propia de
desarrollo y progreso.

Proyectos de desarrollo para el sur


No es una novedad la intención de “modernizar” al sur andino a través
de la ejecución de planes y programas de desarrollo estatales. En la historia
peruana contemporánea, han sido varios los intentos empujados en ese senti-
do, pero todos resultaron en el fracaso. Fue el caso de los planes del leguiís-
mo, durante la tercera década del siglo XX, para incorporar a la región al
mercado mundial mediante la exportación de la lana de camélidos. Fue una
de muchas experiencias que buscaron dinamizar las economías tradicionales
como palanca para dar impulso al capitalismo. Por entonces, para deno-
minar a los antiguos departamentos del sur, en alusión a la predominancia
262

demográfica de la población indígena, se hizo popular una frase controverti-


da: la “mancha india”.9
Décadas después, en el contexto de posguerra, se dio impulso al más
importante plan de estudios e investigaciones efectuado en pos de desarrollar
al sur. Este programa, denominado Plan Regional de Desarrollo del Sur del
Perú, dejaba atrás el paradigma de la integración exportadora en el mercado
mundial, a fin de alentar el desarrollo industrial y comercial de tipo endóge-
no. Sin embargo, dicho Plan solo logró ser base para el impulso estatal a la
migración y colonización hacia algunas áreas, tales como la de Puno-Tambo-
pata. A pesar de sus ambiciosos objetivos, no pasó de producir un importante
cúmulo de investigaciones, las cuales hasta el momento constituyen el más
completo diagnóstico de conjunto efectuado sobre la región.10
En la década de 1980, durante el primer gobierno de Alan García, el
sur nuevamente volvió a ser objeto de preocupación estatal por implemen-
tar políticas de desarrollo. Por entonces, lo que el gobierno buscaba era im-
pedir, a través de la implementación de acciones focalizadas de desarrollo,
la expansión de la violencia política y las acciones de Sendero Luminoso y
el MRTA. La guerra interna había estallado en Ayacucho, proyectándose
a regiones como Apurímac, Junín y Puno, entre otras. Para ello se diseñó
el “Plan del Trapecio Andino”. Éste consistió en identificar los distritos de
altura más deprimidos, a fin de inyectar recursos a través de la realización de
obras.11 Se introdujo la noción de “trapecio andino”, a fin de hacer referencia
a los departamentos del sur en su conjunto, y para ejecutar actividades de
planificación del desarrollo. Sin embargo, lo logrado fue muy poco, frente a
la magnitud de los problemas y el vendaval de la violencia.

9 El uso de esta frase se remonta al período oligárquico de fines del siglo XIX, pero ganó
popularidad durante las primeras décadas del siglo XX, pasando posteriormente al léxico
de las ciencias sociales. Inicialmente, hasta mediados del siglo XX, los departamentos com-
prendidos en la denominada “mancha india” fueron Puno, Cuzco, Apurímac, Ayacucho,
Junín, Huancavelica, Pasco e inclusive Ancash. En la actualidad, cuando aún se alude a la
“mancha india” se habla en referencia a solo cinco departamentos: Puno, Cuzco, Apurí-
mac, Ayacucho y Huancavelica.
10 Se trata de alrededor de setenta volúmenes del Plan Regional de Desarrollo del Sur del
Perú, compuesto por estudios y diagnósticos que abordan diversos temas de la realidad
socioeconómica, política, social, cultural y hasta geográfica de las diversas localidades del
Sur, incluyendo distintos espacios subregionales, tales como distritos, ciudades y pequeñas
comunidades rurales.
11 Para ello, se ofreció una partida presupuestal extraordinaria con un monto muy modesto:
40 millones de dólares, que debían permitir la realización de obras para el mejoramiento
de la educación, salud, infraestructura, etc.
263

El 2003, al hacer público su Informe Final, la Comisión de la Verdad


y Reconciliación (CVR), entregó al país un crudo diagnóstico del conflicto
armado interno más letal de nuestra historia. La CVR logró hacer visible el
entramado entre violencia, extracción sociocultural y procedencia geográfica
de las víctimas, arrojando un diagnóstico terrible: del total de aproximada-
mente 70,000 muertos, el 75% fueron quechuahablantes, y en Ayacucho, el
epicentro del conflicto, dicha cifra alcanzó un trágico 98%. Así, salió a luz
un terrible diagnóstico que puso el dedo en la llaga de la conciencia nacional,
al revelar la diferenciación de acceso de derechos y ciudadanía entre los pe-
ruanos, entre otros factores debido a la condición étnico-cultural.
Durante el gobierno de Alejandro Toledo, a raíz de los temores acerca
de un “rebrote” de Sendero Luminoso, y luego del secuestro de un grupo de
trabajadores de una empresa transnacional (Techint), se anunció la ejecución
de un plan de desarrollo para los departamentos más pobres, entre ellos los
del sur andino. Posteriormente, este ofrecimiento intentó hacer pasar como
un plan estatal de reparaciones a las víctimas de la violencia. Sin embargo,
nuevamente las expectativas y promesas superaron a la realidad, pues fue
muy poco lo avanzado al respecto.
En ese escenario, planes como el del segundo gobierno aprista en torno
al denominado “Plan sur”, vuelven a poner sobre el tapete el tema de las po-
sibilidades reales de implementar políticas dirigidas al desarrollo efectivo de
la región surandina.

La macro sur: un nuevo capítulo en medio de un acelerado proceso


de cambio
Desde una perspectiva histórica, la preocupación actual por el sur andi-
no parece abrir un nuevo capítulo en la larga historia de encuentros y desen-
cuentros, de marchas y contramarchas que han marcado la relación existente
entre esta región y el resto del país.12 Al respecto, cabe recordar que según el
historiador Alberto Flores Galindo, los departamentos del sur constituyen,
en la experiencia histórica peruana, el único espacio plenamente identificable
como una región (Flores Galindo, 1977).
En ese sentido, desde una óptica de largo plazo, es posible comprender
las idas y vueltas del vínculo entre el sur andino y el resto del país, como
una historia definida por periódicos desencuentros entre tendencias hacia

12 Algunos sucesos de honda repercusión extra regional, tales como la revolución tupacama-
rista de fines del siglo XVIII, el proyecto de confederación peruano-boliviana de inicios del
siglo XIX, el ciclo de rebeliones indígenas de entre fines del XIX e inicios del siglo XX, así
como el indigenismo de las primeras décadas del siglo XX, constituyen verdaderos hitos en
esta larga historia.
264

la integración de la región, por un lado, y por otro los (inacabados) procesos


de construcción nacional en el conjunto del espacio peruano. En términos
económicos, el dilema planteado es el de la imposibilidad de una efectiva
irradiación del crecimiento y desarrollo. Un estudio reciente, encuentra que
las razones de la desigualdad territorial, a pesar de la implementación de po-
líticas de apertura y ajuste estructural, podrían encontrarse en la inexistencia
de tendencias regionales estables de crecimiento en el mediano plazo, que
afectarían las posibilidades de crecimiento del conjunto (Gonzáles de Olarte
y Trelles Casinelli, 2004).
En diversos momentos de expansión económica, en el sur se produce
una intensa modernización, pero que no encuentra correlato en la generación
de bases internas firmes que aseguren el crecimiento. De modo que la moder-
nización y dinamización económica, paradójicamente, terminan arcaizando
aún más a la región. La sucesión de modernizaciones arcaizantes constituye,
así, un patrón recurrente en la historia de la articulación periférica del sur
andino al capitalismo mundial.13
Actualmente, se hace necesario hablar de un nuevo momento de desfase
o desencuentro entre los procesos hegemónicos de desarrollo nacional y los
procesos internos de la región. Desde inicios de la década de los 90s, el mo-
delo de modernización responde a un sentido neoliberal. El mismo ha incen-
tivado uno de los más intensos –y desiguales- procesos de modernización de
la sociedad peruana contemporánea, y específicamente del sur. Sin embargo,
a diferencia de las modernizaciones previas -tales como las ocurridas en el
periodo de entreguerras y en las primeras décadas del siglo XX- se trata de un
proceso vinculado a algunos aspectos específicos de la globalización. Resalta
la existencia de mayor conocimiento y expectativas por parte de los propios
actores, los cuales -a diferencia de lo ocurrido en anteriores coyunturas histó-
ricas de modernización- tienen un mayor nivel de conciencia acerca de lo que
viene ocurriendo en su región y el mundo. Esto contradice completamente
la imagen de supuesta “ignorancia” y “desinformación”, mencionados por
ejemplo en los comentarios racistas de connotados personajes públicos a los
cuales ya hemos hecho referencia. Más bien, lo que estaría ocurriendo es un
desembalse de expectativas, generadas en cierta medida por el mayor nivel

13 El estudio clásico de Burga y Reátegui acerca del desarrollo del capitalismo comercial en el
sur, sostuvo que ello el resultado lógico de la posición subordinada de la región, razón por
la cual se convirtió en un territorio de extracción de materias primas, más no de su reali-
zación (Burga y Reátegui, 1981). En este sentido, resulta interesante la caracterización que
hace Efraín Gonzáles de Olarte de la economía regional del sur, como una mera “economía
mercantil” (Gonzáles de Olarte, 1982).
265

de información y de conciencia de exclusión entre el común de los habitantes


del sur andino.
Este fenómeno se encuentra en la base del actual ciclo de conflictos
sociales que enfrentan a poblaciones locales con sus autoridades electas, o
bien con empresas dedicadas a actividades como la minería. Actualmente, en
los escenarios donde estalla la conflictividad, podemos identificar dos com-
ponentes claves: la participación activa de los jóvenes y la formación de una
opinión pública local de tipo radical. Esto no es una casualidad. Los jóvenes
(especialmente aquellos de origen indígena y rural) son justamente el sector
social que sufre en mayor medida el bloqueo de sus expectativas, y tiene al
mismo tiempo el mayor nivel de acceso a información y conocimiento. En
cuanto a la opinión pública, se puede mencionar la influencia gravitante de
medios como la radio e internet. El sur andino es escenario de un acelerado
proceso de acentuación de expectativas, mayor dinamismo de las economías
locales, transformación de poderes como el municipal, destape de medios de
comunicación propios, entre otros. Por ello, no resulta casual que sea, al mis-
mo tiempo, la región que concentra la mayor cantidad de los denominados
“conflictos sociales” durante los últimos años.14
Las señales en torno al deterioro de la situación social y política del sur
andino no han dejado de incrementarse. Según datos oficiales, la tasa de
pobreza extrema de la región, que alcanza al 32% del total de la población
regional, supera largamente a la tasa nacional, la cual bordea el 20%. Asimis-
mo, el total de pobres –extremos y no extremos- constituyen el 60,2% de la
población regional, en tanto que a nivel nacional dicha cifra alcanza el 52%.
Apurímac, Ayacucho, Cuzco y Puno, se encuentran en los últimos lugares
del Índice Nacional de Desarrollo Humano elaborado por el PNUD. Se trata
de lugares que presentan indicadores alarmantes de pobreza, muy por encima
del promedio nacional. Resulta ilustrativo el caso de Puno, donde alrededor
del 80% de su población es caracterizada por el INEI como pobre (alrededor
del 30% son pobres y el 50% pobres extremos). Casos como el de Cuzco,
con cifras no muy lejanas de pobreza, resultan escandalosos, si se considera
que al mismo tiempo se trata del principal destino turístico del país, razón
por lo cual es un departamento con ingentes ingresos económicos por dicha
actividad, y que incluso alberga un mercado de productos y servicios de lujo
con precios internacionales. Sin embargo, los islotes de bienestar generados
por el crecimiento del turismo siguen rodeados por un mar de pobreza.15

14 Especialmente notable es el caso de Puno, que ha sido escenario de graves episodios de


conflictividad, como el ocurrido en Ilave (véase: Pajuelo, 2009).
15 El desarrollo de proyectos mineros de punta, tales como el de las Bambas, en Apurímac,
también podría generar escenarios similares, con agudos contrastes sociales y expectativas
266

En contraste con ello, cabe destacar la importancia demográfica y terri-


torial del sur. Los siete departamentos de la macro región16 no solo compren-
den a una extensa porción del territorio nacional, sino que albergan –según
los resultados del censo del 2005- alrededor de 5 millones de personas, las
cuales representan el 19% del total. Pero la importancia del sur no es solo te-
rritorial y demográfica. El porcentaje de aporte de la región al PBI nacional es
de 18.8%,17 y en un sector clave como es la agricultura alcanza el 34,2%. Sin
embargo, la región presenta los más bajos niveles en aspectos básicos como la
salud, educación, etc. El grado de analfabetismo, por ejemplo, es el más alto
de la región, bordeando en promedio el 15% de analfabetos, pero con fuertes
desniveles internos entre los distintos departamentos.
De otro lado, de acuerdo a los reportes de seguimiento de conflictos
locales elaborados por la Defensoría del Pueblo, en el país viene ocurriendo
un ciclo de conflictos –sobre todo en contra de las autoridades locales, pero
que también tiene como blanco a los gobiernos regionales y empresas, sobre
todo mineras- que ha alcanzado mayor intensidad en los departamentos del
sur. La mayoría de los conflictos se localizan en los departamentos del sur
andino.18 Sucesos graves de conflictividad social, con el saldo irreparable de
heridos o muertos, tales como los ocurridos en Arequipa (junio 2002), Puno
(mayo 2003), Ilave (abril 2004), Ayacucho (julio 2004), entre otros, dejan
entrever que existe una dinámica propiamente macro-regional que se halla en
la base de dichos conflictos. Pero hasta la fecha no se han realizado estudios
al respecto, desde una perspectiva de conjunto sobre las tendencias hacia la
conflictividad social y política en la región, y sus vinculaciones con procesos
más amplios de cambio de alcance nacional.
Otro de los problemas relevantes para comprender la situación actual
de la macro-región, tiene que ver con la situación de las élites. Al respecto, se
han elaborado algunos trabajos importantes,19 los cuales indican que existen
grupos dominantes, pero que el conjunto de la macro-región carece de élites
como tales. En ausencia de élites regionales económicas y políticas, cabe pre-
guntarse por las posibilidades reales de conformación de una macro-región
plenamente articulada en el futuro. Desde una óptica de largo plazo, existe

insatisfechas entre la población, que generan conflictos violentos.


16 Puno, Cuzco, Apurímac, Tacna, Moquegua, Arequipa y Madre de Dios.
17 Esto es bastante más que otras regiones del país, las cuales, sin embargo, no son vistas
con el mismo nivel de prejuicios con que se habla del sur.
18 Ver: Defensoría del Pueblo (2005, 2007).
19 Véase especialmente el trabajo de Alejandro Diez sobre Puno (Diez, 2003).
267

efectivamente una región sur andina,20 pero desconocemos los impactos de


los procesos que actualmente la están transformando en forma acelerada, así
como sus posibilidades reales de integración.
Sin embargo, no toda la realidad del sur se ajusta a un diagnóstico pe-
simista. Debido al impacto del dinamismo neoliberal que ha transformado
al conjunto del país desde inicios de la década del 90, se vienen procesando
tendencias contrapuestas pero simultáneas. De un lado, se encuentran aque-
llas tendencias y procesos que vienen produciendo una mayor articulación e
integración a nivel macro-regional. Desde una óptica que solo ve las abru-
madoras cifras de pobreza y exclusión, se deja de notar en el sur andino las
últimas décadas ha visto el florecimiento de nuevas dinámicas productivas
y comerciales, que empujan hacia nuevos procesos de articulación y posible
desarrollo.
Estas tendencias, visibles en la generación de nuevos mercados y eco-
nomías emergentes, están reconfigurando desde adentro las condiciones del
progreso y desarrollo macro-regional. Una ciudad emblemática de esto es
Juliaca, una de las nuevas “ciudades intermedias” del país (Hurtado, 2000),
convertida en las últimas décadas en un dinámico eje comercial y producti-
vo. Asimismo, se aprecian nuevos vínculos –económicos, sociales, territoria-
les- reflejados en el incremento de vías de comunicación como las carreteras.
Simultáneamente a las tendencias que sustentan nuevas formas de ar-
ticulación interna en la macro-región, se desarrollan nuevas formas de ex-
clusión y desigualdad, que afectan incluso los niveles microscópicos: la vida
cotidiana familiar, las relaciones sociales basadas en formas de solidaridad
primaria (parentesco, vecindad) o las relaciones comunitarias. Las tendencias
a la desintegración y desarticulación social, se expresan no solamente en nue-
vas y crecientes formas de violencia familiar/doméstica o vecinal.21 También
incluyen el plano de la subjetividad y las formas de conciencia social: los
afectos, los miedos, las expectativas de futuro, las nuevas formas de violencia
social y, en general, los intereses e identidades sociales.

20 Es la perspectiva del importante acercamiento efectuado en Albó y otros (1996).


21 En ese sentido, no resulta casual constatar que en la actualidad, uno de los grandes temo-
res de las familias pobres, en las comunidades y barrios urbanos periféricos, es el de las vio-
laciones, sobre todo a niños y muchas veces por parte de sus propios familiares o vecinos.
La propuesta del propio presidente de la República y varios congresistas de aplicar la pena
de muerte contra los violadores de niños, encuentra eco en esta situación que revela las
tendencias hacia la desestructuración sociales, incluyendo a las relaciones sociales básicas
(parentesco, filiación, vecindad).
268

Corolario
En el contexto descrito en las páginas previas, resulta urgente plantear
nuevas interrogantes, en relación a los procesos simultáneos, aunque diver-
gentes, que están transformando aceleradamente el rostro del sur andino.
Fenómenos como la preferencia electoral por propuestas “radicales” que
enfatizan promesas de cambio, o el incremento de los llamados “conflictos
sociales”, pueden interpretarse de manera distinta a partir de considerar las
particularidades del sur andino. Eso implica avanzar, en primer término,
hacia una perspectiva de interculturalidad en serio. Es decir, tomar en cuenta
la condición diversa, en términos culturales y sociales, que hace parte de la
riqueza del sur, avanzando sustancialmente hacia la eliminación del racismo
y la discriminación basada en el origen étnico-cultural.
En segundo lugar, hace falta replantear completamente la idea de desa-
rrollo. Desde una perspectiva supeditada al predominio neoliberal, la única
posibilidad de desarrollo para las poblaciones del sur consiste en articularse al
boom de actividades como la minería o el turismo. Pero la propia población
viene empujando alternativas económicas que van más allá de los paradigmas
establecidos en torno al desarrollo. Contra la imagen ampliamente extendida
en torno a la supuesta tradicionalidad de la gente del sur andino, se trata
de una apuesta hacia formas de modernidad y progreso con rostro propio,
de alternativas de desarrollo endógeno que ponen en acción conocimientos,
recursos colectivos y extensas redes sociales. La transformación de las comu-
nidades rurales hacia posibilidades de otro desarrollo, en las cuales van de la
mano el dinamismo de la producción y el avance del mercado, junto al auge
de formas comunitarias y redes de solidaridad, es una muestra de ese cambio
trascendental hacia el futuro.
En este contexto, resulta clave contribuir a la construcción de una ima-
gen renovada sobre el sur andino, dejando de lado los prejuicios y temores,
así como el racismo y la exclusión. Hace falta una imagen que refleje la tra-
dicionalidad, pero también la modernidad propia y bullente del sur andino.
Esto supone ir más más allá de una perspectiva hasta la fecha hegemónica,
que no solo sustenta las actuales políticas públicas, sino que reproduce una
visión sumamente desfasada sobre el sur en la realidad actual del país. Es
clave pensar y actuar en el sur andino, a partir de una aproximación que deje
atrás los términos negativos que aún resultan predominantes, desde una ópti-
ca no solo centralista sino además colonial. A la luz de la actual preocupación
pública que los resultados electorales despiertan en torno al sur, estas tareas
resultan urgentes e imprescindibles.
Perú: crisis política permanente
y nuevas protestas sociales*

Durante la última década, los movimientos sociales


han vuelto a ocupar un lugar importante en la agenda
temática de las ciencias sociales, tanto en América Latina
como a nivel más amplio. Las razones de dicho redescu-
brimiento, obviamente, no son meramente académicas.
Responden sobre todo a la necesidad de visibilizar su
importancia política. En un escenario definido por las
transformaciones post-guerra fría del poder global y el ca-
pitalismo neoliberal, la emergencia de nuevos movimien-
tos sociales (y nuevas formas de protesta asociadas a ellos)
parece mostrar nada menos que la vigencia y renovación
de las luchas anticapitalistas.
En la base de este nuevo ciclo de luchas contra el
capitalismo pareciera hallarse un amplio proceso de mo-
vilización social que se despliega a escala planetaria. Jus-
tamente una de sus expresiones, sin duda la más famosa,
es el llamado movimiento antiglobalización. Este proceso
parece evidenciar aquello que es ocultado por el discurso
triunfante de la globalización neoliberal: la acentuación
de las desigualdades sociales, el cambio e intensificación
de las formas de explotación y dominación, los reacomo-
dos de los bloques de poder regional y local, la crisis del

* Publicado en: Observatorio Social de América Latina, OSAL,


Año V, N° 14. Buenos Aires: CLACSO, 2004, pp. 51-
68. También como: “Pérou: crise politique permanente et
nouvelles protestations sociales”, en: Réseau d’information
et de solidarité avec l’Amérique latine, RISAL, Bulletin
N° 91. Bruselas: mai 2005.
270

neoliberalismo y la reproducción de nuevas formas de exclusión y discrimi-


nación.
En dicho contexto, desde América Latina, se viene desarrollando actual-
mente un fructífero debate en torno a la ubicación de la región en el nuevo
escenario global. Esta discusión abarca temas como la colonialidad del poder,
el eurocentrismo, los saberes alternativos, las modernidades periféricas, los
retos de la diversidad cultural, entre otros.1 También se ha retomado el tema
de los movimientos sociales.2 Justamente, uno de los ejemplos más notables
de dicha vuelta sobre los movimientos sociales, es la opción de CLACSO por
hacer girar en gran medida sus actividades –sobre todo durante los últimos
años- en torno al seguimiento de sus luchas y el debate de sus perspectivas.3
Cabe resaltar que esta tarea ha comprometido la propia participación de los
movimientos sociales.
La importancia política de volver a fijar la mirada sobre los movimien-
tos sociales no ha anulado la búsqueda de nuevos derroteros cognoscitivos. Es
justamente en este aspecto que pueden mencionarse los principales alcances
y debilidades del retorno de los movimientos sociales como objeto priori-
tario de conocimiento social. Entre los logros más relevantes, se encuentra
la incorporación de la dimensión simbólica y cultural de los movimientos
sociales,4 así como el análisis de su dimensión global (es decir, como efecto
y causa de globalización).5 Sin embargo, como suele ocurrir, la urgencia de
lo novedoso resulta contraproducente respecto de la necesidad de rigurosi-
dad conceptual. A costa de “abrir” el concepto de movimiento social para

1. Se trata de un momento fructífero del pensamiento latinoamericano, el cual viene desa-


rrollándose -al igual que en otras coyunturas históricas de modernización, tales como las
décadas finales del siglo XIX o las décadas inmediatamente posteriores a los dos posguerras
del siglo XX- en el contexto de intensificación de las interconexiones globales. Véase al
respecto Pajuelo y Sandoval (2004). También Lander (2000).
2. Entre los nuevos movimientos sociales surgidos en América Latina en el contexto de globa-
lización, destaca la influencia de los movimientos indígenas del Ecuador y Bolivia, el mo-
vimiento zapatista de Chiapas, el movimiento de los sin tierra de Brasil y el movimiento
piquetero de Argentina.
3. Una muestra de ello son los diversos números del OSAL, y este especial dedicado al tema.
Al respecto, es necesario destacar que la acción desplegada por CLACSO a través de sus
múltiples actividades, constituye una de las políticas de generación y difusión de conoci-
miento más influyentes en la región. Sin embargo, su influencia prácticamente no ha sido
objeto de ninguna reflexión específica.
4. Ver sobre todo Alvarez, Dagnino y Escobar (1998).
5. En este aspecto, destacan los estudios sobre los movimientos antiglobalización, la forma-
ción de una nueva sociedad civil globalizada y las dinámicas culturales de la globalización.
La bibliografía es inmensa. Los aportes de Yúdice (2003) resultan muy importantes.
271

nombrar de ese modo a toda forma de movilización social o -tan grave como
ello- a cualquier manifestación de resistencia en cualquiera de los ámbitos de
la realidad, hemos terminado en una imprecisión que conduce a equívocos
teórica y políticamente inaceptables.6
Este texto desea ilustrar dicha situación, pero no a través de una dis-
cusión conceptual, sino mediante el examen de la situación actual de la mo-
vilización social en el Perú. Se busca mostrar que el período de transición
democrática ha implicado el afloramiento de nuevas y múltiples formas de
protesta, las cuales expresan conflictos incubados durante el fujimorismo
neoliberal de la década pasada, que se articulan con procesos anteriores de
exclusión, dominación y protesta. Sin embargo, se trata de una movilización
que se halla lejos de constituir un movimiento social, en la medida que aún
persisten la desarticulación y fragmentación de los intereses sociales y del
tejido social, sobre todo entre los sectores populares. A pesar de una cierta
recuperación de las posibilidades de politización de intereses (expresada en
algunas organizaciones y luchas recientes), predomina aún la crisis de re-
presentación política, así como la ausencia de un horizonte programático
alternativo. La norma sigue siendo la debilidad política de las luchas sociales,
la dificultad de su articulación y la ausencia de actores políticos plenamente
organizados. El ejemplo peruano -no obstante su peculiaridad- puede per-
mitir una mirada más cautelosa en términos académicos, y más útil en tér-
minos políticos, sobre la situación de los movimientos sociales en el resto de
América Latina.

Las (imposibles) promesas de la transición democrática


En el Perú, desde fines del año 2000, con la caída del régimen fujimo-
rista y la apertura del período de transición democrática,7 parecían abrirse
las posibilidades para el desarrollo de un amplio proceso de democratización
social y política. A ese interés respondió el inicio de la reforma del Estado,
entre cuyos componentes más significativos se hallan los procesos de regio-
nalización y descentralización que vienen implementándose actualmente.

6. Coincido plenamente con Fontaine (2003), quien señala que un ejemplo de ello es el abor-
daje cultural a los movimientos sociales realizado por Alvarez, Dagnino y Escobar (1998)
7. El 20 de noviembre de ese año, luego de cuatro meses de iniciado su tercer mandato con-
secutivo, a toda luces ilegal y obtenido mediante un proceso de elecciones fraudulentas,
Alberto Fujimori renunció a la Presidencia mediante un fax enviado desde el Japón. El
Congreso decidió no aceptar dicha renuncia y declaró la vacancia presidencial por incapa-
cidad moral, nombrando como jefe de Estado a Valentín Paniagua, entonces presidente de
dicho poder del Estado. El gobierno de transición de Valentín Paniagua duró hasta el 28
de julio del 2001.
272

Asimismo, la creación de una Comisión de la Verdad encargada de esclarecer


las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el conflicto ar-
mado iniciado en 1980. También la decisión de proceder a la reforma de las
Fuerzas Armadas, las cuales durante toda la década del 90 constituyeron el
soporte del gobierno autoritario de Alberto Fujimori y de su red de corrup-
ción (la más extensa y escandalosa mafia política de toda la historia peruana).
Se impulsó, asimismo, el funcionamiento de un espacio de diálogo entre
las diversas fuerzas políticas y sociales, denominado Acuerdo Nacional, y se
introdujo en la legislación el uso de mecanismos de concertación y participa-
ción en los distintos niveles de gobierno.
No solo parecía posible, sino sobre todo necesario, dejar atrás las dé-
cadas de violencia y autoritarismo neoliberal, forjando bases sólidas para un
país realmente distanciado de la vieja sociedad de señores heredada de una
historia colonial y republicana. Sociedad cuyos tentáculos se extienden a tra-
vés del centralismo, el racismo, la ausencia de una ciudadanía plena para el
conjunto de peruanos y la extrema desigualdad (tramada con todo lo ante-
rior) que organizan la vida cotidiana, así como el poder material y simbólico
estatal y no estatal.

La inconclusa democratización de la segunda posguerra


Desde mediados del siglo XX ocurrió el mayor ciclo de modernización
y movilización social del Perú contemporáneo. Dicho proceso quebró las ba-
ses de reproducción de la sociedad tradicional y del Estado oligárquico. El
conjunto del país se transformó profundamente, debido a los fenómenos de
industrialización, urbanización, migración, escolarización y otros, que cam-
biaron completamente la faz urbana y rural del país.8 En dicho proceso de
cambios, las luchas y movilizaciones populares (especialmente los movimien-
tos campesinos sindicales y urbano-populares) tuvieron un papel fundamen-
tal. Sin embargo, al cabo del período de modernización y movilización, re-
sultó visible que ni la sociedad ni el Estado peruanos se habían reorganizado
sobre la base de un diseño efectivamente democrático y ciudadano. No se lo-
gró reemplazar la sociedad de señores por una auténtica sociedad de ciudadanos.
Y el Estado –como aparato político institucional y artefacto de legitimación
simbólica- quedó varado en el limbo entre la vieja sociedad tradicional y la
novedosa globalización del capitalismo.

8. Un indicador de la profundidad de los procesos de modernización es la migración. En


un lapso de cuarenta años, entre 1940 y 1980, el Perú dejó de ser un país básicamente
rural para convertirse en básicamente urbano, ya que el porcentaje de población rural
pasó en ese período del 70% al 30%.
273

Desde inicios de la década del 80, el ciclo de violencia política iniciado


justamente cuando el país retornaba a la vida democrática, luego de doce
años de dictadura militar, mostró que el Perú seguía siendo una sociedad su-
mamente fragmentada y sacudida por múltiples y agudos conflictos. Estos se
desataron y manifestaron con toda crudeza justamente al amparo del enfren-
tamiento entre los grupos subversivos –especialmente Sendero Luminoso- y
el Estado peruano.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación ha encontrado que el con-
flicto armado interno vivido en el Perú desde 1980 fue el más intenso, pro-
longado y de mayor expansión geográfica de toda la historia republicana.
Ello se refleja claramente en la cifra de víctimas, que dicho informe calcula
en casi 70,000 personas (cantidad en tres veces superior a la que se calculaba
antes de la existencia de dicha Comisión). La dinámica de la violencia repro-
dujo las fracturas y desigualdades existentes en el conjunto de la sociedad
peruana. De allí que el 75% del total de víctimas hayan sido personas de
origen indígena quechua, sobre todo residentes en los pueblos y comunidades
rurales más alejados y olvidados del país. En aquellos lugares donde el Estado
llegó apenas y de mala forma, subsistía por ello una sociedad rural desigual-
mente modernizada, poco democratizada y altamente conflictiva. En medio
de la violencia, esa parte –básicamente rural, indígena y pobre- de la sociedad
peruana, fue el blanco del accionar de los diversos actores enfrentados (las
Fuerzas Armadas y los grupos subversivos). Pero sus propios habitantes tam-
bién decidieron recurrir a la violencia como forma de solucionar múltiples
conflictos locales, familiares e intercomunales, desatándose así una suerte
de guerra civil campesina que incrementó la gravedad del conflicto (CVR,
2003).

El aggiornamento neoliberal de la sociedad


Sobre el terreno abonado por el impacto de la violencia, así como por la
severa crisis económica desatada desde mediados de la década del 70, durante
toda la década del 90 fue posible la imposición, desde el Estado, de un nuevo
ciclo modernizador de rostro neoliberal y autoritario. La forma política de
esta modernización fue el llamado “fujimorismo”, cuya base fue una alianza
de poder entre la tecnoburocracia estatal, las élites empresariales y las Fuerzas
Armadas, bajo la sombra ideológica del neoliberalismo.9

9. En términos económicos, el fujimorismo se inició con la imposición de la política neo-


liberal por parte del gobierno de Alberto Fujimori, mediante el shock (o “paquetazo”)
decretado apenas dos semanas después de asumir el poder, en agosto del 2000. En tér-
minos políticos, el inicio del fujimorismo fue el golpe de Estado del 5 de abril del 2002,
274

Pero el fujimorismo, como toda dictadura, no fue solo un proyecto para


la administración del Estado. Requirió también de la implementación de
mecanismos efectivos de control sobre el conjunto de la sociedad. Ello tuvo
una doble faz: de un lado, se dio impulso a un proceso de “desarrollo” y
“modernización” sustentado en la apertura al libre mercado y la ejecución de
programas dirigidos a cubrir las expectativas sociales (mediante la ejecución
de obras de infraestructura, tales como carreteras, puentes o escuelas, y de
programas sociales de alivio a la pobreza a través de organismos creados para
tal fin). En realidad, toda la economía nacional fue sometida al escandaloso
objetivo de maximizar la rentabilidad del capital, sobre todo transnacional,
lo cual incluyó la absoluta desregulación económica por parte del Estado,
la eliminación de los derechos laborales y la privatización de los principales
empresas públicas. Bajo el espejismo fujimorista, la pobreza se expandió al
punto de convertir al país en uno de los más pobres y desiguales de América
Latina. En segundo lugar, de manera sistemática, se ejecutaron acciones des-
tinadas a fragmentar el tejido social existente, utilizando para ello el pretexto
de la lucha contra la subversión. Las organizaciones sociales, los liderazgos
sociales y los actores políticos, fueron el blanco de dicha arremetida. La exis-
tencia de comandos militares y paramilitares de aniquilamiento -como el
famoso Grupo Colina- fue solo la punta del iceberg de una política sistemá-
ticamente implementada, a lo largo de la década, para destrozar toda forma
de tejido social organizado, especialmente entre los sectores populares. Ello
incluyó formas de represión abierta masiva o selectiva, operaciones de control
preventivo, militarización cotidiana y diversas formas de manejo psicosocial
de masas.
En lo que respecta a los partidos políticos, su crisis de representatividad
y de inserción social fue profundizada en gran medida por el impacto de la
neoliberalización social y estatal. La mayoría colapsó, y los que sobrevivieron
fueron rebasados en las urnas por diversos movimientos independientes que,
tanto a nivel nacional como local, cosecharon el descrédito de los partidos
y de la propia política. El rechazo a los partidos y a la política (denominada
como “vieja politiquería”) también fue alentado sistemáticamente desde el
Estado durante la “década de la antipolítica” que significó el fujimorismo
(Degregori, 2001). Se impuso así una suerte de informalización de la vida
política. Las estructuras organizativas y los principios ideológicos de los par-
tidos fueron reemplazados por una concepción sumamente pragmática de la
participación política, al margen de cualquier institucionalidad y motivada

mediante el cual se clausuró el Poder Legislativo y se selló la alianza de poder entre la


burocracia fujimorista, los empresarios y los militares.
275

sobre todo por la búsqueda de beneficios personales y grupales. Hacer políti-


ca se convirtió, así, en un simple negocio para escalar posiciones de prestigio
y, además, recuperar con creces la inversión económica realizada en las cam-
pañas electorales. De ese modo, se consolidó un proceso de fragmentación y
desarticulación social sin precedentes en la historia peruana. Fragmentación
y desarticulación que han licuado los intereses sociales populares, afectando
la posibilidad de representación política efectiva. De allí que al hablar del
caso peruano no solo sea necesario hablar de una crisis de representación
política, sino más bien de una crisis de representabilidad.10
Todo esto se relaciona con el éxito del neoliberalismo y el fujimorismo.
A diferencia de lo ocurrido en otros países andinos, como Ecuador y Boli-
via, la imposición de las políticas neoliberales no generó ninguna forma de
resistencia social organizada en el Perú. Explicar esto en un país con una
tradición tan fuerte de organización social y lucha política de izquierda, re-
sulta un verdadero enigma, a menos que se considere la situación de los sec-
tores populares y de sus organizaciones representativas. El factor que allanó
el camino al proyecto neoliberal fue la desarticulación del tejido social y de
los intereses de los sectores populares, como efecto de la acción combinada
de la crisis económica, la violencia política y la aplicación de las políticas
neoliberales. Durante el tiempo del fujimorismo, el lado inverso del exitoso
proceso de neoliberalización de la sociedad y del Estado, fue la destrucción
de las organizaciones y movimientos sociales, así como la disminución del
grado de representabilidad política de las capas populares, como resultado de
la fragmentación de su tejido social y de sus intereses sociales. El resultado
fue un verdadero aggiornamento neoliberal de la sociedad.11

10. La idea fue sugerida inicialmente por Francois Bourricaud, luego de su última visita al
Perú. Recientemente, Martín Tanaka (2004) se ha referido a esa ausencia de representa-
bilidad en la política peruana. Su tesis es que dicha situación provendría de la existencia
de un amplio sector social –básicamente rural e indígena- que quedó desarticulado de los
procesos de modernización de la segunda mitad del siglo XX. Se trataría de un sector que
vive, por ello, en una situación permanente de “marginalidad” (y no tanto en la “exclusión”
social), por lo cual no logra ser representado políticamente, permaneciendo en una suerte
de Estado prehobbesiano. Esta tesis, sumamente discutible, reproduce el añejo esquema
evolucionista y eurocentrista de la teoría de la modernización (según el cual pueden existir
sectores “marginales” intocados por el proceso de modernización, equivalente únicamente
al desarrollo capitalista y la occidentalización). Además, al reducir la realidad política de
los supuestos sectores “marginales” a un estado (también supuesto) de premodernidad
política, esta lectura oculta la cosas en vez de ayudar a explicarlas.
11. La expresión de esto no fue solo la desaparición de las protestas sociales, sino también la
expansión de un amplio sentido común neoliberal. Hasta ahora, dicho sentido común –
una suerte de consenso neoliberal básico incuestionable- sigue siendo predominante en los
medios de comunicación y en los debates económicos.
276

El tímido rebrote de las protestas sociales durante el fin


del fujimorismo
Desde la aplicación del “fujishock” neoliberal de agosto de 1990,12 las
protestas y movilizaciones desaparecieron de la escena peruana como por
arte de magia. Durante todo el primer gobierno de Fujimori (1990-1995),
las excepciones a esta situación fueron muy pocas (es el caso de las protestas
estudiantiles de 1993 en demanda de más rentas para las universidades, y
algunas protestas aisladas de los trabajadores despedidos del aparato estatal).
Sin embargo, se comenzó a notar un ligero cambio desde mediados de
la década. El primer indicador de dicho cambio fue la reacción provocada
por la promulgación de la denominada Ley de Amnistía en junio de 1995. La
indignación ante dicha medida –que exculpaba a los militares autores de vio-
laciones a los derechos humanos durante la guerra interna- fue sumamente
amplia.13 Luego de años de mutismo, algunos sectores estudiantiles, grupos
de derechos humanos y familiares de las víctimas salieron a las calles para
protestar contra el gobierno.
Dos años después, en 1997, los estudiantes universitarios reaparecieron
en escena, mediante la realización de múltiples marchas y manifestaciones en
oposición al régimen, al cual comenzaron a tildar públicamente como una
dictadura. Una capa generacional de jóvenes que no habían elegido a Fuji-
mori en las urnas, y que prácticamente no habían conocido otro gobierno,
emergió así a la vida política, a través de la formación de una multiplicidad
de organizaciones (sobre todo asociaciones, colectivos y grupos estudiantiles).
Sin embargo, se trataba de una “movida” juvenil (Venturo 1995) demasiado
heterogénea, y que en cierta medida mantenía el sentido común reacio a la
política tan propio del fujimorismo, resultando incapaz de articularse como
un verdadero movimiento social universitario y generacional.
El segundo factor que comenzó a cambiar el clima de pasividad social,
fue el descontento de la población residente en las regiones. Ante la acentua-
ción del centralismo limeño por parte del gobierno, comenzó a manifestarse
un sentimiento de rechazo que se expresó a través de la formación de diversos
Frentes Regionales. Durante los últimos años del régimen, dichos Frentes

12. Así se denominó al primer paquete neoliberal impuesto por Fujimori -en contra de todas sus
promesas electorales- dos semanas después de asumir el gobierno. Al día siguiente del “fuji-
shock” el país parecía adormecido. Mucha gente deambulaba por las calles pero práctica-
mente nadie se manifestó en contra. Como muestra de la brutalidad de la medida, puede
mencionarse que el precio de los productos básicos subió entre 300 y 800 por ciento.
13. Según una encuesta publicada en la revista Caretas, el 87% de la población se oponía a la
exculpación de los culpables de casos como La Cantuta y Barrios Altos (Caretas, 1995).
277

Regionales constituyeron la principal oposición a los planes reeleccionistas


de Fujimori. A través de la convocatoria a paros regionales, marchas y mo-
vilizaciones de protesta, lograron generar un clima creciente de rechazo a la
continuidad del fujimorismo. El más notorio de ellos fue el Frente Cívico
de Loreto, que logró convertirse en un efectivo articulador del descontento
político de su región, gracias a la existencia de un amplio sentimiento con-
trario a la firma del tratado de paz con el Ecuador. Justamente la oposición
de los loretanos a la firma de dicho tratado en 1998, generó una protesta
violenta que selló el divorcio entre el gobierno y dicha región. Posteriormen-
te, el Frente Cívico de Loreto logró articular una plataforma antineoliberal
y antidictatorial, pero sin dejar el trasnochado nacionalismo contrario a la
paz con el Ecuador. La existencia de fricciones al interior de su dirigencia,
sin embargo, debilitó poco a poco su capacidad de convocatoria y diluyó su
presencia pública.
Del resto de Frentes Regionales, destacaron sobre todo dos: el Frente
Amplio de Arequipa y el Frente Regional del Cuzco. Ambos lograron de-
sarrollar importantes protestas e incluso tuvieron cierta presencia política a
nivel nacional. En el mejor momento se llegó a conformar una Coordinadora
Nacional de Frentes Regionales, pero los límites de esta fueron también los
de los propios Frentes: el divisionismo y la carencia de sostenibilidad, más
allá del limitado tiempo de duración de las protestas.
Hacia 1999, otro factor de cambio fue el tímido rebrote de protestas de
otros sectores sociales de base, tales como trabajadores despedidos, pequeños
empresarios, transportistas y jubilados descontentos con el modelo económi-
co. Lentamente, las calles de Lima y otras ciudades volvían a ser escenario de
reclamos y marchas de protesta en reclamo de mejoras sociales.
A pesar de su falta de articulación y organicidad, las luchas desarrolla-
das por estudiantes, Frentes Regionales y otros sectores, fueron importantes
para alimentar el amplio sentimiento de rechazo cívico a la dictadura. Este
se hizo notar al saberse los planes reeleccionistas de Fujimori. Al acercarse
las elecciones de abril del 2000, el descontento con el fujimorismo fue as-
cendiendo rápidamente, generando múltiples protestas de diversos sectores.
El personaje que canalizó el creciente descontento con el régimen fue el can-
didato de oposición, Alejandro Toledo, quien debido a su humilde origen
social y a su discurso electoral basado en las promesas de trabajo, bienestar
y reconocimiento de las regiones, logro ganarse el apoyo de amplios sectores
de la población.
Fujimori impuso su reelección a través de un escandaloso fraude en
las elecciones. El 28 de julio, día de su juramentación como presidente por
278

tercera vez consecutiva, se realizó la denominada Marcha de los Cuatro Su-


yos convocada por Alejandro Toledo. Fue la manifestación más contundente
del período y la muestra más clara del absoluto desgaste del régimen. Lo que
siguió después fue una acelerada sucesión de acontecimientos que, en solo
cuatro meses, condujeron al espectacular desplome del régimen. Esto ocu-
rrió, sobre todo, debido a la agudización de las contradicciones existentes al
interior del fujimorismo. El hecho que precipitó las cosas fue la revelación, en
septiembre del 2000, de un video que mostraba al asesor Vladimiro Montesi-
nos –verdadero Rasputín de la dictadura fujimorista- comprando con dólares
contantes y sonantes los favores políticos de un congresista de oposición, para
asegurarse así el control político del parlamento. Durante dos meses más
Fujimori intentó aparentar distancia respecto a su poderoso asesor, pero las
revelaciones en torno al profundo carácter corrupto de su gobierno, su abso-
luta ilegitimidad en todo el país y las crecientes presiones internacionales, lo
empujaron a convocar a nuevas elecciones, anunciando que no volvería a pos-
tular. Sin embargo, prefirió escapar al Japón y fingir una renuncia mediante
un fax enviado el 20 de noviembre del 2000.

El destape de las nuevas protestas sociales durante la transición


democrática
Al iniciarse la transición democrática, la situación predominante era de
una extrema fragilidad social y política. En términos sociales prevalecía la de-
bilidad del tejido organizativo y la desarticulación de demandas e intereses.
Los conflictos sociales –eficazmente contenidos durante el fujimorismo- pa-
recían opacos, aislados y hasta inexistentes. En términos políticos, resultaba
evidente la permanencia de la crisis de representación de los partidos, los
cuales parecían flotar sobre sí mismos, sin mayor arraigo con la sociedad que
(teóricamente) debían representar. Además, los actores políticos mantenían
su debilidad orgánica e ideológica.14 La elección presidencial y de congresis-
tas del 2001 mostró la ausencia de los partidos políticos y la prolongación de
la informalidad y el pragmatismo predominantes durante el fujimorismo.15
Durante los ocho meses del breve gobierno de transición de Valentín
Paniagua (noviembre del 2000 a julio del 2001), el clima de movilización
social de los últimos años del fujimorismo se diluyó casi completamente. La
única excepción notable a esta situación, fueron las protestas desarrolladas

14. Con la sola excepción del APRA.


15. Lo mismo ocurrió con las elecciones regionales y municipales del 2002. Entre los partidos,
solo el APRA logró una importante presencia, pero resultó predominante el peso de los
movimientos independientes locales y regionales (Ver Meléndez, 2003).
279

por los campesinos de varias cuencas cocaleras en mayo y junio del 2001, exi-
giendo el respeto a sus cultivos y el cumplimiento de los acuerdos firmados
con el gobierno de Fujimori.
La situación dio un giro desde los primeros meses del gobierno de Ale-
jandro Toledo. Paulatinamente, a lo largo y ancho del territorio nacional,
fueron incrementándose las protestas y reclamos, protagonizados por sectores
muy diversos (ex trabajadores estatales despedidos durante el fujimorismo,
jubilados, usuarios de servicios públicos, agricultores, micro empresarios,
transportistas, comunidades campesinas e incluso amas de casa). El contexto
de transición democrática brindó un escenario propicio para el “destape” de
muchas demandas y conflictos incubados en el curso de la implementación
del neoliberalismo, pero eficazmente contenidos por el fujimorismo. Una de
las razones de esta situación fue que –a diferencia de lo ocurrido durante la
dictadura- la gente vio posible exigir soluciones inmediatas a sus problemas, a
pesar de que estos provenían de atrás, e incluso eran seculares (Ballón, 2002).
Previendo que la movilización social podía ir en aumento, el gobierno
optó por la vía del endurecimiento frente a las protestas. Bajo el pretexto de
que a toda costa se debía preservar la “paz social”, a fin de mantener la transi-
ción y la estabilidad económica para la inversión, se llegó al extremo –desme-
dido y nada propicio a una transición democrática- de penalizar las protestas
sociales. De esa manera, resultaba claro que la “mano dura” anunciada por
el Ministro del Interior, Fernando Rospigliosi, en septiembre del 2001, equi-
valía a una auténtica fujimorización del manejo de los asuntos concernientes
al orden público.
La noche del 20 de marzo del 2002, días antes de la visita al país del
presidente norteamericano George Bush, ocurrió un atentado en las cerca-
nías de la embajada de los Estados Unidos. El saldo del atentado –presunta-
mente ejecutado por Sendero Luminoso- fue de nueve muertos y más de 30
heridos. El presidente Toledo no tardó en reiterar que se aplicaría una política
de “mano dura” contra cualquier rebrote del terrorismo y contra cualquier in-
tento de desestabilización del país, relacionando de esa forma a las protestas
sociales con el probable rebrote de Sendero Luminoso.
El verdadero estallido social, sin embargo, ocurrió con el denominado
“arequipazo” de junio del 2002. Aunque durante los meses previos también
hubo algunas protestas violentas,16 fue la oposición del pueblo de Arequipa a

16. Sobre todo la de Puno en reclamo de la construcción de la carretera transoceánica, y la de


Iquitos en reclamo de incentivos económicos para las regiones de la Amazonía. Esta fue
la más contundente, por lo cual el gobierno se vio obligado a enviar Comisiones de Alto
Nivel y establecer algunos incentivos económicos regionales.
280

la continuidad de las privatizaciones lo que constituyó un verdadero punto de


quiebre de la movilización social. La manzana de la discordia fue la privati-
zación de las empresas regionales generadoras de energía eléctrica, EGASA y
EGESUR.17 El 14 de junio, diversos gremios locales desconocieron la autori-
dad del presidente de la República convocando a la población a protestar para
evitar dicha privatización. Durante los días siguientes, las calles de Arequipa
fueron escenario de amplias movilizaciones, así como de graves enfrenta-
mientos con las fuerzas del orden que dejaron como saldo un muerto y más
de un centenar de heridos. El gobierno decretó el estado de emergencia por
30 días en la región, encargando a las Fuerzas Armadas el control del orden
público. Pero ello no amainó las protestas, que se extendieron al conjunto
de la región. Ante dicha situación, el gobierno no tuvo más opción que dar
marcha atrás y suspender la venta de las empresas.
La exitosa protesta de Arequipa fue el primer campanazo de un extendi-
do rechazo a la continuidad de las políticas neoliberales en el país. Asimismo,
parecía poner al descubierto la irresoluble tensión existente entre la demo-
cracia y el neoliberalismo, cuestionando de esa forma la posibilidad de una
transición democrática con continuismo económico.
Las secuelas del “arequipazo” no tardaron en hacerse notar. El 25 de
junio, en Puerto Maldonado, una turba de manifestantes sembró la violencia
y el caos en esa ciudad, en oposición a la aprobación de la Ley de Concesio-
nes Forestales. El blanco de de las protestas fueron diversos locales públicos
y privados que fueron saqueados e incendiados. Se encontraban entre ellos el
local de una ONG, la casa de un congresista oficialista, el local y depósitos
de madera del INRENA,18 y las instalaciones de la empresa estatal RTP.19
Estos sucesos mostraron que el clima de descontento y protesta imperante en
el país, si bien tenía un signo anti neoliberal, se hallaba lejos de constituir un
“movimiento social” dirigido por gremios institucionalizados. Además care-
cían de una plataforma de lucha claramente expresada en términos ideológi-
cos. Más bien, se asistía al desborde social violento y a desmanes producidos
por sectores lumpenizados. Efectivamente, detrás de los hechos, se hallaba el
interés de las mafias madereras de la zona para continuar con sus actividades
ilegales de saca y venta de madera al margen de cualquier regulación estatal.
De allí que la turba causante de los destrozos estuviese compuesta en gran

17. Empresa de Generación Eléctrica de Arequipa y Empresa de Generación Eléctrica del Sur,
respectivamente.
18. Instituto Nacional de Recursos Naturales.
19. Radio y Televisión Peruana, empresa noticiosa del Estado llamada actualmente TV Perú,
que incluía también a Radio Nacional del Perú.
281

medida por delincuentes y “pandilleros”. Se trató, pues, de una protesta que


reflejó la ausencia de canales de expresión política de los conflictos sociales.
Entre junio y agosto del 2002, los cocaleros del VRAE20 y El Monzón,
realizaron diversas protestas que anunciaban la posibilidad de un conflicto
mucho más grave en las diversas cuencas cocaleras ubicadas en la ceja de sel-
va. Pero no obtuvieron mayor respuesta del gobierno. Unos meses después,
en abril del 2003, la protesta de los cocaleros llegó hasta Lima, mediante la
realización de una marcha exigiendo el fin de la erradicación de cultivos y
la desactivación de DEVIDA,21 organismo creado para manejar la política
nacional de lucha contra el narcotráfico. Los cocaleros llegaban fortalecidos
por la formación, en enero de ese año, de una Confederación Nacional en
la cual habían acordado la realización de la marcha. La CONPACCP22 se
estrenaba así, con inusitada fuerza, capacidad de convocatoria, liderazgo y
organización, como un verdadero movimiento social de dimensión nacional.
Sin embargo, el gobierno actuó con más astucia que la dirigencia cocalera,
cuyos miembros recién se iniciaban en la vida política de dimensión nacional.
Luego de la firma de un acuerdo con el gobierno, que parecía solucionar el
conflicto con el triunfo de la protesta, los cocaleros denunciaron que habían
sido engañados y manipulados, anunciando el reinicio de sus luchas en las
cuencas.23 Dicho desenlace afectó fuertemente a la flamante Confederación,
en cuyo seno no tardaron en estallar las discrepancias.
En mayo del 2003, un año después de los sucesos de Arequipa, el go-
bierno debió enfrentar la crisis más grave desatada por los protestas sociales.
El año se había iniciado con un clima de conflictividad que se expresó en
multitud de protestas y reclamos en diversos lugares del país. Una de las más
fuertes fue la paralización de los miles de cocaleros ayacuchanos del VRAE,
quienes desarrollaron una huelga en defensa de su derecho a cultivar hoja de
coca y en contra de las políticas de erradicación del Estado. Como parte de
sus protestas, realizaron una marcha a la capital departamental, Huamanga,
generándose enfrentamientos con las fuerzas del orden que dejaron el saldo
de varios heridos.
Durante el mes de mayo, el clima de conflictividad llegó a su punto
más alto. Una escalada de huelgas y protestas pusieron en jaque al gobierno,

20. Valle de los Ríos Apurímac y Ene, ubicado en la zona selvática de Ayacucho.
21. Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas.
22. Confederación Nacional de Productores Agrarios de las Cuencas Cocaleras del Perú.
23. Los cocaleros exigían el cese absoluto de la erradicación de cultivos de coca. Sin embargo,
el D.S. 044 acordado con el gobierno, autorizaba a DEVIDA a establecer un “programa
de reducción gradual y concertada de las plantaciones de coca”.
282

generándose una crisis política que tuvo a la declaratoria del estado de emer-
gencia y la salida de los militares a custodiar las calles como uno de sus ingre-
dientes. Las protestas se iniciaron el día 6 con la huelga de los transportistas
de carga y pasajeros que paralizó gran parte de las carreteras, especialmente
las del sur del país. Lo que llamó la atención de esta huelga fue la platafor-
ma de lucha: los transportistas pedían que el gobierno intervenga sobre la
situación de caos de los servicios de transporte, fijando tarifas máximas y
mínimas para la prestación del servicio. Este reclamo afectaba uno de los
dogmas centrales del credo neoliberal: la autorregulación de los precios a
través del libre mercado, por obra y gracia de la ley de la oferta y demanda.
De hecho, diversos sectores del gobierno, así como los principales gremios
empresariales y analistas económicos, pusieron el grito en el cielo, pero al
gobierno no le quedó más remedio que fijar tarifas básicas para la prestación
de esos servicios.
El día 12 de mayo los maestros afiliados al SUTEP24 iniciaron una
huelga nacional indefinida reclamando la mejora de sus salarios. Esta medi-
da resultó sumamente impactante, por tratarse de uno de los gremios más
poderosos (agrupa más de 300,000 maestros), y por paralizar los servicios de
educación básica en todo el país. Se trató, además, de una medida que pa-
recía anunciar una recuperación del movimiento popular: después de varios
años de crisis e incapacidad de articulación de los intereses magisteriales, el
SUTEP lograba ir a una huelga nacional. Ciertamente, en la base de dicha
protesta se hallaba un proceso de recuperación gremial acelerado desde el
final del fujimorismo. Pero la otra novedad fue la evidente división existente
en el gremio. Esta división –que estalló en un Congreso previo- ponía en
cuestionamiento el férreo control ejercido sobre el SUTEP por Patria Roja,
partido de izquierda de filiación maoísta que controla a dicho gremio desde
su fundación. Un sector minoritario extremista, denominado Comité Na-
cional de Reorientación y Reconstitución del SUTEP, dirigido por Robert
Huaynalaya, hizo su propia convocatoria al paro con una diferencia de días,
cuestionando públicamente la legitimidad de Nílver López, secretario ge-
neral del gremio y militante de Patria Roja. Además, otro pequeño sector
anunció su apuesta por la democratización del SUTEP, criticando tanto a la
dirigencia oficial como a la fracción extremista.
La situación del SUTEP ilustra muy bien la de los gremios y organiza-
ciones sociales subsistentes en país después del fujimorismo. Reaparecen en
escena pública, pero con una enorme debilidad orgánica, incrementada por
problemas de legitimidad y serios divisionismos al interior, lo cual les impide

24. Sindicato Unitario de Trabajadores de la Educación Peruana


283

lograr una actuación pública más efectiva.25 Por si esto fuera poco, se hizo
evidente el surgimiento de un sector extremista y violentista al interior del
SUTEP, con firmes ambiciones de conseguir el control político del gremio.
Esta fracción, si bien minoritaria, ha logrado presencia en varios departa-
mentos del país, y se ha convertido en protagonista de los sucesos de violen-
cia ocurridos posteriormente en ciudades como Puno y Ayacucho (tal como
veremos más adelante). Según todas las evidencias, se trata de un sector que
buscaría el resurgimiento –políticamente reciclado– de Sendero Luminoso
en la política peruana.
En apoyo a la paralización de los maestros, el 13 de mayo el Frente
Patriótico de Loreto realizó una protesta en dicha región. A ello le siguió el
inicio de la huelga de los trabajadores del Poder Judicial el 21 de mayo, y la
realización de una marcha convocada por la CGTP26 el 22 de mayo. Pero la
gota que derramó el vaso fue el inicio de un Paro Agrario convocado por la
Junta Nacional de Usuarios de Riego el día 26 de mayo. La convocatoria de
esta organización agraria logró canalizar el descontento acumulado entre los
agricultores del país, frente a la situación crítica del agro.27 El paro agrario
logró una amplia convocatoria aunque localizada básicamente a lo largo del
eje costero. En diversos puntos, los agricultores cerraron la principal carretera
nacional (la Panamericana, que recorre el país de norte a sur a lo largo de la
costa), generando un clima de tensión política que no se había visto desde
hace mucho tiempo. El gobierno, jaqueado por las protestas sociales, decidió
recurrir el 27 de mayo a la declaratoria del estado de emergencia, con la fi-
nalidad de frenar las protestas e impedir las que estaban anunciadas (sobre
todo, la huelga de los trabajadores de salud, convocada para ese mismo día).

25. Otro ejemplo de ello son los gremios agrarios. Antes del fujimorismo existían solo dos
gremios nacionales: la Confederación Campesina del Perú (CCP) y la Confederación
Nacional Agraria (CNA). Ahora existen más de veinte, lo cual hace imposible una con-
vocatoria unificada, a pesar de que el gobierno de Toledo ha continuado el abandono
estatal del agro iniciado en el fujimorismo.
26. Central General de Trabajadores del Perú, la más importante organización sindical perua-
na.
27. Durante el fujimorismo, como parte del paquete neoliberal, fue desactivado el sistema es-
tatal de apoyo financiero al sector (Banco Agrario), y se eliminaron todos los incentivos a la
producción agrícola. La desregulación y el impulso al libre mercado, han generado el surgi-
miento de un pequeño sector sumamente exitoso, dedicado a la importación de productos
agrarios a precios muy bajos (en detrimento de los productores nacionales). También han
permitido el éxito de algunas empresas de agro-exportación dedicadas al cultivo de algunos
productos con fuerte demanda en el cultivo internacional (principalmente es el caso de los
espárragos). Pero la inmensa mayoría de los productores agrarios (básicamente pequeños
agricultores y campesinos indígenas) han visto aumentar su pobreza, ante la continuidad
del abandono estatal.
284

Las Fuerzas Armadas asumieron el control del orden interno en doce de las
veintiséis regiones del país,28 hecho que constituyó una suerte de epitafio de
la transición democrática.
Sin embargo, contra la previsión del gobierno, ocurrió que la medida
extrema de declarar el estado de emergencia y militarizar el control del or-
den público tuvo el efecto contrario. Las protestas violentas no se hicieron
esperar, en franco desacato del estado de emergencia. Los sucesos más graves
ocurrieron en dos zonas del país: en Barranca, al norte de Lima, donde la re-
presión a los agricultores dejó decenas de heridos, y en Puno, donde sectores
estudiantiles salieron a las calles en apoyo a la huelga del SUTEP y contra el
estado de emergencia. El día 29, la desmedida represión de los militares en
Puno generó la muerte del estudiante Eddy Quilca y un saldo de más de 60
heridos (varios de ellos de gravedad). Estos hechos generaron la indignación
del país y un amplio cuestionamiento al gobierno (especialmente al ministro
de Defensa), mientras que en Puno la población realizó amplias manifesta-
ciones de protesta.

Escenarios de las protestas sociales


Durante el resto del año 2003 y los primeros meses del 2004, la si-
tuación de inestabilidad social continuó, mientras el país observaba con
asombro que la crisis política se volvía permanente. Dos ingredientes que
aumentaron la crisis fueron la bajísima popularidad del presidente Toledo y
las múltiples denuncias de la prensa sobre casos de corrupción existentes en
el gobierno. En varios momentos, las denuncias de la prensa se convirtieron
en verdaderos escándalos que rebajaron aún más la popularidad del gobierno
(el más sonado fue el del primer vicepresidente y Ministro de Turismo y Co-
mercio Exterior, Raul Diez Canseco, quien tuvo que renunciar al descubrirse
que había beneficiado a su pareja con un jugoso contrato de trabajo en el
Ministerio que dirigía).
Los escándalos y las denuncias llegaron incluso al entorno más cercano
del presidente. La propia primera dama, Eliane Karp, fue cuestionada por sus
malos manejos al frente de la CONAPA,29 institución creada por ella para

28. Dichos departamentos fueron: Piura, Lambayeque, La Libertad, Ancash, Lima, Ica,
Arequipa, Moquegua, Tacna, Huánuco, Junín y Puno (Decreto Supremo Nº 055-2003-
PCM, El Peruano, Lima, 28 de mayo del 2003). Unos días después, también se encargó
a las Fuerzas Armadas asumir el control interno en las Provincias de La Mar y Huanta
(departamento de Ayacucho), la Convención (departamento del Cuzco) y Chincheros
(departamento de Apurímac) (Resolución Suprema Nº 200-DE/SG, El Peruano, Lima, 9
de junio del 2003).
29. Comisión Nacional de los Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos.
285

administrar las políticas estatales dirigidas a la población indígena. Asimis-


mo, diversos familiares del presidente fueron objeto de investigaciones perio-
dísticas que destaparon actos de corrupción (sobre todo los de sus hermanos,
quienes fueron denunciados en los medios por aprovechar su condición de
familiares del presidente para la obtención de beneficios personales en diver-
sos negocios relacionados a la actividad estatal).
La situación tuvo su punto más crítico cuando se descubrió, en enero
del 2004, que el asesor presidencial César Almeyda había sostenido conversa-
ciones con un miembro de la mafia fujimorista –nada menos que el “cajero”
de la misma, el general Oscar Villanueva- con la finalidad de negociar su
situación legal. El propio Almeyda señaló que Fernando Olivera –jefe del
Frente Independiente Moralizador, partido aliado del gobierno- conocía de
dichas negociaciones. Ello comprometía seriamente la alianza política entre
Toledo y Olivera, pero ambos rechazaron dichas acusaciones, buscando sepa-
rarse de Almeyda. Los delitos de este asesor, quien había sido jefe del Consejo
Nacional de Inteligencia, hicieron recordar la mafia existente durante el fu-
jimorismo: al igual que el asesor de Fujimori, Vladimiro Montesinos, pero a
una escala muchísimo menor, el asesor Almeyda había logrado tejer una red
de corrupción desde su alta ubicación en el Estado.
Durante los meses posteriores, las denuncias en torno al caso Almeyda
no cesaron de producirse, aumentando el descrédito del gobierno y el des-
contento de amplios sectores del país.30 Asimismo, continuaron las denuncias
contra diversos personajes ligados al gobierno y los familiares del presidente.
De allí que en diversos momentos la crítica situación de la credibilidad y legi-
timidad del gobierno, generó rumores respecto a la posibilidad de la renuncia
del presidente, la cual incluso fue solicitada por algunos líderes políticos de
oposición.
A inicios de año ganó notoriedad la posibilidad de una nueva protesta
de los cocaleros de la CONPACCP en Lima, quienes anunciaron la realiza-
ción en la ciudad de su segundo congreso nacional. Este se realizó de todas
maneras, contando con una amplia cobertura periodística, pero en el mismo
se ahondaron aún más las divergencias entre las dirigencias de las diferen-
tes cuencas, generándose una división de la Confederación. A pesar de ello,
los cocaleros de las cuencas que siguieron perteneciendo a la organización,

30. En junio del 2004, un antiguo colaborador de Almeyda hizo saber a la prensa que este
había recibido un soborno de 2 millones de dólares de la empresa cervecera Bavaria para
lograr la compra ilegal de Backus, la principal empresa cervecera peruana, y que una parte
de ese dinero estaba destinada al presidente Toledo. Este es uno de los varios casos de co-
rrupción presuntamente vinculados al entorno palaciego, que hasta la fecha aún no se han
resuelto.
286

realizaron una marcha que llegó a Lima el 21 de abril, permaneciendo por


varias semanas sin obtener mayores logros y un situación de soledad y aisla-
miento crecientes.
El 26 de abril ocurrió un suceso que mostró la gravedad de la crisis
política y las profundas carencias del proceso de institucionalización demo-
crática. Ese día, la población de la localidad de Ilave31 asesinó brutalmente a
su alcalde (quien solo tenía un año en el cargo), a quien acusaban de cometer
actos de corrupción. El país descubrió horrorizado, a través de las escenas del
linchamiento del alcalde propaladas por televisión, que miles de campesinos
y pobladores aymaras se hallaban movilizados desde hacía tres semanas, exi-
giendo ser atendidos por las autoridades. Detrás de los hechos se hallaban los
errores de la gestión de Cirilo Robles –el alcalde muerto-, pero también el
conflicto por el control del poder local y los recursos municipales entre este y
su teniente alcalde, Alberto Sandoval. Asimismo, la compleja y conflictiva re-
lación entre el poder estatal –representado por la Municipalidad Provincial- y
la población rural, compuesta por campesinos indígenas aymaras.
Uno de los elementos que atizaron el conflicto entre el municipio y los
campesinos parece haber sido la variación de las reglas de juego establecidas
desde la creación de la provincia en 1991 (las cuales incluían la transferencia
de recursos municipales a los centros poblados rurales, que el nuevo alcalde
disminuyó). La facción opuesta había logrado canalizar el descontento de la
población, sobre todo luego de un frustrado cabildo abierto que terminó en
un enfrentamiento en plena plaza de Ilave, el día 2 de abril. Desde entonces,
y hasta el desenlace de los acontecimientos, los campesinos tomaron la ciu-
dad exigiendo la renuncia del alcalde, sin lograr mayor atención por parte de
las autoridades nacionales.
Solo con la muerte del alcalde el resto del país centró sus ojos en Ilave,
y entonces distintas autoridades regionales y nacionales –entre ellos el pre-
sidente del Consejo Nacional de Descentralización, Luis Thais- trataron de
aplacar los ánimos de campesinos y pobladores que seguían movilizados. Sin
embargo, las negociaciones resultaron en un estrepitoso fracaso. La pobla-
ción desconoció las disposiciones del Jurado Nacional de Elecciones para el
reemplazo del alcalde, y a lo largo de los meses siguientes realizó diversas pa-
ralizaciones, exigiendo el reconocimiento de un alcalde nombrado por ellos
mismos.32

31. Distrito y capital de la Provincia del Collao, ubicada al sur del departamento de Puno,
muy cerca de la frontera con Bolivia y habitada básicamente por población aymara.
32. Hasta el momento (tercera semana de septiembre) la Municipalidad de Ilave se encuentra
cerrada. A las elecciones complementarias a realizarse el 17 de octubre se han presentado
287

Los sucesos de Ilave reflejan, en pequeña escala, la gravedad de la cri-


sis de representación política del país, así como las dificultades del proceso
de descentralización implementado como parte de la transición democrá-
tica (el cual incluye la creación de las nuevas regiones y la implementación
de diversos mecanismos de concertación y participación ciudadana, que no
funcionaron en Ilave). Como se sugiere en un estudio reciente (Degregori,
2004), las instancias del Estado simplemente resultaron inoperantes frente a
la gravedad de la crisis social y política existente en la zona. El telón de fondo
de los hechos, sigue siendo la situación de pobreza, abandono y falta de re-
conocimiento percibida por la población ante un Estado que no solo es visto
como lejano, sino también como ajeno. El enorme abismo existente entre la
realidad cotidiana de Ilave -teñida por la desigualdad y la exclusión, a pesar
de tratarse de un eje de dinamismo económico en la región de Puno- ilustra
las persistentes carencias de las formas de construcción de democracia y ciu-
dadanía imperantes aún en el país.
Con posterioridad a los sucesos de Ilave, dos acontecimientos más han
remecido la coyuntura política nacional. El primero de ellos ocurrió en Aya-
cucho, donde el 1 de julio se desató una violenta asonada popular que in-
cluyó la quema de diversos edificios y dejó el saldo de decenas de heridos.
El origen de los hechos fue la convocatoria, el día 21 de junio, a una huelga
nacional magisterial por parte del Comité Nacional de Reorientación y Re-
constitución del SUTEP (la facción extremista clasista de dicho gremio a la
cual ya nos hemos referido líneas arriba). El pretexto de dicha medida –que
en realidad buscaba la notoriedad política pública de dicho sector- fue el
supuesto intento gubernamental de privatización de los servicios educativos.
La huelga fue acatada solamente en algunos lugares donde dicho Comité
tiene ascendencia, como es el caso de Ayacucho. Allí, los maestros en huelga
tomaron las instalaciones de la Municipalidad Provincial de Huamanga –la
capital departamental- a fin de presionar al gobierno a atender sus demandas.
La madrugada del 1 de julio, la policía cometió el error de desalojarlos por la
fuerza, generándose un enfrentamiento que dejó el saldo de varios heridos.
Sin embargo, en la ciudad –a través de diversos medios radiales, y de boca en
boca- se corrió el rumor de que la policía estaba matando a los maestros, y
que dos de ellos ya habían fallecido. Se dijo también que la represión era parte
del intento de privatización de la educación. Desde la mañana el centro de la

once candidatos. Los campesinos, articulados informalmente en un Frente de Defensa


Aymara, han anunciado que debe ser elegido su candidato de la denominada “lista única”,
desconociendo a los demás candidatos independientes y de partidos políticos (los cuales
inclusive han sido impedidos de ingresar a algunas comunidades). La situación política de
Ilave resulta, pues, francamente incierta.
288

ciudad se convirtió en un auténtico campo de batalla entre diversos sectores


de la población movilizada y la policía, la cual resultó incapaz de detener los
actos de vandalismo y violencia. El blanco de la ira popular fue el Gobierno
Regional, el cual fue saqueado e incendiado, al igual que otros edificios y
negocios.
El gobierno reaccionó anunciando que se trataba de una protesta gene-
rada por Sendero Luminoso, y que no permitiría el regreso del terrorismo en
el país. Ante ello, durante los días siguientes, diversos sectores de la población
–entre ellos los jóvenes universitarios y los pobladores de los distintos barrios
de la ciudad- se movilizaron en contra del gobierno exigiendo el respeto a los
ayacuchanos, y rechazando el ser tildados de “terroristas”.
La protesta de Ayacucho ha sido el hecho más notorio y significativo
del retorno de una voluntad política con capacidad de articulación y con-
vocatoria. En el mismo escenario donde se originó Sendero Luminoso, y
donde el conflicto armado que desangró al país tuvo su epicentro, parece
emerger nuevamente el fantasma de la violencia.33 Al igual que en Ilave, la
incapacidad política y los errores añadieron motivos a la violencia. Pero ade-
más, la novedad es que esta vez los sucesos fueron desatados por la acción de
un grupo eficazmente organizado que no duda en reivindicar el recurso a la
violencia, y que manipuló eficazmente la memoria histórica ayacuchana de la
lucha por la gratuidad de la enseñanza de fines de la década del 60.34
El segundo acontecimiento que ha remecido la coyuntura política des-
pués de Ilave ha sido la protesta de la población de Cajamarca –región de la
sierra norte del país- en contra de la explotación minera desarrollada por la
empresa Yanacocha, la más importante empresa dedicada a la explotación de
oro en el Perú. El día 2 de septiembre, alrededor de tres mil campesinos de

33. Al respecto, resulta impactante recordar que a fines de agosto del 2003, en la misma plaza
de Huamanga donde ocurrieron los hechos violentos del 1 de julio de este año, la Comi-
sión de la Verdad y Reconciliación realizó la entrega pública de su Informe Final, el cual –
supuestamente- cerraba el capítulo de violencia reciente de la historia ayacuchana reciente.
34. El 21 de junio de 1969 –justamente el mismo día de la convocatoria al paro magisterial
de la facción extremista del SUTEP- la población de Ayacucho y Huanta se levantó en
contra del intento del gobierno de Velasco Alvarado para privatizar la educación pública
universitaria. Producto de los enfrentamientos murieron más de 300 personas. Dicho su-
ceso, de hondo impacto en la memoria popular ayacuchana, constituyó uno de los caldos
de cultivo que dieron origen a Sendero Luminoso. Este año, la Federación de Barrios de
Ayacucho, donde tendría presencia la misma facción de maestros clasistas del SUTEP,
editó un folleto recordando la lucha de 1969 como muestra del martirologio del pueblo
ayacuchano. Entre la plataforma de demandas de los huelguistas, asimismo, figuraba un
punto exigiendo la liberación de los presos políticos. Estos indicios hacen pensar que de-
trás de los hechos habría un intento de reconstrucción política de Sendero Luminoso.
289

diferentes comunidades tomaron el cerro Quilish (el cual es la naciente de los


principales ríos de la región y además es considerado un apu o cerro sagra-
do). Su objetivo era detener las actividades de exploración minera realizadas
por la mencionada empresa. El grave enfrentamiento ocurrido con los 300
policías que custodiaban las instalaciones de la minera dejó un saldo de 27
heridos, entre campesinos y policías. La furia de los campesinos se dejó notar
en la destrucción de las instalaciones y vehículos (unas 30 camionetas de la
empresa fueron destrozadas).
Durante los días posteriores los medios de comunicación dieron amplia
cobertura a la escalada de acontecimientos, que convirtieron al conflicto ini-
cial entre los campesinos de las comunidades cercanas al cerro Quilish y la
empresa Yanacocha en un conflicto mucho más amplio que ha enfrentado al
conjunto de la población de Cajamarca con el gobierno.
Los campesinos bloquearon la carretera Cajamarca-Bambamarca,
manteniendo además el control del cerro Quilish. El gobierno no tardó en
manifestar su respaldo a las actividades realizadas por la empresa minera,
ratificando así el permiso otorgado por el Ministerio de Energía y Minas
para la exploración de oro en dicho cerro. Rápidamente, diversos sectores
de la población de la región –especialmente de la ciudad de Cajamarca- co-
menzaron a movilizarse en contra del incremento de la minería y en defensa
del Quilish, que se convirtió así en un símbolo de los intereses regionales
y la defensa del medio ambiente. Los conflictos violentos ocurridos entre
estudiantes movilizados y las fuerzas del orden, así como la reticencia del
gobierno a considerar los reclamos de la población, atizaron aún más la situa-
ción, generándose diversas movilizaciones y paros regionales que emplazaron
al gobierno durante dos semanas. El último paro regional, realizado el 15 de
septiembre, fue de tanta contundencia que obligó al gobierno a suspender
definitivamente el permiso de exploración del cerro Quilish.
El caso de Cajamarca ilustra el fracaso del modelo neoliberal en satisfa-
cer las necesidades básicas de la población. Resulta notorio el contraste entre
la bonanza de las empresas mineras nacionales y transnacionales (la cuales
desde inicios de la década pasada se vienen asentando en diversas zonas del
país obteniendo gran rentabilidad económica) y la persistente pobreza de las
poblaciones locales, básicamente rurales.35 En el fondo de dicha situación

35. En Cajamarca, durante la última década, el incremento de la minería de oro se ha reflejado


en la duplicación de su aporte al PBI nacional –el cual pasó del 1,7% en 1995 al 3% en el
2002-, pero la bonanza macroeconómica no ha significado mayores niveles de desarrollo
para la mayoría de la población. Por el contrario, el índice de Desarrollo Humano de
Cajamarca disminuyó en el mismo período hasta situar a esta región como la segunda más
pobre a nivel nacional.
290

se halla la persistencia del gobierno en mantener el modelo neoliberal como


marco para la explotación minera, sin tomar en cuenta las necesidades de la
población ni los derechos de las comunidades campesinas, reconocidas inclu-
so por la legislación internacional.36

A modo de breve conclusión


En un artículo publicado hace un año en la revista del OSAL, luego
de examinar el resurgimiento de las protestas sociales en el Perú, se concluía
que “lo que tenemos es un ‘movimiento social’ agotado en la reivindicación
inmediatista, que muestra una serie larga y muy diversa de aspectos a ser re-
sueltos, pero sin alimentar planteamientos políticos capaces de formular una
alternativa ante las presiones existentes. En otras palabras, los ‘movimientos
sociales’ vienen desarrollándose lejanos y ajenos a la política” (Toche, 2003).
Desde entonces, se han sucedido diversos acontecimientos que nos hacen
pensar que la situación es mucho más compleja.
Tal como sugiere Toche al usar el entrecomillado -pero sin llegar a de-
sarrollar la idea- resulta muy difícil hablar de la existencia de un movimiento
social o de varios movimientos sociales en el Perú. A menos que decidamos
utilizar dicho concepto para nombrar cualquier tipo de movilización y pro-
testa social. Y en este caso, lo que estaríamos haciendo es incrementar la
enorme imprecisión conceptual que parece acompañar el redescubrimiento
de los movimientos sociales por parte de muchos científicos sociales.37
Sobre un trasfondo en el cual persisten la desarticulación social y la au-
sencia de perspectivas e intereses, en el Perú se han desarrollado nuevas for-
mas de movilización y protesta, las cuales expresan cierta recuperación y re-
construcción de las posibilidades de representación política y de movilización

36. Ello ha conducido a la formación, en 1999, de la Coordinadora Nacional de Comuni-


dades Afectadas por la Minería (CONACAMI), organización que agrupa a centenares
de comunidades y que constituye una de las más importantes organizaciones surgidas
últimamente en el país. CONACAMI ha impulsado diversas luchas en contra de las em-
presas mineras, siendo la más notable de ellas la desarrollada en Tambogrande, localidad
de la región de Piura, cuyo Frente de Defensa logró impedir las actividades previstas por la
transnacional Manhattan.
37. De acuerdo a la formulación clásica de Touraine (1989), que valdría la pena no olvidar,
no toda forma de protesta constituye un movimiento social. Por ser un momento de lucha
por el poder en la sociedad, un movimiento social requiere una expresión organizativa e
ideológica claramente establecida, y suficientemente fuerte para la disputa del modo de or-
ganización social prevaleciente en la sociedad. Una interpretación distinta es la de Tarrow
(1997), quien centra su reflexión en las dinámicas de la acción colectiva, pero no deja de
identificar lo que denomina como “movimiento social nacional”: aquel que por su dimen-
sión e importancia tiende a la transformación del conjunto del poder y la dominación en
una sociedad.
291

social. Sin embargo, se trata de formas de protesta que siguen siendo bási-
camente precarias, y que no logran generar formas de organización estables.
Por el contrario, parecen marcadas por la debilidad, el aislamiento y el divi-
sionismo.
La experiencia peruana de los últimos años, no solo ilustra la grave
contradicción existente entre el anhelo de afirmación democrática y la conti-
nuidad del neoliberalismo, en la medida que este reproduce las desigualdades
y exclusiones, así como las fuentes de conflictividad social y de violencia.
También permite mirar con más cautela el desarrollo de nuevas formas de
protesta y movilización social, en un momento en que el conjunto de Amé-
rica Latina, frente a la bancarrota neoliberal, parece buscar nuevas salidas y
alternativas (Quijano, 2004).
El colapso del régimen fujimorista a fines del año 2000 abrió paso a
un período de transición democrática que transcurrió bajo el signo de la
continuidad de la crisis económica y la crisis de representación política. Estos
factores incidieron fuertemente sobre las condiciones y posibilidades de la
reconstrucción democrática, pero no resultan suficientes para explicar todas
las dificultades de esta. A ellos debe agregarse la incapacidad e ineptitud
política del régimen para administrar la transición, más aún en la medida en
que esta trajo consigo la reaparición de múltiples protestas sociales. Cuatro
años después, la transición democrática parece haber llegado a su límite o ha
fracasado (Pedraglio y Toche, 2004), en tanto que la reconstrucción de cual-
quier institucionalidad democrática en el país podría ser mucho más difícil,
larga y conflictiva. El abismo persistente entre la bonanza macroeconómica
generada al amparo de la expansión neoliberal, y la situación de exclusión de
amplios sectores sociales, alimenta en gran medida dicha situación.
PARTE 3

MOVILIZACIÓN CAMPESINO-INDÍGENA
EN EL PERÚ
Perú: nuevo ciclo de movilización
campesina e indígena*

Perú vive actualmente un ciclo de crecimiento eco-


nómico visible en altos índices del PBI -el cual se ha ex-
pandido a un promedio anual de 6.5% durante los últi-
mos diez años- así como un importante incremento de la
demanda interna. Dicho dinamismo se ha reflejado en
una nueva configuración de la desigualdad social, pues la
pobreza ha venido reduciéndose, pero a la par del incre-
mento de las distancias que separan a los diversos grupos
sociales, especialmente a ricos y pobres extremos.

Nuevo perfil de la diferenciación y desigualdad


social
De cuando en cuando los periódicos y revistas in-
forman con gran entusiasmo que algunos peruanos inte-
gran las listas de ricos y millonarios. Pero si en décadas
pasadas estaba plenamente identificado el puñado de
familias de los llamados “dueños del Perú”,1 actualmen-
te nadie tiene una idea certera sobre la composición del
poder económico en el país. Nuevos grupos económicos
vinculados a actividades de exportación, importación,
intermediación financiera, cierta producción industrial,

* Una versión abreviada de este texto fue publicada en: Laurent Del-
court (ed.), État des résistances dans le Sud: Les mouvements paysans.
Alternatives Sud, Vol. 20, 2013/4. París y Bruselas: CETRI - Edi-
tions Syllepse, 2013, pp. 157-161.
1 Véase el clásico estudio de Malpica (1965), así como los recientes
trabajos de Durand (2004) en torno a los antiguos y nuevos “due-
ños del Perú”.
296

o bien a negocios de distinto tipo, integran una nueva élite socioeconómica


directamente beneficiada de la ola de crecimiento.
Vienen emergiendo, asimismo, recientes capas de sectores medios, una
suerte de “nueva clase media” compuesta por independientes -emprendedo-
res de negocios de todo tipo en una economía con un sector terciario en
alza-, así como por un nuevo sector de trabajadores dependientes, entre ellos
profesionales, empleados, técnicos y burócratas más o menos bien empleados
y remunerados.
En cuanto a los sectores populares, siguen conformado la mayoría de la po-
blación, integrada por familias residentes en amplias zonas urbanas y rurales que
subsisten bajo condiciones de pobreza y pobreza extrema, merced al autoempleo,
o bien a ocupaciones precarias en gran medida informales y mal remuneradas.
Una parte importante del mundo popular peruano sigue constituido por el
campesinado indígena y no indígena.
Los distintos sectores sociales del país en pleno proceso de recomposi-
ción desde hace dos décadas debido al impacto del neoliberalismo, muestran
intensos procesos de diferenciación social interna. El dinamismo económico,
la modificación del mapa de pobreza y la aguda desigualdad interna se expre-
san en la existencia de una mayor polarización social, que afecta sobre todo
a los sectores populares de las ciudades y el campo. De manera que es posible
notar ahora que en cada sector o grupo social existen fuertes tendencias de
movilidad ascendente y descendente. Diversas capas de los sectores popula-
res se han visto beneficiados por su acceso al mercado, pero también ocurre
la acentuación de la exclusión social y pobreza extrema. Algunos sectores
rurales exitosos en su inserción al mercado han visto mejorar su situación
socioeconómica en apenas una generación. Sin embargo, la gran mayoría de
la población campesina sigue sumida en la miseria y exclusión. Así mismo,
entre las clases medias algunos sectores ascendentes conforman un nuevo
grupo con ingresos bastante mayores al promedio y altos niveles de consumo,
en tanto que otros sectores de clase media caen en picada en lo que respecta
a empleo, beneficios sociales, ingresos y consumo.
Además, bajo el período actual de vigencia del neoliberalismo a ultran-
za adoptado en el país desde la década de 1990, las cifras de pobreza se han
reducido, pero se hallan lejos de dibujar un escenario de bienestar o ascenso
social generalizado. De otro lado, ocurre que nadie conoce a cabalidad el im-
pacto que sobre la actual vida económica peruana tienen actividades como el
narcotráfico, el contrabando, o la operación de mafias insertadas en zonas de
sombra ubicadas entre lo lícito e ilícito, lo legal e ilegal, lo formal e informal,
que incluyen a todos los sectores sociales y ámbitos económicos.
297

El discurso hegemónico y los llamados “conflictos sociales”


El dinamismo y los cambios vinculados al boom de exportaciones de
materias primas -principalmente minerales-, se refleja también en un discur-
so hegemónico que defiende la continuidad del modelo neoliberal impuesto
en el país desde la década de 1990.2 Parte de este discurso es un fuerte sentido
común -difundido por la mayoría de medios de comunicación y usado por
diversos políticos y funcionarios- que rechaza toda expresión de protesta so-
cial. Esto bajo la idea de que toda protesta implica “ruido político” que afecta
la estabilidad que el modelo requiere para seguir funcionando.
Sin embargo, a contrapelo de esta situación, ocurre que el crecimiento
peruano se ha visto acompañado de un incremento notable de la conflicti-
vidad social. Junto a ello, en un escenario de acelerada y abrupta moderni-
zación conflictiva neoliberal, se registra una fuerte expansión de actividades
informales e ilegales. El narcotráfico, el contrabando y la delincuencia de
distinto nivel hacen parte de este escenario. Pero también se puede observar
la multiplicación de protestas sociales, protagonizadas por sectores populares
que -en ausencia de canales organizados como gremios o partidos políticos-
expresan su descontento mediante el recurso a la movilización local, muchas
veces envuelta en fuertes dosis de violencia.
En este contexto, cualquier persona que logre visitar actualmente el
país, sentirá curiosidad y extrañeza ante las alarmantes noticias de los medios
en torno a los denominados “conflictos sociales”. Desde inicios de la década
pasada, dicha frase tiene un peculiar uso mediático y público: se usa para
referirse a cualquier forma de protesta, lucha social o movilización a través
de la cual algún sector o grupo social busca manifestar sus demandas o ex-
pectativas de cambio. El seguimiento y conteo de los llamados “conflictos
sociales”, así como la gestión o negociación política dirigida a eliminarlos, se
han convertido en actividades de singular importancia.3

2. El prolongado régimen autoritario de Alberto Fujimori (1990-2000), impuso un proce-


so de reformas estructurales neoliberales, que transformaron la matriz de acumulación y
desarrollo vigente en el país desde mediados del siglo XX. Así, el modelo de crecimiento
“hacia adentro”, basado en la centralidad del Estado y el anhelo de expansión del mercado
interno, fue cancelado y reemplazado por uno de tipo neoliberal “hacia afuera”, que privi-
legia el libre mercado y se sustenta básicamente en una economía primario-exportadora de
materias primas (básicamente minerales). Sobre el fujimorismo y la sociedad peruana véase
Murakami (2012).
3. Diversas instituciones, entre ellas la Defensoría del Pueblo, así como una oficina de gestión
de conflictos recientemente creada por el gobierno, realizan el seguimiento estadístico de
los denominados “conflictos sociales”. Como producto de esa labor, elaboran reportes
periódicos que alcanzan amplia difusión. Una visión amplia sobre los conflictos sociales
puede encontrarse en: Grompone y Tanaka (2009).
298

Un nuevo ciclo de conflictividad campesina e indígena


Una parte importante de la conflictividad social que puede observarse
actualmente en el Perú, corresponde a ámbitos rurales en los cuales los prin-
cipales actores son grupos campesinos e indígenas movilizados en torno a la
defensa de sus territorios, recursos colectivos y formas de vida. Este fenóme-
no ha ido ganando fuerza desde inicios de la década pasada, y se ha incre-
mentado al punto de que actualmente puede sostenerse que en el Perú está
ocurriendo un nuevo ciclo de movilización campesina e indígena sumamente
peculiar en relación al pasado reciente.
El contexto en el cual viene desenvolviéndose este ciclo de movilización
corresponde a una transición democrática inconclusa, luego del colapso del
gobierno autoritario de Alberto Fujimori (1990-2000). Se trata además -tal
como hemos sugerido líneas arriba- de una coyuntura definida por la hege-
monía del modelo de acumulación neoliberal impuesto por el fujimorismo
desde inicios de la década de 1990. Así, la movilización campesina e indígena
que actualmente puede notarse en distintos lugares del país, ha pasado a ser
la principal expresión de rechazo a la profundización y continuidad del régi-
men vigente de acumulación y desarrollo neoliberal.
Los principales actores de este proceso de movilización colectiva son
sobre todo comunidades campesinas y pueblos indígenas, los cuales vienen
movilizándose en contra de la arremetida de empresas -tanto de capitales
nacionales como transnacionales-, así como de diversos proyectos y obras de
infraestructura que se planifican o ejecutan en sus territorios, poniendo en
riesgo en algunos casos su propia existencia colectiva.
La movilización comunal ocurre sobre todo frente a empresas mineras
en los Andes (que afectan a las comunidades campesinas), y a empresas de
extracción de hidrocarburos en la Amazonía (que afectan a las comunidades
nativas). Este conflicto responde a la reciente expansión de la inversión de
capitales transnacionales en el país, en búsqueda de materias primas para la
exportación. Así, territorios que hasta hace poco tiempo eran vistos como
zonas inhóspitas e improductivas, ahora se convierten en zonas en disputa
entre las empresas, las comunidades y el Estado.4 Pero también cabe anotar

4. Un componente clave de este nuevo escenario es la potestad estatal de otorgar las con-
cesiones de exploración y explotación de recursos naturales. La política de concesiones,
administrada por el Ministerio de Energía y Minas, es fuente de un negocio sumamente
rentable que mezcla intereses estatales y privados, y que no toma en cuenta los territorios
de comunidades y pueblos indígenas. Buena parte del territorio nacional se encuentra
concesionado a personas y empresas que venden a su vez dichos permisos, sin respetar el
hecho de que muchas de esas concesiones se han otorgado por encima de la existencia de
territorios comunales e indígenas.
299

que se desarrollan múltiples movilizaciones comuneras ante la realización


de grandes obras públicas o privadas que amenazan sus tierras, así como en
defensa de recursos naturales básicos para su sobrevivencia colectiva, como
son el agua, los bosques, el territorio en general.5
Se puede plantear la hipótesis de que en la base del surgimiento del
actual ciclo de movilización de las comunidades campesinas y nativas, se
encuentra un fenómeno de redescubrimiento de la dimensión étnico-comu-
nitaria, generado por el propio dinamismo económico asociado a la vigencia
del modelo neoliberal. Ocurre que al incrementarse las presiones de distinto
tipo sobre los recursos colectivos, reemerge una fuerte defensa de lo comu-
nitario. La base de esto radica en el hecho de que, tanto en los Andes como
en la Amazonía, las miles de comunidades existentes consisten en formas de
autoridad colectiva que gobiernan recursos estratégicos compartidos, bienes
comunes cuyo control colectivo asegura la sobrevivencia de las familias co-
muneras.
La defensa actual de los recursos colectivos comunales se encuentra
acompañada, asimismo, de una tendencia a reivindicar una identidad cam-
pesina-indígena. Se trata de un novedoso discurso de defensa de la etnicidad
indígena-campesina en pleno proceso de reformulación. Nuevas manifesta-
ciones de identidad étnica, expresadas mediante una novedosa conciencia de
defensa y reivindicación de la originalidad cultural de los pueblos andinos y
amazónicos, se hallan en la base de este fenómeno. La defensa de la identidad
colectiva, expresada en nuevas formas de etnicidad indígena, se acompaña de
un fuerte discurso de contenidos ecologistas, en defensa de los recursos natu-
rales y de un “buen vivir” en relación con la naturaleza, frente a la amenaza
de las actividades de explotación de minerales y de hidrocarburos. Se trata de
un ecologismo campesino indígena que demanda lugar para otras propuestas
de desarrollo comunitario, que no impliquen la destrucción de los recursos
naturales sino que se sustenten en las prácticas y recursos comunitarios.

Movilizaciones comuneras en los Andes y la Amazonía


Entre los pueblos de los Andes estas tendencias se vienen expresando
en la férrea defensa de las comunidades ante la arremetida de las empresas
extractivas. Lo comunal se encuentra de regreso en el país, como base para
la movilización social del campesinado indígena, sobre todo en un contexto

5. Para una visión de conjunto sobre las movilizaciones campesinas en relación a las dinámi-
cas territoriales e institucionales, véase los trabajos de Bebbington (2007 y 2013). Sobre
la dimensión nacional de los conflictos entre poblaciones locales y empresas mineras véase
Arellano (2011).
300

de crisis de representación política que incluye la inexistencia de partidos


políticos o gremios político-sindicales para la representación de intereses po-
pulares a escala nacional. Por ello, asimismo, ocurre que las múltiples protes-
tas comunitarias ocurren en escenarios de micro política local en los cuales
las comunidades se ven obligadas a librar sus propias batallas, al margen de
formas de articulación orgánica o política con otros actores.
Solamente algunos de los centenares de conflictos protagonizados por
las comunidades campesinas e indígenas en estos años logran ir más allá de
lo local, en algunos casos ganando audiencia y convirtiéndose en casos em-
blemáticos que alcanzan cierta influencia sobre la situación política nacional.
Uno de los más sonados es el caso de la movilización de las comunidades
campesinas de la región de Cajamarca en contra del proyecto minero Conga,
en torno al cual se generó una crisis política que implicó la renuncia sucesiva
de dos presidentes del Consejo de Ministros del gobierno actual de Ollanta
Humala.
Otro caso reciente que se convirtió en noticia nacional es el de la mo-
vilización de las comunidades campesinas de la provincia de Espinar, en la
región de Cuzco, en contra de los planes de expansión de la empresa minera
Xstrata Tintaya. Las comunidades han denunciado que por décadas la acti-
vidad minera ha venido afectando sus aguas y pastos, por lo cual -en alianza
con la Municipalidad local- han conformado un frente que exige a la empresa
pagar un monto mayor de impuestos a fin de promover el desarrollo local.6
Otro caso sumamente emblemático de las movilizaciones comunitarias
es el que incumbe a las comunidades aymaras de la región de Puno. Estas
comunidades protagonizan un movimiento comunal indígena surgido en
defensa de los recursos naturales (fuentes de aguas ubicadas en las zonas al-
tas, pastizales, ríos y el propio lago Titicaca). Asimismo, en demanda de otro
modelo de crecimiento que no se sustente en la minería, sino que incluya la
posibilidad de que los propios recursos locales sean base de desarrollo y pro-
greso. Luego de un fuerte conflicto ocurrido en la provincia de El Collao el
año 2004, que acabó con el linchamiento del alcalde, este proceso ha ido en
aumento, generando inclusive nuevas organizaciones y discursos de reivindi-
cación de la denominada “nación aymara”.7
El año 2011 realizarón una paralización que llegó a convertirse en un
movimiento social de alcance regional, incluyendo la toma de la ciudad de
Puno, la capital departamental, por parte de los campesinos movilizados.

6. En torno a este conflicto véase: Cáceres y Rojas (2013).


7 Sobre el conflicto que rodeó la muerte del alcalde de El Collao-Ilave véase: Pajuelo (2009).
301

Posteriormente, en medio de un contexto político delicado por la cercanía de


las elecciones, decenas de dirigentes llegaron hasta Lima para exigir respeto a
sus derechos, exigiendo que el Estado respete la existencia en el país de pue-
blos indígenas, los cuales, de acuerdo a la legislación internacional vigente,
tienen pleno derecho para proteger sus formas de vida.8
De otro lado, entre los pueblos de la Amazonía es posible obser-
var que también se encuentra activa una fuerte movilización comunitaria,
pero básicamente en contra de empresas dedicadas a la explotación de hi-
drocarburos. Si bien se trata de un movimiento que también se sustenta en
la existencia de las comunidades rurales de base (las comunidades nativas),
cabe destacar una diferencia fundamental. Y es que entre los pueblos ama-
zónicos existe una fuerte conciencia de identidad colectiva en tanto pue-
blos, que en el contexto actual de movilización se ha revitalizado en gran
medida. Más de 60 pueblos indígenas existentes en la Amazonía, tienen
asimismo una mejor plataforma organizativa que sus similares de los An-
des, debido a la existencia de dos grandes gremios indígenas: la AIDESEP
y la CONAP.9
Es clave destacar que a pesar de la crisis gremial y política de toda la so-
ciedad peruana, estos gremios han logrado mantener ciertos niveles de orga-
nización y actividad entre los pueblos indígenas amazónicos que representan,
lo cual los diferencia claramente de sus similares de la zona andina. Entre
las razones para ello pueden anotarse dos. La primera es que los pueblos
indígenas amazónicos presentan mayor grado de articulación étnica que sus
similares de los Andes. En segundo lugar, tanto AIDESEP como CONAP
son organizaciones que no se agotan en lo político-gremial, sino que desa-
rrollan actividades de desarrollo muy importantes para las comunidades de
base, reflejadas en proyectos, gestión de fuentes de cooperación y una extensa
red dirigencial articulada directamente a la existencia de las comunidades
nativas de base.
En los Andes, en cambio, la situación es de mayor disgregación organi-
zativa. Algunos gremios de fuerte identidad clasista campesina (como la Con-
federación Campesina del Perú, CCP, y la Confederación Nacional Agraria,
CNA), intentan asumir ahora un novedoso discurso de reivindicación étni-
ca de los pueblos indígenas, pero en medio de una debilidad organizativa
que les resta alcance. Otros gremios formados recientemente, tales como la

8. En torno a esta movilización y sus antecedentes en la región aymara de Perú, véase Pajuelo
(2012 y 2009).
9. Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP, fundada en 1980) y
Confederación de Nacionalidades Amazónicas del Perú (CONAP, fundada en 1987).
302

Confederación de Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI,


creada en 1999) desarrollaron con cierto éxito un discurso de reivindicación
comunitaria étnica, articulándose incluso con otras organizaciones indígenas
de países vecinos. Sin embargo, enfrentan fuertes problemas de divisionismo
interno, así como falta de articulación orgánica con las comunidades campe-
sinas que vienen movilizándose en defensa de sus territorios y recursos.
Considerando lo que acabamos de anotar, no resulta casual que en la
Amazonía se hayan desarrollado las movilizaciones más significativas -en tér-
minos de alcance político y magnitud territorial- de comunidades y pueblos
indígenas. El punto más alto de este proceso de movilización fue la realiza-
ción de dos paros amazónicos realizados durante los años 2008 y 2009 en
demanda de la derogatoria de un paquete de decretos gubernamentales que
buscaban alentar las inversiones en la Amazonía, al margen de la existencia
de territorios indígenas. En ambos paros, por primera vez se observó la rei-
vindicación pública de la pertenencia a pueblos y nacionalidades amazónicas,
como parte de las movilizaciones realizadas en rechazo a los decretos. Duran-
te el paro amazónico del año 2009 ocurrió el hecho más grave de violencia
que se registra hasta la fecha. En la localidad de Bagua, región Amazonas,
centenares de indígenas de los pueblos Awajún y Wampis que se encontraban
movilizados manteniendo el bloqueo de una carretera, fueron fuertemente
reprimidos por el gobierno del ex presidente Alan García Pérez. Los enfrenta-
mientos, tanto en el punto de la carretera bloqueada por los indígenas como
en otras zonas cercanas (tales como instalaciones petrolíferas que también
habían sido tomadas por los manifestantes), dejaron el trágico saldo de al
menos 32 personas fallecidas, entre indígenas y policías.10

La complejidad de lo campesino, indígena y rural


Un rasgo de la sociedad peruana que debe destacarse a fin de contex-
tualizar adecuadamente el análisis del actual escenario de movilización que
hemos descrito someramente, consiste en que se trata de un país en el cual
pueden rastrearse complejas formas de entrecruzamiento entre lo rural, lo
campesino y lo indígena. Es necesario distinguir claramente estos compo-
nentes de la realidad social peruana, pues ocurre que no toda la población
campesina o rural es indígena. Además, no toda la población indígena es
rural, debido a la influencia de un intenso fenómeno de migración que ha
transformado la dimensión espacial de la condición indígena.

10. Estos hechos, conocidos como la “tragedia de Bagua”, hasta el momento no han sido ple-
namente esclarecidos, a pesar de la formación de sendas comisiones investigadores en el
Parlamento. Véase al respecto Manacés y Gómez (2013).
303

No existen cálculos plenamente confiables sobre la dimensión de la ru-


ralidad ni de la población indígena actual en la sociedad peruana, debido a
los problemas de definición sobre lo que es rural e indígena, así como a la
ausencia de un registro estadístico exhaustivo sobre estos sectores. A pesar
de ello, algunos estudios recientes, así como datos del último censo nacional
realizado el 2007, aportan alguna información. Actualmente, alrededor del
24% del total de la población peruana (estimada en poco más de 30 millones
de personas) vive en el ámbito rural (INEI 2013). En cuanto a la población
indígena, los resultados censales indican que -de acuerdo al criterio lingüísti-
co- alrededor del 16% del total de la población nacional puede ser considera-
da indígena, pero otros estudios indican que la población indígena alcanzaría
un porcentaje bastante mayor, que alcanza al tercio de la población (Pajuelo
2006).
De otro lado, debido a la intensidad de la migración rural-urbana ocu-
rrida en décadas previas, a las fuertes modificaciones socioculturales de la
población indígena, así como a la expansión reciente de actividades rura-
les de agro exportación, la población rural no indígena se ha incrementado
fuertemente. Esto quiere decir que no todo el sector campesino del país es
indígena. Sin embargo, buena parte del campesinado y en general de la po-
blación rural peruana siguen siendo indígenas. Por esa razón, cuando se hace
referencia a la población indígena rural es más preciso usar la denominación
de campesinado indígena.11 En términos institucionales, la manifestación
más clara de la presencia campesino-indígena en la sociedad peruana sigue
siendo la existencia de comunidades campesinas y nativas, dispersas en los
Andes y la Amazonía, respectivamente. De acuerdo a cifras recientes del úl-
timo Censo Nacional Agropecuario realizado el 2012, en Perú existen 6,277
comunidades campesinas y 1,322 comunidades nativas. En conjunto, estas
comunidades manejan el 60.5% del total de la superficie agraria nacional
(INEI 2013). Las comunidades son formas institucionalizadas de gobierno
colectivo, mediante las cuales el campesinado indígena ha logrado subsistir y
organizar su vida económica y sociocultural, a pesar de las duras condiciones
climáticas y de altitud propias de los Andes.

11. Lamentablemente, debido a la carencia de fuentes estadísticas destinadas a rastrear la mag-


nitud de la condición indígena en la sociedad peruana, no contamos con información
confiable respecto al peso que tiene la población indígena en el conjunto del sector rural
peruano. En vez de avanzar hacia mejores registros estadísticos se retrocede, como puede
constatarse en los últimos censos y encuestas, los cuales apenas se considera el criterio de
lengua para preguntar a la gente por su condición étnica.
304

Importancia de la larga historia de luchas campesino-indígenas


A fin de comprender este novedoso y peculiar ciclo de movilización
vale la pena recordar que, históricamente, la movilización del campesinado
indígena ha sido un factor de transformación social muy importante en la
sociedad peruana. Esta constatación resulta útil para entender los rasgos del
actual ciclo de movilización que viene ocurriendo en el país. Sobre todo si
atendemos a dos hechos. El primero es que los períodos de activación de ci-
clos de protesta campesina siempre han respondido a contextos más amplios
de transformación social y política estructural en la sociedad peruana. Esto
no quiere decir que los movimientos campesinos puedan ser vistos como
simples epifenómenos de reacción colectiva ante cambios externos. Lo que la
evidencia histórica indica es, más bien, que los ciclos de movilización campe-
sina tienen decisiva influencia sobre procesos de transformación social más
amplios de la sociedad peruana con los cuales se encuentran fuertemente
vinculados.
Ocurrió así en cuatro coyunturas de intensa movilización que vale la
pena mencionar rápidamente. La primera fue el colapso del orden colonial
y la formación de las actuales repúblicas en esta parte de América, hecho
ocurrido entre fines del siglo XVIII e inicios del XIX. En dicho contexto, se
desarrolló la más intensa movilización del campesinado indígena del período
colonial, que alcanzó su punto más alto con la rebelión de Túpac Amaru II.
Posteriormente, durante las primeras décadas del siglo XX, en un con-
texto de fuerte modernización de la sociedad peruana vinculada a la inten-
sificación de su desarrollo capitalista, se desató un ciclo de movilización
campesino-indígena en defensa de las tierras colectivas asediadas por la ex-
pansión de las haciendas. En este contexto de fuerte conflictividad social,
el Estado peruano reconoce por primera vez la existencia de las comunida-
des indígenas, inaugurando así una vertiente oficial del indigenismo, el cual
prosperó justamente en esas décadas, en mayor medida en Perú que en el
resto de países andinos.
El tercer ciclo de movilización, ocurrido entre las décadas de 1950 y
1970, correspondió a fuertes luchas campesinas por la tierra desarrolladas
antes y después de la aprobación de la reforma agraria de 1969. La imple-
mentación de la reforma agraria estuvo rodeada de muchas complicaciones,
las cuales fueron un ingrediente que se vinculó al cuarto momento de mo-
vilización, ocurrido en medio de la violencia política que desangró al país
durante las décadas de 1980 y 1990. Muchas comunidades campesinas e
indígenas fueron arrasadas por la violencia desatada por Sendero Luminoso
y la represión indiscriminada del Estado, hecho que desembocó en una fuerte
305

movilización comunera -a través de la formación de organizaciones armadas


como las rondas campesinas- que derrotó finalmente a Sendero Luminoso en
los territorios rurales en las cuales se desató la violencia.12

Rasgos centrales del ciclo actual de movilización campesino-indígena


Una primera característica que muestra el ciclo de movilización campe-
sino-indígena que está ocurriendo actualmente en Perú, radica en el hecho
de que -a diferencia de otros momentos de movilización ocurridos en el pa-
sado- se trata de un fenómeno que tiene como principal actor a las propias
comunidades rurales campesinas e indígenas movilizadas en defensa de sus
territorios y recursos.13 En ese sentido, cabe destacar que se trata de un mo-
mento de transformación sociopolítica que pone de manifiesto la capacidad
de acción colectiva de las propias comunidades y pueblos indígenas existentes
en la sociedad peruana.
Un segundo rasgo que puede destacarse, consiste en que se trata de
comunidades y pueblos indígenas en pleno proceso de “redescubrimiento”
o “reafirmación” de su dimensión colectiva, así como de sus identidades
culturales. Ante la amenaza que significa el incremento de actividades de
explotación minera e hidrocarburos (especialmente en los Andes y la Amazo-
nía, respectivamente), así como la ejecución de diversas obras o proyectos de
desarrollo públicos y privados en todo el país, muchas de estas comunidades
vienen redescubriendo la dimensión de lo colectivo, pasando así a enfren-
tar frontalmente el paradigma de progreso y desarrollo neoliberal. Plantean,
de esa forma, la necesidad de discutir otras vías de desarrollo, progreso y
modernidad para amplias zonas rurales del país en la cuales la hegemonía
del libre mercado neoliberal ha traído consigo una innegable dinamización
local, pero también mayor exclusión, desigualdad, discriminación y pobreza.
En la base de la movilización actual parece encontrarse una demanda de
reconocimiento social y político efectivo por parte del Estado, pero también
de respeto a las identidades étnicas y culturales. Esta demanda de igualdad

12. Ver al respecto la abundante información incluida en el Informe Final de la Comisión de


la Verdad y Reconciliación, la cual constató que del total de víctimas (aproximadamente
70,000 personas), el 75% hablaban lenguas indígenas y el 79% vivían en zonas rurales
(CVR 2003).
13. En décadas pasadas de fuerte movilización campesina, como la que ocurrió entre 1960
y 1970 en torno a luchas por la tierra y la aplicación de la reformas agraria, la base del
movimiento fue la formación de sindicatos agrarios en todo el campo peruano, vinculados
en gran medida a partidos políticos de izquierda. Posteriormente, entre 1980 y 1990, en
medio de la guerra interna que sacudió al país dejando un doloroso saldo de aproximada-
mente 70,000 víctimas, la movilización rural desencadenada por el conflicto tomó cuerpo
a través de la formación de rondas campesinas o comités de autodefensa armada.
306

y reconocimiento en tanto ciudadanos de pleno derecho, en un país que por


mucho tiempo cerró las puertas a cualquier expresión de reclamo del derecho
a la diferencia cultural e identitaria, parece vincularse al anhelo de que los
propios recursos, conocimientos e identidades se constituyan en una base
para la construcción de otras formas de desarrollo y progreso.
En tercer lugar, cabe destacar que se trata de un fenómeno de conflic-
tividad y movilización social altamente dispersa, pues viene expresándose
mediante protestas y luchas sociales restringidas a los ámbitos rurales locales,
que no cuentan con expresión política organizada a escala nacional. La mo-
vilización actual de las comunidades rurales en defensa de sus territorios y
recursos colectivos, prácticamente no muestra niveles de organización, lide-
razgo ni representación de alcance nacional. Se trata de un proceso que pre-
senta un carácter fuertemente localizado en ámbitos rurales (comunidades
campesinas e indígenas, pequeños pueblos, capitales de distrito y provincia).
Simultáneamente a la aguda localización y disgregación que acabamos
de señalar, se puede apreciar que se trata de un proceso de movilización que
sin embargo resulta visible en amplias zonas del territorio peruano. Esto nos
conduce a destacar un rasgo adicional: se trata entonces de luchas y conflic-
tos sociales fuertemente anclados en las realidades locales de las cuales hacen
parte. Si bien no tienen formas de articulación nacional, sí expresan tenden-
cias y cambios que afectan al conjunto de la sociedad peruana.
Entonces, podemos concluir que tal como ocurrió en el pasado en otras
coyunturas de movilización campesino-indígena, el ciclo actual de conflic-
tividad protagonizada por las comunidades andinas y amazónicas, a pesar
de su disgregación territorial, así como la ausencia de canales efectivos de
organización y representación de escala nacional, representan una tendencia
de movilización social que expresa los cambios de conjunto de la sociedad
peruana. No se trata, en ese sentido, de un movimiento social restringido
estrictamente al mundo de lo rural, lo campesino y lo indígena, sino que
expresa las tensiones y conflictos de la entera sociedad peruana. Esto en el
contexto actual de hegemonía del modelo de acumulación neoliberal, el cual
no considera las aspiraciones profundas de los excluidos y marginados de
siempre.
Avances y dificultades de la
participación y representación
política indígena en el Perú*

Quisiera hablarles sobre el tema que nos convoca a


partir de una constatación muy simple: el Perú de los úl-
timos años muestra una novedad consistente en el incre-
mento de la preocupación por el tema de la participación
y representación política, específicamente de los indíge-
nas, de los pueblos indígenas. Creo que esta preocupa-
ción no es una casualidad. Es decir, que en Perú surja
ahora una preocupación, un interés público por el tema
de la participación indígena, es en realidad una expresión
de cambios que han venido ocurriendo aceleradamente
en el país. Se trata de un interés que en mi opinión necesi-
tamos pensar en un contexto más amplio; por ello quiero
enfocar mi reflexión en una perspectiva histórico-política
en relación a los avances, déficits y desafíos de participa-
ción y representación política indígena.

* Exposición en el ciclo de conversatorios: “Participación y compe-


tencia política en el Perú: desafíos de la representación política”,
organizado por el IEP y el JNE. Lima, 6 de mayo de 2014. Agra-
dezco la invitación de Jorge Aragón y los comentarios de Oscar
Espinosa de Rivero. Muchas ideas de este texto se alimentan del
diálogo con los miembros de un grupo de investigación sobre par-
ticipación política indígena, el cual funcionó algunos años gracias
al respaldo del IFEA, logrando realizar seminarios y talleres en La
Paz, Quito y Bogotá. Agradezco las discusiones en estas reuniones
con Jorge León, Virginie Laurent, Esteban Ticona, Luis Maldo-
nado, Pablo Ospina, Andrés Guerrero, Silvia Rivera Cusicanqui,
entre otros. Agradezco también los debates con los investigadores
del Colegio Andino del Centro Bartolomé de las Casas del Cuzco,
que integré entre los años 2006 y 2010. Especialmente a Xavier
Ricard, Javier Monroe, Martín Málaga, Fabrizio Arenas y Pablo
Sendón.
308

Se trata de un tema que si bien es novedoso, en el sentido de que viene


generando un interés creciente en los últimos años, no es en realidad una pre-
ocupación inédita. En distintos momentos de la historia peruana, se aprecia
una mayor preocupación por lo que podemos denominar como problemática
indígena, incluyendo el tema específico de la vinculación entre los indígenas
y la política, de la participación de pueblos y comunidades en el funciona-
miento del orden político. Se trata entonces de la relación entre los indígenas
y el orden ciudadano y democrático realmente existente.
Decía que no se trata de un interés inédito, y en ese sentido cabe pre-
guntarnos por las razones de la preocupación actual por la participación po-
lítica indígena en el Perú. Es interesante destacar que el actual interés no se
agota solamente en el ámbito académico, sino que va más allá, es un tema
de atención pública. No tengo al respecto una comprensión acabada, pero
quiero compartir algunas pistas que pueden resultar útiles.

La condición indígena
En primer lugar, creo que es importante explicitar el punto de vista
desde el cual considero necesario hablar de indígenas y de pueblos indígenas.
Uno de los aspectos vinculados al interés actual sobre la participación política
indígena, tiene que ver con la necesidad de saber cuántos y quiénes pueden
llamarse indígenas, y en ese sentido ser sujetos de derecho en la aplicación de
normas como la Ley de Consulta Previa. Se trata entonces de definir los al-
cances y límites de instrumentos legales para la participación indígena. Pero
creo que es necesario ver que dicho interés debería ir mucho más de un sim-
ple interés legal en la aplicación de determinados derechos. En estos meses
hemos visto declaraciones de personajes públicos importantes, por ejemplo
el propio Presidente de la República, en relación a la existencia de pueblos
indígenas. Sobre todo en relación a los alcances de su existencia, a fin de fijar
límites a la aplicación de instrumentos legales como la ley de consulta.
A partir de mi trabajo como investigador, parto de pensar que sí po-
demos hablar de formas de existencia individual y colectiva que podemos
llamar indígenas. Que hay una condición social específicamente indígena
en una sociedad como el Perú. Y que la categoría “pueblos indígenas” -que
tiene una historia específica sobre la cual no puedo extenderme aquí- puede
servir como herramienta útil para dar cuenta de una parte de la realidad
indígena. Cuando hablo de condición indígena entonces, me refiero con-
cretamente a la existencia de formas de vida social, formas de organización
de la vida social, que no pueden ser comprendidas cabalmente, a la luz de la
lógica occidental moderna. Es decir, esto supone admitir, que la realidad de
una sociedad como la nuestra, no se agota en la existencia de formas de vida
309

correspondientes al horizonte occidental moderno. Por el contrario, se trata


de una realidad en la cual podemos observar que existen todavía poblaciones
cuyas maneras de organización de la vida en común, responden a la existencia
de otros referentes culturales que se ubican por fuera del horizonte moderno
dominante, hegemónico. Esto no quiere decir que se trata de referentes que se
ubican al margen, en completa desvinculación de la experiencia moderna de
raigambre occidental. Cuando digo que se trata de experiencias de vida social
que se ubican por fuera de lo moderno, me refiero a que la hegemonía de lo
moderno occidental no agota la existencia de otras formas de organización de
la vida en común, que provienen más bien de experiencias históricas previas
y diferentes a lo moderno occidental.
Hablar de indígenas y pueblos indígenas, entonces, supone hablar de
una textura difícil y compleja de la realidad peruana. Supone hablar de la
existencia de diferencias culturales en la sociedad peruana. La idea de di-
ferencia cultural puede utilizarse para aludir a formas de existencia social
y cultural que provienen de una experiencia histórica particular. Una expe-
riencia con miles de años de antigüedad, pero que desde el siglo XVI resultó
asimilada a una nueva realidad colonial, y posteriormente a la construcción
del Estado republicano. En esta perspectiva, vale mencionar que el Estado
peruano recién va a cumplir doscientos años de existencia, pues nos acerca-
mos al bicentenario de la independencia. Pero los pueblos indígenas tienen
obviamente, en términos temporales, una experiencia colectiva mucho más
larga de miles de años de existencia social.
Entonces, cabe plantear claramente esta cuestión que estoy señalando:
la existencia en Perú de formas de vida y organización social que podemos
llamar indígenas por su origen no moderno ni occidental. Pero es necesario ir
más de miradas que podrían presentar esto de forma exótica, es decir de ma-
nera esencialista. Es un riesgo y lo anoto porque tenemos en Perú una larga
experiencia al respecto. Ir más allá de una mirada esencialista de las culturas
indígenas, implica considerar que se trata de realidades densas y dinámicas al
mismo tiempo. Implica considerar la cultura como un fenómeno muy denso,
en el sentido de estar cargado de historia, pero al mismo tiempo muy ágil,
muy flexible. Comprender lo cultural como componente fundamental de la
vida social, y la diversidad cultural como factor importante de la experiencia
colectiva de la sociedad peruana, ad portas de cumplir dos siglos de vida
republicana.

Participación y representación indígena en perspectiva


En segundo término, a partir de esta constatación, creo necesario decir
que requerimos hablar de participación y representación política indígena
310

yendo más allá de una preocupación estrictamente electoral. Digo esto, no


porque crea que lo electoral no es importante, pues ocurre todo lo contrario,
sino porque resulta clave considerar lo político-electoral en relación a la com-
plejidad de la diversidad cultural, así como a las novedades y cambios que
podemos observar en el país.
Respecto a ello, un cambio fundamental tiene que ver con las formas de
comprensión de lo indígena. Palabras como indio e indígena no han tenido
siempre el mismo significado. De hecho, una línea interesante al interior de
las ciencias sociales, tiene que ver con el estudio de la modificación de los
significados de las palabras y los lenguajes políticos. Trabajos recientes como
el de Cecilia Méndez (2011), aportan pistas valiosas para discutir sobre los
cambios de sentido atribuidos a palabras como “indio”. Muestra cómo recién
en el siglo XIX, indígena e indio acaban siendo sinónimos de serrano, y en
ese sentido asociadas a nuevas formas de dominación y discriminación étni-
ca. La sinonimia tan fuerte, tan pesada en el Perú respecto a la condición de
“indio” y “serrano”, implica una carga semántica de exclusión, e impone una
cadena peyorativa según la cual serrano termina siendo sinónimo de indio, e
indio sinónimo de inferior, pobre, poco educado, ignorante, etc.
Una discusión más profunda sobre esto, nos podría llevar a reflexionar
sobre el uso de estas palabras desde los tiempos coloniales, en la medida que
las palabras indio e indígena tienen un claro origen colonial. Su creación
se relaciona entonces a la imposición de un orden de dominación, que tuvo
como uno de sus principales elementos la explotación y dominación de aque-
llos que pasaron a ser considerados “indios”. Algunos historiadores han lla-
mado la atención acerca de una cuestión aparentemente paradójica: el hecho
de que los llamados indios, tuvieron durante la colonia más derechos que en
la República. En el siglo XIX, una vez disuelto el orden colonial, las comuni-
dades indígenas se vieron desprotegidas, pues a ojos del discurso liberal crio-
llo representaban un lastre del pasado y por tanto debían desaparecer. Esto,
entre otras razones, porque “indígena” se refería, más que a una condición
específica y clara, a una categoría jurídica. El asunto se encuentra en pleno
debate, pues otras interpretaciones enfatizan más bien que las palabras indio
e indígena, fueron instrumentos semánticos de un complejo orden de do-
minación social construido durante los siglos coloniales. Se trata no solo de
rasgos jurídicos, sino de formas de dominación sociocultural vinculadas a la
formación de la modernidad occidental. Tienen una expresión jurídica, pero
se trata fundamentalmente de modos de dominación relacionadas a condi-
ciones más amplias de explotación y dominación, basadas concretamente en
el racismo colonial.
311

La relación entre los modos de clasificación social colonial, la categoría


de raza y el tributo, es un aspecto clave de esto. Se trata del uso de categorías
raciales, utilizadas como mecanismos de distinción social y legitimación del
funcionamiento del orden colonial. Un orden sustentado en formas eviden-
temente brutales y violentas de racismo. Esto lo podemos rastrear desde el
origen del racismo colonial temprano, el cual posteriormente, a partir del
siglo XVIII, cede paso a otra modalidad de racismo de talante más bien cien-
tífico, basado en la clasificación biológica de las supuestas “razas” humanas.
En el siglo XIX, aunque tardíamente, desparece el tributo colonial indígena,
y justamente en relación a esto el trabajo de Cecilia Méndez me parece im-
portante. Porque nos muestra cómo desde la supresión del tributo entramos
a otro momento de clasificación social basada en categorías coloniales. A
pesar de los vaivenes que acompañan la eliminación del tributo durante las
primeras décadas de existencia de los flamantes Estados republicanos, este
llega a eliminarse paulatinamente. Ello implicó la eliminación formal -en el
papel- de la propia condición étnica. La desaparición del tributo implicaba
la obtención de una situación de igualdad jurídica que anteriormente fue
anhelada por los propios libertadores: recuérdense al respecto las proclamas
de San Martín ordenando el reemplazo de la palabra “indio” por “peruano”,
y los decretos de Bolívar eliminando las tierras comunales y los cacicazgos.

Diferencia étnica y República imaginada


En los papeles fundacionales del orden republicano, es decir al instaurar
el régimen ciudadano con el cual se instauran los Estados nacionales repu-
blicanos, se eliminan formalmente las categorías de diferencia étnica. Entra
en vigencia entonces lo que podemos describir como una República imagi-
nada. Un orden republicano inspirado en un anhelo profundo de igualdad
universal, de contenido básicamente liberal. Pero que en la práctica instaura
un abismo entre este modelo de igualdad universalista, y la continuidad en
términos reales de la desigualdad de origen colonial basada en las diferencias
étnicas. Sobre la base de este abismo se instaura entonces el orden republica-
no, y se implanta esto que he denominado como República imaginada: una
noción de pertenencia a una República entendida como la unión de ciuda-
danos libres e iguales ante la ley, bajo un orden soberano nacional. Esta Re-
pública imaginada completamente divorciada de la situación real, cotidiana,
en realidad encierra una paradoja brutal: legalmente otorga la condición de
igualdad ciudadana para todos sus miembros, pero al mismo tiempo limita,
restringe violentamente esta condición, con base en una serie de requisitos de
ciudadanía. En la práctica, la adopción de estos atributos para el acceso a la
ciudadanía, hace que apenas una parte ínfima de las personas pertenecientes
312

al Estado republicano sean realmente ciudadanos. Se limita en primer lugar


el derecho al voto, de modo que la ciudadanía política termina limitada por
la continuidad de formas coloniales de dominación social.
Se trata de formas coloniales porque están montadas sobre la base de la
reproducción de viejas desigualdades étnicas. Convertidas en atributos que
delimitan los alcances del orden político republicano, dichas desigualdades
restringen entonces el anhelo liberal temprano de igualdad universal que ins-
pira la formación de las repúblicas en toda América Latina en el siglo XIX.
Ocurre entonces la construcción de lo que el sociólogo e historiador Andrés
Guerrero (2010) describe como un sistema ciudadano republicano con un
pliegue interno de dominación étnica. Es decir: un orden nominalmente re-
publicano, que tiene entre sus varios pliegues, entre sus varios componentes,
uno de dominación étnica que resulta siendo fundamental para su existencia
y reproducción. Lo interesante es que este pliegue de dominación étnica, es
realidad es un mecanismo muy flexible, y este rasgo resulta ser una novedad
republicana en relación al orden jurídico colonial. Es flexible porque en cada
uno de los países, y al interior de ellos, se van generando diferentes situacio-
nes de la ubicación e importancia de dicho pliegue étnico de dominación
social.
El propio Guerrero menciona por ejemplo que en algunos sitios este
orden de dominación étnica, consistente en la exclusión legal del acceso de
los indígenas a la ciudadanía política, ocurre dentro del Estado. Es decir, a
través de la administración directa de estas poblaciones indígenas por parte
de los propios Estados. En otros casos ocurre por fuera de los Estados, a
través de un mecanismo por el cual los Estados entregan a particulares la
administración de los indígenas, incluyendo la disposición sobre sus cuerpos,
sus territorios, su vida colectiva, etc. Esto a través de la imposición de un
orden terrateniente de larga presencia en la historia republicana de nuestros
países. También ocurre a través del funcionamiento más bien mixto, me-
diante el cual este pliegue de dominación étnica funciona al mismo tiempo
dentro y fuera del Estado, mediante una estructura de dominación público-
privada (podríamos denominarla como una administración público-privada
de poblaciones indígenas). Estas distintas modalidades de administración de
poblaciones, comparten el hecho de asegurar la exclusión étnica de origen co-
lonial, junto a la vigencia de una República imaginada, como componentes
fundamentales del funcionamiento de las flamantes naciones republicanas.
Se trata de un engranaje muy eficaz, debido a que incluye como uno de sus
ingredientes, la legitimidad de la exclusión ciudadana de la mayoría de la
población (al menos en los casos de los tres países centrales andinos: Ecua-
dor, Perú y Bolivia). Una exclusión que funciona mediante la agregación de
313

diferentes criterios de exclusión, por ejemplo el hecho de ser indígenas, anal-


fabetos, rurales o pobres.
Se trata entonces de un orden flexible de dominación étnica, que fun-
cionó cambiando las formas de comprensión sobre lo indio e indígena. En ese
contexto podemos situar lo señalado por Cecilia Méndez, respecto a cómo
fueron cambiando a lo largo del siglo XIX los contenidos de indio e indígena.
Ella encuentra que recién en ese siglo ocurre la vinculación entre los signifi-
cados de las palabras indio y serrano, especialmente en Perú, pues no ocurre
lo mismo en otros países. La condición étnica indígena, termina asociada así
a un espacio geográfico particular: el de la sierra andina. Esta es una marca
de bastante peso en el funcionamiento de la dominación sociocultural, y
de las nociones que sustentan la exclusión de los indígenas hasta el presente
inclusive, tal como ha sido documentado extensamente por la antropología
andina (Orlove, 1993; Poole, 1988).
Entonces, a lo largo del siglo XIX se establece un régimen de represen-
tación ciudadana aparente. Una República imaginada, hecho que no signi-
fica que no fue real, sino más bien que estuvo basado en la reproducción de
la dominación étnica de origen colonial. Esto bajo el manto aparente, casi
mágico, del horizonte liberal de igualdad ciudadana. En este sentido, en los
últimos años, diversos historiadores han querido ver en la construcción de
la política republicana, una situación en la cual los indios habrían quedado
más desprotegidos que en la colonia, por la brutalidad de la dominación que
les fue impuesta con la República. Paradójicamente, podemos notar que las
condiciones de la exclusión étnica se acentuaron más en los momentos en los
cuales emerge o avanza lo que Carmen Mc Evoy (1997) llama una “utopía
republicana”. Por ejemplo, en los momentos de auge de los regímenes libe-
rales, se incrementan sin embargo las formas de exclusión de los indios. Así,
podemos notar los vaivenes o las fluctuaciones entre momentos de avance y
de retroceso de la participación política indígena.
Es evidente que hablar en sentido estricto de participación y represen-
tación política indígena, resulta complicado para todo el siglo XIX y buena
parte del siglo XX. Porque finalmente la participación y representación indí-
gena estuvieron limitadas a una ciudadanía realmente existente que fue una
ciudadanía sumamente restringida para algunos pocos. Esto remite, a fin de
cuentas, a la construcción del tejido complejo y paradójico de la ciudadanía
política como una de las bases del orden republicano. Resalto su carácter
paradójico porque se trata de un orden que pregona la igualdad universal,
pero que se basa en la reproducción incesante de la desigualdad ciudadana,
mediante diversos mecanismos de exclusión y discriminación político-social.
Esto incluye la limitación del acceso universal a derechos políticos básicos,
314

tales como los electorales, sobre todo para los indígenas, pero también para
otros sectores como las mujeres.
Claro que esto no fue permanente. Ya en el siglo XIX, podemos ver
que la exclusión del voto no ocurre de manera continuada, pues hay algunos
momentos en los cuales se admite que los indígenas puedan votar. Pero sobre
todo en el siglo XX ocurren cambios interesantes. La apertura que implica el
indigenismo, por ejemplo, incluyendo las políticas de doble cara del régimen
de Leguía en relación a la población indígena, comienzan a abrir un terreno
más amplio. Por razones de extensión no voy a detenerme en analizar detalla-
damente tales cambios. Baste mencionar que entre dichos cambios, podemos
apreciar un incremento notable, paulatino, de las formas de participación
política indígena a lo largo del siglo XX. Un hito importante es sin duda el
acceso efectivo al voto, a partir de la ampliación de dicho derecho a los anal-
fabetos, la mayoría de ellos indígenas. Esto ocurre recién con la Constitución
de 1979. De manera que en las elecciones de 1980 apreciamos que por pri-
mera vez los analfabetos acceden al derecho básico de la ciudadanía política.
Pero sobre todo a partir de la última transición democrática, es decir
desde inicios del presente siglo, podemos notar que los indígenas acceden de
manera efectiva a la participación electoral.

Nuevo interés por la participación indígena


Actualmente se aprecia un notable interés por el tema de la participa-
ción política indígena. Georges Lomné (2014), acaba de publicar un libro en
el cual reúne trabajos que muestran la novedad del incremento de la partici-
pación indígena. Se propone la formación de un campo reciente de estudios
sobre política indígena, que no se agota en el tema específico de la participa-
ción y representación, sino que aborda el ámbito bastante más amplio de la
política como tal: de las formas de relación entre el funcionamiento del orden
político y la existencia de pueblos y comunidades.
La preocupación actual por la participación y representación política
indígena no resulta casual. Responde más bien a la influencia de algunos
procesos de cambio, que muestran justamente las nuevas condiciones del
vínculo entre los indígenas y la política en la actualidad.
En primer término, ocurre la aparición de conflictos y luchas sociales
en el país durante estos años, en los cuales el tema indígena, o en términos
más amplios el tema étnico, parece estar presente de un modo protagónico,
o al menos de modo importante. Esto resulta una novedad en la sociedad pe-
ruana. Desde Ilave hasta Bagua (2004 a 2009), desde Bagua hasta conflictos
más recientes, tales como Conga, Cañaris, entre otros (2009 a 2014), hemos
315

asistido al surgimiento de múltiples conflictos sociales. Se trata de un mar


de conflictos que traen la novedad de un importante componente étnico,
expresado en la forma de demandas por derechos colectivos, territorialidad,
derecho a la consulta, demandas por el reconocimiento de la existencia colec-
tiva como pueblos indígenas, demandas por el reconocimiento de un vínculo
entre pertenencia colectiva a comunidades y existencia de dichos pueblos.
Se trata además de demandas vinculadas a formas de organización indígena
que también resultan novedosas. Sin duda, los paros amazónicos ocurridos
los años 2008 y 2009 han sido el punto más alto, el “pico” de ese proceso. Es
decir, del proceso de aparición de un componente indígena en el Perú, como
ingrediente del escenario de conflictividad, organización y movilización so-
cial de las últimas dos décadas.
Muchos de estos conflictos se encuentran limitados a espacios locales,
aparecen y desaparecen pronto en medio de cierto anonimato, a menos que
escalen hacia situaciones violentas que terminan convirtiéndolos en noticias
de cierto interés nacional. Se trata de conflictos que además de estas caracte-
rísticas, consisten en la movilización de comunidades o poblaciones locales
movilizadas ante el incremento de actividades mineras o de hidrocarburos,
así como ante el desarrollo de obras de infraestructura que no toman en
cuenta los ecosistemas locales. De hecho, muestran junto al componente in-
dígena, un sentido ecologista que también resulta una novedad en la sociedad
peruana, por cuanto se presentan como movimientos en defensa de la natu-
raleza, de la pachamama o “madre tierra”, del agua, de los bosques, etc. Por
ello han sido catalogados fundamentalmente como conflictos socioambien-
tales, que constituyen además la mayoría de los actuales conflictos del país.
Estos rasgos han sido evidenciados por esfuerzos de seguimiento y monitoreo
de la conflictividad social realizados por instituciones como la Defensoría
del Pueblo.
Resulta fundamental decir que no se trata de algo como un sarampión
de conflictividad que estaría atacando al país desde la década de 1990, por
lo cual esporádicamente estallan pequeños conflictos, más o menos aislados,
lejanos por estar ubicados en comunidades o distritos remotos de los Andes
y la Amazonía, y que en algunos casos se desbordan en sucesos de violencia,
como vemos cada cierto tiempo en las noticias. No se trata entonces de una
enfermedad como el sarampión. Algunos rasgos de estos conflictos que ya
hemos mencionado, podrían conducirnos a esta lectura completamente errá-
tica, pero que sobre todo revela la distancia y el desconocimiento de la reali-
dad de las poblaciones implicadas, sobre todo comunidades campesinas y na-
tivas. Justamente es la lectura predominante entre ciertos actores, tales como
entidades estatales, empresas transnacionales o medios de comunicación.
316

Para ellos la conflictividad social es una amenaza que debemos erradicar, so-
bre todo porque significa un riesgo para el desarrollo y progreso del país. Esta
lectura ha sustentado acciones represivas de distintos regímenes, así como
campañas impulsadas por empresas o medios de comunicación, en las cuales
los promotores de los conflictos son presentados como simples delincuentes,
incluso como “terroristas” que amenazan el progreso. Producto de ello, he-
mos visto diversos actos de represión gubernamental, que alimentan el uso
de la violencia, el irrespeto a los derechos humanos inclusive, y que muestran
una verdadera criminalización de la protesta social, con el saldo escandaloso
de muertos, heridos, apresados y perseguidos.
Desde mi punto de vista, no se trata entonces de un sarampión de con-
flictividad, o complot de quienes se oponen al progreso y desarrollo. Más
bien, en Perú se estaría manifestando un ciclo de conflictividad social que
requiere ser comprendido en relación a los cambios ocurridos desde la dé-
cada de 1990, merced a la imposición de un modelo de acumulación y de-
sarrollo de orientación neoliberal que hasta la fecha se encuentra vigente.
En las condiciones de existencia de la sociedad peruana desde esa década,
específicamente desde la aplicación de las reformas neoliberales, las condi-
ciones de representación y participación política en el país se transformaron
completamente. La neoliberalización acentuó fuertemente las dificultades de
mediación política, en una sociedad fuertemente afectada por las secuelas de
la guerra interna, la crisis económica y la crisis de representación política que
se desataron desde la década de 1980. Esto ocurrió junto a la completa des-
trucción y desarticulación de tejidos sociales, formas de organización social
y mecanismos de canalización de intereses sociales, que afectaron sobre todo
a los sectores populares del país. En el contexto de la modernización neoli-
beral desde los 90s, junto a una profunda transformación de los horizontes
de expectativa (se expande un sentido común neoliberal que ahora resulta
predominante), se transforman aceleradamente las formas de articulación
social. Producto de ello no desaparece, pero se modifica completamente la
organización clasista de la sociedad peruana, junto a la emergencia de nuevas
formas de diferenciación, distinción y clasificación social.

Nuevo escenario de conflictividad y participación indígena


En la situación reciente de la sociedad peruana, sobre todo desde la úl-
tima transición democrática, las condiciones de la participación y representa-
ción política cambian. Aunque continúa una situación de fuerte desarticula-
ción social y política, han venido emergiendo nuevas formas de participación
que incluyen la movilización social. Sobre todo en un contexto en el cual
persiste la falta de institucionalización de la representación política, a través
317

de mecanismos como los partidos políticos. ¿Cómo se expresa la gente en un


contexto de ausencia de mecanismos efectivos para ello?
En lo que respecta a la población campesino-indígena, uno de los rasgos
de este nuevo escenario es la importancia de la organización comunal, jun-
to a nuevos sentidos de pertenencia e identificación social, que reivindican
la existencia de comunidades y pueblos. En mi opinión, uno de los ejes de
este proceso es el redescubrimiento de lo comunal y lo colectivo, sobre todo
en condiciones de incremento de la presión sobre los recursos comunes. La
acentuación de las presiones de distinto tipo sobre los recursos colectivos in-
dígenas, está generando nuevas maneras de comprender, considerar y valorar
dichos recursos. Así, en muchas comunidades hay un redescubrimiento de
la dimensión colectiva, que además comienza a ser considerada -esto especí-
ficamente en términos de discurso- como una dimensión indígena. Los re-
cursos colectivos, sobre todo en condiciones en que resultan amenazados, se
atribuyen así a la condición colectiva indígena: al hecho de la existencia de los
pueblos, o de comunidades vinculadas a los pueblos indígenas. Poco a poco,
a medida que se incrementan las presiones externas sobre los recursos comu-
nes, muchas comunidades redescubren entonces este orden de lo colectivo.
Y encuentran que la defensa de ese orden, puede tener en normas como el
Convenio 169 de la OIT, un instrumento sumamente útil. Entonces avanza
el “giro” hacia considerarse indígenas, y a comenzar a levantar un discurso
público en ese sentido.
Sin duda que esto no cambia aún la situación de base predominante, so-
bre todo en la sierra peruana, donde las palabras “indio” e “indígena”, siguen
estando cargadas de una fuerte connotación negativa. La carga peyorativa
que arrastran las palabras “indio” e “indígena”, entendidas como sinónimos
de “pobre”, “atrasado” e “ignorante”, hacen que aún se las siga evitando, de
modo que la gente busca otras palabras más neutras para el auto-reconoci-
miento (sobre todo la palabra campesino, que sigue siendo usada extensa-
mente). Pero también es cierto que algo está cambiando, que respecto a esto
hay novedades interesantes que necesitamos investigar con mayor atención
y dedicación.
En segundo lugar, me gustaría mencionar la visibilización de ciertas
formas de expresión política de lo étnico. Estamos asistiendo en estos años, a
distintos modos de irrupción de lo étnico en la política peruana, incluyendo
nuevas formas de participación política electoral y no electoral. Este es un
fenómeno que no se limita solamente a las poblaciones indígenas. Más bien,
los nuevos discursos étnicos asumidos por las poblaciones indígenas, se ubi-
can en un escenario más amplio, a nivel del país, de aparición de expresiones
políticas de lo étnico. Desde el surgimiento del “chino” el año 1990, hasta
318

el “cholo” Toledo una década después, vemos junto a ello el surgimiento de


múltiples movimientos locales y regionales con membretes étnicos e indíge-
nas. Algunos trabajos sobre nuevos actores electorales, han llamado la aten-
ción sobre la cantidad de movimientos políticos que usan nombres indígenas,
en lo que constituye algo inédito en la política peruana (Pajuelo, 2006).
Junto a esto, lo que me parece más interesante es que continúa la avan-
zada o ampliación de la participación indígena en espacios de poder local,
por ejemplo a través de la elección de alcaldes y regidores indígenas en dis-
tintos lugares del país. Este proceso ya venía ocurriendo al menos desde la
segunda mitad del siglo XX, sobre todo después de la reforma agraria, como
muestran algunos trabajos para escenarios como Ayacucho (Degregori, Del
Pino y Coronel, 1998). Sin embargo, desde la última transición democráti-
ca se incrementa notablemente la participación electoral indígena, más aún
merced a las recientes reformas descentralistas y participacionistas, las cuales
incluyen mayor atención a los gobiernos locales, la instalación de gobiernos
regionales, e incluso la aparición de municipalidades de centros poblados
menores como espacios de intensa competencia política local y micro local.
Además, resulta interesante la aparición de nuevas organizaciones,
que pasan a reivindicar la condición indígena. De hecho, la experiencia de
CONACAMI resulta ser representativa de esto, a pesar de la situación de
crisis interna que enfrenta actualmente, como seguramente muchos de us-
tedes lo saben.1 Ligado a esto, debe destacarse la otra novedad que consiste
en el “giro” hacia lo indígena, o la mayor apertura hacia lo indígena, que
vienen mostrando en Perú organizaciones campesinas de larga data, que en
las décadas anteriores fueron protagónicas. Es el caso de la CCP y la CNA,
por ejemplo, que en ese sentido han comenzado a acercarse a otras organiza-
ciones indígenas, tales como la AIDESEP y CONAP, entre otras de reciente
formación.

La novedad de la política estatal indígena


Un tercer elemento del escenario más amplio de cambios en la expre-
sión pública de lo étnico, es la novedad de la implementación de políticas
estatales indígenas, sobre todo a partir de la última década. Especialmente
desde el régimen de Alejandro Toledo, se nota al respecto un campo nove-
doso que se reflejó en la creación de la CONAPA, transformada luego en
INDEPA, y absorbida después en el Viceministerio de Interculturalidad, una
vez creado el actual Ministerio de Cultura el año 2011. Desde la creación
de la CONAPA hasta la aprobación de la Ley de Consulta ese mismo año,

1. Respecto a CONACAMI véase: Salazar-Soler (2014).


319

tenemos un escenario muy interesante de idas y vueltas en la preocupación


del Estado por la temática indígena.
Adicionalmente, también resulta interesante que ya esté asomando en
el país un nuevo debate que parte justamente de preguntarse si estamos asis-
tiendo a un retorno de lo indio.2 Se trata de un campo o área de discusión
académica en relación a la temática indígena en plena constitución en el
país durante estos años. Ya existen diversos trabajos, pero quisiera destacar el
interés en el tema de la política indígena en el sentido amplio: participación
electoral, elección de representantes indígenas en distintos niveles del Estado,
conflictos sociales indígenas, movilización de comunidades y pueblos, etc.
No quería dejar de mencionar, entonces, la importancia de este escena-
rio específico de la participación política electoral. Hay cada vez en el país
mayor cantidad de alcaldes y regidores indígenas. Se ha formado además con
toda legalidad e institucionalidad un ámbito muy interesante que incluye
territorios específicamente indígenas, que son los centros poblados menores,
ya reconocidos en tanto municipalidades sub distritales. De hecho en los
próximos años, a la luz de las varias elecciones ocurridas que incorporan este
ámbito de los centros poblados menores, podremos rastrear por fin con base
empírica firme, las lógicas de participación política indígena, atendiendo a
los resultados electorales a nivel de dichos centros poblados menores existen-
tes en territorios predominantemente indígenas.
Sin embargo, en otros ámbitos importantes de participación política
como por ejemplo el parlamentario, vemos que hay sobre todo mucha de-
bilidad. Si bien se han elegido representantes indígenas, siguen siendo una
ínfima minoría en un parlamento en el cual la presencia indígena enfrenta
muchas dificultades. Por eso es valiosa la experiencia del Grupo Parlamen-
tario Indígena conformado hace un tiempo, así como la elección reciente de
mujeres indígenas que al asumir su condición de congresistas no han du-
dado en manifestar el orgullo de su condición indígena. Desde la elección
de la congresista aymara puneña Paulina Arpasi a inicios de la década an-
terior, hasta el brillante desempeño de las congresistas quechuas cuzqueñas
Hilaria Supa y María Sumire, se nota al respecto un cambio importante.
Más aún porque estas congresistas tuvieron que enfrentar en su desem-
peño, las actitudes discriminatorias de sus colegas, como fue el caso indig-
nante de la oposición de Martha Hildebrant y otros al uso del quechua en el
recinto parlamentario. Otro caso sumamente ilustrativo, pero en un sentido
inverso, es el del congresista Eduardo Nayap, quien fue elegido como primer

2. Consúltense al respecto los trabajos de Lomné (2014), Salazar -Soler (2014), De La Cade-
na y Starn (2010), Salazar-Soler y Robin (2009), Pajuelo (2007).
320

congresista del pueblo Awajún, pues después del conflicto de Bagua, muchas
comunidades votaron a su favor de modo impresionante. De hecho, se trata
de alguien que movilizó un voto étnico en su beneficio, aunque una vez ele-
gido haya brillado por su ausencia e invisibilidad.
Pero la elección de indígenas al parlamento sigue siendo más bien una
excepción. Es que el Perú sigue siendo un país en el cual la presencia política
indígena sigue estando bloqueada. Evidencia de ello es el hecho de que entre
los aproximadamente 70 países del mundo que han implementado reformas
institucionales para promover la participación política indígena, a través de
la elección de representantes, Perú sigue siendo el único caso en el cual se
restringe doblemente el alcance de estas reformas. Porque la cuota indígena
o étnica aprobada en el Perú, se aplica nada más que para algunos gobiernos
subnacionales (provinciales y regionales), al mismo tiempo que se trata de
una reserva de cupos de candidatos en las listas electorales. En cambio, en
otros países lo que se aplica es la reserva de asientos para representantes in-
dígenas en distintos niveles de gobierno, desde el local hasta el nacional. Por
ejemplo, a través de la reserva de escaños parlamentarios.
Al respecto, la situación de Perú es entonces de una tímida apertura,
pero aún falta bastante trecho por recorrer, porque ocurre que apenas se re-
servan cupos para indígenas en las listas electorales para las municipalidades
provinciales y elección de consejeros indígenas regionales. En comparación
al funcionamiento de otras cuotas electorales como las de mujeres y jóvenes,
creo que la destinada a los indígenas arroja los resultados menos alentadores.
En relación al escenario de las políticas indígenas estatales, entonces,
decía que había una línea de continuidad desde el régimen de Toledo y la
creación de CONAPA, hasta el actual régimen de Ollanta Humala y la apro-
bación de un mecanismo como la Ley de Consulta. Esa línea de continuidad
consiste en una tímida apertura hacia lo étnico en el Estado peruano. No
es una completa novedad, si pensamos en el pasado en regímenes como los
de Velasco o Leguía, o aún más atrás en algunos momentos del siglo XIX,
cuando se puso en discusión por ejemplo la legitimidad del voto indígena.
El escenario actual evidencia sin duda avances, pero también riesgos. Algu-
nos cambios institucionales resultan importantes, a pesar de sus límites. Por
ejemplo la Ley de Cuotas. Ya van tres elecciones sucesivas en las cuales se
viene aplicando este mecanismo de las cuotas para indígenas en listas electo-
rales de candidatos. Pero recién desde las elecciones municipales y regionales
de 2014, se aprecia una ampliación significativa de los alcances de dicha
cuota indígena, pues se ha considerado una cantidad mayor de provincias y
regiones en las cuales será considerada. Siguiendo las recomendaciones del
Viceministerio de Interculturalidad, el Jurado Nacional de Elecciones ha
321

decidido ampliar el ámbito de la implementación de la cuota indígena a un


total de 44 provincias del país en 18 regiones. Sin duda se puede discutir
todavía el uso de criterios para implementar la norma, por ejemplo que siga
restringida a municipios provinciales y la elección de consejeros regionales.
Pero es sin duda un espacio ganado, un avance, y al mismo tiempo un terre-
no sembrado de dificultades.
Lo mismo en el caso de la Ley de Consulta Previa. Consiste en un es-
pacio ganado de vinculación entre poblaciones indígenas, el Estado y otros
actores. Alrededor de 16 procesos de consulta vienen siendo gestionados por
los organismos competentes. Otras solicitudes de consulta han sido recha-
zadas. Tres procesos ya han culminado, lo cual muestra que se puede seguir
avanzando en relación a esto. Las dificultades son de muchos tipos: de falta
de voluntad política, de ausencia de adecuadas coordinaciones entre distintas
instancias del Estado, de existencia de presiones por grupos de interés, etc.
Pero es un espacio ganado sin posibilidad de marcha atrás.
Como parte de la aplicación de la Ley de Consulta, uno de los instru-
mentos fundamentales es la creación de una base de datos oficial sobre pue-
blos indígenas. Se pueden discutir aspectos de la misma. De hecho, soy uno
de los que ponen en duda aspectos como el considerar que en Perú existen
solamente 52 pueblos indígenas. Otro aspecto problemático es el considerar
como criterio organizativo, solamente aquellas comunidades reconocidas o
tituladas. En fin, veo una debilidad clamorosa en la información etnográfica
que acompaña el listado de comunidades de los distintos pueblos. Además,
en el cruce de criterios como el lingüístico, la continuidad histórica y la au-
toidentificación, hay dificultades que limitan el modo en que se implemen-
ta la norma e identifica a quienes pueden ser llamados indígenas. Pero sin
duda, la Ley de Consulta constituye un espacio ganado por los pueblos y sus
comunidades, un espacio de avances pero también de múltiples riesgos. Por
eso, quizá, la promulgación de la Ley ha trazado un terreno ambivalente de
relación entre las organizaciones indígenas del país y el Estado. Un terreno
en el cual las organizaciones confluyen entre sí, en un diálogo con el Estado,
pero al mismo tiempo se apartan o discrepan directamente, incluyendo el
hecho de que a veces se dividen entre ellas (como vimos al ocurrir el debate
en torno a la aprobación del reglamento de la Ley de Consulta).

Los dilemas de las organizaciones


Quisiera terminar mencionado el nivel organizativo. En Perú, es nove-
doso que por fin existan organizaciones que reivindican su perfil indígena
en el espacio político público. Pero esta novedad no implica que tengamos
organizaciones o movimientos indígenas comparables a los de otros países.
322

Se trata de otro escenario, en el cual observamos un modo particular de


expresión de lo étnico. De otro lado, ocurre que las pocas organizaciones
existentes enfrentan -como ocurre a nivel más amplio con todas las formas
organizativas en el país- una situación de debilidad, una severa crisis de re-
presentación. Pero el giro hacia lo étnico en viejas organizaciones como la
CCP o la CNA, junto al surgimiento de recientes organizaciones autodefi-
nidas como indígenas, resulta una novedad bastante interesante. Esto a pe-
sar de que siguen existiendo fuertes distancias y hasta desvinculación entre
organizaciones y sus bases sociales. De modo que la representación funciona
sin necesidad de una vinculación orgánica con bases sociales a las cuales se
aspira a representar. Al mismo tiempo, surgen desde abajo nuevas formas de
organización y representación, pero que ya no están vinculadas a las organi-
zaciones más formales o conocidas, sobre todo de ámbito nacional. Más aún
en un contexto de movilización ligada -como ya he mencionado- a la vuelta
hacia lo colectivo debido al incremento de las presiones y amenazas sobre
recursos comunes, que muchas veces son recursos de sobrevivencia entre las
comunidades.
Apreciamos entonces cambios, novedades y desafíos muy interesantes.
Los mismos ocurren, sin embargo, en un contexto de permanencia del telón
de fondo histórico al cual me referí al inicio de esta conferencia. Es un telón
de fondo que muestra la existencia de un orden republicano, y de una ciu-
dadanía en mi opinión más imaginada que real. Sobre todo en lo referente
a la dimensión de su verdadera capacidad de asegurar derechos en condicio-
nes de igualdad para todos. Es una ciudadanía que continúa reproduciendo
el engranaje de la dominación étnica de origen colonial como uno de sus
componentes fundamentales. Por ello, hablar plenamente de democracia e
igualdad, implica sobre todo un reto, una promesa histórica pendiente de
cara al futuro.
El despertar del movimiento
indígena en el Perú*

Esbozaré una visión panorámica sobre la situación


actual en Perú, en la cual podemos vislumbrar el surgi-
miento de un nuevo ciclo de movilizaciones indígenas.
Considerando este escenario novedoso, quisiera llamar la
atención sobre la importancia de la dimensión comuni-
taria, de la defensa de bienes comunes o colectivos, así
como de los recursos naturales, realizando también una
reflexión en torno al gobierno de Humala y su carácter de
régimen “progresista”.

Peculiaridad de lo étnico e indígena en Perú


Hasta hace pocos años hubiese sido muy extraño
que alguien dijera que en Perú existían movimientos in-
dígenas. En la discusión sobre el surgimiento de movi-
mientos indígenas y la reactivación de identidades étnicas
primordiales -no solo en los países andinos y en Mesoa-
mérica sino a nivel mundial- y sobre la aparición de la
cultura como recurso político de movilización, el caso de
Perú aparecía como una excepción.

* Ponencia presentada en las “III Jornadas Andino-Mesoamericanas:


Movimiento Indígena: Tierra- Territorio, Autonomía, Estado y
Transformación Social”, organizadas por la Universidad Autó-
noma Metropolitana (UAM). México, 28 - 30 de septiembre de
2011. Publicado en: Fabiola Escárzaga, Raquel Gutiérrez, Juan José
Carrillo, Eva Capece y Börries Nehe (coordinadores), Movimiento
indígena en América Latina: Resistencia y transformación social. Vol.
III. México: Universidad Autónoma Metropolitana - Instituto de
Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego - Benemé-
rita Universidad Autónoma de Puebla - CIESAS - CEAM, 2014,
pp. 213-221. Agradezco la invitación y comentarios de Fabiola
Escárzaga y Raquel Gutiérrez.
324

Xavier Albó, prestigioso investigador boliviano, escribió un texto para


sostener justamente que lo que podía observarse en Perú, era una suerte de
atraso de las luchas indígenas y de las movilizaciones étnicas.1 Un atraso his-
tórico, cuyas razones podían rastrearse en fenómenos como la violencia polí-
tica que desangró al país desde 1980, la abrupta y explosiva urbanización, el
racismo, así como el peso o predominancia de la izquierda política, el peso o
predominancia de la izquierda política, de la fuerte tradición de los partidos
de izquierda hasta la dictadura de Fujimori.
En todo caso, más allá de las explicaciones que pueden ofrecerse, lo
que sí podemos afirmar es la existencia de un modo de configuración de lo
étnico, que impidió que la población indígena peruana aparezca como tal en
el ámbito público-político. No faltaron autores que llegaron a sostener que
lo que ocurría en Perú podía considerarse como la completa desaparición
de las identidades indígenas originarias y étnicas, explicada por una suerte
de desindianización masiva durante las décadas pasadas de modernización
acelerada en el país y, sobre todo, por el influjo de los masivos procesos de
urbanización y migración del campo a la ciudad.
En realidad, esta discusión se convirtió en tema favorito de muchos
eventos sobre movimientos indígenas en los cuales la pregunta del millón era:
¿Qué pasa en Perú? ¿Por qué en este país no existen movimientos indígenas
como en otros países andinos? Una línea de respuesta insuficientemente ex-
plorada, es la que sostiene que en Perú se conformó históricamente, al menos
durante el último siglo, un estilo o forma de dominación étnica diferente al
resto de países andinos. Un estilo de dominación que ha impedido una acti-
vación de la conciencia étnica en el plano político público. Más que un atra-
so, Perú muestra entonces una forma distinta de configuración de lo étnico.2
Además, no es cierto que en Perú no existan identidades indígenas.
Siempre las hubo, siempre existieron, dieron origen y sustentaron enormes
luchas por la defensa de la tierra y otras demandas. La movilización campesi-
no-indígena por la tierra fue el factor que obligó al Estado -en el contexto del
régimen militar de Velasco Alvarado- a implementar una de las más drásticas

1. Véase: Albó (1991).


2. En este sentido, Carlos Iván Degregori (1993) llamó la atención acerca de la fluidez y
porosidad de lo indígena, discutiendo la idea del supuesto “atraso” de la identidad étnica
en este país. Pajuelo (2003) destacó la inexistencia de fronteras étnicas rígidas y tangibles,
como parte de una estructura de dominación étnica distinta a la de otros países andinos,
por lo cual en la sierra peruana las representaciones de identidad no giran exclusivamente
en torno a lo étnico.
325

reformas agrarias de la región en 1969.3 Pero los campesinos indígenas, fue-


ron sometidos históricamente a una dominación étnica tan feroz, violenta y
racista, que generó el repliegue de las identidades culturales indígenas, y la
omisión de la reivindicación étnica en el ámbito público, reservando el orgu-
llo étnico para el ámbito privado familiar y comunitario.
Entonces, en Perú el problema puede explicarse a partir de la falta de
condiciones entre las propias poblaciones indígenas y -en términos más am-
plios- a nivel nacional, para la aparición en el espacio público de un orgullo
étnico que siempre se mantuvo reservado en el espacio de lo privado. Los
campesinos indígenas tienen un profundo orgullo étnico de pertenencia a sus
comunidades, por el hecho de ser campesinos que hablan quechua, aymara
y otros lenguas. Pero junto a esto, es evidente la existencia de una influencia
muy fuerte del racismo, como sustento principal de un tipo de dominación
étnica que ha impedido que estos elementos de orgullo pudiesen sustentar
reclamos políticos, reivindicaciones explícitas de reconocimiento étnico en el
ámbito político público. De manera que las luchas por la igualdad durante
todo el siglo XX, las luchas por el acceso a educación y aquellas por la recupe-
ración de la tierra, se desvincularon de la reivindicación explícita de lo étnico.
Parte de ello fue el desfase entre la izquierda y la diversidad étnico-cultural
del país, así como la actitud de rechazo a su propia identidad cultural entre
muchos indígenas, que optaron por la vía de la aculturación u occidenta-
lización. Sin embargo, como la identidad cultural no es como un vestido
que alguien se pone y se saca por su simple voluntad, en realidad ocurrieron
complejos procesos de conflicto cultural, que marcan la reproducción de las
identidades indígenas.4
Sin embargo, actualmente, lo que vemos en Perú es el despertar de
un conjunto de movimientos indígenas, de movimientos reivindicatorios de
identidades culturales y étnicas. Se trata de una novedad que ocurre en el
contexto de hegemonía del modelo neoliberal de desarrollo y acumulación
vigente en el país desde la década de 1990. Sumado a ello, apreciamos el ini-
cio de un nuevo gobierno “progresista”.

Un nuevo escenario
Hasta hace poco tiempo solo se vislumbraba la continuidad de la hege-
monía neoliberal impuesta por el régimen dictatorial de Alberto Fujimori en
los 90s. Ahora podemos decir que hay importante cambio de régimen desde

3. Para una relectura de la reforma agraria véase el reciente trabajo de Mayer (2009).
4 Una aproximación pionera sobre el conflicto cultural y la modernidad política es el impor-
tante trabajo, hasta ahora lamentablemente inédito, de Javier Monroe (2007).
326

julio de 2011. Esto debido a la elección de Ollanta Humala como presidente,


quien ha sido elegido mediante un fuerte discurso nacionalista, que en los úl-
timos años terminó arrastrando a la izquierda. El despertar de movimientos
indígenas y el sentido “progresista” del régimen de Humala, son dos fenóme-
nos que merecen ser analizados en conjunto.
Durante las dos últimas décadas del siglo XX, Perú sufrió una guerra
interna con el saldo de aproximadamente 70,000 víctimas, según los cálculos
de la Comisión de la Verdad.5 Durante el primer gobierno de Alan García
(1985-1990), la crisis económica alcanzó niveles impresionantes, incluyendo
una hiperinflación sin antecedentes. Años más tarde, se instaura el gobierno
dictatorial de Alberto Fujimori (1990-2000), de orientación neoliberal, en un
escenario que -en parte debido a la violencia política-, impidió que se desa-
rrollara una resistencia social organizada, como ocurrió en otros países. Por
otro lado, se aprecia una crisis política muy fuerte, que involucra la debacle
de los partidos -sobre todo de los partidos de izquierda- y junto a ello una
desarticulación social y organizativa muy profunda.
Sobre este terreno, fue relativamente fácil para Fujimori imponer un
modelo neoliberal orientado al incremento del producto bruto interno, a tra-
vés de actividades extractivas primarias de recursos naturales, junto a otro
tipo de actividades económicas anexas (incluyendo el dinamismo del comer-
cio y los servicios), que han generado el famoso “milagro peruano”. Un tipo
de neoliberalismo “exitoso” en sus propios términos, basado en la reprimari-
zación económica, la apertura externa sin límites y la absoluta desprotección
de la fuerza de trabajo. Un “milagro económico” -en términos neoliberales y
en el marco del discurso internacional- que es en realidad la expresión de una
nueva hegemonía social y política implementada desde el Estado a través de
un gobierno dictatorial.
Con el colapso del régimen de Fujimori, desde el año 2000 asistimos a
una reforma democrática. En realidad, podríamos hablar de una transición
democrática, aunque no fue acompañada de una modificación del modelo
económico neoliberal, ni de la Constitución vigente. En esta transición de-
mocrática, luego de dos décadas de guerra interna, neoliberalización extrema,
crisis de representación política y aguda desarticulación social, se pudo notar
la inexistencia de actores capaces de cuestionar la hegemonía neoliberal. Por
el contrario, los siguientes regímenes democráticos elegidos a través de elec-
ciones (especialmente los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García Pérez,
incluyendo el breve interinato de Valentín Paniagua), fueron gobiernos que

5. Véase CVR (2003).


327

llevaron a cabo reformas interesantes de democratización del sistema,6 pero


dejaron vigente el pacto neoliberal impuesto en Perú desde los 90s.
De este modo, Perú se convirtió en un país en transición democrática,
sin organizaciones sociales populares, sin capacidad de articulación ni acción
política, sin partidos políticos de masas, sin izquierda política organizada
(aunque con una larguísima tradición de izquierda reconocible desde la in-
fluencia de Mariátegui en adelante). Y que tuvo además una guerra fratricida,
desencadenada justamente por uno de los partidos herederos de la honda
cultura política de izquierda conformada en la sociedad peruana contempo-
ránea.
En el contexto de esta misma transición democrática, comienza a cam-
biar un poco el escenario. El propio clima democrático y electoral, genera
una situación más permisible al surgimiento de nuevas demandas, nuevas rei-
vindicaciones y ciertos intentos de articulación política. Pero en un contexto
en el cual todavía resultan predominante la absoluta desarticulación social, la
falta de organizaciones nacionales, la falta de partidos políticos de proyección
nacional y, sobre todo, de movimientos sociales articulados, con capacidad
efectiva de presión y de movilización a escala nacional.

Irrupción de conflictos sociales y luchas indígenas


Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, desde la década del 2000
surgen nuevos conflictos por recursos naturales, por la defensa de la tierra,
por el agua y la defensa de los bosques, entre otros. Son centenares los con-
flictos desatados en diversas zonas del país con gran diversidad e intensidad
de expresiones de violencia, desde quema de edificios públicos, enfrenta-
mientos entre sectores movilizados y la fuerza pública, decenas de muertos y
heridos, decenas de detenidos y torturados, centenares de dirigentes locales
con procesos judiciales en su contra.
Por cierto, podemos apreciar una acelerada transformación de las tra-
yectorias, las causas y los repertorios de acción colectiva en estos conflictos
sociales. A inicios de la década pasada, emergieron conflictos de gobernabi-
lidad local en los cuales la población cuestionaba a sus autoridades electas
(tales como alcaldes, regidores y gobiernos regionales, sobre todo debido a
supuestos actos de corrupción). Posteriormente, hacia mediados de la década,
pasan a ocupar el primer plano los conflictos medioambientales. Es decir,
conflictos a través de los cuales las poblaciones locales comienzan a defender
sus recursos naturales. Sobre todo, se trata de conflictos entre poblaciones

6. Por ejemplo, se dio impulso a la participación ciudadana, así como una importante refor-
ma de descentralización del Estado, incluyendo la creación de gobiernos regionales.
328

locales movilizadas y empresas extractivas, principalmente empresas mine-


ras.
Perú es un país con una larguísima tradición de actividades mineras, y
después del reciente período de violencia política, junto a la transformación
neoliberal iniciada desde la década de 1990, hay un regreso de la minería
como actividad fundamental en el funcionamiento del conjunto de la econo-
mía. Así, se ha ido incrementando el asedio de diversas empresas extractivas
sobre territorios y bienes comunales. La situación resultante consiste en una
fuerte tensión entre el capital extractivo -de empresas transnacionales a veces
asociadas a capitales nacionales- y el interés de las comunidades campesinas e
indígenas por proteger sus recursos naturales. Lo que dicha situación genera
pude permitirnos explicar la dinámica del actual surgimiento de movimien-
tos indígenas.
Muchas comunidades y otras poblaciones locales sufren el incremen-
to del asedio sobre sus formas de vida por parte de empresas, así como del
propio Estado. Por ejemplo, sobre sus territorios comunales, y sobre recursos
como bosques, ríos, lagunas. Es decir, sobre los frágiles recursos colectivos
que sustentan la existencia de lo comunitario. Ante el asedio sobre sus re-
cursos, se ven empujadas a redescubrir lo colectivo, a sentirse miembros de
lo comunitario, utilizando en este proceso el sostén político de la autoridad
comunal, es decir, la identidad política comunitaria.
Las comunidades campesino-indígenas en Perú, como en el resto de
los Andes, son instancias políticas, formas de autoridad cuya presencia va
más allá de los límites del Estado. Mantienen formas de soberanía distintas
a la soberanía estatal. Soberanías étnicas y comunitarias, que tienen profun-
das raíces históricas y que en este contexto de disputa sobre los recursos co-
munales, vienen siendo activadas generando nuevas movilizaciones. En este
sentido, uno de los elementos interesantes en Perú es, además, el surgimiento
de una suerte de ecologismo popular de base, la expansión de un sentido
común de defensa de la naturaleza y de la vida asociada a ella, no solamente
en territorios indígenas pero fundamentalmente entre la población comunera
indígena que siente amenazadas sus formas colectivas de vida.
Por cierto, existe todavía un enorme vacío político, de modo que nue-
vas organizaciones -especialmente locales- y las propias comunidades, han
logrado emerger en el escenario político a través del surgimiento de nuevos
liderazgos y nuevas organizaciones, algunas de ellas intentando aun en el
presente luchar por una articulación nacional efectiva, como es el caso de la
Coordinadora Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería (CONA-
CAMI) u otras organizaciones de zonas amazónicas del país, como es el caso
de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP).
329

Además, se registra un giro hacia lo étnico en las viejas organizaciones


campesinas clasistas vinculadas a la izquierda, como es el caso de la Confe-
deración Nacional Agraria (CNA) y la Confederación Campesina del Perú
(CCP), cuyas bases, si bien debilitadas, continúan teniendo cierta presencia
en lo local. En contextos como el actual, caracterizado por una alta conflic-
tividad, logran de todas maneras jugar un papel importante. Junto a nuevas
plataformas organizativas, como comités de lucha, frentes de defensa, aso-
ciaciones de usuarios, comités de productores, entre otras organizaciones,
articulan una suerte de bloque común en defensa de los recursos colectivos
comunales. Esto no ocurre al margen de tensiones internas, enfrentamientos
por el control de la autoridad comunal, así como disputas por orientación
política y de discurso, pero el referente de autoridad comunal, colectiva y
territorial, se convierte en un eficaz cohesionador en situaciones de conflicto
ante actores externos como las empresas extractivas o el Estado.
Es en este contexto que vienen ocurriendo importante luchas, que evi-
dencian el surgimiento de novedosos movimientos indígenas en Perú. Cito
solamente dos:
1. El surgimiento de un nacionalismo aymara a partir de la lucha de
las comunidades de la zona del altiplano puneño, en confrontación con pro-
yectos de ejecución de obras públicas, en contra de la corrupción por parte
de las autoridades y en contra de empresas mineras que han comenzado a
desarrollar actividades en esta zona. Este movimiento tiene como uno de
sus ingredientes más destacados, el surgimiento de un liderazgo de las pro-
pias autoridades étnicas: los jilacatas aymaras. En el mundo aymara de Perú,
los jilacatas han aparecido recientemente asumiendo la conducción de un
movimiento comunitario en contra de la explotación minera y, por primera
vez, asumiendo una reivindicación explícita de su condición indígena. Esto
resulta notable, sobre todo porque tiene lugar en ese el ámbito público al cual
hacíamos referencia más arriba. Rescatando su identidad aymara, su iden-
tidad originaria, las comunidades asumen la reivindicación de una “nación
aymara”, que gira políticamente en torno a la autoridad étnica representada
por los jilacatas tradicionales. Esta es una absoluta novedad del escenario
peruano actual.7

7. Un antecedente importante de la actual movilización antiminera en los territorios ayma-


ras, ocurrió el año 2004 en la localidad de Ilave, donde el rechazo de las comunidades a la
permanencia de su alcalde, acusado de actos de corrupción, generó una fuerte moviliza-
ción de las comunidades rurales aymaras. La misma tuvo un episodio trágico al ocurrir el
linchamiento del alcalde, y posteriormente, durante seis meses la zona careció de gobierno
municipal, pero el orden local se mantuvo en gran medida debido al influjo de la autori-
dad tradicional de los jilacatas. Sobre el caso de Ilave véase: Pajuelo (2009).
330

2. La movilización de 2008 y 2009 de los pueblos indígenas amazóni-


cos en contra de un paquete de decretos que intentó implementar el gobierno
de Alan García, a fin de facilitar las actividades de empresas extractivas en
territorios indígenas. Por primera vez, bajo la convocatoria de AIDESEP,
se movilizaron los pueblos llevando a cabo dos paros nacionales en buena
parte del área amazónica. Es justamente en el segundo paro cuando la si-
tuación conflictiva se desbordó, y lamentablemente murieron alrededor de
34 personas en la zona de Bagua. Fueron estos dos paros amazónicos los que
anunciaron un nuevo momento en el proceso de conformación de las orga-
nizaciones étnicas en la Amazonía peruana, a través de movimientos sociales
organizados y de carácter nacional.

Humalismo, movimientos indígenas y nacionalismos populares


Es en este contexto de surgimiento de movimientos indígenas que po-
demos comprender en toda su dimensión la transformación política eviden-
ciada durante el gobierno de Ollanta Humala. Un factor clave para medir la
verdadera particularidad de este proceso es la comprensión del fenómeno en
su dimensión regional: el surgimiento de lo que podemos denominar como
nacionalismos populares que se han conformado en nuestros países, como pla-
taforma de resistencia a las reformas económicas neoliberales, así como a los
procesos de dinamización y transformación neoliberal acelerada.
Estos procesos han generado, entre otros fenómenos, un extendido sen-
tido común nacionalista, que involucra la reivindicación de lo propio (no
solamente en clave indígena y popular), sino también de lo nacional frente a
empresas extranjeras y frente a la desnacionalización de los Estados. Estos na-
cionalismos populares se han acoplado favorablemente en determinados países
con propuestas políticas progresistas e izquierdistas, con el protagonismo de
liderazgos políticos plebiscitarios, abriendo paso a los actuales gobiernos pro-
gresistas.
Creo que el régimen de Ollanta Humala puede explicarse justamen-
te en el marco de este proceso, aunque con las peculiaridades propias del
caso peruano. El presidente Humala aparece en el escenario político nacional
desde el 2000, con un discurso de confrontacional radical, y una reivindi-
cación nacionalista que en mi opinión, se encuentra más asociada a la tradi-
ción autoritaria del nacionalismo militar peruano que con reivindicaciones
nacionalistas izquierdistas o comunitarias. Humala llegó al poder gracias al
vacío político todavía existente en Perú, especialmente fuerte en el ámbito
de las clases populares y la izquierda. Además, debido a la imposibilidad de
la propia derecha de articular sus propias fuerzas en una única propuesta
política. Así, Humala es elegido presidente el 2011, pero no como resultado
331

ni expresión de las luchas populares y movimientos indígenas surgidos re-


cientemente en el Perú. Por el contrario, explícitamente excluyó a muchos de
los dirigentes indígenas que intentaron acercarse a él, aliándose más bien con
diversos sectores de la izquierda pero sin lograr articular un bloque popular
más amplio.
Lo que vemos ahora es una impresionante transformación política, un
transformismo político no solo en el discurso sino también en los actos. Es
decir, el líder nacionalista radical que ofrecía profundas reformas antineo-
liberales, ha decidido defender el orden establecido pero con la novedad de
implementar algunas reformas. El discurso nacionalista de la “gran transfor-
mación” utilizado en la campaña electoral, se ha convertido en estos primeros
meses de gobierno en un discurso de la “inclusión social”.
Por tanto, lo que podemos vislumbrar es el experimento de un gobierno
que no definiría como “progresista”, ni tampoco como una simple continui-
dad de los regímenes neoliberales previos en Perú, sino más bien como un
régimen que intenta implementar algunas reformas redistributivas al modelo
extractivista predominante en el país. Esto, mediante un conjunto de polí-
ticas implementadas a través del Estado, una suerte de redistribución más
amplia de los recursos y del crecimiento peruano, experimento que se aleja
fuertemente del sentido antineoliberal de las demandas, las luchas y los mo-
vimientos sociales en formación existentes actualmente en Perú.
En este contexto, lo que las organizaciones populares y los actuales mo-
vimientos indígenas tienen enfrente es un gobierno que ofrece inclusión so-
cial, pero que sigue permitiendo la avalancha de las industrias extractivas, así
como la continuidad del asedio sobre los bienes colectivos de comunidades y
pueblos indígenas. Por lo tanto, para los movimientos indígenas y populares
en proceso de constitución, este es el momento de atrincherarse en la defensa
de lo local, en la defensa de sus recursos colectivos, en la defensa de bienes
comunes, de la tierra y del agua, además de llevar adelante la construcción de
nuevas perspectivas colectivas.
Se trata de un escenario esperanzador, a pesar del transformismo po-
lítico del régimen. Vivimos años en los cuales las organizaciones populares
tienen la posibilidad de acumular políticamente y de reconstruir desde el
ámbito de lo local, de lo concreto y de lo cotidiano, esas opciones alterna-
tivas de poder, de autogobierno, de autonomía y de búsqueda de horizontes
alternativos, frente al asedio que sufren en medio de la hegemonía neoliberal
vigente en el país.
¿Qué nación? Discursos, luchas
indígenas y demandas de nación en el
Perú actual: una reflexión a propósito
de la movilización aymara del 2011*

Al organizar este coloquio sobre nuevo proyecto na-


cional en el Perú, el Centro Guamán Poma de Ayala nos
convoca a un debate necesario en torno a los alcances del
proceso histórico de construcción nacional en estas tie-
rras. Tal discusión resulta propicia en el contexto actual
de conmemoración del bicentenario de las independen-
cias latinoamericanas, debido a que plantea el desafío de
evaluar críticamente los alcances, dificultades y legados
de nuestra experiencia republicana. Después de casi dos-
cientos años de historia independiente, ¿existe realmente
una comunidad nacional en el Perú? ¿Hasta qué punto los
peruanos somos ciudadanos de pleno derecho, por tanto
con efectiva igualdad ante la ley? ¿Cuál es el lugar que los
pueblos y culturas indígenas tuvieron, tienen y tendrán
en el futuro de la nación peruana? En estas páginas me
propongo reflexionar sobre estas preguntas, a partir del
análisis de un caso reciente de movilización indígena: la
protesta aymara ocurrida en mayo y junio del año 2011.
Se trata de un movimiento que se inició como
expresión de un conflicto local en torno a la actividad

* Ponencia presentada en el seminario: “Nuevo Proyecto Nacional


en el Perú”, organizado por el Centro Guaman Poma de Ayala,
Cuzco, 12 y 13 de julio de 2012. Publicado en: Crónicas Urbanas,
Año XVI, N° 17. Cuzco: Centro Guaman Poma de Ayala, 2012,
pp. 39-52. Agradezco el interés de Luis Nieto Degregori para la
publicación de este texto.
333

minera, pero que rápidamente escaló de magnitud hasta convertirse en una


expresión de descontento de alcance regional y nacional. Un aspecto de dicho
suceso en el cual enfocaremos la mirada es el que corresponde al componente
discursivo de la movilización social. Cabe manifestar que entendemos por
discurso no solamente las palabras e ideas que expresan los distintos actores
sino, sobre todo, las lógicas de acción y movilización social, las cuales muchas
veces se evidencian mediante el lenguaje hablado pero también subyacen a las
acciones colectivas de protesta. Como sugiere Bourdieu, los discursos enten-
didos como prácticas que forman parte del mundo de lo simbólico no consis-
ten en simples epifenómenos de las estructuras sociales “objetivas”, sino que
instauran la realidad social y le otorgan sentido. Sin embargo, esa capacidad
performativa de los discursos no es automática ni depende enteramente de la
voluntad de los actores, sino que se entrelaza con condiciones sociales exterio-
res a la lógica estrictamente lingüística del discurso (Bourdieu 1999). En ese
sentido, la práctica de “hablar” va mucho más allá del discurso lingüístico,
revelando también planos profundos de la existencia social. Esto resulta par-
ticularmente importante en condiciones de aguda conflictividad social como
la que analizaremos más adelante.

Bicentenario, nación y conflictividad social


El año 2021 -es decir dentro de casi una década- el Perú conmemorará
oficialmente el bicentenario de su independencia nacional.1 Dicha efeméride
constituye una ocasión pertinente para revisar críticamente la trayectoria y
resultados de la promesa de construcción republicana. Obviamente, estas pá-
ginas no son el lugar para esta labor de dimensiones titánicas. Sin embargo,
cabe resaltar un par de aspectos que resultan importantes para la discusión
que nos proponemos. Uno primero tiene que ver con lo que podríamos de-
nominar como una paradoja de nuestra construcción republicana: el hecho
de que la independencia instauró una República nominalmente liberal pero
sin ciudadanía universal. Como es sabido, las repúblicas instauradas tempra-
namente en Hispanoamérica se fundaron sobre la base de ideas liberales que,

1. Como es sabido, debido a que Lima fue durante buena parte del período colonial el centro
político y administrativo del imperio español en esta parte del continente, la independen-
cia peruana se efectivizó plenamente de manera tardía respecto a otros países. Algunos
países como Argentina, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia, Venezuela, México y Paraguay,
acaban de festejar el bicentenario de sus independencias, ocurridas entre 1809 y 1811.
Otros, tales como como Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Brasil, Uruguay y
Perú lo harán todavía en la próxima década, debido a que sus independencias ocurrieron
entre 1821 y 1825. Desde el Cuzco, hablar del bicentenario todavía en 1821 resulta pro-
blemático, pues dicho proceso se inicia tempranamente desde 1780, con la rebelión que
encabezara Túpac Amaru II.
334

entre otras novedades, instauraron el predominio de la Nación, así como del


ciudadano como poseedor de derechos y obligaciones ligadas a tal condi-
ción. Pero ocurrió que restringieron fuertemente el acceso a una ciudadanía
efectiva a sus poblaciones internas. En la práctica, esto significó que sectores
demográficamente significativos de la población de los flamantes países -en-
tre ellos los indígenas y las mujeres- resultaron excluidos de la condición de
ciudadanos mediante mecanismos como la prolongación del tributo colonial
y la restricción del acceso al voto, entre otros. Para el caso de los indígenas,
el fuerte racismo de origen colonial sustentó la exclusión política de quienes
fueron considerados incapaces de alcanzar la plena ciudadanía. Así, las na-
cientes repúblicas prolongaron -de manera paradójica- fuertes restricciones
coloniales que limitaron los alcances reales del ideal liberal que otorgó sus-
tento a las ideas independentistas y republicanas.
Un segundo aspecto que quisiera resaltar es justamente el hecho de que
debido a dichas restricciones a la igualdad ciudadana, en países con fuerte
composición indígena se aprecia posteriormente que los alcances de la ciu-
dadanía resultan vinculados a distintas formas de diferenciación social. Es
posible de hecho encontrar una gradiente de acceso efectivo a la condición
ciudadana, en la cual dicha diferenciación depende de diversas categorías
de clasificación social que terminan instaurando los márgenes de la noción
liberal de ciudadanía universal (por ejemplo, el hecho de ser indígenas, ser
mujeres, ser alfabetos o tener propiedades). En países como Perú, con im-
portante población indígena, ocurre de manera peculiar el entrecruzamiento
entre desigualdad ciudadana y diferencia étnica: quienes son más blancos y/o
europeos son también más ciudadanos, al tiempo que los más indígenas son
también quienes acceden en menor medida a dicha condición. Se instaura así
de manera perversa, sobre la base de criterios étnicos de origen colonial, una
diferenciación ciudadana de larga data, cuyos alcances pueden ser rastreados
hasta el presente. Asimismo, como manera de sortear dicha concatenación
entre condición ciudadana y diferencia étnica, se instaura entre las pobla-
ciones indígenas el anhelo de alcanzar la ciudadanía (es decir, la igualdad)
mediante la vía de la desindianización, a través de la renuncia a sus propias
características distintivas, tanto personales como sociales. La pertenencia a
las sociedades indígenas termina siendo por ello, a lo largo de los siglos pos-
teriores a la independencia, una suerte de encierro del cual resulta necesario
desprenderse a cómo dé lugar, a fin de alcanzar plena condición de igualdad
en tanto peruanos.2

2. Dicha falacia cultural se encuentra en la base de fuertes procesos de movilización y cam-


bio social, que sobre todo a partir del siglo XX trasformaron completamente los rasgos
335

En relación con estas cuestiones, la presente ponencia pretende mos-


trar -a partir del caso de la movilización aymara ocurrida el 2011- cómo en
la sociedad peruana actual vienen emergiendo nuevos discursos y luchas de
significado en torno a la idea de nación y el sentido de lo nacional. Se trata de
disputas que se expresan no solamente a través de textos o discursos hablados,
sino que pueden rastrearse en sucesos como los llamados “conflictos sociales”
que últimamente se han convertido en motivo de preocupación y seguimien-
to público en el país.3 Los “conflictos sociales” son también momentos que
expresan luchas en torno al significado y sentido histórico de la nación en la
sociedad peruana. Ejemplo de ello es el estallido de nuevas protestas y movi-
lizaciones indígenas en los últimos años, tales como los paros amazónicos,4
o los conflictos protagonizados por comunidades campesinas enfrentadas a
empresas extractivas interesadas en la explotación de los recursos existentes

definitorios de la sociedad peruana. El anhelo de alcanzar la igualdad ciudadana aún a


costa de renunciar a su propia identidad cultural, movilizó a contingentes significativos
de la población indígena peruana a movilizarse a lo largo de los siglos XIX y XX en pos de
demandas de derechos básicos, tales como la supresión de toda forma de contribución per-
sonal, el reconocimiento de las comunidades por parte del Estado, el acceso a educación,
el fin de la servidumbre, la reforma agraria y la propiedad de la tierra, la posibilidad de
participación electoral, entre otros. Estos fenómenos estuvieron acompañados por profun-
dos cambios culturales, que lograron redefinir las nociones de pertenencia e instauraron
una noción de peruanidad distinta a aquella restringida propia de las élites, en su afán de
distinguirse de los “pobres” e “indios”. Ligados a fuertes procesos de cambio social, tales
como las oleadas migratorias que en pocas décadas transformaron para siempre la demo-
grafía del país hacia mediados del siglo XX, o el ciclo de luchas por la tierra que culminó
con la reforma agraria de 1969, estos cambios socioculturales actúan hasta el presente, y
pueden ser rastreados en la expansión de nociones de pertenencia peculiares como la idea
de que todos los peruanos somos “cholos”.
3. Existe una oficina gubernamental en la Presidencia del Consejo de Ministros dedicada al
seguimiento de los conflictos sociales. Asimismo, la Defensoría del Pueblo elabora men-
sualmente un reporte descriptivo y cuantitativo sobre la evolución de la conflictividad
social. En el Instituto de Estudios Peruanos, se elaboran asimismo las cronologías mensua-
les de conflicto social para el Observatorio Social de América Latina (OSAL) del Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
4. Ocurridos en 2008 y 2009, los dos paros amazónicos convocados por la Asociación Inte-
rétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) en contra de un paquete de decre-
tos gubernamentales que consideraban lesivos a sus derechos colectivos, expresaron una
demanda inédita en la sociedad peruana: el reconocimiento por parte del Estado de los
derechos colectivos indígenas, en tanto derechos referidos a pueblos, y no así a individuos
o comunidades agrarias (sean nativas o campesinas). Por primera vez, ocurrió una amplia
movilización indígena en demanda del respeto estatal a derechos colectivos reconocidos
por normas internacionales como el Convenio 169 de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT). Desgraciadamente, la protesta tuvo un final violento, al ocurrir la tragedia
de Bagua en la cual perdieron la vida al menos 32 personas, entre policías y nativos movi-
lizados.
336

en sus territorios. Como hemos indicado, enfocaremos la mirada en un mo-


mento específico de conflictividad social ocurrido en la región de Puno el
año 2011, donde ocurrió una amplia movilización de campesinos aymaras
opuestos a la instalación de una empresa minera, que pronto pasaron a la
demanda de reconocimiento de una “nación aymara” por parte del Estado
peruano. Comprender las múltiples dimensiones de dicho conflicto requeri-
ría un estudio mucho más detallado. Sin embargo, en las siguientes páginas
nos proponemos abrir una discusión, a partir de considerar el componente
discursivo de dicho conflicto.

Conflictividad social y el escenario puneño


Durante estos años, en el Perú se aprecia un nuevo ciclo de conflictivi-
dad social, sustancialmente distinto al que existió hasta la década de 1980. Si
hasta entonces buena parte de la conflictividad social estuvo ligada a la ac-
ción de sindicatos y partidos políticos de izquierda, así como a las demandas
de trabajadores asalariados de la ciudad y el campo, en los actuales conflictos
sociales se aprecian sobre todo movilizaciones de orden más social que polí-
tico. No existen ideologías movilizadoras claras ni agrupaciones u organiza-
ciones políticas vinculadas a partidos políticos de izquierda, al tiempo que la
presencia de trabajadores asalariados resulta minúscula.
Un ejemplo que ilustra estos cambios es el hecho de que los sindicatos
del período previo han sido desplazados por organizaciones como frentes
de defensa o comités de lucha, las cuales muestran una ascendencia más
territorial que clasista. Asimismo, a diferencia de las grandes huelgas o pa-
ralizaciones convocadas por los antiguos sindicatos, muchos conflictos so-
ciales despliegan otras formas de lucha y movilización, tales como bloqueos,
marchas o plantones en las vías públicas. Las demandas de muchos con-
flictos actuales corresponden, por lo demás, a reclamos de distinto tipo: la
búsqueda de mejores condiciones de trabajo y salarios del período anterior
resulta minoritaria, destacando en la gran mayoría de conflictos la defensa
del medioambiente, el territorio y los recursos naturales o el descontento por
problemas de gestión de gobiernos municipales o regionales (destacan los
reclamos en torno a supuestos actos de corrupción, o exigiendo la realización
de determinadas obras públicas por parte de las autoridades electas). Un ras-
go del actual ciclo de conflictividad social que resulta inquietante tiene que
ver con el uso inmediato y descarnado de la violencia como forma de protesta
o bien de represión por parte del Estado. De allí que se hayan contabilizado
aproximadamente 200 muertos y muchísimos heridos como producto de los
conflictos sociales ocurridos a partir de la década pasada, mientras que en
337

períodos anteriores de fuerte movilización social el número de víctimas mor-


tales fue bastante menor.5
Podemos apreciar la evolución del ciclo actual de conflictividad social
a partir del año 2004, año en el que la Defensoría del Pueblo inició un se-
guimiento sistemático debido a los sucesos ocurridos en Ilave.6 Lo que pue-
de apreciarse en el gráfico 17 es que la conflictividad social iniciada con la
transición democrática posterior a la caída del régimen de Alberto Fujimori,
alcanza su momento más álgido durante los años 2008, 2009 y 2010. Esto
tiene que ver con el incremento de conflictos vinculados a problemas so-
cioambientales, en gran medida desatados por la expansión de las actividades
mineras. Posteriormente, se aprecia una cierta disminución de la intensidad
de la conflictividad social, aunque durante los últimos dos años la mayoría de
casos siguen correspondiendo a temas medioambientales.7
En lo que respecta a la dimensión territorial de la conflictividad social,
destaca el hecho de que Puno resulta la región que presenta la mayor cantidad
de casos de conflicto. El gráfico 18 registra información de los conflictos
ocurridos en las regiones entre los años 2004 a 2010. Una primera constata-
ción que puede hacerse es que los mayores problemas corresponden a regio-
nes con fuerte actividad minera, tales como Puno, Cajamarca, Ancash, Cuz-
co, Ayacucho, Junín, entre otras. A la luz de la protesta aymara ocurrida en
Puno el año pasado, que tuvo como su desencadenante principal la presencia

5. Como recordó la Comisión de la Verdad y Reconciliación en su Informe Final (CVR,


2003), períodos de intensa conflictividad como las luchas por la tierra de las décadas de
1960 y 1970 causaron poca cantidad de muertos, a pesar de su expansión y alcances. Sin
embargo, es a partir de la guerra interna ocurrida a partir de 1980 que en Perú las cosas
se desbordan, y comienza a generalizarse el uso descarnado de la violencia con el saldo
irreparable de muertos y heridos. Pareciera que una vez transcurrida la violencia política,
queda sin embargo en la sociedad peruana un sentido bajo de aprecio de la vida humana,
que se extiende al actual ciclo de conflictividad social en medio del cual cada cierto tiempo
apreciamos cómo el uso de la violencia se instaura como forma de protesta o represión
indiscriminada, con el saldo de tragedias como la ocurrida en Bagua en junio de 2009.
6. El 26 de abril de ese año, el alcalde de la provincia de El Collao, Cirilo Robles Callomama-
ni, fue linchado por una turba de pobladores que se hallaban en movilización desde hacía
un mes, en demanda de su renuncia al cargo debido a supuestos actos de corrupción, que
posteriormente fueron descartados por la Contraloría General de la República. Al respecto
véase: Pajuelo 2009.
7. Véanse al respecto los reportes difundidos mensualmente por la Defensoría del Pueblo
(http://www.defensoria.gob.pe/conflictos-sociales/home.php). Dichos reportes presen-
tan información abundante acerca del tipo de conflictos y las formas de acción colectiva
que acompañan su desarrollo a lo largo del tiempo. Al analizar, se observa cómo hasta
mediados de la década pasada la mayoría de los conflictos correspondieron a problemas
de gobernabilidad (el de Ilave es el caso emblemático de ello), pasando posteriormente a
ser predominantes los conflictos medioambientales.
338

de la empresa minera Santa Ana, cabe preguntar si el hecho de que Puno


ocupe el primer lugar de la conflictividad es resultado de la intensificación
de la actividad minera en el territorio regional. La revisión de la abundante
información que produce la Defensoría del Pueblo sobre seguimientos de
conflictos muestra, sin embargo, que no solo la minería se encuentra entre
los motivos de conflictividad, sino también disputas en relación al agua, la
conservación del medioambiente en general y hasta problemas territoriales
con regiones vecinas como Moquegua o Cuzco.

Gráfico 17
Perú: Número de conflictos sociales, 2004-2012

250

200

150

100

50

0
2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012

Fuente: Defensoría del Pueblo.

Gráfico 18
Conflictos sociales en las regiones, 2004
70
60

50

40

30
20

10

Fuente: Defensoría del Pueblo.

No es este el lugar para una exploración detallada acerca de las raíces y


dinámica de la evolución de la altísima conflictividad social que muestra la
339

región. Sin embargo, cabe plantear una hipótesis que he venido elaborando
en diversos trabajos dedicados al escenario puneño (Pajuelo, 2009). Esta re-
gión presentaría un nivel elevado de conflictividad social debido a los impac-
tos y contradicciones desatadas por el intenso proceso de modernización que
viene ocurriendo en la zona desde hace décadas. Al respecto, cabe especificar
que en el contexto actual de vigencia del modelo de acumulación neoliberal,
la modernización desbocada que exhibe la región resulta ser aún más con-
tradictoria que en las décadas previas, debido a que las amplias expectativas
de progreso y futuro de la población se estrellan de forma estrepitosa ante
el incremento de las desigualdades, la agudización de la pobreza y la falta
de oportunidades de desarrollo personal. Algunos sectores sociales exhiben
mayor sensibilidad ante dicha situación. Es el caso de la juventud, sobre todo
si se trata de jóvenes rurales o de reciente urbanización, y también de las
familias de centenares de comunidades campesinas quechuas y aymaras que
diariamente comprueban la distancia existente entre sus condiciones de vida
cotidiana y la desigual distribución de los beneficios del dinamismo y creci-
miento regional y nacional.
No se trata de presentar una imagen estancada o arcaica de las pobla-
ciones indígenas y campesinas. Por el contrario, cabe destacar que la crisis de
las economías familiares campesinas ha empujado a sus miembros a buscar
complementar los insuficientes ingresos provenientes de las labores agrope-
cuarias tradicionales mediante actividades de distinto tipo desarrolladas en
sus comunidades de origen o bien en las ciudades, que cada vez resultan más
cercanas debido al incremento de caminos y carreteras. Entre estas activi-
dades cabe destacar el comercio, el transporte, el empleo precario, o bien
otros negocios que lindan entre lo legal e ilegal (contrabando al menudeo y
al por mayor, narcotráfico, especulación con productos rurales y urbanos,
etc.). En un escenario en el cual se ha incrementado significativamente -sobre
todo entre los jóvenes- el acceso a información y comunicación, mediante
las nuevas tecnologías como el internet, la expansión del teléfono celular o
la masificación de la televisión, resulta explosiva la combinación entre altas
expectativas de cambio, acceso a información y agudización de la pobreza y
desigualdad.8 A pesar de los altos índices macroeconómicos de crecimiento,

8. Esta historia no resulta completamente nueva. Salvando las distancias, puede citarse el
caso de la relativa modernización ocurrida en Ayacucho desde mediados del siglo XX,
que condujo a ciertas capas de jóvenes mestizos altamente educados, a encontrar en el
discurso senderista una alternativa válida de cambio. En tal sentido, no resulta casual que
Puno exhiba actualmente la proliferación de discursos radicales, de tintes étnicos o bien
articulados al denominado etnocacerismo que propugna Antauro Humala, cuyos libros se
venden como pan caliente en muchos puestos de diarios y revistas de toda la región.
340

se aprecian fuertes desigualdades socioeconómicas, que parecen alimentar


nuevas formas de descontento, sobre todo entre aquellos sectores escasa o
nulamente beneficiados por el dinamismo reciente. Esto en un contexto en
el cual no existen canales institucionalizados de representación política pues
no existen partidos políticos de alcance nacional, en tanto que en diversos
espacios predominan grupos o redes de poder que controlan férreamente los
poderes públicos (municipalidades y gobiernos regionales, sobre todo).

La movilización aymara del 20119


En relación a la revuelta aymara de 2011, se ha hecho famosa la figura
de Wálter Aduviri. Su liderazgo y su discurso deben ubicarse en una crono-
logía del conflicto. Se dieron algunos momentos que permiten comprender
el desenvolvimiento de este conflicto, entre los cuales reconozco cuatro: uno
primero, que podemos llamar de antecedentes del conflicto; el segundo, co-
rrespondiente a mayo de 2011, cuando el conflicto estalla, pero tiene sobre
todo una localización que transita desde lo local ‑lo subregional en realidad-
hacia una dimensión regional en Puno; un tercer momento ocurre en junio
de 2011, en el cual la dimensión geográfica del conflicto va bastante más allá
de la región y se convierte en uno de dimensiones nacionales; finalmente, el
cuarto momento es visible desde junio de 2011 en adelante y en él se trans-
forma el escenario que generó esa conflictividad, ya que se reformulan las
alianzas y las correlaciones de fuerza en la zona.
En relación a los antecedentes, de hecho uno importante es el estallido
del conflicto de Ilave años antes. En esa ocasión se concatenaron dos ingre-
dientes: por un lado, líderes políticos y movilización política local en Ilave;
por otro lado, el ingrediente que vengo tratando de poner en discusión hace
algún tiempo: el surgimiento de un movimiento comunitario aymara en los
últimos años en esta zona del sur de Puno.
En efecto, desde mi punto de vista uno de los elementos del escenario
político puneño actual es la cristalización de un movimiento intercomunita-
rio articulado por las autoridades étnicas tradicionales, los jilacatas, las viejas
figuras de autoridad étnica del mundo aymara convertidas a lo largo del
siglo XX en tenientes gobernadores. Los tenientes gobernadores en el mundo
aymara tienen más autoridad, son más respetados, que los presidentes de las
comunidades. Esto ha ocurrido así porque la actual figura del teniente go-
bernador, que es ambigua porque expresa tanto la autoridad colectiva como

9. Sobre la base de un trabajo previo acerca de otro conflicto en el mundo aymara, el de Ilave del
2004 y los años siguientes (Pajuelo 2009), intentaré una lectura de los vínculos entre ambos
movimientos.
341

la del Estado, es más importante en el ámbito local que la del presidente


comunal y la de otros cargos de autoridad comunal.
Estos dos elementos: liderazgos locales y movimientos comunitarios, son
dependientes de redes de poder que actúan no solo en Puno sino en muchos
otros espacios del país. Porque lo que aparece funcionando en el Perú en los es-
pacios políticos en un momento de crisis del sistema de partidos,10 sobre todo en
ámbitos locales y regionales, son redes de poder formadas por personas con
distintos tipos de arraigo en la actividad económica y política que terminan
disputando el espacio de lo público, la autoridad pública encarnada en muni-
cipalidades y gobiernos regionales. Este es un espacio apetitoso para coronar
trayectorias iniciadas por la vía de la educación o del mercado y los negocios,
que también saben valerse de redes de amistad, paisanaje, clientelaje, etc.
Estamos pues antes poderes personales capaces de articular fuertes redes de
poder que acaban siendo la base social real de los movimientos y “partidos”
políticos regionales y locales en todos estos años en el Perú.
En Ilave ocurrió esto: la concatenación de este espacio de movilización
política local y un movimiento comunitario aymara articulado por los te-
nientes gobernadores. Si bien este movimiento -que acabó de manera trágica
con la muerte del alcalde Cirilo Robles el año 2004- se circunscribió al ám-
bito de la provincia del Collao y no tuvo una dimensión regional, destapó
muchas cosas en el ámbito del mundo aymara puneño. Uno de los elementos
sacados a luz por este movimiento es la suerte de moda de un discurso de
reivindicación de lo aymara más explícitamente formulado: la pertenencia
a lo que desde entonces comienza a hacerse más visible, el pueblo o nación
aymara. Es así como comienza a instalarse el discurso de una nación ayma-
ra e incluso se arma un movimiento que intenta articular municipalidades
representantes de la nación aymara. Se da además una efervescencia política
en relación a la búsqueda de representación del pueblo y la nación aymaras
en el espacio de lo estatal realmente existente, sobre todo las municipalidades
distritales y provinciales.
En los años posteriores a la tragedia de Ilave ocurren algunos suce-
sos importantes, como los conflictos en torno al control del agua11 entre
territorios aymaras, básicamente entre municipios y sus comunidades de las
zonas bajas y municipios y sus comunidades de las zonas altas. Asimismo,

10. No existen partidos políticos organizados con ideologías políticas que les den Norte. Tam-
poco estructuras políticas de movilización. Es decir, no hay una estructura de representa-
ción política de intereses sociales y políticos.
11. Son importantes, asimismo, los conflictos entre regiones, como el ocurrido entre Puno y
Moquegua, en el cual las comunidades aimaras del sur de Puno participan con fuerza.
342

comienzan a desarrollarse algunos proyectos mineros y se va configurando


un escenario que se vería totalmente cristalizado en las protestas del 2011.
Las protestas en la zona empiezan el año 2008 en relación a un proyecto
específico, el proyecto de la minera Santa Ana, ubicado en el distrito Hua-
cullani. A partir de ese año, los comuneros comenzaron a protestar en contra
de esa empresa con el discurso de que toda actividad minera constituye un
riesgo para los recursos naturales, específicamente para el agua. En octubre
del mismo año, varias comunidades de Huacullani rodean la zona del pro-
yecto e incluso llegan a tomar el campamento minero, tras lo cual ocurre una
intervención de la policía que termina con el desalojo de los comuneros del
campamento.
En los dos años siguientes se da un exitoso acercamiento entre la empre-
sa minera y las comunidades del distrito. Los gerentes de la empresa minera
Santa Ana desarrollan un plan de persuasión y negociaciones políticas con las
autoridades locales, tanto municipales como comunales, logrando convencer
a las comunidades de Huacullani, especialmente a cinco de ellas, de los be-
neficios que pueden recibir si el proyecto minero se lleva adelante. Al mismo
tiempo, sin embargo, entre el 2009 y 2010 en el resto de comunidades del
distrito y de distritos vecinos se genera una fuerte oposición a la presencia de
la empresa minera. La razón principal es que, al estar ubicada en las zonas
altas, se teme que su actividad podría afectar la pureza de las aguas. Surge así
un sentimiento de desconfianza bastante fuerte.
Son, pues, años de bastante efervescencia, en los cuales hay una suerte
de competencia de liderazgos y surgen varios movimientos políticos. Uno
de ellos es el Frente de Defensa de los Recursos Naturales del Sur de Puno;
apareció luego una asociación de comunidades que bordean al lago Titicaca,
la cual reclama territorialidad no solo sobre la tierra que cultivan sino tam-
bién sobre el propio recurso hídrico. Es, sin embargo, en relación al Frente
de Defensa mencionado que surgió el liderazgo de quien después irrumpiría
en el escenario político nacional como líder de los aymaras, Wálter Aduviri.
Llegamos así al movimiento del 2011. En abril de ese año se convoca
un primer paro de comunidades como respuesta a la culminación del estudio
de impacto ambiental de la empresa minera Santa Ana en Huacullani, el
mismo que fue presentado en el distrito con oposición de pocos comuneros.
Como la presentación del estudio de impacto ambiental fue exitosa, se monta
una oposición más organizada. Líderes de distintas zonas se agrupan en la
estructura ya existente del Frente de Defensa y se convoca a un paro para los
días 25 y 26 de abril. En tanto el paro no tuvo mucha acogida, se convoca a
otro para el 8 de mayo. La novedad de esta segunda convocatoria es que no
343

solamente involucra a los líderes y comunidades de la provincia de Chucuito


-Huacullani, Kelluyo y otros distritos-, sino también de la provincia vecina
de Yunguyo. Más aún, se intenta construir una plataforma panaymara in-
cluso con las provincias del Collao e Ilave. Sin embargo, muchos dirigentes
de Ilave y diversas comunidades deciden no participar por el temor a que se
generen actos de violencia que terminen de dañar la imagen de los ilaveños,
de por sí motejados como “mata alcaldes” en la región.
En el conflicto que se desarrolla a partir de mayo se involucran sobre
todo dos provincias: la vieja provincia madre de la zona aymara, Chucuito,
y la provincia de Yunguyo. En este conflicto hay un ingrediente novedoso
en relación al de Ilave del año 2004. A la protesta se suman los alcaldes dis-
tritales y provinciales que asumen la bandera de oposición a las actividades
mineras y de defensa de los recursos naturales, exigiendo la eliminación de
las concesiones mineras en toda la región de Puno, no solo en la zona aymara.
Obviamente se demanda el retiro de la empresa Santa Ana y el respeto, en el
caso de Yunguyo, a un cerro considerado un apu tutelar de la zona, el cerro
Molino Capía, de mucha importancia religiosa en la religiosidad aymara.
Se inicia así este segundo momento de protesta en el cual ya se aprecia el
estallido de un movimiento social. La protesta del 8 de mayo se inicia en
dos frentes: en Desaguadero, con la movilización de comunidades de este
distrito, que bloquean algunos puntos de la carretera, y en Yunguyo, con la
movilización paulatina de las comunidades de la provincia tras las demandas
mencionadas.
Este primer momento de movilización con bloqueos genera un primer
intento de diálogo con las autoridades regionales, quienes en conversaciones
con los dirigentes del Frente de Defensa y con los propios alcaldes prometen
emitir una ordenanza declarando a Puno como una región libre de conce-
siones mineras. Mientras tanto, continúan las protestas y frente a ello y a la
amenaza de marchas de sacrificio a la capital de la región, la ciudad de Puno,
el gobierno regional modifica una ordenanza disponiendo un mejor control
de las concesiones mineras. En realidad la norma es algo ambigua: se sus-
pende indefinidamente el otorgamiento de nuevas concesiones mineras, pero
al mismo tiempo se dice que el gobierno regional no tiene atribuciones para
otorgar tales concesiones.
La movilización va creciendo -aunque no se suman los ilaveños- y la
gente se desplaza a la ciudad de Puno en marchas de sacrificio. Es así como
hacia el 19, 20 de mayo comienzan los bloqueos en la ciudad. Puno se ve
“invadida” por miles de campesinos aymaras. Según cifras confiables, llegan
a ser alrededor de veinte mil en el momento más álgido. Todas las calles de
Puno eran escenario de protestas de los campesinos movilizados y durante
344

varios días se realizan mítines. En un comienzo, la población de la ciudad


colabora con los campesinos y se arman las ollas comunes. A medida que
pasan los días, sin embargo, la población puneña se ve encerrada en su propio
territorio y muchos retiran su apoyo a los campesinos movilizados, mientras
estos persisten en permanecer en la ciudad.
El día 26 de mayo la situación se desborda completamente. Ante la falta
de atención a las demandas campesinas y la pasividad del gobierno regional,
los grupos más radicales desatan una ola de violencia: los edificios de la SU-
NAT, de Aduanas y la Contraloría son quemados. Y esto ocurre al mismo
tiempo que los dirigentes denuncian el fracaso de las negociaciones y de la
propia comisión de negociación. Este suceso, como ocurrió el año 2004, hace
que la protesta sea finalmente conocida en todo el país.
En esta nueva etapa del conflicto, de carácter nacional, la propia titular
de la Presidencia del Consejo de Ministros, Rosario Fernández, se reúne con
una delegación de autoridades y dirigentes, entre los cuales están los alcaldes
distritales y provinciales. Se acuerda una tregua, declarándose además -para
contentar por lo menos a los movilizados de la provincia de Yunguyo- al ce-
rro Molino Capía como zona reservada por su carácter sagrado.
Al producirse esta tregua, los alcaldes, sobre todo los de Yunguyo, se
retiran de la protesta, mas no así muchas comunidades y tampoco los di-
rigentes articulados a los Frentes de Defensa. Estas organizaciones, en un
segundo momento y con intervención de operadores políticos del Partido
Nacionalista, acuerdan una tregua hasta el día 7 de junio tomando en consi-
deración que el domingo 5 de junio se realizaba la segunda vuelta de las elec-
ciones presidenciales. En ese contexto, los dirigentes puneños estaban muy
cuestionados por su radicalismo y porque ponían en riesgo la realización de
las elecciones presidenciales en una región que era considerada uno de los
bastiones del nacionalismo.
Pasadas las elecciones, hacia el 7, 8 de junio se reinician las protestas,
aunque sin la participación de los alcaldes y con menor participación de po-
blación urbana organizada. Lo que vuelve a empezar es la movilización del
movimiento comunitario aymara. Otra vez se toman algunos puntos estra-
tégicos como el puente internacional en Desaguadero. Hay menor partici-
pación de Yunguyo y sigue sin participar Ilave. Posteriormente, evaluando
el cambio en la coyuntura tras el triunfo electoral de Ollanta Humala, los
tenientes gobernadores de la provincia de Chucuito deciden, entre el 8 y el
11 de junio, que el gobierno no los va a escuchar. Entonces optan por una
vieja estrategia de los campesinos peruanos para intentar ser escuchados: ir
a Lima. Se arma así una delegación de decenas de tenientes gobernadores
345

nombrados por las comunidades. Cabe señalar que este tipo de autoridad
étnica responde a una territorialidad que persiste en el sur de Puno y que es
distinta a la división distrital. En la provincia de Ilave, por ejemplo, existen
tres zonas para organizar a los tenientes gobernadores y en Chucuito son seis.
Se trata de territorios de autoridad étnica que no calzan con los territorios de
la autoridad de los distritos.
Los tenientes gobernadores, tras elegir como su representante a Wálter
Aduviri, llegan a Lima entre el 11 y el 14 de junio. En la capital intentan
reuniones con distintas autoridades del Congreso y el Poder Judicial, con re-
presentantes de los partidos políticos, etc., y posteriormente se enteran de que
hay una orden de detención contra Wálter Aduviri. En esas circunstancias,
Aduviri se presenta en un canal de televisión para ofrecer una entrevista y es
allí donde la policía judicial, actuando con mucha torpeza, intenta detenerlo.
Entonces, el dirigente se atrinchera en el canal, al tiempo que los tenientes
gobernadores rodean el edificio y toman la calle durante las 34 horas en las
que Wálter Aduviri permaneció atrincherado en ese local. Este momento
resulta excepcional en la historia política peruana: pocas veces un dirigente o
representante de un pueblo indígena aparece en un medio de comunicación
nacional -o sea, en uno de los espacios más importantes del actual espacio
político público- reivindicando su pertenencia a ese pueblo y modificando al
mismo tiempo el discurso inicial de la protesta. La modificación consiste en
que reclama al Estado peruano el respeto a los derechos del pueblo aymara
y el reconocimiento de la nación aymara. Exige, además la implementación
de mecanismos legales, como la consulta previa, para lo cual se escuda en
normas internacionales con valor jurídico como el convenio 169 de la Orga-
nización Internacional del Trabajo, OIT, y normas de las Naciones Unidas.
Realiza pues una interpelación discursiva al Estado y al orden político en el
Perú.
Lo que ocurrió durante esas 34 horas puede ser objeto de un análisis
específico porque se puede ver el surgimiento de diferentes líneas de discur-
so. Una primera línea, expresada en algunos sectores de la prensa nacional,
levanta nuevamente, como en el año 2004, la idea de la existencia de algo
como un pueblo aymara homogéneo, “los aymaras”. No se les atribuye el
estatuto de pueblo en realidad, sino que son considerados simplemente una
masa, pero masa homogénea, “los aymaras”, y se dice que estos aymaras son
una suerte de comunidad extraña al Estado, extraña a la nación, totalmente
distante; que son violentos por naturaleza y una amenaza para el Estado y un
lastre para el desarrollo y bonanza económica que el Perú está gozando los
últimos años. Este discurso aparece intensamente en la prensa.
346

Una segunda línea de discurso, una variante de la anterior, es la de la


periodista Rosa María Palacios y el diario El Comercio. Expresa un reclamo
de la igualdad para los ciudadanos peruanos, pero es un reclamo bastante cu-
rioso: según este discurso, todos los peruanos somos iguales ante la ley y en-
tonces nadie, por el hecho de tener una lengua distinta, costumbres distintas,
puede reclamar beneficios debido a esas características o a esas diferencias. Es
una suerte de discurso antimulticultural, que en aras de la necesidad de res-
guardar el Estado de derecho y el funcionamiento de un orden de igualdad
ciudadano para todos no puede permitir beneficios. En este caso, el beneficio
de que Wálter Aduviri sea liberado, que se revoque la orden de detención y
salga del Canal 5 vitoreado no solo por los jilacatas o tenientes gobernadores
aymaras que estaban ahí, sino por muchos aymaras residentes en Lima que se
habían acercado durante las horas anteriores a colaborar con ellos.
La tercera línea discursiva es una suerte de paternalismo político, que
se manifiesta en algunos otros medios. El diario La Primera, por ejemplo,
expresa la idea de que los indígenas sí existen en el Perú y lo que el Estado
tiene que hacer es hacerles caso en tanto ciudadanos peruanos. Alan García,
debido a su soberbia, habría hecho mal en no escucharlos.
Estos tres discursos, o contradiscursos, se generan frente a los de los
propios manifestantes. Como he dicho ya, los discursos del movimiento po-
demos identificarlos en dos momentos: el primero cuando el conflicto es to-
davía subregional y se convierte en regional, reclamando, uno, la eliminación
de las concesiones mineras; dos, el retiro de la empresa minera Santa Ana del
distrito de Huacullani; y tres, respeto a algunos sitios sagrados, como el cerro
Molino Capía. En el segundo momento, el discurso se formula en térmi-
nos más radicales y el interlocutor que actúa como intermediario dentro del
movimiento comunitario aymara y en el movimiento de liderazgos de orga-
nizaciones políticas -que surgen, desaparecen y vuelven a surgir en Puno- es
Wálter Aduviri, uno de los dirigentes del Frente de Defensa de los Recursos
Naturales. En el discurso de Aduviri puede encontrarse algunos elementos:
1. La necesidad de reconocimiento de la existencia de un pueblo o de
una nación aymara (dice, por ejemplo: “los aymaras no tenemos gobernantes
ni representantes en el Congreso hasta este momento y nuestro proyecto con-
siste en que en algún momento logremos tener representantes”), convocando
a una reforma del Estado, de la estructura de representación en el Estado para
incorporar formas de representación étnica.
2. El reclamo de respeto por parte del Estado a poblaciones originarias
preexistentes al Estado peruano, respeto que debe hacerse efectivo a través
de la implementación de derechos indígenas al territorio. Por primera vez
se impone la noción de territorio desde el lado andino, algo que ya se había
347

hecho desde el lado amazónico en los paros del 2009 y 2010. Se presenta así
la idea de que la propiedad del territorio de la nación aymara tiene formas
comunitarias y que las empresas mineras no pueden violentar ese derecho a
la propiedad. Aquí aparece el discurso respecto a la sacrosanta propiedad, tan
importante en el Perú de estas décadas, pero con la variante de que se trata
de propiedad comunal, comunitaria, que debe ser respetada.
3. El reclamo de derechos colectivos, en el sentido de que no solamente
existen campesinos aymaras, “ciudadanos aymaras”, sino comunidades ay-
maras que son representantes de un pueblo, de una nación que tiene derechos
colectivos en tanto pueblo originario. Aquí se rescata la idea de pueblos ori-
ginarios según la legislación internacional.
4. El último componente del discurso es el rechazo a todas las concesio-
nes mineras y a toda la minería. Este rechazo viene junto al reclamo de que
los recursos naturales permiten la subsistencia de las comunidades y deben
ser utilizados por el Estado para generar junto a las comunidades modelos de
desarrollo agrícola y pecuario.
Este es el discurso que en Lima se siente como absolutamente ajeno y
provoca los contradiscursos que he mencionado y reacciones extremas como
la del entrevistador de Aduviri, Beto Ortiz, quien llegó a decir: “El señor
Aduviri y yo vivimos en mundos distintos, en planetas distintos”.
Aduviri finalmente sale del canal de televisión y se inicia un proceso de
negociaciones con el Estado que se prolonga casi una semana. Los presidentes
de comunidades, los tenientes gobernadores y dirigentes finalmente logran
un acuerdo que consiste en la cancelación de la concesión entregada a la mi-
nera Santa Ana. Con este acuerdo, Aduviri regresa a Puno como un dirigente
que logró derrotar al Estado y en Puno se le da una recepción impresionante.
En todas las ciudades se realizan manifestaciones en las plazas y él aparece
convertido en un líder legítimo del pueblo aymara. De esta manera, el dis-
curso de la nación aymara termina encarnado en un liderazgo. Sin embargo,
también se hicieron visibles disputas en relación a esto: cuestionamientos a
Aduviri por parte de otros dirigentes aymaras.
Seguidamente se abre un siguiente momento del conflicto, que se pro-
longa varios meses y se caracteriza por marchas y contramarchas en rela-
ción a la respuesta gubernamental frente al movimiento. Se rompen algunas
alianzas logradas al formular la plataforma de movilización y se vuelven cada
vez más visibles los conflictos entre las comunidades del distrito de Huacu-
llani, que hubieran sido las beneficiarias con el desarrollo del proyecto mi-
nero, y los líderes políticos de diversos frentes y movimientos que encarnan
el discurso antiminero y medioambiental. Al mismo tiempo, el movimiento
348

comunitario aymara articulado por los tenientes gobernadores entra en es-


tado de latencia. Podemos decir con todo que se trató de un momento ex-
traordinario en el cual se vio cómo crujían las estructuras de significado de
la construcción histórica de la nación en el Perú.
Existen antecedentes históricos en relación a un conflicto como este.
Uno de ellos, bastante aleccionador, ocurrió entre 1900 y 1903. En ese mo-
mento, las comunidades de la zona aymara de Puno, en lo que era entonces
la provincia de Chucuito -sobre todo de la zona alta de lo que actualmente
es el distrito de Santa Rosa-deciden nombrar una comisión de tres jilacatas12
dirigida por un líder muy recordado en muchas comunidades en la zona, José
Antonio Chambilla. En el año 1900, la comisión viaja a Lima para protestar
ante el gobierno debido a que algunas autoridades locales estaban querien-
do construir un puente en la ciudad de Ilave. Se trataba del viejo puente
que se convertiría un siglo después en uno de los puntos de discordia en la
movilización en contra del alcalde, el puente que el alcalde Cirilo Robles
había ofrecido reconstruir porque se había caído durante una de las épocas
de lluvia meses antes de su gestión. Este puente, en 1900, estaba en plena
construcción, para lo cual se utilizaba mano de obra de las comunidades.
Estas entonces plantearon dos demandas: una, que se ponga fin a los abusos
de los gamonales, aunque en realidad la zona del sur de Puno no era una zona
de gamonalismo fuerte; y, dos, que se acabe el uso impago de la fuerza de
trabajo indígena para la construcción de ese puente.
Ese año, las comunidades se reunieron y armaron una “rama”, que es
una costumbre que también se usó el 2011 por la cual todas las comunidades
ponen recursos para financiar una actividad, en ese caso el viaje de los dele-
gados aymaras a Lima. En la capital, los delegados fueron entrevistados por
los medios de comunicación, visitaron el Congreso de la República y llegaron
hasta la Presidencia de la República, regresando a Puno con una serie de de-
cretos de protección de sus derechos frente a los abusos de los gamonales. Sin
embargo, todo quedó en el papel. Los años siguientes, 1901 y 1902, las cosas
siguieron igual, se siguió construyendo el puente, que fue terminado recién
hacia 1905. En 1903, se arma una segunda comisión de jilacatas, compuesta
esta vez por ocho jilacatas aymaras, que llegaron nuevamente a Lima denun-
ciando que los decretos que les habían dado no se cumplían y que los señores
de la zona seguían abusando de ellos. Nuevamente son escuchados en Lima,
inclusive tienen una audiencia con el presidente Candamo y van al Congreso,
el cual promulga una ley. Además, el Presidente de la República nombró un

12. Hasta ese momento se usaba la palabra jilacata, no teniente gobernador ni presidente de
comunidad.
349

comisionado especial, Alejandrino Maguiña, quien fue a la zona y produjo


un informe que fue elogiado por Jorge Basadre.13
A pesar de las normas de protección de las comunidades, las cosas no
cambiaron mucho en los meses siguientes y en 1905 la respuesta comunitaria
fue la movilización violenta, que se produjo en los meses finales de ese año
y en el siguiente. Se trató de una fuerte movilización de las comunidades
de esa zona y la respuesta del Estado peruano fue enviar a un destacamento
naval a bombardear a las comunidades desde el lago y a un destacamento de
soldados para que realizase un recorrido punitivo contra ellas. Hasta el mo-
mento no se ha logrado determinar la cantidad de muertos que produjeron
las acciones militares. Así acabó en esa ocasión la movilización de los cam-
pesinos a través de sus delegados y el envío de delegaciones de representantes
indígenas a Lima.
Más de un siglo después, lo que hubo fue sobre todo una interpelación
discursiva, la cual logró alcanzar mucha importancia debido a que durante
el primer momento de la movilización se estaba pasando por un periodo
electoral bastante delicado en el país. Fue un momento en el cual, insisto,
crujieron las estructuras discursivas, las formas de significado construidas
alrededor de la nación.

A modo de conclusión
Como conclusión, considero que se trata de mirar planos distintos y
correlaciones de fuerza, tanto políticas como territoriales, que son muy com-
plejas. Es mucha la heterogeneidad y complejidad de los movimientos socia-
les en protestas como esta y desde los medios de comunicación hay todavía
demasiada irresponsabilidad en relación a intentar analizarlas a cabalidad. El
foco se pone simplemente en un dirigente, en este caso en Wálter Aduviri,
y se deja de lado todo lo que hay detrás, todo lo que se juega. La realidad es
que en movilizaciones como esta se expresan procesos de cambio muy fuertes
en el país, que tienen que ver con el diseño histórico de la nación que hemos
construido hasta ahora y que vamos a festejar dentro de pocos años, por el bi-
centenario de nuestra Independencia. Este diseño de nación está siendo cues-
tionado por movilizaciones como la de los aymaras o el “baguazo”. El hecho
es que esta nación que hemos construido-como lo reflejó dramáticamente en
su Informe Final la Comisión de la Verdad y Reconciliación- es una nación
en la cual se empalman en términos perversos la desigualdad de acceso a la
ciudadanía y la diferencia étnica; es decir, quienes son más indios son menos
ciudadanos y los que pueden ser más ciudadanos son los menos indios.

13. Véase dicho informe y otros materiales en: Macera, Maguiña y Rengifo (1988).
350

En el Perú en estos años vivimos un momento en el que los sentidos


comunes históricamente construidos sobre las poblaciones indígenas están
cambiando aceleradamente. El racismo pierde legitimidad, deja de ser po-
líticamente correcto y la vieja idea de que se puede acceder al progreso y la
igualdad a través de dejar de ser indio se cae a pedazos. Está ocurriendo una
renovación de los discursos, de los imaginarios, de las narrativas y de los pro-
cesos de movilización que se concatenan, como no puede ser de otra forma,
con las demandas y necesidades inmediatas de las poblaciones indígenas en el
país. En este contexto, el incremento de la actividad minera en el país aparece
como una suerte de lanzador de sentidos de movilización, como el que hemos
rastreado en el último movimiento aymara.
La tragedia de Bagua en contexto:
derechos indígenas y explotación de
recursos naturales en el Perú*

Es sorprendente constatar las distancias existentes


actualmente entre los escenarios políticos, la situación de
los movimientos sociales e indígenas y los niveles de con-
flictividad social que muestran los países andinos, a pesar
de compartir un origen histórico común. Ecuador y Boli-
via parecen transitar por caminos paralelos, en tanto que
Perú y Colombia muestran una situación muy distinta.
En este contexto, los movimientos indígenas cons-
tituyen uno de los actores más importantes en la política
de los países en las últimas décadas. La evolución de los
movimientos indígenas en nuestros países y su desempe-
ño político se han transformado. La estructura organiza-
tiva de los actores indígenas comienza a obtener cabida
en el ámbito público, junto al reconocimiento de las di-
ferencias étnicas y culturales y la concatenación de este
reclamo con la necesidad de transformar la estructura de
poder. Los movimientos indígenas han logrado conver-
tirse en actores políticos protagónicos. El punto de par-
tida para este hecho exigió el paso de redes de organiza-
ciones a movimientos sociales que logran ejercer acciones

* Ponencia presentada en el coloquio: “Tierra, territorio y autono-


mías”, organizado por la Fundación Tierra, La Paz, Bolivia, 26-
28 de octubre de 2009. Publicado en: Bolivia post-constituyente.
Tierra, territorio y autonomías indígenas. La Paz: Fundación Tierra,
2009, pp. 71-74. Agradezco la invitación de Gonzalo Colque, di-
rector de la Fundación Tierra, así como las conversaciones con
Anthony Bebbington, Xavier Albó y John Cameron.
352

colectivas de protesta ante los Estados y sus sistemas políticos. El resultado


-en países como Bolivia y Ecuador- ha sido el salto cualitativo que convirtió a
estos movimientos en actores políticos con capacidad de decisión en el poder.

Representaciones indígenas en América Latina


La vinculación de los movimientos indígenas con los Estados ocurre
a partir de situaciones demográficas distintas. Por un lado se hallan Bolivia
y Guatemala -dos países con población indígena mayoritaria- y por otro,
países como Ecuador, Perú y México, donde existen mayorías indígenas im-
portantes que fluctúan entre el 25-40% de la población total. Una tercera
situación corresponde a países en los cuales existen minorías restringidas de
poblaciones indígenas, como en Argentina, Venezuela y Colombia. Este dato
ha significado un factor determinante para generar un escenario de empode-
ramiento de la población indígena favorable o no a su protagonismo político,
junto a la respuesta estatal de apertura o cierre frente al surgimiento de las
demandas y los reclamos indígenas.
Paradójicamente, en aquellos países donde los pueblos indígenas cons-
tituyen una minoría, los Estados se han abierto con más facilidad (Chile,
Argentina, Colombia, Venezuela) hacia políticas de aliento de la identidad,
políticas de reconocimiento de la diferencia, creación de instancias estatales
para la administración de los derechos indígenas y una serie de esfuerzos que
incluyen reformas institucionales y constitucionales.
Contrariamente, en los países con mayorías indígenas el empodera-
miento indígena ha resultado de una concatenación entre factores externos a
la movilización indígena, la reacción de los Estados y la propia textura inter-
na de los movimientos indígenas, es decir, su grado de solidez organizativa e
ideológica. Factores externos entendidos como el contexto nacional en el cual
ocurre la movilización, y su consonancia con el ciclo político en el que las
movilizaciones indígenas se desarrollan en América Latina, y especialmente
en los Andes. El ciclo de movilización indígena de las últimas décadas, en-
frenta hoy una situación nueva, de crisis de muchos movimientos, problemas
de legitimidad interna y búsqueda de ocupación de otros espacios políticos
protagónicos. Esto se aprecia sobre todo en el caso de Ecuador. Esta trans-
formación consiste en el surgimiento de lo que podríamos llamar “gobiernos
progresistas”, es decir, regímenes políticos que han comenzado a desarrollar
reformas sociales, económicas y políticas importantes, y que han establecido
relaciones de diverso tipo con los movimientos indígenas. El nuevo ciclo se
caracteriza entonces por la emergencia de gobiernos progresistas y movimien-
tos indígenas en una relación Estado-sociedad que cambia completamente la
correlación de fuerzas políticas vigente hasta ahora.
353

Nacionalismos populares en contextos de crisis nacional


La crisis de los Estados ha dado lugar al surgimiento de lo que podría-
mos llamar nacionalismos populares bastante más amplios que los movi-
mientos indígenas. Estos disputan el poder en espacios mucho más amplios
en términos de su estructura social y política y alcanzaron protagonismo en
gran medida debido a la crisis de los contextos políticos nacionales, durante
las dos décadas pasadas. El escenario que albergó el surgimiento de los movi-
mientos indígenas se ha transformado. En Bolivia y Ecuador emergieron na-
cionalismos populares muy amplios, que han sido canalizados políticamen-
te por líderes plebiscitarios -Evo Morales y Rafael Correa- y por gobiernos
progresistas. En ambos países, masivas movilizaciones populares derrotaron
a gobiernos que perdieron legitimidad al ser considerados antinacionales,
como fue el caso de Sánchez de Lozada y Lucio Gutiérrez. Fue así como, en
oposición a gobiernos antinacionales, o en defensa de recursos considerados
estratégicos -como los hidrocarburos en Bolivia- hicieron su aparición los na-
cionalismos populares que se hallan en la base de los regímenes progresistas
encabezados por Rafael Correa y Evo Morales.
Ambos líderes, impulsan un conjunto de transformaciones que apuntan
a construir un nuevo sentido histórico de los países -la “revolución ciudada-
na” en Ecuador y la “revolución democrática y cultural” en Bolivia‑. Para
concretizar sus proyectos de refundación nacional, tanto el MAS bolivia-
no como el movimiento Alianza País de Ecuador, convocaron a Asambleas
Constituyentes que han formulado nuevas reglas de juego en ambos países.
En cambio, en Perú y Colombia simplemente persiste la hegemonía neolibe-
ral.

El caso peruano
La situación del Perú es completamente distinta a la de Bolivia y Ecua-
dor. No encontramos un gobierno progresista ni movimientos indígenas de
la magnitud de los movimientos indígenas bolivianos. El régimen neoliberal
se impuso en un contexto de posguerra, convirtiéndose en un sentido común
hegemónico en el país, y ha sido continuado por los gobiernos elegidos de-
mocráticamente desde la caída de Fujimori ocurrida el 2000.
No obstante, en un contexto posdictadura, en Perú vienen confor-
mándose movimientos indígenas que responden a la situación particular del
país, que muestra estructuras orgánicas de movilización, liderazgos indíge-
nas y plataformas políticas débiles y sin proyectos políticos. Sin embargo,
en medio de esta textura, en Perú surge un reclamo sumamente novedoso
por la diferencia étnica, que tiene como uno de sus principales mecanismos
354

de expresión la afectación de los recursos colectivos comunales por parte de


empresas extractivas, o por la realización de grandes obras públicas por parte
del Estado.
En este contexto de surgimiento de nuevas luchas campesino-indígenas
en defensa de sus recursos naturales, la invisibilidad de la diferencia étnica
en el ámbito público comienza a romperse. Antes que un retraso en el de-
sarrollo de conciencia étnica, lo que existe en Perú es una conciencia étnica
distinta. La historia peruana, a lo largo del siglo XX configura una forma de
dominación étnica que impidió que la conciencia étnica -que es muy fuerte
en Perú- pueda expresarse en el ámbito político y público. Los comuneros
tienen un fuerte orgullo por su identidad quechua o aymara, pero no lo ex-
presan en el ámbito público, dado el tipo de dominación extremadamente
racista impuesta a lo largo del siglo XX. Por ello, el camino de la búsqueda de
igualdad transitó mediante procesos de desindianización y a través de formas
de despojo de la identidad étnica impulsadas por las élites dominantes y el
Estado desarrollista e integracionista.
Las migraciones internas que transformaron el rostro del Perú, resulta-
ron en la búsqueda de igualdad a costa de la pérdida y reformulación de la
identidad étnica. Las migraciones, así como el anhelo de acceder a educación
y aprender castellano, fueron respuestas de los campesinos indígenas frente
a la configuración de un régimen de dominación étnica realmente feroz. En
el Perú el racismo, el imaginario nacional tan fuerte, la presencia del Esta-
do integracionista y el peso de las élites, impuso a lo largo del siglo XX la
invisibilización de las identidades étnicas. Por ello, el reconocimiento de la
identidad ocurre entre pares, entre quienes se consideran iguales socialmente,
pero no con los “otros inferiores”: quechuas, aymaras, indígenas amazónicos,
negros, etc. Así, el orgullo étnico termina envuelto en el ámbito de lo priva-
do, sin lograr convertirse en una demanda política explícita, en el ámbito de
lo público.
Sin embargo, en este siglo el Perú está asistiendo a la emergencia de nue-
vos movimientos que traen la novedad del reclamo étnico. El principal de-
tonador de esta novedad es la avalancha de empresas extractivas amparadas
por el Estado neoliberal y la resistencia de las comunidades en defensa de sus
recursos naturales. Una razón de fondo que está permitiendo este cambio, es
que luego de cuatro décadas de la reforma agraria, recién se aprecia que se
van erosionando los elementos culturales asociados a la dominación terrate-
niente tradicional, tales como el racismo y la invisibilización de la diferencia
étnica en la esfera pública. Se están disolviendo en estos años, ya no las ba-
ses materiales del orden terrateniente tradicional provenientes del siglo XIX,
sino las bases culturales y políticas de esa dominación. Esto ocurre, en gran
355

medida, debido a los efectos del propio dinamismo socioeconómico asociado


al neoliberalismo y la globalización. Pero también como resultado de la lenta
recomposición de los tejidos sociales de los sectores populares del país, luego
de décadas de guerra interna, crisis económica y neoliberalismo autoritario.
En este contexto, vienen surgiendo nuevas organizaciones indígenas y
se expande una novedosa conciencia de derechos indígenas. La identidad
étnica poco a poco es redescubierta y revalorada, al tiempo que se comienza
a disputar “desde abajo” el poder político (sobre todo a escala local munici-
pal) y se lucha por la defensa del medio ambiente y los recursos naturales.
Ante el peligro que representan las empresas extractivas mineras, petroleras
o madereras, las comunidades andinas y amazónicas se cohesionan mediante
la revaloración de sus identidades y una novedosa conciencia medioambien-
tal. Esto viene asociado al incremento de conflictos sociales, muchas veces
violentos, debido a la persistencia de la crisis de representación política y la
alianza entre Estado neoliberal y las empresas extractivas.

La tragedia de Bagua
Con la imposición del neoliberalismo desde 1990, se ha transformado
la estructura de dominación y poder en el Perú, así como la composición in-
terna de los distintos sectores sociales. Los más afectados han sido los sectores
populares urbanos y campesino-indígenas. Junto a la desaparición de la iz-
quierda, facilitada en gran medida por la guerra interna que causó alrededor
de 70,000 muertos, los sectores populares e indígenas vieron destrozados sus
tejidos sociales y organizativos, perdiendo un horizonte colectivo de acción
política en pos del poder. Una de las características de este contexto es la
arremetida del Estado para imponer medidas neoliberales “desde arriba”. Así
como Alberto Fujimori aprovechó la existencia de un régimen sumamente
presidencialista para poder pedir facultades al poder legislativo y gobernar
vía decretos, Alan García consiguió las mismas facultades en 2008 para im-
plementar medidas que afectaban directamente las tierras, los recursos natu-
rales y la forma comunal de propiedad especialmente de la Amazonía.
La respuesta de los pueblos indígenas amazónicos, a través de su prin-
cipal organización, AIDESEP, fue la convocatoria a las protestas ocurridas
en agosto de 2008 y mayo/junio de 2009. Se trata, por primera vez en el
país, de protestas en las cuales participaron miles de indígenas, reclamando
el reconocimiento de su condición de pueblos amazónicos. La novedad de la
movilización en tanto pueblos indígenas, se asoció con el rechazo a la usur-
pación de sus recursos naturales y territoriales, frente al desprecio del Estado
y la arremetida de las empresas extractivas. Lamentablemente, a inicios de
junio de 2009, en Bagua la protesta acabó con una tragedia desatada por
356

la represión policial violenta y pésimamente organizada, la cual generó la


respuesta también violenta de los nativos movilizados. El resultado fueron,
según cifras oficiales, 32 muertos incluyendo 22 policías y 10 nativos.
Los paros amazónicos mostraron también otras novedades, como el surgi-
miento del liderazgo de Alberto Pizango, entonces máxima autoridad de AIDE-
SEP, actualmente exiliado en Nicaragua, que viene siendo voceado como fu-
turo candidato presidencial por parte de algunas organizaciones. Asimismo,
se apreció una solidaridad bastante amplia con los nativos amazónicos en lu-
cha, que muestra la erosión del racismo tradicional y el creciente sentimiento
antineoliberal en el Perú.
Hay una transformación de las relaciones interétnicas entre las pobla-
ciones mestizas e indígenas en el Perú. Hay una auténtica erosión del orden
ideológico-cultural y político que sostuvo la dominación étnica tradicional.
Las poblaciones mestizas de varias ciudades salieron por eso a manifestarse
en apoyo a los nativos amazónicos. Hoy existe una expansión de la concien-
cia de derechos colectivos al territorio y una conciencia ciudadana que no
existía antes. Por ahora, sus principales protagonistas son las comunidades y
pueblos indígenas.
Nuevas tendencias de participación
y movilización política indígena
en el Perú*

En las siguientes páginas alcanzo un conjunto de


reflexiones dirigidas a mostrar, todavía de manera pre-
liminar, algunas tendencias recientes de movilización y
participación política indígena que pueden observarse en
el actual escenario peruano. Dichas tendencias se mani-
fiestan como parte de un contexto más amplio de cambio
social y político a nivel nacional: el agotamiento de la
situación de inmovilidad política y completa destrucción
de tejidos sociales organizativos que se impuso con la he-
gemonía neoliberal desde la década de 1990. Reflexionar
en torno a dichos cambios recientes, que apuntan hacia
un claro incremento de la movilización y participación
indígena, puede permitir contar con sugerentes elemen-
tos de discusión acerca de la supuesta “anomalía” o extre-
ma peculiaridad de la experiencia peruana en el marco de
revitalización étnica actual de escala global.

El espejo de la movilización étnica


Paralelamente a la acentuación de la globalización,
durante las últimas décadas viene ocurriendo un intenso

* Ponencia presentada en el seminario: “Etnografía del Estado”,


en el marco de la XXI Reunión Anual de Etnología, organizada
por el MUSEF, 22 al 25 de agosto de 2007, La Paz, Bolivia.
Publicada en: Anales de la XXI Reunión Anual de Etnología. La
Paz: MUSEF, 2008, Tomo II, pp. 571-578. También en: Cróni-
cas Urbanas, Año XI, N° 12. Cuzco, Centro Guaman Poma de
Ayala, 2007, pp. 19-28. Agradezco la insistencia de Luis Nieto
Degregori para escribir este ensayo y los comentarios de Carlos
Iván Degregori, Xavier Albó y Ramiro Molina.
358

proceso de revitalización étnica, el cual en diversos lugares del mundo ha


dado lugar a la formación de movimientos sociales indígenas. Por movimien-
to social puede entenderse un momento de conflicto social en el cual nuevos
actores emergentes, dotados de estructuras organizativas y discursos políticos
propios, logran poner en cuestión los patrones de poder y dominación vigen-
tes en la sociedad. Los movimientos indígenas, en ese sentido, irrumpen en
escena con una agenda de transformación dotada de hondas connotaciones
históricas: proponen cambiar los diseños hegemónicos de democracia, ciuda-
danía y nación que brindan sustento a los Estados nacionales desde que estos
fueron creados, una vez disueltos los imperios coloniales.
Esto es válido, sobre todo, para aquellos territorios con densas pobla-
ciones indígenas que tuvieron procesos tempranos de descolonización (siglo
XIX), como es el caso de las antiguas colonias del imperio español. De allí
que en el escenario actual de países como México, Ecuador o Bolivia, la prin-
cipal propuesta política de los movimientos indígenas sea la de conformar
auténticos Estados plurinacionales. El proyecto plurinacional de los movi-
mientos indígenas, confronta de manera directa la vigencia de los legados
coloniales que -a pesar del fin del colonialismo- aún existen en el seno de los
Estados nacionales. En ese sentido, los movimientos indígenas emergen en
contra de la persistencia de la colonialidad del poder, como forma y mecanis-
mo básico de organización del poder bajo las condiciones actuales de la fase
de dominación capitalista que ha sido llamada como “globalización”.1
Una de las grandes paradojas del período actual de globalización, con-
siste justamente en que su acentuación ha generado nuevas condiciones his-
tóricas, las cuales están propiciando el afloramiento de las identidades y etni-
cidades locales, entre ellas las indígenas. Este proceso, por razones que saltan
a la vista, ha alcanzado mayor intensidad en aquellas regiones del planeta en
los cuales aún existen importantes conglomerados de población indígena. Es
el caso de Mesoamérica y los Andes, los núcleos más importantes de desa-
rrollo civilizatorio prehispánico en el continente americano. Las experiencias
recientes de países como México y Guatemala en Mesoamérica y las de Ecua-
dor y Bolivia en los Andes, resultan sumamente ilustrativas al respecto. No
por casualidad en estos países se han conformado los movimientos indígenas
más influyentes, al punto que han logrado cuestionar los regímenes políticos
imperantes (México, Guatemala), o acceder al control parcial o completo
del poder del Estado (Ecuador y Bolivia, respectivamente). Pero también
en países en los cuales la población indígena constituye una minoría viene

1. Al respecto, en torno a las relaciones entre cultura y colonialidad, véase: Quijano (1999).
359

ocurriendo un intenso proceso de movilización étnica que dado origen a


importantes organizaciones y movimientos indígenas, como los que actual-
mente existen en Colombia, Chile, Argentina y Venezuela.
Entre los rasgos más notables de este proceso de movilización étnica se
halla el hecho de que los movimientos indígenas tienden a transitar desde la
esfera social hacia la arena política, convirtiéndose en nuevos actores políti-
cos. Se trata, sin embargo, país por país, de una emergente fuerza política que
no encarna un proyecto de separatismo y ruptura de la unidad nacional de
los Estados, sino que propone la reformulación democrática de los sistemas
de poder imperantes, en un sentido plurinacional e intercultural. Esto dife-
rencia a los movimientos indígenas surgidos en América Latina de aquellos
fenómenos de reivindicación étnica y religiosa que, recientemente, han desa-
tado conflictos cruentos en otros lugares del mundo.2
En este contexto de reformulación de las condiciones de la dominación
étnica, claramente visible en América Latina, se ha mencionado repetida-
mente que la situación peruana puede ser catalogada como sumamente sin-
gular o peculiar. A pesar de que el Perú alberga, en términos cuantitativos,
la mayor cantidad de población indígena entre los países de la región andina,
no ha sido escenario de la formación de un movimiento indígena de alcan-
ce nacional, como los existentes en Ecuador y Bolivia, por ejemplo. ¿Cómo
puede explicarse esta ausencia de un movimiento indígena en el Perú? ¿Por
qué la dominación étnica no ha sido respondida mediante la constitución de
organizaciones indígenas articuladas nacionalmente?
El hecho de que Ecuador y Bolivia compartan vecindad territorial y
una larga historia común con el Perú, además de tener también porcentajes
importantes de población indígena, otorga mayor peso a estas interrogantes
y hace más sugestivo el enigma planteado. Sin embargo, la pregunta por
las razones de la ausencia de un movimiento indígena en el Perú resulta ser
bastante engañosa pues parte del supuesto de que este país debería recorrer el
mismo camino que sus vecinos. A partir de allí resulta fácil caer en el error
de catalogar a la experiencia peruana como una anomalía o como evidencia
de un atraso histórico de las luchas sociales indígenas, tal como hizo Xavier
Albó en un influyente artículo al respecto (Albó, 1991). En todo caso, resulta
más fructífero preguntarse, como propuso Carlos Iván Degregori (1993) al
criticar la postura de Albó, por aquello que realmente existe en la experiencia
histórica peruana y que la hace tan peculiar. Centrar la mirada en lo que

2. Esa es una de las principales tesis de un libro reciente sobre las luchas políticas indígenas
en Perú, Ecuador y Bolivia (Pajuelo, 2007).
360

hay, y no tanto en lo que supuestamente debería existir. Una mirada actual


a las tendencias recientes de participación y movilización política indígena
visibles en la reciente escena peruana, puede brindar elementos para avanzar
en dicha tarea.

El problema de la identificación y cuantificación


De entrada, vale la pena despejar algunos influyentes equívocos en tor-
no a la cuestión de la autoidentificación y cuantificación de los indígenas. Un
insistente discurso plantea que en el Perú no existe una autoidentificación
étnica debido a que los campesinos indígenas prefieren evadir la estigma-
tización como indios. Se plantea, por ejemplo, que se opta por la autodefi-
nición de campesinos, dejando atrás la reivindicación como indios, o como
quechuas o aymaras. El correlato de este razonamiento tan expandido en
el Perú es que los indios constituirían una ínfima minoría con tendencia
a desaparecer del todo. En un artículo periodístico escrito a propósito del
escándalo suscitado en julio del 2006 porque un grupo de congresistas in-
dígenas fueron impedidas de juramentar en quechua, se llega al absurdo de
sugerir -como en tiempos decimonónicos- que el camino a seguir debe ser el
de hacerse ciudadanos a través del avance de la castellanización; es decir, de
la completa desaparición de la identidad étnica (Venturo, 2006).
De esa forma, se simplifica burdamente la compleja realidad de las re-
laciones interétnicas existentes en el país, al tiempo que se escamotea el tema
de la cuantificación. Una abultada masa de investigación antropológica acu-
mulada durante al menos cuatro décadas permite ir más allá de los sentidos
comunes respecto al tema de la autoidentificación. Lo que se encuentra es
que, efectivamente, en el Perú el término indio está cargado de una fuerte
connotación negativa debido a que dicha denominación se halla vinculada a
la condición de pobre, siervo e ignorante. Pero, al mismo tiempo, se puede
constatar que los campesinos asumen y reivindican su condición de quechuas
y aymaras. No se trata, pues, de una situación en la cual la condición étnica
se encuentre ausente o haya sido reemplazada por la adscripción campesina.
En cuanto al asunto de la cuantificación, lo que predomina en el Perú
es la indolencia del Estado respecto a la existencia de un porcentaje de po-
blación culturalmente diferente. Dicha indolencia estatal se expresa en la
falta de una real voluntad política para emprender la cuantificación de la
población indígena existente en el país. A diferencia de lo que viene ocu-
rriendo en otros países, incluso en aquellos en que los indígenas constituyen
una minoría, en el Perú no se ha realizado un esfuerzo estadístico serio para
contar con información actualizada sobre la compleja y múltiple dimensión
de la realidad étnica del país. Por el contrario, el tema se deja de lado, como
361

ocurrió durante el censo efectuado el 2005, el cual no consideró muchas


variables, entre ellas la referida al idioma materno. De esa manera, la falta de
voluntad política deja en el limbo los problemas de carácter teórico, técnico
y metodológico asociados a la tarea de contabilización de poblaciones étnica-
mente diferenciadas, la cual simplemente no se quiere asumir.
El caso de Bolivia muestra justamente la situación inversa: la decisión
estatal para contar con información estadística confiable sobre su realidad
étnica, la cual ha logrado superar los problemas de orden metodológico y
teórico. El último censo realizado en ese país incluyó tres preguntas para la
estimación de la dimensión étnica, las cuales han permitido efectuar análisis
serios que han logrado desbrozar el complejo problema de la magnitud y al-
cances de la diferencia étnica en ese país (Albó y Molina, 2006).
En el Perú, la información más confiable para cuantificar a la población
indígena, proviene del censo de 1993 y de recientes encuestas como la En-
cuesta Nacional de Hogares (ENAHO). El mencionado censo fue el último
en el cual se preguntó por el idioma materno, hecho que brinda información
pero al mismo tiempo revela las insuficiencias e incoherencias de utilizar
dicho criterio únicamente. Ese año, aproximadamente el 20% del total de
peruanos declaró tener alguna lengua materna indígena (quechua, aymara o
lenguas amazónicas).
A partir de ese dato, con base en el criterio lingüístico, resulta fácil con-
cluir que un máximo de 20% de la población peruana podría ser considerada
indígena. Otros instrumentos más recientes y ambiciosos, como la ENAHO
2001-IV, demuestran la insuficiencia de los datos estadísticos disponibles y la
necesidad de contar con esfuerzos de medición más pertinentes en los próxi-
mos censos. Con base en los resultados de dicha encuesta, Carolina Trivelli
(2005) ha realizado un importante estudio en el cual demuestra que entre
un 25% y 48% del total de los hogares peruanos pueden ser considerados
indígenas. Dicho hallazgo, en cierta medida, resulta ser sorprendente pues
amplía de manera considerable el peso estadístico de la población indígena
en el Perú. Al mismo tiempo, se trata de una medición más exhaustiva que la
censal, pues la ENAHO consideró un planteamiento metodológico bastante
más complejo que el del censo para medir el origen étnico. Se trata sin em-
bargo de un instrumento referido estrictamente a los hogares.
Los resultados de la ENAHO dejan en claro dos cosas. En primer lugar,
que tenemos una lamentable carencia de información estadística, aún más
evidente debido a que el uso exclusivo del criterio lingüístico en los censos
nacionales genera una distorsión que reduce significativamente el margen
real de la población indígena. En segundo lugar, que se requiere un cambio
362

de actitud en el Estado a fin de que los próximos censos incorporen el objeti-


vo de medir la dimensión étnica de manera más exhaustiva.

Nuevos escenarios de movilización


En términos generales, lo que se observa en el actual escenario peruano
es una clara tendencia a la transformación de la situación de desarticulación
social y política que a lo largo de la década de 1990 se expresó en el eclipse
de la conflictividad social. De la mano de la imposición autoritaria de la
hegemonía neoliberal, a lo largo de esa década se vivió una profunda destruc-
ción de los tejidos sociales, la cual se expresó en el bloqueo de la posibilidad
de representación política de intereses sociales. Esto afectó sobre todo a los
sectores populares y se dejó notar en el declive de las diversas organizaciones
sociales y políticas, las cuales vieron completamente anulada su capacidad de
convocatoria y de generación de acciones colectivas de protesta.
Todo un ciclo de la política peruana quedó atrás, al tiempo que se ope-
raba una verdadera transformación estructural en la sociedad, debido a la
aplicación exitosa del modelo de desarrollo que Efraín Gonzáles de Olarte
(1998) bautizó como “neoliberalismo a la peruana”. Cada uno de los sectores
sociales constituidos en el país en el contexto previo de modernización inicia-
da desde mediados del siglo XX, fue transformado por el avance de la neoli-
beralización. La clase obrera industrial prácticamente desapareció de escena
o fue drásticamente afectada y controlada (fue el caso de los trabajadores
mineros). Asimismo, se redujo drásticamente el empleo estatal, en tanto que
las clases medias y los sectores populares urbanos fueron severamente paupe-
rizados. El campesinado en su conjunto fue recluido a una condición margi-
nal en términos económicos y políticos, sufriendo las peores consecuencias
sus capas más pobres, mayoritariamente indígenas. Al mismo tiempo, como
producto de la dinamización mercantil vinculada a la neoliberalización, en
cada uno de los sectores sociales se conformaron nuevas capas que ascendie-
ron socialmente. Estos sectores “exitosos” beneficiados por la transformación
neoliberal -una nueva clase media acomodada, inclusive ciertas capas emer-
gentes entre los sectores populares urbanos, entre otros- tuvieron un efecto
de demostración que ocultó el fracaso del modelo neoliberal en la reducción
de la pobreza y la generación de desarrollo.
Desde el gobierno, los medios de comunicación e incluso sectores in-
telectuales ganados por el sentido común neoliberal, tan fuerte en el caso de
Perú debido a que en la década de 1990 las reformas neoliberales fueron vis-
tas como una solución a la violencia y la hisperinflación, se ha presentado in-
sistentemente el éxito en el ascenso social de estos sectores como una muestra
del éxito del conjunto del modelo. Sin embargo, la información disponible
363

acerca de pobreza y desarrollo muestra una situación nada alentadora, pues


el crecimiento macroeconómico sostenido no resulta capaz de disminuir sig-
nificativamente la pobreza y generar una tendencia estable hacia el desarrollo
del conjunto del país.
Una vez recuperado el régimen democrático luego de la caída del fu-
jimorismo, no cambió el orden de cosas en lo que al manejo económico se
refiere. Los tres gobiernos siguientes -el de Paniagua, el de Toledo y el de
García- simplemente mantuvieron el modelo económico heredado del fuji-
morismo. Sin embargo, a partir del gobierno de Toledo comenzó a hacerse
visible el inicio de un ciclo nuevo de protestas y movilizaciones sociales que
desde entonces no ha dejado de manifestarse. La escandalosa brecha existente
entre crecimiento y desarrollo parece reflejarse en un nuevo escenario de mo-
vilización y protesta social. Resulta paradójico, en este contexto, que algunas
reformas ambiciosas, tales como la descentralización y el impulso a la parti-
cipación, se hayan estrellado frente a un contexto de creciente movilización
social y ante la aparición de nuevas violencias que ha desbordado los linea-
mientos institucionales y las mínimas reglas de juego político democrático.
Algunas tendencias de conflictividad resultan especialmente visibles, entre
ellas las de tipo urbano, regional o rural-comunitario.
Desde la protesta ocurrida en Arequipa en rechazo a la privatización de
servicios básicos, se han registrado una serie de desbordes similares pero con
distintas demandas, los cuales han generado víctimas fatales y centenas de
heridos (Puno, Ayacucho, Cajamarca, Ancash, Pucallpa, Abancay, Andahua-
ylas, entre otros casos). Los principales actores de estos desbordes, resultan
ser jóvenes de ascendencia urbano-popular desempleados o subempleados,
claramente marginados de los beneficios del crecimiento económico, así
como estudiantes y trabajadores. Otra vertiente de movilización es la que
se articula en torno a demandas regionales frente al Estado, que incluso ha
generado conflictos entre regiones por la administración de recursos (agua)
o por problemas de límites. Liderando estas protestas se reactivan viejas or-
ganizaciones (como en Arequipa) o surgen otras plataformas orgánicas regio-
nales y nuevos liderazgos.
Los escenarios rurales, y especialmente las comunidades campesinas
(de población predominantemente indígena) no se encuentran al margen de
estas tendencias de movilización. Los conflictos entre comunidades y em-
presas mineras han alcanzado tal magnitud que resulta incomprensible la
tozudez gubernamental para continuar privilegiando al sector empresarial
minero transnacional, sin duda alguna uno de los principales beneficiados
del orden neoliberal. Las comunidades han respondido con la conformación
de una organización nacional que actualmente agrupa a más de un millar de
364

comunidades afectadas por la expansión minera. Esta organización, deno-


minada Coordinadora Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería
(CONACAMI), se ha convertido en una auténtica piedra en el zapato de las
empresas mineras, al punto de que ha logrado oponerse exitosamente a varios
intentos de explotación minera que ponían en riesgo la agricultura o recursos
naturales (casos de Tambogrande y cerro Quilish). Como producto de sus
luchas, actualmente los dirigentes nacionales y regionales de CONACAMI
enfrentan más de 500 juicios interpuestos por el Estado y las empresas mine-
ras. Su accionar, sin embargo, se ha ido ampliando pues su plataforma actual
plantea que no se trata solamente de oponerse a los daños producidos por las
empresas mineras, sino de generar un modelo de desarrollo basado en otros
sectores productivos, tales como la agricultura de punta y la industria respon-
sable. Al mismo tiempo, han desarrollado un discurso de reivindicación de
la identidad cultural indígena de las comunidades afectadas por la minería.
La disputa en torno al control de los recursos naturales no incluye sola-
mente la expansión de las actividades mineras, sino también otros recursos,
tales como las aguas, los bosques y la biodiversidad. No son pocos los con-
flictos ocurridos en áreas andinas y amazónicas por el control de territorios y
recursos naturales. La creciente conflictividad en territorios indígenas ama-
zónicos se halla envuelta en gran medida en la bruma de la desinformación y
la distancia física respecto a los centros urbanos. Sin embargo, otros conflic-
tos, tales como la movilización de los Uros del lago Titicaca, se conocen me-
jor. La comunidad de los Uros ha rechazado la gestión estatal de los recursos
del lago (totora y pesca de especies como el suri, pejerrey y suche), exigiendo
el reconocimiento de sus derechos como comunidad indígena de acuerdo al
convenio 169. Han desarrollado movilizaciones tanto en la ciudad de Puno
como en la propia bahía del lago usando para ello sus embarcaciones de to-
tora. Asimismo, han nombrado una autoridad indígena tradicional que se ha
incorporado a la estructura comunal reconocida por el Estado. No se trata,
sin embargo, de una movilización atávica: los mismos comuneros que ahora
reivindican explícitamente su origen milenario y su condición indígena, han
creado un barrio urbano (un centro poblado menor) y aspiran a que sus hijos
accedan a niveles educativos altos. Sin embargo, son conscientes de que el ac-
ceso a la educación y a la vida en la ciudad no necesariamente debe implicar
una renuncia de su pertenencia tradicional a la comunidad.
Otro de los escenarios crecientes de movilización es el que tiene que
ver con las demandas campesinas, canalizadas principalmente por las co-
munidades y gremios agrarios locales que se reconstruyen tímidamente en
pos de la transformación de las condiciones actuales de mercado, que hacen
365

insostenible la actividad agrícola. El caso de Andahuaylas resulta suficiente-


mente ilustrativo al respecto.
También se desarrolla en escenarios locales un importante proceso de
movilización en torno a los problemas de legitimidad política de las autori-
dades políticas (especialmente los alcaldes). Este proceso tiene entre sus com-
ponentes más activos al sector campesino-indígena. La pulverización de la
representación política organizada en torno a partidos y organizaciones de al-
cance nacional, que tuvo vigencia hasta la década de 1980, ha dejado espacios
de política local sembrados de conflictos e intereses particulares. El acceso
a las alcaldías, regidurías y otros puestos públicos es visto como un negocio,
sobre todo en un contexto de agudización de la pobreza local e incremento
sostenido de los recursos municipales. De esa manera, las autoridades loca-
les son elegidas sin contar con la suficiente legitimación política para llevar
adelante gestiones municipales con un mínimo de estabilidad. En muchos
lugares, al poco tiempo de iniciadas las nuevas gestiones, los grupos de in-
terés que resultaron perdedores en las elecciones se convierten en sectores de
oposición que organizan procesos de revocatoria o encabezan movilizaciones
locales en contra de los alcaldes.
A esto se suman los problemas de gestión de las municipalidades, en las
cuales muchas veces campean la ineficiencia y la corrupción. Este proceso
atraviesa el conjunto del territorio nacional, pero tiene su mayor profundidad
en localidades pobres y mayoritariamente indígenas, justamente debido a la
situación de extrema pobreza, pero también a la tradicional importancia de
los conflictos particulares en sociedades campesinas. No resulta casual que
entre las regiones con la mayor cantidad de conflictos locales, Puno ocupe
el primer lugar (casos de Ilave, Tilali, Quelluyo, Unicachi, Azángaro, entre
muchos otros). Se trata de una de las regiones más pobres y más indígenas del
país, pero, al mismo tiempo, se trata de un área que en las últimas décadas
ha sido escenario de una acelerada modernización que ha transformado com-
pletamente los patrones tradicionales de organización socioeconómica (pre-
dominio del comercio, incluyendo actividades ilegales como el contrabando
y narcotráfico) e incluso los rasgos del poblamiento (creciente urbanización
en el campo). En este marco, dinamizado por una modernización que se ha
hecho más excluyente en el contexto de la neoliberalización, el estancamiento
de la agricultura tradicional y la agudización de la extrema resultan ser un
caldo de cultivo para las protestas locales.
Este proceso de movilización en contra de autoridades locales muchas
veces viene acompañado (y esto es una auténtica novedad en la política pe-
ruana) por el desarrollo de discursos de confrontación con tintes étnicos.
El caso más representativo al respecto es el de Ilave. En esta provincia, la
366

pérdida de legitimidad de la gestión municipal iniciada el 2003 culminó con


una movilización de las comunidades indígenas aymaras, las que tomaron
durante semanas la ciudad exigiendo la renuncia del alcalde Cirilo Robles
Callomamani, quien se aferró al cargo hasta ser brutalmente asesinado por
una turba el 27 de abril del 2004. En medio del conflicto entre los campesi-
nos indígenas y el Estado, que se prolongó durante varios meses en los cuales
hubo un vacío de poder local, apareció un discurso de reivindicación de la
“nación aymara” que en los años posteriores ha ido ganando amplia audien-
cia entre los campesinos, en tanto se ha comenzado a reivindicar símbolos
como la wiphala o bandera del arco iris. Actualmente, es muy común hallar
en la zona discursos en torno a la vigencia de la nación aymara e incluso se ha
conformado una Asociación de Municipalidades Aymaras que tiene entre su
principal promotor al alcalde de Ilave.
Pero no solo el campesinado comunero se halla de vuelta, sino también
otros sectores bastante significativos y que tienen detrás un larga historia de
luchas, tales como los obreros (especialmente mineros y tímidamente los de
las ramas industrial y comercial), o los empleados estatales (maestros, mé-
dicos, enfermeras, administrativos sobre todo). Aun tímidamente comienza
a alzar cabeza un nuevo sindicalismo que, como en el caso del SUTEP, es
escenario de una disputa abierta entre vertientes tradicionales de la izquierda
sumamente desgastadas (Patria Roja) y nuevos sectores radicales extremistas
y claramente violentistas (como el liderado por Robert Huaynalaya).
El debate en torno a las razones de este nuevo escenario de movilización
social, que incluye a los campesinos indígenas, recién comienza. Una de las
tesis al respecto es que se trataría de un reclamo por la ampliación de los
beneficios del crecimiento económico. Pero también resulta posible sugerir
pistas más sugestivas. Lo que parece estar pasando en el país es una len-
ta reconstitución de tejidos sociales y políticos que comienza a canalizar de
cierta forma -aún inorgánica políticamente y sin plataformas organizativas
coherentes- el amplio descontento existente en el país. Este descontento no
proviene tanto de una clara conciencia respecto a que el Perú muestra altas
tasas de crecimiento que sin embargo no “chorrean” en beneficios concretos
al conjunto de la población, cuanto de la experiencia cotidiana de lucha por
la subsistencia. Se trata de un descontento generalizado, pero que aún no
logra ser canalizado por organizaciones, liderazgos e ideologías coherentes.
Aún continúa vigente, en ese sentido, la ausencia de representación política.
De allí resulta mucha de la violencia exacerbada de las protestas, pues allí
donde se desatan, muchas resultan incontroladas, convirtiéndose en auténti-
cos desbordes.
367

Nuevas tendencias de participación política indígena


En cuanto a la situación de la participación política indígena, lo que
se puede encontrar en el actual escenario peruano es un activo proceso de
cambios, reflejado en el incremento de la participación. En una publicación
anterior, he desarrollado un amplio análisis de las tendencias hacia el incre-
mento de la participación política indígena en el país (véase Pajuelo 2006),
por ello en las siguientes líneas apenas esbozaré las líneas más sobresalientes
de este proceso.
En primer lugar, debe destacarse la experiencia de la Coordinadora de
Pueblos Indígenas del Perú (COPPIP). Se trata del intento más ambicioso
ocurrido en el Perú dirigido a la conformación de una organización indígena
de alcance nacional. Los antecedentes de esta organización se remiten al año
1997, cuando se reunieron en el Cuzco diversas organizaciones indígenas y
campesinas que conformaron la COPPIP, inicialmente denominada Confe-
rencia Permanente de Pueblos Indígenas del Perú. Entre las organizaciones
asistentes estuvieron la Confederación Campesina del Perú (CCP), la Con-
federación Nacional Agraria (CNA), la Asociación Interétnica de Desarrollo
de la Selva Peruana (AIDESEP) y la Coordinadora de Nacionalidades Ama-
zónicas del Perú (CONAP). Posteriormente se sumaron otras organizaciones
como la CONACAMI, que se había constituido en 1999.
En el segundo congreso de la COPPIP, realizado en Lima el año 2001,
surgieron sin embargo serias discrepancias entre dos vertientes en la organi-
zación. Una de ellas, seducida por las promesas hechas por Eliane Karp en
dicho congreso, decidió aliarse políticamente con el gobierno, legitimando
de esa forma las acciones desarrolladas desde el despacho de la primera dama.
La formación de una instancia estatal dirigida al manejo de planes y proyec-
tos para los pueblos indígenas fue el mayor logro del régimen de Toledo. Sin
embargo, los problemas de corrupción y falta de capacidad de gestión termi-
naron por deslegitimar a la instancia creada con tal finalidad, la Comisión
Nacional de Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos (CONAPA),
arrastrando en dicho fracaso a las organizaciones aliadas al gobierno.
La otra vertiente, que conservó el manejo de la COPPIP, fue liderada
por una alianza entre AIDESEP y CONACAMI y mantuvo una actitud ex-
pectante frente a las políticas estatales del toledismo, mostrando una actitud
crítica y proponiendo la formación de una instancia autónoma de las organi-
zaciones. En tal sentido, la COPPIP dio impulso a un proceso de articulación
indígena que tuvo su punto más alto con la realización de un I Congreso en
Huancavelica a fines del 2004. Luego del fracaso de la CONAPA, esta fue
reemplazada por una nueva instancia estatal que respondía a las exigencias de
368

la COPPIP, el Instituto Nacional de Desarrollo de Pueblos Indígenas, Ama-


zónicos y Afroperuanos (INDEPA), con rasgo ministerial, autonomía admi-
nistrativa y representación directa de las organizaciones. El gobierno apris-
ta, sin embargo, disolvió esta instancia, convirtiéndola en una dependencia
minúscula del Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social (MIMDES). Esta
decisión hecha por los suelos los avances de política indígena estatal de los
últimos años, dejando a la COPPIP sin un interlocutor efectivo en el Estado.
Uno de los más importantes avances de participación política indígena
ha ocurrido en el plano electoral. Desde que fuera reconocido el voto de los
analfabetos (la gran mayoría de ellos indígenas) se ha ido incrementando
la participación electoral indígena, aunque a lo largo de la década de 1980
se dio una severa retracción de ese proceso en amplios espacios territoriales
afectados por la violencia política. Posteriormente, sin embargo, en regiones
como Ayacucho, Apurímac y Huancavelica, entre otras, se ha expandido el
acceso de los campesinos a los documentos de identidad personal, lo cual
los habilita para el ejercicio del voto. También se han repoblado las zonas
rurales que habían sido abandonadas por la población campesina en su huida
del terror impuesto por Sendero Luminoso y la represión estatal. Al mismo
tiempo, se ha incrementado el nivel de acceso a medios de información en
las zonas rurales más inhóspitas, al tiempo que se han mejorado las vías de
comunicación.
Todo esto, por ejemplo, puede observarse en la provincia de Huanta, la
cual tuvo la mayor cantidad de víctimas mortales durante la década de 1980.
Como consecuencia de estos cambios en la relación entre los ámbitos rurales
y urbanos, actualmente la población indígena rural no solamente participa
de manera masiva en las elecciones, sino que su voto constituye el factor que
decide los resultados. Esto ocurre en Huanta, pero también en otros lugares
que no fueron afectados por la violencia política, como la provincia de Ilave.
Paralelamente al afianzamiento de la importancia del voto rural in-
dígena, se han ido desarrollando nuevos liderazgos surgidos de los espacios
comunitarios. En Huanta, por ejemplo, a partir de la expansión de centros
poblados menores que se han convertido en una nueva plataforma de política
rural, han surgido muchos líderes que han asumido las alcaldías y regidurías
de las municipalidades de centros poblados. Posteriormente, estos líderes han
logrado saltar hacia los escenarios distritales y provinciales, convirtiéndose en
varios casos en flamantes alcaldes o regidores indígenas. Se viene afianzando,
de esa forma, una tendencia al incremento de la participación indígena en
la política local que ya se daba desde décadas atrás, pero que fue seriamente
afectada por la violencia política.
369

Otra novedad ligada a la participación política electoral tiene que ver


con el surgimiento de lo que podríamos denominar como una política de
identidad local basada en la recuperación de referentes culturales. Las últi-
mas elecciones regionales y municipales muestran claramente el surgimiento
de una serie de movimientos políticos que reivindican identidades, reali-
zando una suerte de politización de la identidad. Agrupaciones tales como
el Movimiento Llapanchik de Andahuaylas o Integración Ayllu del Cuzco
incorporan en sus discursos la reivindicación de la identidad étnica local,
obteniendo de esa manera el respaldo de los comuneros indígenas. Muchas
veces, organizaciones de este tipo logran postular exitosamente a candidatos
indígenas. También se observa el caso de sectores mistis -es decir, poderosos
locales no indígenas o descendientes de los antiguos señores- que se apropian
de las banderas de reivindicación étnica o desarrollan discursos que instru-
mentalizan burdamente los elementos de reivindicación cultural y territorial
(tal el caso de Lircay en Huancavelica, de diversos movimientos regionales y
también de las acciones protagonizadas por los hermanos Antauro y Ollanta
Humala).
El caso de los valles cocaleros requiere ser objeto de una observación
cuidadosa. Lo que parece estar ocurriendo en el Perú es la tendencia a la
conformación de un movimiento nacional cocalero, el cual tiene entre sus
componentes la reivindicación explícita del significado cultural de la hoja de
coca. En las localidades cocaleros, se asiste asimismo a un proceso de base
que podríamos describir como una auténtica etnogénesis local: los campesi-
nos cocaleros redescubren sus orígenes culturales y han pasado a asumirlos al
tiempo que encuentran elementos de cohesión política y social que se articu-
lan a la defensa de la hoja de coca. El intento de conformación de una instan-
cia nacional cocalera, la Confederación Nacional de Productores Cocaleros
(CONPAAC), fue un avance significativo al respecto. A pesar de que tuvo
serios divisionismos, no se descarta que en el futuro próximo los diversos
valles cocaleros logren conformar una organización nacional representativa
de los campesinos cocaleros.
Finalmente, cabe destacar el hecho de que a partir del retorno demo-
crático han sido elegidos parlamentarios que han comenzado a reivindicar
su pertenencia étnica. Aunque en el Perú todavía no se cuenta con un meca-
nismo claro de representación étnica en el parlamento, esto constituye una
novedad que representa un avance pero no se halla libre de contradicciones
y problemas. El caso de Paulina Arpasi resulta ejemplar al respecto. Más
alentadora, sin embargo, resulta la participación en el Congreso de las par-
lamentarias quechuas cusqueñas Hilaria Supa y María Sumire, las cuales
han reivindicado el uso de su idioma materno para la función parlamentaria
370

a diferencia de lo que ocurría en el Congreso en décadas anteriores, en que


los parlamentarios de origen indígena optaban por ocultar su condición y
silenciar su idioma.

Final
En conclusión, cabe destacar que el Perú no se halla al margen de los
cambios que, a nivel global, han generado una politización creciente de la
cultura y la etnicidad. En tal sentido, no resulta sostenible la idea de que el
Perú constituye un caso de anomalía o retraso respecto a los demás países de
la región andina. Simplemente se trata de un caso en el cual los procesos de
movilización étnica adoptan rasgos e intensidades diferentes. La explicación
de esta diferencia y de las características particulares que adopta la conflicti-
vidad étnica en el Perú, tanto por razones históricas estructurales como in-
mediatas, sigue constituyendo una agenda pendiente de las ciencias sociales.
Aunque no se aprecia en la experiencia peruana la constitución de un
movimiento nacional indígena, sí puede notarse que existen mayores niveles
de movilización y participación indígena en la política nacional. Estas ten-
dencias vienen aparejadas a las transformaciones del conjunto del sistema
político peruano y muchas veces se hallan inmersas en nuevos conflictos
que terminan en escenarios de violencia abierta. Estos cambios recientes en
la movilización y participación indígena hacen parte de un proceso de trans-
formación más amplio en la política peruana: la reconstitución de tejidos e
intereses sociales que, lentamente, comienzan a ser canalizados políticamen-
te, tanto dentro como fuera del ámbito electoral. En este contexto, de por
sí complejo y conflictivo, el gran déficit persistente en el escenario peruana
es la falta de representación política. Estamos inmersos en una situación de
creciente irrupción del descontento generalizado, que incluye también a los
sectores indígenas, pero que aún no tiene canales efectivos de representación
política democrática.
PARTE 4

MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN LOS


ANDES: ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA
EN PERSPECTIVA
Movimientos indígenas y
política nacional en los Andes:
ideas para un balance*

Introducción
Los movimientos indígenas irrumpieron en la es-
cena política internacional hace unas tres décadas. Y
aunque se trata de un fenómeno cuya mayor expresión
viene ocurriendo en América -pienso en las innumerables
organizaciones de los pueblos indígenas que pueblan el
continente desde Canadá hasta la Tierra del Fuego-, no
debemos olvidar que se trata de una transformación que
viene ocurriendo a escala planetaria. En todas las zonas
del mundo donde aún existen poblaciones descendientes

* Ponencia presentada en el seminario: “Identidad y Desarrollo en


el Área Andina”, organizado por la Diputación de Córdoba, Es-
paña, y el Centro Guaman Poma de Ayala, Cuzco, los días 20
y 21 de octubre de 2008. Algunas ideas de este ensayo fueron
discutidas previamente en el seminario “Los Países Andinos en la
Era Posneoliberal: Estudio Comparado de la Dinámica del Cam-
bio Social”, organizado por el Center for Integrated Area Studies
(CIAS), Universidad de Kyoto, Japón, 14 y 15 de junio de 2008.
Publicado en: Institucionalidad, identidad y desarrollo local en el
Área Andina. Córdoba: Diputación de Córdoba, España, 2009,
pp. 93-109. También en: Perú hoy. Desarrollo, democracia y otras
fantasías. Lima: DESCO, 2010, pp. 297-320. Agradezco los co-
mentarios.de Yusuke Murakami, Shigeo Osonoi, Aldo Panfichi y
Simón Pachano durante el seminario en Kyoto. Y de Luis Nieto
Degregori y Jaime Urrutia en el Cuzco. Asimismo, a quienes fue-
ron mis compañeros de trabajo en el Colegio Andino del Centro
Bartolomé de las Casas: Xavier Ricard, Javier Monroe, Ligia Alen-
castre, Fabrizio Arenas, Rafael Mercado, Martín Málaga y Edwin
Rodríguez, por todas las horas de apasionadas discusiones sobre
los movimientos indígenas.
374

de los pueblos y culturas no europeas, la asimilación violenta a la moderni-


dad occidental estuvo acompañada por el desarrollo de intensos procesos de
transformación cultural.
Complejos y conflictivos procesos de intercambio, asimilación, mezcla
e hibridación, fueron transformando los rasgos de todas las culturas origina-
rias, en el marco de un dinámico proceso de globalización intensificado des-
de fines del siglo XV, con el descubrimiento de América. Como ha mostrado
Serge Gruzinski (2000), múltiples mestizajes culturales emergieron de esta
temprana globalización vinculada a la expansión ultramarina de la moder-
nidad capitalista europea. Pero la mezcla y el contacto entre las culturas del
mundo, no significó la desaparición de estas por la vía de la occidentaliza-
ción. Más bien, se redefinieron las fronteras y las diferencias culturales, en
tanto que se intensificaron, durante los siglos posteriores, los procesos de
asimilación, intercambio y conflicto cultural.
Para muchas poblaciones descendientes de los pueblos y culturas ori-
ginarias en diversas partes del mundo, los dilemas planteamientos por la
mundialización de la modernidad occidental desde el siglo XVI, aún se en-
cuentran pendientes. En gran medida, se trata de poblaciones no-modernas,
pues, pese a todas las transformaciones socioculturales asociadas a los múlti-
ples mestizajes estudiados por Gruzinski, comparten formas de racionalidad
difícilmente asimilables a los patrones hegemónicos de raigambre occidental
moderna. De allí que, en el contexto de la actual globalización, en diversos
lugares del planeta hayan surgido movimientos de reivindicación de dichas
diferencias. La reapropiación de lenguas, religiones, etnicidades; en fin, de
racionalidades socioculturales cuyos antecedentes históricos remiten a orí-
genes previos a la modernidad europea, es un fenómeno incentivado -pa-
radójicamente- por la dinamización y aceleración de los cambios culturales
asociados a la actual globalización.
Una de las expresiones de esto es el surgimiento de movimientos po-
líticos indígenas; es decir, de organizaciones que asumen la representación
de los pueblos y culturas originarios en los escenarios públicos de los Esta-
dos nacionales. Este proceso viene ocurriendo a escala planetaria, pero es
en América, y especialmente en América Latina, donde puede observarse
con mayor intensidad la formación de movimientos indígenas que han im-
pactado profundamente la política de los Estados. Con el surgimiento de
los actuales movimientos indígenas, países como México, Ecuador, Bolivia,
entre otros, han visto cómo sus regímenes políticos son cuestionados por un
nuevo actor colectivo: los pueblos indígenas representados por organizacio-
nes y dirigentes que reclaman el rediseño plurinacional y pluricultural de los
Estados nacionales.
375

En lo que sigue, fijaremos la mirada sobre la experiencia de los movi-


mientos indígenas de la región andina, con la finalidad de aportar a la rea-
lización de un balance de su trayectoria política, luego de tres décadas de su
aparición. La idea central de este balance es que en los Andes -con diferentes
ritmos e intensidades en cada país- se ha cerrado el ciclo que dio origen a los
movimientos indígenas. Este ciclo histórico incluyó en varios casos -como en
Ecuador, Bolivia y Colombia- un importante protagonismo político de los
movimientos, los cuales llegaron incluso a representar una alternativa de go-
bierno, o bien a transformar significativamente las condiciones de la política
nacional. A pesar de ello, en los últimos años no solo han cambiado las con-
diciones que permitieron el surgimiento y protagonismo de los movimientos
indígenas, sino que estos también se han transformado internamente, en-
frentando en algunos casos serios problemas de organización y legitimidad
política (Ecuador), o bien dificultades de ubicación en un escenario nacional
sacudido por tensiones de escala más amplia que lo étnico (Bolivia).
Un elemento que ha influido fuertemente en la transformación de los
contextos políticos nacionales, achicando el terreno para el despliegue de las
políticas étnicas ejecutadas por los movimientos indígenas durante las déca-
das pasadas, ha sido la aparición de una nueva reivindicación de lo nacional,
en la forma de amplios nacionalismos populares que han llegado a calzar con
liderazgos plebiscitarios de discurso progresista (tales los casos de Ecuador
con Rafael Correa y Bolivia con Evo Morales). En este contexto, los mo-
vimientos indígenas enfrentan el reto de su redefinición política, y/o de su
recomposición interna, a fin de mantenerse como actores políticos con capa-
cidad de influencia nacional.

Los movimientos indígenas


En una visión panorámica, es importante destacar que en América La-
tina, y de manera especial en los Andes, los movimientos indígenas no asu-
men sus proyectos políticos en términos exclusivamente étnicos. Es decir, sus
discursos, demandas, propuestas, proyectos y formas de acción, no se mani-
fiestan mediante horizontes exclusivamente étnicos, o sea de reivindicación
política étnica, que podrían conducir a escenarios violentos como los que han
estallado en otros lados del mundo. En tales casos - lo hemos visto en Asia,
África e inclusive en el Este europeo desde la década pasada- las demandas
étnicas han generado conflictos violentos cuando han implicado proyectos
de separación territorial, ligadas en la mayoría de casos a reivindicaciones ét-
nicas y religiosas. En los Andes, en cambio, los problemas de etnicidad, reli-
gión y territorio, presentan características diferentes. En relación con ello, los
movimientos indígenas han desarrollado un horizonte político sumamente
376

peculiar, pues se trata de movimientos étnicos que, sin embargo, despliegan


sus demandas de reconocimiento a la diferencia como parte del reclamo de
pertenencia nacional.1
Se trata de movimientos sociales que, paradójicamente, desarrollan dis-
cursos, proyectos y reivindicaciones políticas de alcance nacional, y se dirigen
en ese sentido no tanto a la imposición violenta de sus proyectos étnicos, sino
más bien a la transformación del conjunto del orden nacional del cual hacen
parte. Son movimientos sociales que se dirigen a transformar la dominación
étnica heredada de una situación colonial de larga data, mediante el reclamo
de la efectiva pertenencia a la nación, y no a través de proyectos separatistas
de orden territorial, étnico y/o religioso, como en otras partes del mundo.
Este aspecto ha implicado que los movimientos indígenas asuman una
condición ciertamente paradójica, pues despliegan sus demandas étnicas, sus
plataformas políticas étnicas, a través de la búsqueda de la afirmación de la
pertenencia a la nación. El reclamo por pertenecer de manera plena a los Es-
tados nacionales, en los territorios de los países y en los ámbitos políticos es-
tatales, se acompaña con el recurso a la movilización como forma de presión
ante el resto de la sociedad. No se trata pues de movimientos exclusivistas o
violentistas que asumen proyectos de separatismo nacional, sino más bien de
movimientos sociales que intentan transformar las condiciones históricas de
pertenencia a los Estados nacionales. En ese sentido, los movimientos indí-
genas no apelan a demandas primordialistas, basadas en identidades restrin-
gidas a las identidades étnicas, sino que despliegan una plataforma mucho
más amplia, de dimensión nacional. De allí que en casos como Bolivia, el
desarrollo de los movimientos indígenas haya generado una plataforma po-
lítica nacional basada en la defensa de los recursos naturales, así como en
reivindicaciones como el reclamo de acceso soberano al mar.
El proyecto político indígena podría sintetizarse apelando a la idea de
plurinacionalidad. Es decir, los movimientos indígenas proponen la transfor-
mación de los actuales Estados nacionales en futuros Estados plurinacionales
o interculturales, de modo tal que existan las condiciones para una efectiva
pertenencia nacional, en condiciones de igualdad entre los distintos pueblos
y culturas. El mayor aporte político de los movimientos indígenas andinos a
la discusión internacional sobre la construcción de las democracias estatales
y regímenes políticos, es el cuestionamiento de los modelos modernizantes
y monoculturales impuestos en el transcurso de la creación de los Estados

1. Al respecto, para una mayor discusión sobre la articulación de reinvindicación étnica


y pertenencia nacional en los proyectos políticos de los movimientos indígenas de los
Andes, véase Pajuelo (2007).
377

nacionales. En términos amplios, se trata de proponer e imaginar otras for-


mas de construcción estatal. Es decir, de Estados democráticos que alberguen
o permitan la representación de la diversidad cultural de sus poblaciones, a
través de diseños institucionales interculturales o plurinacionales que permi-
tan hacer efectiva una suerte de “ciudadanía étnica”.2
Esto ha conducido a los movimientos indígenas a articular dos formas
aparentemente divergentes de actuación política: la protesta y la participa-
ción política. En el primer caso, se trata de movilizaciones, paralizaciones,
tomas de tierras, tomas de locales públicos, etc. Resultan paradigmáticos al
respecto los llamados “levantamientos” del movimiento indígena ecuatoria-
no, efectuados cada cierto tiempo a partir del primer levantamiento indígena
del año 1990. En el segundo caso, se trata básicamente de participación po-
lítica electoral en los distintos ámbitos de gobierno, desde los espacios terri-
toriales locales hasta la búsqueda de lograr participar en gobiernos regionales
o en los parlamentos, así como postular a la propia presidencia de los países.
Nuevamente, puede mencionarse el caso de Ecuador, donde el anhelo de
mayor participación política condujo al movimiento indígena a conformar
el Movimiento Pachacutik, como plataforma para su participación políti-
ca electoral. En Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS), se conformó
como un brazo político de los movimientos indígenas, llegando a triunfar
con la elección presidencial de Evo Morales el año 2005.

Trayectoria de la movilización indígena


De manera sintética, podemos reconocer algunas fases o etapas por las
cuales han transitado los movimientos indígenas en su trayectoria de las úl-
timas tres décadas. Aunque existen diferencias temporales y de intensidad en
los distintos casos, se pueden mencionar hasta cuatro momentos en el desa-
rrollo de la movilización indígena, desde que se conformaron las primeras
organizaciones hasta el momento presente, en el cual frente al fin del ciclo de
su protagonismo, los movimientos requieren asumir el reto de su reubicación
política.
En primer lugar, puede mencionarse una fase inicial de formación o
constitución de las organizaciones indígenas. Esto ocurrió en las décadas
de los 60s y 70s, en que en los países andinos se transita de una situación
de hegemonía del campesinismo clasista, hacia la formación de platafor-
mas organizativas étnicas. Los partidos políticos de izquierda, muchos de
ellos provenientes de las décadas iniciales del siglo XX, jamás tuvieron la

2. Véanse las reflexiones pioneras de Rodrigo Montoya sobre la ciudadanía étnica como
horizonte de las luchas indígenas en los países andinos (Montoya 1992).
378

suficiente apertura ante las demandas de orden cultural de las poblaciones


indígenas. Por el contrario, se sumaron a la corriente de la modernización y
occidentalización, asumiendo proyectos políticos de transformación de los
países que pasaban por la asimilación de los indígenas a la cultura domi-
nante. A pesar de ello, justamente en el momento en que se vislumbra el
mayor influjo de los partidos de izquierda, comienza el surgimiento de una
malla de organizaciones locales y regionales que logran poner en cuestión el
horizonte campesinista. Al mismo tiempo, estas organizaciones comienzan a
cuestionar los modos de dominación en sus ámbitos locales, confrontando a
los terratenientes y al Estado, tanto como a los propios partidos de izquierda.
Esto ocurre en un contexto histórico de modernización bastante acelerada en
la región, y de implementación de ambiciosas reformas del régimen agrario, a
través de las reformas agrarias. Las diferencias entre las reformas agrarias de
los distintos países, resultan claves como factor principal en la configuración
de un contexto que en algunos casos favoreció la formación de las organiza-
ciones étnicas (casos de Bolivia y Ecuador).
En Bolivia se implementó una reforma agraria bastante temprana desde
1952, en el marco de un proceso revolucionario radical que, sin embargo,
no consideró la existencia de estructuras comunitarias propias de la pobla-
ción indígena. Desde el Estado se implementó una forma de organización
sindical funcional a los gobiernos, que muy pronto entró en contradicción
con la soberanía comunitaria, hecho que empujó hacia la conformación de
organizaciones indígenas de segundo y tercer grado, así como a movimientos
políticos indígenas de amplio alcance, tales como el katarismo.
En Ecuador, las reformas agrarias de 1964 y 1974 se aplicaron de un
modo que permitió mantener la concentración de las mejores tierras en ma-
nos privadas, dejando casi intactas las estructuras de dominación anteriores.
Muchas de las haciendas privadas o estatales se convirtieron en empresas
agrarias capitalistas gracias al empuje del Estado. Sin embargo, la desapari-
ción del régimen de huasipungos, y la débil imposición del modelo coope-
rativista, dejó a los antiguos colonos o huasipungueros en la disyuntiva de
individualizarse o agruparse en alguna instancia colectiva. Se formaron así
muchas comunas que, junto a las ya existentes, pasaron a formar el sustento
de las organizaciones de segundo y tercer grado que se multiplicaron veloz-
mente en la sierra ecuatoriana durante la década de 1970, en demanda de una
auténtica distribución de tierras o de políticas estatales sectoriales (educación,
salud, condiciones de acceso indígena al mercado, infraestructura rural, so-
bre todo).
En Perú, merced a un gobierno militar autoritario pero que aplicó cier-
tas medidas progresistas, se implementó la reforma agraria más profunda de
379

la región. Desapareció así la clase terrateniente tradicional, y muchas hacien-


das pasaron a manos de los colonos, al tiempo que se impuso un régimen
cooperativo bastante extenso y organizado, con el apoyo decidido del Estado.
Ello se expresó en una aguda diferenciación entre comunidades y cooperati-
vas de ex colonos, que dividió profundamente al campesinado nacional. Esto
en el contexto de una acelerada modernización del campo, que se expresó
en oleadas de migraciones a las ciudades, ampliación del sistema educativo,
expansión de los servicios de salud, masificación de medios de comunicación.
Si embargo, tales procesos convivieron con el estancamiento y la prolonga-
ción de la pobreza campesina. En las décadas posteriores, una cruenta guerra
interna desoló amplias regiones del país, desarticulando muchas comunida-
des, al tiempo que se hacía estrepitoso el fracaso del régimen cooperativista.
Distintos contextos nacionales de cambio del régimen agrario tradicio-
nal, y distintos procesos de modernización social y política durante la segun-
da posguerra, determinaron entonces diferentes trayectorias de concientiza-
ción étnica entre las poblaciones campesinas andinas. En Bolivia y Ecuador,
aunque con ritmos diversos, emergieron discursos de reivindicación étnica,
nuevas plataformas organizativas basadas en la agregación de las estructuras
comunitarias y nuevos liderazgos de intelectuales indígenas con presencia
creciente en los ámbitos públicos.
En el Perú, en cambio, la identidad étnica indígena siguió alojada en
los ámbitos privados e intracomunitarios, sin posibilidades de manifestarse
en los ámbitos públicos en la forma de una reivindicación explícita capaz de
sostener una nueva malla organizativa. Sobre todo en un escenario de fuerte
predominio de la izquierda, vigencia del horizonte organizativo campesinis-
ta, estallido de una guerra interna, acelerada modernización desindigenizan-
te durante varias décadas (al menos desde los años 40s), y la búsqueda de
asimilación sociocultural como mecanismo de escape frente al racismo y la
permanencia de la minusvaloración de la condición de indio como sinóni-
mo de “ignorante”, “pobre” y “atrasado”. El orgullo étnico indígena, de esa
forma, quedó eclipsado por la fuerza de la discriminación, reducido en gran
medida al ámbito de lo privado, en tanto se expandía una nueva identidad
“chola” estudiada tempranamente por Aníbal Quijano (1980).
Entonces, en este primer período, en algunos países se dan las condicio-
nes que impulsan a las poblaciones indígenas a buscar nuevos referentes de
identidad. Es decir, a asumir aquello que el antropólogo japonés Yoshinobu
Ota denomina como “entrar en representación”: el proceso mediante el cual
las poblaciones indígenas entran a auto imaginarse como sujetos colectivos
étnica o culturalmente diferenciados, logrando formular proyectos políticos
a partir de tal autorepresentación. Tal cosa ocurre en las décadas de 1960
380

y 1970, de manera sumamente compleja, en la sierra de Ecuador y Bolivia,


mientras que en el Perú no se dieron las condiciones favorables para el desa-
rrollo de la autorepresentación indígena.3
Entre las décadas de 1970 y 1980 se transita a un segundo momento
de movilización étnica, en el cual las organizaciones de primer y segundo
nivel, se van articulando hasta conformar movimientos sociales nacionales.
Este tránsito de organizaciones indígenas a movimientos sociales indígenas,
ocurre merced a diversos actos políticos constitutivos. Es decir, al desarrollo
de luchas sociales mediante las cuales los movimientos indígenas irrumpen
en los escenarios nacionales. En Ecuador, el acto constitutivo del movimien-
to indígena fue el primer levantamiento indígena de 1990, luego de la con-
formación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador
(CONAIE) en 1986. En Bolivia, varios actos de lucha política, sobre todo a
inicios y fines de la década de 1970, en el contexto de resistencia popular ante
las dictaduras militares, permitieron la emergencia y expansión del ideario de
reivindicación indígena mediante múltiples organizaciones.
En este punto, una precisión teórica resulta importante. El tránsito
de organizaciones indígenas a movimientos indígenas nacionales, es una
transformación de tipo cualitativo en las organizaciones representativas de
los pueblos. Porque denomino aquí como “movimientos sociales”, a conglo-
merados colectivos con capacidad de desarrollar formas de movilización y
acción política organizada, cohesionados por un discurso político propio,
que logran poner en cuestión un determinado ámbito de dominación en la
sociedad. En este caso, se trata de movimientos que logran cuestionar las
formas de dominación étnica imperantes en los Estados nacionales. De esa
forma, las organizaciones dan el salto a lo que podemos denominar -según lo
enunciado- como movimientos sociales indígenas.
Una tercera fase de la trayectoria de los movimientos indígenas, con-
siste en su transformación de movimientos sociales en actores políticos. Es
decir, se transforman en plataformas políticas -partidos y movimientos elec-
torales locales, regionales y nacionales- que participan electoralmente en las
disputas por el poder político, al tiempo que no dejan de ejercer presión a
través de la vía de la movilización social. Esto implica una diversificación
interna riesgosa de los movimientos indígenas, pues al mismo tiempo deben
gestionar ámbitos como las luchas sociales por reivindicaciones específicas a

3. En cambio, en la Amazonía peruana sí ocurre un temprano proceso de etnogénesis de


pueblos como los Amuesha o los Aguaruna-Huambisa, mediante la formación de organi-
zaciones indígenas tempranas que posteriormente, en la década de 1980, confluyen en la
formación de la Asociación Interétnica de la Selva Peruana (AIDESEP).
381

través de las organizaciones, y la participación electoral en diversos niveles a


través de los llamados “instrumentos políticos”, sean partidos o movimientos
electorales. Al mismo tiempo, para los dirigentes indígenas, esta tercera fase
de la movilización étnica implica un reto insospechado: asumir en el ámbito
público nacional la representación de las comunidades, pueblos o naciona-
lidades. Termina de configurarse, así, una élite política indígena que asume
la representación del movimiento social en la escena política oficial o estatal.
En relación con estos cambios, en esta tercera fase de la movilización
étnica, queda planteada la posibilidad de una pérdida de cohesión del mo-
vimiento social, así como el peligro de la deslegitimación de la dirigencia
étnica por circunstancias variadas (desde el abandono de la cotidianeidad
comunitaria hasta la asimilación a la burocracia estatal). Asimismo, se ma-
nifiesta una tensión entre la necesidad de recurrir a la protesta y la necesidad
de mayor participación política. Paulatinamente, la demanda de mayor par-
ticipación política busca ser conciliada por los movimientos indígenas con
el discurso de transformación radical planteado en sus orígenes. Surgen así
iniciativas de gobernabilidad local o sectorial (tal es el caso de los municipios
indígenas, o la gestión de sectores como la educación y salud intercultural
por las propias organizaciones). La necesidad de mayor participación política
responde a la mayor influencia en los ámbitos políticos nacionales. Por ejem-
plo, en Ecuador se conforma en 1996 el movimiento Pachakuti, que llega
a alcanzar el 10% del respaldo electoral, pero sin embargo el movimiento
indígena logra llegar al gobierno mediante la vía de la protesta. En enero del
2000, en medio de controvertidos sucesos, es derrocado el presidente Jamil
Mahuad y por unas horas gobierna un triunvirato integrado entre otros por
el máximo líder del movimiento indígena. Posteriormente, en las elecciones
del 2002, el movimiento indígena integra una alianza electoral con el coronel
Lucio Gutiérrez, quien es elegido presidente. Sin embargo, seis meses después
del inicio del gobierno de Gutiérrez, se rompe la alianza y los dirigentes indí-
genas fueron expulsados del gobierno.
En Bolivia, la trayectoria política electoral fue bastante distinta. En au-
sencia de una organización centralizadora de alcance nacional, en diversos
momentos los movimientos indígenas logran ganar la gestión de municipa-
lidades, o la elección de sus representantes como diputados nacionales. Sin
embargo, recién al estallar una grave crisis política nacional desde el año
2000, emerge con Evo Morales un liderazgo de origen indígena con suficien-
te talante cohesionador.
Un aspecto adicional estrechamente vinculado a la mayor o menor ca-
pacidad de participación política de los movimientos indígenas, es la reac-
ción de los Estados ante sus acciones de protesta e intereses de participación
382

electoral. Mientras que en Ecuador la respuesta estatal fue de una amplia


apertura étnica que facilitó la expansión del movimiento indígena, en Bolivia
fue completamente diferente: la cerrazón del Estado ante los movimientos
indígenas solamente pudo ser rota en el contexto de una grave crisis nacional,
en medio de la cual el único actor político con un horizonte nacional resultó
siendo el movimiento indígena.4
Habiendo mencionado grosso modo las tres fases de movilización que
han conducido a los movimientos indígenas andinos, en muy poco tiempo,
de la condición de organizaciones étnicas a actores políticos nacionales, po-
demos abordar la situación actual.

El momento actual del despertar indígena


En el período actual en que los modelos neoliberales vienen siendo
cuestionados o reformulados en la región, los movimientos indígenas han in-
gresado a un cuarto momento de su trayectoria política. Se trata de una fase
en la cual se viene manifestando el agotamiento del ciclo anterior de prota-
gonismo político de los mismos. El fuerte impacto político que acompañó la
irrupción de los movimientos indígenas en los escenarios políticos oficiales,
está siendo reemplazado por una suerte de encrucijada: ante el surgimiento
de gobiernos progresistas en la región, que establecen relaciones diferenciadas
con los movimientos indígenas -de abierto conflicto en el caso de Ecuador,
con Rafael Correa, y de relativa alianza en el caso de Bolivia, con Evo Mo-
rales- los movimientos indígenas han visto trastabillar su posicionamiento
político. Es decir, vienen perdiendo mucho del protagonismo político que
lograron alcanzar, en tanto emergen amplios nacionalismos populares expre-
sados políticamente en los liderazgos de Rafael Correa y Evo Morales. Una
suerte de reivindicación del horizonte nacional, y de la pertenencia nacional,
parece dejar atrás a las reivindicaciones étnicas en el Ecuador, en tanto que se
impone un contexto de acción bastante problemático para los movimientos y
organizaciones indígenas en Bolivia.
En esta coyuntura, que podríamos identificar como el inicio de una
era posneoliberal, los movimientos indígenas han perdido mucho de su posi-
cionamiento político previo, al tiempo que enfrentan (caso Ecuador) severos
problemas de cohesión interna y legimitidad de sus dirigencias. O graves

4. El caso de Colombia puede situarse como intermedio entre ambas situaciones, pues la
amplia apertura del Estado, incluyendo una ambiciosa reforma constitucional aún en con-
diciones de guerra interna, no dio como resultado un movimiento indígena de enverga-
dura nacional capaz de convertirse en una alternativa de gobierno. Sobre la participación
electoral indígena en Colombia véase el monumental trabajo de Laurent (2005). Sobre
Ecuador y Bolivia la bibliografía es bastante amplia.
383

crisis nacionales que amenazan la propia unidad estatal (caso Bolivia). Pare-
ce quedar atrás un momento de acción y presencia protagónica, que fue el
punto más alto del desenvolvimiento político indígena. Conviene ampliar la
reflexión sobre dicho posicionamiento, gracias al cual desde la década pasa-
da los movimientos indígenas de países como Ecuador y Bolivia alcanzaron
fama internacional.
El protagonismo político que los movimientos indígenas tuvieron en la
región andina desde la década pasada, no fue el resultado directo del nivel de
desarrollo interno que habían logrado alcanzar en los distintos países. Es de-
cir, no fue la expresión automática de su solidez organizativa, de la calidad de
su discurso político, de su capacidad de movilización y convocatoria, o bien
del grado de legitimidad de sus élites dirigenciales ante las bases comunitarias.
Más bien, dicho protagonismo estuvo asociado a un decisivo componente ex-
terno: la situación de crisis de los Estados nacionales. Al señalar esto, quiero
decir que el rol protagónico de los movimientos indígenas en los escenarios
políticos nacionales, en gran medida fue resultado de condiciones externas a
su propia organización. En el contexto de fuertes crisis nacionales de orden
económico y político, creciente cuestionamiento al resto de actores políticos,
y sobre todo frente al desmoronamiento de los partidos políticos tradiciona-
les, los movimientos indígenas lograron aparecer como una alternativa de
renovación y regeneración política. Inclusive en el ámbito económico, ante
las dificultades asociadas al cambio de patrón de la organización económica
de los países desde el estatalismo previo al neoliberalismo, los movimientos
indígenas encarnaron para mucha gente la esperanza de una alternativa eco-
nómica antineoliberal. En síntesis, no fue tanto por la fortaleza interna de
los movimientos, sino en gran medida por la debilidad del contexto político,
que los dirigentes indígenas alcanzaron un rol protagónico hasta hace poco
tiempo insospechado. De allí que en el contexto de cierta reorganización y
recomposición política, que en Ecuador y Bolivia viene ocurriendo mediante
la emergencia de un renovado nacionalismo progresista e incluso antineoli-
beral, los movimientos indígenas hayan perdido protagonismo e influencia.
Luego de décadas de predominio del modelo estadocéntrico, vigente en
el conjunto de América Latina entre las décadas de 1940 y 1980, comienzan
a hacerse visibles serios problemas asociados a dicho modelo. Décifit econó-
mico, inflación galopante, inoperancia para la adecuada gestión de servicios
básicos, atrofiamiento del aparato de Estado, dejaron entrever el fracaso de
dicho modelo. En el tránsito del régimen estadocéntrico al nuevo régimen
neoliberal, no solo se dieron las condiciones para la aparición de movimientos
indígenas, sino que la crisis de los sistemas políticos les hizo irrumpir como
actores alternativos, de manera en cierta medida magnificada. Un ejemplo
384

que ilustra ello fue la efìmera experiencia gubernamental del movimiento


indígena ecuatoriano durante los primeros meses del gobierno de Lucio Gu-
tiérrez. No solo careció el movimiento indígena de la experiencia y capacidad
suficientes para el manejo del aparato de Estado entregado para su gestión
(básicamente cuatro ministerios), sino que ni siquiera pudieron contar con
los cuadros suficientes para cubrir la cantidad de puestos de trabajo dispo-
nibles.5
Con el tránsito al régimen neoliberal, los Estados entraron en situa-
ciones de crisis, las cuales afectaron fuertemente a sus respectivos sistemas
políticos, hecho evidenciado en la pérdida de legitimidad de los partidos y
pérdida de ascendencia de los liderazgos. En relación con esta severa crisis de
representación política, emergen en el escenario no solo alternativas populis-
tas -casos de Abdalá Bucaram y Álvaro Noboa en Ecuador, o del “compadre
Palenque” y Max Fernández en Bolivia- sino la posibilidad de que los diri-
gentes indígenas alcancen un inusitado respaldo electoral.
En este contexto, los movimientos indígenas alcanzaron su mayor pro-
tagonismo, postulándose como alternativa para la solución de la crisis de los
Estados, mediante propuestas de transformación de problemas sensibles de
dimensión nacional. Entre dichos temas, se halla el problema del control a los
banqueros en Ecuador, la cuestión del manejo de la explotación de los hidro-
carburos y demás recursos naturales en Bolivia, o temas como el incremento
de los precios de los productos básicos y viejas demandas como la búsqueda
de un acceso soberano al mar.
Dos factores estuvieron asociados a las posibilidades de mayor o me-
nor protagonismo de las organizaciones indígenas. El primero de ellos, ya
mencionado líneas arriba, fue el tipo de reacción de los Estados ante el surgi-
miento de los movimientos indígenas. Decíamos que mientras en Ecuador el
Estado tuvo una suerte de apertura étnica bastante amplia, en Bolivia mostró
más bien un fuerte cierre, tratando de impedir el ingreso de los movimientos
indígenas en el tinglado político. En el primer caso el Estado alienta la parti-
cipación política, se generan cambios constitucionales, se entrega a la gestión
de las organizaciones ámbitos institucionales de mucha importancia como la
educación intercultural, la salud o muchos gobiernos locales y regionales. En
el segundo caso los movimientos indígenas son apenas reconocidos e incor-
porados en el sistema político, se reprimen movimientos como el de los coca-
leros y se estigmatizan los discursos étnicos. Para la apertura del sistema ante
las demandas étnicas, tuvo que ocurrir por ello una fuerte crisis nacional.

5. Un balance de la experiencia gubernamental del movimiento indígena ecuatoriano puede


verse en: Barrera y otros (2004).
385

Sin embargo, en ambos escenarios, bien por la propia apertura étnica estatal
o bien por el completo colapso del Estado, entre otros factores debido a las
propias luchas indígenas, en medio de un escenario de grave crisis nacional,
los movimientos lograron convertirse en actores políticos protagónicos.
El segundo factor tiene que ver con los estilos de neoliberalización vivi-
dos en los países. En Ecuador, la implementación de las reformas neolibera-
les fue respondida por los movimientos sociales, especialmente por el movi-
miento indígena, con el resultado de que no lograron prosperar. Es decir, en
este país no se llegó a producir una completa transición del modelo estado-
céntrico hacia el neoliberalismo. Desde el levantamiento indígena de 1990,
reformas neoliberales tan importantes como la nueva ley de reforma agraria,
fueron frenadas por las movilizaciones indígenas. En cambio, en Bolivia el
neoliberalismo fue exitoso, a pesar de haber sido respondido fuertemente por
los movimientos sociales. Desde la década de 1980, se aplica tempranamente
una profunda reforma neoliberal que estuvo asociada a la implementación de
un régimen de democracia pactada, en reemplazo de las dictaduras militares.
Esta asociación implicó además el fin de la estela dejada por la revolución de
1952, mediante un nuevo modelo de organización socio-estatal basado en el
neoliberalismo económico y el pactismo político. Este modelo entró en crisis
durante la década actual, estrellándose estrepitosamente ante las dificulta-
des económicas del país y la robusta oposición de los movimientos sociales.
Entonces, en Bolivia una temprana reforma neoliberal exitosa fue siempre
resistida por los movimientos sociales, hasta el momento en que se manifestó
una crisis generalizada en el país, que permitió el avance de los movimientos,
especialmente indígenas. Esto, al punto de elegirse el 2005 como presidente
a Evo Morales, quien se había convertido años antes en el principal opositor
antineoliberal y representante de una de las principales vertientes del movi-
miento indígena.
En el Perú, en contraste con lo ocurrido en el resto de países de los An-
des centrales, no se conformó un movimiento indígena en la sierra durante
las décadas de 1960 y 1970. Fueron años de predominio de las organizaciones
campesinistas y profundas transformaciones sociales que, si bien transforma-
ron las condiciones de la dominación étnica, no lo hicieron en el sentido que
en los otros países derivó en un despertar étnico. La violencia del racismo y
la predominancia del campesinismo, así como la fuerte impronta del anhelo
de la desindigenización, se vieron reflejados en un masivo e intenso proceso
de descampesinización y cholificación. Millones de campesinos andinos op-
taron entonces por romper las fronteras de la discriminación étnica por la vía
de la desindigenización. La migración los convirtió en migrantes en las gran-
des ciudades, donde reelaboraron sus ascendencias culturales dando origen a
386

un nuevo horizonte cultural mestizo denominado “cholo” en el Perú, que no


dejó de tener -a pesar de todo- un importante matiz indígena. En la década
de 1980, ocurrió un fuerte conflicto armado que dejó como saldo 70,000
víctimas, la gran mayoría de ellas campesinos quechuahablantes. La violencia
política desestructuró a sangre y fuego las estructuras organizativas en gran
parte de la sierra peruana, terminando además con el tejido de organizacio-
nes campesinistas de largo predominio entre las comunidades. Posteriormen-
te, desde el año 1990, se impuso en el país una brutal reforma neoliberal,
que no encontró resistencia social. De esa manera, debido a la ausencia de
oposición, el neoliberalismo en el Perú se convirtió en un modelo de organi-
zación socioestatal hegemónico. Esto fue así, debido a las destrucción de los
tejidos sociales y organizativos por la crisis económica, la violencia política
y la propia acción de las reformas neoliberales, así como por la profundidad
de un crisis de representación política que hizo desaparecer a los partidos
políticos, sobre todo a los de izquierda. De modo que en el Perú, a diferencia
de Ecuador y Bolivia, no solo no emergió un movimiento indígena, sino que
el neoliberalismo se hizo hegemónico; es decir, se convirtió en un horizonte
de sentido común para gran parte de la población, incluyendo a los sectores
populares, las clases medias y las élites del país.

¿Un ciclo posneoliberal con novedades importantes?


Luego del agotamiento del modelo estadocéntrico y la conflictiva y
variada implementación del neoliberalismo, en la región estamos vivien-
do la transición hacia un ciclo que podríamos denominar como posneoli-
beral. Los escenarios políticos nacionales, que fueron el contexto para que
los movimientos indígenas logren alcanzar un inédito protagonismo, se han
transformado bruscamente en Ecuador y en Bolivia. Lo que han surgido
son coyunturas de fuerte crisis nacional que condujeron al surgimiento de
masivos nacionalismos populares, con reivindicaciones nacionales bastante
más amplias que las reivindicaciones étnicas, y que fueron asumidas por el
conjunto de los sectores populares, no solamente por la población indíge-
na. Estos nuevos nacionalismos populares se entroncaron rápidamente con
liderazgos plebiscitarios, que han dado como resultado la formación de los
actuales gobiernos en Bolivia y Ecuador. Un liderazgo plebiscitario de origen
indígena en el primer caso (Evo Morales), en tanto que en el segundo (Rafael
Correa) se trata de un liderazgo con fuerte vinculación con el movimiento
indígena, pero con crecientes distanciamientos.
En el Perú, en contraste con lo que viene ocurriendo en Ecuador y Bo-
livia, persiste la hegemonía neoliberal impuesta desde la década pasada me-
diante la dictadura fujimorista, aunque cada vez con mayor respuesta de los
387

sectores populares. Sin embargo, no se trata de una respuesta organizada o


que pueda mostrar claridad ideológica, debido a que ocurre una lenta recom-
posición de los tejidos sociales destruidos en las décadas pasadas y persiste
aún la impronta del horizonte neoliberal sobre los propios sectores populares.
Una ola de conflictos sociales y protestas todavía desconectadas orgánica-
mente entre sí, y restringidas a los ámbitos locales y regionales, es la principal
manifestación de una nueva forma de respuesta popular al predominio neoli-
beral. En este contexto, se están abriendo las posibilidades para la emergencia
de una nueva forma de organización campesino-indígena, sustentada en la
defensa de los recursos naturales -agua, territorio comunal, minerales, bos-
ques, etc-, frente a la arremetida de empresas transnacionales. Asimismo -y
esto resulta clave- dicha recomposición de la protesta social, muestra cada vez
más entre sectores campesinos el agotamiento de un paradigma histórico de
larga data: la idea de que llegar a ser modernos y ciudadanos pasa por despo-
jarse de su condición indígena, asociada más bien a la pobreza e ignorancia.
Un sentimiento diferente, interesado más bien en la reivindicación de los ras-
gos culturales indígenas, viene ganando terreno entre la población de la sierra
peruana. Y no solo entre los miembros de las comunidades rurales quechuas
y aymaras, sino también entre sectores urbanos de ascendencia indígena y
mestiza.6 Hasta el momento, el movimiento de comunidades afectadas por
la minería, así como el movimiento cocalero, muestran los avances y dificul-
tades para la conformación de un movimiento social de defensa comunitaria
e indígena en el Perú. Organizaciones como la Confederación Nacional de
Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI) y la Coordinadora
Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI), están decididas a construir
un movimiento político de los pueblos y comunidades, pero aún se hallan
bastante lejos de representar de manera efectiva a las comunidades. Sin em-
bargo, aún resulta muy temprano para vislumbrar si este proceso conducirá a
la formación de un movimiento político indígena en el Perú.7

Conclusión
A manera de conclusión, podemos señalar que en los Andes centra-
les existen actualmente dos situaciones diferenciadas. En primer lugar, se
halla la situación de Ecuador y Bolivia, donde lo que se aprecia es el fin

6. El año 2008, ocurrió por primera vez un paro nacional de la población indígena amazóni-
ca en defensa de sus recursos, el cual tuvo éxito aunque mostró mayor fuerza en determi-
nadas zonas. Se trata de un suceso muy importante, que evidencia un proceso similar entre
los pueblos indígenas amazónicos.
7. Es la conclusión a la cual llegamos luego de analizar con detalle la experiencia del altiplano
aymara. Véase al respecto: Pajuelo (2009).
388

del protagonismo político étnico, al tiempo que se han cerrado los canales
que condujeron a la expansión de los movimientos indígenas. Estos han sido
desbordados por la emergencia de nacionalismos populares bastante amplios
en contextos de fuerte crisis interna. Los movimientos indígenas enfrentan
un nuevo escenario ante el cual enfrentan el reto de reposicionarse, a fin de
seguir existiendo como actores políticos nacionales. Tienen que hallar una
forma de reubicarse políticamente en el nuevo escenario que ha emergido en
la presente década en ambos países, al tiempo que deben mantener y fortale-
cer su organización interna.
En Ecuador, el movimiento indígena enfrenta actualmente el retroceso
de su influencia política, y el acrecentamiento de una crisis de legitimidad
política. Los líderes indígenas que lograron llegar a puestos importantes en
las propias organizaciones indígenas y en el Estado, incluyendo puestos de
gobierno, han perdido la ascendencia que tuvieron las décadas pasadas sobre
las comunidades. De modo que el movimiento indígena enfrenta el reto de
una recomposición y rearticulación interna, que le permita recuperar terreno
en el ámbito político nacional.
En el caso de Bolivia los movimientos indígenas son parte de un con-
glomerado más amplio y diverso de movimientos sociales populares. En un
contexto de conflictividad social bastante grave, que incluye componentes de
clase, territoriales y étnicos, emergió el liderazgo de Evo Morales encarnan-
do la promesa de una refundación nacional de rostro indígena. Durante las
últimas décadas, el poder en Bolivia se desplazó desde los Andes altiplánicos
hacia el Oriente, creándose un nuevo núcleo de poder. Esto se complejiza por
la vinculación con una división clasista y étnica que atraviesa la sociedad bo-
liviana, de modo que el país vive la oposición entre dos proyectos históricos
disímiles, totalmente contrapuestos: el proyecto de continuismo neoliberal de
la llamada media luna -los departamentos del Oriente- encarnada ahora bajo
la idea de autonomía regional, y de otro lado el proyecto de los movimientos
sociales dirigido hacia una democratización plebeya de la distribución del
poder en el país. El gobierno de Evo Morales, cabalga con muchas dificul-
tades sobre ambos proyectos, tratando de encarnar un horizonte nacional
popular de forma tal que se mantenga la unidad territorial del país, al tiempo
que se avanza en algunas reformas estructurales. Lo que hay es entonces
una situación sumamente compleja, pues no se sabe cómo podría resolverse
el conflicto, en el mediano plazo. Esta situación ha mostrado los propios
límites de los movimientos indígenas, en el sentido de que la solución tiene
que ir bastante más allá de las propias propuestas étnicas indígenas, sin dejar
obviamente de incorporar protagónicamente a este sector mayoritario de la
población del país. Mientras tanto, los movimientos indígenas mantienen
389

una relación fluctuante con el gobierno de Evo Morales, que transita entre el
apoyo y la oposición.
La segunda situación que se observa en la región es la de Perú. A di-
ferencia de Ecuador y de Bolivia no tenemos en el Perú ni gobiernos pro-
gresistas ni movimientos indígenas. Esto resulta paradójico, por tratarse del
país con la más arraigada tradición de izquierda y con la más importante
población indígena en términos cuantitativos. Lo que se observa es la con-
tinuidad de la hegemonía neoliberal, en medio de un mar de conflictos y
protestas de los sectores populares, pero que todavía no muestran un nivel de
organización de alcance nacional. Es decir, todavía no aparece un proyecto
popular alternativo a la continuidad de la hegemonía neoliberal. Las múlti-
ples protestas locales no logran articularse en plataformas organizativas más
amplias, ni tampoco logran dar el salto hacia movimientos sociales nacio-
nales con liderazgos y discursos propios. Hay sin embargo dos ámbitos que
podrían permitir avances en dicho sentido: los cocaleros, aunque han sido
un poco eclipsados los últimos años, y las comunidades enfrentadas contra el
avance arrollador de las empresas mineras. Estos cambios ocurren asociados
a la manifestación de una novedosa revalorización de los pueblos y culturas
indígenas que, en el futuro cercano, podría ser la base para la formación de
un movimiento social indígena que responda a las particularidades del país.
Movimientos indígenas y poder
en los Andes*

Quiero iniciar esta comunicación planteando una


idea central: que la comprensión de los movimientos indí-
genas de los Andes requiere mirar más allá de las propias
sociedades indígenas. En las actuales sociedades andinas,
no es posible comprender el accionar de los movimientos
indígenas como resultado de un proceso de cambio que
afecta exclusivamente a las poblaciones indígenas. Por el
contrario, cabe plantear que los procesos actuales de mo-
vilización indígena son resultado de la transformación de
conjunto de aquellos países en los cuales existen pobla-
ciones indígenas. Esta hipótesis puede sintetizarse en un
planteamiento muy sencillo: las sociedades indígenas no
existen al margen de la situación que envuelve al conjun-
to de los países en que existen. Ello conduce a preguntar-
nos por la situación poscolonial específica de las socieda-
des indígenas en una región como los Andes. Al respecto,
cabe manifestar desde el inicio que, luego de varios siglos
de experiencia de dominación colonial y republicana, los
indígenas andinos exhiben una identidad que articula la
reivindicación de su identidad étnica, junto a la noción
de pertenencia a los países de los cuales hacen parte. De
allí que el surgimiento de movimientos indígenas en las

* Conferencia ofrecida en la Casa de América, Madrid, España,


diciembre de 2007, a propósito de la publicación del libro Rein-
ventando comunidades imaginadas. Movimientos indígenas, nación
y procesos sociopolíticos en los países centroandinos (Pajuelo, 2007).
Agradezco la invitación y palabras de presentación de Christian
Font, Director de la “Tribuna Americana” de la Casa de Améri-
ca, así como las conversaciones con Andrés Guerrero en torno al
tema.
391

últimas décadas, no plantea una situación de separatismo étnico frente a los


estados nacionales, tal ocurre en otras regiones del mundo, sino que implica
más bien un profundo cuestionamiento del modo de construcción histórica
de la nación, la democracia y la ciudadanía.

Movimientos indígenas y arenas nacionales


Lo que he mencionado resulta clave para comprender, asimismo, el tipo
de accionar político que emprenden los movimientos indígenas en sus res-
pectivas arenas políticas nacionales. Como ustedes saben, grosso modo se
puede reconocer una trayectoria de la movilización política indígena, que
va desde el surgimiento de organizaciones étnicas locales hasta la formación
de movimientos y organizaciones políticas indígenas de alcance nacional. Es
decir, las organizaciones indígenas se han convertido en actores políticos y
sociales de bastante importancia en los países. Incluso han logrado generar
crisis políticas que incluyeron el derrocamiento de presidentes, o han llegado
al poder electoralmente, como vemos ahora en el caso de Bolivia. Entonces
una primera idea, una llave de entrada para reflexionar sobre todo esto, es
que dichos fenómenos no son el resultado de la historia específica o particu-
lar de las sociedades indígenas, sino que más bien expresan la transformación
más amplia de las condiciones de dominación étnica en los respectivos países.
En segundo término, quisiera sugerir que resulta necesario afinar los
instrumentos, las herramientas con las que trabajamos a fin de discutir sobre
los movimientos indígenas. En ese sentido, me permito abrir aquí un pa-
réntesis de orden teórico, porque creo que muchas veces las respuestas a las
preguntas que nos planteamos dependen de las herramientas que utilizamos
para rastrear una respuesta. Pienso por ejemplo en la idea de movimiento
social. ¿A qué le estamos llamando movimientos sociales? En ese sentido,
¿hasta qué punto podemos hablar de los movimientos indígenas en tanto
movimientos sociales?
Otro asunto espinoso, que implica no solo aspectos teóricos, sino que
tiene importantes implicancias políticas, porque está asociado a un conjunto
de conflictos que han estallado en el mundo en los últimos años, es el uso de
categorías como nación, nacionalidades y nacionalismo. Me refiero concre-
tamente a que necesitamos tener mayores luces acerca de las razones por las
cuáles en algunas áreas del mundo se configuran nacionalismos étnicos que
desatan conflictos violentos, mientras que en otros lugares esto no ocurre así.
Es decir, la reivindicación de la diferencia étnica no siempre sustenta pro-
yectos de separatismo territorial, que eventualmente desatan conflictos étni-
cos violentos. Creo que la experiencia de América Latina, y particularmente
de los Andes, muestra justamente un caso de reivindicación de identidades
392

étnicas, en el cual se presenta la situación peculiar de que la demanda del


reconocimiento de la diferencia étnico-cultural, discurre o se desarrolla a
través de demandas más amplias de pertenencia, llámense nacionales, terri-
toriales o simplemente étnico-ciudadanas. Esto que a simple vista parece ser
un contrasentido -la confluencia de reivindicación étnica y nacionalismo o, si
se quiere, la articulación de conciencia étnica y conciencia nacional- es lo que
se encuentra en la base de la particularidad de los movimientos indígenas en
una región como los Andes.

Una movilización étnica peculiar


Al realizar una investigación reciente sobre las trayectorias políticas de
los movimientos indígenas del Ecuador, Perú y Bolivia, encontré justamente
que en todos los casos, a pesar de las diferencias existentes, podía rastrearse
una fuerte similitud: se trata de movimientos indígenas que, paradójicamen-
te, deslizan la reivindicación política de su etnicidad o indianidad, a través
del reclamo de derechos más amplios, de tipo ciudadano y nacional. Así, en
contextos de fuerte crisis política en los escenarios nacionales, los movimien-
tos indígenas logran ganar terreno, pero acaban asumiendo agendas mucho
más amplias, que rebasan largamente sus demandas étnicas. De allí el título
de un libro que he publicado recientemente: Reinventando comunidades ima-
ginadas (Pajuelo, 2007), pues lo que encuentro es que la demanda de recono-
cimiento de la diferencia étnica discurre junto a la reivindicación política de
derechos que podemos denominar ciudadanos. Sin embargo, lo interesante
es que tales demandas no se agotan en el molde liberal de la ciudadanía
moderna. En todo caso, se trata de demandas que sacan a discusión un viejo
tema, no solamente de las ciencias sociales sino más bien de la imaginación
política moderna: la posibilidad, el reto de construir democracias modernas,
que dejen margen al reconocimiento verdadero de las diferencias sociocul-
turales. Es decir, ¿cómo construir Estados que permitan que las diferencias
culturales tengan expresión política plena bajo condiciones de igualdad uni-
versal?
Se trata entonces de pensar cómo personas y colectividades diferentes
por razones de sus trayectorias históricas, y de sus rasgos socio-culturales o
étnicos, pueden tener participación plena en los Estados y en las democracias,
en condiciones de igualdad de acceso a deberes y derechos ciudadanos. Esta
cuestión aún se encuentra pendiente en América Latina. Y los movimientos
indígenas son nuevos actores sociales y políticos, que ponen otra vez en dis-
cusión este tema: el anhelo de construir sociedades democráticas, sociedades
modernas, pero que al mismo tiempo puedan dar espacio al reconocimiento
pleno de las diferencias socioculturales.
393

Comunidades imaginadas
Un libro muy importante para discutir al respecto, y que además marca
un quiebre en la discusión sobre los nacionalismos, es Comunidades Imagi-
nadas, del historiador y sociólogo Benedict Anderson (2000). Seguramente
muchos de ustedes lo conocen. Lo que Benedict Anderson sostiene es que las
comunidades imaginadas, las naciones, podrían ser pensadas como mecanis-
mos de construcción política de una pertenencia comunitaria a escala muy
amplia. Eso serían las comunidades nacionales, y el autor recurre a una serie
de instrumentos más precisos en su argumentación, a fin de explicar cómo
se producen las adhesiones nacionalistas. Es decir, ¿cómo podemos sentirnos
hermanados con gente a la cual ni siquiera conocemos? Pero la imaginación
de pertenecer a comunidades políticas amplias, estaría en la base de la for-
mación de las naciones soberanas. Se trata de comunidades en las cuales la
imaginación desborda los marcos políticos, y sus miembros se sienten miem-
bros de una realidad más amplia, comparten un sentido de pertenencia muy
profundo, incluso hasta el límite de poder dar sus vidas por dicha identidad.
Bueno, el libro de Anderson cambió los términos de la discusión sobre
nacionalismos y nacionalidades, al incorporar en serio la consideración de
los componentes culturales del nacionalismo y las naciones, entendidas jus-
tamente como artefactos culturales capaces de generar profundas identidades
políticas. A partir del impacto de las ideas de Anderson, se viene desarro-
llando un debate entre varias corrientes teóricas, que intentan releer la vieja
problemática de las nacionalidades, así como los estilos de formación de los
nacionalismos étnicos en diversas partes del mundo. Se trata de un tema de
larga data, que generó apasionados debates teórico-políticos, sobre todo al
interior del marxismo. Considero que los movimientos indígenas en América
Latina tienen que pensarse a la luz de este fructífero debate en torno a los na-
cionalismos y las nacionalidades; es decir, a partir de una nueva mirada de los
nacionalismos como fenómenos políticos, y de las naciones como instrumen-
tos culturales que contribuyen al surgimiento de movimientos sociales indí-
genas que -bajo determinadas condiciones- logran expresarse políticamente.
Pero hay una imagen distorsionada sobre los movimientos indígenas
de América Latina, según la cual estos movimientos serían similares a otros
casos de nacionalismo étnico asociados a demandas territoriales o religiosas,
y que a veces han culminado en experiencias violentas. Más bien, lo que la
experiencia latinoamericana muestra es una forma de construcción de dis-
curso étnico dirigido al reconocimiento de las diferencias al interior de los
Estados nacionales. Se trata pues de movimientos que buscan transformar
los Estados nacionales desde adentro. Esto resulta bastante peculiar. Por eso,
394

parafraseando el título de Anderson, planteo en mi libro (Pajuelo, 2007) que


si las naciones son comunidades imaginadas, entonces los movimientos indí-
genas de América Latina están reinventando dichas comunidades.

El escenario histórico: nación, ciudadanía y exclusión


Ahora, conviene considerar las peculiaridades históricas de la forma-
ción nacional y estatal en América Latina. Las comunidades imaginadas
latinoamericanas, se conforman como repúblicas muy tempranamente, en
las primeras décadas del siglo XIX, como resultado de las guerras de inde-
pendencia que afirman el modelo republicano a consecuencia de la diso-
lución del imperio hispánico. El republicanismo temprano que se afirmó
en América Latina, tuvo importantes activistas, que actuaron en medio de
una situación de mucha confusión. De hecho, en la experiencia de Perú,
de donde provengo, nada estuvo asegurado hasta tan tarde como la batalla
de Ayacucho de 1824. Y aún después, entre las opciones en juego la opción
republicana no era la única posibilidad. En esos años, puede encontrarse
una gama de orientaciones políticas, que incluyen diversos tipos de discursos
monárquicos, liberales y republicanos.
Pero el asunto es que el colapso del orden imperial después de 1808,
echó a andar los experimentos tempranos de naciones republicanas. Como
insiste actualmente la nueva historiografía política sobre las independencias
iberoamericanas, las naciones no causaron el derrumbe del imperio español
sino al contrario: fue la desintegración política imperial la que alumbró las
flamantes naciones.1 Por eso América Latina muestra la experiencia más tem-
prana, históricamente hablando, de construcción nacional, cosa que intriga
a Benedict Anderson en su libro, cuando llama la atención acerca de esos
“pioneros criollos” que impulsaron la formación de naciones independientes.
Pero eso se hizo de forma muy extraña, porque la inspiración liberal de
los patriotas y próceres en los flamantes países, cedió paso desde el inicio a
una situación de continuidad de los diseños coloniales. Ocurrió la construc-
ción de Estados republicanos teóricamente liberales, montados sobre la sim-
ple continuidad de la dominación colonial sobre las mayoritarias poblaciones
indígenas. Sociedades con densidades históricas excepcionales -con una larga
trayectoria histórica pre-hispánica y colonial- protagonizaron el experimento
de construcción de Estados republicanos culturalmente divorciados de sus
propios legados históricos. Esto vale sobre todo para espacios como los Andes
centrales y Mesoamérica, donde la densidad histórica se refleja rotundamente

1. Véase al respecto los trabajos de historiadores como Francois Xavier-Guerra y Antonio


Annino (Guerra, 2000; Annino y Guerra, 2003).
395

en la existencia de importantes poblaciones indígenas. En ese sentido, cabe


manifestar que tales experiencias de construcción nacional, podrían com-
pararse de mejor manera con las ocurridas en espacios históricamente equi-
valentes (pienso por ejemplo en el caso de La India). Ello permitiría notar
las diferencias del entronque entre el diseño estatal liberal, de un lado, con
aquellas sociedades y culturas con antiguas experiencias históricas asimiladas
a dicho modelo.
Dicho experimento fue tan pionero como arriesgado: construir socie-
dades republicanas de inspiración liberal, sobre la base de la continuidad de
las condiciones coloniales de la dominación social. Porque uno de los rasgos
centrales de América Latina es la permanencia de las formas de dominación
colonial aún después del término del colonialismo: se trata de sociedades en
gran medida coloniales, porque en ellas el poder sigue estando basado en la
prolongación de las exclusiones y desigualdades étnico-raciales de hechura
colonial. En referencia a esto el sociólogo Aníbal Quijano plantea la idea de
colonialidad del poder.2
El experimento liberal de creación de naciones republicanas, dejó tras
de sí una suerte de fracaso histórico. Porque evidentemente fracasó el anhelo
de construcción política de naciones modernas. Las poblaciones indígenas
jamás fueron asimiladas en condiciones de igualdad a los Estados naciona-
les. Los indios no fueron integrados en tanto ciudadanos semejantes a los
otros: sobre todo a los criollos descendientes de conquistadores y colonizado-
res. Dos aspectos de la construcción las naciones republicanas que muestran
claramente la desigualdad del acceso a ciudadanía, son el tributo indígena
y la participación electoral. El tributo fue suprimido tardíamente, bastan-
te después de la obtención de las independencias. En cuanto al derecho al
voto, a lo largo del siglo XIX se aprecia que la condición de ciudadanía con
plenos derechos electorales, estuvo restringida a una ínfima minoría de la
población. Requisitos o condiciones como ser propietarios, varones, vecinos,
alfabetos, entre otros, excluyeron de dicha condición a mujeres e indios. Y
aunque esto no significa que los indios o las mujeres hayan estado al margen
de la política -como nos enseñó bien Gramsci, los grupos subalternos actúan
por diversos medios en las luchas por poder y hegemonía-, concretamente
no podían ejercer el voto. Por cierto, en relación a esto cabe anotar que en
la discusión actual sobre la colonialidad del poder, hacen falta estudios que

2. La categoría de colonialidad del poder elaborada por Aníbal Quijano, describe la centrali-
dad de la raza y etnicidad como “lado oscuro” de la modernidad capitalista. Se trata de
una perspectiva teórica que nos permite comprender la lógica de funcionamiento histórico
del poder colonial y republicano, como parte de la reproducción del sistema mundial del
capitalismo moderno/colonial. Véase Quijano (2000).
396

aporten empíricamente el mejor conocimiento del empalme entre distintas


categorías de dominación, tales como el patriarcalismo y la exclusión étnica,
en el engranaje y reproducción de dicha colonialidad.
En lo que respecta a la población indígena, su exclusión de la ciudada-
nía fue uno de los principales mecanismos que permitieron la construcción
de naciones que apenas nominalmente eran republicanas y liberales. Porque
no solo prolongaron la dominación social de origen colonial sobre los indios,
sino que al mismo tiempo los dejaron por fuera de la ciudadanía política real-
mente existente. En Ecuador, por ejemplo, como muestran los valiosos tra-
bajos de Andrés Guerrero (2000), se impuso un régimen de “administración
de poblaciones”, que permitió al Estado liberal asegurar la dominación social
sobre los indios, dejándolos al mismo tiempo fuera del orden ciudadano. El
uso de formas de clasificación colonial, permitió entonces instaurar ciudada-
nías desiguales, que hicieron de la diferencia étnica -es decir, de la condición
culturalmente indígena- un factor que condenaba a los indios a la situación
de no-ciudadanos o infra-ciudadanos: personas consideradas de menor valor
que el resto debido a su condición sociocultural y racial. Este asunto aún
está pendiente en América Latina, y específicamente en sociedades como
las de los Andes, que cuentan con una importante población indígena que,
históricamente, ha sido víctima de dicha naturalización de la dominación y
explotación bajo las condiciones de la colonialidad del poder.

La novedad de la movilización política étnica


En las últimas décadas, apreciamos la novedad de la movilización social
y política de estas poblaciones indígenas, justamente a través de la reivindi-
cación de su condición étnica. Asistimos a un proceso de auto-organización
de quienes durante dos siglos fueron vistos como inferiores, y negados en su
condición sociocultural indígena por parte de los Estados. Los actuales mo-
vimientos indígenas, justamente cuestionan la primacía de un orden social de
exclusión, que fue el sostén de la construcción estatal republicana a lo largo
de los siglos XIX y XX. Por esa razón, plantean una transformación profunda
de dichos Estados, a través de nociones como plurinacionalidad e intercultu-
ralidad. Como ya he mencionado, se trata de una movilización social que no
aspira al separatismo étnico y territorial, sino que busca la modificación de
las estructuras de dominación desde adentro de los propios Estados.
Durante las últimas décadas, las poblaciones indígenas han generado
nuevas formas organizativas para la reivindicación de sus derechos. Se tra-
ta de una malla de organizaciones de distintos niveles territoriales, que van
desde lo local hacia lo regional, nacional y transnacional. Con base en esta
malla organizativa, han logrado dar el salto desde la arena social a la arena
397

política. A partir de la reapropiación de sus estructuras comunitarias de base,


es decir de sus modos tradicionales de organización social y política, han
logrado edificar una arquitectura de representación propia, que les permite
proyectarse en la esfera política pública de los distintos países. Aunque po-
demos notar diferencias de ritmo e intensidad de este proceso entre los paí-
ses, se trata de una tendencia que ha conducido a las organizaciones de base
territorial comunitaria a convertirse en movimientos sociales indígenas de
alcance regional y nacional, y posteriormente a asumirse como actores políti-
cos, incluyendo la formación de sus propias plataformas (tales como partidos
y movimientos políticos indígenas electorales). Así, desde las décadas de los
70s y 80s, hasta el presente, los movimientos indígenas han logrado una
proyección influyente en la escena política de los países, logrando inclusive
llegar al poder, como muestra la experiencia de Evo Morales y el Movimiento
al Socialismo en Bolivia.
Lo interesante es que esta irrupción política de los movimientos indíge-
nas, ha ocurrido de la mano con un discurso propio que retoma el anhelo de
transformación profunda de los Estados nacionales en un sentido intercultu-
ral y plurinacional. Se trata entonces de una valiosa experiencia colectiva de
movilización política basada en la identidad étnica, que apuesta por construir
sociedades democráticas a pesar de las largas herencias coloniales existentes
aún en los países andinos. En términos más precisos entonces: ¿Cómo ha
ocurrido esto? ¿Cómo han surgido los movimientos indígenas en las décadas
pasadas? ¿En qué consiste su proyecto de transformación plurinacional de los
Estados nacionales?

El contexto de los Andes centrales


Para abordar estas preguntas, me referiré sobre todo a la experiencia de
los países de la zona central de los Andes. Es decir Ecuador, Perú, Bolivia y en
menor medida Colombia. Una primera idea fundamental, es que los movi-
mientos indígenas son resultado de una acelerada transformación del conjun-
to de estas sociedades, y no solamente de sus poblaciones indígenas. Uno de
los rasgos importantes de esta transformación del conjunto de los países, es el
cambio de las estructuras de poder en las zonas rurales. Las reformas agrarias
aplicadas país por país -Perú tuvo una de las reformas agrarias más fuertes-
trajeron como consecuencia la desaparición de la clase señorial terrateniente.
Es decir, de los herederos de esos pioneros criollos que fundaron las naciones,
a los cuales se refirió Benedict Anderson. Fueron quienes tuvieron como una
de sus fuentes de poder el control de la tierra, junto al control de la fuerza de
trabajo de los indios para la producción de esas tierras. Ese poder económi-
co y social, junto al control del Estado, conformaron un orden republicano
398

aparentemente liberal, pero que en realidad prolongó viejas formas de ex-


clusión sobre los indios y sus comunidades. Los Estados oligárquicos de los
siglos XIX y XX, son una muestra elocuente de dicha situación.
Las reformas agrarias del siglo XX cambiaron radicalmente dicho or-
den. En Bolivia, la revolución de 1952 tuvo como ingrediente una reforma
agraria que extendió la sindicalización en el campo. En Ecuador, entre las dé-
cadas de 1960 y 1970 se aplicaron reformas tímidas, pero que modernizaron
las zonas rurales, permitiendo una mayor presencia del Estado. En Perú, la
reforma agraria aplicada en 1969 por un gobierno militar progresista, fue una
de las más radicales, pues desapareció completamente a la clase terrateniente
señorial. A diferencia de estas experiencias, en el caso de Colombia no hubo
una reforma agraria, hecho que se encuentra entre las razones de la violencia
política que hasta la fecha enluta a dicho país.
En general, lo que se puede notar en los Andes centrales, es la aplicación
de reformas sobre la propiedad de la tierra y las relaciones de servidumbre, las
cuales se implementaron como parte de un contexto de acelerada moderni-
zación. Esto se puede ver en datos muy simples. Por ejemplo, la variación de
la relación entre lo rural y lo urbano. Antes de las reformas agrarias, hacia la
década de los 40s del siglo pasado, en el Perú el total de la población rural era
de 70% y la población urbana el 30%. En apenas tres décadas esta situación
se invierte: en los 70s el total de la población rural disminuye al 30% mien-
tras que la población urbana alcanza el 70%. Tal transformación, ocurrida
merced a intensas migraciones campo/ciudad, así como a una modificación
acelerada de los patrones de poblamiento, estuvo acompañada de otros pro-
cesos: incremento de vías de comunicación como las carreteras, incremento
de acceso a medios de comunicación como la radio y televisión, junto a una
paulatina expansión de la presencia del Estado. Es decir, una modernización
y dinamización de las amplias zonas rurales de estos países, donde habitaban
fundamentalmente las poblaciones indígenas.
Los movimientos indígenas surgen en este contexto de intensos cam-
bios ocurridos en los países desde la segunda posguerra. No son el resultado
de la permanencia sin cambios, a lo largo del tiempo y de la historia, de las
poblaciones indígenas. Son más bien el resultado del impacto de dichos cam-
bios, porque se trata de pueblos que no se encuentran al margen, en situación
de absoluto aislamiento.3

3. Esa situación corresponde únicamente a los actuales pueblos en aislamiento voluntario,


que existen sobre todo en países como Perú y Brasil.
399

Entre los factores que permitieron el surgimiento de organizaciones


podemos destacar la aparición de una generación de dirigentes indígenas.
Una élite de intelectuales y políticos indígenas, que comienza a militar en las
flamantes organizaciones étnicas. Se trata de un sector de la población indí-
gena, que logró acceder a educación, y en algunos casos incluso dejan total o
parcialmente el trabajo de la tierra. Son estos intelectuales, quienes comien-
zan a imaginarse como miembros de una comunidad étnica más amplia que
la de sus comunidades, y distinta a los Estados nacionales. Ejemplo de ello es
el caso de los dirigentes indígenas ecuatorianos, quienes comienzan a sentirse
como miembros de algo llamado una nacionalidad propia (llámese Shuar,
Quichua, Waorani, entre otras). Estos intelectuales elaboran entonces un do-
ble discurso: imaginan comunidades étnicas y al mismo tiempo plantean
ideas de transformación de los Estados nacionales. Se establece así una forma
de reivindicación política de la pertenencia étnica, pero que no conduce al
separatismo respecto a los Estados nacionales, sino que se desenvuelve más
bien a través de la reivindicación de la condición de ecuatorianos, bolivianos,
peruanos o colombianos.
En esto consiste, en mi opinión, el rasgo más importante de los movi-
mientos indígenas andinos y latinoamericanos para la discusión más amplia
sobre el nacionalismo, etnicidades y la construcción de Estados modernos.
Es decir, los movimientos indígenas latinoamericanos despliegan sus etni-
cidades, echan a andar los reclamos de reconocimiento de sus diferencias, a
través de la demanda de participación plena como miembros de sus países,
en tanto sujetos políticos, en tanto ciudadanos de pleno derecho. Se trata en-
tonces de una politización de la etnicidad que conduce a una reformulación
de la ciudadanía. En ese sentido, autores como el antropólogo peruano Ro-
drigo Montoya (1992), plantean la existencia de una “ciudadanía étnica”, la
cual brindaría sustento y horizonte a la movilización indígena de las ultimas
décadas.

Semejanzas y diferencias de la movilización étnica


Me gustaría plantear a partir de esto, dos aspectos de discusión que
se encuentran relacionados pero que corresponden a distintos procesos que
entran a tallar en la constitución de los movimientos indígenas. De un lado,
desde la segunda mitad del siglo XX, apreciamos transformaciones sustan-
ciales en las estructuras de poder rural, y en las formas de dominación étnica
vigente en los países sobre las poblaciones indígenas. Algunos autores plan-
tean que se configura así un contexto de vacío de poder, que poco a poco
400

resulta reemplazado por la emergencia de las organizaciones étnicas.4 Otros


autores muestran cómo el descubrimiento de la condición indígena ocurre
mediante experiencias como la migración laboral o educativa, en contextos
en los cuales los indígenas comienzan a resistir la discriminación de la cual
son objeto, reivindicando su diferencia.5 Así, lo que ocurre es que por di-
ferentes vías, en un contexto de modernización acelerada de los países, los
estigmas que son objeto de la discriminación étnica y racial, comienzan a ser
convertidos en símbolos: en referentes que sustentan una nueva formulación
de identidad. Esta reapropiación es la que realizan intelectuales indígenas,
trabajadores migrantes, estudiantes residentes en las ciudades, pero sin duda
también ocurre lo mismo en las propias comunidades rurales. El resultado,
sobre todo en las décadas de los 70s y 80s, fue la multiplicación de una malla
de nuevas organizaciones étnicas, que poco a poco fueron articulándose en
plataformas de mayor alcance social y territorial. Se logró configurar así una
estructura de movilización política sumamente eficaz, por estar basada en las
organizaciones comunitarias de base, que poco a poco gana espacios de po-
der en el campo, e incluso confronta a las organizaciones anteriores, muchas
de ellas provenientes de la izquierda clasista.
Sin embargo, las diferencias de este proceso entre los países también
resultan notables. Por ejemplo, mientras que en Ecuador, con la formación
de la CONAIE en la década de 1980 se logra articular un movimiento so-
cial de alcance nacional, en Bolivia se aprecia más bien que se desarrollan
múltiples movimientos indígenas con distintos niveles de anclaje territorial
y socio-cultural. En el Perú, en cambio, en las mismas décadas solamente en
la Amazonía tiene lugar la formación de organizaciones étnicas similares,
mientras que en la sierra se aprecia que la reivindicación de la identidad no
logra desplegarse en el ámbito político público. Esto ha conducido a algunos
autores a hablar de un retraso de la movilización étnica en Perú (Albó, 1991),
pero es más interesante considerar las diferencias de ritmo e intensidad de la
movilización étnica entre los distintos países. En ese sentido, lo que ocurre en
la sierra de Perú puede comprenderse como una forma distinta de expresión
de la identidad étnica (Degregori, 1993).

4. Véase al respecto, para el caso de Ecuador, los trabajos de Guerrero (1993) y Zamosc
(1993).
5. Véase para Ecuador la experiencia de los migrantes de la sierra hacia destinos como Guaya-
quil, estudiados por Carola Lentz (1997). En Bolivia, el trabajo de Hurtado (1986) ilustra
sobre la migración educativa hacia ciudades como La Paz, donde los artistas y estudiantes
indígenas se redescubren como aymaras y quechuas ante la fuerte discriminación. Muchos
de estos migrantes, al retornar a sus comunidades se convierten en los activistas o militan-
tes que impulsan la formación de las organizaciones étnicas.
401

El “estilo” de dominación étnico-racial vigente en el Perú, ha limitado


la posibilidad de la politización de las diferencias étnicas. De modo que los
campesinos indígenas se ven empujados a manifestar su orgullo como que-
chuas o aymaras en los espacios privados, sin proyectarlos hacia la esfera pú-
blica, donde más bien tienden a ocultarlos debido a la fuerte discriminación.
Entonces, en vez de una ausencia de identidad étnica, lo que se aprecia en
Perú es el influjo de una configuración peculiar de la dominación étnica. Si
bien es innegable que los campesinos indígenas quechuas o aymaras tienen
orgullo de esa condición, al mismo tiempo anhelan alcanzar igualdad y pro-
greso, aún a costa de ocultar o negar dicha identidad. Este proceso lo vimos
por ejemplo a lo largo del siglo XX, en que en Perú se desarrollan intensas
luchas campesinas por acceso a tierra o educación, sin que necesariamente
se despliegue la politización étnica. La identidad y la condición cultural in-
dígena, jugaron sin duda un papel importante en dichos movimientos. Se
requiere entonces considerar los procesos históricos de identificación étnica,
que pueden tener distintos sentidos en determinados momentos. Justamente
en Perú, en las décadas de los 60s y 70s, en medio de un intenso ciclo de
luchas campesinas por la tierra, resultó predominante un proceso de desindi-
genización que condujo a hablar de fenómenos como la cholificación.6 Pos-
teriormente, mientras que en Ecuador y Bolivia se forman las organizaciones
étnicas, en Perú ocurre una guerra interna con el saldo de aproximadamente
70,000 muertos, la gran mayoría de ellos indígenas. La transformación de
las estructuras de poder en el campo, no condujo entonces a una politización
pública de la identidad indígena, a diferencia de lo ocurrido en los países
vecinos.
Es recién en los últimos años que se pueden apreciar en Perú algunas
novedades alrededor de la politización de lo étnico. De un lado, han subsis-
tido las organizaciones amazónicas conformadas en las décadas anteriores,
sobre todo la Asociación Interétnica de la Selva Peruana (AIDESEP), que
sigue siendo la más importante, pues incluye decenas de federaciones étnicas
de los distintos pueblos amazónicos del país. De otro lado, se aprecia en la
sierra la formación de nuevas organizaciones que reivindican la identidad
étnica, como es el caso de la Confederación Nacional de Comunidades Afec-
tadas por la Minería. En este caso, se trata de una organización que aspira a
congregar a las centenares de comunidades afectadas por la expansión de las
actividades mineras, alrededor de un discurso que enfatiza el respecto a los

6. Véase el clásico texto de Aníbal Quijano sobre el proceso de cholificación (Quijano, 1980).
Este autor observó justamente que no existía liderazgo indígena sino más bien “cholo” en
la movilización campesina por la recuperación de las tierras.
402

derechos colectivos y el territorio. En tercer lugar, en términos más amplios,


se podría decir que en Perú se aprecia una mayor importancia de los ingre-
dientes culturales y étnicos, como muestra la elección de presidentes que
utilizaron membretes étnicos, como el “chino” Fujimori en 1990 y el “cholo”
Toledo el año 2001. El escenario político peruano de estos días, muestra una
miríada de organizaciones que apelan al uso de denominaciones en idiomas
indígenas, en condiciones de una fuerte crisis de representación política, pues
ya no existen partidos de alcance nacional.

Bolivia
El caso de Bolivia resulta sumamente ilustrativo. ¿Qué es lo que pasa
en Bolivia? Quiero ser muy sintético y claro respecto al caso boliviano. La
sociedad boliviana es seguramente, entre los países latinoamericanos, una
de las sociedades con la mayor impronta colonial. No por gusto fue la sede
del famoso cerro rico de Potosí, de donde salieron ingentes cantidades de
minerales. Ese carácter se expresó en la brutal exclusión de la población in-
dígena, en un país como Bolivia donde, a diferencia de otros países, los in-
dios conforman una clara mayoría. En Bolivia el total de población indígena
bordea el 60 a 70% del total de la población. En Perú alrededor del 30%.
En Ecuador alrededor de 15%. Es pues en Bolivia donde podemos reconocer
una mayoría indígena. A pesar de ello, los indígenas quedaron al margen de
la participación como sujetos políticos ante el Estado boliviano.
Tres elementos configuran el contexto cultural y político de la historia
boliviana contemporánea; es decir, moldean el escenario de imaginación po-
lítica y la formación de discursos. Se trata, primero, de un fuerte sentimiento
o conciencia nacionalista. Una conciencia de reivindicación de algo llamado
la patria boliviana. Dicha conciencia es resultado de las experiencias de gue-
rra. Pero no me refiero a las guerras de independencia y otras en la primera
mitad del siglo XIX que terminaron de separar a Bolivia y Perú. Pienso más
bien en la guerra del Pacífico entre Bolivia, Perú y Chile, ocurrida desde
1879, y también en la Guerra del Chaco en los años 30, contra Paraguay. En
ambos casos Bolivia sufre dolorosas pérdidas territoriales. Estas experiencias
son las que asientan en los distintos sectores del país una fuerte conciencia
nacionalista territorial, la cual se expresa en demandas como la del acceso
al mar en condiciones de plena soberanía. Durante la revolución boliviana
de 1952, se notó claramente cómo estas demandas nacionalistas fueron un
ingrediente activo de dicha revolución. Como que tres décadas después, los
sectores populares bolivianos intentaron arreglar cuentas por la derrota del
Chaco. Es así como dicho acontecimiento se vio acompañado de un piso
403

nacionalista, de un sentimiento de pertenencia nacional compartido por to-


dos, indios y no indios, que resulta de la dolorosa historia de las guerras.
Un segundo elemento es el fuerte sentido común del antiimperialismo
boliviano. Esto tiene un componente clave en la idea de que Bolivia fue y
es un país muy rico, con muchas riquezas, sobre todo naturales. El ejem-
plo favorito al hablar de ello son las riquezas minerales, que tienen como
ejemplo mayor al “cerro rico” de Potosí. Pero también figuran otras riquezas
recientemente descubiertas, tales como los hidrocarburos. El sentido común
antiimperialista, enfatiza que a pesar de sus riquezas, Bolivia es un país pobre
debido a que siempre ha sido expoliado por potencias externas, o por grupos
de poder extranjeros que se han llevado los recursos del país. Se trata de un
discurso antiimperialista que creo que en ningún país cercano tiene tanto
arraigo, pues configura un sentido común que es en gran medida anti “grin-
go”, antinorteamericano.
Un tercer elemento es la idea de que en el país subsiste un fuerte co-
lonialismo interno. Esta idea de colonialismo interno, tiene en Bolivia una
trayectoria intelectual muy larga. Desde inicios del siglo XX, algunos intelec-
tuales bolivianos comienzan a hablar de la continuidad de la situación colo-
nial. Es decir, la idea de que Bolivia es una sociedad colonial, aún después de
que la colonia finalizó en términos formales y cronológicos. Posteriormente,
en las décadas de los 60s y 70s, nuevamente algunos intelectuales críticos
como René Zavaleta, u otros vinculados a movimientos como el katarismo,
vuelven a enfatizar el colonialismo interno de la sociedad boliviana.
Estos tres elementos tan influyentes de la conciencia y el sentido co-
mún bolivianos, encuentran un momento de especial importancia durante
la Revolución de 1952, pues se convierten en los ingredientes que impulsan
las cosas hacia una refundación nacional, hegemonizada en ese momento por
el MNR con un claro contenido corporativista. Posteriormente, durante la
década de 1980, en que Bolivia retorna a un régimen democrático y es vista
como modelo de sucesión electoral a diferencia de sus vecinos, nuevamente
vemos estos elementos concatenados. Se forma así un régimen de transición
a la democracia conocido como “pactismo”, debido a que se constituye por
la alianza entre un grupo de actores políticos que aseguran cierta estabilidad
al conjunto, pero manteniendo para sí el control del poder. El límite de este
régimen fueron los problemas de implementación de reformas neoliberales.
No olvidemos que Bolivia fue uno de los primeros países en que se imple-
mentaron reformas neoliberales. El pactismo boliviano se fue desgastando a
medida que se manifestaban resistencias antineoliberales, junto a un deterio-
ro de la alianza de élites que lo sostenía. Eso termina de hacerse visible hacia
el final de la década de 1990. En esos años de vigencia del pactismo, hay
404

una transformación muy fuerte de la sociedad boliviana. En primer lugar,


ocurrió el declive del sector minero. El conjunto de la economía boliviana
había girado en torno a la explotación minera, la cual sustentó la formación
de una importante clase obrera, la cual fue destrozada en la década de 1980
como efecto de las reformas neoliberales. Alrededor de 30,000 trabajadores
mineros bolivianos perdieron sus puestos de trabajo y tuvieron que volver a
su condición de campesinos, o engrosar el sector popular urbano en ciudades
como La Paz o Cochabamba. La histórica clase obrera boliviana desapareció
casi de un plumazo, como efecto de la crisis de la economía de exportación
de minerales que había sustentado al Estado desde su creación. Y los obreros
bolivianos, con una larga tradición y una excepcional formación política, se
vieron de pronto arrojados de vuelta a sus comunidades, a los barrios urba-
nos, o también a las zonas de producción de coca. De hecho, se expandió así
el sector cocalero, que posteriormente dio origen al MAS.
En el marco de la neoliberalización boliviana, entonces, hay una re-
composición social muy profunda, que incluye además la formación de una
nueva territorialidad en el país. El altiplano, que había sido el principal nú-
cleo de poblamiento y acumulación, finalmente termina de ser desplazado
por la región amazónica, con Santa Cruz a la cabeza. Este proceso se había
iniciado en la década de los 50s, a través del impulso estatal a la formación
de un flamante polo económico. El propio Estado boliviano invirtió durante
esa década mucho dinero en el desarrollo de la burguesía cruceña, pero hacia
el final de siglo se hizo evidente que Santa Cruz significa una nueva división
regional y territorial en el país.
A partir de los 90s, lo que se ve en Bolivia es una dramática desarticula-
ción económica, hecho que permite a nuevos actores entrar al escenario. Ante
el declive de la clase obrera minera, emergen entonces nuevos actores popula-
res, sobre todo campesinos e indígenas. Es especial el caso de las comunida-
des indígenas u originarias, pues se trata de un proceso de reconstitución de
las mismas, que ocurre a través del desmontaje de las estructuras sindicales
corporativas, las cuales son reemplazadas por formas organizativas origina-
rias reinventadas o redescubiertas. Esto ocurre tanto en el altiplano aymara
como en otras zonas del país con campesinado fundamentalmente quechua,
y da origen a la formación de nuevas organizaciones indígenas basadas en las
comunidades territoriales de base y la recuperación de sus autoridades origi-
narias, articuladas nacionalmente por la CONAMAQ. Otro sector funda-
mental fue el de los cocaleros, que desde los valles de Cochabamba lograron
proyectar sus demandas a un nivel mucho más amplio, debido a la importan-
cia demográfica y económica que alcanzó este sector al final del siglo XX, y
gracias a la unión de las distintas federaciones cocaleras en una sola central
405

nacional. Asimismo, cabe destacar la emergencia de los pueblos amazónicos,


que se expresaron mediante flamantes organizaciones, las cuales evidencia-
ron el hecho de que Bolivia no es un país exclusivamente andino, sobre todo a
partir de la formación de la CIDOB. En todos estos casos, lo que apreciamos
es el surgimiento de intelectuales y dirigentes que protagonizan la reivindi-
cación de plataformas particulares, pero que al mismo tiempo demandan la
transformación de la pertenencia a la nación boliviana “desde adentro”.
Y aquí entran a tallar más claramente los tres elementos que he men-
cionado. Con la crisis del pactismo, se aprecia en Bolivia una crisis de lo na-
cional que paradójicamente se expresa en un fuerte sentimiento nacionalista,
unido a la defensa de los recursos naturales y a demandas históricas como
el acceso al mar. Uno de los puntos principales es el asunto del gas y los hi-
drocarburos. El descubrimiento reciente de ingentes cantidades de reservas
de gas, planteó un fuerte debate al respecto: ¿Qué hacer con el gas? ¿Cómo
evitar otro capítulo de la historia de expoliación de los recursos nacionales?
¿Es viable exportar el gas por puertos chilenos? Ante esta última opción hubo
una oposición muy fuerte, y allí se dejó notar este factor especial que es el
nacionalismo de sentido antiimperialista del cual les hablaba. El bloqueo po-
lítico al cual entró el país debido al colapso del pactismo, permitió además un
auténtico desembalse social, que fue evidente con sucesos como la “guerra del
agua” de inicios del 2000 en Cochabamba. A partir de allí, en otras zonas,
tales como el altiplano aymara o la inmensa periferia urbana indígena que
es El Alto de La Paz, se dejó notar la fuerza de la movilización autónoma del
pueblo boliviano. Comuneros indígenas y pobladores urbanos también indí-
genas, fueron los actores centrales de un ciclo muy intenso de movilización
social, que aceleró el colapso del sistema de partidos del pactismo, y hundió
al país en una situación de grave crisis política y social. Lo que se aprecia en
Bolivia en la primera mitad de la década del 2000, es justamente el protago-
nismo de lo social -merced a la expresión de múltiples movimientos sociales
con capacidad de jaquear al Estado- y el derrumbe de un orden político que
se reflejó en la remoción sucesiva de los presidentes Gonzalo Sánchez de Lo-
zada y Carlos Mesa Gisbert.
En ese contexto aparecen el liderazgo de Evo Morales y el MAS. La
figura de Evo Morales no es resultado de un discurso étnico exclusivista, es
decir para los indios solamente, como podría pensarse desde fuera de Bo-
livia. No es resultado de una agenda particularista, ni de un proyecto de
separatismo o división nacional. Por el contrario, es más bien el resultado de
la capacidad política de una generación de dirigentes sociales, junto a inte-
lectuales y técnicos de clase media, para impulsar un proyecto de salvación
nacional. Este es el núcleo que da forma al MAS: la alianza entre dirigentes
406

sociales populares, intelectuales progresistas, activistas urbanos, técnicos o


tecnócratas desencantados del neoliberalismo y una nueva hornada de diri-
gentes indígenas.
La trayectoria política de Evo Morales tiene un punto de inflexión im-
portante el año 2002, en que logra una alta votación que lo catapulta como
líder nacional. A partir de entonces, en medio de una grave crisis política
nacional, Evo Morales plantea reconstruir y refundar el país desde una óptica
indígena, encontrando una oposición doble, compuesta por la clase política
subsistente del pactismo, de un lado, y de otro por la burguesía de Santa
Cruz. En los últimos años, esto conduce a una paulatina territorialización o
regionalización del conflicto social y político boliviano, entre el Occidente y
el Oriente del país. Bolivia se encuentra por eso francamente divida entre dos
bloques sociales, políticos y territoriales distintos.
No sabemos cómo se resolverá el actual entrampe político que presenta
Bolivia. El último capítulo del mismo ha sido la aprobación de la Constitu-
ción. Se suponía que la Constituyente, que fue una de las promesas electora-
les de Evo Morales, iba a lograr formular una Constitución legítima, política-
mente hablando, para la refundación nacional. Vencido el plazo para ello en
agosto, la Constitución no estaba elaborada. Se amplió el plazo a diciembre,
y en Sucre, que es el lugar donde funcionaba la Constituyente, se generó un
rechazo rotundo a los intereses de La Paz por retener los poderes del Estado.
Ello ha acentuado la confrontación regional. Fue además el detonante que
generó la movilización de la población de Sucre, y el bloqueo de la propia
Constituyente. Finalmente, a pocas semanas del cumplimiento del plazo pre-
visto, el gobierno optó por marchar adelante y aprobó la nueva Constitución
sin presencia de la oposición, en un cuartel militar. En mi opinión, se hizo
esto sin medir suficientemente las consecuencias. Pero de otro lado, era evi-
dente que se requería destrabar la situación generada.
Como resultado de ello, Bolivia tiene actualmente Constitución legal,
pero no plenamente legítima en términos políticos. Asimismo, se puede no-
tar un giro en el régimen de Evo Morales que no resulta auspicioso, porque
no es un giro plenamente democrático. En medio de toda esta situación, los
movimientos indígenas se han convertido en uno de los actores principales.
Porque se trata del sector que muestra la mayor capacidad de movilización y
protesta. La extraordinaria autonomía de los movimientos sociales en Bolivia
se arraiga en una larga tradición histórica de predominancia de la sociedad
sobre el Estado, y los movimientos indígenas -con su base comunitaria y
territorial- son justamente el sector social que puede tener mayor margen de
maniobra en una situación como la del presente.
407

Por esa razón, existe ahora una suerte de alianza ambivalente entre el
gobierno de Evo Morales y los movimientos indígenas. Es una alianza que
en realidad envuelve una situación tirante, pues algunos movimientos man-
tienen una relación tensa con el gobierno, que en momentos específicos llega
a ser de franca oposición y enfrentamiento. En cambio un sector como el
cocalero se ha convertido sin duda en el principal sostén social del régimen.
Al mismo tiempo, el conjunto de los movimientos indígenas se oponen al
proyecto autonomista de la burguesía de Santa Cruz.
Lo que quieren los cruceños es mantener el orden de cosas que les ha
permitido convertirse en una región poderosa económicamente. Es decir,
mantener el modelo que para el conjunto del país no funcionó. Entonces esta
situación en Bolivia es sumamente riesgosa. El bloqueo político que existe
actualmente puede tener varias posibles salidas. Una opción es que pueda
estallar una salida de ribetes violentos, lo cual sería muy triste. La otra es que
el gobierno ceda, retroceda un poco, que al mismo tiempo las élites puedan
sentarse a conversar y establezcan una salida negociada y pacífica. Creo que
es la única posibilidad de que las cosas no se desborden: que las élites, in-
cluyendo a los nuevos actores que son los movimientos indígenas, busquen
salidas de conjunto para evitar otras situaciones de conflictividad.
Entonces esa es la situación en Bolivia: el entrampamiento de un proce-
so complejo de transformación del conjunto del país, en cuyo marco irrum-
pen los movimientos indígenas como actores con capacidad de influencia
política de alcance nacional. No ocurre, pues, que los movimientos indígenas
sean una expresión de la simple prolongación de las poblaciones indígenas
del pasado. Es decir, no hay algo como una herencia indígena intocada por la
modernidad, merced a que lo indígena se habría mantenido como tal durante
miles de años de historia autónoma, colonial y republicana. No es así. Esto
ocurre solamente en el discurso esencialista de algunos. Los movimientos
indígenas reales de la Bolivia actual, tienen que ver más con la constante ade-
cuación de las sociedades indígenas al contexto político más amplio del cual
hacen parte. En las últimas décadas, este contexto nacional es sacudido por
profundas transformaciones que han colocado a los movimientos indígenas
en el primer plano del escenario.
Entonces, hay un contexto político mayor que posibilita el ascenso in-
dígena, que consiste en la crisis del vínculo entre sociedad y política en el
país. En este marco, el movimiento indígena articulado por distintas orga-
nizaciones, se convierte en un actor con mucho protagonismo, y Evo Mo-
rales aparece como el líder convocado no solamente a remontar la crisis y el
colapso político, sino a refundar el país. Es de esa manera que Evo Morales,
408

desplegando una plataforma política de tipo nacional, no de tipo étnico sola-


mente, logra llegar al poder el año 2005.
Insisto en esta idea: lo que permite al MAS y Evo Morales llegar al
poder, no es una plataforma étnica exclusivista sino más bien el ofrecer un
horizonte de recomposición y reconstrucción nacional. En este sentido, po-
demos apreciar bastante semejanza con lo ocurrido en Ecuador, donde Rafael
Correa ofrece también una reconstrucción nacional. Pero en el caso ecuato-
riano se trata de una agrupación política que expresa más bien el ascenso pro-
tagónico de clases medias y populares, en gran medida de extracción urbana.

Ecuador
Quisiera culminar diciendo algo más en relación a la situación de Ecua-
dor. A diferencia de Bolivia, en este país desde la década de 1970 se conformó
un movimiento indígena que logró unificarse en torno a la CONAIE, cons-
tituida en 1986. En 1990 la CONAIE pasa a convertirse en un influyente
actor político, merced a la realización del primer levantamiento indígena.
Este levantamiento obligó al gobierno de entonces a negociar de igual a igual
con la dirigencia indígena en torno a un conjunto de demandas recogidas
en el “Mandato por la vida”. ¿Qué era lo fundamental de este mandato? El
reconocimiento del pleno derecho de los indígenas a ser ciudadanos del país.
Es decir, más que un intento de separación o divorcio de los indígenas res-
pecto al Ecuador, se trata de una propuesta de reformulación de su manera
de pertenecer al Estado ecuatoriano.
En 1996, seis años después del levantamiento de 1990, se forma el Mo-
vimiento Pachacutik, nombre del partido político de la CONAIE que logra
obtener el 10% de la representación parlamentaria en el país. Es decir, se
trata de un actor político nuevo de mucha importancia. Pero como vimos
en Bolivia, la movilización indígena no depende solo de factores internos,
sino sobre todo de los acomodos y reacomodos de lo étnico en el contexto
del conjunto más amplio que es lo nacional. En Ecuador, también la crisis
del sistema político, junto a una grave crisis económica, resultó un factor que
influyó notablemente en la resistencia antineoliberal indígena. Parte de ello
fue la caída del presidente Abdalá Bucaram en 1997, así como la formación
de una Asamblea Constituyente que por primera vez incorpora formalmen-
te el reconocimiento de los derechos indígenas. Pero la situación se agravó
aceleradamente, al punto de que el 21 de enero del 2000, ocurre el colapso
democrático con la caída del presidente Jamil Mahuad. Esto en medio de la
escalada de una crisis económica sin precedentes. Lo ocurrido ese día es uno
de los enigmas más interesantes de la historia ecuatoriana reciente. Porque
ocurrió que se llevó a cabo un golpe de Estado contra el presidente Mahuad,
409

y luego un contragolpe de Estado dirigido a restaurar el orden de cosas. El


movimiento indígena terminó siendo un actor protagónico de estos suce-
sos, al punto de que el propio presidente de la CONAIE, Antonio Vargas,
fue integrante del triunvirato que por algunas horas reemplazó al destituido
Mahuad. En esa condición, ocurrió que en plena “plaza grande” de Quito,
Vargas y otros miembros del triunvirato anunciaron el inicio de un gobierno
de transición, el cual en la práctica estaba encabezado por el presidente de la
CONAIE. Sin embargo, lo ocurrido en las horas posteriores, en plena ma-
drugada, fue un contragolpe orquestado por sectores de las fuerzas armadas
opuestos a la rebelión de los coroneles -entre ellos Lucio Gutiérrez-, que había
sacado del poder a Mahuad. Al amanecer, era muy triste el espectáculo de
juramentación de un nuevo gobierno, mientras los dirigentes indígenas y los
militares insubordinados contra Mahuad resultaban presos o perseguidos.
Lo ocurrido posteriormente en el país, ha sido el fracaso del escena-
rio dibujado el 21 de enero del 2000. El ascenso de un sector de militares
“progresistas” dirigido por Lucio Gutiérrez, que en alianza con un sector del
movimiento indígena logra llegar al poder, pero fracasa en el intento de lle-
var adelante un verdadero gobierno de reconstrucción nacional. En Ecuador,
de manera semejante a Bolivia, el movimiento indígena logró posicionar un
discurso que ofrecía una alternativa nacional para la salida de la crisis en que
se encontraba el conjunto del país. Sin embargo, en mi opinión se trató de un
discurso sobredimensionado. Es decir, las expectativas políticas respecto al
movimiento indígena eran demasiado grandes frente a la capacidad política
del propio movimiento para gobernar el país. Más aún en condiciones de una
alianza con un sector de militares como el que representaba Lucio Gutié-
rrez, que en el fondo resultaban completamente ineptos de cara a la gravedad
de los problemas económicos, sociales y políticos del país. Fue así como el
desgaste político del cogobierno entre Gutiérrez y el movimiento indígena
resultó acelerado. Esto estuvo acompañado de una crisis interna muy fuerte
del propio movimiento indígena. La CONAIE enfrenta problemas serios de
legitimidad que han alejado a la dirigencia respecto a las comunidades rura-
les, las cuales conforman su base real de movilización.
Ante el fracaso del régimen de Gutiérrez, la crisis del movimiento indí-
gena y el agravamiento de la crisis nacional, lo que ocurrió los años anteriores
fue el ascenso de las clases medias, sobre todo quiteñas, movilizadas en pos
de un proyecto de refundación nacional. Se trata de la aparición de un actor
nuevo e inesperado en la política ecuatoriana: clases medias movilizadas en
contra de la ineptitud del régimen de Gutiérrez, exigiendo su renuncia. Esta
crisis ocurrida el año 2005, abrió el espacio para la irrupción de Rafael Co-
rrea. Se trata entonces de un tipo de liderazgo plebiscitario completamente
410

diferente al que representa Evo Morales, aunque hace parte de los denomi-
nados “gobiernos progresistas”. El de Rafael Correa es un gobierno “progre-
sista” que recoge buena parte del discurso indígena, pero que no tiene una
alianza con el movimiento indígena ni ha incorporado a líderes indígenas.
Por el contrario, es un régimen bastante crítico del movimiento indígena,
que encuentra cierto eco en un contexto de crisis interna de sus organizacio-
nes, y especialmente de la CONAIE. Se trata de un nacionalismo progresista
de clases medias y capas populares movilizadas, en torno a la figura de Rafael
Correa. Esto representa entonces, más que una continuidad, una ruptura
respecto al proceso que protagonizaba el movimiento indígena. De allí la
relación tirante entre el gobierno y las organizaciones indígenas, sobre todo
la CONAIE porque otras han sido fácilmente cooptadas.
De otro lado, como en Bolivia, en Ecuador el gobierno se embarca en
la aventura de una Asamblea Constituyente, bajo la idea de la refundación de
la nación. Ocurre que el proyecto de regeneración y refundación conduce a
un mecanismo de ese nivel: la redacción de una nueva carta magna del país.
No sabemos claramente qué va a ocurrir con ese escenario, pero es notoria la
pérdida de presencia e influencia política del movimiento indígena, el cual
de esa forma ha terminado pagando un precio muy alto por su alianza con
Gutiérrez.

Perú
El Perú, en comparación con las experiencias de Ecuador y Bolivia,
constituye una excepción. Porque en este caso no se ha conformado un mo-
vimiento indígena de alcance nacional. A menos que pensemos que podemos
llamar movimiento social a simples protestas, pues en Perú se aprecia estos
años un desembalse de protestas sociales sumamente localizadas y desarticu-
ladas entre sí, sobre todo en ámbitos indígenas. Pero creo que la idea de mo-
vimiento social debe referirse a algo más fuerte: un proceso de movilización
con una dirigencia autónoma, con capacidad de movilización y discurso, con
un proyecto político, así como la capacidad de generar propuestas para el
cambio del conjunto del país. Eso no hay en el Perú, al menos hasta la actua-
lidad. La población indígena sigue envuelta en una situación de invisibilidad
política muy fuerte, que es el resultado de una suma de factores concatenados
de larga trayectoria histórica. No es casual que Perú haya sido escenario de
una guerra interna muy fuerte que dejó casi 70,000 muertos, la gran ma-
yoría indígenas, y que inmediatamente haya tenido lugar la vigencia de un
régimen neoliberal autoritario, el de Alberto Fujimori. Después de la caída
del fujimorismo, lo que apreciamos en Perú es sobre todo la recuperación de
un orden democrático, pero en el marco de la continuidad de la hegemonía
411

neoliberal impuesta desde la década de 1990. Se trata por ello de un caso


sustancialmente diferente al de países vecinos como Ecuador y Bolivia, y que
probablemente sea más cercano al de Colombia, donde también apreciamos
una fuerte hegemonía neoliberal sobre el terreno de escombros dejados por
la violencia política.7
Redondeando la idea. Entonces los movimientos indígenas no son
resultado de procesos exclusivos vividos por las poblaciones indígenas. Ex-
presan más bien los cambios recientes del modo de participación de estas
poblaciones en la política nacional más amplia, en el contexto de fenómenos
como las crisis políticas y económicas de los países, así como el nuevo escena-
rio definido por el neoliberalismo. En algunos países, emergen nuevas élites
políticas indígenas con capacidad de formular un discurso de recomposición
nacional. Eventualmente, en un contexto de agudización de las múltiples
crisis, los movimientos indígenas logran convertirse en actores políticos pro-
tagónicos, pasando a ocupar un margen amplio del terreno político. Pero los
resultados son distintos en cada país.
El encuentro entre nuevas élites políticas emergentes y sectores sociales
movilizados, está dando lugar en América Latina al experimento de los de-
nominados “gobiernos progresistas”. Para muchos analistas, se trata simple-
mente de regímenes populistas. En mi opinión, la categoría de populismo, no
abarca toda la complejidad que se requiere desenredar a fin de elaborar una
argumentación más explicativa sobre las razones que llevan a diversos países
al ascenso de los flamantes gobiernos “progresistas”. Además, antes que una
transformación estrictamente política, se trata de una modificación de las co-
rrelaciones de fuerza y de poder en los países, que conduce a la formación de
condiciones para lo que me parece debe destacarse: el encuentro entre nuevas
élites políticas “progresistas” y masas movilizadas, que logra soldarse a través
de lo que podríamos llamar como “nacionalismos populares emergentes” y
el surgimiento de líderes plebiscitarios (como Evo Morales y Rafael Correa,
por ejemplo).
Se requiere entonces comprender la dimensión del impacto del neolibe-
ralismo, la desarticulación de los escenarios sociales y políticos previos, y el
ascenso de liderazgos que antes que plataformas particularistas, prometen la
refundación nacional en un sentido “progresista”. El ascenso de los actuales

7. No parece casual, en ese sentido, que justamente el Perú y Colombia sean los dos casos
entre los países andinos, en los cuales se aprecia una fuerte hegemonía neoliberal, vincu-
lada en gran medida a la influencias de las situaciones de guerra interna. La experiencia
de Chile, en cambio, corresponde a un proceso diferente, que culminó en la feroz dic-
tadura militar pinochetista y la consecuente neoliberalización, inclusive en el contexto
democrático posdictatorial, de dicha sociedad.
412

gobiernos “progresistas”, merced al encuentro entre líderes plebiscitarios y


nacionalismos populares, podemos notarlo en experiencias tan diversas como
las de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, y en cierta medida Brasil y
Uruguay. Pero este experimento del actual “progresismo latinoamericano”,
tiene al frente situaciones contrarias, en países donde vemos afirmarse los
modelos neoliberales impuestos en las décadas previas, como ocurre en Perú,
Colombia y Chile. La gran pregunta que queda pendiente es si alguno de
estos dos modelos -el “progresismo” o la neoliberalización extrema-, prevale-
cerá en el futuro inmediato. O si más bien se irán agotando, dejando así un
escenario abierto a otras posibilidades.
Movilización étnica, democracia y
crisis estatal en los países andinos*

Introducción
Durante estos días, en el Perú se desarrolla la ope-
ración UNITAS. Se trata de un impresionante operativo
militar impulsado anualmente por la marina norteame-
ricana desde 1960. Desde hace cuatro años, el carácter
binacional de la operación fue modificado bajo una nue-
va concepción multinacional, con el objetivo de alcanzar
la “Solidaridad y defensa hemisférica”. Los ejercicios, en
los cuales participan más de 13,000 soldados de catorce
países del continente, se desarrollan durante un mes en
zonas del litoral y la Amazonía peruana, e incluyen el uso
de munición verdadera en los ataques efectuados desde el
aire, mar y tierra. Una de las maniobras realizadas este
año es el denominado “ejercicio de manejo de crisis”, en
el cual el enemigo es un levantamiento étnico que es de-
belado violentamente por los batallones multinacionales.
Este simulacro conlleva el mensaje de que los le-
vantamientos étnicos significan un riesgo para la esta-
bilidad política democrática de la región, y una amenaza
latente para la permanencia de sus Estados nacionales.
Dicha tesis no es exclusiva de algunos estrategas milita-
res sobresaltados por los diversos conflictos étnicos que
desde inicios de la década pasada parecen acompañar la

* Ponencia presentada en el seminario conmemorativo organizado


por la sección peruana de LASA y el Instituto de Estudios Perua-
nos (IEP), en el marco de las celebraciones por los 40 años del
IEP. Lima, 7 al 9 de junio de 2004. Agradezco el interés de Martín
Tanaka, coordinador del seminario, y los comentarios de Carlos
Iván Degregori, Romeo Grompone y Julio Cotler.
414

intensificación de la globalización. Se puede encontrar también en diversos


ámbitos académicos, políticos e intelectuales, y también es difundida por los
medios de comunicación masiva.1
¿Es cierto que en la región andina la movilización étnica constituye
una amenaza para las democracias? ¿Cuál es el peso y la influencia de los
movimientos étnicos en el contexto más amplio de crisis política y estatal que
viven nuestros países? ¿Cuáles son los alcances y límites del protagonismo
político que han alcanzado los movimientos indígenas durante las últimas
décadas?
A fin de buscar respuestas a estas preguntas, en esta comunicación exa-
mino las imbricaciones entre la movilización étnica y la realidad política más
amplia de los países centroandinos (Ecuador, Bolivia y Perú). Utilizo para
ello una perspectiva retrospectiva de las mutaciones políticas de los diferen-
tes movimientos étnicos, tomando sin embargo a las dos últimas décadas
como foco temporal de análisis. Esto por el hecho de que en ese período se
intensifica la crisis política, así como el protagonismo de los movimientos
indígenas.
Asumo que las movilizaciones étnicas no resultan explicables por las
características intrínsecas de los movimientos y las organizaciones indígenas,
sino que las razones de sus trayectorias deben hallarse en las modalidades de
interrelación con los contextos políticos más amplios en los cuáles actúan.
Como refiere Jorge León para el caso ecuatoriano:
“no son las características particulares de los actores las que permiten
comprender la excepción, sino el sistema político, el cual, por lo demás, se
encuentra en plena mutación con diversas reformas políticas y cambios socia-
les de largo plazo que modifican los equilibrios regionales que están a la base
de este sistema. Esta es una de las crisis que caracteriza al Ecuador actual”
(León, 2001: 48).
De allí que centro la observación en las mutaciones de la movilización
indígena, en relación con el grado de apertura étnica de los Estados.
Resulta necesaria una breve precisión final. El análisis se centra en los
tres países del área central de los Andes, por el hecho de que se trata de países
bastante semejantes (además de contiguos). De hecho, no solo comparten
una trayectoria histórica común, sino que en sus territorios reside una de las
poblaciones indígenas más importantes de la actualidad.

1. Un ejemplo de ello son las las recientes declaraciones de Mario Vargas Llosa a la prensa, en
el sentido de que “el indigenismo en Ecuador, Perú y Bolivia, está generando un verdadero
desorden político y social, y por eso hay que combatirlo”.
415

1. Transformaciones y crisis
En un estudio reciente sobre la situación de la democracia en América
Latina, Guillermo O’Donnell encuentra que “en las dos últimas décadas el
Estado se ha debilitado enormemente y, en algunas regiones de estos países,
virtualmente se ha evaporado. Crisis económicas, la furia antiestatista de
muchos de los planes de ajuste económico, corrupción y clientelismo am-
pliamente extendidos -estos y otros factores- han contribuido en generar un
Estado anémico” (O’Donnell, 2004:49). Algunas manifestaciones de esta si-
tuación, que el mismo autor se encargó de señalar (O’Donnell, 1993), y que
por tanto deben haberse agravado en gran medida hasta nuestros días, serían
las siguientes:
1. Una suerte de “evaporación” del Estado, reflejada en su creciente
deterioro institucional, su ineficacia administrativa y funcional, así como
en la pérdida de soberanía territorial reflejada en el incremento de “zonas
marrones” existentes por fuera de la legalidad estatal o relacionadas intermi-
tentemente con ella.2
2. El afianzamiento de “ciudadanías de baja intensidad” basadas en la
reducción del acceso de la población a los derechos civiles y políticos. Esto
afecta sobre todo a los sectores populares, cuya condición ciudadana muestra
un claro retroceso respecto a la tendencia de expansión de la ciudadanía pre-
dominante en las décadas anteriores.
Lo que resulta sorprendente es que esto ha ocurrido paralelamente a
la expansión de la democracia política en la región; pues en las dos últimas
décadas esta ha alcanzado un nivel sin precedentes en toda la historia previa.3
La denominada “tercera ola” democratizadora, entonces, ha alcanza-
do un fuerte afianzamiento en América Latina. Sin embargo, el proceso
de expansión democrática ha coincidido con dos fenómenos que ayudan a

2. Según O’Donnel estas “zonas marrones” consisten en circuitos sociales y territoriales de


poder de carácter informal, patrimonial y/o mafioso que funcionan bajo las reglas de juego
de una legalidad distinta a la del Estado, constituyendo una suerte de “regímenes auto-
ritarios subnacionales” que coexisten con los regímenes democráticos formales de nivel
nacional. En América Latina, como ejemplo extremo de esta situación, puede mencionarse
el caso del régimen conocido como Fujimorismo (1990-2000), en el cual las “zonas ma-
rrones” terminaron corroyendo la propia estructura institucional del Estado, hasta llegar a
constituir la más extensa y duradera red de corrupción de toda la historia republicana del
Perú.
3. Como indica el reciente informe del PNUD sobre la democracia en América Latina, la to-
talidad de los países latinoamericanos tienen actualmente regímenes democráticos, mien-
tras que hace veinticinco años solo tres países mostraban dicha característica (PNUD,
2004: 34).
416

comprender porqué, paralelamente a la expansión democrática, crecen la de-


bilidad estatal y la crisis de legitimidad política, mientras que la ciudadanía
entró a una situación de franco retroceso.
El primero de estos factores es el proceso de neoliberalización de la
sociedad y del Estado, cuyas expresiones más conocidas han sido los ajustes
estructurales, los impulsos hacia la modernización estatal y la expansión del
libre mercado. Ello ha transformado profundamente las condiciones de clasi-
ficación social de la población y los rasgos de sus identidades socioculturales.4
El segundo fenómeno es la acentuación de la globalización, cuya influencia
de nuevos límites sobre la soberanía estatal es bastante conocida.
Uno de los fenómenos políticos asociados a este contexto de transfor-
mación estructural, es la denominada crisis de representación democrática.
En los países andinos, la crisis de representación parece ser consecuencia del
cambio de las formas y condiciones de interacción entre las esferas particula-
res de la política, la sociedad y la economía; cambio ocurrido en el contexto
de neoliberalización y globalización del capitalismo, pero que en última ins-
tancia se explica por razones inherentes a la propia esfera política.5 En torno a
la crisis de representación democrática se ha suscitado un importante debate,
así como una extensa bibliografía.6 Dos de los temas más debatidos son la
pérdida de legitimidad de las instituciones políticas -entre ellas, de los parti-
dos políticos, que han tocado fondo en varios países- así como el surgimiento
de nuevas fuerzas que, en mayor o menor medida, han logrado irrumpir en
las arenas políticas oficiales.
Es en ese contexto de decisivas transformaciones, durante las dos últi-
mas décadas, que los movimientos indígenas han logrado “saltar” de la esfera

4. Las diferencias sociales ahora son más abismales que hace dos décadas. En el Perú, por
ejemplo, mientras se han fortalecido las nuevas capas de sectores altos acomodados vincu-
lados directamente a la expansión empresarial producida por la economía de mercado, las
clases medias sufren la estrechez de sus previas colocaciones en el Estado y el mercado, en
tanto los sectores populares urbanos y rurales viven inmersos en un mar de pobreza y ex-
trema pobreza que se ha acentuado dramáticamente desde la imposición del modelo neo-
liberal. Esto no quiere decir que no haya habido movilidad social en los sectores medios y
populares (de hecho, existe una nueva clase media acomodada, así como nuevos sectores
medios económicamente pujantes en los conos populares de la gran Lima, pero carecemos
de información que de luz sobre la verdadera magnitud de estos cambios).
5. Al evaluar la situación de la democracia en los países andinos, Martín Tanaka (2002 y
2003), remarca la necesidad de pensar la política en términos políticos, dejando así de
suponer que las vicisitudes de la democracia dependen de las condiciones estructurales so-
ciales y económicas, antes que de la propia transformación de la política y de sus relaciones
con estas esferas.
6. Se trata de uno de los temas más intensamente debatidos durante las últimas décadas, y de
uno de los más problemas más fecundos para las ciencias sociales latinoamericanas.
417

social al escenario de la política, convirtiéndose actualmente - al menos en los


casos de Ecuador y Bolivia- en uno de los actores más importantes.

2. Ecuador
El suceso que constituye el punto de quiebre en el desarrollo de la mo-
vilización étnica en el Ecuador fue el primer levantamiento indígena de junio
de 1990. Hasta ese momento, las más importantes organizaciones indígenas
tenían una larga trayectoria de luchas locales y regionales,7 incluso habían lo-
grado constituir en 1986 una central nacional: la Confederación de Naciona-
lidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), pero esta todavía no representaba
a un movimiento social en el sentido preciso del término.8 El levantamiento
logró paralizar al país y obligó al gobierno de Rodrigo Borja a negociar con
los dirigentes de la CONAIE la plataforma de lucha denominada “Mandato
por la Vida”. Significó la irrupción pública del movimiento indígena como
un actor social y político bastante influyente. El conflicto étnico evidenciado
en el levantamiento indígena y encarnado en las demandas de la CONAIE,
emergía así al primer plano del escenario político del país, agregando un in-
grediente inesperado al campo de fuerzas políticas: la aparición de los indios
como un sujeto colectivo con la suficiente fuerza para jaquear al Estado,
y con la capacidad de formular un discurso frontalmente cuestionador del
modelo nacional basado en el mestizaje y la integración, predominante hasta
ese momento.
Como consecuencia del levantamiento, el Estado ecuatoriano se vio
en la necesidad de asumir un nuevo ciclo de apertura étnica. El período an-
terior, caracterizado por un leve interés en la solución del conflicto étnico a
través de la aplicación de las reformas agrarias de 1964 y 1973,9 quedó atrás.

7. Es el caso de las organizaciones amazónicas constituidas desde fines de la década del 60,
como la Federación Shuar, y articuladas desde 1980 en una central regional: la CONFE-
NIAE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana). Asi-
mismo, también era el caso de diversas organizaciones regionales de la sierra ecuatoriana,
articuladas desde 1972 en la central regional ECUARUNARI (Ecuador Runacunapac
Riccharimui o Despertar de los indios del Ecuador). Sobre el proceso organizativo de las
organizaciones indígenas ecuatorianas véase: CONAIE (1989) y ECUARUNARI (1998).
8. Es decir, en el sentido definido por Touraine: como un momento de las luchas por el poder
en el conjunto de la sociedad (Touraine, 1989).
9. En Ecuador, las reformas agrarias de 1964 y 1973 no fueron resultado de un extenso movi-
miento campesino de lucha por la tierra como el que existió en el Perú y Bolivia, sino más
bien de un cuidadoso plan estatal de modernización agraria que requería la eliminación
de los restos del latifundio y el huasipungo, los cuales se hallaban en desintegración desde
hacía décadas. Lo que dichas reformas buscaban era alentar el desarrollo del capitalismo
agrario; por ello, las tierras afectadas fueron las del Estado y la iglesia, sobre todo. Los la-
tifundios de particulares fueron impulsados a convertirse en modernas empresas agrarias,
418

Desde la irrupción pública del movimiento indígena, el Estado dio muestras


tangibles de atención a las demandas étnicas. Fue así como se entregó a la
CONAIE el control de los programas nacionales de educación bilingüe.

Apertura étnica y consolidación del movimiento indígena


Después de junio de 1990, la CONAIE realizó diversos actos de pro-
testa que alcanzaron mucha resonancia e impulsaron el mayor desarrollo
del movimiento indígena. Diversas acciones de protesta desarrolladas por la
CONAIE, tensaron aún más las relaciones con el Estado, empujando a este a
institucionalizar su apertura étnica. Entre estas acciones destacan: las movili-
zaciones de 1992 efectuadas en el marco de la campaña por los “500 años de
resistencia indígena”, la marcha de la Organización de Pueblos Indígenas del
Pastaza (OPIP) por el reconocimiento de sus territorios, y el levantamiento
indígena de 1994 en contra del intento del gobierno de Sixto Durán Ballén
por imponer una nueva ley agraria de inspiración neoliberal.
Estas luchas resultaron exitosas. Si el levantamiento de 1990 había sig-
nificado la aparición pública de la CONAIE como un poderoso actor social
y político, las acciones posteriores le permitieron mostrar que su protesta no
era efímera de ninguna manera. La campaña por los 500 años de resistencia
indígena le otorgó a la CONAIE una plataforma internacional que refrendó
su rápido posicionamiento en la arena política interna. La marcha amazónica
por los derechos territoriales permitió un logro territorial concreto que tuvo
un fuerte efecto ejemplarizador sobre el resto de pueblos indígenas, pues el
Estado procedió a la adjudicación de un territorio de más de un millón de
hectáreas para los pueblos del Pastaza. Además, la lucha contra la nueva ley
agraria mostró que el movimiento indígena podía bloquear las tendencias a
la neoliberalización en el campo.
Adicionalmente, se establecieron ciertas reglas de juego tácitas para la
administración del conflicto étnico. Fue institucionalizándose una dinámica
bastante precisa en la relación entre el Estado y el movimiento indígena, que
resultó eficaz para procesar (al menos parcialmente) las demandas étnicas.
Esta dinámica tuvo los siguientes pasos: la protesta indígena era seguida por
un período de negociación que generalmente finalizaba con la aceptación
de una parte de las demandas, lo cual, si bien no absolvía el conjunto del
problema, permitía dar término a la protesta. De este modo, el desarrollo

a través de la capitalización con fondos estatales. De allí que en diversas zonas del campo
ecuatoriano es posible hallar comunidades indígenas colindantes con empresas modernas
dedicadas a la agroexportación (El mejor estudio sobre la reforma agraria ecuatoriana sigue
siendo Barsky, 1988).
419

del conflicto entre el Estado y el inesperado actor étnico articulado por la


CONAIE, reprodujo una lógica que había funcionado antes en el conflicto
entre el Estado y otros sectores sociales movilizados, como fue el caso del
movimiento sindical urbano.

Crisis del Estado y del régimen político


Desde mediados de la década del 90, el patrón de resolución del con-
flicto étnico comenzó a agotarse debido a que la CONAIE pudo confluir
con otros sectores sociales, logrando impulsar luchas más amplias que aque-
llas definidas exclusivamente en términos étnicos. Otra vez, esto no solo fue
resultado de la mutación interna del movimiento indígena, sino que también
expresó las transformaciones del escenario político mayor. Para entonces, ya
se había profundizado la implantación del neoliberalismo, sobre todo desde
el gobierno de Durán Ballén. La creciente crisis económica, así como la crisis
de representación política, se fueron haciendo cada vez más evidentes. Ello
fue canalizado políticamente por el liderazgo de tintes populistas de Abdalá
Bucaram, quien una vez llegado al poder pareció dejar atrás sus encendidos
discursos a favor de los pobres y en contra de los “oligarcas”, desarrollando
una gestión que continuó el programa neoliberal, pero que además estuvo
salpicada de escándalos que muy pronto mellaron su popularidad.
Esa coyuntura determinada por la acentuación de la crisis económi-
ca y la pérdida de legitimidad política estatal, facilitó la confluencia de la
CONAIE y diversos sectores sociales urbanos, conformándose un frente que
condujo las movilizaciones que derrocaron a Bucaram en febrero de 1997.
Otro factor que no debe desestimarse es la presencia del Movimiento Pacha-
cutik, el brazo político electoral del movimiento indígena conformado en
1996, que en las elecciones de ese año había logrado alrededor del 20% de la
votación nacional y el 10% del total de escaños del parlamento.
El agravamiento de la crisis económica, así como la inestabilidad políti-
ca que siguió al derrocamiento de Bucaram, mostraron el agotamiento defi-
nitivo de los rezagos del modelo nacional-populista. Ante la coyuntura críti-
ca del país, se hizo necesaria la convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Fue la ocasión que el movimiento indígena esperaba para buscar la
aprobación de su propuesta plurinacional formulada años atrás (CONAIE,
1994). Sin embargo, los partidos políticos bloquearon dicha posibilidad,
arrinconando a los seis representantes electos del Movimiento Pachacutik. A
pesar de que la tesis indígena de la plurinacionalidad fue rechazada, la nueva
constitución incluyó un capítulo especial sobre los derechos colectivos indí-
genas que es uno de los más avanzados en la legislación de los países andinos.
420

La importante participación de la CONAIE y el Movimiento Pachacu-


tik en la coyuntura política que desembocó en la Asamblea Constituyente,
mostró la transformación que cambió la faz del movimiento indígena desde
su irrupción pública en 1990: había dejado de ser un actor social que enarbo-
lada demandas étnicas, para convertirse en un actor político con demandas
nacionales. La mecánica de dicha transformación, reúne tanto aquellos facto-
res referidos al sistema político en su conjunto (el debilitamiento del Estado
por las crecientes presiones neoliberales y de la globalización, y la crisis de
los partidos políticos), como las propias mutaciones internas del movimiento
(sin dejar de de ser una malla organizativa étnica, logró constituirse en un
movimiento social con demandas más amplias, y al mismo tiempo pudo
desarrollarse como un actor político representado por el Movimiento Pacha-
cutik).
Posteriormente, el gobierno de Mahuad no logró enfrentar las tenden-
cias económicas y políticas que parecían conducir al país al colapso. Por el
contrario, continúo acelerando la neoliberalización, lo cual lo cual generó un
nuevo levantamiento indígena en 1999. Pero la gota que derramó el agua del
vaso fue el estallido de la crisis financiera. Ante la quiebra del sistema banca-
rio y el escalamiento de los precios, el gobierno buscó imponer la dolarización
del país. Esa situación generó los controvertidos sucesos del 21 de enero del
2000 que terminaron con el derrocamiento de Mahuad, en medio de los
cuales el presidente de la CONAIE logró llegar a la cúspide del poder por
algunas horas como parte de un triunvirato, antes de que este fuera removido
por un contragolpe de Estado militar que colocó en el poder al vicepresidente
Gustavo Noboa. La alianza entre la cúpula dirigencial indígena con un gru-
po de aproximadamente 120 coroneles del ejército y otros sectores sociales
(por cierto, sumamente debilitados, como la Coordinadora de Movimientos
Sociales), fue bloqueada por las fuerzas armadas, que de esa manera respal-
daron la implementación de la dolarización.

El cierre de la apertura étnica


En 1990, Andrés Guerrero (1993:101) culminaba un artículo pregun-
tándose si el Estado ecuatoriano sería capaz de integrar o incluir en sus fueros
a los nuevos ciudadanos-étnicos surgidos con el levantamiento indígena, en
la medida que estos traían consigo un proyecto de transformación plurina-
cional del Estado que planteaba una profunda reformulación de los funda-
mentos históricos constitutivos de la nación ecuatoriana.
Una década y media después, la situación es sumamente distinta. De-
bido al desarrollo de la movilización étnica, el Estado ecuatoriano tuvo
que procesar una verdadera mutación. Frente al asedio de la movilización
421

indígena, logró ser capaz de abrirse a la presencia de los nuevos actores étni-
cos y de integrarlos al juego político. Pero solo en cierta medida ha respon-
dido a las principales demandas que estos traían consigo. Así, si bien ha sido
suficientemente permeable para lograr integrar políticamente a los represen-
tantes indígenas, tanto en los niveles locales como nacionales de representa-
ción (desde los municipios cantonales hasta la participación en el gobierno
nacional), ha mantenido su resistencia frente al principal anhelo indígena: el
reconocimiento del carácter plurinacional del Estado ecuatoriano. ¿Cómo
pudo ocurrir esto?
El factor fundamental de esta mutación no se halla en el terreno ex-
clusivo de la insurgencia étnica; es decir, en la capacidad del movimiento
indígena para desarrollar luchas y formular demandas dirigidas al reconoci-
miento étnico. Reside más bien en un juego de doble vía que constituye un
rasgo esencial del proceso político ecuatoriano posterior al levantamiento
de 1990: de un lado, en la orilla estatal, ocurrió una impresionante apertura
ante la movilización étnica, la cual no se restringió al Estado sino que permeó
al conjunto del sistema político; de otro lado, en la orilla de la movilización
étnica, ocurrió una paulatina ampliación del carácter de las demandas y mo-
tivaciones políticas, de suerte que la plataforma étnica se fue abriendo cada
vez más, al punto de lograr dimensiones propias de un movimiento nacional
más amplio. Esto se ha visto con claridad en el levantamiento indígena de
enero-febrero del 2001, cuyo carácter (se trató de un levantamiento en contra
de la aplicación de un nuevo paquete neoliberal) fue expresado muy bien en
el lema: “nada solo para los indios”.
Pero volvamos a los sucesos del 21 de enero. El resultado de la participa-
ción del movimiento indígena en dichos acontecimientos, fue una profunda
crisis interna, así como la pérdida de su credibilidad política entre diversos
sectores de la opinión pública. Desde el Estado se fueron cerrando, asimismo,
las compuertas de la apertura étnica iniciada en el lejano levantamiento de
1990. Un nuevo levantamiento, ocurrido a fines de enero del 2001 en pro-
testa por la aplicación de un nuevo paquete neoliberal que incluía el alza de
los precios de los combustibles, fue el suceso que mostró el cierre de la aper-
tura estatal a las demandas étnicas. A diferencia de lo ocurrido en los ante-
riores levantamientos indígenas, la reacción estatal fue sumamente violenta.
Las distintas organizaciones indígenas (como la FENOCIN, la FEINE y la
CONFEUNASSC), dejaron de lado sus diferencias y cerraron filas con la
CONAIE, obligando al gobierno a iniciar negociaciones que se prolongaron
durante varios meses, sin resultados concretos.
Las elecciones del 2002 trajeron consigo una verdadera sorpresa: la
alianza entre el coronel Lucio Gutiérrez y la CONAIE logró el triunfo en las
422

elecciones, con lo cual el movimiento indígena logró llegar a ser parte del go-
bierno. Sin embargo, la luna de miel entre Gutiérrez y sus aliados indígenas
no tardó más que unos cuantos meses. La manzana de la discordia fue el con-
tinuismo del modelo neoliberal, a lo cual el movimiento indígena se opuso
frontalmente, pero sin salirse del gobierno, hasta que Gutiérrez decidió dar
término a dicha alianza.
La situación resultante posterior es, de alguna manera, la que prevalecía
antes de las elecciones: mientras que el gobierno sigue al pie de la letra las
recetas neoliberales, las organizaciones indígenas siguen oponiéndose a estas.
Sin embargo, debido justamente a su participación gubernamental, el movi-
miento indígena carece de la convocatoria suficiente para lograr articular un
bloque más amplio capaz de llevar adelante medidas de protesta eficaces. En-
tretanto, subsisten graves problemas internos que han afectado fuertemente a
las organizaciones. Esto ocurre, además, en un contexto en que el gobierno,
aprovechando la debilidad del movimiento indígena, parece decidido a ter-
minar de cerrar la apertura étnica estatal: en estos días busca arrebatarle a la
CONAIE el control de la educación bilingüe, así como de los programas de
desarrollado manejados a través del CODENPE.

3. Bolivia
En Bolivia, a diferencia del Ecuador, las luchas indígenas de las últimas
décadas no tienen una línea de continuidad clara. Se trata de oleadas de
movilización étnica, a veces completamente diferenciadas entre sí, que hacen
más necesario el uso del plural; es decir, se requiere hablar de varios movi-
mientos indígenas y no de uno solo.

Movimientos indígenas, contextos políticos y apertura étnica


El movimiento étnico pionero en la Bolivia contemporánea fue, indu-
dablemente, el katarismo. El proceso que condujo a este movimiento desde
su surgimiento a fines de la década de los 60 e inicios de los 70, hasta su
diversificación política y -en la práctica- su desaparición a inicios de los 80,
ha sido objeto de diversos trabajos que no es necesario resumir detallada-
mente aquí.10 Basta con destacar los principales hitos de dicha trayectoria.
El katarismo -así como el resto de sucesos sociales de Bolivia durante la se-
gunda mitad del siglo XX- no puede comprenderse sino es en relación con
las consecuencias de la revolución de 1952. Se trató de un movimiento de
reinvidicación étnica que surgió casi clandestinamente, entre la población
aymara urbana y rural del altiplano, y que se fue expandiendo en oposición

10. Al respecto, véase Hurtado (1986) y Rivera Cusicanqui (1983).


423

a la estructura sindical campesina construida desde el Estado. Un momento


inicial del movimiento correspondió a su surgimiento y rápida expansión,
cuyo punto más alto fue la presentación de la declaración de Tiawanaku en
1973. Posteriormente, hasta fines de esa década, durante la larga dictadura de
Bánzer, el katarismo se replegó debido a la fuerte represión. Pero reemergió
con toda fuerza durante la coyuntura de lucha por la recuperación democrá-
tica de fines de los 70, durante la cual logró desplazar a las organizaciones
agrarias predominantes, constituyéndose en el principal referente del cam-
pesinado aymara de Bolivia, mediante la creación de la CSUTCB en 1979.
A pesar de ello, durante el período abierto con el retorno a la democracia, su
presencia fue eclipsándose debido al fracaso de su participación electoral, y a
la ruptura de sus varias vertientes, que en el contexto democrático se consti-
tuyeron en organizaciones diferenciadas.
El suceso que marcó a la política boliviana en la primera mitad de la dé-
cada del 80, fue el fracaso del gobierno de la UDP. El presidente Hernán Siles
Suazo se vio obligado a adelantar las elecciones ante la crisis económica y el
derrumbe de su credibilidad, arrastrando consigo al conjunto de la izquierda,
e incluso al movimiento katarista.
Posteriormente, con la elección de Víctor Paz Estensoro, se abrió una
nueva etapa política cuyo rasgo principal fue la implementación del famoso
decreto 21060 de 1985, conocido como el decreto de la Nueva Política Eco-
nómica. En síntesis, se trataba de una medida que buscaba suplantar el mo-
delo estatal-nacionalista heredado de la revolución de 1952, reemplazándolo
por el modelo neoliberal. La nueva política económica neoliberal significó el
desmantelamiento de la economía estatal (privatización de las empresas), así
como el despido (denominado relocalización) de más de 20,000 trabajadores
que engrosaron las filas del desempleo urbano y de la huída hacia el trópico,
es decir, de las oleadas de trabajadores que migraron hacia la selva, convir-
tiéndose en cocaleros y colonizadores.
Es así como en la zonas tropicales, específicamente en el Chapare co-
chabambino, se fue constituyendo desde la segunda mitad de la década del
80 un nuevo movimiento social compuesto por los productores cocaleros. El
detonante de la formación de este movimiento fue la represión del cultivo
de la coca por parte de los gobiernos de Bolivia y los EEUU. La represión
atizó la formación de diversos sindicatos locales de productores, que fueron
confluyendo hasta conformar diversas confederaciones que, ya en los 90s,
coincidieron en un poderoso movimiento cocalero liderado por Evo Mo-
rales, indígena aymara originario de la zona de Oruro cuya familia migró
al Chapare en búsqueda de empleo. Uno de los rasgos más interesantes del
movimiento cocalero es la formulación de un discurso basado en simbologías
424

étnicas, que ha logrado convertir a la coca y a la wiphala (la bandera de siete


colores) en el símbolo de su lucha.
Hacia fines de la década de los 80, en la escena política boliviana emer-
gió otro movimiento étnico, compuesto por los pueblos indígenas de las
tierras bajas. El origen de este movimiento se halla en la acción de actores
externos como diversas ONGs y las iglesias, que fueron inculcando entre los
pueblos amazónicos la necesidad de organizarse para defender sus derechos.
Fue así como se conformó la Central Indígena del Oriente Boliviano y luego
la Asamblea del Pueblo Guaraní. Pero el acto fundacional de dicho movi-
miento fue la Marcha por el Territorio y la Dignidad de 1990, que condujo
a los manifestantes desde los llanos amazónicos hasta La Paz, con un fuerte
impacto público.
Posteriormente, estas organizaciones buscaron la creación de un refe-
rente político, que debía ser alcanzado en octubre de 1992, con la realiza-
ción de una asamblea de nacionalidades. Sin embargo, las divisiones entre las
diversas organizaciones, así como la imposibilidad de una articulación con
las organizaciones indígenas de las demás regiones del país, terminaron por
aislar a quienes buscaban la formación de dicha asamblea.
Además de los procesos organizativos internos de los pueblos origina-
rios, un elemento que favoreció la formación del movimiento de dichos pue-
blos de tierras bajas, fue la permeabilidad y hasta simpatía del Estado frente
a muchas de sus demandas. Hacia fines de la década del 80, dicha apertura
estatal no era una excepción. Entre diversos actores políticos y sociales (como
los partidos, las organizaciones gremiales y las ONGs), había calado fuerte-
mente el discurso del movimiento katarista, cuyas tesis en torno a la forma-
ción de un país plurinacional contaban tardíamente con un amplio respaldo.
Durante el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada, la apertura
estatal a las demandas étnicas alcanzó su punto más alto. Fue así como un
dirigente histórico del movimiento katarista, Víctor Hugo Cárdenas, llegó a
ser Vicepresidente de la República. Se impulsaron entonces diversos procesos
de reforma, como la Ley de Participación Popular que implicó la creación de
más de 300 municipios, y la Reforma Educativa que impulsó la educación
bilingüe intercultural. Sin embargo, también se aceleraron las transforma-
ciones neoliberales. La formulación de una nueva ley agraria conocida la Ley
INRA, de inspiración neoliberal, enfrentó directamente al gobierno con las
organizaciones agrarias e indígenas, sobre todo con la CSUTCB, que con-
vocó a una masiva marcha de 40,000 campesinos en contra la aprobación de
dicha Ley. Se fueron incubando así una serie de contradicciones que estalla-
rían posteriormente en torno a la disputa por los recursos naturales.
425

Acentuación de la crisis y emergencia de nuevos movimientos étnicos


Desde el retorno al poder de Hugo Bánzer en 1997, parece cerrarse el
ciclo de apertura étnica abierto a inicios de la década del 80. El diálogo y la
negociación fueron reemplazados por la mano dura y la represión abierta,
como ocurrió en el caso del Chapare, donde el conflicto entre el Estado y el
movimiento cocalero se agudizó fuertemente. Bánzer, así como su sucesor
Jorge Quiroga, dieron impulso a una serie de reformas neoliberales de segun-
da generación, destinadas al desmantelamiento de lo poco que quedaba del
Estado instaurado en 1952 (como algunas empresas públicas que no tardaron
en ser privatizadas).
Entre la población, la agudización de la crisis económica, así como las
reformas implementadas, fueron generando un fuerte rechazo, junto a cierto
sentimiento de defensa del nacionalismo instaurado en 52.
Como parte de dicho clima nacionalista, al interior de la CSUTCB,
poco a poco fueron ganando terreno diversas vertientes de recuperación del
discurso katarista, que fueron desplazando en los sindicatos de base a los di-
rigentes de origen quechua. Fue así como en 1998, en medio de una disputa
por el control de esta organización entre los dirigentes Evo Morales y Alejo
Véliz (el primero del Chapare y el segundo de Cochabamba), emergió el lide-
razgo de Felipe Quispe, dirigente aymara conocido como el mallku, que se
convirtió en el flamante Secretario General de esa organización.11
Desde su posición como principal dirigente de la CSUTCB, Felipe
Quispe logró articular un importante movimiento de reinvindicación co-
munitaria aymara que tiene sus bases entre las comunidades del altiplano.
Desplegando un encendido discurso étnico que busca la reconstrucción del
Qollasuyu, así como la “reindianización” de los blancos o q’aras, ha logrado
también una fuerte notoriedad pública.
En septiembre del 2000, Quispe y sus seguidores crearon el Movimien-
to Indígena Pachacutik, con el cual pudieron llegar al parlamento en las
elecciones del 2002. El MIP mantiene, asimismo, el control de diversos mu-
nicipios en el altiplano aymara.
A diferencia de Felipe Quispe, que mantiene un discurso confrontacio-
nal centrado en las diferencias étnicas y sociales entre “indios” y “qaras”, Evo
Morales ha desarrollado un discurso más amplio, que enfatiza la necesidad

11. Felipe Quispe fue uno de los principales dirigentes de una vertiente radical del katarismo,
los ayllus rojos, que a inicios del 90 pasó a formar el Ejército Guerrillero Tupac Katari
(EGTK) y a desarrollar acciones armadas. Por ello, Quispe fue apresado y estuvo cinco
años en prisión.
426

de recuperar y refundar la nación boliviana para que todos sus habitantes


tengan lugar con sus propias especificidades sociales y culturales. Reverbera
en dicho discurso la lejana propuesta plurinacional del movimiento katarista,
pero engarzado en un proyecto que intenta ser nacional y popular al mismo
tiempo que étnico.
Durante las elecciones del 2002, Evo Morales estuvo a punto de ser
elegido presidente, al postular como candidato del Movimento al Socialismo
(MAS). Su elección fue bloqueada por el boicot de la embajada norteameri-
cana, así como el acuerdo político que recolocó en el poder a Gonzalo Sán-
chez de Losada.

Fin de un ciclo estatal, crisis del sistema político y nuevos actores


étnicos
Actualmente, Bolivia vive un proceso sumamente incierto y complejo
de transformación política: el fin del ciclo estatal establecido como conse-
cuencia de la revolución de 1952. En dicho contexto, el primer remezón que
el sistema político debió soportar fue la adecuación del Estado al modelo
neoliberal desde mediados de la década del 80. Entró en crisis, así, el mono-
polio político de los partidos constituidos como parte del Estado emenerista.
El otro fenómeno que ha sacudido al sistema político es el surgimiento
de nuevos actores sociales y políticos que están desarrollando fuertes pro-
testas. El protagonismo lo tienen los nuevos movimientos étnicos (el movi-
miento cocalero de Evo Morales y el movimiento comunal aymara de Felipe
Quispe). Pero el campo de fuerzas es bastante más amplio y complejo, e
incluye otros movimientos rurales y urbanos de reciente creación (es el caso
de la Coordinadora por el Agua de Cochabamba, el Movimiento de los Sin
Tierra y el movimiento de residentes urbanos de la ciudad de El Alto). Se ob-
serva también la reaparición de algunos actores importantes del ciclo político
anterior (como los mineros agrupados en la Central Obrera Boliviana y las
Federaciones de maestros rurales y urbanos).
La escalada de protestas ocurridas durante los últimos años ilustran la
gravedad de la crisis del sistema político boliviano: la “guerra del agua” de
inicios del 2000 contra la privatización del agua en Cochabamba; los levan-
tamientos y bloqueos indígenas convocados por Evo Morales y Felipe Quispe
en septiembre de 2000 y julio del 2001; la crisis del “febrero negro” del 2003
desencadenada por el intento de aplicación de un “impuestazo”; y finalmen-
te, la “guerra del gas” de septiembre del 2003 que culminó con la destitu-
ción del presidente Sánchez de Losada. Bolivia terminó sumida de esa forma
en una situación de entrampamiento, debido a la inoperancia del sistema
político representativo ante la acumulación de demandas socio-territoriales,
427

incluyendo no solo las indígenas, sino también las de regiones con nuevas
élites empresariales emergentes, como Santa Cruz.12
El enfrentamiento a balazos entre militares y policías ocurrido en febre-
ro de 2003 en plena Plaza Murillo (sede de los principales poderes del país),
ilustra el agotamiento del modelo de Estado nacido en 1952 y de sus principa-
les mecanismos de intermediación: el prebendalismo político, el clientelismo,
el corporativismo y el tutelaje estatal sobre las organizaciones sociales. Desde
1952, el Estado boliviano se sustentó en estos mecanismos, que permitieron
el control y distribución de los ingentes recursos provenientes de la explota-
ción y exportación minera a los diferentes sectores sociales. Este modelo de
intermediación comenzó a estallar desde los años 80, coincidentemente con
el retorno democrático, teniendo como trasfondo la caída internacional de
los precios del estaño. Durante los gobiernos de Hernán Siles Zuazo y Víctor
Paz Estenssoro, se intentó suplir la carencia de divisas mediante la implemen-
tación sucesiva de reformas neoliberales, las cuales aceleraron la ruptura de
los compromisos y las alianzas del pacto revolucionario del 52.
Actualmente, un renovado movimiento indígena, compuesto básica-
mente por dos vertientes (la cocalera expresada en el MAS y la comunitaria
aymara expresada en el MIP), ha comenzado a ocupar el lugar de los viejos
partidos. Ambos movimientos han logrado instituir representaciones políti-
cas propias, poniendo en cuestión el modelo histórico de construcción del
Estado y la ciudadanía en Bolivia. Las organizaciones indígenas han logrado
convertirse en sujetos políticos con voz propia, disputando un espacio de
representación que hasta ahora solamente había estado restringido a organi-
zaciones que hablaban en nombre de los indios, en medio de una situación
generalizada de incertidumbre política.

4. Perú
Debido a la ausencia de un movimiento étnico semejante a los que exis-
ten en Ecuador y Bolivia, el caso del Perú ha sido visto como ejemplo de una
anomalía.13 Sin embargo, si se observa con más detalle la experiencia perua-
na, así como la de los países vecinos, se puede notar que en todos los casos

12. La bibliografía sobre estos sucesos es creciente. Para una visión general véase: García Linera
y otros (2000 y 2001), Laserna y otros (2002), Calderón (2002), Archondo y otros (2003)
y Pinto (2003),
13. Xavier Albó, por ejemplo, señaló en un famoso artículo que el Perú se hallaba retrasado
respecto a sus vecinos del norte y del sur, debido a la ausencia de un movimiento étnico se-
mejante (Albó, 1991: 300). Más recientemente, este mismo autor ha señalado que el Perú
“se ha descolocado del resto de la región en el reciente despertar de la conciencia étnica”
(Albo, 2003: 218).
428

se han manifestado similares procesos y tendencias (ya sea a la formación de


una conciencia étnica explícita, a la negación a ser considerado “indio” por
la fuerte estigmatización que ello implica, a la imposición desde arriba de
un modelo homogeneizador basado en el viejo paradigma del mestizaje y la
integración, o a las más recientes tendencias internacionales favorables a la
promoción estatal de las diferencias). Lo que hay es una serie de semejanzas
y diferencias entre los países, relacionadas a la distinta magnitud e intensidad
de cada uno de esos procesos y tendencias.
En la sierra peruana -a diferencia de lo ocurrido en los otros dos países-
no se ha desarrollado la tendencia a una identificación étnica que pudiese ex-
presarse en la formación de organizaciones étnicas. Se trata, ciertamente, de
una diferencia importante, pero que no expresa necesariamente un “retraso”
ni un “descolocamiento”, sino que responde a la peculiaridad de los procesos
particulares ocurridos en dicha región, procesos que deben ser explicados
considerando el engranaje de factores coyunturales y de largo plazo, así como
la articulación de las realidades locales y regionales con los contextos más
amplios -nacionales e internacionales- que influyen sobre ellos.14
En la Amazonía peruana se observa muy tempranamente (desde me-
diados de la década del 60) la acción de una tendencia favorable al despertar
de una conciencia étnica, que se asemeja bastante a la que también venía
operando entonces en la Amazonía del Ecuador. Fue así como se formaron
las primeras organizaciones indígenas, como el Congreso Amuesha y la Fe-
deración Aguaruna-Huambisa. Posteriormente, durante la década del 70, en
toda la Amazonía se constituyeron nuevas organizaciones indígenas, que se
agruparon posteriormente en dos centrales nacionales: la Asociación Interét-
nica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) y la Confederación de
Nacionalidades de la Amazonía Peruana (CONAP). Actualmente, existen
centenares de organizaciones indígenas amazónicas de primer grado, y alre-
dedor de 70 federaciones regionales en toda la región. Sin embargo, la frag-
mentación territorial del país -bastante mayor que en el caso del Ecuador-, la
indiferencia predominante ante las demandas indígenas, así como la ausencia
de un interlocutor étnico en la sierra, han sido alguno de los factores que han
impedido al movimiento amazónico convertirse en un actor de proyección
nacional. En contraste con ello, en la Amazonía boliviana las organizaciones
son bastante más tardías, y se formaron en gran medida siguiendo la expe-
riencia de las organizaciones amazónicas peruanas y ecuatorianas.

14. Sobre la inexistencia de un movimiento étnico en la sierra peruana se han dado distintas
hipótesis, pero que no están suficientemente respaldadas por alguna investigación empírica.
Al respecto véase: Sánchez (1994, 1996), Degregori (1993, 1999), Tanaka (2003).
429

Otro fenómeno con diferentes intensidades en los tres países es el india-


nismo. Mientras que en Ecuador esta tendencia siempre ha sido minoritaria,
en Bolivia y el Perú logró articular a ciertos sectores. En Perú, en 1980 se
formó el Consejo Indio de Sudamérica (CISA), con sede en Lima y pensado
como base regional del Consejo Mundial de Pueblos Indígenas. Durante
los años siguientes, esta organización manejó un discurso indianista radical,
pero no llegó a desarrollar bases sociales reales. Posteriormente, como resul-
tado de graves disputas y divisiones, sus miembros se dispersaron.

Una etnicidad invisible


Recién desde 1990 la política peruana presenta elementos étnicos explí-
citos. En las elecciones de ese año, la imagen del “chino” Fujimori fue iden-
tificada con los “pobres” y “cholos”, por oposición a los “blancos” y “ricos”
representados por Mario Vargas Llosa. Antes de dicha elección, los elementos
étnicos prácticamente han estado ausentes de la política.
Una de las razones de largo plazo de esta ausencia es que durante mucho
tiempo los sectores indígenas fueron sistemáticamente excluidos del acceso a
la ciudadanía. Desde la fundación de la República en 1821, la participación
en la vida política estuvo restringida a un pequeño grupo de notables, los
cuales calificaban como ciudadanos debido a su riqueza y al hecho de tener
un origen social no indígena.
Esta situación comenzó a cambiar lentamente desde la segunda década
del siglo XX, a medida que se fueron conformando nuevos sectores sociales
-capas populares urbanas y clases medias- que durante las décadas siguientes
fueron rompiendo la hegemonía política de los notables. Se permitió así el
voto de las mujeres, y solamente desde 1979 la Constitución Política reco-
noció el derecho al voto de los analfabetos (en su gran mayoría de origen
indígena).
Debido al racismo imperante, a lo largo de los siglos XIX y XX la con-
dición indígena se convirtió en un estigma físico y cultural. Ser indio termi-
nó siendo sinónimo de “pobre”, “siervo” y “analfabeto”, debido al entrelaza-
miento de las jerarquías sociales y las diferencias étnicas. De allí que a fines
de la década del 60 e inicios del 70, los primeros antropólogos interesados en
el tema étnico encontraron que los indios eran invisibles: siempre se hallaban
“más allá”, pues todos preferían ser campesinos.
La otra cara de la exclusión política de la población indígena fue la au-
sencia de políticas estatales referidas a su condición étnica. A lo largo del siglo
XIX y durante buena parte del siguiente, los indios, a pesar de representar
la inmensa mayoría de la población, resultaron invisibles para el Estado. Fue
430

recién durante el gobierno de Leguía que se implementaron algunas acciones


dirigidas a solucionar lo que entonces se denominó como el “problema in-
dígena”. Algunos chispazos posteriores de real apertura estatal a la temática
étnica, ocurrieron durante el gobierno de Velasco, durante el cual se aplicó
la reforma agraria y se reconocieron los idiomas indígenas y las comunidades
nativas. Pero aún entonces, el horizonte principal de la acción estatal fue el
campesinismo.
Las principales organizaciones agrarias: la CCP y la CNA -creadas en
1946 y 1974, respectivamente- tuvieron siempre un claro sesgo campesino,
que invisibilizaba cualquier atisbo de etnicidad. La acción de estas dos or-
ganizaciones afianzó la valoración de la conciencia campesina (entendida
en términos de clase) en desmedro de cualquier componente étnico. De esa
forma, las organizaciones campesinas de izquierda reprodujeron el desprecio
hacia lo indio propio de los antiguos mistis.

La peculiar apertura étnica del toledismo


Durante las elecciones del 2000 y 2001, una década después del fenó-
meno del “chino” Fujimori, los símbolos étnicos se convirtieron nuevamente
en un importante recurso político. Esta vez, uno de los candidatos, el “cholo”
Toledo, movilizó una fuerte adhesión que estuvo acompañada por el recurso
a distintos símbolos étnicos andinos, como la chakana, la wiphala, la coca, el
quechua, y hasta la imagen del Inca Pachacútec.
Una vez elegido, Toledo inauguró su mandato con una ceremonia pro-
piciatoria realizada en Machu Picchu, donde además firmó una declaración
comprometiéndose a impulsar los derechos de los pueblos indígenas.
Sin embargo, lo ocurrido posteriormente ha demostrado la enorme dis-
tancia existente entre el uso simbólico de elementos étnicos y la ausencia
de una verdadera voluntad política en defensa de los derechos indígenas. El
gobierno de Toledo representa, pues, un tipo de apertura étnica peculiar,
motivada no tanto por la existencia de presiones desde abajo por parte de
los movimientos étnicos, sino por la existencia de un contexto internacional
favorable a la promoción de los asuntos étnicos desde el Estado. Así puede ser
comprensible cómo por un lado se ensalzan los símbolos étnicos, mientras
que por otro se fomenta una economía de mercado que amenaza los territo-
rios de diversos pueblos a través de concesiones petroleras inconsultas.
La acción más significativa del gobierno fue la creación de la Comi-
sión Nacional de Pueblos Andinos y Amazónicos (CONAPA), en octubre
del 2001. Sin embargo, el desempeño de esta institución ha tenido el efecto
contrario al esperado. En torno a ella, se han generado divisiones que han
431

terminado por fragmentar la débil articulación que habían conseguido las


distintas organizaciones indígenas del país.15 De otro lado, desde el 2003
se fueron incremento las denuncias públicas referidas a la ineficiencia ins-
titucional, así como al manejo personal de dicha institución por parte de la
primera dama, Eliane Karp. Durante los meses posteriores, estas denuncias
se convirtieron en noticia pública y han generado investigaciones (como la
del Congreso) que parecen convalidar la existencia de graves irregularidades
administrativas.
En síntesis, el peculiar etnicismo del gobierno de Toledo parece res-
ponder al clima internacional proclive a la apertura étnica estatal. Se trata
de una apertura étnica efectuada desde arriba, que se halla en búsqueda de
los sujetos a quienes representar. Es decir que mientras en Ecuador y Bolivia
existen movimientos indígenas que logran relacionarse de diversas formas
con el Estado, en el Perú lo que hay es un Estado en búsqueda de movimiento
indígena.

5. Reflexiones finales: sobre Estados colapsados, movimientos en


transformación y perspectivas teóricas colapsadas.
Durante la última década, la idea de Estados colapsados viene siendo
utilizada de manera creciente para describir la situación política de diversas
áreas del mundo. Hasta hace poco, el uso de esta idea se restringía a ciertos
círculos académicos, pero actualmente ha rebasado las fronteras académicas
y se ha convertido en una explicación utilizada con cierta frecuencia por po-
líticos y periodistas, con la finalidad de hacer comprensible la situación de di-
versos países aquejados por agudas crisis económicas, desarticulación social,
bloqueos políticos y falta de alternativas políticas. También se ha convertido
en un instrumento para el diseño de políticas de gobierno.
Aunque este concepto se ha aplicado sobre todo a ciertos países africa-
nos -como Sierra Leona, Sudán, Angola o Somalia- también se ha usado para

15. En 1997, por iniciativa de la Universidad San Antonio de Abad, se reunieron en Cuzco diver-
sos gremios agrarios, campesinos e indígenas, conformándose así la Conferencia de Pueblos
Indígenas del Perú (COOPPIP). Desde entonces, esta organización ha venido impulsando
la formación de un movimiento indígena en el Perú, convirtiéndose en un importante inter-
locutor entre las organizaciones indígenas, el Estado y diversos organismos internacionales.
En agosto del 2001 se realizó en Lima el Segundo Congreso Nacional de COOPIP. Dicho
Congreso fue la ocasión para un primer acercamiento con Eliane Karp, la primera dama
de la nación. En dicha reunión, Karp prometió que el gobierno pensaba crear una instan-
cia dedicada específicamente al tratamiento de los problemas indígenas. Posteriormente,
luego de la creación de la CONAPA, surgieron discrepancias entre las organizaciones de la
COOPIP en torno a la participación en dicha institución, que han culminado con su
separación.
432

referirse a países de otros continentes, como Líbano, Afganistán, Yugoslavia.


Algunos han pensado que podría ser el caso de Colombia y Haití.
Una variante de la idea de Estados colapsados, la de Estados fracasados,
también se viene utilizando crecientemente, para describir situaciones de
grave crisis estatal o de incapacidad de los Estados para cumplir eficiente-
mente todas sus funciones. Se sostiene que podría ser el caso de varios países
latinoamericanos, como Argentina y Colombia, así como de los tres países
centroandinos (Ecuador, Perú y Bolivia).
A contrapelo de esa imagen, lo que emerge de la revisión retrospectiva
que hemos realizado en las páginas precedentes, son Estados, democracias y
movimientos sociales en transformación.
Uno de los factores de dicha transformación es el desarrollo de un pro-
ceso de movilización étnica que ha producido nuevos actores políticos pro-
tagónicos: los sujetos colectivos indígenas representados por organizaciones
y movimientos políticos autodefinidos étnicamente. Esto no ocurre así en el
Perú, debido a que en este caso no existe un movimiento étnico con las di-
mensiones de los que se registran en Ecuador y Bolivia. Pero el factor étnico
no deja de jugar un rol en la política peruana.
En los países en que se han desarrollado, los movimientos indígenas
han logrado jugar un papel político protagónico que constituye un aporte a
la consolidación democrática. En contraste con lo que ocurre en otras áreas
del mundo, donde los movimientos étnicos han acarreado el estallido de
conflictos violentos, en los países andinos conllevan un tipo de identificación
más permisiva, que discurre a través del reclamo de pertenencia a la nación.
Apelan simultáneamente a un sentido de identificación étnica y de pertenen-
cia nacional que sustenta su movilización política.
Es en el caso ecuatoriano que el Estado muestra un mayor grado de
incorporación de las demandas étnicas. Pero dicha apertura ha comenzado
a cerrarse, de modo que los niveles de conflictividad se hallan en aumento.
El movimiento indígena ecuatoriano es el más unificado y articulado de la
región, siendo representado políticamente por un conjunto de organizaciones
de diversos niveles organizativos territoriales. Estas organizaciones han logra-
do constituir una estructura de mediación política que en gran medida ha
logrado desplazar a los actores políticos previamente hegemónicos.
Bolivia presenta un contexto mucho más grave de crisis estatal y na-
cional que ha alentado las tendencias a la fisión en un nivel que no tiene
parangón en el resto de países. Al igual que en el Ecuador, el Estado pudo
responder a la insurgencia étnica con un importante grado de apertura ét-
nica. Pero esta parece haberse cerrado como correlato del agravamiento de
433

la crisis generalizada del país, que también ha acarreado mayores niveles de


conflictividad y violencia. El proceso seguido por la movilización étnica, de
otro lado, muestra un menor grado de articulación orgánica que en el Ecua-
dor, debido a que existen variados movimientos étnicos que no siempre lo-
gran confluir en una agenda común. En Bolivia, además, se registra el único
caso de un movimiento étnico radicalizado que señala buscar la constitución
de una nación independiente. No obstante, el movimiento comunitario ay-
mara radical sigue siendo un movimiento que participa plenamente del juego
político nacional, inclusive con vocación presidencial.
El caso del Perú muestra, ciertamente, una trayectoria peculiar. No solo
porque las organizaciones indígenas no han alcanzado el grado de organiza-
ción y reconocimiento público que se observa en los otros países, y porque
no se han conformado movimientos étnicos de magnitud semejante a la de
los países vecinos. También, porque mientras que en Ecuador y Bolivia los
Estados se han visto confrontados por la movilización étnica, en el Perú se
ha generado una situación inversa durante los últimos años: una suerte de
Estado en búsqueda de movimiento indígena. Pero la sociedad peruana, más
que un atraso en relación a los países vecinos, muestra formas e intensidades
diferentes de manifestación del factor étnico.
En general, la región presenta una tendencia similar de intervención en
la política desde la arena étnica, pero con ritmos y magnitudes diferenciadas
en cada país. Si bien se constata la estrecha relación existente entre la crisis
de hegemonía política estatal y el surgimiento de actores políticos definidos
étnicamente, se observa también que este proceso implica una real transfor-
mación de la exclusión histórica de los indígenas al acceso a ciudadanía y
participación política.
Finalmente, cabe remarcar la inutilidad de examinar la situación de
los países de la región a partir de la idea de Estados colapsados o fracasados. A
menos que sigamos insistiendo en la vieja costumbre eurocéntrica de pensar
las experiencias de todos los países del mundo, de acuerdo al molde de la
trayectoria histórica seguida por los países centrales en la geografía del poder
mundial. Más bien, la profunda crisis de los Estados de la región parece estar
acompañada del surgimiento de nuevas formas de construcción política más
nacionales y, en el fondo, más democráticas.
Fronteras, representaciones
y movimientos étnicos en
tiempos de globalización*

Hace varios años, un grupo de estudiantes peruanos


de antropología realizábamos una práctica de investiga-
ción de campo en la región de Cayambe, sierra norte del
Ecuador. En una de nuestras visitas a las comunidades
indígenas que rodean la ciudad, ocurrió un suceso que
ahora, al escribir este texto, recuerdo con el mismo des-
concierto. Ascendíamos una pequeña cuesta, camino al
local donde se realizaría la asamblea de la comunidad
de Santa Ana, cuando escuchamos el llanto desesperado
de una niña indígena que estaba siendo azotada por una
mujer blanca, la cual, ante nuestra protesta, respondió ai-
radamente amenazándonos con su látigo y diciéndonos a
gritos que la “india” nuevamente había invadido su ha-
cienda para pastar a su becerro. Unos minutos después, la
pequeña de apenas 6 o 7 años de edad, todavía sollozante

* Ponencia presentada al Coloquio Internacional “Representaciones


de Identidades y Diferencias Sociales en Tiempos de Globaliza-
ción”, organizado por el Programa Globalización, Cultura y Trans-
formaciones Sociales del Centro de Investigaciones Postdoctorales
(CIPOST), Universidad Central de Venezuela (UCV), Caracas,
mayo de 2002. Este trabajo es la síntesis de una monografía escrita
durante mi estancia como investigador residente del menciona-
do Programa (véase: Pajuelo, 2004). Publicado en: Daniel Mato
(coord.), Políticas de identidades y diferencias sociales en tiempos de
globalización. Caracas: CIPOST, FACES, UCV, 2003, pp. 283-
302. Agradezco los comentarios y sugerencias a la versión preli-
minar discutida en el coloquio, por parte de Daniel Mato, Joanne
Rappaport, Michel Wieviorka, Virginia Vargas, Yolanda Salas ,
Emeshe Juhász-Miniberg y Gloria Monasterios.
435

y atemorizada, nos contó que no era la primera vez que la “patrona” la gol-
peaba.
Este suceso me asombró mucho, por su carga de violencia y crueldad,
pero también porque me hizo pensar que estaba conociendo un mundo que
hace décadas se había extinguido en el Perú, donde los terratenientes y sus
haciendas fueron cancelados por la reforma agraria de 1969. Sin embargo,
mi asombro lindaba con la confusión, ya que se trataba de un mundo -la
región de Cayambe- donde no solamente existían relaciones señoriales entre
hacendados y comuneros indígenas, sino también una pujante agricultura
mercantil basada en el cultivo y exportación de flores, actividad impulsada
por exitosas empresas agrarias con tecnologías de punta.1
Pero además, era notoria la presencia de un arraigado movimiento in-
dígena regional, conformado por diversas organizaciones de reciente forma-
ción, autonombradas en términos étnicos y sustentadas en las comunidades
de ex-huasipungueros indígenas,2 la gran mayoría de ellas también de recien-
te formación.

Tiempos de globalización, tiempos de etnicidad


Los procesos que han transformado la región de Cayambe durante las
últimas décadas (la conversión de las haciendas con mejores tierras en em-
presas agrarias capitalistas, el desarrollo de la agricultura mercantil de expor-
tación, la formación de comunidades y organizaciones étnicas, la crisis de las
pequeñas haciendas subsistentes, etc.) no solamente evidencian tendencias
y cambios locales; son también el resultado de los cambios asociados a la
llamada “globalización”, o más bien, a los actuales “tiempos de globaliza-
ción” caracterizados por la presencia de múltiples procesos de interacción
económica, social, simbólica y política a escala global.3 La globalización no es

1. El lugar donde ocurrió el suceso que he relatado -una pequeña loma de propiedad com-
partida entre la comunidad de Santa Ana y una hacienda colindante- se halla al costado
de la carretera Panamericana, una de las más importantes del Ecuador, a lo largo de cuyos
bordes se extienden los sembríos de flores para exportación, y que ocasionalmente -de
acuerdo al ciclo agrícola- proveen de empleo remunerado a los campesinos indígenas de las
comunidades de la región. La exportación de flores representa uno de los rubros más im-
portantes del ingreso de divisas del Ecuador, junto con la explotación petrolera, bananera
y las remesas de dólares enviadas al país por los inmigrantes.
2. En el Ecuador, el “huasipungo” era el nombre de la pequeña porción de tierra que los ha-
cendados entregaban a las familias de colonos indígenas, para la edificación de su vivienda
y la siembra de cultivos de autosubsistencia.
3. La noción “tiempos de globalización”, ha sido formulada por Daniel Mato (2001a), quien
la entiende como resultado de una tendencia histórica a la interrelación entre actores so-
ciales a través de procesos de globalización que borran fronteras entre lo local y global.
436

un fenómeno externo y unidireccional, que llega desde fuera impactando la


peculiaridad de las realidades locales. Se trata más bien, como sugiere Han-
nerz (1989), de una tendencia múltiple, variable y contradictoria hacia la in-
tensificación de las interconexiones globales. De modo coincidente, Anthony
Giddens propone que

“Es un error pensar que la globalización solo concierne a los grandes sistemas,
como el orden financiero mundial. La globalización no tiene que ver solo con
lo que hay “ahí afuera”, remoto y alejado del individuo. Es también un fenó-
meno de “aquí dentro”, que influye en los aspectos íntimos y personales de
nuestras vidas” (Giddens, 2000: 25).

Es necesario dejar de lado las apologías y demonizaciones que fácilmen-


te se usan para intentar explicar la globalización, desarrollando un enfoque
multidimensional y transdisciplinario, capaz de dar cuenta de las maneras
cómo los actores sociales producen los procesos de globalización contempo-
ráneos. Esta perspectiva es sugerida en un reciente trabajo de Daniel Mato
(2001a), quien propone estudiar -desde una óptica microfísica y cultural de
la globalización- las prácticas de los actores en los procesos de construcción
de identidades y diferencias culturales. Considero, además, que esta agen-
da de trabajo requiere ser enriquecida por un acercamiento que considere
adecuadamente las interrelaciones entre las prácticas de los actores y las
tendencias históricas, produciendo los procesos de globalización; se trata de
contextualizar la agencia de los actores, considerando los procesos sociocul-
turales en cuyo contexto desarrollan sus prácticas, las que a su vez influyen
en la orientación de dichos procesos. A fin de lograr una aproximación que
considere dichas interrelaciones, resulta valiosa la noción de “regímenes de
representación” formulada por Arturo Escobar, quien propone analizarlos
como aquellos

“lugares de encuentro en los cuales las identidades se construyen pero donde


también se origina, simboliza y maneja la violencia... lugares de encuentro de
los lenguajes del pasado y del futuro (tales como los lenguajes de “civilización”
y “barbarie” de la América Latina posindependentista), lenguajes externos e
internos, y lenguajes de sí y de los otros” (Escobar, 1998: 31-32).

Se trata de entender históricamente los procesos de construcción de


identificaciones y diferenciaciones étnicas, considerando el lugar espacio-
temporal de lucha y redefinición simbólica que los contextualiza, y que ge-
nera la formulación de un discurso sobre la identidad y el constraste étnico.
En concordancia con las aproximaciones que enfatizan el carácter “cons-
truido” de la etnicidad (Koonigs y Silva, 1999) considero que esta expresa
una compleja elaboración simbólica de fronteras culturales que demarcan los
437

contenidos y contrastes identitarios. Las etnicidades se activan y reactivan en


circunstancias particulares de conflicto, por lo cual pueden considerarse una
“máscara de confrontación” (Maybury-Lewis, 1997: 120). Coyunturas, lu-
gares, simbolizaciones de identidades y alteridades, entrecruzamiento de es-
tructuras históricas y acciones cotidianas, luchas por significaciones y poder,
contextualizan la formación de las identidades como procesos de encuentro
entre tendencias históricas y prácticas cotidianas, donde las representaciones
articulan y delimitan simbólicamente la construcción de las semejanzas y di-
ferencias étnicas. Al actuar como marcadores simbólicos de las fronteras ét-
nicas, las representaciones condensan y expresan discursivamente el complejo
proceso de construcción, lucha y apropiación de contenidos y límites étnicos.
En el contexto de los actuales tiempos de globalización, viene ocurrien-
do un intenso proceso de redefinición de las fronteras étnicas a nivel mundial.
A contrapelo de las manidas imágenes de la supuesta “homogeneización” o
“macdonalización” del mundo, ocurre que asistimos a la conformación de
una nueva globalidad: una sociedad mundial inédita, en la medida que por
vez primera es efectivamente global, pero a la vez multidimensional, policén-
trica y contradictoria, al punto que nada de cuanto ocurre en nuestro planeta
es un suceso localmente delimitado, sino que resulta de múltiples interaccio-
nes entre lo local y lo global (Beck, 1998). Desde el fin de la Guerra Fría, con
la intensificación de los procesos de globalización, los fenómenos étnicos han
emergido al primer plano del escenario político mundial. El surgimiento de
una serie de conflictos étnicos que en varios lugares han desatado graves en-
frentamientos bélicos -como en Europa del Este, Asia y Africa- es uno de los
rasgos notorios de este proceso, que en América Latina también se ha hecho
visible, mediante la aparición de diversos movimientos y conflictos étnicos
en países como México, Guatemala, Ecuador y Bolivia, pero que no tienen el
grado de violencia existente en otras regiones del planeta.4
La irrupción de las organizaciones y movimientos étnicos en los países
de América Latina, así como su conversión en actores políticos que cuestio-
nan profundamente los modelos nacionales y democráticos imperantes, viene
ocurriendo desde el último tercio del siglo XX, alcanzando niveles inéditos

4. Degregori (2002) menciona algunos factores que podrían explicar esto, como la fuerza de
los procesos de integración nacional vía el mestizaje y la hibridación cultural en los países
latinoamericanos; el bloqueamiento de la emergencia étnica por los grupos dominantes;
y también la dificultad de asociar claramente a los pueblos indígenas con un referente
territorial que pudiera sustentar reclamos separatistas. Diversas publicaciones (Van Cott,
1994; NACLA, 1996; Yamada y Degregori, 2002) han documentado la fuerza del proceso
de resurgimento étnico en el subcontinente, especialmente en aquellas regiones de fuerte
composición indígena como Mesoamérica y los Andes centrales.
438

de notoriedad pública e impacto político, paralelamente a la acentuación de


los procesos de globalización. Los puntos más altos de este fenómeno han
ocurrido en México, con la Marcha Zapatista por los Derechos y la Cultura
Indígena realizada en febrero y marzo del 2001; en Ecuador, con el triunfo
de Lucio Gutiérrez en las elecciones presidenciales de noviembre del 2002,
gracias a su alianza con el Movimiento Pachakutik, brazo político del mo-
vimiento indígena de ese país; y en Bolivia, donde el dirigente indígena Evo
Morales logró la segunda votación en las sorprendentes elecciones presiden-
ciales del 2002.
En los países centroandinos (Ecuador, Perú y Bolivia), el fenómeno de
revitalización étnica viene ocurriendo con diferentes ritmos e intensidades,
los cuales demuestran la heterogeneidad de la región, a pesar de presentar im-
portantes rasgos comunes de orden histórico y cultural, visibles en el hecho
inobjetable de que los tres países comparten una trayectoria histórica común
y albergan uno de los conglomerados indígenas más importantes del planeta.
En la región centroandina viven alrededor de trece millones de indígenas,
la gran mayoría de habla quechua -más de diez millones- y aymara -casi dos
millones-, mientras que el resto -alrededor de setecientos mil indígenas- co-
rresponde a los pueblos de la Amazonía y a los pequeños grupos étnicos de la
costa ecuatoriana como los Chachis, Awa y Tsáchilas (Albó, 2000). Mientras
en Ecuador existe una docena de grupos étnicos, en Bolivia hay alrededor de
treinta y en el Perú cincuenta y ocho, con un peso demográfico diferenciado
que alcanza el 40% de población indígena en el primer caso, casi el 70% en
el segundo y alrededor del 30% en el tercero.
Estos grupos indígenas existentes en la región vienen desarrollando in-
tensos procesos de reconstrucción étnica asociados al incremento de las inter-
conexiones globalizadoras, redefiniendo las fronteras interétnicas y generan-
do nuevos regímenes de representación. En Ecuador, el movimiento indígena
ha reivindicado las palabras “indio” e “indígena”, y además ha incorporado
otros términos como los de “nacionalidad” y “pueblo”, reinventando el mapa
cultural del país. En Bolivia, las organizaciones aymaras y quechuas prefieren
la denominación de “pueblos originarios” en vez de la de “indios”, debido al
lastre colonial de esta denominación, mientras que las organizaciones ama-
zónicas reivindican las nociones de “nacionalidad” y “pueblo indígena”. En
el Perú, no existe un movimiento de reivindicación étnica comparable al
que muestran sus vecinos: no hay organizaciones indígenas en la sierra, y la
palabra “indio” todavía está cargada de una fuerte connotación negativa, por
lo cual nadie quiere denominarse como tal, prefiriéndose la denominación
de “campesino” que fue impuesta durante el gobierno del General Velasco
Alvarado en reemplazo de la palabra “indio”.
439

En la Amazonía de los tres países también se observa un proceso com-


plejo de movilización étnica originado muy tempranamente. Desde media-
dos de los años 60, se fueron formando organizaciones a medida que las
fronteras étnicas tradicionales resultaban erosionadas por la influencia de
la mercantilización, la mayor presencia del Estado, la intensificación de las
operaciones desarrolladas por empresas petroleras y madereras, y la avanza-
da hacia el bosque realizada por colonos y otros actores externos como las
iglesias.5 Puede sugerirse que la existencia de condiciones étnicas de larga
historia entre los pueblos indígenas amazónicos (con factores como el man-
tenimiento de la lengua, territorialidad, vestido, cosmovisión, etc.) facilitó
el despliegue de la identificación étnica ante el aumento del asedio externo,
el cual fue respondido con la reafirmación de las fronteras étnicas. Uno de
los fenómenos más interesantes asociados a las políticas étnicas desarrolladas
por las organizaciones ha sido la adopción de las denominaciones de “pueblos
indígenas” y “nacionalidades”, por influencia del movimiento mundial de
pueblos tropicales, de las propias políticas gubernamentales y de las accio-
nes desarrolladas por diferentes organismos internacionales interesados en la
promoción de los derechos humanos indígenas, la defensa de los bosques y
la adopción de una legislación protectora de alcance internacional. La cons-
trucción de la etnicidad y el desarrollo de eficaces políticas de identidad por
parte de las organizaciones, no es resultado del encierro y la impermeabili-
dad étnica ante los procesos globalizadores locales y externos, sino que más
bien son generados por las influencias e impactos de dichos procesos, los
cuales generan las condiciones que posibilitan la reivindicación consciente

5. En el caso ecuatoriano, dicho proceso fue iniciado por grupos como los Shuar y Huao-
rani, siendo muy importante la influencia de los religiosos salesianos, alcanzando su
punto organizativo más alto con la conformación de la Confederación de Nacionali-
dades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (CONFENIAE) en 1980, y la realiza-
ción de una marcha hacia la ciudad de Quito en 1992 (CONAIE, 1989). En el Perú,
la primera organización fue el Congreso Amuesha constituido a fines de los sesenta.
En un lapso de 15 años, entre 1969 y 1984, se conformaron más de 50 organizacio-
nes, agrupadas en dos centrales: Asociación Interétnica de la Selva Peruana (AIDESEP)
y la Confederación de Nacionalidades de la Amazonía Peruana (CONAP) (Montoya,
1992: 68). En Bolivia, el despertar étnico de los pueblos de las tierras bajas ocurrió más
tardíamente, y en gran medida por influencia de las organizaciones de los otros dos países,
constituyéndose en 1981 la Central Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB) y en 1982
la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG), que fueron seguidas por muchas otras organiza-
ciones que alcanzaron su punto más alto de reconocimiento público con la Marcha por el
Territorio y la Dignidad de 1991 (Lehm, 1999). Cabe remarcar que en el caso amazónico
pudo constituirse un referente multinacional: la Coordinadora de Organizaciones Indíge-
nas de la Cuenca Amazónica (COICA), constituida en 1984 y que agrupa organizaciones
del Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela.
440

y deliberada de la diferencia y el orgullo étnico.6 El caso amazónico ilustra


bien cómo los procesos de globalización generan la transformación de los re-
gímenes de representación, posibilitando nuevas identificaciones y representa-
ciones identitarias, sobre todo en un contexto de redefinición de las fronteras
étnicas establecidas. Ante dicho proceso de cambios, una de las opciones de
los grupos étnicos -que emergen como tales en el marco de dicho proceso- es
el despliegue de nuevas representaciones y políticas de identidad formuladas
en términos de reivindicación étnica, muchas veces n confrontación directa
con otros actores.
En el caso de la sierra, los procesos étnicos de los tres países han tenido
un curso claramente diferenciado, ocurriendo primeramente en Bolivia, des-
de mediados del siglo XX, y posteriormente en el Ecuador, desde la década
de los 60. En la sierra peruana, en contraste con ello, hasta hoy no existe un
movimiento étnico comparable al de los otros dos países.

Emergencia étnica, regímenes de representación y procesos


de globalización contemporáneos

a) Bolivia
El primer momento de insurgencia étnica contemporánea ocurre en
Bolivia como consecuencia de la Revolución de 1952, la cual desata las luchas
indígenas por tierra y hegemonía, sobre todo en la región de Cochabamba.
En un primer momento inmediato al triunfo de la Revolución, a través de
experiencias como la rápida sindicalización campesina, la formación de mili-
cias armadas, las tomas de tierras de las haciendas, la expulsión de los patro-
nes y la negociación con los organismos políticos del Estado, los campesinos
quechuas de Cochabamba lograron desplazar el foco de la iniciativa política
desde los pueblos hacia el campo. Así, el poder pasó a ser ejercido por los
sindicatos y las milicias, que de esa manera se convirtieron en la fuerza social
más importante del campo boliviano. Reviste especial importancia el caso de
Ucureña, en el valle alto de Cochabamba, donde los campesinos que habían
participado en la Guerra del Chaco (1932-1935) lograron desarrollar una
experiencia muy temprana de movilización (allí se formó el primer sindicato
campesino en 1936 bajo las demandas de tierra, abolición de la servidum-
bre y acceso a la educación). Posteriormente, en el marco de la Revolución,
los sindicatos campesinos lograron conformar un espacio autónomo de ac-
ción política campesina. Los campesinos quechuas disputaron y negociaron

6. Baso estas ideas en mis conversaciones con Miguel Tankamash, fundador de la Federación
Shuar y primer Presidente de la CONAIE (Quito, octubre de 2002).
441

arduamente la creación de un espacio de poder y reproducción de identidad,


confrontando los profundos rezagos coloniales que hasta entonces habían
demarcado las fronteras interétnicas cotidianas con los patrones y vecinos
de los pueblos. La plataforma política de esa lucha fue el sindicato, mientras
que la principal reivindicación simbólica fue la identidad de “campesino”,7
formulada como representación de la identidad étnica quechua. Esto ocurrió
en el marco de un intenso y complejo proceso de transformación de las fron-
teras interétnicas tradicionales, que fueron sacudidas por un nuevo régimen
de representación impuesto por la coyuntura revolucionaria.8
El segundo momento de emergencia étnica ocurrió en el Altiplano, es-
pecíficamente en ciudades como La Paz y Oruro, cuyos bordes fueron pobla-
dos por millares de aymaras emigrados de las comunidades rurales, quienes
-ante la hostilidad étnica y la discriminación imperante en las ciudades por
parte de la población blanca y mestiza- redescubrieron sus ancestros indí-
genas y se reimaginaron como una comunidad étnica mucho más amplia
y antigua, asimilando la memoria colectiva de las luchas anticoloniales. Así
surgieron los diferentes núcleos fundadores del movimiento katarista desde
fines de la década del 60, como el Movimiento Universitario Julián Apaza, el
Centro MINKA9 y el Centro Cultural Túpac Katari. Esa vertiente kataris-
ta urbana de reivindicación cultural, confluyó rápidamente con la vertiente
rural, alcanzado en 1973 la redacción de famoso Manifiesto de Tiwanacu,
el cual denunció la continuidad de la opresión colonial reflejada en la frase
“somos extranjeros en nuestro propio país” (Hurtado, 1986; Rivera, 1984).
La lucha por la autorepresentación étnica desarrollada por el movimien-
to katarista, impactó profundamente las estructuras políticas y el aparato
institucional del Estado, al punto de lograr arrebatarle al MNR10 el control
de las organizaciones sindicales campesinas. Durante la feroz dictadura de
Bánzer, ocurre un repliegue de la movilización étnica al ámbito de los espa-

7. Nombrada también como “cholo”, aunque en menor medida, ya que esta denominación,
como la de “indio”, arrastra connotaciones raciales y de discriminación.
8. Gracias a los trabajos de Gordillo (2000 y 1998), se puede comprender el significado ét-
nico de las luchas por el poder y la representación ocurridas en los valles de Cochabamba
durante las décadas de los 50 y 60. Para una visión de largo plazo de la realidad cochabam-
bina, véase el trabajo clásico de Broke Larson (1992).
9. En el quechua de Ecuador y Perú se usa más “minga”, pero en el aymara boliviano se usa
“minka”. Ambas expresiones tienen el mismo significado. Una traducción literal sería:
“ayuda mutua”.
10. Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido triunfante en la Revolución del 52 que
desde entonces tuvo absoluta hegemonía política mediante el control del Estado y los
sindicatos obreros y campesinos.
442

cios privados y semiclandestinos, desde los cuales el katarismo resurgió con


toda su fuerza durante la coyuntura de la transición democrática de fines de
los 70 e inicios de los 80, período durante el cual el movimiento se constituyó
en una fuerza social de singular importancia política. Sin embargo, el apogeo
del katarismo coincidió con su atomización y el paulatino fracaso electoral
durante los procesos electorales de la década de los 80.
El tercer momento más importante de movilización étnica ocurrió du-
rante las décadas de los 80 y 90 en los valles tropicales de la región de Cocha-
bamba, donde millares de colonos productores de hoja de coca se vieron ase-
diados por la política de represión antidrogas monitoreada por el gobierno de
los Estados Unidos. Este conflicto trajo consigo un régimen de representación
que posibilitó la emergencia étnica. Es así como los colonos y sus familias,
que sin duda representan el eslabón más débil de la cadena internacional de
narcotráfico -por cierto, uno de los “negocios” económica y políticamen-
te más influyentes del mundo globalizado- se hallaron en una situación de
conflicto directo con el gobierno más poderoso del planeta, a través de sus
intermediarios y representantes locales. En el marco de esa lucha, los cam-
pesinos reinventaron una identidad colectiva de rasgos étnicos: se asumieron
como indígenas y se autonombraron bajo la representación de “originarios”;
expandieron y articularon un fuerte tejido de organizaciones desde el nivel
local al regional; se afirmaron en el uso de la lengua quechua; recuperaron
viejos símbolos y categorías andinas como la wiphala -bandera del Tahuant-
insuyu-, el pututo -trompeta hecha de caracol marino-, la noción de la tierra
como pachamama o “madre tierra”, y sobre todo reivindicaron a la hoja de
coca, no solamente como un elemento sagrado de su redescubierta identidad
indígena, sino también como un símbolo de la propia nacionalidad boliviana
ante la arremetida de los “gringos”. (Viola, 1996). La capacidad de los coca-
leros para cohesionarse simbólicamente, construyendo fronteras interétnicas
diferenciadas en base a las nociones de “originarios” y la reivindicación te-
rritorial, se reforzó con el establecimiento de sólidas alianzas transnacionales
con muchas organizaciones e instituciones de diversas partes del mundo, lo
cual empujó a los dirigentes cocaleros a asumir roles políticos de dimensión
nacional en las principales organizaciones sindicales del país, el parlamento y
posteriormente en las elecciones presidenciales.11

11. Evo Morales, indígena quechua y dirigente principal del movimiento cocalero, logró ser
elegido diputado y posteriormente participó en las elecciones presidenciales del 2002
como candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), obteniendo el segundo lugar. Su
postulación a la presidencia fue tachada sin ambages por el embajador estadounidense en
Bolivia, quien llegó a señalar que si ganaba las elecciones su país retiraría la ayuda econó-
mica.
443

Actualmente, el protagonismo étnico tiene otro de sus escenarios prin-


cipales en el Altiplano, donde ha resurgido un movimiento comunitario de
reivindicación aymara cuyo líder es conocido como el Mallku Felipe Quispe,
quien en 1998 fue elegido Secretario General de la más poderosa organiza-
ción sindical boliviana: la Confederación Sindical Unica de Trabajadores de
Campesinos de Bolivia (CSUTCB). Esta organización está siendo dotada de
nuevos significados políticos y étnicos, en concordancia con el despliegue ét-
nico de aymaras y quechuas, y en reemplazo de sus características sindicales
y clasistas tradicionales. El discurso que acompaña la efervescencia del comu-
nitarismo aymara destaca la vigencia de los ayllus y la “nación originaria” del
Kollasuyu -la región altiplánica del imperio incaico o Tahuantinsuyu- frente
a la hegemonía del Estado y la sociedad blanco-mestiza, proponiendo el co-
munitarismo aymara como alternativa frente al agotamiento e inoperancia
de la sociedad “q´ara”12 dominante, de raigambre blanco-mestiza e histórica-
mente más reciente que las comunidades y markas13 aymaras.
La irrupción de este movimiento de reivindicación étnica aymara,
como una poderosa e inesperada fuerza social, de profunda proyección des-
colonizadora en la sociedad boliviana, ha ocurrido en confluencia con diver-
sas demandas étnicas y económico-sociales antagónicas a la implantación del
neoliberalismo. Cabe destacar la “lucha por el agua” de abril del 2000, los
bloqueos indígenas de septiembre y octubre de ese mismo año, y la parali-
zación aymara de julio de 2001. Según el Mallku Felipe Quispe, estos con-
flictos tienen una gran significación histórica y simbólica, pues durante las
negociaciones entre la dirigencia indígena y los representantes del gobierno
para tratar el fin de los bloqueos de caminos ocurrió que

“las mujeres lo han reñido en aymara-quechua a los ministros, y los ministros


como son extranjeros no supieron entender. Por primera vez, las dos repúbli-
cas, la india y la q´ara, se miraron cara a cara, con sus dos culturas diferentes
y así tuvieron que atendernos, que reconocernos y que respetarnos” (Quispe,
2001: 169).

b) Ecuador
Las reformas agrarias dictadas en el Ecuador en 1964 y 1974, tuvieron
la peculiaridad de llegar tarde, ya que buena parte de los hacendados ha-
bía vendido sus tierras, o había asumido una vía de modernización agraria

12. Vocablo aymara que es utilizado para denominar a los blancos y mestizos.
13. La marka es un territorio étnico compuesto por un agregado de comunidades, que muchas
veces tiene origen prehispánico, como ocurre en algunas zonas del Altiplano y en el norte
de Potosí.
444

capitalista, reemplazando los huasipungos indígenas por una agricultura


mercantil intensiva. Además, las reformas agrarias tuvieron un claro signo
modernizador, pues no solamente buscaron eliminar los latifundios, sino
también alentar el desarrollo de la capitalización en el campo. El resultado
fue un proceso selectivo de afectación de tierras que respetó buena parte de
las propiedades y alentó su conversión en empresas agrarias capitalistas. Sin
embargo, el mayor impacto del proceso fue de orden político y simbólico: la
transformación definitiva de los escenarios políticos locales, cuyo andamiaje
de poder colapsó debido a la crisis del sistema de hacienda y la disolución del
régimen de administración étnica instaurado desde el siglo XIX, basado en la
administración privada de las poblaciones indígenas.14 El vacío político deja-
do en el campo fue reemplazado por el surgimiento de una nueva estructura
de mediación entre los indios y el Estado: fue emergiendo una malla de nue-
vas organizaciones indígenas basadas en la expansión de las comunas, que se
identificó en términos étnicos, reivindicando y reinventando sus rasgos origi-
nales. Este proceso fue alentado por la presencia creciente de agentes externos
en el campo -como la iglesia progresista y organizaciones de promoción del
desarrollo estatales y privadas- y la maduración de una nueva élite intelectual
y dirigencial indígena (Zamosc, 1993).
Durante la década comprendida entre las dos reformas agrarias, las con-
diciones del régimen de representación son transformadas profundamente. A
lo largo de la sierra ecuatoriana se van conformando diversas organizaciones
indígenas, las que en 1972 se articulan en una confederación regional lla-
mada ECUARUNARI o “Despertar de los indios del Ecuador” (ECUA-
RUNARI, 1998). Durante los años siguientes, se fue consolidando la pre-
sencia de las organizaciones indígenas, así como el redescubrimiento de sus
identidades étnicas originarias, expresadas mediante representaciones como
las palabras “nacionalidad” (la cual es usada para referirse al conjunto del
mundo quechua) y “pueblo” (usada para referirse a cada uno de los grupos
étnicos que a pesar de compartir el mismo idioma presentan rasgos culturales
diferenciados). Estos sucesos ocurrieron sobre un trasfondo caracterizado por
un intenso proceso de cambios estructurales en la sociedad ecuatoriana, que
acompañó el boom económico del banano y el petróleo. Fenómenos como el
aumento de la presencia estatal, las migraciones, la urbanización y el desarro-
llo de la industrialización, fueron el telón de fondo de la recomposición de las
fronteras étnicas realizada por las organizaciones indígenas.

14. La noción de administración étnica ha sido propuesta por Andrés Guerrero (1993), quien
estudia cómo el Estado ecuatoriano delegó a particulares -es decir, a los dueños de las ha-
ciendas- el control de las poblaciones indígenas, a cambio de permitir el usufructo de sus
tierras y su mano de obra.
445

En 1986 se constituye la Confederación de Nacionalidades Indígenas


del Ecuador (CONAIE), organización que articula diversas organizaciones
cantonales, provinciales y regionales, conformándose por primera vez en la
historia ecuatoriana un interlocutor étnico de dimensión nacional. Pero la
irrupción pública del movimiento indígena como un actor político y social
ocurrió en 1990, con la realización del primer levantamiento de las naciona-
lidades indígenas del Ecuador, que paralizó al país y obligó a las autoridades
gubernamentales a negociar “de igual a igual” con los representantes indios,
quienes exigían nada menos que la refundación del Estado ecuatoriano como
un Estado plurinacional, demanda expresada como uno de los 16 puntos del
“Mandato por la defensa de la vida y las nacionalidades indígenas”.15
Durante los años siguientes, las propuestas indígenas cristalizaron en
la formulación de un “proyecto político” que demanda frontalmente el reco-
nocimiento del carácter plurinacional de la sociedad ecuatoriana (CONAIE,
1994), y que ha constituido la plataforma política de las luchas desarrolladas
por la CONAIE a lo largo de la década de los 90, cuyos hitos han sido los
posteriores levantamientos indígenas (ocurridos en 1994, 1996, 1997, 1998
y 2000), la férrea oposición a los programas neoliberales, la demanda del
reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad, la formación del mo-
vimiento político Pachakuti en 1996 -que ese año obtuvo el 10% de los es-
caños en el parlamento-, la creación de la Universidad de los Pueblos Indios
del Ecuador en el año 2000, y la reinvención del mapa étnico ecuatoriano.
Actualmente, la CONAIE plantea la existencia de una docena de naciona-
lidades en todo el país, y más de una decena de pueblos indígenas de habla
quechua en la sierra. Esta reinvención de los contenidos étnicos de la propia
nación ecuatoriana, se basa en un discurso de identidad que dota de nuevo
significado a palabras como “nación”, “pueblo” e “indio”, convirtiéndolas en
representaciones demarcatorias de las identidades y diferenciaciones étnicas
propias del nuevo régimen de representación.
Un punto crítico de la movilización indígena ocurrió durante el pe-
ríodo de crisis económica que sacudió al país entre 1996 y el 2000; durante
ese lapso, el movimiento indígena demostró su fuerza como actor de pro-
yección nacional, desarrollando propuestas alternativas al neoliberalismo y
desencadenando las crisis políticas que derrocaron a los presidentes Abdalá
Bucaram en febrero de 1997 y Jamil Mahuad en los sucesos del 21 de enero
del 2000. Durante la caída de Mahuad, durante algunas horas, el presidente
de la CONAIE integró la Junta de Gobierno que logró tomar el poder e

15. Sobre el levantamiento indígena de 1990 ver los diversos trabajos publicados en : Varios,
1990 y 1993.
446

instalarse en el Palacio de Carondelet, pero que en la madrugada del 22 de


enero fue desconocida por las fuerzas armadas, las cuales impusieron en el
poder al vicepresidente Gustavo Noboa. Desde entonces, a pesar de la crisis
organizativa y los conflictos internos subsecuentes, el movimiento indígena
mantuvo su oposición frontal a las políticas neoliberales del gobierno, lo-
grando recomponerse como actor político y social, lo cual fue evidente con la
convocatoria a un nuevo levantamiento indígena a fines de enero del 2001,
en contra de un paquete de medidas económicas dictadas por el gobierno.
Posteriormente, la herencia política de la insurrección del 21 de ene-
ro del 2000 se dejó notar con la conformación de la alianza electoral entre
el Partido Sociedad Patriótica liderado por el Coronel Lucio Gutiérrez y el
Movimiento Pachakutik, la cual logró el triunfo electoral en noviembre de
este año. El resultado de ello es que luego de diez años de lucha en la escena
pública, el movimiento indígena ha logrado convertirse en un actor inelu-
dible del escenario político ecuatoriano, logrando ir mucho más allá de las
demandas estrictamente étnicas, al punto de ser uno de los pocos actores
capaces de manejar una visión efectivamente nacional sobre los problemas y
alternativas del país.16

c) Perú
En el caso del Perú, a diferencia de lo que ocurre en Ecuador y Bolivia,
no se ha podido conformar un movimiento étnico en la región del país que
cuenta con la mayor población indígena -en términos absolutos- de toda la
región centroandina: la sierra peruana. Pero esto no significa que el Perú
carezca de procesos de movilización indígena. Lo que ocurre es que se han
expresado con ritmos e intensidades distintas a las que pueden apreciarse en
los demás países andinos. Ejemplo de ello es el hecho de que en la región
amazónica, en contraste con la sierra, sí se puede apreciar un activo proceso
de movilización indígena que tiene décadas de desarrollo, y ha dado origen
a la formación de múltiples organizaciones articuladas en torno a dos cen-
trales nacionales: la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana
(AIDESEP), y la Confederación de Nacionalidades de la Amazonía Peruana
(CONAP). Sin embargo, hasta el momento tales organizaciones desarrollan
sus actividades fundamentalmente a través de la reivindicación del derecho

16. Este rasgo del movimiento indígena ha sido resaltado por los principales dirigentes de
las organizaciones indígenas, a quienes entrevisté antes de la segunda vuelta electoral, en
octubre y noviembre del 2002, entre ellos Leonidas Iza, Presidente de la CONAIE; Mi-
guel LLuco, Coordinador del Movimiento Pachakutik; Estuardo Remache, Presidente de
ECUARUNARI, Rodrigo Collahuazo y José Encalada de la Confederación de Afiliados al
Seguro Campesino (CONFEUNASSC), entre otros.
447

al desarrollo, sin explicitar políticamente sus demandas étnicas, o más preci-


samente sin hacerlo en forma plena (más bien se encuentran insertas en rei-
vindicaciones territoriales y ambientales, así como en la búsqueda de proteger
derechos comunitarios y alcanzar formas de desarrollo alternativo).
En relación a esto, Carlos Iván Degregori ha planteado que la situación
peruana no expresa una inexistencia del factor étnico, sino más bien diferen-
tes contenidos y maneras de expresión, que configuran una etnicidad distinta
a la que puede notarse en Ecuador o Bolivia. Es decir, la etnicidad no se
expresa necesariamente a través de la reivindicación política de las identida-
des indígenas, pero eso no significa que sea un factor ausente en la realidad
política y cultural más amplia del país (Degregori, 1993). Partiendo de los
hallazgos pioneros de investigadores como Bourque y Warren (1978), Degre-
gori plantea que el fenómeno que hace distintiva la experiencia peruana es
la porosidad y fluidez de las fronteras identitarias, pues históricamente “los
escalones inferiores de la pirámide étnica peruana comenzaron a volverse
evanescentes, a difuminarse y desaparecer” (Degregori, 1993: 120). Esto se
relaciona con el fuerte racismo prevaleciente en el país, que ha empujado a
los indígenas a la búsqueda de otras formas de identificación, a través de
procesos como la cholificación (Quijano, 1980) y la desindigenización a tra-
vés de migraciones hacia las ciudades, movilidad social, acceso a educación
y otros mecanismos. Sobre todo en la sierra peruana, habría prevalecido así
un influyente “mito del progreso” (Degregori, 1986) que desplazó la rein-
vindicación política étnica, colocando en el primer plano de la conciencia de
los indígenas el deseo de alcanzar igualdad como ciudadanos y peruanos de
pleno derecho.
En conclusión, retomando los hallazgos de una monografía más amplia
sobre el tema (Pajuelo, 2004), podemos señalar que en la sierra peruana no se
aprecia un fenómeno de emergencia étnica debido a que no existen fronteras
étnicas suficientemente visibles o tangibles, que puedan sostener una reivin-
dicación política étnica. Ocurre que:

“el fenómeno de emergencia étnica vinculado a la intensificación de los pro-


cesos de globalización contemporáneos, no encuentra un correlato favorable
en el caso de la sierra peruana debido a la inexistencia de fronteras étnicas
tangibles o con cierto grado de visibilidad. Ello no ocurre, en cambio, en la
Amazonía peruana, donde sí existen fronteras étnicas que pueden ser repre-
sentadas, y por lo tanto reafirmadas o delimitadas en términos de semejanzas
y diferencias étnicas. En la sierra del Perú, por el contrario, las representacio-
nes de identidad no responden prioritariamente a contenidos étnicos, ya que
es difícil la delimitación simbólica de los límites culturales. Las fronteras iden-
titarias resultan mucho más porosas, abiertas y en ese sentido permisivas que
en los casos del Ecuador y Bolivia, donde las poblaciones indígenas siguieron
448

el camino de atrincherarse en su indianidad como medio para hacer frente a


la discriminación y la exclusión étnica, mientras que en el Perú el camino a se-
guir fue el de la desindianización, porque la porosidad de las fronteras étnicas
así lo permitió.” (Pajuelo, 2004: 58).

Culmino señalando que, con la perspectiva que otorga la distancia,


ahora entiendo cómo los sucesos relatados al inicio de este texto evidencia-
ban la confluencia de diversos procesos de globalización aparentemente con-
tradictorios, pero que en la sierra ecuatoriana pudieron ocurrir simultánea-
mente: la modernización acelerada del campo; la consolidación de un sector
agrícola capitalista; la subsistencia de fuertes rezagos materiales y simbólicos
del régimen tradicional de hacienda; el surgimiento de nuevos actores y orga-
nizaciones étnicas; y sobre todo el mantenimiento de la violencia y ubicuidad
de las rígidas fronteras étnicas, que en Ecuador parecieran seguir a los indios
nada menos que “como su propia sombra” (Guerrero, 1997). Esto inclusive
en espacios tan microscópicos de la vida cotidiana, como la actividad diaria
de pastar un becerro realizada por una niña indígena en medio de un mundo
en acelerada transformación.
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puntos y Roboto de 8 puntos. En los interiores caracteres Century
Gothic Bold de 16 puntos y Adobe Garamond Pro de 15 puntos
para los títulos, 12 puntos para los subtítulos y 11 puntos con 13.5
puntos de interlineado para el cuerpo del texto. La carátula es de
cartulina Foldcote calibre 14 y los interiores de papel bond de 75 gr.
El tiraje de la edición es de 1000 ejemplares. El cuidado de edición
estuvo a cargo de Ríos Profundos Editores.

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