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1era ed. / 468 pp. / 23 x 15.5 cm. / Serie Editorial: Limbos Terrestres
(Ciencias Sociales), N° 1.
ISBN: 978-612-46761-2-3
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú, N° 2016-07811
Registro del Proyecto Editorial en la Biblioteca Nacional del Perú:
11501201600621
Impreso en el Perú
Tiraje: 1,000 ejemplares
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier
medio, sin la autorización expresa del autor o del sello editorial.
En el cauce vacío
En verano,
según ley de aguas, el río Vichanzao no viene a los cañaverales.
Los parceleros lo detienen arriba
y lo conducen al panllevar.
Aquí en el cauce queda fluyendo una brisa, un río
invisible
Camino pisando los cantos rodados enterrados en el limo
y mirando los charcos donde sobreviven diminutos peces grises
que muerden el reflejo de mi rostro.
Los pequeños sorbedores de mocos ya no los atrapamos en
botellas.
Tampoco tejemos trampas para camarones
y nuestro lejano bullicio se esfuma
sin dolor.
Supuse más dolor. En el regreso todo se convierte en zarza,
dijo Issa.
Pero yo camino extrañamente aliviado,
ni herido ni culposo,
por el cauce
en cuyas altas paredes asoman raíces de sauces. Las muerdo
y este sabor amargo es la única resistencia que hallo
mientras avanzo contra la corriente.
José Watanabe
Para Anita Campana Ocampo, que se fue dejándonos su luz…
E. P. Thompson
Índice
Introducción 17
Bibliografía 449
Listado de cuadros, gráficos, figuras y mapas
CUADROS
Cuadro 1: Modelos de desarrollo previos a la implementación del neoliberalismo.
Cuadro 2: Principales medidas del shock económico del 8 de agosto de 1990.
Cuadro 3: Principales agencias reguladoras creadas como parte de las reformas
neoliberales.
Cuadro 4: Conflictos sociales 2004-2007.
Cuadro 5: Retablos de la Colección Edilberto Jiménez.
GRÁFICOS
Gráfico 1: Víctimas según ocupación, 1980-2000.
Gráfico 2: Víctimas según idioma materno, 1980-2000.
Gráfico 3: Víctimas según lugar de nacimiento, 1980-2000.
Gráfico 4: Total de víctimas según año de fallecimiento/desaparición, 1980-2000.
Gráfico 5: Evolución del Producto Bruto Interno (PBI), 1980-2004.
Gráfico 6: Inversión extranjera directa, 1980-2004.
Gráfico 7: Evolución de la inflación, 1980-2005.
Gráfico 8: Comercio exterior como % del PBI, 1980-2004 (Coeficiente de
apertura externa).
Gráfico 9: Inversión extranjera directa como % del PBI 1980-2004.
Gráfico 10: Presupuesto estatal destinado a gasto social, 1993-2004.
Gráfico 11: Evolución del empleo estatal y privado, 1990-1998.
Gráfico 12: Monto recaudado por concepto de privatizaciones, 1991-2005.
Gráfico 13: Número de empresa privatizadas entre los años 1991-2005.
Gráfico 14: Número de huelgas entre los años 1980-2005.
Gráfico 15: Cantidad de trabajadores comprendidos en huelgas entre 1980-2005.
Gráfico 16: Acciones subversivas del PCP-SL.
Gráfico 17: Perú: número de conflictos sociales, 2004-2012.
Gráfico 18: Conflictos sociales en las regiones, 2004-2010.
FIGURAS
Figura 1: Fotografía de Edmundo Camana convertida en símbolo de la CVR.
Figura 2: Ricardo Abregú Durand. S/T. (Pintura 7309).
Figura 3: Filomeno Palomino Sicha. Exceso de fuerzas armadas. (Pintura 6247).
Figura 4: Rosa Pacheco Gomez. La batida y las torturas. (Pintura 6589).
Figura 5: Francisco Rivera Rondón. Toma del pueblo por militares. (Pintura
7310).
Figura 6: Yolanda Ramos Huamanñahui. Los abusos. (Pintura 7388).
Figura 7: Pío Manuel Ríos Villasante. ¿Hasta cuándo 24 de junio día del
campesino? (Pintura 6621).
Figura 8: Mariano Sulca Laura. Costumbres. (Pintura 6956).
Figura 9: Rogelio Chávez Huamán. Enfrentamiento. (Pintura 6253).
Figura 10: Freddy Coronado Gallardo, Enfrentamiento (Pintura 6858).
Figura 11: Fausto Prado Pacheco. Vivencias en el campo serrano. (Pintura 6080).
Figura 12: Celia Palomino de Meléndez. Abuzos y humillaciones en algunas
comunidades campesinas, ante los soldados. (Pintura 6216).
Figura 13: Raúl Castro Lazo. Incursión militar a un pueblo - Masacre total.
(Pintura 6629).
Figura 14: Antonio Oré Lapa. Llanto y lamentos de mi pueblo. (Pintura 6254).
Figura 15: Carlos Sacsara Huayhua. Rondas campesinas de Huanta. (Pintura
6894).
Figura 16: Guido Godofredo Guillén de la Barra. Fiesta campesina. (Pintura
6857).
Figura 17: Vladimir Condo Salas. S/T. (Pintura 6117).
Figura 18: Anónimo. S/T. (Pintura 6624).
Figura 19: Edilberto Jiménez. Dibujo de Florentino Jiménez Toma. S/F.
Figura 20: Florentino Jiménez, Amalia Quispe y sus hijos Neil, Edilberto y
Eleudora.
Figura 21: Edilberto Jiménez en su casa-taller de San Juan de Lurigancho,
restaurando el retablo El hombre.
Figura 22: Retablo Cuernos y garras. 1986.
Figura 23: Retablo Flor de retama. 1986.
Figura 24: Retablo Lucía. 1988.
Figura 25: Boceto del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982.
Figura 26: Detalle del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982.
Figura 27: Retablo Abuso a las mujeres. 2007.
Figura 28: Detalle del retablo Lirio qaqa, profundo abismo. 2007.
Figura 29: Retablo con forma de ataud: Lirio Qaqa, profundo abismo.2007.
Figura 30: Retablo Asesinato de niños en Huertahuaycco. 2007.
Figura 31: Retablo Fosa en Chuschihuaycco. 2007.
Figura 32: Detalle del retablo Basta, no a la tortura. 2006.
Figura 33: Detalle del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la
violencia.1988.
Figura 34: Boceto del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la
violencia. 1988.
Figura 35: Detalle del retablo Picaflorcito. 2006.
Figura 36: Detalle del retablo Los condenados.1987.
Figura 37: Retablo Fiestas del Ande.1989.
Figura 38: Retablo Mi Ande y su amor profundo.1987.
MAPAS
Mapa 1: Total de acciones subversivas 2000-2005 por departamentos.
Agradecimientos
Al pie de cada uno de los ensayos de este libro se incluyen los respectivos
agradecimientos, por lo cual aquí solo quisiera mencionar a las instituciones que
han hecho posible mi labor en estos años. En primer lugar quisiera agradecer al
Instituto de Estudios Peruanos (IEP) por ofrecerme un espacio para trabajar y
pensar con libertad, lo cual es un privilegio en un medio académico e intelectual
como el peruano, en el cual, como señalo en la introducción, se ha reducido en
gran medida la posibilidad de pensamiento crítico. Ojalá el IEP, mi casa durante
largos años, pueda mantener su autonomía y diversidad, equilibrando la subsis-
tencia institucional con la vocación por la investigación y el conocimiento.
Durante cinco años viví en el Cuzco, donde trabajé en el Colegio Andino
del Centro Bartolomé de las Casas (CBC). Agradezco a esta institución por las
experiencias y aprendizajes, que me acercaron al mundo de los Andes del sur, y
permitieron un vínculo especial con la ciudad, su región y otras instituciones,
especialmente el Centro Guaman Poma de Ayala, así como la Universidad San
Antonio Abad, el programa SIT Study Abroad de World Learning, el Gobierno
Regional del Cuzco, CRESPIAL, entre otras. La relación con el Cuzco se ha
proyectado a mi participación actual en la Asociación Periferia, junto a un grupo
de amigos empeñados en continuar la agenda sobre poder, culturas indígenas e
interculturalidad que nos reunió en dicha ciudad.
En Lima, recuerdo con nostalgia mi paso por la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR), en cuyo equipo de estudios en profundidad pude des-
cubrir la dimensión de la violencia política sufrida en el país. También quisiera
agradecer al Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), que me brindó una
beca de investigación que se convirtió en un libro sobre los movimientos indíge-
nas andinos. Durante algún tiempo, los amigos de la Asociación SER me invita-
ron a escribir pequeños ensayos que se publicaron en la revista Cabildo Abierto,
en una columna de inspiración arguediana titulada: Ríos profundos. Esa columna
fue el origen del sello editorial que alberga este libro. También quisiera agradecer
a otras instituciones para las cuales preparé artículos, consultorías, reportes de
investigación, ponencias o conferencias: DESCO, IDEA Internacional, Coo-
perAcción, GRADE, Chirapaq, CNA, Grupo Propuesta Ciudadana, CIES,
PNUD, IBIS, OXFAM, JNE, ONPE, Convenio Andrés Bello, APRODEH,
CNDDHH, Ministerio de Cultura, Ministerio de Educación, Grupo Parlamen-
tario Indígena del Congreso de la República, blog La Mula, Facultades de Cien-
cias Sociales de la UNMSM y PUCP, UARM, entre varias otras.
Fuera del Perú, agradezco al Área de Historia de la Universidad Andi-
na Simón Bolívar, Ecuador, por la oportunidad de compartir varias estancias
dedicadas a estudios de postgrado e investigación. También al Centro de In-
vestigación Postdoctoral de la Universidad Central de Venezuela, y al Instituto
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional
de Colombia, instituciones a las cuales estuve vinculado mediante una estan-
cia de investigación sobre los movimientos indígenas en el primer caso, y un
proyecto comparado colaborativo sobre neoliberalismo y violencia política en
el segundo. Incorporado al Grupo de Investigación sobre Escrituras Silencia-
das de la Universidad de Alcalá de Henares, España, pude conocer de cerca su
interesante línea de investigación historiográfica, que se ha reflejado en varios
eventos y publicaciones. Agradezco también al Centre Tricontinental, con sede
en Bruselas, Bélgica, por invitarme a escribir reportes anuales sobre la coyuntura
peruana. Durante algunos años, elaboré también cronologías mensuales sobre la
conflictividad social en el Perú para el Observatorio Social de América Latina
de CLACSO, Argentina. También gracias a CLACSO, junto a colegas de varios
países impulsamos un Grupo de Trabajo sobre movimientos indígenas. Otro
espacio enriquecedor sobre esta temática fue una red de investigación formada
por investigadores y dirigentes indígenas de varios países andinos, que contó
con el auspicio del IFEA. Agradezco asimismo las invitaciones para participar
en seminarios y conferencias organizadas por FLACSO Ecuador, la Universi-
dad Autónoma Metropolitana de México, el Museo de Etnografía y Folclore, la
Fundación Tierra y el CIDES de la Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia,
la KAS de Alemania, el Center for Integrated Area Studies de la Universidad
de Kyoto, Japón, y la Casa de América de Madrid, España. Otras instituciones
internacionales son mencionadas en las referencias y agradecimientos de los en-
sayos del libro.
Más allá de los agradecimientos institucionales, quiero expresar mi grati-
tud a la gente que les da vida: tantas personas con quienes he podido compartir
diálogos y experiencias. Sería muy largo mencionar a todos y todas. Un viejo
proverbio señala que la inmensidad del mundo existe en las personas que nos ro-
dean diariamente. Agradezco por eso, finalmente, a mi pequeño mundo: Flor y
nuestra hija Lara, por todas las aventuras de la comunidad del anillo. Y también
a mi familia más amplia, sobre todo a mi madre Blanca, mis hermanos Ronald,
Silvia, José (pepe), Felicia, Alberto (chemo) y Liz, junto a nuestro recordado
padre Alberto.
Introducción
La imagen que otorga título a este libro proviene del poema En el cauce
vacío, del recordado José Watanabe. Por esa razón, como habrá percibido
el lector, aparece aquí a manera de umbral que inicia el recorrido de estas
páginas. Sus versos nos hablan sobre una experiencia personal: el retorno del
poeta –ya adulto- al río que acompañó sus juegos infantiles. Lo sorprendente
es que al recorrer el lecho providencialmente seco debido a la estación vera-
niega, caminando en sentido contrario al curso natural de las aguas, y de
cierta manera al propio transcurrir del tiempo, descubre la presencia de otro
caudal invisible e inesperado. Se trata de un río formado por aquellos ele-
mentos que adquieren presencia en pleno cauce vacío: el fluir de la brisa, los
cantos rodados enterrados en el limo, diminutos peces atrapados en charcos
de agua, raíces de sauces brotando en las altas paredes de tierra, y, sobre todo,
la memoria de su propia infancia extraviada. Una memoria cargada de dolor
pero también de una extraña sensación de alivio, que orienta el retorno (por
demás imposible) al tiempo del pasado.
Como sugiere el poema, el río invisible no puede ser percibido con
facilidad. Pero bajo ciertas circunstancias y coincidencias -la sequedad de las
aguas, el regreso a un escenario entrañable, el resurgir de la memoria- inunda
completamente la experiencia vital, mostrándose con toda plenitud y miste-
rio: de forma volátil pero a la vez potente, indetenible. En un ensayo escla-
recedor, Víctor Vich (2013) plantea precisamente que la poesía de Watanabe
logra su punto más alto de expresión al iluminar la búsqueda o reencuentro
con lo que hemos perdido; es decir, con aquello que no podemos alcanzar
pero que sí existe y es verdadero. Especialmente al describir el vínculo con la
naturaleza, frente a la cual el lenguaje poético resulta fallido e insuficiente,
pero consigue evidenciar la presencia -la posibilidad- de lo imposible.
*
El río invisible que este libro se propone mostrar, aunque de forma frag-
mentaria e incompleta, en tanto se compone de ensayos escritos en diversas
circunstancias, es el caudal de luchas, resistencias y acciones de movilización
18
colectiva que han venido ocurriendo en el Perú durante casi tres décadas de
predominio neoliberal. En ese sentido, estas páginas nos invitan a pensar que
en la sociedad peruana actual, más allá del asfixiante discurso celebratorio
del orden impuesto desde los 90s, hace falta considerar fenómenos y procesos
de cambio que se orientan en una lógica distinta a la que nos rige desde en-
tonces. También en el ámbito de los movimientos y luchas sociales, aquello
lejano y aparentemente inalcanzable -la transformación de la sociedad en que
vivimos- puede tener una presencia inadvertida que necesitamos apreciar y
tomar en cuenta para seguir adelante.
Las cuatro partes o secciones temáticas que dan forma al libro, brin-
dan elementos para una imagen crítica sobre el Perú de las últimas décadas:
una sociedad profundamente transformada y deteriorada por la hegemonía
neoliberal, en la cual, sin embargo, podemos reconocer procesos alentadores,
expresados en nuevas tendencias de movilización y lucha social. Los ensayos
del volumen nos acercan a estos cambios que vienen ocurriendo en distin-
tos ámbitos de la política, memoria, conflictividad y movimientos sociales.
Destaca la reflexión en torno al devenir de los movimientos indígenas en
los Andes, planteándose que en el caso peruano se aprecia un nuevo ciclo de
movilización comunitaria e indígena. Se trata de un río invisible acerca del
cual se llama la atención, a la luz de una perspectiva histórica de comprensión
de las luchas por ciudadanía, democracia y nación, en una sociedad marcada
por la terrible experiencia de la violencia política reciente. 1
En términos más precisos, el libro aporta materiales para comprender
la sociedad peruana actual como escenario de una profunda modificación
estructural, ocurrida desde los 90s por vía de una neoliberalización frené-
tica e irreversible. Ante ello, cualquier opción alternativa requiere construir
posibilidades inéditas, dejando atrás la nostalgia por el pasado que todavía
orienta el ideario y la acción de muchos actores, especialmente en el campo
de la izquierda. Esto no significa el abandono de la perspectiva histórica.
Por el contrario, se hace más necesario pensar nuestra época, en el país y en
el mundo, historizando el análisis del poder hegemónico que se presenta a sí
mismo como único futuro posible. Por ello, el neoliberalismo aún en curso
1 Pienso que es posible entender este novedoso ciclo de movilización comunitaria e indí-
gena, como parte de un proceso más amplio de expresión de movimientos ciudadanos
críticos del orden neoliberal. Este proceso se inició con el “arequipazo” del 2002, y alcanzó
sus momentos de mayor alcance con los paros amazónicos de 2008 y 2009, así como la
reciente movilización juvenil en contra de la denominada “Ley pulpín”. Como muestra
un interesante trabajo sobre la revuelta juvenil de los llamados “pulpines”, en el Perú se
aprecian nuevas protestas ciudadanas que ya no se ajustan al estilo de las movilizaciones
clásicas del período anterior al neoliberalismo. Véase: Fernández-Maldonado (2015).
19
2 A esto se refiere Alberto Vergara (2013) cuando habla de “ciudadanos sin república”, vol-
teando así la figura utilizada originalmente por Alberto Flores Galindo (1988), quien más
bien buscaba destacar la persistencia del racismo.
20
**
En el Perú, un territorio periférico del mundo globalizado, durante casi
tres décadas ha ocurrido una experiencia extrema de neoliberalización, la
cual se sostiene hasta hoy mediante un discurso falaz, que pretende ensalzar
un supuesto modelo exitoso de “revolución capitalista”.3 Según este discurso,
el modelo actual de modernización neoliberal habría enrumbado definitiva-
mente a la sociedad peruana hacia un futuro de desarrollo y progreso. Este
razonamiento se encuentra en el trasfondo de una actitud represiva e intole-
rante cada vez más recurrente, consistente en demonizar y atacar cualquier
intento de cuestionamiento al orden neoliberal.4 Sin embargo, esta reacción
tiene cada vez mayores dificultades. En relación a ello, este libro se propone
contribuir a desvelar el chantaje ideológico que impide comprender históri-
camente el “neoliberalismo a la peruana”,5 el cual no es explorado aquí como
mito de salvación, sino más bien como problema: un momento y proceso
histórico en medio del cual irrumpen también nuevas expresiones de movili-
zación, resistencia y lucha social.6
7 Ejemplo de esto es el triste papel del economista Miguel Santillana, quien en diversos
momentos ha protagonizado campañas de persecución a líderes de organizaciones y mo-
vimientos sociales opuestos a diversos proyectos mineros. Lo escandaloso es que no lo
hace como operador remunerado por las empresas mineras, sino más bien como consultor
académico.
22
8 “Gobierno de Ollanta Humala deja a PPK más de 200 conflictos sociales sin resolver”
(La República, 2016). Los reportes e informes de la Defensoría del Pueblo se encuentran
disponibles en su sitio web: http://www.defensoria.gob.pe/conflictos-sociales/
9 Al respecto, es importante anotar que en el Perú, a diferencia de otros casos de posvio-
lencia política como los de Centroamérica, no ocurrió un trasvase automático hacia el
incremento de la inseguridad y delincuencia común. La escalada de acciones como asaltos,
asesinatos, secuestros, extorsiones, entre otros, tienen mayor vinculación con el estilo sal-
vaje de la neoliberalización a la peruana. La abrupta modernización ocurrida en el país,
implica el incremento de economías subterráneas, narcotráfico, contrabando, sicariato, en
un escenario en el cual prácticamente conviven lo legal/ilegal, lo formal/informal, junto a
la absoluta carencia de normas e instituciones.
10 Por ello cabe destacar los aportes de Henríquez (2015), Arce (2015), Arellano (2011),
entre otros trabajos dedicados al tema.
11 Ejemplo de ello fue un intento de explicación teórica e histórico-cultural de la conflic-
tividad, difundido por la oficina estatal a cargo del manejo de los conflictos sociales. Su
planteamiento se reduce a sostener que en el Perú existiría una tendencia inmemorial a la
conflictividad: “culturas del conflicto” fuertemente sedimentadas en el imaginario social,
y “reforzadas por una serie de elementos propios de la diversidad cultural del país” (Véase:
PCM, 2013). Este discurso esencialista, termina culpabilizando a los pueblos indígenas
por el incremento de la conflictividad. La primera parte de este informe elaborado para el
boletín oficial Willaqniki generó diversas reacciones críticas, por lo cual nunca salió a luz
la segunda parte.
23
15 Véase el libro de Arrighi: Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI
(Arrighi 2007).
16 A diferencia del anterior ciclo de modernización y expansión, la economía peruana neo-
liberal es básicamente terciaria. Un resultado clave de la desindustrialización ha sido la
desaparición de la clase obrera, junto a buena parte de sus organizaciones y movimientos
sociales. Los trabajadores en su conjunto, muestran las consecuencias de un modelo de
crecimiento basado en la máxima precarización del trabajo, incluyendo el desmontaje de
derechos fundamentales, tales como la seguridad social. La privatización del sistema de se-
guridad social a través de las AFPs, es uno de los muchos saqueos y negociados impulsados
desde el Estado, bajo control de una influyente tecnocracia neoliberal que se ha mantenido
26
desde los 90s. Todo ello con la justificación de la necesidad de abrir las puertas al “libre
mercado” y la inversión privada.
17 Es la categoría utilizada por muchos economistas para nombrar a quienes integran un
sector condenado a la situación de pobreza extrema. Se trata de gente que en el fondo es
vista como desechable, al considerarse que su situación no podrá modificarse, por ser parte
“estructural” del conjunto.
27
“Isaías es un niño de 12 años que vino a Lima desde Huancavelica para visitar
a su hermano mayor. En su tiempo libre recorría la ciudad y lustraba zapatos.
Así, entre lustradas al paso, conoció el Parque del Amor y disfrutó de un rico
chapuzón en la playa Redondo. Ser lustrabotas te permite admirar el paisaje y
disfrutarlo mientras sacas brillo a una bota.” (Echecopar, 2012: 88).
18 Véanse por ejemplo los trabajos de Méndez (2011, 2009, 1992), De la Cadena (2004,
2003), Orlove (1993) y Poole (2004).
19 Esto permite recordar que De Soto fue uno de los más importantes promotores del dis-
curso celebratorio del “cambio de época” neoliberal, que a la postre resultó siendo bastante
exitoso, en medio de la desintegración de los partidos y sus respectivas ideologías, así como
el colapso del orden socio-estatal anterior, regido por la primacía del Estado y el funcio-
namiento de distinciones de tipo clasista. En reemplazo de ello, la retórica del mercado y
éxito empresarial llegó a imponer un horizonte de expectativas completamente distinto al
que regía en Perú hasta la década de 1990. Ejemplo de ello es el anhelo de transformación
de los trabajadores -por ejemplo los ambulantes- en empresarios. Más recientemente, este
29
26 En ese sentido, es meritoria la edición de la serie Perú Hoy de DESCO, así como de la
revista digital Argumentos del IEP. En ambos casos, se trata de publicaciones periódicas
que tienden puentes entre la investigación académica y un público más amplio. El IEP,
además, ha logrado mantener una actividad editorial permanente de alto prestigio inter-
nacional. Fuera de Lima, aunque con muchas dificultades, continúa editándose la Revista
Andina del CBC en el Cuzco, aunque dirigida a un público especializado en los estudios
andinos.
27 Una disciplina de desarrollo reciente que muestra estos dilemas es la ciencia política (Véa-
se: Tanaka, 2005; Panfichi, 2009; Meléndez y Vergara, 2010; Tanaka y Dargent, 2015).
Su institucionalización por fuera del derecho o la sociología, a las cuales estuvo ligada
anteriormente, coincidió con la recuperación democrática posfujimorista, pero también
con la creciente demanda de gestión pública, así como de opinión mediática especializada
(la opinología política de moda en los medios masivos, que ha conducido a algunos jóve-
nes politólogos a la incómoda situación de aparentar objetividad académica, como forma
de respaldar opiniones parcializadas sobre la coyuntura y la política). La tensión entre los
33
Racismo y discriminación
Acerca del racismo y la discriminación étnico-racial, desde diversas dis-
ciplinas de las ciencias sociales se viene generando una discusión interesante.
Esto contrasta con el panorama visible hasta hace poco tiempo, pues era muy
escasa la investigación acerca de dicha temática. Algunos trabajos logran sal-
tar más allá del ámbito académico, logrando convocar mayor audiencia y
ampliando así el interés al respecto.28 Como en el tema de los conflictos so-
ciales, la cuestión del racismo ha motivado mayor interés público. De cuando
en cuando observamos que algunos casos de discriminación son respondidos
mediante denuncias que alcanzan cierto impacto. Algunas de ellas se con-
vierten en escándalos mediáticos. Además, se realizan campañas impulsadas
por redes de activistas e instituciones dedicadas a ello.
En el Perú, a diferencia de otros contextos, la idea de racismo envuel-
ve distintos tipos de relaciones de discriminación y exclusión sociocultural.
Ello facilita una conciencia de rechazo, pero también dificulta los esfuerzos
dirigidos a su comprensión o eliminación. Una discusión reveladora en el
ámbito de las ciencias sociales, muestra la complejidad (y extrema sensibi-
lidad) que hace parte de dicha problemática. La misma tuvo lugar en dos
momentos diferentes, pero puso en debate posiciones similares. El primer
momento de la discusión fue protagonizado por el psicoanalista Jorge Bruce
roles de gerencia y/o investigación, es visible en las propuestas formativas universitarias, así
como en los avatares de una posible comunidad académica cohesionada por el flamante
ejercicio de la ciencia política. Pero más allá de los aspectos institucionales, otra tensión
evidente tiene que ver con el tipo de vínculo con el propio objeto de estudio: la política.
Según Meléndez y Vergara (2010), la evolución de la disciplina puede rastrearse a través
de dos modelos divergentes de comprensión de la política: el de la “política vasta” y el de
la “política acotada”. Sin embargo los autores no consideran suficientemente que con la
institucionalización de la disciplina, el segundo de estos modelos analíticos logró ganar
preponderancia. Es decir, un modelo especializado en el análisis de la autonomía de la
política, que dejó relegado al otro modelo, dedicado más bien a analizar la interrelación
entre la política y el conjunto de la vida social. Ocurrió entonces -si así puede verse- un
salto desde la narrativa crítica de la sociología política hacia la narrativa despolitizada en
política comparada y gestión pública. Lo interesante es que dicha transición -léase institu-
cionalización- ocurrió mediante una renovación generacional que expresa bien los nuevos
tiempos de la vida académica peruana, y también del modo de vínculo entre la academia
y la política práctica o militante. Un reciente balance de Martín Tanaka resulta útil, con-
siderando que se trata de un miembro destacado de dicha transición en el gremio. Tanaka
propone retomar la tradición crítica del pasado, pues: “la creciente influencia de la ciencia
política dentro de los estudios políticos en general habría hecho perder a estos tanto po-
tencia analítica como relevancia política práctica” (Tanaka, 2015).
28 Es el caso del valioso libro de Jorge Bruce: Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y
racismo (Bruce, 2007).
34
29 El debate se inició con un conversatorio entre Nelson Manrique y Paulo Drinot acerca del
libro de éste, The Allure of Labor, que fue rápidamente publicado en castellano (Drinot,
2016). Un comentario crítico del sociólogo Guillermo Rochabrún en torno al libro y
conversatorio, generó un intercambio de ideas que ha sido recogido en un libro reciente
(Rochabrún, Drinot y Manrique, 2014).
30 Aunque Guillermo Rochabrún, de acuerdo a su estilo provocador, llegó a poner en duda
la utilidad del término, planteando que resulta más útil hablar de racialización en vez de
raza y racismo. Es bastante útil la demanda de rigor analítico por parte de Rochabrún, evi-
denciada también en su cuestionamiento previo del uso de otras nociones, como sociedad
rural, crisis de paradigmas, desigualdad e interculturalidad. Respecto a este último con-
cepto pude participar, junto a Rochabrún y Fidel Tubino, en un conversatorio organizado
por el Ministerio de Cultura en septiembre de 2014, en el cual Rochabrún cuestionó la
utilidad de la noción de interculturalidad. El audio de la discusión puede escucharse en
internet: https://www.youtube.com/user/wwwICorg
35
31 Véase Martuccelli (2015). Con mucha perspicacia, el autor destaca la insuficiencia del
análisis político e institucional, tan de moda entre las ciencias sociales peruanas en la
actualidad, a fin de conocer toda la dimensión y profundidad de los cambios ocurridos.
Los mismos incluyen un fuerte “sentimiento de incomprensión” entre los propios actores,
especialmente en Lima, bajo las condiciones de un “proyecto reglamentador” asociado a la
vigencia del neoliberalismo. Por esa razón, el autor recurre a una interpretación sociocul-
tural que hilvana el análisis de los vertiginosos cambios ocurridos en distintas “arenas” de
la vida social.
32 La noción de colonialidad del poder es la contribución más importante de la extensa tra-
yectoria de Aníbal Quijano (2014), pero prácticamente no fue incorporada en el debate
mencionado, salvo una breve alusión de Rochabrún. Lo urgente es pasar de utilizar esta
noción a manera de paraguas explicativo, a fin de convertirla en una herramienta para el
análisis concreto de la reproducción histórica del poder y la dominación. Agradezco los
largos años de amistad y diálogo con Aníbal Quijano al respecto.
36
33 Esta idea fue elaborada por Gonzalo Portocarrero (1995) en torno al rol del racismo du-
rante la República Aristocrática. Junto a sus aportes sobre racismo y mestizaje, Portoca-
rrero (2007) y otros autores como Manrique (2000) y Flores Galindo (2005), plantearon
la necesidad de estudiar el papel de las ideas racistas. Sus trabajos plantearon una cuestión
aún pendiente: el estudio histórico-etnográfico de la reproducción de las relaciones de
poder, dominación y discriminación étnica articuladas en torno al racismo.
34 Históricamente, las poblaciones campesino-indígenas han desarrollado por ello luchas y
movimientos sociales dirigidos a alcanzar el progreso, la modernidad y la condición ciuda-
dana, a través de la apropiación de los mecanismos de dominación de raigambre colonial
(aprendizaje del castellano, acceso a saber leer y escribir, uso del sistema de justicia, reco-
nocimiento por parte del Estado, acceso al mercado, igualdad en términos de ciudadanía,
etcétera).
35 El entramado entre desigualdad étnica y socioeconómica, como parte de una configu-
ración móvil, porosa y sumamente evanescente de la discriminación, fue resaltado por
Carlos Iván Degregori en diversos trabajos sobre la peculiaridad de lo étnico en el Perú.
Lo condujo asimismo a elaborar la idea de que el anhelo de modernización y acceso a
ciudadanía, se halla en la base de los fenómenos de movilización social más importantes
de la historia peruana contemporánea, tales como las migraciones, luchas por educación,
luchas por la tierra, entre otros (véase: Degregori, 1993 y 1986). Como parte de sus Obras
Escogidas, una reciente edición de sus trabajos sobre los cambios socioculturales vinculados
37
a la modernización y los movimientos sociales permite volver sobre sus hallazgos (Degre-
gori, 2013).
36 El proceso de cholificación fue estudiado en forma pionera por Aníbal Quijano (1980),
Con el tiempo, la idea de lo cholo se ha convertido en un símbolo frecuentemente utili-
zado, en tanto seña de una identidad propiamente peruana, que ya no es indígena pero
tampoco resulta ser una copia de lo occidental o extranjero.
37 Atisbos importantes sobre esa problemática pendiente, fueron planteados desde la década
de 1960 en torno a la discusión de lo cholo y el proceso de cholificación (Quijano, 1980).
Sin embargo, la discusión derivó luego hacia otros temas, siendo retomada parcialmente
en las décadas posteriores.
38
40 En el Perú, entre los aportes recientes cabe destacar: Del Pino y Yezer (2013), Vich (2015),
Huber y Del Pino (2015), Degregori (2014), Degregori y otros (2015), Macher (2014),
Manrique (2012).
41 Aún son pocos los trabajos basados en los casi 17,000 testimonios recogidos por la CVR.
Véanse al respecto los importantes aportes de Silva-Santisteban (2008) y Ulfe (2013).
42 Se trata de los que han tenido mayor impacto público y que plantean más claramente los
temas sobre los que aquí se llama la atención. También podríamos incluir, entre otros re-
cientes, los valiosos testimonios de Alberto Gálvez Olaechea (2015, 2009), exdirigente del
MRTA, y de Mark Willems (2014), excooperante de origen belga que vivió largo tiempo
en lugares fuertemente azotados por la violencia.
40
43 Los libros de ambos autores se han convertido por ello en éxitos editoriales, a través de
múltiples reediciones a las que se suman ediciones piratas, alcanzando así a un público
amplio y variado.
44 Ambas nociones se encuentran en el centro de los debates planteados desde perspectivas
como la teoría crítica, los estudios culturales y los estudios de la subalternidad.
41
asesinados por el Estado; pero también como poeta -de hecho, reiteradamen-
te su voz hace eco con remembranzas de poesía-, como activista de derechos
humanos y como historiador que elabora un testimonio que tampoco se su-
pedita a la narración académica. La memoria de lo inenarrable en situaciones
de posguerra, sobrepasa las posibilidades del conocimiento académicamente
situado, llevando a sus límites las posibilidades de representación narrativa de
la experiencia vivida. Como relata Agüero al reflexionar sobre el sentido de
su propio testimonio, se trata de una memoria exploratoria, escrita desde la
duda y el dolor, que intenta sobreponerse a sí misma y aportar en un sentido
político y moral más amplio:
“No pretendo representar a nadie. Al escribir lo hago con una única regla,
procuro ser honesto, lo hago como si escribiera para mí. Como no soy excep-
cional, entonces espero que haya algunos que encuentren aquí algún reflejo”
(Agüero, 2015:15).
45 En su opinión, es un discurso que: “los ayuda a exculparse. Los ayuda a encontrar también
algún grado de racionalidad en esas cosas que en Ayacucho todos saben: que muchos
apoyaron a Sendero Luminoso. Que en las comunidades también los apoyaron. Que luego
aprendieron la realidad de la guerra total de Sendero y en muchos casos, para sobrevivir,
tuvieron que matar. El mito de la comunidad inocente ya no se puede sostener, hay que
matizarlo con el nuevo mito de la comunidad despojada de su campo idílico, parida al
mundo con dolor” (Agüero, 2015: 74).
42
46 Llevando al límite el uso (explícito e implícito) de dichas categorías, más allá de su im-
portancia teórica en el pensamiento crítico contemporáneo, los autores hacen de ellas
herramientas que permiten una aproximación cuestionadora respecto a lo inenarrable de
violencia, y aportan a otras formas de memoria y conocimiento. Al respecto véase: Pajuelo
(2015).
44
***
Una preocupación de fondo a lo largo del recorrido de este libro, desde
la primera hasta la última página, tiene que ver con las condiciones histó-
ricas de la exclusión y dominación étnico-cultural. A manera de urdimbre
constante, aunque de textura variable en los diversos ensayos, se exploran los
problemas de discriminación y exclusión étnica, considerando que se trata de
un elemento fundamental de la desigualdad más amplia de acceso a derechos
y ciudadanía. Es decir, de una incompleta democratización (social y política)
que ha acompañado la construcción histórica de la nación peruana a lo largo
del tiempo.
La preocupación por el largo plazo de la dominación étnica en su inte-
rrelación con la construcción nacional y democrática, se despliega en estos
ensayos mediante el análisis de las décadas recientes de transformación neo-
liberal. A pesar de la extraordinaria diversidad sociocultural que caracteriza a
la realidad peruana, hasta la actualidad sigue planteado el desafío de alcanzar
igualdad plena para todos -al margen del origen social y pertenencia cultural-
en el ámbito de la ciudadanía y otros derechos fundamentales. Las brechas de
acceso a ciudadanía, se entrelazan perversamente con la procedencia social y
étnico-cultural. Esto significa que, en términos concretos, luego de dos siglos
de experiencia republicana, sigue existiendo un diseño colonial que se refleja
en el vínculo inversamente proporcional entre ciudadanía y origen étnico: en
el Perú, quienes acceden a mayor ciudadanía son los menos indígenas y vice-
versa. La condición indígena implica menores posibilidades de acceso efec-
tivo a derechos fundamentales, tales como la igualdad en tanto ciudadanos.
De ese modo, a través de la reproducción de la colonialidad de las relaciones
de poder, ocurre cotidianamente que los indígenas siguen siendo ciudadanos
de segunda clase.
La primera parte del libro examina el proceso de neoliberalización, en-
tendido como un proceso de transformación estructural que ha modificado
Introducción1
Durante las dos décadas finales del siglo XX, el Perú
fue escenario de una guerra fratricida que dejó el saldo de
casi 70,000 muertos. El conflicto se inició el 18 de mayo
de 1980, con la quema de ánforas electorales por parte del
PCP-SL2 en la localidad de Chuschi, comunidad cam-
pesina de Ayacucho, una de las regiones más pobres del
país. Ese día, cumpliendo sus planes político-militares,
Sendero Luminoso decidió iniciar la “guerra popular” en
3. En 1968 el general Juan Velasco Alvarado llegó al poder mediante un golpe de Estado, ins-
taurando un régimen militar bastante sui géneris, que impulsó diversas reformas pro-
gresistas entre las cuales destaca la reforma agraria, una de las más drásticas implemen-
tadas en América Latina. Desde 1975, el general Francisco Morales Bermúdez sacó del
poder a Velasco mediante otro golpe de Estado, iniciando la denominada “segunda fase”
del régimen militar. Luego de intensas protestas populares, el gobierno se vio obliga-
do a convocar a una Asamblea Constituyente en 1978 y a elecciones generales en 1980.
4. Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, en adelante MRTA.
53
5. Al respecto, para una visión de conjunto sobre dicho régimen, que fue denominado como
“fujimorismo”, véanse los estudios de Murakami (2007), Cotler y Grompone (2000), De-
gregori (2000), Crabtree y Thomas (2000) y Quijano (2005).
54
1. La guerra
De acuerdo a los cálculos efectuados por la Comisión de la Verdad
y Reconciliación6 creada en el Perú para el esclarecimiento de las violacio-
nes a los derechos humanos ocurridas durante la guerra interna, el total de
víctimas fatales fue de aproximadamente 70,000 personas. Esta cifra, como
recordó la propia CVR, supera largamente el número de víctimas de las an-
teriores guerras civiles y también de las guerras externas ocurridas en el país.
En cuanto al perfil social de los muertos y desaparecidos, se trató bá-
sicamente de personas humildes, pertenecientes a los estratos sociales más
pobres y excluidos del país. En su gran mayoría eran campesinos indígenas
que, envueltos en la vorágine de la guerra, se convirtieron en sus principales
víctimas (ver Gráfico 1).
Gráfico 1
Víctimas según ocupación, 1980-2000
7500
6000
4500
3000
1500
0
s
os nt e sa tes tes res tes ado
s s
are bre ro
s
al e
s nes
p e sin d irige de ca rci an ndie n ofes o udi an ple y mi li t O c tu ac io
am s y as m e p e Pr Es t E m s tele c up
C d e Am c o d e ía in o
a sy In Pol
ic se as
ori d ore n ale O tr
Aut ded
en r ofes io
V P
6. En adelante: CVR.
57
El 75% tenían como lengua materna el quechua (ver Gráfico 2). Por el
lugar de origen de las víctimas –las regiones más pobres, excluidas y territo-
rialmente alejadas del país- puede notarse que la violencia se ensañó con la
franja de población más vulnerable de la sociedad peruana (ver Gráfico 3).
Gráfico 2
Víctimas según idioma materno, 1980-2000
12000
10000
8000
6000
4000
2000
0
Quechua Castellano Otras lenguas nativas
Gráfico 3
Víctimas según lugar de nacimiento, 1980-2000
8000
7000
6000
5000
4000
3000
2000
1000
0
co ín ca c ín o li os
uc h
o
ánu Ju n a ve li ma ar t a ll a Pu
no s co ay a Ot r
ac Hu c p ur í a n M ma/C Cu Uc
Ay a n A S L i
Hu
Gráfico 4
Total de víctimas según año de fallecimiento/desaparición, 1980-2000
4500
4000
3500
3000
2500
2000
1500
1000
500
0
El trasfondo histórico
Desde mediados del siglo XX, la sociedad peruana vivió un intenso
ciclo de modernización. Fue así como se transformaron de manera acelerada
7. Algunas cifras resultan ilustrativas al respecto. Mientras que en la década de 1940 el 35%
de la población vivía en las ciudades y el 65% en el campo, cuatro décadas después, en
1980, dicha situación se había invertido: quedaba apenas un 35% de población rural, en
tanto que un mayoritario 65% vivía en las ciudades. En cuanto a la vigencia del carác-
ter restrictivo del sistema político, puede destacarse que recién en 1979 se reconoció el
derecho al voto de los analfabetos (entonces la mayoría de la población, de procedencia
indígena y rural). Sobre los procesos de modernización inacabados en la sociedad peruana
véase la sección del tomo I del Informe Final de la CVR referida al despliegue regional del
conflicto (CVR, 2003).
59
los rasgos tradicionales del país. Algunos procesos de cambio ilustran muy
bien la intensidad de la modernización que cambió completamente el rostro
tradicional del Perú oligárquico. Podemos destacar los siguientes: a) el cam-
bio del patrón de poblamiento, cuyos rasgos rurales tradicionales se vieron
trastocados hacia un nuevo patrón predominantemente urbano en el lapso de
pocas décadas; b) el acelerado proceso de urbanización que desencadenó pro-
fundos cambios socioculturales y de hábitat en las ciudades en expansión, así
como en las zonas rurales expulsoras de población; c) se desarrolla un proceso
de industrialización sin precedentes en la historia nacional previa, al amparo
del cual emergen nuevos sectores de trabajadores asalariados; d) el Estado se
expande y crece significativamente en términos institucionales, a la par que
se incrementa su presencia en el territorio; e) se desarrollan los medios de
comunicación masiva (radio, tv y medios impresos); f) se expande en gran
medida el mercado, incluso en ámbitos territoriales caracterizados por la in-
accesibilidad geográfica y la lejanía territorial respecto a los centros urbanos
de poder económico y social; g) el acceso a educación se expande a un nivel
sin precedentes, no solo en los grados básicos de primaria y secundaria, sino
también la educación superior (universidades e institutos).
La sociedad peruana que dio origen al PCP-SL y acabó envuelta en el
conflicto más grave de su historia republicana, fue pues aquella que resultó
de un proceso de modernización trunco, que si bien cambió completamente
el rostro del país, dejó sembradas múltiples brechas y contradicciones so-
ciales, las cuales estallaron junto al accionar político de Sendero Luminoso.
Los avances hacia la apertura del sistema político hacia fines de la década de
1970, en un contexto de transición democrática que sucedió al largo régimen
militar, llegaron demasiado tarde. De ese modo, el retorno a la democracia
en 1980 justamente coincidió con el inicio de la historia de violencia y des-
trucción desatada por Sendero Luminoso.
Trayectoria de la guerra
La agrupación política que dio inicio a la guerra, el PCP-SL, tuvo su
origen en una escisión ocurrida al interior de la izquierda comunista peruana
en 1970.8 Se trataba, al momento de su surgimiento, de una agrupación bas-
tante pequeña liderada por Abimael Guzmán, un profesor de filosofía de ori-
8. El origen de la izquierda peruana se remonta a la formación del Partido Socialista por parte
de José Carlos Mariátegui, en 1928. Muerto este en 1930, el nombre de dicho partido fue
cambiado a Partido Comunista Peruano (PCP). En 1964, el PCP se escinde en dos ver-
tientes, la “pro-rusa” y la “pro-china”, representadas por el PCP-Unidad y el PC-Bandera
Roja, de tendencias leninista y maoísta, respectivamente. El PCP-SL fue una escisión del
PC-Bandera Roja, ocurrida en 1970.
60
9. Una diferencia importante era ideológica, por cuanto el MRTA no era una agrupación
maoísta sino que asumía una ideología de izquierda inspirada en las guerrillas latinoame-
ricanas. Asimismo, era una organización que usaba uniformes de guerra y se sometía a
las convenciones de Ginebra declarando respetar los derechos humanos, lo que permitía
distinguir a sus miembros de la población civil y establecer otro tipo de relación con esta.
63
2. La “revolución” neoliberal
Las reformas neoliberales fueron impuestas en el Perú desde mediados
de 1990, por una coalición política conformada por el entonces flamante
presidente electo Alberto Fujimori, las Fuerzas Armadas y las élites empre-
sariales del país. A esta coalición se sumó durante toda esa década la tecno-
burocracia neoliberal encargada de la gestión estatal de las reformas y el Ser-
vicio de Inteligencia Nacional (SIN), controlado por el asesor presidencial
Vladimiro Montesinos.
Esta coalición de poder que impulsó la apertura y estabilización neo-
liberal de la economía peruana, tuvo como antecedentes varios intentos de
estabilización implementados desde la década de 1970 por diversos gobiernos
que, de ese modo, buscaron remontar la crisis económica en la cual se vio en-
vuelto el país desde el estallido de la crisis internacional del petróleo a inicios
de dicha década. A fin de comprender el neoliberalismo peruano, es necesa-
rio considerar la trayectoria y vicisitudes seguidas por el conjunto del país en
las décadas previas, durante las cuales también se incubó la violencia política.
10. Unidad de Izquierda, frente político que luego pasaría a llamarse Izquierda Unida (IU),
logrando la alcaldía de Lima en 1983 con el liderazgo de Alfonso Barrantes Lingán. En
1989, este frente de izquierda se rompió definitivamente, debido a las pugnas internas.
66
Cuadro 1
Modelos de desarrollo previos a la implementación del neoliberalismo
Administración
Política económica Modelo de desarrollo
presidencial
1968-1980 •• Sustitución de importaciones
Gobierno •• Inversión en infraestructura
Capitalismo de Estado
Revolucionario de las •• Amplia nacionalización
Fuerzas Armadas •• Reforma Agraria
•• Política redistributiva
Fase I: 1968-1975 •• Tipo de cambio sujeto
Fase expansionista
Juan Velasco Alvarado •• Política monetaria errática
•• Aumento de endeudamiento publico
•• Promoción de exportaciones no tradicionales
Fase II: 1975-1980 •• Liberalización comercial
Francisco Morales Fase de ajuste •• Tipo de cambio competitivo
Bermúdez •• Ajuste monetario
•• Negociación e incremento de la deuda
•• Promoción de exportaciones primarias
•• Inversiones en infraestructura pública
1980-1985 •• Expansión fiscal
Estabilización ortodoxa
Fernando Belaúnde •• Tipo de cambio que se modula o modifica
con políticas populistas
Terry •• Manejo monetario errático
•• Renegociación y aumento de la deuda
•• Goteo “ralentalizado” de la política social
•• Controles de precios y salarios
•• Reactivación liderada por los consumidores
•• Protección comercial
1985-1990 •• Retórica redistributiva
Neoestructuralismo •• Tipo de cambio escalonado
Alan García Pérez
•• Política fiscal y monetaria expansiva
•• Descuido de la infraestructura
•• Moratoria unilateral de la deuda
Fuente: Wise (2003: 32-33).
Gráfico 5
Evolución del Producto Bruto Interno (PBI) 1980-2004
15.0
10.0
5.0
0.0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004*
-5.0
PBI
-10.0
-15.0
Fuente: INEI.
Gráfico 6
Inversión Extranjera Directa 1980 - 2004 (Millones de US$)
14 000
12 000
10 000
8 000
6 000
4 000
2 000
0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
Fuente: INEI.
Gráfico 7
Evolución de la inflación 1980 - 2005
8000
7000
6000
5000
4000
3000
2000
INFLACIÓN
1000
0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Fuente: INEI.
72
Gráfico 8
Comercio exterior como % del PBI 1980-2004 (Coeficiente de apertura externa)
40.00
35.00
30.00
25.00
20.00
15.00
10.00
5.00
0.00
1980
1981
1982
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
1983
Fuente: INEI.
Gráfico 9
Inversión Extranjera Directa como % del PBI 1980-2004
25.00
20.00
15.00
10.00
5.00
0.00
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
Fuente: INEI.
Gráfico 10
Presupuesto estatal destinado a gasto social 1993-2004 (en millones de nuevos soles)
2003
2001
1999
1997
OTROS GASTOS SOCIALES
PROGRAMA DE EXTREMA POBREZA
1995
EDUCACION Y SALUD
1993
0 2000 4000 6000 8000 10000 12000
Fuente: INEI.
12. Cabe destacar en este contexto la experiencia de medios que se resistieron al chantaje y las
presiones políticas, manteniendo una línea independiente y fuertemente crítica al gobier-
no, como fue el caso del diario La República.
74
Esta situación se prolongó durante los años 1989 y 1990; sin embargo,
no llegó al punto de generar una desestabilización e hiperinflación semejan-
tes a las de la década previa, por lo cual la opinión pública siguió percibiendo
una situación de estabilidad. El descontento y la pérdida de confianza en
el régimen, no fueron el resultado de una toma de conciencia en torno al
retroceso económico, sino sobre todo por la sensación de que junto al auto-
ritarismo, ocurría que el sacrificio iniciado con el ajuste económico de 1990
había beneficiado a unos pocos, en tanto que la pobreza y desigualdad no
habían disminuido.
El retroceso de la economía coincidió con el intento de Fujimori por
reelegirse una vez más, para lo cual hizo aprobar en el Congreso la llamada
“Ley de de interpretación auténtica”, que le permitía postular a una nueva
reelección. El contexto político, sin embargo, era distinto al de las elecciones
de 1995. En todo el país surgieron organizaciones opuestas a la prolongación
de la dictadura y se comenzó a hacer evidente un clima de creciente rechazo
al orden neoliberal. Los tres últimos años del régimen fujimorista, vieron el
retorno de las protestas sociales, protagonizadas por sectores como los es-
tudiantes universitarios y trabajadores. En las elecciones del año 2000, el
principal contendor de Fujimori fue un economista de origen provinciano,
Alejandro Toledo, quien fue visto como el “cholo” exitoso que enrumbaría al
país por un camino democrático en lo político y económico. Para reelegirse,
el gobierno tuvo que ejecutar un escandaloso fraude electoral, frente al cual
aumentaron las protestas durante los meses siguientes.
El día de la juramentación de Fujimori para su tercer período de gobier-
no, la oposición encabezada por Toledo convocó a una multitudinaria mo-
vilización por la recuperación democrática llamada “Marcha de los 4 suyos”.
Mientras Fujimori juramentaba nuevamente en el Congreso, las calles de
Lima se convertían en un auténtico campo de batalla entre miles de personas
movilizadas que intentaron evitar dicha juramentación, siendo reprimidas
violentamente por las fuerzas del orden.
La caída del régimen, sin embargo, no ocurrió debido a la movilización
popular sino a la propalación, en septiembre del 2000, de un video en el cual
se podía apreciar al asesor Vladimiro Montesinos comprando con dinero
contante y sonante el apoyo político de un congresista de oposición. El desta-
pe de la corrupción fujimorista fue, de esa forma, el factor que desestabilizó
por completo al régimen. Mientras Montesinos fugaba del país, Fujimori
anunció que se realizarían nuevas elecciones en las cuales ya no participaría
como candidato. Finalmente, en noviembre de ese año, aprovechando su
participación en un foro internacional, Fujimori fugó al Japón, renunciando
vergonzosamente a la presidencia de la República mediante una carta trans-
mitida vía fax.
75
Gráfico 11
Evolución del empleo estatal y privado 1990-1998
160.00
140.00
Total empleo público
120.00 Empleo transferido al sector privado
Total empleo público y privado
100.00
80.00
60.00
40.00
20.00
0.00
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998
13. Hasta la fecha, se habla en el Perú de la pendiente reforma de sectores como el Poder
Judicial, a pesar de que durante varios años, y con ingentes recursos, se intentaron dichos
cambios.
14. Existía sin embargo un pequeño grupo de funcionarios con salarios mucho mayores que el
promedio, bajo un régimen conocido como “planillas doradas”.
77
15. La labor del FONCODES se reflejó en la construcción de muchas escuelas, miles de kilóme-
tros de caminos y centros para la atención de salud en las zonas más pobres del país. Muchas
veces, fue el propio Fujimori quien inauguraba dichas obras, llegando hasta los lugares más
inhóspitos. Se generalizó así la percepción de que con el gobierno del “chino” el Estado llegaba
por fin a los más pobres, los cuales devolvieron la atención recibida con un amplio apoyo al
gobierno. Con los años, sin embargo, se destapó la corrupción existente en el manejo de los
programas sociales y la administración de los fondos provenientes de la cooperación interna-
cional y las privatizaciones.
78
y exportación gracias a los cuales los allegados del gobierno lograron amasar
inmensas fortunas. Asimismo, el dinero proveniente de las privatizaciones
sustentó la creación de una extensa red de clientelismo político, dirigida de
manera personal por el presidente Fujimori y su asesor Vladimiro Montesi-
nos. La red de corrupción se extendió al interior del aparato estatal, generán-
dose diversas mafias que desde el Estado controlaron importantes sectores
económicos, a través del otorgamiento de facilidades para la realización de
negocios e inversiones. De esa forma, las privatizaciones aseguraron el man-
tenimiento de la estabilización económica neoliberal, a través del uso indis-
criminado de los inmensos recursos provenientes de la venta de las empresas
estatales y la entronización de la corrupción y el control mafioso del poder de
Estado (ver gráficos 12 y 13).
Gráfico 12
Monto recaudado por concepto de privatizaciones 1991-2005 (millones de US$)
3,000,000
2,500,000
2,000,000
1,500,000
1,000,000
500,000
0
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004
Gráfico 13
Número de empresas privatizadas entre los años 1991-2005
40
35 35
30 30
29
25
23 23
20
16
15
13 13
10 10 10 10
8 7
6
5
2
0
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005
Cuadro 3
Principales agencias reguladoras creadas
como parte de las reformas neoliberales
Fuente: Proinversión.
lugares del país han sido escenario de estallidos de fuerte conflictividad so-
cial, generadas por reclamos locales o regionales. Asimismo, se han confor-
mado nuevas organizaciones sociales con capacidad de movilización social,
entre las cuales logró destacar la Confederación Nacional de Comunidades
Afectadas por la Minería (CONACAMI), que agrupó a las comunidades
afectadas por el reciente ciclo de expansión minera.
Además del regreso de la protesta social, otra de las presencias inespe-
radas ha sido un cierto rebrote de las acciones subversivas vinculado al in-
cremento del narcotráfico, tal como se puede apreciar al revisar la estadística
reciente del accionar de esta agrupación.
De otro lado, el gobierno de Alan García, quien fue elegido presidente
en los comicios del año 2006, decidió continuar al pie de la letra el programa
neoliberal. Se trató de un gobierno democrático que prefirió el camino de
la continuidad económica en el afán de borrar el mal recuerdo de su prime-
ra gestión. La tendencia al crecimiento, entretanto, siguió desarrolllándose,
pero también las inconsistencias del modelo para generar una efectiva re-
distribución de la riqueza eficaz para asegurar una amplia redistribución de
bienestar y menor inequidad.
Gráfico 14
Número de Huelgas entre los años 1980-2005
1000
900
871
739
720
700
667
643 648
600 613
579
500 509
400
315
300
219
200
168
151 102
100 77 66
107
71 68 65
58 40 64
37
0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Gráfico 15
Cantidad de trabajadores comprendidos en huelgas entre 1980-2005
1000000
900000
856915
800000 785545
700000 693252
600000
572263
500000 481484
400000
300000
249374 258234
200000 208235
100000 52080 19022
5280
0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Fuente: INEI, Ministerio de Trabajo.
Cuadro 4
Conflictos sociales 2004-2007
Escenario/ 2007
Descripción 2004 2005 2006
tipo (abril)
TOTAL 96 73 97 76
16. Ejemplo de ello es el manejo de las ganancias de las empresas mineras. Como no existe un
marco tributario que establezca las obligaciones de dichas empresas, el gobierno de Alan
García optó por solicitarles una contribución voluntaria destinada a los programas socia-
les.
86
Gráfico 16
Acciones subversivas del PCP-SL 1980
3,500
3,000
2,500
2,000
1,500
Total
1,000 Lima
Ayacucho
500
0
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Mapa 1
Total de acciones subversivas 2000 - 2005 por departamentos
Loreto
Piura
Amazonas
Cajamarca
San Martín
La Libertad
Ancash
Huánuco
Ucayali
Pasco
Región
de Lima
Junín
Callao
Madre de Dios
Lima
Huancavelica
Cusco
Apurímac
Ica Ayacucho
Puno
259 81
215 52
Tacna
139 < 50
4. Conclusión
El caso peruano muestra la asociación exitosa entre la culminación de
la guerra y la implementación del neoliberalismo. Sin embargo, más que una
experiencia de finalización de la guerra debido a la estabilización neoliberal,
se trata de una situación en la cual el triunfo militar del Estado posibilitó en
gran medida la estabilización neoliberal, debido a los réditos políticos que
acarreó el término del conflicto.
La guerra interna se convirtió en un factor sumamente influyente en
la vida política peruana, aún después de la derrota de los grupos alzados en
armas. A lo largo de la década de 1990, el gobierno de Alberto Fujimori apro-
vechó la derrota de Sendero Luminoso para avanzar en la implementación de
las reformas neoliberales, ofreciendo una imagen de orden, estabilidad y cre-
cimiento. Este discurso resultó muy eficaz, pues gran parte de la población
asoció la pacificación a la profundización de las reformas.
La estabilización se mantuvo, asimismo, mediante la instauración de
un régimen político autoritario, que se prolongó a lo largo de una década.
La política de privatizaciones permitió al gobierno contar con una inmensa
masa de dinero, que sustentó la ejecución de diversos programas de bienestar
social, dirigidos a la población más pobre. Simultáneamente, desde el Estado
se construyó una inmensa red de clientelismo, a través del manejo personali-
zado de los asuntos públicos, especialmente de los programas de apoyo social.
El control mafioso del Estado y el manejo corrupto de los recursos públicos
a través del propio aparato estatal, permitió al régimen mantener la centrali-
zación de la red de corrupción, en estrecha vinculación con la participación
política en las organizaciones fujimoristas.
Una vez ocurrido el colapso del régimen autoritario, se mantuvo el mo-
delo económico neoliberal, pero se han puesto en evidencia nuevos problemas
sociales y políticos. Es innegable que la economía peruana se ha diversificado
90
17. Se trata de una tendencia visible en toda América Latina: véase Garretón (2002).
Memoria, diferencias étnicas y
desigualdad ciudadana*
destacar es que el discurso elaborado por la CVR reflejó en gran medida los
avances y también los límites de las ciencias sociales en el Perú. Sobre todo
respecto a temas como las diferencias étnicas y su entrecruzamiento con las
exclusiones y desigualdades de acceso a ciudadanía.
Hablaba de perplejidad porque creo que esa fue la reacción que la CVR
iba encontrando a medida que destapaba la dimensión del desgarramiento,
del dolor ocasionado por la guerra interna. El vendaval de violencia que su-
frió la población indígena y, en general, la historia de violencia que vivimos
en Perú, sobrepasaron completamente todo lo que se había escrito o pensado
desde las ciencias sociales. Eso se vio en la propia reacción de los comisiona-
dos de la CVR, varios de ellos provenientes de las ciencias sociales, quienes
al ver lo que tenían delante, lo que se iba destapando con los avances de
la CVR, notaron que desbordaba largamente el panorama que ellos habían
imaginado sobre lo ocurrido en el país.
excluida, por lo cual insistió tanto en la CVR a fin de que pueda elaborarse
un estudio específico sobre violencia y discriminación étnica/racial, mucho
antes de contar con los resultados estadísticos sobre el perfil de las víctimas.
factores activos que permitieron dos cosas: primero, que se configure un es-
cenario en el país en que la violencia pudo desatarse de forma brutal; y en
segundo término, que existan grupos sociales sensibles al discurso senderis-
ta. No hablo solamente de los jóvenes más o menos descampesinizados que
asumieron el discurso senderista. Diversos grupos, incluyendo comunidades
andinas y amazónicas, escucharon el discurso senderista en un primer mo-
mento. Luego se distancian tajamentemente del terror senderista, debido a
situaciones límite como el asesinato de sus autoridades, y definen claramente
que Sendero Luminoso es el enemigo. Optan entonces por el Estado y desa-
rrollan una lucha frontal contra Sendero, contribuyendo decisivamente a su
derrota en el campo.
Otro aspecto fundamental es que el empalme de múltiples brechas de-
finió territorios o zonas geográficas del país más o menos envueltas en una
situación de penumbra. Es decir, zonas que al final resultaron invisibles para
el resto de peruanos en medio del escenario de violencia. Diversos lugares
del país donde el conflicto mostró su mayor crudeza, constituyen la muestra
dolorosa, terrible, de esta situación de transición inconclusa hacia una mo-
dernización efectiva que se halla en el trasfondo de la guerra. La suma de
modernizaciones truncas del Perú que la CVR reconoció en su informe. Una
idea fuerte que la CVR nos entrega, es justamente que el empalme de brechas
y desigualdades que nos afectan a todos como comunidad de peruanos, en
un contexto de modernización inconclusa generó un escenario proclive a la
violencia. Así, distintos sectores sociales acabaron convirtiéndose en los acto-
res directos de este proceso.
Esta tesis resulta muy interesante para intentar releer o comprender la
guerra y sus engranajes. Y para obtener mejores luces respecto a la situación
actual de conflictividad y su relación con los pueblos indígenas. Porque ese
entrelazamiento explosivo de brechas no ha desaparecido en el Perú. Más
bien se han recolocado, está cambiando fuertemente, pero todavía es posi-
ble rastrear el empalme entre distintas formas de desigualdad y diferencias
étnico-culturales. No digo que la situación de hoy sea la misma de hace diez,
veinte o treinta años. Digo que hay cambios muy fuertes, pero a pesar de esos
cambios todavía podemos rastrear una situación de fondo que la CVR sacó
a luz en su informe.
Figura 1
Fotografía de Edmundo Camana convertida en símbolo de la CVR.
Foto: Óscar Medrano /Archivo CVR.
104
su imagen para cambiar la tela que cubría la evidencia del ataque senderista,
a fin de poner una tela con la hoz y el martillo sobre su rostro. De esa forma,
prácticamente mostraban la imagen del propio Edmundo Camana como si
se tratase de un senderista. Su fotografía, convertida por la CVR en símbolo
de la insania de la violencia, terminaba de esa forma convertida en ícono del
terrorismo. Pero además, lo que quiero destacar es que al mostrar el rostro de
Camana como la imagen de lo que debemos combatir hoy en Perú, la cam-
paña transmitía el mensaje de que lo indígena resulta siendo una amenaza.
Porque ocurre que Edmundo Camana era un indígena proveniente de una
comunidad ayacuchana. Voy a entrar después a decir algo sobre lo que pode-
mos entender como indígena y sobre lo indio.
La nefasta campaña impulsada por Panorama y Panamericana Televi-
sión indignó entre otros a Óscar Medrano, el autor de la foto en mención, y
también a Abilio Arroyo, quien es un periodista huantino muy comprometi-
do con su tierra y con la búsqueda de memoria y justicia en Huanta. Ambos
decidieron averiguar qué había sido de la vida de Celestino Ccente.
Fueron a Lucanamarca y encontraron que Celestino Ccente no era tal,
sino que se llamaba Edmundo Camana. Y Edmundo ya no vivía en Lu-
canamarca, sino a dieciocho kilómetros de distancia, lejos del pueblo. La
condición indígena en el Perú está asociada entre otras cosas a distancias
geográficas respecto a los centros de poder, con todo lo que eso implica. El
personaje se encontraba bastante lejos de Lucanamarca, en un lugar con un
nombre precioso: kuntur wachana, que quiere decir: el lugar donde brotan o
nacen los cóndores. Recuerdo que este nombre fue el título, además, de una
célebre película peruana sobre las tomas de tierras en Cuzco, que no sé si
alguno de ustedes logró ver.
Bueno, el hecho es que los periodistas encontraron al personaje de la
foto, tuvieron una entrevista con él y confirmaron así su verdadera identi-
dad. Esto ocurrió el año 2008. Escribieron entonces un reportaje en el cual
contaron que Camana se encontraba postrado, no se sabía si por efecto del
hachazo o por otras razones, pero fue una de las cosas resaltantes: su pos-
tración por un problema de movilidad en los miembros inferiores. Dicho
reportaje, publicado en Caretas, nos devolvía entonces la verdadera identidad
del personaje símbolo de la CVR y mostraba además toda su tragedia, o más
bien toda nuestra tragedia colectiva como nación.
Hace un tiempo Edmundo Camana reapareció en escena al ser uti-
lizado burdamente por el congresista aprista Edgar Núñez. De modo que
primero Panamericana Televisión echó mano de su imagen y, posteriormen-
te, dicho congresista inició una campaña mediática, una verdadera patraña
107
Uchuraccay
Otro caso terrible fue el de Uchuraccay, al cual ya me he referido y
con el que he tenido una vinculación personal intensa, haciendo trabajo de
campo en dicha comunidad y debido a mi participación en la elaboración
del informe sobre dicho caso en la CVR. Uchuraccay, como ustedes saben,
108
Lo indígena y su invisibilidad
Quisiera entrar enseguida a decir algo más en torno a este asunto de
las identidades indígenas, quizá con algunas ideas un poco sueltas, pero que
pueden ayudar a nuestra discusión. Les propongo hacerlo a partir de recono-
cer un escenario o situación histórica estructural en el país, de invisibilidad
de las poblaciones indígenas, con sucesos dramáticos como los que he men-
cionado. Una situación de invisibilidad y violencia histórica cuyas víctimas
intentan remontar a través de la permanente reafirmación de su condición
de peruanos iguales que el resto. A pesar de ello, lo que se aprecia es el cons-
tante abismo entre Estado y sociedad, el desfase entre un modo de construir
el Estado que no toma en cuenta a las poblaciones indígenas, y los impulsos
constantes de los de abajo para democratizarlo, haciéndolo cada vez más am-
plio e igualitario. Un capítulo de esta historia es el de la vinculación fallida
entre Parlamento y sociedad, la cual he querido ilustrar al contarles la trágica
historia de Edmundo Camana, pues muestra cómo se mantiene un abismo
que muchas veces se refleja en acciones vergonzosas e indignantes, como la
del congresista Núñez. Asimismo, al hablar sobre la historia de los uchurac-
caínos he querido mostrarles que la cultura no es un artificio fácil de perder,
sino que es un rasgo muy fuerte, que nos constituye como personas y que
se mantiene a la par de cambios y transformaciones sumamente dinámicos.
¿Qué es lo indígena en este contexto? ¿Cómo podemos comprender hoy
la presencia de lo indígena en la sociedad peruana? Quisiera mencionar, para
abordar estas preguntas, que no estoy de acuerdo con la idea de Wilfredo
Ardito de que podemos llamar indígenas simplemente a aquellos que han
nacido en un lugar. Me parece una definición muy ligera, pobre, insuficiente
para describir la complejidad de la condición indígena, de la condición ét-
nica de poblaciones que en lugares como los Andes tienen miles de años de
experiencia de poblamiento. Pongamos este ejemplo de lo andino pensado
en términos muy amplios. Para los antropólogos, los Andes constituyen uno
de los lugares prístinos de formación civilizatoria en el mundo, nada menos.
La India, China, Mesoamérica, el norte de África, los Andes y algunos otros
pocos territorios del mundo, presentan miles de años de poblamiento y de
experiencia de formación de culturas, con religiones, cosmovisiones, formas
de organización política, social, cultural propia. Es decir, de culturas origi-
narias que mantienen hasta hoy una racionalidad diferente a la occidental y
europea, a pesar de experiencias como la colonización, la modernidad y el
capitalismo.
La palabra “indígena” es de uso muy amplio, y no se puede usar en
realidad una sola noción para describirla adecuadamente. Hay distintos
112
los cerros, considerados apus, es decir seres tutelares y dadores de vida, se cree
por ejemplo que son los que otorgan la vida y así como la ofrecen la pueden
quitar. Por eso hay un vínculo mutuo de crianza entre los apus y el resto de
seres vivos, entre ellos los humanos pero también los animales y plantas. Hay
una relación entre los apus y el conjunto de los seres que pueblan el mun-
do, en que la energía o ánimu que estos apus otorgan resulta central. Esta
relación está expresada en una hermosa palabra quechua que es uyway, que
quiere decir criarse mutuamente. Porque el cerro, el apu te da la vida pero
tú también lo tienes que cuidar. Y esa vida, esa relación se organiza a través
de principios que establecen formas de vivir, definen las relaciones entre los
humanos, así como con todo lo que nos rodea. No se trata de un cuento ro-
mántico indigenista: estas formas de racionalidad existen y conforman en la
sociedad peruana una realidad negada, rechazada, invisibilizada por el orden
dominante oficial.
Los principios básicos que regulan la vida de los pueblos andinos son
resultado de milenios de poblamiento en este territorio. Es el único lugar del
mundo donde encontramos millones de personas viviendo sobre más de tres
mil metros sobre el nivel del mar. En Europa los campesinos de los Pirineos
fueron llevados a las zonas bajas en el siglo XIX. Acá siguen organizándose
formas complejas de vida y reproducción en condiciones durísimas de clima
y altitud, en ese papel arrugado que uno ve desde el avión que es el espacio
andino. Formas de vida que requieren principios de manejo territorial, ecoló-
gico, principios de organización política, patrones de organización de la vida
colectiva que remiten a racionalidades que no son modernas y occidentales.
Se trata de patrones de vida indígena que tienen una relación con lo
moderno, o sea con la modernidad europea impuesta aquí desde el momento
de la conquista, pero que no se agotan en ella. Y lamentablemente, ocurre
que el conjunto de la estructura del Estado se basa más bien en el horizonte
moderno, el cual no abarca las formas de existencia indígenas. De allí ese
abismo profundo entre Estado y sociedad al cual me he referido antes. Esta
situación se refleja asimismo en una relación de conflicto. Entonces, formas
de organización indígena que no se agotan en la modernidad de hechura
occidental, sustentan una relación de tensión con el Estado. Un ejemplo de
ello lo vimos en Ilave, donde el año 2004 la muerte del alcalde Cirilo Ro-
bles, quien fue asesinado por una turba de pobladores, sacó a luz el peso y la
importancia de las autoridades étnicas tradicionales, bajo la figura aparen-
temente moderna de los municipios, que en realidad aloja la vieja autoridad
étnica de los tenientes gobernadores.
Entonces, no se trata de que los indígenas sean seres premodernos que se
resisten al progreso y la modernidad, o que en el fondo resultan “primitivos”.
114
la designación de cargos, etc. Esto entra en conflicto con las lógicas esta-
tales, y con un proceso de descentralización que no ha tomado en cuenta
la existencia de un orden político propio en muchos espacios indígenas del
país. El resultado de este conflicto, en un contexto de agudo enfrentamiento
entre diversos grupos de interés enfrentados por el control del municipio, fue
lamentablemente una tragedia que culminó con el linchamiento del burgo-
maestre.
En Perú vienen surgiendo entonces nuevas formas de ciudadanía, in-
dígena, comunera, popular. Se trata de una ciudadanía construida “desde
abajo” que, sin embargo, no calza con el mundo de lo oficial hegemónico. Y
no logra empatar con procesos de reforma estatal como la descentralización
por ejemplo. Ocurre que en el Estado sigue predominante una perspectiva
monocultural del país y de sus procesos de desarrollo, de modo que el diseño
de reformas institucionales como la descentralización o participación acaba
reproduciendo la exclusión y no calza con las demandas populares. El tipo
de reforma hace que los campesinos indígenas nuevamente sean convidados
de piedra, porque la participación y descentralización responden a criterios
“técnicos”, que generalmente no son comprendidos por los participantes.
Ejemplo de ello son los presupuestos participativos, por ejemplo. He visto
en diversos lugares cómo los técnicos de las municipalidades a duras penas
implementan el presupuesto participativo. Convocan a los campesinos a los
talleres, pero al llegar éstos encuentran un proceso tortuoso, y encima mu-
chas veces se prefiere utilizar el castellano, lo cual anula la voz de muchos
participantes, entre ellos mujeres o varones monolingües, o que hablan el
castellano con dificultades. Pero el asunto es que los técnicos se sienten supe-
riores a los campesinos, de manera que el conocimiento de éstos acaba supe-
ditado a los instructivos enviados desde el Ministerio de Economía. Al final,
los comuneros muchas veces no tienen voz ni voto en la toma de decisiones
en el uso de los recursos. Sus expectativas, su conocimiento colectivo y sus
necesidades se ven sometidas a cuestionables criterios técnicos que solamente
manejan los funcionarios.
Otro ejemplo clave es el de los jóvenes. Como estamos en un momen-
to de aceleración de cosas, de cambio, de incremento de información, los
jóvenes rurales están en otra cosa, no están en lo que estaban sus padres.
Las distancias generacionales se han incrementado enormemente en estas
décadas. Los jóvenes manejan más información, van a internet, manejan no-
ciones más amplias de derechos y ciudadanía, junto a nuevas demandas por
participación política. Eso cristaliza en procesos nuevos como, por ejemplo,
la expansión de los centros poblados menores. Buena parte de los centros po-
blados menores actualmente existentes en el Perú son gobernados por lógicas
120
fragmento de su testimonio. Como allí se indica, ellos sienten que son mar-
ginados “por ser de altura”. Pero no han perdido el anhelo de alcanzar “una
vida de igualdad de derechos” y de ser “considerados como peruanos”. Los
comuneros guardan la esperanza de que la labor desarrollada por la CVR los
pueda ayudar a alcanzar ese objetivo.
El segundo epígrafe es parte de un famoso decreto dictado por el liber-
tador José de San Martín en 1821. Entre ese decreto de inicios de la Repú-
blica ordenando que los indígenas sean llamados peruanos, y el testimonio
de Abraham Fernández Farfán pidiéndole a la CVR que los habitantes de
Chacca sean reconocidos como ciudadanos peruanos con todos sus dere-
chos, existen 181 años de distancia. Sin embargo, ambos hechos ponen en
evidencia una realidad que se mantiene vigente: no todos los peruanos son
ciudadanos de pleno derecho aunque el ordenamiento legal les extienda (no-
minalmente) dicha condición. Persiste una forma históricamente establecida
de acceso diferenciado a derechos y ciudadanía, definido por las profundas
desigualdades de las relaciones de poder en el país. Desigualdades existentes
a nivel más amplio en la sociedad, y que distancian a los “ciudadanos perua-
nos” por razones económicas, de clase, procedencia geográfica, origen social
o cultural, sexo y edad, entre otros factores. Se trata de un sistema ciudadano
de exclusión que no solo expresa estas desigualdades, sino que las reproduce,
prolongándolas indefinidamente.
En un artículo reciente, Marisol de la Cadena sugiere que el Informe
Final de la CVR hace necesario reescribir la historia del Perú, pues logra
revelar una verdad genealógicamente inscrita en nuestra historia como nación:
opinión pública nacional. Los datos que permitían establecer dicha conclu-
sión, motivaban también un inevitable sentimiento de consternación. El pri-
mero de ellos era que la gran mayoría de muertos y desaparecidos -las tres
cuartas partes, o sea el 75% de un total de casi 70,000 personas- fueron
campesinos indígenas que tenían como lengua materna el quechua u otros
idiomas nativos, y que residían en los distritos rurales más pobres y alejados
del país. En Ayacucho, el epicentro del conflicto, la cifra se elevaba al 98%.
El segundo dato, de orden más bien cualitativo, fue descrito con precisión
por el ex presidente de la CVR, Salomón Lerner, en su discurso de entrega
del Informe Final:
7. En una encuesta reciente aplicada por el IDS en Lima y Huamanga, frente a la pregunta
de si era cierto que la ley se aplica a todos por igual, el 87.6% y el 77,5%, respectivamente,
contestaban que era en parte y totalmente falso. De otro lado, frente a la pregunta de si
consideraba que se respetaban por igual los derechos de los cholos y provincianos con el
resto de personas, el 81,4% y el 70,5% respondió que era en parte y totalmente falso (Ver
Córdova, 2004). Resulta interesante la diferencia entre las respuestas de los limeños y
ayacuchanos. Sobre todo en la última pregunta, pareciera que estos -por percibirse como
cholos y provincianos- están menos dispuestos a considerar que sus derechos no se respetan
por igual. De manera similar, en una reciente encuesta de la Universidad de Lima sobre el
racismo, el 75,4% responde que los peruanos sí son racistas, pero ante la pregunta de si se
considera racista, solo el 15,5% responde afirmativamente.
8. Muestra de ello son las reiteradas declaraciones efectuadas por algunos congresistas, como
Rafael Rey Rey y José Barba Caballero. Ambos negaron en diversos medios la existencia del
racismo, y acusaron a la CVR de buscar la división entre los peruanos, manipulando para
ello las estadísticas sobre el número de muertos. El congresista José Carrasco, por su parte,
señaló en un programa sabatino de televisión, en el canal del Estado, que la gran cantidad
de muertos quechua hablantes resultaba explicable “porque los indios son como niños que
se dejaron convencer fácilmente por Sendero Luminoso”.
127
Otras dos conclusiones permiten ubicar ese diagnóstico del horror vi-
vido por las poblaciones indígenas en el contexto más amplio en el cual la
violencia surgió y se reprodujo. La primera constata que el conflicto “reve-
ló brechas y desencuentros profundos y dolorosos en la sociedad peruana”
(Conclusión 1). La evidencia de que entre los peruanos persisten enormes
brechas que segmentan el acceso a los derechos ciudadanos básicos, ayuda a
explicar aquellas distancias reveladas en el desprecio, el racismo y la indiferen-
cia. Tal como se sugiere en la introducción del Informe Final,9 que la tragedia
de miles de asesinatos y vejaciones haya pasado desapercibida para el resto
del país, constituye un escándalo que muestra los límites de la construcción
ciudadana y estatal en el país luego de dos siglos de experiencia republicana,
así como la necesidad de su refundación democrática.
La segunda constatación es que existió “una notoria relación entre si-
tuación de pobreza y exclusión social y probabilidad de ser víctima de violen-
cia” (Conclusión 4). Hubo, pues, una correlación directa entre la condición
de pobreza, ruralidad y origen étnico indígena, y la probabilidad de conver-
tirse en una de las miles de víctimas anónimas en medio del escenario de
guerra interna.
Un mundo del pasado que a ratos parece ser parte del actual
A pesar de que muy pocos capítulos del Informe Final analizan de ma-
nera específica el componente étnico de la violencia, a lo largo de sus miles de
9. “El mandato de la CVR como oportunidad histórica para el país”. Acápite 4 de la “Intro-
ducción” , en el Tomo I del Informe Final de la CVR.
128
10. Las partes del Informe Final en que el tema étnico es objeto de análisis específico, son las
siguientes: el capítulo 3 de la Primera Parte, Sección Primera, Tomo I, titulado “Rostros y
perfiles de la violencia”; el sub capítulo 9 de la Primera Parte, Sección Cuarta, Tomo VI,
titulado “La violación de los derechos colectivos”; el capítulo 1 de la Segunda Parte, Tomo
VIII, titulado “Explicando el conflicto armado interno”; y el subcapítulo 2 de la Segun-
da Parte, Tomo VIII, titulado “Violencia y desigualdad racial y étnica”. Adicionalmente,
diversos capítulos de otras secciones también presentan información sobre estos temas,
especialmente: los “estudios en profundidad” publicados en el Tomo V; el análisis de los
patrones de crímenes y violaciones a los derechos humanos del Tomo VI, así como las
investigaciones sobre casos específicos del Tomo VII.
11. Véase especialmente el subcapítulo 2 de la Segunda Parte, Tomo VIII, titulado “Violencia
y desigualdad racial y étnica”.
12. Op. cit.
129
13. Pero esto no ocurre solamente en contextos de conflicto armado. Para no ir muy lejos en el
tiempo y el espacio, vale la pena citar lo ocurrido este año en Ilave. Desde inicios del mes
de abril, los campesinos aymaras de este distrito puneño se mantuvieron movilizados, en
protesta por la supuesta corrupción del alcalde. Debido a la inexistencia de canales efecti-
vos para la solución del conflicto, con el transcurso de los días este se fue agudizando cada
vez más, hasta el punto de que los pobladores llegaron a linchar al alcalde cuestionado.
El suceso se convirtió en noticia nacional, y los campesinos fueron estigmatizados como
“salvajes” en diversos medios de prensa que circularon profusamente en Ilave a través de
fotocopias. Durante los meses de mayo y junio, el conflicto pasó de ser un asunto ligado
a los problemas de gobernabilidad local, a convertirse en un enfrentamiento entre los
campesinos y el Estado central, el cual repetidas veces derivó en enfrentamientos con las
fuerzas del orden acantonadas en la zona. En este contexto de aguda conflictividad, ha
ocurrido un interesante proceso de etnogénesis que se manifiesta en la reivindicación de la
identidad aymara y el proyecto de construcción de una “nación aymara”.
14. Véase en el capítulo 5 de la Primera Parte, Sección Segunda, Tomo II, titulado “Los comi-
tés de autodefensa”.
130
Todo ello lo sabíamos con cierta claridad antes de la presentación del Informe
Final. Lo novedoso en destacar el profundo entrelazamiento entre las dife-
rencias étnicas y las desigualdades provenientes de otras brechas sociales e
históricas que se fueron conformando en la sociedad peruana a la par de un
intenso proceso de sucesivas modernizaciones inconclusas, cuando menos
desde la mitad del siglo XX. En este aspecto, la CVR logra llevar su diag-
nóstico de la violencia que enlutó a la sociedad peruana en las dos décadas
finales de esa centuria, más allá de las evidencias provenientes de las ciencias
sociales. En ese sentido, plantea asimismo una agenda de temas e interrogan-
tes que pueden ser asumidas en el futuro por las distintas disciplinas sociales.
19. “Violencia y desigualdad racial y étnica” (Op. cit.). En su discurso de presentación del
Informe Final, Salomón Lerner también destacó esta conclusión: “La Comisión no ha en-
contrado bases para afirmar, como alguna vez se ha hecho, que este fue un conflicto étnico.
Pero sí tiene fundamento para asegurar que estas dos décadas de destrucción y muerte no
habrían sido posibles sin el profundo desprecio a la población más desposeída del país”.
132
20. Véase el capítulo 2 de la Primera Parte, Sección Primera, Tomo I, titulado “El despliegue
regional”. Asimismo, el capítulo 1 y subcapítulo 2 de la Segunda Parte, Tomo VIII, titula-
dos “Explicando el conflicto armado interno” y “Violencia y desigualdad racial y étnica”,
respectivamente.
21. Véase el capítulo 1 de la Sección Tercera, Primera Parte, Tomo IV, titulado “La violencia
en las regiones”. Las dinámicas regionales analizadas son seis: Sur Central, Centro, Sur
Andino, Nororiente, Lima Metropolitana y los denominados “ejes complementarios”.
133
22. En ese contexto, acciones como las que viene implementando el Gobierno Regional de
Huancavelica, dirigidas a efectivizar las reparaciones, resultan sumamente significativas y
meritorias.
Miradas del horror:
la violencia política en las
pinturas campesinas*
Inicio
Gracias a la labor realizada por la Comisión de la
Verdad y Reconciliación (CVR), cuyo Informe Final fue
entregado al país en agosto del 2003, los peruanos hemos
podido conocer toda la dimensión de la tragedia en la
cual nos vimos envueltos durante las dos últimas décadas
del siglo XX. La CVR establece que se trató del perío-
do de violencia política más cruento de toda la historia
peruana republicana. Al mismo tiempo, muestra que el
horror de la guerra afectó sobre todo a los campesinos e
indígenas de los departamentos más pobres del país en las
dos zonas que se constituyeron en escenarios neurálgicos
de la guerra: la sierra sur central y la selva central.
Las cifras entregadas por la CVR dan una muestra
cabal de esta situación. Resulta terrible recordar que el
75% de los casi 70,000 muertos calculados por la CVR
eran personas de habla quechua; es decir, se trataba de
campesinos indígenas de las centenares de comunidades
Figura 5
Francisco Rivera Rondón. Toma del pueblo por militares. Chilca, Huancayo, Junín. 1990. Lápiz y
colores sobre cartulina. 23.9 x 32.1 cm. (Pintura 7310). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 6
Yolanda Ramos Huamanñahui. Los abusos. C.C. Huayllabamba, Abancay, Apurímac. 1990.
Acuarela y lápiz sobre cartulina. 25 x 35 cm. (Pintura 7388).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 7
Pío Manuel Ríos Villasante. ¿Hasta cuándo 24 de junio día del campesino? Juliaca, San Román, Puno.
1985. Acuarela, témpera sobre cartulina. 32 x 50 cm. (Pintura 6221).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 8
Mariano Sulca Laura. Costumbres. Rancha, Huamanga, Ayacucho, 1992. Lápiz sobre
cartulina. 60 x 65 cm. (Pintura 6956). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 9
Rogelio Chávez Huamán. Enfrentamiento. Tambo, La Mar, Ayacucho. 1992.
Lapicero negro y colores sobre cartulina. 49 x 32.4 cm (Pintura 6253).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 10
Freddy Coronado Gallardo, Enfrentamiento. Soccos, Ayacucho. 1992 (Pintura 6858).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 11
Fausto Prado Pacheco. Vivencias en el campo serrano. C.C. Rancas, Cerro de Pasco. 1990.
Témpera sobre cartón dúplex. 53.5 x 71 cm. (Pintura 6080).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 12
Celia Palomino de Meléndez. Abuzos y humillaciones en algunas comunidades campesinas,
ante los soldados. Lucuchanga, Apurímac. 1988. Colores, lápiz, lapicero sobre papel
cuadriculado. 32.5 x 42.5 cm. (Pintura 6216). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 13
Raúl Castro Lazo. Incursión militar a un pueblo - Masacre total. Junín. 1990.
Plumones y colores sobre cartulina. 32.3 x 50.2 cm. (Pintura 6629).
Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 14
Antonio Oré Lapa. Llanto y lamentos de mi pueblo. Lorenzayocc, Quinua, Huamanga,
Ayacucho. 1992. Plumones, acuarela, tintes naturales sobre cartón dúplex.
32.5 x 50.5 cm. (Pintura 6254). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 15
Carlos Sacsara Huayhua. Rondas campesinas de Huanta. C.C. Monjapata, Socos,
Huamanga, Ayacucho. 1992. Plumón, lapicero y colores sobre papel craft.
47.3 x 78.3 cm. (Pintura 6894). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 16
Guido Godofredo Guillén de la Barra. Fiesta campesina. Comunidad San Melchor,
San Juan Bautista, Huamanga, Ayacucho, 1992. Colores, plumones, lapicero sobre
cartulina. 32.7 x 49.8 cm. (Pintura 6857). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 17
Vladimir Condo Salas. S/T. Yanaoca, Canas, Cuzco. 1992. Lapicero, lápiz y colores
sobre cartulina. 59.9 x 47.5 cm. (Pintura 6117). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
Figura 18
Anónimo. S/T. Ayacucho. 1984. Carboncillo sobre cartulina. 25.3 x 37.5 cm.
(Pintura 6624). Foto: Archivo de Pintura Campesina.
149
1. Véase el Informe Final de la CVR, especialmente los capítulos “Violencia y desigualdad racial
y étnica” (Tomo VIII, cap. 2.2), y “Los pueblos indígenas y el caso de los Asháninkas” (Tomo
V, cap. 2.8).
150
2. Ricardo Abregú Durán. s/t. 1990. Junín. (Pintura 7309). En adelante utilizamos la nume-
ración con la cual las pinturas han sido clasificadas en el Archivo de Pintura Campesina.
151
“Qué nos quedaba, solo abandonar nuestras casas, rematar nuestros animales,
emprendíamos viaje a patitas, llorando, de nuestras tierras porque ya no se podía
vivir tranquilos, porque los soldados nos quitaban comida, animales, nuestras
casas, todo, por eso decidimos retirarnos de nuestro pueblo” (cuadro 4).
3. Filomeno Palomino Sicha. Exceso de fuerzas armadas. CC Acco Capillapata, distrito Socos,
provincia Huamanga, Ayacucho. (Pintura 6247).
152
9. Pío Manuel Ríos Villasante. ¿Hasta cuándo 24 de junio día del campesino? 1985. Distrito
Juliaca, provincia San Ramón, Puno. (Pintura 6221).
154
10. Mariano Sulca Laura. Costumbres. 1992. Rancha, distrito Ayacucho, provincia Huaman-
ga, Ayacucho. (Pintura 6956).
155
11. Rogelio Chavez Huamán. Enfrentamiento. 1992. Distrito Tambo, provincia La Mar, Aya-
cucho. (Pintura 6253).
12. Freddy Coronado Gallardo, Enfrentamiento. 1992. Soccos, Ayacucho (Pintura 6858)
13. Fausto Prado Pacheco. Vivencias en el campo serrano. 1990. CC Rancas, provincia Cerro de
Pasco, Cerro de Pasco. (Pintura 6080).
14. Celia Palomino de Meléndez. Abuzos y humillaciones en algunas comunidades campesinas,
ante los soldados. 1988. Distrito Lucuchanga, Apurímac. (Pintura 6216).
15. Yolanda Ramos Huamanñahui. Los abusos. 1990. CC. Huayllabamba, distrito Abancay,
provincia Abancay, Apurímac. (Pintura 6629).
156
16. Antonio Oré Lapa, Llanto y lamentos de mi pueblo. 1992. Lurenzayooc, distrito de Quinua,
Ayacucho. (Pintura 6254).
157
nosotros, por qué hacen caso a los militares, perros, y no daba ninguna explica-
ción por que mataron a los inocentes”.
El otro mensaje que el cuadro transmite es el abandono y soledad de
las comunidades ante las arremetidas senderistas. La escena séptima, con la
cual finaliza el cuadro, grafica el entierro de los muertos por parte de los co-
muneros sobrevivientes. Es la imagen de un pueblo que ante el abandono del
Estado, específicamente de aquellos que debían protegerlos (las fuerzas del
orden), se vio obligado a seguir luchando, a seguir viviendo a pesar del dolor
inmenso de perder a sus seres más queridos (ver Figura 14). Como relata el
artista en su testimonio:
el texto que forma parte del cuadro, los ronderos de Huanta viajaron hasta el
distrito de Vinchos para “ hacer organización con comuneros o comunidades”.
En la pintura, también se puede observar con claridad el fenómeno de milita-
rización de las rondas campesinas. Los jefes de las mismas se hicieron llamar
“comandos”, y aplicaron una disciplina militar que hasta la actualidad se
nota en muchas comunidades que cuentan con rondas. El “pacto” ocurrido
entre las rondas y los militares, aparece sugerido en el cuadro por la imagen
del helicóptero que ocupa la parte central de la pintura (ver figura 15).
Tema 8: reconciliación
El octavo y último de los temas recogidos en las pinturas analizadas
es el de la reconciliación. Se trata de un grupo de imágenes que llaman la
atención acerca de la posibilidad de la pacificación y la reconciliación. Pero
no se dibuja el anhelo de la paz como si la misma se hallase en el aire, sino
más bien en un contexto marcado por el dolor y la destrucción. Las tensio-
nes de la reconciliación, se reflejan justamente en una perspectiva de largo
plazo, la cual ubica la violencia y las posibilidades de superación como parte
de un discurso histórico acerca del pasado, el presente y el futuro. Es el caso
de un cuadro sin título numerado con el código 6117.20 Esta pintura recoge
tres momentos históricos, presentándolos como parte de un continuum de
19. Guido Godofredo Guillén de la Barra. Fiesta campesina. 1992. Comunidad San Melchor,
distrito San Juan Bautista, provincia Huamanga, Ayacucho. (Pintura 6857).
20. Vladimir Condo Salas. s/t. 1992. Distrito Yanaoca, provincia Canas, Cuzco. (Figura
6117).
159
Final
Lo que sigue primando en el país, hecho que resulta plenamente refle-
jado en las pinturas campesinas, es el dolor ocasionado por un tiempo de
violencia que aún muestra sus heridas abiertas. Justamente quisiera finalizar
señalando que, en relación al tema de la guerra interna, lo significativo del
Archivo de Pintura Campesina es que nos permite acercarnos a las miradas
campesinas e indígenas sobre el horror en medio del cual los peruanos nos
vimos envueltos recientemente. Esto es así porque se trata de pinturas elabo-
radas por los propios artistas campesinos. Utilizando los recursos que tenían
a su alcance, con materiales sumamente modestos, estos artistas lograron
plasmar en sus cuadros un testimonio visual excepcional de los hechos te-
rribles que les tocó vivir en medio de la violencia. Al realizar este esfuerzo,
es importante considerar que las pinturas fueron realizadas para un público
no campesino, lo cual explica que las imágenes transmitan ideas simples y
directas acerca de los hechos de la guerra, o que más bien traten de abundar
en detalles minuciosos. Asimismo, este aspecto ayuda a comprender porqué
las pinturas frecuentemente se acompañan de descripciones y explicaciones
escritas en los propios cuadros, los cuales parecen asemejarse de esa forma a
pergaminos escolares. El uso de la letra no solo podría interpretarse como un
160
recurso que permite enfatizar las descripciones de las imágenes, sino también
como una reivindicación de la apropiación de la letra -ese viejo instrumento
de dominación y discriminación- por poblaciones que vienen luchando desde
hace mucho tiempo por alcanzar un efectivo acceso a la palabra escrita, a la
voz, a la ciudadanía plena.
Estas pinturas campesinas, merecen ser objeto de un estudio cuidadoso
y minucioso, el cual logre relacionar elementos como los contextos de su
creación -lugares y fechas de producción de las obras-, los mensajes que los
artistas intentaron plasmar a través de las imágenes, y las maneras en que
intentan realizar dicha comunicación, mediante el uso de recursos visuales y
narrativos específicos. Al realizar dicho análisis, es necesario salir de los mar-
cos impuestos por el canon académico; es decir, no mirar a las pinturas desde
la perspectiva de la crítica académica de arte solamente, la cual nos llevaría
a considerar que la mayoría de obras, por el hecho de haber realizadas por
artistas aficionados, tienen escaso valor artístico.
Un ejemplo claro de esto ocurre con la pintura identificada con el có-
digo 6624,21 la cual durante la mesa inaugural del seminario fue mostrada
como ejemplo de “pobreza simbólica” y escasez de “valor artístico” que, su-
puestamente, tendrían muchas obras del Archivo de Pintura Campesina.22
Desde una perspectiva más preocupada por la normatividad del canon artís-
tico, efectivamente, esta pintura puede verse como un tosco garabato infan-
til. Sin embargo, resulta valiosa al apreciarla en relación con el contexto so-
cial, político e histórico en el cual fue producida, en relación al cual adquiere
todo su significado. Se trata de una pintura de autor anónimo, lo cual ya nos
dice mucho, pues ¿qué pudo buscar su autor al presentar su obra de manera
anónima a un concurso en el cual la idea es participar para ganar y hacerse
visible? ¿Porqué ocultar su identidad y autoría? ¿Qué buscaba decirnos el
autor mediante el silenciamiento de su propia identidad?
Lo que las obras del Archivo de Pintura Campesina dicen, no es so-
lamente lo que nuestros ojos ven en ellas a primera vista. Se trata de pintu-
ras que también revelan cosas mediante el silencio y el ocultamiento, como
ocurre justamente con esta pintura. En ella, lo que el autor logra es algo que
trasciende completamente su supuesta carencia de riqueza pictórica o artís-
tica: en realidad es un grito que evidencia toda la tragedia y el horror de la
guerra vivida en el Perú. Al ocultar su nombre, el autor logra revelar el miedo,
propios mecanismos por los cuales, o mediante los cuales, esa dominación y
poder se hacen efectivos. De modo que necesitamos mirar esos sistemas de
poder sacando a luz tales mecanismos de silenciamiento. Metodológicamente
hablando, esto me parece es muy interesante, muy rico: considerar que no
se puede comprender la construcción, el funcionamiento y la reproducción
de los sistemas de poder -históricos, sociales y políticos-, sin atender a esas
zonas oscuras, silenciadas, sin voz y ensombrecidas por el poder, gracias a las
cuales el poder y la dominación se reproducen. Esto no es ninguna novedad,
ya mencioné a Foucault. Además, en el pensamiento contemporáneo varias
perspectivas teóricas han intentado abordar este problema. No estamos en-
tonces ante una perspectiva -la de escrituras silenciadas- que comienza a in-
ventar la pólvora. Más bien requerimos delimitar el propio campo de las
escrituras silenciadas en relación a otros abordajes de esta problema de las
dinámicas de poder y silenciamiento. Pienso por ejemplo en los análisis de
discurso y en la larga tradición de trabajos literario-culturales en relación al
discurso, y al modo en qué funciona allí la noción de suplemento elaborada
entre otros por Roland Barthes. En dichos análisis literarios y lingüísticos la
idea de suplemento resulta clave: ocurre que el poder y la hegemonía, en su
centro o núcleo, no pueden funcionar sin crearse suplementos, restos que en
realidad reproducen su hegemonía todo el tiempo, incesantemente.
En segundo lugar, pienso en otras corrientes, como los estudios de la
subalternidad, los estudios poscoloniales y los estudios culturales. Se trata
de perspectivas de investigación que han puesto en el primer plano asuntos
de singular importancia, tales como la necesidad de rescatar o sacar a luz la
voz de los dominados y silenciados. Esto a partir del rescate de la agencia,
la capacidad de acción de los sujetos y grupos sociales populares silenciados
bajo el manto de la hegemonía del poder. Una pregunta se abre paso: ¿Qué
es entonces lo propio de algo que podemos llamar escrituras silenciadas en
este contexto?
En tercer lugar, podemos mencionar los estudios sobre la colonialidad
del poder y descolonialidad. Se trata de una corriente propiamente latinoa-
mericana, que hunde sus raíces en la trayectoria del pensamiento crítico
latinoamericano.2 Es una línea de reflexión abocada a desmontar aquellas
zonas ocultas de la formación del mundo moderno -su lado colonial-, que
2. En ese sentido, cabe mencionar que no se trata de una vertiente local de los estudios pos-
coloniales. La noción de colonialidad del poder, acuñada por el sociólogo peruano Aníbal
Quijano a inicios de la década de 1990, remite más bien a una trayectoria de pensamiento
social crítico propiamente latinoamericana, cuyos orígenes pueden rastrearse en la obra de
José Carlos Mariátegui. De hecho, es a partir de su exégesis de Mariátegui, que Quijano
logra arribar a la noción de colonialidad del poder, como categoría útil para la comprensión
Figura 19
Edilberto Jiménez. Dibujo de Florentino Jiménez Toma. S/F.
Archivo Edilberto Jiménez.
Figura 20
Florentino Jiménez, Amalia Quispe y sus hijos Neil, Edilberto y Eleudora.
Foto: archivo Edilberto Jiménez.
Figura 21
Edilberto Jiménez en su casa-taller de San Juan de Lurigancho,
restaurando el retablo El hombre. Foto: Malú Cabellos.
Figura 22
Retablo Cuernos y garras. 1986. Foto: José Loo.
Figura 23
Retablo Flor de retama. 1986. Foto: José Loo.
Figura 24
Retablo Lucía. 1988. Foto: José Loo.
Figura 25
Boceto del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982.
Figura 26
Detalle del retablo Peregrinaje de la semana santa. 1982. Foto: José Loo
Figura 27
Retablo Abuso a las mujeres. 2007. Foto: José Loo.
Figura 28
Detalle del retablo Lirio qaqa, profundo abismo. 2007. Foto: José Loo.
Figura 29
Retablo con forma de ataud: Lirio Qaqa, profundo abismo.2007.42 x 37 x 18 cm.
Foto: José Loo
Figura 30
Retablo Asesinato de niños en Huertahuaycco. 2007. Foto: José Loo
Figura 31
Retablo Fosa en Chuschihuaycco. 2007. Foto: José Loo.
Figura 32
Detalle del retablo Basta, no a la tortura. 2006. Foto: José Loo.
Figura 33
Detalle del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la violencia. 1988.
Foto: José Loo.
Figura 34
Boceto del retablo Sueño de la mujer huamanguina en los ocho años de la violencia. 1988.
Figura 35
Detalle del retablo Picaflorcito. 2006. Foto: José Loo.
Figura 36
Detalle del retablo Los condenados. 1987. Foto: José Loo.
Figura 37
Retablo Fiestas del Ande. 1989. Foto: José Loo
Figura 38
Retablo Mi Ande y su amor profundo.1987. Foto: José Loo.
181
de la formación del mundo moderno colonial, y específicamente del lado oscuro -racista,
colonialista e imperialista- del orden mundial capitalista.
182
3 Vease: Golte y Pajuelo (2012). Y para una lectura más amplia sobre los retablos andinos:
Ulfe (2011).
183
reflejan escenas de la realidad social regional (por ejemplo Lucia. Ver Figura
24). Finalmente, el tercer grupo se aboca a retratar directamente el horror
de la violencia politica, destacando lo ocurido en Chungui, el cual aparece
entonces como un momento de desenlace del relato visual del conjunto (ver
Cuadro 5).
Cuadro 5
Retablos de la colección Edilberto Jiménez
70,000. De estos, los nombres, o sea las identidades identificadas, son más
o menos 24,000. Cálculos posteriores nos permiten pensar que los muertos
sobrepasan las 100,000 personas. Uno puede entender esto cuando mira es-
cenas como las que se muestran en los retablos. Es decir, la violencia desatada
con la mayor crueldad sobre poblaciones indefensas por el conjunto de los
actores de la guerra: el Estado, Sendero Luminoso y el MRTA -los grupos
insurgentes en contra del Estado- y también los grupos campesinos organi-
zados en rondas.
El retablo Lirio Qaqa, profundo abismo (2007), que usamos con Jürgen
Golte como carátula del libro Universos de memoria, muestra justamente la
acción de las fuerzas armadas y miembros de las rondas campesinas (ver Fi-
gura 28). Estos grupos campesinos alzados por su propia voluntad en contra
de Sendero Luminoso, son culpables de aproximadamente un 4% del total
de muertos. Esa cifra revela el hecho de que en determinados momentos y
lugares la violencia fue una suerte de guerra civil en el campo, una violen-
cia completamente desbordada. Un poco más sobre los datos. Pensemos por
ejemplo en el 98% de quechua hablantes del total de muertos en Ayacucho, la
región que fue el epicentro del conflicto. Alrededor de esto se abrió en el país
un debate inconcluso, pues hubo quienes decían que esto simplemente era
resultado de una casualidad geográfica. Es decir, el hecho de que en regiones
como Ayacucho la mayor parte de la población hable quechua, sería la causa
del gran porcentaje de quechua hablantes muertos. Para otros, entre quienes
me inscribo, las cifras revelan algo bastante más profundo que la mera ubica-
ción geográfica: revelan los engranajes históricos de exclusión, dominación y
discriminación que se encuentran en el trasfondo de la invisibilidad ciudada-
na de los campesinos indígenas. Es decir, sacan a luz la precaria construcción
de una comunidad nacional de ciudadanos efectivamente iguales. El debate
al respecto sigue planteado.
O sea el 10% del total, pero esa cifra esconde el hecho de que decenas de
comunidades desaparecieron completamente en los lugares y momentos más
cruentos de la guerra. Otros 6,000 asháninkas lograron huir, refugiarse o ser
desplazados. En todo el país hubo más de medio millón de desplazados. Sin
embargo, en los registros de la CVR son muy pocos los nombres asháninkas
que se pudo identificar. Fui uno de los investigadores que trabajamos en la
Comisión, y créanme, en un momento andábamos desesperados buscando
los nombres de los muertos asháninkas. ¿Cuántos creen que la Comisión lo-
gró identificar? Alrededor de 208 apenas. ¿Y nombres y apellidos completos,
con identidades plenamente confirmadas por testimonios de familiares o ve-
cinos? Apenas 17. Entonces, de un total de aproximadamente 6,000 muertos,
solamente 17 tienen rostro en los registros de la CVR. Estas cifras revelan la
dimensión del silenciamiento y la invisibilidad de la diferencia étnica en la
sociedad peruana.
Ese silenciamiento que incluye la invisibilidad estadística, resulta con-
frontado por el relato visual inscrito en los retablos de Edilberto Jiménez.
El artista presenta al fenómeno de violencia como lo que fue: una violencia
descarnada y desenfrenada en la sociedad, que golpeó especialmente a los
campesinos indígenas más pobres y excluidos. Al hacer esto, Edilberto pelea
con la forma artística establecida del retablo. Lo que hace es transformar la
forma retablo. Es normal que todo soporte artístico sufra transformaciones
en relación a procesos como la influencia del mercado, la influencia de otros
artistas, el diálogo con otras personas como los intelectuales amigos de los
artistas, o el cambio de las formas de uso y consumo de los objetos artísticos.
Pero en este caso noto una transformación que responde específicamente a
las necesidades de expresión del artista. De modo que la forma tradicional del
retablo, de una caja con pisos y puertas laterales, con motivos como pétalos
de flores sobre fondos blancos, termina siendo rota, rebasada completamente
por la necesidad de Edilberto de revelar toda la dimensión del horror y el
sufrimiento ocasionados por la violencia.
Esta transformación de la forma retablo ocurre de manera sucesiva. No
aparece de golpe. En la evolución de los tres momentos temáticos y crono-
lógicos de la colección, podemos rastrear el contrapunto entre la alteración
de la forma y el desarrollo de un discurso visual que cada vez brinda mayor
centralidad a los campesinos indígenas en gran medida invisibilizados en la
memoria pública sobre la violencia. Dicha modificación termina en la cons-
trucción de retablos que asemejan ataúdes. Sobre todo en los retablos de la
tercera fase o grupo que hemos identificado, los cuales narran con crudeza
los hechos ocurridos en Chungui (ver Figuras 29, 30 y 31).
189
Discursos entrecruzados
Otros elementos incluyen aspectos como el uso de nuevos materiales
para la elaboración de las figuras. Edilberto es de esos artistas que requieren
elaborar sus propios materiales. Crea entonces sus propias pastas y colores,
a fin de moldear sus figuras. Todos estos elementos que he mencionado,
confluyen en la creación de escenas en las cuales se plasma la agencia cam-
pesino-indígena. Este aspecto de los retablos incluye dos tipos de discursos
entrelazados. De un lado, aparece un discurso -que resulta ser el más visible-
mediante el cual se denuncia la violencia política. Por ejemplo en el retablo
Abuso a las mujeres del año 2007, lo que hace Edilberto es denunciar sin tapu-
jos los asesinatos, violaciones, detenciones, torturas, ajusticiamientos sufridos
por las mujeres. Esos actos de violencia que nos permiten explicar por qué en
el Perú buena parte de esas mujeres víctimas no tienen nombre. Hacen parte
de la masa de víctimas anónimas que conforma la mayor parte de los muertos
y desaparecidos (ver figura 27).
De otro lado, aparece un segundo discurso, el cual denuncia las cues-
tiones de fondo detrás de estos actos de la violencia. Es decir, el modo como
funciona el poder, como se ha construido el poder, la democracia y la ciuda-
danía en el país. Esto en retablos tan tempranos como Picaflorcito (1986).5
Las autoridades estatales son descritas como absolutamente lejanas respecto
a la vida cotidiana de la gente, y específicamente respecto a la situación de
violencia que las envuelve. Por ello aparece una mujer campesina cantando
a las aves, a fin de que le ayuden a llevar su mensaje hasta las autoridades:
5. Actualmente, este retablo puede apreciarse como parte de la muestra del Lugar de la Me-
moria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM).
192
pues como dice al final la canción: “así llora mi pueblo / cuando ya nadie se
recuerda” (ver Figura 35).
Otro retablo en cierta medida semejante en su denuncia de las cues-
tiones de fondo del poder en el país, es Los condenados (1987). En este caso,
se muestra un juicio popular a las autoridades, que acaban arrojadas en el
infierno, donde seres maléficos esperan darles castigo eternamente entre las
llamas. Hay nuevamente la reverberación de viejas formas de memoria cam-
pesina en relación a la justicia, el orden y la soberanía que aparecen retratados
en el retablo (ver Figura 36).
Finalmente, creo que los retablos de Edilberto Jiménez nos retan, en el
sentido de mostrarnos la necesidad de seguir ampliando el campo de estudios
de las escrituras silenciadas. Lo que hacen estos retablos es confrontarnos
ante la dinámica compleja del silenciamiento e invisibilidad ciudadana de
los campesinos indígenas en un escenario límite: el de la violencia política.
Un silenciamiento que en realidad mezcla múltiples formas y mecanismos
de silenciamiento, discriminación y exclusión. Muestra de ello es el silencia-
miento en la escena pública peruana de las víctimas de la violencia. El silen-
ciamiento de los propios retablos de Edilberto durante las décadas de los 80s
y 90s. El silenciamiento de los hechos que los retablos denuncian: los abusos,
la crueldad extrema contra los más indefensos. Pero los retablos logran hacer
lo contrario: sacar a luz los hechos más extremos e indecibles, yendo más
allá de las narrativas textuales, oficiales, incluyendo el propio informe de la
CVR. O sea, van más allá de la letra, porque la letra no resulta suficiente para
expresar toda la dimensión del horror vivido.
Al hacer esto, los retablos nos transmiten algo fundamental, justamente
en escenas como el sueño de la mujer huamanguina: la posibilidad de que la
violencia ceda lugar a un momento posterior de redención o reparación. No
es solamente un momento de pacificación, sino más bien de restauración del
tejido social destrozado. Un momento de reconciliación, de reconstrucción
de los lazos sociales. En esto, los retablos se compenetran aún más con las
memorias campesinas sobre la violencia reciente. Ejemplo de esto es el es-
fuerzo de ONgs y del propio Estado para llevar apoyo a las víctimas. Muchos
proyectos se ejecutan actualmente en el campo ayacuchano, en los cuales es-
tos actores se acercan a las víctimas pensando que la violencia todavía existe:
los otros son las víctimas. Pero los campesinos no se asumen como víctimas.
Despliegan una identidad de víctimas cuando les interesa hacerlo, pero la
vinculan con una memoria según la cual la violencia ya transcurrió, ya pasó.
O sea: el tiempo de la violencia ya ocurrió, fue semejante a una fiebre en
medio de la cual todos se mataron, pero que felizmente quedó atrás. Eso no
quiere decir que no tenga secuelas, sino que ya ocurrió, pues ahora estamos
193
POLÍTICA, GOBIERNO
Y CONFLICTIVIDAD SOCIAL
El movimiento social nacional
en el corto siglo XX peruano*
1 Resulta revelador de ello el triste destino de sus principales dirigentes, como Gamaniel
Blanco, quien luego de encabezar la protesta sindical minera y llegar a participar activa-
mente en la creación de la CGTP, fue apresado y confinado a la isla penal de El Frontón,
falleciendo debido a las duras condiciones de encierro.
204
un grupo social (los obreros de las minas), que de forma generan nuevas de
protesta y movilización, completamente distintas a las del pasado inmedia-
to. Tanto en las minas como en las fábricas limeñas, el nuevo sindicalismo
obrero en formación, se desarrolla además junto a un peculiar cultura obrera.
Un movimiento social nacional, entonces, no llega a ser tal solamente en re-
lación a sus alcances inmediatos, sino sobre todo por su proyección, discurso
y perspectivas. Y no hay duda que el florecimiento del primer momento de
agitación sindical en las minas del centro, ahogado a sangre y fuego por la
represión desatada justo en el momento de creación de la primera Federación
Obrera del Centro, consistía en una protesta que iba mucho más allá de
demandas y expectativas estrictamente locales. Un sector de los obreros mi-
neros -aquellos vinculados a la naciente sindicalización- fueron desarrollando
así una conciencia de su movilización que asumía plenamente situaciones
como la crisis capitalista, desatada en ese momento a escala mundial, o si-
tuaciones locales como la imposición de régimen de mano dura de Sanchez
Cerro, en medio de la coyuntura revolucionaria que ocurrió entre las décadas
de 1920 y 1930.
La historia puntual de la formación de un movimiento de alcance na-
cional en las minas del centro, nos permite apreciar los alcances de dicha
coyuntura. Se trata de un momento en el cual va cuajando un movimiento
social de proyección nacional, el cual se expresó en nuevas ideologías y plata-
formas políticas, tales como el comunismo y el aprismo. El punto de mayor
ascenso, o más bien de desborde de ese movimiento social nacional configu-
rado en las primeras décadas del siglo, ocurrió en la coyuntura de extremo
enfrentamiento social desatado inmediatamente después del derrumbe del
leguiísmo. Si bien el movimiento social en ciernes resultó derrotado -como
de hecho vimos en las minas del Centro, o en otros escenarios como las
fábricas limeñas y las plantaciones cañeras-, el resultado del mismo fue la
conformación de una plataforma política de alcance nacional como fue el
APRA, la cual rápidamente dejó en segundo plano a comunistas y socialistas
como alternativas de representación política popular. El impasse producido
por la represión y derrota de la movilización social nacional a inicios de la
década del 30, se dejó notar por casi todo el resto del siglo, en la forma de un
insalvable enfrentamiento entre el aprismo y el ejército. El APRA se convir-
tió, de esa forma, en el principal actor político de buena parte del siglo XX.
En cuanto a los militares, podemos apreciar justamente la transforma-
ción de las condiciones de su intervención en el juego político. Es lo que dife-
rencia a un golpe como el de Benavides (1914), frente a los de Sánchez Cerro
(1930) y Odría (1948). En estos dos últimos casos, se trató de golpes militares
restauradores o conservadores, en oposición a la amplia movilización de sec-
tores populares y la influencia clandestina pero sumamente eficaz del APRA.
205
Durante las décadas de los 40s, 50s y 60s, se acentuaron las profun-
das transformaciones sociales que configuran por esos años una sociedad
completamente diferente a la que existió en las décadas anteriores. Intensos
procesos de cambio social, tales como las migraciones, el boom educativo, la
formación de inmensos asentamientos populares en los cordones de pobreza
de las ciudades, el desarrollo de los medios de comunicación masiva (radio
y televisión), así como el incremento de la red de carreteras y caminos, van
de la mano con el ascenso de una nueva generación política e intelectual. Se
va afirmando, asimismo, una noción más amplia de pertenencia al país. Se
desató así un importante proceso de movilización social, imparable desde
entonces y que podemos registrar aún en nuestros días: el afán de progreso
e igualdad social, en gran medida contra la permanencia de un régimen oli-
gárquico con aires de pasado y evidente desencuentro con un país cada vez
más popular, cholificado, de rostro popular, en pleno proceso de desembalse
o desborde ante el orden oficial hegemónico.
2. Pienso en el arte de cantantes y músicos como Pastorita Huaracina, Picaflor de los Andes,
Indio Mayta, la guitarra de Raúl García Zárate, el surgimiento de la “cumbia andina” en la
selva y la costa, e incluso en el renacer de la música criolla con un nuevo sentido nacional
(el zambo Cavero, los Morochucos, los Embajadores Criollos, entre muchos otros). Estos
y muchos otros artistas, desde entonces, pasaron a representar una emergente cultura na-
cional de rostro popular.
207
Conclusión
En síntesis, se aprecia una cierta recomposición de tejidos sociales y
organizativos, así como de formas colectivas de protesta, pero que aún no
alcanzan un grado de articulación, liderazgo y solidez organizativa caracte-
rístico de los movimientos sociales. Resulta posible vislumbrar, sin embargo,
que esta tendencia al incremento de las protestas irá en incremento en los
próximos años, generando cada vez mayores niveles de politización. En ese
sentido, lo que se aprecia en el Perú es la manifestación, creciente y cada vez
más politizada, del descontento generado por el propio éxito del modelo neo-
liberal, el cual se muestra a sí mismo como sumamente exitoso, pero resulta
incapaz de superar los problemas endémicos de pobreza, exclusión y expec-
tativas de ascenso social insatisfechas. Si bien el orden neoliberal ha activado
nuevas formas de movilidad social, reproduce todo el tiempo desigualdades
que se hallan en la base de las nuevas protestas y conflictos.
Una década después de Ilave:
tragedia y lecciones profundas*
Desembalse de descontento
Aspectos como la delicada arquitectura de poder local, el derrumbe de
la legitimidad política del alcalde, así como las dificultades que bloquearon
su gestión, durante algunos meses de tensión entre grupos de poder enfren-
tados por el control del municipio, pueden ser mencionados como elementos
del trasfondo de los hechos. Otro factor clave y definitorio fue la protesta de
las comunidades rurales.
El desembalse de descontento rural ocurrió inmediatamente después de
una frustrada rendición de cuentas, que acabó en un enfrentamiento entre
partidarios y opositores del alcalde, cuatro semanas antes de los hechos del 26
de abril. Entonces las comunidades se movilizaron hacia la ciudad: tomaron
la plaza de armas, manteniendo cerradas las puertas del municipio, en espera
de una solución. Uno de los objetivos de esta medida fue que no se pierdan
los documentos de la gestión municipal, pues se pensaba que contenían las
pruebas de la supuesta corrupción y malos manejos del alcalde.
A fin de vigilar que la municipalidad se mantenga clausurada, y en es-
pera de atención a sus reclamos, los comuneros dividieron la plaza en sectores
y organizaron turnos, según las zonas de procedencia de las comunidades,
a fin de mantener su presencia en la ciudad durante las 24 horas del día.
Tanto el viejo local municipal, como uno nuevo construido recientemente
-un flamante edificio de varios pisos cubierto enteramente de lunas pola-
rizadas- fueron celosamente “cuidados”, a través de este sistema de turnos
217
rotativos. Por eso, ningún vidrio del nuevo local municipal fue roto durante
cuatro semanas de movilización e incremento del clima de tensión en el lu-
gar. El conflicto pudo resolverse entonces, pero lamentablemente los intentos
de llegar a una solución fracasaron, entre otras razones debido a la inercia de
diversas autoridades, la negativa del alcalde a verse vencido por sus oposito-
res, y las carencias del diseño normativo e institucional referido referida a los
gobiernos locales.
1. El Perú alcanzó niveles de crecimiento superiores a los de toda la región. Inclusive, durante
la crisis internacional que desaceleró dramáticamente la economía internacional el año
2009, pasó del 8% al 1% de crecimiento. Pero a pesar de esa caída, los niveles de consumo
de muchos sectores, y especialmente la sensación de bonanza magnificada por los medios
de comunicación, no disminuyó.
225
2. El “caso Ilave” fue objeto de un fuerte debate en torno a las razones del linchamiento del
alcalde, llegando a mencionarse que se trataba de un desborde de violencia étnica por
tratarse de una zona de población predominantemente aymara. Al respecto véase: Pajuelo
(2009).
226
4. Algo similar ocurre con propuestas interesantes que aportan con nuevos conceptos, tales
como el de “autoritarismo competitivo” planteado por Levistsky y Way (2010). Tal como
ocurre con el uso actual de la noción de populismo, la consideración exclusiva de los
aspectos políticos de los regímenes de autoritarismo competitivo, conduce a incluir en
esta categoría a gobiernos de variada orientación ideológica y distintos desempeños en la
administración económica y política del poder.
232
5. Las palabras del presidente Humala fueron las siguientes: “El nacionalismo se construye en
la fraternidad. Nadie ha ahondado en el concepto de la fraternidad. Yo no soy de izquierda
ni de derecha, soy de abajo. Eso me da la capacidad de empatar con el sentimiento de la
población. Que nosotros hayamos recogido banderas sociales, muy bien, pero no exclui-
mos a nadie. Acá se trata de darle una nueva visión al país. Mi mandato implícito es unir al
Perú”. Palabras de Ollanta Humala en entrevista con periodistas de RPP noticias, realizada
con motivo del fin de año. Lima, 31 de diciembre de 2011. Dichas declaraciones fueron
reproducidas por distintos medios de comunicación en el Perú.
233
6. En Perú, desde la década de 1990 se ha pasado a denominar así al manejo económico que
da continuidad al neoliberalismo ortodoxo impuesto desde la década de 1990.
234
9. En el actual discurso nacionalista, dicho suceso es recordado como “la gesta de Locumba”,
siendo considerando la hazaña fundacional a partir de la cual se dio inicio a la larga marcha
que ha llevado a Ollanta Humala desde Locumba hasta el poder.
237
10. Ocurre que el General Luis Muñoz Díaz, quien había sido nombrado Comandante Ge-
neral del Ejército y en esa condición había dispuesto el pase a retiro de Ollanta Humala,
fue uno de los militares vinculados a Vladimiro Montesinos, el ex asesor presidencial y
cómplice de Fujimori.
238
11. Hasta la fecha, Antauro Humala, aún desde la prisión, sigue escribiendo y publicando
artículos y libros de agitación etnonacionalista, muchas veces en un lenguaje extravagante
que mezcla reflexiones cósmicas con alusiones a la raza cobriza y a la autenticidad de la
religiosidad cosmológica andina.
239
esa forma con el chavismo, hecho al cual abonó en gran medida su propio
acercamiento al régimen venezolano, así como las declaraciones del propio
Hugo Chávez a su favor y en contra de Alan García. A la postre, dicha iden-
tificación terminó despertando un fuerte voto anti-Humala que se reflejó en
los resultados de la segunda vuelta, los cuales dieron como ganador a Alan
García. Se evidenció asimismo una tajante polarización socioeconómica, te-
rritorial y política en el país, pues la votación por Humala correspondió a los
sectores populares, sobre todo de las regiones del interior. Alan García, por
el contrario, concentró su votación entre distintos sectores sociales, ganando
ampliamente en Lima, donde se concentra un tercio de la población del país.
A pesar de su derrota en las urnas, luego de las elecciones del 2006 lo
que quedó claro fue que Olllanta Humala se había convertido en el líder de
raigambre popular de mayor importancia en el país. Los remanentes políti-
cos de la izquierda peruana que fuera tan importante en las décadas pasadas,
quedaban desplazados ante la primacía del nacionalismo, convertido en una
identidad política popular de contestación al statu quo y la continuidad del
orden neoliberal instaurado en el país desde inicios de la década de 1990.
Durante los años posteriores, en el período comprendido entre las elec-
ciones del 2006 y la competencia en las urnas del 2011, Ollanta Humala mo-
deró fuertemente su discurso, inclinándose hacia el centro político, al tiem-
po que su organización política se expandía significativamente. El primer
elemento que contribuyó al fortalecimiento político del nacionalismo fue el
propio resultado en las urnas. Convertido en una auténtica sorpresa electoral,
Humala pasó a ser uno de los presidenciables, siendo considerado el Evo o
Chávez peruano. En muchas zonas del interior alejadas de Lima, en las cuales
la votación por su candidatura fue apabullante, registrando más del 70% y
80% de respaldo, no resultó difícil la irradiación del Partido Nacionalista en
comités locales y regionales. Fue el caso de regiones como las del sur andi-
no, donde el voto nacionalista se transformó en los años posteriores en una
fuerza política organizada, bajo la cual se reunieron tirios y troyanos, con la
perspectiva de contribuir auténticamente a la transformación nacionalista del
país, o bien movidos por el afán de beneficiarse con alguna cuota de poder
electoral o administrativo.
A pesar del mediocre desempeño de los parlamentarios nacionalistas
elegidos en las elecciones del 2006, el ex candidato Ollanta Humala logró
mantener su liderazgo y recomponer su organización partidaria, pero sin
permitir que el férreo control familiar y amical sea reemplazado por una
auténtica organización basada en la participación amplia de sus militantes.
El nacionalismo se mantuvo así, durante los años cruciales entre el 2006 y
2011, como el proyecto “de familia” al cual se refirió Humala en el epígrafe
241
con que se abre este trabajo. Sin embargo, ello no fue un obstáculo para que
pudiese captar la participación de diferentes conglomerados de nuevos nacio-
nalistas, incluyendo el respaldo de importantes organizaciones de izquierda,
que de esa manera abandonaron la perspectiva de la reunificación para su-
marse con singular pragmatismo al coche del nacionalismo.
El nacionalismo se convirtió en una bandera política identificada con
la defensa democrática de intereses populares, en un contexto caracterizado
por la ausencia de partidos y la poca capacidad de convocatoria de las or-
ganizaciones gremiales y sociales existentes.12 Elementos como el antineoli-
beralismo, la defensa de los recursos naturales ante las actividades extracti-
vas de empresas transnacionales y la demanda de una nueva Constitución,
abonaron a un programa que fue envolviendo así a un amplio espectro de
integrantes. A pesar de que nadie tenía en claro qué significaba en concreto
la identidad nacionalista, se le identificó con la defensa de los pobres, de los
intereses del país avasallado ante la presencia de empresas transnacionales,
con un fuerte sentimiento de defensa de los recursos naturales y con la lucha
anticorrupción.
12. La crisis de representación que muestra la política peruana desde bien entrada la década
de 1980, ha generado la desaparición de los partidos políticos. Las organizaciones ideo-
lógicas estructuradas del pasado, con fuerte arraigo entre distintos sectores de población
en distintas escalas del territorio, han sido reemplazadas por agrupaciones denominadas
independientes, que generalmente nacen y mueren al calor de las coyunturas electorales.
Actualmente, hasta el APRA, sin duda alguna el partido más organizado y con mayor
trayectoria del siglo XX peruano, muestra una situación crítica. En lo que respecta a las
organizaciones sociales y gremiales, también se registra una severa disminución de su posi-
bilidad de representación. Muchas desaparecieron en las últimas décadas, en tanto que las
aún existentes se encuentran bastante debilitadas. En este contexto de absoluta despoliti-
zación y desideologización de la sociedad peruana, el nacionalismo pudo encumbrarse con
relativa facilidad como agrupación política de oposición al modelo neoliberal y demanda
de cambios políticos.
242
problemas de fondo. Uno de ellos tiene que ver con la fuerte influencia del
Ministerio de Economía, el cual para todos los efectos -junto a otros minis-
terios estratégicos- actúa como un eficaz operador de intereses económicos
privados desde el interior del Estado. Otro implica más bien el rol de la pri-
mera dama, Nadine Heredia, quien desde el inicio del régimen exhibió una
cuota de poder a todas luces excesiva, considerando que no fue elegida para
gobernar.
Cierre
Recapitulando, puede señalarse que la “gran transformación” del régi-
men de Ollanta Humala muestra un sorprendente giro de orientación políti-
ca, especialmente del discurso nacionalista que lo condujo al poder. Se trató
de una metamorfosis ocurrida en apenas unos meses, desde su juramentación
en julio de 2011. El presidente Ollanta Humala se desvinculó rápidamente de
los sectores de izquierda que lo secundaron en los años previos a las elecciones
de ese año, buscando el respaldo político de la derecha política y empresarial
del país, más que en los cuarteles de los cuales proviene. Sin embargo, su as-
cendencia militar también se dejó notar en su gobierno. Esto se evidencia en
el reemplazo de la concertación política por la “mano dura” de estilo militar
para la aplicación de la llamada “hoja de ruta”. Asimismo, para la conducción
del aparato de Estado, optó por convocar a una nueva tecnocracia posfuji-
morista, que apuesta por mantener el modelo de crecimiento imperante en el
país, convirtiendo la vieja teoría del “chorreo” en un vago discurso en torno
al objetivo de la “inclusión social”.
De esa manera, el discurso nacionalista de los primeros tiempos de Hu-
mala en torno a la necesidad de una “gran transformación”, terminó convir-
tiéndose en una retórica pragmática en torno a las bondades de la “inclusión”.
Sin embargo, lo que queda claro es que dicho discurso no pasa de sustentar
algunas políticas sociales, hallándose bastante lejos de otorgar al régimen
un horizonte ideológico y político propio. En este contexto, las evidencias
respecto al hecho de que en la práctica, buena parte de la conducción del
gobierno recae más bien en la habilidad política de la primera dama Nadine
Heredia, afectaron fuertemente la imagen de Humala y su gobierno. Esto
incluye el espinoso tema de la posible candidatura presidencial de Nadine
Heredia.
Todo esto no hace más que levantar mayores dudas y discusiones en
torno a la naturaleza política real del gobierno de Humala, planteándose así
un capítulo interesante en el debate más amplio que recorre América Latina,
en torno a las verdaderas orientaciones políticas e ideológicas de los llamados
regímenes “populistas” o “progresistas”. Lo que resulta urgente en ello, es ir
244
más allá de los espejismos que arrastra el uso de categorías bastante impreci-
sas en su uso y contenidos, a fin de avanzar hacia una discusión mucho más
provechosa, en torno a la democracia y sus posibilidades de albergar procesos
de transformación social realmente significativos. El nacionalismo del ré-
gimen de Humala será recordado en dicho contexto como una experiencia
política sumamente mediocre y fallida.
La izquierda que merecemos*
Explicaciones
En 1989, la división de Izquierda Unida aceleró el desmoronamiento
de la influyente izquierda política y social que hasta entonces exhibía el país.
Pero el fin de IU fue parte de un drama más amplio: el avance de una pro-
funda crisis de representación que afectó al conjunto de la sociedad peruana,
y que desde entonces caracteriza el funcionamiento de nuestra vida política.
Es que en Perú existe un sistema político que carece de representación efec-
tiva. La crisis de representación no solo arrinconó a la izquierda, sino que
canceló el ciclo político que desde mediados del siglo XX se había expresado
en la formación de un sistema nacional de partidos. Entre las décadas de
1980 y 1990, en un contexto marcado por el conflicto armado interno, la
crisis económica y la imposición de la dictadura fujimorista, llegó a su límite
la historia de varias décadas de protagonismo de la izquierda. El resultado
fue una completa reorganización de la sociedad peruana, en el marco de una
nueva hegemonía neoliberal que cambió profundamente los sentidos comu-
nes predominantes en el país. Como parte de ello, la izquierda que sobrevivió
al aluvión neoliberal, se vio en la triste situación de ser vista por la inmensa
mayoría de la población como un fantasma del pasado.
Dicha situación acaba de cambiar de forma inesperada. Gracias al re-
sultado hasta cierto punto fortuito de la primera vuelta electoral del 10 de
247
Perspectivas
El hecho es que el respaldo obtenido en las urnas por el Frente Amplio,
trae la novedad del retorno de la izquierda a la escena política, luego de tres
décadas durante las cuales prácticamente fue borrada del mapa. Ahora reapa-
rece merced a un éxito electoral reflejado en casi 19% de respaldo (votos váli-
dos), ocupando el tercer lugar, a menos de dos puntos de disputar la segunda
vuelta. El Frente Amplio ha obtenido además una bancada parlamentaria
249
desde abajo, que aún se hallan lejos de contar con vías de expresión política
propia.
Bajo la propia hegemonía neoliberal, apreciamos entonces desafíos y
posibilidades abiertas de lucha, movilización social y organización de izquier-
da. Pero tampoco debemos ser ingenuos. La sociedad peruana actual, mer-
ced al predominio neoliberal, se halla bajo amenaza de mayor desintegración
social, mayor deterioro de lo público y mayor privatización del Estado. La
idea de ciudadanía efectiva, como agenda de plena igualdad política y au-
téntica diversidad de derechos, viene siendo arrinconada por la expansión de
un sentido orientado hacia el lucro, la búsqueda de beneficios al margen de
cualquier límite, y el individualismo como conducta cotidiana.4
Ante ello, en el futuro inmediato, con base en el voto expresado en
las urnas, la izquierda puede asumir su rol de oposición a la continuidad
neoliberal, encarnando un nuevo proyecto de país doblemente significati-
vo. Un proyecto que, en términos amplios, implica repensar el ideario, la
ideología, la teoría que siempre ha nutrido los pasos zurdos. Es momento de
volver a encontrarnos con la potencia de las ideas y sueños en movimiento.
Ideas y sueños que trazan un horizonte ético reconocible, propio de la iz-
quierda en todo el mundo, en torno a nociones de justicia, libertad, cambio
social, democracia e igualdad. En términos inmediatos, de cara a la situación
postelectoral del país, se trata de construir nuevas formas de acción política
radical, en el proceso concreto de lucha, resistencia y reencuentro con los
actores sociales de carne y hueso. Una izquierda peruana con capacidad de
confrontar el orden hegemónico neoliberal. Una izquierda a la altura de su
historia, de sus sueños y de las luchas del pueblo en movimiento. La izquierda
que merecemos.
Protestas “construidas”
Un factor parece ser sumamente peculiar en el Cuzco, a diferencia de
lo que ocurre en otras regiones: durante los últimos años, pareciera que se
viene generando un liderazgo social bastante expandido que, sin embargo,
todavía no se articula en plataformas políticas más institucionalizadas. Al
amparo de las expectativas generadas por factores como la regionalización, el
boom turístico actual y la ejecución de obras como la carretera Interoceánica,
o bien debido al temor ante las concesiones mineras y los posibles impactos
en la región del TLC, se han activado corrientes de opinión pública locales y
regionales que alimentan nuevas formas de liderazgo y representación social.
De allí que las protestas ocurridas en Canchis y Chumbivilcas, a diferencia
de otras en la misma región o en otros lugares del país, aparezcan como pro-
testas “construidas”. Es decir, no se trata de avalanchas espontáneas de mo-
vilización, sino de protestas convocadas por una dirigencia local que, de esa
manera, en gran medida “construye” o busca el desembalse de movilización
social. Resulta interesante constatar que se trata de una dirigencia que cabal-
ga entre lo rural y lo urbano e incorpora a personas de diversa procedencia
social (profesionales, trabajadores, estudiantes, campesinos) y variadas tra-
yectorias políticas.
El caso de Canchis es el más claro en este sentido. Luego de un primer
momento de protesta ocurrido el año pasado, un grupo de dirigentes decide
convocar a una nueva movilización, acatando supuestamente la convocatoria
a un “Levantamiento de los pueblos” acordado en la Cumbre de los Pueblos
realizada en Puno. En realidad, en la mencionada Cumbre no fue claramente
acordada la convocatoria a dicho levantamiento, en tanto que la propia par-
ticipación de un grupo de dirigentes de Canchis destacó sobre todo por su
intolerancia en la plenaria final del evento, en la cual buscaron imponer la
aprobación de la convocatoria a la insurgencia de los pueblos. La búsqueda
de notoriedad, con un discurso extremadamente radicalizado, los condujo
al final a convocar a una rueda de prensa desconociendo la Cumbre. Poste-
riormente, cambiando de posición y utilizando el membrete de la Cumbre,
se sostuvo que la provincia de Canchis debía tener protagonismo y dar el
ejemplo, por lo cual convocaron a la movilización bajo la promesa de que se
sumaría el resto de pueblos del país.
Hasta aquí el componente de “construcción” política del conflicto:
la acción de un grupo de dirigentes, quienes utilizando su red de amigos,
aliados y allegados políticos, logran convocar a la protesta. El segundo acto
ocurre por la efectividad de la convocatoria. Es decir, lo ocurrido el año pa-
sado en Canchis, y también ahora, es que la convocatoria logra calzar con
254
1 Por ejemplo, una nota editorial de El Peruano, diario oficial de circulación nacional, habla
en términos de un “gran desafío” consistente en tenderle las manos al sur, generando por
fin la superación de su estancamiento, derivado de la “fractura de la conquista” y el peso de
las “castas raciales” y “estructuras coloniales”. La receta propuesta es la acción coordinada
entre el Estado y el sector privado en pos de “la exportación de productos agropecuarios, la
industrialización destinada a brindar apoyo a ese proyecto exportador y la mayor promo-
ción del turismo”. Véase: “Nuestro gran desafío”, en El Peruano (2006).
2 Sobre las elecciones véase: Vergara (2007).
258
3 Se olvida así que, en realidad, el voto a favor de Humala también incluyó las localidades
más pobres y más rurales de otras regiones del país
4 Antes de las elecciones, Alan García anunció el “Plan Sierra Exportadora”, orientado a
promover la oferta exportadora de la región. Se trata de un plan insuficiente, pues apenas
contempla el lado de la oferta, sin considera la demanda interna y de generación de cade-
nas productivas regionales. Véase: Gonzáles de Olarte (2006).
259
6 Para el caso de Venezuela, que resulta ilustrativo para el conjunto de América Latina,
véase los formidables estudios de Beatriz Gonzáles Stephan (1999) acerca de las nociones
de civilidad y modernidad propias de las élites locales a fines del siglo XIX, y la manera en
que estas orientaron sus percepciones morales acerca del cuerpo y el supuesto estado de
naturaleza de los “otros”, es decir, de la inmensa población parda y negra de la costa y los
llanos.
7 Elegido presidente de la República en las elecciones de 2016.
8 Este periodista ha tildado reiteradamente a los habitantes andinos como “inferiores por-
que son quechuas y aymaras”, además de “menos que humanos: antropoides, primates”
(Bedoya Ugarteche, 2005). Aunque escuda sus ataques en supuestos fines pedagógicos,
resulta evidente que saca a luz acendrados prejuicios racistas, que permanecen en lo más
profundo de la subjetividad de los peruanos, como si se tratase de un cierto imaginario
oligárquico aún vigente pero muy escondido (Manrique, 2005).
261
Estas opiniones también dejan entrever los temores una eventual “bom-
ba de tiempo” que podría representar el sur del país. Como indica el investi-
gador Javier Portocarrero:
“En las décadas de los 60 y 70 las élites de Lima vivían asustadas por el temor
de que los pobladores de las barriadas pudiesen bajar de los cerros para invadir
los barrios residenciales de la capital. Hasta el domingo 4 de junio, esas mis-
mas élites han sufrido pánico frente a la eventualidad de un triunfo de Ollanta
Humala, lo que explica la votación arrolladora de Alan García en distritos
como San Isidro. Aunque Humala fracasó en la segunda vuelta, la votación
que logró -solo 5 puntos por debajo de García- ha dejado una sensación de
peligro en futuras elecciones. En particular, se cree que el sur andino, donde
Humala obtuvo el 56% de los votos válidos en la primera vuelta y 74% en la
segunda, constituye una bomba de tiempo” (Portocarrero, 2006).
“El país ha cambiado, pero se sigue imaginando al «sur» como a un Otro radi-
calmente diferente y con frecuencia incomprensible. Una piedra en el zapato,
más si se trata de territorios aymaras, especialmente a raíz de la evolución po-
lítica de Bolivia. La imagen del sur-problema se ha reforzado con los recientes
resultados electorales.” (Degregori, 2006).
9 El uso de esta frase se remonta al período oligárquico de fines del siglo XIX, pero ganó
popularidad durante las primeras décadas del siglo XX, pasando posteriormente al léxico
de las ciencias sociales. Inicialmente, hasta mediados del siglo XX, los departamentos com-
prendidos en la denominada “mancha india” fueron Puno, Cuzco, Apurímac, Ayacucho,
Junín, Huancavelica, Pasco e inclusive Ancash. En la actualidad, cuando aún se alude a la
“mancha india” se habla en referencia a solo cinco departamentos: Puno, Cuzco, Apurí-
mac, Ayacucho y Huancavelica.
10 Se trata de alrededor de setenta volúmenes del Plan Regional de Desarrollo del Sur del
Perú, compuesto por estudios y diagnósticos que abordan diversos temas de la realidad
socioeconómica, política, social, cultural y hasta geográfica de las diversas localidades del
Sur, incluyendo distintos espacios subregionales, tales como distritos, ciudades y pequeñas
comunidades rurales.
11 Para ello, se ofreció una partida presupuestal extraordinaria con un monto muy modesto:
40 millones de dólares, que debían permitir la realización de obras para el mejoramiento
de la educación, salud, infraestructura, etc.
263
12 Algunos sucesos de honda repercusión extra regional, tales como la revolución tupacama-
rista de fines del siglo XVIII, el proyecto de confederación peruano-boliviana de inicios del
siglo XIX, el ciclo de rebeliones indígenas de entre fines del XIX e inicios del siglo XX, así
como el indigenismo de las primeras décadas del siglo XX, constituyen verdaderos hitos en
esta larga historia.
264
13 El estudio clásico de Burga y Reátegui acerca del desarrollo del capitalismo comercial en el
sur, sostuvo que ello el resultado lógico de la posición subordinada de la región, razón por
la cual se convirtió en un territorio de extracción de materias primas, más no de su reali-
zación (Burga y Reátegui, 1981). En este sentido, resulta interesante la caracterización que
hace Efraín Gonzáles de Olarte de la economía regional del sur, como una mera “economía
mercantil” (Gonzáles de Olarte, 1982).
265
Corolario
En el contexto descrito en las páginas previas, resulta urgente plantear
nuevas interrogantes, en relación a los procesos simultáneos, aunque diver-
gentes, que están transformando aceleradamente el rostro del sur andino.
Fenómenos como la preferencia electoral por propuestas “radicales” que
enfatizan promesas de cambio, o el incremento de los llamados “conflictos
sociales”, pueden interpretarse de manera distinta a partir de considerar las
particularidades del sur andino. Eso implica avanzar, en primer término,
hacia una perspectiva de interculturalidad en serio. Es decir, tomar en cuenta
la condición diversa, en términos culturales y sociales, que hace parte de la
riqueza del sur, avanzando sustancialmente hacia la eliminación del racismo
y la discriminación basada en el origen étnico-cultural.
En segundo lugar, hace falta replantear completamente la idea de desa-
rrollo. Desde una perspectiva supeditada al predominio neoliberal, la única
posibilidad de desarrollo para las poblaciones del sur consiste en articularse al
boom de actividades como la minería o el turismo. Pero la propia población
viene empujando alternativas económicas que van más allá de los paradigmas
establecidos en torno al desarrollo. Contra la imagen ampliamente extendida
en torno a la supuesta tradicionalidad de la gente del sur andino, se trata
de una apuesta hacia formas de modernidad y progreso con rostro propio,
de alternativas de desarrollo endógeno que ponen en acción conocimientos,
recursos colectivos y extensas redes sociales. La transformación de las comu-
nidades rurales hacia posibilidades de otro desarrollo, en las cuales van de la
mano el dinamismo de la producción y el avance del mercado, junto al auge
de formas comunitarias y redes de solidaridad, es una muestra de ese cambio
trascendental hacia el futuro.
En este contexto, resulta clave contribuir a la construcción de una ima-
gen renovada sobre el sur andino, dejando de lado los prejuicios y temores,
así como el racismo y la exclusión. Hace falta una imagen que refleje la tra-
dicionalidad, pero también la modernidad propia y bullente del sur andino.
Esto supone ir más más allá de una perspectiva hasta la fecha hegemónica,
que no solo sustenta las actuales políticas públicas, sino que reproduce una
visión sumamente desfasada sobre el sur en la realidad actual del país. Es
clave pensar y actuar en el sur andino, a partir de una aproximación que deje
atrás los términos negativos que aún resultan predominantes, desde una ópti-
ca no solo centralista sino además colonial. A la luz de la actual preocupación
pública que los resultados electorales despiertan en torno al sur, estas tareas
resultan urgentes e imprescindibles.
Perú: crisis política permanente
y nuevas protestas sociales*
nombrar de ese modo a toda forma de movilización social o -tan grave como
ello- a cualquier manifestación de resistencia en cualquiera de los ámbitos de
la realidad, hemos terminado en una imprecisión que conduce a equívocos
teórica y políticamente inaceptables.6
Este texto desea ilustrar dicha situación, pero no a través de una dis-
cusión conceptual, sino mediante el examen de la situación actual de la mo-
vilización social en el Perú. Se busca mostrar que el período de transición
democrática ha implicado el afloramiento de nuevas y múltiples formas de
protesta, las cuales expresan conflictos incubados durante el fujimorismo
neoliberal de la década pasada, que se articulan con procesos anteriores de
exclusión, dominación y protesta. Sin embargo, se trata de una movilización
que se halla lejos de constituir un movimiento social, en la medida que aún
persisten la desarticulación y fragmentación de los intereses sociales y del
tejido social, sobre todo entre los sectores populares. A pesar de una cierta
recuperación de las posibilidades de politización de intereses (expresada en
algunas organizaciones y luchas recientes), predomina aún la crisis de re-
presentación política, así como la ausencia de un horizonte programático
alternativo. La norma sigue siendo la debilidad política de las luchas sociales,
la dificultad de su articulación y la ausencia de actores políticos plenamente
organizados. El ejemplo peruano -no obstante su peculiaridad- puede per-
mitir una mirada más cautelosa en términos académicos, y más útil en tér-
minos políticos, sobre la situación de los movimientos sociales en el resto de
América Latina.
6. Coincido plenamente con Fontaine (2003), quien señala que un ejemplo de ello es el abor-
daje cultural a los movimientos sociales realizado por Alvarez, Dagnino y Escobar (1998)
7. El 20 de noviembre de ese año, luego de cuatro meses de iniciado su tercer mandato con-
secutivo, a toda luces ilegal y obtenido mediante un proceso de elecciones fraudulentas,
Alberto Fujimori renunció a la Presidencia mediante un fax enviado desde el Japón. El
Congreso decidió no aceptar dicha renuncia y declaró la vacancia presidencial por incapa-
cidad moral, nombrando como jefe de Estado a Valentín Paniagua, entonces presidente de
dicho poder del Estado. El gobierno de transición de Valentín Paniagua duró hasta el 28
de julio del 2001.
272
10. La idea fue sugerida inicialmente por Francois Bourricaud, luego de su última visita al
Perú. Recientemente, Martín Tanaka (2004) se ha referido a esa ausencia de representa-
bilidad en la política peruana. Su tesis es que dicha situación provendría de la existencia
de un amplio sector social –básicamente rural e indígena- que quedó desarticulado de los
procesos de modernización de la segunda mitad del siglo XX. Se trataría de un sector que
vive, por ello, en una situación permanente de “marginalidad” (y no tanto en la “exclusión”
social), por lo cual no logra ser representado políticamente, permaneciendo en una suerte
de Estado prehobbesiano. Esta tesis, sumamente discutible, reproduce el añejo esquema
evolucionista y eurocentrista de la teoría de la modernización (según el cual pueden existir
sectores “marginales” intocados por el proceso de modernización, equivalente únicamente
al desarrollo capitalista y la occidentalización). Además, al reducir la realidad política de
los supuestos sectores “marginales” a un estado (también supuesto) de premodernidad
política, esta lectura oculta la cosas en vez de ayudar a explicarlas.
11. La expresión de esto no fue solo la desaparición de las protestas sociales, sino también la
expansión de un amplio sentido común neoliberal. Hasta ahora, dicho sentido común –
una suerte de consenso neoliberal básico incuestionable- sigue siendo predominante en los
medios de comunicación y en los debates económicos.
276
12. Así se denominó al primer paquete neoliberal impuesto por Fujimori -en contra de todas sus
promesas electorales- dos semanas después de asumir el gobierno. Al día siguiente del “fuji-
shock” el país parecía adormecido. Mucha gente deambulaba por las calles pero práctica-
mente nadie se manifestó en contra. Como muestra de la brutalidad de la medida, puede
mencionarse que el precio de los productos básicos subió entre 300 y 800 por ciento.
13. Según una encuesta publicada en la revista Caretas, el 87% de la población se oponía a la
exculpación de los culpables de casos como La Cantuta y Barrios Altos (Caretas, 1995).
277
por los campesinos de varias cuencas cocaleras en mayo y junio del 2001, exi-
giendo el respeto a sus cultivos y el cumplimiento de los acuerdos firmados
con el gobierno de Fujimori.
La situación dio un giro desde los primeros meses del gobierno de Ale-
jandro Toledo. Paulatinamente, a lo largo y ancho del territorio nacional,
fueron incrementándose las protestas y reclamos, protagonizados por sectores
muy diversos (ex trabajadores estatales despedidos durante el fujimorismo,
jubilados, usuarios de servicios públicos, agricultores, micro empresarios,
transportistas, comunidades campesinas e incluso amas de casa). El contexto
de transición democrática brindó un escenario propicio para el “destape” de
muchas demandas y conflictos incubados en el curso de la implementación
del neoliberalismo, pero eficazmente contenidos por el fujimorismo. Una de
las razones de esta situación fue que –a diferencia de lo ocurrido durante la
dictadura- la gente vio posible exigir soluciones inmediatas a sus problemas, a
pesar de que estos provenían de atrás, e incluso eran seculares (Ballón, 2002).
Previendo que la movilización social podía ir en aumento, el gobierno
optó por la vía del endurecimiento frente a las protestas. Bajo el pretexto de
que a toda costa se debía preservar la “paz social”, a fin de mantener la transi-
ción y la estabilidad económica para la inversión, se llegó al extremo –desme-
dido y nada propicio a una transición democrática- de penalizar las protestas
sociales. De esa manera, resultaba claro que la “mano dura” anunciada por
el Ministro del Interior, Fernando Rospigliosi, en septiembre del 2001, equi-
valía a una auténtica fujimorización del manejo de los asuntos concernientes
al orden público.
La noche del 20 de marzo del 2002, días antes de la visita al país del
presidente norteamericano George Bush, ocurrió un atentado en las cerca-
nías de la embajada de los Estados Unidos. El saldo del atentado –presunta-
mente ejecutado por Sendero Luminoso- fue de nueve muertos y más de 30
heridos. El presidente Toledo no tardó en reiterar que se aplicaría una política
de “mano dura” contra cualquier rebrote del terrorismo y contra cualquier in-
tento de desestabilización del país, relacionando de esa forma a las protestas
sociales con el probable rebrote de Sendero Luminoso.
El verdadero estallido social, sin embargo, ocurrió con el denominado
“arequipazo” de junio del 2002. Aunque durante los meses previos también
hubo algunas protestas violentas,16 fue la oposición del pueblo de Arequipa a
17. Empresa de Generación Eléctrica de Arequipa y Empresa de Generación Eléctrica del Sur,
respectivamente.
18. Instituto Nacional de Recursos Naturales.
19. Radio y Televisión Peruana, empresa noticiosa del Estado llamada actualmente TV Perú,
que incluía también a Radio Nacional del Perú.
281
20. Valle de los Ríos Apurímac y Ene, ubicado en la zona selvática de Ayacucho.
21. Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas.
22. Confederación Nacional de Productores Agrarios de las Cuencas Cocaleras del Perú.
23. Los cocaleros exigían el cese absoluto de la erradicación de cultivos de coca. Sin embargo,
el D.S. 044 acordado con el gobierno, autorizaba a DEVIDA a establecer un “programa
de reducción gradual y concertada de las plantaciones de coca”.
282
generándose una crisis política que tuvo a la declaratoria del estado de emer-
gencia y la salida de los militares a custodiar las calles como uno de sus ingre-
dientes. Las protestas se iniciaron el día 6 con la huelga de los transportistas
de carga y pasajeros que paralizó gran parte de las carreteras, especialmente
las del sur del país. Lo que llamó la atención de esta huelga fue la platafor-
ma de lucha: los transportistas pedían que el gobierno intervenga sobre la
situación de caos de los servicios de transporte, fijando tarifas máximas y
mínimas para la prestación del servicio. Este reclamo afectaba uno de los
dogmas centrales del credo neoliberal: la autorregulación de los precios a
través del libre mercado, por obra y gracia de la ley de la oferta y demanda.
De hecho, diversos sectores del gobierno, así como los principales gremios
empresariales y analistas económicos, pusieron el grito en el cielo, pero al
gobierno no le quedó más remedio que fijar tarifas básicas para la prestación
de esos servicios.
El día 12 de mayo los maestros afiliados al SUTEP24 iniciaron una
huelga nacional indefinida reclamando la mejora de sus salarios. Esta medi-
da resultó sumamente impactante, por tratarse de uno de los gremios más
poderosos (agrupa más de 300,000 maestros), y por paralizar los servicios de
educación básica en todo el país. Se trató, además, de una medida que pa-
recía anunciar una recuperación del movimiento popular: después de varios
años de crisis e incapacidad de articulación de los intereses magisteriales, el
SUTEP lograba ir a una huelga nacional. Ciertamente, en la base de dicha
protesta se hallaba un proceso de recuperación gremial acelerado desde el
final del fujimorismo. Pero la otra novedad fue la evidente división existente
en el gremio. Esta división –que estalló en un Congreso previo- ponía en
cuestionamiento el férreo control ejercido sobre el SUTEP por Patria Roja,
partido de izquierda de filiación maoísta que controla a dicho gremio desde
su fundación. Un sector minoritario extremista, denominado Comité Na-
cional de Reorientación y Reconstitución del SUTEP, dirigido por Robert
Huaynalaya, hizo su propia convocatoria al paro con una diferencia de días,
cuestionando públicamente la legitimidad de Nílver López, secretario ge-
neral del gremio y militante de Patria Roja. Además, otro pequeño sector
anunció su apuesta por la democratización del SUTEP, criticando tanto a la
dirigencia oficial como a la fracción extremista.
La situación del SUTEP ilustra muy bien la de los gremios y organiza-
ciones sociales subsistentes en país después del fujimorismo. Reaparecen en
escena pública, pero con una enorme debilidad orgánica, incrementada por
problemas de legitimidad y serios divisionismos al interior, lo cual les impide
lograr una actuación pública más efectiva.25 Por si esto fuera poco, se hizo
evidente el surgimiento de un sector extremista y violentista al interior del
SUTEP, con firmes ambiciones de conseguir el control político del gremio.
Esta fracción, si bien minoritaria, ha logrado presencia en varios departa-
mentos del país, y se ha convertido en protagonista de los sucesos de violen-
cia ocurridos posteriormente en ciudades como Puno y Ayacucho (tal como
veremos más adelante). Según todas las evidencias, se trata de un sector que
buscaría el resurgimiento –políticamente reciclado– de Sendero Luminoso
en la política peruana.
En apoyo a la paralización de los maestros, el 13 de mayo el Frente
Patriótico de Loreto realizó una protesta en dicha región. A ello le siguió el
inicio de la huelga de los trabajadores del Poder Judicial el 21 de mayo, y la
realización de una marcha convocada por la CGTP26 el 22 de mayo. Pero la
gota que derramó el vaso fue el inicio de un Paro Agrario convocado por la
Junta Nacional de Usuarios de Riego el día 26 de mayo. La convocatoria de
esta organización agraria logró canalizar el descontento acumulado entre los
agricultores del país, frente a la situación crítica del agro.27 El paro agrario
logró una amplia convocatoria aunque localizada básicamente a lo largo del
eje costero. En diversos puntos, los agricultores cerraron la principal carretera
nacional (la Panamericana, que recorre el país de norte a sur a lo largo de la
costa), generando un clima de tensión política que no se había visto desde
hace mucho tiempo. El gobierno, jaqueado por las protestas sociales, decidió
recurrir el 27 de mayo a la declaratoria del estado de emergencia, con la fi-
nalidad de frenar las protestas e impedir las que estaban anunciadas (sobre
todo, la huelga de los trabajadores de salud, convocada para ese mismo día).
25. Otro ejemplo de ello son los gremios agrarios. Antes del fujimorismo existían solo dos
gremios nacionales: la Confederación Campesina del Perú (CCP) y la Confederación
Nacional Agraria (CNA). Ahora existen más de veinte, lo cual hace imposible una con-
vocatoria unificada, a pesar de que el gobierno de Toledo ha continuado el abandono
estatal del agro iniciado en el fujimorismo.
26. Central General de Trabajadores del Perú, la más importante organización sindical perua-
na.
27. Durante el fujimorismo, como parte del paquete neoliberal, fue desactivado el sistema es-
tatal de apoyo financiero al sector (Banco Agrario), y se eliminaron todos los incentivos a la
producción agrícola. La desregulación y el impulso al libre mercado, han generado el surgi-
miento de un pequeño sector sumamente exitoso, dedicado a la importación de productos
agrarios a precios muy bajos (en detrimento de los productores nacionales). También han
permitido el éxito de algunas empresas de agro-exportación dedicadas al cultivo de algunos
productos con fuerte demanda en el cultivo internacional (principalmente es el caso de los
espárragos). Pero la inmensa mayoría de los productores agrarios (básicamente pequeños
agricultores y campesinos indígenas) han visto aumentar su pobreza, ante la continuidad
del abandono estatal.
284
Las Fuerzas Armadas asumieron el control del orden interno en doce de las
veintiséis regiones del país,28 hecho que constituyó una suerte de epitafio de
la transición democrática.
Sin embargo, contra la previsión del gobierno, ocurrió que la medida
extrema de declarar el estado de emergencia y militarizar el control del or-
den público tuvo el efecto contrario. Las protestas violentas no se hicieron
esperar, en franco desacato del estado de emergencia. Los sucesos más graves
ocurrieron en dos zonas del país: en Barranca, al norte de Lima, donde la re-
presión a los agricultores dejó decenas de heridos, y en Puno, donde sectores
estudiantiles salieron a las calles en apoyo a la huelga del SUTEP y contra el
estado de emergencia. El día 29, la desmedida represión de los militares en
Puno generó la muerte del estudiante Eddy Quilca y un saldo de más de 60
heridos (varios de ellos de gravedad). Estos hechos generaron la indignación
del país y un amplio cuestionamiento al gobierno (especialmente al ministro
de Defensa), mientras que en Puno la población realizó amplias manifesta-
ciones de protesta.
28. Dichos departamentos fueron: Piura, Lambayeque, La Libertad, Ancash, Lima, Ica,
Arequipa, Moquegua, Tacna, Huánuco, Junín y Puno (Decreto Supremo Nº 055-2003-
PCM, El Peruano, Lima, 28 de mayo del 2003). Unos días después, también se encargó
a las Fuerzas Armadas asumir el control interno en las Provincias de La Mar y Huanta
(departamento de Ayacucho), la Convención (departamento del Cuzco) y Chincheros
(departamento de Apurímac) (Resolución Suprema Nº 200-DE/SG, El Peruano, Lima, 9
de junio del 2003).
29. Comisión Nacional de los Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos.
285
30. En junio del 2004, un antiguo colaborador de Almeyda hizo saber a la prensa que este
había recibido un soborno de 2 millones de dólares de la empresa cervecera Bavaria para
lograr la compra ilegal de Backus, la principal empresa cervecera peruana, y que una parte
de ese dinero estaba destinada al presidente Toledo. Este es uno de los varios casos de co-
rrupción presuntamente vinculados al entorno palaciego, que hasta la fecha aún no se han
resuelto.
286
31. Distrito y capital de la Provincia del Collao, ubicada al sur del departamento de Puno,
muy cerca de la frontera con Bolivia y habitada básicamente por población aymara.
32. Hasta el momento (tercera semana de septiembre) la Municipalidad de Ilave se encuentra
cerrada. A las elecciones complementarias a realizarse el 17 de octubre se han presentado
287
33. Al respecto, resulta impactante recordar que a fines de agosto del 2003, en la misma plaza
de Huamanga donde ocurrieron los hechos violentos del 1 de julio de este año, la Comi-
sión de la Verdad y Reconciliación realizó la entrega pública de su Informe Final, el cual –
supuestamente- cerraba el capítulo de violencia reciente de la historia ayacuchana reciente.
34. El 21 de junio de 1969 –justamente el mismo día de la convocatoria al paro magisterial
de la facción extremista del SUTEP- la población de Ayacucho y Huanta se levantó en
contra del intento del gobierno de Velasco Alvarado para privatizar la educación pública
universitaria. Producto de los enfrentamientos murieron más de 300 personas. Dicho su-
ceso, de hondo impacto en la memoria popular ayacuchana, constituyó uno de los caldos
de cultivo que dieron origen a Sendero Luminoso. Este año, la Federación de Barrios de
Ayacucho, donde tendría presencia la misma facción de maestros clasistas del SUTEP,
editó un folleto recordando la lucha de 1969 como muestra del martirologio del pueblo
ayacuchano. Entre la plataforma de demandas de los huelguistas, asimismo, figuraba un
punto exigiendo la liberación de los presos políticos. Estos indicios hacen pensar que de-
trás de los hechos habría un intento de reconstrucción política de Sendero Luminoso.
289
social. Sin embargo, se trata de formas de protesta que siguen siendo bási-
camente precarias, y que no logran generar formas de organización estables.
Por el contrario, parecen marcadas por la debilidad, el aislamiento y el divi-
sionismo.
La experiencia peruana de los últimos años, no solo ilustra la grave
contradicción existente entre el anhelo de afirmación democrática y la conti-
nuidad del neoliberalismo, en la medida que este reproduce las desigualdades
y exclusiones, así como las fuentes de conflictividad social y de violencia.
También permite mirar con más cautela el desarrollo de nuevas formas de
protesta y movilización social, en un momento en que el conjunto de Amé-
rica Latina, frente a la bancarrota neoliberal, parece buscar nuevas salidas y
alternativas (Quijano, 2004).
El colapso del régimen fujimorista a fines del año 2000 abrió paso a
un período de transición democrática que transcurrió bajo el signo de la
continuidad de la crisis económica y la crisis de representación política. Estos
factores incidieron fuertemente sobre las condiciones y posibilidades de la
reconstrucción democrática, pero no resultan suficientes para explicar todas
las dificultades de esta. A ellos debe agregarse la incapacidad e ineptitud
política del régimen para administrar la transición, más aún en la medida en
que esta trajo consigo la reaparición de múltiples protestas sociales. Cuatro
años después, la transición democrática parece haber llegado a su límite o ha
fracasado (Pedraglio y Toche, 2004), en tanto que la reconstrucción de cual-
quier institucionalidad democrática en el país podría ser mucho más difícil,
larga y conflictiva. El abismo persistente entre la bonanza macroeconómica
generada al amparo de la expansión neoliberal, y la situación de exclusión de
amplios sectores sociales, alimenta en gran medida dicha situación.
PARTE 3
MOVILIZACIÓN CAMPESINO-INDÍGENA
EN EL PERÚ
Perú: nuevo ciclo de movilización
campesina e indígena*
* Una versión abreviada de este texto fue publicada en: Laurent Del-
court (ed.), État des résistances dans le Sud: Les mouvements paysans.
Alternatives Sud, Vol. 20, 2013/4. París y Bruselas: CETRI - Edi-
tions Syllepse, 2013, pp. 157-161.
1 Véase el clásico estudio de Malpica (1965), así como los recientes
trabajos de Durand (2004) en torno a los antiguos y nuevos “due-
ños del Perú”.
296
4. Un componente clave de este nuevo escenario es la potestad estatal de otorgar las con-
cesiones de exploración y explotación de recursos naturales. La política de concesiones,
administrada por el Ministerio de Energía y Minas, es fuente de un negocio sumamente
rentable que mezcla intereses estatales y privados, y que no toma en cuenta los territorios
de comunidades y pueblos indígenas. Buena parte del territorio nacional se encuentra
concesionado a personas y empresas que venden a su vez dichos permisos, sin respetar el
hecho de que muchas de esas concesiones se han otorgado por encima de la existencia de
territorios comunales e indígenas.
299
5. Para una visión de conjunto sobre las movilizaciones campesinas en relación a las dinámi-
cas territoriales e institucionales, véase los trabajos de Bebbington (2007 y 2013). Sobre
la dimensión nacional de los conflictos entre poblaciones locales y empresas mineras véase
Arellano (2011).
300
8. En torno a esta movilización y sus antecedentes en la región aymara de Perú, véase Pajuelo
(2012 y 2009).
9. Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP, fundada en 1980) y
Confederación de Nacionalidades Amazónicas del Perú (CONAP, fundada en 1987).
302
10. Estos hechos, conocidos como la “tragedia de Bagua”, hasta el momento no han sido ple-
namente esclarecidos, a pesar de la formación de sendas comisiones investigadores en el
Parlamento. Véase al respecto Manacés y Gómez (2013).
303
La condición indígena
En primer lugar, creo que es importante explicitar el punto de vista
desde el cual considero necesario hablar de indígenas y de pueblos indígenas.
Uno de los aspectos vinculados al interés actual sobre la participación política
indígena, tiene que ver con la necesidad de saber cuántos y quiénes pueden
llamarse indígenas, y en ese sentido ser sujetos de derecho en la aplicación de
normas como la Ley de Consulta Previa. Se trata entonces de definir los al-
cances y límites de instrumentos legales para la participación indígena. Pero
creo que es necesario ver que dicho interés debería ir mucho más de un sim-
ple interés legal en la aplicación de determinados derechos. En estos meses
hemos visto declaraciones de personajes públicos importantes, por ejemplo
el propio Presidente de la República, en relación a la existencia de pueblos
indígenas. Sobre todo en relación a los alcances de su existencia, a fin de fijar
límites a la aplicación de instrumentos legales como la ley de consulta.
A partir de mi trabajo como investigador, parto de pensar que sí po-
demos hablar de formas de existencia individual y colectiva que podemos
llamar indígenas. Que hay una condición social específicamente indígena
en una sociedad como el Perú. Y que la categoría “pueblos indígenas” -que
tiene una historia específica sobre la cual no puedo extenderme aquí- puede
servir como herramienta útil para dar cuenta de una parte de la realidad
indígena. Cuando hablo de condición indígena entonces, me refiero con-
cretamente a la existencia de formas de vida social, formas de organización
de la vida social, que no pueden ser comprendidas cabalmente, a la luz de la
lógica occidental moderna. Es decir, esto supone admitir, que la realidad de
una sociedad como la nuestra, no se agota en la existencia de formas de vida
309
tales como los electorales, sobre todo para los indígenas, pero también para
otros sectores como las mujeres.
Claro que esto no fue permanente. Ya en el siglo XIX, podemos ver
que la exclusión del voto no ocurre de manera continuada, pues hay algunos
momentos en los cuales se admite que los indígenas puedan votar. Pero sobre
todo en el siglo XX ocurren cambios interesantes. La apertura que implica el
indigenismo, por ejemplo, incluyendo las políticas de doble cara del régimen
de Leguía en relación a la población indígena, comienzan a abrir un terreno
más amplio. Por razones de extensión no voy a detenerme en analizar detalla-
damente tales cambios. Baste mencionar que entre dichos cambios, podemos
apreciar un incremento notable, paulatino, de las formas de participación
política indígena a lo largo del siglo XX. Un hito importante es sin duda el
acceso efectivo al voto, a partir de la ampliación de dicho derecho a los anal-
fabetos, la mayoría de ellos indígenas. Esto ocurre recién con la Constitución
de 1979. De manera que en las elecciones de 1980 apreciamos que por pri-
mera vez los analfabetos acceden al derecho básico de la ciudadanía política.
Pero sobre todo a partir de la última transición democrática, es decir
desde inicios del presente siglo, podemos notar que los indígenas acceden de
manera efectiva a la participación electoral.
Para ellos la conflictividad social es una amenaza que debemos erradicar, so-
bre todo porque significa un riesgo para el desarrollo y progreso del país. Esta
lectura ha sustentado acciones represivas de distintos regímenes, así como
campañas impulsadas por empresas o medios de comunicación, en las cuales
los promotores de los conflictos son presentados como simples delincuentes,
incluso como “terroristas” que amenazan el progreso. Producto de ello, he-
mos visto diversos actos de represión gubernamental, que alimentan el uso
de la violencia, el irrespeto a los derechos humanos inclusive, y que muestran
una verdadera criminalización de la protesta social, con el saldo escandaloso
de muertos, heridos, apresados y perseguidos.
Desde mi punto de vista, no se trata entonces de un sarampión de con-
flictividad, o complot de quienes se oponen al progreso y desarrollo. Más
bien, en Perú se estaría manifestando un ciclo de conflictividad social que
requiere ser comprendido en relación a los cambios ocurridos desde la dé-
cada de 1990, merced a la imposición de un modelo de acumulación y de-
sarrollo de orientación neoliberal que hasta la fecha se encuentra vigente.
En las condiciones de existencia de la sociedad peruana desde esa década,
específicamente desde la aplicación de las reformas neoliberales, las condi-
ciones de representación y participación política en el país se transformaron
completamente. La neoliberalización acentuó fuertemente las dificultades de
mediación política, en una sociedad fuertemente afectada por las secuelas de
la guerra interna, la crisis económica y la crisis de representación política que
se desataron desde la década de 1980. Esto ocurrió junto a la completa des-
trucción y desarticulación de tejidos sociales, formas de organización social
y mecanismos de canalización de intereses sociales, que afectaron sobre todo
a los sectores populares del país. En el contexto de la modernización neoli-
beral desde los 90s, junto a una profunda transformación de los horizontes
de expectativa (se expande un sentido común neoliberal que ahora resulta
predominante), se transforman aceleradamente las formas de articulación
social. Producto de ello no desaparece, pero se modifica completamente la
organización clasista de la sociedad peruana, junto a la emergencia de nuevas
formas de diferenciación, distinción y clasificación social.
2. Consúltense al respecto los trabajos de Lomné (2014), Salazar -Soler (2014), De La Cade-
na y Starn (2010), Salazar-Soler y Robin (2009), Pajuelo (2007).
320
congresista del pueblo Awajún, pues después del conflicto de Bagua, muchas
comunidades votaron a su favor de modo impresionante. De hecho, se trata
de alguien que movilizó un voto étnico en su beneficio, aunque una vez ele-
gido haya brillado por su ausencia e invisibilidad.
Pero la elección de indígenas al parlamento sigue siendo más bien una
excepción. Es que el Perú sigue siendo un país en el cual la presencia política
indígena sigue estando bloqueada. Evidencia de ello es el hecho de que entre
los aproximadamente 70 países del mundo que han implementado reformas
institucionales para promover la participación política indígena, a través de
la elección de representantes, Perú sigue siendo el único caso en el cual se
restringe doblemente el alcance de estas reformas. Porque la cuota indígena
o étnica aprobada en el Perú, se aplica nada más que para algunos gobiernos
subnacionales (provinciales y regionales), al mismo tiempo que se trata de
una reserva de cupos de candidatos en las listas electorales. En cambio, en
otros países lo que se aplica es la reserva de asientos para representantes in-
dígenas en distintos niveles de gobierno, desde el local hasta el nacional. Por
ejemplo, a través de la reserva de escaños parlamentarios.
Al respecto, la situación de Perú es entonces de una tímida apertura,
pero aún falta bastante trecho por recorrer, porque ocurre que apenas se re-
servan cupos para indígenas en las listas electorales para las municipalidades
provinciales y elección de consejeros indígenas regionales. En comparación
al funcionamiento de otras cuotas electorales como las de mujeres y jóvenes,
creo que la destinada a los indígenas arroja los resultados menos alentadores.
En relación al escenario de las políticas indígenas estatales, entonces,
decía que había una línea de continuidad desde el régimen de Toledo y la
creación de CONAPA, hasta el actual régimen de Ollanta Humala y la apro-
bación de un mecanismo como la Ley de Consulta. Esa línea de continuidad
consiste en una tímida apertura hacia lo étnico en el Estado peruano. No
es una completa novedad, si pensamos en el pasado en regímenes como los
de Velasco o Leguía, o aún más atrás en algunos momentos del siglo XIX,
cuando se puso en discusión por ejemplo la legitimidad del voto indígena.
El escenario actual evidencia sin duda avances, pero también riesgos. Algu-
nos cambios institucionales resultan importantes, a pesar de sus límites. Por
ejemplo la Ley de Cuotas. Ya van tres elecciones sucesivas en las cuales se
viene aplicando este mecanismo de las cuotas para indígenas en listas electo-
rales de candidatos. Pero recién desde las elecciones municipales y regionales
de 2014, se aprecia una ampliación significativa de los alcances de dicha
cuota indígena, pues se ha considerado una cantidad mayor de provincias y
regiones en las cuales será considerada. Siguiendo las recomendaciones del
Viceministerio de Interculturalidad, el Jurado Nacional de Elecciones ha
321
Un nuevo escenario
Hasta hace poco tiempo solo se vislumbraba la continuidad de la hege-
monía neoliberal impuesta por el régimen dictatorial de Alberto Fujimori en
los 90s. Ahora podemos decir que hay importante cambio de régimen desde
3. Para una relectura de la reforma agraria véase el reciente trabajo de Mayer (2009).
4 Una aproximación pionera sobre el conflicto cultural y la modernidad política es el impor-
tante trabajo, hasta ahora lamentablemente inédito, de Javier Monroe (2007).
326
6. Por ejemplo, se dio impulso a la participación ciudadana, así como una importante refor-
ma de descentralización del Estado, incluyendo la creación de gobiernos regionales.
328
1. Como es sabido, debido a que Lima fue durante buena parte del período colonial el centro
político y administrativo del imperio español en esta parte del continente, la independen-
cia peruana se efectivizó plenamente de manera tardía respecto a otros países. Algunos
países como Argentina, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia, Venezuela, México y Paraguay,
acaban de festejar el bicentenario de sus independencias, ocurridas entre 1809 y 1811.
Otros, tales como como Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Brasil, Uruguay y
Perú lo harán todavía en la próxima década, debido a que sus independencias ocurrieron
entre 1821 y 1825. Desde el Cuzco, hablar del bicentenario todavía en 1821 resulta pro-
blemático, pues dicho proceso se inicia tempranamente desde 1780, con la rebelión que
encabezara Túpac Amaru II.
334
Gráfico 17
Perú: Número de conflictos sociales, 2004-2012
250
200
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2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
Gráfico 18
Conflictos sociales en las regiones, 2004
70
60
50
40
30
20
10
región. Sin embargo, cabe plantear una hipótesis que he venido elaborando
en diversos trabajos dedicados al escenario puneño (Pajuelo, 2009). Esta re-
gión presentaría un nivel elevado de conflictividad social debido a los impac-
tos y contradicciones desatadas por el intenso proceso de modernización que
viene ocurriendo en la zona desde hace décadas. Al respecto, cabe especificar
que en el contexto actual de vigencia del modelo de acumulación neoliberal,
la modernización desbocada que exhibe la región resulta ser aún más con-
tradictoria que en las décadas previas, debido a que las amplias expectativas
de progreso y futuro de la población se estrellan de forma estrepitosa ante
el incremento de las desigualdades, la agudización de la pobreza y la falta
de oportunidades de desarrollo personal. Algunos sectores sociales exhiben
mayor sensibilidad ante dicha situación. Es el caso de la juventud, sobre todo
si se trata de jóvenes rurales o de reciente urbanización, y también de las
familias de centenares de comunidades campesinas quechuas y aymaras que
diariamente comprueban la distancia existente entre sus condiciones de vida
cotidiana y la desigual distribución de los beneficios del dinamismo y creci-
miento regional y nacional.
No se trata de presentar una imagen estancada o arcaica de las pobla-
ciones indígenas y campesinas. Por el contrario, cabe destacar que la crisis de
las economías familiares campesinas ha empujado a sus miembros a buscar
complementar los insuficientes ingresos provenientes de las labores agrope-
cuarias tradicionales mediante actividades de distinto tipo desarrolladas en
sus comunidades de origen o bien en las ciudades, que cada vez resultan más
cercanas debido al incremento de caminos y carreteras. Entre estas activi-
dades cabe destacar el comercio, el transporte, el empleo precario, o bien
otros negocios que lindan entre lo legal e ilegal (contrabando al menudeo y
al por mayor, narcotráfico, especulación con productos rurales y urbanos,
etc.). En un escenario en el cual se ha incrementado significativamente -sobre
todo entre los jóvenes- el acceso a información y comunicación, mediante
las nuevas tecnologías como el internet, la expansión del teléfono celular o
la masificación de la televisión, resulta explosiva la combinación entre altas
expectativas de cambio, acceso a información y agudización de la pobreza y
desigualdad.8 A pesar de los altos índices macroeconómicos de crecimiento,
8. Esta historia no resulta completamente nueva. Salvando las distancias, puede citarse el
caso de la relativa modernización ocurrida en Ayacucho desde mediados del siglo XX,
que condujo a ciertas capas de jóvenes mestizos altamente educados, a encontrar en el
discurso senderista una alternativa válida de cambio. En tal sentido, no resulta casual que
Puno exhiba actualmente la proliferación de discursos radicales, de tintes étnicos o bien
articulados al denominado etnocacerismo que propugna Antauro Humala, cuyos libros se
venden como pan caliente en muchos puestos de diarios y revistas de toda la región.
340
9. Sobre la base de un trabajo previo acerca de otro conflicto en el mundo aymara, el de Ilave del
2004 y los años siguientes (Pajuelo 2009), intentaré una lectura de los vínculos entre ambos
movimientos.
341
10. No existen partidos políticos organizados con ideologías políticas que les den Norte. Tam-
poco estructuras políticas de movilización. Es decir, no hay una estructura de representa-
ción política de intereses sociales y políticos.
11. Son importantes, asimismo, los conflictos entre regiones, como el ocurrido entre Puno y
Moquegua, en el cual las comunidades aimaras del sur de Puno participan con fuerza.
342
nombrados por las comunidades. Cabe señalar que este tipo de autoridad
étnica responde a una territorialidad que persiste en el sur de Puno y que es
distinta a la división distrital. En la provincia de Ilave, por ejemplo, existen
tres zonas para organizar a los tenientes gobernadores y en Chucuito son seis.
Se trata de territorios de autoridad étnica que no calzan con los territorios de
la autoridad de los distritos.
Los tenientes gobernadores, tras elegir como su representante a Wálter
Aduviri, llegan a Lima entre el 11 y el 14 de junio. En la capital intentan
reuniones con distintas autoridades del Congreso y el Poder Judicial, con re-
presentantes de los partidos políticos, etc., y posteriormente se enteran de que
hay una orden de detención contra Wálter Aduviri. En esas circunstancias,
Aduviri se presenta en un canal de televisión para ofrecer una entrevista y es
allí donde la policía judicial, actuando con mucha torpeza, intenta detenerlo.
Entonces, el dirigente se atrinchera en el canal, al tiempo que los tenientes
gobernadores rodean el edificio y toman la calle durante las 34 horas en las
que Wálter Aduviri permaneció atrincherado en ese local. Este momento
resulta excepcional en la historia política peruana: pocas veces un dirigente o
representante de un pueblo indígena aparece en un medio de comunicación
nacional -o sea, en uno de los espacios más importantes del actual espacio
político público- reivindicando su pertenencia a ese pueblo y modificando al
mismo tiempo el discurso inicial de la protesta. La modificación consiste en
que reclama al Estado peruano el respeto a los derechos del pueblo aymara
y el reconocimiento de la nación aymara. Exige, además la implementación
de mecanismos legales, como la consulta previa, para lo cual se escuda en
normas internacionales con valor jurídico como el convenio 169 de la Orga-
nización Internacional del Trabajo, OIT, y normas de las Naciones Unidas.
Realiza pues una interpelación discursiva al Estado y al orden político en el
Perú.
Lo que ocurrió durante esas 34 horas puede ser objeto de un análisis
específico porque se puede ver el surgimiento de diferentes líneas de discur-
so. Una primera línea, expresada en algunos sectores de la prensa nacional,
levanta nuevamente, como en el año 2004, la idea de la existencia de algo
como un pueblo aymara homogéneo, “los aymaras”. No se les atribuye el
estatuto de pueblo en realidad, sino que son considerados simplemente una
masa, pero masa homogénea, “los aymaras”, y se dice que estos aymaras son
una suerte de comunidad extraña al Estado, extraña a la nación, totalmente
distante; que son violentos por naturaleza y una amenaza para el Estado y un
lastre para el desarrollo y bonanza económica que el Perú está gozando los
últimos años. Este discurso aparece intensamente en la prensa.
346
hecho desde el lado amazónico en los paros del 2009 y 2010. Se presenta así
la idea de que la propiedad del territorio de la nación aymara tiene formas
comunitarias y que las empresas mineras no pueden violentar ese derecho a
la propiedad. Aquí aparece el discurso respecto a la sacrosanta propiedad, tan
importante en el Perú de estas décadas, pero con la variante de que se trata
de propiedad comunal, comunitaria, que debe ser respetada.
3. El reclamo de derechos colectivos, en el sentido de que no solamente
existen campesinos aymaras, “ciudadanos aymaras”, sino comunidades ay-
maras que son representantes de un pueblo, de una nación que tiene derechos
colectivos en tanto pueblo originario. Aquí se rescata la idea de pueblos ori-
ginarios según la legislación internacional.
4. El último componente del discurso es el rechazo a todas las concesio-
nes mineras y a toda la minería. Este rechazo viene junto al reclamo de que
los recursos naturales permiten la subsistencia de las comunidades y deben
ser utilizados por el Estado para generar junto a las comunidades modelos de
desarrollo agrícola y pecuario.
Este es el discurso que en Lima se siente como absolutamente ajeno y
provoca los contradiscursos que he mencionado y reacciones extremas como
la del entrevistador de Aduviri, Beto Ortiz, quien llegó a decir: “El señor
Aduviri y yo vivimos en mundos distintos, en planetas distintos”.
Aduviri finalmente sale del canal de televisión y se inicia un proceso de
negociaciones con el Estado que se prolonga casi una semana. Los presidentes
de comunidades, los tenientes gobernadores y dirigentes finalmente logran
un acuerdo que consiste en la cancelación de la concesión entregada a la mi-
nera Santa Ana. Con este acuerdo, Aduviri regresa a Puno como un dirigente
que logró derrotar al Estado y en Puno se le da una recepción impresionante.
En todas las ciudades se realizan manifestaciones en las plazas y él aparece
convertido en un líder legítimo del pueblo aymara. De esta manera, el dis-
curso de la nación aymara termina encarnado en un liderazgo. Sin embargo,
también se hicieron visibles disputas en relación a esto: cuestionamientos a
Aduviri por parte de otros dirigentes aymaras.
Seguidamente se abre un siguiente momento del conflicto, que se pro-
longa varios meses y se caracteriza por marchas y contramarchas en rela-
ción a la respuesta gubernamental frente al movimiento. Se rompen algunas
alianzas logradas al formular la plataforma de movilización y se vuelven cada
vez más visibles los conflictos entre las comunidades del distrito de Huacu-
llani, que hubieran sido las beneficiarias con el desarrollo del proyecto mi-
nero, y los líderes políticos de diversos frentes y movimientos que encarnan
el discurso antiminero y medioambiental. Al mismo tiempo, el movimiento
348
12. Hasta ese momento se usaba la palabra jilacata, no teniente gobernador ni presidente de
comunidad.
349
A modo de conclusión
Como conclusión, considero que se trata de mirar planos distintos y
correlaciones de fuerza, tanto políticas como territoriales, que son muy com-
plejas. Es mucha la heterogeneidad y complejidad de los movimientos socia-
les en protestas como esta y desde los medios de comunicación hay todavía
demasiada irresponsabilidad en relación a intentar analizarlas a cabalidad. El
foco se pone simplemente en un dirigente, en este caso en Wálter Aduviri,
y se deja de lado todo lo que hay detrás, todo lo que se juega. La realidad es
que en movilizaciones como esta se expresan procesos de cambio muy fuertes
en el país, que tienen que ver con el diseño histórico de la nación que hemos
construido hasta ahora y que vamos a festejar dentro de pocos años, por el bi-
centenario de nuestra Independencia. Este diseño de nación está siendo cues-
tionado por movilizaciones como la de los aymaras o el “baguazo”. El hecho
es que esta nación que hemos construido-como lo reflejó dramáticamente en
su Informe Final la Comisión de la Verdad y Reconciliación- es una nación
en la cual se empalman en términos perversos la desigualdad de acceso a la
ciudadanía y la diferencia étnica; es decir, quienes son más indios son menos
ciudadanos y los que pueden ser más ciudadanos son los menos indios.
13. Véase dicho informe y otros materiales en: Macera, Maguiña y Rengifo (1988).
350
El caso peruano
La situación del Perú es completamente distinta a la de Bolivia y Ecua-
dor. No encontramos un gobierno progresista ni movimientos indígenas de
la magnitud de los movimientos indígenas bolivianos. El régimen neoliberal
se impuso en un contexto de posguerra, convirtiéndose en un sentido común
hegemónico en el país, y ha sido continuado por los gobiernos elegidos de-
mocráticamente desde la caída de Fujimori ocurrida el 2000.
No obstante, en un contexto posdictadura, en Perú vienen confor-
mándose movimientos indígenas que responden a la situación particular del
país, que muestra estructuras orgánicas de movilización, liderazgos indíge-
nas y plataformas políticas débiles y sin proyectos políticos. Sin embargo,
en medio de esta textura, en Perú surge un reclamo sumamente novedoso
por la diferencia étnica, que tiene como uno de sus principales mecanismos
354
La tragedia de Bagua
Con la imposición del neoliberalismo desde 1990, se ha transformado
la estructura de dominación y poder en el Perú, así como la composición in-
terna de los distintos sectores sociales. Los más afectados han sido los sectores
populares urbanos y campesino-indígenas. Junto a la desaparición de la iz-
quierda, facilitada en gran medida por la guerra interna que causó alrededor
de 70,000 muertos, los sectores populares e indígenas vieron destrozados sus
tejidos sociales y organizativos, perdiendo un horizonte colectivo de acción
política en pos del poder. Una de las características de este contexto es la
arremetida del Estado para imponer medidas neoliberales “desde arriba”. Así
como Alberto Fujimori aprovechó la existencia de un régimen sumamente
presidencialista para poder pedir facultades al poder legislativo y gobernar
vía decretos, Alan García consiguió las mismas facultades en 2008 para im-
plementar medidas que afectaban directamente las tierras, los recursos natu-
rales y la forma comunal de propiedad especialmente de la Amazonía.
La respuesta de los pueblos indígenas amazónicos, a través de su prin-
cipal organización, AIDESEP, fue la convocatoria a las protestas ocurridas
en agosto de 2008 y mayo/junio de 2009. Se trata, por primera vez en el
país, de protestas en las cuales participaron miles de indígenas, reclamando
el reconocimiento de su condición de pueblos amazónicos. La novedad de la
movilización en tanto pueblos indígenas, se asoció con el rechazo a la usur-
pación de sus recursos naturales y territoriales, frente al desprecio del Estado
y la arremetida de las empresas extractivas. Lamentablemente, a inicios de
junio de 2009, en Bagua la protesta acabó con una tragedia desatada por
356
1. Al respecto, en torno a las relaciones entre cultura y colonialidad, véase: Quijano (1999).
359
2. Esa es una de las principales tesis de un libro reciente sobre las luchas políticas indígenas
en Perú, Ecuador y Bolivia (Pajuelo, 2007).
360
Final
En conclusión, cabe destacar que el Perú no se halla al margen de los
cambios que, a nivel global, han generado una politización creciente de la
cultura y la etnicidad. En tal sentido, no resulta sostenible la idea de que el
Perú constituye un caso de anomalía o retraso respecto a los demás países de
la región andina. Simplemente se trata de un caso en el cual los procesos de
movilización étnica adoptan rasgos e intensidades diferentes. La explicación
de esta diferencia y de las características particulares que adopta la conflicti-
vidad étnica en el Perú, tanto por razones históricas estructurales como in-
mediatas, sigue constituyendo una agenda pendiente de las ciencias sociales.
Aunque no se aprecia en la experiencia peruana la constitución de un
movimiento nacional indígena, sí puede notarse que existen mayores niveles
de movilización y participación indígena en la política nacional. Estas ten-
dencias vienen aparejadas a las transformaciones del conjunto del sistema
político peruano y muchas veces se hallan inmersas en nuevos conflictos
que terminan en escenarios de violencia abierta. Estos cambios recientes en
la movilización y participación indígena hacen parte de un proceso de trans-
formación más amplio en la política peruana: la reconstitución de tejidos e
intereses sociales que, lentamente, comienzan a ser canalizados políticamen-
te, tanto dentro como fuera del ámbito electoral. En este contexto, de por
sí complejo y conflictivo, el gran déficit persistente en el escenario peruana
es la falta de representación política. Estamos inmersos en una situación de
creciente irrupción del descontento generalizado, que incluye también a los
sectores indígenas, pero que aún no tiene canales efectivos de representación
política democrática.
PARTE 4
Introducción
Los movimientos indígenas irrumpieron en la es-
cena política internacional hace unas tres décadas. Y
aunque se trata de un fenómeno cuya mayor expresión
viene ocurriendo en América -pienso en las innumerables
organizaciones de los pueblos indígenas que pueblan el
continente desde Canadá hasta la Tierra del Fuego-, no
debemos olvidar que se trata de una transformación que
viene ocurriendo a escala planetaria. En todas las zonas
del mundo donde aún existen poblaciones descendientes
2. Véanse las reflexiones pioneras de Rodrigo Montoya sobre la ciudadanía étnica como
horizonte de las luchas indígenas en los países andinos (Montoya 1992).
378
4. El caso de Colombia puede situarse como intermedio entre ambas situaciones, pues la
amplia apertura del Estado, incluyendo una ambiciosa reforma constitucional aún en con-
diciones de guerra interna, no dio como resultado un movimiento indígena de enverga-
dura nacional capaz de convertirse en una alternativa de gobierno. Sobre la participación
electoral indígena en Colombia véase el monumental trabajo de Laurent (2005). Sobre
Ecuador y Bolivia la bibliografía es bastante amplia.
383
crisis nacionales que amenazan la propia unidad estatal (caso Bolivia). Pare-
ce quedar atrás un momento de acción y presencia protagónica, que fue el
punto más alto del desenvolvimiento político indígena. Conviene ampliar la
reflexión sobre dicho posicionamiento, gracias al cual desde la década pasa-
da los movimientos indígenas de países como Ecuador y Bolivia alcanzaron
fama internacional.
El protagonismo político que los movimientos indígenas tuvieron en la
región andina desde la década pasada, no fue el resultado directo del nivel de
desarrollo interno que habían logrado alcanzar en los distintos países. Es de-
cir, no fue la expresión automática de su solidez organizativa, de la calidad de
su discurso político, de su capacidad de movilización y convocatoria, o bien
del grado de legitimidad de sus élites dirigenciales ante las bases comunitarias.
Más bien, dicho protagonismo estuvo asociado a un decisivo componente ex-
terno: la situación de crisis de los Estados nacionales. Al señalar esto, quiero
decir que el rol protagónico de los movimientos indígenas en los escenarios
políticos nacionales, en gran medida fue resultado de condiciones externas a
su propia organización. En el contexto de fuertes crisis nacionales de orden
económico y político, creciente cuestionamiento al resto de actores políticos,
y sobre todo frente al desmoronamiento de los partidos políticos tradiciona-
les, los movimientos indígenas lograron aparecer como una alternativa de
renovación y regeneración política. Inclusive en el ámbito económico, ante
las dificultades asociadas al cambio de patrón de la organización económica
de los países desde el estatalismo previo al neoliberalismo, los movimientos
indígenas encarnaron para mucha gente la esperanza de una alternativa eco-
nómica antineoliberal. En síntesis, no fue tanto por la fortaleza interna de
los movimientos, sino en gran medida por la debilidad del contexto político,
que los dirigentes indígenas alcanzaron un rol protagónico hasta hace poco
tiempo insospechado. De allí que en el contexto de cierta reorganización y
recomposición política, que en Ecuador y Bolivia viene ocurriendo mediante
la emergencia de un renovado nacionalismo progresista e incluso antineoli-
beral, los movimientos indígenas hayan perdido protagonismo e influencia.
Luego de décadas de predominio del modelo estadocéntrico, vigente en
el conjunto de América Latina entre las décadas de 1940 y 1980, comienzan
a hacerse visibles serios problemas asociados a dicho modelo. Décifit econó-
mico, inflación galopante, inoperancia para la adecuada gestión de servicios
básicos, atrofiamiento del aparato de Estado, dejaron entrever el fracaso de
dicho modelo. En el tránsito del régimen estadocéntrico al nuevo régimen
neoliberal, no solo se dieron las condiciones para la aparición de movimientos
indígenas, sino que la crisis de los sistemas políticos les hizo irrumpir como
actores alternativos, de manera en cierta medida magnificada. Un ejemplo
384
Sin embargo, en ambos escenarios, bien por la propia apertura étnica estatal
o bien por el completo colapso del Estado, entre otros factores debido a las
propias luchas indígenas, en medio de un escenario de grave crisis nacional,
los movimientos lograron convertirse en actores políticos protagónicos.
El segundo factor tiene que ver con los estilos de neoliberalización vivi-
dos en los países. En Ecuador, la implementación de las reformas neolibera-
les fue respondida por los movimientos sociales, especialmente por el movi-
miento indígena, con el resultado de que no lograron prosperar. Es decir, en
este país no se llegó a producir una completa transición del modelo estado-
céntrico hacia el neoliberalismo. Desde el levantamiento indígena de 1990,
reformas neoliberales tan importantes como la nueva ley de reforma agraria,
fueron frenadas por las movilizaciones indígenas. En cambio, en Bolivia el
neoliberalismo fue exitoso, a pesar de haber sido respondido fuertemente por
los movimientos sociales. Desde la década de 1980, se aplica tempranamente
una profunda reforma neoliberal que estuvo asociada a la implementación de
un régimen de democracia pactada, en reemplazo de las dictaduras militares.
Esta asociación implicó además el fin de la estela dejada por la revolución de
1952, mediante un nuevo modelo de organización socio-estatal basado en el
neoliberalismo económico y el pactismo político. Este modelo entró en crisis
durante la década actual, estrellándose estrepitosamente ante las dificulta-
des económicas del país y la robusta oposición de los movimientos sociales.
Entonces, en Bolivia una temprana reforma neoliberal exitosa fue siempre
resistida por los movimientos sociales, hasta el momento en que se manifestó
una crisis generalizada en el país, que permitió el avance de los movimientos,
especialmente indígenas. Esto, al punto de elegirse el 2005 como presidente
a Evo Morales, quien se había convertido años antes en el principal opositor
antineoliberal y representante de una de las principales vertientes del movi-
miento indígena.
En el Perú, en contraste con lo ocurrido en el resto de países de los An-
des centrales, no se conformó un movimiento indígena en la sierra durante
las décadas de 1960 y 1970. Fueron años de predominio de las organizaciones
campesinistas y profundas transformaciones sociales que, si bien transforma-
ron las condiciones de la dominación étnica, no lo hicieron en el sentido que
en los otros países derivó en un despertar étnico. La violencia del racismo y
la predominancia del campesinismo, así como la fuerte impronta del anhelo
de la desindigenización, se vieron reflejados en un masivo e intenso proceso
de descampesinización y cholificación. Millones de campesinos andinos op-
taron entonces por romper las fronteras de la discriminación étnica por la vía
de la desindigenización. La migración los convirtió en migrantes en las gran-
des ciudades, donde reelaboraron sus ascendencias culturales dando origen a
386
Conclusión
A manera de conclusión, podemos señalar que en los Andes centra-
les existen actualmente dos situaciones diferenciadas. En primer lugar, se
halla la situación de Ecuador y Bolivia, donde lo que se aprecia es el fin
6. El año 2008, ocurrió por primera vez un paro nacional de la población indígena amazóni-
ca en defensa de sus recursos, el cual tuvo éxito aunque mostró mayor fuerza en determi-
nadas zonas. Se trata de un suceso muy importante, que evidencia un proceso similar entre
los pueblos indígenas amazónicos.
7. Es la conclusión a la cual llegamos luego de analizar con detalle la experiencia del altiplano
aymara. Véase al respecto: Pajuelo (2009).
388
del protagonismo político étnico, al tiempo que se han cerrado los canales
que condujeron a la expansión de los movimientos indígenas. Estos han sido
desbordados por la emergencia de nacionalismos populares bastante amplios
en contextos de fuerte crisis interna. Los movimientos indígenas enfrentan
un nuevo escenario ante el cual enfrentan el reto de reposicionarse, a fin de
seguir existiendo como actores políticos nacionales. Tienen que hallar una
forma de reubicarse políticamente en el nuevo escenario que ha emergido en
la presente década en ambos países, al tiempo que deben mantener y fortale-
cer su organización interna.
En Ecuador, el movimiento indígena enfrenta actualmente el retroceso
de su influencia política, y el acrecentamiento de una crisis de legitimidad
política. Los líderes indígenas que lograron llegar a puestos importantes en
las propias organizaciones indígenas y en el Estado, incluyendo puestos de
gobierno, han perdido la ascendencia que tuvieron las décadas pasadas sobre
las comunidades. De modo que el movimiento indígena enfrenta el reto de
una recomposición y rearticulación interna, que le permita recuperar terreno
en el ámbito político nacional.
En el caso de Bolivia los movimientos indígenas son parte de un con-
glomerado más amplio y diverso de movimientos sociales populares. En un
contexto de conflictividad social bastante grave, que incluye componentes de
clase, territoriales y étnicos, emergió el liderazgo de Evo Morales encarnan-
do la promesa de una refundación nacional de rostro indígena. Durante las
últimas décadas, el poder en Bolivia se desplazó desde los Andes altiplánicos
hacia el Oriente, creándose un nuevo núcleo de poder. Esto se complejiza por
la vinculación con una división clasista y étnica que atraviesa la sociedad bo-
liviana, de modo que el país vive la oposición entre dos proyectos históricos
disímiles, totalmente contrapuestos: el proyecto de continuismo neoliberal de
la llamada media luna -los departamentos del Oriente- encarnada ahora bajo
la idea de autonomía regional, y de otro lado el proyecto de los movimientos
sociales dirigido hacia una democratización plebeya de la distribución del
poder en el país. El gobierno de Evo Morales, cabalga con muchas dificul-
tades sobre ambos proyectos, tratando de encarnar un horizonte nacional
popular de forma tal que se mantenga la unidad territorial del país, al tiempo
que se avanza en algunas reformas estructurales. Lo que hay es entonces
una situación sumamente compleja, pues no se sabe cómo podría resolverse
el conflicto, en el mediano plazo. Esta situación ha mostrado los propios
límites de los movimientos indígenas, en el sentido de que la solución tiene
que ir bastante más allá de las propias propuestas étnicas indígenas, sin dejar
obviamente de incorporar protagónicamente a este sector mayoritario de la
población del país. Mientras tanto, los movimientos indígenas mantienen
389
una relación fluctuante con el gobierno de Evo Morales, que transita entre el
apoyo y la oposición.
La segunda situación que se observa en la región es la de Perú. A di-
ferencia de Ecuador y de Bolivia no tenemos en el Perú ni gobiernos pro-
gresistas ni movimientos indígenas. Esto resulta paradójico, por tratarse del
país con la más arraigada tradición de izquierda y con la más importante
población indígena en términos cuantitativos. Lo que se observa es la con-
tinuidad de la hegemonía neoliberal, en medio de un mar de conflictos y
protestas de los sectores populares, pero que todavía no muestran un nivel de
organización de alcance nacional. Es decir, todavía no aparece un proyecto
popular alternativo a la continuidad de la hegemonía neoliberal. Las múlti-
ples protestas locales no logran articularse en plataformas organizativas más
amplias, ni tampoco logran dar el salto hacia movimientos sociales nacio-
nales con liderazgos y discursos propios. Hay sin embargo dos ámbitos que
podrían permitir avances en dicho sentido: los cocaleros, aunque han sido
un poco eclipsados los últimos años, y las comunidades enfrentadas contra el
avance arrollador de las empresas mineras. Estos cambios ocurren asociados
a la manifestación de una novedosa revalorización de los pueblos y culturas
indígenas que, en el futuro cercano, podría ser la base para la formación de
un movimiento social indígena que responda a las particularidades del país.
Movimientos indígenas y poder
en los Andes*
Comunidades imaginadas
Un libro muy importante para discutir al respecto, y que además marca
un quiebre en la discusión sobre los nacionalismos, es Comunidades Imagi-
nadas, del historiador y sociólogo Benedict Anderson (2000). Seguramente
muchos de ustedes lo conocen. Lo que Benedict Anderson sostiene es que las
comunidades imaginadas, las naciones, podrían ser pensadas como mecanis-
mos de construcción política de una pertenencia comunitaria a escala muy
amplia. Eso serían las comunidades nacionales, y el autor recurre a una serie
de instrumentos más precisos en su argumentación, a fin de explicar cómo
se producen las adhesiones nacionalistas. Es decir, ¿cómo podemos sentirnos
hermanados con gente a la cual ni siquiera conocemos? Pero la imaginación
de pertenecer a comunidades políticas amplias, estaría en la base de la for-
mación de las naciones soberanas. Se trata de comunidades en las cuales la
imaginación desborda los marcos políticos, y sus miembros se sienten miem-
bros de una realidad más amplia, comparten un sentido de pertenencia muy
profundo, incluso hasta el límite de poder dar sus vidas por dicha identidad.
Bueno, el libro de Anderson cambió los términos de la discusión sobre
nacionalismos y nacionalidades, al incorporar en serio la consideración de
los componentes culturales del nacionalismo y las naciones, entendidas jus-
tamente como artefactos culturales capaces de generar profundas identidades
políticas. A partir del impacto de las ideas de Anderson, se viene desarro-
llando un debate entre varias corrientes teóricas, que intentan releer la vieja
problemática de las nacionalidades, así como los estilos de formación de los
nacionalismos étnicos en diversas partes del mundo. Se trata de un tema de
larga data, que generó apasionados debates teórico-políticos, sobre todo al
interior del marxismo. Considero que los movimientos indígenas en América
Latina tienen que pensarse a la luz de este fructífero debate en torno a los na-
cionalismos y las nacionalidades; es decir, a partir de una nueva mirada de los
nacionalismos como fenómenos políticos, y de las naciones como instrumen-
tos culturales que contribuyen al surgimiento de movimientos sociales indí-
genas que -bajo determinadas condiciones- logran expresarse políticamente.
Pero hay una imagen distorsionada sobre los movimientos indígenas
de América Latina, según la cual estos movimientos serían similares a otros
casos de nacionalismo étnico asociados a demandas territoriales o religiosas,
y que a veces han culminado en experiencias violentas. Más bien, lo que la
experiencia latinoamericana muestra es una forma de construcción de dis-
curso étnico dirigido al reconocimiento de las diferencias al interior de los
Estados nacionales. Se trata pues de movimientos que buscan transformar
los Estados nacionales desde adentro. Esto resulta bastante peculiar. Por eso,
394
2. La categoría de colonialidad del poder elaborada por Aníbal Quijano, describe la centrali-
dad de la raza y etnicidad como “lado oscuro” de la modernidad capitalista. Se trata de
una perspectiva teórica que nos permite comprender la lógica de funcionamiento histórico
del poder colonial y republicano, como parte de la reproducción del sistema mundial del
capitalismo moderno/colonial. Véase Quijano (2000).
396
4. Véase al respecto, para el caso de Ecuador, los trabajos de Guerrero (1993) y Zamosc
(1993).
5. Véase para Ecuador la experiencia de los migrantes de la sierra hacia destinos como Guaya-
quil, estudiados por Carola Lentz (1997). En Bolivia, el trabajo de Hurtado (1986) ilustra
sobre la migración educativa hacia ciudades como La Paz, donde los artistas y estudiantes
indígenas se redescubren como aymaras y quechuas ante la fuerte discriminación. Muchos
de estos migrantes, al retornar a sus comunidades se convierten en los activistas o militan-
tes que impulsan la formación de las organizaciones étnicas.
401
6. Véase el clásico texto de Aníbal Quijano sobre el proceso de cholificación (Quijano, 1980).
Este autor observó justamente que no existía liderazgo indígena sino más bien “cholo” en
la movilización campesina por la recuperación de las tierras.
402
Bolivia
El caso de Bolivia resulta sumamente ilustrativo. ¿Qué es lo que pasa
en Bolivia? Quiero ser muy sintético y claro respecto al caso boliviano. La
sociedad boliviana es seguramente, entre los países latinoamericanos, una
de las sociedades con la mayor impronta colonial. No por gusto fue la sede
del famoso cerro rico de Potosí, de donde salieron ingentes cantidades de
minerales. Ese carácter se expresó en la brutal exclusión de la población in-
dígena, en un país como Bolivia donde, a diferencia de otros países, los in-
dios conforman una clara mayoría. En Bolivia el total de población indígena
bordea el 60 a 70% del total de la población. En Perú alrededor del 30%.
En Ecuador alrededor de 15%. Es pues en Bolivia donde podemos reconocer
una mayoría indígena. A pesar de ello, los indígenas quedaron al margen de
la participación como sujetos políticos ante el Estado boliviano.
Tres elementos configuran el contexto cultural y político de la historia
boliviana contemporánea; es decir, moldean el escenario de imaginación po-
lítica y la formación de discursos. Se trata, primero, de un fuerte sentimiento
o conciencia nacionalista. Una conciencia de reivindicación de algo llamado
la patria boliviana. Dicha conciencia es resultado de las experiencias de gue-
rra. Pero no me refiero a las guerras de independencia y otras en la primera
mitad del siglo XIX que terminaron de separar a Bolivia y Perú. Pienso más
bien en la guerra del Pacífico entre Bolivia, Perú y Chile, ocurrida desde
1879, y también en la Guerra del Chaco en los años 30, contra Paraguay. En
ambos casos Bolivia sufre dolorosas pérdidas territoriales. Estas experiencias
son las que asientan en los distintos sectores del país una fuerte conciencia
nacionalista territorial, la cual se expresa en demandas como la del acceso
al mar en condiciones de plena soberanía. Durante la revolución boliviana
de 1952, se notó claramente cómo estas demandas nacionalistas fueron un
ingrediente activo de dicha revolución. Como que tres décadas después, los
sectores populares bolivianos intentaron arreglar cuentas por la derrota del
Chaco. Es así como dicho acontecimiento se vio acompañado de un piso
403
Por esa razón, existe ahora una suerte de alianza ambivalente entre el
gobierno de Evo Morales y los movimientos indígenas. Es una alianza que
en realidad envuelve una situación tirante, pues algunos movimientos man-
tienen una relación tensa con el gobierno, que en momentos específicos llega
a ser de franca oposición y enfrentamiento. En cambio un sector como el
cocalero se ha convertido sin duda en el principal sostén social del régimen.
Al mismo tiempo, el conjunto de los movimientos indígenas se oponen al
proyecto autonomista de la burguesía de Santa Cruz.
Lo que quieren los cruceños es mantener el orden de cosas que les ha
permitido convertirse en una región poderosa económicamente. Es decir,
mantener el modelo que para el conjunto del país no funcionó. Entonces esta
situación en Bolivia es sumamente riesgosa. El bloqueo político que existe
actualmente puede tener varias posibles salidas. Una opción es que pueda
estallar una salida de ribetes violentos, lo cual sería muy triste. La otra es que
el gobierno ceda, retroceda un poco, que al mismo tiempo las élites puedan
sentarse a conversar y establezcan una salida negociada y pacífica. Creo que
es la única posibilidad de que las cosas no se desborden: que las élites, in-
cluyendo a los nuevos actores que son los movimientos indígenas, busquen
salidas de conjunto para evitar otras situaciones de conflictividad.
Entonces esa es la situación en Bolivia: el entrampamiento de un proce-
so complejo de transformación del conjunto del país, en cuyo marco irrum-
pen los movimientos indígenas como actores con capacidad de influencia
política de alcance nacional. No ocurre, pues, que los movimientos indígenas
sean una expresión de la simple prolongación de las poblaciones indígenas
del pasado. Es decir, no hay algo como una herencia indígena intocada por la
modernidad, merced a que lo indígena se habría mantenido como tal durante
miles de años de historia autónoma, colonial y republicana. No es así. Esto
ocurre solamente en el discurso esencialista de algunos. Los movimientos
indígenas reales de la Bolivia actual, tienen que ver más con la constante ade-
cuación de las sociedades indígenas al contexto político más amplio del cual
hacen parte. En las últimas décadas, este contexto nacional es sacudido por
profundas transformaciones que han colocado a los movimientos indígenas
en el primer plano del escenario.
Entonces, hay un contexto político mayor que posibilita el ascenso in-
dígena, que consiste en la crisis del vínculo entre sociedad y política en el
país. En este marco, el movimiento indígena articulado por distintas orga-
nizaciones, se convierte en un actor con mucho protagonismo, y Evo Mo-
rales aparece como el líder convocado no solamente a remontar la crisis y el
colapso político, sino a refundar el país. Es de esa manera que Evo Morales,
408
Ecuador
Quisiera culminar diciendo algo más en relación a la situación de Ecua-
dor. A diferencia de Bolivia, en este país desde la década de 1970 se conformó
un movimiento indígena que logró unificarse en torno a la CONAIE, cons-
tituida en 1986. En 1990 la CONAIE pasa a convertirse en un influyente
actor político, merced a la realización del primer levantamiento indígena.
Este levantamiento obligó al gobierno de entonces a negociar de igual a igual
con la dirigencia indígena en torno a un conjunto de demandas recogidas
en el “Mandato por la vida”. ¿Qué era lo fundamental de este mandato? El
reconocimiento del pleno derecho de los indígenas a ser ciudadanos del país.
Es decir, más que un intento de separación o divorcio de los indígenas res-
pecto al Ecuador, se trata de una propuesta de reformulación de su manera
de pertenecer al Estado ecuatoriano.
En 1996, seis años después del levantamiento de 1990, se forma el Mo-
vimiento Pachacutik, nombre del partido político de la CONAIE que logra
obtener el 10% de la representación parlamentaria en el país. Es decir, se
trata de un actor político nuevo de mucha importancia. Pero como vimos
en Bolivia, la movilización indígena no depende solo de factores internos,
sino sobre todo de los acomodos y reacomodos de lo étnico en el contexto
del conjunto más amplio que es lo nacional. En Ecuador, también la crisis
del sistema político, junto a una grave crisis económica, resultó un factor que
influyó notablemente en la resistencia antineoliberal indígena. Parte de ello
fue la caída del presidente Abdalá Bucaram en 1997, así como la formación
de una Asamblea Constituyente que por primera vez incorpora formalmen-
te el reconocimiento de los derechos indígenas. Pero la situación se agravó
aceleradamente, al punto de que el 21 de enero del 2000, ocurre el colapso
democrático con la caída del presidente Jamil Mahuad. Esto en medio de la
escalada de una crisis económica sin precedentes. Lo ocurrido ese día es uno
de los enigmas más interesantes de la historia ecuatoriana reciente. Porque
ocurrió que se llevó a cabo un golpe de Estado contra el presidente Mahuad,
409
diferente al que representa Evo Morales, aunque hace parte de los denomi-
nados “gobiernos progresistas”. El de Rafael Correa es un gobierno “progre-
sista” que recoge buena parte del discurso indígena, pero que no tiene una
alianza con el movimiento indígena ni ha incorporado a líderes indígenas.
Por el contrario, es un régimen bastante crítico del movimiento indígena,
que encuentra cierto eco en un contexto de crisis interna de sus organizacio-
nes, y especialmente de la CONAIE. Se trata de un nacionalismo progresista
de clases medias y capas populares movilizadas, en torno a la figura de Rafael
Correa. Esto representa entonces, más que una continuidad, una ruptura
respecto al proceso que protagonizaba el movimiento indígena. De allí la
relación tirante entre el gobierno y las organizaciones indígenas, sobre todo
la CONAIE porque otras han sido fácilmente cooptadas.
De otro lado, como en Bolivia, en Ecuador el gobierno se embarca en
la aventura de una Asamblea Constituyente, bajo la idea de la refundación de
la nación. Ocurre que el proyecto de regeneración y refundación conduce a
un mecanismo de ese nivel: la redacción de una nueva carta magna del país.
No sabemos claramente qué va a ocurrir con ese escenario, pero es notoria la
pérdida de presencia e influencia política del movimiento indígena, el cual
de esa forma ha terminado pagando un precio muy alto por su alianza con
Gutiérrez.
Perú
El Perú, en comparación con las experiencias de Ecuador y Bolivia,
constituye una excepción. Porque en este caso no se ha conformado un mo-
vimiento indígena de alcance nacional. A menos que pensemos que podemos
llamar movimiento social a simples protestas, pues en Perú se aprecia estos
años un desembalse de protestas sociales sumamente localizadas y desarticu-
ladas entre sí, sobre todo en ámbitos indígenas. Pero creo que la idea de mo-
vimiento social debe referirse a algo más fuerte: un proceso de movilización
con una dirigencia autónoma, con capacidad de movilización y discurso, con
un proyecto político, así como la capacidad de generar propuestas para el
cambio del conjunto del país. Eso no hay en el Perú, al menos hasta la actua-
lidad. La población indígena sigue envuelta en una situación de invisibilidad
política muy fuerte, que es el resultado de una suma de factores concatenados
de larga trayectoria histórica. No es casual que Perú haya sido escenario de
una guerra interna muy fuerte que dejó casi 70,000 muertos, la gran ma-
yoría indígenas, y que inmediatamente haya tenido lugar la vigencia de un
régimen neoliberal autoritario, el de Alberto Fujimori. Después de la caída
del fujimorismo, lo que apreciamos en Perú es sobre todo la recuperación de
un orden democrático, pero en el marco de la continuidad de la hegemonía
411
7. No parece casual, en ese sentido, que justamente el Perú y Colombia sean los dos casos
entre los países andinos, en los cuales se aprecia una fuerte hegemonía neoliberal, vincu-
lada en gran medida a la influencias de las situaciones de guerra interna. La experiencia
de Chile, en cambio, corresponde a un proceso diferente, que culminó en la feroz dic-
tadura militar pinochetista y la consecuente neoliberalización, inclusive en el contexto
democrático posdictatorial, de dicha sociedad.
412
Introducción
Durante estos días, en el Perú se desarrolla la ope-
ración UNITAS. Se trata de un impresionante operativo
militar impulsado anualmente por la marina norteame-
ricana desde 1960. Desde hace cuatro años, el carácter
binacional de la operación fue modificado bajo una nue-
va concepción multinacional, con el objetivo de alcanzar
la “Solidaridad y defensa hemisférica”. Los ejercicios, en
los cuales participan más de 13,000 soldados de catorce
países del continente, se desarrollan durante un mes en
zonas del litoral y la Amazonía peruana, e incluyen el uso
de munición verdadera en los ataques efectuados desde el
aire, mar y tierra. Una de las maniobras realizadas este
año es el denominado “ejercicio de manejo de crisis”, en
el cual el enemigo es un levantamiento étnico que es de-
belado violentamente por los batallones multinacionales.
Este simulacro conlleva el mensaje de que los le-
vantamientos étnicos significan un riesgo para la esta-
bilidad política democrática de la región, y una amenaza
latente para la permanencia de sus Estados nacionales.
Dicha tesis no es exclusiva de algunos estrategas milita-
res sobresaltados por los diversos conflictos étnicos que
desde inicios de la década pasada parecen acompañar la
1. Un ejemplo de ello son las las recientes declaraciones de Mario Vargas Llosa a la prensa, en
el sentido de que “el indigenismo en Ecuador, Perú y Bolivia, está generando un verdadero
desorden político y social, y por eso hay que combatirlo”.
415
1. Transformaciones y crisis
En un estudio reciente sobre la situación de la democracia en América
Latina, Guillermo O’Donnell encuentra que “en las dos últimas décadas el
Estado se ha debilitado enormemente y, en algunas regiones de estos países,
virtualmente se ha evaporado. Crisis económicas, la furia antiestatista de
muchos de los planes de ajuste económico, corrupción y clientelismo am-
pliamente extendidos -estos y otros factores- han contribuido en generar un
Estado anémico” (O’Donnell, 2004:49). Algunas manifestaciones de esta si-
tuación, que el mismo autor se encargó de señalar (O’Donnell, 1993), y que
por tanto deben haberse agravado en gran medida hasta nuestros días, serían
las siguientes:
1. Una suerte de “evaporación” del Estado, reflejada en su creciente
deterioro institucional, su ineficacia administrativa y funcional, así como
en la pérdida de soberanía territorial reflejada en el incremento de “zonas
marrones” existentes por fuera de la legalidad estatal o relacionadas intermi-
tentemente con ella.2
2. El afianzamiento de “ciudadanías de baja intensidad” basadas en la
reducción del acceso de la población a los derechos civiles y políticos. Esto
afecta sobre todo a los sectores populares, cuya condición ciudadana muestra
un claro retroceso respecto a la tendencia de expansión de la ciudadanía pre-
dominante en las décadas anteriores.
Lo que resulta sorprendente es que esto ha ocurrido paralelamente a
la expansión de la democracia política en la región; pues en las dos últimas
décadas esta ha alcanzado un nivel sin precedentes en toda la historia previa.3
La denominada “tercera ola” democratizadora, entonces, ha alcanza-
do un fuerte afianzamiento en América Latina. Sin embargo, el proceso
de expansión democrática ha coincidido con dos fenómenos que ayudan a
4. Las diferencias sociales ahora son más abismales que hace dos décadas. En el Perú, por
ejemplo, mientras se han fortalecido las nuevas capas de sectores altos acomodados vincu-
lados directamente a la expansión empresarial producida por la economía de mercado, las
clases medias sufren la estrechez de sus previas colocaciones en el Estado y el mercado, en
tanto los sectores populares urbanos y rurales viven inmersos en un mar de pobreza y ex-
trema pobreza que se ha acentuado dramáticamente desde la imposición del modelo neo-
liberal. Esto no quiere decir que no haya habido movilidad social en los sectores medios y
populares (de hecho, existe una nueva clase media acomodada, así como nuevos sectores
medios económicamente pujantes en los conos populares de la gran Lima, pero carecemos
de información que de luz sobre la verdadera magnitud de estos cambios).
5. Al evaluar la situación de la democracia en los países andinos, Martín Tanaka (2002 y
2003), remarca la necesidad de pensar la política en términos políticos, dejando así de
suponer que las vicisitudes de la democracia dependen de las condiciones estructurales so-
ciales y económicas, antes que de la propia transformación de la política y de sus relaciones
con estas esferas.
6. Se trata de uno de los temas más intensamente debatidos durante las últimas décadas, y de
uno de los más problemas más fecundos para las ciencias sociales latinoamericanas.
417
2. Ecuador
El suceso que constituye el punto de quiebre en el desarrollo de la mo-
vilización étnica en el Ecuador fue el primer levantamiento indígena de junio
de 1990. Hasta ese momento, las más importantes organizaciones indígenas
tenían una larga trayectoria de luchas locales y regionales,7 incluso habían lo-
grado constituir en 1986 una central nacional: la Confederación de Naciona-
lidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), pero esta todavía no representaba
a un movimiento social en el sentido preciso del término.8 El levantamiento
logró paralizar al país y obligó al gobierno de Rodrigo Borja a negociar con
los dirigentes de la CONAIE la plataforma de lucha denominada “Mandato
por la Vida”. Significó la irrupción pública del movimiento indígena como
un actor social y político bastante influyente. El conflicto étnico evidenciado
en el levantamiento indígena y encarnado en las demandas de la CONAIE,
emergía así al primer plano del escenario político del país, agregando un in-
grediente inesperado al campo de fuerzas políticas: la aparición de los indios
como un sujeto colectivo con la suficiente fuerza para jaquear al Estado,
y con la capacidad de formular un discurso frontalmente cuestionador del
modelo nacional basado en el mestizaje y la integración, predominante hasta
ese momento.
Como consecuencia del levantamiento, el Estado ecuatoriano se vio
en la necesidad de asumir un nuevo ciclo de apertura étnica. El período an-
terior, caracterizado por un leve interés en la solución del conflicto étnico a
través de la aplicación de las reformas agrarias de 1964 y 1973,9 quedó atrás.
7. Es el caso de las organizaciones amazónicas constituidas desde fines de la década del 60,
como la Federación Shuar, y articuladas desde 1980 en una central regional: la CONFE-
NIAE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana). Asi-
mismo, también era el caso de diversas organizaciones regionales de la sierra ecuatoriana,
articuladas desde 1972 en la central regional ECUARUNARI (Ecuador Runacunapac
Riccharimui o Despertar de los indios del Ecuador). Sobre el proceso organizativo de las
organizaciones indígenas ecuatorianas véase: CONAIE (1989) y ECUARUNARI (1998).
8. Es decir, en el sentido definido por Touraine: como un momento de las luchas por el poder
en el conjunto de la sociedad (Touraine, 1989).
9. En Ecuador, las reformas agrarias de 1964 y 1973 no fueron resultado de un extenso movi-
miento campesino de lucha por la tierra como el que existió en el Perú y Bolivia, sino más
bien de un cuidadoso plan estatal de modernización agraria que requería la eliminación
de los restos del latifundio y el huasipungo, los cuales se hallaban en desintegración desde
hacía décadas. Lo que dichas reformas buscaban era alentar el desarrollo del capitalismo
agrario; por ello, las tierras afectadas fueron las del Estado y la iglesia, sobre todo. Los la-
tifundios de particulares fueron impulsados a convertirse en modernas empresas agrarias,
418
a través de la capitalización con fondos estatales. De allí que en diversas zonas del campo
ecuatoriano es posible hallar comunidades indígenas colindantes con empresas modernas
dedicadas a la agroexportación (El mejor estudio sobre la reforma agraria ecuatoriana sigue
siendo Barsky, 1988).
419
indígena, logró ser capaz de abrirse a la presencia de los nuevos actores étni-
cos y de integrarlos al juego político. Pero solo en cierta medida ha respon-
dido a las principales demandas que estos traían consigo. Así, si bien ha sido
suficientemente permeable para lograr integrar políticamente a los represen-
tantes indígenas, tanto en los niveles locales como nacionales de representa-
ción (desde los municipios cantonales hasta la participación en el gobierno
nacional), ha mantenido su resistencia frente al principal anhelo indígena: el
reconocimiento del carácter plurinacional del Estado ecuatoriano. ¿Cómo
pudo ocurrir esto?
El factor fundamental de esta mutación no se halla en el terreno ex-
clusivo de la insurgencia étnica; es decir, en la capacidad del movimiento
indígena para desarrollar luchas y formular demandas dirigidas al reconoci-
miento étnico. Reside más bien en un juego de doble vía que constituye un
rasgo esencial del proceso político ecuatoriano posterior al levantamiento
de 1990: de un lado, en la orilla estatal, ocurrió una impresionante apertura
ante la movilización étnica, la cual no se restringió al Estado sino que permeó
al conjunto del sistema político; de otro lado, en la orilla de la movilización
étnica, ocurrió una paulatina ampliación del carácter de las demandas y mo-
tivaciones políticas, de suerte que la plataforma étnica se fue abriendo cada
vez más, al punto de lograr dimensiones propias de un movimiento nacional
más amplio. Esto se ha visto con claridad en el levantamiento indígena de
enero-febrero del 2001, cuyo carácter (se trató de un levantamiento en contra
de la aplicación de un nuevo paquete neoliberal) fue expresado muy bien en
el lema: “nada solo para los indios”.
Pero volvamos a los sucesos del 21 de enero. El resultado de la participa-
ción del movimiento indígena en dichos acontecimientos, fue una profunda
crisis interna, así como la pérdida de su credibilidad política entre diversos
sectores de la opinión pública. Desde el Estado se fueron cerrando, asimismo,
las compuertas de la apertura étnica iniciada en el lejano levantamiento de
1990. Un nuevo levantamiento, ocurrido a fines de enero del 2001 en pro-
testa por la aplicación de un nuevo paquete neoliberal que incluía el alza de
los precios de los combustibles, fue el suceso que mostró el cierre de la aper-
tura estatal a las demandas étnicas. A diferencia de lo ocurrido en los ante-
riores levantamientos indígenas, la reacción estatal fue sumamente violenta.
Las distintas organizaciones indígenas (como la FENOCIN, la FEINE y la
CONFEUNASSC), dejaron de lado sus diferencias y cerraron filas con la
CONAIE, obligando al gobierno a iniciar negociaciones que se prolongaron
durante varios meses, sin resultados concretos.
Las elecciones del 2002 trajeron consigo una verdadera sorpresa: la
alianza entre el coronel Lucio Gutiérrez y la CONAIE logró el triunfo en las
422
elecciones, con lo cual el movimiento indígena logró llegar a ser parte del go-
bierno. Sin embargo, la luna de miel entre Gutiérrez y sus aliados indígenas
no tardó más que unos cuantos meses. La manzana de la discordia fue el con-
tinuismo del modelo neoliberal, a lo cual el movimiento indígena se opuso
frontalmente, pero sin salirse del gobierno, hasta que Gutiérrez decidió dar
término a dicha alianza.
La situación resultante posterior es, de alguna manera, la que prevalecía
antes de las elecciones: mientras que el gobierno sigue al pie de la letra las
recetas neoliberales, las organizaciones indígenas siguen oponiéndose a estas.
Sin embargo, debido justamente a su participación gubernamental, el movi-
miento indígena carece de la convocatoria suficiente para lograr articular un
bloque más amplio capaz de llevar adelante medidas de protesta eficaces. En-
tretanto, subsisten graves problemas internos que han afectado fuertemente a
las organizaciones. Esto ocurre, además, en un contexto en que el gobierno,
aprovechando la debilidad del movimiento indígena, parece decidido a ter-
minar de cerrar la apertura étnica estatal: en estos días busca arrebatarle a la
CONAIE el control de la educación bilingüe, así como de los programas de
desarrollado manejados a través del CODENPE.
3. Bolivia
En Bolivia, a diferencia del Ecuador, las luchas indígenas de las últimas
décadas no tienen una línea de continuidad clara. Se trata de oleadas de
movilización étnica, a veces completamente diferenciadas entre sí, que hacen
más necesario el uso del plural; es decir, se requiere hablar de varios movi-
mientos indígenas y no de uno solo.
11. Felipe Quispe fue uno de los principales dirigentes de una vertiente radical del katarismo,
los ayllus rojos, que a inicios del 90 pasó a formar el Ejército Guerrillero Tupac Katari
(EGTK) y a desarrollar acciones armadas. Por ello, Quispe fue apresado y estuvo cinco
años en prisión.
426
incluyendo no solo las indígenas, sino también las de regiones con nuevas
élites empresariales emergentes, como Santa Cruz.12
El enfrentamiento a balazos entre militares y policías ocurrido en febre-
ro de 2003 en plena Plaza Murillo (sede de los principales poderes del país),
ilustra el agotamiento del modelo de Estado nacido en 1952 y de sus principa-
les mecanismos de intermediación: el prebendalismo político, el clientelismo,
el corporativismo y el tutelaje estatal sobre las organizaciones sociales. Desde
1952, el Estado boliviano se sustentó en estos mecanismos, que permitieron
el control y distribución de los ingentes recursos provenientes de la explota-
ción y exportación minera a los diferentes sectores sociales. Este modelo de
intermediación comenzó a estallar desde los años 80, coincidentemente con
el retorno democrático, teniendo como trasfondo la caída internacional de
los precios del estaño. Durante los gobiernos de Hernán Siles Zuazo y Víctor
Paz Estenssoro, se intentó suplir la carencia de divisas mediante la implemen-
tación sucesiva de reformas neoliberales, las cuales aceleraron la ruptura de
los compromisos y las alianzas del pacto revolucionario del 52.
Actualmente, un renovado movimiento indígena, compuesto básica-
mente por dos vertientes (la cocalera expresada en el MAS y la comunitaria
aymara expresada en el MIP), ha comenzado a ocupar el lugar de los viejos
partidos. Ambos movimientos han logrado instituir representaciones políti-
cas propias, poniendo en cuestión el modelo histórico de construcción del
Estado y la ciudadanía en Bolivia. Las organizaciones indígenas han logrado
convertirse en sujetos políticos con voz propia, disputando un espacio de
representación que hasta ahora solamente había estado restringido a organi-
zaciones que hablaban en nombre de los indios, en medio de una situación
generalizada de incertidumbre política.
4. Perú
Debido a la ausencia de un movimiento étnico semejante a los que exis-
ten en Ecuador y Bolivia, el caso del Perú ha sido visto como ejemplo de una
anomalía.13 Sin embargo, si se observa con más detalle la experiencia perua-
na, así como la de los países vecinos, se puede notar que en todos los casos
12. La bibliografía sobre estos sucesos es creciente. Para una visión general véase: García Linera
y otros (2000 y 2001), Laserna y otros (2002), Calderón (2002), Archondo y otros (2003)
y Pinto (2003),
13. Xavier Albó, por ejemplo, señaló en un famoso artículo que el Perú se hallaba retrasado
respecto a sus vecinos del norte y del sur, debido a la ausencia de un movimiento étnico se-
mejante (Albó, 1991: 300). Más recientemente, este mismo autor ha señalado que el Perú
“se ha descolocado del resto de la región en el reciente despertar de la conciencia étnica”
(Albo, 2003: 218).
428
14. Sobre la inexistencia de un movimiento étnico en la sierra peruana se han dado distintas
hipótesis, pero que no están suficientemente respaldadas por alguna investigación empírica.
Al respecto véase: Sánchez (1994, 1996), Degregori (1993, 1999), Tanaka (2003).
429
15. En 1997, por iniciativa de la Universidad San Antonio de Abad, se reunieron en Cuzco diver-
sos gremios agrarios, campesinos e indígenas, conformándose así la Conferencia de Pueblos
Indígenas del Perú (COOPPIP). Desde entonces, esta organización ha venido impulsando
la formación de un movimiento indígena en el Perú, convirtiéndose en un importante inter-
locutor entre las organizaciones indígenas, el Estado y diversos organismos internacionales.
En agosto del 2001 se realizó en Lima el Segundo Congreso Nacional de COOPIP. Dicho
Congreso fue la ocasión para un primer acercamiento con Eliane Karp, la primera dama
de la nación. En dicha reunión, Karp prometió que el gobierno pensaba crear una instan-
cia dedicada específicamente al tratamiento de los problemas indígenas. Posteriormente,
luego de la creación de la CONAPA, surgieron discrepancias entre las organizaciones de la
COOPIP en torno a la participación en dicha institución, que han culminado con su
separación.
432
y atemorizada, nos contó que no era la primera vez que la “patrona” la gol-
peaba.
Este suceso me asombró mucho, por su carga de violencia y crueldad,
pero también porque me hizo pensar que estaba conociendo un mundo que
hace décadas se había extinguido en el Perú, donde los terratenientes y sus
haciendas fueron cancelados por la reforma agraria de 1969. Sin embargo,
mi asombro lindaba con la confusión, ya que se trataba de un mundo -la
región de Cayambe- donde no solamente existían relaciones señoriales entre
hacendados y comuneros indígenas, sino también una pujante agricultura
mercantil basada en el cultivo y exportación de flores, actividad impulsada
por exitosas empresas agrarias con tecnologías de punta.1
Pero además, era notoria la presencia de un arraigado movimiento in-
dígena regional, conformado por diversas organizaciones de reciente forma-
ción, autonombradas en términos étnicos y sustentadas en las comunidades
de ex-huasipungueros indígenas,2 la gran mayoría de ellas también de recien-
te formación.
1. El lugar donde ocurrió el suceso que he relatado -una pequeña loma de propiedad com-
partida entre la comunidad de Santa Ana y una hacienda colindante- se halla al costado
de la carretera Panamericana, una de las más importantes del Ecuador, a lo largo de cuyos
bordes se extienden los sembríos de flores para exportación, y que ocasionalmente -de
acuerdo al ciclo agrícola- proveen de empleo remunerado a los campesinos indígenas de las
comunidades de la región. La exportación de flores representa uno de los rubros más im-
portantes del ingreso de divisas del Ecuador, junto con la explotación petrolera, bananera
y las remesas de dólares enviadas al país por los inmigrantes.
2. En el Ecuador, el “huasipungo” era el nombre de la pequeña porción de tierra que los ha-
cendados entregaban a las familias de colonos indígenas, para la edificación de su vivienda
y la siembra de cultivos de autosubsistencia.
3. La noción “tiempos de globalización”, ha sido formulada por Daniel Mato (2001a), quien
la entiende como resultado de una tendencia histórica a la interrelación entre actores so-
ciales a través de procesos de globalización que borran fronteras entre lo local y global.
436
“Es un error pensar que la globalización solo concierne a los grandes sistemas,
como el orden financiero mundial. La globalización no tiene que ver solo con
lo que hay “ahí afuera”, remoto y alejado del individuo. Es también un fenó-
meno de “aquí dentro”, que influye en los aspectos íntimos y personales de
nuestras vidas” (Giddens, 2000: 25).
4. Degregori (2002) menciona algunos factores que podrían explicar esto, como la fuerza de
los procesos de integración nacional vía el mestizaje y la hibridación cultural en los países
latinoamericanos; el bloqueamiento de la emergencia étnica por los grupos dominantes;
y también la dificultad de asociar claramente a los pueblos indígenas con un referente
territorial que pudiera sustentar reclamos separatistas. Diversas publicaciones (Van Cott,
1994; NACLA, 1996; Yamada y Degregori, 2002) han documentado la fuerza del proceso
de resurgimento étnico en el subcontinente, especialmente en aquellas regiones de fuerte
composición indígena como Mesoamérica y los Andes centrales.
438
5. En el caso ecuatoriano, dicho proceso fue iniciado por grupos como los Shuar y Huao-
rani, siendo muy importante la influencia de los religiosos salesianos, alcanzando su
punto organizativo más alto con la conformación de la Confederación de Nacionali-
dades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (CONFENIAE) en 1980, y la realiza-
ción de una marcha hacia la ciudad de Quito en 1992 (CONAIE, 1989). En el Perú,
la primera organización fue el Congreso Amuesha constituido a fines de los sesenta.
En un lapso de 15 años, entre 1969 y 1984, se conformaron más de 50 organizacio-
nes, agrupadas en dos centrales: Asociación Interétnica de la Selva Peruana (AIDESEP)
y la Confederación de Nacionalidades de la Amazonía Peruana (CONAP) (Montoya,
1992: 68). En Bolivia, el despertar étnico de los pueblos de las tierras bajas ocurrió más
tardíamente, y en gran medida por influencia de las organizaciones de los otros dos países,
constituyéndose en 1981 la Central Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB) y en 1982
la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG), que fueron seguidas por muchas otras organiza-
ciones que alcanzaron su punto más alto de reconocimiento público con la Marcha por el
Territorio y la Dignidad de 1991 (Lehm, 1999). Cabe remarcar que en el caso amazónico
pudo constituirse un referente multinacional: la Coordinadora de Organizaciones Indíge-
nas de la Cuenca Amazónica (COICA), constituida en 1984 y que agrupa organizaciones
del Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela.
440
a) Bolivia
El primer momento de insurgencia étnica contemporánea ocurre en
Bolivia como consecuencia de la Revolución de 1952, la cual desata las luchas
indígenas por tierra y hegemonía, sobre todo en la región de Cochabamba.
En un primer momento inmediato al triunfo de la Revolución, a través de
experiencias como la rápida sindicalización campesina, la formación de mili-
cias armadas, las tomas de tierras de las haciendas, la expulsión de los patro-
nes y la negociación con los organismos políticos del Estado, los campesinos
quechuas de Cochabamba lograron desplazar el foco de la iniciativa política
desde los pueblos hacia el campo. Así, el poder pasó a ser ejercido por los
sindicatos y las milicias, que de esa manera se convirtieron en la fuerza social
más importante del campo boliviano. Reviste especial importancia el caso de
Ucureña, en el valle alto de Cochabamba, donde los campesinos que habían
participado en la Guerra del Chaco (1932-1935) lograron desarrollar una
experiencia muy temprana de movilización (allí se formó el primer sindicato
campesino en 1936 bajo las demandas de tierra, abolición de la servidum-
bre y acceso a la educación). Posteriormente, en el marco de la Revolución,
los sindicatos campesinos lograron conformar un espacio autónomo de ac-
ción política campesina. Los campesinos quechuas disputaron y negociaron
6. Baso estas ideas en mis conversaciones con Miguel Tankamash, fundador de la Federación
Shuar y primer Presidente de la CONAIE (Quito, octubre de 2002).
441
7. Nombrada también como “cholo”, aunque en menor medida, ya que esta denominación,
como la de “indio”, arrastra connotaciones raciales y de discriminación.
8. Gracias a los trabajos de Gordillo (2000 y 1998), se puede comprender el significado ét-
nico de las luchas por el poder y la representación ocurridas en los valles de Cochabamba
durante las décadas de los 50 y 60. Para una visión de largo plazo de la realidad cochabam-
bina, véase el trabajo clásico de Broke Larson (1992).
9. En el quechua de Ecuador y Perú se usa más “minga”, pero en el aymara boliviano se usa
“minka”. Ambas expresiones tienen el mismo significado. Una traducción literal sería:
“ayuda mutua”.
10. Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido triunfante en la Revolución del 52 que
desde entonces tuvo absoluta hegemonía política mediante el control del Estado y los
sindicatos obreros y campesinos.
442
11. Evo Morales, indígena quechua y dirigente principal del movimiento cocalero, logró ser
elegido diputado y posteriormente participó en las elecciones presidenciales del 2002
como candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), obteniendo el segundo lugar. Su
postulación a la presidencia fue tachada sin ambages por el embajador estadounidense en
Bolivia, quien llegó a señalar que si ganaba las elecciones su país retiraría la ayuda econó-
mica.
443
b) Ecuador
Las reformas agrarias dictadas en el Ecuador en 1964 y 1974, tuvieron
la peculiaridad de llegar tarde, ya que buena parte de los hacendados ha-
bía vendido sus tierras, o había asumido una vía de modernización agraria
12. Vocablo aymara que es utilizado para denominar a los blancos y mestizos.
13. La marka es un territorio étnico compuesto por un agregado de comunidades, que muchas
veces tiene origen prehispánico, como ocurre en algunas zonas del Altiplano y en el norte
de Potosí.
444
14. La noción de administración étnica ha sido propuesta por Andrés Guerrero (1993), quien
estudia cómo el Estado ecuatoriano delegó a particulares -es decir, a los dueños de las ha-
ciendas- el control de las poblaciones indígenas, a cambio de permitir el usufructo de sus
tierras y su mano de obra.
445
15. Sobre el levantamiento indígena de 1990 ver los diversos trabajos publicados en : Varios,
1990 y 1993.
446
c) Perú
En el caso del Perú, a diferencia de lo que ocurre en Ecuador y Bolivia,
no se ha podido conformar un movimiento étnico en la región del país que
cuenta con la mayor población indígena -en términos absolutos- de toda la
región centroandina: la sierra peruana. Pero esto no significa que el Perú
carezca de procesos de movilización indígena. Lo que ocurre es que se han
expresado con ritmos e intensidades distintas a las que pueden apreciarse en
los demás países andinos. Ejemplo de ello es el hecho de que en la región
amazónica, en contraste con la sierra, sí se puede apreciar un activo proceso
de movilización indígena que tiene décadas de desarrollo, y ha dado origen
a la formación de múltiples organizaciones articuladas en torno a dos cen-
trales nacionales: la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana
(AIDESEP), y la Confederación de Nacionalidades de la Amazonía Peruana
(CONAP). Sin embargo, hasta el momento tales organizaciones desarrollan
sus actividades fundamentalmente a través de la reivindicación del derecho
16. Este rasgo del movimiento indígena ha sido resaltado por los principales dirigentes de
las organizaciones indígenas, a quienes entrevisté antes de la segunda vuelta electoral, en
octubre y noviembre del 2002, entre ellos Leonidas Iza, Presidente de la CONAIE; Mi-
guel LLuco, Coordinador del Movimiento Pachakutik; Estuardo Remache, Presidente de
ECUARUNARI, Rodrigo Collahuazo y José Encalada de la Confederación de Afiliados al
Seguro Campesino (CONFEUNASSC), entre otros.
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movilización indígena en el Perú y los Andes, de Ramón Pajuelo Teves,
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