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Capítulo 20

Y yo quiero ser...Científico y Músico


(Por Miguel A. Camblor)

Cintas de Moebius de Grafeno en el Jardín Botánico

No puedo evitar estar nervioso, a pesar de decenas de conciertos anteriores con


diferentes bandas y en diferentes escenarios, mientras espero a mis compañeros de
Within Experimental Error (Fig. 1) en el Jardín Botánico de Madrid. Hoy es un
concierto muy especial, aunque siempre lo sean: hoy actuamos en la Noche de los
Investigadores, poniendo ritmo a un evento con
una clara vertiente científica y divulgativa
organizada por el CSIC. Debería estar en mi
salsa, es ciencia y es música y yo participo en
ambas, como público asistiendo a un encuentro
con un neurocientífico y, encima del escenario,
como miembro de la banda de Jazz, Funk y
Rythm & Blues del Instituto de Ciencia de
Fig. 1. Logo de Within Materiales de Madrid [1]. Cuando por fin veo
Experimental Error (W.E.E.) llegar a mis compañeros cargados con los
instrumentos, me sorprende ver a Fito (Adolfo
González Grushin, físico teórico, guitarrista, cantante, trompetista y showman) no solo
relajado sino muerto de risa: “MSax, tengo una propuesta de colaboración: cintas de
Moebius de grafeno. Tú las sintetizas y yo calculo las propiedades que tendrán. ¡A lo
mejor nos dan el Nobel! Eso sí, lo difícil va a ser tu parte.”

La banda

Durante cerca de siete años, esta banda


que montamos sin muchísimas expectativas
más allá de pasarlo bien Simone Fratini, físico
teórico, bajista y contrabajista, y yo, químico
experimental y saxofonista, creció y se
consolidó, a pesar de continuos cambios en su
formación motivados por la movilidad
característica del personal investigador. Los
doctorandos (Alex, Ainhoa, Fito, André,
Marcos, Wagner, Álvaro G., Carlos y Fer) Fig. 2. W.E.E. en CSIC Central,
terminaron sus tesis y emprendieron la 13/07/2010
“aventura postdoctoral”, que es como llaman (Fer, Ainhoa, Gladys, Fito, Alex y
los cursis a salir al extranjero a buscarse la Miguel)
vida y seguir aprendiendo. Y los postdocs
(Gladys y Luis) terminaron sus estancias y emigraron buscando un futuro. El propio

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Simone volvió a su instituto del CNRS en Grenoble, donde continúa una muy activa
vida científica y musical.

Para encontrar el tiempo, entre tesis y papers y experimentos y cálculos, nos


escapábamos a la hora de comer a un local de ensayos que pagábamos entre todos,
muchas veces tomando un bocadillo durante el camino en lugar de la comida.
Tocábamos en celebraciones de nuestro instituto y del CSIC Central, y también en
fiestas privadas. En nuestros mejores momentos llegamos a sonar francamente bien.
Nos entrevistaron en varias ocasiones y llegamos a tocar en vivo, batería incluida, en el
programa de la cadena SER Carrusel de Verano, de Alberto Granados. Como norma
general, causaba sorpresa una banda de músicos-científicos.

Ciencia y música

¿Por qué la sorpresa? Yo no lo sé, y no quiero pensar que, en general, se


considere a los científicos gente distraída y despistada, encerrada en su torre de marfil,
incapaz de dejar de pensar en electrones, pterodáctilos, números de oxidación, retículos
endoplasmáticos, hipernovas y ecuaciones dificilísimas. Los ejemplos de músicos-
científicos, o científicos-músicos, son tan abundantes que me da pereza siquiera
relatarlos, aparte de que no quisiera dar la impresión de que pretendo compararnos con
nadie. Pero habrá que mencionar unos pocos ejemplos, para sacudir el polvo a esas
posibles concepciones tan alejadas de la realidad.

Por ejemplo, diré que el gran William Hershel, entre otras cosas descubridor de
los rayos infrarojos y de Urano, fue un multiinstrumentista virtuoso y un compositor
muy reconocido antes de decidir dedicarse junto a su hermana Caroline, cantante
soprano, a la astronomía. O que Alexander Borodin, uno de los compositores del Club
de los Cinco, representantes del romanticismo nacionalista ruso, se ganaba la vida como
profesor de química. O que Elgar, la quintaesencia de la música británica (hablamos,
obviamente, de la etapa previa a los Beatles) era un gran aficionado a la química y tenía
su propio laboratorio casero (The Ark), en el que desarrolló un aparato para la
producción de sulfuro de hidrógeno que patentó y comercializó. Y que, si bien la pasión
de Einstein por el violín es muy conocida, quizá no lo sea tanto que el padre de la física
cuántica, Max Planck, era un consumado pianista que hubo de decidir en su juventud si
se dedicaba a la música o a la física. Eso mismo sucedió a Ilya Prigogine, físico-
químico estudioso de los sistemas complejos y de la termodinámica alejada del
equilibrio. Y quizá se desconoce que el gran Fletcher Henderson tuvo que ganarse la
vida como pianista, compositor, arreglista y líder de Big Band porque un químico y
matemático, siendo negro, no tenía grandes oportunidades en la época y lugar en los que
le tocó vivir. Terminó contribuyendo de una manera sobresaliente al desarrollo de la
orquestación del Jazz, a la definición del género Swing y a la propia concepción de la
Big Band.

Pero los ejemplos no están solo en la música clásica o el Jazz: Brian May,
guitarrista de Queen, es doctor en astrofísica y Mike Einziger, guitarrista de Incubus y
Time Lapse Consortium ha cursado estudios de historia y filosofía de la física. Y en
España el músico Antonio Arias, de Lagartija Nick, y el astrónomo y agitador
científico-cultural José A. Caballero, del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC), han
creado el proyecto “astro-musical” unitedsoundsofcosmos como instrumento de
divulgación y educación, con participación de un gran número de músicos [2]. Otro
ejemplo interesante es el de Ramón López de Mántaras, director e investigador del

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Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial (IIIA) del CSIC. Ramón no solo es
pianista y un gran aficionado al Jazz, además investiga, entre otras cosas, en la
aplicación de la inteligencia artificial a la síntesis de música expresiva. El programa
SaxEx del IIIA es capaz de generar interpretaciones de saxo tenor alegres o tristes, por
ejemplo, a partir de una entrada de datos inexpresiva [3].

En general, posiblemente se pueda decir que los científicos suelen tener un


enorme aprecio por la música, incluso si no llegan a los extremos del físico V. F.
Weisskopf, que decía que cuando la vida se pone difícil hay dos cosas que hacen que
merezca la pena seguir viviéndola: Mozart y la mecánica cuántica. En la música hay
claramente algo matemático, abstracto y racional, además de su capacidad para
provocar un impacto emocional y sensitivo en el oyente. Según Leibniz, matemático,
filósofo y teórico de la música y de la percepción tonal, el placer de la música es el
placer de contar sin darte cuenta de que estás contando. Y para Tim Gowers,
matemático célebre, ganador de la medalla Fields (el “Nobel de Matematicas”) y
pianista de Jazz, las matemáticas y la música manejan estructuras abstractas, así que si
eres bueno en una no es extraño que seas bueno en la otra. Se ha argumentado también
que el pensamiento creativo es transdisciplinar y transferible de un campo a otro [4], y
que habilidades útiles para un músico (formación y reconocimiento de patrones,
pensamiento analógico y analítico, imaginación y sensibilidad estética, gusto por la
experimentación, búsqueda de lo original y novedoso, imaginación, perfeccionismo,
inconformismo, espíritu crítico) lo son también en un científico.

Mi conclusión es que lo sorprendente y difícil de entender es que cause


extrañeza una banda de científicos, cuando los científicos músicos son legión. ¡Pero si
incluso el bioquímico que acuñó el término “vitamina” se apellidaba Funk!

Música y zeolitas

Yo trabajo con zeolitas, materiales cristalinos microporosos con muchas


aplicaciones y propiedades muy interesantes y variadas. A través de sus poros, de
tamaño similar a moléculas pequeñas,
pueden difundir gases y reaccionar allí de
una manera diferente a como lo harían en un
espacio mayor. También se pueden separar
mezclas de gases, o cambiar cationes (como
el calcio del agua) por otros. Las zeolitas
pueden ser ácidos sólidos que mantienes en
la mano sin que te quemen. Pueden
emplearse en una variedad enorme de
aplicaciones, algunas tan peculiares como el Fig. 3. ITQ-7, una zeolita descubierta
acondicionamiento de campos de golf (con por el autor y su entonces estudiante
tecnología desarrollada por la NASA para la de doctorado, el profesor y
colonización del espacio), o la fabricación trompetista L. Å. Villaescusa.
de barriles de cerveza que se enfrían solos.
Pero sus campos de aplicación más importantes tienen que ver con la catálisis
(promover que una reacción química se produzca de una determinada manera y
produzca un determinado compuesto y no otro), la separación o purificación de gases
(por ejemplo, obtención de N2 y O2 a partir del aire sin usar bajas temperaturas) y como
aditivos para detergentes (ablandando el agua, es decir, cambiando Ca 2+ y Mg2+ por
Na+, para que se pueda formar espuma). Puedes pensar que es algo muy raro, y que se

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escribe raro [5], pero casi con seguridad tienes zeolitas cerca de ti. Por ejemplo, si en
casa, en clase o en el trabajo tienes ventanas aislantes de las que tienen múltiples
paneles de vidrio, o si usas detergentes de los llamados ecológicos, tienes zeolitas cerca.

Conozco a unos cuantos músicos trabajando con zeolitas, incluyendo a varios de


mis alumnos de doctorado (Luis Å. Villaescusa, aprendiz de trompetista, Alex Rojas,
batería en WEE, Peng Jacky Lu, cantante). Pero, aparte de eso, no veo que haya ninguna
relación entre música y zeolitas, aunque en una ocasión el cantautor Ricardo
Cantalapiedra, encarnado en su alter ego Rocky Bolero, me dedicó una canción
cambiándole la letra: ese lunar que tienes, zeolito lindo, junto a la boca... Mi dedicación
a las zeolitas y a la música parecen ser proyectos independientes, aunque es verdad que
siempre quise llevar una doble vida.

La música porque sí.

Al final de aquella Noche de los Investigadores con la que abría estas páginas
nos entrevistó una periodista de El Mundo, que publicó la noticia en su versión digital al
día siguiente bajo el titular “La música por si acaso” [6]. ¿Por si acaso? Bueno, podría
tener sentido, estábamos a finales de 2010, la crisis había llegado para quedarse e iba a
golpear muy fuertemente a la ciencia en España, y al CSIC en particular, de una manera
muy cobarde, cebándose en sus eslabones más débiles. De los 7 músicos que tocaron
aquel día yo era el único con un puesto fijo. La inmensa mayoría de los cerca de 20
músicos-científicos, físicos y químicos, experimentales y teóricos, que pasaron por
W.E.E. están hoy fuera del CSIC, fuera de España y de sus países de origen. Una
auténtica diáspora científica. Solo tenemos un puesto estable en el CSIC los que ya lo
teníamos antes de la crisis (Arturo, Álvaro B. y yo). Pero casi todos siguen, que yo sepa,
en mayor o menor grado, en la ciencia y en la música, y no creo que ninguno estuviera
en W.E.E. buscando una alternativa a nada. Era y sigue siendo la música y la ciencia
porque sí, por vocación, porque es divertido y emocionante. Por último aclaro que,
aunque se me ocurrió una mínima parte de una estrategia para sintetizar cintas de
Moebius de grafeno, finalmente solo las “sinteticé” de papel.

Referencias y Notas:
[1] Within Experimental Error, the Jazz, Funk & R'n'B Band of the Institute of Materials Science of
Madrid-CSIC http://www.icmm.csic.es/within-experimental-error/
[2] http://exoterrae.eu/usc/
[3] http://www.iiia.csic.es/~arcos/noos/Demos/Aff-Example.html
[4] R. S. Root-Bernstein, Leonardo, Vol. 34, No. 1, pp. 63–68, 2001.
[5] “Zeolita” viene de dos palabras griegas, ζέω (zeo, hervir) y λίθος (litos, piedra): “piedra que hierve”.
Por eso se escribe con zeta (zeo).
[6] C. Andreotti, La música por si acaso,
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/09/26/ciencia/1285511584.html

Miguel A. Camblor
Doctor en Ciencias Químicas
Profesor Investigación, Instituto de Ciencia de Materiales de Madrid, CSIC

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